El pecado de restringir el propio mundo


El pecado de restringir el propio mundo




Inspectoría Salesiana de “Santiago el Mayor" León , 24 noviembre de 2003 nº 30









PAZ PARA TODOS. ¡FELIZ NAVIDAD!





¡Fecundo misterio!
¡Dios ha nacido!
¡Todo el que nace padece y muere!
¡Curad al niño!
¡Ved cómo llora lloro de pena
Llanto divino!

Gustó la vida:
Vierte sobre ella santo rocío.
Todo el que nace padece y muere;
sufrirá el niño
Pasión y muerte.
La rosa viva que está buscando
Humana leche,
Hiel y vinagre
Para su sed de amor ardiente
Tendrá al ajarse.


Miguel de Unamuno























ÍNDICE



  1. Retiro ………………….3-10

  2. Formación……………11-19

  3. Comunicación.……...20-23

  4. El anaquel……………23-39

  5. Resiliencia……………24-30

  6. Reseña…………………….31

  7. Necrologio Salesiano32-39



Revista fundada en el 2000


Edita y dirige:

Inspectoría Salesiana "Santiago el Mayor"

Avda. de Antibióticos, 126

Apdo. 425

24080 LEÓN

Tfno.: 987 203712 Fax: 987 259254


Maqueta y coordina: José Luis Guzón.

Redacción: Segundo Cousido y Mateo González

Depósito Legal: LE 1436-2002

ISSN 1695-3681


RETIRO






EL PROYECTO PERSONAL DE VIDA


El proyecto personal de vida es una orientación operativa del CG25, que tratando del tema “vida fraterna, don y profecía de comunión”, vio en el proyecto personal un modo concreto y eficaz de promover la comunión fraterna. De hecho, el CG25 señaló los diversos elementos del proyecto personal que favorecen la vida comunitaria:

  • la maduración humana, espiritual y salesiana;

  • el conocimiento y la práctica de la espiritualidad del Sistema Preventivo, fuente de nuevas relaciones en la vida fraterna;

  • la progresiva maduración de la identidad carismática salesiana;

  • la presencia, activa y cordial, en los encuentros ordinarios y extraordinarios que marcan el ritmo de la vida comunitaria;

  • la apertura al otro y la disponibilidad para compartir. (CG25 # 14)


Indudablemente lo que contribuye de manera decisiva a construir la vida fraterna en comunidad es la calidad de vida de cada uno de sus miembros. Por eso, el CG25 invita a todos los salesianos a asumir seriamente su compromiso de crecer en la propia vocación salesiana.


Estos apuntes quieren ofrecer sobre todo a los Inspectores y a los delegados de formación una ayuda a modo de motivaciones, condiciones y sugerencias que pueden servir a su tarea de animar a los hermanos respecto al proyecto personal.



1. Porqué un proyecto personal de vida


En pocas palabras, el proyecto personal, como su mismo nombre indica, es una proyección de la persona hacia el futuro. Como cualquier proyecto, pues, señala las metas a alcanzar y los pasos que se han de dar para lograrlas.


Pero, ¿por qué proyectar la propia vida?


  • Porque, teológicamente hablando, la vida del hombre, de cada hombre, es un proyecto, un ser en construcción del que Dios tiene el plano. Dios tiene su propio proyecto para cada una de sus criaturas; Él llama a cada uno por su nombre. En nuestro caso forma parte de su designio nuestra vocación cristiana y salesiana como camino que conduce a nuestra santidad. Entonces, en primer lugar, el proyecto personal es un acto de discernimiento de este camino. Se quiere descubrir el designio de Dios respecto a uno mismo para adherirse a él, con la convicción de que sólo siguiéndolo se logrará la propia realización plena y la felicidad.


  • Esta visión de nuestro futuro que obtenemos como resultado de un discernimiento constituye la dirección para nuestra vida presente. Proporciona un sentido y un valor a todos los elementos – las actividades, las relaciones, las experiencias, las actitudes, las energías – que forman parte de nuestra existencia cuotidiana, y no permite que se rompa en pedazos y, sobre todo, que se deje arrastrar por la corriente.


  • Estando orientada hacia una meta, la vida se vuelve más unificada. Es un hecho que conforme se va avanzando en edad, pasando de una fase de formación a otra, asumiendo nuevos roles y responsabilidades, estamos haciendo siempre nuevas experiencias – agradables o tristes – que requieren el ser integradas bien en una nueva síntesis de nuestra vida. Cada nueva situación en que se encuentra la persona requiere un repensar y un nuevo planteamiento de su vida. Llegar a ser director de una escuela, por ejemplo, es una nueva experiencia que requiere encontrar el modo en que ejerciendo esta nueva tarea se pueda crecer en la propia vocación – en la vida de comunión, en la interioridad apostólica, en la santidad. El proyecto personal es precisamente ese instrumento de unificación.


  • La experiencia nos enseña que hacer el proyecto es el modo más eficaz para realizar el cambio en la propia vida, porque, como se ha visto, el proyecto crea desde dentro una dinámica de cambio de vida: la clarificación y revitalización de la propia identidad se convierte en el motor del progreso y desarrollo en la propia vida. Convencido de la necesidad e importancia del nuevo planteamiento que quiere dar a su propia existencia, la persona se ve impulsada a hacer cualquier esfuerzo, aún a costa de sacrificios, para transformarse, trabajar sobre sí misma, tomas decisiones difíciles, precisamente para asegurar la realización de aquella identidad que lo atrae y le promete gozo y satisfacción.


  • El proyecto, por tanto, es el modo en que uno vive la aventura de su propia vida, asumiendo la responsabilidad ante la propia vocación y el crecimiento en ella hacia la santidad. Asistido por la gracia de Dios, ejerce plenamente la propia libertad, y de esta forma, construye la propia persona, convirtiéndose en un proyecto humano-divino.



A primera vista se podría tener la impresión de que el proyecto personal sea algo nuevo en la Congregación, quizás debido al tiempo en que vivimos. Pero, no es así. He aquí, por ejemplo, la “conclusión de los ejercicios hechos en preparación a la celebración de mi primera santa Misa”, escrita por Don Bosco en un cuaderno: “Il prete non va solo al cielo, né va solo all’inferno. Se fa bene, andrà al cielo colle anime da lui salvate col suo buon esempio; se fa male, se dà scandalo, andrà alla perdizione colle anime dannate pel suo scandalo. Quindi metterò ogni impegno per osservare le seguenti risoluzioni”.


Y siguen luego nueve propósitos que hizo Don Bosco, como, por ejemplo, emplear rigurosamente el tiempo; sufrir, hacer, humillarse en todo y siempre, cuando se trate de salvar las almas; dejarse guiar en cada cosa por la caridad y la mansedumbre de S. Francisco de Sales; dedicar algún tiempo cada día a la meditación y a la lectura espiritual, y a lo largo del día hacer alguna breve visita al SS. Sacramento, etc. (cf. Mem. Vigor. I, 518-519).


Actualmente los términos son nuevos, y nuevos son también algunos detalles de forma, pero tenemos aquí una especie de proyecto personal de vida hecho por nuestro Padre y Fundador, precisamente como un compromiso de vivir plenamente su sacerdocio.



2. Presupuestos para disponerse a trazar un proyecto personal


La formular del propio proyecto personal de vida es una tarea que se apoya en algunos presupuestos:


  • En primer lugar, es necesario tener claro la finalidad del proyecto personal de vida. No es una simple declaración de buenas intenciones o de buenos deseos; no es tampoco un plan de cualificación y especialización que un hermano formula para sí mismo y sobre el cual quiere dialogar con su Inspector. No. El proyecto personal de vida tiene como centro el crecimiento del salesiano en su vocación. Esta vocación de salesiano consagrado apóstol comprende algunos elementos fundamentales: la misión hacia la juventud, la vida de comunión con los hermanos en comunidad, la práctica de los tres votos religiosos de obediencia, pobreza y castidad, el diálogo con el Señor en la oración, y el compromiso personal de la propia formación.


Y la meta de este crecimiento es la santidad, o sea, “el amor perfecto a Dios y a los hombres” (C 25). De hecho, mediante nuestra profesión religiosa, entramos en el “camino de la santificación” (ibid.)


Sobre estos elementos centrales de nuestra vocación, por tanto, se basa el proyecto personal de vida, y ellos constituyen la base de toda la reflexión y el esfuerzo de crecimiento en la propia vocación.

.

  • Siendo el proyecto primariamente un acto de discernimiento, uno se puede preguntar cómo Dios da a conocer sus designios sobre nosotros. Lo hace sirviéndose de mediaciones.


Nuestras Constituciones y la Ratio, por ejemplo, trazan la figura del salesiano consagrado, presbítero o coadjutor, que Dios nos llama a ser.

El proyecto inspectorial de formación describe la actualización de aquella identidad dentro de un particular contexto socio-cultural y religioso en un determinado territorio.

Y el proyecto comunitario presenta un marco aún más preciso de lo que Dios espera de un grupo de hermanos que, por la obediencia, ha puesto en una casa para realizar la misión entre los jóvenes de aquella zona.

Estas son todas las indicaciones con las que Dios señala sus designios, y por eso son referencias que no se pueden ignorar a la hora de formular el propio proyecto personal.


Pero, Dios nos habla no sólo a través de documentos que son fruto de un discernimiento de su voluntad a nivel de Congregación, de Inspectoría y de la Comunidad local. Nos habla también a través de personas y situaciones, ya sean personas con autoridad o directores espirituales y confesores, o sean también nuestros mismos colaboradores o nuestros destinatarios (cuando, por ejemplo, manifiestan cómo desearían ver a los salesianos entre ellos o realizan un feedback de lo que piensan sobre nosotros…).


Se requiere, por tanto, apertura a las diversas voces a través de las cuales Dios nos habla, la humildad de solicitar el feedback de los demás sobre nosotros, y la confianza para abrir nuestro corazón con sencillez a personas que, como el director espiritual, pueden ayudarnos a comprendernos mejor a nosotros mismos y guiar nuestros pasos por los caminos del Señor.


Hacen falta también esos momentos de silencio para entrar en nosotros mismos, sopesar los estímulos que nos vienen de fuera, y dejar resonar la voz del Señor dirigida a nosotros personalmente.


  • Pero, el proyecto personal requiere además otras disposiciones personales.


No es posible disponerse a formular el propio proyecto si uno no está dispuesto a ser brutalmente (sic) honesto consigo mismo por lo que respecta a las propias acciones, comportamientos y motivaciones. Uno ha de confrontarse con toda autenticidad y además evaluar equilibradamente las propias capacidades y posibilidades si quiere proceder con planes adecuados a la propia realidad.


Y se necesita la voluntad, la determinación de progresar en la propia vocación, caminando hacia la santidad, como hemos dicho, que es la única y verdadera meta de nuestra vida consagrada.


Tal vez, el problema más grave que se afronta en este asunto del proyecto personal de vida es una cierta apatía o desinterés por el propio crecimiento. Se piensa que ya se ha llegado a un nivel espiritual satisfactorio en la propia vida, o bien se declara que ya no es posible cambiar. El desafío para los animadores – Inspector, Delegado inspectorial de formación, Directores- es el de convencer a los hermanos de su responsabilidad consigo mismos, con sus comunidades y con la Iglesia de ofrecer un testimonio vivo y gozoso de Cristo, creciendo en su vocación. Y el medio más eficaz para crecer es precisamente señalarse metas y trabajando por lograrlas.



  1. Los pasos de la formulación del proyecto personal


Precisamente porque fundamentalmente el proyecto personal de vida es un discernimiento, es necesario que sea hehco en un tiempo de silencio y recogimiento, como sería, por ejemplo el retiro mensual o los ejercicios espirituales, especialmente al principio del año. Es en este tiempo tranquilo de oración que uno se pone ante el Señor y se dice en palabras de Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”


  • Creado un clima espiritual de silencio y de oración, y asegurada la libre voluntad de hacer el proyecto para progresar en la propia vocación, cada cual realiza el primer paso del proyecto preguntándose lo que quiere Dios que él sea en el puesto en que se encuentra por obediencia con determinadas tareas y responsabilidades. Para no andar por las nubes, uno se pregunta qué identidad de salesiano Dios le llama a construir en el espacio del año que está por comenzar.

Es muy importante para este paso escuchar las mociones del Espíritu dentro de sí mismo y en los otros. Ayuda, en este proceso, el recordar aquellos momentos clave de la propia vida, como la primera profesión o la profesión perpetua, o la ordenación sacerdotal (los momentos de fervor, los propósitos que se tomaron entonces), y preguntarse qué querría el Señor de él en este momento. Si uno tiene un Diario en que escribe día a día sus experiencias, sus sentimientos y sus reflexiones, le ayudará mucho dar una ojeada a lo que escribió y ver qué sale como un mensaje del Señor.


