EL MAGISTERIO Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL


EL MAGISTERIO Y LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL







Inspectoría Salesiana de “Santiago el Mayor León , 24 de noviembre de 2001 nº 12




UN DIOS CERCANO. FELIZ NAVIDAD


La verdad es que nos cuesta hablar sobre la Navidad, ahora que ya está muy cerca. Yo diría que cada año nos cuesta más hablar del significado que puede tener para nosotros. Pero también podemos afirmar otra certeza: y es que a todos nos gusta imaginarnos la Navidad de otra manera a como nos la presenta el mundo comercial y de los MCS: más sencilla, más auténtica, menos consumista, más familiar, menos violenta, más ahorradora...etc. Dejo un par de líneas para que vosotros sigáis añadiendo calificativos


Pienso que esta Navidad de 2001 y comienzo del 2002 ha de ser un poquito diferente. No debemos pensar sólo en el cambio de dígitos, sino que es bueno que reflexionemos en este nuevo año y en todas las oportunidades que se nos brindan para ser mejores, para construir un mundo más feliz para niños y mayores.


Pensando en qué deciros sobre esta Navidad ha caído en mis manos un credo de Víctor Manuel Arbeloa. Os lo ofrezco con todo el cariño por si os sirve. Y ahora sí, a pesar de todos los convencionalismos y las tonterías de que hemos rodeado la Navidad, todavía me sigue gustando decir a la gente: ¡Feliz Navidad!



Creo en la bondad humilde de Jesús de Nazaret

y en la fe, desbordada de María.


Creo en la pobreza del portal

con un buey y una mula, y aun sin ellos.


Creo en el anuncio de los ángeles, presencias múltiples de Dios

donde estén la verdad, el amor y la belleza.


Creo en la estrella peregrina y mensajera

y en los Magos inquietos y tenaces,

que siempre encuentran la luz cuando la siguen

asomada a la inmensa maravilla

de Dios entre los hombres.


Creo en los caminos que llevan a Belén,

en los ríos de plata,

en los montes de musgo,

en los árboles de corcho,

en las luces de colores.


Creo en las estrellas, más curiosas y despiertas que nunca

en el cielo madrugador de la nochebuena.


Creo en la alegría natural,

en la clara amistad entre los hombres,

nacida de repente

o crecida a ritmo de cosecha.


Creo en la sorpresa virgen y fértil de los niños.


Creo en la ternura de los hombres.


Creo en el amor,

difícil e inseguro pero cierto,

muestra gratuita de Dios,

ángel, estrella,

belén en su hermosura generosa.


Creo en Jesús, hombre perfecto,

Hijo de Dios, Dios perfecto a la altura del hombre.









ÍNDICE




  1. Un Dios cercano. Feliz Navidad………..1-2

  2. Retiro……………………………………..3

  3. Formación……………………………….22

  4. Comunicación ………………………….31

  5. El anaquel……………………………….37

  • ¿Quién se ha llevado mi queso?…….37

  • La enseñanza pública en España……40

  • La Francia de los sin-religión……….48

  • Reseñas……………………………..55



Maqueta y coordina: José Luis Guzón.



RETIRO




Vocación y Formación: gracia y tarea


Juan J. Bartolomé, - Pascual Chávez





Jesús llamó personalmente a sus apóstoles para que estuviesen con él y para enviarlos a proclamar el evangelio... A nosotros nos llama a vivir en la Iglesia el proyecto de nuestro Fundador, como apóstoles de los jóvenes. Respondemos a esa llamada con el esfuerzo de una formación adecuada y continua, para la que el Señor nos da a diario su gracia” (C. 96)


S U M A R IO


La formación es la forma de responder a la vocación: así considerada no hay etapa en la vida del llamado (formación inicial o permanente), ni actividad (educativa o evangelizadora), que no sea formadora, si se vive como vocación. Para explicitar esta afirmación constitucional la reflexión tiene dos partes: la primera es una fundamentación bíblica de cuanto se va a decir en la segunda parte; presenta la vida como vocación y la vocación como tarea de por vida; la segunda entiende la formación como esfuerzo mantenido de identificación con la llamada, exponiendo los objetivos y la metodología que presenta la nueva edición de la Ratio.





El primero de los artículos que las Constituciones dedican a la formación hace una afirmación fundamental: “respondemos a la llamada [de Dios]con el esfuerzo de una formación adecuada y continua” (C. 96)1.


Las Constituciones entienden la formación como respuesta a la vocación; no la identifican, pues, con ese largo periodo de tiempo que antecede a la integración plena y definitiva en la misión común ni, mucho menos, la reducen al estudio, religioso y profesional, al que hay que dedicarse como preparación específica previa a la misión personal. Todo cuanto ha de hacerse para reconocer, asumir e identificarse con el proyecto al que Dios nos destina es formación: “la formación es acoger con alegría el don de la vocación y hacerlo real en cada momento y situación de la existencia”2.


Llamándonos, Dios nos ha identificado. Le respondemos adecuadamente sólo cuando nos identificamos con su llamada. La identidad salesiana no se ajusta, pues, a lo que ya somos ni a cuanto deseemos ser, coincide con lo que Él quiere que lleguemos a ser: es lo que estamos llamados a ser lo que fija cuanto debemos ser. Pues bien, identificarse con lo que Dios quiere de nosotros es el objetivo de toda formación. La llamada de Dios, que es gracia inmerecida, precede y motiva el esfuerzo por conformarse a ella, en el que consiste básicamente la formación, y “para la que el Señor nos da a diario su gracia” (C. 96): vocación y formación son dos formas de realización en nosotros de la gracia.



1.Vocación: la gracia como origen

Nuestra vida de discípulos del Señor es una gracia del Padre que nos consagra con el don de su Espíritu y nos envía a ser apóstoles de los jóvenes” (C. 3).


La vocación no es nunca proyecto personal de vida que uno realiza con sus propias fuerzas o alimenta con sus mejores sueños; es, más bien, llamada de Quien, precediéndole y transcendiéndole, propone al elegido una meta más allá de sí mismo y de sus posibilidades. En el primer caso, uno se siente con ganas e ilusión de hacer algo en su vida, mejor dicho, se propone - cree ser capaz de - hacer algo de su vida. En el segundo caso, uno se siente deseado para hacer algo con su vida, un algo que sólo podrá imaginar e identificar, si responde a la llamada personal. Creerse llamado es saberse elegido (Jn 15,16).



1.1La vida como vocación


La vida de cada persona es vocación y como tal debe ser comprendida, acogida y realizada”3. Antes de conocer, en la llamada, el destino de su vida, antes de reconocerse llamado a hacer algo con su vida, el creyente se sabe llamado por Dios por el mero hecho de vivir: “Él nos hizo y suyos somos”, confiesa el salmista (Sal 100,3).



