Los que creen en el cielo y los que ya no creen


Los que creen en el cielo y los que ya no creen








Inspectoría Salesiana de “Santiago el Mayor" León , 29 de abril de 2002 nº 17



COMUNIDADES POR EL REINO AL SERVICIO DE LOS JÓVENES


Acabamos de terminar el CG 25. Como todo capítulo, ha sido un momento del Espíritu para nuestra Congregación. Dice el art. 146: "El CG es el signo principal de la unidad de la Congregación dentro de su diversidad. Es la reunión fraterna donde los salesianos reflexionan comunitariamente para mantenerse fieles al Evangelio y al carisma del Fundador, y sensibles a las necesidades de los tiempos y los lugares. Por medio del CG, toda la Sociedad, dejándose guiar por el Espíritu del Señor, se esfuerza por conocer en un determinado momento de la historia la voluntad de Dios, para servir mejor a la Iglesia".


Son muchas las cosas vividas y aprendidas, pero sobre todo nos queda el fuerte deseo de hacer vida lo que hemos reflexionado y pensado: que nuestras comunidades sean cada día más fraternas, más evangélicas y estén más al servicio de los jóvenes más necesitados. Sólo así, rehaciendo el camino, reapropiándonos de nuestro carisma podremos ser significativos y nuestras comunidades salesianas podrán convertirse en testimonio vocacional para jóvenes que -también hoy, sí- se preguntan por el sentido de su vida y cómo hacerla lo más útil posible para los demás.


Realmente hemos vivido una experiencia de salesianidad muy significativa, muy auténtica y genuina. Ahora nos toca a todos tomar con ilusión las deliberaciones de este Capítulo para que realmente nuestras comunidades sean cada día más y mejor comunidades por el Reino al servicio de la misión juvenil.









ÍNDICE



  1. Retiro……………3-10.

  2. Formación……...11-16.

  3. Comunicación.…17-26.

  4. El anaquel……...27-29.

  • Dándole vueltas.27-29.


Maqueta y coordina: José Luis Guzón.



RETIRO




La Obediencia, una llamada a la corresponsabilidad comunitaria




Juan Manuel Ruano, sdb



Por la profesión de la Obediencia, los religiosos...se unen... a la voluntad salvífica de Dios..., por moción del Espíritu Santo, a ejemplo de Jesucristo...”.

(PC 14)



El voto de obediencia es una llamada a la corresponsabilidad comunitaria.


La oración es el medio verdadero de entender la obediencia como capacidad de “escucha”: de la Palabra de Dios, de los acontecimientos diarios, de las personas como mediación,....de los signos de los tiempos.


El mundo contemporáneo se caracteriza por un conjunto de fenómenos que repercuten fuertemente, aún en el terreno religioso, sobre el concepto de la obediencia y de la libertad.


Se afirma enérgicamente el valor de la persona, a ello contribuye el Evangelio que ve al hombre como imagen de Dios, su dignidad viene refrendado de esta forma desde la Palabra de Dios. Este don es vivamente reivindicado y sentido por los hombres y creyentes de hoy. El hombre reclama su madurez y quiere ser sujeto y protagonista de la Historia. Pide el reconocimiento de su libertad, de su derecho a tomar iniciativas y a ejercer la creatividad porque la verdadera libertad implica en el amor verdadero.


La interdependencia, cada vez mayor, entre los hombres los impulsa a unirse, a sentir la corresponsabilidad de las personas y del grupo.


La obediencia y la autoridad son, con frecuencia, consideradas principalmente como instrumentos de eficacia y utilidad; deben favorecer y armonizar la iniciativa y la creatividad de la comunidad y de las personas, reconociendo y valorizando la capacidad de cada uno.



1.La obediencia en y desde Cristo


La obediencia religiosa es expresión concreta de nuestra fe cristiana. Esto supone una actitud profunda de fe, es una verdadera vocación de discípulo comprometido a la imitación y sobre todo a la participación de la misión salvadora de Jesús ( ACG XX, 73)

La dignidad de la vida humana que Jesús nos ha revelado haciéndose uno de nosotros, es la de una criatura amada por el Padre, llamada por gracia a vivir en comunión con Él, en relación filial. Dios, comunión Trinitaria de amor, nos abre a nosotros, en su Hijo Unigénito, el acceso a la filiación divina y en consecuencia a la fraternidad humana universal, regulada por la ley fundamental del amor. Obedecer a esta ley es dejarse conformar con el Hijo unigénito, ser como Él libres para amar y servir, cumpliendo así la voluntad del Padre. La obediencia de Jesús al Padre fundamenta y constituye un nuevo orden (Heb. 5,8-9). En este nuevo orden, se vive todo en una relación filial que cualifica la obediencia como libre adhesión.


En” Jesús, la obediencia al Padre es la síntesis de su vida y de su misterio pascual de muerte y resurrección. Ella revela su identidad de Hijo y, al mismo tiempo, de Siervo, mostrándolo unido de modo indecible y absolutamente único al Padre, y, por tanto, totalmente dócil a Él. Nuestra obediencia tiene su verdadera originalidad en nuestra inserción bautismal en Cristo y en el amor que lo une al Padre y a los hermanos.


La Iglesia, que es en Cristo como un Sacramento, o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano”.(L.G.1), en su camino por la Tierra, está siempre a la escucha del Espíritu. La obediencia, en su significado etimológico: ob-audire, significa escuchar atentamente y denota la dimensión relacional de la existencia humana que se estructura en el juego de la calidad liberadora o dominante de las relaciones interpersonales. Ella continúa la obediencia de Cristo fiel a su misión de “instaurar el Reino en todos los pueblo”.(L.G.5).


Si en verdad has escuchado la Palabra, la pondrás en práctica, realizando en el mundo, entre los hombres, lo que Dios te ha comunicado. Escuchar es obedecer, dejando siempre que la Palabra tenga el primado y la centralidad en tu vida.


Comprométete a realizar la Palabra de Dios, para no ser condenado por quien te juzgará no sobre lo que has oído, sino por cuánto hayas vivido. La obra que te espera es creer y por la fe demostrar en ti el fruto del Espíritu.” Amor, gozo, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, humildad, dominio de sí” (Gal 5,22). Y conocerás la enorme alegría del amor, la misericordia.


Para nosotros la obediencia es el resultado práctico de la aceptación de Jesús como Señor: una obediencia que no es sujeción, sino semejanza. La obediencia de la fe es el sello de la vida nueva “desde” el Hijo de Dios. Como todo don de Dios es gratuidad ofrecida a nuestra libre aceptación para que sea expresión humana consciente y fecunda. En este diálogo de amor obsequioso y de confiada adhesión madura la libertad humana abierta al don de sí en el servicio a la vida, contra toda seducción de poder y de dominio ¡ Cuánta libertad y cuánta humanidad, cuánto valor y cuánto amor puede poseer una persona cuando acoge el Amor y se abandona a él en la obediencia evangélica, dejando que su vida esté edificada sobre el fundamento que es Jesús!. Entonces descubre, en el mandamiento del amor, la verdad que hace libres y la solidaridad que nos hace prójimos de cada persona en la familia de los hijos de Dios. En la fe la obediencia se confunde con el amor. Se hace don de sí en el seguimiento de Jesús para que se realice el gran designio del amor del Padre. Para D. Bosco en el sueño de los diamantes la obediencia aparece en la parte posterior del manto a la altura del corazón. Caridad y obediencia dos polos dinámicas que caracterizan nuestro rostro y que expresan mejor el estilo salesiano del seguimiento de Jesús como consagrados. ( Circ. 803). La obediencia está estrechamente relacionada con la misión y con la vida de comunidad. (Const. 32).


La comunidad de los salesianos, como comunidad religiosa inserta en la Iglesia, participa de su vida (P.C.2), y, animada por el Espíritu Santo, anhela vivir intensamente la actitud de escucha y obediencia salvífica de Cristo.


El salesiano, entrando en la Congregación, con la profesión del voto de obediencia, hace totalmente suya la voluntad de Dios y se compromete, con Cristo, a estar disponible para su servicio, viviendo en una comunidad de hermanos, según las Constituciones libremente aceptadas.