Repetimos lo que ya hemos dicho antes: en el proyecto personal de vida se trata del ser – no del hacer – es decir, se trata de la identidad que, conforme a las Constituciones, abarca la misión salesiana entre los jóvenes, la vida fraterna de comunidad, la práctica de los votos religiosos de obediencia, pobreza y castidad, el diálogo con el Señor en la oración, y el compromiso por la propia formación – y todo esto para ser vivido en una de las formas de sacerdote o laico salesiano. Pues bien, cada cual se interroga sobre los aspectos en que se siente invitado por Dios a progresar en la propia vida. ¿A ser qué cosa me llama Dios en este momento?

Por ejemplo, uno podría sentirse llamado a ser un verdadero hermano para con los tirocinantes de su comunidad; o a ser casto especialmente respecto a lo que lee o ve; o a ser un sacerdote de interioridad apostólica en el ministerio que realiza cada día.

Como se ve, se está apuntando a lo que uno se siente llamado a llegar a ser en el espacio de un año con la gracia de Dios y su esfuerzo constante. Es una meta que promete un sentido de gozo y satisfacción en la propia vida, y representa un paso adelante en el camino hacia la propia santidad.

Es de señalar esta insistencia sobre el ser, y no sobre el hacer (esto vendrá más tarde). Y aquello que se quiere llegar a ser no ha de ser descrito como algo teórico o frío, sino como algo que entusiasma a la persona, como algo que atrae, estimula y es realista, que responde a sus deseos y a sus expectativas, que indica la posibilidad que puede resultar de su esfuerzo y sacrificio.


  • Una vez identificado lo que se quiere llegar a ser, viene ahora el momento de considerar el punto en que uno se encuentra en este camino, cuáles son los progresos realizados y cuáles las debilidades, las capacidades y las posibilidades, las limitaciones y los condicionamientos negativos. (Ejemplo. “Me dedico a mis tareas de enseñanza y no ahorro ningún esfuerzo para asegurar el éxito de mis alumnos, pero me doy cuenta de que soy algo severo en mis relaciones con los tirocinantes: los corrijo a menudo, pero pocas veces tengo con ellos expresiones de aprecio, agradecimiento o de ánimo”.

Frecuentemente se tiende a hablar directamente de las debilidades o aspectos negativos; sin embargo, parece una mejor estrategia, tener en cuenta primero los “éxitos” y los propios recursos en relación con el futuro deseado. Este modo de proceder crea un clima positivo para todo el proceso y sirve de estímulo, por cuanto se ven elementos ya realizados o realizables. Luego se pasa a ver las dificultades, o las debilidades propias, los elementos que tiene necesidad de ser mejorados en vistas a los objetivos propuestos.

Es posible que especialmente por lo que respecta a nuestras debilidades, no siempre es fácil detectarlas por nosotros mismos. Existe siempre un mecanismo de defensa con que se tiende a minimizar tales debilidades o a echar la culpa a otros. Por eso, es útil invitar a alguien a darnos un feedback sincero que puede, a veces, abrirnos los ojos ante nuestra realidad que quizás tendemos a ignorar.

En cualquier caso, es importante recordar que no sirve hacer una lista interminable de todos los puntos, positivos o negativos, en todo su detalle. Un buen proyecto presupone la capacidad de identificar aquellos tres o cuatro puntos que son decisivos y que prácticamente determinan todo lo demás; se trata de captar los retos fundamentales que hay que afrontar en nuestra vida.

  • Finalmente, a la luz de este conocimiento de sí mismo, se eligen las líneas de actuación que se quieren realizar durante este año para llegar a las metas que se han fijado (paso 1). Es deseable que las líneas de actuación sean realistas (que se puedan realizar dentro de un año), que sean pocas, pero esenciales, es decir: que toquen algunos aspectos importantes de la identidad salesiana y que, una vez realizadas, producirán una diferencia notable en la propia vida. Ayuda, por consiguiente, que el plan de acción contenga pasos graduales – semana tras semana, cada mes… Haciendo estos pasos uno tras otro, se crea una cierta confianza en sí mismo y se hace uno más animoso y optimista, viendo el progreso que se está haciendo.


Es útil expresar estas líneas de actuación en términos de objetivos, estrategias e intervenciones.


Los objetivos son la concretización de la visión del futuro, y las expresiones en forma de metas verificables: son indicadores para decirnos un día si y hasta qué punto hemos logrado realizar nuestras propios recursos. Una línea de acción como ser hermano para con los tirocinantes, podría tener como indicadores de éxito los elementos siguientes: sentirse a gusto de compartir conmigo sus problemas y sus dificultades; de lo tirocinantes recibo una colaboración amistosa y generosa; veo que los tirocinantes no me tienen miedo, al contrario, me quieren y sabemos entretenernos amigablemente. Mañana cuando se debe revisar hasta qué punto hemos logrado obtener la meta, estos objetivos con los puntos que nos ayudarán a evaluar el logro más o menos exitoso de los esfuerzos realizados.


Las estrategias o procesos son los principales aspectos que es preciso cuidar para lograr la meta-


Y las intervenciones son las acciones a realizar.

Es posible también considerar las líneas de acción a nivel humano, espiritual, intelectual y pastoral.


Hemos descrito lo que debería ser el procedimiento normal en la formulación del proyecto personal… Pero pueden darse casos (como, por ejemplo, hermanos de edad avanzada) que no se sienten de seguir todos estos pasos uno tras otro. El animador haría bien en sugerirles que hagan de un modo más sencillo su proyecto, formulándose sus propósitos prácticos de mejorar su vida.



  1. Después de la formulación


Tras haber formulado el proyecto personal de vida, es aconsejable que se presente al propio Director (cf. CG25 # 62) o al Director espiritual o incluso a un hermano de confianza, para recibir de él con sinceridad un feedback sobre el proyecto y las eventuales críticas o sugerencias.


Y luego, para asegurar seriamente el compromiso de alcanzar las metas, se revisa el proyecto de vez en cuando, especialmente con ocasión de los retiros o de los ejercicios espirituales. La evaluación ayuda a asegurarse de que estamos en el camino justo y de que hacemos progresos, y da pie a proyectar ulteriormente en el próximo año.

Y si se advierte de no haber progresado, la evaluación es el momento de buscar las causas del escaso resultado: quizás los problemas no se analizaron bien (uno se ha quedado en la superficie sin ahondar en las verdaderas causa), o tal vez, no se ha atendido a todos los aspectos del problema, o las líneas de acción eran demasiado genéricas y no bien enfocadas o concretas.


Una de las cosas que se debe tener en cuenta es la de armonizar el progreso personal con el proyecto comunitario (cf. CG25 # 74); como hemos señalado, ha de tenerse en cuenta el proyecto comunitario a la hora de formular el propio proyecto personal. Existe una relación de interdependencia entre amos: se refuerzan y se ayudan recíprocamente.


A veces se pregunta si el proyecto personal se debe compartir con otros. Puesto que se trata de un proyecto personal, no se puede pedir que sea compartido con otros, al menos que su autor espontáneamente opta por hacer a los demás partícipes de él, por ejemplo, en la comunidad.


Concluyamos: El proyecto personal de vida es un instrumento ofertado por la Congregación (y adquirido de su experiencia mundial) para ayudarnos a crecer en nuestra vocación salesiana. Se trata de apreciarlo y aceptarlo con alegría, dejándonos transformar por él nuestra vida.





FORMACIÓN



Los “otros” pecados contra la castidad1



Gonzalo Fernández Sanz, cmf.2



Las palabras pecado y falta contra la castidad han aparecido tan unidas y han levantado tanta controversia que el título de este artículo podría considerarse improcedente. ¿Es que puede haber todavía ‘más’ pecados en esta materia? El autor no se detiene en la casuística, ni busca alimentar morbosamente una lista engordada durante siglos. Estas páginas sólo pretenden ayudarnos a afinar y a aquilatar..., y lo logran.



A muchas personas les resulta difícil admitir que haya unos cuantos miles de hombres y mujeres que, en virtud de una experiencia religiosa particular, renun­cien a ejercer su sexualidad como se supone que deben ejercerla todas las personas "normales. Sospechan que hay un abismo entre la vida pública, ajustada a la imagen de personas continentes, y la vida privada, que puede discurrir por otros cauces más anchos. Incluso están dis­puestas a tolerar esta incoherencia con tal de que se mantenga dentro de ciertos lí­mites y no salpique en forma de abuso o escándalo. Una incoherencia aceptada so­cialmente neutraliza eficazmente cual­quier "veleidad profética".


Cuesta entender el significado del carisma de la castidad. No hay que poner las cosas más difíciles de lo que son, pe­ro tampoco hay que obsesionarse por ex­plicarlo todo y por disfrutar de plausibilidad social. Recuerdo a este respecto una simpática anécdota vivida cuando era estudiante de teología. Durante un verano participé con otros compañeros en los trabajos de reparación del tejado de nuestra casa. A quince metros del suelo, en traje faena, uno de los albañiles jóvenes nos preguntó con picardía: "Pero vosotros, ¿nada de nada?” Un compañero respondió dudar: "Nada". Difícilmente se puede insinuar más con menos palabras. El campo de la sexualidad se presta como pocos a las piruetas lingüísticas. El primer “nada" aludía a la intensidad (mucho, algo, nada). El segundo se refería a la especie (esto, aquello, nada). A nuestro compañero albañil le resultaba imposible entender dos "nadas" en los sumandos y una "nada" superlativa en el resultado. El diálogo acabó en un intercambio de risas porque un tejado no daba para más argumentos. Pero la cuestión estaba servida.


¿Qué significa pecar contra la castidad? ¿En qué estamos pensando cuando hablamos de los pecados contra este voto? Antiguos libros sobre vida religiosa ofrecían respuestas en las que se precisaba clarame­nte entre pecados mortales y veniales, pecados contra el voto y pecados contra la virtud, etc.3. En esas respuestas se abordan los pecados en los que espontáneame­nte pensamos cuando nos referimos a este voto y que coinciden, naturalmente, con los aireados por la literatura, el cine y los medios de comunicación social. La lista es grande, pero relativamente cerrada. Va desde la masturbación hasta las relaciones sexuales de diverso género pasando por la pornografía, los malos pensa­mientos y deseos y otra porción de actitu­des y conductas. ¿No tenemos bastante con esta lista como para imaginar que, además de estos pecados, pueden existir "otros"? ¿No hemos sufrido suficientes torturas de conciencia en este campo como para andar ahora multiplicando las especies?


No me resulta cómo­do expresarme en los términos propuestos pa­ra este artículo, pero, aceptado el desafío, podemos vencer la tiranía de las palabras y, aun­que sea desde la vertiente negativa (el título uti­liza el término "peca­do"), asomarnos a las inmensas posibilidades que se nos regalan con el carisma de la castidad y que tal vez frustramos por no prestar la debida aten­ción a esos "otros" pecados que parecen de segunda fila en comparación con los "grandes" y que, sin embargo, revelan un gran reduccionismo en la vivencia de la castidad consagrada. Basta exponer un manojo de siete para espolear la reflexión.


Jesús fue célibe. Pero no fue una per­sona cerrada. Al contrario, su radical per­tenencia al Padre le permitió una continua ampliación del horizonte vital. Fue capaz de establecer relaciones con todos los sec­tores de la sociedad, desde los más margi­nados (leprosos, publícanos, prostitutas) hasta los más influyentes (sacerdotes, es­cribas, oficiales romanos, ricos). Tuvo amigos y amigas. Estuvo cerca de los ni­ños y de los ancianos. Habló con judíos y con gentiles. Pisó la tierra de Israel y traspasó, siquiera tímidamente, sus fronteras. Su experiencia del Dios "siempre mayor" o condujo a vivir en un mundo "siempre nayor". La cristología actual no tiene re-)aros en hablar de la evolución de la conciencia de Jesús, de su continuo proceso le aprendizaje.


Un célibe que quiere vivir como Jesús no puede anclarse en la restricción neurótica de su campo vital. Si así fuera, estaría manifestando que su centro es demasiado débil como para sostener su vida. En otras palabras: estaría manifestando que su centro no es Dios sino unos cuantos anclajes idolátricos. ¿Cómo se puede convertir la castidad en "icono del Tú divino" cuando no genera conductas expansivas sino defensivas, cuando no moviliza nuestros recursos personales sino que nos somete a un proceso de "encogimiento"?