1.1.1La vida, Palabra de Dios


La vida, la propia existencia, es palabra de Dios y, al mismo tiempo, la respuesta debida a su Dios. Invocándole, Dios le llamó a la existencia; invocado, está obligado a responderle: con la vida concedida Dios nos ha impuesto el diálogo como modo de existir en su presencia. Por ser imagen de un Dios que nos pensó dialogando consigo mismo, sólo podremos vivir en diálogo con ese Dios. La vida es un pro­nunciamiento de Dios a nuestro favor y exige, por lo mismo, un pronuncia­miento del hombre a su favor; no en vano surgi­mos de la nada dentro de un coloquio di­vino: quien nos imaginó dialogando consigo mismo, pudo consi­de­rarnos su imagen por­que podemos dialogar como Él y con Él.


“Puesto que ha sido llamado por Dios a la vida, el creyente reconoce que su presencia en el mundo no obedece a una decisión propia: no vive quien quiere, quien lo ha deseado, sino que ha sido deseado y querido... Precisamente porque la vida es efecto del querer divino, no puede vivirse fuera del ámbito de su voluntad: quien no existe porque quie­re, no deberá existir como se le antoje; la vida conce­dida cuenta con límites que respetar (Gn 2,16-17) y con ta­reas que cumplir (Gn 1,28-31). El hombre bíblico, simple­mente por vivir, se sabe llamado por Dios y responsable ante Él: vive porque Dios lo quiso y para vivir como Dios quie­re...; se sabe vivo, por haber sido invocado por Dios; sabe que vivi­rá, si se mantiene fiel a esa vocación (Gn 3,17-19)"4.



1.1.2La vida, respuesta debida a Dios

Por el mero hecho de ser, el hombre ha de hacerse responsa­ble: al ser el único viviente que re­fleja la na­tura­leza dialógica de Dios (Gn 1,26), tendrá que responsabilizarse de lo cre­ado (Gn 1,3-25), responsabili­zarse de procrear (Gn 1,27-30; Sal 8,6-9; Eclo 17,1-10) y responsabilizarse de quien le es hermano (Gn 4,9). Esta res­ponsabilidad, de la que depende su relación con Dios y que se realiza en la custodia del mundo y del hermano, es una deuda permanente del hombre; la salda en la medida en que, guardando lo creado en nombre de Dios y en su lugar, se man­tiene en diálogo con Él.


El hombre bíblico vive, pues, ante Dios en deuda permanente de respuesta. Quien debe su vida a una Palabra de Dios, no puede mante­nerse en silencio en su presencia; el creyente que calla ante Dios, ha dejado de existir para Dios; Él nos imaginó ha­­­­blando, y somos imágenes suyas si no perdemos la palabra: sólo los muertos no pueden recordarle, sólo ellos no le alaban (cf Sal 6,6; 88,11-13; Is 38,18). Todo lo que la vida nos depare puede ser motivo de oración5 y es tarea de la que responsabilizarse: no existe situación humana alguna indigna de ser comentada, dialogada, comunicada, con Dios; ni necesidad de los hermanos – ni hermano en necesidad - de los que no tengamos que responder. Quien no quiso hablar de su hermano, quien se declaró libre de responder de él, le había quitado la vida poco antes: el asesinato precedió a la negación a responder del hermano.



1.2La vocación, tarea para una vida


Para el creyente la vida no es fruto del azar ni siquiera empeño del querer humano: toda vida es querida por Dios; a cada vida humana Dios le asigna un lugar, una tarea, en su proyecto salvífico. Quien llega a la existencia ha sido querido por Dios: su existencia tiene sentido, al menos, para Dios.



1.2.1La vocación, misión dialogada


No es casual que, cuando en la Biblia se narra una llamada de Dios, el relato se convierte en la transcripción del diálogo que Dios abre con su elegido: descubriéndole el proyecto que alimenta sobre él, Dios le da a conocer que cuenta con él para llevarlo a cabo.


Inopinadamente, sin haberlo merecido, ni siquiera deseado, el llamado se encuentra con una tarea que se le propone y con una forma de vida que se le impone: sea la generación de un pueblo (Abrahán: Gn 12,1-4) o su liberación (Moisés: Ex 3,1-4,23), la concepción de un hijo (María: Lc 1,26-38) o la invitación a la convivencia con Jesús (los cuatro primeros discípulos: Mc 1,16-20), la misión asignada no responde a las posibilidades del llamado, con frecuencia no entra siquiera entre sus prioridades; tanto Abrahán como María no veían posible la prometida descendencia (Gn 15,2-3; Lc 1,34). La misión designada tampoco suele compaginar bien con la actividad o profesión que se está ya desarrollando; Moisés, pastoreando ganados ajenos, lo mismo que los primeros discípulos de Jesús, trabajando sus propias redes, vivían enfrascados en proyectos bien diversos de aquél al que fueron llamados, liderar un movimiento de liberación nacional (Ex 2,21-3,1) o pescar hombres para el reino de Dios (Mc 1,16.19).


El creyente bíblico, por saber que su vida es la consecuencia de un pronunciamiento de Dios a su favor, puede excluir de ella el azar y la fortuna, buena o mala: al haber una Persona que positivamente le quiso en un momento y en ese momento lo creó viviente, no dejará de sentirse querido mientras viva; no será nunca presa del destino ni el impre­visto se cebará en él. Pero, por lo mismo, al no haberse dado a sí mismo la existencia, tampoco puede programársela desde sí; no es señor de sí: ha quedado sujeto al arbitrio de quien le quiso tanto como para quererle vivo y semejante. Su propia vida le descubre, pues, un proyecto divino a rea­lizar; su existencia personal es la prueba de la pre-exis­tencia de un plan divino sobre él: la vida es siempre mi­sión, por haber sido don previamente; es encomienda y gracia ya que no fue herencia automática ni es salario debido.



1.2.2La misión, lugar y causa de formación


Dios puede muy bien disponer de la vida de un hom­bre, ya que fue El quien se la ha dado. Los relatos de voca­ción, significativamente numerosos en la Biblia, muestran de modo ejemplar ese rasgo característico del Dios vivo: des­cubre al que llama que cuenta con él, a veces, muy a su pe­sar y, otras, también en contra suya; por más objeciones que acumule el llamado, no podrá zafarse de la llamada. A no ser que Dios revoque su envío, su enviado lo será siempre; ni siquiera huyendo de Dios, se libera uno de Él y de su voluntad, como tuvo que aprender Jonás (Jon 1,1-3,3). Y lo que es más se­rio, el llamado sentirá que le han robado su vida, que se la secuestraron con violencia, imponiéndole una misión que no entraba en sus cálculos ni entrará del todo en sus capacida­des; jamás podrá reconocer como propia una mi­sión que no eligió porque fue elegido para ella (Is 49,1; Jr 1,5; Gal 1,15).


