Cristo sigue llamando


Cristo sigue llamando




Inspectoría Salesiana de “Santiago el Mayor" León , 24 de mayo de 2005 nº 45









VERANO, TIEMPO DE COLABORACIÓN, TIEMPO DE CONSTRUCCIÓN DE LA COMUNIDAD


Tener una responsabilidad en la comunidad, es un medio para que todos aprendamos a servir a los demás, valorar el trabajo en equipo y contribuir al buen funcionamiento de la comunidad.

Educarnos en la convivencia comunitaria y en la colaboración es todo un arte. Consiste en demostrar que todo lo que hacemos o dejamos de hacer afecta a los demás, que la generosidad no sólo implica servir sino reconocer, valorar y agradecer el servicio de los demás.


En una escena del libro El principito, un rey plantea: "Si le ordeno a un general que dé vueltas volando alrededor de una flor como si fuera una mariposa, y él no cumple la orden, ¿de quién es la culpa, del general o de quién le dio una orden imposible de cumplir?” Con este ejemplo tan sencillo el autor enseña que quien está a la cabeza de un equipo tiene por principal misión organizarlo para que todo marche bien: para ello debe conocer muy bien a cada miembro de su grupo, saber cuáles son sus talentos y flaquezas, y pedirle aquello que hará bien o que le hará bien. ¡Feliz verano!


















ÍNDICE



  1. Retiro ………………………...3-11

  2. Formación………………….12-22

  3. Comunicación.……..........23-27

  4. El anaquel…………….......28-56




Revista fundada en el 2000


Edita y dirige:

Inspectoría Salesiana "Santiago el Mayor"

Avda. de Antibióticos, 126

Apdo. 425

24080 LEÓN

Tfno.: 987 203712 Fax: 987 259254

e-mail: formacion@salesianos-leon.com


Maqueta y coordina: José Luis Guzón.

Redacción: Segundo Cousido y Mateo González

Depósito Legal: LE 1436-2002

ISSN 1695-3681


RETIRO





1 ANTE LA FRAGILIDAD VOCACIONAL

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1.1 A propósito de ACG 385

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Luis Onrubia

1. Fuertes en la debilidad


El rey David, persona con el corazón tan en sintonía con el de Dios, tuvo la tentación de sentirse fuerte, saber el alcance de sus ejércitos, olvidando que el Señor es su refugio y su valedor. Y mandó elaborar un censo del pueblo (2Sam 24). A veces no es fácil comprender la lógica de Dios, cuando elige al pequeño David para vencer enemigo poderoso, o cuando insiste a Gedeón (Jue 7) para que disminuya el número de sus soldados (¡sólo 300!) para hacer frente al numeroso enemigo madianita.


Esto no quiere justificar la escasez de vocaciones, ni suscitar polémica sobre la eficacia pastoral, ni abogar por una vida consagrada de selectos. El Señor nos pone a vivir en esta situación real: disminución de vocaciones, aumento de la edad media, crisis vocacionales de hermanos que dejan la Congregación, poca estima por la vida religiosa en el ambiente social, insignificancia de nuestro testimonio ante los jóvenes o personas con los que tratamos, tendencias a decidir con poco discernimiento o criterio religioso,...


Creo que no hemos de considerar esta situación de debilidad como castigo o abandono por parte de Dios. El mismo Dios siguió este camino de la debilidad, con la encarnación y la kénosis, para llevar a cabo la obra de salvación en que colaboramos. En estos tiempos recios tendremos que meditar con cuidado aquellas expresiones propias de la genuina espiritualidad cristiana: llevar el tesoro (gracia de Dios, carisma salesiano) en vasijas de barro (personas, comunidades e instituciones) para que se muestre con claridad la fuerza de Dios.


Y es posible que llegaremos a convencernos de aquello que experimentó S. Pablo: “Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad”. Por eso, el apóstol confesaba a la comunidad de Corinto “Gustosamente seguiré presumiendo de mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Y me complazco en soportar por Cristo flaquezas, oprobios, necesidades, persecuciones y angustias, porque cuando me siento débil, entonces es cuando soy fuerte” (2Cor 12 9-10). No cabe duda de que es una experiencia poco grata, pero puede sanear nuestra vivencia de fe.






2. Nuestros cálculos y nuestras debilidades


También nosotros, en situación de debilidad numérica, hacemos nuestros cálculos y descubrimos que es difícil cubrir tantos huecos que van quedando para que la institución se mantenga. D. Bosco, con su sentido realista, también haría el discernimiento de la situación.


En la década de los ’80 se hizo una consulta amplia tratando de encontrar los motivos de perseverancia y de abandono de la Congregación. Las indicaciones que de allí surgieron quizás no supimos interpretarlas, pues el proceso de debilitamiento y de abandonos ha seguido implacable. Hoy, al final del documento que suscita nuestra reflexión, se vuelve a pedir otro análisis de la situación, con metodología distinta y matices diversos al considerar el tema. Quizás hay una diferencia importante entre aquella consulta y los análisis actuales; ahora estamos sensiblemente más disminuidos y con perspectivas de futuro menos claras, ahora la debilidad es más manifiesta.


Es posible que, forzados por los hechos, tengamos que aprender a vivir en debilidad, confiados sólo en la fuerza de Dios. Los hechos se encargan de ayudarnos a ver lo que hay de inconsistente en nuestras estructuras (personales y grupales); y así, un poco a la fuerza, tendremos que toparnos con la fuerza de Dios. Así, cargados con la fuerza de Dios, sin poder confiar sólo en nuestras capacidades, podremos empujar un poco este mundo, arrastrándolo más con nuestro ‘ser signo’ que con los poderes que creemos tener.



3. La fragilidad vocacional


El texto de D. Cereda1 es claro en su exposición, tanto en las cosas concretas que recoge como en el esquema con que está construido. Una lectura personal pausada del texto puede ofrecernos puntos de reflexión; éste es el esquema:


1.- Raíz de la fragilidad vocacional.

2.- Expresiones de la fragilidad vocacional.

3.- Causas de la fragilidad vocacional.

4.- Prioridades de intervención.


Los destinatarios de este documento son los Inspectores, Consejos Inspectoriales, Delegados y Comisiones de Formación, Equipos de Formadores, jóvenes en formación inicial (gran parte del documento hace referencia a ellos). Pero, aunque como en inciso, dice que “interpela la vida de las comunidades y las Inspectorías”(34); y en varias ocasiones aparece con claridad que la fragilidad vocacional de los hermanos(jóvenes o no), en gran parte, viene provocada por el estilo de vida de las comunidades y de la Inspectoría.


De esto se trata en este Retiro, de dejarnos interpelar por este análisis de la fragilidad vocacional. Ello ha de provocar, personal y comunitariamente, una reacción positiva de fidelidad vocacional que se perciba en el ambiente y que contagie a los jóvenes con quienes nos encontramos. No haré, por tanto, referencia a los hermanos en formación inicial; resaltaré, sobre todo, las interpelaciones que se hace a los hermanos y comunidades. Hemos de preguntarnos qué actitudes y factores de nuestra vida personal-comunitaria contribuyen a la fragilidad vocacional (aunque no sean los factores únicos de la misma) o la facilitan.


Aunque el texto describe una situación un tanto cruda y apunta debilidades claras en algún estilo de vida personal e institucional, el talante del documento busca cómo reaccionar en positivo. No hay que leerlo como un estudio psico-sociológico más, o como una reprimenda por algún tipo de vida religiosa poco ‘ortodoxa’. Nos invita a hacer examen y tomar determinaciones. Y lo hace desde la esperanza; ve la fragilidad más como reto por afrontar que como lamento desalentador. Destaco algunos rasgos de este tono esperanzado:


a)El problema de la fragilidad vocacional no está en el hecho real de la fragilidad sino en que no se la acepta como una ocasión para una ulterior maduración; el problema surge cuando no se sabe integrar esta fragilidad en el proceso de vida personal y comunitaria. (p. 38).


b)Se percibe el peligro de evidenciar sólo carencias e incapacidades (34) y se invita a hacer un análisis no sólo de los abandonos sino también una valoración de todo aquello que favorece la perseverancia de los hermanos (50).


c) Se apuntan prioridades en la intervención formativa, que robustezcan la fidelidad vocacional de los hermanos (parte final del documento: prioridades de intervención).




4. “Entrar en juego sin echar balones fuera”


Al analizar el asunto de los abandonos y de la fragilidad vocacional se suelen indicar aspectos culturales y sociales, que impiden la pregunta por la vivencia religiosa o que provocan un estilo de vida contrapuesto al de la vida consagrada. No nos detenemos en estos datos (el texto que comentamos y otros estudios lo resumen con la categoría ‘postmodernidad’ de la cultura).


Es natural que se tengan en cuenta estos factores ambientales que condicionan, dificultan o impiden la opción por la vida religiosa o salesiana. Los jóvenes y los mayores estamos marcados por la cultura en que vivimos y por el ambiente que respiramos. Y muchos análisis apuntan a ello como causa principal que propicia la fragilidad vocacional. Pero corremos el peligro de “echar balones fuera”, de atribuir a otros la causa de nuestras inconsistencias; esto, además de ser una visión insuficiente e infantil de las cosas (que elude responsabilidades), puede dejarnos sumidos en el lamento estéril.

Otra línea de trabajo en la sociología de la religión, sin embargo, sugiere que los abandonos y débil vivencia de la vida consagrada no son consecuencia directa del ambiente social adverso al estilo religioso de vivir. Estudios recientes2 apuntan al ‘nuevo paradigma’ explicativo de esta situación. Frente a la teoría ordinaria o clásica que señala la secularización del ambiente social como protagonista desencadenante de las crisis religiosas, se afianza, “el nuevo paradigma” confirmado por los datos empíricos. Éste paradigma señala que buena parte de la crisis no tiene que ver tanto con las condiciones ambientales sino con la inadecuación de las instituciones religiosas en la vivencia de su carisma o en el afrontar el influjo del ambiente.


Por ello las investigaciones analizan los grupos religiosos actuales y los factores en los que expresan su vitalidad: compromiso riguroso por lo que cohesiona al grupo, sentido de pertenencia, dedicación centrada en acciones propias de su carisma e identidad religiosa, fuerza expansiva/misionera del grupo, oración. Afianzar esos elementos vitalizadores es el cauce más entusiasmante y eficaz para hacer frente al ambiente adverso.


Existen otras posturas que dicho paradigma considera inadecuadas. Unas insisten en reforzar estructuras fuertes que han sido eficaces en otra época; otras abogan por acomodar la vida religiosa al estilo de vida ambiental aunque se pierda significatividad religiosa. Unas y otras tendrían carencias importantes; unas no cuidarían la personalización de los procesos formativos y otras olvidarían asegurar la identificación de las personas con el carisma que viven.


Ante la resistencia ambiental a la vida consagrada, la respuesta no puede ser la de dejarse contagiar por la secularización o la de rebajar exigencias para no desentonar. González-Carvajal, analizando los elementos insalubres para la vida religiosa actual, derivados del impacto sociocultural adverso, concluye con el siguiente testimonio: el de aquellos aviadores que cuando iban a llegar a la velocidad del sonido tenían la sensación de chocar contra un muro; “entonces, su reacción instintiva era frenar y, naturalmente, se estrellaban. Hasta que un aviador más osado, cuando tuvo la sensación de estrellarse contra un muro, en vez de frenar, aceleró... y atravesó la barrera del sonido. La lección está clara: cuando tengamos la sensación de que nuestro estilo de vida provoca una sonrisa de conmiseración en los demás, ¡cuidado con frenar!, porque nos estrellaríamos. Lo que hace falta es pisar el acelerador a fondo, vivir a tope el seguimiento de Jesús y comprobar que funciona”3.



5. Expresiones de la fragilidad vocacional


Es cierto que el documento insiste en los hermanos jóvenes (formación inicial y primeros años de responsabilidades en las comunidades), pero algunas de esas expresiones también podemos hacerlas objeto de examen los más entrados en años.


Además de la dificultad para tomar decisiones definitivas y de la tendencia a la búsqueda de seguridad, una de las expresiones de la fragilidad vocacional es la “incertidumbre de identidad vocacional”.


El contexto social adverso y las fuertes exigencias de los compromisos educativo-pastorales en continua renovación nos empujan, particularmente a los de mediana edad y a los mayores, a difuminar los rasgos específicos de nuestro ser salesianos. Explícitamente D. Cereda dice: “Después de años de vida consagrada, se encuentran todavía identidades inciertas. Las propias debilidades y las alienaciones vividas se colocan en primer término. Uno se abandona entonces a las emociones. Se reducen luego drásticamente los ideales de la consagración: la primacía de Dios, el don de sí por los jóvenes, el seguimiento radical de Cristo, la vida fraterna en comunidad, la formación. En particular, la ilusión pastoral de poder coleccionar éxitos y la consiguiente desilusión tienen un peso notable en la afirmación de los aspectos inconscientes, que confluyen fácilmente en desinterés, cerrazón y ambigüedad, frecuentemente de naturaleza afectiva compensativa. Además de la falta de un auténtico sentido de pertenencia a la persona de Jesús, a la Iglesia y a la Congregación, permanecen decisivas las inmadureces personales, nunca tomadas en serio, escondidas bajo diversas coberturas y nunca afrontadas”.


Es cierto que en nuestras vidas no se da este panorama tan extremo. Pero es una ocasión para preguntarnos por los aspectos en que hayamos perdido la ilusión inicial, ‘el amor primero’ de nuestro camino vocacional salesiano.

El paso de los años incide en la vida de cada uno. ¿He analizado mi vida para ver si se dan en mí algunos de los rasgos que señala el texto ‘después de años de vida consagrada’?, ¿en qué grado estoy afectado actualmente?









  1. Causas de la fragilidad vocacional


Consciente de que cada situación es distinta y de que confluyen muchos elementos en cada expresión de fragilidad vocacional, el texto trata de subrayar algunas causas del fenómeno de la fragilidad vocacional. Aunque también aquí la mirada está puesta en la vida de los jóvenes salesianos, los menos jóvenes también somos interpelados de modo directo.



a) Formación


Un tipo de causas se pueden englobar en los procesos formativos vividos sin suficiente consistencia, en los que se personaliza débilmente cuanto exige la vida salesiana. “Hemos de reconocer que muchas veces la formación que damos es débil, no cambia, no convierte, no llega al corazón”. Seguimos adelante en la vida sin haber dilucidado bien las inconsistencias personales o las motivaciones de nuestra opción salesiana (llamada a proceso serio de discernimiento personal y acompañamiento en la vida); por ello, en los momentos de ‘crisis’ o de cansancio decaemos ante la falta de éxito, o nos desilusionamos. Seguimos adelante con una vivencia de fe pobre, en la que, sólo relativamente, damos la primacía de Dios.


La pregunta a todo salesiano adulto es clara: ¿hasta qué punto van pesando en mi vida actual el cansancio, el carácter personal ya formado, los miedos o inseguridades personales, las propias seguridades y esquemas de trabajo sin contrastar suficientemente?, ¿qué ‘asignaturas’ tengo pendientes de mi formación inicial que condicionan mi vida actual?


b) Vida de las comunidades


El otro tipo de causas de fragilidad no procede de los procesos de la persona concreta, ni del ambiente social adverso. Aunque extenso, es elocuente el siguiente texto del documento, apuntando al estilo de vida que vamos marcando en las comunidades:


Otro núcleo de fragilidad está determinado por la vida real de las comunidades, que constituye el camino formativo implícito y oculto. El escaso dinamismo espiritual y vocacional de las comunidades crea una cultura inspectorial poco estimulante y a veces incoherente con el clima de las comunidades formadoras. Las carencias en la formación permanente determinan motivaciones vocacionales pobres. La mentalidad, los estilos de vida, los modelos de comportamiento débiles de la Inspectoría engendran para todos, no sólo para los hermanos jóvenes, una “vida religiosa débil”, a la que hay que reaccionar yendo contra corriente. El modelo de vida religiosa “liberal” es, en efecto, origen de numerosas fragilidades (cfr. Carta del Rector Mayor en ACG 382, pág. 17-18).


La falta de relaciones interpersonales vitales y estimulantes en las comunidades engendra individualismo y desafección. Las pertenencias formales a comunidades demasiado proyectadas sobre las urgencias de la actividad y sobre los ritmos de vida fatigosos, en el tentativo de afrontar todos los compromisos a pesar de la reducción de fuerzas, inciden negativamente en el comienzo y en la duración de los fenómenos de fragilidad. Esto sucede con los jóvenes, pero también con los menos jóvenes. Al sentirse más bien empleados de una empresa que consagrados para una misión, se vive cotidianamente en un estado de confusión, que produce desorientaciones cada vez más graves.


Dos síntomas emergen particularmente en estos años: el sentido de soledad en comunidad y la incapacidad para comunicar a nivel profundo. Se tiene miedo de compartir la propia vivencia; se tienen, como mucho, relaciones funcionales y formales, sobre todo por el temor de presentar una imagen de sí no digna de la estima de los demás. Entonces, las relaciones de cercanía, exigidas muchas veces por la necesidad de comprensión y de apoyo afectivo, se buscan en relaciones externas. Y como en comunidad uno es valorado por lo que hace más que por lo que es, por una parte se deja implicar en la misión de forma parcial y, por otra, se tiende a cumplir celosamente el propio compromiso” (p. 41-42).

También, como es evidente, esto suscita un examen de conciencia en los salesianos que ya hemos pasado por la formación inicial. Se hace referencia al nivel de madurez personal logrado, al estilo de relaciones en las comunidades, al testimonio poco entusiasmante de vida salesiana que quizás estamos ofreciendo, a los modos inadecuados de asumir los compromisos y los trabajos de la obra salesiana.... Son temas anotados en el Capítulo General e inspectorial, así como en cartas y documentos de la Congregación.