En la vida de las personas consagradas se dan a veces síntomas de restricción del propio mundo. La renuencia a cultivar la formación permanente, la repetición de esquemas comunitarios, la dificultad para revisar posiciones apostólicas y estructuras organizativas, el apego al propio destino, los obstáculos a una misión compartida con los laicos, son actitudes que, aunque no lo pare­zca a primera vista, tienen que ver con castidad. Y, sin embargo, es más común confesarse de conductas sexuales que de las que manifiestan cerrazón y repliegue. Pero, ¿no es la castidad un carisma del Espíritu para vivir en la onda de Jesús? ¿No implica, por lo tanto, una actitud expansiva que busca salir de los intereses del propio yo para estar disponibles a las necesidades de los demás?


Esta disponibilidad reviste hoy formas muy variadas. Tiene mucho que ver con la actitud de búsqueda intelectual, con la pasión por encontrar nuevas respuestas a los muchos problemas que hoy tiene planteados la humanidad y que producen sufrimiento a las personas. Tiene que ver también con la sensibilidad ante las for­mas de convivencia social que se derivan de la creciente multiculturalidad. No te­me reflexionar con más hondura sobre la identidad masculina y femenina, sobre los nuevos roles del hombre y de la mu­jer, sobre las diversas configuraciones fa­miliares.


La razón es siempre la misma: quien vive intensamente la experiencia de Dios como centro de su vida está preparado para adentrarse en territorios de alto ries­go en los que fácilmente olvidamos a quién pertenecemos. El carisma de la cas­tidad es, en este sentido, un carisma de vanguar­dia. El pecado consiste, pues, en vivirlo en pro­tegida retaguardia.



El pecado de los “aliviaderos”


La pulsión sexual se puede satisfacer, subli­mar o reprimir, pero no se puede eliminar. Un célibe acepta libremen­te no satisfacer esta pulsión mediante las re­laciones sexuales. Ahora bien, si no se ha adiestrado en la sublimación4, no le queda más alternativa que la represión. Esta última salida desequilibra a la persona porque no canaliza la energía sino e simplemente la retiene. Naturalmente la energía reprimida busca sus alivia­ros. Dos de los más frecuentes entre los célibes son el autoritarismo (que consiste en sustituir la autoridad por el mando) y el mal humor (que consiste en sustituir la esperanza por la agresividad). Dejemos que algunos ejemplos lo ilustren más claramente. Cuando subo a la segunda planta de un hospital regentado por religiosas y una, desde el fondo del pasillo, me grita que qué pinto allí sin autorización, que si no he leído el cartel que dice que se han terminado las visitas, lo primero que pienso es que a esta monja-sargento el celibato no le sienta nada bien. Puedo entender sus objeciones, pero no sus modales. Perfectamente podría haber comenzado preguntándome con amabilidad qué deseo y en qué puede ayudarme. Y también amablemente podría haberme advertido sobre el horario de visitas. Si reacciona con violencia y mal humor, si exhibe su autoridad con aires cuarteler­os, me está diciendo sin decirlo que no sabe cómo demonios canalizar su energía. Aunque no lo pretenda, me po­ne las cosas difíciles para que yo pueda entender la fuerza liberadora de su celibato y su cacareada opción de servicio a las personas.


Cambiemos de escenario. Si un religioso párroco, por ejemplo, preside el consejo pastoral de la parroquia encomendada a su comunidad y se pasa toda la reunión recordando que él es el último responsable, uno sospecha que tal des­pliegue de autoridad no nace precisa­mente de la caridad pastoral sino quizá de una insana represión y de la necesidad neurótica de autoafirmarse. Naturalmen­te, a los miembros del consejo se les ha­ce cuesta arriba entender eso de que "el celibato libera y no te altera" y zaranda­jas por el estilo.


En ninguna de estas conductas se ad­vierten claros ingredientes sexuales. Y, sin embargo, es posible calificarlas como pecados contra la castidad, en el sentido de que en ellas el amor oblativo, que es la esencia de la castidad, ha sido sustitui­do por el poder. Podemos alegar todas las eximentes que consideremos oportunas, pero la dinámica interna está bastante clara.


Existe un sexto sentido para desen­mascarar los revestimientos del poder. A veces, el poder, particularmente en los célibes varones, adopta la for­ma de criticismo. ¿Cuántas veces hemos oído lanzar diatribas so­bre el editorial de un pe­riódico, sobre una pelí­cula de estreno o sobre un líder político que no es de la cuerda de quien habla? La diferencia en­tre la capacidad crítica y el criticismo reside, a mi modo de ver, en que la primera toma en cuenta el conjunto de una realidad y trata de desentrañar sus elementos positivos y negativos. La segunda, por el contrario, se coloca siempre por encima, emite jui­cios absolutos y, por lo general, salta del plano de los datos objetivos al juicio so­bre las personas.


La tentación del poder se disfraza tam­bién de orgullo individualista o corporativista, según los casos. Consiste en una exaltación de "lo mío" o de "lo nuestro" en detrimento de "lo otro" o de "lo de todos". La tendencia a anteponer nuestros intereses personales al proyecto comunitario, las obstrucciones a la colaboración intercongregacional, los excesivos recelos en la misión compartida son algunas manifestaciones visibles. En todos estos casos la persona célibe queda frustrada porque los sustitutivos del amor no logran integrar la personalidad. En vez de abrir a la persona a la alteridad la cierran en las muchas formas del narcisismo.



Pecado de la “exquisita distancia”


Un célibe consagra­do es una persona carismáticamente habilitada para una vida relacional. En principio, tendría que manejarse bien en las "distancias cortas”, especialmente en las que se establecen con los "excluidos afectivos" de nuestras sociedades: ancianos solos, niños con problemas familiares, jóvenes desarraigados, personas sin techo, enfermos crónicos desprotegidos, solitarios de diverso género, etc. Y, de hecho, hay muchos religiosos y religiosas que son expertos en cercanía y cuyas historias habría que contar porque son verdaderas pa­rábolas del Reino.


El pecado consiste en huir de esta cercanía sanadora y practicar un tipo de distancia que no nace del respeto al otro sino del deseo de no complicarnos la vida con personas y situaciones que rompen nuestros hábitos y "hieren" nuestras sensibilidades. Si la adjetivamos de "exquisita" no es por sus formas delicadas sino por las razones "espléndidas" que sole­mos aducir para justificarla y que son, en realidad, racionalizaciones: "Mire, hoy no dispongo de tiempo porque tengo que dar clase, pero no se preocupe porque mañana...". "Yo no valgo para estar con esta gente, hay otros que lo pueden hacer mejor", "Demasiados problemas tenemos ya aquí como para que encima me preocupe de lo de allí", etc.


A muchos laicos les cuesta comprender que quienes hemos profesa­do vivir como Jesús to­memos tantas precau­ciones a la hora de rela­cionamos con los de­más, especialmente con aquellos de los que no cabe esperar de entrada una respuesta agradeci­da. A los religiosos y re­ligiosas se nos suele considerar personas ac­tivas, pero no siempre cercanas. Es más: el ex­ceso de trabajo se con­vierte a menudo en excusa frecuente para no dedicar tiempo a las distancias cortas, que son las que propician los verdaderos encuentros interpersonales y las que mejor ponen a prueba la consistencia personal.


La experiencia nos dice que las dis­tancias cortas entrañan riesgos de todo tipo: transferencias, dependencias, ena­moramientos, manipulación, etc. No po­demos cerrar los ojos. La virtud de la prudencia nos ayuda a sopesar en cada caso en qué medida los riesgos superan a las posibilidades. Pero nunca un mal ejercicio de la prudencia debería conver­tirse en una estrategia para la retirada, porque eso significaría renunciar a los mejores frutos de la castidad consagrada: la ternura, el consuelo, la confidencia, la intimidad, la lucha compartida... y la transmisión de la fe.


En efecto, existe una evangelización de las "distancias cortas" que es tal vez la más adecuada para nuestro tiempo. Muchos de los medios tradicionales de evangelización están pensados para grupos grandes. La mayoría conservan su sentido, pero dejan fuera a las personas que no se sienten muy identificadas con las mediaciones eclesiales y que, sin embargo, se hallan en una nación de búsqueda religiosa. En estos casos, cada vez más frecuentes, el manejo de las distancias cortas es esencial. Supone la capacidad de escuchar con paciencia, de entrar en un diálogo sincero, de dejarse cuestionar por los otros, de acoger perplejidades, de comunicar oportunamente la propia experiencia, de rastrear la huella de Dios en los pliegues de nuestras complejas experiencias humanas; en suma, de acompañar itinerarios de fe. ¿Por qué refugiarnos en la distancia del profesional de la religión cuando estamos habilitados para la cercanía del testigo?



El pecado de la “excesiva cercanía”


Aquí el peso de la exageración cae sobre el otro platillo de la balanza. La cercanía es propia del amor. Si le pegamos el adjetivo "excesiva" es porque existe un tipo de cercanía que no sabe respetar el espacio autónomo de los otros, que rompe la barrera de la alteridad, y que es parasitaria. Hay célibes que "se atan" a una relación para disfrazar la soledad inherente a la vida consagrada. Pasan sus vacaciones con una familia amiga "que todos los años me invitan porque no saben moverse sin mí". Buscan el consuelo en sobrinos que aprecian al tío o a la tía religiosos, sin caer en la cuenta de que estos adorables sobri­nos suspiran secretamente por liberarse un poco de su atosigante presencia. Con­sideran que son imprescindibles para todo bautizo, matrimonio o funeral que suceda en su ancho radio de acción, "porque a mis conoci­dos les gusta mucho que yo presida los aconteci­mientos familiares". Cuando se acerca la Na­vidad, dedican horas y horas a escribir tarjetas de felicitación "porque tengo un montón de compromisos que no puedo descuidar". El día de su cumplea­ños anotan cuidadosamente todas las lla­madas telefónicas que reciben ... y tam­bién los correos electrónicos. En fin, que miden su amor por la suma de dependen­cias afectivas que han ido acumulando con el paso de los años.


Es evidente que la castidad no es aisla­miento sino relación. Pero la castidad im­plica soledad. Hay un tipo de soledad que es inherente a toda experiencia de en­cuentro. Seguimos al Jesús entregado y también al Jesús solo, al Jesús que toca a la multitud y al Jesús que sabe retirarse.


Todos los seres humanos estamos con­frontados con el misterio de la soledad. En el caso de los consagrados, hay una dotación carismática para vivir esta sole­dad no como vacío absoluto sino como espacio habitado, como experiencia en la que Dios planta su tienda en el corazón humano. El célibe que no ha aprendido a entrar en comunión desde la soledad fe­cunda fácilmente instrumentaliza las rela­ciones familiares, pastorales, o de amis­tad. No nos acercamos a los otros para rellenar los vacíos producidos por un voto sino para compartir con ellos una búsqueda común, para abrirnos juntos al misterio del Dios Amor, la referencia esencial de toda construcción humana.


1 El pecado de la doblez

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Siempre seremos incoherentes; es decir, siempre habrá una distancia entre nuestros valores profesados y nuestras conductas. Esto no es demasiado grave cuando se da en un contexto de autenticidad; o sea, de lucidez para vivir en verdad, reconociendo lo que somos y lo que estamos llamados a ser, poniendo nombre a nuestras luces y a nuestras sombras, asumiendo el riesgo de ser nosotros mismos, y pidiendo perdón por nuestra infidelidad. Incluso un cierto nivel de incoherencia puede resultar espiritualmente saludable en la medida en que nos mantiene siempre abiertos a la gracia de Dios desde el reconocimiento humilde de nuestra condición frágil.


El pecado de doblez es otra cosa: es el pecado de la inautenticidad, de vivir desde el rol social que desempeñamos y no desde lo que realmente somos. Quizá en pocos campos como en el de la castidad estamos más tentados de vivir con doblez, enbuena medida por que es un campo minado, en el que no resulta fácil llamar a las cosas por su nombre sin sentir el peso súbito de un juicio reprobatorio. Hemos cargado tanto las tintas sobre el campo de la afectividad y la sexualidad que nos hemos condenado a nosotros mismos a no integrar bien estas dimensiones. La falta de un lengua-abierto, incluso en las jóvenes generaciones, ha favorecido la proliferación de las medias palabras. La excesiva morali­zación ha bloqueado los procesos de cre­cimiento personal. Los juicios rígidos han impedido la comunicación libre. En buena medida, somos responsables de ha­ber cavado nuestra propia tumba. La lite­ratura y el cine han recreado personajes religiosos de doble moral que han contri­buido a fijar todavía más los estereotipos comunes.


