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Eduquemos con el corazón de D. Bosco


para desarrollar íntegramente la vida de los jóvenes,

sobre todo de los más pobres y necesitados,

promoviendo sus derechos.








  1. Retiro ………………….………..............3 - 14

  2. Formación…………….………............. 15 - 18

  3. Comunicación.….…..................... 19 - 22

4. El anaquel……….…….....................23 - 44







Revista fundada en el año 2000

Segunda época


Dirige: José Luis Guzón

C\\ Las Infantas, 3

09001 Burgos

Tfno. 947275017 Fax: 947 275036

e-mail: jlguzon@salesianos-leon.com


Coordinan: José Luis Guzón y Eusebio Martínez

Redacción: Álvaro Suárez Medina

Maquetación: Xabi Camino

Asesoramiento: Segundo Cousido y Mateo González


Depósito Legal: LE 1436-2002

ISSN: 1695-3681







El electrocardiograma del salesiano

«Da mihi animas, caetera tolle»



Juan Manuel Ruano, sdb



MOTIVACIÓN


Hoy vivimos en un mundo donde todos más o menos sentimos la necesidad de cuidar nuestra salud. El corazón es uno de los órganos más importantes, que si funciona normalmente nos hace sentir bien. Para saber si nuestro corazón está en buen estado solemos acudir al cardiólogo, el cual, si lo ve necesario nos manda hacer un electrocardiograma, “que es el gráfico que se obtiene con el electrocardiógrafo para medir la actividad eléctrica del corazón en forma de cinta gráfica continua. Es el instrumento principal de la electrofisiología cardiaca y tiene una función relevante en el cribado y la diagnosis de las enfermedades cardiovasculares”.

El Rector Mayor y su Consejo han querido que en el próximo Capítulo General 26 revisemos cómo funciona el corazón de la misión salesiana, el estilo y el secreto del método, el cual viene dado en la máxima de Don Bosco: ”Da mihi anima, caetera tolle”. Nuestro próximo CG26 será el momento de hacernos personalmente el electrocardigrama salesiano, es decir, revisemos cómo funciona nuestro corazón salesiano. Tenemos que hacernos el electrocardiograma salesiano que se obtiene de la revisión y profundización del lema de Don Bosco: “Da mihi anima, caetera tolle”.

En la “estampa recuerdo” de los Ejercicios Espirituales, el Rector Mayor, nos dice: “Despertemos nuestro corazón con la pasión del “Da mihi anima, caetera tolle”. Despertar el corazón de cada salesiano, éste es el diagnostico que ha hecho el Rector Mayor, para ello nos ha convocado al CG26. Está visto que la vocación salesiana siempre es poner en funcionamiento el corazón. Tenemos que acoger este CG26 como una revisión de nuestro corazón salesiano. En el lema de Don Bosco “Da mihi anima caetera tolle” se concentra la identidad carismática y la pasión apostólica del salesiano. Revitalizando este lema será la manera de asumir el programa espiritual y apostólico de Don Bosco y la razón de su incansable actividad por buscar la gloria de Dios y la salvación de las almas. En la misma estampa-recuerdo de los Ejercicios el Rector Mayor nos indica que la finalidad de despertar el corazón es participar de la misma pasión de Dios por los jóvenes. Esta pasión es un único movimiento del corazón, es pasión apostólica.

En la carta convocatoria del CG 26 nos dice el Rector Mayor: “La pasión apostólica exige el despertar de una evangelización explícita en todas nuestras presencias, el valor de una propuesta vocacional para la vida consagrada salesiana, la renovación de un estilo de vida pobre, austero, solidario, la búsqueda de campos de trabajo que nos permitan concentrarnos en las prioridades educativas y evangelizadoras de nuestra misión más que en la gestión de las obras, identificar las nuevas pobrezas y fronteras en el propio contexto y revalorizar nuestras obras y nuestras actividades desde el punto de vista carismático”.

El “Da mihi anima, caetera tolle” es la síntesis de nuestro ser salesiano, de su comprensión vital depende nuestra salud salesiana. Es importante el diagnóstico que cada uno de nosotros tenemos que hacer de nuestro corazón salesiano. Pero el latido del corazón de Don Bosco se resume en su lema. Si cada uno de nosotros somos sinceros y hacemos un buen diagnostico obtendremos el mejor tratamiento para ser salesianos según el querer de Dios y lo que necesitan nuestros jóvenes.

Traigo aquí el cometario oficial que se ha hecho del logotipo del CG26: “en él podemos ver resumida la finalidad del mismo Capítulo: despertar el corazón de todo Salesiano con la pasión apostólica de Don Bosco. El corazón puede parecer actualmente oscurecido por tantas realidades, situaciones y dificultades, que están representadas por las líneas entre el corazón y Don Bosco. El “Da mihi animas, caetera tolle” pide al corazón de todo salesiano, en un horizonte de fidelidad vocacional personal a Don Bosco, ir al origen y al corazón de la pasión educativa de Don Bosco, representada por la imagen de los jóvenes. El corazón de todo salesiano es el centro del mensaje del logotipo. Es preciso ir a lo profundo para despertar el corazón, para asumir con renovado entusiasmo el programa espiritual y apostólico de Don Bosco, para presentar a Don Bosco hoy en la persona de todo salesiano. Que así todo “hijo de Don Bosco” pueda llegar a ser Don Bosco hoy; ¡a través de cada salesiano Don Bosco vuelva a estar entre los jóvenes!”

Deja que el Espíritu Santo sea capaz de iluminar tu mente para revisar la marcha de tu corazón salesiano. Es hora de tomarte la tensión arterial y descubrir ya no sólo cómo late tu corazón, sino también ver y examinar ese corazón salesiano. Hay que ser valientes para hacerse cada uno su electrocardigrama

Es el momento de confrontar los dos electrocardigramas el de Don Bosco y el tuyo.



EL CORAZÓN DE DON BOSCO


El Oratorio y toda Obra salesiana no es primero una estructura, un lugar, unas actividades. El corazón de Don Bosco es el Oratorio. El Oratorio es fruto del movimiento del corazón de Don Bosco; es el resultado, la expresión de su tensión espiritual en la que expresa su relación con Dios y su identificación total con el Apóstol del Padre.

Según Don Giraudo, “la característica más genuina del corazón de Don Bosco es la pasión. Don Bosco era un hombre apasionado de carácter y por vocación. Esta pasión expresa una orientación totalizante, el ansia, y casi el tormento, de salvar a todos, que organiza y concentra las energías de la persona, generando un movimiento, un ímpetu vital, una voluntad de contacto con todos, a toda costa, con todos los medios y mañas, una búsqueda incansable y llena de cariño de los últimos y de los más abandonados pastoralmente, una creatividad inagotable y fecunda, con flexibilidad psicológica, espiritual y práctica (operativa).


Entendida en este sentido, la pasión pastoral sólo puede brotar de una conversión absoluta, del desprendimiento total de sí y del amor apasionado por Dios y el prójimo, que plasma, configura y unifica la misma personalidad y le confiere afabilidad, cordialidad, dulzura, capacidad de cuidado personalizado, de tierna paternidad y de ardiente amistad, haciéndole soportable el sacrificio, alegre la renuncia, agradable el trabajo. San Francisco de Sales describe la vida devota como un alegre arrojo por el que se hace todas las cosas por amor, con facilidad, con fervor, bien y, frecuentemente, también con gusto. La pasión pastoral de Don Bosco pertenece a este movimiento espiritual, que tiene en sí algo de dulzura e impetuosidad, al mismo tiempo”.

El corazón de Don Bosco está conformado con el corazón de Cristo Pastor: un corazón obediente y entregado al Padre, activo, celoso, sacrificado. Se hizo como su Señor.

Sabemos que el corazón tiene dos movimientos: diástole y sístole. El movimiento de diástole es un movimiento de dilatación del corazón y arterias que se produce cuando la sangre entra en ellos; y el de sístole es el movimiento de contracción del corazón que expulsa la sangre que contiene. Según esta imagen fisiológica en el corazón de Don. Bosco se dan estos dos movimientos de corazón; “Da mihi anima” y “caetera tolle”

Analicemos el movimiento de “diástole” en el corazón de Don Bosco. El “Da mihi animas” pone en el centro de la vida del consagrado salesiano el sentido de la paternidad de Dios, las riquezas de la muerte y de la resurrección de Cristo y la potencia del Espíritu, que se dan a todo joven. Al mismo tiempo, estimula en él el deseo ardiente de hacer  conocer y gustar a los jóvenes sus posibilidades, para que tengan una vida feliz, iluminada por la fe, en este mundo, y la tengan salvada para la eternidad. Le impulsa a preocuparse, a emplear todas las fuerzas y todos los medios, incluso cuando se trata de un solo joven, de una sola alma.

Para Don Bosco el “Da mihi animas”, expresa la pasión por la salvación de las almas, que se concreta en la urgencia de evangelizar y en la necesidad de convocar vocaciones a la vida consagrada salesiana.

Las actitudes de fondo que animan el corazón del salesiano son: la caridad pastoral, que es el centro y la síntesis del espíritu salesiano y que encuentra su fuente en el Corazón de Cristo apóstol del Padre; la unión con Dios, secreto de crecimiento en la caridad pastoral, en la visión de fe y en un permanente compromiso de esperanza en la vida cotidiana; el sentido de Iglesia; el amor de predilección por los jóvenes, la amabilidad como expresión de la paternidad espiritual, el ambiente de familia, el optimismo y la alegría, el trabajo y la templanza, la creatividad y la flexibilidad, el sistema preventivo como síntesis de este compromiso; Don Bosco como modelo concreto del espíritu salesiano.

La pasión del Da mihi animas significa el fuego de la caridad. Ésta no se manifiesta sólo en la incansable laboriosidad educativa pastoral, sino también en la paciencia y en el sufrimiento, que en la cruz de Cristo asumen valor salvífico

 

La gloria de Dios y la salvación de las almas fueron la pasión de Don Bosco. Promover la gloria de Dios y la salvación de las almas equivale a conformar la propia voluntad con la de Dios, que se comunica a Sí mismo como Amor, manifestando de este modo su gloria y su inmenso amor a los hombres, que quiere que todos se salven.

Unión con Dios es vivir en Dios la propia vida; es estar en Su presencia; es participación en la vida divina que hay en nosotros. Don. Bosco hace de la revelación de Dios la razón de la propia vida, según la lógica de las virtudes teologales: con una fe que se hace signo fascinante para los jóvenes, con una esperanza que se hace palabra luminosa para ellos, con una caridad que se hace gesto de amor hacia los mismos.

Don Bosco tiende a la acción bajo el estímulo de la urgencia y de la conciencia de una misión divina. La laboriosidad en Don Bosco adquiere sentido en relación con el trabajo: consiste en comprometerse en las obras que Dios manifiesta que se hagan.

En él la pasión apostólica tiene una característica personal: la salvación se obtiene con los métodos de la amabilidad, de la mansedumbre, alegría, humildad, piedad eucarística y mariana, de la caridad hacia Dios y hacia los hombres.

El Rector Mayor en su última carta nos dice: “nuestros corazones se despertarán, sólo si logran sentir de verdad la pasión de Dios por los suyos; más aún, sentirla juntamente con Él. Y no hay camino más expedito y eficaz que la celebración eucarística; porque “la Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida de la Iglesia; lo es también de su misión. No podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por ese movimiento de la misión que, partiendo del corazón  mismo de Dios, tiende a llegar a todos los hombres. Así, pues, el impulso misionero es parte constitutiva de la forma eucarística de la vida cristiana” (ACG, nº 3).

Analicemos el movimiento de “sístole” del Corazón de Don Bosco. El segundo movimiento del corazón de Don Bosco es el “Caetera tolle”. Los dos movimientos están estrechamente unidos entre sí. Es más, sin una entrega diaria de nosotros mismos a Dios, que se autentifica en el desprendimiento de nosotros mismos, de las personas y de las cosas, para poder decir: “Que se haga según tu voluntad”, metiéndonos en las limitaciones de la vida cotidiana, sin esta entrega, no sólo no damos ningún paso en el camino de la santidad, sino que hacemos estéril incluso nuestro trabajo pastoral y educativo.

La entrega total al Señor, amado con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas, a través del “vaciamiento de sí”, el desprendimiento juega un papel central, insustituible. Don Girado nos recuerda: “El “caetera tolle” es fruto de un amor integral y arrollador hacia Dios: “Don Bosco en toda su vida amó a Dios con todas sus fuerzas y lo hizo amar por su prójimo”. “Este amor fue su único anhelo, el único suspiro, el deseo más ardiente de toda su vida. Lo repitió miles de veces: ¡Todo por el Señor y por su gloria!”. Su actividad prodigiosa, vertiginosa, encuentra fecundidad precisamente en su arraigue en Dios y en el desprendimiento absoluto de sí”:


La referencia a Dios se había convertido para Don Bosco en el centro unificador de todas las componentes de su personalidad, la razón de ser ideal y operativa. Todo lo demás adquiría significado e importancia en cuanto referido a Él, situado en su amoroso plan salvífico, proyectado en el horizonte de su “santísima voluntad”.

En esta óptica hay que entender el “caetera tolle”, que no es desprecio o devaluación de las cosas, sino gran libertad interior en la adhesión a la voluntad de Dios.

Tomo de la carta de convocatoria al CG 26 lo siguiente: “El “caetera tolle” motiva al consagrado salesiano a mantenerse a distancia del “modelo liberal” de vida consagrada. La atribución de la crisis a la cultura imperante, es decir, a factores como el secularismo, el consumismo, el hedonismo, no es suficiente. La vida consagrada históricamente nace como propuesta alternativa, movimiento contra-cultural, contestación y reactivación de la fe en situación de punto muerto. Es la debilidad de motivaciones y de identidad frente al mundo que hoy la hace frágil. Para Don Bosco la segunda parte del lema, “caetera tolle”, significa el desapego de todo lo que puede alejar de Dios y de los jóvenes. Para nosotros hoy esto se concreta en la pobreza evangélica y en la opción de ir al encuentro de los jóvenes más “pobres, abandonados y en peligro”, siendo sensibles a las nuevas pobrezas y colocándonos en las nuevas fronteras de sus necesidades.



