Gonzalo Fernández Sanz55


Gonzalo Fernández Sanz55



V




Inspectoría Salesiana de “Santiago el Mayor" León , 24 de febrero de 2002 nº 15


OLVER A LOS JÓVENES

O el verdadero rostro de la ascesis



Hace unos años Don Vecchi, en una carta que nos hablaba de la formación ("Yo por vosotros estudio…" ACG 361 -1997) hacía referencia a la amplitud del campo juvenil en la Congregación y de los deseos de los salesianos de dar respuestas cada vez de mayor calidad al mundo juvenil.


Era consciente, como lo somos nosotros, de las dificultades que se presentan. Él decía: "Nos damos cuenta que para incidir más no basta ser muchos o disponer de medios más potentes, es necesario, sobre todo, ser más discípulos de Cristo, penetrar más profundamente en el Evangelio, cualificar la vida de la comunidad, centrar mejor desde el punto de vista pastoral proyectos y realizaciones. Es, con una palabra que puede parecer 'secular', el problema de la calidad, es el lenguaje evangélico, es la autenticidad y la fuerza transformante de la levadura" (p.5). Esta página puede servirnos de programa de Cuaresma, como camino hacia la Pascua.


Un camino muy real de ascesis en nuestra vida de salesianos es el de mayor acercamiento al mundo de los jóvenes. Que vivamos este tiempo en el que estamos con gran ilusión y ganas de transformar nuestra realidad personal y comunitaria.








































ÍNDICE



  1. Retiro……………3-14.

  2. Formación……...15-26.

  3. Comunicación.…26-39.

  4. El anaquel……...40-42.

  • No hay queso...40-42.


Maqueta y coordina: José Luis Guzón.







RETIRO





LA MISION: FISONOMIA DE NUESTRA CONSAGRACIÓN (C. 3)




Filiberto Rodríguez, sdb


S U M A R IO



Este tema forma parte de una serie de charlas preparadas para unos ejercicios espirituales; está, pues, situado en un contexto concreto y es parte de un conjunto en el que encuentra su complemento y sentido pleno. Se trata de un tema que hay que saber leer a la luz de la cultura juvenil de hoy y del mandato perenne de su evangelización, de la gracia de la consagración religiosa y de la espiritualidad juvenil y salesiana y desde una comunidad fraterna que quiere ser testimonio evangélico. Este tema sólo valdrá para quien acepte desde el principio su responsabilidad de ser evangelizador, pastor y misionero de los jóvenes que Dios ha puesto en nuestro camino.



0.Introducción



Estaría bien que dedicásemos algunos instantes a ver simplemente el espacio que en los índices de nuestros documentos oficiales se dedica a palabras como misión, pastoral, educación, evangelización, jóvenes, sistema preventivo... Es mucha la tinta vertida en este sentido. Por citar algunos: El CG-23 ha tenido como tema monográfico el “educar a los jóvenes en la fe1. Recordamos algunos de los temas tratados por Don Viganó: “El proyecto educativo salesiano”, “la nueva evangelización”, “la espiritualidad salesiana para la nueva evangelización”, “la nueva educación”, “misión salesiana y mundo de trabajo”, “grupos y movimientos juveniles”, “educar en la fe en la escuela”, “intenta hacerte amar”2... Lograr la significatividad de la misión es uno de los objetivos escogidos para la animación del presente sexenio y como tal se ha tratado en varias de las cartas de Don Vecchi: la consagración apostólica, las nuevas pobrezas juveniles, la propuesta de espiritualidad juvenil, nuestro compromiso en la misión para el 2000, un amor sin límite a los jóvenes, por vosotros estudio, la propuesta vocacional...3 Juan Pablo II, al terminar el Centenario de la Muerte de Don Bosco, nos honró con la carta “Juvenum Patris”...


Podríamos seguir citando documentos, aunque creo que no es preciso, pues tenemos bien asumido que es la misión quien da tonalidad a todos los elementos integrantes de nuestra consagración apostólica4. Y que la evangelización de los jóvenes y de las clases populares debemos realizarla a través de un proceso de educación: “evangelizamos educando y educamos evangelizando”.




1.Recordando algunas ideas bien sabidas


La acción divina con la cual el Padre nos consagra, contiene en sí misma el envío apostólico a los destinatarios”5. Somos consagrados para ser apóstoles. Si la alianza representa la vertiente que da unidad a nuestra vida, la misión representa el elemento definidor de nuestra identidad6. Por lo tanto pretendemos hablar de la misión partiendo también de la óptica de la gracia de la unidad.