Dios se entiende con quienes llama conversando con ellos; el Dios que llama hablando, convierte en interlocutor a su elegido. Dios, al dirigirse ha llamado, le descubre que lo quiere y para qué lo quiere; “hace que el llamado se descubra querido por Dios, al ser parte integrante de ese proyecto; en él atisba el corazón de su Dios, pero no llega hasta sus últimas razones: su elección le resultará siempre un miste­rio. Ahora bien, el único saber sobre Dios y sobre sí mismo que el llamado adquiere, al asumir la llamada de Dios, con­siste en saberse destinado a los otros: el Dios bíblico, cuando llama, no quiere al lla­mado para sí ni por sí mismo, sino para los demás; en ello consiste, precisamente, la sor­presa del llamado: la res­puesta que debe a Dios por su voca­ción, la tiene que ensayar respondiendo de aquellos a quie­nes ha sido confiado; Dios llama para enviar: la misión es la forma de vivir la elec­ción; es su consecuencia y su prue­ba”6. Y cuando se haga por realizar la misión, prepararse a ella e identificarse con ella, es formación. La formación del salesiano está orientada y motivada por la misión.


La única respuesta que el Dios del llamado consi­dera válida es la que realiza su llamada, es decir, aquélla que se da cuando uno se entrega a quienes Dios nos destinó cuando nos llamó por nuestro nombre. Asumir la vocación supone, pues, una vida de obediencia al encargo recibido: el servicio exclusivo y excluyente a la juventud es la res­puesta que Dios espera del salesiano. No es casual que perda­mos la conciencia de nuestros deberes frente a la juventud, cuando estamos perdiendo el gusto y las ganas por la ora­ción; ni ha de maravillarnos el que todo intento de libera­ción de la misión salesiana empobrezca y dificulte nuestra oración comunitaria: no es que Dios se aleje de nosotros y nos impida sentirle cercano, es que nosotros nos estamos alejando de la juventud y no logramos estarle cercanos a sus problemas. Nos creemos abandonados de Dios porque, y cuando, abandonamos “la patria de nuestra misión..., la juventud ne­cesitada”7.


Estamos, como salesianos, en deuda con Dios y con los jóvenes: esa deuda nace de la gracia recibida: ha surgido y se mantiene con la vocación y con la formación, “adecuada y continua” (C. 96), se salda. “Su­mergido en el mundo y en las preocupaciones de la vida pas­toral, el salesiano aprende a encontrar a Dios en aquellos a quienes es enviado" (C 95). En este aprendizaje consiste, básica y primordialmente, la formación. La meta es encontrarse con Dios en la vida que se está llevado mientras se vive la llamada, el camino para lograrlo y las opciones metodológicas constituyen el proceso formativo que todo llamado protagoniza: no hará falta salirse de la vida que se está llevando, si ésta es la res­puesta a la propia vocación. Donde falte conciencia de estar haciendo delante de Dios lo que Él nos ha encomendado, no podrá darse formación alguna, por mucho que se estudie o por años que se pasen en las llamadas ‘casas de formación’.



2.Formación: la gracia como tarea


La llamada de Dios, al imponernos los jóvenes como contenido de nuestra respuesta vocacional, nos ha obligado a vivir un tipo determinado de espiritualidad, que requiere una específica formación: “creemos que Dios nos está esperando en los jóvenes para ofrecernos la gracia del encuentro con Él y disponernos a servirle en ellos”8. Como nuestra experiencia de Dios no puede entenderse sin referencia a los jóvenes a quienes Dios nos destinó, así tampoco podrá realizarse nuestra formación sin una vida vivida en su favor: “la naturaleza religioso-apostólica de la vocación salesiana determina la orientación específica de nuestra formación” (C. 97).


El salesiano sabe que lugar privilegiado y motivo central de su diálogo con Dios lo constituye su vida apos­tólica: porque Dios le fijó esa tarea de por vida, es identificándose con ella y realizándola como le responderá. “La llamada de Dios le llega a través de la experiencia de la misión juvenil; no pocas veces, a partir de allí, inicia el seguimiento. En la misión se comprometen, se manifiestan y crecen en él los dones de la consagración. Un único movimiento de caridad lo atrae hacia Dios y lo empuja hacia los jóvenes (cf. C. 10). Él vive el trabajo educativo con los jóvenes como un acto de culto y una posibilidad de encuentro con Dios”9.


El esfuerzo por lograrlo se llama formación; en efecto, “la formación salesiana es identificarse con la vocación que el Espíritu ha suscitado a través de Don Bosco, tener su capacidad de compartirla, inspirarse en su actitud y en su método formativo10.



2.1Identidad carismática e identificación vocacional


“Configurarse con Cristo y dar la vida por los jóvenes, como Don Bosco”, es, en síntesis, “la vocación del salesiano”, su identidad. Toda formación, sea inicial o permanente, “consiste en asumir y hacer real, en las personas y en la comunidad, esta identidad”. “De ella arranca el proceso formativo y a ella se refiere constantemente”. La identidad salesiana es “el corazón de toda la formación”11, su norma y su meta. “En otras palabras: la identidad salesiana caracteriza nuestra formación, que no puede ser genérica, y especifica sus deberes y sus exigencias fundamentales”12.



2.1.1Objetivos de la formación


Formarse impone reconocer el modo de vida al que uno es llamado e identificarse lo más plenamente con él. “A través de la formación, en efecto, se realiza la identificación carismática y se adquiere la madurez necesaria para vivir y obrar en conformidad con el carisma fundacional: del primer estado de entusiasmo emotivo por Don Bosco y por su misión juvenil se llega a una verdadera configuración con Cristo, a una profunda identificación con el Fundador, a la asunción de las Constituciones como Regla de vida y criterio de identidad, y a un fuerte sentido de pertenencia a la Congregación y a la comunidad inspectorial”13.


Lo que estamos llamados a ser determina lo que debemos esforzarnos por ser; la identidad carismática provoca y conduce el esfuerzo de identificación, personal y comunitaria, que es la formación. Dicho de otro modo, los objetivos de la formación para la vida salesiana los impone la vocación salesiana, en definitiva Dios que nos llama a :



1º.Enviados a los jóvenes: configurarse con Cristo Buen Pastor


Como Don Bosco, el salesiano tiene como primer y principal destinatario de su misión “la juventud pobre, abandonada y en peligro, la que tiene mayor necesidad de ser querida y evangelizada” (C. 26)14.


