2.3.4 Culturas Juveniles Baeza Correa

Culturas juveniles

Acercamiento bibliográfico

Jorge Baeza Correa


[En: Medellín. Vol. XXIX. Nº 113 Colombia. Ed. Instituto de Teología Pastoral para América Latina]



EI presente artículo tiene por finalidad permitir un acercamiento a la bibliografía existente con respecto a la realidad juvenil y en particular a las expresiones culturales de ella, en el marco de la realidad de América Latina. Posee como limitación, un acento principal en la realidad de la juventud urbana, valga como justificación que es difícil poder abarcar la amplitud de las realidades juveniles de nuestro con­tinente. Se inicia con una discusión del concepto juventud, que permite dar cuenta de los diversos enfoques existentes. Se sigue con una caracterización de la realidad mundial y un breve análisis de la situa­ción de Latinoamérica al inicio del Siglo XXI, lo que, en definitiva, da cuenta del marco de realidad donde se desenvuelven los jóvenes. Situación que permite, por último, llegar al tema de las culturas juveniles.


1. Aproximación conceptual al fenómeno juvenil


La preocupación por reflexionar sobre la juventud en América Latina, en su historia reciente, se inicia con una primera etapa de ensayo y sólo muy entrado en el Siglo XX, con una de mayor base científica. En la primera etapa influyen poderosamente los trabajos de Ortega y Gasset y Manheim. Se aprecia a su vez, una primacía de la reflexión moral y pedagógica sobre la juventud, principalmente sobre su deber ser, a la par se encuentran algunos trabajos sobre la psicología de la adolescencia, pero sin referencia al contexto latinoamericano. La etapa de base más científica, marcada en gran medida a nivel mundial por el trabajo de Allerbeck y Rosenmayer, como punto de quiebre con el ensayismo, presenta un primer mo­mento de influencia de las concepciones de Parsons sobre la juventud; pero muy pronto, a mediados de los ’60, se releva la importancia de los jóvenes y se inicia la consideración de éstos como actores políticos, centrándose los trabajos principalmente en el movimiento estudiantil universitario.

Entre los ’70 y los ’80 es común en América Latina, bajo regímenes de fuerza, un trabajo sobre juventud más centrado en la intervención que en el estudio, situación que viene a cambiar en 1985, con la definición del Año Internacional de la Juventud, donde diversos orga­nismos inician investigaciones propiamente tales. Desde los ’90 a la fecha, han primado investigaciones que constituyen un corte vertical en el tiempo, por sobre aquellas que son de carácter longitudinal que implican seguimiento de sujetos y procesos a través de años. Por otro lado, solo en algunos países, los estudios de un carácter más cualitativos que cuantitativos, no implica omitir a uno por la presencia de otro, es decir, la mantención de estudios micro sin abandonar en ningún momento los macro.

Dentro de este desarrollo histórico reciente, el concepto de juventud ha presentado (y sigue presentando) a lo menos tres aproxi­maciones diferentes, donde cada una de ella, coloca un énfasis princi­pal en algún aspecto:


1.1La definición de la juventud como categoría etárea, donde el centro es el aspecto sociodemográfico;

1.2La juventud como una etapa de maduración que releva los aspectos fisiológicos y psicológicos, donde se destacan los proce­sos de construcción de identidad y la vivencia de una moratoria; y por último,

1.3La juventud como cultura, donde se adscriben los análisis que consideran variables sociológicas, antropológicas e históricas, que ubican el ser joven en un espacio y tiempo determinado, lo que posibilita reconocer influencias sobre ellos, como también diferencias entre sí.


1.1 La juventud como categoría etárea

En esta perspectiva se define como jóvenes a todas aquellas personas que tienen entre 15 y 24 años. Esta definición fue acuñada por la Organización de las Naciones Unidas en 1983 y es aceptada universalmente. Para quienes se ubican en esta definición, el término de la juventud coincide con la inserción en el mundo adulto, lo que se logra mediante la obtención de un trabajo estable y la fundación de una familia, lo cual posibilita ocupar una posición específica en el juego de roles y status en la sociedad.

Esta perspectiva nace por la necesidad de contar con una deli­mitación de edad que permita hacer comparaciones, por sobre todo, entre países. No obstante lo anterior, llevada a un término extremo, lo que acontece en muchos discursos y prácticas, se olvida, que éste es un recurso metodológico que omite las condiciones del contexto espacio-temporal, en el cual ocurre el proceso de tránsito hacia la vida adulta, lo que en definitiva lleva a una estandarización que permite hablar de la juventud, como si ella fuera única y sin diferen­ciación interna. Obviamente que en esta visión estándar, va a primar una imagen estereotipada de la juventud más cercana a la media estadística, lo que la confunde, en definitiva, con los jóvenes de los grupos medios de la sociedad.


1.2 La juventud como etapa de maduración

Esta perspectiva coloca el énfasis en los procesos ligados a los cambios fisiológicos y psicológicos. Su tema principal es la construc­ción de la identidad, siendo una etapa de importantes procesos y definiciones a nivel afectivo, sexual, social, intelectual y físico-motor.

Se produce un desarrollo sexual y paralelamente los roles sexua­les se tipifican. Se desarrolla la capacidad de tolerancia a la frustración y la expresión adecuada de la misma, se adquiere madurez emocional. El grupo de pares se hace fundamental y en él se ensayan, se aprenden y se autoexplican los roles sociales. Aumenta la capacidad de razonar en forma abstracta y se logra separar la experiencia inmediata de la proyección de la misma, de discernir entre lo real y lo imaginario. Por último, se producen cambios biológicos que implican aprender a manejar el propio cuerpo (el espacio requerido y la fuerza, principalmente) situación que hace muy necesario el ejercicio físico.

Para quienes se ubican en esta perspectiva, esta etapa de transfor­maciones que prepara para la vida corresponde al período de morato­ria. Es decir, un período de postergación de los roles de adulto para obtener una mejor preparación con el fin de enfrentar el mundo. Es un tiempo de aprendizaje de ciertos conocimientos y habilidades necesarias para un futuro desempeño laboral, pero también un período para el desarrollo de procesos psico-biológicos que se complementan para definir la identidad de una persona.

Esta perspectiva, si bien coloca contenidos incuestionables a un período de vida, mantiene la abstracción que implica el no consi­derar el espacio temporal en que se ubica el sujeto. En ese sentido, no se puede dejar de cuestionar la visión lineal y homogénea que implica esta posición en términos extremos. El desarrollo afectivo, por ejemplo, no tiene como única posibilidad el transitar por un camino –más rápido o más lento– hacia una madurez emocional, existe también la posibilidad de detenerse en el camino y no seguir avanzando, situación que pasa en muchos jóvenes que siguen compor­tándose como adolescentes aunque ya tienen una edad avanzada («Síndrome de Peter Pan», se niegan a crecer).