LECTURA DE NUESTRO ELECTROCARDIOGRAMA


Si somos capaces de hacer el electrocardiograma con sinceridad y profundidad, podemos obtener de él una amplia gama de usos. Es posible que el diagnostico nos lleve a tomar una serie de medidas para despertar el corazón con la pasión del “Da mihi anima, caetera tolle”.


Veamos esa gama de usos:


+ Determina si tu corazón funciona normalmente o sufre de anomalías: secularismo, mediocridad en la vida religiosa, vaciamiento espiritual, mentalidad acomodaticia, relativismo…


+ Indica bloqueos coronarios arteriales: superficialidad, indiferencia, frialdad vocacional…


+ Detecta alteraciones por carencias o excesos: cansancio, debilidad vocacional, pesadez de estructuras, aburguesamiento, falta de compromiso, búsqueda del éxito y de la eficacia….


+ Permite detectar las anormalidades conductivas: bloqueos: consumismo, hedonismo, baja autoestima, alejamiento de los jóvenes, profesionalismo….


+ Muestra la condición espiritual en los momentos de esfuerzo: activismo, falta de entrega, ausencia de generosidad, pérdida de la gratuidad, búsqueda de seguridades, carencia sentido profético, cansancio….


+ Suministra información sobre las condiciones de nuestro ser salesiano: gracia de unidad, pasión por Dios, pasión por los jóvenes, desapego de la voluntad de Dios y de la entrega a los jóvenes….


El electrocardiograma es una forma de hacer el examen de conciencia y revisar tu corazón salesiano y compararlo con el de Don Bosco, que es para nosotros según el artículo 21 de nuestras Constituciones: padre y modelo de nuestra vocación salesiana. Es escuchar de nuevo el latido del corazón de Don Bosco que nos sigue gritando a todos los salesianos. ”Da mihi animas, caetera tolle” Volver a Don Bosco para que con él volvamos a los jóvenes e ir con ellos al encuentro de Cristo, respuesta a los interrogantes que llevan en sus corazones.


Dios sigue hoy contando contigo, como contó con Don Bosco, para decir a los jóvenes que les ama.










ANEXO 1


MI ELECTROCARDIOGRAMA


Es el momento de hacer mi revisión personal sobre mi corazón: Subraya aquello que está presente en tu vida:


Da mihi animas”

Creo que mi ser salesiano es inspiración divina que me hace vivir un estilo original de vida y de acción. La caridad pastoral es el impulso apostólico que me mueve a buscar las almas y servir únicamente a Dios (C. art. 10).

El corazón de Cristo es mi fuente y mi modelo de salesiano como apóstol del Padre. Soy sensible a los rasgos del Señor: sentido de la gratitud al padre, predilección por los pequeños y pobres; solicito en predicar, sanar, salvar. Urgido por el Reino. Asumo la actitud del Buen Pastor siendo manso y entrego mi vida a favor de los jóvenes. Congrego en la unidad a todos los hijos de Dios.(C. art.11).

Mi experiencia de Dios me viene dada en mi trabajo por la salvación de los jóvenes. Todo lo hago por amor a Dios (C. art.12).

Con la Iglesia continuadora de la acción de Cristo ayudo a crecer a los jóvenes. Con ella trabajo para extender el Reino de Dios ( C. art.13).

Creo que la vocación salesiana es don de Dios que me hace sentir un amor de predilección por los jóvenes. Este amor da sentido a toda la vida y ofrezco: tiempo, cualidades, salud (C. art.14).

Me siento enviado por Dios y por eso, imitando su amor soy abierto, cordial, doy el primer paso, acojo con bondad, respeto y paciencia a los jóvenes a los que Él me envía. Mi afecto por ellos es el amor de padre, hermano y amigo que suscita en ellos correspondencia es amabilidad. En mi afecto por los jóvenes dejo traspasar el amor preventivo de Dios (C. art.15).

Vivo en clima de familia que supone la confianza, el perdón diario, de alegría, de compartirlo todo. Nos regulamos todo por el movimiento del corazón y de la fe. Sólo así sé que podré ayudar a Dios a suscitar vocaciones (C. art.16).

Siento a Dios como Padre y por lo tanto ¡nada me turba! Esta vivencia me hace ser optimista, aprovecho lo bueno, amo lo que agrada a los jóvenes. Soy alegre y desde mi corazón que vive en Dios provoca la fiesta. (C. art.17)

Tengo sentido de lo concreto, soy capaz de leer los signos de los tiempos. El espíritu de iniciativa surge en mí como expresión de mi amor por los jóvenes y soy tenaz para salvar a los jóvenes (C. art.19)

Soy guiado por María, mi maestra y hago de mi trato con los jóvenes una experiencia espiritual y educativa regido por el Sistema Preventivo que es amor que doy gratuitamente a los jóvenes inspirándome y bebiendo de la caridad de Dios. Acompaño a los jóvenes con mi persona y estoy dispuesto a dar mi vida por ellos. El Sistema Preventivo informa mi relación con Dios, el trato personal con los demás y me dejo querer por los jóvenes (C. art.20).


Caetera tolle

Creo con Don Bosco que el trabajo y la templanza harán florecer a la Congregación.

Con Don Bosco renuncio en mi vida a todo aquello que es búsqueda de comodidades y bienestar material.

El trabajo es ante todo un acto de confianza en Dios que me lleva a tener una actividad incansable guiado sólo por hacer su voluntad. Hago las cosas bien con sencillez y mesura.

Mi trabajo es cooperar con Cristo en construir el Reino de Dios.

La templanza me ayuda a guardar mi corazón, a dominar mis impulsos e inclinaciones, a vivir con serenidad. Vivo las exigencias diarias para buscar la gloria de Dios y la salvación de los jóvenes (C. art.18).

Me vacío de mí mismo, es decir; hago desaparecer de mi vida todo lo que me aleja de Dios y de los jóvenes.


ANEXO 2

EL ELECTROCARDIOGRAMA DE DON BOSCO


Contrasta tu electrocardigrama con el de Don Bosco


Da mihi animas”

La caridad pastoral, es el centro y la síntesis del espíritu salesiano y encuentra su fuente en el Corazón de Cristo apóstol del Padre; la unión con Dios, secreto de crecimiento en la caridad pastoral, en la visión de fe y en un permanente compromiso de esperanza en la vida cotidiana; el sentido de Iglesia; el amor de predilección por los jóvenes, la amabilidad como expresión de la paternidad espiritual, el ambiente de familia, el optimismo y la alegría, el trabajo y la templanza, la creatividad y la flexibilidad, el sistema preventivo como síntesis de este compromiso; Don Bosco como modelo concreto del espíritu salesiano.


En él la pasión apostólica tiene una propia especificidad: la salvación se obtiene con los métodos de la amabilidad, de la mansedumbre, alegría, humildad, piedad eucarística y mariana, de la caridad hacia Dios y hacia los hombres.

Caetera tolle”

Para Don Bosco la segunda parte del lema, “caetera tolle”, significa el desapego de todo lo que puede alejar de Dios y de los jóvenes. Para nosotros hoy esto se concreta en la pobreza evangélica y en la opción de ir al encuentro de los jóvenes más “pobres, abandonados y en peligro”, siendo sensibles a las nuevas pobrezas y colocándonos en las nuevas fronteras de sus necesidades.


La entrega total al Señor, amado con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas, a través del “vaciamiento de sí”, el desprendimiento juega un papel central, insustituible.


El “caetera tolle” motiva al consagrado salesiano a mantenerse a distancia del “modelo liberal” de vida consagrada. Para Don Bosco la segunda parte del lema, “caetera tolle”, significa el desapego de todo lo que puede alejar de Dios y de los jóvenes. Para nosotros hoy esto se concreta en la pobreza evangélica y en la opción de ir al encuentro de los jóvenes más “pobres, abandonados y en peligro”, siendo sensibles a las nuevas pobrezas y colocándonos en las nuevas fronteras de sus necesidades.


Entender el “caetera tolle”, como la gran libertad interior en la adhesión y abandono a la voluntad de Dios.



ANEXO 3


ORACIÓN “DA MIHI ANIMA, CAETERA TOLLE”


Ambientación


(En el centro de la capilla o sala se tiene un corazón hecho de cartulina, un rostro de Don Bosco y unas tiras de papel de distintos colores. También se pueden tener siluetas de jóvenes o recortes de revistas donde vengan fotos de jóvenes).


MONICIÓN DE ENTRADA


En el logotipo del Capítulo General 26 podemos ver resumida la finalidad del mismo Capítulo: despertar el corazón de todo Salesiano con la pasión apostólica de Don Bosco. El corazón puede parecer actualmente oscurecido por tantas realidades, situaciones y dificultades, que están representadas por las líneas entre el corazón y Don Bosco. El “Da mihi animas, caetera tolle” pide al corazón de todo salesiano, en un horizonte de fidelidad vocacional personal a Don Bosco, ir al origen y al corazón de la pasión educativa de Don Bosco, representada por la imagen de los jóvenes. El corazón de todo salesiano es el centro del mensaje del logotipo. Es preciso ir a lo profundo para despertar el corazón, para asumir con renovado entusiasmo el programa espiritual y apostólico de Don Bosco, para presentar a Don Bosco hoy en la persona de todo salesiano. Que así todo “hijo de Don Bosco” pueda llegar a ser Don Bosco hoy; ¡a través de cada salesiano Don Bosco vuelva a estar entre los jóvenes!


CANTO a Don Bosco


SALUDO DEL PRESIDENTE


P. El Dios que nos ha convocado para anunciar a los jóvenes su amor de Padre. Esté con todos vosotros.


T. Y con tu espíritu.


OREMOS


Señor, Dios nuestro,

en tu providencia nos has dado a San Juan Bosco,

padre y maestro de los jóvenes,

que, bajo la guía de la Virgen María,

trabajó con entrega infatigable por el bien de la Iglesia;

suscita también en nosotros la misma caridad apostólica,

que nos impulse a buscar la salvación de los hermanos

para servirte a ti, único y sumo bien.

Por nuestro Señor Jesucristo...



AMBIENTACIÓN A LA PALABRA


La Palabra de Dios nos convoca a experimentar su amor manifestado en Jesús, Palabra encarnada. Es esta Palabra la que provoca nuestra misión: ser entre los jóvenes misioneros del amor de Dios por los jóvenes. Es en esta Palabra donde Don Bosco sintió, alimentó su máxima “Da mihi anima, caetera tole”.



1ª LECTURA (Filp. 4, 4 – 9)


Queridos hermanos:


Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta. Todo cuanto habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, ponedlo por obra y el Dios de la paz estará con vosotros.


PALABRA DE DIOS



Canto: “Danos un corazón grande para amar…”


EVANGELIO ( Jn. 10, 11 – 15)


Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.


PALABRA DEL SEÑOR



MOMENTO PARA LA REFLEXIÓN Y EL SIGNO


En el centro de la capilla está expuesto un corazón de cartulina y las fotos de los jóvenes tal como viene en el logotipo del CG 26. A los hermanos se les entrega una tira de papel que puede ser de colores. Se les invita a que escriban en esa tira aquello que nos impide ir con Don Bosco hoy a los jóvenes.

Se deja un tiempo para que lo piensen personalmente y luego que vayan poniendo ese papel sobre el corazón, pueden expresar el contenido de lo que han puesto en el papel. Sobre estas tiras se pone la foto o cartel de Don Bosco.

Terminado este momento el que preside o anima la oración invita a la asamblea a pedir perdón o ayuda a Dios según lo que ha sido la puesta en común.

Se termina con la oración del CG 26.





ORACIÓN A DON BOSCO (del CG 26)


DON BOSCO:


Tú fuiste suscitado por el Espíritu Santo, con la intervención materna de María, para contribuir a la salvación de la juventud.

Tú nos has sido dado por el Señor como padre y maestro, y nos has confiado un programa fascinante de vida en la máxima “Da mihi animas, caetera tolle”.

Tú nos has transmitido, bajo la inspiración de Dios, un espíritu original de vida y acción, cuyo centro y cuya síntesis es la caridad pastoral.

Haz que nuestro corazón pueda ser inflamado por el fuego del ardor y del impulso evangelizador, para ser signos creíbles del amor de Dios a los jóvenes.

Haz que sepamos aceptar con serenidad y alegría las exigencias cotidianas y las renuncias de la vida apostólica para la gloria de Dios y la salvación de las almas.

Haz que el Capítulo General pueda ayudarnos a reforzar la identidad carismática y a despertar la pasión apostólica. AMEN.







El acceso a Jesús según Benedicto XVI1


Gabino Uríbarri, sj2


Estas páginas quieren ser una invitación a la lectura del libro de Benedicto XVI sobre Jesús, cuya versión española, sorprendentemente aún no ha salido al escribir estas líneas3. Sin entrar en todos los temas posibles, muchos de ellos fascinantes, me voy a referir al tipo de libro y a lo que considero su cuestión más nuclear, asuntos ambos íntimamente relacionados.


En el prólogo (pp. 10-23) se nos aclara bien la intención última. Muchos de los libros sobre Jesús que hoy circulan, recogiendo elementos de la exégesis histórico-crítica, más bien descomponen la persona de Jesús entre lo que se puede asignar al llamado «Jesús histórico» y lo que habría sido invención posterior de la comunidad, constituyendo el denominado «Cristo de la fe»4. Sin embargo, el resultado final deja la fe en una situación precaria, puesto que la divinidad de Jesús aparece más bien como un añadido posterior. Así, da la impresión de que los evangelios no serían del todo fiables en la totalidad de sus contenidos sobre Jesús. Frente a este tipo de libros, Benedicto XVI se propone mostrar la consistencia y la fiabilidad de los evangelios mismos (p. 20), con la figura total y completa de Jesús que ofrecen, de tal manera que entonces la fe de la Iglesia y de aquellos que se acerquen a los evangelios quede fortalecida y edificada5. Por ello, sin negar la importancia de la historia y la posibilidad del estudio histórico de la persona de Jesús (p. 14), su libro no se sitúa en ese derrotero (esp. pp. 343, 369).