¿Percibo en mí alguno de los síntomas apuntados: débil formación, vida de comunidad poco significativa para salesianos y jóvenes?, ¿cómo los estoy abordando en mi proyecto de vida?








  1. Prioridades de intervención


El análisis de la situación resulta estéril si no ofrece líneas de acción un tanto claras. Igualmente sería estéril si se quedara en lamentos y críticas negativas de la vida salesiana. Por ello esta parte final del documento: “Conscientes del don precioso de cada vocación, la Congregación se compromete a cuidar a todo joven que Dios le manda, ayudándole a superar las inevitables fragilidades y a robustecer su fidelidad. Para ello se sugieren ahora algunas prioridades de intervención”.


Casi toda esta parte de prioridades de intervención apunta a la organización de procesos formativos consistentes, que logren personalidades salesianas con capacidad para animar y animarse en la vivencia vocacional. Son asuntos que competen al gobierno de la Inspectoría, en sus organización de pastoral y de formación inicial.


Pero apunta una prioridad que se refiere a la significatividad de las comunidades, y que no cae bajo la responsabilidad del gobierno/animación de la Inspectoría sino de las mismas comunidades locales. Aunque sólo ocupe una página final y recuerde algo elemental del CG25, nos estimula a lograr nuevas cotas en los ingredientes fundamentales de la vida ordinaria. Por ello incluimos el texto que nos interpela a todos, no sólo a los jóvenes:


Para los salesianos jóvenes la comunidad es un factor importante en la decisión de abrazar la vida salesiana, como también en la decisión de abandonarla. El testimonio gozoso de fraternidad y de espíritu de familia, el celo pastoral y el trabajo por los más pobres y la vida espiritual de la comunidad constituyen un fuerte atractivo para la vida consagrada salesiana y un impulso para crecer en ella. En comunidades significativas los tirocinantes se sentirán estimulados a crecer; los hermanos jóvenes serán ayudados a asumir las primeras responsabilidades; todos encontrarán impulso y alegría vocacional. Esto afecta tanto a la comunidad local como a la comunidad inspectorial; la vida ordinaria de las comunidades determina fuertemente los caminos de formación inicial y de fidelidad vocacional. El CG25 nos indica el camino para crecer como comunidad carismática y profética.

Es importante, por tanto, asegurar comunidades donde se pueda vivir, tanto en los ritmos cotidianos, como en los ambientes, como -y sobre todo- en las relaciones. Si es preciso superar la fragmentación personal con un robustecimiento de la madurez e identidad de la persona, es igualmente importante encauzar la fragmentación comunitaria, dando espacio y significatividad a la vida fraterna, a la oración y al compromiso pastoral de la comunidad. Esto es posible si el Director de comunidad privilegia el dedicarse diariamente a encontrar singularmente a los hermanos, si crea un clima de fe y de amor por la vocación, si anima la vida comunitaria con la propuesta de caminos concretos de formación, si conjuga los valores del Evangelio y del carisma con los desafíos contemporáneos, si sabe crear apertura e intercambio entre la comunidad y las realidades eclesiales y civiles de la zona”.


Esto es posible todavía si el grupo de los hermanos cree importante construir la comunidad dedicando espacio y tiempo a acogerse mutuamente, a conocerse, a escuchar y comunicar lo que se vive, a amar apasionadamente a la gente y a los jóvenes”. (p. 49)


Vemos que se tocan todos las dimensiones de nuestro ser salesiano en la vida ordinaria: motivaciones, oración, implicación pastoral, vida de comunidad... Y los apunta para ser vividos en tono constructivo. Por ello, hemos de interrogarnos por todo aquello que personalmente estamos aportando a la creación de ambiente comunitario auténticamente salesiano.


¿Qué elementos de mi vida agradecen los hermanos de comunidad, porque les anima vocacionalmente? ¿Qué aportaciones concretas estoy haciendo para que se viva mejor el espíritu salesiano en comunidad? ¿Con qué detalles e iniciativas estoy animando a educadores y jóvenes?¿Cómo estoy facilitando al director su labro prioritaria de animación?








Conclusión


Es posible que si medimos nuestras fuerzas nos encontremos débiles y no podamos sentirnos fuertes como David; es posible que nuestros cálculos inviten al desaliento. Frente a esta tentación hay que echar mano de lo más genuino que nos mueve. Así lo indica la exhortación postsinodal “Eccessia in Europa”, que detecta síntomas de debilidad en la Iglesia Europea del presente. El papa nos propone meditar y anunciar con valentía el Evangelio de la Esperanza4: “El Apocalipsis trata de alentar a los creyentes: más allá de toda apariencia y aunque no se vean los resultados, la victoria de Cristo ya se ha realizado y es definitiva. Esto es una orientación para afrontar los acontecimientos humanos con una actitud de fundamental confianza, que surge de la fe en el Resucitado, presente y activo en la historia”.


En esta realidad de fragilidad vocacional, sintamos también la presencia de María, como la sintieron los apóstoles esperando al Espíritu, como la sintió D. Bosco en las múltiples circunstancias de debilidad que tenía la naciente Congregación. Que Ella, la mujer fiel a Dios, nos anime a responder con fidelidad a las exigencias siempre nuevas de la vocación salesiana; que reviva en cada uno de nosotros la conciencia de estar dedicados con entusiasmo a cuanto el Señor nos pide hoy en la Congregación.









FORMACIÓN



2 Retos de la secularización a la praxis eclesial5

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El diálogo entre la comunidad cristiana y la sociedad es un elemento clave para la misión evangelizadora de la Iglesia, porque el anuncio del evangelio no es abstracto ni racionalista sino que es una tarea situada en el mundo secular, es decir, en el tiempo y en el espacio.

La acción pastoral de la Iglesia, para ser fiel al evangelio, ha de tener en cuenta tres elementos básicos: un conocimiento vital de las personas, la fidelidad al seguimiento de Jesucristo como revelador del amor del Padre y dador del Espíritu, y el compromiso que conduce a dar la vida por las personas. Este es el sentido del IV evangelio cuando pone en boca de Jesucristo estas palabras descriptivas del talante del “buen pastor”. “Yo soy el buen pastor. Conozco a mis ovejas... Me conocen a mi... Doy la vida por mis ovejas”. (Jn. 10, 14-15).


En esta reflexión discursiva intentaré concretar y formular los retos que la secularización de la sociedad actual plantea a la praxis eclesial de nuestro tiempo para elaborar los criterios y líneas de acción de la evangelización de la sociedad emergente. Recientemente he realizado una reflexión teológica pastoral sistemática sobre este tema en un artículo publicado en la revista de la Facultad de Teología de Cataluña.6


En un primer momento, describiré algunos elementos socioculturales, psicoafectivos y evangélicos nucleares de la coyuntura presente y, también, sus repercusiones en nuestro esquema mental pastoral. Esto nos conducirá a descubrir y a discernir los retos básicos de la secularización a la praxis eclesial.


En un segundo momento, analizaré algunas de las evoluciones más significativas de la sociedad y de la Iglesia en la actualidad. Esto nos conducirá a descubrir los signos de esperanza que pueden abrir la misma secularización de la sociedad a una praxis pastoral realista y creativa.


En un tercer momento, intentaré mostrar que estos retos y signos de esperanza nos pueden acompañar a descubrir algunas claves para dar respuesta a los mismos retos y potenciar los signos de esperanza. También, enumeraré algunas actitudes que son la condición de posibilidad para recorrer un camino positivo y sereno.


En la conclusión, veremos que la coyuntura pastoral presente es tan compleja y difícil y, al mismo tiempo, tan abierta y esperanzadora como las crisis históricas de otras épocas. Sin embargo, no se trata de comparar la actualidad con otras situaciones precedentes para instalarse en una actitud de lamentación, sino de establecer un dialogo del presente con el pasado para mirar hacia el futuro.


La metodología teológica que usaré es la “letura creyente de la realidad”. Como ya es conocido, esta metodología parte del principio de la presencia de Dios en los acontecimientos de la praxis histórica y realiza una reflexión teológica sobre estos acontecimientos a la luz de la Palabra y de la praxis histórica eclesial. Es una metodología con la que he ido trabajando desde la realización de la tesis doctoral, iniciada el año 1969, hasta mis trabajos más recientes.7


1. Retos del momento presente a la praxis eclesial


Entre los elementos de la coyuntura presente que tienen una repercusión más significativa en los planteamientos de la praxis pastoral podemos enumerar los siguientes:


  • La complejidad de la vida humana en todas sus dimensiones, es decir, individual, interpersonal y social.

  • La secularización de la humanidad hacia la madurez iniciada en el renacimiento, potenciada por la revolución humanista, científica, obrera, social, juvenil y feminista.

  • El secularismo, como reacción y lectura primaria, ingenua y autosuficiente de la secularización.

  • La democratización de la sociedad como iniciación y aprendizaje de una dinámica hacia la madurez de las interrelaciones económicas, políticas, sociales y culturales.

  • El progreso científico y técnico, entendido como dominio de la tierra para ponerla al servicio de la persona.

  • La falta de interiorización y personalización del progreso que conduce a la injusticia y a los problemas ecológicos.

  • La injusticia en la aplicación del progreso en la erradicación de la pobreza y el hambre en el mundo.

  • La crisis de las utopías que ha generado una desconfianza en todo tipo de utopía y que puede conducir a vivir instalados en una tranquila desesperanza.

  • La crisis del racionalismo, que pone en peligro la racionalidad humanista y humanizadora.

  • La crisis del moralismo que puede ridiculizar la búsqueda de una vivencia ética de la existencia.

  • La revalorización de los sentimientos que intenta recuperar la multidimensionalidad e integralidad de la persona.

  • La tendencia al pensamiento único que puede adormecer la vida intelectual individual y crear un clima social de conformidad pasiva ante el poder establecido.

  • El pragmatismo que, siendo positivo en muchos aspectos, también puede eludir la mirada abierta hacia el futuro.

  • El reduccionismo antropológico del materialismo económico, político, cultural y social.

  • El hedonismo que intenta eludir una de las experiencias más básicas e inevitables de la vida humana, como es la experiencia del dolor y del amor integral.

  • El individualismo que puede dividir la dimensión interna de la interioridad humana de la necesidad de la relación abierta hacia los otros y el Otro.

  • El inmediatismo que desentiende le presente del diálogo con el pasado y de la prospectiva del futuro.

  • La marginación de la pregunta por la trascendencia y, al mismo tiempo, la credulidad fácil y superficial ante valores superficiales e, incluso, ante elementos que podemos considerar como antivalores.

  • La integración social de la religión, como celebración de los “ritos de pasaje”.

  • La democratización de la sociedad como posibilidad de generar una sociedad humanizadora y participativa.

  • Una experiencia creciente de la pertenencia a un mundo entendido como una “aldea global”.

  • El encuentro y la necesidad de diálogo entre las grandes religiones de oriente y occidente.

  • La urgencia de relacionar la experiencia, la sensibilidad, la razón y la espiritualidad.

  • La toma de conciencia de que no solamente estamos viviendo un cambio generacional, sino también un cambio de época. Desde esta perspectiva, el momento presente emerge como una crisis de la humanidad en su devenir histórico.



1.1. Diversidad de reacciones


Estos elementos configuradores del presente, sugieren la posibilidad de un gran cambio en la sociedad y de una transformación de la escala de valores de la humanidad. La orientación de este cambio dependerá de la diversidad de las reacciones que genere en los comportamientos humanos de las personas, los grupos y las instituciones.


a) Desde la perspectiva sociocultural, se trata de elegir entre la competitividad o la solidaridad. La competitividad conduce al enfrentamiento y, en definitiva, a la violencia. La solidaridad conduce a buscar y a construir unas soluciones “sólidas”, tal i como indica el término latino, porque se realizan cooperando entre todos, es decir, a base de poner la competencia personal al servicio del bien común. Necesitamos personas competentes, pero no para la competitividad, sino para la solidaridad. La comunidad cristiana para responder a los retos de la secularización solamente tiene crédito cuando es solidaria con toda la humanidad.


b) Desde la perspectiva psicoafectiva, el dilema se plantea entre el narcisismo y la alteridad. El narcisismo, bajo la apariencia de la atención a la propia persona, esconde una gran debilidad e, incluso, una falta de autoestima y confianza en uno mismo. La alteridad es la actitud interior que hace brotar lo mejor de uno mismo que es la capacidad de amar y, de esta manera, es el mejor camino para crecer en la autoestima y la serenidad. La comunidad cristiana necesita de personas evolucionadas y maduras para construir la comunión y realizar la misión evangelizadora.


c) Desde la perspectiva evangélica, la opción se plantea entre la autosuficiencia y la humildad. La autosuficiencia, bajo la capa de prepotencia esconde una gran debilidad y está abocada al fracaso por que le fallan los cimientos y los principios humanizadores. La humildad es la verdad y edifica la comunidad con discreción y firmeza, y sirve a la humanidad, con amor, alegría y paz. La comunidad cristiana ha de vivir con humildad y salir de si misma para poder ser.



1.2. Repercusión en los agentes de pastoral


Estos elementos en evolución, que he acabo de describir, tienen unas repercusiones muy importantes en el esquema pastoral mental de los agentes de la pastoral y en la praxis eclesial. Entre las consecuencias más importantes podemos destacar las siguientes:


a) En primer lugar, el miedo al proceso de cambio del mundo. Este miedo tiene tres manifestaciones: el miedo a pensar, el miedo a perder la propia identidad y el miedo a amar a la gente de la propia generación. El miedo a pensar se manifiesta en la rutina, en la crítica irracional a los pensadores independientes y en la confusión ideológica de la gran Tradición de la fe con las pequeñas tradiciones o costumbres de épocas pasadas, a veces incluso muy recientes. El miedo a perder la propia identidad responde a la falta de comunión interna eclesial, a la inseguridad y a los enfrentamientos que genera la confusión entre “Tradición y tradiciones” a la que acabo de referirme. El miedo a amar a la gente de la propia generación emerge de la falta de comunicación abierta y vivida en la sinceridad y la veracidad. Este miedo al proceso de cambio del mundo solamente puede ser superado por el conocimiento abierto de la realidad, por el silencio interior que conduce a la profundidad y por la comunicación exterior que conduce a la comunión.


b) Una segunda repercusión es la disminución de la serenidad y la paz que emergen de la fe. Para mantener la serenidad ante el cambio hay que superar una doble tentación: el rechazo sistemático y la falta de sentido crítico. El rechazo sistemático de la realidad pretende ignorar el problema de fondo que se manifiesta en la situación vivida y, esto no es posible. La falta de sentido crítico tiende a simplificar las cosas y fácilmente se deja seducir por la superficialidad y la frivolidad. La actitud correcta es la apertura al futuro a partir de un diálogo del presente con el pasado. Esta apertura solamente es posible cuando la comunidad tiene raíces y vive la serenidad que brota de la fe.

c) Un tercer elemento que configura el esquema de la reacción mental pastoral ante los retos de la secularización es la dificultad en la relación social y en la comunicación interpersonal. Este elemento no es específico de la comunidad cristiana, sino que actualmente aparece con frecuencia en las relaciones internas y externas de muchos colectivos humanos. Sin embargo, la relación y la comunicación son dos condiciones de posibilidad para la generación de comunión interna eclesial y para la tarea de la misión evangelizadora de la nueva sociedad emergente.

Estos elementos anteriores explican una actitud que se da con mucha frecuencia en la reacción mental pastoral, y es la falta de confianza en las personas. Esta falta de confianza en las personas produce muchos bloqueos internos que generan otros bloqueos externos. Los bloqueos psicológicos internos y externos son malos compañeros de camino para realizar cualquier tipo de compromiso personal, interpersonal, social e institucional.


El bloqueo personal y, todavía más el institucional tienden a huir de la realidad y a refugiarse en una interpretación de la realidad racionalista y abstracta. De esta manera se pueden eludir las responsabilidades históricas y permanecer en un mundo virtual imaginario e irreal. Otra manera de reaccionar es la cerrazón en unas actitudes moralistas inflexibles que intentan resolver la complejidad de los problemas mediante unas fórmulas simplistas y que, desde el punto de vista del lenguaje, ponen el acento en la negatividad.


Los retos que afectan a la praxis eclesial han de ser observados con atención, analizados con inteligencia e interiorizados con madurez. Las crisis siempre llevan dentro de si mismas una indicación y la orientación para iniciar la búsqueda de los caminos de solución. Este principio general, también, afecta a la situación de cambio que vive la Iglesia en estos inicios del tercer milenio. El punto de partida de la investigación pastoral de estos caminos nuevos es la observación que nos hace descubrir que junto a los retos siempre hay unos signos de esperanza.



2. Evoluciones significativas de la sociedad y de la Iglesia


La secularización de la sociedad no solamente plantea unos retos a la praxis eclesial, sino que también ofrece unos nuevos horizontes a la evangelización. De hecho en la sociedad mundial se dan unas evoluciones significativas para la misión de la Iglesia en el mundo. Entre estos movimientos sociales podemos destacar algunos de los más importantes:


En primer lugar, hay que destacar tres grandes problemas que afectan a toda la humanidad: la pobreza, la ecología y la necesidad de profundizar en la democracia real.


a) La pobreza es el problema más radical, porque la humanidad en su conjunto dispone de medios económicos para resolver las carencias esenciales de muchos seres humanos, como el hambre, la falta de medios sanitarios, de proyectos educativos eficaces y no lo hace por falta de sentido de la justicia. Ante estos problemas materiales básicos lo único que hace falta es una voluntad decidida para pasar de la teoría a la acción y distribuir de una manera justa los medios de que disponemos. Esta lucha por la justicia que realizan muchas personas y colectivos humanos es una de las tareas más nobles que realiza la humanidad.


b) La ecología consiste en promover el respeto a la naturaleza y a los derechos de las futuras generaciones a vivir en la Tierra. No se trata de rechazar el uso de los medios de subsistencia necesarios que nos ofrece la naturaleza, sino que solamente exige erradicar el abuso que se hace de los mismos, especialmente, en el mundo occidental. Hay un movimiento creciente de personas y grupos que trabajan para defender el respeto a la ecología y a los ecosistemas.


c) Estas dos situaciones, la erradicación del hambre en el mundo y la ecología, plantean la necesidad de profundizar en la democracia para resolver estos problemas de una manera eficaz y mediante el compromiso de todos. Podemos pensar que el camino iniciado es correcto y va en la dirección de resolver estas situaciones.