Está la posibilidad también de quienes se salen del camino, aquellos que ingresan al trabajo y conforman una familia a temprana edad, o aquellas que siendo casi niñas son madres; en estos casos, la moratoria se estrecha e incluso desaparece; es una breve etapa que otros pueden darse el «lujo» de vivirla. Por último, cuando se está en un camino no sólo se puede avanzar, detener o salirse, sino también retroceder, lo que se manifiesta en muchos jóvenes que buscan afanosamente más que el aprender a querer, el ser querido, estable­ciendo en más de una ocasión relaciones instrumentales y viviendo su experiencia de grupo (incluso pastoral) sólo como un “refugio afectivo”, un espacio infantilizado para ser querido.

Por lo tanto, sin cuestionar la existencia de un conjunto impor­tante de cambios a nivel fisiológico y psicológico, no se puede dejar de reconocer que esta etapa calificada como moratoria, posee variacio­nes significativas entre personas de igual edad, pero de distinta realidad socioeconómica y cultural. No es idéntica para quienes viven en la ciudad a quienes lo hacen en el campo, entre quienes se mantienen por largos años en el sistema educativo y quienes desertan a muy temprana edad, etc.


1.3 La juventud como cultura

Una tercera perspectiva para comprender el fenómeno juvenil la constituye aquella que mira a la juventud como cultura, por lo cual se asocia a modos de pensar, sentir, percibir y actuar que atra­viesan las actividades de un grupo y lo distinguen de otros, lo que desde ya ubica a la juventud en coordenadas espacio-temporales, en un tiempo histórico específico y en una realidad socioeconómica en particular. Junto a ello, como cultura no sólo hace referencia a procesos internos en las personas, ni tampoco se limita a las influencias sobre ellas, sino que también posibilita dar cuenta del ejercicio produc­tivo y creador de todo ser en su relación consigo mismo, con los otros, con la naturaleza y con Dios. Lo que nos ubica en el terreno de la capacidad de producir signos y símbolos que posibilitan la acción comunicativa.

Es este último terreno, lo que nos abre a la posibilidad de reco­nocer la existencia de expresiones culturales propias de la juventud, que la diferencian de grupos de otras edades y permiten a su vez, lograr distinciones en su interior, que nace de la búsqueda de una identidad no solo personal, sino también social. Situación que posibilita hablar de diferencias generacionales, como también de una cultura juvenil, que es subcultura dentro de una cultura mayor que si bien no la determina, al menos la condiciona, ubicándola como subordinada con relación a su carácter hegemónico. Pero también es la posibi­lidad de reconocer, que dentro de la cultura juvenil se pueden encon­trar numerosas expresiones culturales propias, lo que obliga en defi­nitiva a reconocer la existencia de culturas juveniles.

En esta perspectiva, el concepto de juventud constituye una construcción social que posee un origen histórico y que presenta variaciones substantivas en cuanto a forma y contenidos, con relación a quienes se les llamó “jóvenes» en el pasado y, de seguro, de los que serán en el futuro. En este sentido, la juventud, como hoy se entiende y la conocemos, es una forma de comportamiento resultante de una realidad histórica, que se asocia a la formación de la sociedad industrial moderna. No es que antes en estricto rigor no existiera, sino que su construcción obedecía a un modelo social diferente, al cual se asociaban contenidos también diferentes a los que hoy se asocian. Si se sigue a Feixa (1988), por ejemplo, es posible diferenciar a través de la historia modelos diferentes, asociados a su vez, a dife­rentes modelos sociales: púberes en las sociedades primitivas sin estado; efebos en los estados antiguos; mozos en las sociedades cam­pesinas preindustriales; muchachos en la sociedad de la primera indus­trialización; y jóvenes en las sociedades modernas y postindustriales.


En síntesis, si bien es válido, para efectos de comparaciones estadísticas, hablar de LA juventud, como aquella etapa que se ubica entre tal y tal edad; como también es válido reconocer que en la vida de los sujetos hay, en algún momento, una serie de cambios fisioló­gicos y psicológicos que van aparejados a la búsqueda de la identidad; no es menos válido indicar que la categoría juventud, es una construc­ción social que encuentra su sentido en un espacio cultural determinado, que está condicionada por la cultura mayor donde se ubica, pero no es sólo un actor pasivo, sino que produce cultura que le permite expresarse y diferenciarse de otros y entre sí. En este sentido, como sostiene Rossana Reguillo (2000), «la juventud no es más que una palabra, una categoría construida, pero las categorías son productivas, hacen cosas, son simultáneamente productos del acuerdo social y productoras del mundo» (p. 24).


2. Una matriz para la comprensión de la realidad de las juventudes


Tanto el reconocimiento de la existencia de experiencias compartidas y públicas, propias de todos los que son miembros de igual cultura, como a su vez, la existencia de procesos personales que se desarrollan en lo privado, permiten hablar de participación. Por otro lado, la búsqueda de la identidad que implica el necesario paso desde un pasado a un futuro, donde los proyectos de la sociedad y los proyectos personales entran en un campo que a momentos se unen como también se separan; permite, en definitiva, reconocer, sólo como herramienta interpretativa, la existencia de una matriz, que nos abre al amplio tema de los -mundos de la vida-, y nos permite ubicarnos de mejor forma para conocer los sentidos y significados del quehacer de los jóvenes.

La -identidad- y la «participación- son los dos ejes que permiten diferenciar analíticamente, dentro del mundo de la vida, cuatro cuadrantes. La identidad es siempre un tránsito entre el pasado y el futuro, mientras que la participación es el paso de lo privado a lo público.

El cruce de estos dos ejes establece el escenario completo donde es posible “centrar” nuestra experiencia personal y social. Al mismo tiempo, este cruzamiento permite diferenciar los cuadrantes (los distintos “mundos”) donde se construye el mundo de la vida:


a)el mundo de la historia colectiva;

b)el mundo de la vida íntima;

c)el mundo de las utopías y

d)el mundo de los proyectos de vida.


HISTORIA COMÚNUTOPÍAS SOCIALES

VIVENCIAS PERSONALESPROYECTOS DE VIDA


Cuando nos ubicamos en el ámbito de lo “pasado” en el campo de lo “público”, nos encontramos en el mundo de las historias colec­tivas. Es el mundo de la acción histórica, de las experiencias colectivas, de los eventos que tuvieron tal fuerza y gravitación en el pasado que fueron capaces de impactar las vidas personales de todos los que se reconocen miembros de un mismo grupo. El mundo de la vida íntima es el mundo de las “vivencias personales”, el universo íntimo, variado y rico en experiencias que marcan los hitos de nuestro crecimiento como personas. En el ámbito del “futuro”, el mundo de las “utopías sociales” es el mundo de los proyectos de sociedad deseable y deseada; corresponde al mundo de los proyectos colectivos, de las imágenes de mundo, que nos dicen para dónde avanzamos o hacia dónde retrocedemos como grupo social y como miembros de ese grupo.

