LOS DESIERTOS QUE NOS PUEBLAN


LOS DESIERTOS QUE NOS PUEBLAN











Y he visto náufragos y solitarios en todos los desiertos

de los bosques y también sombras vivas que galopaban

como águilas marinas y delfines acosados.

Y una mano ha venido a mí semejante a las mareas de arena

que las fiebres levantaban en la infancia.

Las lunas del mar arrimaban sus vientres suaves a la orilla

de los sueños y no sabía si despertar o abandonarme


(Ricardo Vírhuez)


La Cuaresma es el tiempo del desierto, de los desiertos que nos pueblan. Hay que atravesar esos desiertos y llegar al oasis de la Pascua, en el que el Señor Jesús nos espera para aliviar nuestra sed, confortar nuestra vida, y seguir alimentando nuestra esperanza en medio de nuestras actividades, en medio de nuestro capítulo con la esperanza de poder seguir dando nuevas respuestas y mejores respuestas a los jóvenes con quienes compartimos nuestra vida.












  1. Retiro ………………….……….......... 3 - 19

  2. Formación…………….……….........20 - 28

  3. Comunicación.….…................ 28 - 35

  4. El anaquel……….……............ ...36 - 51







Revista fundada en el año 2000

Segunda época


Dirige: José Luis Guzón

C\\ Las Infantas, 3

09001 Burgos

Tfno. 947275017 Fax: 947 275036

e-mail: jlguzon@salesianos-leon.com


Coordinan: José Luis Guzón y Eusebio Martínez

Redacción: Raimundo Gonçalves

Maquetación: Xabi Camino

Asesoramiento: Segundo Cousido y Mateo González


Depósito Legal: LE 1436-2002

ISSN: 1695-3681








La comunicación camino que lleva al encuentro,

a la amistad-fraterna, a la misión compartida”

Juan Manuel Ruano, sdb


ENFOQUE DEL TEMA


Vuelve de nuevo con fuerza el tema de la comunicación. Es la única forma de resolver conflictos, problemas, diferencias, distanciamientos que se dan en nuestras fraternidades. Es necesario afrontar el tema de la comunicación, del diálogo, de la escucha de calidad. Comunicarse pasa por “mojarse”, por asumir historias personales o grupales, por hacerse vulnerables pero es la única forma que lleva a la vida.


La comunicación es el camino para hacer experiencia del Dios Trinitario. Toda la revelación cristiana es una opción amorosa de Dios por comunicarse con los hombres. Manifestar que Dios es amor es lo mismo que decir Dios es comunicación. El amor verdadero lleva a la comunicación.


Hoy la calidad de la vida comunitaria pasa por revisar el nivel de comunicación que tenemos con Dios, entre nosotros, nuestros destinatarios y colaboradores. La nuestra es una comunicación profunda, sincera, amigable, fraterna. Sin esta

comunicación no hay comunidad. En tiempos pasados la comunidad se centraba en la vida común: horarios, labores, estar juntos. Hoy la comunidad ha recuperado una dimensión imprescindible, la comunidad es comunicación, diálogo; el amor se mide por la capacidad de comunicar. La comunidad nace de una espiritualidad de comunión, es decir, de la comunicación.


Saber comunicarnos desde dentro es donde hoy la comunidad encuentra sus raíces.


Hoy predomina entre nosotros una comunicación profesional, ésta tiene que darse, pero la comunicación que construye una comunidad religiosa es ante todo la que comunica los bienes espirituales. Sólo esta comunicación llena plenamente cada uno de nuestros corazones.


La calidad de nuestra comunicación será la medida de nuestra fidelidad y fecundidad vocacional; más aún, en la comunicación profunda está la continuidad de nuestro carisma al servicio de los jóvenes. Se dará una renovación vocacional si nos esforzamos por crecer en la comunicación. Nuestro futuro dependerá de la calidad de nuestra comunicación ya que esta

es la clave de la vida comunitaria.


No basta con los momentos establecidos por la comunidad para comunicarnos, se nos pide hoy una comunicación interpersonal, comunicación cordial, afectiva. Debemos comunicar nuestra riqueza interior. La comunidad nace de la experiencia personal de cada miembro. En una sociedad globalizada, de los medios de comunicación es imprescindible caminar por la comunicación personal y comunitaria.


Entre las imágenes que nos regala la Sagrada Escritura para hablar de los seguidores de Jesús, es sentirnos Pueblo de Dios.


Pueblo que camina, que marcha hacia una meta, en ese camino hacia la meta la comunicación con Él es importante, en ese comunicarnos con Él se hace presente la comunicación con los otros, fruto de hacer juntos el camino nace la comunicación.


La comunicación es camino en la vida consagrada para el encuentro, en la conversación del camino de Emaús sale el Señor Resucitado y ahonda con su presencia y su Palabra nuestros interrogantes y nuestras vivencias; caminar juntos lleva a la convivencia, a la comunicación de nuestras esperanzas y desalientos dando como fruto la amistad; caminar juntos es sentirnos llamados a compartir la misma misión que nos hace más fraternos, más amigos.


Don Vecchi nos dice: “La comunicación es la disposición y la capacidad de comunicar y de comunicarse. Es la comunicación de cada día, por la que ofrecemos con facilidad nuestra experiencia y recibimos la de los que viven con nosotros. Valorarla en su justa medida, conocer sus leyes y sus dificultades, sin caer en tecnicismos, es importante para todos, pero, de modo particular, para los que deben crearle una plataforma adecuada. Ésta requiere: trazar las direcciones según las cuales debe fluir la comunicación circular y multidireccional, es decir, entre todos; asegurar una generosa distribución de las «funciones» activas en la comunicación: que no sean todos los que elaboran la comunicación; en caminar hacia un nivel satisfactorio de comunicación: ¿qué argumentos comunicamos?, ¿hasta qué punto comprometemos nuestra persona en la comunicación?


Forman parte de la comunicación el diálogo abierto, la confrontación libre y serena en momentos establecidos, la comunicación espontánea de sentimientos, ideas, proyectos y preferencias, la coordinación fluida de las corresponsabilidades, las evaluaciones comunes, el coloquio personal buscado, el diálogo espiritual.


Se advierte en seguida que los niveles de la comunicación son diversos.


+ Hay un nivel que es de valor negativo, es decir bajo cero: es la ausencia, la incomunicación que puede llegar a una agresividad silenciosa: consiste en el olvido de la existencia del otro, aunque viva bajo el mismo techo y coma en la misma mesa: «¡Tú para mí como si no existieses!»..


+ Hay, luego, un nivel de mínima positividad, sobre cero: es la comunicación superficial. Se habla de las cosas más banales, indiferentes o lejanas, como para no permanecer callados; es siempre mejor que el silencio y la incomunicación, porque al menos se quiere estar juntos, en paz, no ser «descorteses», mantener alegre la compañía: se comentan el tiempo, los

acontecimientos difundidos por la TV, personajes, deportes.

+ Entre nosotros se da, y podemos a veces no ir más allá, una comunicación funcional del trabajo: cómo lo hacemos, cómo conviene mejorarlo, distribuir tiempos, funciones, deberes. Es signo de corresponsabilidad y, en general, reviste una forma correcta. Pero hay el peligro de que acabe ahí nuestra relación con los hermanos y los jóvenes. Una de las correcciones más

recurrentes sugeridas a las comunidades es que no se consideren a sí mismas, ni se dejen ver desde fuera, sólo como «equipos de trabajo».


+ En el nivel más alto se coloca la comunicación personal, en la que compartimos la experiencia de nuestra vocación. Nos intercambiamos valoraciones, exigencias, intuiciones que se refieren a nuestra vida en Cristo y a nuestra forma de comprender el carisma. Es a lo que nos llama tantas veces la revisión de vida, la evaluación de nuestra comunidad, el intercambio en la oración, el discernimiento sobre proyectos o sucesos.


La actualidad ha hecho más necesaria la comunicación en las comunidades religiosas y ha modificado los criterios y las modalidades. La complejidad de la vida requiere que nos confrontemos sobre tendencias, criterios y sucesos de familia y sobre hechos externos a ella: o logramos comprenderlos e interpretarlos, o nos quedamos para siempre fuera de la vida y del movimiento del mundo.


Por esto, hace falta crear la costumbre de valorar y de elaborar criterios comunes de valoración. A menudo esto requiere un camino que comporta ensayos y pruebas. Debemos estar dispuestos a expresarnos con sencillez, a mostrarnos siempre prontos a modificar juicios y posturas, aunque sólo sea en función de la convergencia fraterna y operativa: el hecho de aceptar un punto medio equilibrado es siempre una ayuda para la comunidad, mientras no queden perjudicados valores esenciales.


La comunicación requiere aprendizaje, práctica y también animación. Decimos aprendizaje espiritual más que técnico. Cuando se comunica a ciertos niveles nos exponemos. No todos tienen el valor de exponerse. Piensan: «¡Quién sabe si yo hablo bien, si mis ideas serán aceptadas, si quedaré bien o mal, si me etiquetarán para siempre!». Hace falta aprendizaje también para recibir la comunicación, sin prejuzgar a la persona, sin colocarla en una posición definitiva sobre la base de lo que ha expresado.


Hay, además, un cierto pudor que superar, por el que no queremos hablar de nosotros; hay también la confianza en el otro que debe ser consolidada, que me asegura que él acogerá con madurez y positivamente lo que yo digo.


Además del aprendizaje se requiere práctica. La capacidad de comunicación, descuidada, se oxida. Se pierde el gusto y el entrenamiento. La práctica lleva a la comprensión de los diversos lenguajes adecuados a las situaciones, que van desde el silencio y los gestos, hasta la palabra escrita. Y todo ello inspirado en la caridad y no en el cálculo técnico. Recordad a Don Bosco, poniendo la mano sobre la cabeza, sonriendo, mirando, diciendo una palabra al oído, dando unas «buenas noches», discutiendo. Hasta la cara se modifica. «A una cierta edad somos responsables de ello», decía un humorista. «Aprende a sonreír», aconsejaban algunos de nuestros directores. Es el esfuerzo, tan típico del Sistema Preventivo, para hacer expresivo el afecto, liberarlo de una actitud genérica, o encerrada en una fría interioridad.


Hace falta, por tanto, aprendizaje y práctica por parte de cada uno, pero se requiere también animación por parte de quien dirige para crear el clima adecuado a una comunicación serena y desenvuelta. Dar oportunidad de comunicar; tener un estilo de dirección por el que es fácil expresar opiniones, pedir y provocar tales opiniones, gozar de la multiplicidad de las aportaciones, hacer comprender que la persona no será juzgada por lo que dice en un momento de confrontación. Que no haya el temor de que si se manifiesta una idea o se expresa un parecer no grato sobre el trabajo o sobre la comunidad, o sobre la Congregación, resulte que esto se recuerde después, mientras con frecuencia es sencillamente un paso en el diálogo, una impresión que se quiere revisar”.


1 FUNDAMENTACIÓN

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La comunidad es fruto teologal en el Dios Trinitario revelado por Jesús. La comunidad es ante todo don que nace de Dios, no sólo nos hizo a imagen y semejanza a Él sino que nos hizo ser comunitarios por que Él es comunidad, es Trinidad.


A veces justificamos la vida de comunidad porque somos misioneros de los jóvenes, pero hemos de ir más allá de esta afirmación, hemos de convencernos que la misión es fruto de la comunión. La misión Trinitaria es ante todo fruto de la relación, comunicación de las tres personas Trinitarias. La misión surge del amor mutuo, de la comunicación de las tres Personas Divinas. Es en el diálogo inter-trinitario donde nace la única misión de la cual participan cada uno de ellos. Es en este ámbito de comunicación donde la misión tiene su origen, su método y su finalidad. La comunidad prolonga este diálogo Trinitario y por lo tanto es la única depositaria de seguir con le misión del Hijo. La misión es fruto del amor inter-trinitario que se hace comunicación.


No nos debería extrañar que el primer fruto de la vida nueva del Resucitado sea la comunidad.. Es el primer encargo del Señor Resucitado. Antes de recibir el Espíritu Santo debemos de nuevo rehacer la comunidad, la fraternidad, en ella cuentan su experiencia personal:”¡Hemos visto al Señor!”; es en esta vida común, en esa comunicación personal donde Él se hace presente y donde se recibe la misión propia para quien prolonga la filiación en la fraternidad. Sin comunicación no hay misión porque la misión nace de la comunión; una misión que es fruto de la comunicación mutua. Dios nos hizo ante todo seres dialógicos. La comunidad hace posible la misión porque ésta es fruto de la conciencia de participar en el Hijo y se prolonga en la fraternidad.


Estamos llamados a ser testigos de la fraternidad. No sé si hemos sabido explotar nuestra fraternidad, nuestro ser comunidad, como uno de los elementos proféticos de nuestra vocación, como uno de los elementos más importantes de nuestra misión.


Tendríamos que preguntarnos hasta qué punto hoy nuestra fraternidad es exagerada y contagiosa. Y esto es particularmente importante ya que el mundo y la vida religiosa en particular están redescubriendo el valor y la necesidad de la comunidad.


De cara el nuevo milenio que acabamos de empezar Juan Pablo II ha invitado a la Iglesia a ser la casa y la escuela de la comunión y nos invita a todos a promover una espiritualidad de la comunión: “proponiéndola como principio educativo en todos los lugares en donde se forma al hombre y al cristiano… significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad de la comunión es también la capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: “Un don para mí”, además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente” (NMI 43).


El documento Vita Consecrata, a su vez afirma: “La vida consagrada posee ciertamente el mérito de haber contribuido eficazmente a mantener viva en la Iglesia la exigencia de la fraternidad como confesión de la Trinidad. Con la constante promoción del amor fraterno en la forma de vida común, la vida consagrada pone de manifiesto que la participación en la comunión trinitaria puede transformar las relaciones humanas” (V.C.41).


Toda la fecundidad de la vida religiosa depende de la calidad de la vida fraterna en común. Más aún, la renovación actual en la Iglesia y en la vida religiosa se caracteriza por una búsqueda de comunión y comunidad. Por ello, la vida religiosa será tanto más significativa cuanto más logre construir comunidades fraternas en Cristo, en las cuales, por encima de todo, se busque y se ame a Dios (CIC 619); por el contrario, perderá su razón de ser si olvida esta dimensión del amor cristiano, que es la construcción de una pequeña familia de Dios con los que han recibido la misma llamada. En esta vida fraterna se debe reflejar “la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres” (Tit.3:4), tal como se manifestó en Jesucristo. Ahora bien, si este testimonio público de la vida religiosa no se ofrece en la acción apostólica o en la autorrealización personal, las comunidades religiosas pierden su fuerza evangelizadora y ya no son las realidades : escuela de amor, es decir, lugares donde se aprende a amar al Señor y a convertirse, día tras día, en hijos de Dios y, por tanto, en hermanos y hermanas (Juan Pablo II, Alocución del 21-XI-93 a la Plenaria de la Congregación para los IVCSVA).


La renovación actual de la Iglesia, nos dice el Papa, está caracterizada por una búsqueda de comunión y comunidad. Tanto más aún, la renovación de la vida consagrada. De hecho, todos los documentos publicados por la Congregación para los IVCSVA en los últimos 25 años invitan a los consagrados/as, de una u otra forma, a ser testigos y artífices de comunión. La comunión pasa por la comunicación no solamente de bienes, esta comunicación pasa por hacer partícipes a los hermanos de la riqueza que Dios me ha regalado en mi vida interior.


El Sínodo sobre la Vida consagrada plasmó esta sensibilidad espiritual acuñando una frase programática: espiritualidad de comunión. El documento postsinodal, Vita Consecrata la incluyó en el contexto del sentire cum Ecclesia (VC 48). La Carta apostólica Novo Millenio Ineunte, al concluir el Jubileo del año 2000, explica su significado y alcance en un texto que está llamado a ser la Carta magna de la Iglesia de nuestro siglo (NMI 43). La Instrucción de la Congregación, Caminar desde Cristo, presenta la espiritualidad de comunión como la tarea activa y ejemplar de la vida consagrada a todos los niveles (CdC 29), asume y resume, además, las enseñanzas precedentes: Espiritualidad de comunión significa ante todo una mirada del corazón hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestra lado. De esto se trata nuestra comunicación de mirar y dialogar de corazón a corazón.


Y además: espiritualidad de comunión significa capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como “uno que me pertenece”.


De este principio derivan con lógica apremiante algunas consecuencias en el modo de sentir y de obrar: compartir las alegrías y los sufrimientos de los hermanos; intuir sus deseos y atender a sus necesidades; ofrecerles una verdadera y profunda amistad. La amistad se cuida con la comunicación.


Espiritualidad de comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios; es saber “dar espacio” al hermano llevando mutuamente los unos las cargas de los otros.