Responder a esta misión le consigue la conformación15 con Cristo, Buen Pastor, cuyo fruto y garantía natural es la caridad pastoral. Amar a los jóvenes como Cristo los ama “se convierte para el salesiano en proyecto de vida”; cuanto haga por representar el amor de Dios a los jóvenes (cf. C. 2: ser en la Iglesia signo y portador) le identificará con Cristo, apóstol del Padre. “A través de los jóvenes el Señor entra en la vida del salesiano y allí ocupa el lugar principal; y el ansia de Cristo redentor encuentra eco en el lema “da mihi animas, coetera tolle», que constituye el punto unificador de toda su existencia”16.


El salesiano se va configurando con Cristo llevando a cabo su misión, “el parámetro seguro y definitivo de nuestra identidad”17, con ‘corazón oratoriano’18, respondiendo a las necesidades de los jóvenes con imaginación y sensibilidad educativa. Y es en la vida diaria, y no en actuaciones puntuales o extraordinarias, “en la realidad de cada día, donde el salesiano traduce en experiencia de vida su identidad de apóstol de los jóvenes”19.



2º.Hermanados por una única misión: hacer de la vida común lugar y objeto de formación


Vivir y trabajar juntos es para nosotros, salesianos, exigencia fundamental y camino seguro para realizar nuestra vocación” (C. 47). La vivencia comunitaria de la misión no ha sido dejada, pues, a nuestro arbitrio: no somos libres de aceptarla, ni podemos liberarnos de ella a nuestro antojo; no es, siquiera, una decisión táctica en pro de una mayor eficacia apostólica; es “uno de los rasgos más fuertemente característicos de la identidad salesiana. El salesiano es convocado para vivir con otros hermanos consagrados para compartir el servicio del Reino de Dios entre los jóvenes”20.


Por vocación, el salesiano es “parte viva de una comunidad” y “cultiva un profundo sentido de pertenencia a la misma”: “con espíritu de fe y sostenido por la amistad, el salesiano vive el espíritu de familia en la comunidad y contribuye, día tras día, a la construcción de la comunión entre todos los miembros. Convencido de que la misión es confiada a la comunidad, él se compromete a obrar con sus hermanos según una visión de conjunto y un proyecto compartido”21.


Más aún, puesto que “la asimilación del espíritu salesiano es, fundamentalmente, un hecho de comunicación de vida” (R. 85), la formación, en cuanto identificación con el carisma salesiano, requiere esa comunicación que “tiene como contexto natural la comunidad”22. Además de ser “el ambiente natural del crecimiento vocacional”, “la vida misma de la comunidad, unida en Cristo y abierta a las necesidades de los tiempos, es formadora” (C. 99). Vivir en y para la comunidad es vivir en formación.






3º.Consagrados por Dios: testimoniar el radicalismo del evangelio


La misión apostólica, la comunidad fraterna y la práctica de los consejos evangélicos son los elementos inseparables de nuestra consagración” (C. 3).


La vida espiritual salesiana es una fuerte experiencia de Dios que, a la vez, sostiene y es sostenida por un estilo de vida fundado enteramente sobre los valores del Evangelio (cf. C. 60). Por esto, el salesiano asume la forma de vida obediente, pobre y virginal que Jesús eligió para sí en la tierra... Creciendo en la radicalidad evangélica con intensa tonalidad apostólica, él hace de su vida un mensaje educativo, especialmente dirigido a los jóvenes, proclamando con su existencia ‘que Dios existe y su amor puede llenar una vida; y que la necesidad de amar, el ansia de poseer y la libertad para decidir sobre la propia existencia, alcanzan su sentido supremo en Cristo Salvador’ (C. 62)23.


En consecuencia, la práctica de los consejos evangélicos, además de ser mensaje y método de evangelización24, “constituye un principio de identidad y un criterio formativo”25.



4º.Compartiendo vocación y misión: animar comunidades apostólicas en el espíritu de Don Bosco.


El salesiano no puede pensar integralmente su vocación en la Iglesia sin referirse a aquellos que con él son los portadores de la voluntad del Fundador. Con la profesión él entra en la Congregación salesiana y es incorporado en la Familia salesiana26; en ella tenemos responsabilidades peculiares: “mantener la unidad de espíritu y estimular el diálogo y la colaboración fraterna para un enriquecimiento recíproco y una mayor fecundidad apostólica” (C. 5).


Por el hecho de serlo, “todo salesiano es animador y se prepara constantemente para serlo”27: responder de la propia vocación le hace corresponsable del carisma salesiano del que viven, de forma diferentes, los diversos miembros de la Familia Salesiana. “La formación da al salesiano un fuerte sentido de su identidad específica, abre a la comunión en el espíritu salesiano y en la misión con los miembros de la Familia salesiana que viven proyectos vocacionales diversos... La comunión estará tanto más segura ‘cuanto más clara sea la identidad vocacional de cada uno y mayores sean la comprensión, el respeto y la valoración de las distintas vocaciones’28... La formación para la comunión con los valores salesianos hace crecer la conciencia de la tarea de animación carismática y cualifica para ello”29.







5º.En el corazón de la iglesia: edificar la iglesia, sacramento de salvación


La vocación salesiana nos sitúa en el corazón de la iglesia” (C. 6): la experiencia espiritual del salesiano es, por ello, una experiencia eclesial”30. Si para Don Bosco amar a la iglesia fue una forma característica de su vida y de su santidad, para nosotros “ser salesiano es nuestro modo de ser iglesia intensamente”31.


El salesiano llega a serlo creciendo en sentido de pertenencia a la iglesia32, comprometido con las preocupaciones y problemas de ella, inserto en su programas pastorales e insertando a los jóvenes en ellos, viviendo en comunión cordial con el Papa y con aquellos que trabajan por el reino (cf. C. 13)33.



6.º.Abiertos a la realidad: inculturizar el carisma


La vocación del salesiano exige “apertura y discernimiento ante las transformaciones en acto en la vida de la Iglesia y del mundo, especialmente de los jóvenes y de los ambientes populares”34. Como Don Bosco, el salesiano hace de la realidad histórica “tejido de su vocación”, “un desafío y una invitación apremiante al discernimiento y a la acción... Se esfuerza por comprender los fenómenos culturales que hoy marchan la vida, obra una reflexión atenta y comprometida sobre ellos, los percibe en la perspectiva de la redención”35. La lectura evangélica de la realidad, en especial de la realidad juvenil y popular, es obligada si se quiere responder adecuadamente a la vocación salesiana: es parte integrante, pues, del esfuerzo formativo.


Llamado a encarnarse entre los jóvenes de un determinado lugar y cultura, el salesiano tiene necesidad de una formación inculturada. Mediante el discernimiento y el diálogo con el propio contexto, él se esfuerza por impregnar de valores evangélicos y salesianos los propios criterios de vida, y de radicar la experiencia salesiana en el propio contexto. De esta fecunda relación emergen estilos de vida y métodos pastorales más eficaces porque son coherentes con el carisma de fundación y con la acción unificadora del Espíritu Santo (cf. VC 80)”36.