Por último, cuando el mundo de la vida está centrado en la esfera privada del espacio social y en el futuro, lo que tenemos es el mundo de los “proyectos de vida”. El centro de este mundo está en la visualiza­ción que hacemos de nosotros mismos en un horizonte de tiempo previsible que proyectamos hacia el futuro. En síntesis, la conjugación de estos distintos, pero interrelacionados mundos, va a constituir la matriz donde va a responder el joven a las preguntas del sentido y significado.

En esta perspectiva, esta abstracción y diferenciación analítica, constituye una herramienta que nos permite acercarnos heurísticamente al tema. Estando ciertos, eso sí, que la realidad juvenil, con sus múltiples y complejas manifestaciones, es un fenómeno plural que presenta contradicciones y heterogeneidades, que pueden desbor­dar esta matriz; pero ello no impide que lo aquí señalado sea un instrumental teórico de gran utilidad.

De esta forma, para una comprensión de la juventud, es impor­tante conocer su experiencia compartida, el contexto mundial y latinoamericano donde están viviendo su condición de jóvenes y las utopías en las cuales la sociedad los ha socializado; pero junto a ellos, nece­sitamos saber de la historia personal, que nos habla de su particular realidad socioeconómica y de los proyectos de vida que cada joven construye, desde la conjugación de estos diferentes mundos de la vida en el que le ha tocado desenvolverse.


3. Características de la realidad mundial actual


El tránsito del siglo XVIII al XIX, con la revolución industrial y la revolución francesa, implicó el paso de una sociedad donde los individuos estaban íntimamente cohesionados, asemejándose en sus pensamientos y acciones unos a otros, a una sociedad donde los individuos adquieren conciencia creciente de su individualidad y de su capacidad personal.

Es el paso de una sociedad sin una gran división del trabajo a una de alta división, y con ello a una fuerte especialización de sus miembros que se extiende a todos los ámbitos de la actividad humana.

Las confianzas en el progreso y en la razón van a constituir los dos pilares de la sociedad de dicho momento. Nunca antes, como en esas fechas, el hombre se había enfrentado a la posibilidad de conocer, a su juicio, las leyes objetivas que subyacen en los fenómenos naturales como también en los sociales.

La sociedad del siglo XVIII-XIX adquiere la capacidad de refle­xión de sí misma. Los fenómenos sociales empiezan a ser visualizados con una vida propia, que los hace externos al individuo integrante de la sociedad, con una personalidad substantiva que los diferencia de otras categorías hasta entonces objeto de la ciencia. Son momentos donde la confianza ilimitada en la razón, hace pensar que la huma­nidad –obrando según las leyes de la razón– podía avanzar hacia la abundancia, la libertad y la felicidad plena.

Hoy, al inicio del siglo XXI, después de dos guerras mundiales, se ha puesto en duda si la abundancia, la libertad y la felicidad plena son frutos exclusivos de la razón.


3.1 El fin de los muros, pero el surgimiento de las Intransigencias nacionalistas

Si bien es cierto que asistimos al fin de la Guerra Fría, a la caída de los Muros, hoy se levanta en el mundo el peligro cada vez mayor de las intransigencias militares nacionalistas, las diferenciaciones étni­cas y los dogmatismos violentos por parte de fanáticos religiosos, que ponen en peligro la posibilidad de colaboración y la esperanza en una vida más segura y en paz.

Vivimos en un mundo de evidentes cambios geopolíticos y de significativos avances en las comunicaciones y la informática, que colocan en duda las fronteras y cuestionan los equilibrios psicosociales basados en tradiciones y espacios delimitados. Frente a esta “realidad amenazante, algunos levantan las banderas del nacionalismo y del fundamentalismo religioso, como mecanismo para lograr la necesaria identidad que ya no aportan los Estados.

Hoy, es verdad, ya no se vive amenazado por la guerra nuclear, pero son múltiples los conflictos que el sistema internacional no es capaz de resolver. Nunca como antes en la historia de la humanidad ha habido tantos soldados en misiones de paz y, seguramente, nunca tampoco, han debido desplazarse (llevando muchas veces menos que lo mínimo) millones de personas por causa de las guerras internas, que ocupan sus espacios e imposibilitan una vida normal.


3.2 La primacía de un modelo económico neoliberal

Hoy con la caída de los muros, se ha iniciado además una primacía de un único modelo económico en el ámbito mundial, el modelo neoliberal. Modelo que consagra al mercado como el gran regulador de todas las actividades. Hecho que claramente conduce a que un importante sector de la población –aquél que no puede ofertar nada más que su trabajo físico– quede en una muy débil posición. Hoy con un mercado en el rol de regulador de los procesos econó­micos, se tiende a perpetuar las desigualdades en la distribución de las riquezas. Por otro lado, el rol del mercado como orientador de las inversiones lleva necesariamente a la preocupación sólo por aquello que es rentable; con lo cual diversos aspectos necesarios para asegurar la calidad de vida de toda la población dejan de ser cubiertos, o sólo privativos para quienes poseen capacidad económica para demandarlos.

Existe de esta forma, en algunos casos, un verdadero abandono del “imperativo ético” de la Empresa; ya que ella no puede centrarse exclusivamente en la maximización de sus utilidades, olvidando su responsabilidad social en la creación de naciones con mejores niveles de calidad de vida para su población. El modelo económico imperante no aspira, por ejemplo, en momento alguno, al pleno empleo, en la actual sociedad del conocimiento –indica Jorge Botan (1998), en esta misma revista, citando a M. Hans-Peter y S. Harald–, donde la tecnolo­gía reemplaza al trabajo humano. Basta con un 20% de la población ocupada (altamente preparada), para posibilitar el rodaje de la econo­mía mundial.


3.3 El ordenamiento internacional supeditado al sistema económico

Superado el mapa político mundial, el interés de las grandes transnacionales se disputa los diversos mercados en que se agrupa la población mundial e influye poderosamente en cada uno de los rinco­nes del mundo. Gran parte de los tratados logrados entre los Estados, que generan alegría y esperanza de paz, son socavados por los reque­rimientos de los mercados internacionales.

Paradójicamente, hoy, las economías de los países pobres se basan en la capacidad de inserción en el mercado internacional, pero, a su vez, estos países pobres son cada vez más socios minorita­rios en el comercio internacional. No puede olvidarse, por lo demás, que la aplicación de un modelo económico de mercado de caracte­rística internacional ha generado la emergencia de nuevos actores sociales (o le ha dado nuevas facetas a los ya existentes) dentro de los países pobres. Junto a una minoritaria, pero sofisticada tecnoburocracia, vinculada a complejas redes informáticas que permiten transar millones de dólares, desde oficinas situadas a miles de kilómetros entre sí, persiste una economía informal que se extiende abarcando a miles de hombres y mujeres que coinciden con los más pobres de las naciones.

