DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio


DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio




Inspectoría Salesiana de “Santiago el Mayor" León , 24 de enero de 2006 nº 50













Aunque a veces pueda ser verdad aquello de que el futuro no es como lo imaginábamos, sino como nos lo temíamos, en medio de las idas y venidas diarias, nuestro cristianismo no espera en serio al Hijo, y el mundo no espera a menudo más que el próximo puente festivo. Se podía leer en el metro de París, y decía eso mismo, “en un mundo tan absurdo, lo único verdaderamente importante consiste en pensar dónde pasaremos las próximas vacaciones”. En medio de la insoportable levedad del mundo, rememorando a Milan Kundera, y con todas las condiciones propias de una sociedad neoliberalmente gestionada, el anuncio del Evangelio, la Buena Nueva del Reino de Dios, el anuncio significativo de la persona, la vida y las palabras de Jesús, el Cristo, las bienaventuranzas, constituyen un anacronismo cultural. Y, sin embargo, para nosotros sigue siendo el meollo de la misión evangelizadora. Sigamos apostando por el futuro y hagámoslo con humor, y con buenas dosis de amor. Por los jóvenes.
























ÍNDICE



  1. Retiro ………………………….3-8

  2. Formación…………………...9-21

  3. Comunicación.……..........22-23

  4. El anaquel…………….......24-52




Revista fundada en el 2000


Edita y dirige:

Inspectoría Salesiana "Santiago el Mayor"

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Tfno.: 987 203712 Fax: 987 259254

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Maqueta y coordina: José Luis Guzón.

Redacción: Segundo Cousido y Mateo González

Depósito Legal: LE 1436-2002

ISSN 1695-3681


RETIRO






Comunicación y misión salesiana

Josep Lluís Burguera


Estamos en tiempos en los que hace falta obrar. El mundo se ha hecho material, por eso hace falta trabajar para dar a conocer el bien que se hace. Si uno hace incluso milagros rezando día y noche y quedándose en su celda, el mundo no presta atención y no cree más. El mundo tiene necesidad de ver y tocar”1.


De poco serviría una santidad que no es testimoniada, visible y legible. Sería poco menos que inútil una vida consagrada salesiana que no lograra ser comunicada y propuesta a otros. Incluso el encuentro con el Cristo de Don Bosco resultaría irrelevante si esta experiencia no fuera conocida, no se hiciera pública”2.


Nuestros documentos fundamentales son claros: “La Comunicación Social es un camino privilegiado para nuestra misión de educadores de la fe en los ambientes populares”3.


Pero sembremos algunas dudas:


  • ¿Es posible comunicar en esta Babel de hoy, selva espesa de palabras, de imágenes audiovisuales sobreabundantes y de informaciones inmediatas y atosigantes?

  • ¿Cómo encontrar en esta Babel de hoy una comunicación viva, auténtica, en la que las palabras, los gestos y los signos transiten por los caminos justos, sean recogidos y captados con resonancia y simpatía?4

  • ¿Cómo comunicar con autenticidad y eficacia en la relación interpersonal, en la comunidad salesiana, en la Iglesia, en la sociedad, con nuestros destinatarios y con el mundo de los mass media sin ser ahogados por ríos de palabras y mares de imágenes?

CONTEMPLEMOS Mc. 7, 31 – 37: episodio de la curación del sordomudo5.

Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis.


Le presentan (a Jesús) un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él.

Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: “Effatà”, que quiere decir: “¡Ábrete!”

Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente.

Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”


Comentemos este texto brevemente siguiendo al Cardenal Martini: Jesús vuelve del extranjero, está ahora en Galilea.


  • Descripción del sordomudo: es un pobre hombre que no puede comunicarse nada bien. No oye, se expresa con ruidos guturales no comprensibles. Tanto es así que los otros son quienes lo presentan al Señor.

  • Jesús se encuentra con él. No obra el milagro de repente ni en público. No busca prodigios, le preocupa mucho más que el sordomudo le capte en su interés y en su afecto, en su deseo de cuidarlo. Por eso se lo lleva aparte. Allá, con signos hasta chocantes y bien concretos, le indica lo que quiere hacer. Y es tal vez significativo que Jesús comienza sanando los oídos, la escucha.

  • El Señor mira hacia el cielo y dice “Effatà”, o sea, “¡Ábrete!”

  • Consecuencias: Marcos nos habla de apertura y soltura para una corrección expresiva. Es una nueva capacidad que se vuelve contagiosa y comunicativa.

En este hombre incapacitado para comunicarse y luego relanzado por Jesús hacia una comunicación auténtica, podemos nosotros leer la parábola de nuestro fatigoso comunicar interpersonal, eclesial y social.


Es bueno situarse mental y afectivamente en el papel del sordomudo a fin de:


  1. darnos cuenta de nuestras propias dificultades comunicativas:

    • Dentro de nosotros mismos:

      • La fatiga de vivir nuestra propia interioridad.

      • El choque entre deseos y acciones.

      • La diferencia entre sueños y realidad.

      • El conflicto entre malhumores y desahogos.

    • En las familias:

      • El drama de las rupturas.

      • La conflictividad establecida.

      • Los bloqueos comunicativos.

    • En las comunidades:

      • Los silencios, mutismos y enquistamientos.

      • La recurrencia a los lugares comunes en las conversaciones de mesa.

      • La crítica y la murmuración.

    • En la Iglesia:

      • La dificultad de poder expresar la crítica constructiva.

      • Las críticas entre grupos o movimientos.

    • En la sociedad:

      • Conflicto permanente entre grupos de interés.

      • En los MCS:

        • No aparecen tanto como unos elementos de cohesión social, sino más bien, como una caja de resonancia y amplificación de todos los conflictos, incluso de los interpersonales: se suscitan emociones fuertes, se vende la información como un producto, se produce una inflación de sentimientos y la espectacularización de la realidad.

  1. Dejarnos tocar y sanar por Jesús:

    • Toda la vida de Jesucristo se puede entender como un supremo acto de comunicación: el momento más profundo del diálogo de Dios con la humanidad.

    • Si la persona misma de Jesucristo es comunicación, ésta se concreta en momentos especialmente densos, tales como: sus milagros, sus palabras cuando desenmascaran hipocresías y bloqueos comunicativos, sus parábolas y gestos fuertes en los que expresa su relación con el Padre y su voluntad de estar con la gente sencilla, y otros modos de actuar verbales y no verbales.

  2. Reabrir nuestros canales comunicativos a todos los niveles:

    • La auto comunicación divina llevada a cabo en Jesús, funda en quien la acoge, la exigencia de comunicar gratuitamente a los otros (compañeros, jóvenes, clases populares) cuanto nos ha sido gratuitamente anunciado. Aquí entra de lleno nuestra misión salesiana, nuestra entera acción pastoral, nuestra entera acción pastoral (“Studia di farti amare”, como pedía Don Bosco a sus salesianos), acción que se mueve hoy, como ha escrito don Pascual Chávez en su carta sobre la CS, dentro de la cultura mediática, que tiene su lógica, sus potencialidades, sus áreas de luz y de sombra.