La obediencia religiosa es, como elemento vital en la Iglesia, “misterio de salvación”, una actitud - signo al servicio de la filiación bautismal, para hacernos vivir en plena docilidad al Padre. Las religiosos prestan acatamiento a hombres, no por sí mismos, sino en cuanto éstos les ayudan a seguir a Cristo y concurren a manifestarles la voluntad concreta de Dios: para asemejarse más a Cristo(L.G. 42). La autoridad humana se acredita cuando expresa en la vida concreta la actitud fundamental de la obediencia a Dios.


La voluntad de Dios la encontramos en los múltiples “signos” en que se manifiesta. Entre éstos, son de gran importancia los acontecimientos o las situaciones concretas del momento, ya sea de alcance general como los “signos de los tiempos”, ya sean de alcance particular como las necesidades, las urgencias, las exigencias y los problemas de cada tiempo, lugar, comunidades y personas. Estos signos deben descubrirse su significado desde una actitud de fe, iluminados por el EVANGELIO: regla suprema y el primer instrumento de búsqueda.


Las CONSTITUCIONES son para nosotros otro instrumento específico: constituyen nuestro punto de vista evangélico para profundizar en la realidad. Ellas nos trazan un camino evangélico y nos unen a la obediencia de la Iglesia.


Un signo de especial valor es para nosotros el espíritu y la misión de la Congregación. El proyecto del Padre implica el que nuestra vida se desarrolle en un ámbito bien definido. Que deja un margen amplio de búsqueda, aunque indica lo que Dios nos pide: cuanto se opone a la misión y al espíritu de la Congregación no puede ser voluntad de Dios.


Un signo muy concreto de la voluntad divina es la comunidad a todos los niveles y el servicio de autoridad como medios para cumplir la Voluntad de Dios.



2.La obediencia, una llamada a la búsqueda común de la voluntad de Dios


La búsqueda de la voluntad de Dios ha de ser ante todo, comunitaria. Las relaciones entre los hermanos con distintas actividades están animadas por el espíritu de familia, que caracteriza la comunidad de los salesianos y hace de ella un solo corazón y una sola alma. Todos cumplen su cometido en espíritu humilde de servicio, conscientes de la propia limitación y debilidad humana, procurando realizar juntos, en el don alegre y generoso de sí, la propia consagración en el cumplimiento de la misión en común, la misión de Cristo, confiada a la Iglesia.


La escucha de Dios no puede reducirse o aventura personal: el pueblo de Dios nace de la Palabra escuchada. La Lectura es, pues, una experiencia de fraternidad. El Discernimiento común lleva más fácilmente al consenso unánime: la búsqueda de Dios se hace más segura y el discernimiento de su querer menos aleatorio, porque nace de la común escucha y de la búsqueda común de Dios.


Por tanto, la autoridad y la obediencia se ejercen al servicio del bien común, como dos aspectos complementarios de la misma participación en la oblación de Cristo: aquellos que actúan constituídos en autoridad, deben servir a los hermanos el designio amoroso del Padre; mientras, con la aceptación de sus mandatos, los religiosos siguen el ejemplo de nuestro Maestro y colaboran a la obra de la salvación(ET 25)


Cristo ha dirigido a la Congregación y a cada hermano la invitación para que se comprometan a realizar su Reino y llevar a cabo una misión de salvación entre los hombres. Cada uno, en unión con los demás, es responsable de la práctica de la caridad, dentro de la comunidad, de la misión común en el mundo y de la misión personal en la propia vocación.


El Vaticano II ha puesto de relieve el principio de corresponsabilidad en la Iglesia y en todo instituto religioso. En la vida y en la acción, la corresponsabilidad se ejerce, sobre todo, en tres momentos: la búsqueda, la decisión y la ejecución.

1 2.1 En la búsqueda

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La búsqueda de la voluntad de Dios aparece como un deber muy delicado para la comunidad y para las personas, si se considera la oscuridad de la fe y la fragilidad humana. De aquí, la importancia del DIÁLOGO COMUNITARIO, en el cual todas, con sinceridad leal, aportarán la propia capacidad y competencia, teniendo siempre puesta la mirada en el bien de la comunidad y de la misión a ella confiada, esto se debe hacer no sólo en momentos extraordinarios sino en momentos ordinarios.


Animadas de espíritu constructivo, todos, en diálogo abierto y cordial disponibilidad, ayudarán a los superiores a llevar a cabo su difícil cometido de guías y su servicio al bien de los hermanos. En unión fraterna, mediante el cambio de ideas en un clima de confianza, tratarán todos juntos de conocer la voluntad de Dios; esta búsqueda se llevará a cabo, en particular, entre el superior y el hermano interesado, cuando se trata de una situación personal.


Entre el superior y la comunidad, cuando la decisión que debe tomarse atañe a ésta directamente


2 2.2 En la decisión

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En la vida ordinaria muchas decisiones brotan espontáneamente de común acuerdo. Cuando sea necesario, el superior, animador y centro propulsor de la comunidad, en su cargo de llevar a los hermanos a una obediencia activa y responsable , hará lo posible a la hora de hacer que sea la confluencia de la diversidad de ideas. Buscará el consejo oportuno de parte de cada hermano, de la comunidad, de su Consejo.


La corresponsabilidad trae consigo también la aplicación de los principios de subsidariedad y descentralización en las decisiones. Donde es suficiente una directriz general las decisiones ulteriores han de dejarse a las responsables, sean personas o grupos. Esto hará que se evite el paternalismo y el infantilismo, permitiendo el respeto y la maduración real de las personas.

3 2.3 En la ejecución

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La obediencia entra concretamente en juego, llegado el momento de la ejecución, suscitando la riqueza de las iniciativas personales y la generosidad del sacrificio. La comunidad entera o el hermano interesado entran libre, responsable y activamente en la adhesión al Padre con los hechos, con el cumplimiento de lo que se ha decidido. Lo hacen en nombre de la fe siempre, pero especialmente en los casos en que la decisión es diversa de los pareceres personales. Lo hacen con inteligencia y corazón, con lealtad y responsabilidad, tomando las iniciativas convenientes en el ámbito de las directrices dadas, en colaboración plena y cordial, en clima de familia, unida en el amor y dentro de la variedad del trabajo. La fase de la ejecución entra dentro de la virtud de la obediencia. Su valor de testimonio se hace sentir particularmente en el pesado quehacer diario, en la disponibilidad continua, en la alegre y generosa donación de sí misma a la misión que le está confiada. Esta actitud permite que se cree el verdadero espíritu de comunión, tan necesario para realizar, con sentido de responsabilidad, los planes de Dios, a través de la Historia de cada día.


La comunidad, en efecto, es manifestación de la voluntad del Padre y “lugar privilegiado para discernir y acoger la voluntad de Dios y caminar juntos en unión de espíritu y de corazón” (VC 92).



3.La obediencia, una llamada a la búsqueda de la voluntad de Dios para la misión


Todo hermano debe ser consciente de que trabaja, en el ámbito de su obediencia, por la misión salvífica de la Iglesia, desempeñando en su puesto un papel verdaderamente eclesial.


La corresponsabilidad ejercida a todos los niveles, donde se debe reconocer la dignidad de la persona, contribuirá a la madurez de cada religioso. En la fase de búsqueda, esta madurez significará la discusión libre y fraterna, la crítica constructiva y respetuosa, aceptando corresponsablemente las decisiones tomadas, con espíritu de fe y caridad comunitaria y superando todo individualismo. En la ejecución, exigirá la lealtad, las iniciativas personales y la propia creatividad; la solidaridad, el espíritu de equipo y la fidelidad a la misión común. De esta manera la obediencia será no un acto infantil, sino actitud de personas adultas; no renuncia a la voluntad y a la personalidad, sino un querer radicalmente el cumplimiento de la voluntad divina, prefiriéndola a los propios deseos. Este es el camino hacia la verdadera liberación del hombre.


Donde todos los hermanos están unidos sinceramente comprometidos a vivir con generosidad el espíritu del Evangelio, fieles a las enseñanzas de la Iglesia, según el ejemplo de Don Bosco, con corresponsabilidad fundada en la unión de mentes y en espíritu de familia, se facilita grandemente el ejercicio de la obediencia y de la autoridad.