2.1.2Metodología formativa


Responder a la invitación de Cristo que llama personalmente significa hacer realidad los valores vocacionales”37. Dada la experiencia secular salesiana, desde Don Bosco hasta nuestros días, la identificación teórica de los valores carismáticos puede darse hoy como meta suficientemente conseguida. El mayor reto que la formación afronta hoy radica, más bien, en el método formativo, en cómo hacer de la propuesta vocacional un proyecto personal de vida, cómo pasar de los valores apreciados a los valores vividos, cómo convertir el carisma salesiana en realidad cotidiana.


Urgida por una vocación gratuita, la formación es, antes que proceso metodológico, vivencia de gracia, don reconocido y responsabilidad asumida, a través de un diálogo personal e intransferible con Dios: es, y en ese orden, “una gracia del Espíritu, una actitud personal, una pedagogía de vida”38. El Espíritu de Dios es, en definitiva, el causante de la llamada y el único y verdadero formador del llamado: abrió el diálogo con su propuesta y es capaz de sostenerlo con su fuerza. La acción formativa queda así abierta al sentido del misterio de Dios y de la persona; sin este diálogo interior, nada queda garantizado; lo demuestra sobradamente nuestra vivencia personal y nuestra experiencia de educadores.


Afirmada la prioridad del Espíritu en el proceso formativo39, de la experiencia educativa salesiana, de las orientaciones de la Iglesia y de la Congregación, y del análisis de la realidad formativa en estos últimos años, emergen algunas opciones de método que “resultan indispensables para el logro de los objetivos del proceso formativo y para cultivar en forma continua la vocación”40.



1º.Alcanzar la persona en profundidad


La formación, “la asimilación personal de la identidad salesiana”41, se realiza en el ser como Don Bosco, más que en el trabajar como él. Ello obliga a centrar el esfuerzo formativo, prioritariamente, en la interiorización de la experiencia sin limitarse a adquirir nuevos conocimientos, o a repetir comportamientos formales, externos, que no expresan realmente los valores que estamos llamados a vivir y son meras formas de adaptación a un ambiente42. Sin interiorización se corre un doble peligro: se reduce, por una parte, la formación a mera información, cuando se da por supuesta la apropiación de valores sólo por el hecho de hablar con frecuencia de ellos; por otra parte, se rebaja la formación, por otra parte, a simple acomodación, cuando se asume miméticamente un género de vida sin apropiación de sus motivaciones últimas.


La interiorización de los valores carismáticos implica necesariamente la existencia de profundas motivaciones personales. Sólo teniendo razones fuertes para llegar a ser lo que estamos llamados a ser podemos descubrir como valores los elementos que conforman el conjunto de la vida salesiana, hacer experiencia de ellos, y asumirlos hasta hacerlos una forma con-natural de ser. Es así como la persona viene tocada en su profundidad y se realiza su transformación.


Aunado a esto se encuentra un aspecto propio de la educación salesiana, que es partir de la persona concreta, de su historia personal, de su proceso ya hecho en las diversas dimensiones de la persona humana, superando la tentación de homogeneizar y nivelar a todos por pragmatismo, sin respeto a los ritmos de maduración de las personas. Este aspecto comporta la tarea de ayudar a que la persona se conozca y se acepte a sí mismo, se haga consciente de sus convicciones y las someta a discernimiento, como condición indispensable para construir sobre la verdad y la aceptación de sí mismo. Implica, también, el el conocimiento preciso de las necesidades de la persona y la elaboración de un camino adecuado a ella. Implica, por último, la propuesta clara del proyecto de vida salesiana, con todas sus exigencias, sin dejar espacio a ilusiones fáciles y emociones pasajeras.


El conocimiento de sí mismo, que es ya un valor, está orientado en la experiencia formativa a la confrontación de la persona con la identidad vocacional que quiere adquirir. Surge así el perfil con el que uno quiere identificarse (Cristo, a la manera de Don Bosco, parafraseando la expresión de San Pablo: “Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo”) y, a partir de él, se delinea el plan de trabajo espiritual que favorece esa creciente identificación, que como es lógico no tiene fin y vale para toda la vida.


La responsabilidad primera de esta identificación interior recae sobre el llamado. Ésta no es una tarea delegable ni improrrogable: nadie la puede hacer en lugar del llamado, ni éste la puede acometer cuando le plazca. El llamado, por serlo y para mantener la llamada, debe implicarse a fondo, sin reservas, con generosidad y radicalidad, con convicción e ilusión. Poco a poco irá creciendo en sentido de pertenencia a la familia de la que quiere formar parte y se irá sintiendo en casa43.



2º.Animar una experiencia formativa unitaria


La formación se realiza, por fuerza, a través de un camino largo y diversificado, en diferentes comunidades y con responsables distintos. Para que logre ser una experiencia integrada y personalizada, es necesario que sea comprendida y realizada como una propuesta única, que se desarrolla bajo un único proceso, aunque varíen las acciones concretas y las acentuaciones según las diferentes etapas de la vida del salesiano. La confección de la propuesta es responsabilidad comunitaria44: transciende preferencias o necesidades individuales y transmite de forma asequible y pedagógica el carisma fundacional.


Para evitar “el riesgo de hacer de la formación una suma de intervenciones inconexas y discontinuas, confiadas a la acción individual de personas o grupos”45, la formación ha de ser pensada como proyecto unitario y orgánico y vivida con mentalidad de proyecto. El proyecto engloba tanto lo que constituye, objetivamente, el carisma salesiano (objetivos generales), cuanto lo que persigue la formación en cada momento y con qué intervenciones formativas lo hace46 (objetivos de cada etapa, las estrategias para conseguirlas y los métodos de evaluación).


Puesto que el proceso formativo está al servicio de la persona47, su maduración requiere tiempos ‘psicológicos’ más que cronológicos. Ahora bien, superando una cierta concepción según la cual las cosas del espíritu no son evaluables, la formación tiene que ser verificada en base a la consecución de los objetivos formativos propuestos. La formación no es cuestión de pasar fases y completar currículum, sino de integrar valores y mantener una fuerte tensión vocacional. Una etapa formativa ha de preparar la siguiente; el paso de una fase a otra debe estar marcado “por el logro de los objetivos más que por el transcurrir del tiempo o por el currículo de estudios... El ritmo de crecimiento vocacional se debe mantener sin caídas de tensión y debe ser sostenido por compromisos crecientes y por evaluaciones oportunas”48.