    • Podemos además, transmitir gran cantidad de conocimientos e informaciones a través de las técnicas de comunicación más modernos, pero comunicamos, sobre todo, con lo que somos.

    • Podemos ser expertos en técnicas comunicativas y, sin embargo, estar comunicando al mismo tiempo nuestra mediocridad y mezquindad o nuestra coherencia y honradez.



¿Qué estamos, pues, comunicando como personas, como salesianos, como comunidad, como Congregación?:



    • ¿La opción radical por Dios y por Jesucristo?

    • ¿La fraternidad de la vida comunitaria?

    • ¿La opción privilegiada por los jóvenes pobres y abandonados?

    • ¿El sentido de la vida y la esperanza?

    • ¿La entrega incondicional y gratuita?



Comunicación y misión: no es una cuestión sólo de medios o de estrategias, ni de técnicas de comunicación interpersonal o social, si siquiera de los necesarios lenguajes –también mediáticos- que la expresan. Es una cuestión, sobre todo, de autenticidad irradiada, porque nuestra comunicación reflejará, a la postre, lo que somos6.


Jesús, modelo supremo de comunicador, y Juan Bosco, admirable comunicador él también, sean para cada uno de nosotros, referencias incuestionables que nos vayan marcando el camino seguro de nuestra comunicación salesiana, en el que se nos enseña que no basta con hacer el bien sino que éste debe ser conocido. Y, por lo tanto, no basta con amar, sino que los demás deben sentir que son amados.


Éste es el núcleo fundamental del lenguaje salesiano de la comunicación. Aquí se encuentra, además, el reto de nuestra misión.



SUGERENCIAS PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL O COMUNITARIA



  1. ¿Qué signos de bloqueo de la comunicación descubro en mí o en mi comunidad? Por ejemplo: insensibilidad, frecuentes malhumores, disgusto sistemático con algunas relaciones, incapacidad de amistades duraderas, etc.

  2. ¿Con qué nota calificaría nuestra comunicación comunitaria?: Óptima – Buena – Aceptable – Mediocre – Mala.

  3. ¿Qué puedo hacer aquí y ahora para mejorar esta comunicación?

  4. ¿Rezo al Señor para que se me comunique y, estando en sintonía con Él, sane mis relaciones humanas?

  5. ¿Tengo deseos de acoger el don de la comunicación divina a través de los múltiples modos en que ésta se me ofrece?

  6. ¿Salgo al encuentro de los jóvenes y de otros destinatarios con voluntad de presencia, con autenticidad de miras, con lenguajes comprensibles y útiles para ellos?

  7. ¿Utilizo los medios de comunicación con madurez y moderación y también como instrumentos de educación?









FORMACIÓN





Apasionados por Dios y por su mundo7
Encuentro con el corazón del profetismo
DOLORES ALEIXANDRE, RSJ

Cuenta una narración judía que Ba’al Sem Tov, el Maestro del Santo Nombre, promovió en el s. XVIII, en la comunidad judía del Este europeo, un fuerte movimiento de espiritualidad: el hasidismo que tenía como objetivo promover la vivencia interior de las enseñanzas espirituales de su tradición. Se le recuerda como un hombre que vivió una intensa comunión con Dios; la oración era la fuente de su fe, así como un sentido profundo de la presencia de Dios. Cuando murió, su hijo, Rabbi Hersh le sucedió al frente del movimiento hasídico: era un muchacho tímido, encogido y que no se hacía respetar. Por fin se decidió a preguntar a su padre muerto y tuvo un sueño en el que le preguntó: ¿Cómo tengo que servir a Dios? El Ba’al Sem escaló una montaña y desde su cima se lanzó hacia el abismo: -“Así”, respondió a su hijo. Luego se le apareció como una montaña de fuego que estallaba en mil centellas ardientes y le dijo: -“Y también así”.


Y es que la relación con Dios se parece más a un incendio en el que uno se prende que a un enunciado de creencias con el que a veces confundimos la fe. “La fe nace del fuego, decía A. Heschel, de una llama que consume las escorias de la mente y del alma; pero corre el riesgo de vivirse como una creencia, al margen del fuego”.


Profetas apasionados por Dios


Conscientes de que el incendio procede de Él


Lo atestigua el relato de vocación de Isaías:


“El año de la muerte del rey Ozías vi al Señor sentado sobre su trono alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él, cada uno con seis alas: con dos alas se cubrían el rostro, con dos alas se cubrían el cuerpo, con dos se cernían. Y se gritaban uno a otro diciendo: ¡Santo, santo, santo el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria! Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije:


“Ay de mí, estoy perdido!

Yo, hombre de labios impuros,

que habito en medio de un pueblo de labios impuros,

he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”.


Y voló hacia mí uno de los serafines con un ascua en la mano, que había cogido del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:


“Mira: esto ha tocado tus labios,

ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado” (Is 6)


La relación de los profetas con Dios no fue el resultado de una búsqueda teórica, de un tantear en la oscuridad de las alternativas: Dios les “quemaba” y era para ellos irresistiblemente real y presente. Vivían como testigos, impresionados por las palabras de Dios, más bien que como exploradores comprometidos en un esfuerzo para averiguar su naturaleza.


Sus modos de hablar no aludían a conceptos atemporales desprendidos del ser de Dios: revelaron actitudes
de Dios y no conceptos sobre Dios. No trataron de ofrecer pruebas de su existencia: fueron sus testigos. Para ellos lo que importaba no era pensar a Dios sino procurar estar presentes a El. No trataron nunca de definirle sino de invocarle, porque Dios no es un concepto, sino un Nombre.


La fe de los profetas no significa una doctrina concebida o aprendida por ellos. Se refiere a ese Dios con quien ellos vivieron íntimamente comprometidos, en un compromiso que abarcó su vida entera y que trascendió al dominio del pensamiento.


Vivieron en su carne lo que dirá después Maimónides: “Es algo sabido y evidente que el amor de Dios no puede tener raíces profundas en el corazón humano si no le ocupa constantemente la mente, de tal manera que nada en el mundo le importe más que ese amor”.


¿Cómo “reincendiar” nuestra vida religiosa para que no se convierta en una tibia costumbre y en una aburrida repetición de viejos saberes y decires?



Conducidos de la resistencia al consentimiento


La historia de los profetas (como la nuestra...) podría ser descrita como un arco que une dos extremos: el del NO y el del AMEN. Su trayectoria humana y espiritual está marcada por ambas posturas. Esta trayectoria resulta muy clara en Jeremías. En un momento especialmente conflictivo de su vida, el profeta se atrevió a reprochar a Dios su conducta hacia él:


Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir;

me forzaste, me violaste... (20,7)


El verbo elegido es terrible porque evocaba en la tradición de Israel la acción de seducir a una muchacha virgen engañándola e incluyendo un componente de violencia (Cf. Ex 22,15). Siguiendo la vieja tradición de Israel de una total carencia de “autocensura” a la hora de hablar con Dios (no hay más que recordar a Job o a Qohélet...), Jeremías no duda en enfrentarse con El, entrar en clara confrontación con sus planes, hablar de El con imágenes que hoy consideraríamos casi blasfemas al llamarle
“arroyo engañoso” (15,18), forastero en el país, hombre aturdido, soldado incapaz de vencer.. .(14,8-9).