Ahora bien, aunque no se centre en el llamado problema crítico, no puede dejarlo del todo de lado. Sería excesivamente ingenuo y revelaría una notable ignorancia escribir hoy un libro sobre Jesús sin percatarse de la gravedad de preguntas como ésta: ¿conocemos en verdad, a dos mil años de distancia, al Jesús de Nazaret real? El libro del Papa responde afirmativamente y, al hacerlo, toma postura como teólogo ante uno de los debates intelectuales más apasionantes de los dos últimos siglos. El tema de fondo no reside primariamente en la discusión acerca de los rasgos concretos que constituyen la figura auténtica de Jesús, sino en un punto que condiciona previamente cuáles pueden ser esos rasgos: ¿cómo acceder a Jesús? Dado que Jesús fue un personaje histórico, ¿no debería descansar la última palabra sobre la figura de Jesús en la ciencia histórica, con sus controles metodológicos, sus recursos críticos, su rigor y su pretensión de objetividad? O, planteando el nudo del asunto con otra formulación: ¿supone la fe necesariamente una tergiversación en la búsqueda del Jesús real o, por el contrario, una ayuda imprescindible? Como se puede apreciar, el debate versa sobre la relación entre historia y fe: ¿cuál es la vía que proporciona el conocimiento más sólido y aquilatado de Jesús de Nazaret: la fe o la historia? O ¿es posible una conjunción de ambas, fe e historia, y, de ser así, en qué sentido lo es y con qué articulación? ¿Acaso la fe contamina el acceso al Jesús real o es un elemento indispensable del mismo?

La pregunta más radical que recorre el libro es la confrontación con la escuela teológica que más divulgó esa supuesta división en los evangelios: entre lo que procedería del Jesús terreno e histórico y lo que habría sido elaboración posterior de la comunidad. Uno de sus paladines mayores fue Adolf von Harnack, a quien el Papa cita al final de la introducción (p. 32), señalando que él se sitúa claramente en las antípodas de Harnack. Benedicto XVI quiere responder al teólogo que más ha influido a la hora de propagar una visión de Jesús recortada hacia lo históricamente verificable, poniendo así en una situación precaria la profesión de fe cristológica: la creencia en la divinidad de Jesucristo, que sería una construcción eclesial secundaria con respecto al mismo Jesús original.


¿Cuál era la postura de Harnack? En el semestre de invierno de 1899/1900, Harnack ofreció un curso abierto a todos los estudiantes de la universidad de Berlín, donde enseñaba. Ante un auditorio de unos 600 oyentes, pronunció dieciséis conferencias magistrales que fueron estenografiadas, revisadas por el autor y posteriormente publicadas con el título La esencia del cristianismo. Solo en alemán superó los 70.000 ejemplares, y fue traducido a catorce lenguas. Allí plasmó su visión de la teología y su comprensión no solamente del acceso a Jesús de Nazaret, sino también de la figura de Jesús.


Yendo a lo esencial, Harnack es bien explícito. En el prólogo a la edición de 1925 dice: «Precisar la esencia del cristianismo es una tarea histórica, puesto que en esta religión se trata de un anuncio que se ha realizado históricamente»6. Así pues, en definitiva, el teólogo o quien estudie la figura de Jesús de Nazaret es, ante todo, un historiador. La vía para acceder a Jesús es la historia, no la fe. Desde estos presupuestos se define la figura de Jesús, cuyos rasgos constitutivos habrán de ser, lógicamente, accesibles al historiador independientemente de su fe, supuesta su pericia y su buena disposición.


El punto de cristalización de los desarrollos de Harnack, como de cualquier teólogo de talla, se encuentra en la cristología: en la comprensión de la figura de Jesús, que se aborda de modo más expreso en la lección octava. Allí se pregunta: «Tiene Jesús un puesto en el Evangelio?»7 es decir, ¿trata el Evangelio directamente acerca de Jesús? Según Harnack, la persona misma de Jesús no pertenece al Evangelio, sino que en éste se nos transmite el mensaje acerca de las grandes cuestiones humanas de la vida: la gracia y la misericordia, la vida eterna, el alma, etc. Jesús cumplió el Evangelio y representaría como una especie de verificación en persona de la verdad expuesta en el Evangelio. Más en concreto, en el Evangelio no hay ninguna cristología, no hay ninguna profesión de fe acerca de Jesús. «No puso Jesús en el Evangelio las palabras “Yo soy el Hijo de Dios”»8. Así, en resumidas cuentas, si se privilegia la historia en el acceso al conocimiento de Jesús de Nazaret, el resultado final consiste en que Jesús es un gran personaje de la historia con un mensaje, incluso válido, acerca de Dios como Padre y de las grandes cuestiones de la vida. Sin embargo, no queda recogida de un modo claro su divinidad. Su identidad última, su yo, es como el nuestro9, sin diferencia alguna, incluso a pesar de su conciencia de una relación tan singular con Dios que le hace considerarse a sí mismo Hijo de Dios.


A pesar de estos desarrollos, queda siempre algo enigmático y no encasillable en la figura de Jesús. Si Jesús tiene un mensaje novedoso y válido sobre Dios, no se puede evitar la pregunta: ¿de dónde procede ese conocimiento de Dios? Aquí Harnack queda estupefacto: «Tendría que haber vivido una vida asimilable a la de Jesús, por lo menos en parte, quien se viera capaz de arrojar un poco de luz en este punto»10. Es decir, solamente en el interior de su yo se podrá dar una explicación cabal de su conocimiento de Dios y de la legitimidad del mismo. Desde el punto de vista teológico, tal aspecto es capital. Sin una respuesta clara, todo el mensaje de Jesús, a pesar de su belleza, novedad y atractivo, queda en suspenso, sin acreditación.


El libro de Benedicto XVI se sitúa precisamente en esta encrucijada: ¿podemos acceder al yo de Jesús, descubrir su identidad última?; ¿pertenece el mismo Jesús al contenido esencial del Evangelio?; ¿se consideró Jesús y se autoproclamó claramente como el «Hijo de Dios», como parte del contenido fundamental de su mensaje, de tal manera que la confesión de fe pertenece de hecho al Evangelio?; ¿podría entonces darse el caso de que la cristología sea inherente y consustancial a los mismos evangelios?


A lo largo de su libro, el Papa desgrana todas estas cuestiones. Su quicio estriba en el acceso a Jesús. Evidentemente, para entrar en el yo de Jesús es preciso acceder a su intimidad, a su interior, ver el interior de Jesús. Dicho interior más profundo es la relación íntima y profunda, constante y diáfana con el Padre. El acceso a este yo es posible porque Jesús, en lugar de ocultarlo a los discípulos o ponerles ante un enigma indescifrable, se lo transmitió; los discípulos lo captaron y lo reflejaron en los evangelios (ej., p. 328).


Esta penetración en la intimidad de Jesús y de su relación con el Padre supone también una comprensión interior de la oración de Jesús, del latido profundo que alienta su vida, de lo que es el centro mismo de su existencia, de su identidad, desde donde se explican sus palabras y su praxis (ej., pp. 166, 219, 309-310, 337, 357, 395)11. Dicho acceso supone, por tanto, la comunión con Jesús y la participación en su relación con el Padre. ¿Es esto posible? Desde la perspectiva de la mera ciencia histórica, desde luego que no; por muy pulida que resulte la metodología científica, no podemos penetrar en la profundidad dinámica de la relación de Jesús con Dios desde los instrumentos que nos proporciona la historia. Con razón reconocía Harnack un límite infranqueable para el historiador Pero precisamente ésa es la acción del Espíritu en los creyentes: la participación en la vida misma de Jesús. El apóstol Pablo lo recoge con claridad suficiente: «Y, como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “Abbá, Padre!”» (Gal 4,6).


Por tanto el auténtico acceso a la realidad de Jesús, al Jesús más real y verdadero, es a través del Espíritu; es gracias a la fe, que ni niega ni destruye la historia, sino que descubre su interioridad y su profundidad última (pp. 272-277), mientras que sin la fe la mirada sobre los mismos acontecimientos se queda en la superficie, en la cáscara (p. 337)12. Desde aquí se rompe toda dicotomía entre el Jesús de la historia, estudiado por los historiadores, y el Cristo de la fe, confesado por los creyentes; entre el Jesús adorado en la liturgia y el estudiado en los evangelios; entre el artesano de Nazaret y el Hijo de Dios. Los evangelios recogen la verdad del único Jesús real (esp. pp. 349-352 y todo el capítulo 10).


En este libro, Benedicto XVI se nos entrega claramente como pastor que se preocupa por alimentar, sostener y edificar la fe de la comunidad cristiana y de aquellos que buscan al Jesús real; pero también como teólogo que toma postura ante los temas más difíciles y debatidos, con una argumentación seria y razonada. Esta conjunción de teólogo y pastor es, precisamente, la que ha caracterizado a los Padres de la Iglesia. Estamos de enhorabuena.









El mundo de los videojuegos: desafíos de una poderosa herramienta educativa13

José María Balboa y Jorge Álvarez Aguirre

Los Cooperadores Paulinos, conscientes de la «riqueza» educativa, y del impacto social que genera el uso de los «videojuegos» hemos realizado un foro, en el que han participado varios jóvenes «usuarios» de «video-juegos». Destacamos en este artículo los aspectos más relevantes surgidos de este encuentro, que nos invitan a hacer una reflexión positiva y a incluir en el «apostolado de la comunicación social» este tipo de «ocio» como un reto para los «Pastores del mañana».


Los videojuegos representan en la actualidad una de las entradas más directas de los niños a la cultura informática y a la cultura de la simulación.


Los videojuegos no poseen tan sólo un factor motivacional sino que a través del juego se puede aprender, se pueden desarrollar destrezas, habilidades, estrategias. Hoy en día nadie discute que se puede «aprender jugando». A pesar de tener aspectos criticables como la violencia o el sexismo, se advierte un fuerte condicionamiento en los comportamientos de los «jóvenes» que debe ser encauzado de forma positiva y creativa.


Nuestra sociedad actual, con todos sus avances tecnológicos, ha convertido al ser humano en un consumidor de tecnología. Consumimos 3G, consumimos MP3, consumimos SMS y, por supuesto, consumimos videojuegos, sobre todo nuestros jóvenes. Ahora bien, las nuevas tecnologías cambian tan rápidamente que nos resulta prácticamente imposible reflexionar acerca de las implicaciones que producirán en la sociedad y en cada uno de los individuos que la componemos.


Centrándonos en el tema que nos ocupa en este artículo, los videojuegos presentan una serie de características propias, acerca de las implicaciones y los cambios que producirán en nuestra sociedad y que se podrían sintetizar en las siguientes:


El videojuego integra diversos medios de comunicación y por tanto diversas dimensiones simbólicas (música, imagen, diálogo) en un solo soporte. Por su propia naturaleza es dinámico, el usuario se siente cada vez más implicado en la historia o historias que se nos ofrecen en él. De alguna manera pondríamos decir que el usuario es el protagonista. Una tercera característica del videojuego es su interactividad. Merece la pena que dediquemos un poco de tiempo a esta tercera característica, ya que en muchas ocasiones se habla de ella, pero pocas veces tenemos claro qué significa interactividad.


La interactividad sería la posibilidad que tiene el receptor, en nuestro caso el usuario de videojuegos, para apropiarse y personalizar el mensaje recibido. De alguna manera podemos decir que el participante se implica en el mensaje. Desde la implicación más simple, la difusión unilateral que se da en el juego individual, hasta la implicación más elevada, el diálogo múltiple que se da en los juegos de rol con múltiples usuarios, pasando por el diálogo recíproco, en los diálogos que se dan en los mundos virtuales.



Temas recurrentes y sus riesgos


Violencia. Algunos juegos presentan una violencia gratuita, donde se constata la existencia de un deleite y un regodeo en las acciones violentas. Podríamos calificarla de innecesaria, pues se disfruta únicamente por el hecho de eliminar al enemigo de una manera brutal. Nos encontramos a una inmensa distancia de aquella otra violencia «inocente» de «matar marcianitos». Pero hasta el momento no se ha demostrado empíricamente que los videojuegos generen agresividad, aunque en la práctica este sea uno de los aspectos más cuestionados. La mayoría de los autores que han investigado sobre el tema coinciden en concluir que no existe una transferencia de la violencia vivida en el videojuego a comportamientos violentos posteriores de los jugadores. Si bien cabe admitir que el resultado de distintas investigaciones marca diferencias entre jugar solo o en grupo, entre niños o entre niñas.


Adicción. Se trata de un factor que también preocupa mucho. De hecho, todos los juegos crean una cierta adicción, es una de las claves del éxito de un juego, incluyendo a los ya tradicionales. El hecho de jugar conlleva que sea trascendente mientras se juega, pero debe ser intranscendente una vez terminado.


Traslademos los efectos a cualquier actividad que ofrezca el mismo tipo de interés para nuestros niños y adolescentes o incluso para nosotros mismos. Cuántas veces nos hemos quedado hasta altas horas de la madrugada atrapados por el interés de una lectura, aún a sabiendas que al día siguiente tendremos un mal día; todos hemos experimentado a menudo las ganas de aparcar los problemas y sumergirnos en otras actividades de evasión y en ello no consideramos que exista ningún peligro, más bien una necesidad, una terapia. Todo depende del control que podamos ejercer sobre estas prácticas.