Este clima no favorece nada la credi­bilidad de un carisma que puede ser vivi­do con autenticidad porque no supone ninguna negación de la sexualidad hu­mana sino una manera de enfocarla y de gestionarla.


No se hunde el mundo por las incohe­rencias, pero sí puede hundirse por un proyecto de vida cimentado sobre la in­autenticidad.



2 El pecado de la profanación

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Hay un tipo de pudor que nos resulta sospechoso: el de las personas que se nie­gan a llamar a las cosas por su nombre y que tienden a recubrir con un lenguaje es­piritualista las experien­cias de la vida, especial­mente las que tienen que ver con el mundo afectivo y sexual. Con­tra este falso pudor han reaccionado la psicolo­gía, la espiritualidad y también la formación que hoy se procura ofre­cer a los jóvenes reli­giosos. Sin embargo, no todo son conquistas. A veces, en el esfuerzo por iluminar oscuri­dades corremos el riesgo de profanar el santuario de la dignidad personal. En el terreno psicológico, por ejemplo, existen verdaderos "maestros de la sospecha", tan habituados a juzgar a las personas desde su fondo inconsciente, que prácticamente invalidan cualquier afirmación de realidad que no esté filtrada por sus métodos de análisis. Tardaremos tiempo en liberarnos de esta moda que tanto ha desquiciado a algunas personas célibes.


La formación, como es natural, se convierte en campo de pruebas de las tendencias anteriores. A veces se llega a extremos que sólo con el paso del tiempo se ven como ridículos, pero que en el momento de producirse suscitan una enorme atracción. Uno de los más frecuentes es el de recurrir a la sinceridad como valor supremo y como arma arrojadiza: "Aquí lo hablamos todo", "Yo al psicólogo le he contado mi vida de pe a pa", "Hablemos claramente de nuestras necesidades y dejémonos de marear la perdiz", "Ya es hora de poner las cartas boca arriba". ¿No constituyen estas frases una demostración de la autenticidad con la que hoy pretendemos abordar nuestra vida? ¿No representan un avance frente a un tipo de formación mojigata y, en el fondo, encubridora? ¿No indican la dirección correcta por la que deberíamos transitar si aspiramos a una vida celibataria libre e integrada?


¿Dónde está el pecado? El pecado está -si podemos hablar en estos términos- en pretender traspasar la frontera del santuario personal, querer controlar nuestro misterio o el de los otros, en ufanarnos de saber más, de haber ido más lejos, de dejar en cueros el débil psiquismo humano para luego permitirnos el lujo de una nueva vestición.


Me parece que el voto de castidad, junto a una enorme clarividencia para vivir en verdad, acentúa un nuevo sentido del pudor que se ha perdido socialmente (basta asomarse a las exhibiciones narcisistas que aparecen en la televisión en los llamados "reality shows") y que no se aprecia bastante en algunos círculos reli­giosos. Este sentido del pudor no tiene nada que ver con maniobras obstruccio­nistas para no abordar la propia realidad. Se parece más al estremecimiento y al respeto que experimentamos ante lo sa­grado. Los buenos psicólogos, los buenos confesores, los buenos amigos, los bue­nos amantes, lo conocen bien. En ocasio­nes, podrían decir muchas cosas, podrían presumir de sus intuiciones, podrían apa­bullar a los otros con su sagacidad, pero renuncian a hacerlo por una sola razón: porque no quieren convertirlos en objetos de dominación, porque son conscientes de la esencial inviolabilidad de todo ser humano. Y por eso son respetuosos, pa­cientes, delicados. Una verdad escupida no es una verdad liberadora.


En una sociedad que, con ínfulas de "hablar de todo con pelos y señales", ha trivializado tanto el mundo de la sexuali­dad, los célibes consa­grados estamos llama­dos a vivir en la onda del respeto, que es una forma de confesar la huella divina de todo ser humano. La desapropiación que supone no convertir al otro en objeto explorable es, hoy por hoy, una reacción contracultural. Cada vez nos sentimos más manipulados y, por lo tanto, más recelosos de emprender la aventura de las relaciones personales. ¿No significa la castidad consagrada una oferta de confianza, de insobornable respeto al misterio de cada persona, de reconocimiento de su condición de imagen de Dios?



El pecado de la desconfianza y la tristeza


¿Por qué y cuándo solemos sonreír los seres humanos? No sonreímos simplemente cuando las cosas nos van bien. Sonreímos cuando hemos aprendido a mirar compasivamente la realidad, cuando somos perfectamente conscientes del ideal al que aspiramos y del punto en que nos ha­llamos, y aceptamos el desnivel sin perder la esperanza.


El carisma de la castidad, como todo don, es un tesoro que se lleva en vasijas de barro. El idealista se limita a soñar con el tesoro. El derrotista da vueltas a la vasija de barro. Ni uno ni otro encuentran motivos suficientes para sonreír en la batalla el día a día.


Hay célibes que no creen en la castidad como un carisma. Y, por lo tanto, no creen que posea fuerza para impulsar una vida feliz. La toleran como se tolera una suegra de la que no se puede prescindir. Es evidente que la continencia sexual a la que queda reducida en ellos la castidad no alimenta tampoco muchas sonrisas.


Para más inri, la situación cultural que nos ha tocado no favorece mucho vivir este carisma con entusiasmo. Proliferan tanto las llamadas a un ejercicio meramente gratificante de la sexualidad que, de no ser porque la vida real desenmascara continuamente esta falacia, el célibe podría caer en la tentación de creer que sólo quien practica asiduamente la relación sexual puede ser feliz. A veces me he preguntado si quienes publicitan estos mensajes mediáticos han tenido muchas ocasiones para hablar de tú a tú con las personas de carne y hueso: adolescentes, jóvenes y adultos. Quien tenga una míni­ma experiencia en este campo habrá comprobado que el ejercicio de una genitalidad espontánea no produce automáti­camente un efecto positivo y que siempre deja su huella; no es algo tan inocuo co­mo beber un vaso de agua o hacer un po­co de gimnasia. Y no puede ser de otra manera, porque no esta­mos hablando de una simple función orgáni­ca, sino de una gramáti­ca humana que implica a la persona entera y los cuales pier­de su significado y pue­de convertirse en una fuerza destructiva y despersonalizadora. Produce tristeza com­probar que algunos de los que fueron mentores de una sexualidad salvaje en la juventud, llegados a la edad adulta, reco­gen velas y se transforman en rígidos pu­ritanos. ¿No hubiera sido preferible un acercamiento más equilibrado desde el principio? ¿Tendremos que estar siempre sometidos a las ocurrencias de los más extravagantes?


La castidad en el celibato, que siempre ha sido un estilo de vida contracultural, tiene que hacer frente hoy a un descrédi­to añadido a causa de los escándalos que se han producido en algunos célibes (sa­cerdotes y religiosos principalmente). Pa­ra la mayoría de la gente no resulta fácil separar los casos particulares del princi­pio general. Si se dan algunos casos lla­mativos, eso indica que el estilo de vida celibatario es la causa de esos escándalos y, por tanto, que haríamos bien en prescindir de él cuanto antes.


Tanto las impugnaciones provenientes de quienes teorizan sobre una sexualidad amoral como las conclusiones generales que algunos extraen a partir de escánda­los particulares producen en muchos céli­bes una profunda tristeza, la sensación de que les ha tocado en suerte, no un "lote hermoso", sino una carga pesada y, lo que es peor, denostada e in­comprensible. La tristeza no surge tanto de la dificultad para vivir la castidad con vigor cuanto de la sospecha generalizada que se cierne sobre quienes quieren vivirla. Abandonarse a esta tentación es hoy uno de esos pecados a los que cuesta poner un nombre preciso y que, sin embargo, están enturbiando la serenidad y la alegría de muchos consagrados.


Cuando un célibe pierde la confianza en el don recibido y, por lo tanto, la alegría que mana de esa confianza, está expuesto a todas las manipulaciones imaginables. Puede llegar a creer que la castidad lo convierte en una especie de disminuido humano, en un residuo de tiempos felizmente superados. La reacción no consiste en adoptar una postura defensiva a ultranza sino en procurar una actitud lú­cida para no dejarse llevar por posturas que, con apariencia de objetividad y mo­dernidad, carecen de un sólido fundamento an­tropológico.


Este pequeño catálo­go sobre los "otros" pe­cados puede resultar tan odioso como las viejas listas de penitencias tarifadas. Y acabará sién­dolo, a menos que, por contraste, su lectura constituya una ocasión propicia para seguir en­sanchando el campo de la castidad consagrada. Esta castidad es, en su misma esencia, un carisma de ex­pansión, que nos lleva más allá de nos­otros mismos sin pasar por encima de nuestra condición sexuada; antes bien, haciendo de nuestra sexualidad una manifestación de lo que significa la vida hu­mana vivida al estilo de Jesús.





COMUNICACIÓN



Reseña histórica: el periodismo católico5



Quien posee los medios posee las masas. Comunismo, nazismo y fascismo son un ejemplo claro del poder de los medios de comunicación al servicio de una ideología. Es notable la gran sensibilidad histórica de León XIII ante el fenómeno de la opinión pública con relación a la información. Posteriormente el magisterio moviliza a los católicos para que se impliquen en una «nueva forma de predicación». Los periodistas católicos son los «portavoces» de la Iglesia y sus enseñanzas y, al mismo tiempo, los intérpretes de la voz de los fieles.



Entre los fenómenos de la comunicación de los últi­mos decenios del siglo XIX y de los primeros años del XX hay que recordar el nacimiento y la consolidación de la opinión pú­blica gracias, entre otras cosas, al desarrollo del periodismo.


La invención de los modernos medios de locomoción (automó­vil, aeroplano, barco de vapor, tren, etc.), y especialmente el proceso de industrialización, crean en la socie­dad una mayor posibilidad de in­tercambio. Los gobiernos, la eco­nomía, la escuela, la religión, la po­lítica y la cultura se ven en una si­tuación de interacción con un cuer­po social que no es sólo un conjun­to de individuos, sino una masa cada vez más vasta y compacta. La sociedad toma conciencia de estar formada por una masa radicalmen­te distinta de la sociedad feudal.


A mediados del siglo XIX nace la sociología, con el objetivo de estudiar de cerca los nuevos fenó­menos de la sociedad. Influencia­dos por los estudios contemporá­neos centrados en la persona como organismo vivo y en evo­lución, los primeros sociólogos ven en la sociedad una prolon­gación del individuo. Sin embar­go bien pronto, impulsados por la industrialización, los estudiosos toman nota de los mecanismos originales de la sociedad.


Ya con Claude Henri de Saint-Simon (1760-1825) la sociedad se entiende como un organismo vivo. Al mejorar las redes artificiales de los transportes y de los flujos fi­nancieros, la sociedad industrial refleja la vitalidad del organismo vivo. Los medios de locomoción y los instrumentos de información desempeñan las tareas fundamen­tales de distribución y regulación en la sociedad.


Augusto Comte (1789-1857) sostiene que la sociedad, en cuanto organismo vivo, obedece a una ley fisiológica de desarrollo progresi­vo. La sociedad industrial, por tan­to, es una etapa de un proceso de evolución cada vez más caracteri­zado por el progreso. Ferdinand Tônnies (1855-1936) hace un análisis de la sociedad industrial distinguiendo una sociedad-comunidad de una sociedad-contrato. La sociedad industrial se diri­ge a grandes pasos hacia relacio­nes sociales basadas en contratos: es una sociedad anónima y fría.


Emile Durkheim (1858-1917) destaca que cuando en una socie­dad se modifica la división del tra­bajo, se modifica también el tipo de solidaridad social. La sociedad industrial, basada en una riguro­sa división de las fases del trabajo y en la especialización, crea una solidaridad entre grupos sociales que de hecho actúan como com­partimentos estancos. En el estu­dio general de la sociedad, los so­ciólogos descubren un fenómeno nuevo: la multitud y sus movimien­tos. Scipio Sighele (1868-1913) en La masa criminal (1891) extiende a la sociedad los mismos mecanis­mos agresivos que se encuentran en la persona. La prensa es presen­tada como «una nueva forma de sugestión» que deja la marca en el individuo y con mayor razón, en la multitud. Así, el periodista es un líder que arrastra consigo la masa de lectores. La responsabilidad del periodista está vinculada a la gran influencia que él tiene de orientar a la masa.