Por otra parte, en la sociedad no solamente va avanzando un compromiso para resolver estos problemas, sino que también se dan unas evoluciones en tres campos concretos que afectan a la humanización y al desarrollo de una mayor solidaridad humana. Entre estas evoluciones podemos destacar el hecho de la interculturalidad y la emergencia de nuevas demandas humanistas y religiosas.


La convivencia entre culturas muy diversas genera, en un primer momento, unas dificultades de convivencia y unas tensiones sociales, sin embargo más a largo plazo está llamada a ser una fuente de desarrollo y creatividad. El diálogo intercultural entre oriente y occidente es una tensión necesaria para avanzar hacia una sociedad planetaria mucho más evolucionada que la actual.


Este diálogo entre civilizaciones dinamiza muchas preguntas humanistas y religiosas que afectan a cada cultura. Occidente tiene mucho que aprender de oriente y viceversa. Hay diversidad cultural en muchos aspectos, pero las cuestiones esenciales no son sectoriales sino universales. La pregunta por el dolor, por el sentido de la vida, por el amor, por la justicia, por la verdad, por la libertad, por el respeto a la dignidad de la persona y por la esperanza trascendente son preguntas universales.


La reflexión humanista multicultural y de alcance universal es un caldo de cultivo muy positivo para la reflexión religiosa sobre la naturaleza, la vida, la historia y sobre Dios. Las grandes religiones de oriente y occidente han de dar una respuesta adecuada a estos nuevos interrogantes de la humanidad, porque la secularización de la sociedad no solamente no los ha eliminado sino que los ha potenciado.


El cristianismo no ha de tener miedo a esta nueva situación social y religiosa de la humanidad, sino todo lo contrario, porque el anuncio del Reino de Dios es la respuesta radical a las expectativas más profundas de nuestro tiempo. Efectivamente, la revelación del amor de Dios manifestada al mundo y a la historia por medio de la humanidad de Jesucristo y sellada por la acción del Espíritu, es el secreto escondido que están buscando muchas personas, aún sin saberlo, y que da la alegría de vivir a aquellos seres humanos que lo descubren en su interior y en el fondo de los movimientos sociales que dinamizan la historia. Lo que pasa es que hay que anunciar el mensaje cristiano con realismo pero sin ambigüedad ni confusión, hay que madurar y vivir una espiritualidad profunda y atractiva, y es necesario revitalizar las comunidades cristianas de manera que sean más acogedoras, humildes y evangélicas.



3. Elementos a potenciar


Tanto los retos de la secularización a la praxis eclesial como las evoluciones significativas de la sociedad y de la Iglesia, plantean la necesidad de un cambio profundo en la acción eclesial en el mundo. Entre los elementos a potenciar para dar respuesta a los retos y signos de esperanza, y para avanzar en la dirección correcta podemos subrayar los siguientes:



3.1. La memoria colectiva de Jesucristo


La praxis pastoral se edifica sobre el “acontecimiento de la Pascua” del cual la Iglesia es el “memorial” dentro de la historia. Efectivamente, la encarnación, la muerte y la resurrección de Jesucristo, revelador del Padre y dador del Espíritu, es la columna vertebral del ser y de la existencia eclesial, y su fundamento fundante. Si los cimientos eclesiales no son sólidos, la acción pastoral tampoco lo es. Sin embargo, cuando los cimientos están firmes, la vitalidad eclesial también emerge con fuerza y dinamismo renovados. Es entonces cuando el recuerdo de Jesús no es solamente una memoria del pasado sino un “memorial”, es decir, una memoria viva de la Pascua como acontecimiento dinámico en el interior de la historia iniciado el día de Pentecostés.



3. 2. La esperanza en el Reino de Dios


La memoria ofrece las raíces y la identidad a la praxis eclesial, pero la esperanza es el motor que ofrece la fuerza necesaria a la Iglesia para avanzar hacia el futuro con voluntad decidida. Cuando las personas y la comunidad no esperan nada no se comprometen en nada, cuando esperan con debilidad se comprometen un poco, pero cuando lo esperan todo se compromete plenamente. La esperanza de la Iglesia es el Reino de Dios. La esperanza en el Reino de Dios es la fuerza que ayuda a la Iglesia a convertir las dificultades históricas en oportunidades para el crecimiento interno de la comunidad cristiana y para dinamizar la misión evangelizadora en la sociedad de nuestro tiempo.



3. 3. El diálogo permanente con el pueblo


La memoria de Jesucristo y la esperanza en el Reino no se viven en la abstracción, ni de una manera individualista sino de manera comunitaria y dentro de la historia. Por esta razón, la praxis eclesial ni se confunde ni se separa de la historia sino que se realiza en diálogo permanente con los acontecimientos de la vida personal, familiar, comunitaria, social e internacional. Este diálogo no és una táctica, ni una actitud puramente humanista, sino que es el nexo entre la obra de la creación de Dios Padre y la obra de la redención de Jesucristo para encaminarla hacia la santificación en el Espíritu.



3.4. El trabajo pastoral comprometido, pero desde una espera paciente


La praxis humana es la acción diaria y continuada que tiene como objetivo la transformación del mundo. La praxis eclesial, también, es la acción diaria y continuada de las comunidades cristianas, que tiene como objetivo la transformación de la sociedad en comunidad fraternal, es decir, en la realización del Reino de Dios. Sin embargo, la praxis eclesial -- llamada también, acción pastoral según el lenguaje metafórico de la parábola evangélica del “buen pastor” (Jn. 10, 14-15) -- es la actuación de la comunidad cristiana que ni suple la iniciativa de Dios ni la libertad de las personas, pero que edifica un puente pedagógico y teológico entre la la gratuidad de la gracia de Dios y la respuesta de la persona. Por esta razón, es una praxis que ha de realizar un trabajo consciente, consecuente y comprometido, pero esta tarea ha de ser llevada a cabo desde una espera paciente y confiada en la acción de Dios y la respuesta libre de las personas concretas.



3.5. La potenciación de los ministerios y los carismas


Para que la praxis eclesial no decaiga es preciso promover los ministerios o servicios necesarios para que no le falte nada a la comunidad en la edificación de su dinamismo interior y para que pueda realizar la misión evangelizadora en el mundo de una manera eficaz. Esto exige una promoción y un acompañamiento permanente de los ministerios necesarios para construir la comunión y servir la misión. En la comunidad cristiana, nadie sirve para todo, pero todos servimos para algo. La clave comunitaria para dar respuesta a los retos de la secularización es la actualización permanente de los diversos ministerios, realizada a partir de un análisis de la realidad, de las necesidades de la sociedad y de los carismas personales y comunitarios.



3.6. La atención a los nuevos puntos de partida - socioculturales, psicoafectivos y espirituales - que ofrece la misma secularización a la tarea de la evangelización


La vida diaria, en cada generación y también en la actual, ofrece unos nuevos puntos de partida válidos para anunciar el evangelio, entendido como “buena noticia” dirigida a la persona y a la sociedad de todos los tiempos. Entre los puntos de partida más significativos e importantes de la actualidad podemos subrayar los siguientes: el misterio de la interioridad humana (microcosmos) ante el misterio del universo (cosmos), la ética civil y el sentido de la acción, la dimensión estética del ser humano y la belleza de la contemplación del misterio de Dios, la interrelación personal y el dinamismo del amor y, en definitiva, el sentido último de la vida y de la historia.



3.7. La conciencia que “por una sola persona, merece la pena hacer un proyecto pastoral”


Los retos de la secularización a la praxis eclesial vuelven a situar la comunidad cristiana ante la realidad y en su punto de partida evangélico más original y primigenio. El objetivo y el lugar de la evangelización es la persona concreta, situada en su ambiente, en las estructuras sociales y en su dinamismo histórico. Así nació la Iglesia y lo mejor que ha realizado en la historia es su compromiso de defensa de la dignidad del ser humano. Esta defensa de la persona no se limita solamente a exigir el respeto a los derechos humano individuales, sociales y ecológicos, sino a la defensa del misterio de la persona entendida como “imagen de Dios” y con los derechos que emergen de su “filiación divina”. Cuando la Iglesia se compromete, desde la fe, en la defensa de la persona es acreditada ante el mundo y, aunque tenga problemas, recibe un reconocimiento de la sociedad. Por esta razón, la eficacia de la misión eclesial básicamente no consiste en la cuantificación de unos resultados estadísticos, sino en la fidelidad puesta al servicio del Reino de Dios y realizada en el amor a las personas.



4. Actitudes


La potenciación de estos elementos que acabo de describir para realizar la evangelización de la sociedad de hoy, en su contexto actual de secularización, exige a la praxis eclesial unas actitudes que puedan dinamizar la vida de la Iglesia. Entre las actitudes más urgentes podemos subrayar las siguientes.



4.1. La superación de la tentación del “fundamentalismo” y del “gnosticismo”


El “fundamentalismo” es la actitud que tiende a cerrar la comunidad en una actitud defensiva, en una simplificación doctrinal y psicológica por miedo a perder la identidad. El “gnosticismo” es la actitud que tiende a diluir la comunidad en la cultura del tiempo y en un sincretismo, por miedo a ser rechazada por las fuerzas culturales dominantes y a quedarse fuera del debate y del contexto social. Estas dos actitudes, de entrada simplifican la respuesta a los retos de la secularización a la praxis eclesial, pero a medio plazo no solamente no solucionan el problema sino que todavía complican más las cosas, porque no ofrecen una respuesta acertada y adecuada a la situación a causa de la superficialidad de los planteamientos. La respuesta correcta es la normalidad pastoral que, superando todo tipo de arrogancia y de vergüenza, vive la fe y da testimonio de la misma, desde un respeto al pluralismo social. La normalidad pastoral es la que atiende a la persona y a sus problemas, es la que ofrece un testimonio del seguimiento de Jesucristo, es la que vive esta experiencia en el marco de la solidaridad eclesial i es la que vive esta triple dimensión de la fe en unidad antropológica.






4.2. La elaboración positiva del sentimiento del miedo y de la angustia


Los retos de la sociedad secular a la praxis eclesial y la necesidad de cambio de actitudes que exigen a la comunidad cristiana, generan miedo, porque tenemos tendencia a la rutina y a la defensa del orden social establecido. Cuando el miedo permanece mucho tiempo y se incrusta en los comportamientos humanos, produce angustia. La angustia es la fiebre del alma. El sentimiento del miedo y la angustia no se superan per medio de un voluntarismo sino a través de una elaboración adecuada de los mismos. Esta elaboración ha de partir de un análisis de la realidad. Por otra parte, implica potenciar la reflexión crítica y el conocimiento de las cosas, profundizar en el silencio interior, potenciar la comunicación abierta y la participación activa y responsable de todos los miembros en la vida de la comunidad. Esta elaboración personal del miedo y de la angustia es la condición de posibilidad para el desbloquear las personas, los grupos primarios y la comunidad en general.


El respeto la originalidad y a la autonomía de cada persona es básico para la vivencia de la fe en el interior de la vida diaria y de los acontecimientos históricos. Ni el individualismo, ni el gregarismo pueden ayudar a superar los conflictos. El camino correcto es la personalización. La personalización comporta el desarrollo de dos dimensiones de la persona: la intimidad y la relación. Cada persona tiene su camino único e irrepetible de personalización. Por ello, la respuesta a los retos de la secularización a la praxis eclesial pasa por la potenciación, el respeto y el acompañamiento de cada persona concreta.



4.3. El cultivo de la relación, la participación, la comunicación y la solidaridad


La originalidad de la persona individual exige la complementariedad de la comunidad para llegar a la madurez. Por otra parte, esta dimensión de la relación, para ser rica en su profundidad, es inseparable de la intimidad personal. El cultivo de la relación se realiza a través de la participación, la comunicación y la solidaridad. La participación en la vida de la comunidad es el lugar adecuado para la personalización y la inserción comunitaria consciente. La participación se realiza por medio de la comunicación. La comunicación es el camino que va elaborando un significado común. El significado común es la mediación necesarias para edificar la comunidad cristiana con solidez.



4.4. La espiritualidad encarnada


Las actitudes anteriores se resumen y se unifican en la necesidad de vivir una “espiritualidad encarnada”. La encarnación de la persona en la sociedad supone la integración y el compromiso en medio del mundo. Esta encarnación sitúa al creyente de una manera correcta ante las realidades humanas. La espiritualidad es el enraizamiento de misterio profundo de nuestro “espíritu” humano ante el misterio trascendente del “Espíritu” de Dios. La encarnación sin la espiritualidad generalmente acaba en el desconcierto, en el “gnosticismo e, incluso, en la decepción antropológica social. La espiritualidad sin la encarnación conduce a la evasión y, a veces, a la tentación del fundamentalismo. La espiritualidad encarnada es la actitud correcta para la plena realización de la persona en el mundo. Estos dos conceptos – espiritualidad y encarnación – son las bases de la unidad antropológica del creyente y la condición de posibilidad para una vivencia cristiana dinámica.



Conclusión


A lo largo de esta reflexión teológica pastoral he intentado mostrar que los retos de la secularización a la praxis eclesial son unos desafíos muy profundos dirigidos a la comunión eclesial y a la evangelización. También, he intentado mostrar que hay unas evoluciones significativas en la sociedad y en la Iglesia en vista a la renovación de la esperanza histórica. He mostrado, también, que esta coyuntura histórica, al mismo tiempo que plantea unas dificultades radicales a la praxis eclesial, justamente por la provocación que comporta, es una nueva oportunidad para la renovación interna de la comunidad cristiana y para la misión de la Iglesia en el mundo. Finalmente, he destacado algunos elementos básicos para vivir en positivo este tiempo de cambio y algunas de las actitudes que son necesarias para vivir el proceso de una manera consciente y serena.






COMUNICACIÓN



La Publicidad8


La publicidad, entendida como información para estimular el consumo, es un fenómeno conocido de modo específico por todas las épocas precedentes a la producción industrial.

Es, sin embargo, necesario llegar a los primeros decenios del siglo XIX para descubrir a la publicidad como una fuerza de mercado. Las intervenciones de Pío XI sobre la publicidad y la moral. La fisonomía de otro medio de comunicación, la televisión: transmite a larga distancia no sólo la voz, sino también las imágenes. La televisión instrumento publicitario de la industria. La presencia católica en la televisión.


Al afirmarse el sistema de producción industrial, en el siglo XIX nace la publicidad de la época moderna. La abundancia de productos y servicios determina la necesidad del consumo de masas. A la producción en serie de la industria debe corresponder un consumo difuso. La publicidad se inserta entre la empresa que ofrece productos y los consumidores que son convencidos a adquirirlos.


La publicidad, entendida como información para estimular el consumo, es un fenómeno conocido de modo específico en todas las épocas precedentes a la producción industrial.

En la civilización griega y romana la información sobre productos y servicios se daba de viva voz (charlatanes, pregoneros, vendedores ambulantes), con la enseña de los negocios, los diseños de la casa, los espacios de paredes destinados a la comunicación pública (álbum y libellus).


Estas formas de publicidad, con evoluciones y modificaciones no relevantes, se prolongan hasta el siglo XVI. La invención de la prensa permite la aparición de los primeros periódicos y de los manifiestos impresos y pegados a las paredes. Sin embargo es necesario llegar a los primeros decenios del Ochocientos para encontrar la publicidad como fuerza de mercado. El 1 de julio de 1836 el francés Emile de Girardin lanza La Presse, un periódico que cuesta la mitad que los otros. El poder venderlo a mitad de precio se debe a lo que obtiene por publicidad pagada que el periódico coloca junto a la información.


En los mismos años, ya sea en otras naciones de Europa como en EE.UU la publicidad se convierte en una forma de financiación de la prensa. Nacen las primeras agencias especializadas en recoger publicidad que ofrecen a los espacios periodísticos. En Italia en 1863 nace la «concesionaria» Manzoni, la primera estructura publicitaria para la prensa. En los primeros decenios del Ochocientos, primero con la incisión sobre madera y después con la litografía, surge la publicidad con imagen diseñada por grandes artistas. El arte, puesto al servicio de la publicidad, produce manifiestos que son una obra de arte debido al talento de artistas como Jules Chéret (1836-1932), Toulouse Lautrec (1864-1901), Eugène Grasset (1845-1917), Alphonse Mucha (1860-1939), Théophile Steinlen (1859-1923), Cappiello (1875-1942), Cassandre (1901-1968), Charles Lupot (1892-1962) y muchos otros en Europa, EE.UU y Japón. La primera referencia a la publicidad en un texto de un dicasterio vaticano es poco menos que una curiosidad. En el Regolamento publicado el 28-6-1917 por la Sagrada Congregación Consistorial, en el n. 25 se lee: «La praxis introducida en algún lugar de hacer publicidad en los periódicos o en hojas volantes (ephemerides vel plagulas typis impressas) antes de la predicación para atraer al auditorio o, después de ella, para elogiar al predicador, se reprueba y se condena, cualquiera sea el fin. Procuren por tanto los ordinarios, en cuanto de ellos depende, que esta costumbre no se consolide».