En los juegos de ordenador siempre existe una relación entre la dificultad que conlleva el juego y el control que se ejerce sobre el mismo. Una vez superado o alcanzado un nivel de ejecución suficiente como para dominar el jugador al programa, la atracción disminuye y entra en los cauces de la normalidad. El hecho sigue siendo comparable a cualquier otra actividad de ocio. Gailey afirma que hay un primer período intensivo que dura entre tres semanas y seis meses, dependiendo de las personas, en los que los jugadores están muy pendientes del juego. A partir de este primer período, la mayor parte de niños no juegan como exclusión de otras actividades y muestran el mismo interés que siempre en jugar con los otros niños y con sus padres.


Sexismo. Es en este terreno en el que mayor número de investigaciones existen. Uno de los primeros autores que destacó el carácter sexista de los videojuegos fue Provenzo (1991) que tras efectuar un análisis exhaustivo de los juegos en el mercado llegó a la conclusión de que en la mayor parte, los personajes femeninos eran inexistentes o tenían un papel pasivo: la princesa a la que el protagonista del juego tenía que salvar.


Si tenemos en cuenta que el acceso de los niños y las niñas al mundo de la informática se produce a través de los videojuegos. Las desigualdades en cuanto a acceso hacen prever una utilización muy diferenciada entre sexos y de aquí la preocupación por el uso, cada vez más generalizado, de los videojuegos por parte de los niños.


El uso diferencial no es sólo en cuanto a juegos de ordenador sino también en el uso del ordenador mismo. Los niños utilizan más el ordenador que las niñas y éste es más percibido como un instrumento para niños más que para niñas Cornelia Brunner y sus colaboradoras (1998) resumen así la actitud del hombre y la mujer delante del ordenador:


La mujer se lo imagina como un medio; el hombre se lo imagina como un producto; la mujer lo ve como un instrumento; el hombre lo ve como un arma; la mujer lo quiere utilizar para comunicarse; el hombre quiere utilizarlo para controlar; a la mujer le impresiona su potencial para crear; al hombre le impresiona su potencial de poder; a la mujer le interesa su flexibilidad; al hombre le interesa la velocidad; a la mujer le atrae su efectividad; al hombre le atrae su eficiencia; a la mujer le gusta la facilidad que tiene para compartir; al hombre le gusta porque le da autonomía; a la mujer le gusta integrarlo en su vida personal; al hombre le gusta consumirlo; a la mujer le gusta explorar mundos; el hombre quiere explotar sus recursos y potencialidades; la mujer se siente potenciada con él; el hombre quiere trascender con él.


Ante las «vivencias» citadas, son muchas y variadas las acciones que pueden ayudar a enriquecer las relaciones de los jóvenes con los videojuegos; en las fechas de navidad hay que destacar el aluvión de publicidad acerca de las nuevas consolas, nuevos juegos, que buscan motivar a todos los miembros de la familia a usar este tipo de «ocio».



Los videojuegos en la escuela


Los educadores, pueden crear en las escuelas foros que ayuden al joven-niño a elegir el tipo de videojuego, el género más conveniente según la edad del joven- niño, así como a descubrir valores sociales en los videojuegos, de acuerdo con sus capacidades. Sería fantástico, que en las escuelas se generaran cursos de formación para que los usuarios sepan elegir en función de parámetros que respeten la convivencia, que potencien los valores humanos y promuevan la solidaridad entre las personas.


España está viviendo momentos de convivencia claves para su futuro; el incremento de nuevos residentes, creará retos para la sociedad en la integración de nuevas culturas, usos y costumbres de estos colectivos; sería interesante plantearse desde este tipo de ocio colectivo que se manifiesta con el uso de videojuegos, acciones de integración a partir de dinámicas creadas con “contenidos” que ayuden a integrarnos, a potenciar los valores de la familia, y en suma a defender una sociedad más justa, solidaria y equilibrada. Si las escuelas generasen estos foros y recopilasen las conclusiones, darían una valiosa ayuda a los padres y apoyarían el desarrollo adecuado de las habilidades de los jóvenes en muchos ámbitos.


Tengamos, además, en cuenta que el uso de los videojuegos como un material informático más en la escuela supone una aproximación por parte del profesorado, que hasta el momento no ha visto la potencialidad de este producto o simplemente, lo considera excesivamente complejo. En este sentido, el profesor o profesora que utiliza videojuegos debe replantearse su propio papel dentro del aula porque, en muchos casos, se le escapará el control del videojuego en sí mismo ya que no es extraño que los estudiantes estén mucho más capacitados que los profesores en el dominio técnico del programa. Por ello, su incidencia no está en el juego sino en su uso, su análisis y utilización para adquirir unos objetivos educativos concretos.


Al producto en sí mismo hemos de añadir la influencia del entorno de uso. El videojuego introducido en la escuela se trasforma, ya no es un programa para jugar sino que el juego tiene una intencionalidad educativa. Utilizaremos el juego para desarrollar unas determinadas habilidades o procedimientos, para motivar a los alumnos y/o para enseñar un contenido curricular específico.


En definitiva, consideramos que los videojuegos:


  • Permiten aprender diferentes habilidades y estrategias.

  • Ayudan a dinamizar las relaciones entre los niños del grupo, no sólo desde el punto de vista de la socialización sino también en la propia dinámica de aprendizaje.

  • Permiten introducir el análisis de valores y conductas a partir de la reflexión de los contenidos de los propios juegos; sería el apostolado de la buena prensa del futuro.




Jóvenes postcristianos: ¿desertores o pioneros?


Juan Luis Herrero del Pozo



Revista de Pastoral Juvenil. Después de dudar, mantengo el título porque la carga emotiva de la “deserción” religiosa de nuestros jóvenes puede mantenernos en vilo e impedirnos la rutina y la resignación: ¿son desertores o nos están diciendo algo importante? ¿No llevan buena parte de razón? También muchos de nosotros estamos distanciándonos de la institución eclesial o tal vez ella de nosotros, del mundo moderno, por su inadaptación a él y su traición al evangelio. El fenómeno es tan grave y extendido que cada día se habla más de cambio de época, de ‘tiempo axial’: está muriendo lo viejo y no bastan reformas, mas lo nuevo todavía es incierto y no podemos errar el camino. El meollo de estas reflexiones está, pues, en el subtítulo.

En efecto, toda religión es un sistema humano de mediaciones (creencias, símbolos, prácticas) que permiten al ser humano configurar su relación con Dios. En cuanto sistema humano de relaciones, ninguna religión –tampoco el cristianismo- es un absoluto, sino algo relativo a las culturas y los tiempos: tal es su sustancia. Si ésta se pierde, la religión no sirve y se impone el derecho -y la obligación- de cambiarla por otro sistema de mediaciones religiosas más fiel. La transición, nada fácil, puede dejarnos temporalmente “fuera del paraguas”, a la intemperie. Aunque no tanto, porque hay algo que no se puede perder como es la espiritualidad que late en toda actitud religiosa válida; la espiritualidad (encontrar a Dios en el hermano) como único sustrato imprescindible para que el increyente “viva” a Dios aunque no crea y el creyente...”como si Dios no existiese”.

Los padres que nos tomamos en serio lo religioso nos sentimos en buena medida tristemente desconcertados por el abandono religioso de nuestros hijos: hoy en día y en occidente la mayoría de ellos, tanto chicas como chicos, “desertan” de la iglesia; en la pubertad dejan de acompañarnos a misa y, con ello, las prácticas religiosas.



1. Un éxodo doloroso

Las causas de este fenómeno no admiten un análisis simplista. En parte, nuestra conciencia nos reprocha un déficit de testimonio personal. Por otra parte, no se nos ocurre imaginar que existan para ellos otros caminos válidos que, por lo demás, tampoco parecen buscar. En cualquier caso, la súbita desaparición en su vida de toda estructuración religiosa -aunque sigan creyendo en Dios- les incomoda menos que la falta de sentido y la rutina de sus anteriores prácticas tradicionales. A partir de ahí, la vida de pareja, los hijos, el estudio, los amigos, el trabajo... saturan su vida. No merece mención, por su simplismo interesado, la explicación eclesiástica oficial que echa todo a cuenta del hedonismo ambiental y de los desvaríos modernos de la juventud. Como de costumbre, cualquier cosa menos ver la viga en el ojo propio. Todo menos sospechar de una causa estructural más que coyuntural de este fenómeno.

Y ¿cómo lo viven ellos? Sólo lo podemos adivinar: la comunicación entre padres e hijos, al menos en lo religioso, ha ido disminuyendo hasta extinguirse a medida que éstos crecían. Sólo nos queda -salvo mejor información- elucubrar dentro de la lógica: probablemente no viven con indiferencia la nueva situación; de alguna manera perciben que nos están frustrando en algo importante para nosotros; tal vez su propia conciencia les interroga también: ¿no estarán fallando igualmente a Dios? Temen que no se trate simplemente de dejar atrás cosas de la infancia y es probable que sientan en su interior la ambigüedad agridulce de una deserción-liberación que, en ocasiones, llega a extremar la racionalidad y deshacerse de la idea misma de Dios. De todas formas el tema de lo religioso, como problema entre padres e hijos, pronto queda aparcado casi definitivamente. Lo que no obsta para que muchos padres sigan rezando -¡y hasta peregrinando a pie a la basílica del Pilar!, como he conocido un caso- por la conversión de su hijo.



2. Éxodo justificado y sin retorno

Me temo que esta frustración de los padres sólo se justifique en parte. Tal vez las siguientes reflexiones mitiguen su inquietud, por más que el problema rebote hacia planteamientos aún más cuestionantes para todos: ¿y si nuestros hijos no fuesen desertores sino pioneros de nuevos caminos?

Una cosa es clara: nuestros jóvenes se aburren soberanamente en las liturgias cristianas. Y seamos sinceros -¡que no es fácil!-, también muchos adultos. De éstos, unos asisten por deber; otros toman la misa como el acto piadoso tradicional del cristiano o como un rato de recogimiento y oración; tal vez para más de uno el aroma del templo, mezcla de cirios e incienso, pertenece a ese sustrato sensorial de la infancia tan sugerente como el olor del puchero de la abuela. Y no sólo la liturgia está encausada; lo está todo: nuestro peculiar lenguaje religioso, a veces tan ridículo como el de los clérigos de la radiotelevisión de la Conferencia episcopal; nuestro mundo conceptual tan medieval como el de los viejos catecismos o el de los actuales documentos eclesiásticos; la retahíla de dogmas de los que nos sonrojamos en la catequesis y, aún más, delante de cualquier agnóstico; el estilo totalitario de la organización de la Iglesia; su altiva pretensión de única religión verdadera; su ordenamiento jurídico trasnochado y sofocante; su moral sexual inhumana; su misoginia adobada de voluntad divina etc. etc. En nuestros tiempos mozos tragábamos todo. Educados en una carencia general de sentido crítico -las cosas de la religión eran así y no podían ser de otra manera- no se nos pasaba por la mente poner nada en tela de juicio. Ya no es así y vano es esperar que la moviola de la historia vuelva atrás y que “recuperemos” algún día a nuestros hijos para lo caduco.



3. No los culpemos : el hogar eclesial es inhóspito

Atendamos un instante a las coordenadas del fenómeno. Nuestros hijos hacen mutis por el foro en una edad en que no ha habido lugar para el desencanto ni para la mordedura de la ambición o del dinero. A veces son sólo adolescentes, es decir, están en la edad de los grandes ideales. No es por ahí por donde se produce la sangría. Por otra parte, su éxodo silencioso es decididamente masivo y no sólo de grupos sociológicos afectados por determinados problemas. Finalmente, no nos engañemos, nuestros jóvenes no echan en falta a Dios. Salvo alguna crisis especial, la mayoría vive serena y relativamente cómoda sin él. Para nada pesa sobre ellos la angustia de lo que representaría una apostasía práctica. Bien pensadas las cosas -y sé lo que voy a decir- el Dios de la religión no es especialmente útil y su ausencia del campo de nuestra conciencia es la situación más habitual en la existencia humana. Porque o no se ha descubierto nunca a Dios o nos hemos fabricado de él una falsa idea o, una vez descubierto y amado, se esconde y nos toca vivir etsi Deus non daretur, como si Dios no existiese. El abandono de lo religioso en los jóvenes entraña, pues, más carga enigmática de la que parece. Si no somos ciegos ante los signos de los tiempos, todo ello indica algo serio. Me permito adelantar una hipótesis.

Los hijos de cristianos convencidos no desertan de la religión propiamente por debilidad o infidelidad sino que dicen adiós a un lóbrego e inhóspito hogar en el que, en lugar de encontrar a Dios liberador, se les ha cargado con el yugo de la ley. Con lo cual, aunque sea sin tomar conciencia de ello, nos están gritando que las cosas deberían ser de otra manera. No son desertores sino pioneros.



4. Una religión que no sirve

Me atrevería a resumir mi hipótesis en dos puntos: por una parte, el sistema de mediaciones religiosas que da lugar a una determinada religión, en lugar de ser vehículo de la relación sana con Dios, puede devenir en pantalla opaca y obstáculo, como ocurre en el cristianismo, por la traición de las iglesias. Por otra parte, el lugar básico, nuclear e imprescindible del encuentro existencial con Dios no es la religión, que puede faltar, sino la espiritualidad, que podríamos definir como la vivencia (consciente o no) de lo trascendente, al menos en su punto de cristalización imprescindible cual es la acogida y apertura sincera a los demás seres humanos.

Respecto al cristianismo actual, forzoso es reconocer que en el occidente cristiano se está produciendo, aunque tímidamente y en minorías, un sobresalto de autenticidad. Se va extendiendo como mancha de aceite otro estilo de cristiano, esponjado y libre. Y ello desde la base, sin esperar ningún permiso oficial; harto hemos constatado que este pontificado nos ha retrotraído al invierno preconciliar (¡atención al próximo documento vaticano Pignus redemptionis sobre la liturgia!). A falta de pastores audaces, apenas nos sentimos comprendidos y asistidos por un puñado de teólogos y teólogas más punteros. Incluso ellos son, con frecuencia, tan moderados y prudentes -se diría que por miedo- que, al menos cuando escriben, o bien soslayan los problemas fronterizos o los disimulan bajo fórmulas alambicadas en exceso polisémicas.

