Los que creen en el cielo y los que ya no creen


Los que creen en el cielo y los que ya no creen





¡




Inspectoría Salesiana de “Santiago el Mayor" León , 24 de marzo de 2002 nº 16


Camina!

Al sepulcro no se va,

te llevan,

Como llevaron al maestro.

Lo nuevo ya ha comenzado:

El sepulcro está abierto,

y mana un chorro de vida

que es imparable.

Esta es nuestra fe.

El Señor Jesús

rompió el sepulcro

y sus pasos

han llegado a nosotros.

¡Camina!

La fuerza del Señor

es tu fuerza.

La vida del señor

es tu vida.

No te quedes sepultado

tú que puedes

estar en pie.




































ÍNDICE



  1. Retiro……………3-13.

  2. Formación……...14-16.

  3. Comunicación.…17-30.

  4. El anaquel……...31-33.

  • No hay queso...31-33.


Maqueta y coordina: José Luis Guzón.








RETIRO


1

▲back to top

1.1 El hombre, según el Espíritu

▲back to top



Pascual Chávez, sdb




En el futuro, la vida religiosa estará formada por hombres místicos,

con profunda experiencia de Dios, o habrá dejado ya de ser vida religiosa”.1

(Karl Rahner, Testamento Espiritual)




  1. Contexto y desafíos de la cultura a la Vida Religiosa



Es un poco paradójico que en un momento de la historia caracterizado por el materialismo creciente, por un oscurecimiento de lo religioso y por la negación de la trascendencia, se vuelva a sentir la urgencia de lo espiritual. Quizá puede tratarse justamente de una salida alternativa a este imperio de la física, de la ciencia y de la inmanencia, donde Dios parece no tener lugar.


Nada extraño que surjan en tal contexto múltiples movimientos religiosos de cuño muy diverso, la mayor parte de ellos no arraigados en el cristianismo, que pueden ser interpretados como los últimos coletazos de la expresión religiosa de la humanidad en un mundo que está alcanzando su edad adulta, como diría Kant, o bien como un signo de que la religión es una dimensión esencial de la vida humana y no una etapa del hombre pre-científico.


A la base de toda búsqueda profunda de Dios, del sentido de la vida, y de sus expresiones religiosas está indudablemente el Espíritu de Dios, aquel que aleteaba sobre la superficie de las aguas en los orígenes del mundo, aquel que fue comunicado al hombre cuando le fue insuflado un aliento de vida, aquel que llevó a responder a Abraham con fe y con obediencia a Dios cuando éste le llamó para dejar su tierra y su parentela y marchar a la tierra de promisión, aquel que fue dado a Moisés en el Sinaí como palabras de vida en el don de la ley, aquel que se apoderaba de hombres y mujeres para convertirlos en liberadores de su pueblo y en profetas de Dios, aquel que cubrió a María con su sombra y la hizo madre del hijo de Dios, aquel que ungió a Jesús el día de su bautismo y lo lanzó a predicar y a instaurar el Reino, aquel que fue derramado sobre los apóstoles en forma de llamas de fuego y los transformó en testigos creíbles y elocuentes del Resucitado, aquel que sigue inspirando hoy la defensa de la vida y de la dignidad de la persona humana, aquel que continúa abriendo las mentes y los corazones de hombres y mujeres a Dios.


Ahora bien, este materialismo encubierto de secularismo, hedonismo e individualismo, ha golpeado los muros de todas las instituciones, incluidas las de la vida religiosa, erosionando sus fundamentos y debilitando el entero edificio.


Así se explican aunque no se justifiquen, dentro de la vivencia de la vida religiosa, concepciones secularizadas de vocación que la reducen a un mero proyecto personal o privilegian tanto éste o los propios criterios que esfuman y relativizan la visión de fe o la voluntad de Dios; o bien visiones sociológicas de la misión que priorizan tanto la función social que olvidan u ocultan el testimonio de Dios y su salvación; o en fin formas de organizar la vida personal y comunitaria que no manifiestan con claridad la novedad de los valores evangélicos. Olvidamos quizá que Jesús – al que estamos llamados a seguir e imitar – centró toda su existencia en dar a conocer a Dios, en hacerlo visible y creíble, a través de su entrega hasta la muerte en cruz, consciente de que “en esto consiste la vida eterna: en conocerte a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús, el Mesías” (Jn 17, 3).


No se puede cancelar la naturaleza contracultural del Evangelio que, como escribiera Pablo VI en la “Evangeli Nuntiandi”, no se identifica con ninguna cultura, aunque se pueda y se deba encarnar en todas para transformarlas desde dentro y llevarlas a su plenitud.


Tampoco se puede evitar el carácter paradójico de la vida cristiana y apostólica. Al mundo hay que amarlo ¡sí!, con un amor tan grande como aquel con que Dios lo amó, pero sin asimilarse a sus criterios y mentalidad, pues su salvación pasa necesariamente por la cruz.


Este doble juego de fuerzas contrarias entre la cultura imperante, secularizada, y la dimensión religiosa, que lucha por trascender, nos hace tomar conciencia del carácter marginal del cristianismo como lo prueba la muerte de Jesús y las tribulaciones a que se ve sometido quien quiere vivir en este mundo la novedad traída por Jesús y su Evangelio.


Jesús lo expresa abiertamente en el Sermón de la Montaña, donde presenta con su mensaje, comenzando por las Bienaventuranzas, una auténtica transvaloración: “Habéis oído que se os dijo… pero Yo os digo…”. Lo reafirma Pablo en la 2ª Carta a los Corintios cuando da testimonio de su proprio ministerio (4, 1-18; 6, 3-10).


Quizá a más de alguno le resulte que esto es “una palabra dura” (Jn 6, 60), insoportable a los oídos y difícil de encajar en la actual sensibilidad, pero Jesús no esconde ni la bondad de su evangelio, que es buena noticia, ni esconde las exigencias que comporta el creer en él y hacerlo programa de vida.


Pensar que cultura y evangelio se identifican y que, por consiguiente, se puede pretender armonizar un proyecto de vida evangélico con los esquemas de la cultura imperante, significa, además de desconocimiento de la identidad de ambos, renunciar a la evangelización, llamada a tocar los nervios de la cultura para abrirla al proyecto original de Dios sobre el hombre.


Es cierto – y esto es una gracia – que la mayoría de los religiosos no está secularizada. Pero también es verdad que la mayoría vive con poco dinamismo, con una fe mortecina y con irrelevancia la misma actividad, porque los criterios de vida y de praxis son poco evangélicos y poco significativos.


Con sobrada razón han sido los mismos Superiores Generales de las Congregaciones e Institutos los primeros en sentir la urgencia de la refundación de la vida religiosa2, una expresión en sí misma ya inquietante que deja ver la preocupación por la pérdida de visibilidad y significatividad.


Hay, en efecto, el peligro de que en un mundo desarrollado, en el que el estado tiene la capacidad de afrontar y resolver con competencia todas las necesidades sociales (vivienda, empleo, salud, educación, pensiones, etc), los Religiosos hayan perdido su razón de ser.


Quizá olvidemos – y es bueno recordarlo – que la misión de la vida religiosa no es la de resolver problemas sociales – aunque con frecuencia haya que ejercer esta función supletoria – sino la de ser un signo, una metáfora, de Dios y de su amor en el mundo.


La urgencia de volver a lo fundamental, o dicho más directamente, a Cristo como fundamento único e insustituible de la VR, es inaplazable si queremos realizar nuestra tarea, la que nos hace significativos en este mundo de transformaciones rápidas y profundas: ser hombres expertos en el Espíritu, con experiencia profunda, personal, de lo que significa caminar bajo el dinamismo del Espíritu, conociendo a Dios no de oídas sino porque lo han visto y encontrado.


Quisiera, pues, acercarme al tema de la espiritualidad no de una forma teórica o académica, no preguntándome por posibles definiciones, sino buscando determinar el perfil del hombre según el Espíritu. No encuentro para ello mejor recurso que acudir a la antropología paulina. En efecto, San Pablo nos presenta cuatro tipos de hombre: El “hombre carnal”, bien descrito en textos como Gal 5 12, 26; el “hombre racional”, del que Rom 1, 18-32 es un testimonio; el “hombre mundano”, claramente dibujado en 1 Cor 1, 18-31; y el “hombre espiritual”, ampliamente desarrollado en 1 Cor 2, 6-16 y Rom 8.


Para Pablo, sin embargo, esos cuatro tipos de hombre, en el fondo, se reducen a dos. Para el Apóstol, la persona humana o es espiritual o no lo es. Mientras que para el hombre espiritual, todo – hasta lo más trivial – resulta sagrado, para el hombre no-espiritual, hastas las cosas más sagradas quedan profanadas.




2.El hombre carnal (Gal 5, 12-26)


Quizá conviene comenzar aclarando que cuando Pablo habla de ‘carne’ lo hace desde su perspectiva cultural hebrea, que tenía una concepción antropológica muy unitaria constituida por tres elementos complementarios: el basar o el cuerpo, el ruah o el aliento de vida, y el nefesh o alma. La razón es muy sencilla. Para el hebreo, el hombre es un espíritu encarnado.


Mal interpreta, pues, a Pablo quien lo considere un ‘dualista’, influenciado por el platonismo, que tendría una valoración negativa de la ‘carne’, del cuerpo, de la materia, como una verdadera cárcel del espíritu, un peso del que habría que liberarse para dejar volar al espíritu.


Así lo juzgan, de hecho, quienes leyendo determinados textos piensan que Pablo despreciaba la sexualidad y el matrimonio. Bastaría leer el capítulo 7 de la Primera Carta a los Corintios para probar que Pablo veía en el matrimonio una realidad temporal y en el celibato por el reino una posibilidad, un carisma, no apto para todos, pero sin imponer nada a nadie, ni el matrimonio ni la castidad.


Una forma de pensar así a Pablo sería probablemente válida si se tratara de San Agustín, quien efectivamente tuvo influjo del neoplatonismo y, no menos, una experiencia personal que le llevaba a desconfiar de la tiranía de la carne, eso que hoy llamaríamos la fuerza de las pulsiones, convertidas a veces en verdaderas com-pulsiones.


Para Pablo, la carne es la expresión de las reacciones instintivas, las más primitivas del hombre, esas que aparecen cuando no ha habido un proceso de maduración de la persona a través de los valores que se van aprendiendo en la familia, en la escuela, en la Iglesia, en la sociedad. Por eso, Pablo la identifica no con la sexualidad sino con una serie de actitudes y acciones que ponen en evidencia que la persona no tiene la fuerza para encauzar debidamente sus instintos, esos que surgen como respuesta inicial a diversos estímulos. El Apóstol las llama “obras de la carne” y las elenca, sin afán alguno de agotar la lista sino a manera de ejemplo de lo que hace al hombre carnal: “fornicación, indecencia, desenfreno, idolatría, hechicería, enemistades, reyertas, envidia, cólera, ambición, discordias, facciones, celos, borracheras, comilonas y cosas semejantes”.


Basta leer esta lista de “obras de la carne” para darse cuenta de que cuando Pablo habla del “hombre carnal” no se refiere al desordenado sexual, sino a aquel que no tiene un centro en su vida que le pueda ayudar a integrar sus tendencias y pulsiones en torno a un proyecto unitario, y así cae víctima de sí mismo, de su propia intemperancia.


El mal de quien procede en su actuar instintivamente, “carnalmente”, consiste en que la persona es incapaz de amar, de descentrarse de sí mismo, de dominar sus impulsos naturales, de dejar espacio para el bien. El mal no está en el hecho de que haga “cosas malas”, sino en el hecho de que refleja a una persona encerrada sobre sí misma, encorvada sobre sí, sin dejarse transformar por el amor y, por el contrario, sembrando muerte y cosechando corrupción. Se puede manifestar incluso en formas religiosas, como son la idolatría y la hechicería, pero también en formas neuróticas que llevan a vivir de sentimientos de culpa más que de conciencia de pecado. Vivir según la carne es seguir la lógica de la autodestrucción, psíquica y espiritual, y a veces incluso física. Adormecidos los valores morales, la persona no tiene ya vigor para resistir nada.


Así se entiende que Pablo cierre este capítulo afirmando: “Os prevengo, como os previne, que quienes practican eso no heredarán el reino de Dios”. “Lo que nace de la carne, es carne” (Jn 3, 6).


Si bien la mayor parte de los religiosos son personas buenas, de modo que el ‘hombre carnal’ está poco presente en las comunidades, hay, sin embargo, signos que nos deben alertar. No se puede permanecer indiferentes ante las pequeñas envidias y celos que entristecen la vida de algunos hermanos, las luchas y discordias que le restan a nuestas comunidades vitalidad y fuerza de atracción, la comodidad buscada y el situarse siempre en la ley del mínimo que resta credibilidad a nuestro testimonio y calidad a nuestra obra. Todas estas actitudes o comportamientos son indicios de que no somos suficientemente espirituales.