Y el texto concluye con esta lapidaria afirmación: Sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión (CdC 29, retomando NMI 43). Afirmación que puede servirnos de antídoto contra cualquier epidemia de “observantismo” y “estrictismo”.



2 CAMINO QUE LLEVA AL ENCUENTRO

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La experiencia judía y cristiana es que Dios se manifiesta como el Dios del Encuentro. Un encuentro querido por Dios. Este encuentro tiene su mayor expresión en la persona de Jesucristo. En Jesús Dios descubre su rostro y el hombre descubre su dignidad.

Nadie sigue a Jesús privadamente. Sus seguidores están invitados a incorporarse a su comunidad, la de aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen (Lc.8:21). Es de notar que en Evangelio de Marcos la palabra discípulos están siempre en plural, nunca en singular.


En torno a Jesús encontramos círculos comunitarios concéntricos. En efecto, es así fácil distinguir: los íntimos, Pedro, Santiago y Juan; los Doce, que han comido y bebido con El (Hech.10:40); las mujeres que lo acompañaban junto con los Doce (Lc.8:1-2); el grupo de los Setenta y dos (Lc.10:1) y masas de seguidores esporádicos y permanentes.


Es fácil detectar algunas características que identifican a esta comunidad en seguimiento. Ante todo, hemos de decir que la presencia cercana de Jesús es condición esencial y constitutiva de la comunidad: Hizo doce para que estuvieran con El (Mc.3:13-14). Y, a lo largo de los siglos, el Señor nos repite: Separados de mi no podéis hacer nada (Jn.15:15).


Este encuentro con Jesús permite a los discípulos vivir en ese amor gratuito que crea comunidad y comunión. Jesús es bien claro a este respecto: Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado (Jn.15:12). Y vuelve sobre ello en su oración sacerdotal hacia el fin de sus días mortales: Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado (Jn.17:21).


Además, la comunidad se construye mediante el encuentro con el Señor Resucitado, y esto se realiza mediante: la escucha de la Palabra, la fe y la conversión al Reino, no por lazos de carne y sangre.


Digamos, finalmente, que la comunidad posee un proyecto y misión común: Hizo doce... para enviarles a predicar (Mc.3:14); Llamó a los doce y empezó a enviarlos de dos en dos (Mc.6:7); Designó otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos delante de sí (Lc.10:1). Y esta misión no es otra que la misma de Jesús, es decir: anunciar y vivir el Reinado de Dios.


El proyecto comunitario de Jesús continúa en la Iglesia apostólica. La muerte y resurrección de Cristo reconcilia todo lo que estaba dividido (Col.1:20; Ef. 1:10; 2:14-16). Su Espíritu Santo será el agente principal que aúna y crea comunidad (Hech.2:1-36). Los dones carismáticos y ministeriales del Espíritu están al servicio de ella (I Cor.12-14). La Koinonia (Hech.2:42-44; 4:32) , que es el corazón de la comunidad, se actualiza y expresa en: -Comunicación de bienes (Hech.2:44-45; 5:1-11; 11:27-30; II Cor.8-9); -Escucha de la Palabra, oraciones, comida fraterna (Hech. 2:42); -Celebración de la Cena del Señor (Hech.2:42; I Cor.11:17-34).


En síntesis, la comunidad de los Doce y de las Mujeres tiene un lugar preponderante durante la vida pública de Jesús. Entre estas mujeres ocupa un lugar central la Madre de Jesús. Y éste será el núcleo básico de la comunidad postpascual (Hech.1:12-14).La cruz provoca la dispersión de la comunidad (Lc.24:13 ss.) o el ocultamiento de la misma (Jn.20:19), pero el Resucitado vuelve a convocarla (Lc.24:33-35). El seguimiento postpascual de Jesús es una empresa comunitaria que nace de la experiencia personal de encuentro con el Señor Resucitado: la salvación va a la par con la agregación a la comunidad (Hech.2:47).


El objetivo de la comunidad cristiana -ayer, hoy y siempre- es hacer presente el Reino de Dios: la filiación y fraternidad como fruto y actualización del mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Con tal finalidad, Dios reina: ofreciendo su favor a los pobres y su perdón a quienes se convierten y piden perdón. El reinado de Dios es totalmente trascendente y, por lo mismo, con hondas raíces en la historia de la humanidad. La espiritualidad cristiana, entendida como: forma evangélica de vida bajo la guía del Espíritu, es comunitaria, está centrada en el Dios del Reino y el Reino de Dios, y tiene por finalidad la comunión con Dios (filiación) y entre los humanos (fraternidad-sororidad).


Nuestra comunidad es cristocéntrica y no egocéntrica. La comunidad tiene como piedra fundamental a Jesucristo: “Vosotros sois la casa... cuya piedra angular es Cristo Jesús. En él toda la construcción se ajusta y se alza para ser un templo santo en el Señor” (Efesios 2,20-21). La centralidad del misterio de Cristo es una constante salesiana. Para Don Bosco, Jesucristo está en medio de nosotros en la comunidad y por eso el primero de los frutos que brota de esta presencia es “que todas nuestras acciones se refieran a Cristo, y tiendan a Él como a su centro, y saquen toda su virtud de Él, como los sarmientos sacan su

savia de la cepa; de modo que haya un movimiento continuo de nuestras acciones a Cristo y de Cristo a nosotros, puesto que Él es quien les da el espíritu de vida”.


En un recorrido evangélico, ciertamente incompleto podemos descubrir qué significa para Jesús ser hermano. La parábola por excelencia, la del hijo pródigo, que bien podíamos llamar también la de los dos hermanos, nos da una pista iluminadora al respecto. El hermano mayor de la parábola con relación al hermano que regresa se expresa despectivamente diciendo al padre: ese hijo tuyo. Y el padre responde: ese hermano tuyo. Jesús nos hace ver que ser y sentirnos hermanos es la mejor manera de valorizar a las personas (cf. Lc.15, 30-32). De ahí la invitación que nos hace a no buscar ningún otro calificativo.


Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar rabí, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie Padre vuestro en la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre: el del cielo” (Mt.23, 8-9).


Después de su resurrección Jesús no encuentra mejor título para sus discípulos que el de mis hermanos: “Dícele Jesús: Deja de tocarme, que todavía no he subido al Padre. Pero vete a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (Juan 20,17).


Estamos llamados a reproducir la imagen del Hijo, porque Él es el primogénito. Como en una familia los hermanos menores sienten la necesidad de imitar a sus hermanos mayores, así también nosotros estamos llamados a reproducir la imagen de Jesús nuestro hermano mayor. “Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos” (Rm. 8,29). Pero hay algo más. Como lo expresa Vita Consecrata, la comunidad es sobre todo un espacio teologal que nos permite actualizar el misterio de Jesús resucitado, como ya lo había intuido D. Bosco al proponernos como uno de los modos de ponernos en la Presencia de Dios, la presencia viva de Jesús en medio de los que están reunidos en su nombre. “En la vida de comunidad, además, debe hacerse tangible de algún modo que la comunión fraterna, antes de ser instrumento para una determinada misión, es espacio teologal en el que se puede experimentar el encuentro del Señor Resucitado”. A la luz de este encuentro único y personalizado se da el encuentro con los hermanos.


Toda comunidad cristiana tiene su raíz y su origen en la relación y convivencia de cada uno de sus miembros con Jesús.


Necesaria para esta convivencia es el encuentro y comunicación con Él. La vida religiosa se realiza en los encuentros personales con quien es el centro de ese grupo. De la convivencia con Jesús nace la comunidad de seguidores. Convivir con Jesús nos lleva a la convivencia con los que Él ha querido. Comunicar a los otros nuestros encuentros con Jesús será la forma de fortalecer nuestros lazos de fraternidad. El encuentro con Jesús provoca el encuentro con los demás. Nuestras constituciones dicen que nuestra vocación es fruto del encentro de un amor que llama y un amor que responde. Este encuentro nos regala el encuentro con los hermanos que se convierte en ayuda para nuestra fidelidad. Cuando falta el encuentro con Jesús se debilita el encuentro con los demás.



3 CAMINO QUE LLEVA A LA AMISTAD

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Ya no os llamo siervos sino amigos, porque todo lo que me ha dicho el Padre os lo he dado a conocer” (Jn. 15,15) Para ver si de veras los hermanos que conviven conmigo han sido elevados al rango de amigos tenemos que analizar nuestra comunicación y lo que comunicamos a quienes nuestro seguimiento a Jesús nos ha hecho encontrar. Si hemos sido elegidos por Jesús quiere decir que somos portadores de su intimidad, esta intimidad es la fuente de la verdadera amistad entre los discípulos de Jesús Leamos un texto de un Misionero del Sagrado Corazón de Guatemala, publicado hace algunos años en el boletín de la Conferencia de Religiosos de ese país: “La comunidad religiosa se expresa y realiza no basándose en estructuras sino de “amigos”, como dijo Jesús, que quieren participar más radicalmente en su vida y misión para testimoniar la fraternidad y filiación a la que todos los hombres están llamados. Por eso, ha de ser lugar para confirmarse en la fe y dejarse confirmar. Y el primer criterio de la vida comunitaria es ser verdaderamente cristiana. Para eso, tenemos que preguntarnos si, de hecho existe: comunicación, respeto servicialidad, libertad, participación, colaboración, responsabilidad, alegría, sensibilidad, comprensión etc. Y esto va más allá de toda norma y estructura. Para conseguirlo se hace indispensable: la comunicación, el diálogo y el discernimiento comunitario y crear espacios para que sea posible”.


Lo anterior me parece fundamental; la comunidad debe favorecer el crecimiento de la persona de cada uno de los hermanos.


El principio de individualidad y el de pertenencia deben crecer a la vez .Sólo si se respeta la diversidad de cada persona se puede dar la comunicación, para que se de la comunicación es necesario la pluralidad. Cada persona debe tener su nombre propio y su apellido común. La comunidad debe integrar unión y diferenciación; aspiraciones personales y espíritu de grupo; exigencias psicológicas y bien común; Proyecto Personal y Proyecto Comunitario. La solución a estas tensiones necesarias y dinámicas sólo se logra con el equilibrio de polaridades, conscientes que el individuo no se puede realizar sin la comunidad y que la personalización no acaba en el sujeto, sino en el ser para los demás, en el olvido de sí, en la comunidad y la misión.


Conscientes también que el crecimiento de la persona no significa, como a veces se puede entender, individualismo. El individualismo es la negación del diálogo y de la comunión con Dios y con los hombres. Es la pretensión de tener hilo directo con Dios, sin tener en cuenta las mediaciones humanas.


Hay dos maneras de entender el crecimiento en comunidad. El primero concibe la comunidad como ámbito: estilo de vida, actos comunitarios, plataforma de trabajo, techo común, estructuras... El segundo, la concibe como relación, comunión, comunicación, intersubjetividad. Si en el pasado pensábamos que para mejorar la comunidad teníamos que cambiar sobre todo las estructuras, hoy creemos que para mejorar la comunidad debemos sobre todo fortificar y enriquecer nuestras relaciones y nuestra comunicación. Esto nos evitará reducir la vida comunitaria a una plataforma para el trabajo o caer en e lindividualismo, disponiéndonos a caminar con otros, a dialogar, confrontar, dejarnos interpelar, consensuar… Esto nos ayudará también a descubrir el valor transformador del amor y a experimentar que el Reino de Dios está en medio de nosotros cuando crecemos juntos, nos cuidamos mutuamente, realizamos proyectos comunes, oramos unidos, compartimos el sufrimiento, comunicamos nuestras alegrías y nuestros proyectos. Creo que nadie niega nuestra capacidad de trabajo. Pero el trabajo no garantiza el desarrollo de algunas de las dimensiones fundamentales del ser humano.


En el apostolado somos en el mejor de los casos hermanos mayores, pero ¿qué pasa con nuestro niño interior? Necesitamos espacios gratuitos de encuentros que favorezcan la comunicación. Simplemente estar ahí, conversar, compartir. De lo contrario no sería extraño que buscáramos afuera lo que no hemos sido capaces de crear adentro. Se trata por consiguiente de una relación que no nos haga vivir al lado de, sino con nuestros hermanos. En este sentido podríamos hacer nuestras las palabras de Rut. “A donde tú vayas iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios; donde tú mueras, allí moriré y allí me enterrarán. Sólo la muerte podrá separarnos” ( Rut 1, 16-18). Me parece que uno de los elementos más importantes para vivir una auténtica fraternidad es la comunicación. La comunicación significa antes que nada la reconciliación con mis características personales y con mi propia historia. La comunicación la debo aplicar, también, a la comunidad, recordando con Bonhoeffer que quien ama su sueño de la comunidad más que a la comunidad misma, termina por destruirla.


El vivir juntos hasta compartirlo todo de D. Bosco debe seguir teniendo vigencia en nuestras comunidades, hoy más todavía, en un mundo en donde la comunicación y la participación se han desarrollado a niveles insospechados, pero donde también los odios y las distancias han aumentado. Vita Consecrata nos pide que el diálogo interno en la comunidad se abra a un mundo dividido e injusto fomentando una espiritualidad de la comunión “ante todo en su interior y, además, en la comunidad eclesial misma y más allá aún de sus confines, entablando o restableciendo constantemente el diálogo de la caridad, sobre todo allí donde el mundo de hoy está desgarrado por el odio étnico o las locuras homicidas. Situadas en las diversas sociedades de nuestro mundo... las comunidades de vida consagrada, en las cuales conviven como hermanos y hermanas personas de diferentes edades, lenguas y culturas, se presentan como signo de un diálogo siempre posible y de una comunión capaz de poner en armonía las diversidades" (V.C.51).


El cambio más importante que ha tenido lugar se refiere al paso de la insistencia sobre la vida en común, a aquella sobre la vida fraterna en comunidad. Pienso que los dos términos, vida común y vida fraterna en comunidad, dan inmediatamente la idea y se distingue fácilmente su diversidad. Vida en común quiere decir hacer las mismas cosas al mismo tiempo (reunirse, rezar, comer, trabajar, etc.). Para la vida común era importante el «todos juntos»: a la misma hora y en el mismo lugar.


Vida fraterna en comunidad quiere decir acogida de cada persona en su legítima originalidad, calidad de las relaciones interpersonales, participación activa de todos en la vida del grupo. Hoy miramos más a la unión de las personas, a la fraternidad de las relaciones, a la ayuda y apoyo recíproco, a la convergencia de los proyectos. Esto corresponde a la condición cultural y a la nueva conciencia de las personas, que requiere reconocimiento, valoración y función activa.


El documento La vida fraterna en comunidad habla de la evolución que ha tenido lugar en el primer momento de la renovación conciliar: demasiada apertura a la espontaneidad y a la improvisación.


Después de haber descrito esta evolución, afirma que hay que encontrar un equilibrio: no mera comunión de espíritus, de modo que se desvaloricen las manifestaciones de la vida común; no tanta insistencia legal sobre la vida común, hasta poner en segundo orden los aspectos más sustanciales de la fraternidad en Cristo: «Amaos los unos a los otros. En esto conocerán que

sois mis discípulos».


Así pues, las dos cosas deben ir equilibradas, ordenadas: las instrumentales a las principales. «Es claro que la 'vida fraterna' no se realizará automáticamente por la observancia de las normas que regulan la vida común; pero es evidente que la vida común tiene la finalidad de favorecer intensamente la vida fraterna».


Nuestras Constituciones nos ayudan a comprender y a realizar este equilibrio. Nos dicen que tenemos momentos en común: pero éstos tienden a crear entre nosotros una relación madura, abierta a la comunicación, colaboración, participación, a la acogida de las personas tales y como son.


Esto, como hemos dicho, brota de una visión de fe. Nosotros estamos convencidos de que los hermanos reunidos en el nombre del Señor gozan de su presencia: «Donde dos o tres se hallan reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».


Igualmente estamos convencidos de que vivir como hermanos en el nombre del Señor es el secreto de la eficacia en la evangelización.


Se debe aludir al medio o camino más eficaz para una formación continua: no son las lecciones que se reciben, sino la comunicación fraterna: escucharse con calma, relevar datos y sintetizar con cuidado, elaborar valoraciones y criterios, tomar orientaciones pensadas. Esto naturalmente debe ir apoyado y relanzado en los llamados «tiempos fuertes».


Relaciones y comunicación, pues, realizan procesos de formación y de crecimiento. En el presente no todos lo comprenden. No se culpa a nadie, porque, en la praxis formativa precedente, la comunicación no tenía ni el peso, ni las posibilidades actuales. Al mismo tiempo que no echamos la culpa a nadie, debemos saber crear y multiplicar oportunidades de comunicación, tratar la cuestión de las relaciones, ser conscientes de la plataforma que exigen y cuidarla como una práctica de la caridad pastoral hacia hermanos y comunidad. Camino que lleva a la misión compartida Todas las formas de vida religiosa tienen en la comunidad un elemento indispensable. Pero cada una la realiza de forma propia y diversa. Se dice que las diversas formas de comunidad se inspiran en tres modelos evangélicos.