Las cosas están cambiando, la revolución de este tiempo-eje no se detiene pero urge acelerarla con clarividencia y audacia: por dos razones principales: porque la sangría de jóvenes que comentamos no se detiene y sin ellos poco futuro nos queda y, sobre todo, porque la mediocridad eclesial del momento (jerarquía y pueblo) es indiscutiblemente el mayor obstáculo para el Reino, si por Reino entendemos la humanización integral, con preferencia por los empobrecidos que son dos tercios de la familia humana (ni siquiera Teresa de Calcuta va más allá de ser una cristiana a medias: es heroico dar la vida por los pobres y le agradecemos su testimonio pero es más necesario acabar con los sistemas que los fabrican -y en esto le reprochamos, como a quien la ha canonizado, sus silencios y ambigüedades-).

Urge, pues, la revolución en las iglesias desde la base. La configuración de éstas ya no transparenta la utopía cristiana sino la oculta; para los jóvenes... y para muchos adultos, entre los que me cuento (también como ocultador, por cierto). Ahora bien, semejante revolución parece tarea imposible en un constructo secular tan monolítico, tan trabado y de tan férrea disciplina como es, sobre todo, el cristianismo católico: ¿no se limita a veces la intención a simples reformas cosméticas? ¿qué se puede esperar de decisiones jerárquicas en un eventual nuevo concilio? ¿qué es lo secundario y qué lo principal? ¿qué es lo cambiante y qué lo inmutable? Preguntas decisivas para una refundición de la iglesia.

Para responder a estas preguntas, es decir, para conducir este proceso de cambio profundo existen, a mi entender, al menos un par de claves previas sin las que no cabe dar un paso. La primera es cuestionar el papel del poder jerárquico. No lo negamos como servicio y carisma pero cuestionamos frontalmente su sentido y ejercicio actuales; por lo demás, su historia secular, con sus graves errores tanto en ortodoxia como en ortopraxia, nos ha enseñado a recelar de su pretensión de vehicular indefectiblemente la voluntad de Dios. Desde ahí nunca llegará el cambio, ni siquiera mediante un concilio de corte más o menos aperturista. Pero no me detengo en esto. La segunda clave estriba en caer en la cuenta y entender que no puede existir religión alguna que Dios haya vinculado a su propia decisión, es decir, que sea revelada en el sentido clásico del término. Y siendo esto así, que nada existe ni puede existir en cualquier religión (tampoco en la cristiana) que sea inmutable en virtud del derecho divino.



5. Nada religioso es intocable

Nada es inmutable porque, en cualquier religión, nada es imputable a una decisión divina previa. Toda religión es una realidad histórica, construida enteramente como libre respuesta humana al Dios que solicita desde la hondura a todo ser humano: “Mira que estoy a la puerta llamando: Si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap. 3, 20). El condicional indica una respuesta libre. Ahora bien la libertad excluye cualquier predeterminación. Si algo queda bien claro en el nuevo paradigma teológico es que la acción de Dios no interviene en la autonomía de la evolución cósmica (la libertad sobre todo), precisamente porque no llega desde las afueras del ser quien constituye “lo más íntimo de mi más profunda intimidad” (intimior intimo meo). Y lo que realiza ese Ser tan cercano e interior es crear nuestra respuesta libre, no sustituirla o adelantarse a ella predefiniéndola. Digo bien ‘crear’ y no sólo ‘posibilitar’ porque la evolución del cosmos está asistida, en todos sus momentos –y el acto humano libre es uno, culminante-, por la que llamamos creación continua o acto permanente de Dios confiriendo el ser a cuanto emerge como tal. La dificultad de comprensión se agudiza cuando la realidad creada es el acto humano libre y más precisamente cuando éste constituye una respuesta religiosa a Dios. Si hablamos de respuesta ¿no estamos afirmando una llamada previa, es decir, un proyecto religioso preestablecido en la mente de Dios, una religión revelada? Así lo han entendido las religiones. De ahí que se rebelen contra cualquier cambio de una realidad que interpretan como venida de Dios. El inmovilismo fundamentalista acecha casi a cualquier religión y, en especial, al cristianismo. En esa articulación entre respuesta humana y llamada de Dios es donde anida desde siempre el gran equívoco que afecta a todas las religiones y que hay que denunciar.



6. La no resuelta controversia “de auxiliis”, alimento del “viejo paradigma”.

Aunque con letra pequeña por razones prácticas, me detengo en este punto, decisivo para poder aceptar el llamado ‘nuevo paradigma’ teológico: es concretamente su clave metafísica de la que dependen todas las demás (antropológica, hermenéutica etc.) y que, sin embargo, no es objeto de una particular atención por parte de los autores. Y no nos engañemos, el que se trate de la clave metafísica no significa que su interés sea teórico o sólo académico. Esta clave ha falseado toda la espiritualidad cristiana y, desde ahí, toda la religión construida sobre aquella. La incomprensión que existe entre viejo y nuevo paradigma es un asunto vital para la unidad y el futuro de la iglesia. Merece la pena un breve apunte que los pastoralistas habrán de convertir en moneda fraccionada.

El problema que tratamos depende, en realidad, de otro más originario, el de la comprensión de la relación entre creado e Increado. Ahí es donde se establece el tener que rechazar cualquier “intervencionismo” divino en razón de la “autonomía” del cosmos y de su evolución que son una adquisición irrebatible de la modernidad. La relación libertad-gracia es una simple aplicación de la relación creado-Increado. Pero esta aplicación no se suele hacer y eso explica la controversia “de auxiliis” cerrada por Roma pero no resuelta todavía.

A lo largo del siglo XVI y décadas posteriores, los discípulos de Bañez y Molina anduvieron enzarzados en una polémica en la que finalmente Roma impuso silencio; éste acarreó, a mi entender, nefastas consecuencias: la relación entre la gracia o don gratuito de Dios y la libertad humana permaneció peligrosamente falseada. En el imaginario colectivo eclesial triunfó un bañezianismo popular, es decir, la oscura percepción de una gratuidad arbitraria de los dones divinos que hería de muerte la seriedad de la responsabilidad del hombre, en la práctica, única e irremplazable constructora de la historia: aún seguimos pidiendo a Dios para el tercer mundo el pan que sólo depende de nosotros o salvamos nuestra responsabilidad ante la increencia diciendo que Dios da la fe a quien quiere (mientras estas creencias no se saneen, la oración de petición seguirá siendo una trampa mortal).

La disputa consistía en discernir cómo se articulaba la acción de Dios (la gracia) con la humana (la libertad). Según la prioridad que se les asignara o bien se negaba la gratuidad del don de Dios o bien desaparecía la libertad. Hace casi 50 años, en una simple nota a pie de página en el libro De gratia Christi de H. de Rondet, el P. Sertillanges me iluminó decisivamente al hacerme entender que el problema no tenía solución porque simplemente estaba mal planteado. Para mí este hecho abonó el terreno para entender hoy el nuevo modelo de pensamiento teológico que tardaría décadas en cuajar.

Mientras acción divina (o creación) y acción humana libre (o creatura) se articulen al modo único que conocemos, de concurso e interferencia propios de las realidades o causas humanas (es decir, en el plano predicamental o categorial), no salimos del ‘impasse’. Es imprescindible acceder a otro plano, el estrictamente metafísico, el que llamamos trascendental porque, al pensar la articulación de lo divino y lo creado, es preciso trascender, es decir, dar un salto epistemológicamente difícil, más allá de todo lo humano cognoscible. Sin ello, todo está falseado: la plena afirmación de Dios iría en detrimento de la plena afirmación de lo humano y a la inversa. Si definimos el acto libre sin incluir en su mismo ‘ser-libre’ el soporte creador de Dios lo negamos en cuanto ‘ser creado’. E, inversamente, si definimos el don de la acción divina como pre-definitorio de la libre respuesta humana, ésta queda negada en su ser específico. Somos prisioneros de una forma meramente antropológica de plantear el misterio Dios-creatura que es preciso (pero difícil) trascender. El acto libre no es resultado de dos causas yuxtapuestas, la humana y la divina, que se reparten el efecto; al contrario, todo es de Dios y todo es del hombre; mas aunque sea necesario pensar lo humano como ontológicamente sustentado por Dios no equivale a entenderlo como predeterminado. Entiendo que es preciso que se dé un cierto ‘clic’ mental para pasar del nivel predicamental, único que experimentamos, al trascendental que constituye lo diferente de Dios. Sólo cuando se produce este ‘clic’ se supera el pensamiento mágico que, hoy por hoy, vertebra y pervierte la estructura entera de lo religioso (ver mi Superación del pensamiento mágico, Revista electr. Latinoamericana de Teología (ReLAT) nº 324 en ‘Servicios koinonia’). Es magia cualquier corrección, retoque, interferencia, reajuste o intervención atribuidos a Dios en la libre historia de los hombres que pre-definan o pre-establezcan (ontológica y no sólo temporalmente) lo que ésta deba y vaya a ser.. Es magia y metafísicamente contradictorio con el ser de Dios y con el de la libertad humana. Piénsese un momento en las implicaciones -no es el momento de justificarlas- y se deducirá que no hay lugar para ningún intervencionismo divino: elección de un pueblo, vocación sobrenatural, gracia selectiva, providencia preveniente, predestinación, concepción sin pecado original, revelación exógena, modelo divino de iglesia, asistencia infalible, ‘presencia real’ en la Eucaristía, milagros etc. Desde este saneamiento metafísico ineludible, toda la teología clásica se queda sin soporte. Por eso insisto en que se trata, a mi entender, de la clave metafísica del nuevo paradigma.



7. En la práctica... actuar “como si Dios no existiera”

Evidentemente el encabezado necesita explicación.

La resolución de la inconclusa controversia “de auxiliis”, sobre la articulación entre gracia y libertad, no podrá llevarse hasta sus últimas consecuencias si no se alcanzan las raíces más hondas (como se apuntaba en la letra pequeña de arriba) con la reelaboración del clásico tratado “de creatione” para situar, en nuestro limitado lenguaje humano, la relación transcendental creado-increado. Es lo que realiza luminosamente A. Torres Queiruga (ver Recuperar la creación, Sal Terrae, 1997). No me detengo más.

Hecho lo cual, queda lo más importante: trasladar esta perspectiva metafísica a una nueva actitud vital práctica que puede inducir un revolucionario cambio en el comportamiento religioso cristiano. En éste, lo propiamente religioso debería perder su centralidad en beneficio de una nueva espiritualidad que podría resumirse así: seguir a Jesús “etsi Deus non daretur”, como si Dios no existiese. La paradoja no es ni heterodoxa ni novedosa. Ya San Agustín presentó una traducción vital práctica de la aporía metafísica recién señalada. Pedía al cristiano que asentase su fe (confianza) en Dios como si todo dependiera de Él pero actuase y trabajase como si todo dependiera de sí mismo, es decir, como si Dios no existiese. A riesgo de repetirme: el ser humano sustentado por Dios en lo más profundo del ser y del actuar, no lo es de forma pre-determinada, de tal modo que -aunque todo es Don, “tout est grâce”, decía Bernanos- las decisiones históricas de los hombres son en exclusiva responsabilidad suya, sólo a ellos imputables para bien o para mal. Pero el bañezianismo solapado triunfante confirió carta de ciudadanía al ‘pensamiento mágico’ innato y dio al traste con gran parte de la conciencia de responsabilidad: “Dios lo ha querido”, “está escrito”, “si Dios quiere”, “Dios concede sus dones a quien quiere”... El cristianismo popular implica en gran medida la quiebra de la responsabilidad humana. Hemos sacrificado la responsabilidad a la seguridad. Por eso cuando descubrimos en el nuevo paradigma que todo depende de nosotros, se desvanece la idea tradicional de ‘providencia’, vivimos la experiencia del silencio de Dios y nos asalta el escalofrío de la intemperie... Todo ha dependido y depende de nosotros, también en la invención ayer y metamorfosis hoy de lo religioso. La religión es un sistema humano de mediaciones con Dios que sólo valen mientras sirven. ¿Cuáles y en qué medida nos sirven hoy?



8. No queda piedra sobre piedra

RPJ.- Sirvámonos, para el caso de la iglesia, de un símil más concreto. La iglesia se nos presenta hoy como un edificio extraordinariamente complejo (también es “pueblo de Dios”, “cuerpo de Cristo”, etc.). Como realidad histórica humana se vio lógicamente sometida desde sus comienzos al condicionante de las personas y culturas en las que cristalizaba. Del mismo modo, ha seguido evolucionando exclusivamente (el Espíritu no es un factor más) conforme a las leyes de la libertad y condición humanas, en el error y la verdad, en la fidelidad y la traición. Hasta lo que hoy es. Cuando el pensamiento crítico -y muy en especial gracias a la crisis de la Ilustración- mete la piqueta en este portentoso y monumental edificio ¿por qué ceder al pánico si llegáramos a constatar que no queda piedra sobre piedra? ¿Acaso queda todo arrasado? De ningún modo. Queda la lección de la historia y...¡las magníficas piedras de sillería de los cimientos escondidos! Me explico. Si seguimos paso a paso lo que el nuevo paradigma teológico realiza al repensarlo todo, el desmonte de la vieja teología es casi total. A partir de ahí, se recupera lo fundamental, las piedras de los cimientos. Sobre ellas se puede alzar un nuevo edificio eclesial que, fiel a los ‘signos de los tiempos’, aparecerá como algo sencillo, sereno y bello, inteligible y razonable, tanto más divino cuanto más humano. No es mera ensoñación: hay cristianos que, tras el dolor del paso por el crisol y por la oscuridad de la noche, están haciendo la experiencia de un esponjamiento del alma y una renovada vitalidad. “¡Esto es otra cosa!” reconocen al descubrir cómo, liberadas sus energías de tanto lastre, pueden invertirlas ahora en la serena contemplación de lo real -con Dios al fondo- y en la lucha por los pobres.