Pío XI afronta por primera vez el argumento de la publicidad al recibir en audiencia a los participantes al Congreso internacional de la publicidad el 19-9-1933. Del resumen taquigrafiado del discurso del Papa, el argumento ha sido afrontado con un llamamiento a la relación entre la publicidad y la moral. En efecto la moral puede ser olvidada u ofendida mediante la publicidad ya sea en el sujeto (o sea la publicidad misma) ya sea en la manera (en el modo en que la publicidad es realizada).


El 31-10-1936, al recibir en audiencia a los participantes al Primer Congreso internacional católico de la publicidad, Pío XI interviene de un modo más articulado. El resumen taquigrafiado del discurso inicia recordando que cuando el Papa recibió en el 1933 a los profesionales de la publicidad había sido cogido un poco de sorpresa y se había limitado a algunos avisos generales. Esta vez, por el contrario, el Papa desea profundizar en el tema. Para poder dar indicaciones correctas, es necesario observar a la publicidad misma, que encierra en sí muchas riquezas, tantas maravillas; y ver cuál es el puesto que ocupa en el gran casillero de las actividades humanas. Sólo así se puede tener una idea exacta de las debidas relaciones entre la publicidad y la moral».


«La publicidad entra dentro del gran arte de decir la palabra, que es la expresión perfecta y completa del pensamiento, ya sea vocal o escrita, impresa, diseñada, pintada, esculpida». La publicidad pertenece «al género didascálico, por una parte y al género oratorio por otra... La publicidad es un género... sui generis del arte de decir: un género que merece toda nuestra consideración... La publicidad hay que tomarla con mucho garbo y con mucho peso». Citando a Alessandro Manzoni (como había hecho ya en 1935 a los periodistas católicos), Pío XI ofrece a la publicidad una ley guía: «Sentir y meditar, con poco estar contento; la verdad santa jamás traicionarla; ni proferir palabra que aplauda al vicio o se ría de la virtud».


El Papa pasa revista y comenta esta cita de Manzoni haciendo aplicaciones a la publicidad. El discurso termina con una reflexión sobre «el publicitario católico»: «Decir publicidad católica, publicidad de los católicos, significa un trabajo ejercido por cristianos y por cristianos verdaderos, llevando el catolicismo el verdadero único sentido del cristianismo».


El católico encuentra en la publicidad una ocasión nueva «de apostolado»: «...también con una publicidad de apariencia indiferente, banal, florecen verdaderas y propias ocasiones para hacer un verdadero apostolado». Esta estupenda intervención de Pío XI sobre la publicidad puede servir todavía hoy como metodología para acercarse como católicos a cada uno de los medios.


En efecto, antes de cualquier valoración y por su importancia antes que una valoración moral, es necesario conocer a fondo la complejidad del fenómeno comunicativo que se afronta. No se puede poner una etiqueta moral a un fenómeno que no se conoce. Con sabiduría Pío XI, tratando antes de entender qué es la publicidad, observa: «Sólo así se puede tener una idea exacta de las necesarias relaciones entre publicidad y moral».


Entre el final del Ochocientos y los primeros decenios del Novecientos madura la fisonomía de otro medio de comunicación: la televisión. El deseo de transmitir a larga distancia no sólo la voz sino también la imagen ha empujado un conjunto de experiencias e intentos que ha llevado primero a la invención de la fotografía (1827) y después a la descomposición de la fotografía para poder ser transmitida a distancia (1868, aparato fotoeléctrico de P. Carey; el disco analizador con foros a espiral de P. Nipkow en 1884; el iconoscopio de Vl. Zworykin en 1923).


El 2 de noviembre de 1936 la BBC de Londres inaugura el primer servicio televisivo regular del mundo: programas radiofónicos a los que se añade la imagen de los artistas que se hallan frente al micrófono. La RCA en los EE.UU en la feria mundial de Nueva York de 1939 presenta su sistema televisivo y transmite a Franklin D. Roosevelt que se convierte así en el primer hombre de estado que aparece en la pantalla. El 1 de julio de 1940 la NBC americana empieza su primer servicio televisivo comercial. El 7-12-1941 la CBS comienza la era de la información televisada transmitiendo la noticia del atraco japonés de Pearl Harbour. El estallido de la segunda guerra mundial congela las primeras transmisiones televisadas en los EE.UU y en el Reino Unido.


Acabada la guerra, la televisión conoce un desarrollo que nadie habría previsto. La verdadera explosión sucede en los EE.UU donde toma forma el modelo de la televisión comercial (la televisión como instrumento publicitario de la industria). En Europa se afirma, aunque con características particulares en cada nación, el modelo de la televisión como servicio público (la televisión al servicio de la comunidad).


En la mayoría de los países europeos las transmisiones regulares de televisión inician en los años cincuenta. Países Bajos (1951), Bélgica y Dinamarca (1953), Italia (1954), Austria y Luxemburgo (1955), Suecia y España (1956), Portugal (1957), Suiza, Finlandia y Yugoslavia (1958), Noruega (1960). En 1952 se inician los experimentos para la televisión en colores y en 1953 las primeras grabaciones de transmisiones televisadas en cinta magnética.


La presencia católica en la televisión inicia con la trasmisión de la misa de la medianoche de Navidad de 1948 desde París (celebra el card. Suhard) y desde Nueva York (seis horas después por el huso horario, celebra el card. Spellman). En esta circunstancia el card Suhard afirma: «Todo aquello que permite predicar el evangelio a toda criatura debe ser estimado por los cristianos. Todo lo que reúne a las personas y a los pueblos para hacer de ellos una familia humana concurre a la redención. Es lo que realiza la televisión: ampliando el horizonte de nuestra mirada, abre el campo de nuestra conciencia y dilata nuestro corazón... Se ha hablado hace ya tiempo de las conversiones obtenidas gracias a la radio con el «evangelio sobre las terrazas»; de ahora en adelante se tendrán también milagros obrados por «el evangelio a través de las paredes»... Gracias, Señor, por esta nueva forma de difundir el evangelio de Cristo».


La primera intervención televisiva es de Pío XII (1939-1958) que, el 27 de marzo de 1949, cuarto domingo de cuaresma, lee un mensaje en inglés para los EE.UU. En la pantalla está la figura del Papa y la banda sonora trasmite la voz que había sido registrada cinematográficamente. «Estamos contentos de que podáis conocer, oír –y también ver– algo de la alegría y del orgullo del Santo Padre por vuestra constancia». El 17 de abril de 1949 Pío XII lee en francés un mensaje para la televisión francesa con ocasión de la Pascua. El sistema es el mismo: fotografía del Papa en la pantalla y su voz en la banda sonora. «Nos nos esperamos de la televisión consecuencias del máximo alcance con el fin de revelar siempre más luminosamente la verdad a las inteligencias sinceras. La Navidad pasada, en un ámbito todavía limitado, numerosos fieles impedidos por la enfermedad o el trabajo, han podido, gracias a la televisión, seguir con la vista y el oído, la misa de medianoche celebrada por su venerado cardenal de Notre-Dame de París. Fue para ellos una verdadera alegría y un inmenso beneficio. (¡Qué será cuando el universo entero pueda contemplar directamente, en el momento mismo en el que se desarrollan, las manifestaciones de la vida católica!».


El 1 de enero de 1954, fecha oficial del inicio de las trasmisiones televisadas regulares en Italia, Pío XII dirige a los obispos italianos la exhortación I rapidi progressi.


El principio del texto define la televisión «maravilloso medio ofrecido por la ciencia y la técnica a la humanidad, precioso y a la vez peligroso por las profundas repercusiones que está destinado a ejercer en la vida pública y privada de las naciones».


Pío XII enumera las ventajas de la televisión indicando que mientras el cine, el deporte y las necesidades del trabajo tienden a alejar de la casa a los miembros de la familia, «la televisión contribuye eficazmente a reconstruir este equilibrio, ofreciendo a toda la familia la posibilidad de tomar juntos un honesto descanso, lejos de los peligros de compañías y lugares malsanos». La televisión, además, ejerce un influjo benéfico «con relación a la cultura, a la educación popular, a la enseñanza escolar, y a la vida misma de los pueblos, quienes, mediante este instrumento, serán ayudados para conocerse mejor y comprenderse, y a elevarse a la unión cordial y a una mayor recíproca colaboración».


Finalmente la televisión puede ser útil «para la difusión del mensaje evangélico».


Sin embargo la televisión no está libre de «peligros». «A diferencia del teatro o del cine, que limitan sus espectáculos a cuantos acuden por una elección espontánea, la televisión se dirige sobre todo a los grupos familiares, compuestos de personas de toda edad y sexo, de cultura y preparación moral diferente, les lleva el periódico, el noticiario variado, el espectáculo». Gracias a la potencia de la imagen la televisión «encuentra su público más ávido y más atento entre los niños y los adolescentes, quienes por su misma edad, son los más fáciles en sufrir su fascinación».


Después de haber recordado la responsabilidad de las autoridades civiles y de cuantos preparan los programas televisivos, el Papa empeña a los obispos italianos en el deber de «una atenta y necesaria vigilancia» y a «formar en los fieles una conciencia recta de los deberes cristianos sobre el uso de la televisión». Desde su nacimiento la televisión es acogida por el magisterio como posibilidad de bien y de mal.


La amplia mirada de Pío XII empuja a obispos y fieles hacia una visión positiva, hacia una «santa empresa» que exige «verdaderos apóstoles de bien para esta benéfica obra».



El ANAQUEL





Buscadores de pozos y caminos. Dos iconos para una vida religiosa samaritana9


Dolores Aleixandre, RSCJ


En un pequeño museo de Nazaret se conserva un curioso capitel de una iglesia muy antigua: una figura femenina (¿la Fe?) con corona de reina y un báculo en la mano rematado por una cruz. Avanza llevando agarrado de la mano a otro personaje (¿Pedro?, ¿un apóstol?) que, en actitud vacilante, es llevado a regañadientes en una dirección hacia la que se resiste a ir.


Las dos figuras evocan actitudes muy diferentes: la “conductora”, aparece revestida de seguridad, se apoya en la cruz como en un báculo y, recibiendo de ahí su fuerza, toma la iniciativa de agarrar la mano del otro personaje para forzarle a seguirla. La postura de éste es de encorvamiento, resistencia y temor: su mano derecha, sostenida por la mano izquierda de la otra, ha perdido su poder social y camina llevado por la Fe; con su mano izquierda se sujeta el manto, como si temiera quedarse desnudo ante los demás. No es él quien abraza la Fe, sino la Fe la que le agarra, como una presa, sin soltarlo1. Un detalle peculiar del capitel es que, mientras el rostro de la figura “conducida” se distingue con claridad, el de la “conductora” aparece indefinido. Podemos intuir lo que queda atrás, pero el lugar de llegada está abierto y sólo podemos imaginarlo.


La imagen ha venido a mi memoria al comenzar esta reflexión en torno a los iconos de la Samaritana (Jn 4, 1- 42) y el Samaritano (Lc 10,25-37) y mi propuesta es que dejemos que sean ellos los que den rostro concreto a la figura que no lo tiene y que lleva de la mano a la otra, y que nos sintamos identificados con esta segunda. En ella podemos sentirnos representados todos nosotros, hombres y mujeres que hemos abrazado dentro de la Iglesia esta peculiar forma de amor que el Padre ha dejado entender a algunos y que llamamos “Vida Consagrada”. Una vez más, nos encontraremos ante la sorpresa de que seguir los pasos del mismo Señor conduce hacia las más diversas realizaciones.


Vamos a dejar que esos dos personajes evangélicos, también sin nombre en los textos, (quizá para que quienes los miramos podamos leer el nuestro), nos tomen de la mano y sean los mistagogos que nos guíen en nuestro seguimiento del Señor Resucitado. Porque la palabra que resuena en ellos tiene poder para ceñirnos y llevarnos más allá de donde hoy, en este comienzo de milenio, podemos estar. No nos pertenece a nosotros conocer con claridad a dónde somos llevados: lo nuestro consiste en consentir a su impulso y dejarnos llevar, sin pretender dominar el final del recorrido.
Per tuas semitas duc nos quo tendimus “Por tus caminos, condúcenos hacia donde tendemos”, pide un antiguo himno de la Iglesia. Evitemos desde el comienzo el peligro de partir de nosotros y de nuestra respuesta: es el amor fontal de un Dios que nos ama apasionadamente quien puede ejercer sobre nosotros su atracción a través de los dos iconos. Lo nuestro vendrá después en forma de “pasión por El, pasión por la humanidad” y como respuesta a ese amor.


Como en las narraciones de creación del Génesis, vamos a asistir a un drama en tres actos: partiendo de una situación inicial de carencia, caos y vacío, contemplaremos la acción creadora del Señor sobre los personajes y veremos su transfiguración al final de los relatos. Aunque nuestra atención se centrará en los dos iconos de la Samaritana y el Samaritano, nos dejaremos interpelar también por un tercer personaje: el Escriba que dialoga con Jesús en el relato de Lucas y que aparece bajo el signo de la ambigüedad: ¿aprenderá a encontrar
“vida eterna” allí donde la encontró el Samaritano de la parábola? ¿Se dejará modelar “a su imagen y semejanza” según la propuesta de Jesús? Lucas no nos desvela cuál fue su reacción y esa indeterminación que deja abierto el final, permite que hoy podamos sentirnos reflejados en él, con nuestra libertad desafiada por el mismo imperativo que él escuchó de labios de Jesús:“Vete y haz tú lo mismo”.


Dirigiremos también nuestra mirada a otros personajes secundarios de las dos escenas: los fariseos a quienes Juan presenta como causantes de la decisión de Jesús de abandonar Judea y dirigirse a Galilea, pasando por Samaria; los discípulos, que traen alimentos a Jesús y se quedan desconcertados al verle hablas con una mujer los samaritanos conducidos hasta Jesús por el testimonio de ella; el hombre asaltado por bandidos y medio muerto; el sacerdote y el levita que pasaron de largo ante él; el posadero que aceptó hacerse cargo de cuidar al herido.


No nos vamos a situar como espectadores ante ninguno de ellos, sino que los miraremos como a contemporáneos nuestros, conscientes de que su historia, sus actitudes y reacciones pueden ser las nuestras. Y acogeremos la buena noticia de que la obra de creación que contemplamos en ellos, nos invita hoy a dejarnos modelar también nosotros por las manos creadoras de Aquel que realizó en ellos su obra de transfiguración.



1. “En el principio” era la carencia


Como en los relatos de creación, se parte en las dos escenas evangélicas de una situación de “caos”, carencia y vacío y sus personajes aparecen marcados por el no-saber y el no poder: la mujer que se encuentra con Jesús junto al pozo y el hombre que socorrió al herido son samaritanos: gente marcada por la disidencia, de dudosa fama y objetos de sospecha. Ella aparece bajo el signo del “no-tener’ “no tiene” marido y el que tiene “no es su marido “. Siente sobre ella la tarea penosa de acudir diariamente al pozo a sacar agua, está prisionera de convencionalismos étnicos y religiosos y los formula abiertamente ante Jesús. Su conducta posterior (tomar la iniciativa de “evangelizar” a los de su pueblo), es una osadía impropia de una mujer.


En cuanto al Escriba,
no sabe cómo acceder a la “vida eterna” y le falta algo que va buscando: sentirse “justificado”. Y aunque entre él y ella parece existir un abismo, los une una misma situación de precariedad y de búsqueda de vida: la mujer desea el “agua viva” de que le habla Jesús y él desea poseer “vida eterna”. Y esa carencia de vida les hace participar, de alguna manera, en la situación del hombre herido de la parábola que estaba “medio muerto “.


También Jesús está en situación de desamparo y vulnerabilidad: es forastero, tiene sed, no tiene cántaro y el agua del pozo le es inaccesible. También en su encuentro con el Escriba aparece en desventaja: frente a él está un experto en la ley
‘puesto en pie” y con intención de “ponerle aprueba”. ¿Estará este galileo de Nazaret a la altura de la argumentación de un letrado?


El itinerario que ha elegido (atravesar la hostil Samaria) es inusual y peligroso. Su comportamiento de pedir agua a una mujer altera los esquemas convencionales de las relaciones entre judíos y samaritanos y entre hombres y mujeres y supone una conducta reprobable y transgresora de las costumbres de su tiempo. Ante ella aparece marcado por un
“no tener” que describe siempre en el evangelio de Juan una condición deficitaria y un riesgo de quedarse fuera de la vida: no tienen vino 2,3; no tengo a nadie que me meta en el agua 5,7; ¿tenéis pescado?... 21,55.


Pero lo que resulta aún más sorprendente es que el Padre mismo participe de alguna manera de esa situación de carencia: Jesús va a decir de Él que está
“buscando” (“esos son los adoradores que el Padre busca... “Jn 4,23), y en la parábola del Samaritano, que no le nombra ni hace referencia alguna a Él, tiene una presencia de “grado cero”.


Pero lo mismo que el Dios Creador actuó sobre el caos y el polvo del suelo, los narradores de las dos escenas “trabajan” con las carencias de sus personajes más que con sus elementos positivos: ni el recelo inicial de la mujer y sus “cinco maridos”, ni el deseo de justificarse del Escriba, van a ser obstáculo para el encuentro con Jesús. Tampoco lo serán la heterodoxia del pueblo samaritano ni los prejuicios étnicos y de género de los discípulos: a los primeros el testimonio de ella va a conducirlos a la fe; a los segundos Jesús va a revelarles que su alimento es hacer la voluntad de su Padre y que su encuentro con la mujer y con el pueblo samaritano son ya parte de la cosecha deseada.