Se debe reconocer, además, la existencia de la generación de mercados para la contaminación, lo que ha significado en la práctica un empeoramiento de la calidad de vida para toda la comunidad, pero en particular del sector más pobre de ella, dado que las grandes transnacionales, a cambio de mano de obra barata, instalan sus indus­trias contaminantes dentro de los países no desarrollados. De esta forma el crecimiento económico, aunque constituye un requisito nece­sario para la superación de la pobreza, se ha convertido en una condición no suficiente para eliminarla, y menos en una acción segura para mejorar la calidad de vida.


4. La realidad de América Latina y el Caribe


La realidad de Latinoamérica y el Caribe es una muy clara expre­sión de la resultante de la aplicación de mucho de las constataciones recién reseñadas al interior de las características de la realidad mundial. Si se sigue, por ejemplo, el diagnóstico elaborado por UNESCO con motivo de la preparación de su nuevo proyecto principal para la región, esta realidad se puede resumir de la siguiente forma:


4.1 Inequidad

En el comienzo de un nuevo siglo, América Latina y el Caribe es considerada la región menos equitativa del mundo. A pesar de los esfuerzos y logros realizados, la realidad ele la estructura política, económica y social en la región muestra signos de agudización y vulnerabilidad debido a las continuas crisis que arrastra por décadas10 . Al respecto, cabe mencionar que a fines de los años noventa, el 43.8% de la región se encontraba en situación de pobreza. es decir. alrededor de 211 millones de personas; de las cuales, aproximada-mente, 89 millones se situaban bajo la línea de indigencia. Hoy. a raíz de la última crisis acaecida en el año 2001, la situación de la pobreza tiende a agravarse, siendo significativo el hecho que el PBI de la región para el año 2002 decrecerá en un -0.6%, lo cual incidirá en el incremento de la desigual distribución de los ingresos.


4.2 interdependencia externa y heterogeneidad interna

En la actualidad, la capacidad de los países a la hora de decidir su destino está influida por la configuración externa del escenario internacional. Asimismo, el mundo es cada vez más interdependiente por los efectos de la globalización, los cuales inciden en todas las estructuras sociales, políticas, económicas, culturales, laborales y tecno­lógicas, y cuyos impactos no afectan de manera homogénea a las diferentes esferas de la vida, ni tienen las mismas repercusiones para todos.


4.3 Desempleo e inestabilidad laboral

La tercera revolución industrial ha traído como consecuencia que el crecimiento de la productividad dependa cada vez menos del empleo masivo11 . De igual modo, el trabajo, uno de los ámbitos fundamentales del ejercicio de la ciudadanía, ha experimentado cam­bios sustanciales que han repercutido no sólo en la calidad misma del empleo, sino que también en la naturaleza de la sociedad. Despro­porción en el acceso, remuneraciones precarias, aumento en la infor­malidad e inestabilidad laboral son aspectos que, unidos a las corrien­tes migratorias y a la incorporación masiva de las mujeres al mercado de trabajo, han modificado conductas en el funcionamiento económico y social ele la región.

En este sentido –indica el texto de UNESCO (2002), que se sigue en este apartado– «se menciona que en América Latina y el Caribe, 7 de cada 10 empleos creados en zonas urbanas pertenecen al sector informal de la economía, lo que representa un importante deterioro, el cual se acentúa en las zonas rurales de la región. La situación empeora en la juventud, donde su desempleo alcanza el doble o triple que en el resto de la población económicamente activa» (p. 5).


4.4 Impacto de los Medios de Comunicación Social: Alteraciones en el consumo y frustración

Actualmente la región enfrenta un escenario donde el impacto de los medios de comunicación y las nuevas tecnologías es cada vez mayor. La capacidad de dichos medios para intervenir en todas las áreas públicas y privadas ha modificado tanto los patrones de consu­mo, como los valores e identidades de las personas.

Las múltiples expectativas que estos medios generan, y que no siempre van al ritmo de las necesidades e intereses de la población propician climas de frustración y apatía que inciden en una mayor desarticulación de la sociedad.


4.5 Violencia y desestabilización

Al mismo tiempo, la progresión de la violencia y el incremento de conflictos, tanto dentro como fuera de la región, han favorecido marcos de desestabilización señalados por la intolerancia, el rechazo, la inseguridad y la insatisfacción social.


4.6 Amenaza a las culturas originarlas

Desde sus orígenes, la región se ha caracterizado por su riqueza y diversidad cultural, las que no siempre han recibido el reconoci­miento y la atención que merecen. Los procesos de modernización han acentuado las diferencias amenazando también a las culturas originarias.

El desafío impuesto por las transformaciones de la sociedad y por las continuas necesidades de cambio generadas en un entorno económico y político desfavorable, obliga a no olvidar la deuda social que esta región ha ido adquiriendo, y que debe enfrentar en la construcción de una realidad acorde con los principios de equidad.


4.7 Esfuerzos de consolidación democrática

No obstante todo lo anterior, cabe destacar, en la historia reciente de América Latina y el Caribe, que uno de los logros más relevantes ha sido el impulso para la consolidación democrática. Aunque es cierto que la estructura social y económica de los países ha mermado los canales de participación democrática, detectándose un debilitamiento en la integración regional, lo que urge la necesidad de plantear nuevos enfoques que mejoren el presente y futuro de un mundo como el actual, donde todos sus ámbitos dé intervención se hallan interrelacionados unos con otros.


5. Desafíos culturales de la realidad, una hipótesis para la comprensión de la realidad juvenil


La presente situación mundial posee en su seno un conjunto amplio de grandes tensiones que se levantan como desafíos en la realidad actual, las que muy bien resume el llamado informe Delors12 , que las caracteriza de la siguiente forma:

Cómo lograr una sociedad mundial, pero que respete la riqueza de lo local;

Cómo construir una sociedad de valores universales, pero donde la diferencia, la singularidad, encuentre su espacio;

Cómo hacerse cargo de las exigencias de la modernidad, sin romper las tradiciones que permiten una identidad a través del tiempo;

Cómo gestionar una nación que se proyecta en el largo plazo, pero que respeta las urgencias del corto plazo; donde los indi­cadores positivos de las grandes tendencias económicas, no justifiquen la falta de una respuesta inmediata para quien está cesante;

Cómo lograr el desarrollo de capacidades para competir, y con ello insertarse adecuadamente en los mercados, sin olvidar la preocupación por la igualdad de oportunidades;

Cómo producir una idéntica capacidad para el desarrollo del conocimiento y una igual capacidad del ser humano para asimilar lo que produce intelectualmente,

Cómo lograr, junto al desarrollo material de nuestras sociedades, una equivalencia en el desarrollo espiritual de nuestros pueblos.