Nada humano es, pues, intocable. Baste la mención de algunos ejemplos para ser concretos y transparentes y no disimular el alcance del asunto (“de qua re agitur”) como si pretendiéramos eludir las iras de la autoridad vigilante y suspicaz.

Se puede y se debe pasar todo por el crisol: la distinción entre clero y laicado, los estratos jerárquicos desde el Papa hasta el cura de pueblo, las estructuras del sistema eclesiástico, la iglesia como único pueblo de Dios y única religión verdadera, la distinción entre iglesia docente y discente, los fundamentos mismos del derecho canónico, el número de sacramentos, el hecho de que los mismos símbolos sacramentales sirvan en Roma o en la Amazonia, en el siglo primero o en el XXI, la interpretación tradicional de los dogmas (pecado original, inmaculada concepción, virginidad de María, trinidad, divinidad de Jesús, sacrificio de la cruz, universalidad de su salvación, “presencia real” en la eucaristía, infalibilidad magisterial, el infierno, el diablo...), la moral sobre todo sexual y de familia, la distinción entre vida seglar y vida consagrada, la obediencia incondicional a las leyes eclesiásticas...y un larguísimo etcétera. Todo es fruto de la responsabilidad histórica humana, nada nos ha llegado dictado por Dios, nada es de derecho divino, todo es, por lo tanto, sujeto a reforma o refundición. ¿Alguien que se sienta a gusto en la nueva teología podría señalar algo en la institución eclesial (sistema dogmático, conjunto celebrativo y organización de gobierno) que, a su entender, sea intocable? Un diálogo sería de agradecer. Es obvio que no es éste el lugar de hacer paso a paso ese proceso de repensar todo lo que llamamos fe cristiana. Muchos teólogos lo están realizando por sectores teológicos aunque la síntesis total (siempre provisional) no sea para mañana.



9. No cualquier cambio es oportuno

Lo dicho vale para cualquier religión. Todo lo religioso se sitúa en el ámbito de las mediaciones que la humanidad se da para vivir la relación con el misterio, con lo numinoso. Todo en el sistema de mediaciones de cualquier religión es histórico y humano. Lo que importa es que lo sea de forma auténtica, conforme a lo más genuino de la realidad humana en cada tiempo y cultura. Sólo en la medida en que una realidad es profundamente humana puede decirse divina. Y sólo esta autenticidad delimita los contornos de lo mudable. Todo, en efecto, puede cambiar pero no todo es oportuno que cambie. Valga algún ejemplo. El símbolo de la iniciación cristiana, el bautismo, no tiene por qué ser la purificación con el agua en todas las culturas y podría cambiar. Sin embargo, no se me ocurre -dentro de mi escaso saber en antropología- que exista alguna cultura en la que la comida entre humanos se reduzca exclusivamente a un acto biológico. Parece que el juntarse para compartir el alimento puede, en cualquier rincón del mundo, constituir un momento privilegiado de estrechar los lazos humanos, crear amistad y fraternidad. Pues bien, éste es precisamente el núcleo simbólico de la eucaristía, de modo que la reunión fraterna alrededor de la mesa podría ser en cualquier lugar el eje celebrativo de la comunidad creyente. Es más, se puede pensar que todo ágape realmente fraterno es eucarístico en mayor o menor grado, conforme a la densidad y autenticidad humanas con que se celebra y del amor que genera (¡ésta es la ‘presencia real’!) .Por ello, importa menos si la “última cena” de Jesús fue o no un hecho histórico. Ni él ni sus amigos inventaron ningún sacramento nuevo especial. Estos leyeron y descubrieron con genial naturalidad la hondura de las comidas de Jesús que tanto mencionan en los relatos evangélicos y, a partir de ahí, en perfecta continuidad, hicieron de la comida, de “la fracción del pan”, el corazón de la comunidad presente y el anticipo del banquete del Reino. Por eso resulta tan estridente la distorsión histórica en el caso citado del bautismo y de la eucaristía: se absolutiza y preserva a ultranza el agua del bautismo y, sin embargo, se fosiliza el símbolo de la eucaristía reducido a caricatura ridícula (hasta hace cuatro días) e in-significante e incomprensible (todavía hoy).

Valga otro ejemplo. Bajo instituciones más o menos acertadas, la democracia (sociológica, política, económica, cultural...) es un logro definitivo de las relaciones humanas dignas. Que no nos pretendan convencer los viejos teólogos de que no es aplicable a la iglesia bajo pretexto de que el poder viene de Dios a la autoridad jerárquica. Para cualquiera que estudie el tema con mayor rigor teológico, semejante concepción resulta una tontería. La estructura piramidal, autoritaria, jerárquica y sacerdotal de la iglesia (no la articulación de carismas y servicios) está llamada a desaparecer (la apostolicidad no se sitúa ahí). La iglesia que venga -que no imaginamos cuán distinta será- habrá de ser un prototipo de democracia para la misma sociedad civil.



10. La conciencia, criterio último

Resumiendo: no cualquier cambio es oportuno pero no existe nada en las religiones que sea intocable. El criterio de discernimiento es la autenticidad de lo humano. Lo cabalmente humano va a seguir sirviendo. El resto, aunque haya parecido tradicionalmente pertenecer a algo revelado por Dios, si no es auténticamente humano, será caduco. El criterio de discernimiento es, pues, el don más preciado que hemos recibido de Dios, la conciencia habitada por Él. Esto es salir del fideísmo, sin, por ello, caer en el racionalismo. Por supuesto, por razón o conciencia entendemos, no precisamente la mera razón instrumental que aboca al humanicidio, sino el conjunto da facultades (inteligencia, afectividad, intuición...) de la persona en diálogo con la comunidad creyente, con la historia humana y con la propia tradición. Así entendida la razón o conciencia, santo Tomás de Aquino se atrevía a afirmar que el cristiano debía estar dispuesto a arrostrar la excomunión de la iglesia si era por fidelidad a la propia conciencia. Más de un santo subió así a la hoguera.



11. Es peligroso creer en Dios

La deconstrucción de lo religioso caduco afecta no sólo a las instituciones sino a la misma idea de Dios. Este es incluso el reducto más peligroso.

En general, tendemos a pensar que Dios es el centro y objeto de toda religión y que de la fe en él dependen y derivan creencias y comportamientos. Gandhi hacía depender la paz entre los pueblos de la paz entre las religiones. Yo más bien este logro lo atribuiría a la superación de las religiones. Que no se malentienda.

Es manifiesto que, ayer y hoy, buena parte de los conflictos y guerras se han producido en nombre de Dios. En este sentido es peligroso creer en Dios, no por él sino por la idea que de él nos hacemos. Las ideas tradicionales de Dios le han perjudicado a él y a nosotros: el Dios sancionador, el milagrero, el que debe ser movido a compasión con nuestra plegaria, el que permite la muerte del inocente y la maldad del verdugo, etc.: el noventa por cien de la gente piadosa está probablemente impregnado de estas concepciones de Dios. Las religiones más extendidas son las de la magia y los falsos dioses (ver “Superación del pensamiento mágico. Necesaria clave hermenéutica en toda religión”, l.c.) .

Por lo demás, la gente no piadosa, que es la mayoría, vive sin necesitar a Dios aunque en teoría no lo nieguen: no se necesita la afirmación de Dios para vivir, organizar la sociedad, preparar el futuro, e incluso hacerlo honestamente. Lo malo es que el lugar de Dios es ocupado por muchos sustitutos, grandes y pequeños: el dinero, el poder, la moda, el cuerpo, la bola de cristal, el fútbol, el patrono del pueblo, el cantante de moda, la estrella de cine... Dios, lo que es Dios tomado en serio, cada día tiene menos adeptos, al parecer.



12. Insuficiencia de la “experiencia religiosa”

La idea de Dios sólo sirve en el campo de la religión cuando, por una parte, ésta ha superado el pensamiento mágico y, por otra, no ha caído en los fetiches y sustitutos mencionados. Ahora bien, una idea de Dios válida, depurada de toda esa ganga, es aún más minoritaria si por tal entendemos la que es capaz de cambiar la vida desde una experiencia religiosa interior. Mas ¿en qué consiste ésta, quién la ha hecho, cómo discernirla con garantía? El temperamento, la edad, el equilibrio psicológico de cada persona revisten tal experiencia de aspectos más o menos emotivos y sensibles o más o menos ilusorios. Lo decisivo no está ahí. Lo importante es “caer en la cuenta” de lo que Dios implica para mí, con una hondura y radicalidad tales que se traducen en una opción de vida en la que él (y el ser humano con él) será lo primero y lo último. Es decir, la experiencia religiosa es sólo verificable en sus frutos. Es el tesoro escondido del Nuevo Testamento que polariza la vida entera. Como se ve, no es tanto una creencia, una percepción intelectual, cuanto un sentido existencial y un estilo de vida. Tal experiencia puede darse como un episodio puntual y concentrado o como una convicción más difusa que va adueñándose poco a poco de nuestra realidad e impregnando el día a día. Aunque conviviera todavía con resabios mágicos, esta experiencia puede imprimir en la vida una orientación básicamente válida.

Así entendida, la experiencia interior de Dios no es, tal vez, algo muy generalizado ni siquiera entre personas de mucha práctica religiosa. Aunque sólo Dios es juez, pretendo sugerir que ni siquiera tal experiencia interior es decisiva, dado que también ella se presta a falsificaciones y conciencias erróneas. Por muy importante que sea insistir en ella, tampoco es lo prioritario e ineludible de la predicación, de la catequesis y de la educación religiosa de nuestros hijos.

Por lo dicho, cabe entender la afirmación de que históricamente ha resultado peligroso creer en Dios: ha sido fuente de muchos conflictos, ha distorsionado numerosas realidades vitales, ha deformado demasiadas conciencias, ha convivido sin ascos con la injusticia, el prestigio, el poder, el dinero, la ideología neoliberal y los partidos de derecha, se ha prestado a ser sustituido por mil fetiches, ha preterido o devaluado sin razón lo humano, ha dado lugar a oscuros misticismos etc. De modo que una fe en Dios realmente cabal (equilibrada, coherente y operativa) es lo menos habitual en la vivencia religiosa humana. Las mediaciones religiosas actuales no sirven, las concepciones sobre Dios están bajo sospecha, las experiencias religiosas son ambiguas... ¿de qué nos podemos fiar? El camino propiamente religioso implica tantos riesgos que tiene que existir algún otro que, cuando menos, le sirva de contraste y validación. Pues bien, se podría decir que de faltar algún mandamiento, más vale que sea el primero (amar a Dios) que el segundo (amar al prójimo).





13. Hacia una nueva espiritualidad.

La afirmación última es arriesgada, no lo dudo. Porque si ni siquiera Dios es una de aquellas piedras de los cimientos que permanecen una vez desmontado el viejo edificio religioso ¿con qué nos quedamos? Soy cristiano y no dudo de Dios. Sólo pretendo afirmar que no es Dios el camino más seguro para llegar a Dios sino el hombre. De alguna manera el ser humano pasa delante de Dios. Vinculado a la Tierra, el hombre es el único proyecto universal que puede unirnos a todos los individuos y pueblos. Este proyecto está a la base no sólo de la construcción de la sociedad y de todo proyecto socio-político, sino de la misma reforma religiosa, de todo diálogo entre religiones, de toda espiritualidad.

Lo dicho hasta ahora nos permite tal vez entender la espantada de los jóvenes y la crisis religiosa de occidente en general. Lo que más inseguridad puede provocar es que, en una época de transición profunda como la del actual tiempo axial, ha muerto lo viejo sin que haya nacido lo nuevo. La situación es incómoda aunque prometedora. Los miedos conservadores son injustificados: no es en la religión donde nos jugamos lo esencial de la fe. No es que lo más humano sea prescindir de las mediaciones religiosas que siempre serán necesarias. Aunque en las comunidades cristianas deberemos ser creativos para ir descubriendo otro modelo de iglesia en cuanto al pensamiento, la celebración y la organización. Pero, de momento, tal vez hayamos de transitar el desierto sin religión que recorren los jóvenes ‘desertores’ (o dejar buena parte de la religión entre paréntesis) con tal de que, desde hoy mismo, descubramos la espiritualidad auténtica. Sin ésta, cualquier eventual nueva construcción religiosa recuperará los vicios del pasado.

Lo espiritual es más abarcante y hondo que lo religioso y es la condición de su autenticidad. Es, incluso, lo único imprescindible. Si nuestros hijos, abandonada cualquier práctica religiosa, descubriesen la dimensión espiritual trascendente de la existencia -suya y de los demás- nada estaría perdido. Ahora bien, esta dimensión espiritual trascendente consiste en descubrir a Dios en el hombre. O bien Dios y hombre se vivencian juntos o Dios es una escapatoria. Aquí se sitúa la experiencia fundante de lo espiritual auténtico, en cualquier religión, incluida la cristiana.

Lo que llamo experiencia fundante se asemejaría a un medallón en el que la cara cóncava sería la réplica exacta de la convexa. Ésta representa la experiencia del encuentro con el ser humano; aquélla la experiencia de Dios. Feuerbach diría que la cóncava, Dios, es simplemente proyección de la convexa, el hombre. El creyente lo entiende a la inversa: por ser el hombre proyección o proyecto de Dios, lo refleja. En la experiencia fundante el hombre es prioritario: sólo en la medida en que acogemos al hermano encontramos a Dios, incluso aunque hayamos rechazado la idea de éste. La intuición de Juan es profundamente genial: “quien no ama a su hermano a quien está viendo, a Dios, a quien no ve, no puede amarlo” (1 Jn 4, 21). Es como si sólo fuese visible la parte convexa, el relieve del medallón y sólo a partir de ella cayéramos en la cuenta de cómo es la cóncava.