Gustavo Le Bon (1841-1931) en Psicología de las masas (1895) da una descripción tétrica de la masa: una multitud delirante, con­tagiada mentalmente, autómata, que la voluntad lúcida no es capaz de controlar. La multitud que en sus movimientos y en su expresión nu­mérica quiere influir en la sociedad para instaurar la igualdad de cla­ses, es considerada como un peli­gro amenazador.


Gabriel Tarde (1843-1904) pro­pone una interpretación menos pesimista de la muchedumbre, destacando que ya no conviene ha­blar de multitud, sino que es pre­ferible hablar de público. Caracte­rística del público es la tendencia a la imitación como factor que aco­muna a todos. Hay que pasar del manipulador que hipnotiza a la masa al modelo que permite una identificación del público.


Sigmund Freud (1856-1939), en el ensayo Psicología colectiva y análisis del yo (1921), recurrien­do a la categoría de la libido relativiza la visión negativa de la masa entendida generalmente como presa de la emotividad incontrolada y la inhibición de la razón. La masa, en cambio, se polariza en torno a las fuerzas del amor y de la destrucción.


En este contexto de estudios sobre la sociedad y sobre la multitud surge, en el ámbito de la comunicación, la investigación sobre la sociedad de masa. Por una parte, el planteamiento de los estudios sociológicos tiende a identificar la sociedad como un organismo vivo en desarrollo. Un aspecto particular de tal organismo vivo es la masa, entendida como un conjunto de personas fácilmente manipulable. Por parte, el poder de la prensa (libros, periódicos y revistas), del cine y de la radio parece no tener límites: se habla de la omnipotencia de los modernos medios de comunicación. Todo lleva a pensar que los verdaderos dueños de la época son quienes poseen los medios de comunicación. Quien posee los medios, posee las masas. La comunicación se organiza como una batalla frontal entre los diversos dueños de los medios de comunicación, y las masas se dividen siguiendo a sus dueños. Comunismo, nazismo y fascismo, en pleno desarrollo, son un ejemplo indiscutible del poder de los medios de comunicación puestos al servicio de una ideología. Serge Tchakotine, publica Le Viol des foules par 1a propagande politique (1939) para denunciar los métodos propaganda nazi.


Textos del magisterio

También los textos del magisterio tratan de responder al problema central de la industrialización: las masas que caracterizan los fenómenos de la sociedad. Las masas entre otras cosas, desertan de la religión católica buscando en otras partes los principios para la vida social. La gran sensibilidad histórica de León XIII destaca el fenómeno de la opinión pública que se consolida con la información pe­riodística. En la carta Constanti Hungarorum (2.9.1893) el Papa hace referencia a los peligros de «quienes tienen influencia en la opinión pública». En la carta Paternae prouidaeque (18.9.1899) León XIII afirma: «En nuestros días, el pueblo forma sus opiniones y conforma sus costumbres casi ex­clusivamente a partir de estas lec­turas cotidianas. Por eso se cons­tata con pena que entre los buenos yace inerte un arma que, ma­nejada por los impíos con astu­tos engaños, proporciona gran ruina a la fe y a las costumbres".


Las pautas del magisterio so­bre la comunicación, aunque si­guen denunciando el mal causa­do por los libros y por los malos periódicos, incita con fuerza a los católicos para que con el periodis­mo militante se comprometan en una «nueva forma de predicación».Se trata de un periodismo que de estar en total dependencia y sintonía con la jerarquía, con fines apologéticos, en defensa de la religión y del Papa.


El destino de la fe católica, en este período, parece identificarse con los avatares históricos del estado pontificio y con la persona del Papa. El periodismo católico llevado a cabo por el clero y los laicos, se considera como una prolongación de la obra de la jerarquía. Por tanto no se toleran desobediencias. Con llamadas de atención y entredichos algunos periódicos del mundo católico son amonestados o suspendidos.


La carta (23.3.1910) enviada por el card. Rafael Merry del Val al padre Giuseppe Chiaudano, provincial de los jesuitas de Turín, respuesta a su regalo a Pío X de un opúsculo titulado El periodismo católico: criterios y normas, ayuda a descubrir el perfil del periodista católico: «Este opúsculo es muy útil para el periodista católico, a quien podría servir de manual o código como también a los obispos que tienen en sus diócesis periódicos católicos que vigilar. La prensa católica, convencida de una vez de la dignidad de su ministerio, siempre lejos de deplorables servilismos lo ejerza con la debida dignidad grandeza, y guíe a los lectores, con la expansión de las inteligencias en la doctrina católica y de los corazones en la práctica de la moral cristiana, a pensar todos con una sola mente, a amar con un solo corazón, la mente y el corazón del Vicario de Cristo y a militar valerosamente a su lado».


En la encíclica Ad beatissimi (1.11.1914) de Benedicto XV encontramos una descripción de la opinión pública dentro de la Iglesia: “Ninguna persona particular se comporte como maestro en la Iglesia, haciendo discursos públicos o publicando libros o periódicos. Todos sab­en a quién ha encomendado Dios el magisterio de la Iglesia; a él debe dejarse libre el campo, para que hable cuando y como crea oportuno. Es deber de los demás prestarle la debida atención cuando habla y obedecer su pala­bra. Y con respecto a temas sobre los que la santa Sede no se ha pro­nunciado, dejando a salvo la fe y la disciplina, se puede discutir en favor o en contra; es lícito que cada cual exprese su propia opinión.


Atento a la evolución de la so­ciedad, para caracterizar su mi­sión pastoral, Pío XI cita a menu­do la frase evangélica «miserear superturbam" (Mt9, 36). El Papa percibe que las masas se alejan de la religión, y su magisterio en comunicación refleja su voluntad de llegar a las multitudes que es­tán lejos de la Iglesia. Varias veces el Papa estimuló también al pe­riodismo católico a ponerse al ser­vicio de la evangelización con acen­tos originales. «Algunos han dicho -afirma Pío XI en el discurso del 6.6.1933- que los periodistas son "los portavoces" de la opinión pú­blica, otros dicen que son, en cambio, sus "fabricantes". Una y otra definición parecen verdaderas y expresan claramente todo el poder de los periodistas, pero también su formidable responsabilidad... Los periodistas católicos saben y sien­ten -y al sentirlo tienen toda la razón para enorgullecerse- que el trabajo que realizan es tan amplio como la misma Iglesia Católica; lo que equivale a decir que es tan amplio como el mundo entero.


«Y esta actividad se lleva a cabo en un orden de ideas tanto más sublime en cuanto que ellos no son sólo los portavoces o los coeficien­tes de la opinión pública, sino los portadores -y esta es su fundamen­tal razón de existir y actuar- en toda su laboriosidad, de los mismos te­soros de la vida cristiana, en todas sus relaciones con la vida indivi­dual, doméstica, social, pública, aplicando la sublime dignidad de periodistas católicos en cada una de las partes del periódico, no sólo en las oficiales, de la redac­ción, es decir, en las más impor­tantes, sino en todas las demás páginas, incluso en la llamada cuarta página, llevando el sello de Cristo por todas partes... De este modo, los periodistas católicos son los preciosos portavoces de la misma Iglesia, de la jerarquía y de sus enseñanzas; aún más: los más sublimes y nobles portavoces de todo cuanto dice y hace la Santa Madre Iglesia.


«Es cierto que para esta tarea la prensa católica no pertenece a la Iglesia docente, sino que permane­ce en la Iglesia discente: pero es portadora de cuanto enseña la Igle­sia docente, maestra de las gentes, que actualiza siempre el mandato de su fundador: Euntes docete omnes gentes... Pero ellos, además de portavoces de la Iglesia, son los in­térpretes de la voz de los fieles y recogen el eco que tienen en los creyentes la palabra, el pensamien­to de Dios y las enseñanzas de la Iglesia, la divina Maestra, la divi­na Madre... Para utilizar un lenguaje moderno, los periodistas católicos podrían llamarse no sólo portavoces, sino altavoces de la Iglesia, de la verdad, de la fe, de la vida cristiana; altavoces sea cuando difunden la fe de la Iglesia que enseña y dirige, sea cuando recogen los pensamientos y los afectos de todos los fieles para llevarlos a su corazón materno».


En la enseñanza de Pío XI sobre el periodismo católico se percibe una evolución con respecto a las pautas precedentes. Pensado dentro de una eclesiología que acentúa el componente jerárquico el periodista católico pertenece a la Iglesia discente, es un portavoz, un altavoz, pero está llamado al mismo tiempo a ser altavoz de los fieles en relación con la jerarquía, y sobre todo, a no hablar sólo de religión, sino hablar de todo cristianamente. Al tener que llevar el «sello de Cristo» a todos los lugares del periódico y a todos los aspectos de la vida humana, el periodista católico está invitado a trazarse un perfil de autonomía. Quien quisiera caracterizar al periodismo Católico sólo como «altavoz de la jerarquía", sabe bien que está espigando por interés en un magisterio abundante y múltiple.







El anaquel





 

Resiliencia
Competencia para enfrentar la adversidad6



" La vida se encoge o se expande en proporción a nuestro valor”

Anaís Nin





Cuando encontramos a seres humanos que consiguen sobreponerse a las condiciones adversas de su entorno familiar, comunitario y social en general, nos preguntamos: ¿Qué sucede en ellos, o en su ambiente, para que logren superar lo negativo? La respuesta está en el desarrollo y la potenciación de factores que los protegen contra estas situaciones. En este artículo se presenta una visión general del enfoque de RESILIENCIA, que desde el campo de las ciencias sociales nos brinda una concepción acerca de la combinación de factores que permiten al niño el desarrollo de las capacidades necesarias para sobreponerse a la adversidad, superándola o transformándola, logrando construir una vida significativa y productiva.


El concepto de "resiliencia" está relacionada con otros conceptos afines: competencia social, ésta refleja buenas habilidades de afrontamiento; robustez, característica de la personalidad que puede actuar como reforzadora de la resistencia al estrés; de vulnerabilidad y mecanismo protector, entendidos como la capacidad de modificar las respuestas que tienen las personas y que se hacen evidentes frente a situaciones de riesgo.


Entre los factores que promueven la resiliencia, tenemos: Las características del temperamento; la naturaleza de la familia; la disponibilidad de fuentes de apoyo externo; el género; el desarrollo de intereses y vínculos afectivos; la relación con pares; y haber vivido experiencias de autoeficacia, autoconfianza y contar con una autoimagen positiva.


En un país como el nuestro, donde un alto porcentaje de población infantil vive en pobreza o miseria, y donde ha venido aumentando la violencia como fenómeno social, el manejo y aplicación de la resiliencia, para el desarrollo de factores protectores y el control de factores de riesgo, a nuestro juicio, puede contribuir al tan anhelado desarrollo integral del ser humano.


Palabras claves: Resiliencia, robustez, competencia social, vulnerabilidad, factores de riesgo, factores protectores.

 




3 Aspectos generales: origen del concepto de resiliencia

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La relación entre pobreza y situación de adversidad ha sido estudiada desde el siglo XIX, cuando se describió la pobreza como factor adverso que genera diversos factores de riesgo específicos, los cuales están presentes tanto en el plano físico, mental y social.


A finales de la década de los setenta se desarrolló al interior de las ciencias sociales, especialmente en el campo de la psicopatología, el concepto de resiliencia, que surgió al constatarse que algunos de los niños criados en familias en las cuales uno o ambos padres eran alcohólicos y lo habían sido durante el proceso de crecimiento y de desarrollo de sus hijos, no presentaban carencias a nivel biológico ni psicosocial, sino que, por el contrario, alcanzaban una "adecuada" calidad de vida.


El enfoque de resiliencia parte de la premisa de que nacer en la pobreza, así como vivir en un ambiente psicológicamente insano, son condiciones de alto riesgo para la salud física y mental de las personas. La resiliencia se ocupa de observar aquellas condiciones que posibilitan el abrirse paso a un desarrollo más sano y positivo en medio de la adversidad.


Desde la década de los ochenta en adelante ha existido un creciente interés por conocer y estudiar a aquellas personas que desarrollan competencia a pesar de haber sido criadas en condiciones adversas o en circunstancias de riesgo. Este grupo de personas ha sido llamado resiliente. La posibilidad de la intervención en el ámbito de promoción y de prevención, frente a este concepto, surge al aumentar el conocimiento y la comprensión de las razones por las cuales muchas personas no resultan dañadas por la deprivación, y se resalta la importancia de conocer los factores que actúan como protectores de las situaciones de adversidad, pero más aún, conocer la dinámica o los mecanismos protectores que la originan.