  1. El hombre racional (Rom 1, 18-32)


La descripción del hombre racional la encontramos en la segunda parte del capítulo 1° de la Carta a los Romanos (vv. 18-32). Es conocido que San Pablo se ha servido para esta argumentación de un texto del libro de la Sabiduría (c. 13), donde el autor sagrado, queriendo confirmar la fe de los judíos en la diáspora, ridiculiza la sabiduría griega, que tanto les deslumbra hasta el punto de pensar que delante de ella la religión yahvista es algo muy primitivo.


Sirviéndose de categorías filosóficas griegas, el autor sapiencial se pregunta cómo es que pudiendo aplicar el principio de la analogía para conocer al Creador partiendo de la creación no lo hicieron y en lugar de conocer y adorar al verdadero Dios lo identificaron con animales (zoolatría), astros (astrolatría), seres humanos (idolatría).


De entrada hay que decir que Pablo tiene una cierta simpatía hacia el hombre racional, al que ve dotado de la posibilidad de conocer a Dios y, por ello, hablando a los Romanos como lo había hecho el autor del libro de la Sabiduría, les dice que no hay excusa para no conocer a Dios. Por supuesto, no se trata de conocer o probar la existencia de Dios, un tema ya discutido por la filosofía griega. La convicción del Apóstol es que el hombre estaba originalmente habilitado para conocer a Dios en su realidad más profunda. El hombre, sin embargo, cerró esta puerta de acceso a Dios cuando encerró “la verdad en la injusticia”. Desde entonces, para Pablo, la razón no es ya un camino de conocimiento de la realidad de Dios. O mejor dicho, el hombre puede conocer “las manos de Dios” contemplando la creación, pero no reconocer “el corazón de Dios” viendo la cruz.


Pablo define el no-conocimiento de Dios como “impiedad”, que se traduce y se expresa luego en idolatría, cuyas consecuencias son dos: la depravación sexual y la injusticia social. Leyendo este texto impresiona la descripción tan certera que el Apóstol hace de una sociedad sin-Dios. Pareciera como si estuviera leyendo la realidad social de nuestros días.


Nuevamente aquí se pudieran encontrar reacciones duras contra Pablo por parte de quienes lo ven dogmatizante y poco tolerante. Lo cierto es que, a diferencia de lo que pensaba Feuerbach que la afirmación de Dios sólo podía hacerse a costa del hombre, toda sociedad que se organiza sin Dios siempre lo hará a costa del hombre, que quedará encuadrado en una de las visiones antropológicas reductoras.


No vayamos, sin embargo, a creer que el “hombre racional” se encuentra fuera de la Vida Religiosa y que ésta es una realidad ajena a nosotros y exclusiva de los que se definen o proclaman como no-creyentes. Ya hemos dicho que vivimos en una cultura caracterizada por un humanismo ateo, inmanente, cerrado a toda trascendencia, y que ésta se ha infiltrado también en las comunidades cristianas y religiosas, afectándonos en alguna medida a todos. Algunas formas de increencia o de idolatría las tenemos también entre nosotros, por ejemplo, en cierta tendencia a absolutizar la propia razón o el propio punto de vista, expresión clara de individualismo y autosuficiencia; o bien en la indiferencia y la falta de amor a Dios, expresados en la ausencia a los momentos de oración en común; o bien en el relativismo teológico que nos vuelve intelectualmente críticos sin que esto nos haga más teologales.


En su magnífico libro Increencia y Evangelización,3 J. Martín Velasco presenta las “formas actuales de increencia”. Y después de afirmar “que la relación fe e increencia no se presenta necesariamente como una dicotomía” estudia sus representaciones en las perversiones radicales de la institución en que se encarna la fe, en las idolatrías en el interior de la vida consagrada, en las religiones de remplazo, en las formas variadas de paganismo, en la indiferencia religiosa y el agnosticismo, en la increencia prometeica o en la increencia desesperada. Si siempre es cierto que “corruptio optimi pessima”, nunca tan acertado como cuando tenemos a un religioso que no tiene fe o que ha sustituido a Dios con lo que no es (el dinero, el poder, el placer), o que es indiferente o agnóstico, situado en el horizonte de la finitud.




4.El hombre mundano (1 Cor 1, 18-31)


Para Pablo el “hombre mundano” es igualmente una forma del “hombre racional”, caracterizado por un tipo de ateísmo, bajo la figura del rechazo de Dios por el mal en el mundo y bajo la figura del vitalismo dionisíaco que busca el goce sin barreras. Es el hombre que no puede saborear las cosas de Dios y que tiene una repugnancia casi natural y visceral ante la Cruz como revelación de Dios. Un Dios Crucificado es todo, menos lo que el hombre puede pensar o imaginar sobre Dios.


Es lógico, por tanto, que ante la cruz sienta rechazo y repugnacia. La cruz, en efecto, es el banco de prueba de todos los esquemas teológicos que el hombre se hace sobre Dios.


Pablo tipifica al “hombre mundano” con el judío, que imagina a Dios como poder, y con el griego, que lo piensa como sabiduría. Humanamente sería lo normal. Pensar que Dios, precisamente por serlo, es Poder y es Sabiduría, o Razón, o Lógica. Y sucede que en la cruz Dios se le revela al hombre como al hombre no le gusta que sea Dios, débil y estúpido.


La tendencia del hombre a proyectar en Dios lo que quisiera llegar a ser (rico, poderoso, sabio), le lleva a fabricarle a Dios “lechos de Procusto” según los cuales Dios tiene que ser como el hombre lo imagina y ajustarse a sus medidas. O bien, a negarle y, en el extremo de los casos, a matarlo para poder reafirmarse y realizarse a sí mismo.


Con esta lógica resulta imposible reconocer en Jesús, y éste crucificado, a Dios. La cruz, sin embargo, es la única que respeta la trascendencia de Dios, la única que deja a Dios ser Dios, la única que nos lo revela perfectamente.


En efecto, Dios en su realidad más íntima, la más profunda, no es Poder ni Sabiduría. Dios Es Amor, diría de modo incomparable San Juan. Si en la cruz no brillan el poder ni la sabiduría que los hombres esperarían de Dios, en la cruz brilla con su máximo esplendor el amor de Dios. “Porque tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único para que creyendo en él tenga vida eterna” (Jn 3, 16). “Porque habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo” (Jn 12, 2).


El rechazo que produce la cruz de Cristo deja en claro la “sabiduría de este mundo”, que se resiste a dar culto a un Dios Crucificado y, sobre todo, a que los ‘suyos’ aprendan a vivir con la lógica de la cruz, con la lógica del evangelio.


En la vida religiosa el ‘hombre mundano’ se encuentra disfrazado tanto en el ansia de poder y de prestigio como en el rechazo a la debilidad y al sentido de impotencia. El uso que hacemos, con frecuencia, de la autoridad como verdadero autoritarismo; la búsqueda de seguridad económica y de imagen de poderío; el clericalismo que no reconoce ni deja espacios que corresponden a los laicos; el dogmatismo que nos lleva a hablar con excesiva seguridad como si tuviéramos sólo y toda la verdad; el miedo a aparecer pobres, débiles, anclados en la sabiduría de Dios, etc. son actitudes todas ellas que reflejan la hipocresía de quien ha hecho profesión de seguir e imitar a Cristo Jesús, pero haciendo hasta lo imposible por evadir el peso y el filo y la vergüenza de la cruz.


¿Cómo hablar de la novedad radical del Evangelio desde la asimilación a la mentalidad de este mundo? ¿Cómo pretender encarnar una alternativa humanista a la del mundo sin hacer evidente dicha alternativa? ¿Cómo hablar del valor de la pobreza evangélica cuando caminamos por la vida contando con todo y siendo unos perfectos consumistas? ¿Cómo querer tener identidad cristiana si nos preocupa mucho la relevancia social?



5.El hombre espiritual (1 Cor 2, 6-16 y Rom 8)


Viene, finalmente, para Pablo lo que es el “hombre espiritual”. Pablo lo caracteriza por dos elementos definitorios que desarrolla en 1Cor 2 6-16 y en el capítulo 8 de la Carta a los Romanos que, con razón, es llamado el capítulo del hombre según el Espíritu, tanto más notable si le lee – como viene en el texto – inmeditamente después del capítulo 7 en que Pablo presenta el hombre natural, dejado a sus solas fuerzas. Según esos dos textos, el hombre espiritual tiene “la mente de Cristo” y “el amor como ley de su vida”, infundido en el corazón por el don del Espíritu Santo.


Para entender lo que pueda significar que el hombre espiritual tiene “la mente de Cristo” es ilustrativa la imagen tomada de la propia experiencia humana, utilizada por el Apóstol cuando dice “¿Qué hombre conoce lo propio del hombre sino el espíritu humano dentro de él?” para concluir con un argumento a fortiori: “Del mismo modo nadie conoce lo propio de Dios si no es el Espíritu de Dios”. Lo explicita todavía más adelante al afirmar “Un simple hombre no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, pues le parece locura; y no puede entenderlo, porque sólo se discierne espiritualmente... pero nosotros poseemos la mente de Cristo”.


El Espíritu es, pues el que habilita al hombre para conocer a Dios en su realidad más profunda. Aquello que Dios había puesto al alcance de todo ser humano, conocer a Dios a través de la razón, es hoy posible gracias al Espíritu que nos hace capaces de adentrarnos en misterio del amor de Dios. Se trata de una Sabiduría no de este mundo sino de Dios, que nos hace ser testigos de “lo que ojo no vio, ni oído oyó, ni mente humana concibió, lo que Dios preparó para quienes lo aman”.


De la misma manera que el espíritu del hombre es el que deja conocer lo que uno es, lo que uno piensa, lo que uno quiere, el Espíritu de Dios es el que nos revela “las profundidades de Dios”, el que “nos hace comprender los dones que Dios nos ha hecho”, el que nos hace capaces de discernirlo todo, de buscar lo que agrada a Dios, lo bueno, lo noble, lo virtuoso.


Cuando se piensa en los dones del Espíritu, vemos que los cuatro primeros (el don del conocimiento, el don de la ciencia, el don de la sabiduría y el don del consejo) nos damos cuenta que apuntan precisamente a esta actividad del Espíritu como “mente de Cristo”, que en la literatura popular se llama también “la luz del Espíritu”.


La otra característica, la del “Espíritu como ley” o “el amor como ley” infundido en el corazón por el don del Espíritu”, se encuentra sintetizada en Rom 5, 5 y desarrollada en el Cap. 8 de esa misma Carta a los Romanos. Leemos allí una expresión difícil, muy barroca, pero que es fundamental: “Porque la ley del Espíritu que da vida, por medio del Mesías Jesús, me ha emancipado de la ley del pecado y la muerte” (v. 2).


Para entender esa expresión “la ley del Espíritu” hay que acudir a los dos textos proféticos que inspiraron a Pablo. Primeramente a Jer 31, 31-34: “Miren que llegan días – oráculo del Señor – en que haré una alianza nueva con Israel y con Judá: no será como la alianza que hice con sus padres cuando los agarré de la mano para sacarlos de Egipto; la alianza que ellos quebrantaron y yo mantuve – oráculo del Señor –. Así será la alianza que haré con Israel en aquel tiempo futuro – oráculo del Señor –: Meteré mi Ley en su pecho, la escribiré en su corazón, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo; ya no tendrán que enseñarse unos a otros, mutuamente... porque todos, grandes y pequeños, me conocerán...” Posteriormente a Ez 36 24-28: “Os recogeré por las naciones, os reuniré de todos los países y os llevaré a vuestra tierra. Os rociaré con un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que cumpláis mis mandatos poniéndolos por obra...”


La “ley del Espíritu” es, según estos textos, tener al Espíritu por Ley. El es la nueva ley, ya no grabada en tablas de piedra sino metida en el pecho, escrita en el corazón. Más aún, precisa Ezequiel, es un nuevo corazón, un nuevo espíritu, el mismo Espíritu de Dios, que asegura la plena comunión de voluntad entre el hombre y Dios.


Vivir según la ley del Espíritu o tener al Espíritu por Ley, lo explicita el mismo Pablo, es tener el amor como dinamismo de la vida, es caminar no arrastrados por la tiranía del instinto, de la carne, y ni siquiera de la “torah”, de la Ley de Moisés, sino por la fuerza del Espíritu. De esta forma se supera la trágica condición humana del hombre condenado al egoísmo mientras no conoce a Jesús, y la disyuntiva igualmente trágica de vivir como esclavos de la ley o como legisladores que se dan sus propias leyes. La ley está dentro, en el corazón. Es el amor como motivación y principal dinamismo de la vida humana.