La obediencia religiosa supone actitud de escucha y disponibilidad a la voz interior de Dios. Esto exige de nosotros constante pureza de corazón y superación de nosotros mismos, según el espíritu de las Bienaventuranzas. El participar en la comunión y en la misión de la comunidad puede exigir de nosotros el desapego de los proyectos e iniciativas personales para aceptar lealmente los de la comunidad, desde una actitud crucificante. Es preciso recordar que la razón última está en la participación profunda en la vida de Cristo, obediente hasta la muerte de cruz, y que, mediante su obediencia, ha merecido su resurrección y nuestra redención. Para el religioso, como para Cristo, se hace realidad, a través de la obediencia, la oblación de aquello que constituye el núcleo profundo de su personalidad, la voluntad. Pero precisamente en esta oblación está la realización suprema de sí mismo en el plano sobrenatural y la máxima fecundidad en orden al reino de Dios.


Acudir a la fuente de la oblación Cristo que la perpetúa en la Eucaristía. María modelo de obediencia a Dios, que aceptó plenamente la voluntad de Dios y que se ofrece con su Hijo en la Cruz a favor de los hombres.


Favorecer el diálogo es favorecer la convivencia familiar y el trabajo apostólico, por eso la obediencia es la escucha atenta desde todos los momentos de la vida de la Voluntad de Dios. Esto exige:


- Empeño en establecer relaciones interpersonales, llenas de confianza mutua y de respeto; en aceptarse las unas a las otras, sin prejuicios; en reducir al mínimo la instintiva actitud de autodefensa


- Oportunidad, para todos, de participar y colaborar al máximo en la vida y actividades comunes.


- Sinceridad, espíritu de fe y humildad para ver las razones del interlocutor, evitando desvirtuar el diálogo o convertirlo en su medio del cual se puede servir al hermano o el grupo para imponer sus propias ideas y manejar negativamente a la comunidad




Juan Manuel Ruano, SDB

Salamanca – Julio 2001

















FORMACIÓN







María de Nazaret y la Sabiduría de Israel: resonancias bíblicas 1


Nuria Calduch-Benages, MN.

Profesora en la Universidad Gregoriana (Roma).



Los textos del Antiguo Testamento que hablan de la Sabiduría pueden facilitar el acercamiento a María, la Madre del Señor, madre y hermana nuestra. Des­de ella puede repensarse el papel de la vida consagrada en un mundo que pi­de consuelo, solidaridad y misericordia.



Hace aproximadamente un año, no me acuerdo si fue incluso por estas mismas fechas, Jesús de Nazaret se nos acercó para preguntarnos: «Y voso­tras, ¿quién decís que soy yo?». A decir verdad, la pregunta nos cogió por sor­presa, pues teníamos entendido que eso sólo se lo había preguntado a sus discí­pulos de Cesarea de Felipe hace 2000 años. Pero una vez superado el descon­cierto inicial, ocho de entre nosotras —bíblistas y teólogas comprometidas en el mundo de hoy a distintos niveles y con distintas responsabilidades— tomamos la decisión de responder al Maestro por es­crito, y así lo hicimos1.



Supongamos por un momento que ahora es María de Nazaret, su madre, quien nos hace la m[isma pregunta. ¿Qué le responderíamos? Estoy segura de que también esta vez la pregunta nos cogerla por sorpresa y nos resultaría bastante di­ficil encontrar una respuesta, a no ser que, para salir del paso, nos refugiáse­mos en los tópicos tradicionales, los tó­picos de siempre, los de toda la vida, los que se repiten sin pensar, los que pueden ser anda de salvación en momentos difi­ciles. De todos modos y cueste lo que cueste, propongo que lo intentemos. Y para ello vamos a pedir ayuda a la Sabi­duría de Israel, aquella Sabiduría que, después de un largo viaje, puso su tienda en la tierra santa.



La Sabiduría es una figura misteriosa que se nos escapa de las manos cada vez que intentamos agarrarla, cada vez que intentamos colocarle una etiqueta para asegurarnos de su identidad. Esa figura misteriosa se pasea por el Antiguo Testa­mento, por las páginas de los libros de los Proverbios, de Job, por el Sirácida, Baruc y la Sabiduría con los rostros más variados: es niña, hermana, joven, novia cortejada y esposa acogedora. Rostros siempre distintos, pero siempre rostros de mujer.



Aunque en los escritos del Nuevo Tes­tamento esa figura femenina se haya identificado con la figura masculina de Jesús de Nazaret, el Cristo (cf. por ejemplo l Cor 1,24), nuestro objetivo va en otra dirección. Queremos iluminar la fi­gura de María con la luz que emerge de los textos veterotestamentarjos sobre la Sabiduría, queremos descubrir las reso­nancias sapienciales escondidas en el ser y actuar de Maria de Nazaret. Esto no es nada nuevo —pensarán seguramente los lectores/as—, y tendrán toda la razón, ya que la tradición cristiana siempre ha ve­nerado a la Madre de Dios como «sede de la Sabiduría» y la liturgia, por acomoda­ción, ha aplicado textos sapienciales co­mo Prov 8,22-31 o Sir 24 a la Virgen Ma­ría como colaboradora del Redentor (la Sabiduría también es colaboradora del Creador)2.


Ahora bien, de nuevo hago hincapié en el talante particular de esta breve refle­xión. No se trata de un comentario exegé­tico para especialistas, ni de un discurso teológico para estudiantes, ni de una ac­tualización en clave mariana para los fie­les. Es algo mucho más sencillo y viven­cial. Simplemente vamos a dejar que las resonancias de Doña Sabiduría se vayan posando en la figura de María y, como por ósmosis, en nuestra vida religiosa, de modo que la primera se nos haga más cer­cana y la segunda aterrice más de lleno en un mundo que vive sumido en el dolor y pide a voz en grito una palabra de con­suelo, un abrazo misericordioso, un per­fume de solidaridad.


Prov 8, 22-31 y Sir 24, dos poemas de­dicados a la Sabiduría personificada, serán las fuentes bíblicas de nuestra ins­piración. Las resonancias sapienciales que de ellos se derivan nos permiten ha­blar de:



4 MARÍA, MUJER ÍNTIMAMENTE UNIDA A DIOS Y A SU OBRA

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La nota más destacable de Prov 8, 22-31 es la estrecha relación que se es­tablece entre Dios y la Sabiduría, entre el Creador y su criatura. Dios crea la Sabi­duría «al principio de sus tareas», más aún, «antes de sus obras más antiguas». La forma «en un pasado lejano» un pasa­do que se sitúa «antes de los orígenes de la tierra». Así pues, la Sabiduría nace en los albores de la humanidad, en aquel tiempo primordial que se escapa a nuestra limitada comprensión. Y ella, una vez cre­ada, asiste y acompaña a su Creador mientras organiza y ordena el universo. «Yo estaba allí», afirma la Sabiduría en el v.27, y más adelante: «Yo estaba junto a Él» (v. 30).



Aunque no intervenga directamente en la creación del universo, su presencia también es creativa, porque está en sin­tonía con el Creador. Por eso, nada de lo creado le pasa desapercibido, nada de lo creado le es indiferente. Al contrario, gra­cias a ese misterioso vínculo que la une a Dios, se siente estre­chamente unida a to­das y cada una de las criaturas. La Sabi­duría no es Dios, pe­ro está con Dios. No es Dios, pero nos habla de Dios. No ha creado el mundo, pero lo ama entraña­blemente.


¿Y no podríamos decir lo mismo de María? María tam­bién estuvo «allí». Allí donde Dios la invitó, allí donde su familia la necesita­ba, allí donde falta­ba el vino, allí don­de nadie la veía, allí donde perdió a su hijo, allí donde sólo cabía callar y sufrir. Sí, Maria estaba allí, junto a Él, a los pies de la cruz. Una pre­sencia silenciosa y comunicativa, una presencia dolorosa y creativa. Desde antes del principio hasta el final, ella siempre estuvo con Jesús y continúa estándolo. Lo importante no es decir, hablar, hacer, actuar... Lo importan-te es estar «allí», «junto El», en medio de sus criaturas.