+ El primer modelo es Nazaret, la Sagrada Familia: el acento va colocado sobre las relaciones recíprocas de amor, intensas, basadas en el sentido de Dios, como las que se daban entre María, José y Jesús.


+ El segundo es la comunidad de los creyentes, la descrita en los Hechos de los Apóstoles70: se acentúan la oración común, el poner todo en común, el testimonio de los valores evangélicos.


+ El tercer modelo es la comunidad de Jesús con los apóstoles: subraya el estar con Jesús predicador del Reino y el servicio con Él a la gente.


Nuestra vida comunitaria se inspira, sobre todo, en el modelo vivido por Jesús con los apóstoles: es una comunidad para el Reino, para el Evangelio, para el servicio a la gente.


La misión, en efecto, da a toda nuestra vida su tono concreto y su orientación. Las nuestras son comunidades en misión y para la misión, sin minimizar por ello ningún aspecto de la fraternidad. Si cayese el sentido de la misión, en nuestro caso, la misma fraternidad perdería brillo y fuerza.


D. Bosco y los primeros salesianos tienen conciencia de la importancia de la comunidad como base de la acción apostólica. Por eso, Don Bosco ante el abandono de casi todos los primeros colaboradores del Oratorio y ante el temor de ver perecer la obra, la solución que encuentra en en la fundación de la Sociedad Salesiana: Después de madura reflexión sobre los medios convenientes para construir un edificio le vino la inspiración:.de asociarse con los jóvenes que se habían formado en su propio Oratorio, a los que consideraba más idóneos para sostener la naciente sociedad y de comprometerlos con él, mediante vínculo irrevocable, a seguir trabajando por consolidarla. Las Constituciones salesianas fueron la realización concreta de la vivencia comunitaria de la misión salesiana. Creo que hoy algunos hermanos piensan que lo que dan a la comunidad se lo están quitando a la misión y no se dan cuenta que el testimonio comunitario es ya misión y yo diría que una de nuestras principales misiones sobre todo si pensamos que la vida religiosa no solamente debe ofrecer servicios sino sobre todo ayudar a otros a encontrar sentido. No podemos reducir la comunidad a un simple medio para el apostolado. Que la comunidad sea apostólica significa que no debemos quedarnos encerrados en la cultura del intimismo que nos lleva a una vida privada que gira en torno al desarrollo de la propia individualidad y pone la realización personal por encima de las necesidades del mundo. Está claro que éste no es el modelo de comunidad evangélica intuido por Don Bosco. El “somos hermanos” es posiblemente la mayor riqueza que podamos dar a un mundo cada día más dividido, indiferente al dolor, marcado por las injusticias y las desigualdades. Es posible ser hermanos, se puede vivir de otro modo. Vengan y vean, nuestra comunidad lo testifica. De esta manera prolongamos la intuición que dio origen a la primera comunidad salesiana “dar respuesta a las

necesidades de una juventud pobre y alejada de la salvación”..


La comunidad no existe para sí misma sino que está en función de una misión. Su valor radica en ser mediación de los valores del Evangelio. Se trata de una comunidad apostólica. Como dice Juan Ramón Moreno, uno de los jesuitas asesinados en El Salvador: “El elemento unificador de la comunidad no es tanto la convivencia, cuanto el mirar juntos hacia el mundo, el pueblo, las gentes, dejando que sea una realidad concreta, ese pueblo de carne y hueso, el que configure nuestra acción y nuestro modo de vida”. Si queremos que nuestras comunidades sean una respuesta a las inquietudes de los jóvenes y del mundo, deben ser, como lo fue la comunidad de nuestros orígenes, comunidades samaritanas. Después de describir la situación lamentable de los niños pobres de su tiempo Don Bosco nos dice: “Dios se ha dignado poner remedio a tan grave mal estableciendo el oratorio, donde se enseña gratuitamente, sólo por la gloria de Dios...”. Hoy también nuestras comunidades deben estar atentas a los jóvenes heridos al borde del camino, por su presencia cercana, su solidaridad activa, su creatividad fecunda.



4 CONCLUSIÓN

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Contemplando nuestras comunidades es fácil discernir, entre las comunidades y en cada una de ellas, una cierta diversidad en la forma de entender y vivir nuestra vida religiosa. Esta diversidad es producto de muchos factores, entre ellos: edad, mentalidad, sensibilidades, apertura o cerrazón a los cambios y evolución, formación recibida, talantes personales... Al menos podemos distinguir tres grandes modelos en la vivencia de nuestro carisma. Me permito agregar un cuarto que necesita ser mayormente explicitado a fin de que no quede en meros deseos la utopía del Reino. En visión sinóptica, aunque no caricaturesca, nos encontramos con lo siguiente:


































No hay duda de que estos modelos coexisten en nuestras comunidades. Muchas veces son encarnados por diferentes generaciones. Cada modelo tiene sus riquezas y sus limitaciones, lo importante es sumar riquezas y subsanar con ellas los límites. Todo esto reclama una gran apertura de horizontes y sensibilidad comunitaria a fin de aceptar las diferencias en beneficio del bien común. Bajo esta luz, la comunidad es un continuo quehacer y, en definitiva, un milagro de la gracia divina.


Os comparto ahora una doble reflexión: teórica, la primera y práctica, la segunda.


Comienzo con la teoría. Es para todos evidente, pues salta a la vista, que en los últimos años la vida consagrada ha dado el paso de la comunidad entendida sobre todo como “vida común” (en base a observancias y estructuras reguladoras de la convivencia) a la comunidad entendida como “vida en comunión” (que pone el acento en la novedad y calidad de relaciones).


Hemos aprendido que, en definitiva, lo que crea la comunidad no son principalmente los actos comunes, sino la Communio trinitaria que convertida en don acogido permite relaciones de amor verdadero.


Por eso, si deseamos vivir una vida fraterna en común, entendida como: vida compartida en el amor, nuestras comunidades no han de ser solamente -“Comunidades de observancia”: la observancia común como la principal mediación para la unión fraterna; -Ni tampoco, simplemente, “comunidades de valores”: los valores -bienes atractivos- como medios principales de comunión; -Ni siquiera, “comunidades con una visión común”: la comprensión existencial común de los valores monásticos como factor de comunión entre los hermanos y hermanas. -Sino, comunidades de: -Personas valiosas: por ser cada uno capaz de dar y recibir amor, a imagen y semejanza del mismo Dios, -Que valoran las observancias vivificadas por una visión común: como medios adecuados para la unión con Dios y con las hermanas y hermanos; -Y que consideran el doble precepto del amor como el supremo valor que crea comunión pues permite que Cristo habite en y entre nosotros.

Sabemos, ciertamente, que nuestro amor se alimenta en esa comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que realizan en nosotros la caridad por la cual todo se vuelve común y lo que pertenece en propiedad a uno, se convierte en común a todos, comentando I Cor.10:14-21).


Aterrizamos ahora en la práctica. Observando la vida concreta de nuestras comunidades se llega a esta simple conclusión: la calidad de la comunidad depende de la calidad de su comunicación. En la comunicación hay un doble binomio: escucha-silencio y palabra-respeto.


Nuestra comunión con Dios se fundamenta en nuestra comunicación con Él. La meditación, la lectura espiritual, el retiro mensual, los Ejercicios espirituales, el sacramento de la penitencia y la eucaristía son las formas habituales en las que se encarna nuestra escucha-silencio y palabra-respeto. Es así como vivimos, habitualmente, nuestro amor hacia Él. Pero no es éste el tema que nos ocupa.


La comunicación entre nosotros, verbal o no verbal, conjuga también el mismo binomio: escucha-silencio y palabra respeto.


Puede tomar diferentes formas, algunas casuales y otras más formales. El tradicional respeto por el otro nos ha enseñado a cerrar la boca, a no-hablar. Pero, según algunos, no nos ha enseñado a escuchar ni a usar discretamente la palabra para encontrarnos con el otro.


Urge, en consecuencia, una disciplina de la palabra discreta, la cual implica una respetuosa escucha. La palabra discreta presupone respuestas adecuadas a preguntas como estas: ¿he escuchado antes de hablar?, ¿sé lo que quiero decir?, ¿es con él con quien tengo que hablar?, ¿es el momento y el lugar conveniente?, ¿me comunico, informo, me lamento o murmuro..?


Nuestras Constituciones nos presenta algunas formas comunitarias de comunicación, a saber: Los diálogos e intercambios comunitarios, compartir el Evangelio y la corrección fraterna, asambleas comunitarias, el consejo de la casa, la formación permanente son medios importantes de formación comunitaria. Siendo imposible decir una palabra sobre cada una de ellas, digamos al menos algo sobre los diálogos.


Muchas resistencias al diálogo, visto como comunicación, provienen de malas experiencias al respecto. En realidad, podemos sospechar que, si la experiencia no ha sido positiva, entonces no ha sido un diálogo. El diálogo comunitario es un tipo muy específico de comunicación, es un tipo de comunicación grupal cualificado.


¿Qué quiero decir cuando hablo de diálogo? Dialogar es intercomunicarse amigablemente e interactuarse cooperativamenteen vistas a un fin común. O, con otras palabras: dialogar es ser verdadero, decir la verdad y hacer la verdad en el amor.


Esto implica, ante todo, tres actitudes fundamentales: mirar con simpatía a los otros, donarse a sí mismo con generosidad y acoger al prójimo con solicitud y cuidado.


Entonces estaremos seguros de poder escuchar y hablar dialógicamente. Algunas comunidades, por motivos culturales o historias personales, tendrán que ejercitarse más en la escucha; otras, en el modo de hablar. Sea como sea, un hermano o una hermana que escucha de este modo: con el oído y el corazón (entendiendo y amando), con interés y respeto (dejando a los otros ser y manifestarse), puede resultar siendo el participante más activo en un diálogo comunitario. Las siete reglas de oro del buen hablar pueden plasmare así, se trata de hablar: -Claramente: con verdad. -Humildemente: sin absolutizar. -Prudentemente: con oportunidad -Amablemente: sin interrumpir ni monopolizar. -Comprometidamente: sin teorizar. -Confiadamente: sin temor. -Esencialmente: con precisión.


Opino que, si nos ejercitamos en el arte del diálogo comunitario, mejorarán nuestras relaciones horizontales, verticales y diagonales..., seremos, además, más evangélicos y apóstoles de los jóvenes, más ascetas y místicos.


Hoy estamos descubriendo de nuevo el valor de nuestra vida comunitaria. Juan Pablo II llega a afirmar que toda la fecundidad de la misión apostólica depende de la calidad de la vida comunitaria y algunos teólogos de la vida religiosa dicen que, a partir del Nuevo Testamento, el profetismo ha pasado de los individuos a las comunidades. La comunidad de los Doce y la de los Hechos de los Apóstoles son ejemplos de lo anterior. A nivel salesiano podríamos pensar también en la comunidad de nuestros orígenes. A veces corremos el riesgo de atribuirlo todo a Don Bosco y nos olvidamos de aquellos valerosos Hermanos que junto a él y en una asociación a veces heroica hicieron posible el nacimiento de nuestra Congregación. Hoy estamos llamados a hacer nuestra su experiencia sintiéndonos todos responsables de continuar su misión salvífica. Hoy tenemos muchos motivos de preocupación, entre otros la incertidumbre planetaria, y a nivel nuestro la disminución numérica, el envejecimiento, la fragilidad, la perseverancia de los hermanos jóvenes, el sentido de la vida religiosa... La solución no está en mirar con nostalgia el pasado o con pesimismo el futuro, sino en vivir el presente poniéndonos con confianza en manos de Dios. Esta comunidad puede ser de mucho provecho a la Iglesia; persuadíos con todo, de que no lo conseguirá sino en cuanto se fundamente sobre esos dos pilares, a saber: la piedad y la humildad, que la harán inconmovible.


Soy consciente que los términos piedad y humildad hoy no nos dicen casi nada. Pero entiendo que para Don Bosco la piedad significaba lo que hoy podemos llamar una profunda espiritualidad, una fe activa en la práctica del amor. Pienso que se trata de una llamada para ir a lo esencial. A hacer de Dios y del Evangelio el centro de nuestra vida, de nuestra misión y de nuestros intereses. Una invitación a deshacernos de los ídolos que muchas veces ocupan el puesto de Dios. Un recordar que si somos hermanos es ante todo para procurar la gloria de Dios y que debemos ayudarnos mutuamente en comunidad para lograrlo.


Por otra parte, la clave para una justa comprensión de la humildad salesiana la encontramos: la comunidad ha sido fundada a partir de la situación de desamparo de una juventud abandonada. Para llegar a estos jóvenes y anunciarles la salvación de Dios, los salesianos entramos en la dinámica de la Encarnación del Hijo de Dios. Nos olvidamos de nosotros mismos, renunciamos a buscar la riqueza o el poder para desposarse en lo posible con la humilde condición de esos niños abandonados.


Como ellos, los salesianos vivimos pobres y desconocidos. Asumiendo esta situación, que los asocia al misterio del Hijo de Dios hecho hombre, es como cumplimos las condiciones para que el ministerio sea fructífero. Se encuentra una vez más aquí la frase de la Meditación relativa a San Francisco Javier: ‘Cuanto más pequeños os hagáis, más moveréis los corazones de los que educáis’”


(Este retiro lleva adjunto un folleto para cada participante, que se puede solicitar a la delegación: formacion@salesianos-madrid.com).









La «primavera galilea» del discipulado.

«Rebajas» para atraer seguidores1


Dolores ALEIXANDRE, RSCJ


«Disfrute desde ahora de su compra, ya pagará más adelante». Imaginemos lo que ocurriría si aplicáramos este
slogan publicitario al proceso de atraer discípulos al seguimiento de Jesús. De entrada, les animaríamos a gozar cuanto antes de sus ventajas y les presentaríamos los aspectos más amables del discipulado, como quien aconseja a un alpinista novato que emprenda la escalada del monte no por lo más difícil, sino por su «cara sur».


Es verdad que la táctica de Jesús que aparece en el Evangelio parece más bien la contraria: los llamados por él tenían que abandonarlo todo, y a los que pretendían seguirle les hablaba de una vida a la intemperie, sin tener siquiera dónde reclinar la cabeza (Lc
9,53). Sin embargo, a aquellos dos primeros que se fueron con él algo debió de «engancharles» aquel día (serían las cuatro de la tarde...), porque decidieron quedarse con aquel desconocido al que habían seguido casi sin pensarlo (Jn 1, 35-39).


A veces trato de imaginar lo que ocurrió en aquellos primeros momentos, qué estrategias emplearía Jesús para, sin forzar su libertad, retener a los que había llamado; para que a Pedro, Andrés, Santiago o Leví les siguiera «compensando» seguir con él y no se volvieran a la rutina de sus barcas o de su telonio.


¿Qué «marca positiva» dejó en ellos, y en otros muchos personajes del Evangelio, el primer encuentro con Jesús? No todos tomaron partido por él desde el comienzo. Cuando Nicodemo, por ejemplo, le visitó de noche, debió de salir más atormentado de dudas de lo que había llegado: al final del texto, ya sólo habla Jesús, mientras que Nicodemo, mudo, sale de escena sigilosamente (Jn 3,1-21). Pero volvemos a encontrarle de nuevo, en pleno día, tomando postura a favor de Jesús en el sanedrín (Jn 7,51) y, finalmente, en el Calvario, afrontando el riesgo de manifestarse abiertamente de parte de un ajusticiado (Jn 19,38-39)
2. Aquella primera conversación, al parecer infructuosa, había dejado en él su huella.


¿Qué poderosa marca de libertad y de alegría debió de tatuar también a Zaqueo después de aquella cena compartida (Lc 19,1-10) para que, a la mañana siguiente, no se arrepintiera de haber tirado la casa por la ventana, atribuyéndolo al buen vino de la cena y a la presencia perturbadora del que se había invitado a su casa?


¿Y Marta? ¿No bendeciría la regañina de Jesús que la liberó de su activismo febril y la inició en una manera de vivir y trabajar con sosiego, dando prioridad a la escucha de la Palabra? (Lc 10,38-42).


Las parábolas pudieron funcionar también como un anzuelo con el que Jesús «pescaba» a quienes las escuchaban: su peculiar sabiduría les sacaba a respirar otro aire, en un intento de que la anterior atmósfera en que se movían les resultara ya irrespirable. Al oírlas, algunos debían de sentirse empujados más allá de los límites que se habían impuesto, desbordados por algo insólito. En aquellas historias que contaba Jesús, lo extraordinario rozaba su existencia, como un corneta que ilumina con su órbita de luz otro planeta oscuro, y lo «razonable» quedaba desafiado por extrañas propuestas que, corno una epifanía, rompían su horizonte estrecho y dejaban entrever, como detrás de las rejas de una celosía, posibilidades apasionantes e inéditas
3.