En la más auténtica intuición de Jesús no es el encuentro religioso con Dios el núcleo de la utopía del Reino sino el hecho samaritano: aquel hereje religioso y marginado que se inclina sobre el herido mientras los dos ‘clérigos’ judíos (sacerdote y levita) pasan de largo. Jesús opera con su palabra y actitud una de las más atrevidas revoluciones del pensamiento religioso: a un pueblo que le pide que le muestre a Dios le invita a volverse hacia el hombre. A la hora de la verdad por esto seremos juzgados: “Me disteis de comer... cuando lo hicisteis a uno de estos pequeños” (Mt 25). Dios es inefable, inalcanzable, huidizo... sin embargo nos topamos constantemente con él: la esposa con rulos, el hijo que ha suspendido o el otro que se droga, el vecino que hace ruido, el amigo incómodo, los ciudadanos que se niegan a participar, el sin trabajo y sin vivienda, el inmigrante sin papeles, el viejo que muere solo... y esos millones de lejanos desconocidos que nuestra rapiña y derroche matan cada día. Buscar respuestas para todo eso, ahí está el Reino.

Se trata, así pues, de la “regla de oro”, la más veces afirmada desde toda la antigüedad en todas las religiones, la que nos pide simplemente ser tan positivos con los demás como con nosotros mismos, la base de toda ética y de la auténtica espiritualidad, el punto de encuentro para la humanidad. Porque es exactamente el punto de cristalización de la propia persona, desde la propia perspectiva psicológica. La persona no es algo estático sino una realidad dinámica, histórica, algo que se construye como un nudo de relaciones con los demás. El “yo” de la persona no existe sino en el encuentro y la apertura al “tú”. Si la experiencia del bebé es negativa en este encuentro durante los primeros meses, todo su futuro está gravemente comprometido. Cuando el individuo fracasa en las relaciones con los otros se aliena, se pierde a sí mismo. La salud mental y espiritual es confrontación y equilibrio entre el egocentrismo inevitable y el altruismo (de “alter”, otro) imprescindible.

Esta centralidad del amor concede la primacía a la acción sobre el pensamiento, al comportamiento sobre las creencias, a la ética sobre la dogmática, a la ortopraxia sobre la ortodoxia. Es preciso, aunque sea difícil, reaccionar contra la tendencia secular opuesta de la cultura occidental y cristiana.

En el “otro”, en el ser humano más humilde y desvalido que tenemos enfrente anida y se esconde ontológicamente la más seria llamada de Dios y ahí es donde espera de nosotros la respuesta decisiva (Mt 25). Ofrezco por si sirve a alguien una intuición personal. Siempre me ha resultado desconcertante la realidad del enamoramiento: en ningún comportamiento humano coexiste mayor fuerza vital con más irracional -¿o supra-racional?- apuesta. Parece como si, en este fenómeno de la “psiqué” humana, el corazón encontrara la más potente y enigmática atracción o llamada del ser; el ser del otro provoca y arrastra de manera tan por encima de su peso específico que o bien se trata de un deslumbramiento ilusorio e irracional o bien es algo meta-racional; como si en tan poderosa llamada de un ser concreto palpitara, en realidad, la atracción del Ser total. Sé que el “flechazo” es una trampa del instinto (¿quién si no, se embarcaría en tan peligrosa aventura?), o tal vez una invitación a seguir apostando en la dirección que marca esa flecha. Pero estoy convencido de que la naturaleza señala ahí algo profundo: el tomar tan en serio a otra persona provoca un éx-tasis o salida de sí mismo. Lo difícil estriba en caer en la cuenta de que el “flechazo” apunta a lo trascendente, de que ‘tomar tan en serio’ a un semejante fuera del impulso instintivo es una respuesta, en conciencia, al Ser que nos solicita en el hermano. Aunque se rechace conceptualmente la idea de Dios, la justicia, la solidaridad y fraternidad imprimen un sentido trascendente a la vida. Filosóficamente, esta afirmación vital de Dios puede coexistir con la negación nocional. La apertura al “otro” trasciende el yo del egoísmo individualista y supera el solipsismo en el que la psicología descubre enfermedad y frialdad de muerte. Si cada uno de nosotros se percibe como un centro en alguna medida absoluto en cuanto que es imposible no referir todo al yo (no amaríamos a Dios, si no constituyese un bien nuestro, decía Tomás de Aquino), el acto por el que me abro al otro como a un “alter ego” absoluto implica que en el “otro” late la llamada de un Absoluto que nos supera y da sentido a ambos.

Con esta primacía del amor -cualquiera que sea la trascendencia que le reconozcamos- alcanzamos los cimientos del edificio religioso así como el punto crítico de humanización en cuanto tarea común entre creyentes y agnósticos. Si, más allá de los tópicos de la catequesis, nuestros hijos aprenden bajo nuestro techo a descubrir que en el encuentro altruista con los demás se juega lo realmente importante de la existencia, no por abandonar la religión quedarán privados de la espiritualidad esencial.

14. La aportación de Jesús de Nazaret

Curioso nuevo paradigma teológico que hasta ahora parece prescindir de Jesús, si no es para citarlo. En efecto, hasta el momento se ha puesto el acento en un tipo de reflexión que puede ser común a los humanos en general. Si es válida, ésa es precisamente su ventaja. No obstante, me considero cristiano; incluso debo reconocer que, a lo largo de mi ya dilatada vida, no he sufrido ningún atisbo de duda respecto a Jesús de Nazaret. Entiendo que, en la religión y espiritualidad cristianas, la aportación de Jesús es uno de esos cimientos que persisten cuando el espíritu crítico ha desmontado el edificio secular de la iglesia. Podemos, incluso, reconocer que el elemento anteriormente aceptado como cimiento, el de “la regla de oro”, núcleo de toda espiritualidad, es precisamente el corazón del Evangelio (Buena Noticia) de Jesús. La regla de oro, potenciada y afinada hasta extremos inimaginables ofrece un portentoso proyecto de humanización: fraternidad universal, igualdad radical, justicia y amor compasivo, perdón de las ofensas, prioridad de los que no cuentan en el sistema, etc.

Sin embargo, lo más específico de la vida y mensaje de Jesús no es fruto de ninguna elección privilegiada (único y universal salvador) por parte de la divinidad. En el pensamiento moderno no hay lugar para ningún “intervencionismo” divino desde las afueras de la historia. La acción creadora de Dios desde dentro del proceso evolutivo y con un respeto absoluto a sus leyes internas constituye algo así como un torrente de fuerza y de luz que intenta abrirse paso en la mente humana consciente y libre. Todo es de Dios y todo de la libre respuesta creada que en ningún modo queda sustituida ni predeterminada por aquél. En los millones de años del devenir histórico algunas personas han dado una respuesta especial y han influido poderosamente en sus culturas, dando lugar a movimientos religiosos nuevos. Jesús de Nazaret destaca como uno de los más grandes. ¿Insuperable? Sólo lo infinito lo es. El cristianismo no es así fruto de una intervención especial de Dios. Todo en Jesús y después de él es plenamente humano y sólo discernible y validable por sus frutos.

El trabajo de desmonte del nuevo paradigma alcanza también a los textos evangélicos. A los cristianos viejos su variado contenido nos suena a ya conocido. Apenas se inicia una lectura en la celebración eucarística ya sabemos cómo sigue y cuál va a ser el comentario. Nadie espera alguna novedad. ¿Por qué? Nuestra lectura tradicional de la Biblia no es virgen sino muy deformada e ideologizada. No sólo por falta de herramientas hermenéuticas frente a textos muy alejados de nuestra cultura sino porque leemos la Biblia a la luz del catecismo y de los dogmas. Lutero luchó contra tal aberración pero el poder eclesiástico retiró la Biblia de manos de los cristianos.

Los contenidos bíblicos, no sólo los textos, se hallaban desde siglos recubiertos de una espesa capa de prejuicio ideológico, como la bella piedra original de esas viejas iglesias que la incultura del pasado había embadurnado de yeso. Pues bien, cuando creíamos conocer los evangelios casi de memoria, nos vemos invitados a redescubrirlos. Los desmontes del nuevo paradigma teológico permiten una experiencia apasionante en una lectura nueva del Nuevo Testamento. La eliminación de los viejos clichés del pasado nos deja una imagen de Jesús y de su mensaje desconocidos. En los evangelios no hallamos propiamente unas verdades o una religión nuevas, sino un estilo de vida que surge de una lectura de la realidad hecha con mirada limpia, penetrante y libre. ¿Cómo explicarlo? Sin duda, los evangelios no son la historia aséptica de Jesús. Nunca existe una historia aséptica de alguien porque sería mutilarlo: sólo el que ama llega al fondo de la persona (aunque ello comporte sus riesgos). Los evangelistas se hacen eco de las experiencias más fuertes que la cercanía y acompañamiento de Jesús produjeron en sus seguidores. El impacto que causó aquel ser excepcional es de tal fuerza, densidad y hondura que hizo de aquellos seres marginales del pueblo judío rapsodas de lo infinito. El Jesús que transparentan es un personaje fuera de serie, lejos de edulcoraciones posteriores: prudente y audaz, fuerte y tierno, exigente y compasivo, modesto y genial, vigoroso y a veces cansado, realista y místico, generoso, entrañable y fuerte... pero, sobre todo, soberanamente libre. Suscita optimismo y esperanza pensar que la especie humana puede alcanzar tales alturas y, sin duda, no hemos acabado todavía de asombrarnos ante la figura de Jesús.

No existe, sin embargo, una percepción automática de la sencilla grandeza de este personaje. Hubo quien lo tachó de bebedor, comilón y endemoniado. Sólo la belleza empatiza con la belleza, el amor con el amor. Es lo que se produjo en los primeros discípulos. El “seguimiento”, el discipulado consiste en sintonizar con su opción y estilo de vida. Ésta es la quintaesencia del ser cristiano: conocimiento y vida se retroalimentan; seguirle en la vida diaria permite descubrirle más, conocerle más lleva a vivir a su estilo. No valen palabras, hay que probar. Sabiendo de entrada que aquí no caben medias tintas. La radicalidad en la opción de seguir el estilo de vida de Jesús no nos garantiza, sin embargo, la seguridad de ser siempre fieles pero excluye el pacto con la mediocridad.

Una vez más: nada es intocable en el cristianismo salvo el mensaje de Jesús y la experiencia del “seguimiento”. Desde esta experiencia podrá construirse más bien una espiritualidad que una religión, conforme a la distinción utilizada por J. Mª. Vigil. Jesús no fundó ninguna iglesia, ni siquiera una religión. Él vivió ante Dios la experiencia del “abba” (papá) con total libertad frente a las viejas mediaciones que sacralizaban ritos (sacrificios), espacios (templos) y personas (sacerdocio). Un nuevo estilo de vida con un objetivo único que él denominó “Reino de Dios”, y que hoy llamaríamos Proyecto de humanización holística, privilegiando a los pobres y excluidos del sistema. El indio de la Amazonia profunda, el hindú, el pigmeo de la selva africana no habrán de renunciar a ninguna realidad propiamente humana de sus tradiciones seculares pero, al adoptar el estilo de vida de Jesús, descubriendo a Dios como Padre-Madre y a los otros seres humanos como hermanos, purificarán e iluminarán la densidad de su cultura religiosa sin necesidad de abandonarla. Las comunidades humanas de los nuevos seguidores, superando las fronteras religiosas tradicionales, podrán ser muy diferentes unas de otras pero coincidirán en lo esencial, el amor. Las mediaciones propiamente religiosas, sistema de creencias, celebración, organización, se adecuarán a cada tejido cultural y serán incluso, tal vez y ojalá, un potente imaginario simbólico que frene la globalización niveladora.

Siendo para el cristiano algo fundante la experiencia de Jesús, ni siquiera él es un absoluto en sus perfiles concretos. Jesús también vivió la limitación y el error propios de toda creatura. Tampoco él agota la múltiple variedad y riqueza de las inconmensurables experiencias de Dios que los mejores representantes de la humanidad han vivido y seguirán viviendo. Jesús no es celoso y reconvino a los discípulos que se extrañaban de que otros ajenos a él hicieran milagros. Jesús nos manifestó a Dios pero Dios no se agotó en él. Dios es más grande que cualquier religión y que cualquier corazón humano, incluso el más sublime. La unificación de la humanidad se hará sobre el amor, no sobre la religión como sistema de mediaciones que diversifica, sin duda, pero que casi siempre enfrenta y separa.

Estas perspectivas pueden dar vértigo, mas no miedo al verdadero creyente. Sobre todo no cabe el miedo ante la función magisterial jerárquica, superada en casi todo y desprestigiada lamentablemente por sus excesos y errores. Han perdido el tren de la historia y ésta los está dejando irremediablemente atrás.

Algunos de nuestros hijos nos preceden sin saberlo en el camino. Debemos acelerar el paso, no para “recuperarlos” (nos perciben demasiado presuntuosos) sino para recuperar la comunicación y buscar juntos. Y a los padres que todavía tienen hijos pequeños nos atreveríamos a ofrecerles dos observaciones muy sencillas. Primera, si nada cambia, hay un 90% de probabilidades de que la confirmación siga siendo el sacramento del abandono religioso. Segunda: supuesto que el actual sistema de mediaciones religiosas tardará tiempo en refundirse, lo único realmente serio que está en nuestras manos ofrecer a nuestros hijos es que nos perciban hondamente tocados por el evangelio de Jesús y en incesante búsqueda de fidelidad y coherencia. Con humildad y audacia.

Este apartado quiere ser un homenaje a Luis Lozano, un buen colaborador de esta revista Forum.com y un gran trabajador. Le agradecemos el regalo que ha hecho a la Inspectoría de su libro: Luis LOZANO MERINO, Retazos. La palabra y el verso, A3, Barcelona 2007, 144 pp.


Si no sonara a tópico valdría la pena decir que se ha tomado la vida con poesía. Como todos sabéis, al comienzo del trimestre tuvo un traspiés aquí en su pueblo. Lo ha versificado de un modo maravilloso. Gracias, Luis.