4.1 MARÍA, MUJER QUE CRECE DISFRUTANDO Y COMPARTIENDO

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Prov 8, 22-31 termina con unos ver­sos de diflcil interpretación, sobre todo a causa de un término hebreo muy dis­cutido (‘mwn) que no se sabe cómo tra­ducir, porque permite muchos significa­dos: maestro de obra, artesano, arqui­tecto, niño de pecho, hijo querido, niño pequeño, sabio... Hemos visto que la Sabiduría estaba allí, al lado de Dios, acompañándole en su tarea. Pero, el problema surge cuando, a partir del mencionado término, se quiere determi­nar su identidad o precisar su función en el cosmos. Propongo una traducción: «Yo estaba junto a El, creciendo, día tras día disfrutaba y jugaba sin cesar en su presencia; jugaba con el orbe de la tierra y mi regocijo era estar con los hu­manos» (vv. 30-31).


Al lado de Dios, la Sabiduría va cre­ciendo y disfrutando de la vida. Va cre­ciendo y disfrutando de su presencia. Se­guramente habrá muchas cosas que no entiende, que le sobrepasan, pero no por eso detiene su avanzar en la vida; no por eso da marcha atrás, no por eso busca re­fugiarse sólo en su Dios. Disfruta relacio­nándose con las personas, y en su rela­ción transmite esa alegría profunda de quien se sabe amado/a de verdad. Crecer, crecer amando, crecer disfrutando. Dis­frutar, disfrutar con Dios, con las perso­nas, con la naturaleza, con todo lo creado. Crecer disfrutando, comunicando, com­partiendo.


¿Y no podríamos decir lo mismo de María? Crecía el hijo y se fortalecía, llenándose de sabiduría y gracia de Dios. Crecía la madre y se fortalecía, llenándose también de sabiduría y gra­cia de Dios.


María y Jesús, madre e hijo, crecie­ron juntos y estoy segura de que tam­bién disfrutaron juntos, aunque los evangelios no nos lo digan abiertamen­te. Amaron, crecieron, disfrutaron, co­municaron, compartieron y tuvieron la delicadeza de enseñarnos cómo se pue­de asimilar y hacer propio este estilo de vida.


4.2 MARÍA, MUJER QUE SE COMUNICA CON LA PALABRA Y EL SILENCIO

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En Sir 24 la Sabiduría toma la palabra por segunda vez en el libro para pronun­ciar su discurso, un discurso que se cono­ce como «El elogio de la Sabiduría». A partir del versículo 3: «yo salí de la boca del Altísimo» hasta el versículo 17: «yo soy como una vid de lozanos sarmien­tos», escuchamos la voz de la Sabiduría en directo, una Sabiduría que nos cuenta su historia.


Como la palabra creadora de Dios en Gen 1, sale de la boca del Altísimo y co­mo neblina refrescante, sentada en su tro­no de nubes, empieza un largo viaje por el mundo: recorre el cielo, el abismo, el mar, la tierra, ejerciendo su dominio so­bre todo lo creado, como lo hace Dios, como si ella fuera Dios. El viaje de la Sa­biduría tiene un objetivo bien concreto: busca una morada, descanso y una here­dad donde establecerse.


La Sabiduría habla poco, pero cuando lo hace sus palabras están llenas de signi­ficado, son certeras y cumplen su objeti­vo. La Sabiduría sabe comunicarse a través del silencio y de la palabra. Silen­cio y palabra oportunos siempre han sido y todavía son señal de sabiduría: «El sa­bio guarda silencio hasta el momento oportuno y se hace querer por sus pala­bras» (Sir 20, 7.13).


¿Y no podríamos decir lo mismo de María? Mujer de silencio y palabra opor­tunos. Mujer sabia que calla ante el mis­terio y exulta de gozo ante las maravillas del Señor. Mujer sabia que medita en su corazón y canta con los labios. Mujer sa­bia que guarda la ley, teme al Señor y piensa lo que dice. Mujer sabia que nos descubre el justo valor del silencio y de la palabra.


4.3 MARÍA, MUJER DE RAÍCES PROFUNDAS Y ANCHOS HORIZONTES

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En Sir 24, 8 el viaje de la Sabiduría lle­ga a su fin. Después de mucho buscar, es su creador quien al final le dice dónde tiene que establecerse: «Pon tu tienda en Jacob, y fija tu heredad en Israel». Una vez situada, la Sabiduría nos cuenta su propio proceso y lo hace por medio de su­gestivas comparaciones con los árboles más característicos del país (cedro, ci­prés, palmera, olivo, plátano) o simple­mente con un hermoso arbusto (el rosal); luego traza las fronteras de Israel: Líbano y Hermón (norte), Eingadí y Jericó (este), la llanura que bordea el Mediterráneo, la Shefelá (oeste). Queda claro, por tanto, que el crecimiento de la Sabiduría abarca todo el territorio de Israel (vv. 13-14). Y, después de los árboles vienen los perfu­mes, y ahora la Sabiduría se compara a sí misma con el incienso y el óleo del culto. Al igual que estas sustancias, es sagrada, suave y agradable a Dios (v. 15). Más adelante, se compara con el terebinto, un árbol típico de los lugares relacionados con los cultos cananeos (Gen 35, 4; Is 1, 13) y también con la vid, imagen de Ju­dá destinado a la destrucción (Is 5, 1-7; Jer 2, 21). Ahora bien, en nuestro texto el terebinto es gallardo y frondoso, y la vid lozana y con frutos exquisitos (v. 17). Es­to significa que los beneficios de la Sabi­duría son buenos y se extienden por todo Israel. Árboles, perfumes, frutos y flores: todo el proceso vital de la naturaleza con­densado en solo unos versos, para que podamos seguir el crecimiento y la difu­sión de Dña. Sabiduría.


¿Y no podríamos decir lo mismo de María? Profundas raíces y anchos hori­zontes. María, mujer mediterráneas, hija del Mare Nostrum, el mismo que baña las costas orientales de nuestra península. María, mujer de su pueblo, enamorada de su Dios y de su familia, fiel observante de la ley, respetuosa con la tradición. María mujer de anchos horizontes: no se cierra, no se estanca, no se aísla. Corre al en­cuentro de su prima Isabel, no piensa en la distancia, ni en el polvo del camino, ni en la fatiga del viaje. Entrega a su hijo, sabe que va a morir, pero el amor de Dios es infinito, infinito como el horizonte. Sin raíces, nos morimos; sin horizontes, nos encogemos.



4.4 MARÍA, MUJER QUE GENERA VIDA ABUNDANTE

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Seguimos en Sir 24, pero ahora, en lu­gar de fijar nuestra atención en el texto habitual, vamos a detenernos en una gb­sa que aparece en uno de los códices griegos y en la versión latina con alguna variante: «Yo soy la madre del amor her­moso, del temor, del conocimiento y de la santa esperanza. Yo doy [frutos] eter­nos a todos mis hijos, a los que ÉL ha lla­mado». La Sabiduría como madre la en­contramos en otros textos sapienciales como, por ejemplo, en Prov 8, 32; Sir 4, 11; 15, 2-3; Sab7, 11-12. Se trata siem­pre de una madre que da muchos frutos. Y, sin duda alguna, el fruto más preciado es la vida: «quien me encuentra, encuen­tra la vida y alcanza el favor de Dios» (Prov 8, 35). Aquí la Sabidu­ría es madre del amor, por­que el amor que recibe de Dios lo transmite luego a sus hijos. La Sabiduría es madre del temor de Dios, porque genera esa disponi­bilidad en el corazón de sus hijos. La Sabiduría es ma­dre del conocimiento, por­que les abre el entendimien­to para conocer a Dios. La Sabiduría es madre de la santa esperanza, porque in­funde en ellos la esperanza en Dios. La Sabiduría da frutos eternos a sus hijos, porque los orienta hacia Dios. Hijos e hijas de la Sa­biduría, hijos e hijas de Dios, de un Dios que llama y espera respuesta.


¿Y no podríamos decir lo mismo de María? «Ma­dre, ahí tienes a tu hijo», dice Jesús antes de expirar. Y en ese preciso instante se inaugura una nueva mater­nidad, una nueva manera de relacionarse, de compar­tir, de vivir.., nace, en defi­nitiva, una nueva vida. Ma­ría, nuestra madre y herma­na.