Algo parecido le ocurrió a Bartimeo (Mc 10, 46-52), acurrucado como nosotros en la cuneta de esa mentalidad que calificamos de «sensatez» y «realismo». Cuando escuchó el
¡Animo, levántate! con que le llamaba Jesús, dio un salto y tiró corno inservible el manto de su vieja mentalidad. Ahora, convertido en discípulo, subía a Jerusalén detrás de alguien que había hecho emerger dimensiones desconocidas de su persona y había marcado para siempre sus ojos con el resplandor de una luz deslumbradora.



LA «PRIMAVERA GALILEA» DEL DISCIPULADO


Esa misma tarea de iluminar cegueras era la que debía de intentar Jesús con los suyos cuando, a solas con ellos, les explicaba las parábolas: «Imaginad que sois del grupo de los contratados por el amo de la viña a última hora y que habéis recibido el mismo salario que los que se han pasado el día trabajando. Al día siguiente, ¿no llegaríais mucho más temprano que los demás, no para acumular méritos, sino por puro agradecimiento, porque la bondad del amo os había atrapado en su espiral de gratuidad?». Y la novedad de esa reacción hacía parecer mezquino lo que más de uno (y nosotros probablemente) murmuraba en su interior: «Si yo hubiera sido de los que ganaron un denario habiendo trabajado sólo una hora, al día siguiente, y en vista de que no peligraba mi salario y que el amo era tan generoso, llegaría lo más tarde posible...» .


Inexplicablemente, Jesús, que tantas veces se expresaba desde un realismo lúcido e incluso a veces con una sombra de pesimismo
(«no se fiaba de los hombres, porque sabía lo que hay en el hombre»: Jn 2,25), parecía estar a la vez habitado por una confianza sin límites en la capacidad de reacción del corazón humano y, como si no hubiera perdido la ingenuidad de los niños, se atrevía a plantear modos utópicos de comportamiento4. Aquellas narraciones suyas, bajo su apariencia de sencilla cotidianeidad, encerraban un poderoso potencial transformador: «A quienes las recibieron —podríamos decir, glosando el prólogo de Juan— les dio poder para convertirse en discípulos...». En ellas latía la oferta de irse transfigurando a imagen del Maestro, de ir coincidiendo, aunque fuera trabajosamente, con la manera de pensar y vivir del que las pronunciaba. Y cuando lo conseguía (y ése era su mayor milagro), era como si aconteciera de nuevo el Éxodo: alguien escapaba de la esclavitud de la lógica plana, dejaba atrás la orilla de las rancias sentencias del refranero («Que cada palo aguante su vela»; «Quien da pan a perro ajeno pierde pan y pierde perro...»; «Cría cuervos, y te sacarán los ojos...»; «Que cada cual arrime el ascua a su sardina...») y se adentraba en la tierra de la gratuidad y del amor sin orillas.


Contemplar, aunque sea de lejos, esa tierra que se divisa en el horizonte tiene el poder de despertar y movilizar nuestros deseos, porque ¿quién no soñaría con vivir
contagiado de una gran confianza, liberado del ansia de medir y controlar, familiarizado con las insólitas costumbres de Dios, habitado por una extraña alegría?


Ésos son algunos de los rasgos de la «primavera galilea» del discipulado, abierta a todo el que quiera vivir y respirar:



CONTAGIADO de la gran confianza de Jesús


En el evangelio de Marcos, las dificultades y las resistencias ante Jesús y su anuncio del Reino comienzan casi desde los inicios: «Estaban allí sentados algunos escribas pensando para sus adentros: ¿Por qué habla este así? Blasfema» (2,6). Siguen las críticas porque Jesús come en casa de Leví (2,16), porque no ayuna (2,18), porque sus discípulos arrancan espigas en sábado (2,24), porque cura al hombre de la mano paralizada (3,6), porque expulsa demonios (3,30)... Sin un acento tan acusado, también Mateo y Lucas reflejan ese trasfondo sombrío de hostigamiento y crítica.


Podemos suponer el desconcierto de sus discípulos ante ello, y su decepción al ir constatando que el avance del Reino no seguía la trayectoria triunfal que parecían prometer los orígenes. ¿Por qué la Palabra no se abría camino? ¿Por qué Jesús suscitaba tanta oposición? ¿No se habría equivocado al elegir un grupo tan pequeño y poco significativo? La ansiedad, la preocupación y un cierto desánimo debieron de minar su confianza inicial, y es a esos sentimientos a los que podrían ir dirigidas las parábolas del sembrador (Mc 4,1-20), de la mostaza y la levadura (Mc 4,30-32; Mt 13,33) y de la cizafía (Mt 13,24-30).

Al pronunciarlas, Jesús se muestra investido de la convicción profética de que la Palabra es irresistible (Jr 23,29; Is 55,10), de que, más allá de los fracasos (pájaros que se comen la semilla, piedras que no la dejan crecer, espinas o cardos que la ahogan...), cuando encuentra buena tierra produce una cosecha tan espléndida que desborda todas las expectativas5. Es verdad que crece mezclada con la cizaña, pero el dueño del campo no se preocupa y, a diferencia de los que quieren arrancar la cizaña, permanece tranquilo, seguro de que la simiente sembrada es buena y de que el trigo acabará llenando su granero en el momento oportuno.



LA «PRIMAVERA GALILEA» DEL DISCIPULADO


Y aunque los comienzos estén siendo insignificantes, ¿no lo son también un granito de mostaza o una pizca de levadura? (Mc 4,30-32; Lc 13,20-21). Hay que confiarse a su fuerza y adelantarse a contemplar su desenlace: un gran árbol en el que se cobijarán los pájaros, una masa de pan henchida que, al salir del horno, saciará el hambre de muchos.


Al discípulo que «da crédito» a esta gran confianza no se le promete que estará a salvo de fracasos y derrotas: seguirá sometido a «leyes de gravedad frustrante» y deberá aceptar que el futuro constatable será siempre inferior al soñado, el resultado menor que el esfuerzo invertido, y cada avance, acompañado de nuevas dificultades, estará siempre amenazado de degradarse a situaciones antiguas que se creían superadas. Pero es precisamente ahí cuando «tiene gracia» no perder el ánimo y cuando empieza a «funcionar» la gran confianza que contagia Jesús6.


En la película Zorba el Griego, inspirada en la novela de Kazanzakis, en la escena en que se derrumba la mina en la que habían empleado todos sus recursos, y en plena situación de desolación y de fracaso, Zorba (un espléndido Anthony Quinn) se pone a bailar el sirtaki.


¿No estaremos necesitando en este momento en la Iglesia, junto a la lucidez crítica de los analistas, más discípulos que bailen el sirtaki?



LIBERADO del ansia de medir y controlar


Como las parábolas cambian mucho según el título que les pongamos, desde que empecé a leer la de «la semilla que crece por sí misma» (Mc 4,26-29) como la del «labrador paciente», este personaje se ha convertido para mí en un maestro de sabiduría y discernimiento.


«Mirad a ese hombre, parece decir Jesús: actúa y decide intervenir justo en el momento que le corresponde:
“siembra” la semilla y, al final, “mete la hoz” cuando llega el momento de la siega. Pero sabe que hay un periodo de tiempo en el que a él no le toca hacer nada, sino que es la tierra la que “por sí misma” hace que la semilla germine y crezca y dé fruto. Y todo eso acontece “sin que él sepa cómo “, mientras él “duenne y se levanta” tranquilamente, sin empeñarse en dirigir unos ritmos que escapan a su control».


Seguimos teniendo como asignatura pendiente el discernir cuándo toca estar activos y diligentes en las tareas del Reino y cuándo pacientes y pasivos; cuándo es tiempo de animar el hombro y cuándo los otros agradecerían que nos quitásemos de en medio; cuándo la situación requiere estar vigilantes e intervenir, y cuándo lo único que podemos hacer es «echamos a dormir»; cuándo toca analizar y detectar causas y cuándo encajar incapacidades e ignorancias y reconocer que no lo sabemos todo y que hay muchos
porqués y cómos que se nos van a seguir escapando. El discípulo que «aprueba» esa asignatura es el que, después de hacer buenamente lo que estaba en su mano, se queda tranquilo, sabiendo que el proceso que Dios mismo ha puesto en marcha hará que la semilla continúe creciendo durante la noche, mientras él duerme.


Difícil sabiduría, ésta de acertar con la alternancia entre
instante y duración, entre alternancia y continuidad; y eso que nuestra corporalidad es una buena maestra que trata de enseñárnosla cada día, cuando el sueño nos reclama interrumpir toda actividad consciente. Un precioso poema de Péguy, «La Noche», lo expresa así:


«Me han dicho, dice Dios, que hay hombres

que trabajan bien y duermen mal, que no duermen nada.

¡Qué falta de confianza en Mí!

Eso es casi más grave que si trabajasen mal y durmiesen bien

porque la pereza es un pecado mas pequeño que la inquietud,

que la desesperación y que la falta de confianza en Mí.


(...)

Y sólo tú, noche, hija mía,

consigues a veces del hombre rebelde

que se entregue un poco a mí,

que tienda un poco sus pobres miembros cansados sobre la cama

y que tienda también su corazón dolorido

y, sobre todo, que su cabeza no ande cavilando

(que está siempre cavilando)

y que sus ideas no anden dando vueltas

como granos de calabaza o como un sonajero

dentro de un pepino vacío. ¡Pobre hijo!


No me gusta el hombre que no duerme

y que arde en su cama de preocupación y de fiebre.

No me gusta el que al acostarse

hace planes para el día siguiente, ¡el tonto!


¿Es que sabe él acaso cómo se presentará el día siguiente?

¿Sabe siquiera el color del tiempo que va a hacer?

Haría mejor en rezar.


Porque yo no he negado nunca el pan de cada día

al que se abandona en mis manos

como el bastón en mano del caminante.

Me gusta el que se abandona en mis brazos

como el bebé que se ríe y que no se ocupa de nada

y ve el mundo a través de los ojos de su madre y de su nodriza.

Pero el que se pone a hacer cavilaciones para el día de mañana,

ése trabaja como un mercenario.


Yo creo que quizá podríais sin grandes pérdidas

dejar vuestros asuntos en mis manos, hombres sabios,

porque quizá yo sea tan sabio como vosotros.

Yo creo que podríais despreocuparos durante una noche

y que al día siguiente ni encontraríais vuestros asuntos

demasiado estropeados;

a lo mejor, incluso no los encontraríais mal,

y hasta quizá los encontraríais algo mejor.

Yo creo que soy capaz de conducirlos un poquito...


Por favor, sed como un hombre que no siempre está remando,

sino que a veces se deja llevar por la corriente»...



5 FAMILIARIZADO con las insólitas costumbres de Dios

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No debió de ser fácil para los discípulos acostumbrarse a las imágenes sorprendentes que empleaba Jesús en sus parábolas para hablar de su Padre: un Dios desprovisto de los atributos propios de la divinidad (inmutabilidad, equidistancia, impasibilidad...) y dominado, en cambio, por emociones propias de los humanos: la misma inquietud y ansiedad de un poseedor codicioso, ávido de guardar lo que le pertenece (una oveja, una moneda,..), sin soportar la más mínima disminución en sus haberes y dejando su alegría a merced de si encuentra o no lo perdido (Lc 15).


Un padre alterado e inquieto, que descuida los asuntos de la casa y siempre está fuera de ella, esperando o buscando, como alguien descentrado y des-quiciado (Lc 15,11-32).


Un rey sin poder ni autoridad, incapaz de convencer a sus invitados, demasiado expuesto a la decepción y al fracaso ante el rechazo de su banquete, asombrosamente contento de sentar a su mesa a la gente de los caminos (Mt 22,2-14; Lc 14,16-24).


Un inversor temerario y precipitado que corre el riesgo de repartir su hacienda, sus talentos o su administración entre quienes no le ofrecían suficiente garantía de gestionarlos bien (Lc 15,12; Mt 25,14-30; Lc 16,1-8).


Un terrateniente débil, paciente en exceso y fluctuante en sus decisiones, que tan pronto se niega a escuchar a los siervos que le aconsejan arrancar la cizaña (Mt 13,24-30) como se deja convencer por el hortelano para no cortar la higuera que no daba fruto (Lc 13,6-9).


Un amo de comportamiento impredecible y cálculos erráticos, que recompensa incomprensiblemente a los que menos sudores y tiempo han gastado en su viña (Mt 20,1-16).


Un observador parcial, con los ojos puestos donde casi nadie mira:
las cunetas de los caminos (Lc 10,30), el umbral en el que yace Lázaro (Lc 16,20), los lugares donde los más débiles son maltratados por los fuertes (Mt 24,49)...


Eran imágenes a las que sus discípulos no estaban acostumbrados y por eso el Maestro necesitó mucho tiempo y mucha paciente insistencia para desalojar las viejas ideas que poblaban su imaginario. Tenían que consentir que Dios estuviera más allá de lo que pensaban sobre El, se abriera paso en sus corazones y les revelara quiénes eran para El:


«Sois una tierra sembrada de semillas destinadas a dar fruto (Mc 4,3-9), y existen en vosotros brotes de vida que la mirada del Padre descubre (Mc 13,28-29). Lo que El ha sembrado en vuestra tierra posee tal dinamismo de crecimiento, que germina y crece más allá de vuestro control (Mc 4,26-29). No andéis preocupados por la mezcla de cizaña que hay en vuestra vida; lo que a vuestro Padre le importa es todo lo bueno que ha sembrado en vuestro corazón (Mc 13,24-30).


Es verdad que sois pequeños e insignificantes como un granito de mostaza; pero esa pequeñez esconde una fuerza capaz de transformarse en un gran árbol en el que vengan a posarse los pájaros (Mc 4,30- 32). Quizá lleguéis a la sala del banquete andrajosos y polvorientos, pero sois comensales invitados y deseados, y el Rey que os ha invitado os espera con la mesa puesta (Mt 22,1-14). Alegraos de poseer talentos y recursos que invertir (Mt 25,14-30); estáis a tiempo de hace- ros amigos de quienes van a abriros las eternas moradas (Lc 16,9), porque tenéis entre las manos aquello en lo que os lo jugáis todo: pan, agua, techo, vestido compartidos con quienes carecen de ello (Mt 25,32-46). Lo propio vuestro es perderos (Lc 15,3), alejaros (Lc 15,11-
32), dormiros (Mt 25,1-13), endurecer vuestro corazón (Mt 18,23-35), endeudaros (Lc 7,41-43)..., pero Alguien cree en vuestra capacidad de dejaros encontrar y volver a casa, estar en vela, ser misericordiosos, convertir en amor vuestras deudas.
Y si os desea, persigue, busca y espera tanto, es porque sois valiosos a sus ojos».


Esos nombres que les bautizaban con su novedad son también los nuestros. Y el Evangelio nos los sigue entregando, como aquella piedrecita blanca del Apocalipsis (2,17) en la que está grabada nuestra verdadera identidad.



6 Habitado por una extraña alegría

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He hecho muchas veces la prueba de iniciar la parábola del tesoro e irla completando en grupo. Todo el mundo se acuerda de cómo empieza:
«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo...», y también del hombre que lo encuentra y se va corriendo a venderlo todo para comprar el campo. Cuando digo: «Falta algo», empiezan los detalles, unos reales y otros pintorescos: que lo volvió a esconder, que estaba cavando, que el tesoro estaba en un cofre... Salvo rarísima excepción, nadie se acuerda de la frase sobre la que pivota la parábola y que pone en marcha todo su dinamismo: «. . .y por la alegría».


Me pregunto qué es lo que ha pasado a lo largo de veinte siglos de predicación y catequesis para que nos haya quedado tan claro lo de renunciar, sacrificar, abstenerse, tomar la ceniza y dirigirse a Dios pidiéndole: «No estés eternamente enojado...», mientras que la alegría se queda arrinconada en los márgenes, como una virtud menor y prescindible.


Es verdad que para acceder a ella hay que aceptar su peculiar «cortejo»: viene acompañada de la desmesura: «Entra en el gozo de tu señor», dice el amo de la parábola de los talentos a los dos empleados que habían negociado con ellos (Mt 25,21.23). ¿Qué clase de gozo es ese que no cabe dentro de uno mismo, sino que hay que introducirse en él, como quien se sumerge en el mar?