A ello se refieren los últimos tres dones del Espíritu Santo (la fortaleza, la piedad, el temor de Dios) que permiten al hombre permanecer en el bien, no dejarse seducir por el mal, vivir sometidos a Dios con obediencia filial, como la de Jesús, buscar siempre su voluntad encontrando en ella su felicidad y su delicia.


El “hombre espiritual” actúa, pues, teniendo la mente de Cristo y el amor de Dios en su corazón. Nada extraño que Pablo afirme que “el amor es el cumplimiento perfecto de la ley” (Rom 13, 10) y que San Agustín saque la consecuencia práctica: “ama y haz lo que quieras”.


Desde esta perspectiva hay que afirmar con toda claridad que, en sentido estricto, no existen cosas ni lugares más espirituales que otros, sino sólo y exclusivamente hombres espirituales. No es más espiritual celebrar la eucaristía que comer o beber, ni es más espiritual la capilla que la habitación, el estudio o el patio.


En efecto, para el hombre espiritual todo es santo: “Sea que comamos sea que bebamos, todo para la mayor gloria de Dios”. De la misma manera que para el hombre no-espiritual (el hombre carnal, racional o mundano) hasta lo más sagrado queda profanado, como sucedía con los corintios que, celebrando la eucaristía no comían la cena del Señor sino que comían y bebían su propia condena por la sencilla razón de celebrar litúrgicamente la entrega del Señor mientras reafirmaban su propio egoísmo.


Llegados a este punto, nos preguntamos entonces ¿de dónde le viene al amor su grandeza, su primacía? En el conocido capítulo 13 de la ya citada Primera Carta a los Corintios el Apóstol dirá que el amor es el camino por excelencia y que su excelencia proviene de dos hechos: el amor es lo único que sobrevive la muerte, más aún, lo único capaz de vencer la muerte, y el amor nos hace semejantes a Dios que es Amor, nos hace ‘divinos’. Por eso ningún otro don, incluso los más espirituales, se puede comparar con el carisma del amor. Por eso el que actúa movido por el amor se va haciendo como Dios, paciente, amable, no envidioso, no fanfarrón, no orgulloso ni destemplado, no egoísta, no irritable, no lleva cuenta de las ofensas, no se alegra ante el mal pero sí con la verdad. Sin el amor, somos nada. Con el amor, somos todo.


En esto radica precisamente la grandeza del amor, en que realiza la transformación más profunda de la persona humana, haciendo de la salvación una realidad intrínseca.


Esto nos lleva a una conclusión muy importante. La salvación no es una realidad extrínseca a la persona humana. No nos salvamos por el hecho de hacer cosas buenas, como si la salvación fuera el premio del bien hecho. Ésta es una concepción farisaica que hay que superar, siguiendo la enseñanza de Jesús (cf. Lc 18) que nos dice quien bajó del templo justificado. No nos salvamos tampoco por una mera declaración jurídica de Dios. Esta es una concepción luterana de salvación, según la cual somos pecadores pero Dios cierra un ojo y hasta dos y nos acepta como justos aunque no lo seamos.


Lógicamente la pregunta que surge ante esto, es si estamos realmente caminando por el camino excelente. Si a la edad que tenemos, si después de los años de vida cristiana y religiosa y sacerdotal que llevamos amamos más. Si así fuera, aunque avanzáramos lentamente, nos estaríamos acercando a la meta. Si no fuera así, cuanto más rápido corramos, más nos alejaremos de la meta.


Por otra parte, es bueno saber que también para nosotros salesianos, el centro de la espiritualidad, que es el Sistema Preventivo, es el amor. Es bueno saber que también para nosotros la Ley es un camino que conduce al Amor. Es bueno saber que también nosotros estamos llamados a ser hombres espirituales, a imitación de Don Bosco, que “caminó como si viera al Invisible”.


Puede ser, con todo, que como en tantos otros campos de la vida, el problema sea el “cómo” (know-how). Sin pretensión alguna de ofrecer una solución y mucho menos una respuesta exhaustiva, me atrevo a indicar algunos elementos que nos pueden ayudar a ser más “hombres espirituales”:


  • El cultivo de la interioridad personal a través de la escucha del Espíritu que hay en nosotros y que requiere de silencio y de capacidad de reflexión y de apertura a la Palabra.


  • El desarrollo de la comunicación interpersonal a través de la escucha del Espíritu que está en la comunidad y que exige apertura a los hermanos, aceptación de ellos, empatía, capacidad de diálogo, búsqueda conjunta de la Voluntad de Dios.


  • El crecimiento en el servicio gratuito y generoso a través de la vivencia concreta del amor que comporta apertura a los que el Señor nos ha confiado privilegiando a los jóvenes más necesitados de experimentar que Dios les estaá cercano y les quiere.



  1. Conclusión


Partimos describiendo el contexto cultural en que vivimos y en que la vida cristiana y religiosa están llamadas a encarnarse. Para responder a los retos de una cultura caracterizada por “un humanismo ateo, inmanente, cerrado a todo tipo de trascendencia”4 y para superar algunos de los elementos más nefastos de la postmodernidad5, como son la fragmentación de la realidad, en la que pareciera que no hay ya elemento central que diera unidad a la misma persona humana, la falta de fundamentos y por consiguiente el relativismo, según lo cual no hay nada firme en lo que uno pueda basar su pensamiento, su conducta, su esperanza o sus convicciones, y el fin de los mega-relatos con su cierto sentido de enajenación, que lleva a muchos hombres y mujeres – también religiosos – a la falta de compromiso y al desentenderse política, social y eclesialmente, la Vida Religiosa no tiene otro recurso que la afirmación del Absoluto de Dios en la vida de los que lo profesan como centro de su vida, la novedad del estilo de vida inaugurado por Jesús, la fe en el Evangelio asumido como Regla de Vida.


Sólo viviendo con autenticidad y radicalidad la vida evangélica recuperaremos identidad y seremos eficaces, dando lugar a una presencia atrayente y fecunda. Sólo así recuperaremos el carácter contracultural del Evangelio y de la Iglesia y de la Vida Religiosa y lograremos evangelizar la cultura y el corazón y convertirnos en alternativa real de esta sociedad. Nuestra vocación es eminentemente profética, lo que significa que nuestra mayor preocupación y ocupación no es – no puede ni debe ser – la de sobrevivir dentro del sistema, sino la de cambiar éste.


La refundación de la Vida Religiosa no se resolverá ni expandiendo nuestra presencia, por útil que sea a las personas que servimos, ni restructurando casas ni cerrando obras, por estratégicas que nos parezcan estas medidas, sino siendo hombres que se atreven a tener al Espíritu como conductor de sus vidas, a caminar bajo su inspiración, a ser capaces de transmitir y comunicar nuestra riqueza espiritual, una particular relación con Dios, de crear comunidades abiertas a los otros, especialmente los excluidos y marginados.


El Espíritu puede darnos esa disposición interior con la que Jesús amó al Padre, al punto de no tener otra tarea que hacer Su voluntad, esa pasión con la que se entregó a instaurar el Reino, esa integración de su persona que le llevó a amar a los suyos hasta el extremo.


La Vida Religiosa es – debería ser – un lugar privilegiado para llegar a formar “hombres espirituales” porque debería facilitarnos la maduración del “fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio proprio. Contra eso no hay ley que valga” (Gal 5, 22).


Termino citando un conocido texto del Patriarca Atenágoras en el Concilio Vaticano II. Es un texto provocador y profético, que sintetiza gráficamente cuanto hemos dicho:


«Sin el Espíritu Santo, Dios está lejos, Cristo queda en el pasado, el Evangelio es letra muerta, la Iglesia una simple organización, la autoridad un poder, la Misión una propaganda, el Culto un arcaísmo, y la conducta moral un comportamiento de esclavos.

Pero en el Espíritu Santo el cosmos es ennoblecido por la generación del Reino, Cristo Resucitado se hace presente, el Evangelio se vuelve energía y vida, la Iglesia realiza la comunión trinitaria, la autoridad se transforma en servicio, la Liturgia es memorial y anticipación, el actuar humano queda deificado».





P ascual Chávez Villanueva, SDB

Roma – Julio 2001.

















FORMACIÓN







MENSAJE DEL SANTO PADRE

PARA LA XXXVI JORNADA MUNDIAL

PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES - 2002



2 "Internet: Un nuevo foro para la proclamación del Evangelio"

▲back to top

Queridos hermanos y hermanas:


1. La Iglesia prosigue en todas las épocas la tarea comenzada el día de Pentecostés, cuando los Apóstoles, con el poder del Espíritu Santo, salieron a las calles de Jerusalén a anunciar el Evangelio de Jesucristo en diversas lenguas (cf. Hch 2, 5-11). A lo largo de los siglos sucesivos, esta misión evangelizadora se extendió a todos los rincones de la tierra, a medida que el cristianismo arraigaba en muchos lugares y aprendía a hablar las diferentes lenguas del mundo, obedeciendo siempre al mandato de Cristo de anunciar el Evangelio a todas las naciones (cf. Mt 28, 19-20).


Pero la historia de la evangelización no es sólo una cuestión de expansión geográfica, ya que la Iglesia también ha tenido que cruzar muchos umbrales culturales, cada uno de los cuales requiere nuevas energías e imaginación para proclamar el único Evangelio de Jesucristo. La era de los grandes descubrimientos, el Renacimiento y la invención de la imprenta, la revolución industrial y el nacimiento del mundo moderno: estos fueron también momentos críticos, que exigieron nuevas formas de evangelización. Ahora, con la revolución de las comunicaciones y la información en plena transformación, la Iglesia se encuentra indudablemente ante otro camino decisivo. Por tanto, es conveniente que en esta Jornada mundial de las comunicaciones de 2002 reflexionemos en el tema: «Internet: un nuevo foro para la proclamación del Evangelio».


2. Internet es ciertamente un nuevo «foro», entendido en el antiguo sentido romano de lugar público donde se trataba de política y negocios, se cumplían los deberes religiosos, se desarrollaba gran parte de la vida social de la ciudad, y se manifestaba lo mejor y lo peor de la naturaleza humana. Era un lugar de la ciudad muy concurrido y animado, que no sólo reflejaba la cultura del ambiente, sino que también creaba una cultura propia. Esto mismo sucede con el ciberespacio, que es, por decirlo así, una nueva frontera que se abre al inicio de este nuevo milenio. Como en las nuevas fronteras de otros tiempos, ésta entraña también peligros y promesas, con el mismo sentido de aventura que caracterizó otros grandes períodos de cambio. Para la Iglesia, el nuevo mundo del ciberespacio es una llamada a la gran aventura de usar su potencial para proclamar el mensaje evangélico. Este desafío está en el centro de lo que significa, al comienzo del milenio, seguir el mandato del Señor de «remar mar adentro»: «Duc in altum» (Lc 5, 4).


3. La Iglesia afronta este nuevo medio con realismo y confianza. Como otros medios de comunicación, se trata de un medio, no de un fin en sí mismo. Internet puede ofrecer magníficas oportunidades para la evangelización si se usa con competencia y con una clara conciencia de sus fuerzas y sus debilidades. Sobre todo, al proporcionar información y suscitar interés, hace posible un encuentro inicial con el mensaje cristiano, especialmente entre los jóvenes, que se dirigen cada vez más al mundo del ciberespacio como una ventana abierta al mundo. Por esta razón, es importante que las comunidades cristianas piensen en medios muy prácticos de ayudar a los que se ponen en contacto por primera vez a través de Internet, para pasar del mundo virtual del ciberespacio al mundo real de la comunidad cristiana.


En una etapa posterior, Internet también puede facilitar el tipo de seguimiento que requiere la evangelización. Especialmente en una cultura que carece de bases firmes, la vida cristiana requiere una instrucción y una catequesis continuas, y esta es tal vez el área en que Internet puede brindar una excelente ayuda. Ya existen en la red innumerables fuentes de información, documentación y educación sobre la Iglesia, su historia y su tradición, su doctrina y su compromiso en todos los campos en todas las partes del mundo. Por tanto, es evidente que aunque Internet no puede suplir nunca la profunda experiencia de Dios que sólo puede brindar la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia, sí puede proporcionar un suplemento y un apoyo únicos para preparar el encuentro con Cristo en la comunidad y sostener a los nuevos creyentes en el camino de fe que comienza entonces.


4. Sin embargo, hay ciertas cuestiones necesarias, incluso obvias, que se plantean al usar Internet para la causa de la evangelización. De hecho, la esencia de Internet consiste en suministrar un flujo casi continuo de información, gran parte de la cual pasa en un momento. En una cultura que se alimenta de lo efímero puede existir fácilmente el riesgo de considerar que lo que importa son los datos, más que los valores. Internet ofrece amplios conocimientos, pero no enseña valores; y cuando se descuidan los valores, se degrada nuestra misma humanidad, y el hombre con facilidad pierde de vista su dignidad trascendente. A pesar de su enorme potencial benéfico, ya resultan evidentes para todos algunos modos degradantes y perjudiciales de usar Internet, y las autoridades públicas tienen seguramente la responsabilidad de garantizar que este maravilloso instrumento contribuya al bien común y no se convierta en una fuente de daño.