Cinco resonancias bíbli­cas que, a través de Maria, nos invitan a calibrar la dimensión sa­piencial de nuestra vida religiosa: la rela­ción con Dios y con su obra, la capacidad de crecer, disfrutar y entablar relaciones humanas, el alcance y valor de nuestras palabras y silencios, la profundidad de nuestras raíces, la anchura nuestros hori­zontes, la fecundidad de nuestra vida. No sé que pensará María, ¡pero al menos lo hemos intentado!




4.4.1 Notas

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Cf. 1. GÓMEZ-ACEBO (cd.), Y vosotras, ¿quién decís que soy yo?, En clave de mujer, Bilbao, Des­clée de Brouwer, 2000.

2 Cf. A. SERRA, «Sabia», en S. De Fiores - 8. Meo (eds.), Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid, San Pablo, 1988, 2a cd., pp. 1755-1769, aquí 1756.

Cf. 1. GÓMEZ-ACEBO (cd.), María, mujer mediterránea, En clave de mujer, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1999.





























COMUNICACIÓN







COMUNICAR PARA EVANGELIZAR2

(La comunicación en la misión de la Iglesia)


El ser humano es como una ventana abierta al exterior;

por ella sale al encuentro de los demás y, a la inversa,

permite que los demás entren de alguna manera en su interioridad.

Esto que identifica al ser huma­no, se aplica a la Iglesia y a su misión.

En este contexto, desarrolla un proceso comunicativo que consiste, esencialmen­te, «en la transmisión de la fe eclesial».

Es el mensaje que nos ofre­ce el autor de este artículo,

extractado del Diccionario de Catequética,

de próxi­ma aparición en la editorial San Pablo.




La comunicación es esa facultad casi ilimitada, que ejercemos de di­versas formas: palabra habla­da o escrita, gestos, imágenes, sonidos, etc. Lo que decimos o hacemos, incluso lo que ca­llamos u omitimos, son for­mas de manifestarnos a los demás. A estas formas las lla­mamos lenguaje, que es el medio que permite ejercer la facultad de comunicar.


Esto que identifica al ser humano, se aplica a la Iglesia ya su misión. ¿Cómo evange­lizar sin ejercer la facultad de comunicar? ¿Cómo anunciar el evangelio sin adoptar los sis­temas que lo hacen posible? La comunicación es el sopor­te de la catequesis y la evan­gelización; y tiene que encon­trar el lenguaje idóneo que le permita realizarse y desarro­llarse como tal.



La comunicación en la sociedad actual


La palabra comunicación está de moda. Y, en parte, se debe al boom de magnetos­copios y televisores, de teléfo­nos y ordenadores, de satéli­tes y canales de difusión. En cualquier momento y lugar, podemos ser testigos de todos los acontecimientos que suce­den en nuestro mundo. No hay país, nación ni familia que pueda resistir a los tentá­culos que extienden las nue­vas tecnologías aplicadas a la comunicación.


La imagen que se ofrece a todo análisis es la de un mun­do cada vez más complejo, donde se multiplican las fuen­tes de fricción, a la vez que se fortalecen las razones para cooperar y los medios para comunicarse. La universa­lización de las tecnologías de producción, organización y gestión, la circulación inten­sa de productos e individuos, el auge de las telecomunica­ciones y de la informática, la proliferación de mensajes que se difunden por el planeta, contribuyen a transformar la sociedad y a establecer un nuevo tipo de relación entre los individuos y los pueblos.


El motor de esta transfor­mación es la comunicación. Que se apoya, se sustenta y se difunde en una nueva tecno­logía, que es como el sistema nervioso de la sociedad. Un hecho es cierto: la tecnología, impulsada por la electrónica, es el canal fundamental a tra­vés del cual se manifiestan y circulan las ideas, la cultura, los acontecimientos..., la vida. Es, sin duda, el elemento cla­ve que se sitúa en la base de la comunicación moderna.


Sometidos a su impacto, sentimos que nuestra sensi­bilidad entra en campos difíciles de controlar y capaces de transformar actitudes y con­ductas. Las nuevas tecnolo­gías van minando los siste­mas tradicionales de comuni­cación, ala par que hacen sur­gir las líneas maestras de un nuevo estilo de comunicarse.



Una comunicación audiovisual


Una característica signifi­cativa de la comunicación ac­tual reside en su carácter au­diovisual. Su novedad no está tanto en sus elementos formales (imagen y sonido siempre han estado presentes en la co­municación humana) cuanto en los medios electrónicos en que se sustenta, lo que per­mite registrar y conservar los mensajes, difundirlos y mul­tiplicar hasta el extremo sus posibilidades de recepción.


En este sentido, la comu­nicación audiovisual (que se aplica tanto a los canales que difunden los mensajes como al lenguaje en que se expre­san) goza de todos los para­bienes. «Una imagen vale más que mil palabras», dice un antiguo refrán; lo cual es un indicador de la eficacia comu­nicativa que se atribuye, de entrada, a la expresión icóni­ca sobre la verbal. Esto no quiere decir que, en la prácti­ca, esté exento de problemas. Veamos algunos datos.


Los estudios sociológicos ofrecen datos elocuentes. Res­pecto a los niños, las estadís­ticas hablan, por ejemplo, de un promedio de veintitrés ho­ras semanales ante el televi­sor. ¿Cuántas pasan en la es­cuela? En cuanto a los jóve­nes, la Influencia de los me­dios en su vida personal y so­cial es creciente: la prensa, el cine, la radio y la televisión ocupan el tercer lugar, des­pués de la familia y los ami­gos, por encima de los libros y centros de enseñanza, y a mucha distancia de los parti­dos políticos y de la Iglesia.


Si se mira la situación con ojos reduccionistas, es lógica cierta actitud de sospecha. Los medios de comunicación, por su carácter audiovisual, constituyen un masaje que determina lo que suele lla­marse el hombre desmenu­zado. Basta hojear una revis­ta o ver un telediario: en media hora, o menos, pasamos de un tema de actualidad política a otro sobre moda, de reír con un chiste a llorar con un atentado terrorista. En un tiempo récord, y a modo de flash o de ráfagas sucesivas, entramos en contacto con la realidad de una manera mez­clada, fragmentada, sin análi­sis de los contextos y, a veces, mientras se realiza otra activi­dad en paralelo. No es difícil caer en la tentación de enten­der y saber de todo, aun a ries­go de superficializar el signifi­cado de los hechos. Es como si las excesivas informaciones impidieran centrarse en un punto particular; y quien lo consiga, pierde el ritmo y se queda en el camino: mientras él va, los otros están de vuelta.


Por otra parte, todo lengua­je consiste en un sistema de signos portadores de significa­ción. Ahora bien, el número y la identidad de signos que componen el lenguaje audio­visual y su carácter analógico hacen difícil, por no decir im­posible, formular una gramá­tica y hacer un diccionario se­mejante al de un idioma. Y más que de un lenguaje, ha­bría que hablar de un conjun­to de lenguajes, cuya clave no es fácil de determinar.


Ciertamente, la imagen y el sonido son los principales ele­mentos constitutivos del len­guaje audiovisual. Pero tam­bién se amplia a otros que, por su origen y naturaleza, se dife­rencian del lenguaje verbal o escrito, como es el lenguaje del cuerpo, en cuanto que se ex­presa con gestos o movimien­tos potencialmente comunica­tivos. Lo audiovisual abarca todo lenguaje no verbal.


Ahora bien, por su carácter de audio no puede dejarse de lado la palabra hablada. Está en la televisión, en el cine, en el vídeo, y es el lenguaje bási­co de la radio. Pero es un esti­lo de palabra que pone en es­cena y dramatiza una realidad y que se hace imagen verbal, como sucede en el poema y en el teatro, oque se hace música en la canción. De ahí que lo audiovisual se entienda como una mezcla de lenguajes que actúan conjuntamente y se complementan. Añádase la existencia de un proceso que va del lenguaje a los medios, y que estos le otorgan cierto carácter específico, de forma que no es igual el lenguaje de la televisión que el del cine o el del montaje audiovisual.