Otra de sus rarezas es que se entrega en proporción inversa a las posesiones, precisamente al revés de lo que nos empeñamos en creer; y para comprobarlo no hay más que comparar las trayectorias del joven rico y de Zaqueo: el primero, a pesar de que se quedó con todo lo que tenía, se alejó de Jesús invadido por la tristeza (Lc 18,18-23); el segundo, en cambio, después de hacer aquella «declaración de hacienda» que dejaba sus finanzas heridas de muerte, estaba contentísimo.


Pero el componente más extraño de la alegría que Jesús prometía era, evidentemente, el de sus «contextos oscuros»,” y debieron de experimentarlo más tarde, cuando, después de ser azotados en el tribunal, «se marcharon contentos de haber sido considerados dignos de sufrir desprecios por Su nombre» (Hch 5,41).


No era una alegría que hubieran conquistado ellos; era la marca que iba dejando en sus vidas la cercanía del que llevaría también en su cuerpo las marcas de su amor sin límites. Antes que ellos, Jacob caminaba cojeando después de luchar con Dios en el Yabbok (Gn 32,31), a Moisés le resplandecía el rostro cuando salía de la tienda del encuentro (Ex 35,29), y Jeremías sentía la Palabra como un fuego encerrado en sus huesos (Jr 20,9). Algo de eso les había ocurrido a ellos: se habían acostumbrado a vivir a la sombra del Maestro, a mirar la vida con sus ojos, a escucharle hablar de Dios como antes nadie les había hablado. Sentían que podían confiar perdidamente en él y que, sin saber bien cómo, sus vidas estaban a salvo a su lado.


Por eso, cuando les preguntó si querían irse de su lado, y muchos se marcharon, ellos decidieron quedarse con él, aunque eran conscientes de que volverían a asaltarles el desconcierto y las dudas y que seguirían sintiéndose incapaces de saltar de alegría si llegaban las persecuciones, de entrar por la puerta estrecha, o de amar hasta dar la vida. No, no era precisamente una existencia plácida y tranquila la que Jesús prometía a los que permanecieran junto a él.


Pero ninguno de ellos (¿tampoco nosotros?) la habría cambiado por ninguna otra en el mundo.











LA CALIDAD DE LAS RELACIONES PARA NUEVAS COMUNIDADES7

Lola Arrieta, ccv


Punto de partida


El fundamento teológico de este tema lo encontramos en Dios- Trinidad. Dios-comunión. En la imagen de la Trinidad de la Misericordia creada por Sor Cáritas Müller percibimos una plasmación de la llamada a recrear la calidad de las relaciones para nuevas comunidades. Esta imagen muestra en tres círculos al Padre, Hijo y Espíritu que se inclinan hacia el ser humano roto. El Padre lo sostiene con sus brazos, el Hijo le sirve en gesto inconfundible de lavatorio de pies, el fuego del Espíritu alienta y fortalece su actuar conjunto, como expresión inédita del amor. El Padre “trabaja siempre” para hacer de la tierra una casa habitable. El Hijo, conoce el querer del Padre y lo vive apasionadamente. Por ello entrega la vida. El Espíritu que resucitó a Jesús comunica la vida al mundo, y a nosotros y nosotras nos provoca para continuar esta misión de recrear las relaciones con novedad renovada: abrir espacios al diálogo y al encuentro, hacernos “próximos” de todos y especialmente de los últimos. Porque para nosotros y nosotras, cristianos y cristianas, religiosos y religiosas, ‘ya no hay distinción entre judío o no judío, esclavo o libre, varón o mujer’ (Gá13, 28)8.


La antropología nos enseña que llegamos a ser lo que somos como fruto de una larga cadena de solidaridades en las relaciones. Nacemos de la relación, vivimos por la relación y nos desplegamos a fondo en ella. Aunque tratemos de ignorar o quitar importancia a las influencias recibidas no podemos anularlas. En todos los ámbitos en los que se desarrolla nuestra vida nos influimos unos a otros continuamente. Vivir es convivir y en este entretejido cotidiano de las relaciones surge el encuentro o surge la distancia, la extrañeza y la exclusión9.


La psicología constata por observación que el fluir sano de las relaciones depende, en parte, de la práctica de la comunicación, los distintos estilos de relación, la forma de distribuir el poder, los modos de afrontar los conflictos y los climas que se generan en cada ambiente. Igualmente nos recuerda la fuerte carga simbólica que acompaña a toda relación. Continuamente damos interpretaciones a los comportamientos propios y ajenos. Emitir mensajes simultáneamente desde el canal de lo verbal y lo no verbal puede dar lugar a malentendidos, las falsas interpretaciones surgen en la comunicación con más frecuencia de la deseada10. Todo ello suscita confusión, desasosiego, susceptibilidad, sentimientos de rechazo, descalificación, etc.


Un dilema desde la observación de la realidad. En nuestras relaciones cotidianas estamos llamados y llamadas a vivir la actitud de
interdependencia según la novedad de Jesús, de manera filial y fraterna. Llamados y llamadas a crear relaciones auténticamente humanas y humanizadoras insertas en una cultura de diálogo. Pero la realidad evidencia relaciones muy deterioradas en muchos grupos y comunidades, no es fácil que el diálogo fluya, crecen los desencuentros.

¿Qué hacer?


¿Seguir agudizando la diferencia entre el ideal y la realidad, planteándola en términos de “deberíamos” y culpabilizándonos mutuamente cuando se frustran expectativas? ¿O poner manos a la obra, de manera práctica y concreta, para mejorar la comunicación y recrear un modo de ser en relación que construye encuentro y fraternidad sin anular las diferencias?



La apuesta por construir día a día relaciones de calidad


Nuestra apuesta apunta a la segunda línea de trabajo, hay que ponerse “manos a la obra”. El cambio de actitudes en las relaciones supone procesos complejos de aprendizaje, pero en la práctica podemos contribuir a ello cambiando de paradigma e impulsando un nuevo modo de organizar los grupos y practicar las relaciones de manera más funcional y positiva. Pasar de un modelo autoritario basado en relaciones de dominio-dependencia a un modelo participativo generador de relaciones equiparables. No partimos de cero. Muchas comunidades en estas últimas décadas hemos dado pasos importantes orientados a crear cultura de participación y diálogo; pero tampoco podemos engañamos, todavía existen entre nosotros y nosotras demasiados hábitos arraigados de relaciones insanas y disfuncionales que contribuyen a empañar la propuesta intuida en el modo de relación de nuestro Dios-comunión.



Chequeo a nuestras relaciones cotidianas


Para avanzar en nuestro trabajo de taller, proponemos chequear desde la experiencia nuestra práctica cotidiana de relaciones al interior y exterior de la comunidad, identificando prácticas a desterrar, así como prácticas a celebrar y fomentar en el vivir diario. ¿Qué sorpresas descubrimos en este trabajo? Identificamos con más facilidad lo que no queremos vivir que las prácticas a las que apunta lo nuevo. Sin embargo surgen entre nosotros y nosotras motivos para la esperanza. Dos datos lo confirman:


Uno. Entre las prácticas a cultivar identificamos niveles diferentes en los que aplicamos para el cambio: personal, comunitario, organizacional, social, intercultural, espiritual. Es decir, al menos teóricamente, vamos asumiendo que un cambio en la calidad de las relaciones afecta e influye a los diferentes niveles en los que nos movemos a diario.


Dos. Entre las prácticas favorecedoras de mayor calidad en las relaciones se nombran: mejor manejo y distribución de la información, mejorar la práctica de la comunicación y de la escucha mutua, fomentar actitudes de acogida y apertura. Mejorar los modos de afrontar conflictos, talante de tolerancia; contar con las diferencias, negociarlas, no pretender anularlas, fomentar la apertura a lo “distinto”, lo nuevo. Mejor distribución de tareas entre el grupo y mayor diálogo para programar la misión; aumentar el compartir en espacios de convivencia y espacios lúdicos, mejorar el compartir de la fe y nuestros modos de orar, practicar el discernimiento, etc. Es decir, intuimos hacia donde apunta lo nuevo y —al tiempo— nos sentimos necesitados y necesitadas de practicar sencillas técnicas y destrezas facilitadoras con asiduidad y perseverancia.



Movimientos/itinerarios generadores de esperanza para vivir calidad de relaciones


A raíz de todo lo compartido tanto en este grupo como en otros grupos, aparecen unas constantes que denotan “movimiento”. En nuestras comunidades no estamos donde estábamos en cuanto a talante y estilo de relación, pero hay todavía un largo camino para lograr mejor calidad. Como Abraham escuchamos de nuevo la llamada a “salir de la tierra conocida...”, ponernos en camino, recorrer nuevos itinerarios que nos permitan vivir calidad de relaciones para nuevas comunidades. ¿Qué movimientos identificamos? ¿Hacia dónde apuntan estos itinerarios de la calidad?



a) De relaciones sesgadas y engañosas a relaciones funcionales, veraces y auténticas


Relaciones sesgadas, presididas por ra desconfianza, pueden ser afectivizadas (falta distancia adecuada, chantajes afectivos, sobreexigencias), intelectualizadas (exceso de racionalización e ideología) o moralizantes (basadas en el debería, relaciones de juicio condenatorio).


Relaciones auténticas, basadas en la confianza y expresadas
con comunicación funcional: lo que pienso, siento y vivo. Esto pide
una comunicación ‘cara a cara’, expresarse de manera funcional,
directa, proporcional a cada circunstancia. Para esta práctica las personas tienen autonomía propia, practican la asertividad sencillamente,
“sí cuando es sí no cuando es no” (Mt 5, 37).


¿
Qué puede ayudar a que se de este movimiento y cambio? Este
cambio no se produce de forma mágica, no es suficiente la buena
intención, ni el mero deseo de realizarlo. El aporte de las ciencias
humanas puede ayudamos a ello. No utilizarlas en su justa proporción
tiene consecuencias nefastas. La práctica de relaciones sanas
y funcionales requiere el trabajo personal de la
reconciliación con
uno mismo y con los otros; capacidad de identificar lo que sentimos,
pensamos, vivimos. Reconocer aquello que somos en cuanto a limitaciones y posibilidades, aplicarse en cultivar y hacer crecer lo funcional; hacer disminuir —hasta erradicar si es posible— lo inadecuado. Identificar los puntos fuertes y débiles de cada uno, estar atentos y atentas a su
‘entrada en escena’ en las relaciones, para poder contener o activar la influencia que de ello se deriva. Cultivar la sana y justa estima propia así como reconocer a los demás la suya. La práctica de la comunicación pide aplicar métodos sencillos de encuentro
interpersonal y encuentro comunitario.


En lo
personal, algunas destrezas que pueden ayudar son: hablar y escuchar hasta entender. Reconocer el derecho a ser y expresarse e igualmente a dejar ser y expresarse a otros. Practicar con asiduidad el intercambio de percepciones; no ofrecer la propia percepción a los otros hasta no haber comprendido perfectamente lo que han querido decir con aquello que han expresado.


En la práctica de
reunión comunitaria, algunas destrezas que ayudan son: distinguir bien los diferentes tipos de reunión y adoptar metodologías adecuadas para cada una. Preparar la reunión previamente con método y pautas sencillas, garantizar la reflexión personal de cada uno antes de realizarla para poder aportar después su palabra. Acotar el trabajo de la reunión según el objetivo que se pretende, ajustar el tiempo. Animarla de tal manera que todos puedan intervenir, fluir y escucharse mutuamente.


Este pasar “del sesgo a la funcionalidad en las relaciones”, ayuda a generar otro movimiento, que exponemos a continuación.



b) De relaciones excluyentes a relaciones inclusivas


Relaciones excluyentes, presididas por la violencia y el miedo. Pueden expresarse con posturas de imposición, dominación. También en el negar a otros y otras el derecho a la palabra e incluso el derecho a existir, ‘reprobando’ con expresiones verbales o gestos no verbales su presencia, su opinión. El problema radica en que no se admite el ‘ser diferentes’, ‘el pensar discrepante’, el actuar más allá de lo que son las propias expectativas o puntos de vista. Las diferencias por sí mismas se consideran un conflicto que sólo se resuelve aniquilándolas. Así surge la violencia, la exclusión.


Relaciones inclusivas, basadas en admitir las diferencias en forma de pensar, sentir, actuar, ser. Diferencias que teóricamente consideramos riqueza y en la práctica oportunidad de desapropiación, cuestionamiento personal, ampliación de la propia perspectiva y punto de vista. Inclusión generadora de sentido de familia y fraternidad. Sin practicar la inclusión en las relaciones cotidianas difícilmente podemos celebrar la Eucaristía del Señor Jesús (cf. 1 Cor 11 7ss).


¿Qué puede ayudar a que se de este movimiento y cambio? En una sociedad como la actual, la calidad de relaciones en las nuevas comunidades no es posible sin prácticas inclusivas en todos sus niveles y dimensiones.


Un modelo de relaciones grupales
participativo pasa por admitir y negociar las diferencias para ponerse de acuerdo, construyendo juntos y de forma paciente significados compartidos. Lo ‘distinto’ no puede constituirse definitivamente como distante. Toca acercarse, eliminar barreras, plantar cara radicalmente a las murmuraciones y juicios morales a todo tipo de personas para erradicarlos de nuestra práctica cotidiana.


Pero la
inclusión, según nuestra manera de entenderla pide algo más: crear y vivir una auténtica cultura de diálogo11. Diálogo, como intercambios de ida y vuelta con los otros o con las otras, como actitud práctica que conlleva: desarmarnos, liberarnos de prejuicios, amenazas y miedos; desapropiamos de ideas preconcebidas y descentrarnos de nuestro propio punto de vista para interpretar la realidad hasta poder silenciamos y escuchar la palabra del otro u otra, semejante y diferente a la nuestra.


El ejercicio del diálogo supone a veces mucha ascesis, es verdad; cuando falta práctica se hace costoso y requiere de recursos que lo faciliten, pero si tenemos la suerte de ‘gustarlo’ difícilmente desearemos abandonarlo; la diversidad vivida en comunión deja sentir en cada circunstancia la presencia viva del Espíritu, amplia nuestra vocación de universalidad. Este movimiento, como los hilos entretejidos de una madeja, nos conduce a otro igualmente importante e imprescindible: pasar de relaciones endogámicas a relaciones abiertas.



c) De relaciones endogámicas a relaciones abiertas


Relaciones endogámicas propias de grupos cerrados sobre sí mismos, que se sitúan a la defensiva de su medio local y del mundo. El aislamiento es la postura relacional común, todo lo ajeno se vive como amenaza.


Relaciones
abiertas12, dispuestos a dejarse confrontar por los otros. Porque los otros y ‘lo otro’ diferente es fuente de riqueza y estímulo de cambio. Relaciones abiertas para caminar juntos en actitud de interdependencia y búsqueda de comunión. Relaciones abiertas, provocadoras de cambios en cadena: en lo personal, comunitario, institucional, social. Relaciones abiertas que alientan la itinerancia y la creatividad.

¿Qué puede ayudar a que se de este movimiento y cambio? Cultivar la apertura en las relaciones no es una insinuación más que se puede tomar o dejar, es una exigencia del momento por el cambio radical que vivimos tanto en lo social como en lo cultural. La vertiginosa revolución de los medios de comunicación y el flujo migratorio, son otras causas que empujan a ello. Si a esto añadimos la precariedad del momento de muchas de nuestras familias religiosas, en estas latitudes occidentales y recordamos además, el rasgo de universalidad tan característico del estilo de vida religiosa, no nos queda otra salida. No podemos quedamos, sin más, mirando al cielo (cf Hech 1,11) es tiempo de vivir al aire del Espíritu.


Las relaciones abiertas afectan al modo de estar de cada persona y de cada comunidad: apertura de la casa, apertura para compartir con otros vecinos y próximos —o ajenos y extraños— tiempo y afecto. Apertura en el modo de pensar, rezar, proyectar y realizar la misión, apertura en el modo de vivir y agrupamos. Apertura de mente, corazón, pies y manos.


Desterrar el
aislamiento pasa necesariamente por salir al encuentro y dejarse encontrar. Necesitamos admitir que no es posible mantenerse cerrados, aferrados a las verdades particulares. Urge fomentar el diálogo inter en todas sus facetas y dimensiones.


El aislamiento es fuente de conflictos y patologías. Entre personas y comunidades cerradas sobre sí mismas se refuerzan las defensas, se agudizan las desconfianzas, se proyectan en los demás las dificultades sentidas desde la presión del afuera. El pensamiento se atrofia, la vida no fluye. Muchos problemas de convivencia tienen su raíz en el aislamiento y la cerrazón.