Como contraste, los personajes que aparecen acomodados al orden vigente y cuya posición de superioridad se da por supuesta, se quedan al margen de cualquier cambio o transformación: los fariseos del inicio del texto de Juan, tan seguros en su juicio sobre la rivalidad entre Jesús y Juan Bautista; el sacerdote y el levita de la parábola, convencidos de haber evitado la impureza alejándose de un probable cadáver. Otros representantes de la ortodoxia proyectan también su sombra sobre ambas escenas: en el contexto inmediatamente anterior al encuentro de Jesús con la Samaritana, Nicodemo es presentado como
“fariseo y maestro de la ley” (Jn 3, 1) pero, frente a él, es la heterodoxa Samaritana la que termina aceptando a Jesús (Nicodemo lo hará sólo al final del Evangelio. Cf Jn 19,39). Y precisamente antes del diálogo con el Escriba, Lucas incluye la escena en la que Jesús bendice al Padre por haberse ocultado a los entendidos y revelado a los ignorantes y sencillos (Lc 10,21). En coherencia con esa afirmación, el que va a acertar con la conducta adecuada será un “ignorante” samaritano y no un “entendido” jurista.


Pero la parábola resulta aún más polémica por la insólita perspectiva que adopta: el
centro lo ocupa un hombre medio muerto y todos los personajes quedan situados a partir de él; no se parte de arriba, desde las discusiones teóricas en torno a la identidad del prójimo, sino desde abajo, desde el agujero donde está el herido.


Con todos estos elementos de transgresión, ruptura de lógica y alteración de los esquemas convencionales, los narradores parecen pretender desestabilizar o desquiciar al lector, en el sentido de sacarle de sus quicios habituales: lo imprevisible sustituye a lo típico y la sorpresa a la normalidad. Lo habitual deja paso a la novedad y el lector, que había entrado primero en el punto de vista de la mujer y valorado la preocupación del Escriba, se encuentra confrontado después con unas reacciones de Jesús que no son las esperadas. Es un “efecto sorpresa” que pone en cuestión valores, juicios, costumbres y roles establecidos. Pero estos equívocos y falsas apariencias iniciales revelan su verdad al final: los espacios profanos y de intemperie en que acontecen las dos escenas (un pozo en medio del campo, un camino lleno de peligros...), fuera del abrigo de los centros de seguridad como la ciudad o el templo, aparecen como lugares de encuentro con Dios. De los tres personajes de la parábola, no son los que llevan la marca de la dignidad (sacerdote, levita) quienes se comportan de manera adecuada, sino precisamente el que pertenece a un pueblo de herejes y cismáticos. El viajero sediento y desamparado en tierra hostil, se revela como el Hijo de Dios que da agua viva y como el verdadero conocedor de cómo se hereda la
vida eterna.



2. “Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza (...) Y modeló al ser humano y sopló en sus narices aliento de vida” (Gen 1,3; 2,7)


A lo largo de los dos relatos escuchamos las palabras que dirige Jesús a los personajes y asistimos a su acción creadora y recreadora sobre ellos. El es el verdadero protagonista y conductor de ambas escenas y quien “diseña” las estrategias del encuentro:


Como
diestro alfarero repite la misma acción que el narrador de Génesis atribuye a Dios: la Samaritana, como la arcilla original, va siendo modelada pacientemente y, lo mismo que el primer adam recibió el aliento de Dios que lo convirtió en un ser vivo (Gen 2, 7), ella recibe el agua de la vida. El Samaritano de la parábola, hecho “a imagen y semejanza” de Dios, es propuesto como modelo para el Escriba: “ve y hazte a imagen y semejanza de ese samaritano porque él es ahora icono de las entrañas de misericordia de Dios”. Lo mismo que en el jardín cada uno de los seres de la creación reçibió un nombre, los que entraron en escena sin nombre propio, acceden a una nueva identidad ofrecida a todos: “buscados por el Padre”, “agraciados por su don “, “llamados a hacer lo mismo que el Samaritano”...


Como hábil pescador, Jesús echa sus redes y lanza sus anzuelos para sacar a aquellos con quienes dialoga (Samaritana y Escriba) de las aguas engañosas de la trivialidad y del deseo de autojustificación que los ahogan.


Como
buen pastor que conoce a sus ovejas, las hace salir del desierto de la superficialidad y el intelectualismo, las va guiando hacia la hondura y la autenticidad, les “suba” para sacarlas de las cañadas oscuras de sus evasivas y las lleva a la tierra del Don: el recibido (el don del agua viva) y el que hay que entregar (salvar la vida del que está a punto de perderla). Haciendo “honor a su 10 su palabra les comunica su convicción de que, sea cual sea la negatividad en la que se encuentran, El tiene poder para abrir ante ellos una hendidura de salida: “Si conocieras el don de Dios...”, “Pero un samaritano lo vio y se acercó...” Y en eso consisten la “fuente de aguas tranquilas” y los “prados de hierba fresca” en que los hace recostar.


Como
maestro de sabiduría y hábil conversador, emplea todos los recursos de la palabra e inventa estrategias de aproximación: pregunta, dialoga, argumenta, propone, intenta convencer, narra, sugiere, afirma, valora la postura del otro/a, provoca reacciones de identificación o rechazo, se atreve a pronunciar imperativos. Sigue a la mujer y al Escriba en sus evasivas y se las arregla para alcanzarlos en un terreno en el que no tienen escapatoria y se encuentran enfrentados con su verdad o con su ignorancia: “No tengo marido... ‘” “¿Quién es mi prójimo? Entra primero en sus puntos de vista para conducirlos hacia donde Él quiere, no se retira ante las defensas que esgrime la mujer, ni ante el intento del Escriba de refugiarse en el ámbito de lo teórico: el Jesús “cansado del comienzo o consciente de que el Escriba busca ‘ponerle aprueba”, no se cansa ante las resistencias y trampas de sus interlocutores y sigue ensayando distintas tácticas relacionales. A lo largo de la conversación con la mujer, va deshaciendo sus equívocos: ella lo consideraba solamente como un receptor de su agua pero él le desvela su condición de dador y cuando ella se cierra y se defiende, no la interpela sobre lo que hace sino sobre lo que es. Las respuestas enigmáticas y provocadoras que le va dando, la van conduciendo directamente hacia El y en último término hacia el Padre.


Como
amigo que busca crear relaciones personales, en ningún momento emite juicios morales de desaprobación o de reproche: en lugar de acusar, prefiere dialogar y proponer, emplea un lenguaje dirigido al corazón de aquellos con quienes habla y utiliza una estrategia de “espacio vacío”:


— en la conversación con la mujer, la fórmula
“si supieras quién es el que te dice...”, actúa como “efecto distancia” y consigue que entre ambos se cree un espacio en el que ella se siente reconocida y puede plantearse preguntas: la identidad de Jesús (“ungido”), tan clara para ella al comenzar el diálogo, queda cuestionada. Y en ese manejo del espacio, Jesús actúa con lentitud, no se apresura a proponerse como centro sino que avanza “en espiral”, para ir despertando poco a poco el interés de la mujer por tener acceso a una fuente de vida “otra”.



— en el diálogo con el Escriba, no responde a su pregunta dándole una lección, ni argumentando en sus mismos códigos: busca también otro “espacio vacío” entre los dos para darle la oportunidad de descubrir por sí mismo lo que le preguntaba. Por medio de la parábola, se las arregla para dar la vuelta al concepto de
“prójimo” que tenía el Escriba, situado en un terreno de sutiles disquisiciones teológicas y acostumbrado a preguntar, argumentar y discutir desde lo teórico. Nada de eso enreda ni distrae a Jesús sino que lo va conduciendo a otro ámbito en el que el experto no es “el que sabe”, sino “el que hace”.


Como consumado artista y pintor, traza los rasgos del Samaritano haciendo ¿sin saberlo? su propio autorretrato: en la imagen del hombre que se acercó al herido movido de compasión, vemos reflejados los valores, convicciones y preferencias del propio Jesús, su teología y su catequesis, su imagen del Reino, su crítica profética, aquello a lo que le da importancia y a lo que no (culto, templo, observancia...), lo que considera pecado, omisión o virtud, su propuesta de conducta. El icono del Samaritano se convierte así en la versión pictórica de las bienaventuranzas.


Como
experto en humanidad, se muestra profundamente atento e interesado por la interioridad de sus interlocutores: lee en el corazón del Escriba la intención de ponerle aprueba y más tarde de justificarse; del Samaritano subraya que fue la compasión la que estuvo en el origen de su comportamiento hacia el herido; a la mujer le descubre el manantial que puede brotar de lo más hondo de ella misma, en contraste con la antigua ley y mandamientos externos, y le revela también la interioridad del Padre y la búsqueda que le habita.


Como
profeta poseído por el fuego del Absoluto de Dios y apasionado por su justicia, cuestiona, sacude y despoja a sus oponentes de cualquier pretexto o componenda que los aleje o distraiga de la verdad original que les afecta. de manera ineludible: Dios como Padre y los seres humanos como prójimo.



3. “Y los bendijo Dios...”( Gen 1,28). “Y quedó constituido el ser humano como viviente” (Gen 2,7)


Los personajes de las dos escenas (Samaritana, Escriba...) están convocados a una “nueva creación” y ante ellos se presenta una alternativa de elección: permanecer en sus viejos Saberes y convicciones, buscando agua viva y justificación en los pozos agotados de santuarios, leyes y costumbres, o elegir “vida eterna” y dejarse arrastrar por la oferta de transformación y “transfiguración” de Jesús.



3.1. Un proceso pascual


En los dos textos se da un tránsito de una manera de pensar y juzgar a otra, de unas costumbres, estructuras y convicciones a otras y en este “proceso pascual” asistimos a una “muerte”: lo que parecía definitivo resulta ser provisorio y los principales apoyos y seguridades, vigentes en el comienzo de cada texto, manifiestan su incapacidad de comunicar “agua viva” y “vida eterna” y quedan superados por la novedad del comportamiento r las palabras de Jesús:



  • la letra de la ley a la que se aferraba el Escriba para justificarse, aparece como una mediación incapaz de concederle la vida ni de responder a su pregunta sobre el prójimo. Si la mujer representa a quienes intentan apagar su sed en las tradiciones de los antepasados, el Escriba sólo conoce al prójimo por la erudición. Jesús, por el contrario, no propone ningún ideal externo sino que invita a sus interlocutores a acoger un don gratuito y a no centrarse en sí mismos y en su propia perfección, sino en la relación con sus semejantes. Prescinde de disquisiciones y casuísticas de escuela y apela al nivel elemental:


  • el del ser humano necesitado, común a todos y por encima de cualquier ideología o religión, y a quien se reconoce como prójimo por implicación. Las viejas instituciones son sustituidas por el “camino nuevo” de su carne (Cf. Heb 10,20) y su propia humanidad frágil se convierte en espacio de encuentro: su cansancio inicial y su sed posibilitan el intercambio y la reciprocidad; su capacidad narrativa consigue que el que se movía en el terreno de lo teórico, se ponga en contacto con personas reales con comportamientos reales y le enseña que la verdadera sabiduría consiste en mostrarse humano.


  • el sólo “saber” va apareciendo como algo estéril: tanto la Samaritana como el Escriba se dirigen a Jesús de forma interrogativa, esperando de él un progreso en el terreno del conocimiento (“¿Cómo me pides...?”, “¿De dónde sacas?”, “¿Acaso eres tú mayor..?” “¿Qué debo hacer?”, “¿Quién es mi prójimo...?’). Pero el que expresa ella, reflejo del de su pueblo, afirma las diferencias entre etnias, montes o teologías, separa a las personas y les cierra la posibilidad de entrar en relación, reduce las expectativas sobre el Mesías a que les haga acceder a un saber (“nos lo enseñará todo’). En cuanto al Escriba, tampoco lo que “sabe” ha conseguido otorgarle “vida eterna” y, aunque conoce bien la ley, ignora quién es ese prójimo a quien debe amar. Jesús les ofrece a ambos un “saber alternativo” y les invita a salir fuera de los “saberes múltiples” para entrar en una verdad a la que no se llega por la vía de las generalidades, sino a través de la realidad tangible y concreta. Sus palabras no van dirigidas a ampliar sus conocimientos, sino a provocar en ellos un cambio de vida. Tanto el ‘pozo de Jacob”, símbolo de la sabiduría que da la ley (Gen 54,5), como “lo que está escrito en ella” (Lc 10, 26) pierden su vigencia, sustituidos por el “agua viva” y por la llamada no a leer, sino a mirar personas y comportamientos reales y a hacer como el Samaritano. Es haciendo y no sabiendo como se consigue la vida. Un saber definitivo sustituye los provisionales, y no es en el
    futuro sino
    ahora y gracias a la palabra de Jesús, corno se accede a la novedad de ese conocimiento;


  • los roles y estereotipos de género aparecen también superados: la mujer, sorprendentemente, hace uso de la palabra y se convierte en testigo y evangelizadora de sus conciudadanos, desempeñando roles reservados a los varones. En cuanto al Samaritano, es descrito por Jesús como alguien que cuida del hombre medio muerto y realiza con él acciones generadoras de vida: se acerca, le toca, le cura, le levanta del suelo, carga con él, le busca alojamiento y protección y se ocupa de que sigan cuidándole y nutriéndole. Las funciones que ejerce son consideradas normalmente como femeninas y maternales.



3.2. Unos personajes transfigurados


La Samaritana entra en escena como “una mujer de Samaria” y sale de ella como conocedora del manantial de “agua viva”y consciente de ser buscada por el Padre para hacer de ella una adoradora. Su identidad transformada la convierte en una evangelizadora que consigue, a través de su testimonio, que muchos se acerquen a Jesús y crean en él. La que hablaba de “sacar agua” como una tarea de esfuerzo y trabajo, abandona ahora su cántaro: Jesús le ha descubierto un don que no requiere ningún intercambio y que le es entregado gratuitamente.


El
Samaritano que también había entrado en escena de manera anónima y sólo identificado por su pertenencia étnica, desvela al final su verdadera identidad: la misericordia que lo habitaba le ha hecho comportarse como prójimo de quien le necesitaba para continuar viviendo. Recibe de Jesús un nombre nuevo: “el que tuvo compasión “. En cuanto al Escriba, que expresaba su deseo de vida eterna en términos de posesión (“heredar...’), es desafiado a cambiarlo por un gesto de desapropiación semejante al del Samaritano.


Como un agua
“que salta hasta la vida eterna”, una corriente de gratuidad recorre ambos textos y transfigura a sus personajes: la mujer, después de su intento de conducir a Jesús a los de su pueblo, se retira y deja que sean ellos los que le descubran y crean por sí mismos y no por su testimonio. Ha sido conducida hasta su propia interioridad a través de un paciente proceso que la ha hecho pasar de la dispersión a la unificación y ella, discípula de ese Maestro, atrae y conduce hacia él a los de su pueblo. También el Samaritano se retira y deja libre al otro, en un acto de “sublimación genital” 16, como la madre que da a luz y corta el cordón umbilical de su hijo para no mantenerle dependiente de ella.


El
“prójimo” que en labios del Escriba era una referencia ambigua, sin rostro ni concreción y de difícil identificación, emigra de la casuística legal y se muestra como alguien concreto, de carne y hueso. No se le puede definir por su mayor o menos proximidad con respecto a otro: ahora aparece “domiciliado” en el corazón de cada ser humano que se relaciona con otros como un tú, y se convierte en todo aquel que, de manera desinteresada, se hace cargo de otros y les posibilita la vida.


Jesús, de quien sabíamos al principio que era un caminante judío cansado y sediento, se revela al final como el manantial de agua viva, como Señor, Profeta, Mesías, y Salvador del mundo, como el Hijo a quien alimenta la voluntad de su Padre. Se define a sí mismo por su capacidad de relación interpersonal: “el que habla contigo “ y, lo mismo que el Señor en la primera Alianza, lleva a la mujer a un nuevo “desierto” para “hablarle al corazón” y en ella se cumple la promesa hecha a Israel: “Y tú conocerás al Señor” (Os 2,22). En sus diálogos aparece en posesión de una autoridad que le permite expresarse en el lenguaje imperativo de los mandatos divinos: “créeme, mujer”, le dice a ella; “haz esto y vivirás”..., “haz tú lo mismo”, conmina al Escriba.


La imagen de
Dios aparece también transformada: no es el dios impávido y distante, morador de santuarios hechos por manos humanas o dictador de leyes, ni el eterno receptor que exige presentes, dones o sacrificios en el Templo. A través de Jesús se revela como un Dios generador de vida, que da y busca, a quien se puede llamar “Padre” y que no se deja encerrar ni poseer porque es Espíritu. Si nos busca, es porque desea acrecentar nuestra existencia y comunicarnos alegría y plenitud. Para encontrarle no hay que mirar hacia arriba porque, el que bajó a una zarza del desierto, mana como una fuente en lo hondo de cada corazón y descubre su presencia en los heridos que yacen en las cunetas. El “culto en espíritu y en verdad” que El busca está, según la mejor tradición profética, al alcance de cualquiera que se acerca a otro para prestarle ayuda. Mientras que el sacerdote y el levita dieron un rodeo para no quedar impuros y poder ofrecer sacrificios, el Samaritano, al margen del mundo sacrificial, no necesitó buscar fuera la ofrenda porque llevaba en sí mismo lo único que Dios reclama: la misericordia y la compasión (Cf. Mi 6,8).


No asistimos a un final “normal” y típico según las convenciones al uso (la mujer volvería al pueblo con el cántaro lleno de agua del pozo; el Escriba se quedaría satisfecho después de haber enunciado la Ley y recibido una respuesta dentro del ámbito de lo teórico...), sino que a los dos se les ofrece otro horizonte que los desafia, una salida imprevisible y sorpresiva en dirección a una relación vivificante
(“el agua que salta hasta la vida eterna”...; “haz esto y vivirás”...).