Ambivalencia de los medios


La cultura actual, apoyada en los medios de comunica­ción, pone en manos de la hu­manidad nuevas posibilida­des para vivir más y mejor, para dominar el medio en que vive y para establecer unas re­laciones humanas libres, res­petuosas y democráticas. Nunca ha tenido la humani­dad tantos medios para ven­cer el hambre, la ignorancia y la soledad, ni tan eficaces para acortar distancias, elimi­nar fronteras y estimular la participación y el diálogo.


Sin embargo, esos resulta­dos potenciales coexisten con la incomunicación, el subde­sarrollo y la destrucción. La técnica, portadora de libertad y progreso es, a la vez, vehícu­lo de manipulación e instru­mento de violencia. Es una de las grandes paradojas de la humanidad, que se debe, no tanto a los medios tecnológi­cos cuanto a las personas en cuyas manos están y a los in­tereses a los que responden: el poder, el dinero o las fuer­zas de presión. Las nuevas tecnologías son instrumentos para el bien y para el mal. Es decir, tienen dueño, y este es quien decide su destino.


Por otra parte, lo audiovi­sual transmite su informa­ción mediante imágenes y so­nidos de carácter analógico. Se trata, pues, de signos que hacen referencia a objetos o realidades concretas, no a abstracciones ni a argumen­taciones conceptuales. Pero esta referencia no es absolu­ta. Por una parte, esa rela­ción, más que con lo real, es con la imagen previa que cada cual tiene de la realidad. Por otra, la imagen que vemos, en cuanto signo, no es una representación pura y simple: su autor ha proyectado en ella su manera de ver la realidad, lo cual constituye cierta recons­trucción e interpretación de la misma (subjetividad).


En este sentido, no se pue­de descartar de los signos audiovisuales alguna arbitra­riedad y convencionalismo, o cierta ambigüedad en su sig­nificación. Es un lenguaje que tiene parte de ambigüedad y parte de analogía, parte de subjetivo y parte de objetivo.


Cuando se ha llegado a identificar la cultura con el li­bro, no es fácil comprender el masaje con que el lenguaje audiovisual ofrece sus men­sajes. Este articula la infor­mación mediante signos dife­rentes a los de la expresión escrita, y desencadena un tipo de comunicación que no se restringe al campo de la ra­cionalidad, sino que engloba todas las instancias de la per­sonalidad. Por eso es necesa­rio el aprendizaje de sus có­digos lingüísticos, igual que se aprende a leer y a escribir.


Durante muchos años se ha imputado, en particular a la televisión, un efecto desas­troso en la sensibilidad y en la mente, sobre todo, de ni­ños y jóvenes. La sociología de los medios se basa en una ex­perimentación suficiente para comprobar que las cosas no son así de simples; el público tiende a recibir y retener aque­llas informaciones que van en el sentido de sus creencias previas y contribuyen más a reforzar las opiniones existen­tes que a transformarlas; como mucho, pueden refor­zar una eventual tendencia al cambio cuando se manifiesta en el conjunto de la sociedad o cuando los conflictos crean cierta predisposición a tomar nuevas opciones.


Por otra parte, la abundan­cia de canales de difusión, po­tenciada aún más por la lla­mada revolución digital, po­sibilitan una diversificación de mensajes alternativos que evitan el riesgo de uniformi­dad comunicativa y prestan atención al pluralismo y a las particularidades individua­les. El usuario puede escoger sus programas e, incluso, adaptarlos a sus preferencias.


Las conclusiones están muy matizadas y son poco generalizables. La televisión, por ejemplo, no parece modi­ficar los resultados de los es­colares ni predisponerlos a la delincuencia. Puede, si se ve con exceso, producir fatiga psíquica y trastornos moles­tos. Pero generalmente su efi­cacia consiste en reforzar opi­niones o actitudes ya toma­das. En todo caso, la comuni­cación no es el efecto necesa­rio de la técnica para la co­municación; pero sí su razón de ser. Sólo la comunicación puede dar validez y justificar éticamente el uso de unos medios formidables en sí mismos, pero ambivalentes en sus efectos e intenciones.


Lo cierto es que la comuni­cación no está en los medios sino en las personas. Propia­mente hablando, nadie se co­munica con un televisor o con un ordenador. Este es una máquina que memoriza y controla informaciones, pero no siente ni padece; es sólo un instrumento que se inter­pone entre una persona o gru­po que está delante y otra per­sona o grupo que está detrás. La comunicación sólo es po­sible entre personas; los me­dios son sólo medios.


Además, el término comu­nicación conjuga dos pala­bras: común y acción. Habla­mos, pues, de una acción co­mún. No hay comunicación cuando actúa solamente una de las partes mientras la otra permanece pasiva, cuando una es la que da y otra se II-mita a recibir, cuando sólo uno de los interlocutores tie­ne derecho a la palabra. La comunicación requiere diálo­go, respeto mutuo, libertad de opinión, igualdad entre las partes... Comunicarse es par­ticipar y compartir.



Medios grupales y medios de masas


Media, significa media­ción, intermediario. Mass­media o medios de masas es el conjunto de instrumen­tos destinados a comunicar a un público numeroso elemen­tos de información, juicio y cultura. Groups-media, me­dios de grupo o medios gru­pa les significa lo mismo, pero con la salvedad de que se trata de medios destinados a pequeños grupos y que pue­den ser manejados por estos.


Este matiz diferenciador es muy esclarecedor para com­prender el contexto de la co­municación catequética. De hecho, sólo por aproximación se puede hablar de comuni­cación en los medios de ma­sas; son más bien medios de información o de difusión. En cambio, los medios de gru­pos tienen todas las condicio­nes para desarrollar una ver­dadera comunicación en cuanto acción común.

Hay características que se dan en un sitio y no en otro o, al menos, no se dan en todos de la misma manera. Una de ellas, quizá la más significati­va, afecta al feed-back. Este es uno de los criterios que de­terminan el grado de comuni­cación que existe e, incluso, su validez.


También es clave lo que se refiere al qué se comunica. Hay gran diferencia entre comunicar lo que se sabe y co­municar lo que se vive. La forma de implicación no es igual en cada caso. Por eso se habla de distintos niveles de comunicación.



Comunicación y personalidad


La comunicación afecta a todas las facetas de la perso­nalidad. Los estudios psicofisiológicos realizados sobre el cerebro humano determinan la presencia en el mismo de dos hemisferios, el izquierdo y el derecho, con funciones netamente diferenciadas e in­dependientes, a la vez que re­lacionadas y complementa­rias.


Nuestros sistemas de co­municación han privilegiado comúnmente las funciones propias del hemisferio iz­quierdo. No se trata ahora de ir al extremo contrario, sino de sopesar y equilibrar la balanza entre ambos hemisfe­rios, de forma quela comuni­cación, y con ella la cateque­sis, sea integral y asuma to­das las facetas que configuran la personalidad humana.


El lenguaje audiovisual se inscribe en la categoría de comunicación no verbal y, por tanto, desempeña las funcio­nes propias del hemisferio ce­rebral Izquierdo. La riqueza de recursos que confluyen en el audiovisual hacen de él un lenguaje simbólico por exce­lencia. El símbolo no está re­ñido con lo real ni es sinóni­mo de misterioso; al contra­rio, es tal en la medida en que sitúa ante una realidad evo­cadora y portadora de senti­do. Su función es conducir la sensibilidad y la mente hacia más allá de la realidad repre­sentada. Y esto hace el lengua­je audiovisual: expresa lo con­creto, lo real, lo experiencial, y suscita la sensibilidad y la afectividad. Pero no se queda ahí, ya que el impacto recibi­do actúa como resorte que impulsa al individuo a anali­zar sus efectos, a descubrir sus causas y a objetivar la tu-formación recibida.


De esta manera, la perso­na se ve envuelta en un proce­so comunicativo total, que no sólo activa su sensibilidad, sino también su mente, a fin de conducirse hacia más allá de la realidad expresada y va­lorar con objetividad su per­cepción de la misma. Esto es lo que se entiende por len­guaje total, un lenguaje que despierta el subconsciente y suscita la subjetividad; no para que el individuo se que­de ahí, sino para que se sien­ta motivado a analizarla, a contrastarla, a controlar sus efectos y a objetivarla y a to­mar opciones personales.