Le acusa de no cumplir sus promesas, de comportar- se con ambigüedad, de ser enemigo de inocentes. Le increpa:
acuérdate de mi, ocúpate de mi muestra mi inocencia, castiga a mis enemigos... Le pregunta incansablemente por qué y hasta cuándo, usa infinitas veces el término hebreo herpah: ignominia, vergüenza, deshonor, oprobio, mutilación; emplea también con frecuencia la interjección ‘oy que evoca una amenaza de castigo y expresa la rebeldía de alguien que se revuelve con angustia.


Pero, a pesar de sus protestas, la desesperanza no fue la última palabra de Jeremías: un Dios silencioso y enigmático le condujo a través de “cañadas oscuras” a la tierra de la fidelidad, de la obediencia y del AMEN. A partir de un determinado momento, da la sensación de que Jeremías deja de rebelarse y de hacer reproches a Dios y son entonces su vida misma y su fidelidad a la misión que le había sido confiada las que se convierten en su forma de respuesta.
Como alguien que, después de preguntar tantas veces a Dios ¿de qué parte estás?, hubiera escuchado una vez más la respuesta recibida en el momento de su vocación, aunque ahora en medio de la noche:
Contigo (cf 1,8.19).


Pasión por el mundo de Dios


Capaces de contemplar la realidad con su mirada


El Señor me dirigió la palabra:

-Qué ves, Jeremías?

Respondí:
-Veo una rama de almendro.

Me dijo:

-Bien visto! Que alerta estoy yo para cumplir mi palabra (1,11-15).


El profeta oye para ver, para mirar el mundo como objeto de la solicitud de Dios. Es convocado por Él para mirar más allá de sí mismo y sorprenderse y maravillarse como en la primera mañana de la creación. El Señor pone ajeremías ante algo banal, algo que todo el mundo puede ver, pero allí donde los demás no ven mas que una rama florecida, el profeta aprende a escuchar una palabra:


Alerta estoy yo para cumplir mi palabra.


Pero, en medio de la situación de caos, es capaz también de descubrir la presencia fiel de Dios incluso en medio de la banalidad de la vida cotidiana:


Palabra que fue dirigida a Jeremías de parte del Señor:


Levántate y baja a casa del alfarero que allí te haré oír mis palabras (18,1)


No es, por tanto, en la sola interioridad donde Dios le llama a escuchar la palabra, sino en los lugares en apariencia intrascendentes de la vida humana.



Contagiados por los sentimientos de Dios


Este sería el principal rasgo profético según el judío Abraham Heschel: el Profeta es alguien que llega a vivir en solidaridad emocional con Dios, en símpatía profunda con los sentimientos divinos. Por eso su lenguaje es predominantemente afectivo: decepción, dolor, aflicción, llanto, reproches, quejas, preguntas...


Mi pueblo me ha olvidado... (18,15; 23,27).


Me han abandonado (2,13).


Se deshacen mis ojos en lágrimas día y noche, dejad que no cesen
pues mi pueblo amado está quebrantado por una gran herida (14,16).


Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados
que no retienen el agua. (2,12-13).


¿Quién se apiada de ti, Jerusalén, quién te compadece?


¿Quién da un rodeo para preguntar cómo estás? Tú me rechazaste, te echaste atrás -oráculo el Señor. (15,5).


He abandonado mi casa y desechado mi heredad, he entregado al amor de mi alma en manos enemigas (12,7).


Jeremías siente en su interior esa misma pasión:


¡Ay mis entrañas, mis entrañas!

Me tiemblan las paredes del pecho,

tengo el pecho turbado y no puedo callar (4,19)



El pesar me abruma, mi corazón desfallece, al oír desde lejos el grito de auxilio de la capital (8,18).


Reboso de la ira del Señor y no puedo contenerla, se me derrama en la calle... (6,10).


¡Quién diera agua a mi cabeza

y a mis ojos una fuente de lágrimas,

para llorar día y noche a los muertos de la capital! (8,23).


Los profetas descubren en el corazón de Dios la misma condición del corazón humano: el dolor. Un dolor que es distinto de su amor y que refleja su amor hacia todos los que se revuelven contra El. Se trata de un amor absolutamente afirmativo, capaz de derramarse gratuitamente sobre los que le han rechazado, de envolverlos y, por decirlo así “capturarlos”. Estamos ante una “teología patética”: Dios se muestra íntimamente solidario del destino de su pueblo:


¡Si es mi hijo querido Efraín, mi niño, mi encanto! Cada vez que le reprendo me acuerdo de ello, se me conmueven las entrañas y cedo a la compasión (31,20)


Existe una palabra que aplicamos a las personas que nos caen bien:
simpatía. Muchas veces no pasamos de una apreciación superficial: nos cae simpática la gente agradable, amable, sonriente. Pero la simpatía tiene un contenido muy denso: viene de la palabra griega pathos que evoca todo el mundo de los sentimientos humanos, de eso que llamamos “corazón” o “entrañas” y que encierra nuestras emociones más hondas: alegría, dolor, cólera, ternura, esperanza... La simpatía entonces sería la cualidad que hace que alguien sienta la realidad como la sentimos nosotros, participe de nuestros criterios, actitudes y sentires.


Los profetas son los hombres de la
simpatía. Experimentaron un contagio misterioso del pathos de Dios, vivieron una especie de emparentamiento íntimo con él que les reveló que Dios no está lejano ni indiferente a su mundo: es el comprometido, el cercano, el preocupado. Dios jamás es neutral, nunca está más allá del bien o del mal, siempre es parcial para la justicia. No es un espectador de la historia, sino un participante. Los profetas anuncian un hecho asombroso para nuestras imágenes tan deterioradas de la divinidad: al Creador del cielo y de la tierra le importa cómo se comporta un oscuro individuo con los pobres, los huérfanos y las viudas. A Dios se le inclina el corazón hacia el sufrimiento de sus hijos, los lleva en la niña de sus ojos y contagia su manera de mirar a algunos hombres a quienes la Biblia llama “Profetas”.


Amós fue uno de esos hombres. En el Israel del siglo VIII a.J. venía de un oficio tranquilo y simple: cuidaba ganado y cultivaba higueras. Su vida podía haber transcurrido pacífica y sin problemas. Es verdad que le había tocado vivir un momento difícil de su pueblo: el reino se había dividido hacía ya mucho tiempo. En el norte, cuya capital era Samaria, se vivía bien. O, mejor dicho, algunos vivían muy bien porque otros vivían muy mal. La prosperidad había desatado la ambición de los poderosos que aumentaban sin cesar sus posesiones y riquezas a costa de los pequeños propietarios que se iban empobreciendo y llegaban a tener que venderse como esclavos.