En esta realidad de dilemas y tensiones se debe reconocer, nece­sariamente, que a los jóvenes de hoy les corresponde vivir en una sociedad donde ya no se avanza de acuerdo a patrones preestable­cidos, sino que el sujeto se ve enfrentado a diversos caminos, lo que genera una permanente tensión. Hoy la juventud ya no tiene delante de sí trayectorias lineales13 , sino que cada sujeto escoge entre diversos trayectos para llegar a un punto determinado, situación que centra en la experiencia y conocimiento de cada uno el camino a seguir en una red cada vez más laberíntica, donde ya no se pueden reconocer caminos únicos.

Hoy no se está en la sociedad donde los estudios son para toda la vida; donde el trabajo obtenido es único y permanente; donde el sector de la ciudad que siempre se ha habitado, seguirá siendo hasta la muerte, etc. Hoy la educación se considera como una actividad continua, los trabajos son cada vez más inestables y múltiples en un mismo sujeto, los cambios habitacionales son cosas habituales y no sólo al interior de una ciudad o un país. Richart Sennett (2000), refi­riéndose a la situación laboral que se instala en esta nueva realidad, la califica como una situación cargada de incertidumbre, que trae consigo una pérdida de la confianza en sí mismo y en los demás, y de una sensación de estar a la deriva y de vivir en riesgo permanente, donde nada es a largo plazo; lo que significa que poco vale la experien­cia y que nada está asegurado, que en cualquier momento uno es prescindible, independiente del esfuerzo realizado. Las historias labo­rales, agrega Sennett (2001), hoy son un mero informe de hechos aislados ocurridos en diversos lugares de trabajo y en diferentes tareas laborales, quedando sólo como único relato ininterrumpido el propio esfuerzo personal.

Los jóvenes, afirma José Machado Vais (2000), son los más vulne­rables al impacto de los cambios actuales: «En las sociedades antiguas –indica el autor– existían líneas que señalaban exactamente el momen­to de transición de la juventud a la edad adulta. En las sociedades arcaicas, los rituales de la circuncisión. Más tarde, el matrimonio y el inicio del trabajo eran momentos clave para adquirir la condición de adulto. Y se decía del servicio militar que hacía ‘hombres’ a los muchachos (y en tiempo de guerra, además, acababa con ellos). Actualmente las líneas que señalan las fronteras entre la juventud y la edad adulta son más vagas y los jóvenes cada vez más consideran la vida como algo inestable, fluctuante, discontinuo y reversible» (p. 91).

Machado Vais, agrega a lo anterior, que «la situación en que se encuentran muchos jóvenes actualmente recuerda el cuento de Kafka de su lucha con dos terribles enemigos: uno que lo tira desde detrás, el otro, desde delante, dejándole sin salida. ¿Cómo pueden los jóvenes ser árbitros en la lucha entre estas dos fuerzas opuestas? Probablemente dando un salto para evitar los obstáculos de detrás y de delante y es lo que hacen para sortear las transiciones lineales que tradicionalmente presuponían un antes [ser niño] y un después [ser adulto]. El antes y el después parecen ser para muchos jóvenes el aquí y ahora de la vida cotidiana» (p. 93).

Se agrega a los anteriores que las culturas ya tampoco son cuerpos compactos y homogéneos, sino que priman en el seno de la sociedad, lo que García Canclini (1990) ha denominado «culturas híbridas», donde en un solo espacio (ver los shopings) se encuentran diversas y contrapuestas manifestaciones. Esta situación no es ajena por lo demás, a las propias vidas juveniles, donde en un mismo joven se manifiestan, en más de una ocasión, conductas que dan cuenta de una verdadera “fragmentación». En palabras de Jesús Martín Barbero (2002), «quizá ninguna otra figura como la del flujo televisivo para asomarnos a las rupturas y las formas de enganche que presenta la nueva experiencia cultural de los jóvenes. La programación televisiva se halla fuertemente marcada, a la vez, por la discontinuidad que introduce la permanente fragmentación -cuyos modelos en términos estéticos y de rentabilidad se hallan en el videoclip publicitario y el musical y por la fluida mezcolanza que posibilita el zapping, el control remoto, al televidente, especialmente al televidente joven ante la frecuente mirada molesta del adulto, para armar ‘su programa’ con fragmentos o `restos’ de deportes, noticieros, concursos, conciertos o films» (p. 4)..

Dentro de esta realidad, en un movimiento contrario, pero no por ello opuesto, la globalización –como ya se ha indicado– ha colocado en crisis las identidades nacionales y convertido a las grandes ciudades en territorios anónimos (García Canclini, 1995). Hoy, además, la sociedad en que se vive es una sociedad de redes e internet, donde el tiempo y el espacio se hacen relativo y los sujetos cada vez más logran un control sobre ellos, siendo los jóvenes quienes llevan la delantera en dicho cambio (con evidentes diferencias sociales en su interior). A juicio de Balardini (2002), un rasgo atractivo del internet para los jóvenes “es que no vislumbran que la red esté controlada por los adultos, ya sea en tanto gobierno, los padres u otras institu­ciones. Para ellos, el ciberespacio es la nueva frontera que representa algo muy parecido a la libertad que imaginan en su cultura de la nocturnidad14 . Así como se sienten libres en la noche, se sienten libres en el ciberespacio. En la noche, los adultos parecen desaparecer y dejar el terreno a los jóvenes. Algo semejante perciben que sucede en el ciberespacio cuando lo recorren. En un caso, es el tiempo –la noche– que aleja a los adultos, en el otro, es el espacio (la ciberpla­taforma), pero también podríamos decir que los separa la tecnología” (p. 24).

En esta realidad de generaciones video–formadas, que nacen entre pantallas y redes, en un paisaje de mensajes globalizados que sedimentan en nuevas culturas híbridas15 , la juventud vive una expe­riencia nueva, de posibilidad de una relación diferente con el mundo adulto, donde los jóvenes tienen mucho más que enseñar que los adultos, en comparación a cuando ellos fueron jóvenes (los jóvenes e incluso los niños de hoy, tienen el poder de manejar los artefactos electrónicos de la casa, mucho mejor que los adultos, lo que genera un cambio en la tradición simetría adulto-joven/adulto-niño).

Hasta hace muy poco tiempo –indicaba Margaret Mead hace más de 30 años (1970)– los adultos podían decir: ‘¿sabes una cosa? Yo he sido joven y tú nunca has sido viejo’. Pero los jóvenes de hoy pueden responder: `Tú nunca has sido joven en el mundo en el que soy joven yo, y jamás podrás serlo’. Hoy súbitamente, en razón de que todos los pueblos del mundo forman parte de una red de inter­comunicación con bases electrónicas, los jóvenes de todos los países comparten un tipo de experiencia que ninguno de sus mayores tuvo o tendrá jamás. A la inversa, la vieja generación nunca verá repetida en la vida de los jóvenes su propia experiencia singular de cambio emergente y escalonado. Esta ruptura entre generaciones es totalmente nueva: es planetaria y universal’’16 .