En ambos casos, la ruptura del proyecto primero (sacar agua, encontrar respuesta a una pregunta o seguir el viaje proyectado en el caso de los personajes de la parábola...) es la condición de acceso a un proyecto mayor (recibir el “agua viva”, hacerse ‘prójimo “y practicar la “misericordia’). El cántaro, abandonado y vacío y los gestos del Samaritano que vierte y entrega lo que le pertenecía (aceite, vino, dinero...), dan testimonio de que es a través de la pérdida y la entrega como se gana la vida (Cf. Mc 8,35).



3.3. Un final abierto


Sin embargo, el desenlace es diverso en los dos textos: mientras que la trayectoria de la mujer desemboca en una nueva situación relacional y, contagiada por el movimiento de Jesús amplía el círculo de aproximación, el Escriba aparece situado ante una disyuntiva. No sabemos si seguirá encerrado en la prisión de la legalidad, si “darc un rodeo” o si, a imagen del Samaritano, buscará la vida eterna allí donde se encuentra: en los privados de vida. El trabajo de conversión profunda emprendido por Jesús con él queda abierto: como en el diálogo con el ciego Bartimeo, Jesús le ha preguntado de manera subliminal: “Qué quieres que haga contigo?”, y le ha ofrecido otra perspectiva y otro lugar de anclaje distinto de su propio yo: la persona del otro. El Escriba, ciego, suponía que la noción de prójimo se definía en relación a él mismo y buscaba sáber dónde estaba la frontera entre los que eran su prójimo y los que no lo eran. Pero la óptica que Jesús le propone es totalmente diferente: “No es cosa tuya decidir quién es tu prójimo, sino que debes mostrarte prójimo de todo ser humano en necesidad. El centro no eres tú, es el otro hacia quien debes dirigirte. Contempla a ese samaritano: es un icono de alteridad y de gratuidad, hecho a imagen y semejanza de Dios mismo. Aprende de él la justicia que da acceso a la vida eterna : cuando alguien era incapaz de salvar su propia vida, él ha elegido la vida en su nombre y la sola huella que ha dejado de su paso es esa misma vida”.


Después de este paseo contemplativo por los dos textos evangélicos, podemos dar un paso más y preguntarnos hacia dónde “tiran de nosotros” sus personajes, en qué dirección parecen querer conducirnos.



4. De la mano de la Samaritana


Si la mujer samaritana agarrara nuestra mano ¿qué nos diría y hacia dónde nos llevaría?


Seguramente nos propondría que la acompañáramos hasta el pozo de Jacob y nos contaría cómo llegó allí con el cántaro vacío de sus carencias y dispersiones, pero que ello no supuso ningún obstáculo para que el hombre que la esperaba realizara en ella su obra. Y que, si algo aprendió allí de Jesús, es que él no se detiene ante nuestras resistencias y aferramientos sino que, como Hijo que actúa como ha visto hacer a su Padre (Cf. Jn 5,19) busca en nosotros ese “punto de fractura” en el que emerge nuestra sed más honda, como si estuviera convencido de que sólo un deseo mayor puede relativizar los pequeños deseos. Quizá por eso dejó que ella fuera expresando ante él sus prejuicios, sus resistencias y sus recelos, hasta que emergió el anhelo de vida que se escondía en su corazón, y entonces él “tiró” de aquel deseo:
“Si conocieras el don de Dios...” Sin lo primero, ella no habría llegado a reconocer sus insatisfacciones; sin lo segundo, la habría dejado marchar con su cántaro lleno de un agua que no calmaba la sed.


Si le preguntamos nosotros por la transformación de su deseo, nos invitaría a no dejar nunca que nada ni nadie sofoque o entretenga los que estuvieron en el origen de nuestra opción de seguimiento de Jesús en la Vida Religiosa, sino a mantenerlos siempre despiertos e insatisfechos porque en ellos se esconde nuestra mejor “reserva de humanidad” y lo que nos permite continuar abiertos y expectantes ante ese don que nunca acabamos de conocer por completo.


Y sobre su experiencia misionera con los de su pueblo, podría hablarnos de cuáles fueron sus estrategias para llevarlos hacia Jesús: había aprendido también de Él a hacerse experta en humanidad, a conectar con los deseos dormidos en el fondo de cada uno y a buscar esos “puntos de fractura” que pueden dejar paso a la gracia, porque es ahí donde está ya trabajando el Señor. Pero que para esa misión es mejor que se retiren las “individualidades-realizadas-profesionalmente y ocupadas-en-compromisos-espiritualmente-inofensivos porque sólo los “buscadores de pozos” capaces de aproximarse y “tocar”, de perder tiempo y perforar apariencias, pueden ayudar a otros a alumbrar el manantial que los habita.


Trataría de convencernos de la importancia de acompañarnos y sostenemos en la fe unos a otros, aprendiendo a releer la vida juntos y a posibilitar que cada uno pueda compartir el agua de su experiencia; posiblemente manifestaría su curiosidad por saber por dónde encauzamos el agua de nuestro torrente afectivo y silos votos van dando a nuestras energías profundas la orientación apostólica que tuvieron en la existencia de Jesús. Y a lo mejor hasta se atrevería a preguntarnos los nombres de nuestros
maridos, de esas realidades con las que pactamos y que nos apartan de nuestro Centro:


el marido de la
“necedad desinformada y conformista” que nos hace creer que la situación del mundo no tiene remedio (“son las leyes de una economía de mercado...”, “es el precio a pagar por el avance tecno1ógico...”) y que lo más sensato que podemos hacer es acomodarnos a lo que hay;


  • el “marido neoliberal y consumista” que nos arrastra hacia un engañoso modo de ser “como todo el mundo”, nos crea necesidades crecientes de confort y consigue que nos parezca lo normal estar situarnos en un cómodo centro, alejados de cualquier riesgo y camuflando como “prudencia” la resistencia a todo lo que amenace desinstalarnos, A fuerza de vivir así, la “chispa de locura” que movilizó nuestras vidas hacia el seguimiento de Jesús se apaga, nuestra mirada se enturbia y los lugares de abajo que estamos llamados a frecuentar, terminan por sernos invisibles.


  • Los dos iconos proyectan luces nuevas sobre nuestros votos: la del desbordamiento de un agua viva que relativiza cualquier otra sed, la de la compasión por los heridos de los caminos que urge a liberar todas las energías en su servicio, la de la disidencia, que inventa modos alternativos de existencia en medio de un mundo regido por la apropiación, el desorden amoroso o la seducción del poder;


  • el “marido individualista “que nos ciega las fuentes de la alteridad, nos seduce con la facilidad de una vida trivial y distraída en la que no nos alcanzan el dolor de los otros, la gravedad de la presencia de Dios o el recuerdo peligroso de su Evangelio;


  • el “marido pseudoterapeuta “que impone el psicologismo como explicación última de todo, sospecha siempre de nuestros deseos, les niega sistemáticamente un origen trascendente y nos instala en un nivel de positivismo hermético: todo tiene una razón en el más acá de nuestra psyche y el resto son proyecciones ilusorias. Y con eso nos niega la posibilidad de que nuestra libertad sea estirada más allá de nosotros mismos.


  • el “marido secularista “que nos alej a del pozo, del encuentro profundo con el Señor y de la experiencia mística, nos hace vivir solamente desde imperativos éticos, “seculariza” nuestro corazón y nos incapacita para expresar la experiencia espiritual. De ahí nace ese “despalabramiento” para lo sublime, ese pavor ante el misterio y el símbolo, esas liturgias fosilizadas y ese activismo apostólico donde no hay tiempo ni espacio para una oración jugosa, silenciosa, “ociosa” y constante.


  • el “marido espiritualista” que nos impulsa a seguir levantando santuarios y a escapar hacia los montes de nuevas sacralizaciones y restauracionismos con rasgos de new age vaporoso, sin relación con lo tangible de la vida real y cotidiana.


  • el “marido idolátrico” que nos hace dar culto a los medios y a los instrumentos, a las instituciones, los ritos y las leyes, haciendo cada vez más difícil esa adoración que el Padre busca de nosotros y que no tiene nada que ver con el “retorno” a lo religioso.


  • el “marido de los mil quehaceres” que esconde dentro el viejo dinamismo de buscar la justificación por las obras, nos configura como dadores más que como receptores y convierte los fracasos apostólicos o la vejez en verdaderos traumas, porque en esos momentos el trabajo pierde su pretensión de absoluto.


Pero ella, que fue liberada de todas sus idolatrías, nos diría sobre todo:


- Sed pacientes con la lentitud de vuestros procesos a la hora de romper con esos maridos, estad seguros de que en cada una de vuestras vidas existe un pozo y el Maestro os está esperando sentado en su brocal. Confiaos a su poder de seducción, a su paciencia a la hora de perforar vuestras defensas, a su deseo de conduciros hasta lo profundo de vuestra vida, a sus fuentes interiores y secretas, porque Él sabe acompañar ese descenso sin impaciencia ni prisa. Cuando yo le escuché decir dos veces: “el agua que yo quiero da”, supe que estaba habitado por el deseo violento de anegarnos a todos en su corriente.


No os quedéis únicamente en lo que ya sabéis de Él: recorred el proceso de intimidad al que también tenéis la dicha de estar invitados. Al principio yo no vi en Él más que a un judío, pero él me fue conduciendo hasta descubrirle como Señor, Profeta y Mesías, como Aquel a quien siempre había estado esperando sin saberlo. Tened vosotros la osadía de nombrarle con nombres nuevos, con esos que no aparecerán nunca en los resecos manuales de vuestras estanterías.

No tengáis miedo de reconocer la sed que os habita, ni os engañéis creyendo que vuestra condición de consagrados os exime de la precariedad y la vulnerabilidad que laten en cada ser humano: cambiad vuestra actitud de perpetuos “donantes” y sentíos caminantes con los que caminan y buscadores con los que buscan.



Porque sólo entonces viviréis la alegre sorpresa de ser evangelizados por aquellos a quienes queréis anunciar el Evangelio. Aprended a escuchar mejor y, en vez de predicar y dirigir tanto, haceos expertos en preguntar, dialogar y compartir con otros esa pobreza que nos iguala a todos. Porque sólo si tocáis vuestra sed podréis entrar en el juego que yo aprendí junto al pozo: el hombre sediento que me pidió agua resultó ser el que calmó la mía y eso me decidió después a hablar de él a los de mi pueblo. Y precisamente porque yo me sabía necesitada de salvación, podía anunciar a otros que me había encontrado con alguien que me había acogido sin juzgarme ni condenarme. Venid a celebrar conmigo junto al brocal del pozo que la propia pobreza reconocida y puesta en relación con Jesús, no es un obstáculo para recibir
el don del agua viva, sino la mejor ocasión para acogerla y dejarla saltar hasta la Vida eterna.


Pero os lo aviso, estad prevenidos: Él os puede estar esperando en cualquier lugar, en cualquier mediodía de vuestra vida cotidiana, precisamente cuando andáis enredados en pequeñas preocupaciones, en rencillas mutuas o en rancias ortodoxias en torno a rúbricas o privilegios. Si os detenéis a escucharle, estáis perdidos para siempre: Él al principio os pedirá algo sencillo
(“dame de beber” “llama a tu marido”)..., pero al final, volveréis a vuestra casa sin agua, sin cántaro y con la sed, antes desconocida, de atraer hacia él a la ciudad entera.

Acoged la noticia sorprendente de que es el Padre quien os busca y quien desea la respuesta de vuestra adoración. No tengáis miedo de esa palabra, tan extraña a los oídos del mundo porque es “la tierra otra” a la que, como Abraham, habéis sido convocados. Dejad atrás los viejos suelos que os sustentaban y adentraos en esa relación de apasionamiento por el Señor y su Reino en la que, como deseaba Benito de Nursia, nada se antepone a su amor. Y que convierte en una forma de existencia lo que proclamaba el orante del salmo: ¡ Tu amor vale más que la vida!” (Sal 63,4).



5. De la mano del Samaritano


Si el Samaritano agarrara nuestra mano ¿Qué nos diría y hacia dónde nos llevaría?


Más que escucharle (parece hombre de pocas palabras), nos damos tiempo para contemplar la escena descrita por Jesús, recordando que un icono no es el reflejo de lo que ya vivimos y somos, sino que nos manifiesta lo Otro, lo que aún no somos, la distancia de conversión que tenemos que recorrer y nos pone frente a la mirada que nos adentra en nosotros mismos y nos permite acceder al verdadero rostro del prójimo.


¿Nos descubrirá también este icono lo que habitaba la interioridad de Jesús, el que inventó su historia y que sin pretenderlo, “pintó” en él algo de sus propios rasgos? ¿Acaso no es su pieza maestra, el cuadro por el que podía haber pasado a la historia y ser recordado, si no fuera porque ya tiene otros motivos para serlo?


Comenzamos mirando la escena, como si estuviésemos presentes en ella: Ante todo, nos sorprende el realismo lúcido del autor que no ahorra los tonos sombríos: un asalto de bandidos, un hombre despojado, derribado y medio muerto y dos transeúntes “cualificados” que pasan de largo (y nos resulta inevitable recordar el bandidaje de nuestro mundo, sus víctimas olvidadas en los márgenes de la exclusión, la indiferencia de los que pasan o pasamos, atareados con nuestros propios asuntos ...)


Y cuando la historia se obstinaba en hacernos creer que el mal constituye la última palabra de las cosas y que la situación es fatalmente irremediable, el narrador hace surgir otra figura en el horizonte, precedida de un pequeña marca gramatical que nos pone en vilo:
‘pero un samaritano...”. ¿De dónde procede y qué pretende la “disidencia” introducida por ese “pero”?


¿Qué fuerza de oposición puede representar en medio de un mundo que no parece emitir más señales que las del frenesí posesivo, la obsesión por el propio cuidado y una inconsciencia satisfecha, mientras que pueblos enteros se desploman en silencio? Ese pequeño “pero” no nos está comunicando algo de cómo mira Jesús la historia y de su terca esperanza que ve emerger en ella una poderosa aunque en apariencia débil fuerza de resistencia?


Porque, en medio de tantos signos de muerte, el Samaritano que entra en escena no parece poseer muchos recursos, no pertenece a ningún centro de poder que lo respalde y le garantice prestigio o influencia; es extranjero, viaja solo y no cuenta más que con su alforja y su montura, pero tiene la mirada al acecho y allá adentro, su corazón ha vibrado al ritmo de Otro.


Y entonces hace el gesto mínimo e inmenso de aproximarse al hombre caído. Cuando otros lo han esquivado, sin dejar que les hiciera mella dejarlo atrás, él se siente afectado por el herido y responsable de su desamparo. La urgencia de tender la mano al que lo necesita pospone todos sus proyectos e interrumpe su itinerario. La inquietud por la vida amenazada del otro predomina sobre sus propios planes y hace emerger lo mejor de su humanidad: un yo desembarazado de sí mismo. Es un extranjero al que ningún parentesco ni solidaridad étnica obligaba a atender a otro, pero que se ha detenido a socorrerle; es un viajero que ha descendido de su cabalgadura, ha cambiado su itinerario y se ha arrodillado junto a otro hombre; es un cismático que, sin embargo, se ha comportado como el guardián de su hermano y en el mandamiento:
“No matarás” ha leído: “Harás cualquier cosa para que viva el otro”.


¿Y si en ese gesto de pura alteridad se encerrara el secreto de nuestra identidad más honda y nos estuviera mostrando dónde desemboca la
adoración a la que nos convocaba la Samaritana? Ser en medio del mundo un signo que contesta el acrecentamiento del tener, un signo tan pobre como el del pesebre o la tumba vacía, una presencia que afirma el valor y la dignidad de los más pequeños.

Ínfima piedrecita de tropiezo en el campo de la lógica neoliberal, soñadores con los pies en la tierra, empeñados en mantener una relación esperanzada y no resignada con la realidad, capaces de descubrir posibilidades viables de transformación y de imaginar el “otro mundo posible”. También en torno al Samaritano existía, como ahora, una lógica dominante: “Si te detienes a cuidar de un desconocido medio muerto, te expones a echar a perder tus planes, tu tranquilidad, tu tiempo, tu aceite, tu vino y tus denarios”. Pero en su reacción se revela la obstinada lógica de Jesús: “No midas, no calcules, deja que el amor te desapropie: serán los otros quienes te devolverán tu identidad, justo cuando tenías la impresión de que estabas perdiendo tu vida”.


Nos detenemos a contemplar al hombre medio muerto. El que ocupe el centro del cuadro nos hace pensar que a Jesús le era natural mirar las cosas desde abajo, con los ojos de los que viven o malviven en las peores situaciones. El que nació en un descampado de las afueras de Belén y morirá fuera de las murallas de Jerusalén, “se deslocaliza” y levanta su tienda allí donde nadie lo espera: en los desposeídos, derrotados y excluidos, precisamente donde parecía abolida toda esperanza. Lo encontraremos siempre fuera, con los que el mundo ha arrojado lejos de sí.


“Cuidó de él”, leemos en el texto. “Cuida de él”, dirá después al posadero. Es un verbo “femenino”, lento, acariciador, que confronta nuestras prisas y nuestra impaciencia por los resultados inmediatos. Esta dimensión humana del “cuidar” puede bañar con su calidez nuestras relaciones comunitarias, romper nuestras defensas, conseguir que se resquebraje esa dureza que puede hacer sombrío nuestro celibato y permitirnos derramar cordialidad e inventar gestos de ternura.


Contemplamos de nuevo al hombre “medio muerto” , sin rehuir la pregunta que a veces nos asalta de si no será a veces la propia Vida Religiosa responsable de las “medio-muertes” de algunos de sus miembros. Porque la sinceridad nos obliga a reconocer la existencia de vidas “a medias” que no parecen esponjadas ni felices, supeditadas al funcionamiento de las instituciones, asfixiadas por la inercia de un orden inamovible y unas tradiciones incuestionables, deshabitadas en su corporalidad, con la iniciativa y la espontaneidad sofocadas, raramente invitadas a pensar por sí mismas, a expresar libremente sus opiniones, sus desacuerdos, sus deseos o sus sueños. Ciertamente, habría que calificar como de “No-vida-no-religiosa” a la que produce semejantes “sujetos necrosados” en su seno estéril, cuando quienes llegaron a ella venían buscando la vida en abundancia prometida por el Viviente.