La apertura conduce a la salud y al cambio. Pero no se trata de estar abierto
sin más, para dejarse influir y contaminar absolutamente, ies tan fácil en nuestra sociedad occidental! Se trata de un modo de estar en relación en diálogo con todo y con todos para renovar continuamente la mente mediante la formación (cf Rom 12,2), potenciar la comunión, reconocer la novedad del Reino, las señales de vida y encarnación que aparecen en nuestro mundo. La apertura permite reconocer la riqueza de los aspectos multiculturales de los demás, facilita la mutua aceptación en lo que nos parecemos y nos diferenciamos. Conduce a flexibilizar las estructuras según los objetivos de las comunidades; alienta a crear redes con otros.



d) De relaciones culpabilizadoras y de evitación de conflicto a la implicación conjunta y compartida en los conflictos comunitarios


Relaciones culpabilizadoras. Cuando en los grupos y comunidades el criterio último de inclusión o exclusión es cumplir los valores y normas acordadas, cualquier desviación se castiga con la culpa. No se tiene en cuenta la situación real de las personas, La culpa se expresa abiertamente o de forma sutil. Así se crean las dinámicas de ‘chivo expiatorio’ que tanto daño han hecho a personas y comunidades: esto ocurre porque fulanito, fulanita...


Relaciones basadas en la implicación conjunta y compartida para afrontar los conflictos en vez de evitarlos por miedo a la confrontación. Comunidades capaces de compartir el poder y practicar como moneda de circulación cotidiana la reconciliación, el perdón y el reconocimiento agradecido de unos para con otros, de unas para con otras. Comunidades asiduas en Celebrar la vida.


¿Qué puede ayudara que se de este movimiento y cambio? Bien sabemos que las relaciones entre las personas como la vida común requieren de una continua construcción. Igualmente sabemos que las circunstancias y avatares de la vida varían y afectan de maneras muy diversas a personas y comunidades. No siempre tenemos el mismo talante aunque nuestras actitudes positivas de fondo permanezcan firmes. Muchas veces surgen conflictos tan inevitables como no deseados.


Las comunidades no perderán el rumbo de la fraternidad si tenemos en cuenta esas situaciones cambiantes de personas y grupos y nos implicamos todos y todas, codo con codo en afrontar decidida y humildemente los conflictos.


Un recurso concreto: cambiar el método de afrontar los conflictos. Los análisis reduccionistas complican más que ayudan. En las situaciones conflictivas intervienen muchas variables que salpican e implican —incluso sin desearlo— a toda la comunidad. Un análisis amplio y situacional de los problemas es más eficaz y más fraterno. ¿Qué pasa realmente? ¿Qué intereses están en juego? ¿Cual es la dinámica de fuerzas que influye en esta situación? ¿Qué medios concretos podemos poner en juego para superarlos?


Sin embargo esta práctica se hace inviable si el poder no está repartido y las personas en conflicto no ocupan posiciones
equiparables. Muchas veces los conflictos se disuelven cuando del análisis de los mismos se toman decisiones de cambios en la organización: mejor distribución de las tareas y mayor rotación en el ejercicio de las mismas.


No olvidemos que una comunidad de vida no es exclusivamente un equipo de trabajo. Muchas confrontaciones difíciles de digerir se suavizarían más y mejor si reavivamos la cultura y práctica de la
reconciliación, el perdón, el agradecimiento y la fiesta celebrativa13.


Nos reconciliamos cuando somos capaces de salir al encuentro, ponemos en la piel de los otros, reconocer abiertamente las propias inadecuaciones, admitir las limitaciones ajenas, disculparlas, relativizarlas, resituarlas en su justo lugar. La práctica del perdón nos lleva más lejos todavía. Porque el perdón no necesita reciprocidad aunque la pueda provocar. Ofrecer el perdón no es acto de voluntad sino expresión clara de que Alguien nos da la fuerza para perdonar. En la práctica del perdón personal y comunitario, la comunidad queda fortalecida interiormente y los vínculos se ahondan más y más; somos humanos -y por eso pecadores- pero sobre todo, nos reconocemos como hermanos y hermanas. Alguien nos reúne en familia y nos hace familia cada día.


La práctica viva y frecuente del
agradecimiento y la celebración no puede faltar en una comunidad decidida a mejorar la calidad de sus relaciones. Hay tantas cosas que agradecer cada día a cada persona y de cada comunidad. iNo podemos olvidamos de ello! 1Nada es normal y natural! Contar con hermanos y hermanas para compartir la vida y la vocación es una suerte a la que no podemos acostumbramos ni darlo por supuesto. Es importante expresar el reconocimiento: reconocer y agradecer clara, directa, sincera y sencillamente a cada uno de los hermanos o una de las hermanas y al Padre que nos reúne. Así se alimentan los vínculos, así se cultiva el clima de alegría auténtica y confiada que expulsa a los demonios y fortalece en las dificultades.



e) De relaciones descomprometidas a relaciones de implicación en la misión común que nos reúne a todos y todas: el Reino de Dios


Relaciones descomprometidas, cuando nos desentendemos de lo propio y de lo ajeno con dejación de responsabilidad o incursión en lo que no corresponde.

Relaciones de implicación, cooperativa y competente en la misión que nos convoca, reúne y trasciende a todos y todas: el reino de Dios.


¿Qué puede ayudar a que se de este movimiento y cambio? Recordar una vez más que una comunidad sin misión no puede existir. La misión es seña de identidad primera, justifica y potencia el existir mismo de la comunidad. Necesitamos reavivar y reconocer la misión como objetivo común que nos trasciende y convoca más allá incluso, de nuestras fronteras comunitarias.


Los proyectos comunitarios son medios eficaces si los utilizamos como auténtica mediación construida y reconstruida cada año con la aportación de todos, partiendo siempre de la situación concreta de cada comunidad y de las personas para redefinir juntos objetivos y medios que hacen posible vivir la misión recibida.


Pero los proyectos comunitarios no se agotan en sí mismos están llamados a entrelazarse con otros proyectos de otras comunidades y grupos con los que trabajar cada día en equipo y en red para llevar adelante juntos la misión común: “el Reino de Dios”.


No podemos confundimos. Es muy necesario recrear calidad en las relaciones. Pero todo ello tiene una finalidad: vivir como comunidades nuevas y renovadas para las que (a fuerza, el motor y el sentido último de su ser comunidad es: “Vivir el Reino, anunciarlo, acogerlo, celebrarlo” .



7 Para terminar

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Es alentador constatar que hemos dado pasos para regenerar calidad de relaciones en nuestras comunidades, pero reconozcámoslo con sinceridad, estamos bastante lejos todavía.


Los movimientos detectados a partir de la experiencia e igualmente los itinerarios propuestos requieren formación humana para practicar eficazmente habilidades adecuadas y convicción cristiana para intentar vivir filiación y fraternidad como expresión original de la calidad de nuestras relaciones.


Nos toca celebrar todos los pasos dados, reconocer la presencia entre nosotros y nosotras de testigos que lo viven, rectificar lo inadecuado y alentamos efectivamente. Todo ello orientado a expresar con nuestras conductas cotidianas un modo de ser y un estilo de relación —con nosotros y nosotras mismos, con los otros y las otras, con la realidad y con Dios—, que contribuya a crear relaciones auténticamente humanas y humanizadoras. Así —por ese camino— ir haciéndonos cristianos y cristianas.







La fuente de la vida. Manual de Bioética

Ángel Téllez Sánchez


El autor de este libro es muy conocido de la mayoría de los lectores de Forum.com. Es alguien a quien consideramos como si fuera de la Familia salesiana. Se trata del leonés José Román Flecha, catedrático de la Universidad Pontificia de Salamanca y experto en temas de bioética.


El libro que presento, aunque sea de 1999, nos puede ayudar a profundizar en el aguinaldo del Rector Mayor: “Dejémonos guiar por el amor de Dios por la Vida.”


La fuente de la vida” no es un libro para leer de seguido, sino que puedes acercarte a algunos de los temas más candentes de lo que hoy se llama Bioética. Temas, todos ellos, de máxima actualidad. Tienen que ver con la fe del creyente porque “la vida es percibida por el creyente como el más precioso de los dones que ha recibido y la más imprescindible de las tareas que ha sido confiadas a su responsabilidad, tanto individual como social” (p. 11).


Cuando nos acercamos a los temas que hacen referencia a la vida, bien sea a su comienzo (reproducción humana asistida, clonación, aborto…), bien sea a su final (eutanasia, pena de muerte, suicidio, torturas…), o a los del período intermedio (trasplantes de órganos, la drogadicción, el SIDA y otros) nos puede faltar la base científica para justificar nuestras afirmaciones. Y es preciso saber distinguir la mera y simple opinión (que será muy respetable) de lo que es una afirmación con base científica y antropológica seria. Este libro nos puede ayudar a tener una idea clara sobre estas cuestiones y –si queremos tomarnos en serio el aguinaldo del Rector Mayor de los Salesianos- podremos profundizar en la vertiente moral del aguinaldo.


El libro, no obstante, emplea más de 70 páginas en las cuestiones introductorias que son fundamentales, como son la defensa de la vida, el estatuto de la bioética, la problemática que se deriva de la tecnología de la vida, de la manipulación de la vida o de no tener en suficiente consideración lo que significa el proceso de “ser” y “hacerse” paresota humana.


Si la vida es un don y una tarea que toda persona de buena voluntad y más aún el creyente ha de tomar en consideración no podemos prescindir de la reflexión ética y dejarlo casi todo en manos de los políticos. Más aún cuando el tema de la ética de la vida requiere un planteamiento interdisciplinar, ya que temas como la ecología han penetrado en los ambientes sociales, políticos, religiosos… adquiriendo un alcance ecuménico. “La dignidad única e irrepetible del ser humano, llamado a la más alta dignidad y atenazado por el miedo desencadenado por las obras de sus propias manos” (p.449) requiere nuestra máxima atención como educadores de las futuras generaciones.


Educación y educadores


Ángel Téllez Sánchez


Educación y educadores es un libro publicado por la editorial PPC en el año 2004. Su autor es Olegario González de Cardedal, ex catedrático de Cristología en la Universidad Pontificia de Salamanca y siempre muy cercano a los temas relacionados con la Educación y la Cultura.


En nuestro país no se ha cultivado, como en otras universidades europeas, la llamada Teología de la Educación. Si alguna vez esto fuera posible, un referente importante serían estos escritos, que, además, sé por propia experiencia, que ama todos estos temas.


El autor ha puesto un subtítulo a “Educación y educadores”: El primer problema moral de Europa. Y es que el autor considera su sencilla reflexión (no es tan sencilla, aunque el libro se lee con agrado y cierta agilidad) como una tarea sagrada. Ya lo había dejado entrever en otro libro dedicado a la educación (Narcea, 1982) y que pasó un tanto desapercibido: Memorial para un educador. Con un epílogo para japoneses.


El libro que ahora nos ocupa surge como preocupación y reflexión ante una Europa nueva. También se podría haber titulado: Europa ante la Educación. En él se nos plantean temas acuciantes, apasionantes y problemáticos para un educador en el siglo XXI, cuando algunos optan a la desesperada por subsistir en las aulas hasta la deseada prejubilación, que no jubilación.


¿Cual es la problemática de fondo para los educadores ante el misterio, que no problema, de la educación? ¿Qué aporta la educación de orientación católica y qué puede significar educar hoy en cristiano? ¿Es la escuela, la universidad un lugar propio para Dios? ¿Por qué la educación es el primer problema moral de Europa? Y en el fondo de todas estas preguntas laten las relaciones existentes –o por existir- entre maestros (¡palabra preciosa!), sacerdotes y profesores.


No es un libro, en mi modesta opinión, sobre las clases de religión, ni sobre tareas educativas en general, ni siquiera catequéticas, aunque alguien lo desee pensar. Sino que es un libro que va al fondo del tema educativo y tiene repercusiones muy fuertes y muy claras, no siempre compartidas al cien por cien.


Se pueden encontrar páginas iluminadoras como cuando habla de la “Contemporaneidad necesaria del educador” y la “conformación cristiana de la existencia” (104-116). Por citar algún texto: “Dios creador ha suscitado criaturas que estén a su altura divina, no como esclavos, sino como amigos libres y capaces de alianza con él. Ha suscitado criaturas creadoras. La grandeza del hombre deriva de que es como Dios y, en analogía con Dios, puede trasformar el mundo, proyectar sueños en la materia, crear nuevas formas e ideales”


Pienso que este libro viene como anillo al dedo en este mes de enero en el que recordamos y celebramos a un educador de talla, a un hombre profundamente apasionado por la educación como lo fue Don Bosco y en un mes en el que hemos concluido las celebraciones del misterio de la Encarnación de Dios, quien como humano ha compartido el ser y destino de todos los humanos. “¿Quién nos prepara a los hombres para ser humanos? ¿Cómo y dónde se nos abren las fuentes de la humanidad para vivir gozosamente enhiestos en el mundo, sin sucumbir a la animalidad, a la barbarie o la desesperanza?”


Son estas preguntas del principio del libro (p. 5) que nos remiten a la educación como humanización y, si se me apura, al evangelio, a la fe cristiana como fuente de humanización.



CLAVES PARA PARA UNA EVANGELIZACIÓN CON “TALANTE MISIONERO”: Primer Anuncio



Dada la situación sociocultural actual (Indiferencia religiosa, increencia, malestar religioso, cosmovisión secular y “secularista”…) proponemos las siguientes claves:


  1. El acontecimiento de la Encarnación, paradigma y criterio normativo

  2. Primado de la evangelización

  3. Mediación de la educación

  4. Narración de la fe

  5. Un tipo de anuncio desde y para la comunidad

  6. Capacidad humanizadora de la fe

  7. Un metodología implicativa

  8. Suscitar preguntas

  9. Reflexionar y evaluar

  10. Y nunca olvidar de qué va nuestra misión.



1. El acontecimiento de la “Encarnación de Dios”


La encarnación es el paradigma, criterio normativo y método de una evangelización con talante misionero como “Primer anuncio”. De ahí, partir de la vida y situación de la gente (niños-as, jóvenes, adultos…) con la que se trabaja y no olvidarla a lo largo del proceso. Hay que prestar atención a la vida e historia humana porque por esos vericuetos anda Dios que se quiere hacer el encontradizo con los hombres y mujeres de hoy. Se precisa una acogida cálida de los destinatarios y sus vidas. Todo esto nos lleva a tener presente el análisis de la realidad y plantearnos si la formación de grupos ha de ser por edades o por situaciones vitales.



2. Primado de la evangelización


Hacer vida el evangelio y, desde ahí, anunciarlo para ayudar a suscitar y hacer madurar en la gente la respuesta de fe; es decir, que se vaya descubriendo que la fe es una realidad que hay que asumir libre y responsablemente y que tiene que ver con la vida. El mensaje ha de estar más centrado en el evangelio que en mini-síntesis dogmáticas.

Esto nos lleva a considerar la evangelización no tanto como “profundización en la fe” (que en muchos casos no existe; basta caer en la cuenta de que nos encontramos ante una generación de jóvenes, en su mayoría, sin referencias religiosas) cuanto a ayudar a abrirse al Dios de la Vida y la Esperanza. Por tanto, no presuponer lo que no existe.



3. Mediación de la educación.


Conocer y asumir los procesos de maduración de las personas, tratando de afirmar sus potencialidades internas y su capacidad de apertura al misterio. Porque, desde la encarnación, la vida de cada niño-a, joven… es un ámbito de sacramentalidad para acceder al misterio de la salvación. “Madurar como personas” (objetivo de la educación) y “crecer como cristianos” (objetivo de la fe) se han de involucrar recíprocamente. El hecho educativo, desde la perspectiva de la educación integral con un “plus” de significatividad, contiene la posibilidad de la experiencia cristiana. La fe, don y respuesta, también, al menos en parte, es educable.



4. Narración de la fe.


Se trata de presentar el evangelio como una narración de la fe de unas comunidades cristianas que se tomaron en serio a Jesús y su proyecto salvador. Esto implica también narrar y contar la propia experiencia de fe. No podemos seguir presentando el evangelio como una doctrina o una simple cultura religiosa que hace referencia a un señor del pasado.

El narrador es un testigo: cuenta historias que “le han salvado” (están dando sentido a su vida) y que le han sido dadas gratuitamente.

La narración es un estilo de comunicación que envuelve toda la existencia del que narra y de aquellos a los que se está narrando, dentro de la comunidad de los discípulos de Jesús. Tal estilo tiene que traducirse en un método específico: requiere experiencia y competencia, cualificación y ejercicio. Así:


    • Contar hechos y hechos salvíficos (que producen vida y esperanza).

    • Contar hechos para hacer experiencia (no descripción o explicación)

    • Narra una comunidad a hijos que ha generado, y narra para ayudarles a vivir con esperanza.