Amós iba con frecuencia a la corte real de Samaria para tratar negocios, pero no fue capaz de mirarla con su mirada de comerciante o de turista. No sintió admiración por su riqueza o su lujo, sus espléndidos palacios construidos con magníficos sillares. Amós no ve una ciudad próspera y en paz, no se deja deslumbrar por la magnificencia de sus construcciones ni por el confort de sus costumbres. Por detrás de todo eso, contempla la realidad: todo está podrido. Los comerciantes engañan a la gente y cobran precios exorbitantes; los ricos abusan de los pobres y llegan a tener varias casas decoradas de madera preciosa, mientras que los pobres carecen de cobijo. Las damas de Samaria pasan las horas tumbadas en divanes y cojines de seda. Sólo piensan en comer y beber.


La voz de Amós se dejó oír entonces, en medio de aquella situación, como el restallar de un látigo: se hizo presente abiertamente en las plazas públicas, en las romerías que congregaban al pueblo en los santuarios. Era un mensaje acuciante, violento, provocador, de una fuerza desconocida hasta entonces. Sacudía las conciencias, desestabilizaba lo que parecía inmutable, pronunciaba en alto lo que muchos no se atrevían a decir, llamaba por su nombre a situaciones que los intereses de grupo procuraban disimular.


El verdadero secreto de la predicación de Amós no es la contemplación de la realidad injusta que le conmovió y le hizo clamar. Era la comunicación de la pasión de Dios por su mundo, eran los sentimientos del mismo Dios, su justicia arrolladora, su interés por los más débiles y oprimidos de sus hijos. De ahí sacaba Amós la fuerza liberadora de su denuncia, la indignación de su voz y la libertad en sus enfrentamientos.


Podríamos preguntarnos dónde están para nosotros las fuentes de nuestra “solidaridad emocional” con Dios y de nuestra libertad...



Portadores de palabras dirigidas al corazón

Los profetas de Israel recurren con frecuencia a imágenes expresivas y audaces para comunicar su experiencia de Dios: es un león que “ruge desde Sión” (Am 1,2) o “un pastor que lleva en brazos a los corderos” (Is 40,11); es un “manantial de agua viva” (Jer 2, 13) o “un arroyo de aguas engañosas” (Jer 15,18); es alguien que seduce y viola (Jer 20,7) o “un forastero, un caminante que se desvía, un hombre aturdido, un soldado incapaz de vencer” (Jer 14,6-7); es “el que creó los confines del orbe” (Is 40,28) y el que ha cargado con Israel “desde el vientre materno” y lo ha llevado “desde las entrañas” (Is 46,4).


Todas las imágenes que usan son, necesariamente, antropomórficas, sacadas de la realidad de las relaciones humanas o del mundo material en el que vive el profeta. Todas ellas están de alguna manera “inculturadas” en el medio israelita.


Pero, entre todos es Oseas el profeta en quien esa “inculturación” resulta más atrevida, más arriesgada, y las imágenes que emplea podríamos decir que rozan las fronteras de lo herético.


Oseas comienza su actividad profétíca en los últimos años, relativamente prósperos, deJeroboam II (782-753). La etapa siguiente estará marcada por el signo de la decadencia, las revueltas y conspiraciones palaciegas, los asesinatos de reyes, la amenaza de Asiria.


Proliferaba un culto sincretista que veneraba indistintamente a Yahvé y a Baal, el dios cananeo de la fertilidad, de la lluvia y de las estaciones a quien se atribuía la fecundidad de la tierra. Yahvé seguía siendo el Dios del pueblo pero quien satisfacía las necesidades primarias era Baal.


Los cultos orgiásticos y la práctica de la prostitución sagrada eran habituales en los santuarios del reino del Norte.


El becerro instalado por Jeroboam I en Betel en el momento de la separación de los dos reinos, aunque en su origen no tuvo una intención idolátrica, llegó a ser después la causa de grandes equívocos ya que el pueblo identificaba a Yahvé con el toro, cayendo en un tipo de religión naturista.


Oseas denunciará esta idolatría que, para él, tiene también otra vertiente: la política. En una época de grandes convulsiones, cuando está en juego la subsistencia del país, Israel sucumbe a la tentación de aliarse con potencias extranjeras (Egipto, Asiria...) que se convierten para él en dioses a quienes confía su salvación.


La reacción de Oseas es virulenta. Con un apasionamiento que marca toda su predicación, arremete contra todo lo que se interpone entre Dios y su pueblo. Pero, a diferencia de Elías, que había acentuado radicalmente la separación entre Yahvé y los baales, o de los rekabitas, un grupo que se negaba, de generación en generación, a aceptar la vida sedentaria en la que veían la razón del pecado de Israel y vivían de una forma parecida al tiempo del desierto (cf Jer 35), Oseas baja a la arena del baalismo, se acerca a los temas, imágenes y costumbres de su pueblo y precisamente ahí encuentra la fuente de su lenguaje.


Sus imágenes son atrevidas, fuertes, estridentes a veces, y su experiencia de fracaso matrimonial le lleva a inaugurar la serie de gestos simbólicos que serán tan frecuentes posteriormente en el profetismo y en los que se dará un mayor o menor grado de implicación personal: el celibato de Jeremías (Jer 16,1-4) comprometió su vida en niveles mucho más profundos que la ruptura del jarro de loza (Jer 19,1-15). El matrimonio de Oseas con una “mujer de la prostitución” (Os 1,2) le afectará en lo más íntimo y personal de su existencia. Este hecho insólito y escandaloso sirvió de símbolo a una situación anómala: el acercamiento de Israel a las divinidades cananeas “porque el país se prostituye completamente, alejándose de Yahvé” (Os 1,2).


La correspondencia de términos es perfecta: de la misma manera que Dios está unido por la alianza a Israel, pueblo apóstata e infiel, el profeta asimilado a Dios, se une en matrimonio con una mujer israelita adepta al culto de Baal.


El capítulo 2,4-25 , con el apasionamiento amoroso de su lenguaje, la violencia y el erotismo de sus referencias sexuales, la “incoherencia” de su estructura, los cambios de persona, las “tácticas” empleadas por el marido celoso, refleja magistralmente la participación del Profeta en el
pathos de Dios.


- Padre/Madre-hijo (Os 11)


“Cómo voy a dejarte, Efraím, cómo entregarte, Israel? ¿Voy a dejarte como a Admá y hacerte semejante a Seboyim? Mi corazón se me revuelve dentro a la vez que mis entrañas se estremecen...” (11,8).


El verbo elegido,
HPK (revolverse, estremecerse...) en relación con LEB (corazón), designa un movimiento particularmente violento (es el mismo que designa en Gen 19,25 a el “vuelco de situación” de Sodoma y Gomorra) y parece atraído por la evocación de Admá y Seboyim. La diferencia está en que en Génesis son las dos ciudades las que sufren el cambio violento de situación, mientras que en Oseas es el corazón de Dios el que “da un vuelco”.


- Lluvia


“Esforcémonos por conocer al Señor: si madrugamos le encontraremos; vendrá a nosotros como la lluvia, como aguacero que empapa la tierra” (6,3).


La lluvia era el gran don de los Baales. Oseas usa con osadía elementos característicos del pensamiento y del culto cananeo y los “re-convierte” hacia el yahvismo con una flexibilidad asombrosa para adoptar manifestaciones culturales a la hora de expresar su vivencia religiosa. El que el Señor venga “como la lluvia” muestra, por un lado, su crítica de la situación de sincretismo reinante y de su intento de cosificar a Dios e identificarle con sus dones pero nos hace ver, por otro, el peligro que corría su propio lenguaje de ser mal interpretado.