Además, Internet redefine radicalmente la relación psicológica de la persona con el tiempo y el espacio. La atención se concentra en lo que es tangible, útil e inmediatamente asequible; puede faltar el estímulo a profundizar más el pensamiento y la reflexión. Pero los seres humanos tienen necesidad vital de tiempo y serenidad interior para ponderar y examinar la vida y sus misterios, y para llegar gradualmente a un dominio maduro de sí mismos y del mundo que los rodea. El entendimiento y la sabiduría son fruto de una mirada contemplativa sobre el mundo, y no derivan de una mera acumulación de datos, por interesantes que sean. Son el resultado de una visión que penetra el significado más profundo de las cosas en su relación recíproca y con la totalidad de la realidad. Además, como foro en el que prácticamente todo se acepta y casi nada perdura, Internet favorece un medio relativista de pensar y a veces fomenta la evasión de la responsabilidad y del compromiso personales.


En este contexto, ¿cómo hemos de cultivar la sabiduría que no viene precisamente de la información, sino de la visión profunda, la sabiduría que comprende la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, y sostiene la escala de valores que surge de esta diferencia?


5. El hecho de que a través de Internet la gente multiplique sus contactos de modos hasta ahora impensables abre maravillosas posibilidades de difundir el Evangelio. Pero también es verdad que las relaciones establecidas mediante la electrónica jamás pueden tomar el lugar de los contactos humanos directos, necesarios para una auténtica evangelización, pues la evangelización depende siempre del testimonio personal del que ha sido enviado a evangelizar (cf. Rm 10, 14-15). ¿Cómo guía la Iglesia, desde el tipo de contacto que permite Internet, a la comunicación más profunda que exige el anuncio cristiano? ¿Cómo entablamos el primer contacto y el intercambio de información que permite Internet?


No cabe duda de que la revolución electrónica entraña la promesa de grandes y positivos avances con vistas al desarrollo mundial; pero existe también la posibilidad de que agrave efectivamente las desigualdades existentes al ensanchar la brecha de la información y las comunicaciones. ¿Cómo podemos asegurar que la revolución de la información y las comunicaciones, que tiene en Internet su primer motor, promueva la globalización del desarrollo y de la solidaridad del hombre, objetivos vinculados íntimamente con la misión evangelizadora de la Iglesia?


Por último, en estos tiempos tan agitados, permítanme preguntar: ¿cómo podemos garantizar que este magnífico instrumento, concebido primero en el ámbito de operaciones militares, contribuya ahora a la causa de la paz? ¿Puede fomentar la cultura del diálogo, de la participación, de la solidaridad y de la reconciliación, sin la cual la paz no puede florecer? La Iglesia cree que sí; y para lograr que esto suceda, está decidida a entrar en este nuevo foro, armada con el Evangelio de Cristo, el Príncipe de la paz.


6. Internet produce un número incalculable de imágenes que aparecen en millones de pantallas de computadoras en todo el planeta. En esta galaxia de imágenes y sonidos, ¿aparecerá el rostro de Cristo y se oirá su voz? Porque sólo cuando se vea su rostro y se oiga su voz el mundo conocerá la buena nueva de nuestra redención. Esta es la finalidad de la evangelización. Y esto es lo que convertirá a Internet en un espacio auténticamente humano, puesto que si no hay lugar para Cristo, tampoco hay lugar para el hombre. Por tanto, en esta Jornada mundial de las comunicaciones, quiero exhortar a toda la Iglesia a cruzar intrépidamente este nuevo umbral, para entrar en lo más profundo de la red, de modo que ahora, como en el pasado, el gran compromiso del Evangelio y la cultura muestre al mundo «la gloria de Dios que está en la faz de Cristo» (2 Co 4, 6). Que el Señor bendiga a todos lo que trabajan con este propósito.


2.1 Desde el Vaticano, 24 de enero de 2002, conmemoración de San Francisco de Sales

▲back to top


JUAN PABLO II













COMUNICACIÓN





Naturaleza e inserción pastoral de

las Delegaciones diocesanas de MCS


UNA REFERENCIAS PARA SU ESTUDIO: EL DIRECTORIO DE 1999 DE LOS OBISPOS ANDALUCES6



Sean mis primeras palabras de felicitación a los Obispos de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social, así como al director del Se­cretariado por lo acertado de la elección del tema de esta Asamblea de Delegados Diocesanos de MCS de España. Mi agradecimiento al Secretariado por esta oportunidad que se me ofrece de exponer no sólo unas refle­xiones acerca de la identidad de nuestras Delegaciones en el nuevo marco cultural y eclesiológico del momento, sino también para mostrar “un marco operativo” como es el Directorio de las Iglesias del Sur sobre este tema.



0.- INTRODUCCIÓN: LOS HECHOS HABLAN


1. Exigencias de los nuevos tiempos


Es cierto que no es la primera vez que se aborda esta materia, pues ya en la reunión de Delegados de no­viembre de 1992 en Madrid se pre­tendió analizar la situación de las de­legaciones y presentar una serie de planes pastorales.


Sin embargo, a los viejos proble­mas, aún no superados del todo, se han añadido unos nuevos, derivados del vasto entramado de satélites, es­taciones y redes, etc..., que está te­niendo grandes repercusiones en la vertebración de la familia humana1, ya que hoy las Comunicaciones So­ciales significan, ante todo, un fenó­meno cultural y social, configurador de la sociedad moderna y en mayor medida, de la del futuro. Se nos pre­senta un inmenso campo que va des­de los medios clásicos de prensa, ra­dio y televisión, pasando por los nuevos instrumentos técnicos, las es­tructuras económicas, los cuadros profesionales, hasta las audiencias incalculables del universo mediátíco2. Así pues, pensamos que en este tránsito al nuevo Milenio, es justo, bueno, conveniente y necesario” el relanzamiento y puesta al día de nuestras Delegaciones de MCS, por­que ellas son instituciones vitales pa­ra la evangelización de los tiempos actuales. Por eso no basta sólo con unas mejoras técnicas de nuestras oficinas diocesanas, es necesario profundizar en el “humus” cultural que reviste a toda noticia y que exige para el anuncio del Evangelio un len­guaje que se adapte a los medios de comunicación social sin perder nada de su originalidad salvadora, y de la que es depositaria la Iglesia.



En definitiva, es lo que decía Mons. José Sánchez en su interven­ción en el II Sínodo sobre Europa: “La Iglesia necesita familiarizarse cada vez más con las nuevas tecnologías, con los nuevos lenguajes y con las oportunidades que éstas ofrecen pa­ra la evangelización”3.



0.2.Muchos “muros” que superar


Alguien en su día dijo “que esta­mos en una Iglesia de papel. Se ha­cen muchos documentos, pero las respuestas operativas son pocas”. La aparición de un nuevo Directorio en unas Iglesias locales determinadas, ¿no viene a confirmar lo anteriormen­te dicho? Puede que a simple vista sea así, pero ello significaría ignorar un hecho palpable, y es que no ha habido institución en la sociedad ac­tual que en el escaso tiempo de tres décadas y con tan gran penuria de medios haya hecho un esfuerzo de reflexión tan serio sobre ¡os MCS4 co­mo el que en estos años ha realizado la Iglesia Católica. El Concilio Vatica­no II representó el acontecimiento histórico y cultural que puso las ba­ses para una nueva teología de la co­municación a partir de la eclesiología de la Lumen Gentium y de la Gau­dium et Spes, e hizo posible que el decreto Inter Mirífica (1963) institucio­nalizara la comunicación social en la Iglesia, dando a luz a dos hitos pos­teriores como son la Instrucción Pas­toral Communio et Progressio (1971) y la más reciente Aetatis Navae (1992). Todo ello abrió una época de realizaciones cada vez más satisfac­torias a todos los niveles, haciendo que los mass media sean, de hecho, parte integrante de la cultura católica, pero reinterpretados a la luz de la me­jor tradición humanista, filosófica, so­ciológica y eclesiológica.


Aunque son muchos los avances en el orden doctrinal e institucional, sin embargo parece que hay “muros infranqueables” tales como los que denuncia Mons Montero cuando afir­ma que existe una desproporción en­tre la limitada atención que la Iglesia presta a los MCS (en asignación de personas y recursos, en la debilidad de sus estructuras, etc...), frente a un inmenso despliegue en otros campos de la pastoral5. Además, un segundo elemento sería esa actitud ambigua o de miedo respecto a la función y utili­zación de los MCS en las tareas de evangelización que se observa en muchos sectores del Pueblo de Dios, como ha puesto de manifiesto el Obispo de Portsmouth (Reino Unido) Roger Francis Crispiam Hollis, en el reciente Sínodo de los Obispo para Europa cuando decía:


Trabajando como sacerdote y co­mo obispo, mi experiencia me ha convencido de que, como Iglesia, te­nemos miedo de los medios de co­municación social. Somos reacios a trabajar con periodistas y operadores radiotelevisivos, y huimos de las oportunidades que nos dan los me­dios de comunicación social para tes­timoniar y evangelizar. Fingimos res­peto a la importancia de las comunicaciones en la Iglesia y nos hemos comprometido, una vez tras otra, a formar nuestro clero, nuestros seminaristas y nuestra gente... Pero en realidad.., seguimos mirando a los medios de comunicación social como “el enemigo”... Pertenecemos a un pueblo que, progresivamente, se ha secularizado a causa de una cultura que está ampliamente controlada por los medios y, con todo, a menudo descuidamos esos mismos medios que podrían ayudarnos a evangelizar nuestra cultura de modo más amplio y efectivo. Los medios de comunica­ción social nos desafían, pero no tie­nen por qué ser una amenaza”6. Pero a pesar de estas “sombras» que po­nen en evidencia lo mucho que que­da por superar, es evidente que está surgiendo en la Iglesia un nuevo mo­delo de comunicación y un nuevo tipo de humanismo creciente estos me­dios en la cultura católica.



1.- LAS DELEGACIONES DIOCESANAS DE MCS EN LA CULTURA DE LA COMPLEJIDAD


Toda organización o institución humana tiene una naturaleza que la configura, la presenta y la hace ope­rativa. Pero al igual que la naturaleza humana no es algo etéreo, sino que se encarna en una estructura corpó­rea, ésta se encuentra incorporada y condicionada por la cultura circun­dante del momento histórico. Así también, por muchas más razones, unos organismos diocesanos como son nuestras Delegaciones de MCS tienen como hálito de su naturaleza la atmósfera cultural en que se desen­vuelven los Medios.



1.1. Qué son y cómo están nuestras Delegaciones.


Los mass media son la arena del debate público donde exploramos nuevos valores, nuevos modos de ser y nuevos mitos culturales. Ellos son el punto de interacción entre nuestro sentido religioso y la creación de la cultura. La Iglesia Católica, con su característica estructura jerárqui­ca, sacramental y comunitaria, se di­ferencia bastante de la tradición y de la pastoral de las Iglesias que nacen de la Reforma. Pero también tiene profundas diferencias con el régimen de gobierno de una sociedad civil o de la organización empresarial del mundo económico y financiero. Esto hace que, en realidad, sea necesario acudir a la legislación particular de cada diócesis para conocer exacta­mente la estructuración técnica del organismo que se ocupa de los MCS7. Como sabemos la curia epis­copal se ordena en departamentos (delegaciones, secretariados) que asumen el estudio y tratamiento ca­nónico y pastoral de los distintos campos de acción ministerial del Obispo, en el caso de los MCS, las delegaciones diocesanas “son los ca­nales de información de nuestra vida eclesial... Deben estar integradas en el esquema pastoral normal de toda diócesis... teniendo una actividad ad intra y ad extra... “a. Su tarea, para Jo­sé Francisco Serrano, “consiste en hacer compatibles los criterios de noticiabilidad con la realidad de los di­chos y los hechos de la misma Igle­sia”9. Digamos que las delegaciones diocesanas de MCS son puentes en­tre el universo eclesiástico y el uni­verso mediático.