5. Un tipo o modelo de educador o animador-a


El educador o animado-r-a forma parte de una comunidad cristiana que los respalda, comunican su fe, asumida personalmente, celebrada gozosamente, compartida en la vida a través del compromiso con todos, especialmente con los más débiles y desfavorecidos. Y el mismo proceso de evangelización es creador de comunidad, porque crea vínculos de comunicación interpersonal, relación, amistad, corresponsabilidad.




6. Capacidad humanizadora de la fe.


Cuando los educadores o animadores han asumido responsablemente el hecho de ser creyentes y han bebido en las fuentes frescas del evangelio descubren:


  • La centralidad del amor en la vida de Jesús como forma de apertura al hombre y a Dios.

  • La nueva imagen de un Dios “Abba”, cercano, amigo del hombre. Un Dios a favor del ser humano que aporta sentido, vida, esperanza.

  • El acontecimiento de la Encarnación asumiendo Dios todo lo verdaderamente humano hasta la entrega total y solidaria por el ser humano.

  • La muerte y resurrección de Jesús como subversión de valores y afirmación plena del sentido del proyecto y vida de Jesús y, desde El, un nuevo humanismo

  • Jesús y su mensaje de cara a la realización personal y salvación cristiana. Que cuanto más se acoge a Dios y su proyecto más se crece en humanidad


El cristianismo tiene una entraña humanista: “Hay una entraña humana de Dios, y ella se llama Jesús; y hay una entraña divina del hombre, que también se llama Jesús” Desde aquí se hace ver que la evangelización tiene relación con la vida porque desde Jesús se puede llegar a la plenitud de lo humano. La evangelización ha de hacer crecer como seres humanos, potenciando las dimensiones de la persona. El evangelio es fuente de humanización.



7. Una metodología implicativa.


La metodología no sólo como “forma o modo de hacer” sino también como “forma de ser” tiene que olvidarse de la mera descripción de doctrinas o instrucción. Y en lugar de decir “lo que hay que hacer” se ha de pasar a “hacer lo que se dice”. Y en todo esto es fundamental la creatividad, la actividad, el juego que ponga en juego a toda la persona, asumiendo lo corporal y simbólico… que da acceso a lo realmente importante, a la profundidad del ser. Asimismo, el grupo como realidad antropológica (forma de ser en relación con…) y teológica (modo de vivir la fe), no simplemente como modo de trabajo. Centrarse en lo fundamental y primero del evangelio, más que en temas doctrinales que presupone referencias religiosas y experiencias de fe.



8. Suscitar preguntas.


El viejo modo de hacer “pregunta – respuesta” a memorizar ha de dar paso a suscitar preguntas como en el evangelio: Maestro, ¿dónde vives? Y desde la pregunta del niño-a, joven… (que no del educador o animador-a) vendrá la respuesta. Y “suscitar preguntas” nos lleva a estar preparados para dar “nuevas respuestas ante preguntas nuevas”





9. Reflexionar y evaluar.


Se precisa capacidad para reflexionar sobre lo que se hace y cómo y por qué se hace. Reflexión para profundizar y crear nuevas formas de hacer…

Y la reflexión nos lleva a evaluar periódicamente los distintos ámbitos relacionados con la evangelización (importancia de su puesta al día y del testimonio), destinatarios (cómo son, qué precisan…), materiales que usamos, lugar y tiempo de la sesión de trabajo, relación con las familias, sentido de comunidad…

Y todo esto nos hace ver la importancia de la formación.


10. Y nunca olvidar


Que… “nuestra gran misión como evangelizadores, animadores que anuncian a Alguien es ayudar a los destinatarios a tomar conciencia, a consentir y a aceptar una presencia con la que el sujeto ha sido ya agraciado”.



Pistas para seguir trabajando:


Tras la lectura del documento, en grupo se comenta y saca conclusiones, teniendo presente su realidad concreta. ¿En qué tenemos que cambiar? Aspectos concretos. Cosas que nos han llamado la atención






XIV Encuentro Ibérico de Parroquias
confiadas a Los salesianos

8-11 de diciembre de 2005

EL ESCORIAL



¿POR DONDE VAN LOS TIROS? 10 PISTAS PARA IMPULSAR UNA PASTORAL DE JUVENTUD ACTUALIZADA

Pedro J. Gómez


En la décadas de los 70 y los 80 la pastoral de juventud cobró un extraordinario protagonismo en la Iglesia. Fueron años de gran creatividad originada por los aires renovadores del Concilio Vaticano 11 y por la toma de conciencia de que, o la fe se presentaba y vivía de otra manera, o la mayor parte de la juventud española dejaría de acceder a la experiencia cristiana y de pertenecer a la Iglesia. Se multiplicaron iniciativas como las Pascuas Juveniles, los catecumenados juveniles de confirmación y postconfirmación, las convivencias de fin de semana, los campos de trabajo, las visitas a Taizé, etc. Muchos de quienes hoy participamos como adultos en la vida de la Iglesia somos hijos de esa pastoral, que quedó formulada con acierto en el documento de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar, Jóvenes en la Iglesia, cristianos en el mundo, publicado en 1992.


Estos planteamientos dieron un fruto muy positivo, aunque cuantitativamente limitado. Más allá del carácter siempre libre y misterioso de la fe que impide imaginar que alguna estrategia evangelizadora tenga que conducir necesariamente a la experiencia religiosa a sus destinatarios, dos causas explican, a mi parecer, los modestos resultados obtenidos a partir de tantos esfuerzos. En primer lugar se minusvaloró el efecto profundamente erosionador que tiene para la fe el actual contexto sociocultural, que introduce en un estilo de vida en el que la cuestión religiosa y los valores evangélicos difícilmente encuentran tierra fértil en la que arraigar y desarrollarse. Por otra parte, durante los años 80 la institución eclesial inició un viraje tradicionalista que implicó, en la práctica, un cuestionamiento del modelo de Iglesia que la pastoral juvenil renovadora había promovido y que ocasionó en muchos jóvenes un sentimiento de decepción y desamparo institucional lo que, a su vez, condujo a un amplio éxodo juvenil.


En la actualidad, los responsables de impulsar la pastoral de juventud en parroquias, movimientos y congregaciones religiosas estén haciendo un esfuerzo de replanteamiento motivado por la constatación de que el mundo juvenil cambia a una velocidad de vértigo y de que, algunas opciones del pasado, hablan descuidado aspectos importantes del proceso de transmisión de la fe. Más aún, el ambiente de inconformismo, de búsqueda crítica o utópica, de cuestionamiento existencial de la vida, que fue el sustrato sobre el que se diseñaron los planes de pastoral de las dos últimas décadas, no es el de la actualidad, lo que obliga a imaginar otras metodologías para el anuncio de la fe más acordes con la situación actual.


Por ello, en esta breve reflexión querría mostrar algunas intuiciones que podrían mejorar la labor evangelizadora de la Iglesia entre los jóvenes y que son fruto, tanto de mi propia experiencia personal, como de la lectura de documentos recientes de grupos eclesiales que estén buscando nuevos caminos. Las expresaré en fórmulas polares que no pretenden reflejar alternativas, sino, más bien, una modificación de acentos, o la necesidad de complementar planteamientos que, vistos en perspectiva, han resultado demasiado unilaterales.



1. Algunos aspectos generales de la cuestión


Antes de entrar en la enumeración de las intuiciones pastorales que se van abriendo camino a partir de la misma práctica educativa, me parece oportuno expresar algunas convicciones que son bastante compartidas entre los responsables de la pastoral de juventud.


* Todos somos conscientes de que existe una crisis aguda en transmisión intergeneracional de la fe que ningún tipo de encuentro masivo de jóvenes con el Papa puede ocultar y que amenaza la misma supervivencia de la Iglesia si aspira a mantener una presencia social significativa. Esa distancia generacional, conforme se va haciendo mayor, tiende a perpetuarse por su misma inercia.


*La Iglesia debe, por consiguiente, afrontar el anuncio de la Buena Noticia a los jóvenes con enormes dosis de creatividad, ensayando formas nuevas de presencia y testimonio en los mundos juveniles que son múltiples y que se encuentran a notable distancia cultural y generacional del grueso de la comunidad eclesial. Pero no parece que se esté apoyando institucionalmente a quienes buscan lo nuevo.


*Al mismo tiempo, predomina entre nosotros una sensación de desconcierto. Sabemos que algo no funciona; que las iniciativas que antes convocaban ya no lo hacen, que faltan puntos de enganche entre las necesidades y búsquedas de los jóvenes y nuestra oferta del Evangelio. Por ello, tenemos que compartir nuestras búsquedas desde la perplejidad. Resuena la pregunta de Hechos 2,37:. “Hermanos, ¿qué debemos hacer?


* Existe una - notable contradicción entre -el tono -abierto, -crítico, - animoso, creativo, personalista, comunitario de muchos discursos y documentos oficiales sobre los jóvenes y la práctica mucho más encorsetada de la mayoría las instituciones eclesiales. Los jóvenes son muy sensibles a esta discrepancia y no desean estar en un ámbito en el que no se encuentren a gusto.


*Dado que el cambio permanente forma parte irreversible del mundo en que vivimos, en adelante, no podemos aspirar a tener unas formulaciones acabadas, completas y coherentes de los procesos pastorales. Hay que renovar continuamente las mediaciones de la experiencia cristiana (cantos, gestos, lenguaje, métodos, narraciones, testimonios, símbolos, actividades, etc), para que el anuncio del Evangelio pueda ser significativo y la adhesión a Jesucristo plausible en cada momento y en cada contexto.


*Al mismo tiempo, la meta de toda la labor pastoral seguirá siendo siempre la misma: hacer posible, para aquellos jóvenes que libremente lo deseen, el encuentro con Jesús de Nazaret, para que puedan acceder a la relación de fe con el Padre y para que el Espíritu configure sus vidas de modo que, insertos en la comunidad cristiana, lleguen a ser difusores del amor de Dios qüe se dirige hacia todos los seres humanos y en particular a los más pobres.


Por otra parte, también va llegándose a un consenso respecto a las principales dificultades que tiene que afrontar hoy en día la pastoral de juventud. Son desafíos que han sido ampliamente estudiados por sociólogos y pastoralistas en los últimos años y que muestran el incremente de la indiferencia religiosa en nuestro país. Los menciono de forma muy resumida para que sirvan de trasfondo a las propuestas posteriores:


*El dato que llama la atención más claramente en la actitud de los jóvenes hacia los religiosos es el desinterés. Se encuentra muy vinculado a una cierta instalación en la superficialidad, en la intrascendencia, en la preocupación por las pequeñas cuestiones cotidianas, en la evasión respecto a las situaciones que pueden hacer que nos interroguemos sobre la vida con radicalidad. La cultura de la gran evasión acalia los interrogantes que de forma tradicional suponían un anclaje experiencial para la propuesta religiosa. Si faltan las preguntas es inútil o incluso contraproducente presentar el Evangelio como respuesta.


*En segundo lugar me parece obvio que entre los jóvenes triunfan los sucedáneos no religiosos de salvación: “la vida es una sucesión de pequeños momentos de placer” dice con precisión filosófica un anuncio televisivo de Kit Kat. Y así, “estrujar la vida”, “disfrutar lo posible”, “tener emociones intensas”, “estar a gusto”, “pasarlo bien” o “acceder a un alto nivel de consumo” y todo ello “sin comerse mucho el coco” son opciones que se encuentran sumamente extendidas en el entorno juvenil. Estos planteamientos sitúan la vida a notable distancia de la concepción evangélica en lo que ésta tiene de opción por la profundidad y por la entrega.


* Otra nota distintiva de la situación actual radica en la búsqueda individualista de propuestas prácticas de vida, realizada desde una actitud centrada en las propias necesidades y caracterizada por el escepticismo ante las grandes causas que se alimenta de la multitud de ofertas de sentido que ofrece el supermercado de nuestra sociedad (aunque la propuesta consumista se lleve la palma) y del recelo ante los grupos que pueden mermar la libertad o introducir en una dinámica de exigencia. Desde esta perspectiva, la pretensión globalizadora, comprometida y comunitaria de la fe cristiana, encuentra resistencias en la sensibilidad juvenil mayoritaria.


*Por último, parece clara la creciente distancia que se ¿la entre la mayor parte de la juventud y la Iglesia. Ésta empieza por la lejanía geográfica (la mayor parte de los jóvenes no pisa por ningún espacio eclesial), pero continúa con la distancia generacional, estética, ambiental, organizativa, moral y hasta de lenguaje. La experiencia cristiana y los conocimientos básicos sobre religión son ajenos a una mayoría de los jóvenes que, en el futuro, tendrán que realizar una iniciación a la vida cristiana desde cero, si se incorporan a la Iglesia. Desgraciadamente existe una gran escasez de modelos de referencia de jóvenes adultos que muestre en que consiste hoy ser cristianos y su enorme valor.


2.10 propuestas pastorales concretas


1.De socializar en la normalidad a proponer lo alternativo Y


Hasta hace pocos años, ser cristiano era lo normal en nuestro país y los procesos de socialización religiosa introducían a niños, adolescentes y jóvenes en una cosmovisión compartida por la sociedad de forma natural. De hecho, la profesión de fe se daba por supuesta en la “gente de orden” y la sociedad sancionaba positivamente la religiosidad, penalizando la increencia. Esto ya no es así y, en consecuencia, la pastoral de juventud habrá de concebirse como la propuesta que la comunidad cristiana hace a los jóvenes para que opten por un tipo de vida alternativa que nace de una experiencia, la de la fe, que también va siendo minoritaria. Por consiguiente, la propuesta de Jesús, más que ser respuesta a una actitud de búsqueda, habrá de ser provocación e interrogante dirigido ,a unos jóvenes que, aparentemente, se encuentran a gusto con su situación, pero que también manifiestan una notable desorientación vital cuando se expresan desde cierta profundidad. De ahí que sea necesario insistir en la novedad del Evangelio, en su potencialidad para otorgar una dicha y un sentido a la vida insuperables, pero reconociendo, al mismo tiempo, que su acogida va a situar al cristiano a contracorriente de algunos valores socialmente dominantes: creyendo en un clima religiosamente indiferente; cooperando y compartiendo en un entorno que prima la competencia y la mejora del bienestar económico; invitado a la comunidad en un clima individualista; llamado a comprometerse con los demás en lugar de a cultivar la indiferencia o el aislamiento, etc. La pastoral de juventud que no deje clara la necesidad de optar todos’ los días por el Evangelio y que no cultive una espiritualidad de la resistencia cultural dialogante (ni ingenua, ni sectaria), tendrá poco futuro.


2. De las convocatorias estandarizadas al encuentro personal situado


La acción pastoral de la Iglesia ha dependido en el pasado de mecanismos y formas de convocatoria bastante estructurados: socialización familiar, propuestas de ocio educativo, catequesis presacramentales, actividades vinculadas a los colegios religiosos, etc. En el futuro, estas vías de acercamiento masivo a los jóvenes van a perder buena parte de su potencialidad por varios motivos. En primer lugar porque los agentes mencionados han perdido dinamismo evangelizador (familia, parroquia, movimientos de ocio, colegios) pero, sobre todo, porque los jóvenes son mucho más individualistas que eñ el pasado, se muestran crecientemente reacios a participar en grupos estructurados y disponen de una amplísima oferta de ocio consumista no educativo que, a corto plazo, se presenta como más atractivo, entretenido y menos exigente. Por todo ello, aunque sea preciso mantener o potenciar las iniciativas tradicionales, cada vez resultará más necesario que los miembros de la comunidad cristiana, a través de todo tipo de actividades, puedan acercarse a cada adolescente o joven en su situación personal, para intentar crear, con cada uno de ellos, algún tipo de relación personal significativa basada en la escucha, el diálogo y el afecto. El agente de pastoral deberá atender al momento vital de cada joven para encontrar, en cada caso, una palabra oportuna que llegue a su corazón. Naturalmente, este planteamiento evangelizador es mucho más difícil de llevar a cabo que el basado en acciones estandarizadas, pero recordemos que es, precisamente, el que caracterizaba a Jesús de Nazaret. Él era capaz de salir al encuentro de la gente, en sus circunstancias únicas, para invitar a cada uno realizar un itinerario personal e intransferible que, partiendo de sus necesidades inmediatas pudiera situarlas en el horizonte del reinado de Dios. Este enfoque hoy se convierte en necesidad, cuando no podemos hablar de una juventud homogénea ante los religioso y, por tanto, de un solo tipo de convocatoria.