El vocablo "resiliencia" tiene su origen en el latín, en el término resilio, que significa "volver atrás", "volver de un salto", "resaltar", "rebotar". En la Enciclopedia de la Real Academia Española se define "resiliencia" como "la resistencia de un cuerpo a la rotura por golpe". En el inglés, el concepto resilence se emplea para definir la tendencia que tiene un cuerpo a volver a un estado original o el tener poder de recuperación.


El término "resiliencia" fue adoptado por las ciencias sociales para caracterizar aquellas personas que a pesar de nacer y vivir en situaciones de alto riesgo se desarrollan psicológicamente sanas y exitosas.





4 Definiciones de resiliencia

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Entre las concepciones desarrollas por diversos autores en lo que respecta a la resiliencia, podemos citar las siguientes:


Habilidad para surgir de la adversidad, adaptarse, recuperarse y acceder a una vida significativa y productiva (ICCB, 1994).


Capacidad humana universal para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas o incluso ser transformado positivamente por ellas (Grotberg, 1995).


La resiliencia distingue dos componentes: la resistencia frente a la destrucción, esto es, la capacidad de proteger la propia integridad bajo presión; por otra parte, más allá de la resistencia, la capacidad para construir un conductismo vital positivo pese a circunstancias difíciles (Vanistendael,1994).


La resiliencia habla de una combinación de factores que permiten a un niño, a un ser humano, afrontar y superar las adversidades de la vida.



5 Concepto de competencia

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Los estudios sobre resiliencia focalizan su accionar en la necesidad de lograr la competencia social, bajo el supuesto de que ésta refleja buenas habilidades de afrontamiento. Sin embargo, algunos estudios citados por las autoras del documento original muestran personas que aunque se comportan en forma competente o exitosa en situaciones de alto riesgo, pueden, a la vez, ser vulnerables frente a problemas físicos o mentales, después de enfrentarlos.


Mediante un análisis de este tipo es posible identificar dominios de funcionamiento competente en cada uno de los niños y encontrar factores específicos que pudieran mostrar resultados de desarrollo exitoso en personas en las cuales se predecían resultados deficientes como consecuencia de estar sometidas a situaciones de alto riesgo.


Como afín al concepto de resiliencia se maneja el de robustez, que se considera como una característica de la personalidad que en algunas personas actúa como reforzadora de la resistencia al estrés. Son rasgos personales que tienen carácter adaptativo y que incluyen el sentido del compromiso, del desafío y de la oportunidad, y que se manifestarán en situaciones difíciles. También se indica que la capacidad de robustez de las personas tiene una influencia importante en la interpretación subjetiva que éstas hacen de los acontecimientos de su vida.


Las diferencias individuales que se observan en la capacidad de reacción a estímulos o situaciones estresantes son significativas, y son una demostración de las influencias que ejercen los factores constitucionales, ambientales y la interacción entre ellos.



6 Procesos de vulnerabilidad y protección

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La vulnerabilidad y el mecanismo protector se definen como la capacidad de modificar las respuestas que tienen las personas y que se hacen evidentes frente a situaciones de riesgo.


Es importante destacar que una misma variable puede actuar bajo distintas circunstancias, tanto en calidad de factor de riesgo como de factor protector. Es así como en un adulto el hecho de perder el empleo puede dar lugar a una depresión en el momento que el evento ocurre; sin embargo, el hecho de estar desempleado por un tiempo prolongado puede actuar como factor de protección en relación con otros acontecimientos amenazantes que se generaban en su espacio de trabajo.


En este contexto, el concepto factor protector se refiere a las influencias que modifican, mejoran o alteran la respuesta de una persona a algún peligro que predispone a un resultado no adaptativo. Un factor protector puede no constituir un suceso agradable; en ciertas circunstancias, eventos no placenteros y potencialmente peligrosos pueden fortalecer a los individuos frente a eventos similares.


Los factores protectores manifiestan sus efectos ante la presencia de un estresor, y modifican la respuesta del sujeto en un sentido comparativamente más adaptativo que el esperable.



7 Características psicosociales de los niños y niñas resilientes

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La resiliencia está relacionada con situaciones específicas y particulares de riesgo que aparentemente no tienen nada en común entre sí (deprivación económica, divorcio de los padres, muerte de un familiar cercano, desastres naturales, maltrato, delincuencia o psicopatologías de los padres, hospitalización, y otras). Sin embargo, los indicadores de resiliencia muestran que hay aspectos comunes en esta diversidad de situaciones.



Atributos de los niños y niñas resilientes


  • Nivel socio-económico más alto que el del grupo social al que pertenecen


  • Sexo femenino en prepúberes y masculino en etapas posteriores.


  • Ausencia de problemas orgánicos.


  • Temperamento fácil para la adaptación.


  • Menor edad al momento del trauma.


  • Ausencia de separaciones o pérdidas tempranas.


Características del medio social inmediato de los niños y niñas resilientes


  • Padres competentes.


  • Relación afectuosa con al menos un cuidador primario.


  • Posibilidad de contar en la adultez con apoyo familiar o de otras figuras.


  • Mejor red informal de apoyo (vínculos afectivos).


  • Mejor red formal de apoyo, educativo, religioso o de pares.



Características psicológicas de los niños/niñas resilientes


  • Mayor coeficiente intelectual y habilidad de resolución de problemas.


  • Mejores estilos de afrontamiento.


  • Motivación al logro autogestionada.


  • Autonomía y locus de control interno.


  • Empatía, conocimiento y manejo de relaciones interpersonales.


  • Voluntad y capacidad de planificación.


  • Sentido del humor positivo.



Otras características de los niños/niñas resilientes


  • Mayor tendencia al acercamiento a las personas.


  • Mayor autoestima.


  • Menor tendencia a sentir desesperanza.


  • Mayor autonomía e independencia.


Desarrollo de habilidades de afrontamiento como orientación de tareas, mejor manejo económico, menor tendencia a evitar problemas y menor tendencia al fatalismo.


Wolin y Wolin (1993), al referirse a la resiliencia, utilizan el término Mandala, que significa "paz y orden interno", y es una expresión empleada por los indios navajos del Suroeste de Estados Unidos para designar la fuerza interna que hace que el individuo enfermo encuentre dentro de él la fortaleza para sobreponerse a la enfermedad.


Estos autores señalan algunas características personales de quienes poseen esta fuerza:


Introspección: Es el arte de preguntarse a sí mismo y darse una respuesta honesta.


Independencia: Se define como la capacidad de establecer límites entre uno mismo y los ambientes adversos; hace referencia a la capacidad de mantener distancia emocional y física, sin llegar a aislarse.


Capacidad de relacionarse: Habilidad para establecer lazos íntimos y satisfactorios con otras personas para balancear la propia necesidad de simpatía y aptitud para brindarse a otros.


Iniciativa: Entendida como el placer de exigirse y ponerse a prueba en tareas progresivamente más exigentes. Se refiere a la necesidad de hacerse cargo de los problemas y ejercer control sobre ellos.


Humor: Se refiere a la capacidad de encontrar lo cómico en la tragedia. Se mezcla el absurdo y el horror en lo risible de esta combinación.


Creatividad: Se define como expresión de la capacidad de crear orden, belleza y fines o metas a partir del caos y el desorden. En la infancia, se expresa en la creación y en los juegos, que son vías para contrarrestar la soledad, el miedo, la rabia y la desesperanza.


Moralidad: Actividad resultante de una conciencia informada. Se expresa en el deseo de una vida personal satisfactoria, amplia y con riqueza interior. Se refiere a la conciencia moral, a la capacidad de comprometerse con valores y de discriminar entre lo bueno y lo malo.



8 Factores que promueven la resiliencia

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Algunos de los factores que se observan comúnmente en los niños/as que estando expuestos a situaciones adversas se comportan en forma resiliente son:


Características del temperamento: En las cuales se observan manifestaciones tales como un adecuado nivel de actividad, capacidad reflexiva y responsable frente a otras personas.


Naturaleza de la familia: La cohesión, la ternura y la preocupación por los niños dentro de la familia. La relación emocional estable con al menos uno de los padres u otra persona significativa, aunque no necesariamente en todo momento, protege o mitiga los efectos nocivos de vivir en un medio adverso.


Disponibilidad de fuentes de apoyo externo: Clima educacional abierto, y con límites claros.


Género: Se considera al género masculino como una variable con mayor vulnerabilidad al riesgo, debido a que en situación de quiebre familiar, los niños tienen más probabilidad que las niñas de ser reubicados en alguna institución. A diferencia de las niñas, los niños tienden con mayor frecuencia a reaccionar a través de conductas oposicionistas, lo cual, a su vez, genera respuestas negativas de sus padres, y en general, las personas tienden a interpretar de modo distinto las conductas agresivas de los niños que las de las niñas y, a su vez, castigar más severamente estos comportamientos en los varones.


Desarrollo de intereses y vínculos afectivos: La presencia de intereses y personas significativas fuera de la familia favorecen la manifestación de comportamientos resilientes en circunstancias familiares adversas.


Relación con pares: Los niños resilientes se caracterizan por tener una relación de muy buena calidad con sus pares.


Haber vivido experiencias de autoeficacia, autoconfianza y contar con una autoimagen positiva.



9 Importancia del modelo conceptual de resiliencia

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El modelo conceptual de resiliencia brinda básicamente la posibilidad de que la observación analítica y detallada de cada uno de los mecanismos que dan origen a los comportamientos resilientes, coadyuve al diseño de acciones de intervención en el ámbito de la promoción de factores protectores y de la prevención de factores de riesgo y de enfermedades tanto a nivel individual como colectivo.


La potenciación de seres humanos resilientes en un ambiente como el que enfrenta Colombia, en el cual un porcentaje significativo de la población no logra satisfacer sus necesidades fundamentales, y donde además la ausencia de paz, la injusticia social, el irrespeto a los derechos humanos y la falta de equidad, entre otros, se han constituido en los últimos tiempos en nuevos factores determinantes de la salud, sin lugar a dudas nos llevará a lograr:


la formación de seres humanos integrales, comprometidos socialmente en la construcción de un país, en el que primen la convivencia y la tolerancia, seres humanos con capacidad de discrepar y argüir sin emplear la fuerza, seres humanos preparados para incorporar el saber científico y tecnológico de la humanidad en favor de su propio desarrollo y del país. (Plan Decenal de Educación, Intencionalidades. MEN, 1996).




Reseña



Gisbert GRESHAKE,

Ser sacerdote hoy

Sígueme, Salamanca- 2003 - 506 págs.


El autor, nacido en 1933, es uno de los más conocidos y fecundos teólogos alemanes en la actualidad. Profesor en Viena y en Friburgo, siempre se ha caracterizado por una fina sensibilidad pastoral.

El libro consta de cuatro grandes capítulos. La obra es compacta, pero también puede ser leída por separado, según los intereses del lector.

El primer capítulo aborda la descripción del ministerio sacerdotal en crisis, que no son superficiales, sino de calado y que incluso llegan a plantear una nueva teología del ministerio sacerdotal.

En un segundo capítulo, se atreve a describir los rasgos fundamentales de una teología del ministerio sacerdotal. En el fondo late una pregunta: El sacerdocio ministerial, ¿es continuación de la misión de Jesucristo o es un desarrollo del ministerio de la Iglesia?. Greshake abogará por contemplar estas dos dimensiones de forma complementaria y originaria: el ministerio como representación de Cristo e inseparablemente como «representación» de la Iglesia. A la luz de estos planteamientos teológicos, aborda problemas muy actuales, tales como la relación nuevos servicios de los fieles-ministerio ordenado; el sentido que tiene la pastoral hoy y, en concreto, la figura del «pastor»; la ordenación de la mujer; los tres grados del ministerio: diaconal, presbiteral, episcopal, deteniéndose en la problemática sobre el diaconado.,

El tercer capítulo es sugerente ya en el título: Ser sacerdote en concreto. A la luz de los rápidos cambios socio-culturales se pregunta el autor a dónde va el ministerio ordenado, lo que supone una pregunta previa: ¿A dónde va la misma Iglesia?. Aterriza el autor esbozando claves para una verdadera pastoral sacerdotal: se pide la fe de Abraham, no renunciar a ser buen pastor y el riesgo y atrevimiento de salir hacia los alejados.

El último capítulo aborda la espiritualidad sacerdotal. No falta una llamada a vivir una verdadera experiencia de Dios, a ser coherente con un estilo de vida basado en las bienaventuranzas, y a no despreciar herramientas clásicas como la oración, la ascética del trabajo bien hecho, el estudio, la lectura espiritual, la convivencia con otros sacerdotes, y el saber disfrutar sanamente del tiempo libre. Y se insiste también en este apartado en la necesidad y responsabilidad de la pastoral vocacional.