Nuestra misión es participación consciente y responsable en el misterio de la Iglesia en la historia, y se remonta nada menos que a las misiones del Verbo y del Espíritu Santo, propias del misterio trinitario. Sólo partiendo de ahí se puede captar su naturaleza genuina y eclesial. Cristo nos dijo: «Como el Padre me envió, así Yo también os envío a vosotros» (Jn 20, 21). “La misión depende toda de la iniciativa del Padre, tiene su expresión típica en la obra salvadora de Cristo, es animada y encarnada entre los hombres por la vitalidad pentecostal del Espíritu y es realizada en la Iglesia y con la Iglesia como Sacramento universal, que colabora a la edificación, a través de los siglos, del Reino de Dios”7.


Por tanto “la misión no puede consistir nunca (simplemente) en una actividad de vida exterior, porque el compromiso apostólico no se puede reducir a la simple, aunque valedera, promoción humana, por la razón de que cada iniciativa pastoral y misionera, está radicalmente fundada en la participación del misterio de la Iglesia. La misión de la Iglesia, por su propia naturaleza, no es sino la misión del mismo Cristo continuada en la historia del mundo; y por lo mismo, consiste, ante todo, en la condivisión de la obediencia de Quien (cf. Hb 5,8) se ofreció a Sí mismo al Padre para la vida del mundo”8 .


Se desprende de esto la necesidad de poseer una interioridad apostólica capaz de captar y expresar explícitamente esta presencia del Padre que consagra y envía9, y la disponibilidad operativa para ser dóciles portadores del proyecto de su amor a los destinatarios. Esta unión con Dios trae consigo el ardor del Da mihi animas, según el estilo incansable de Don Bosco. Como dicen las Constituciones: “Al leer el Evangelio, somos más sensibles a ciertos rasgos de la figura del Señor: su gratitud al Padre por el don de la vocación divina a todos los hombres; su predilección por los pequeños y los pobres; su solicitud en predicar, sanar y salvar, movido por la urgencia del Reino que llega; su actitud de Buen Pastor, que conquista con la mansedumbre y la entrega de sí mismo; su deseo de congregar a los discípulos en la unidad de la comunión fraterna”10.




2.Misión y pastoral


La misión sigue, en Cristo y con Cristo, la ley de la encarnación; se hace presente en la multitud de los pueblos y en la variedad de las culturas. No cambia nunca de naturaleza, pero se reviste de diferentes modalidades prácticas, según la geografía y la historia. Como en la máxima gracia de unidad de Cristo (“unión hipostática”) no se puede separar la misión divina de su praxis histórica.


La misión es inmutable en el tiempo y en las situaciones. La pastoral es múltiple, adaptada a las culturas y a las necesidades concretas. Se da, así, una verdadera unicidad de misión, aunque se realice en una multiplicidad de modalidades pastorales. Lo que importa es que la misión se encarne y que las diferentes pastorales traduzcan verdaderamente en práctica toda la identidad de la misión. “El ardor de la caridad pastoral supone y requiere inventiva apostólica, docilidad al Espíritu creador, comprensión de las necesidades y urgencias, discernimiento de la realidad, reconsideración de criterios, valentía de decisión y humildad de revisión”11.



3.Naturaleza de la mision. Multiplicidad de aspectos


La misión de los Salesianos de Don Bosco es clara y bien definida; no se pueden tergiversar los contenidos. Antes de enumerar los varios aspectos que la componen, conviene captar bien su alcance global. El mandato divino es para “ser apóstoles de los jóvenes”12 ; para “ser en la Iglesia signos y portadores del amor de Dios a los jóvenes”13; “fieles a los compromisos heredados de Don Bosco, somos evangelizadores de los jóvenes, especialmente de los más pobres”14. En efecto, “para contribuir a la salvación de la juventud ‑la porción más delicada y valiosa de la sociedad humana‑, el Espíritu Santo suscitó, con la intervención materna de María, a San Juan Bosco”15. Cada salesiano, en su Profesión religiosa, se compromete “a entregar todas sus energías a quienes Dios lo envíe, especialmente a los jóvenes más pobres”16. Don Bosco, “profundamente hombre y totalmente abierto a Dios”17, vivió en plena armonía y unidad interior estas dos dimensiones y las plasmó en su proyecto de vida: el servicio a los jóvenes: “no dio un paso, ni pronunción palabra, ni acometió empresa que no tuviera por objeto la salvación de la juventud”18. Todas sus actividades, todas sus empresas, tienen un corazón, un hilo conductor que le da sentido y originalidad: “lo único que realmente le interesó fueron las almas”19.


En el lema de Don Bosco está expresada con claridad su misión futura: Da mihi animas. No se habla de otros negocios, ni se justifican. Al contrario, quedan claramente excluidos en el coetera tolle. Se capta inmediatamente que la única misión se reviste necesariamente de una dimensión de practicidad humana pues debe hacer referencia a unos destinatarios, a una tarea específica y a unos criterios de acción.


Por eso se encuentra en la misión salesiana una multiplicidad de aspectos que hay que conocer y promover, evitando toda tentación de reductivismo, de unilateralidad, de exageración de alguna de sus componentes con menoscabo de otras.