3. De la prioridad de la acción al cuidado de la contemplación y el afecto


Buena parte la pastoral de juventud, particularmente en su fase misionera o de convocatoria ha descansado en la realización de actividades y “movidas” varias: teatro, dinámicas, juegos, talleres, campamentos, música, voluntariados... Todas estas acciones, de enorme valor pedagógico, van a seguir siendo imprescindibles. Sin embargo, una mirada atenta a nuestra praxis no puede dejar de reconocer que, en muchos jóvenes que han estado mucho tiempo con nosotros “no ha pasado nada por dentro”, por mucho que se hayan divertido o aunque hayan hablado hasta la saciedad en las reuniones. Si nuestros encuentros o actividades no logran que los chavales entren en la profundidad de su vida y lleguen a perforar la realidad. (haciendo que se atrevan a pasar por la cabeza y por el corazón sus inquietudes) todas nuestras acciones serán como “bronce que resuena y campana que toca” (1 Cor. 13, 1). No es nada fácil animar hoy en día a los jóvenes a la reflexión, al análisis de nuestro mundo, a la comunicación profunda de vivencias, al silencio o a la contemplación, porque todo a su alrededor estimula en sentido contrario. Pero si ellos no acuden a la cita de la interioridad, en la que el Espíritu’ de Dios les está esperando, será imposible acompañar cierta apertura a la trascendencia y llevar a como, propuesta creativa, que es oferta de profundidad, amor y plenitud que se dirige a alguien que decide ser sujeto y protagonista de su existencia y no mero esclavo de estímulos externos. Y si el ambiente suscita poca apertura a la trascendencia tendremos nosotros que pasar también de la educación implícita de la fe a la invitación explícita a descubrirla. Nuestra meta no puede consistir en ofrecer un barniz de valores evangélicos, sino también el acontecimiento que los suscita y sostiene.


  1. De los procesos deductivos a los inductivos con “terapias de choque”


Los catecumenados diseñados en los años 80 y 90 intentaban acompañar al joven desde la adolescencia hasta su transición a la condición adulta, en itinerarios de educación en la fe que poseían una estructura interna lógica: la fase de búsqueda inicial iba seguida por una de formación teológica que culminaba, finalmente, en la opción o el compromiso creyente. Buena parte de la metodología se basaba en la lectura, la reflexión y el debate en reuniones de grupos en los que se abordaban, sucesivamente, los distintos temas básicos de la fe cristiana., Sigo siendo partidario de estos largos procesos, porque el entorno social apenas acompaña a quienes quieren iniciarse en la vida cristiana pero, a mi parecer, d acceso a la fe que hoy puede ser mayoritario no es aquel que se deriva de una camino de reflexión muy documentado, sino el que surge del contacto vivo con experiencias fuertes de la vida que obligan a que nos la planteemos con profundidad (sufrimiento, belleza, intimidad, injusticia, libertad, amor, soledad, pluralismo cultural, etc.) y el encuentro con creyentes apasionados por el Evangelio y que encarnan éste, en actitud es y opciones concretas. Dado que la sociedad del bienestar material y la diversión permanente anestesia nuestra capacidad para percibir el carácter radicalmente misterioso de la realidad y de la vida, es preciso que la pastoral de juventud sea capaz de provocar los interrogantes que abren al ser humano a la dimensión religiosa: ¿quién soy yo? ¿qué valor tienen la vida y el mundo? ¿dónde encontrar la felicidad? ¿cómo orientar mi existencia? ¿qué me cabe esperar? ¿quiénes son los otros para mí? ¿qué tipo de sociedad merece la pena? ¿dónde pondré mi confianza? ¿merece a pena vivir? ¿cómo?...


5.De la transmisión de conocimientos a la comunicación de una vivencia


La catequesis tradicional ha tenido un carácter eminentemente intelectual, porque presuponía la normalidad social de la experiencia religiosa y tenía por preocupación fundamental su clarificación, profundización y sistematización. El agente de pastoral necesitaba sobre todo una formación teológica básica y unos materiales en los que los contenidos de la fe cristiana estuvieran bien formulados y resultaran asequibles al destinatario. En adelante, vamos a necesitar sobre todo a personas jóvenes y adultas con una intensa experiencia creyente que puedan narrar en primera persona su historia de fe; el tipo de relación de amor y confianza que mantienen con el Dios de Jesús. Y, aunque la fe no se “contagia” de forma automática (existen, además de la sagrada libertad de los jóvenes, sus “anticuerpos” ante el Evangelio y, a veces, hasta se encuentran “vacunados”contra el mismo), sí resulta necesaria para su transmisión la mediación del testimonio de personas creyentes. La reflexión teórica sobre el cristianismo, que sigue siendo imprescindible y más en una sociedad que se aproxima al “analfabetismo religioso funcional”, vendrá después de que los jóvenes se hayan topado con la densidad de su propia vida y con la experiencia sincera de algunos creyentes. Porque la fe, antes de ninguna consideración teórica, es un acontecimiento salvador en la vida de personas concretas. De ahí se desprende que la verdadera formación de agentes de pastoral de juventud consiste, sobre todo, en ayudar a que se produzca su propia conversión. Naturalmente, es más fácil formar personas que tengan conocimientos religiosos que suscitar el testimonio de unos jóvenes para que lo ofrezcan a otros. Pero aquí se encuentra un reto obvio para el inmediato futuro. 6.De la formación teológica a la iniciación a experiencias fundamentales


En el ambiente de hace pocos años, resultaba de vital importancia contestar con argumentos .a las objeciones a la fe que realizaban las personas agnósticas y ateas. El esfuerzo que hemos realizado durante mucho tiempo ha permitido presentar la fe de un modo no alienante y purificar la imagen de Jesús para acercarla al rostro reflejado por -los distintos relatos del Nuevo Testamento. Pensábamos que las imágenes y las palabras podían hacer a Jesús atractivo para muchos jóvenes. Siendo esto cierto, hoy somos más conscientes de que la adhesión o el rechazo de Jesús se juega no en el terreno de la ideas sino en el de su seguimiento efectivo. Dicho de otro modo, la verdad del Evangelio se verifica en la praxis de la vida cristiana en un doble sentido: quien profesa el Evangelio pero no lo vive no es verdaderamente cristiano pero, además, sólo quien experimenta la vida cristiana puede verificar, en sí mismo, que Jesús es realmente el camino, la verdad y la vida. Todos hemos empezado a ser cristianos porque nos atraía la persona de Jesús, sus palabras, sus valores, sus actitudes, sus acciones. Pero nos ratificamos como tales porque comprobamos, tras la conversión, que esta experiencia de fe, amor y esperanza es la única capaz de llenar de dicha y sentido nuestro corazón. En consecuencia, una buena metodología pastoral consistirá en hacer posible que los jóvenes degusten las experiencias básicas de la vida cristiana (orar, compartir, discernir, celebrar, comprometerse) en contacto con quienes viven con cierta calidad estas dimensiones de la fe. Una vez más, la reflexión ocupará un lugar posterior a la experiencia y ayudará a clarificar su sentido y su riqueza. Sólo saboreando la verdad, la bondad y la belleza que habitan en la oración, en la austeridad solidaria o en el servicio se cae en la cuenta de que Jesús tenía razón, incluso cuando propone el difícil camino de la cruz y de la entrega como precio inevitable del amor y de la vida.


  1. Del açento en lo moral a la recuperación del lenguaje simbólico


Al haber situado la iniciación cristiana en el ámbito de lo doctrinal o de lo ético, hemos desvirtuado el significado profundo de la fe cristiana que es, ante todo, un regalo que nos llega de fuera, una oferta de amor, un ofrecimiento de salvación de parte de Dios. Las dimensiones de trascendencia y gratuidad de la fe han quedado relegadas en el pasado y nuestro cristianismo ha quedado reducido a activismo, ideología o camino de autorrealización. Sólo el lenguaje simbólico es capaz de ponemos en contacto con el misterio de amor que sostiene todo lo creado y que los discípulos de Jesús hemos aprendido a llamar Padre. La alabanza, la, adoración, la acogida y, la entrega; lo más intimo y profundo de la experiencia religiosa cristiana; aquella relación que, es origen, alimento y meta, únicamente puede realizarse introduciéndose en la dinámica de lo simbólico, pues de Dios no tenemos ni podemos tener una experiencia empírica e inmediata. La vida de la Iglesia se ha empobrecido en riqueza y creatividad simbólica, cuando los jóvenes son muy sensibles a esta dimensión si se desarrollan con cuidado y calidad expresiva. También es cierto que la mentalidad superficial, pragmática y frenéticamente audiovisual que nos envuelve, reclama una labor pedagógica que desarrolle en los jóvenes una sensibilidad para acercarse al símbolo desde una actitud contemplativa de sosiego, acogida y profundidad qué trascienda la actitud que busca sólo el entretenimiento, las sensaciones o, directamente, el espectáculo. No son lo mismo diversión y fiesta y, a lo mejor, la búsqueda denodada de la primera en los entornos juveniles es expresión de que, muchas veces, faltan motivos para celebrar la segunda. En cualquier caso, me queda la convicción de que sin un vehículo expresivo adecuado es muy difícil cultivar la dimensión religiosa.


8.De la exclusividad, grupal al hincapié en la personalización


Creo que ya va siendo un lugar común el acento pastoral en la personalización. Esto es, en ayudar a los jóvenes a que vayan tomando poco a poco la vida en sus manos para que descubran en ella el paso del Señor y sus invitaciones; Detrás de esta convicción se encuentra la experiencia de que muchísimos chavales que frecuentaron nuestros grupos durante años, fueron realizando un proceso interior ajeno por completo al proceso formal del grupo. Por ello, grupos juveniles que parecían consolidados, reflejaban, todo lo más, lo que ocurría en aquellos de sus miembros más protagonistas. Resulta imprescindible descubrir y vivir la fe en comunidad. Esta realidad se impone cada vez con más intensidad. Es preciso, ciertamente, diseñar catecumenados articulados y sistemáticos de iniciación cristiana. Pero ello no obsta para que, él objetivo educativo fundamental radique en que el Evangelio vaya diciendo algo ala vida real de cada joven concreto en sus situaciones particulares que no tienen por qué coincidir con las del promedio del grupo, ni acontecer cuando “toca el tema”. En realidad, “personalización” no es un sinónimo de “individualización”. La oración en grupo, la revisión de vida, la reflexión en común, la comunicación de problemas, situaciones y sentimientos, el discernimiento comunitario, la participación en Eucaristías abiertas, las convivencias, etc., son otras tantas formas comunitarias de personalizar la fe. Lo decisivo es que, en la dinámica pedagógica, cada persona se sienta interpelada por. Jesús que le dirige una palabra única.



9.De la institución que regula y controla al espacio de crecimiento fraternal


Los cambios que el conjunto de la comunidad eclesial deberla asumir para poder hacer frente al reto de la pastoral renovada son demasiado amplios para incluirlos en esta reflexión. No obstante, desearía incidir en uno. Los jóvenes, en adelante, novan a venir a la Iglesia por rutina, por tradición, por aburrimiento, por obligación o por miedo. Van a venir porque les de la gana. Esto es, porque el ambiente, las relaciones, las actividades, la organización y la imagen de nuestras comunidades eclesiales les interesen y les enriquezcan. No es fácil que deseen vincularse a un grupo de gente mayor, que usa un lenguaje raro, que tiene unas estructuras que perciben rígidas, unas actividades poco divertidas y unas propuestas exigentes. Menos aún si perciben represión, autoritarismo o discriminación (pecados reales de nuestra Iglesia). La única forma en la que los jóvenes pueden sentirse interesados por la Iglesia es descubriendo en ella un espacio en el que se experimentan realidades que no se experimentan en ningún otro lugar y que dotan de calidad; fecundidad y plenitud a la vida: la experiencia del encuentro con Dios, la experiencia de la fraternidad y la experiencia del compromiso solidario y transformador. Sí la Iglesia abandona su pretensión de controlar o encorsetar la vida de sus miembros y se dedica a alimentar y estimular su capacidad de creer, de amar y de esperar, será mucho más atractiva para los jóvenes. Y esta vivencia eclesial reclama, necesariamente, seguir cultivando la creación de pequeñas comunidades cristianas insertas en unidades pastorales mas amplias (parroquias, movimientos, etc).



10. De la pastoral del invernadero eclesial y social a la del oasis


Termino este decálogo de buenas intenciones proponiendo la superación de otro lastre pastoral. Todos hemos sido testigos de tantos y tantos grupos de jóvenes como, aparentando en su Confirmación un entusiasmo propio de los primeros discípulos el día de Pentecostés, se diluían como el azúcar en la leche ante cualquier cambio de circunstancias (el veraneo, el pago del colegio al instituto o de éste a la universidad, o del estudio al trabajo, o de la soltería a la pareja, o a causa de un cambio de catequista o de cura, etc.). Todo ello pone de manifiesto tres cosas: que en muchos casos no se habla llegado a producir una opción de fe verdaderamente personal, un encuentro profundo con Jesús (y que otras circunstancias o intereses, por otra parte absolutamente normales, determinaban la pertenencia al grupo); que todos necesitamos estructuras comunitarias de apoyo para perseverar como cristianos; y que no habíamos generado una espiritualidad de la presencia en el mundo extraeclesial que es, precisamente, el espacio en el que los cristianos debemos vivir la fe. Esta espiritualidad debe enseñar a discernir; con esperanza pero sin ingenuidad, como mantener en la sociedad un estilo de vida servicial, testimonial y muchas veces contracultural. Jesús no separó a sus discípulos del mundo, sino que les envió para que difundieran la vida que hablan recibido. Para esto ha de preparar la pastoral de juventud. Evitando al mismo tiempo, otro de nuestros errores del pasado: que los grupos juveniles se aíslen tanto del resto de la comunidad adulta que, a la postre acaben siendo como “okupas” en la Iglesia con una indumentaria, lenguaje y símbolos tan ajenos a los del resto que sea imposible el mutuo enriquecimiento.


Conclusión


A la postre pienso que para renovar nuestra pastoral juvenil no necesitamos estrategias pedagógicas sofisticadas, especializadas y costosas, sino dos requisitos, eso sí, imprescindibles:


* Una experiencia gozosa de nuestra propia fe, que sea capaz de llenar nuestra existencia de amor, sentido, esperanza y pasión, al tiempo que inspire opciones y actitudes que generen vida a nuestro alrededor. Esto es, un ‘tipo dé vida que, por su intensidad y calidad, pueda provocar interrogantes e interés en nuestro entorno.


*Más fe en nosotros, con lo que ello significa de valentía, entusiasmo, coraje y creatividad y también cii Dios que está presente en el mundo y en todo ser humano y que puede, en cualquier momento, invitar a su amistad. Nuestra mediación es necesaria pero, a la postre el reinado de Dios (a Dios gracias) no está en nuestras manos.





1 ST 94 (2006) 29-38.

2 J.M. MARTÍN MORENO, Personajes del cuarto Evangelio, Biblioteca Teológica Universidad Comillas — Desclée, Madrid/Bilbao 2002, 99-112.

3 W. HARNISCH, Las parábolas de Jesús, Sígueme, Salamanca 1989, l70ss.

4 J.I. GONZÁLEZ FAUS, «La “filosofía de la vida” de Jesús de Nazaret»: Sal Terrae 76/4 (abril 1988) 275-289.

5 La estructura de la parábola presenta dos partes, aunque proceda en cuatro tiempos. La primera parte agrupa los fracasos y dificultades, mientras que la segunda, que se deja para el final, según las leyes de la retórica, presenta enfáticamente la fecundidad desbordante de la semilla que cae en tierra buena.


6 Gramsci, desde la cárcel, escribía: «Estoy convencido de que, incluso cuando todo está o parece perdido, hay que volver a ponerse a trabajar tranquilamente, volviendo a empezar por el principio» (Citado por R. DÍAZ SALAZAR, Justicia global. Las alternativas de los movimientos de Porto Alegre, Icaria Editorial — Intermón Oxfam, Barcelona 2002, p.83).



7 CONFER 45 (173) 151-161.

8 Cf. Carmelitas de la Caridad Vedruna (2005). “Mística y profecía”. Documento
Capítulo XXV. Vic. Barcelona. N° 3. p. 11.

9 Cf. J. MASIÁ, (1997). “El animal vulnerable’ Invitación a la filosofía de lo humano.
Ed. UPECO. Madrid. cap. 9. “Las ambigüedades de la historia”, pp. 294-302.

10 S. AYESTARÁN, “Crecer como personas en comunidad’ en: “La comunidad religiosa: anuncio, diaconía y testimonio profético”. V Semana de Vida religiosa en Andalucía, ed. ITVR, Vitoria 1988, serie “Apuntes”, pp. 55-68.


11 X. MELLONI, Interioridad y diálogo interreligioso. En: VV.AA. La interioridad:
un paradigma emergente. Ed. PPC. Madrid 2004, pp. 87-103.

12 S. AYESTARÁN, (ed.), “El grupo como construcción social”. Ed. Plural. Barcelona 1996.

13 D. BONHOEFFER, Vida en comunidad, Sígueme. Salamanca 2003, 8.

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Inspectoria Salesiana “Santiago el Mayor”