Como en todo hecho educativo, el ‘llamado’ es el sujeto que da unidad a todas las intervenciones, motivaciones, actividades, porque sólo él puede integrar todo orgánicamente en torno al proyecto apostólico que es la vida salesiana, tal como hizo Don Bosco que – en palabras de Don Rúa – “no dio paso, ni pronunció palabra, ni emprendió nada que no tuviese como objetivo la salvación de los jóvenes” (C. 21).


3º.Asegurar el ambiente formativo y la corresponsabilidad de todos


La asimilación del espíritu salesiano es, fundamentalmente, un hecho de comunicación de vida” (R. 85). Como en el caso de Jesús con sus primeros discípulos (Mc 3,13-14; cf. PDV 60), Don Bosco con sus primeros salesianos49, la formación ha de darse en un ambiente de diálogo vocacional, convivencia diaria y responsabilidad compartida.


La primera responsabilidad recae, evidentemente, en el llamado, “protagonista necesario e insustituible de su formación, [que] es, en definitiva, una auto-formación”50. “Todo salesiano asume la responsabilidad de su propia formación” (C. 99). El es quien tiene que conocer, aceptar y asumir su vocación y actuar en consecuencia. Y lo logra “tomando como punto de referencia la Regla de vida y comprometiéndose en la experiencia cotidiana y en el camino formativo de la comunidad... Una de las formas concretas para expresar la propia responsabilidad en la formación es tener un proyecto personal de vida51.


El salesiano ha de encontrar en su comunidadel ambiente natural de crecimiento vocacional... La vida misma de la comunidad, unida en Cristo y abierta a las necesidades de los tiempos es formativa” (C. 99). No basta, es evidente, con que exista cierto grado de vida común; la comunidad es ambiente de formación cuando logra ser sujeto colectivo de formación, es decir, cuando se organiza de forma que promueve en su seno relaciones interpersonales más profundas, impulso apostólico corresponsable, competencia profesional y capacidad pedagógica, vida de oración estimulante, un estilo de vida auténticamente evangélico, preocupación por el crecimiento vocacional de cada hermano a través de un proyecto propio y compartido, apertura a las necesidades de la Iglesia y de los jóvenes, sintonía con la Familia Salesiana. En particular, la comunidad valora su compromiso cotidiano en la comunidad educativo-pastoral viéndola como “un espacio privilegiado de auténtico crecimiento e intensa formación permanente”52.


Antes que ser un lugar o un espacio material”, las comunidades dedicadas específicamente a la formación inical, deben ser “un ambiente espiritual, un itinerario de vida, una atmósfera que favorezca y asegure un proceso formativo”53. Comunidades educativas en camino54 se caracterizan desde el punto de vista pedagógico por la calidad de su proyecto formativo, elaborado y compartido por todos55, y aseguran las condiciones ambientales que favorecen la personalización de la experiencia formativa. Para traducir el proyecto común en praxis formativa diaria, construyendo una atmósfera centrada, es “condición indispensable y punto estratégico determinante” la existencia de un equipo consistente de formadores56; la eficacia de sus intervenciones formativas dependerá de si se presentan y actúan no tanto como acompañantes aislados sino como equipo que representa la “mens” y la praxis formativa de la Congregación y que comparte criterios de discernimiento y pedagogía de acompañamiento.


Dentro del equipo formativo el director de la comunidad tiene papel relevante, “todavía más exigente”57, si es director de una comunidad formadora, en su calidad de responsable de animar el “crecimiento vocacional de sus hermanos”58. Es “el responsable del proceso formativo personal de cada hermano. Es también el director espiritual propuesto, no impuesto a los hermanos en formación”59. “Padre, maestro y guía espiritual” (C. 50) de su comunidad, favorece en ella un ambiente formativo a través de la creación de un clima rico de valores salesianos, humano y apostólico, la mantiene en actitud de respuesta a la llamada de Dios y en sintonía con la Iglesia y la Congregación, privilegia el momento del coloquio personal y la dirección espiritual en orden a la personalización de la vocación (22), constituye y alienta el equipo de formadores “haciendo converger el esfuerzo de todos en un proyecto común en sintonía con el proyecto inspectorial”60.


Llama la atención, por su novedad y urgencia, la presentación de la comunidad inspectorial como “comunidad formadora pero también en formación”: “Es responsabilidad primera de la comunidad inspectorial en el ámbito formativo promover la identificación de los hermanos, especialmente de cuantos están en formación inicial, con la vocación salesiana, comunicándola vitalmente. No resulta indiferente, entonces, que ella se muestre nutrida de fuertes motivaciones o bien escasa de razones para actuar, fervorosa en la acción o bien lánguida. El clima de oración y testimonio, el sentido de común responsabilidad y la apertura al contexto y a los signos de los tiempos, el vivir con impulso espiritual y competencia los varios compromisos de la misión salesiana, la oferta de un ambiente que cotidianamente brinda criterios y estímulos de fidelidad, la red de relaciones cordiales y de colaboración entre las comunidades, entre los hermanos, entre los grupos de la Familia salesiana y con los laicos comprometidos en la comunidad, todos estos aspectos constituyen el ambiente inspectorial para la formación de los hermanos. Este clima permite a los hermanos en formación realizar una experiencia viva de la identificación salesiana y sentirse apoyados en su camino vocacional”61.


Esta misión formadora de la inspectoría “no es un puro estado de ánimo ni tampoco un mero hecho de buena voluntad... [sino] un principio que organiza la vida de la Inspectoría e incluye toda su realidad, parte de la exigencia de la conciencia vocacional y de la corresponsabilidad de todos en la misión, y se traduce en un proyecto inspectorial formativo orgánico”62.


4º.Dar calidad formativa a la experiencia cotidiana


Llamado a vivir con preocupación formativa cualquier situación”, el salesiano “se esfuerza por discernir en los acontecimientos la voz del Espíritu, adquiriendo así la capacidad de aprender de la vida [y] atribuye eficacia formativa a sus actividades ordinarias” (C. 119). Y es que “la experiencia cotidiana vivida en clave formativa nos acerca a la verdad de nosotros mismos y nos ofrece ocasiones y estímulos para hacer real nuestro proyecto de vida”63.


Tal fue la escuela de Jesús con sus discípulos, mientras compartían la vida, cansancio y reposo, y mientras caminaban a Jerusalén. También educativa fue la experiencia cotidiana de Don Bosco que concedía “valor educativo a los deberes de cada día, en el patio y en la escuela, en la comunidad y en la iglesia (cf. C. 40), al modo de ver y de leer los acontecimientos, de responder a la situación de los jóvenes, de la Iglesia y de la sociedad”64.