Nuestros documentos señalan los principales aspectos de la misión que “no se caracteriza simplemente a partir de los destinatarios o por el típico modo comunitario de realización, sino también por la particular organización de sus contenidos, de sus objetivos, y por el estilo con el cual se hace presente entre los jóvenes”20. No podemos caer en reduccionismos centrándonos exclusivamente en algún aspecto de la misión, olvidando otros. Sería desnaturalizar la misión.


Las Constituciones indican los siguientes aspectos:


Los destinatarios21: “Es evidente como el sol que son los jóvenes, con prioridad preferencial para los más necesitados, los de los ambientes populares, los del mundo del trabajo, los que ofrecen posibilidades vocacionales”22. Al hablar de los pobres conviene tener presente toda la carta de Don Vecchi “Sintió compasión de ellos: nuevas pobrezas, misión salesiana y significatividad”23. Las nuevas pobrezas juveniles son una llamada y una interpelación constante a la creatividad del carisma salesiano y lo hacen hoy más actual y necesario que nunca.


La atención a los “últimos” ha de estar siempre en el horizonte de nuestros proyectos y de nuestras acciones en todos los ambientes. El comentario a este artículo de las Constituciones define con amplitud el término “de pobres”: jóvenes en peligro, pobreza económica, cultural, religiosa, pobres en el plano afectivo, moral, espiritual, sufridores de toda la problemática familiar de nuestro mundo, los jóvenes que viven al margen de la sociedad y de la Iglesia24. El saludo del Rector Mayor del Boletín del presente año está escribiendo sobre algunos problemas pendientes de solución que nos ha dejado el milenio pasado. Recordamos algunos: los muchachos explotados sexualmente, los niños soldados... Las grandes ciudades de las naciones más ricas nos sorprenden continuamente con nuevas pobrezas y marginaciones, muchas de ellas ligadas intrínsecamente al fenómeno de la emigración. Dada la cantidad de alumnos que tenemos y la importancia que reviste el fenómeno del fracaso escolar, como origen de otras marginaciones, debemos ser sensibles de modo especial, a buscar soluciones a este problema, en nuestras mismas estructuras. Evitemos todo criterio selectivo y elitista (sea económico, intelectual, disciplinar), explicable sólo desde ópticas de prestigio o competitividad.


Es importante también evitar “cierta moda pauperista”, que se vuelve demagogia, que nos lleva a hablar constantemente de los pobres, pero sin que esto suponga ninguna consecuencia ni complicación especial para nuestra vida y sin concretos efectos sociales para el futuro. Me he encontrado en varias ocasiones con hermanos “ideologizados” en este sentido. En algunos casos, hablar de los pobres era una manera de vivir. Determinadas acciones o programas son sencillamente una manera de vivir de los pobres.


Cuando hablamos de las nuevas pobrezas lo hacemos desde los más puros criterios salesianos a travès de procesos educativos que se convierten en plataformas de evangelización. En nuestro mundo de occidente la mera promoción social o el prestigio académico no justifican una presencia salesiana.


De alguna manera los pobres han de estar siempre presentes en nuestro horizonte. Si no se trabaja directamente con ellos, al menos hemos de garantizar en todo destinatario la educación de la dimensión social de la caridad. Naturalmente hay que comenzar por cumplir en nuestras obras todo lo que exige la justicia y la doctrina social de la Iglesia.



Otro aspecto de nuestra misión es la tarea de evangelización a través de un concreto compromiso educativo25: “Educar evangelizando, evangelizar educando”. Si estuviéramos entre los destinatarios sin evangelizar educando, no cumpliríamos la misión salesiana pues “nuestra educación tiende a abrir a Dios y al destino eterno del Hombre”26. Las Constituciones nos indican cuáles son las varias facetas de este aspecto: la formación integral, la promoción personal, la dimensión social, la responsabilidad y conciencia eclesial, la iniciación en la vida litúrgica, la orientación vocacional. “Educar es participar en la obra de Dios Padre que crea la persona, de Cristo que revela nuestro ser de hijos de Dios y hace posibles el vivir como tales, del Espíritu Santo que desde dentro inspira el crecimiento de la libertad y de las expresiones típicas de los hijos”27. Las Constituciones de las Hijas de María Auxiliadora lo dicen aún mejor: “La asistencia salesiana (nuestra manera de educar) se convierte en atención al Espíritu Santo, que actúa en cada persona”28.


Don Bosco busca la salvación de la persona en toda su integridad, que tiene necesidades inmediatas y materiales, pero también aspiraciones infinitas. Por eso, la salvación que la caridad pastoral busca y ofrece es la plena y definitiva. “Todo lo demás está ordenado a ella: la beneficencia a la educación; ésta a la iniciación religiosa; la iniciación religiosa a la vida de gracia y a la comunión con Dios. En otras palabras, se puede decir, que en nuestra educación o promoción, damos la primacía a la dimensión religiosa. No por proselitismo, sino porque estamos convencidos de que ella constituye la fuente más profunda del crecimiento de la persona”29. En un tiempo de secularismo, esto no es fácil decirlo ni realizarlo.