Rocío


“Seré rocío para Israel...” (14,6)


En 13,3 esta imagen se adjudica a Israel y es usada subrayando lo efímero de su duración, como es efímera la conversión de aquél. Aquí el contexto es diferente ya que el capítulo 14 es un oráculo de salvación y afirmar que el Señor será como el rocío es una promesa de fertilidad gratuita.


Ciprés


“Yo soy ciprés siempre verde: de mi proceden tus frutos” (14,9).


Es la única vez en que la Biblia emplea el símbolo del árbol para hablar de Dios. Algunos exegetas han leído: “Yo soy tu Anat y tu Asherah” que expresa de nuevo el intento
de Oseas de “inculturar” el lenguaje sobre Dios en los mitos cananeos.


Unos versos antes leemos: “volverán a morar a su sombra...”(14,8) y algunos ponen esta expresión en paralelo con la de Cant 2,3: “a su sombra quisiera sentarme”.


Otras imágenes están sacadas del mundo animal y en ellas Dios aparece como un cazador de pájaros (7,12), polilla o carcoma (5,12), una pantera, una osa a quien le quitan los cachorros (13,7-8).


¿Seguimos utilizando un lenguaje estereotipado y sacral o estamos en contacto con el de la gente, que sigue estando ávida de escuchar el Evangelio en el “dialecto de Galilea”, es decir en la sencillez de palabras humanas que llegan al corazón?



Poseedores de una indestructible esperanza


Unas breves indicaciones para situar este libro profético: el año 587 a.C. Nabucodonosor, rey de Babilonia, invadió Palestina y la arrasó casi totalmente. Destruyó Jerusalén y el Templo y se llevó cautivos a los dirigentes de la ciudad. En el país no quedó sino la gente más miserable mientras que la parte más significativa del pueblo tuvo que aprender a vivir la dureza del destierro. El desánimo y la falta de esperanza pesan sobre la comunidad judía “junto a los canales de Babilonia” (Sal 137).


En contraste con este género de lamentación desolada, se levanta, imprevisiblemente, una voz esperanzada y esperanzadora:


“Consolad, consolad a mi pueblo,

dice nuestro Dios.

Hablad al corazón de Jerusalén

y decidle ...“ (Is 40,1).


Todo el mensaje que ese profeta anónimo va a dirigir a su pueblo es como un torrente de dinamismo y de ánimo que intenta anegar su pesimismo y su abatimiento. ¿Había motivos para ello? Hacia 555, el persa Ciro había empezado a subir en el horizonte político pero en la comunidad de los desterrados nadie parecía prestar atención a este hecho. Hacía falta que la mirada y la voz de un profeta se adelantara a los acontecimientos y supiera leerlos e interpretarlos desde el proyecto de Dios. Pero no se 11- mita a hacerlo: toda su capacidad expresiva se pone al servicio de la transmisión de su mensaje de esperanza. La fuerza evocadora de la imaginación profética, el apasionamiento de su lenguaje, sacuden a Israel de su desánimo y le señalan una dirección, arrastrándole a emprender un nuevo éxodo.


Es evidente que no se pueden hacer transposiciones fáciles y aplicarles a destajo las palabras proféticas: pero podemos releer esos quince capítulos llenos de inspiración profética y poética, y abrir oído de discípulos para ver si conseguimos aprender algo del secreto de su fuerza persuasiva y esta lectura se nos convierte en una fuente de recursos y, así de claro, de tácticas y estrategias. Nos anima en la empresa una afirmación que el profeta pone en boca de Dios:


“Yo te instruyo en lo que es provechoso

y te marco el camino por donde debes ir” (48,17).


Lo primero que llama la atención es que se atreve a decir en voz alta lo que el pueblo se está repitiendo a sí mismo:


“En vano me he cansado,

en viento y en nada he gastado mis fuerzas.. .“ (49,4).


Me ha abandonado el Señor,

mi dueño me ha olvidado...”(49,14)


Le presta imágenes en las que vea reflejada su situación, baja con él al fondo de su negrura, como si dijera: “que sí, que lo sé: te sientes a oscuras (50,10), tienes miedo (51,12), te has quedado solo (49,21), nadie te coge de la mano (51,18), te encuentras por los suelos y con una soga al cuello (52,2) y encima otros te están diciendo: “dóblate, que vamos a pasar sobre ti...”(5 1,23). Y no te creas que me engaño, ya sé que tienes la cabeza más dura que el bronce (48,4)”.


Pero cuando ya ha tocado fondo en el fango en que se siente hundido, la palabra profética se convierte en una mano fuerte que tira de él, le saca a espacio abierto, le hace pisar sobre la fuerza del Dios que lo sostiene como sobre la seguridad de una roca.


“No temas, siervo mío, Jacob, mi cariño, mi elegido” (44,2).


“En tiempo de gracia te he respondido, en día propicio te he auxiliado” (49,8).


“Tan corta es mi mano que no puede redimir?


¿O es que no tengo fuerza para librar?” (50,2) “Yo, yo soy vuestro consolador.


¿Quién eres tú para temer a un mortal” (5 1,12)


Imposible quedarse ovillado sobre si mismo o paralizado por las dificultades: la llamada de Dios irrumpe con un vigor imperativo que sacude, moviliza, empuja hacia delante, pone en pie, se revela más potente que cualquier abatimiento: “Espabílate, espabílate, ponte en pie, Jerusalén!” (51, 17).


Despierta, despierta, vístete de tu fuerza, Sión!”
(52,1).


“¡Salid de Babilonia, huid de los caldeos!” (48,20).


“Fuera, fuera, salid de ahí!” (52,11).


“Alégrate, ensancha el espacio de tu tienda, no temas, ven a mí...” (54,1.2.4;55,1).


Si hay algo que caracteriza el lenguaje profético es su capacidad para ofrecer alternativas, para propiciar y evocar una conciencia y una percepción de la realidad “disidentes” de las del entorno cultural dominante.


El Segundo Isaías intenta dinamizar vigorosamente a un pueblo abatido. Y lo hace presentándole utópicamente un tiempo y unas situaciones distintas, hacia las que se puede empezar a caminar. Busca por todos los medios que al pueblo “le apetezca” el cambio que se le propone y por eso se lo describe con unas imágenes llenas de fuerza y de vigor sugerente:


“Consolad, consolad a mi pueblo,

dice vuestro Dios...

Mirad, el Señor llega con poder

y su brazo manda.

Mirad, viene con él su salario

y su recompensa le precede.

Como un pastor que apacienta el rebaño,

su brazo lo reúne,

toma en brazos los corderos

y hace recostar a las madres” (40,1.10-11).


“Los pobres y los indigentes buscan agua

y no la hay;

su lengua está reseca de sed.

Yo, el Señor, les responderé;

yo, el Dios de Israel, no los abandonaré.

Alumbraré ríos en cumbres peladas,

en medio de las vaguadas, manantiales;

transformaré el desierto en estanque

y en yermo las fuentes de agua;

pondré en el desierto cedros y acacias,

y mirtos y olivos;

plantaré en la estepa cipreses y olmos

y alerces juntos.