Seguimos mirando al hombre medio muerto con el alivio de saber que alguien se va a poner a favor de la mitad viviente de su persona y va a elegir la vida en su nombre. Y nos damos cuenta con asombro de que es precisamente él, desde su impotencia, quien posee el poder de revelar al Samaritano su capacidad de compasión que le asemeja a Dios.


¿Y si fuera lo que sentimos “medio muerto” en nosotros, tanto personal como institucionalmente, lo que tuviera la misión de revelarnos dimensiones de nuestra existencia que desconocíamos? ¿Y si fueran las situaciones de creciente fragilidad, disminución y pérdidas las “mensajeras” encargadas de anunciarnos una novedad que llega a nuestras vidas? Nunca las hubiéramos elegido y más bien seguimos añoramos ser muchos, fuertes, jóvenes e influyentes, pero en muchos lugares estamos siendo llevados a lo contrario y nuestra resistencia al empobrecimiento se está convirtiendo en una fuente de depresión espiritual corporativa que bloquea los proyectos y nos impide vivir felices y ser creativos. Tenemos “medio muerta” la esperanza con respecto al futuro de Dios en la Vida Religiosa y hemos pactado con una “herejía emocional” mucho más peligrosa en este momento que cualquier otra herejía: Dios no tendría ya nada que hacer en este mundo, en esta Iglesia, en este Cuerpo apostólico. Ninguna novedad cabría ya esperar de él. No lo decimos así, pero lo sentimos, y ese sentimiento entra sutilmente dentro, como un cuchillo del aliento y la esperanza. Y cuando entra en crisis la esperanza, comienzan a agonizar el amor y la fe.


¿No estaremos necesitando que el gran Samaritano que es Jesús se nos acerque, cure nuestras heridas y derrame sobre ellas el aceite de su consuelo y el vino de su fuerza? ¿No está ante nosotros el
kairós de descubrir en nuestra fragilidad “un camino nuevo” en el que la fuerza se manifiesta en la debilidad y la vida en la muerte? ¿No está siendo la hora de fiarnos perdidamente del Dios que está trabajando algo nuevo con nuestra pobreza e incluso con nuestra pérdida, y de aceptar ser en la Iglesia “portadores de las marcas de Jesús”, una realidad débil, siempre frágil y nunca acabada?


Pero si no nos decidimos a apurar hasta el fondo las muertes a las que vamos siendo conducidos, si no llegamos a “gustarlas”, no seremos capaces de dejar emerger la vida que está queriendo nacer a través de ellas: una llamada a centrarnos en lo esencial, una manera distinta de relacionarnos, de apoyarnos intercongregacionalmente, de dejar espacio a los laicos, de aprender mejor lo que son la reciprocidad y. la colaboración.


¿Podemos imaginar lo que ocurriría en una congregación (y empezamos a tener preciosos ejemplos de ello) que abandonara toda ansiedad por controlar su futuro y dejara en manos de Dios la perla preciosa de su carisma? No para desentenderse de él y renunciar a seguir ofreciéndolo a otros, sino para hacerlo movidos por la búsqueda del Reino y no por asegurar a toda costa la propia supervivencia. ¿Somos capaces de soñar en la liberación de energías que esa confianza traería consigo y en la novedad que supondría dejar de culpabilizarnos o de afligimos ante la disminución y la precariedad? Porque entonces ellas nos mostrarían su rostro luminoso y se nos revelarían, no como una desgracia o como un drama, sino como una ocasión, a la vez dolorosa y preñada de posibilidades, de fiarnos de esa sabiduría del Evangelio que habla de
perder y dejar?


¿No estamos hoy en la mejor de las ocasiones para vivir todo eso a pleno pulmón? Una consecuencia inmediata sería que, en los lugares en que experimentamos el envejecimiento de la Vida Religiosa, nos ayudáramos unos a otros a ensanchar nuestra mirada y nuestra mente y llegáramos a alegrarnos de que otras congregaciones y en otros países vivan momentos de crecimiento y expansión. Y esta “consolación vicaria”, este gesto de gratuidad y de desprendimiento estaría seguramente en la mejor tradición de nuestros fundadores y constituiría uno de eso signos de novedad que andamos buscando: ¡nada menos que abandonar la estrechez de nuestras miras y dejar latir nuestro corazón al ritmo de la universalidad de la Iglesia!


¿Que es difícil reaccionar desde esa fe? Pues claro ¿O es que cuando nos decidimos a seguir radicalmente a Jesucristo nos garantizaron que el futuro iba a resultarnos fácil?


Llegamos por fin a la posada. El lugar queda marcado de nuevo por el cuidado pero ahora todo sucede en el “adentro” de una casa, de unos muros (de una institución, pensamos nosotros).


¿Cómo conseguir que las estructuras que hemos creado sean
‘posadas” al servicio de la vida, espacios en los que nos sintamos acogidos, que nos ofrezcan estabilidad y permanencia y nos rehagan para poder retornar a los caminos? ¿Cómo hacer para no olvidarnos de que su razón de existir es generar (otro verbo femenino) “pertenencias cohesivas” y facilitar estructuras y espacios de encuentro? ¿Cómo mantener la memona de aquello para lo que nacieron, cuando el torbellino creativo de los fundadores las inventaba flexibles, con imaginación para que no se anclaran en puntos fijos sino que se mantuvieran abiertas a sueños movibles?


Y dentro de la posada no importa si estamos en “primera línea”, o si nos dedicamos a hacer las sandalias para que otros puedan caminar al encuentro de quienes nos necesitan o a prensar la aceituna y pisar el vino que derramarán en sus heridas. Algunos tendrán que dedicarse a denunciar a los bandidos que asaltan a los débiles, a crear “redes samaritanas de comunicación” que despierten, protesten, contacten con otros compañeros de disidencia” que a lo largo del ancho mundo están ya plantando cara al fatalismo económico, inventando otros modelos de economía solidaria y empleando todas sus potencialidades y recursos en crear un orden humano en el que sea posible la existencia de todos. Otros sentirán la urgencia de dedicarse a cuidar de este planeta “medio muerto” y a defenderlo de sus depredadores. Algunos ofrecerán su tiempo y su escucha a los jóvenes y a los buscadores de sentido que llaman a nuestras puertas y, mientras unos sentirán la llamada de entrar en diálogo con otras religiones, otros anunciarán el nombre de Jesús desde las azoteas.


La misión de nuestra posada no es sólo guardar la memoria de nuestra herencia y afianzar nuestros vínculos sino, por encima de todo, facilitar que resuene en nosotros la causa de lo humano como causa de Dios y conseguir que nos sintamos un cuerpo cohesionado y bien trabado al servicio de un mundo herido.



6. De la mano del Escriba


Si el Escriba agarrara nuestra mano ¿qué nos diría y hacia dónde nos llevaría?


Quizá nos citaría junto a su mesa de trabajo, llena de viejos rollos manuscritos y comentarios a la Torah y nos contaría cómo se habituó desde niño a la observancia escrupulosa de la Ley y a no quebrantar a sabiendas ni una sola de sus prescripciones. Su preocupación constante era la de saber cómo llegar a vivir una vida
“eterna ‘ es decir, “verdadera”, más allá de las limitaciones del tiempo, la fragilidad y la caducidad de las relaciones, una vida plena, honda, desbordante... Con tal de encontrarla había consagrado su existencia a leer y a investigar y por eso se reunía con otros Escribas para discutir con ellos y consignaba después sus descubrimientos en pergaminos que conservaba celosamente.


Maestro del saber, con influencia y prestigio, había pasado los mejores años de su juventud escudriñando las Escrituras, pero las enseñanzas que había llegado a dominar se habían convertido para él en una carga agobiante que le asfixiaba ylo atrapaba dentro de una red tejida con hilos de complicadas argumentaciones y sutiles disquisiciones.


Le habían hablado de un galileo itinerante al que rodeaba un grupo de discípulos y que iba dejando a su paso una huella de alegría y libertad. Se decidió a dirigirse a él: quizá existía algún texto de la Torah desconocido para él pero comentado por estudiosos de alguna sinagoga de Galilea que podía hacer crecer su conocimiento acerca de la vida verdadera. Con una mezcla de curiosidad y de arrogancia
(‘2de Nazaret puede salir algo bueno?’) le planteó su pregunta y comprobó con desencanto que Jesús le remitía a la respuesta ya sabida de la ley. Citó el texto del Shema con el tono plano de quien lo ha repetido mil veces de memoria: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón...y al prójimo como a ti mismo”. Pero irritado después por la imagen de simplicidad que estaba dando, decidió probar los conocimientos del galileo y le preguntó: “¿Y quién es mi prójimo?”


“- Y entonces vino el sobresalto”, nos confesó. En vez de seguirse moviendo en los códigos que me eran familiares, aquel extraño maestro se puso a contarme una historia sorprendente que no tenía nada que ver con lo que yo había aprendido. En ella todo se volvía del revés: las figuras que yo respetaba y admiraba, el sacerdote y el levita, quedaban descalificadas; el nombre de Dios no era pronunciado en ningún momento y la única alusión lejana a su Ley (la prohibición de tocar un cadáver), era abiertamente quebrantada. Pero fue sobre todo el final lo que me resultó definitivamente intolerable: me proponía como modelo de conducta y de aprendizaje para hacerme prójimo, a un hereje samaritano cismático.


Intenté huir, pero la mano de aquel desconocido había agarrado la mía y me había sacado a campo abierto, hasta plantarme en una encrucijada en la que ahora me encuentro: me invita a dejar atrás todos los caminos ya frecuentados y a aventurarme por uno absolutamente desconocido y lleno de incógnitas. No me exigía renunciar a la herencia recibida, sino a crear a partir de ella algo nuevo e inédito.


Mis viejos saberes y seguridades comienzan a parecerme inservibles y el vértigo se ha apoderado de mí. Estoy alarmado porque, sin querer, comparo el personaje del Samaritano con las figuras del sacerdote y el levita, símbolos de las conductas que durante años han nutrido mis convicciones y me doy cuenta con asombro de que están empezando a cambiar de signo para mí: sus vidas me parecen anquilosadas y estériles, se expresan en una lengua muerta que ya no habla, los veo víctimas de costumbres muertas y frías, acomodados a dictámenes y convencionalismos externos, mercaderes de un discurso vacío, profesionales ateos del discurso sobre Dios. He comprendido por qué en la historia de Jesús, dieron un rodeo ante el hombre medio muerto: su corazón estaba atrofiado e insensible, incapacitado para reaccionar ante lo inesperado y liberarse de mecanismos habituales y rutinarios. Se sabían de memoria, lo mismo que yo, el mandamiento de amar al prójimo, pero su cabeza no estaba conectada con su corazón y huyeron del prójimo real que los desafiaba con su concreción’.


Va creciendo en mí lentamente la intuición de que la vida que voy buscando no está vinculada a leyes, templos, ritos, edificios o costumbres, sino a esa palabra en la que Jesús puso toda la fuerza de su relato: la compasión. El imperativo que me ha dirigido
‘haz tú lo mismo “gravita sobre mí y me debato entre retornar al mundo ya conocido de mis certezas sacadas de los libros, o a entrar en contacto con seres humanos de carne y hueso y descubrir que es junto a la gente más hundida donde se aprende la vida eterna”.


¿Y si nos atreviéramos a reconocernos, como en un espejo, en el personaje del Escriba? ¿Y si sus palabras pusieran nombre a nuestra costumbre de refugiarnos en el mundo aséptico de las teorías, en la satisfacción de las rotundas declaraciones, en la tranquilidad de una vida ordenada, cumplidora y entumecida, en la protección de horarios inmutables y de tapias a veces invisibles, a salvo del rumor de la vida que transita lejos de nosotros y de las lágrimas, los gritos, las risas o las esperanzas de los que viven y mueren en las afueras de nuestro mundo?


¿Cómo evitar que la aventura que un día emprendimos, nacida de un enamoramiento apasionado por el Señor y su Reino, derive hacia una tibia moderación y se convierta en un aburrido cumplimiento de normativas y costumbres?


Estamos experimentando la frustración de no haber atinado del todo con la búsqueda de la vida plena y desbordante en la que quisimos empeñar nuestra vida: nos sentimos cansados de palabras sin significación y hambrientos de ver, tocar y sentir; hemos alcanzado un punto de saturación en cuanto a declaraciones, documentos y teorías sobre lo específico de nuestra identidad, cuando lo que importa no es lo que proclamamos, sino lo que vivimos. ¿No estaremos gastando nuestras energías en conservar y retener una figura de Vida Religiosa y unas formas históricas que nacieron criticables y provisionales? ¿No estamos ya en el momento de dejar de repetir lo que ya veníamos haciendo, sino de abrirnos a lo que está delante de nosotros, a la novedad que el Espíritu está creando?


Posiblemente estemos necesitando los consejos del Escriba:


“- Abandonad vuestro mundo de realidades virtuales, como yo sacudo el polvo de mis legajos; apagad aunque sea momentáneamente los ordenadores en los que conserváis celosamente organigramas, reglamentos, proyectos sociales o planes pastorales y salid a las calles y a las plazas a escuchar el rumor de la gente real y a ensanchar vuestras superficies de contacto con ellos. No esquivéis los itinerarios peligrosos, porque la novedad emerge siempre fuera de los lugares seguros, protegidos y convencionales.


Abríos a una espiritualidad de la intemperie y a soportar la perplejidad sin poneros a la defensiva, arriesgaos a desaprender muchas viejas prácticas y a reaprender la práctica silenciosa del amor concreto, porque será eso, en vez de su monótona proclamación, lo que hará resplandecer vuestra vida. Poned más interés en descubrir necesidades que en conservar herramientas y en inventar respuestas más que en repetir fórmulas, traeos a casa las cuestiones fundamentales que habitan a la gente: la vida, la muerte, el amor, la verdad, la paz, el futuro de la tierra. No os empeñéis en seguir ofreciendo respuestas estándar que han sobrepasado ya su fecha de caducidad ni os dejéis paralizar por el desánimo: “precisamente porque las cosas se han agravado tanto, está permitida la esperanza”.


No os lamentéis de la insuficiencia de vuestros esfuerzos por “transfigurar” vuestra vida: tampoco yo conseguí alcanzar por mí mismo la vida que buscaba; alegraos si os habéis quedado sin palabras significativas para definir vuestra identidad: el Samaritano no necesitó pronunciar ninguna para acercarse al herido y curarle. Sencillamente lo hizo.


No tratéis de escapar cuando la vida os lleve a situaciones de desestabilización y de crisis, de desgarro y de ruptura y se queden en suspenso los privilegios teológicos que os sostenían, porque sólo cuando renunciéis a definiros por comparación con los demás se desplegará lo más auténtico que hay en vosotros. La vida que habéis abrazado no es un modelo ético, ni un relato fundador, sino una pasión, una aventura, un riesgo, un itinerario a recorrer con los ojos y los oídos abiertos y en el que la única brújula que guía a la meta es la de la misericordia y la ternura.


Dejad que, como a mí, os sacuda el imperativo:
“Vete y haz tú lo mismo’ Ante vosotros están abiertas las grandes avenidas de la adoración y la compasión que desembocan en “vida eterna”. Dichosos vosotros, si elegís caminar por ellas.



7. En manos del Primer Alfarero


Como en el capitel de Nazaret, Alguien agarra hoy nuestra mano para adentramos en su seguimiento y hacer de nosotros discípulas y discípulos suyos, apasionados por El y por su mundo.


Viene a nosotros con el empuje irresistible del manantial que salta hasta la Vida eterna y pretende arrastrarnos hacia esa adoración que busca en nosotros el Padre, hasta que la totalidad de nuestra vida quede expuesta a su amor y la prioridad de su Reino relativice todo lo demás.


Se acerca a cada uno de nosotros para sanar nuestras heridas y cargar con nuestras limitaciones, nos invita a recorrer con El los lugares donde la vida está más amenazada y a confiar en la fuerza secreta de la compasión y de la obstinada esperanza. Porque El, que contempla ya la espiga en el grano de trigo hundido en tierra y escucha el llanto del niño que nace cuando la mujer grita aún por el dolor del parto (Jn 16,21), nos descubre las posibilidades de vida que se esconden allí donde parece que la muerte ha puesto la última firma.


Él es el Dador del agua viva, el Samaritano que sana nuestras heridas, el Vencedor de la muerte, el Alfarero de la nueva creación.


Dichosos nosotros si nos dejamos atraer y conducir por Él.



PARÁBOLA SEGUNDA



Luis Lozano


ADÁN , SUS SUDORES, ABROJOS Y ESPINAS


Le tocó el turno de relator a Dante que estaba hablando con su paisano Virgilio. Y preguntó a la Asamblea que estaba pendiente de las preguntas de Sócrates, algo que pareció una vulgaridad infantil; pero que forma parte de la comedia divina.


Sócrates pedía explicaciones sobre el hombre solo , y sobre cuál fue primero el huevo o la gallina.


Dante pidió que se diera la palabra al primer hombre.. Y Dios Padre dio la palabra a Adán.


Yo era hermafrodita, empezó diciendo Adán. Por eso estaba aburrido y pedí al Creador una compañera similar, que me diera hijos. Y Dios me dijo que formara a la mujer de mi misma carne. Fue una tarea difícil; tuve que llamar a la Sabiduría a quien había visto cernerse sobre las aguas y diferenciar y hermosear el caos inicial. Y con el proyecto que me dio remodelé un cuerpo - (quiita esto de aquí, ponle aquello allí ) –que ensamblaba con mi cuerpo y mi espíritu.