Para nosotros esto es también una orientación metodológica: en la formación o regeneración de la persona hay que fortalecer y reavivar sus energías espirituales, su conciencia moral, su apertura a Dios, el pensamiento de su destino eterno. La dimensión trascendente es una fuente inagotable de recursos para el joven. Don Bosco despertaba y ponía al servicio del joven todos sus recursos de naturaleza y de gracia. “Cuando se llega a tocar este punto comienza el verdadero trabajo de educación. Lo demás es propedéutico o preparatorio”30. Esto era lo que Don Bosco practicaba en el Oratorio y este es el camino reflejado en las diversas biografías escritas de sus “muchachos santos”. Miguel Magone emprendió su verdadero camino educativo cuando se abrió plenamente a Don Bosco y le permitió acompañarle en la maduración de su dimensión religioso-cristiana, de su relación con Dios.


Hay, pues, una opción y una ascesis para quien actúa movido por la caridad pastoral: “Cetera tolle”, “Deja todo lo demás”. Se debe renunciar a muchas cosas para salvar lo principal; se pueden confiar a otros, e incluso descuidar muchas actividades con tal de tener tiempo y disponibilidad para abrir a los jóvenes a Dios. Y esto no sólo como actitud personal, sino, sobre todo, a través de programas, estructuras y obras apostólicas.


Nuestro profetismo entre los jóvenes debe realizarse en la opción por la educación”, que da un tono característico a toda nuestra vocación: no estamos llamados a ser “agitadores de los jóvenes”, sino a ser luz para su conciencia en cuanto “signos y portadores” del amor y bondad de Cristo.../... En los areópagos del mundo se hace propaganda de numerosos sucedáneos de la luz de la fe cristiana; se separan el camino del conocimiento humano y el camino del Evangelio de Cristo, como si fueran dos vías con metas irreconciliables; faltan indicaciones válidas de ruta; es una hora de afanosa búsqueda de maestros para la formación de la personalidad”31. Y el comentario oficial al artículo 2 de las Constituciones (ser signos y portadores) nos dice que éste es un “compromiso tremendamente exigente, porque afecta a toda la persona, vida y acción de los salesianos, desasiéndolos de sí mismos para hacerlos girar, simultáneamente, en torno a dos polos: Cristo vivo y la juventud, y para lograr el encuentro de uno y otro en el amor. Compromete a los salesianos a ser doblemente servidores de Cristo -que los envía- y de los jóvenes -a quienes son enviados-; a revelar el amor-llamada de Cristo y suscitar el amor-respuesta de los jóvenes”32. Y este es el significado último de todas sus “obras de caridad espiritual y corporal”. Tal es precisamente la función profética del salesiano: “profeta-educador”.


Nuestra misión comporta también otro elemento: “un especial método educativo”33. Dentro del «Sistema preventivo» vibra también la gracia de unidad. En efecto, se presenta siempre ‑y el Papa lo dice muy bien‑ con los tres polos de valores que ha indicado Don Bosco: la razón, la religión, la amabilidad. Son tres polos que entran en tensión «juntos», y no cada uno por su cuenta. No simples valores humanos (horizontalismo); tampoco, sólo valores religiosos (espiritualismo); ni sólo valores de amabilidad (sentimentalismo); sino los tres polos juntos, dentro de un clima de bondad, de trabajo, de alegría y de sinceridad, que asegura el funcionamiento de la gracia de unidad en la acción educativa”34. Evidentemente la práctica del sistema preventivo se convierte para nosotros en una espiritualidad muy exigente. Estamos hablando de santidad pedagógica, de santidad atrayente pero profunda, de santidad que se identifica con la alegría, pero obtenida a base de servicio a los jóvenes, de sacrificio, de trabajo y templanza...


Otro aspecto es el criterio permanente de renovación: un criterio precioso para un momento de cambio cultural y social como el presente. Se trata del “criterio oratoriano35 como estilo original de realización pastoral. “Hace referencia directa al «corazón oratoriano» de Don Bosco; es decir, a sus criterios pastorales, a su opción por los jóvenes, a su realismo en la consideración de sus concretas necesidades, a su metodología llamada «preventiva», a su espiritualidad y ascesis del «hacerse amar», a su cotidiana preocupación de educación integral. Hoy día, después de más de un siglo, este criterio exige revisar muchas presencias y todo un estilo de compromiso apostólico”36.