Desde la creación en 1966 de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación de la Conferencia Episcopal, ha sido una preocupación constante el establecimiento y la po­tenciación de las Delegaciones y han sido objeto de estudio, tanto de las plenarias episcopales XXIX y LVI, co­mo en diversas reuniones anuales de los Delegados Diocesanos de MCS. Én estos años se ha mejorado sensi­blemente en muchas diócesis, pero creo que no erramos si decimos que todavía tenemos que seguir trabajan­do en la línea que marcaba el balan­ce que hacia Mons. Martí Alanis en mayo de 1992 cuando afirmaba:


Nuestro juicio global es que en la mayor parte sigue siendo convenien­te un esfuerzo de reorganización más eficaz. Hay bastante diócesis en las que el director tiene una dedicación muy limitada, su equipo personal es­tá muy poco profesionalizado, se dis­pone de locales insuficientes, no se tiene estatuto propio, no se cuenta con presupuesto suficiente y se orga­nizan muy pocas actividades informa­tivas. Otro problema que tienen la mayoría de las diócesis es la inexis­tencia de un portavoz oficial, función que es asumida por personas dife­rentes, a veces sin estatuto público y, por tanto, con serias dificultades para asegurar, en momentos decisivos, una correcta comunicación.


Procurar la preparación profesio­nal de algún sacerdote y algún laico, asegurar las comparecencias oportu­nas, contestar las agresiones, son los objetivos que todos deberíamos cu­brir. En el campo de la educación, tanto de las actitudes críticas de los fieles, como de un mínimo saber ha­cer de los agentes pastorales, hay también mucho que hacer, así como en la atención pastoral a los profesio­nales de la comunicación”10.



1.2. La cultura de los Medios y la cultura del memorial


Además de hacer todo esto, hoy hay que tener muy presentes los ele­mentos culturales a la hora de relan­zar nuestras delegaciones diocesa­nas de MCS en este umbral del nuevo Milenio porque de otra manera no podríamos responder a los desafí­os de la cultura de la complejidad que transmiten y envuelve a los propios Medios y que se define por ser una cultura en ebullición y caótica, vitalis­ta y elemental. Esto, como diría Anto­nio Blanch, trae como consecuencias el predomino de una vulgarización de las artes y del pensamiento, la subjetivización y sacralización del mismo medio, la emergencia del hombre ele­mental que exalta todo lo corporal y juvenil. Hay que añadir una concep­ción de la vida fundamentalmente materialista y hedonista, y una forma de entender el ser humano y sus re­laciones basadas en un individualis­mo feroz y en una lucha competitiva sin cuartel. Pero en esta cultura dominante no solamente se encuentran sombras, sino también luces, tales como la pluralidad entendida como ri­queza y respeto a los otros, la toma de conciencia del fracaso del “super­hombre” unidimensional, la solidari­dad como tarea prioritaria, la lucha en favor de la naturaleza. Por tanto, la complejidad se presenta como desa­fío, ya que es una posibilidad de pen­sar trascendiendo las incertidumbres y las contradicciones. En el campo de los MCS, la complejidad es la pre­sencia de lo no científico en lo cientí­fico, que no anula a lo científico, sino que, por el contrario, le permite ex­presarse11. “El resultado es una con­tradicción típica de la sociedad indivi­dualista de masas en la que existen simultáneamente una cultura que va-lora al individuo y una cultura de la muchedumbre”12. En esta línea, el do­cumento del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales Aetatis navae no pretende “pronunciar pala­bras definitivas sobre una situación compleja, cambiante y en perpetua evolución” (nº 1).


La actualización y relanzamiento de las Delegaciones pasa por la aten­ción a la cultura de los Medios, ya que como dice Juan Pablo II en la Redemptoris Missio “conviene inte­grar el mensaje mismo en esta nueva cultura creada por la comunicación moderna” (nº 37). Pero, a la vez, hay que tener muy clara la originalidad siempre nueva de la cultura del me­morial de la Buena Noticia, porque no se trata de “crear una buena imagen”, como haría cualquier gabinete de co­municación de una empresa o parti­do, ni de “captar nuevos socios” en un mercado de ofertas espirituales variadas y donde lo “religioso Iight” vende; más bien se trata de ofertar -en palabras del Papa- “la cultura del memorial de la Iglesia que puede sal­var a la cultura de la fugacidad de la ‘noticia’ que nos trae la comunicación moderna, del olvido que corroe la es­peranza. En cambio, los Medios pue­den ayudar a la Iglesia a proclamar el Evangelio con toda su perdurable ac­tualidad en la vida de las personas. La cultura de la sabiduría de la Iglesia puede salvar a la cultura de informa­ción de los mass-media de convertir-se en una acumulación de hechos sin sentido; y los Medios pueden ayudar a la sabiduría de la Iglesia a perma­necer alerta ante los impresionantes nuevos conocimientos que ahora emergen. La cultura de la alegría de la Iglesia puede salvar la cultura de entretenimiento de los medios de convertirse en una fuga desalmada de la verdad y la responsabilidad; y los Medios pueden ayudar a la Iglesia a comprender mejor cómo comunicar con las masas de forma atractiva y que a la vez deleite”13.



1.3.Construir “puentes” de entendimiento: no absolutizar la técnica


Puede que algunos digan: ‘Todo eso está muy bien, pero, ¿cómo se hace?” Respondemos que mediante la realización de unas coordenadas - diálogo, cooperación y amistad con los Medios- que son el punto de partida positivo para afrontar los retos que representan nuestras pobres es­tructuras frente a las grandes empre­sas de la comunicación. Es curioso que incluso autores actuales, como es el caso de G. Raigón Pérez de la Concha, que han puesto tan en evi­dencia las carencias de nuestras De­legaciones terminen afirmando: ‘To­do ello no obsta para que las relaciones de estas personas (los De­legados de MCS) con los profesiona­les de los medios suelan ser excelen­tes”14.


Y es que con facilidad puede ocu­rrir que confiemos más en los medios especializados que en el mensaje a comunicar, y caigamos en la “tenta­ción virtual” de pensar que una técni­ca eficaz, una buena imagen, una gestión profesional de la comunica­ción, resolverían los problemas de la presencia de la Iglesia en los Medios, olvidando algo tan esencial y funda­mental como es que el cristianismo es siempre un plus de humanidad que nace de la verdad y belleza de la autocomunicación de Dios en Jesu­cristo, que posee una capacidad de seducir al corazón del hombre que no posee ninguna empresa humana de este mundo. Por eso dice muy bien José Luis Restán: “Ninguna técnica, habilidad o saber, pueden sustituir a la potencia del Acontecimiento cristiano, que cambia la vida de aquellos a los que alcanza y les mueve a comu­nicarlo al mundo... Si esto se da, si esto brilla, entonces podemos formar profesionales, perfeccionar su técni­ca, etc... Pero sin lo anterior nos en­gañamos y preparamos nuevas frus­traciones”15. El interés por las técnicas de la comunicación tiene que subordinarse a la primacía del mensaje cristiano. La eficacia del apostolado ha dependido en todas las épocas de la capacidad de la Igle­sia para utilizar las formas de comu­nicación dominantes. Sin embargo, no hay que absolutizar el criterio de una comunicación bien lograda. No todo lo que es adecuado a los mass media está en consonancia con el Evangelio de Cristo16.



II.- IGLESIA EN DIALOGO: TEOLOGÍA DE LA COMUNICACIÓN Y ECLESIOLOGÍA

­

El diálogo es la característica esencial del ser humano, en su di­mensión social e individual. Según Ferdinand Ebner, la persona es una racionalidad dialógica cuya estructura comporta una apertura que lo capaci­ta para expandirse, y posibilita su re­lación con los “otros” y el “Otro”. Esa interacción personal implica una rela­ción libre y consciente a través de la palabra, en su doble vertientede ape­lación y respuesta; la unión de ambas constituye el diálogo, que es el ámbi­to dinámico de encuentro que des-borda el campo acotado de los suje­tos dialogantes y se constituye en un lugar abierto de trascendencia y pIe­nificación. Por eso mismo, en toda institución humana deseosa de servir al hombre y la sociedad, y más aún en el caso de la Iglesia, el diálogo aparece como un imperativo. Porque’ “el dialogar con el otro”, lejos de ser una cuestión de estrategia dentro del pluralismo ideológico de nuestra so­ciedad, es una de las mayores nece­sidades humanas, debiéndose reali­zar siempre en la confianza entre los interlocutores y en la búsqueda co­mún para “caminar en la verdad”, ya que “la búsqueda de la verdad a tra­vés de la palabra es búsqueda de’ la verdad integral en el lugar donde se ofrece de modo privilegiado: el en­cuentro ínterpersonal. La palabra es un acontecimiento originario que sur­ge en un encuentro; no es fruto de un acto privativo del hombre”17.



2.1. Naturaleza teológica de las delegaciones de MCS


La historia de la salvación narra precisamente este largo y variado diálogo que nace de Dios y teje con el hombre una admirable y múltiple co­municación: “Después de hablar Dios muchas veces y de diversos modos antiguamente... llegada la plenitud de los tiempos nos ha hablado por me­dio del Hijo” (Heb 1,1-2). “Y la Pala­bra se hizo carne y habitó entre no­sotros” (Jn 1,14).


Así, la encarnación del Verbo es la plena revelación y comunicación de ese diálogo constante de Dios con la humanidad, respondiendo de esta manera concreta y palpable al ansia de comunicación con el misterio que habita el corazón humano. De esta forma, en referencia a aquel Aconte­cimiento Salvador de hace dos mil años, dirá Pablo VI que “la Iglesia de­be ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio”18. Pero en ocasiones ese diálogo con los Me­dios es delicado y complejo debido a cómo aparece muchas veces la infor­mación sobre la Iglesia, siendo lo más habitual una información en cla­ve política dentro del consabido es­quema “conservadurismo o progre­sismo”, pero también por las características del lenguaje tecnológi­co, a lo que habría que añadir los in­tereses políticos, el perfil ideológico del medio, la rapidez informativa y el dramatismo en la información19.


Sin embargo, a pesar de las difi­cultades del diálogo Iglesia-Medios, no se debe olvidar lo esencial: que “la comunicación, en la Iglesia, se en­tiende a partir de la comunicación que hace de sí mismo el Verbo de Dios”(AN, 10). Ella es el espacio de la recepción y vivencia de la autocomu­nicación dé Dios Padre, mediante Cristo en el Espíritu. De esta manera la Iglesia ha de ser el “misterio” de Dios vivido hoy, traducido a la expre­sión de hoy, destinado al hombre de hoy, dialogando con el hombre de hoy, siendo respuesta-servicio a los interrogantes de este final de siglo. Es en este núcleo teológico de la Igle­sia como acontecimiento dialógico donde ahonda sus raíces la naturale­za de las delegaciones diocesanas de MCS en cuanto que ellas son es­tructuras visibles del “diálogo amoro­so de Dios con los hombres”21. Esto supone que la raíz última de la comu­nicación para un cristiano no es sim­plemente un movimiento psicológico inherente a la naturaleza humana; tampoco es sólo una exigencia que dimana de nuestra condición social al amparo de las nuevas tecnologías, sino que se fundamenta y encuentra su sentido pleno y genuino en la co­municación divina. En este sentido di­ce Pierre Babin, “depende de una Instancia distinta que lo colorea todo y constituye una a priori fundamental que se encuentra en la base de todo. Ocultar ese a priori es intentar descri­bir una casa sin hablar de sus ci­mientos”22.



2.2.Los modelos de comunicación


La teología de la comunicación está íntimamente ligada a la eclesio­logía y a cada uno de los modelos de eclesiología corresponde un género de comunicación. Comunicar la Bue­na Noticia de Belén es la misión de la Iglesia a lo largo de todos los siglos. Este hecho primordial hace que la comunicación sea una categoría fun­damental de la revelación cristiana: “No temáis, os anuncio una gran ale­gría... Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Me­sías, el Señor’ (Lc 2,10-11). No hay propagación del Evangelio al margen de la comunidad de los discípulos, pero la forma de comunicar el men­saje está condicionada no sólo por las propiedades y la técnica de los mass media, sino también por el mo­delo eclesiológico desde donde nos situemos y que luego se refleja en la estructuración y organización de cualquier institución eclesial, por lo tanto también en el caso de las dele­gaciones de MCS22.


Así tenemos que una eclesiología que se ha convenido en llamar belar­miniana, piramidal, que pone el acen­to sobre los vínculos jerárquicos, da­ría como resultado una comunicación muy centrada en sí misma, en el ma­gisterio episcopal (ecclesia docens), mientras que del resto del pueblo fiel (ecclesia discens) sólo se espera es una respuesta de sumisión y de fe. Como consecuencia se crearía una estructura, en nuestro caso llamada delegación, que se interesaría más por aquello que “pasa dentro de la ca­sa”, que por las exigencias de la ac­ción misionera en el mundo. Este mo­delo presupone que la enseñanza oficial está disponible en textos escri­tos, accesible por todas parte a los fieles o al menos a los pastores. De esta manera está vinculada a la co­municación por medio de la llamada buena prensa. Esto se ve reflejado en las diversas tentativas organizati­vas de los años cincuenta: en las Ac­tas del 15 de julio de 1951 de la Jun­ta Nacional de la Prensa Católica, en la creación de los Secretariados de Cine, Radio y Televisión de 1956, o en la Asamblea de los Metropolitanos de 1959, en la que se plantea una nueva reorganización de los organis­mos diocesanos, antecedentes próxi­mos de nuestras delegaciones dioce­sanas de MCS24. Creemos que este modelo hoy en día está superado en la mayoría de nuestras estructuras diocesanas actuales.