Para que vean y conozcan, reflexionen

y aprendan de una vez

que la mano del Señor lo ha hecho,

que el Santo de Israel lo ha creado” (41,17-20).


“Te he constituido alianza del pueblo (...)

para decir a los cautivos: “Salid”;

a los que están en tinieblas: “Venid a la luz”; aun por los caminos pastarán,

tendrán praderas en todas las dunas;

no pasarán hambre ni sed,

no les hará daño el bochorno ni el sol;

porque los conduce el Compasivo

y los guía a manantiales de agua...” (49,9-10).


“Saldréis con alegría, os llevarán seguros:

montes y colinas romperán a cantar ante vosotros

y aplaudirán los árboles silvestres” (5 5,12).


Pero su discurso no se pierde en el terreno de lo inalcanzable: constantemente está haciendo llamadas de atención a lo concreto, a los pequeños signos, a descubrir la novedad que ya está apuntando en el horizonte:


“No recordéis lo de antaño,

no penséis en lo antiguo;

mirad que yo realizo algo nuevo;

ya está brotando,

¿no lo notáis?” (43,19).


Una última característica del Segundo Isaías es el entusiasmo de sus himnos: es un libro en que la naturaleza celebra y acompaña cantando al pueblo que retorna a Sión. Ante la acción liberadora de Dios, el mar muje, el desierto se alegra, claman las cumbres de las montañas (42,10-13); los cielos alaban al Señor, las simas de la tierra le vitorean, los árboles silvestres aplauden (55,12), las montañas y el bosque estallan en aclamaciones (44,16), las ruinas de Jerusalén rompen a cantar a coro (52,9).


Un personaje, que puede ser el profeta mismo, recibe la orden de subirse a un monte elevado y, desde allí, alzar fuerte la voz anunciando a las ciudades dejudá: “Aquí está vuestro Dios” (40,9).


“jQué hermosos son sobre los montes

los pies del heraldo que anuncia la paz,

que trae la buena nueva,

que pregona la victoria!

Que dice a Sión: Tu Dios es Rey.


Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro,

porque ven cara a cara al Señor que vuelve a Sión. Romped a cantar a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo,

rescata a Jerusalén;

el Señor desnuda su santo brazo

a la vista de todas la naciones

y verán los confines de la tierra

la victoria de nuestro Dios” (52,7-10).


¿No estamos convocados hoy en la vida religiosa a ser, en medio de un mundo desalentado, hombres y mujeres que sepan decir a los abatidos palabras de aliento?


Concluimos con un apotegma de los padres del desierto:

Decía una vez el abad Lot al abad José: “Padre, ayuno un poco. Oro y medito; trato de vivir en paz en lo que de mí depende; procuro purificar mis pensamientos. ¿Qué más puedo hacer?”


José se puso de pie y extendió sus manos hacia el cielo. Sus dedos se volvieron como diez llamas y dijo:
Si quieres, puedes ser todo fuego.




COMUNICACIÓN




El Evangelio en la red8


Renzo Gacomelli


Silvio Sassi opina que es necesario pasar de una demasiado centrada en los medios de
comunicación social tradicionales a una comunicación más «personal» y atenta a los nuevos medios.

¿Qué haría san Pablo si viviese en nuestros días? Fue la pregunta que se hizo el Papa el pasado 13 de mayo en el encuentro con el P. Silvio Sassi, nuevo Superior general de la Sociedad de san Pablo y los 65 miembros del Capítulo general reunido en Roma.


Y el Sumo Pontífice dio también la respuesta con una cita del beafo Santiago Alberione: hoy san Pablo «subiría a los púlpitos más altos y multiplicaría su palabra con los medios que nos ofrece el progreso actual: prensa, cine, radio, televisión, etc.».


Padre Sassi, el Papa os invitó a que realicéis «una profunda actualización» de la herencia del P. Santiago Alberione. ¿Cómo pensáis lograrlo?


—La invitación a actualizar la herencia de nuestro fundador está en la línea del lema de nuestro Capítulo general:
«Ser san Pablo vivo hoy. Una congregación que se lanza hacia delante». Esto quiere decir que no queremos vivir de recuerdos sino con proyectos. Significa que queremos afrontar los cambios operados en la Iglesia y en la sociedad.


Con qué proyectos deseáis afrontar los cambios?


—Deseamos potenciar las actividades que todavía funcionan bien y al mismo tiempo hacer crecer, tanto en ideas como en obras, nuestra dedicación a la nueva comunicación.


No podemos limitarnos a las actividades editoriales de libros y revistas porque la comunicación en red es una oportunidad providencial para el evangelio y para «hablar de todo cristianamente». Queremos abrirnos a las nuevas tecnologías sin descuidar las tradicionales.


Con internet, es decir, con la comunicación en red, ¿qué cambia en los medios de comunicación social?


—Cambia el contexto cultural. En el modelo tradicional de los medios de comunicación social quien envía el mensaje es en cierto modo el dueño del proceso comunicativo; y el usuario es quien recibe el mensaje de un modo normalmente pasivo; en la comunicación en red el usuario es protagonista porque puede escoger entre la variedad de mensajes y por lo tanto no existe comunicación sin su consentimiento.


Pero el pasar de un modelo a otro no es un acto completo sino que es una tendencia que se debe tener en cuenta.


—Qué significa para los Paulinos el nuevo modelo de comunicación?


Debemos preguntarnos cuál es nuestra mentalidad pastoral. Se trata de pasar de una pastoral que, desde un centro de comunicación usuarios, a una pastoral sabedora de que la comunicación se realiza siempre de persona a persona. En este nuevo contexto el criterio guía de la comunicación es la calidad de los temas que busca el interesado. En red no valen las recomendaciones ni los salvoconductos.


—¿En el sistema de la comunicación qué criterios éticos debemos seguir?


—El primer criterio es siempre la transparencia. Quien ve, lee o escucha un mensaje debe conocer el punto de vista desde el que se habla. El usuario debe saber en seguida en qué lado se encuentra. No existen medios neutros. En nuestro caso debe ser evidente que hablamos desde un punto de vista cristiano.


—¿Debería existir la transparencia también en tiempos de guerra?


—Durante los conflictos los medios de comunicación son «reclutados por los contendientes para crear opinión, despistar, favorecer los propios intereses y perjudicar al adversario. Somos conscientes que si usamos la información de este modo, estamos situados en el campo de batalla. Pero como en todas las guerras hay tácticas permitidas y tácticas ilícitas o poco nobles».


—El domingo 23 del pasado mes de mayo tuvimos la Jornada mundial de las comunicaciones sociales con el lema «los medios en la familia: un riesgo y una riqueza». Algunos opinan que más que una riqueza son un riesgo o un daño. ¿Estás de acuerdo?


—Los medios unas veces anticipan, otras reflejan los cambios sociales que se dan en la familia. Acusar a los medios de comunicación que atentan contra la familia es una afirmación demasiado fuerte. El uso de los medios en la familia no es un simple consumo. Es necesario un proceso educativo. Me atrevo a decir: cada familia tiene «su»comunicación.