Podemos decir que el primer Oratorio de Valdocco es como el «lugar teológico» de nuestro carisma: de allí nació toda la pastoral juvenil de Don Bosco. Es una perspectiva pastoral que ‑según afirman las Constituciones‑ comprende cuatro polos valorativos: «casa», con espíritu de familia; «parroquia», para la maduración de la fe; «escuela», para la promoción cultural, y «patio» (o sea espacioso lugar de juegos), para la alegría, la amistad y la creatividad juveniles.


Los valores simbolizados en estos cuatro polos deben ser tomados en cuenta «juntos», y no separadamente. Hasta allí llegan las consecuencias de nuestra gracia de unidad. Una presencia salesiana que sea sólo «casa» de convivencia, no realiza el criterio oratoriano; y tampoco la que sea sólo «parroquia», o sólo «escuela», o sólo «patio». Por desgracia, se dan varios casos de peligrosa inconsecuencia pastoral salesiana”37.


Este criterio es exigente y supone en el salesiano la caridad pastoral, la gracia de unidad, la unidad interior del educador/pastor. Como pastores hay que tener muy clara cuál es la meta a la que se debe tender: la evangelización, llevar al joven hasta el encuentro con Cristo. Y como educadores, sabemos que hay que partir de la situación real en la que se encuentra el joven y hacemos el esfuerzo de encontrar el camino adecuado, buscamos el mejor método para acompañarlo en su itinerario de crecimiento. No se pueden quemar etapas y si es vergonzante para un pastor renunciar a ofrecerle al joven la plenitud de vida, que es la persona de Cristo, sería vergonzante también, para un educador no cuidar los procesos y la metodología. Casa, escuela, patio son polos que miran directamente al proceso educativo; parroquia hace referencia a la meta evangelizadora. Y no se trata de hacer dicotomías. En cada acción deben estar presentes ambos aspectos. Don Bosco ejercía su sacerdocio lo mismo en el patio que en la capilla. Y las mismas funciones de iglesia eran educativas porque tenían estilo juvenil.


Este criterio “oratoriano” debe estar sobre todo en el corazón del educador pastor. Esto nos lo recalca muy bien Juan Pablo II : “el educador se sitúa dentro del proceso de formación humana del joven, del que conoce sus deficiencias, pero no obstante es optimista acerca de la progresiva maduración, con la convicción de que la palabra del Evangelio debe ser sembrada en la realidad del quehacer cotidiano, para llevar a los jóvenes a comprometerse generosamente en la vida. Puesto que ellos viven una edad peculiar para su educación, el mensaje salvífico del Evangelio los deberá sostener a lo largo del proceso educativo, y la fe llegar a ser elemento unificante e iluminante de su personalidad... El educador se preocupará de ordenar todo el proceso educativo a la finalidad‑religiosa de la salvación. Todo esto exige mucho más que la simple introducción en el camino educativo de algunos momentos reservados a la instrucción religiosa y a la expresión cultural; trae consigo el compromiso mucho más profundo de ayudar a los educandos a abrirse a los valores absolutos, y a interpretar la vida y la historia según las profundidades y las riquezas del Misterio»38. La dimensión religiosa no es algo que se cuida en el último momento. El educador salesiano hace lo que Don Bosco: pone al servicio del joven todos sus recursos de naturaleza y de gracia en cada acto educativo.


El criterio oratoriano privilegia el arte de educar en positivo, proponiendo y dando realce a valores que atraen la atención y los ideales de los jóvenes; es decir, el arte de hacer crecer en los jóvenes el Evangelio «desde dentro», moviendo su libertad, iluminando su inteligencia y entusiasmando sus corazones.



Otro aspecto es la pluralidad de formas en nuestra actividad39. Nosotros no somos enemigos de ninguna estructura; pero tampoco nos aferramos a ellas. Lo importante es la persona. El joven está siempre en el centro de toda nuestra actividad o proyecto. No conservamos las estructuras, que ya no sirven para la misión y menos gastamos (malgastamos) las mejores fuerzas salesianas en defender estructuras y organizaciones que no transmiten vida ni espiritualidad.


Las Constituciones subrayan que nuestra acción apostólica se realiza con pluralidad de formas, que tratan de responder a las necesidades de aquellos a quienes somos enviados. No debe importarnos tanto salvar nuestras obras, cuanto realizar nuestra misión (no se trata tanto de hacer guerras para tener jóvenes para salvar nuestros colegios, cuanto de garantizar que nuestras están al servicio de la educación de nuestros destinatarios preferenciales).


Evidentemente nuestra misión se realiza a través de proyectos inspectoriales y locales, que suponen la participación de todos, tanto en la elaboración, como en la puesta en práctica y evaluación, pues los salesianos realizamos la misión con estilo comunitario. La comunidad (guiada por el Superior y dinamizada por la corresponsabilidad) es el sujeto primero de la misión. Esto exige simultáneamente convergencia comunitaria e iniciativa personal.