El segundo modelo tiene como punto de partida los documentos con­ciliares y postconciliares del Vaticano II en los cuales afloran, con frecuen­cia, una llamada apremiante para la renovación evangélica de la Iglesia, tanto en sus miembros como en sus estructuras. Recogiendo la doctrina eclesiológica de Lumen Gentium, con su invitación a la comunión y al dina­mismo misionero tendentes a recupe­rar el entusiasmo de los tiempos apostólicos, la Redemptoris Míssio di­ce: “Nunca como hoy la Iglesia ha te­nido la oportunidad de hacer llegar el Evangelio, con el testimonio y la pa­labra, a todos los hombres y a todos los pueblos” (n0 92)25. Esta conclusión de la encíclica misionera de Juan Pa­blo II tiene como trasfondo la utiliza­ción de los medios de comunicación social en la tarea de la “nueva evan­gelización” porque de no ser así “la Iglesia se sentiría culpable ante Dios si no empleara esos poderosos me­dios, que la inteligencia humana per­fecciona cada vez más. Con ellos la Iglesia ‘pregona sobre los terrados’ el mensaje del que es depositaria. En ellos encuentra una versión moderna y eficaz del ‘púlpito’. Gracias a ellos puede hablar a las masas”(EN 45).


A partir del Sínodo Episcopal Ex­traordinario de 1985, tanto en los do­cumentos magisteriales, como en al­gunos estudios eclesiológicos, aparece frecuentemente la trilogía eclesial: misterio, comunión, misión26. La Iglesia es signo de la Buena Noti­cia de Cristo (“misterio”) en la medida en que sea comunión y misión. Pues bien, teniendo como base eclesiológi­ca de las delegaciones este trípode fundamental, encontraríamos en pri­mer lugar unos organismos de los que emana una comunicación religio­sa, no sólo referida a ¡as enseñanzas episcopales y pontificias, sino que también informaría sobre la vida de los agentes de la Iglesia, los aconte­cimientos que hablan de la vitalidad de sus miembros, dando a conocer la rica simbología de la cultura cristiana comunicando, un liturgia viva donde todo el Pueblo de Dios es protagonis­ta. Ya no se quedará en la prensa, si­no que la radio ofrecerá voz a los acontecimientos más silenciosos de la Iglesia, la televisión mostrará el rit­mo de la existencia cristiana, del pa­trimonio cultural que nos legó la fe de nuestros mayores, la liturgia y la fies­ta que produce acoger la Buena Noti­cia del Evangelio. También desde es­ta eclesiología tienen cabida los nuevos medios (Internet, redes...).



En segundo lugar, la eclesiología de comunión otorga una naturaleza a las delegaciones de MCS que favore­ce a un tipo de comunicación donde predomina el testimonio y el diálogo con los acontecimientos de la ciudad secular, ofreciendo las razones de nuestra esperanza, proponiendo la imagen del hombre y del mundo que brota de la fe, dando, sin complejos, nuestros juicios de valor sobre los he­chos diarios que deben ser ilumina­dos desde el Evangelio. Así, desde este modelo, el mundo que nos muestran los mass media no es sólo un mero objeto de celo misionero, sino que es también espacio donde la voluntad creadora y redentora de Dios está actuando. Esta teología de comunión y misión tiene también sus repercusiones en el género de diálo­go en el interior de la misma comuni­dad creyente27.



III. LA VIDA DE LA IGLESIA HECHA NOTICIA


Estas ideas deben tener su reflejo en nuestras delegaciones diocesa­nas de Medios, que han de estar in­sertas en la vida de la Iglesia local, y por lo tanto en el esquema pastoral de toda diócesis. Ya hemos aludido a cómo la Iglesia es noticia en la medi­da en que es acontecimiento, anun­cio y proclamación de la Buena Noti­cia.


La Iglesia adquiere su vertiente in­formativa tanto por su lado externo, tangencial al mundo, como por su re­alidad interna y espiritual. No es ex­traño que la Iglesia salga en los Me­dios. Así es y así tiene que ser en una sociedad como la actual, en la que solamente tiene virtualidad social lo que es objeto de información, hasta el punto de que sociológicamente no existe más que sobre lo que se infor­ma y en la manera en que se informa. Pero todos sabemos que esto some­te a la Iglesia a una presión fuerte y la expone, como vemos diariamente, a aparecer falsificada o con una ima­gen deforme. ¿Qué hacer ante ello? De partida tenemos que saber que en la raíz de esa deformidad está una anomalía del propio sistema informa­tivo de la sociedad de la comunica­ción, donde lo conflictivo adquiere una primacía desproporcionada y vi­ciosa. También cabe preguntarse ¿de donde vienen esas grandes suspica­cias del mundo informativo hacia la Iglesia. La respuesta para J. Navarro Valls está en que: “la prensa parte de una idea de los maestros de la sos­pecha...que se puede formular así: la realidad de las cosas nunca es como se ve, hay siempre una realidad ocul­ta más desagradable de lo que se ve. Además hay un segundo factor, la in­formación que se da aquí (Oficina de Prensa de la Santa Sede) es contra-cultural, va contra la tendencia cultu­ral del momento. Y tercero, no hay un seminario sobre técnicas de la infor­mación religiosa”28.


La solución a esta realidad no es­tá en una postura defensiva o de ocultación de los hechos, sino que el camino prudente es examinar prime­ro el sistema informativo y el modo en que la sociedad de nuestro tiempo re­acciona ante cada noticia. Además, habrá que tener en cuenta que los problemas de la libertad se resuelven con más libertad y que siempre es mejor la abundancia de información y la trasparencia por nuestra parte que todo lo contrario. Sin olvidar, que el paciente diálogo, el guardar la tem­planza y las buenas formas ante las provocaciones, y no romper los con­tactos es un sendero que nunca de debe dejar. Pero, también pregunté-monos si verdaderamente los colecti­vos eclesiales (diócesis, parroquias, religiosos, movimientos, etc...) están siendo capaces de convertir sus ricas experiencias de vida de fe y de obras de solidaridad en noticias que interro­guen a los hombres, porque aquí no vale áquello de que “el buen paño en el arca se vende”, sino lo que nos di­ce el Señor: “Lo que os digo en la os­curidad, decidlo a la luz; lo que escu­cháis al oído, proclamadlo desde las azoteas”(Mt 10,27). Por lo tanto, la Iglesia universal, y en nuestro caso Iglesia local no sólo es noticia, sino que produce noticias22.




3.1. La realidad mediática de las Iglesias del Sur de España


La Iglesia que camina en Andalu­cía ha intensificado la toma de conciencia de un hecho fundamental: la Comunicación debe estar presente en todos los procesos de la diócesis. Este itinerario está inculturizado en una tierra con hondas raíces cristia­nas, que cuenta con la herencia de un valioso patrimonio cultural religio­so, expresión de fe de muchos siglos; son unas Iglesias ricas en testigos de la santidad y en maestros en obras de caridad, con una fuerte pujanza del catolicismo popular, que en mu­chos lugares constituyen un verdade­ro tejido social. Pero, por otro lado, son comunidades que sienten la pla­ga del desempleo y ofrecen las pri­meras atenciones a la llegada de los inmigrantes de África, que no están libres del azote del secularismo am­biental que también se filtra en la vida de muchos cristianos y cómo no, el fuerte intervencionismo de las autori­dades autonómicas en temas tan vi­tales, como la educación y la ense­ñanza religiosa, los asuntos sociales en su amplio campo de actuaciones, el patrimonio de la Iglesia; sin olvidar cómo se está reinventado desde el poder la historia de nuestro pueblo como denunciaban nuestros Obispos Andaluces en su última carta colecti­va: “Pretender arrancar a Jesucristo de la identidad de nuestros pueblos, o reducir la fe cristiana a un elemento más de esa identidad junto a otros, o a un hecho del pasado, que perma­nece sólo como residuo cultural, es­tético o folclórico, es hacer una terri­ble injusticia a la verdad histórica y a la realidad presente de Andalucía”21.


Desde la conciencia de nuestras limitaciones y pobrezas para hacer­nos más presentes y activos tanto en los medios clásicos de comunicación como en el panorama que nos abren las nuevas tecnologías, podemos de­cir que la Iglesia Andaluza no esta “afónica”, aunque su voz no sea para grandes conciertos. En los boletines informativos que cada trimestre edita ODISUR se recoge una muestra de esta presencia de la Iglesia en el cor­to ámbito de la prensa escrita de los 15 diarios de mayor difusión en An­dalucía. Así el tercer trimestre del presente año ha arrojado un total de 3.500 noticias sobre la Iglesia, de las cuales positivas son 760, negativas 322 y neutras 2.418. Las noticias so­bre sacerdotes/religiosos son un total de 452, de las cuales 272 son positi­vas, 42 negativas, 138 neutras. En cuanto a la segmentación por temas, tenemos que el índice más alto (30%) se lo llevan las hermandades, fiestas y romerías (este índice aumenta en Cuaresma, Semana Santa y Pente­costés), a continuación van las activi­dades pastorales con un 20%, luego están los sacerdotes y religiosos con un 11%; patrimonio, cultura y política con un 10%, los Obispos ocupan también un 10%; el Papa un 5%, y el tema de enseñanza por ser tiempo estival ocupará sólo un 5%.


Lejos de descender, aumenta el número de cabeceras de diarios en nuestra región, con una proliferación -extensible a Radio y Televisión- de los medios de ámbito local. Un ejem­plo lo representa Sevilla, con siete ca­beceras. Otro hecho que puede mo­dificar de forma notoria el panorama empresarial es la alianza entre el Grupo Andaluz de Comunicación y el holding mediático Prisa.


En el capítulo de prensa no habría que olvidar el papel que juegan, so­bre todo “ad intra” de la Iglesia, las publicaciones diocesanas y las innu­merables revistas de congregaciones de religiosos que se publican o llegan a nuestra región.


En la radio, además de los pro­gramas clásicos de la COPE, tam­bién se cuenta -fruto de los Acuerdos firmados en octubre de 1988 entre los Obispos de Andalucía y la Dirección de Canal Sur- con dos programas en Canal Sur Radio, uno semanal de quince minutos “El Evangelio del do­mingo” y otro diario de 3 a 5 minutos “Palabras para la vida». También si­gue creciendo el número de emisoras locales -un 95% de las cuales son pú­blicas, mientras que las emisoras pri­vadas van desapareciendo-, en las que el tema religioso queda reducido, principalmente al fenómeno de las cofradías y a algún que otro progra­ma de contenido más religioso y ecle­sial, gracias más bien al buen enten­dimiento entre el sacerdote del lugar y la dirección de la emisora local. Además prosigue la lucha de las grandes cadenas por contar con li­cencia en diversas localidades de ca­da provincia. El control que desde la Administración Autónoma, responsa­ble de las concesiones, se intenta ha­cer del mapa radiofónico, motiva si­tuaciones muy tensas que trascienden el debate político.


El “boom” del fenómeno local co­bra especial trascendencia en la Tele­visión, colocando a Andalucía a la ca­beza en número de cadenas locales (125 emisoras de ámbito metropolita­no, destacando por provincias Sevi­lla, Málaga, Cádiz y Huelva). En es­tas televisiones locales la presencia de lo religioso sufre las mismas limi­taciones que en las emisoras de ra­dios. Pero también aquí habría que destacar la presencia de la Iglesia Andaluza en la Televisión Autonómi­ca -gracias al acuerdo anteriormente mencionado- con dos programas: ‘Testigos hoy”, de media hora de du­ración los domingos y dedicado a te­mas fronterizos y de actualidad, “Buenas Noches nos dé Dios” es una reflexión variada en formato y conte­nido, que se emite de madrugada una vez por semana y de diez minu­tos de duración.


En los nuevos medios también podemos encontrar múltiples y varia­das referencias religiosas, desde agencias de noticias, páginas Web de las curias y delegaciones, hasta documentación diversa32.



3.2.Iter del Directorio de las Delegaciones Diocesanas de MCS de los Obispos Andaluces


Es lógico que, ante este inmenso panorama, frente a los retos propios de los tiempos actuales y de los Me­dios, y de la amplia actividad apostó­lica y pastoral de éstas comunidades eclesiales del Sur, los Obispos se ha­yan ocupado en varios ocasiones de la Iglesia y las Comunicaciones So­ciales.