Este proceso comunicativo es una de las aportaciones más valiosas del lenguaje au­diovisual a la catequesis. No sólo porque asume las dife­rentes formas de expresión, sino porque activa todas las fibras de la personalidad hu­mana, tanto las emotivas como las racionales.



La opción por los medios grupales


La validez pastoral de un medio depende del grado de comunicación que favorezca. Un grupo humano se mantie­ne y desarrolla en la medida en que existen relaciones pro­fundas entre sus miembros. ¿Cómo hablar de comunica­ción (acción común, común unión) sin que los implicados en ella (emisores y receptores) lleguen a percibirse mutua­mente como personas que tie­nen algo que decir y necesi­tan compartir sus experien­cias concretas únicas y origi­nales? El ser humano no sólo necesita escuchar; también ser escuchado.


Los medios grupales ofre­cen esta posibilidad ya que integran los sistemas actuales de comunicación en dos pers­pectivas: una de tipo comple­mentario, que consiste en po­ner al servicio de los grupos informaciones, mensajes o programas que circulan en los medios de masas; otra de tipo creativo, que consiste en la po­sibilidad de que los grupos accedan activamente al len­guaje de los medios y puedan expresarse en ellos.


La Iglesia debe abarcar to­dos los campos que le permi­ta la tecnología actual para desarrollar su acción evangeliza­dora, incluidos los medios de masas. Sin embargo, es en la comunicación grupal donde verdaderamente se desarrolla la catequesis. Primero, porque esta no pretende la conversión de las masas, sino la madura­ción de la fe de los creyentes; segundo, porque es en el seno de los pequeños grupos, en la relación dialogal, donde se ga­rantiza una comunicación ve­raz y auténtica; tercero, por­que la fe se vive, se expresa y se celebra en el ámbito comu­nitario. Se podrían añadir más razones. Permítase esta última: porque también los pobres tienen derecho a acce­der a las nuevas tecnologías y beneficiarse de sus ventajas.


Recordemos que la comu­nicación —y la catequesis— no está en los medios, sino en las personas. El lenguaje de los medios, en manos de un gru­po, le dan a este todo el prota­gonismo para pertrecharse de defensas críticas frente al len­guaje camuflado y totalitario que a veces aparece en los mis­mos medios y, sobre todo, para suscitar la comunicación interpersonal, ayudar a la bús­queda, estimular la interiori­zación, situar ante la propia experiencia de vida y de fe. El medio, más que hablar por sí mismo, hace que el grupo ha­ble, reflexione e investigue. Es la forma de que el medio esté al servicio de la comunicación.



5 Maximiano ESCALERA

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(Lo que a continuación aparece son los incisos y esquemas que hay a lo largo del texto:)


5.1 ESQUEMA DEL PROCESO DE LA COMUNICACIÓN

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El emisor es la persona que envía o transmite un mensaje, la fuente de la que brota la comunicación; responde a la pregunta: quién comunica.

El receptor es la persona o grupo que recibe la información o mensaje; responde a la pregunta: a quién se le comunica.

El mensaje es el contenido de la comunicación, lo que se transmite o de lo que se informa, aquello que el emisor quiere decir y de hecho dice, aunque no lo pretenda. Es la respuesta a la pregunta: qué comunica.

El código es el conjunto de signos y símbolos que se utilizan para transmitir el mensaje. Hay códigos verbales, icónicos, sonoros, gestuales, escritos. Comprende todo lo que se identifica con el lenguaje y res­ponde al cómo comunica. Para que haya comunicación es menester que el receptor sea capaz de descodificar o descifrar esos códigos.

El canal es el medio que transporta el código o lenguaje y; con él, el mensaje; cumple una función mediadora entre emisor y receptor. Res­ponde a la pregunta: cómo comunica.

Los ruidos son todo lo que perturba, desvía o dificulta la comunicación. Son elementos ajenos que interfieren negativamente en el proceso.

El feed-back designa el control que el emisor ejerce sobre la informa­ción recibida por el receptor. También se denomina retroalimentación, poniendo el acento en la relación que se establece entre emisor y recep­tor a partir del mensaje transmitido. Todo receptor reacciona ante un mensaje; si el emisor conoce y recibe esa reacción, podemos hablar de feed-back (relación e intercambio de mensajes que se realiza entre emi­sor y receptor, por lo que de alguna manera se alternan los papeles.



NIVELES DE RELACIÓN EN UN GRUPO


El diálogo es, quizá, el elemento más significativo en las relaciones. El lenguaje revela el tipo de relación y, por tan­to, el tipo de catequesis. Se pueden distinguir tres niveles:


La palabrería. Es la forma más superficial de diálogo. Consiste en hablar de cualquier cosa, sabiendo o no, sin implicarse en lo que dice. Sucede en la catequesis cuando faltan objetivos precisos o el grupo no los acepta ni se im­plica; los catequizandos se contentan con charlar e inter­cambiar opiniones que no les conducen a ninguna parte.


La información. El diálogo tiene un contenido preciso, pero los interlocutores siguen sin implicarse. Hay una in­formación de base que proporciona los elementos necesa­rios para investigar, analizar y llegar a conclusiones claras y objetivas; pero si el grupo se queda ahí, no traspasa­rá el ámbito de la cultura religiosa, aunque suponga una aportación valiosa para la formación.


La comunicación. El diálogo alcanza toda su intensidad cuando no se trata sólo de decir algo, sino de decirse a sí mismos. En este caso, los miembros del grupo expresan la resonancia que tiene en ellos la cuestión planteada; esto requiere confianza recíproca para exponer lo que cada uno lleva dentro de sí y para esperar que los otros hagan lo mismo. El intercambio grupal no es un simple eco de lo que se piensa, se sabe o se dice, sino de lo que cada uno siente, busca y vive. La catequesis alcanza su sentido pleno como lugar en el que el grupo confiesa su fe. La plena comunica­ción requiere la implicación personal y un grado de rela­ción cercano al de la experiencia comunitaria.


A continuación se presentan las frases que están sueltas:


Un hecho es cierto: la tecnología, impul­sada por la electró­nica, es el canal fundamental a través del cual se manifies­tan y circulan las ideas, la cultura, los acontecimientos y, en suma, la vida.


Basta hojear una revista o ver un telediario: en media ho­ra, o menos, pasamos de un tema de actuali­dad política a otro sobre moda, de reír con un chiste a llorar con un atentado, de un tema económico a un asunto de religión.


Los niños pasan un promedio de veintitrés horas semanales ante el televisor.


La cultura actual, apoyada en los me­dios de comunica­ción, pone en manos de la humanidad nuevas posibilidades para vivir más y mejor, para establecer unas relaciones hu­manas libres.


Nunca ha ha­bido tantos medios para vencer el hambre, la ignorancia y la soledad, ni tan efi­caces para eliminar fronteras y estimular el diálogo. Y sin embargo, esos resul­tados poten­ciales co­existen con el subdes­arrollo, la incomunica­ción y la destrucción.


Se ha imputa­do a la tele­visión efectos desastrosos, sobre todo en los niños y jóvenes. Las cosas no son tan simples; se tiende a retener las informaciones que van en el sentido de las tenden­cias previas.


La comunicación requiere diálogo, respeto mutuo, liber­tad de opinión, igualdad... Comuni­carse es participar y compartir.


La Iglesia debe abrirse a todos los cam­pos en su acción evangelizadora. Sin embargo, es en la comunicación grupal donde verdadera­mente se desarrolla la catequesis.


El lenguaje audiovisual expresa lo concreto, lo real, lo experiencial, y suscita la sensibilidad y la afectividad. Pero el im­pacto recibi­do actúa como resorte que impulsa al individuo a analizar sus efectos, a descubrir sus causas y a objetivar la información recibida.



















El anaquel


5.2 Parte 6: Dándole vueltas al asunto3

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5.2.1 ¿El miedo o la autenticidad?