El proyecto exige una cierta planificación pastoral, determinación de objetivos, tiempos de revisión y evaluación; un conjunto de inteligentes preocupaciones pastorales que reúnen a los miembros de la comunidad para pensar en común y apostólicamente en lo que corresponde hacer en cada lugar y situación. La experiencia enseña que este empeño resulta muy fecundo, ya para la realización de la misión, ya para la renovación de la comunidad”40. En efecto‑, pretender hacer comunidad prescindiendo de la misión es ingenuo artificio, que invita a repetir la famosa expresión: «Mea maxima poenitentia, vita communis». Ciertamente, nuestra vida de comunidad tiene sus exigencias ascéticas; pero su centro es la persona de Cristo y la misión que nos encomienda, y su belleza está en sentirse miembros de una familia que vive y realiza el mismo ideal apostólico: “vivir y trabajar juntos”41.



Y, por último, hay otro aspecto importante en nuestra misión, que consiste en tener y aplicar a la acción una clara «conciencia de Iglesia»: “La Iglesia particular es el lugar donde la comunidad vive y realiza su compromiso apostólico. Nos incorporamos a su pastoral, que tiene en el obispo su primer responsable, y en las directrices de las conferencias episcopales, un principio de acción de mayor alcance. Le ofrecemos la aportación de la obra y la pedagogía salesiana, y de ella recibimos orientaciones y apoyo”42. Nuestro carisma es un carisma eclesial que enriquece a la Iglesia en la medida que se viva con identidad.


Esta característica implica también prestar una atención especial a las orientaciones de los pastores. Don Bosco nos enseña a guiarnos constantemente con las directivas calificadas de los Pastores. Es ésta una característica indispensable en nuestra manera de realizar la misión. No olvidemos nunca que la gracia de unidad está constitutivamente vinculada con la dimensión explícita y concreta de «eclesialidad» en la realización de nuestra misión: un solo Cuerpo fundado sobre Pedro y los apóstoles, y sobre sus sucesores.



4.La vida consagrada como misión


El Santo Padre afirma que Don Bosco logró consagrarse a los jóvenes en forma tan elevada y fecunda, «gracias a una singular e intensa caridad»; es decir, gracias a una energía interior, que une inseparablemente en él el amor a Dios y el amor al prójimo. Así alcanza la síntesis entre actividad evangelizadora y actividad educativa43.


Don Vecchi en su carta “El Padre nos consagra y nos envía” pone de relieve con insistencia que el primer punto de nuestra misión es hacer transparente a los jóvenes nuestra propia vida. “La misión no consiste en el trabajo profesional que se realiza. Un religioso o religiosa es educador o educadora con todos los demás, pero no como todos los demás. La misión no es tan sólo el servicio pastoral que se quiere prestar. Es una experiencia espiritual: un sentirse colaborador de Dios, saberse enviado por El”44. Es evidente que la persona del misionero es la primera implicada en la misión a la que debe servir, en primer lugar con la propia coherencia de vida. El principal contenido de nuestra misión es revelarle a los jóvenes cómo vivimos todos los elementos de nuestra vida.


El elemento caracterizante de la misión de los consagrados es precisamente la opción de vida, no sólo como fuente de energía para el trabajo, sino ella misma como mensaje y servicio. “La misma vida consagrada, bajo la acción del Espíritu Santo que es la fuente de toda vocación y de todo carisma, se hace misión, como lo ha sido toda la vida de Jesús”45. “Se puede decir por tanto que la persona consagrada está en misión en virtud de su misma consagración, manifestada según el proyecto del propio Instituto”46. Por ello termina Don Vecchi: “La conclusión parece ser que el trabajo pastoral, educativo o promocional, sin la manifestación de la opción radical de vida por el seguimiento de Cristo, no es capaz de configurar la misión propia del religioso”47.


Hay hablamos de la transparencia de las comunidades, que han de tener la capacidad de revelar todos los elementos de la vida religiosa a los jóvenes (de otro modo ellos no los pueden intuir):

cómo se vive personal y comunitariamente la prioridad de Cristo en nuestras vidas, la alianza con el Señor, la vida de oración;

cómo vivimos la fraternidad evangélica, la comunión (nuestras comunidades no se reducen a almacenes de frailes) como manera nueva de vivir en un mundo violento, dividido, agresivo... Cómo cuidamos y valoramos a los hermanos más débiles...

cómo los consejos evangélicos nos hacen hombres libres, bien realizados, disponibles para la misión...

cómo compartimos nuestra vida con los jóvenes, le servimos y acompañamos hacia el encuentro con Cristo.


Esta es nuestra primera misión: revelar la respuesta personal que damos a Dios frente a otras visiones cerradas y materialistas del mundo, al deseo de posesión y autosuficiencia, al ansia del placer inmediato. Nos llamamos “profetas educadores”. Elías es el paradigma de la profecía: “Vivía en su presencia (de Dios) y contemplaba en silencio su paso, intercedía por el pueblo y proclamaba con valentía su voluntad, defendía los derechos de Dios y se erguía en defensa de los pobres contra los poderosos del mundo”48. Es conveniente que recordemos también lo que tantas veces hemos repetido refiriéndonos a Don Bosco: El no era un educador que decía misa a sus jóvenes, sino un sacerdote que escogió el campo de la educación para ejercer su ministerio sacerdotal.