Con todo, y es hecho innegable, la vida diaria no es sin más formativa; se han de dar algunas condiciones para que lograr convertirla en camino concreto y diario de identificación vocacional:


  • la presencia entre los jóvenes: “el encuentro con los jóvenes es para el salesiano camino y escuela de formación”; el contacto con los jóvenes y su mundo “lo hace consciente de la necesidad de competencia educativa y profesional, de cualificación pastoral, y de una actualización constante”65;

  • la misión juvenil requiere trabajar juntos, que resulta formativo “cuando va acompañado por la reflexión, y, más todavía, cuando ésta va impregnada de una actitud de oración. Por ello la comunidad crea momentos y espacios que favorecen una mirada atenta, una lectura más profunda, un compartir sereno. Y el salesiano está llamado a confrontarse con las propias motivaciones de fondo, con el propio sentido pastoral y con la conciencia de su propia identidad”66;

  • la comunicación recíproca, intercambio de dones y experiencias personales, “requiere aprendizaje.. Por parte de quien comunica, es necesario tener el valor de la confianza en el otro y superar un cierto temor o timidez al expresar los propios pensamientos y sentimientos. Por parte del quien recibe la comunicación, es necesaria la capacidad de acogerla con estima por la otra persona, sin juzgarla, y de apreciar la diferencia de opiniones”67;

  • las relaciones interpersonalesfavorecen y revelan el nivel de maduración de una persona, indican hasta qué punto el amor ha tomado posesión de su vida y hasta qué punto ha aprendido a expresarlo”68. Sin capacidad de amar y sin voluntad de perdonar no son posibles las relaciones auténticamente personales;

  • el contexto socio-cultural incide en la manera de ser, sentir y evaluar la realidad y, por ende, interpela la propia identidad. Además de conocer bien la situación actual, hay que saber interpretarla desde Dios para dar respuestas en consonancia con nuestra vocación y misión: “la capacidad de “ver” a Dios en el mundo y de captar su llamada a través de la urgencias de los momentos y lugares es una ley fundamental en el camino de crecimiento salesiano”69.



5º.Cualificar el acompañamiento formativo


La formación requiere de acompañamiento, que además de ser “característica fundamental de la pedagogía salesiana”, es “condición indispensable” para la personalización y el discernimiento. El acompañamiento asegura al hermano “la cercanía, el diálogo, la orientación y el apoyo adecuado en cada momento del itinerario formativo. Significa también hacer de modo que él esté dispuesto y sea activamente responsable en buscar, acoger y sacar provecho de este servicio, teniendo presente que puede asumir múltiples formas y varios grados de intensidad. El acompañamiento no se limita al diálogo individual, más bien se verifica en un conjunto de relaciones, un ambiente y una pedagogía, propios del Sistema Preventivo. Se parte de una presencia cercana y fraterna que suscita confianza y familiaridad, hacia un camino hecho en grupo, y luego a la experiencia comunitaria; se inicia con encuentros breves y ocasionales de diálogo personal, para ir hacia el diálogo establecido en forma frecuente y sistemática; se empieza con el intercambio sobre aspectos externos, para ir hacia la profundidad de la dirección espiritual y la confesión sacramental”70.


Además del acompañamiento personal, pertenece al estilo salesiano el acompañamiento por el ambiente educativo, que resulta de las relaciones interpersonales, de las orientaciones de los responsables, del proyecto común compartido. El acompañamiento comunitario juega un rol muy importante en la comunicación vital de los valores salesianos. Cuidarlo “significa asegurar la calidad pedagógica y espiritual de la experiencia comunitaria y la calidad de la animación y de la orientación de la comunidad. Esto es lo que se llama ‘dirección espiritual comunitaria’. Ella tiende a construir una comunidad orientada con claridad de identidad y pedagógicamente animada, y una experiencia comunitaria que orienta, estimula y sostiene con las múltiples expresiones cotidianas del estilo salesiano. Constituye un compromiso para todo ambiente formativo y especialmente para las comunidades demasiado pequeñas o demasiado numerosas”71.


Para que “ayude a cada uno a asumir y a interiorizar los contenidos de la identidad vocacional”, el acompañamiento ha de ser personalizado; hay que asegurar la presencia y dedicación de personas dedicadas a la formación, su competencia y unidad de criterios. Salesianamente, el acompañamiento personal se realiza con formas diversas y con personas


  • El director “tiene responsabilidad directa para con cada hermano [y] le ayuda a realizar su vocación personal” (C. 55); durante el período de formación inicial, es “responsable del proceso formativo personal”. Realiza este servicio mediante el coloquio “elemento integrante de la praxis formativa salesiana, signo concreto de atención y cuidado de la persona y de su experiencia”. Realizado “una vez al mes” (R. 79), en la formación inicial es “una forma de orientación espiritual que ayuda a personalizar el itinerario formativo y a interiorizar los contenidos”72.

  • Otra forma de acompañamiento prevista explícitamente por la pedagogía salesiana son “los momentos periódicos de evaluación personal (“escrutinios”), a través de los cuales el Consejo de la comunidad ayuda al hermano a evaluar su situación formativa personal, lo orienta y lo estimula concretamente en el proceso de maduración”73.

  • La dirección espiritual, que “es un ministerio de iluminación, de apoyo y de guía en el discernir la voluntad de Dios para alcanzar la santidad; [que] motiva y suscita el compromiso de la persona, la estimula a opciones serias en sintonía con el Evangelio y confronta con el proyecto vocacional salesiano”; según la tradición salesiana el director de la comunidad formativa es “el director espiritual propuesto a los hermanos, si bien éstos tienen libertad de elegir a otro”74.

  • El sacramento de la reconciliación en el que “se ofrece a cada hermano una dirección espiritual muy práctica y personalizada, enriquecida por la eficacia propia del sacramento. El Confesor no sólo absuelve los pecados sino que, reconciliando al penitente, lo anima y incentiva en la vía de la fidelidad a Dios y, por tanto, también en la perspectiva vocacional específica. Justamente por esta razón es conveniente que durante la formación inicial los hermanos tengan un confesor estable y ordinariamente salesiano”75.


Existen otras formas de acompañamiento personal, y otros responsables, que ayudan al hermano a integrar en su experiencia formativa el ejercicio educativo-pastoral y el compromiso en la formación intelectual76. “Condición clave para el acompañamiento es la actitud formativa del hermano en formación inicial77. Por último, “el acompañamiento formativo se sitúa en el ámbito de la animación78: evita tanto el imponer, forzando, experiencias ajenas a quien está creciendo cuanto el renunciar a aconsejar, proponer o corregir.