Magaret Mead diferencia tres tipos de cultura: postfigurativa, en la que los niños aprenden primordialmente de sus mayores; cofigu­rativa, en la que tanto los niños como los adultos aprenden de sus pares; y prefigurativa, en la que los adultos también aprenden de los niños. Siendo las sociedades primitivas y los pequeños reductos religio­sos e ideológicos, principalmente, postfigurativos y extraen su autori­dad del pasado. Las grandes civilizaciones, que necesariamente han desarrollado técnicas para la incorporación del cambio, recurren típicamente a alguna forma de aprendizaje cofigurativo a partir de los pares, los compañeros de juegos, los condiscípulos y compañeros aprendices. Por último, debemos reconocer que ahora estamos en un período, sin precedentes en la historia, en el que los niños y jóvenes asumen una nueva autoridad, mediante su captación prota­gonista del futuro aún desconocido.


En síntesis, en este marco de tensiones, dilemas, culturas híbridas, generaciones videoformadas y de cambios en las relaciones de simetría entre adultos y jóvenes, si bien se debe reconocer la diferenciación entre residual (aquello que paulatinamente va desapareciendo), emer­gente (lo que tímidamente va apareciendo) y dominante (aquello que subordina a los anteriores y busca ocupar todo el presente), no se pude dejar de indicar que las expresiones culturales de estas nuevas realidades, están “siempre” presentes en todas los jóvenes de América Latina, pero en niveles diferentes y características propias.

En este marco tenemos que reconocer que estamos asistiendo a un cambio que Guy Bajoit y Abraham Franssen17 , caracterizan como un proceso de “mutación cultural”, el que viene a cuestionar los puntos de referencias sobre los cuales, hasta ahora, se había articulado la cultura occidental. A juicio de estos autores, desde hace 20 o 30 años, una mutación cultural está en curso, es decir, estaríamos viviendo el paso de un modelo cultural basado en la razón social a otro fundado sobre la autorrealización autónoma. Situación que les permite formular como hipótesis que estaríamos pasando de un modelo cultural basado en la razón social (es legítimo aquello que es útil a la colectividad, es decir, contribuye a su progreso y obedece a su razón:) a otro fundado en la autorrealización autónoma (es legítimo aquello que el individuo juzga bueno para su desarrollo personal) en la medida que eso no impide a nadie hacerlo mismo.

Planteamiento, por lo demás, que es sostenido por otros numerosos autores, como es el caso de Ulrich Beck (2001), quien afirma que “vivimos en una era en la que el orden social del Estado nacional, la clase, la etnicidad y la familia tradicional están en decadencia. La ética de la realización y el triunfo individual es la corriente más poderosa en la sociedad moderna. El personaje central ole nuestro tiempo es el ser humano capaz de escoger, decidir y crear, que aspira a ser autor de su propia vida, creador de una identidad individual. Ésa es la causa fundamental de las transformaciones en la familia y la revolución mundial de los sexos en relación con el trabajo y la política” (p. 234).


Beck fundamenta esta afirmación, indicando entre otros puntos los siguientes:


a)la compulsión de vivir una vida propia y la posibilidad ole hacerlo surgen cuando una sociedad está muy diferenciada:

b)la gente lucha para vivir su propia vida en un mundo que se le escapa cada vez más y de forma cada vez más evidente, un mundo totalmente conectado (globalización de las biografías) de forma irrevocable;

c)la globalización, la destradicionalización y la individuación, hacen de nuestra vida tina vida experimental, donde las recetas here­dadas y los estereotipos no sirven;

d)es necesaria una gestión activa para conducir nuestra propia vida en un contexto de demandas encontradas y un espacio de incertidumbre global;

e)pensar en uno mismo y vivir para los demás, cosa que antes se consideraba una contradicción, resulta ser una conexión interna y

f)la preponderancia de vivir nuestra propia vida conduce a una apertura y subpolitización de la sociedad, pero también a una despolitización de la política nacional.


6. Respuestas de los y las jóvenes a la realidad actual: Culturas juveniles


La respuesta de la juventud a la realidad que se ha sintetizado en este texto, se expresa en un conjunto de manifestaciones que vienen paulatinamente asomándose y adquiriendo fuerza en los últi­mos años, las que a su vez, han sido catalogadas como situaciones problemas que escapan al control normativo de la sociedad, siendo por ello, objeto de cuestionamientos e identificación como fuente de peligro y riesgo para el orden social18 .

Surgen pequeños grupos o microsociedades juveniles, los cuales logran un cierto grado de autonomía del mundo adulto; como a su vez, una serie de orientaciones normativas y simbólicas, que permite hablar de culturas juveniles19 . En palabras de Caries Feixa (1998) “en un sentido amplio, las culturas juveniles se refieren a la manera en que las experiencias sociales de los jóvenes son expresadas colectiva-mente mediante la construcción de estilos de vida distintivos, localizados en el tiempo libre, o en espacios intersticiales de la vida institucio­nal” (p. 84). Expresiones heterogéneas entre sí, que no están exentas de influencias del medio, pero que permiten diferenciar entre jóvenes, posibilitando con ello la identificación de un conjunto amplio de culturas juveniles.

Al interior de cada una de estas microsociedades, diversas mani­festaciones simbólicas son reordenadas y recontextualizadas, en un”bricolage”, donde se resignifican los símbolos u objetos, dándoles en muchos casos significados distintos de los originales, sin que en ello exista la intención de mofarse del significado simbólico que posee para otros. Esto permite, en definitiva, la construcción de estilos juveniles, los cuales están compuestos, en palabras de Raúl Zarzuri (2000), por una serie de elementos culturales, entre los cuales puede destacarse:


a)el lenguaje, como forma de expresión oral distinta a la de los adultos;

b)la música, y especialmente el rock, que se transformó en la primera música generacional, internalizándose en el imaginario cultural juvenil, marcando las identidades grupales, producto ele su consumo o de la creación; y

c)la estética que identifica a los estilos juveniles, a través de la forma de llevar el pelo, la ropa o accesorios, entre otros.


La necesidad de ser distinto, pero a la vez parte de un grupo de pares, es lo que lleva habitualmente a que una de las primeras activida­des de estos grupos, como sostiene María Teresa Adán Revilla (1996), sea “adoptar una imagen que identifica a sus miembros, no entre ellos, sino externamente, ante los demás: dar nombre al grupo, asignar un apodo a cada uno de sus miembros, llegar a un acuerdo para portar una imagen estética similar, etc.” (p. 14). El joven de hoy –como en otras épocas– busca decir con su vestimenta quién es él. En este sentido, como nos recuerda Silvia Bonino (1995), “la vestimenta tiene múltiples funciones. Informa sobre nuestra identidad sexual, sobre nuestro status social, sobre nuestra pertenencia cultural. Sobre nuestra adhesión a un grupo, o en particular a un modelo de com­portamiento” (p. 4). De aquí, por ejemplo, señala la misma autora, “cuando uno se viste con ropa considerada agresiva, el otro lo nota, con lo cual se cumple una profecía autocumplida” (p. 4).