5.Desafíos pastorales en una cultura y en un contexto concreto


Nuestra misión es comunión y participación en la más amplia misión de la Iglesia. Se sigue de ello que también nuestra pastoral deberá ser comunión y participación en la pastoral de las Iglesias particulares en las cuales trabajamos. Esto quiere decir que, de hecho, la pastoral de la Iglesia en cada territorio tiene un horizonte global grande, en el cual deberá insertarse la pastoral juvenil de nuestras presencias. Todo esto exige una constante atención a los desafíos pastorales que surgen del propio territorio, y que interpelan directamente al carisma salesiano.


Las antiguas y nuevas pobrezas de los jóvenes, a las que ya hemos hecho referencia; la evangelización de la cultura juvenil, en claro divorcio con los valores que enseña la Iglesia, la evangelización de los ambientes populares sobre todo con la comunicación social, son otros tantos desafíos que nos interpelan y a los que, en colaboración con otras fuerzas y desde la identidad de nuestro carisma, hay que darle respuesta.


El CG 23 centró su atención en tres objetivos cualificantes: “formar la conciencia personal hasta la cumbre de la dimensión religiosa”49, “dar autenticidad al amor como la expresión humana más alta en las relaciones interpersonales50, y “cultivar la dimensión social de la persona de cara a una cultura de la solidaridad”51. Es decir nos invita a promover un verdadero proceso de personalización, considerando a los jóvenes (con todo su mundo y en toda su complejidad) como protagonistas de formación e implicándoles responsablemente en la misma. Reflexionando sobre esto y viendo la realidad de algunas de nuestras obras uno se pregunta si nos tomamos en serio lo que escribimos. ¿Qué procesos estamos poniendo en práctica para formar la conciencia moral de los jóvenes, su dimensión social, su educación para el amor?


La simple consideración de estos objetivos pone de manifiesto “que la educación no puede reducirse a simple método de instrucción, erudición y enseñanza, o sólo a saber científico y técnico, sino que debe mirar al crecimiento y maduración de la persona en sus criterios de juicio, en su sentido ético de la existencia, en los horizontes de la trascendencia y en los modelos de comportamiento concreto, junto a una valoración positiva del progreso de las ciencias y de las técnicas con miras a una humanización de la convivencia social”52.


Es muy importante que el salesiano (sobre el Director) tenga una visión y un sentido amplio de su misión. Somos misioneros de los jóvenes. Un director no puede reducir su horizonte a gestionar la actividad de una obra o estructura, aunque sea compleja. Debe tener ojos para ver la realidad, el tipo de vida que llevan los jóvenes, el aire que respiran, la cultura de la sociedad en la que se van a sumergir, los problemas e inadaptaciones que todo esto puede compartir. Debe preguntarse constantemente en qué medida la estructura, las actividades y programas que en ella se desarrollen responden a las urgencias educativo-pastorales de estos jóvenes concretos. La mera gestión material y técnica nunca será una respuesta salesiana. La misión exige estudio serio de la realidad juvenil con todas sus circunstancias y mucho celo, creatividad, corazón pastoral para buscar las respuestas adecuadas. El salesiano que tiene corazón pastoral no espera las oportunidades, las sabe crear.


El Papa nos llamó “profetas-educadores”53. La renovación de la función profética no puede ser una especie de invitación a cambiar de “oficio”, es decir, a abandonar la opción por la educación; al contrario, según la clave de lectura indicada en su carta, es un estímulo a despertarnos, a reforzar la valentía de la fe y a buscar con más audacia vías pedagógicas que hagan contemporáneo, para los jóvenes, el misterio de Cristo. Nuestra función profética la realizamos con una educación cristiana nueva, a medida de las categorías de jóvenes con quienes vivimos y actuamos, a través de itinerarios educativo-pastorales en los que ellos mismos se implican y comprometen.



  1. Puntos para la reflexión


¿Tengo clara cuál es la misión de la congregación salesiana?

De mi vida y actuaciones se puede deducir que es la salvación de la persona del joven lo que verdaderamente me importa?

¿Puedo asegurar que tengo un corazón pastoral?

La caridad pastoral da unidad a la persona del salesiano. Es su fuente de energía.

¿Puedo decir que no me dejo llevar del activismo y de la agitación del hacer cosas que no miran directamente al punto específico de la misión salesiana?

¿Qué me sugiere el Coetera tolle?