En la reunión de delegados dioce­sanos de MCS de las Provincias Eclesiásticas de Granada y Sevilla, celebrada en Jaén en junio de 1994, el Obispo Delegado para los Medios, D. Santiago García Aracil, sugirió co­mo tema de estudio elaborar “el perfil del comunicador, así como el conte­nido de las oficinas de prensa y la función de los delegados de comuni­cación”.


En la 736 Asamblea ordinaria de los Obispos del Sur de España (Gua­dix, abril de 1996) se vio la necesidad de “realizar un estudio sobre la pre­sencia de la Iglesia en los Medios y sobre la preparación de personas pa­ra el futuro inmediato”. En la siguiente Asamblea, celebrada en Málaga en octubre de 1996, se acordó encomen­dar al Obispo de Jaén “la elaboración de un Directorio de las Delegaciones de Medios de Comunicación Social”. Mons García Aracil convocó a dos reuniones al Director de ODISUR y al Delegado de Medios de Málaga a fin de redactar el borrador 0. Posteriormente se le encomendará a la Oficina de Información de los Obispos del Sur (ODISUR) continuar la tarea para pre­sentar un primer borrador en la reu­nión de Delegados de Medios de An­dalucía en Jaén en Junio de 1997. En este encuentro regional se aportaron correcciones al material de trabajo. Los diversos borradores fueron cono­cidos y consultados a las diez Delega­ciones de Andalucía, así como tam­bién se consultó a diversos profesionales de los Medios y a profe­sores de las Facultades de Ciencias de la Información civiles y eclesiásti­cas. El proyecto final pasó a la mesa de los Sres. Obispos en las Asamble­as 816 y 826 del año 1998, siendo aprobado el definitivo en la 83a Asam­blea, que tuvo lugar en Granada en mayo de 1999, siendo posteriormente presentado a los medios de comuni­cación en Jaén el 8 de junio. La edi­ción ha corrido a cargo del Departa­mento de Publicaciones de la diócesis de Jaén.



3.3. Estructura del Directorio.


Se trata de un documento marco, con 46 apartados, que orienta el apro­vechamiento eclesial de los Medios de Comunicación Social y ofrece unas pautas de estructuración a las Dele­gaciones de MCS de las diócesis an­daluzas. No se define como un docu­mento disciplinar en tomo al tema, sino, como dicen los Sres. Obispos en la Presentación, de “un servicio humil­de, una llamada cordial a la benévola acogida de los planteamientos y de los interrogantes que implica la aten­ción urgente a la compleja y condicio­nante realidad de los MCS. Sólo pres­tando atención a los MCS con progresiva inquietud pastoral y com­petencia técnica, podremos aprove­char esas nuevas ágoras y esos púl­pitos modernos”.


En la Introducción se plantea cla­ramente cómo el Directorio viene de­mandado por el impacto que las nue­vas tecnologías producen en la tarea de la evangelización y cómo hay que buscar unos cauces operativos donde esté implicado todo el Pueblo de Dios, desde los profesionales católicos, las propias estructuras de las Curias Dio­cesanas, hasta los hombres y mujeres de buena voluntad que trabajan en los Medios.


La primera parte está compuesta de los siete primeros apartados. Co­mienza hablando de la actitud de la comunidad creyente ante los MCS, que debe ser tarea de todo el pueblo de Dios. Con una clara eclesiología de misterio, comunión y misión hará re­ferencia a un texto clave de la Re­demptoris Missio cuando dice: “No basta usar los Medios para difundir el mensaje cristiano.., sino que conviene integrar el mensaje mismo en esta “nueva cultura” (nº 37). Así, el nº 3 di­rán los Obispos que “los MCS ayudan a la Iglesia a manifestarse al mundo, colaboran en el diálogo interno y faci­litan el encuentro del hombre actual y su cultura”. Como podemos observar responde a lo que hemos expuesto ampliamente en los apartados prime­ro y segundo de esta ponencia.


Este campo de los Medios, no exento de riesgos (nº 6), es un espa­cio privilegiado para que “los laicos sean los principales responsables de vivificar con espíritu humano y cristia­no la realidad de los medios... La ta­rea fundamental de jerarquía consiste en colaborar como maestros y pasto­res, prestando un servicio clarificador de actitudes morales a partir de un discernimiento sereno”(nº 5).


En la segunda parte los Obispos plantean la solicitud de la Iglesia Uni­versal y de la iglesias particulares en Andalucía a través de los grandes do­cumentos, de los sínodos diocesanos y en el ámbito colegiado de la Asam­blea de los Obispos del Sur en estos treinta años de su recorrido. Termina­rá esta capítulo afirmando la necesi­dad de relanzar las delegaciones de MCS, pues “la comunicación debe im­pregnar todas las actividades de las iglesias particulares como símbolo y manifestación de la comunión ecle­sial”(nº 11).


La tercera parte es tremendamen­te clara y operativa. Comienza situan­do a las delegaciones como un orga­nismo técnico de la Curia diocesana y con una encomienda episcopal en un campo específico de la pastoral como son los Medios. A continuación, se de­finen de sus fines y la doble actuación informativa -interna y externa- que de­ben desarrollar, así como los distintos servicios a realizar: Proporcionar in­formación y documentación, organiza­ción de las Jornadas y Campañas, formación de los usuarios, coordina­ción con otras estructuras, servicio de publicaciones y comunicación, figura del portavoz de la diócesis (núm. 16-29).


Termina este capítulo aludiendo a la proliferación de emisoras de radio y televisión de ámbito local, a los nue­vos medios, así como al acompaña­miento pastoral, formativo y espiritual de los profesionales de Medios en la diócesis, sin olvidar a las nuevas ge­neraciones que se preparan en las Facultades de Ciencias de la Informa­ción (núm. 30-34). La última parte del Directorio esta centrada en la organi­zación de la Delegación de MCS: el equipo humano, los estatutos de la Delegación, la figura del Delegado, las líneas generales de la política de comunicación de la Diócesis, la for­mación en los Medios de los futuros sacerdotes y la dotación de recursos técnicos y económicos (núm. 35-46).


En definitiva: estamos ante una oferta clara, integradora, realista y con horizonte de futuro. Su existencia re­presenta una novedad en el panora­ma comunicativo de la Iglesia españo­la y la puesta en práctica de sus postulados supondría una racionali­zación del nada homogéneo tejido mediático de nuestras diócesis, donde conviven proyectos serios y profesio­nales con situaciones nacidas de la improvisación.



IV. CONCLUSIÓN: UNA IGLESIA QUE TIENE VIDA


Mirando la realidad de estos trein­ta años de reflexión colectiva y de ex­periencia de la Iglesia en el campo de los medios de comunicación, se van vislumbrando unas coordenadas que dan identidad a nuestras delegacio­nes y que además las insertan en la estructura evangelizadora de la Igle­sia local:


1º. Los mass media se están con­virtiendo, de hecho, en parte integran­te de la cultura católica, pero deben ser interpretados a la luz de la mejor tradición humanista, filosófica y ecle­siológica.


2º. La Iglesia colegialmente, en es­tos años, ha dirigido una mirada pro­funda y meditada al fenómeno de los Medios, para comprender y apreciar su significado pleno en el desarrollo humano y de la fe.


3º. El ideal de una comunicación dialogada, trasparente y participada, bajo los presupuestos del respeto a la libertad humana y a la creatividad, se está definiendo cada vez con mayor claridad en el seno de nuestras co­munidades, y ello como consecuencia del desarrollo eclesiológico que a su­puesto el Vaticano II y el magisterio postconciliar.


4º. Aunque es verdad que en algu­nos sectores de nuestras Iglesias puedan existir miedos o recelos acer­ca de los mass media, ésta no es la actitud dominante. Digamos que las mismas “nuevas tecnologías” se van asumiendo con bastante naturalidad y con gran creatividad (vg. las ofertas pastorales en Internet).


5º. Mientras que la Iglesia ha he­cho grandes inversiones en sectores pastorales como las escuelas, univer­sidades, hospitales..., en el campo de los Medios se advierte bastante rigi­dez, ocasionada no solamente por la falta de miras o de valentía pastoral, sino que también hay que tener en cuenta el alto riesgo que imponen las leyes del mercado de las empresas de la información.


6º. Las delegaciones de medios son ya hoy algo asumido en las es­tructuras de una diócesis. En la ac­tualidad es un hecho que la comuni­cación social ha de tenerse en cuenta en todos los aspectos de la transmi­sión del Evangelio. Otra cosa serán las carencias sufridas, que no han fa­vorecido un desarrollo de la tarea acorde con los tiempos, la técnica y la altura que ha alcanzado el magisterio sobre los Medios.


7º. En estos años la ilusión y la imaginación de muchos delegados ha suplido la ausencia de una preparación técnica sobre los Medios, y a pe­sar de todas las lagunas y dificultades han hecho una buena labor de concienciación a nivel diocesano.



8º. Para estar a la altura de los nuevos tiempos se requieren unas Delegaciones con profesionales com­petentes, pero que no pierdan su vín­culo vital con la comunidad cristiana, para no verse reducidas a simples gabinetes de imagen. No es la mera ciencia o técnica la que vence al mun­do, sino el ardor en el convencimiento de que estamos anunciando una No­ticia siempre nueva, que cambia y lle­na de sentido la vida de los hombres.



Juan del Río Martín

Director de ODISUR

3 Profesor de la Universidad de Sevilla

▲back to top




Notas:


1. ‘El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola, como suele decirse, en una aldea global. Los medios de co­municación social han alcanzado tal importan­cia, que para muchos son el principal instrumen­to Informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos Individua­les, familiares y sociales”. Reflexiones de la Con­ferencia Episcopal Canadiense. Ecclesia, nº 2.764. 25.11.95, pp. 38-42.

2.Cf. J. IRIBARREN, Introducción a las rela­ciones públicas en la Iglesia, Madrid 1995, pp.139-169.

3.Ecclesla, 23.10.99, no 2.968, p. 40.

4.Como enunciado orientativo valga la defini­ción que hace de los mase media J. DEL REY MORATO, Diccionario de Ciencias y Técnicas de la Comunicación. Á. BENITO (Director, Ma­drid 1991, p. 902, cuando dice: “Los medios de comunicación social -también llamados canales o mase media- son aquellas empresas, públicas o privadas, cuyo cometido es emitir información de actualidad desde los soportes físicos y técni­cos que la moderna tecnología ha hecho posi­ble. En la realización de esta tarea, generan, di­funden los mensajes que van a proporcionar a la sociedad un modelo y, desde él, una imagen de sí misma y un conocimiento de lo que pasa en el mundo sobre el que informan, todo ello someti­do a la fragmentación del período, y que llama­mos periodicidad... Desde un punto de vista me­nos universal, son medios de comunicación social todos aquellos que sirven a la cultura de la actualidad, a la actualidad como cultura, o que la producen desde los canones propios de la profesión periodística y con arreglo a las posibi­lidades tecnológicas y a la periodicidad que prescribe cada medio”.

5. Mons. A. MONTERO MORENO, “La respon­sabilidad evangelizadora de la Iglesia en, la so­ciedad de la Información” en: Congreso de Obis­pos Europeos de Medios de Comunicación Social. Montserrat (Barcelona) 7-9 de abril de 1999.

6. VATICAN INFORMATION SERVICE, Tercera Congregación General. Sínodo para Europa. 2.10.99.

7. Sobre este tema, remitimos al interesante tra­bajo del Profesor J. F. SERRANO OCEJA, “La Delegación de Medios de Comunicación Social de las Diócesis Españolas” en Revista Españo­la de Derecho Canónico 52(1995), pp. 657-712.

8. J. M”. CIRARDA LACHIONDO, “Prioridades de la Iglesia Española en las Comunicaciones Sociales” en La Iglesia ante los medios de comunicación social. Ponencias de la XXIX Asam­blea Episcopal Española. Secretariado Nacional de la Comisión Episcopal de MCS, Madrid 1978, p. 273.

9.J. F. SERRANO OCEJA, “La identidad de la Iglesia Española en su relación con los Medios de Comunicación Social” en: D. BOROBIO-J. RAMOS (Eds.), Evangelización y medios de co­municación, Salamanca 1997, p. 177.

10. Boletín de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social. C.E.E. 169 (1992), p. 15.

11.Véase la cantidad de revistas y fascículos co­leccionables de todo tipo sobre medicina, nutri­ción, biociencia, arte, deportes..., etc. Cf. ED­GAR MORIN, Introducción al pensamiento complejo. Barcelona 1994, pp. 143, 147.

12.DOMINIQUE WOLTON, Sobre la comuni­cación. Una reflexión sobre sus luces y sus som­bras. Madrid 1999, p. 380.

13. JUAN PABLO II, Mensaje de la XXXIII Jor­nada Mundial de las Comunicaciones Sociales, l8 de Abril de 1999. Boletín de la Comisión Epis­copal de Medios de Comunicación Social. C.E.E. 196-197(1999), pp. 31-32.