En conclusión, un libro interesante que merece una lectura reposada personal y comentada en grupo.

(Cf. Reseña de Raúl Berzosa Martínez en Vida Nueva, nº 2.394, p. 42)







NECROLOGIO SALESIANO DE LA INSPECTORÍA DE SANTIAGO EL MAYOR-LEÓN


DICIEMBRE


PRESENTACIÓN

«Velad, pues no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa...» (Mc 13,35).




Las promesas que alientan las esperanzas mesiánicas, recordadas tan intensamente en estos días de Adviento, se reflejan —en su cumplimiento y realización— en quienes nos han precedido. En el ejemplo de quienes han vivido intensamente su vida en Cristo, nosotros podemos aprender a vivir día a día la esperanza.


Los salesianos que recordamos cada día en nuestra oración, nos urgen a estar preparados y dispuestos continuamente. Tal es el mandato de Jesús, velar continuamente, de día y de noche (cf. Mc 13, 24-37; Mt 24, 29-35, 42-44; Lc 21, 25-36). Los medios son muchos, San Juan Bosco impulsaba mensualmente en el oratorio de Valdocco el «ejercicio de la buena muerte».


Esa misma esperanza que nos aviva interiormente, es la que confirma nuestras certezas. Leemos en el Epistolario de San Francisco de Sales: «Aunque Dios nos lo quite todo, nunca nos dejará sin Él, mientras no lo queramos. Pero hay más; nuestras pérdidas y separaciones no son más que por breve plazo».


En esta línea se sitúa el recuerdo diario de los salesianos difuntos dentro de nuestra oración. En este volumen presentamos la selección que hemos preparado de entre los salesianos difuntos fallecidos en el último mes del año. De todos los hermanos que aquí constan, queda consignado su nombre completo, el lugar de su fallecimiento, el año y la edad de defunción. También presentamos al final del volumen, por tratarse del último de la serie, los datos correspondientes a los hermanos que han fallecido en una fecha desconocida. Para abreviar la presentación de nuestro trabajo hemos empleado las siguientes abreviaturas:

  • Sac.: Salesiano presbítero.

  • Coad.: Salesiano coadjutor.

  • Mons.: Salesiano obispo o arzobispo.

  • Est.: Salesiano estudiante (clérigo o seminarista)



1

Coad. José Barca García. Murió en Mohernando (Guadalajara), en 1942, a los 28 años.

Sac. Silverio Maquiera Santoyo. Murió en Valencia, en 1946, a los 51 años.

Sac. Ricardo Barrueco Casado. Murió en Algeciras (Cádiz), en 1963, a los 42 años.

Sac. Juan Bautista Ortega de la Lorena. Murió en Valencia, en 1982, a los 88 años.


2

Sac. Rodolfo Fierro Torres. Murió en Sarriá (Barcelona), en 1974, a los 95 años. Fue, al poco de ser ordenado, secretario de Don Rúa. Es recordado por su incansable dedicación a la divulgación, por América y España, de la pedagogía social de Don Bosco.

Sac. Isaías Ojeda Blanco. Murió en Caracas (Venezuela), en 1987, a los 88 años. Fue inspector durante seis años.


3

Est. Fernando Alcaraz López. Murió en Sevilla, en 1809, a los 26 años.

Sac. Higinio Prieto Oliva. Murió en Guadalajara, en 1984, a los 43 años.


4

Est. Adolfo Zambrano Deladillo. Murió en San Vicenç del Horts (Barcelona), en 1900, a los 20 años. Fue el primer salesiano nicaragüense y profesó in articulo mortis.

Mons. Lorenzo Giordano. Murió en Javari (Brasil), en 1919, a los 63 años. Fue inspector durante 18 años y prefecto apostólico del Río Negro durante tres años.

Coad. Ramón Romero González Ferreiro. Murió en Madrid, en 1925, a los 42 años.

Sac. Arnaldo Persiani. Murió en Roma, en 1943, a los 69 años. Fue inspector durante 18 años.

Mons. Vicente Priante. Murió en Sâo Paulo (Brasil), en 1944, a los 69 años. Fue obispo de Corumbà durante once años.

Sac. Antonio Espinosa Sierra. Murió en Sevilla, en 1957, a los 64 años.

Sac. Stanislaw Plywaczyk. Murió en Kopiec (Polonia), en 1969, a los 89 años. Fue inspector durante 15 años.

Sac. Francisco Varela Duboys. Murió en Barcelona, en 1999, a los 75 años.


5

Sac. Matías Cardell Tomás. Murió en Málaga, en 1917, a los 60 años. Está introducida su causa de martirio.

Coad. Eusebio Hernández Martín. Murió en Madrid, en 1984, a los 81 años.


6

En 1936 fueron sacrificados siete hermanos de la comunidad de Mohernando, en la cárcel de Guadalajara. De ellos está introducida la causa de martirio.

Sac. Miguel Lasaga Carazo, de 44 años, era el director de la comunidad.

Est. Florencio Rodríguez Guemes, de 21 años.

Coad. Heliodoro Ramos García, de 21 años.

Coad. Esteban Vasquez Alonso, de 21 años.

Est. Pascual Castro Herrera, de 21 años.

Est. Juan larragueta Garay, de 21 años.

Est. Luis Ramón Martínez Alvarellos, de 21 años.

Sac. Jacinto Gómez Guinea. Murió en Campello (Alicante), en 1968, a los 77 años.

Sac. Jorge Sosa Núñez. Murió en Lima (Perú), en 1992, a los 66 años. Fue inspector durante un sexenio.

Coad. José Quintero Iglesias. Murió en Lugo, en 2001, a los 92 años. Se distinguió por ser un hombre muy cercano, por transmitir una espiritualidad sencilla en la que jugaba un papel importante María Auxiliadora. Su vida de coadjutor salesiano estuvo vinculada con la enseñanza, especialmente con la obra de Coruña Don Bosco. Como buen lucense, su anhelo fue siempre que la Congregación abriera una presencia en Lugo. Cuando esto se hizo realidad fue para el un gran motivo de alegría. Sus últimos años transcurrieron en la ciudad de las murallas.


7

Coad. Pablo Gracia Sánchez. Murió en Madrid, en 1936, a los 44 años. Está introducida su causa de martirio.

Coad. Juan Ochoa Ibarlucea. Murió en Rentería (Guipúzcoa), en 1963, a los 37 años.

Coad. José Badosa Cuatrocasas. Murió en Mataró (Barcelona), en 1966, a los 86 años.

Sac. Ruben Uguccioni. Murió en Turín, en 1968, a los 74 años. Fue inspector durante tres años.

Sac. Valentino Grasso Chianale. Era de Turín, pero vivió 30 años en Chile, donde fue maestro de novicios. En Astudillo estuvo otros 30 años como confesor y encargado del Oratorio. Murió, venerado como santo y como «hijo adoptivo del pueblo», en 1970, a los 81 años. «Era querido y amado por todos porque vivió para todos y se desvivió por todos. Pero, sobre todo, amó a los pequeños, a los niños, y ellos lo quisieron con ternura».

Sac. Juan Lázaro Cámara. Murió en Bilbao, en 2000, a los 79 años.


8

Sac. Luis Rivera Ferreiro. Murió en Mataró (Barcelona), en 1942, a los 37 años.

Sac. José Fernando V. Ordí Ribas. Murió en Barcelona, en 1922, a los 35 años.

Sac. Francesco Picollo. Murió en Roma, en 1930, a los 69 años. Fue inspector durante seis años.

Sac. Luigi Grandis. Murió en Ivrea (Italia), en 1940, a los 69 años. Fue inspector durante seis años.

Est. Cipriano López Rodríguez. Murió en Mohernando (Guadalajara), en 1947, a los 21 años de edad.

Sac. Giuseppe Coggiola. Murió en Frassinetto Po (Italia), en 1970, a los 71 años. Fue inspector durante once años.

Sac. Hortensio Monje López. Murió en León, en 1979, a los 59 años. Desarrolló su apostolado entre los niños y jóvenes más necesitados, destacando por su sencillez, su gran bondad y cordialidad para con todos, que hacía de su persona un hombre que inspiraba confianza.


9

Sac. Miguel Unia. Formó parte en la primera expedición misionera a Colombia, siendo su vida un heroico servicio a los leprosos de Agua de Dios. Murió en Turín, en 1895, a los 46 años.

Sac. Michel Mouillard. Murió en Toulon (Francia), en 2002, a los 79 años. Fue durante seis años inspector.

Coad. Alfonso Moreno Pérez. Murió en Sevilla, en 2002, a los 83 años.


10

Sac. Julián Massana Rovira. Murió en Sarriá (Barcelona), en 1944, a los 60 años. Fue inspector durante seis años.

Mons. Ricardo Pittini. El «Arzobispo ciego», murió en 1961, a los 85 años en Santo Domingo (República Dominicana). Había fundado allí la obra salesiana, después de ser inspector en Uruguay y en Estados Unidos durante diez años. Fue Arzobispo de Santo Domingo, Primado de las Américas, durante 26 años.

Sac. Francisco González Beltrán. Murió en Burriana (Castellón), en 1974, a los 75 años.

Sac. Giovanni Raineri. Tras ser inspector durante seis años, fue, durante doce años, el primer consejero general para la Familia salesiana. Murió en Roma, en 1983, a los 69 años.

Sac. Michele Chigo. Murió en Manaus (Brasil), en 1991, a los 89 años. Fue inspector durante cuatro años.

Sac. Archimede Pianazzi. Murió en Roma, en 2000, a los 94 años. Fue inspector durante ocho años, consejero escolástico general durante seis y consejero para la formación durante otros seis años.


11

Sac. Esteban Larumbe Allacarizqueta. Murió en Mohernando (Guadalajara), en 1941, a los 69 años.

Coad. Alfonso Aizpuru Aranguren. Murió en Puertollano (Ciudad Real), en 1964, a los 75 años.

Sac. Ángel Mateos Calvo. Murió en Córdoba, en 1966, a los 50 años.

Sac. Giuseppe Zavattaro. Murió en Turín, en 1986, a los 85 años. Fue inspector durante seis años.

Sac. Giovanni Battista Colombini. Murió en Banpong (Tailandia), en 1987, a los 80 años. Fue inspector durante seis años.


12

Mons. Eugenio Méderlet. Murió en Pallikonda (India), en 1934, a los 67 años. Fue, durante seis años, Arzobispo de Madrás.

Sac. Luis Soto Soto. Murió en Madrid, en 1936, a los siete meses de su ordenación. Tenía 27 años.

Sac. Juan Bigatti. Murió en Algeciras (Cádiz), en 1945, a los 77 años.

Sac. Francisco Gamarro Cabrera. Murió en Sevilla, en 1960, a los 70 años.

Sac. Francisco Aparicio Gil. Murió en Valencia, en 1987, a los 78 años.

Sac. Emilio Corrales Garrido. Consejero y director del colegio de María Auxiliadora (Salamanca), en tiempos un tanto atípicos, logró, en estrecha unión con todos sus colaboradores, crear un clima de orden, disciplina y piedad, con resultados sobresalientes en los estudios y en vocaciones religiosas y sacerdotales. Su estancia en el colegio del Paseo de Extremadura (Madrid), hizo aflorar en él una veta de ternura y comprensión, soterrada hasta entonces, que le sería muy válida en su largo mandato de inspector (seis años en Madrid y doce en León). Murió, enfermo, en Cambados, en 1991, a los 91 años, tras larga y penosa enfermedad.


13

Sac. Alejandro Campo. Murió en Santander, en 1988, a los 74 años.

Coad. Mariano Araúz Escolano. Murió en Mohernando (Guadalajara), en 1990, a los 91 años.

Sac. Emilio Hernández García. Murió en Mohernando (Guadalajara), en 1997, a los 80 años. Fue durante seis años inspector.


14

Sac. Andrés Gómez Sáez. Murió víctima de la persecución del 36, en Santander, a los 42 años. Tiene introducida la causa de martirio.

Coad. Antonio Ortega García. Murió en Cádiz, en 1945, a los 62 años.

Coad. Florencio Celdrán Chazarra. Murió en Valencia, en 1972, a los 73 años. Fue testigo de excepción en la muerte del inspector, padre Calasanz: sobre él cayó el cuerpo del mártir.

Sac. Paolo Gerli. Murió en Treviglio (Italia), en 1978, a los 77 años. Fue inspector durante un sexenio.