LA ESCALA Y LOS ANGELES



Tuvo (Jacob) un sueño en el que veía una escala

que, apoyándose en tierra tocaba con la cabeza

en los cielos, y que por ella subían y bajaban

los ángeles de Dios “ (Gen 28,12)


“… y hasta rayar la aurora estuvo luchando

con él un ángel, el cual, viendo que no podía,

le dio un golpe en la articulación del muslo…;

y salió el sol, e iba cojeando del muslo” (Gen 32, 24).


“…(sus ángeles) te llevarán en sus palmas,

para que tu pie no tropiece en la piedra “ (Sal. 90).


I

Bien sabéis que hay en el pueblo,

muy famosas dos campanas,

que tocan como ninguna

cuando los mozos las lanzan.


Cuando las tocan los mozos,

sus sones son gloria santa;

pues cuando las dos voltean

más que sonar, es que cantan.


Y era algo digno de ver,

por Poldo y Javier tocadas:

retumbaban cual si fueran

en catedral espadañas.


No fuera el bronce tan digno

de tal y grande alabanza;

pero yo bien me sabía

la fama de esas campanas.


Para subir a la torre

donde las tales se guardan,

de caracol hay de piedra

una hermosa y alta escala.


Sube peldaños, curioso,

de piedra lucida y blanca;

contento de haberlas visto

este juglar los bajaba.



Sube y mira con asombro

cuál los dos las volteaban;

alegre pierde el peldaño

de piedra lisa…, y resbala.


Jacob la tal no subiera

que hasta los cielos llegaba;

por ella subían ángeles,

pero ellos tenían alas.

II

Día era, día de Arcángeles

que al bueno llevan en palmas;

para que el pie no tropiece,

según el salmo proclama.


Se distrajeron los Ángeles,

-¡hay tantas tantas desgracias!-

olvidando el campanario

de Quintanilla del Agua.


Así que el tendón del muslo

se cortó como con hacha;

y fue preciso coserlo

con cuidados y con gasas.


Que aun así fue buena suerte

de este Jacob de parábola,

aunque no llegara al cielo

del campanario la escala.


Y aunque con ángel en liza

nuevo Jacob no luchara,

renco quedó este juglar,

su tendón hecho una lástima.


Los hebreos por el hecho

de que Jacob cojeara,

no comen ese tendón:

un precepto que aún lo guardan.


Así también en León,

y en Quintanilla del Agua,

todos cojearon algo

cuando caí por la escala..


Todos sintieron la pierna

rota ya y semivendada;

y es que todos acudieron;

todos ayuda prestaban.


Dios mandó, cierto, sus ángeles

para llevarme en sus palmas;

vosotros fuisteis, vosotros,

los ángeles de la guarda.


Al pie que fui desmayado

muchos ángeles estaban;

unos de miedo asustados,

otros llaman la ambulancia.


Dolido, pero seguro,

lejos me llevan de casa;

eran del día las ocho

y estaba operado en cama.


Y hubo allí en el hospital,

más ángeles de la guarda:

sobrinos me dan, sobrinas

visita y caricias daban.


Una me cuida la ropa,,

otro hielo pide y llama;

otra me trae muletas

todos en algo ayudaban.


Nunca fuera malherido

tan cuidado en propia casa;

cual me cuidó la familia.

cuando tuve la desgracia.


III


Desde entonces, temerosas

se callaron las campanas;

y dos veces resonaron

para el anuncio de lágrimas.


Pero volvieron los ángeles,

que tocan laúdes y arpas

a celebrar con los bautos

estas fiestas tan sagradas.


Y han sonado por la noche

las dos famosas campanas;

en el silencio estrellado,

la Navidad anunciaban.


Ángeles eran del pueblo,

Sus alas las volteaban;


Mas nadie subió a mirarlos,

nadie subió por la escala.


Tocaban las dos a gloria

la paz de Dios anunciaban;

la gloria del Nacimiento

de Quintanilla del Agua.


¡Por esa escalera limpia,

de piedra pulida y blanca,

subid, pastores, zagales

a anunciar de Dios las gracias!


¡Y tocad los esquilones

y voltead las campanas,

ya nadie resbalará

pues los ángeles las guardan!


***

Y al ponerse, según Roma,

mi octogessimus en marcha;

deciros sinceramente:

a Dios y a vosotros: GRACIAS.


IV

¡Perdonad, Señor, me atreva

a usar de Jacob la escala;

solo fue excusa poética,

solo la usé de parábola.


Pero sí, Señor, te pido

que si alguna vez más caiga,

envíes tus santos ángeles

que pongan suaves sus alas.


Para que yo no tropiece,

que pongan fuertes sus palmas;

porque no tropiece en piedra

ni me caiga de otra escala!


***

Rimado he con a asonante

porque rime con campanas;

y rime, a Dios y a vosotros,

con esta palabra: GRACIAS.


***


Luis Lozano Merino

10 de diciembre de 2007






15 días con Don Bosco

Robert Schiélé (SDB), Ciudad Nueva 2007, traductor Carlos Rivas Pereda.



Eugenio González Domínguez


  1. Autor del libro


Robert Schiélé, salesiano, ha dedicado más de 30 años de su vida a la formación de jóvenes y de sus educadores. Después de doctorarse en filosofía, comenzó a interesarse más en particular por los jóvenes en período de formación profesional. Ha sido también capellán del Movimiento Eucarístico de Jóvenes (MEJ) en la diócesis francesa de Versalles. Podemos leer en lengua castellana otro libro escrito por él; esta vez traducido y editado por la Editorial San Pablo con el título “Vida de San Juan Bosco” (Madrid 1997, 135 págs.).



  1. La editorial


La editorial CN (Ciudad Nueva) tiene ya una prestigiosa trayectoria tanto en el ámbito nacional como en el internacional. Ante todo nos presenta publicaciones al servicio de la espiritualidad de la unidad a través sobre todo de su revista “Ciudad Nueva” y de sus libros directamente dedicados a esta temática. Pero luego ofrece otras realidades ricas en colecciones diversas. Quizás la más significativa sea la dedicada a los Santos Padres de la Iglesia dirigida por D. Eugenio Romero Pose, obispo auxiliar de Mons. Rouco Varela y finado recientemente. Tenemos también todos en mente los libros testimoniales del arzobispo vietnamita Card. F. X. Nguyen van Thuan como “Testigos de Esperanza”, “Cinco panes y dos peces” y “El gozo de la Esperanza”.



  1. La colección a la que pertenece el libro


La colección que nos ocupa, “15 días con…”, tiene ya publicados 27 títulos. Tratan de ser libros accesibles, para ir a lo esencial y dirigido a un público amplio. Son libros de referencia para pasar 15 días en compañía de un maestro espiritual en momentos de retiro, de meditación u oración o para abrir una brecha en nuestro mundo de todos los días. Puede ser útil para aprovechar la media hora de oración o meditación diaria para aquellos que tengan esta sana costumbre. Son libros prácticos donde encontraremos una breve exposición de la vida y obra del “maestro espiritual” en cuestión; a continuación se exponen quince temas para acercarse a su pensamiento. Al final nos ofrecen una bibliografía básica, accesible y asequible para saber más y poder profundizar, si se desea, en él.






  1. El libro en cuestión. “15 días con Don Bosco”


Después de hacer una breve reseña de la vida de Don Bosco se introduce en los 15 capítulos que llevan estos títulos:


  1. Emprende tu camino de felicidad.

  2. Dios es nuestro Padre bueno.

  3. Jesús, nuestro amigo y nuestro guía.

  4. La Iglesia es tu familia.

  5. María es tu Madre llena de ternura.

  6. ¡La santidad es para ti!

  7. Permanece en la alegría.

  8. Trabaja tu propio campo.

  9. Un solo corazón, una sola familia.

  10. Ve hacia los demás.

  11. Camina en mi presencia.

  12. Toma tu cruz y sígueme.

  13. Elige un guía para el camino.

  14. Recibe el pan de cada día.

  15. Os espero a todos en el Paraíso.


El autor deja “que Juan Bosco nos hable tal como se hubiera expresado, muy probablemente, a principios del siglo XXI”. Y nos indicará que no todas las declaraciones que le va a atribuir en el libro han salido de su boca o pluma (muchas sí). Pero, continúa diciéndonos: “Gracias a un conocimiento lo bastante profundo de su forma de pensar y de su lenguaje, esperamos hacer que hable sin traicionarlo demasiado”. Y más: “Cada día comenzaremos leyendo un texto que nos ha dejado Don Bosco. A continuación, él nos marcará la pauta, cada día en tres tiempos. A veces recurriremos al dialogo, un modo de comunicación que le era familiar. En cualquier caso, siempre mantendrá el tono sencillo y directo de las charlas vespertinas (“buenas noches”) a sus hijos espirituales, con abundantes citas de la Biblia. ¡Don Bosco vuelve!, como cantaron los jóvenes de todo el mundo en el centenario de su muerte (1988)”…, y vuelve hoy, con su firma que una vez más será “una sonrisa”.



  1. El traductor, la traducción


El traductor es Carlos Rivas Pereda, joven salesiano cooperador, antiguo alumno y esposo de salesiana cooperadora. Pero quizás convenga indicar brevemente la génesis de un libro que por fin ha sido dado a luz en lengua española en la fiesta de María Auxiliadora de este 2007. Nos situamos en el seno del Centro de Cooperadores Salesianos del Calvo Sotelo de la Coruña del año 2004. Habíamos comenzado a leer y meditar algunos de los libros de la colección “15 días con…”; comentábamos aquel espíritu del beato salesiano D. Felipe Rinaldi. Tenía la costumbre de tomar cada año a un santo y, como decía él, hacérselo amigo suyo. Para ello tomaba, entre otras cosas, un buen libro sobre su vida o mejor escritos directos del mismo, para leer, meditar, rezar… Don Felipe, tercer sucesor de Don Bosco, tenía esta buena costumbre, él que en vida quiso tanto a Don Bosco y se sintió profundamente su hijo y amigo. Nosotros decíamos jocosamente que en 15 días podíamos intentar hacernos si no “amigos”, al menos “conocidos” de los santos. En este comunicarnos mientras leíamos enseguida nos preguntamos por qué no publicaban los “15 días con Don Bosco”. Escribimos a la editorial. Nos ofrecieron la posibilidad de que lo redactáramos nosotros. Como es lógico no nos encontrábamos con tiempo y mucho menos con capacidad suficiente para realizarlo. Enterados de que el coordinador y responsable de la colección era un amigo del que esto escribe (entonces Delegado del Centro), el carmelita especializado en espiritualidad llamado José Damián Gaitán (ocd), nos pusimos en comunicación con él. Así supimos que ya estaba publicado en la Editorial francesa CN el “15 días con Don Bosco”. Le rogamos nos enviase un ejemplar. Leído por alguno de los cooperadores pareció excelente y que merecía la pena traducirlo del francés y animar a que lo publicasen. Carlos Rivas, buen conocedor de la lengua francesa, disponía providencialmente de tiempo para poder hacerlo. Con generosidad y cariño se puso a ello. Alguno más fue perfilando estilos o haciendo de corrector. Creo que al final ha resultado una traducción estimable.


Cuando la Familia Salesiana estamos embarcados en “volver a Don Bosco, volviendo a los jóvenes” como dictan los capítulos de los salesianos SDB, o con la renovación-revisión de Estatutos y Reglamentos de los ahora Salesianos Cooperadores, con sencillez y humildad puede ser este libro un punto más que sume en esta sensibilización como camino a un compromiso mayor al carisma que el Espíritu puso en Don Bosco. Creo que merece la pena aprovecharlo, al mismo tiempo que agradecemos a la editorial este servicio.















1 Publicado en Sal Terrae núm. 95 (2007), págs. 603-608.

2 Profesor de Teología en la Universidad Pontificia Comillas. Madrid. <guribarri@teo.upcomjllases>

3 Sigo la versión alemana original: J. RATZINGER — BENEDTKT XVI, Jesus von Nazareth, Herder, Freiburg i.Br. 2007, a cuyas páginas remito directamente en el interior. Por lo que he podido ver por encima, la paginación de la edición italiana es muy coincidente, si no igual.

4 Sobre la exégesis histórico-crítica, cf. J RATZINGER, «Schriftauslegung im Widerstreit. Zur Frage nach Grundiagen und Wege der Exegese heute», en Schrftauslegung im Widerstreit (QD 117), hg. v. J. Ratzinger, Herder, Freiburg 1989, 15-44, (trad. en L. SÁNCHEZ NAVARRO — C. GRANADOS [eds.], Escritura e interpretación. Los fundamentos de la interpretación bíblica, Palabra, Madrid 2003, 19-54).

5 El plan del libro se preanuncia en J. RATZINGER, Dios y el mundo. Una conversación con Peter Seewald, Círculo de Lectores, Barcelona 2005, esp. 212-218, 224, 247-249.

6 A. VON HARNACK, Das Wesen des Christentums Siebenstern, München und Hamburg, 1964, 183. Esta postura se reafirma con toda claridad en «Em Briefwechsel zwischen Karl Barth und Adolf von Harnack» [1923], recogida en J. MOLTMANN (Hg.), Anfdnge der dialektischen Theologie, Teil 3, Chr. Kaiser, München 1966, 323-347.

7 A. VON HARNACK, La esencia del cristianismo (2 vols.), Henrich y Cía., Barcelona 1904, 1, 132.

8 Ibid., 1, 134. Compárese con el final del libro del papa, p. 406.

9 Ibid., 1, 117. Compárese con pp. 31, 92, 134, 147, 149, 209, 260, 328, del libro del Papa.

10 Ibid., 1, 119-120.

11 J. RATZINGER, Miremos al Traspasado, Fundación San Juan, Rafaela (Santa Fe — Argentina) 2007, esp. 28-3 1.

12 Cf. J. RATZINGER, Mirar a Cristo, Edicep, Valencia 20052, 33-36.

13 Publicado en Cooperador Paulino, núm. 137 (enero-febrero 2007), págs. 32-35.

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Inspectoria Salesiana “Santiago el Mayor”