14.G. RAIGÓN PÉREZ DE LA CONCHA, “Co­municación y Pluralismo en la actividad mediáti­ca”, en M.T. AUBACH (Coord.), Comunicación y Pluralismo. Acta del Congreso Internacional (25-27de Noviembre de 1993), Salamanca 1994, pp. 592-593. ID., Estructura de la Información en la Iglesia Católica, Universidad de Murcia 1998, p. 164.


15.J. L RESTAN, La Iglesia y su incorporación a los nuevos medios de comunicación. Boletín de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social. C.E.E. 196-197(1999), p. 24.

16.AVERY DULLES, “El Vaticano II y las comuni­caciones” en R. LATOURELLE (Ed.), Vaticano II: balance y perspectivas. Veinticinco años después (1962-1987). Salamanca 1989, p.1153.

17.ALFONSO LÓPEZ QUINTAS, El poder del diálogo y del encuentro. Ebner, Haecker, Wust, Przywara,.Madrid 1997, p. 33.

18. PABLO VI, Encíclica Ecclesiam suam, 67.

19.E. YANES, “Tareas del Pueblo de Dios para el siglo XXI” en: O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL (Ed.) La Iglesia en España 1950-2Xh2, Madrid 1999, pp. 318-319.

20.MANUEL DE UNCITI, “La Iglesia, misterio y acontecimiento’ en La Iglesia, dato informativo. Po­nencias de Las Jornadas Nacionales de Informado­res Religiosos, 1-4 Mayo 1980, Madrid 1981, p.38.

21. El decreto lntermititlca nnº 19-21 habla sobre los organismos adecuados. También pueden verse algunos textos de la Communio et progresio, nnº 114-125 (sobre la Iglesia en diálogo); nn0 162-180 (sobre instituciones, personas y organización).

22.PIERRE BABIN, La era de la comunicación. Para un nuevo modo de evangelizar, Santander 1990, p.40.

23.Véase el resumen de los cinco modelos de co­municación de AVERY DULLES, op. cit., pp. 1142-1147 que se hace J. E SERRANO OCEJA, “¿Qué Iglesia?, ¿Qué cultura?, ¿Qué comunicación?’ en A. GALINDO GARCÍA, I. VÁZQUEZ JANEIRO, Cristianismo y Europa ante el Tercer Milenio, Sala­manca 1998, pp. 314-316.

24. Cf. JOSÉ F. SERRANO OCEJA, “La Delega­ción...” op. cit., p. 661-665.

25. ‘La promulgación de la Lumen Gentium cons­tituye el comienzo de una nueva era... Se puede decir que hemos pasado de una Iglesia-institución a una Iglesia-comunidad, de una Iglesia-potencia a una Iglesia pobre y peregrina” en: A. ANTÓN, Pri­mado y Colegialidad, Madrid 1970, p. 34. Cf. G. DEJAIFVE, L’Eclesíologia del Vaticano A, Bresda 1973, pp. 87-88.

26.La noción de comunión impregnó durante el primer milenio la conciencia de la Iglesia y la doctrina edesiológica, y en la tradición de las Iglesias orientales ha estado en pleno vigor hasta nuestros días: J. RATZINGER, L ‘Ecclesiología del Vaticano II, en la Chiesa del Concilio, Milán 1973, p.13.

27. Cf. Sobre el tema del diálogo interno en la Igle­sia puede verse: Communio et Progressio, nº 116-120.

28. LOLA GALÁN, “Entrevista a Joaquín Navarro Valls” en El País Semanal, nº 1205, 31/10/1999, p.18.

29.S. PETIT CARO, “La diócesis como fuente in­formativa” en: La Iglesia, dato informativo. Ponen­cia de las primeras Jornadas Nacionales de Infor­madores Religiosos, 1-4 Mayo 1980, Madrid 1981, p. 142.

30. Cf. OBISPOS DEL SUR DE ESPAÑA, Anda­lucía en el camino de la nueva evangelización, 1995. ID., Documentos colectivos del Sur de Es­paña (1970-1988), Madrid 1989.

31. OBISPOS DEL SUR DE ESPAÑA. “Os anun­ciamos la Vida eterna...para que vuestro gozo sea completo”, 1998, nº 11.

32. Véase la Guía Internet de la Iglesia Católica en España, C.E.E., Madrid 1999.



El anaquel



3.1 Parte 5: Los ratones: Fisgón y Escurridizo7

▲back to top

3.1.1 De la actividad a la productividad

▲back to top


Los liliputienses seguían preguntándose qué hacer: ¿Cambiar o no cambiar?, he ahí la cuestión. Mientras, en otra parte del laberinto los ratones Fisgón y Escurridizo no pesaban en otra cosa que en el Queso Nuevo que esperaban encontrar. Después de no pocos esfuerzos, al final, consiguieron llegar a una Gran Reserva de queso —el trabajo había merecido la pena—.


Mientras Hem y Haw seguían valorando la situación, estaban tan tensos que incluso se acusaban mutuamente por no tener Queso. Haw era consciente de lo mal que lo estaban pasando y pensaba en Fisgón y Escurridizo quienes seguramente había encontrado más Queso. “¡Vámonos!”, gritó. Pero Hem no respondió, quería quedarse en el sitio que conocía, enfrentarse al laberinto era peligroso y él era demasiado viejo para eso. Como respuesta temporal se les ocurrió hacer un agujero en la pared por ver si al otro lado estaba el Queso; pero lo único que consiguieron fue un gran agujero, nada más. “Haw empezaba a distinguir entre actividad y productividad”.


Era de justicia que los afanados ratones dieran con su preciado Queso después de moverse tanto y agotar las alternativas dentro de ese laberinto que es el mundo, que es la vida. Con sus limitadas capacidades y escasez de recursos pero con un empeño claro y una buena coordinación de las cualidades que tenían habían llegado a lo que buscaban. Esa búsqueda y el nuevo hallazgo ha supuesto un cambio en sus ritmos y esquemas de vida, porque tienen una cosa clara: sin Queso no pueden vivir.


Seguro que muchas fueron las encrucijadas del laberinto que hubo que superar una y otra vez, muchas las vueltas y los retrocesos, muchos los caminos cerrados o intransitables... todo eso no importaba ahora que podían gozar de esa gran reserva de Queso —mucho mayor de lo que se hubiesen podido imaginar mientras surcaban el laberinto—.


Los liliputiense, a pesar de las incomodidades, a pesar de los dolores, de sus rostros demacrados por la falta de Queso, a pesar de sus pesadillas siguen impasibles en su depósito Sin Queso. Han pensado una y otra vez en lo que les ha pasado, ya no tienen fuerza ni para quejarse. Deprimente.


Haw deja por un momento de pensar en el pasado y en el atormentado presente y hace una amago de mirada hacia el futuro, “¿y si dejásemos el depósito y volviésemos al laberinto?” Detrás de esta ingenua pregunta, que es en sí respuesta, se encontraba la solución. Pero los ánimos de Haw se ven frenados por el miedo de Hem a dejar ese depósito. Hem sigue pensando en su status privilegiado y se niega a enfrentarse otra vez a esa serie de recodos por los que se habían movido hasta encontrar los que había sido una gran Reserva de Queso.


Hem sigue obcecado en un presente fuertemente marcado por un glorioso y confortable pasado. Pero ahora toda su vida se reducía a cuatro paredes, dentro de las que no había nada. Hem pensó por un instante en el exterior, o al menos fuera de esos tabiques. Su respuesta no era tan lanzada como la de Haw, pero parecía un indicio. “Tal vez al otro lado del muro esté el depósito desde el que se suministraba el Queso”, se le ocurrió pensar. Lo único que tendrían que hacer era comprobarlo abriendo un agujero.


A primera vista la tarea le atrajo, porque no le movía de su situación. El trabajo que hubo que realizar fue muy duro, los dos liliputienses se entregaron a la tarea. Una tarea ilusionante por lo esperanzadora que era al principio, pero pronto convertida en decepción y desesperación al comprobar que sus esfuerzos habían sido inútiles.


Dice el autor que “Haw empezaba a distinguir entre actividad y productividad”. Esta situación nos suena mucho tanto a nivel personal como en un nivel mucho mayor como vida religiosa. Tal vez los términos laborales nos despisten, por eso podríamos traducir la frase: hemos de aprender a distinguir entre activismo y calidad de testimonio y eficacia de nuestra misión. Dice un conocido autor en estas lides que «muchos religiosos y, sobre todo, religiosas confunden el celo con el frenesí y el apostolado con el nerviosismo»8. Los ejemplos nos surgen rápidamente a la mente, también de nuestra propia experiencia.


Cuando el trabajo que se hace, aunque aparentemente sea muy loable, e incluso “evangélico”9, con el paso del tiempo se convierte en un “hacer por hacer”; si éste no ha partido o ido tomando unas bases sólidas, lo que hacemos se va desgajando de nuestras motivaciones vocacionales —que un día dieron pleno sentido a nuestra vida pero ahora se ahogan en la actividad y no en la “productividad”—. Este grave error es tremendamente humano en una sociedad que valora lo concreto, lo inmediato, lo práctico y no los caminos por los que Cristo nos pide ir. Esa visión tan centrada en lo urgente es la que no nos permite pensar a largo plazo. Esa falta de futuro, incluso de esperanza, se convierte en autojustificaciones: utilizando las palabras de Hem, «empiezo a sentirme cansado, yo creo que no me interesa la perspectiva de perderme y hacer el ridículo...»10


Ciertamente, tanto Hem como Haw, empezaban a sentirse cada vez más débiles y viejos, lo que no comprendían que lo que les estaba matando era su actitud de resistencia al cambio. Si una planta no renueva su savia acaba secándose.


El cambio que los liliputienses necesitan no es sólo un cambio físico, no es un mudanza; lo que realmente necesitan es un cambio de mentalidad y de visión, un volver a lo auténtico del pasado cuando, emprendedores, recorrían el laberinto en busca del Queso que alimentase su vida y sus esperanzas. Así, muchas veces, nuestro cambio no ha de ser de lugar, sino de romper con nuestras seguridades personales y cambiar la mentalidad porque «la consagración es la primera fórmula —esencial— de evangelización. Y la vida comunitaria es el apostolado sustantivo, porque es anuncio permanente del Reino de los cielos y de la fraternidad universal fundada por Cristo»11.





Concluyendo, el cambio sólo operará desde nuestros mecanismos internos y desde una tensión vocacional vivida día a día, a cada instante. Sólo desde lo ordinario descubriremos lo extraordinario, por lo que antes hemos de darnos cuenta del valor interpelante de los acontecimientos y detalles que Dios nos ofrece cotidianamente. Ante la pérdida de garantías que eso supone, nuestra mayor certeza la constituye Cristo que nos ayuda, como a Nicodemo, a nacer de nuevo en nuestra latente debilidad (cf. Jn 3, 3) —eso sí, la respuesta final siempre la tendremos nosotros como en su día la tuvo Nicodemo—.


1 De manera parecida termina Amedeo Cencini su artículo “Identidad y Misión de la Vida Consagrada para el Nuevo Milenio. Nuevos Elementos” (Confer 154 [2001] 251-268), luego de citar un texto provocador de I. A. Chiusano: “«Me pregunto –confiesa un poco antes de morir el escritor católico- si no ha llegado el momento de volverse todos un poco locos, descubriendo aquel cristianismo evangélico, extremista, radical, desarmado, dulcemente arrebatado, que nos deslumbra desde las páginas de los evangelistas y de las crónicas de los mártires, de las florecillas de San Francisco y las poesías de San Juan de la Cruz» La VC ¿no ha sido quizá en la historia signo de ese cristianismo “radical y un poco arrebatado”. Es probable, entonces que o continuará así viviendo la locura de la cruz, o simplemente desaparecerá”.

2 Convenius Semestralis de la Unión de Superiores Generales, tenida en Ariccia en noviembre de 1998. Cf. AA.VV., Per una fedeltá creativa. Rifondare: ricollocare i carismi, ridisegnare la presenza, Il Calamo, Roma, 1999.

3 Sal Terrae. Santander, 1988.

4 J. Martín Velasco, 31

5 Sandra M. Schneiders, Finding the Treasure, Paulist Press. Mahwah, NJ 200, 112-114

6 MCS 198 (oct.-dic. 1999).

7 Cf. Spencer Johnson (242001). ¿Quién se ha llevado mi Queso? Barcelona: Empresa activa. 43-46.

8 Severino María Alonso (111998). La vida consagrada. Síntesis teológica. Madrid: Publicaciones Claretianas. 25.

9 Cf. ib.

10 Spencer Johnson (242001). Op. cit. 45.

11 Severino María Alonso (111998). Op. cit. 468.