Entonces empezaron a disputar – tan pronto – Adán y Eva, que ya eran varón y varona, madre de los vivientes, sobre su origen y destino. ( Empezamos y en ello estamos, susurró Sancho, a Don Quijote, después de mirar a su mujer Teresa Panza).


El hombre, yo Adán, siguió hablando, era como todo el cosmos al principio, confuso. Cual sobre el orbe indistinto, el espíritu de Dios Padre sobrevoló el hombre y me distinguió de la mujer - Adán de Eva – Distinguidos los sexos, había que hermosear los cuerpos ; el privilegio de hermosura se lo escogió Eva, quien ya empezaba a mandar sobre mí. Yo me quedé con la fortaleza... y el talento..


- Protesto, dijo Eva. Adán corrigió lo del talento... Y siguió platicando el hombre.

Necesitaba una atracción que no me inclinara a buscar mi primera condición de único. Por la tarde, después de la siesta, la vi tan hermosa cuando estaba en el baño, que me alegré de haberla hecho más bonita que yo. Entonces deseé a la mujer por vez primera.


Además , cuando hicimos la travesura de la manzana, supe, al escuchar al Padre, que una mujer de la estirpe de Eva – la más hermosa criatura jamás soñada – sería sin intervención de hombre, nada menos que templo de Dios.



LO DEL HUEVO Y LA GALLINA


Y Eva preguntó a Dante si se había aclarado ya cuál fue primero, el huevo o la gallina.


Decía ella que primero fue la gallina; pero Adán, como había explicado antes, que fue primero el huevo; que el espíritu anidó sobre el mundo como la gallina cubre a los huevos, así lo contó Moisés a quien miró para su aprobación.


En ese nidal, intervino Moisés, estaba todo el germen que empolló el universo, y en el todo está la parte. Todo el cosmos era como un huevo confuso y vacío; y el espíritu de Dios se cernió sobre ese nido. De él salieron todos los animales, incluida la gallina.


No conforme Adán quiso confirmarlo: antes fue, dijo , el barro divino que mi costilla.


Pero Eva siguió discutiendo: ¿Cómo llegó tu barro a ser estatua? Y Adán se quedó de piedra.



VIO DIOS SER TODO BUENO


Allí estaba la Sabiduría, que asistió al Creador del Universo. No hubo un antes o un después. La Sabiduría fue pronunciando palabras; la palabra se hizo nombres, sentimientos; los nombres pasaron a ser verbos; la idea fue acción; el sentimiento, pasiones....


La creación se hizo agua, cielo, aves, reptiles, dinosaurios. Dios creó un parque jurásico; el agua se hizo ríos y surtidores, aguas freáticas, hontanares...; el aire se hizo tornados, vendavales y ciclones; la fuente, nube y esta rocío; el fuego se hizo hoguera, volcán , brasa.... y amor, corazón... Y el corazón, agrandado de dolor .y amores, se hizo hombre.


Cuando el aire, el agua y el fuego se hicieron hombre, empezó a existir el día, la noche, la aurora y el crepúsculo. Era el Padre Dios quien hablaba.


Y el hombre puso nombres a los seres que salieron del arca de Dios. Porque lo primero fue el hombre – fuego y ceniza- Porque mi Hijo prefirió las vidas, las almas a todo lo demás.


Mi Unigénito era el Hijo del Hombre. No de Adán, ni de Eva : el Primogénito de toda criatura era el Hombre, Hijo del Hombre.



EL GRAN ENGAÑO


Y Milton, amigo de Dante y que seguía la conversación con mucho interés, añadió: y Adán disputó con Eva , y ambos disputaron con la serpiente; y todos disputaron con Dios Padre: así fue como se llegó al Paraíso perdido.

A partir de entonces la naturaleza se hizo hostil y Dios dejó de pasearse por las tardes en ella; se refugió en regiones inhóspitas: paseaba por los polos helados, por las regiones amazónicas, y se escondía entre las rocas en forma de susurros, hálitos y brisas.


El Creador, siguió Dante, arrepentido de haber hecho la zarza, creó el rosal ; pero el rosal echó espinas; las herramientas cambiaron destino: el arado se hizo lanza, la podadera, espada; el agua se hizo granizo; el aire, ciclón; el cielo, tormenta. Los hijos de Adán , airados, miraban al cielo desafiantes y blasfemos, porque sus hijos no podían meter la mano en las huras del áspid sin sacarla envenenada; no podían jugar con los cachorros del león sin perderla. Y nacieron las tormentas, aguaceros, y volcanes.


Y el hombre Adán, sudores y abrojos, espinas y cardos, quedó a merced de dinosaurios y diplodocos; ápteros y dípteros gigantes; a merced de glaciaciones y diluvios; Dios Padre empezó a hablar al hombre con truenos y relámpagos.


El hombre cada tarde volvía de sus sudores, y la mujer paría con dolor por la noche.



EL BIEN Y EL MAL


Comentaba Moisés con Dante que no se atrevió a escribir la bondad del hombre creado por Dios - Y vio Dios ser bueno – porque pronto se pudo constatar que no era bueno el corazón del hombre. De su corazón salía la envidia, la ambición, el desafío de Dios, la venganza... De su corazón salió Abel y Caín: el bien y el mal.. Y es que el hombre había comido del árbol de la ciencia del bien y la ciencia del mal.


Porque Caín mató a su hermano Abel: y la excusa cainita fue que él no era el guardián de nadie. Desde entonces la sombra alargada de Caín, recorre el mundo. Y pudo ver Adán cómo la rosa echaba espinas, el áspid mordía al niño de teta, el lobo mataba al cordero, la osa aplastaba al ternero; el leopardo mordía al cabrito, y el león devoraba al becerro. El león no comía paja como el buey sino carne de sus semejantes, y el destetado perdía la mano en la hura del basilisco...


Y constató Adán – el hombre – que Caín era como un lobo para su hermano. Y Dios Padre le dijo que la tierra sería maldita por su causa; solo le concedió dominar a la mujer; pero esta no quería ser dominada por nadie , salvo por la serpiente del ensueño de amor y de belleza. A la mujer le pronosticó el Creador que buscaría con ardor su marido...

Pero Yavé Dios, que los vio desnudos y en pecado, le regaló a la mujer el primer visón , y al hombre la primera pelliza .



Y EL MAL PARECÍA INEVITABLE



Porque Dios no iba a destruir al hombre; pero éste le obligaba a realizar una nueva creación mucho más difícil. Suponía aceptar que su Hijo fuera enviado al mundo hecho hombre. Ecce ego mitte me.


Mientras, continuaba la vida . Y Caín, que odiaba la vida rural y trashumante de su hermano, empezó a construir una ciudad que llamó con el nombre de Enoc, su hijo.


La ciudad era la huida de sí mismo; el huir de Dios que creó la tierra y se la dio al hombre para que la cuidase. Era verdad que la tierra sería maldita por causa del árbol del mal.


Pero esa maldición la llevó el hombree a la ciudad. Y si en el campo se forjaban podaderas, en la ciudad, se labraron espadas; si en el campo se hacían arados, en la ciudad se fabricaron lanzas; en el campo se hacían cestos, en la ciudad, fusiles; en el campo flores y hierba, en la ciudad asfalto y alcantarillas ; en el campo nacen los poetas, en la ciudad, los delincuentes..; en el campo se edifican altares, mientras en la ciudad, fortines .


Muerto su hermano, Adán engendró a Set. Caín engendró hijos; de ellos nacieron los constructores de la ciudad: Jubal construyó flautas y cítaras; y Tubalcaín empezó a construir lanzas, fíbulas de bronce y arados y podaderas de hierro; Jabel fabricaba tiendas y se volvió al campo como su tío Abel.



DIOS PROHIBE LA LEY DEL TALIÓN


Reprochaba Sócrates a Josué que hubiera ejercitado la ley del exterminio con los pueblos que conquistaba. Pasó a espada a todos los reyes de Canaán, y a quien se opuso al paso de sus tribus, destruyó a sangre y fuego. Y todo por mandato de Moisés, que a su vez invocaba la ley de Yavé Dios.


Zaqueo también se quejaba de que hubiera destruido la ciudad más antigua del mundo, Jericó. Destruir Jericó y a trompetazos, le parecía poco elegante y económicamente ruinoso.


Josué replicaba que eran otros tiempos...Pero alguien llegado recientemente a la Asamblea comentaba que aquella práctica continuaba vigente en las mismas tierras.


Yo dejé bien claro, replicaba Moisés que Dios Padre prohibió la venganza cuando Caín mató a su hermano. Quien matare a Caín, será siete veces vengado. ( Con esta sentencia, susurró Abel, es Dios Padre quien ejerce la ley del talión) .

Dios pone en la frente del fratricida una señal para que nadie le ofenda; tal vez ahí empezó la redención de las penas de los criminales. Pero Dios pone en el canalla una herida de memoria atormentadora; es un buitre que le roerá las entrañas mientras viva y que le hace volver al lugar del crimen..


Pero Dios Padre, concluyó Dante amaba al hombre porque era la imagen de Unigénito. Desde entonces Dios llovió sobre buenos y malos, y mandó que el sol iluminara todas las mazmorras, y la luna fuera cómplice de los ladrones.



LOS CAMINOS DE DIOS PADRE


Terminó la velada Dios Padre reconociendo que los caminos de los hombres no son siempre los caminos de Dios. Yo puse caminos en el jardín del Edén; sendas de andar sin pisar la hierba; pero desde siempre el hombre se empeña en atajos caprichosos. Siempre hace sus caminos directos, secretos, ocultos y prohibidos. Tiene la pasión por el árbol vedado, por la senda recta, sin meandros.


Me ha comunicado Rafael, el Arcángel, que los hombres ahora me retan diciendo: Tus caminos , no son nuestros caminos; y siguen pisando la hierba prohibida..


Hay que volver a marcar tierras nuevas; hay que predicar el camino. El hombre volverá a sentir con Dios porque yo he prometido que les cambiaré el corazón de piedra en corazón de carne , semejante al corazón manso y humilde del Unigénito..


Acabada la sesión, Dante comentaba con Beatriz los versos de la Comedia que él llamara divina. Le decía que su descripción del infierno le pareció necesaria. Pero Beatriz le reprendía diciendo que el amor de Dios Padre jamás será vencido por un infierno imperfecto; porque el AMOR no lo anegan las muchas aguas ni el turbulento abismo.

Elfriede Jelinek

La pianista

Mondadori

(Literatura Mondadori 252)

Barcelona, 2004

(año publicación 1983)


Se trata de la obra más famosa de la escritora austriaca, recientemente galardonada con el Nobel de Literatura, Elfriede Jelinek. En La pianista nos encontramos ante una novela de excelente factura artística, bellamente elaborada, lúcidamente equilibrada en su aspecto formal. Sin embargo, el contenido, la historia en ella dibujada se nos presenta de una crudeza aterradora. La cruel y dura vida sentimental de una mujer madura, manejada por una madre posesiva y dominante, se nos abre en esta novela de forma brutal y violenta.


Erika es una pianista frustrada que ejerce de maestra de piano. Pero su fracaso mayor no es el musical, sino el no poder escapar del dominio impuesto por su madre, que desearía recibir, en su hija, la gloria que ella misma no merecería. Esta situación de represión e inhibiciones cambia cuando Erika conoce a un alumno que se enamora de ella. El torrente de su inmadura afectividad se abre paso brusca y violentamente, en fantasías acunadas desde antiguo y nunca expresadas en las que se mezclan dominio y subordinación, placer y sufrimiento.

En esta novela profunda, elaborada, artística diríamos, se cuenta una amarga historia: la vida de soledad y sufrimiento de una mujer, la soledad y el sufrimiento que pueden asaltar a muchas mujeres, a muchas personas.


Elfriede Jelinek, escritora valiente y excepcional, reivindica con esta obra su carácter singular y lúcido, su lucha contra el pensamiento común y su afán de discordancia con una sociedad adormilada por las convenciones.

Manuel Carrasco García-Moreno



Francisco Ayala

El jardín de las delicias

Alianza Editorial

Madrid, 1999





Más que ante un libro, podría parecer que nos encontramos ante una obra pictórica. Se trata de una composición casi biográfica a partir de una sinfonía de pinceladas en elegante prosa. El casi centenario autor va dando a luz una serie de pensamientos, sentimientos, sensaciones, amargores y alegrías, recuerdos y esperanzas y consigue entretejer con ellos una red que verdaderamente atrapa al lector.

La sensación primera al acabar este libro ha sido de honda satisfacción por participar de una obra bien hecha. A pesar de estar compuesta con breves pinceladas, en ningún momento resulta desordenada o carente de hilo conductor. La figura del autor, del hombre Ayala, se va dibujando perfectamente, se va perfilando con toda suerte de matices. Leamos las palabras con que el mismo autor concluye su obra:


«¿Para qué has escrito? —me reprocho—. ¿Para qué tenías que escribir? ¿Acaso no bastaba?... El sarcasmo, la pena negra, la loca esperanza, el amor, esa felicidad cuyo grito de júbilo decae y se extingue en el sollozo de conocerse efímera, el sarcasmo otra vez, el amor siempre, con sus insoportables y deliciosas torturas de que son instrumento el reloj, el teléfono, el calendario, los oscuros silencios y la imaginación insaciable, todo eso, ¿no bastaba acaso con haberlo sufrido? ¿Era sensato preservarlo en un arca de palabras? ¿No es perverso intento el de querer oponerse a la fugacidad de la vida? Ahora, repasando las páginas del libro, vuelve todo ello a encenderse, a vibrar dentro de mí. Se encenderá y vibrará también de alguna manera cada vez que alguien lo lea. […]».

Ayala, como vemos, ha querido exponer su intimidad en un «arca de palabras». Ha presentado sus vivencias, sus hondos sentimientos al gran público, para que este pueda compartirlos con él, para que otros podamos descubrir en sus palabras aquello que nosotros ya hemos sentido.

En fin, se trata de una obra para todos aquellos que valoren la hermosura, la belleza artística y el lirismo literario. Es éste un libro para saborear con tiempo, para degustar y disfrutar. ¡Buen provecho!

Manuel Carrasco García-Moreno


Olegario González de Cardedal

Educación y educadores.

El primer problema moral de Europa

PPC

2ª. edición

Madrid, junio 2004


El Dr. de Cardedal ha realizado en este libro un acercamiento al mundo de la educación desde una perspectiva filosófica, teológica y geopolítica. Se trata de una valoración del grave problema de la educación en el contexto de la Unión Europea.

En este libro se tratan temas de alto interés actualmente, a saber: la construcción de una Europa unida por los valores a potenciar y por un ideal común de hombre más que por cuestiones económicas; la necesidad de unos criterios educativos comunes claros; la importancia del diálogo con los nuevos modelos culturales que se están extendiendo por el territorio europeo; el papel de la religión en la labor educativa…

Si bien es cierto que D. Olegario no es un experto en educación, desde el punto de vista de la preparación académica —aunque la haya ejercido con notable habilidad durante muchos años—, sus apreciaciones al respecto de la pedagogía, especialmente la de la religión, siendo él renombrado teólogo, tienen gran importancia y valor.

Ya desde el principio nos advierte el mismo autor que no se trata de un libro construido ex profeso como obra de una sola pieza, sino que está formado por diversas aportaciones suyas en revistas, conferencias, encuentros sobre educación. Esto, aun a pesar de restarle organicidad a la obra, le confiere de agilidad y actualidad en los temas tratados.

Animamos a los lectores interesados en la educación y la pedagogía, desde un punto de vista tanto cristiano como secular, la lectura de esta obra. La figura de D. Olegario González de Cardedal, destacada en otros temas, también tiene importantes aportaciones en este asunto.

Manuel Carrasco García-Moreno










1 CEREDA F., “La fragilidad vocacional. Orientación para la reflexión y propuesta de intervención”, Actas del Consejo General 385 (2004) 33-51.

2 Cf. OVIEDO L., “Estrategias de supervivencia en una orden religiosa”, en Verdad y Vida 238(2003) 587-610; ID., “Crisis en la vida consagrada. El problema de los abandonos”, Razón y Fe (Marzo 2004) 209-223.

3 GONZÁLEZ-CARVAJAL L. “Elementos insalubres para la vida religiosa en la cultura actual” Confer 159 (2003) 634.

4 Ecclesia in Europa 5. La exhortación “Ecclesia in Europa”, de 2003, analiza la situación de la Iglesia en Europa y toma la Esperanza como valor fundamental por revitalizar. Este documento se articula en torno a la Esperanza y se deja guiar por las indicaciones del Apocalipsis ante una situación eclesial difícil.

5 Ramón Prat es Director del Instituto Superior de Ciencias Religiosas de Lérida, y profesor de Teologia Pastoral en la Facultad de Teología de Cataluña.

6 RAMON PRAT, “Teologia pastoral i evangelització de la societat emergent”, en la Revista Catalana de Teologia, XXVII/2 (2002)

7 Entre las publicaciones que he ido realizando sobre esta metodología subrayo las siguientes: Fe i universitat d’avui, Nova Terra, Barcelona, 1974; La misión de la Iglesia en el mundo, Editorial S/M, Madrid, 1989; “... Y les lavó los pies. Una antropología según el evangelio”, Milenio, Lleida, 1997; El fil de la vida. Quinze imatges humanes de llibertat, Pagès Editors, Lleida, 2002 (traducción al español en preparación).

8 Silvio Sassi. En Cooperador Paulino Nº 118, marzo-abril 2003. pp 10-15

9 D. ALEIXANDRE, RSCJ, Buscadores de pozos y caminos. Dos iconos para una vida religiosa samaritana, en USG-UISG, Pasión por Cristo. Pasión por la humanidad, Congreso Internacional de la Vida Consagrada, Publicaciones Claretianas, Madrid 2005.

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