De esta forma, como sostiene Francisco Castillo (1998), los gustos musicales de la juventud ya no sólo se restringen a la adhesión a una “banda de música”, sino que “se ha constituido en un fenómeno complejísimo que incluye variadas formas estéticas, grupos sociales, ideas sobre el mundo actual, posturas y visiones de la sociedad –muchas de ellas conscientes y otras bastantes viscerales e inconscientes–, un intrincado sistema industrial que incentiva y alienta todo lo anterior con el gran objetivo de ganar dinero, mucho dinero(p. 6). En otras palabras, se puede sostener que estos diversos grupos van constituyendo subculturas, al adoptar objetos y símbolos diversos, muchas veces descontextualizados de su matriz originaria y reelabo­rados por los miembros del grupo, en uno nuevo con su propio significado.

Frente a la realidad de un mundo globalizado, de una sociedad con Estados que ceden su espacio a las leyes del mercado, de un derrumbe de las utopías e ideologías, los jóvenes buscan, al interior de estos grupos, encontrar una identidad que los una y los diferencie de los otros. No se puede dejar de reconocer que, para algunos jóvenes, principalmente en los sectores pobres, esta conducta es su forma de “resistir” frente a una realidad, que no sólo les dificulta la construcción de una identidad personal y social, positiva y armónica, sino que los excluye, generándoles una fuerte inseguridad.

Esta realidad de exclusión e inseguridad, que dificulta la posibi­lidad de encontrar espacios relacionales donde se pueda desarrollar una conducta protagónica, “favorece –a juicio de María Teresa Adán (1996)– la ‘apropiación’ de otros espacios y zonas públicas que los jóvenes hacen suyos” (p. 15), tales como los barrios, que se han ido caracterizando por concentrar bares y pub, plazas y canchas de fútbol, permitiendo un nuevo “Territorio juvenil”.

En esta misma línea, se puede interpretar la acción del “graffiti”, donde los jóvenes marcan sus territorios con los nombres de los grupos que se identifican, ya sean musicales o futbolísticos, pero también con sus propias “chapas” (apodos). “Los graffiti –sostiene José Machado Pais (2002)– desempeñan unas funciones importantes de liberación de impulsos en otros contextos reprimidos. O sea, en la producción de los graffiti, los jóvenes dan lugar –mediante la ficción, la fantasía, la (re)invención de lo real– a una forma discursiva de liberación de fantasías reprimidas, transformando en ‘hechizos’ algunos de sus deseos. También es de afirmación de identidad, de manifestación de sentimientos personales o propios de los grupos de pertenencia. Sin embargo, el que es quizás el significado principal de los graffiti es el de la marca de posesión” (p. 25).


7. Tribus urbanas


En esta realidad de nuevas manifestaciones culturales juveniles, de nuevas subjetividades y sociabilidades, de procesos complejos que está viviendo el mundo moderno, se ha llegado, en palabras de Maffesoli (1988), que será el primer sociólogo que diagnosticará este proceso en las sociedades de masa, a una tribalización de la sociedad moderna, donde podemos situar la aparición de las denominadas “tribus urbanas” como nuevas expresiones de subjetividad.

Éstas nacen, indica Raúl Zarzuri (2000), al parecer, “por la bús­queda de afectos, de nuevos tipos de relaciones que dejen de lado las construcciones sobre las relaciones sociales realizadas por la moder­nidad, marcadas por la racionalidad o producto de la división del trabajo, que ha llevado a la perdida de éstos, en lo que hoy llamamos sociedad moderna. Ésta sería la gran crítica a la modernidad y una de sus características centrales, sobre las cuales se asienta lo postmo­derno” (p. 2). En el fondo, es una vuelta a lo tribal, a lo afectivo-emocional, propio de la comunidad.

Hoy en día el concepto de tribus está asociado al ámbito urbano, a la ciudad, donde proliferan tribus compuestas, preferentemente, por jóvenes. Por lo tanto, se puede decir que el proceso de tribalización urbana que vive la sociedad es una cuestión moderna, asociada a los grandes cambios epocales y que se manifiesta preferentemente en las grandes urbes. Para García Canclini (1995), la emergencia de estas agrupaciones, asociadas al fenómeno de las construcciones de iden­tidades, compensan la atomización y la disgregación de las grandes urbes, ofreciendo pertenencia a grupos, principalmente para quienes no logran la integración social, a través de la educación y el trabajo.

En opinión de Michel Maffesoli (1990), cada persona, al interior de estas agrupaciones, recupera el carácter afectivo/emotivo. De aquí que los rasgos básicos del proceso de neotribalización, a juicio de Maffesoli, que es sintetizado por Juan Claudio Silva (2002), estén asociados con los siguientes tópicos:

a)Comunidades emocionales: que se fundamentan en las comunida­des de emociones intensas, a veces efímeras y sujetas a la moda;

b)Energía subterránea: lo que hace referencia a las resistencias y prácticas alternativas que se oponen a la pasividad e hiperrecep­tividad;

c)Nuevas formas de sociabilidad: bajo este tópico, se alude a que lo fundamental es vivir con el grupo, alejarse de lo político para adentrarse en la complicidad de lo compartido al interior del colectivo y

d)Fisicalidad de la experiencia: surge la necesidad de contraponer a la fragmentación y dispersión de lo global, la necesidad de espacios y momentos compartidos en los que se desarrolle una interacción fuerte.


Las tribus urbanas, concluye Raúl Zarzuri (2000), “se pueden considerar como la expresión de prácticas sociales y culturales más soterradas, que de un modo u otro están dando cuenta de una época vertiginosa y en constante proceso de mutación cultural y recambio de sus imaginarios simbólicos. Proceso que incluso comienza a minar las categorías con las cuales cuentan las ciencias sociales para abordar la complejidad social, y que, particularmente, en el caso de las nocio­nes ligadas a la juventud, la realidad parece desbordar más rápidamen­te los conceptos con los que se trabaja” (p. 93). A lo que agrega Zarzuri, “son la expresión de una crisis de sentido a la cual nos arroja la modernidad, pero también constituyen la manifestación de una disidencia cultural o una ‘resistencia ‘ante una sociedad desencantada por la globalización del proceso de racionalización, la masificación y la inercia que caracteriza la vida en las urbes hipertrofiadas de fin de milenio, donde todo parece correr en función del éxito personal y el consumisrno alienante” (p. 93).