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Hem seguía dándole vueltas a la idea de permanecer en el depósito, a lo mejor lo único que tenía que hacer era esperar a que les devolviesen el Queso. Pero el Queso no aparecía nunca. Los dos liliputienses empezaban a sentirse cada vez más débiles. Haw sentía que cuanto más tiempo estuviesen parados sin hacer nada, más difícil se volvería la situación.


Hasta que un día Haw se empezó a reír de sí mismo por el ridículo que había estado haciendo. La idea de volver al laberinto le asustaba, aún así empezó por buscar las viejas zapatillas de correr. Después de mucho buscar, las encontró. A Hem la idea de Haw le parecía absurda e ingenua —¿Y si no hubiese ningún Queso en el laberinto?, pensó—. Haw no las tenía todas consigo, pero veía más posibilidades de encontrar Queso fuera del depósito que en él. Y se imaginó la aventura que se le presentaba —primero de una forma un tanto fantástica y luego más realista y verosímil—, pero, aún así, eso le agradó. “A veces las cosas cambian y ya nunca vuelven a ser como antes”, sentenció Haw. Hem, en cambio, reaccionó enfadándose.


Parece que —por fin, podríamos suspirar— la historia cambia de cara y toma un nuevo rumbo. Pero no para ambos. Mientras que Haw cambia de cara, Hem sigue fiel a lo que siempre había pensado. Haw ha despertado de una etapa invernal, y ha despertado riéndose de sí mismo. Se ha dado cuenta de todo. Detrás de su sonrisa hay todo un cambio de actitud, una profunda conversión, que no es otra cosa que volver a hacer lo que antes había hecho, con el cansancio y los achaques que le ha producido una situación de pasividad como la que había estado viviendo.


La literatura actual sobre vida religiosa4 también habla de esta manera de entender la fidelidad volviendo a las fuentes, a lo primigenio, y descubrir en éstas las líneas maestras que Dios ha trazado en la figura de los fundadores y en la primera comunidad, aplicables a cualquier situación porque están por encima de éstas: así como la Iglesia mira a Cristo y a la comunidad que ora con María en el cenáculo (cf. Hch 1, 14), nosotros miramos a Don Bosco y las fuerzas dinamizadoras de la comunidad de Valdocco5. Dicho todo esto por el Capítulo General Especial, a la luz del Concilio Vaticano II que pedía la vuelta a los fundadores6: «El retorno al Fundador, significa en nosotros, salesianos, la vuelta al Don Bosco genuino del Oratorio. Dicho en otros términos: el criterio de nuestra renovación, como salesianos se encuentra en la persona de Don Bosco, cuyo comportamiento personal, en la vida del Oratorio, representa para nosotros una lección magistral de fidelidad dinámica a su vocación apostólica»7.


La fidelidad se ha entendido —malentendido— muchas veces como un anclarse en el pasado, centrándose en éste como una serie de comportamientos, tradiciones y formas externas concretas y temporales. Así constantemente nos acecha un peligro de estancamiento o involución8 frente a la fidelidad creativa9, expresión que consagrara el Vaticano II y releída por Vita Consecrata10; llamada, hoy, por diversos autores: re-creación, re-fundación, renovación, adaptación... El término nos da igual11, cada uno tiene sus ventajas y matices pero también sus inconvenientes al devaluarse con un uso abusivo como ocurre tantas veces.


No es este lugar para expresar que características tiene nuestra renovación, ya las Constituciones de nuestra sociedad, ratificadas por la jerarquía eclesiástica, garantizan unas claves para hacer presente en nuestras comunidades el clima de Valdocco. Pero vanas son estas indicaciones si no van acompañadas de una actitud interior profunda de renovación y fidelidad al carisma originario. Por que nuestras Constituciones son unas constituciones para los tiempos nuevos, pero exigen una tarea de interiorización y una conversión continua de acuerdo a las exigencias de nuestra misión12.


Cuando nos damos cuenta de que nos hemos desviado y que hemos sido infieles a nuestra consagración y, por lo tanto a la voluntad de Dios, nos encontramos a merced del Espíritu, frente a la posible negatividad o las posibles quejas de algunos hermanos o del ambiente.


Una vez que Haw se dio cuenta de que necesitaba una cambio de actitud, ¿cuál era su seguridad? Desde luego no la encuentra en el negativo Hem, ni en el camino que se le presenta por delante. Sólo la encuentra en la meta, en lo fundamental: para este liliputiense, lo básico para vivir con sentido es el Queso —para nosotros, religiosos, ese Queso es Cristo, salvando las distancias—. Y su seguridad es también la satisfacción interior de hallarse en sendas de Verdad; también así nosotros, ya que nuestra renovación consiste en el aumento de la fidelidad y la ilusión vocacional13.


Ya he dicho en otra parte de estos comentarios, que seguramente cuando nos planteamos el cambio y la consiguiente renovación, volvemos a los ideales que nos planteamos en los momentos más intensos de nuestra vocación, en los momentos que nos ha tocado optar a fondo perdido por Cristo. Así también Haw vuelve a su anterior opción, busca, sin perder el tiempo, sus viejas zapatillas con las que afrontaba cada jornada centrado en el Queso que da sentido a su vida. Las zapatillas del personaje son el recuerdo reavivado de nuestras opciones más auténticas y esclarecedoras a las que volvemos al plantearnos el cambio.


Esto a largo plazo es lo que supone una mayor satisfacción y plenitud, pero está asentado sobre una continua tensión, un reto a veces doloroso e incómodo entre seguridades aparentemente benignas y la apertura hacia el presente y el futuro. Un reto que se reduce a optar por Dios u optar por los hombres14. Una vez que nos hemos dado cuenta de por dónde nos movemos no podemos echarnos para atrás sin elegir. Nuestra sinceridad y coherencia nos piden seguir hacia adelante, pero hay tanto que nos ata atrás y nos deja aferrados a nuestra situación... —aparente fidelidad—. No podemos engañarnos a nosotros mismos. Está claro que no podemos pensar en el hoy sin pensar en lo que fue el ayer, porque «lo nuevo sólo es auténtico si conserva lo antiguo»15. Pero pensamos también que lo antiguo se conserva en su esencia, no en sus condicionantes16.


La fidelidad de una congregación, de una comunidad, se basa en cada uno de sus hermanos. Nos puede pasar que unas veces seamos tan intrépidos como Haw, aún así, a veces, nos conformamos con los argumentos de Hem.


1 En Vida Religiosa, mayo 2001 nº 5 vol. 91. pags 29-34.

2 En Cooperador Paulino. Nº 97 enero-febrero 1999.

3 Cf. Spencer Johnson (242001). ¿Quién se ha llevado mi Queso? Barcelona: Empresa activa. 46-49.

4 Lo presenta de manera un tanto paródica —habla de “situaciones re”— Gabino Uríbarri (2001). Portar las marcas de Cristo. Teología y espiritualidad de la vida consagrada. Bilbao: Universidad Pontificia Comillas-Desclée De Brouwer. 93-102.

5 Estas ideas las desarrolla José Manuel Prellezo (2001). “Don Bosco fundador de comunidad: la comunidad de Valdocco”. En Cuadernos de formación permanente 7. Madrid: CCS. 161-183.

6 Cf. Perfectae caritatis (PC) 2b.

7 Cf. (1972). CGE. Roma. Nos 196-197.

8 Cf. Severino María Alonso (111998). La vida consagrada. Síntesis teológica. Madrid: Publicaciones Claretianas. 24-25.

9 Cf. PC 1-2.

10 Cf. VC 37.

11 Interesante nos parece el estudio que se hace sobre las palabras “renovación” y “adaptación”, sus diferencias y sus implicaciones, en Severino María Alonso (111998). Op. cit. 113-120. Contiene bibliografía.

12 Cf. el interesante estudio de E. Viganó (1986). Consagración apostólica y novedad cultural. Madrid: CCS. 49-59. Constituciones (C) 118, 126, 146, 196.

13 Cf. Unitatis Redintegratio (UR). 6.

14 Severino María Alonso (111998). Op. cit. 115.

15 Cf. Ib. 116.

16 Cf. Jesús Álvarez Gómez (2001). Carisma e historia. Claves para interpretar la historia de una congregación religiosa. Madrid: Publicaciones Claretianas. 177-184.