Sac. Esteban Fonfría Gómez. Murió en Zaragoza, en 1982, a los 75 años.

Sac. Luis Enrique Rodríguez Rincón. Murió en Bogotá (Colombia), en 2002, a los 81 años. Fue inspector durante seis años.


15

Sac. Lorenzo Saluzzo. Murió en Sondrio (Italia), en 1951, a los 88 años. Fue inspector durante seis años.

Sac. Paolo Leone Montaldo. Guardaba vivo recuerdo de Don Bosco a quien conoció. Creó la Inspectoría de México, fue también Inspector en Cuba y Ecuador, en un total 16 años. En 1938 vino a España como maestro de novicios, en San José del Valle (Cádiz), donde murió, en 1954, a los 80 años.

Sac. Pedro Gil Hernández. Murió en Madrid, en 1972, a los 41 años.

Sac. Guillermo Hernández Nicolás. Murió en Sevilla, en 1979, a los 63 años.

Coad. Alfonso Martínez Maldonado. Murió en Madrid, en 1979, a los 57 años.

Sac. Cándido Ravasi. Murió en Caracas (Venezuela), en 1986, a los 78 años. Durante cuatro, fue inspector.

Sac. Manuel Cantalapiedra Sánchez. Murió en Madrid, en 2002, a los 41 años de edad.


16

Sac. Fernando Suárez Ruiz. Murió en Gerona, en 1921, a los 67 años.

Sac. José González Arrese. Murió en Pamplona, en 1953, a los 54 años.

Sac. Manuel Sancho Pascual. Murió en Utrera (Sevilla), en 1956, a los 59 años.

Coad. Félix Bartolomé Arranz. Murió en León, en 1987, a los 83 años. Su vida salesiana se desarrolló entre Brasil y numerosas casa de la inspectoría. Apasionado por todo lo salesiano, se entregó a Dios plenamente, y así lo mostró con su laboriosidad apasionada y su humildad leal.


17

Sac. Bartolomeo Fusero. Murió en Turín, en 1878, a los 39 años. Fue director espiritual general durante dos años.

Coad. Isaías Martín Crespo. Murió en Madrid, en 1924, a los 21 años.


18

Sac. Cipriano Sánchez Durán. Murió en Madrid, en 1947, a los 49 años.

Sac. Luigi Giuseppe Comoglio. Murió en Paysandú (Uruguay), en 1956, a los 82 años. Fue inspector durante dos años.

Sac. Arturo García Ramos. Murió en Sevilla, en 1958, a los 47 años.

Sac. Gabriel Moreno Luna. Murió en Campano (Cádiz), en 1965, a los 77 años.

Sac. Jan Slosarczyk. Murió en Kopiec (Polonia), en 1971, a los 76 años. Fue inspector durante 16 años.

Sac. Pedro de Arriba Sánchez. Murió en Sevilla, en 2001, a los 77 años.


19

Coad. Raimundo Eirín Mayo. Murió asesinado en Madrid, en 1936, a los 25 años. Tiene introducida la causa de martirio.

Sac. Luis Peña Balboa. Murió en Rota (Cádiz), en 1967, a los 75 años.

Sac. Adam Cieslar. Murió en Marszalki (Polonia), en 1978, a los 85 años. Fue inspector durante seis años.

Sac. Juan Sastre Miret. Murió en Valencia, en 1984, a los 86 años.

Sac. Fernando Bello Louro. Murió en Madrid en 1998, a los 82 años.


20

Mons. Carlo Dante Munerati. Murió en Volterra (Italia) en 1942 a los 73 años. Durante quince años, fue procurador General y, durante 18, obispo de Volterra.


21

Sac. Tommaso Laureri. Murió en Roma, en 1918, a los 59 años. Fue, durante cuatro años, inspector.

Sac. Juan Cabello Domínguez. Murió en Utrera (Sevilla), en 1946, a los 82 años.

Coad. Alfonso Martínez Díaz. Murió en Carabanchel (Madrid), en 1978, a los 81 años.


22

Coad. Juan Larumbe Allacarizqueta. Murió en Mataró (Barcelona), en 1943, a los 63 años.

Sac. Crescenciano Miguel Pérez. Murió en Vigo, en 1946, a los 61 años. De él siempre destacó su espíritu salesiano y su espíritu sacerdotal, «hasta lo último». Para todos fue modelo de buena voluntad y de laboriosidad humilde y piadosa —de manera especial en sus últimos doce años de vida en Vigo—.

Sac. Ignacio Pérez Muñoz. Murió en Ronda (Málaga), en 1948, a los 65 años.

Coad. José Pérez Rodrigo. Murió en Valencia, en 1949, a los 45 años.

Sac. Amadeo Burdeus Mingarro. Murió en Mataró (Barcelona), en 1974, a los 72 años.

Sac. Jesús Cañete Martínez. Murió en Villena (Alicante), en 1998, a los 75 años.


23

Coad. Antonio Guix Pujadas. Murió en Salt (Gerona), en 1938, a los 58 años.

Coad. José Rabell Font. Murió en Pamplona, en 1940, a los 71 años.

Coad. José Elías Sabaté Lleonard. Catalán, murió en Vigo, en 1969, a los 82 años. En Sarriá discurren sus primeros años como salesiano, allí le sorprende la Guerra Civil, durante la cual sufrió mucho. Tras la guerra es destinado a Vigo, donde derrochó entusiasmo, dotado de simpatía arrolladora, de don de gentes y de una carga ingente de bondad.

Sac. Virgilio Lorenzo Fernández. Murió en Lugo, donde se estaba celebrando el Capítulo Inspectorial de 1974, a los 53 años. En todos los centros docentes dejó un gratísimo recuerdo y una estela de cariño y de admiración en todos por su buen espíritu religioso, por el exacto cumplimiento del deber, por su servicialidad, por su capacidad de trabajo y por su afabilidad, en fin, por su vida toda, coronada de sacrificios en su permanente amor al prójimo.

Sac. Manuel de Dios González. Murió en Huelva, en 1982, a los 73 años.

Sac. Juan Niebla Ríos. Murió en Sevilla, en 2001, a los 88 años.


24

Est. Adolfo Pecorari. Murió en Sarriá (Barcelona), en 1892, a los 21 años.

Sac. Manuel Mazo Suárez. Murió en Cádiz, en 1934, a los 71 años.

Coad. Félix Ariza Teixidó. Murió en Martí‑Codolar (Barcelona), en 1980, a los 83 años.

Sac. Juan Cristiano. Murió en Buenos Aires (Argentina), en 1983, a los 68 años. Fue inspector durante seis años.

Coad. Bernabé Marcos Holgado. Murió en Sevilla, en 1984, a los 78 años.

Coad. José Sala Sala. Murió en Alicante, en 1984, a los 44 años.


25

Sac. Louis Festou. Murió en París (Francia), en 1941, a los 62 años. Fue inspector durante siete años.

Coad. José Agut Planas. Murió en Sarriá (Barcelona), en 1954, a los 76 años.

Sac. Andrés Caamaño Grañas. Murió en Vigo (Pontevedra), en 1956, a los 68 años. Tras iniciarse en la vida salesiana en la zona del levante, es destinado a La Coruña y, después, a Vigo y Orense. Era un hombre con temperamento fuerte, pero con alma angelical. Los niños, entre los que se encon­traba constantemente, lo querían como a un verdadero amigo y padre espiritual.

Sac. Sebastián Monclús Salas. Murió en Martí-Codolar (Barcelona), en 1979, a los 81 años.


26

Coad. Antonio Fernández Rubiales. Murió en Sevilla, en 1917, a los 20 años.

Sac. Andrés Casanovas Piris. Murió en Santander, en 1932, a los 42 años.

Sac. Antonio Martínez Haro. Murió en Pozoblanco (Córdoba), en 1968, a los 76 años.

Sac. Benito Castejón Castro. Murió en Valencia, en 1991, a los 70 años.


27

Sac. Manuel Astiz Rodríguez. Murió en Zaragoza, en 1977, a los 57 años.

Sac. Vicente Gisbert Vicens. Murió en Valencia, en 1997, a los 61 años.


28

Sac. Antonio Gili. Murió en Málaga, en 1925, a los 73 años.

Mons. Ernesto Coppo. Murió en Ivrea (Italia), en 1948, a los 78 años. Había sido diez años inspector en Estados Unidos, cuando fue nombrado vicario Apostólico de Kimberley (Australia), obispo titular de Paleopoli durante 25 años.

Coad. Manuel Martín Crespo.Murió en Madrid, en 1970, a los 74 años.

Sac. Ulrik Van der Steen. Murió en Reus (Tarragona), en 1970, a los 64 años.


29

Sac. Joaquín Pérez Hernández. Murió Madrid, en 1962, a los 79 años.

Sac. José Lasaga Carazo. Murió en Valencia, en 1965, a los 75 años.

Sac. Juan Vicente Bodegas. Murió en Córdoba, en 1989, a los 82 años.

Sac. José Miguel Armelles Pallarés. Murió en Cabezo de Torres (Murcia), en 1994, a los 93 años.


30

Sac. Ricardo Beobide Centoya. Murió en Sarriá (Barcelona), en 1921, a los 30 años.

Coad. Constancio Manero. Murió en Cuyabá (Brasil), en 1962, a los 37 años. Misionero en la zona del Mato Grosso, siempre pasó por ser un trabajador infatigable, un religioso edificante, un amigo entrañable de cuantos convivían con él, un alma de Dios, en actitud continua de piadosa fidelidad.

Coad. Eugenio Yáñez Gómez. Murió en Gerona, en 1973, a los 83 años.

Coad. Adolfo Inarejos Ruiz. Murió en Jerez de la Frontera (Cádiz), en 1989, a los 74 años.

Mons. Alejo Obelar Colmán. Murió en Concepción del Paraguay, en 1989, a los 74 años. Durante diecisiete, fue vicario apostólico del Chaco Paraguayo.

Sac. Cyril Kennedy. Murió en Liverpool (Gran Bretaña), en 1997, a los 74 años. Fue inspector durante un sexenio.

Sac. Maximiano Santiuste Arce. Murió en Santander, en 2001, a los 70 años.


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Sac. Eugenio Giofredi. Murió en Cumiana (Italia), en 1964, a los 76 años. Fue inspector durante ocho años.

Sac. José Díaz Hurtado. Murió en Cádiz, en 1965, a los 81 años.

Sac. Cadmo Biavati. Murió en Roma, en 1982, a los 70 años. Fue durante dos años inspector.



9.1 HERMANOS DE LOS QUE SE IGNORA LA FECHA DE SU MUERTE

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  • Est. Baldomero Lobeira Blabo. Murió en Sarrià, en 1892, a los 19 años.

  • Est. Juan Santandreu Alberola. Murió en Valencia, en agosto de 1913, a los 25 años.

  • Coad. José Jorrín González. Murió en Santander, en mayo de 1916, a los 32 años.

  • Est. Teódulo González Fernández. Estudiante de teología. La guerra civil lo sorprende en el colegio de Estrecho. Su cadáver apareció, con heridas de arma de fuego, en una calle de Madrid. Tiene introducida la causa de martirio.

  • Est. Victoriano Subils Morell. Enfermó en Sarriá (Barcelona) y se trasladó a su pueblo natal (Bresca, en Lérida) donde murió, empezada la guerra del 1936.

  • Est. José Iglesias Rodríguez. Murió en el frente del Ebro, en marzo de 1938.

  • st. Severo Vide Mouriño. También murió en guerra, en abril de 1938.

  • Est. José María Benachs Rosell. Era estudiante de filosofía en Gerona. Murió en un bombardeo aéreo en 1938.

  • Sac. Eudaldo Conill Terradellas. Murió durante la guerra, en 1938, a los 67 años.

  • Est. Salvador Solana Roca. Murió, durante la guerra, en 1938.




1 En Vida Religiosa. Marzo-abril (2003) Cuaderno 2, vol. 94.

2 Claretiano. Profesor de Teología y ahora miembro del Consejo General.

3 Cf. A. royo marín, La Vida Religiosa, BAC , Madrid 1965,305-307.

4 Dado que este concepto se presta a muchos equívocos es conveniente precisar su significado. Invito al lector a acercarse a: C. domínguez, La aventura del celibato evangélico. Sublimación o represión. Narcisismo o alteridad (Frontera/Hegian 31), Instituto Teológico de Vida Religiosa, Vi­toria 2000, 25-52.

5 Silvio Sassi, en Cooperador Paulino, nº 117, enero-febrero 2003.

6 Mariela Borda Pérez

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