Sabemos, porque la historia de los últimos siete mil años nos lo confirma, que el mundo simbólico es, como todo lo humano, ambiguo: un mundo lleno de posibilidades y peligros. En él se unen lo mejor y lo peor de la cultura. Los mitos, las ideologías, las ideas y los dioses enajenan y perturban casi tanto como dignifican y salvan. Incluso hemos descubierto de nuevo la «trampa neandertal» en versión supersofisticada el poderoso homo sapiens dotado de una capacidad tecno-económica fabulosa pierde el alma en lo pragmático, cuantitativo y consumista. Ha perdido capacidad simbólica, sugeridora y poética, y el mundo se oscurece falto de sentido. Necesitamos conjugar al experto en I. A. con el alma del poeta.


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