El ANAQUEL






PARABOLA SÉPTIMA




Luis Lozano



JACOB, EL QUE ESCALÓ EL CIELO



Todo el día era un hervidero de actividad el cielo; el bienaventurado espacio celeste se poblaba de nuevos escogidos; eran nuevas estrellas cada una distinta en brillo.



LA VICTORIA ES DE NUESTRO DIOS


Se daba la bienvenida a los nuevos llegados cantando, de las tiendas de los justos subían cánticos de júbilo eterno.


Abrid las puertas de la justicia; los vencedores entrarán por ellas. .Esta es la puerta de Dios Padre


Así relataba Lucas, el cronista de la Asamblea, que anotaba las escenas más brillantes.


Alzaos , portones, alzad vuestros dinteles, que va a entrar el Rey de la gloria.


-¿ Quién es ese Rey de la gloria? gritaban los Ángeles Ostiarios.


- Es el Hijo de Dios, vencedor de la muerte; es el Cordero, el Fuerte, el Héroe, el Dios de los ejércitos.


Las puertas se alzaban y por sus dinteles entraba el Unigénito que llegaba vencedor seguido de una multitud incontable de justos


Y a toda trompetería, los coros angélicos proclamaban: Eres el más bello de los hijos de los hombres; en tus labios se derrama la gracia. Ceñida tienes la espada sobre el muslo, Tú que cabalgas sobre la verdad y la justicia. Hijos de reyes salen a tu encuentro y te ungen con mirra, áloe y casia. Tu trono subsistirá por siempre.


Y los escogidos eran conducidos al palacio de Dios con alegría y algazara. Y todos los pueblos aclamaban con alabanzas su trono sempiterno.


VEÍAN, POR FIN, EL ROSTRO DE DIOS



Allí entraban solo quienes desearon ver el rostro de Dios- todos los pueblos – Muchos morían del ansia de ver a Dios.


Dios Padre estaba desde siempre preocupado por darse a conocer a los hombres; estos seguían suspirando por ver su rostro. Tu rostro buscaré, Señor; no me escondas tu rostro. Esta era la oración cósmica de la Humanidad.


Vio Dios Padre que este era un asunto muy interesante y encargó al místico Juan de Yepes que explicara el itinerario de la búsqueda del rostro divino.


Se juntaron Teresa de Avila y Juan de la Cruz para preparar la exposición. Teresa llegó al paroxismo en ese ansia de ver a Dios y en palabras herméticas expresaba: Muero porque no muero; pues tan alta vida espero, que muero porque no muero…


El de la Cruz se pasaba, como la esposa del Cantar, buscando el rostro de Dios en noches claras y oscuras, por majadas, montes y collados; preguntaba a los guardianes del universo si lo vieran porque desfallecía de amores; a los pastores de gacelas y a los criadores de palomas, si tal vez por sus aires lo atisbaran.



EXPLICA FRAY LUIS LA CUESTIÓN


El Mudejarillo, como llamaban algunos a Juan, no entendía que fuera tan difícil ver el rostro de Dios; él, que solo con buscarle sabía que se lo hallaba. Así que llamó a su amigo Fray Luis que dijera algunas palabras sobre el tema.


No quiere el hombre un Dios sin rostro; no le ha gustado nunca un Dios sin nombre ni figura. El hombre aprende todas las cosas por los sentidos.

Sabe el hombre que Dios es Inefable, Inabarcable, Absoluto, Inescrutable, Omnipotente, Sempiterno…


Le asusta el Dios que lo sabe todo, lo vigila todo, pero no tiene rostro. Habla por los truenos y relámpagos; pero no tiene figura , no tiene nombre.



SUSTITUCIÓN DEL ROSTRO DE DIOS


Como Dios no mostraba su rostro, siguió Fray Luis, el creyente le pedía que se lo mostrara; entonces, el pagano buscó idealizarle y lo convirtió en ídolo.


Así nacieron Júpiter tonante, Apolo, Venus, Gea, Isis, Osiris, Horus, Mitra : así crearon los dioses serpiente, toro, sol…


Con ellos nacieron pitonisas, adivinos, videntes y falsos profetas. Crearon oráculos, interpretaron ánsares y ocas como emisores de palabras divinas.


Era un verdadero problema, anotó Dios Padre en este punto. Sé que era un riesgo pedir adoración en espíritu y verdad; pero me era imposible mostrarme. Cuando llegó el momento culminante, ya les enseñé la verdadera figura de Dios. Quien viera al Hijo, veía al Padre. Si les mostrara el rostro, se fabricarían piedras para adorarme. Me abrumaban con sacrificios de toros y corderos sin haber visto mi rostro; de tenerme en figura, sacrificarían a sus hijos. Bastaba con que guardaran el Arca de la Alianza, entraran en el Santuario y edificaran el templo para hacer del culto de Dios Vivo, el culto meticuloso al ídolo.


Los pueblos que tenían dioses de piedra, madera y barro se intercambiaban los dioses ; y no hay pueblo que cambie de dios.


Mi pueblo de Israel, seguía hablando el Padre, me rendía culto , pero guardaba debajo de los muebles, en los rincones de la casa y en el aparejo de los mulos, idolillos visibles; dioses sin voz, ni ojos, ni salvación. Servían a dioses desconocidos que no adoraron sus padres; les llevaban ofrendas en las colinas: tortas de uvas, panes de higos. Adoraban a Moloc, a Baal, a Dagón, y recordaban a los poderosos dioses de Egipto Isis, Osiris, Horus … Todos ellos mostraban su rostro terrible y poderoso. Pero eran dioses extraños para el pueblo de Israel.


Y el hombre inventó la magia, la palabra misteriosa, el santuario oráculo; seguía buscando el rostro de Dios.


El Dios que se definía Soy El Que Soy, no tenía nombre ni rostro. Pero Moisés, que más tarde hablaría con El cara a cara, lo adivinó en la zarza; - era fuego y era voz- y ejercitaba la magia con un bastón divino: provocaba plagas, destruía hogares, competía con los magos del Faraón.



NO SE PUEDE VER A DIOS Y SEGUIR VIVIENDO


Aquí intervino Teresa. No sé si fue una invención de los profetas, pero el creyente afirmaba que ver a Dios era morir. Tal vez , al comprobar que no podían mostrar el rostro de Dios, los profetas inventaron el mito.


Pero es la realidad que a Dios invisible solo se le puede ver cuando se vuelve a su casa. Por eso, cuando yo vislumbré en las bodas místicas, cuando me adentré en las moradas divinas, quedé transververada , en ansias de muerte para ver definitivamente a Dios, porque sabía que para verlo hay que morir físicamente. La corriente eléctrica quema todo menos el fuego. La visión de Dios abrasa todo lo material; por eso hay que morir para verlo. Yo moría en deseos de verlo; pero ya lo tenía dentro. Pues quien a Dios tiene, solo Dios basta. Nada turba a quien lo tiene..




VER A DIOS SIN MORIR


Dios Padre seguía hablando Fray Luis, muchos lo vieron sin morir. En realidad, era un modo de decir; como los humanos dicen: he visto la muerte cerca, he visto el cielo, el amor, veo hermosas cosas, veo lo que no puedo describir..