6º.Poner atención al discernimiento


El discernimiento, espiritual y pastoral, es “indispensable a todo salesiano para vivir la vocación con fidelidad creativa y como respuesta permanente”. Una comunidad que “cultiva una mirada evangélica sobre la realidad y busca la voluntad del Señor en fraterno y paciente diálogo y con vivo sentido de responsabilidad” ofrece a los hermanos el clima apropiado para ejercitar de forma habitual en un discernimiento comunitario, que “refuerza la conversión y la comunión, sostiene la unidad espiritual, estimula la búsqueda de autenticidad y la renovación” 79.


En la formación inicial el discernimiento es “un servicio al candidato y al carisma”. Tiene, por tanto, una importancia determinante pues se trata de verificar la certeza de la llamada, la maduración de las motivaciones, la asimilación de los valores, la identificación creciente con el proyecto de vida, en una palabra, la idoneidad vocacional. “Las admisiones son [solo] momentos de síntesis a lo largo del proceso. El discernimiento se realiza en íntima colaboración entre el candidato y la comunidad local e inspectorial. La experiencia formativa parte de un presupuesto fundamental: la voluntad de realizar juntos un proceso de discernimiento con una actitud de comunicación abierta y de sincera corresponsabilidad, atentos a la voz del Espíritu y a las mediaciones concretas. Objeto del discernimiento vocacional son los valores y las actitudes requeridos para vivir con madurez, alegría y fidelidad la vocación salesiana: las condiciones de idoneidad, las motivaciones y la recta intención”80.

Punto clave de la metodología formativa”, el discernimiento hace efectivo el compromiso y la colaboración de los responsables, “asegurando el conocimiento de su naturaleza y de sus características, el uso de los medios sugeridos y la atención a los momentos específicos y sobre todo el compromiso constante y cualificado de todos”, comenzando por el candidato, “primer interesado en descubrir el proyecto de Dios sobre él, por ello cultiva una apertura constante a la voz de Dios y a la acción de los formadores, orienta su vida según una perspectiva de fe, y se confronta con los criterios vocacionales salesianos. Busca conocerse de verdad, hacerse conocer y trata de aceptarse. Para ello se sirve de todas las mediaciones y de los medios que la experiencia formativa le ofrece, en particular del acompañamiento formativo y del intercambio fraterno, del coloquio con el Director, de la dirección espiritual, del sacramento de la Penitencia, de las evaluaciones y del discernimiento comunitario”81.


Además del candidato, intervienen en el proceso de discernimiento el inspector y el consejo cuidando “la unidad de los criterios”, el director evaluando “el progreso hecho por el candidato en su camino vocacional”, toda la comunidad expresando su parecer (R. 81)82. Todos los responsables tienen “que asumir una perspectiva vocacional y una actitud de fe, tener sensibilidad pedagógica y cuidar algunas competencias específica83, por un lado, y, por otro, tener “como punto de referencia la identidad salesiana, sus elementos constitutivos, los requisitos y las condiciones para vivirla; no es discernimiento genérico. Requiere, por tanto, conocimiento y acuerdo con los criterios indicados por la Congregación, en primer lugar con el criterio de calidad carismática, que tiende a poner las bases de una experiencia vocacional auténtica y fiel, superando preocupaciones cuantitativas o funcionales, entusiasmos no fundados o compromisos construidos sobre idoneidades frágiles y no probadas. Quien interviene en el discernimiento lo hace en nombre de la Congregación, verdadera responsable del carisma”84.


El discernimiento implica el que se conozca la gradualidad del proceso formativo y la especificidad de cada etapa, teniendo presente la unidad de la persona y su evolución. Ello no obstante, no es permisible iniciar etapas formativas y asumir compromisos “para los cuales el interesado no es idóneo”; ha de evitarse, igualmente, “prolongar situaciones problemáticas o de indecisión, que no ofrecen perspectivas serias de mejoría”85.


Ya que el discernimiento es una actitud no sólo de verificación personal sino, sobre todo, de escucha de la voz de Dios, que habla continuamente y de modo especial en algunas circunstancias, no se reduce a la formación inicial y, por el contrario, acompaña toda la vida del salesiano. De hecho, “pueden existir momentos en la vida del salesiano en los que se experimenta la necesidad de ... una evaluación más atenta del propio camino, de una revisión de las propias opciones para una reafirmación de las mismas o para una revisión de la opción vocacional... Es necesario como nunca que el hermano se ponga en una verdadera actitud de discernimiento espiritual, libre de presiones internas y externas, abierto al diálogo, evitando el aislamiento o las decisiones tomadas en forma independiente, tomándose el tiempo necesario, aceptando las oportunidades y los medios que se le ofrecen. A la comunidad, a través de los responsables, le compete reconocer, comprender y acompañar al hermano con respeto y estilo fraterno, y sostenerlo oportunamente con ayudas ordinarias y extraordinarias86”.





    1. Formación: prioridad absoluta



En cuanto esfuerzo de asimilación de la identidad carismática, la formación “es un compromiso que dura toda la vida”87. Mientras no se nos retire la llamada, vivimos en deuda con Dios y con nosotros mismos: “toda la vida es vocación, toda la vida es formación”88.


Si bien es cierto que la formación dura toda la vida, sus objetivos, y los caminos, no son siempre idénticos. La formación inicial mira a la identificación carismática del llamado, al conocimiento y a la apropiación personal de la vocación; dura un periodo de tiempo limitado y dividido en etapas que permiten un proceso gradual de asimilación del carisma y de entrega a la misión; “va desde la primera inclinación a la vida salesiana hasta las motivaciones, la identificación con el proyecto salesiano y vivir en una inspectoría concreta”89: más que tiempo de espera, lo es de trabajo y santidad (cf. C. 105).


La formación permanente consiste, más bien, en “un esfuerzo constante de conversión y de renovación” (C. 99): “es crecimiento en la madurez humana, es conformación con Cristo, es fidelidad a Don Bosco para responder a las exigencias siempre nuevas de la condición juvenil y popular” 90. El llamado, comprometido por la profesión perpetua a vivir identificado con su vocación, mantiene fidelidad a sí mismo, apoyado en la fidelidad de Dios y el amor a los jóvenes (cf. C. 195)91.


Como para Don Bosco en los primeros tiempos, así también hoy para la Congregación y para cada salesiano la identificación con el carisma y el compromiso de fidelidad al mismo, es decir la formación, constituyen una prioridad absolutamente vital92. “Sentida como una espina” por nuestro CG 24, la formación, “parte irrenunciable de la competencia educativa y de la espiritualidad del pastor93, ha sido proclamada por el RM la “inversión prioritaria”94: “Invertir significa fijar y mantener prioridades, asegurar las condiciones y actuar según un programa donde el primer puesto sea para las personas, las comunidades y la misión. Invertir en tiempo, personal, iniciativas y medios económicos para la formación es tarea e interés de todos”95.



Juan J. Bartolomé, - Pascual Chávez,

Julio 2001




FORMACIÓN





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