Realidad que se reafirma, en palabras de Maffesoli (2002) al indicar que “escapar de las instituciones fundadas en la modernidad parece ser lo propio de los jóvenes. Ellos, a fuerza de rechazo y aparente indiferencia, pugnan por una experiencia creadora y fundante de lo que quizás sean pronto las formas de sociabilidad que abrirán paso a nuevos modos de ser comunitarios” (p. 145).


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38.39

Notas


 1 Sin comprometer a quienes participaron en el evento, esta breve reseña histórica recoge el panel de especialistas en juventud, que se realizó en el marco del I Seminario Europa - América Latina de Estudios sobre Juventud, realizado en Lleida, España, 2002.

 2 Klaus Allerbeck y Leopold Rosenmayer, Introducción a la Sociología de la Juventud. Ed. Kapeluz, Buenos Aires, Argentina, 1979 (Primen edición en alemán, 1971).

 3 Otros organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), utilizan también una definición etérea, para efectos de comparación internacional.

 4 Es importante sumar como crítica a las anteriores. que algunos autores parecen olvidar que la construcción de identidad es un proceso continuo. que no tiene término en un año determinado, sino que lo es en toda la vida, que además, la identidad no es necesariamente homogénea y altamente coherente en el interior de un sujeto, hoy se reconoce la existencia de identidades múltiples (Coleman. 1985) y en la construcción de identidad es posible reconocer también, distintos estados o condiciones (J. Marcia. citado en Papalia y Wendkos, 1992), lo que implica, en definitiva, un proceso permanente que cambia a medida que la gente continúa desarrollándose.

 5 Para ver un texto ya clásico sobre la fundamentación de la juventud como construcción social. P. Bourdieu: La «juventud» no es más que una palabra. En Fierre Bourdieu: Sociología y Cultura. Editorial Grijalbo, México. 1990, p. 163 a 173.

 6 Para ver algunos trabajos que dan cuenta de la evolución histórica de la juventud: (a) Giovanni Levi y Jean Claude Schmitt (directores) Historia de los jóvenes. Ed. Taurus, Madrid, 1996. (b) Mario Sandoval: Jóvenes del Siglo XXI, sujetos y actores de una sociedad en Cambio. Ed. Universidad Católica Cardenal Raúl Silva Henríquez, Santiago, Chile, 2002, p. 96 a 147.

 7 La diferenciación entre cuatro cuadrantes está tomada de Raúl Atria (1993). desarrollada en el artículo “La educación superior desde el mundo de la vida”. en Revista de Estudios Sociales N° 78, Editorial CPU, Santiago, Chile. 1993: p 159-177.

 8 Documento base para la reunión de Ministros de Educación, convocada por UNESCO. Propuesta de Proyecto Regional de Educación para América latina y el Caribe, la Habana, Cuba, 14 al 16 de Noviembre del 2002. En aww.unesco.cl 03prelac.htm

 9 Si se considera el indicador más utilizado para medir la desigualdad al interior de un país, el Coeficiente de Gini, que es una escala de 100 puntos, en el cual cero representa una distribución de ingreso perfectamente equitativa y 100 una concentración total del ingreso. América latina posee un coeficiente de 52 donde el punto máximo está en Brasil en 60 y es seguido por otros 7 países por sobre el promedio. Mientras tanto, para efectos comparativos, los países escandinavos, como Finlandia. poseen 25 o países como Estados Unidos o Canadá muestran un 40.8 y un 31.5 respectivamente. En otras palabras ello significa que «En países de la OCDE como Bélgica, Japón y Canadá. el 10 por ciento más rico de la población capta alrededor ele 20 por ciento del ingreso, cifra que sobrepasa el 45 por ciento en Brasil, Chile, Colombia, Guatemala y Paraguay» p. 321

 10 Para mayor información ver el Documento ele CEPAI.: Panorama Social ele América Latina 2001- 20o2, en: www.cepal.org

 11 Situación ya antes indicada siguiendo un anterior número de esta Revista, vol. XXIV — N° 9.1 / junio 1998.

 12 UNESCO: La Educación encierra un Tesoro. Informe de la Comisión Internacional sobre la Educación para el Siglo XXI, convocada por UNESCO, 1996.

 13 En esta nueva sociedad de trayectorias no lineales, diferenciadas, experiencias como el comic se convierten en buenos ejemplos de lectura no lineal en contraposición a las viñetas de las antiguas revistas. Se debe reconocer que con el reconocimiento de esta modalidad de trayectoria, se está cada vez más cerca de la lectura, ya aceptada por años por las ciencias físico-química. de “zonas de probabilidad» (como en los estudios de trayectorias de los átomos)

 14 El autor hace referencia al trabajo de Mario Margulis (1994). La cultura de la noche. Ed. Espasa Calpe, Buenos Aires, Argentina.

 15 Ver al respecto: Feixa, Carles (2002) Generació@ La joventut al Segle XXI Ed Observatori Catalá de la Joventut, Aportacions 12. Barcelona. España

 16 Este lúcido párrafo está escrito, en la contraportada del libro de Margaret Mead titulado Cultura y compromiso, Estudio sobre la ruptura generacional, 1970.

 17 Guy Bajoit et Abraham Franssen, Les Jeunes dans la Compétition Culturelle. Sociologie d aujourd’hui. PUF, citado por Dario Sandoval (2002), op. cit.

 18 María Emitía Tijoux (2002) sostiene al respecto que “los jóvenes pobres son entre todos, el principal blanco a que apuntan las políticas represivas -y de defensa- implementadas con el objetivo de mantener segura la vida económica y social. La delincuencia juvenil, la presencia de barras bravas, las manifestaciones estudiantiles y hasta los encuentros culturales, son algunos de los problemas que aparecen explicando la sensación de inseguridad de los ciudadanos El proceso estigmatizador, iniciado con fuerza desde el siglo XVIII contra las clases peligrosas producto de la industrialización, se afina y se localiza en grupos donde hay que aplicar la mano dura del Estado. La pobreza, al quedar claramente circunscrita desde su posible peligrosidad, será el marco que llevará a sus principales protagonistas hasta el encierro en la cárcel y en centros especializados que, antes de la mayoría de edad, se utilizan como lugares de observación y diagnóstico de sus conductas” (p. 176).

 19 Es absolutamente necesario reiterar aquí que este artículo tiene como centro principal la juventud urbana. En este sentido, no se puede dejar de reconocer, con dolor, que los jóvenes de sectores rurales e indígenas y en especial las mujeres (incluso las de sectores urbanos), no han sido estudiados con toda la profundidad requerida. “Ellos no son parte aún -como dice Juan Claudio Silva (2002)- en su totalidad, de este concepto de juventud, tal y como se lo entiende en las grandes ciudades urbanas, y que responde más bien al modelo de varón, urbano y en gran medida estudiante” (p. 119).