FORMACIÓN












DONDE TÚ DICES DIGO,

YO DIGO DIEGO54






Con la experiencia que le da el trato con institutos religiosos muy diversos, el autor aborda las relaciones entre las diversas generaciones en la vida reli­giosa europea de hoy. Sus observaciones son, con bastante seguridad, muy aplicables a países de otros continentes.





En los países del hemisferio norte hay pocos religiosos y religiosas con me­nos de 40 años. La mayoría tiene más de 60. Este es un fenómeno nuevo en la historia reciente de la vida religiosa que hay que aceptar serenamente y afrontar con lucidez. ¿Qué tipo de relaciones se establecen entre una mayoría de ancianos y una minoría de jóvenes? ¿Se da un ver­dadero encuentro o, más bien, un abismo generacional? ¿Qué convicciones, que estilos van siendo dominantes? ¿Cómo juzgan este hecho unos y otros? ¿Qué po­demos aprender juntos?


En las órdenes y congregaciones hay una preocupación grande por la situación de los religiosos jóvenes. Pero esta preo­cupación arranca de motivaciones muy distintas y se expresa de modos diversos.


Preocupa, en primer lugar, la escasez de jóvenes. En general, la escasez se asocia a la supervivencia misma de las insti­tuciones y a las dificultades para el desa­rrollo de la propia misión según las es­tructuras actuales. Naturalmente, en el diagnóstico de la escasez se suelen anali­zar raíces psicosociales, institucionales y personales. Las opiniones van desde los que piensan que los números actuales son los normales en una sociedad abierta y en una Iglesia ministerialmente adulta (fren­te a los «anormales» números de los años 40-60)56 hasta los que consideran que la raíz fundamental de la escasez está en la heterodoxia que se ha infiltrado en mu­chos institutos religiosos en los años pos­teriores al Concilio Vaticano 1157.


Para algunos, no obstante, el gran pro­blema actual no es tanto la escasez (sobre la que no siempre es fácil actuar) cuanto el índice de perseverancia. ¿Cómo es posible que un número significativo de religiosos y religiosas jóvenes decidan abandonar sus institutos al poco tiempo de realizar la pro­fesión perpetua o de recibir la ordenación sacerdotal’? Este hecho, ¿es consecuencia de una formación deficiente o tiene que ver con el tipo de vida religiosa que encuentran al terminar la formación inicial? ¿Se debe, sobre todo, a procesos personales de desin­tegración o intervienen otros factores liga­dos a la situación general de la vida reli­giosa en la Iglesia y en la sociedad?


Para otros, la preocupación va más allá del número y de la perseverancia. Se re­fiere al ¡lauro que aguarda a los jóvenes, a la calidad de vida religiosa que encuen­tran y que ellos mismos pueden ofrecer. ¿Es acertada la política de muchos insti­tutos de distribuir los pocos jóvenes que tienen por las comunidades obligándoles a vivir con personas de más edad y em­barcándolos en trabajos que a menudo no sintonizan con su sentido de la vida reli­giosa? ¿Estamos ofreciendo un estilo de vida minoritario pero auténtico y atracti­vo? ¿Conseguimos vivir el evangelio co­mo una alternativa de vida creíble?


Estas preguntas no tienen una respues­ta unívoca, ni siquiera entre los jóvenes. He tenido ocasión de comprobarlo en nu­merosos encuentros y diálogos informa­les. Nos empujan, no obstante, a una re­flexión compartida.


Una manera de contribuir a esta refle­xión consiste en examinar el lenguaje que usamos unos y otros. En él atrapamos la realidad, expresamos nuestra forma de si­tuamos en la vida, revelamos nuestros te­mores y sueños.



Quisiera examinar en este articulo una docena de expresiones que condensan dos formas de ver la realidad. Cada ex­presión se compone de dos partes. La pri­mera no siempre es atribuible a los ma­yores. La segunda no refleja exclusiva­mente la postura de los jóvenes. Me pare­ce que el verdadero criterio de diferencia­ción no depende tanto de la edad cuanto de la mentalidad. Soy consciente de que la polarización es un recurso muy arries­gado porque extrema las posturas y eli­mina los matices que se dan en la vida re­al, pero, a cambio, nos permite percibir dos posturas teóricas que nos sirven co­mo «tipos» para discernir lo que estamos viviendo y, sobre todo, para ensayar iti­nerarios de encuentro. Sólo cuando unos y otros recorremos juntos los mismos ca­minos aprendemos a subrayar lo esencial y a relativizar lo accidental. En este sen­tido, la formación permanente es hoy uno de los grandes desafios que tenemos los institutos de vida consagrada. Cuanto más trabajemos por «formarnos juntos» a partir de la misión que se nos ha confiado tanto más iremos encontrándonos.



1 DONDE TÚ DICES «CUMPLIR LOS VOTOS»,

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2 YO DIGO «EL PRESENTE QUE NOS DESAFÍA»

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3 Pedro Miguel Lamet59

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