San Pedro que escuchaba con atención a Fray Luis, intervino para decir que en el Tabor vio la gloria de Dios, la transfiguración del Hijo del Hombre . Vimos a Dios, pero de tan extraordinario modo que resultaba inefable.. Esto es el Tabor. Abraham hablaba con frecuencia bajo la encina de Mambré y no murió de visión divina.


Moisés apuntó que vio con frecuencia a Dios y su visión le hacía esplendente de reflejos de fuego. Y él mismo y los setenta ancianos vieron en el Sinaí a Dios y no murieron.


Y Elías dijo que lo vio como un susurro..Pero todos coincidían en que era muy diferente la visión de entonces con la que disfrutaban ahora en el cielo.


Entonces era como ver en un espejo, como ver imágenes en sombra; ahora vemos a Dios cara a cara. Dios como el Amor no se dibuja ni se describe; el Amor se vive.


Teresa explicó que todos esos Patriarcas vieron a Dios como muchos místicos lo vieron ; esa visión mística no mata, sencillamente transforma y sella en divino amor.



JACOB BUSCA EL ROSTRO DE DIOS EN EL CIELO


El rostro de Dios para el creyente se hacía susurro, brisa, nube de día , fuego de noche; se hacía espíritu, hálito, voz, Palabra.


Con Jacob se hizo ángel; ángel humano u hombre ángel. Y luchó con él hasta el aurora, y quedó renco para toda la vida; y cambió el nombre en Israel porque luchó contra Dios y contra los hombres y venció.


El hombre, siguió diciendo Fray Luis sigue luchando con Dios y con los hombres por ver el rostro divino. Siguen buscándolo en las criaturas; lo buscan en su exterior; pero como dijo Agustín de Hipona, lo tienen dentro; tan dentro lo tienen los verdaderos buscadores de Dios, que se desnudan de sí mismos; no son ellos ya, es como si Dios habitara en ellos.


Esa es la unión mística, dijo Teresa de Jesús. Porque es verdad que a quien busca el rostro de Dios, El se lo muestra; no decepciona a quien lo busca.


Dios Padre que hablaba con el hombre en las tardes del Edén, sigue mostrándose al hombre en la faz de su Unigénito.


Quien me ve a mi , ve a mi Padre.


Ya decía yo en mis ansias de Dios:…. a quien esto siente, sólo me sustente tu amor y deseo. Véante mis ojos, dulce Jesús bueno, véante mis ojos, muérame yo luego.…


Y Juan de la Cruz seguía suspirando por los oteros celestes : Vosotros los que fuéredes allá por las majadas del otero…, decidle que de amores muero..

Los místicos gozaban con la búsqueda del rostro de Dios. Porque en la tierra, buscar el rostro de Dios era la fe, la esperanza y el amor: pero aquí en el Paraíso, la búsqueda es ya encuentro, y solo queda ya el Amor.



LA ESCALERA QUE LLEVA AL CIELO


La esposa del Cantar buscaba al amado de su alma por valles de esperanza y collados de amor. Pero Jacob creyó que lo alcanzaría subiendo por una escala infinita que llegaba de la tierra al cielo.


Angeles subían por ella, ángeles con misión en la tierra, con habitáculo en el cielo. Y le habló Dios Yavé porque estaba en la casa de Dios, y Jacob alcanzaba la puerta del cielo.


Era la puerta de la casa de Dios: puerta todavía antigua, difícil de subir salvo por ángeles. No eran las doce puertas que tenemos ahora dijo Juan ; puertas todas de perlas y piedras preciosas. La escala de Jacob era puerta de la batalla, de la lucha; las doce puertas de la nueva Jerusalén que habitamos son las puertas de la victoria.

La escala era la búsqueda del rostro de Dios; las doce puertas son la posesión de Dios; la escala era la fe y esperanza; las puertas apostólicas son al Amor.



EL ROSTRO DE DIOS PADRE



Dijo Dios Padre a Fray Luis que explicara en público cómo era su rostro; él, que lo había descrito bellamente en Los Nombres de Cristo.


El rostro de Dios es brillante en la luz de la aurora, suave en la brisa de la tarde, vigoroso y potente en los truenos y relámpagos; es murmullo en el torrente en las montañas, susurro en la roca del desierto; brama en las olas salinas, es canto en los trinos de las aves, en las voces de las fieras; es amor en las manos que acarician, alegría en los gritos de júbilo; candidez en la sonrisa de los niños; ternura en las lágrimas de las madres.


El rostro de Dios, seguía diciendo el poeta, es el del pastor que cuida su rebaño y sabe el nombre de sus ovejas; del viñador que descanta , poda, cerca su viñedo; del pescador que calma la tempestad, del labrador que siembra su semilla.

Su rostro es el de los amigos a la mesa, de los hijos en su herencia, de los vencedores con su bandera.


El rostro de Dios es el del paciente Job, del fiel David, del nazarí Samuel, de los Profetas , de Moisés y Elías, de José… El rostro del Dios Viviente en Abraham, Isaac y Jacob.


Dios es Fuerte, Soberano de todo, Rey del Universo, Paciente, Humilde, Honor, Gloria, Victoria…, Amor.



POR QUÉ NO VEN SU ROSTRO


Dios se ha manifestado al mundo: se le puede ver; Dios se ha hecho Palabra, se le puede escuchar; se ha implicado en la Historia, se le puede seguir.


¿ Por qué no lo ven los hombres en la tierra? La pregunta venía de Teresa.


Yo creo, respondió ella misma, que la gente tiene antojos . Solo siguen lo que ven sus ojos materiales; no se elevan a la visión espiritual. Siguen solo lo que se les antoja, lo inmediato y disfrutable ya.


Tienen otros orejeras como las bestias: solo ven lo de enfrente, lo inmediato, lo cercano y asequible. Les cuesta remontarse por encima de la tierra.


No conocen los signos en que se manifiesta Dios. Confunden el templo con la adoración; la plegaria con el incienso; el culto con la función.


No se paran a meditar; han perdido el temor ; buscan fuera de si a Dios y se quedan solo en sus criaturas.


Y Dios Padre resolvió multiplicar gestos, mandar apóstoles, misioneros: mandar agentes de caridad, ministros de servicio; multiplicar el amor y benevolencia con los débiles.

Y delante de todos habló con la Madre de su Hijo ; le pidió que multiplicara el vino en las bodas del mundo; que entrara en casa de los discípulos; criara a sus pechos a los hijos, ayudara a las parturientas, y sobre todo, que estuviera al pie de la cruz de los siervos de Dios sufrientes.


Y en el cosmos sideral de Dios resonó el himno de triunfo inicial: Alzaos dinteles de las puertas; va a entrar el Rey de la Gloria.


Porque Cristo volvía con otra muchedumbre de signados que habían muerto por el ansia de ver el rostro de Dios.


Y con la plegaria de la tarde , subía desde la tierra como incienso de suave olor, la oración de los justos: Tu rostro buscaré, Señor; no me escondas tu rostro.


1 España, tres milenios de historia

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