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POR UNA CULTURA DE LA GRATUIDAD


Estamos en un tiempo en que proliferan voluntarios para diversas causas, pero siempre es legítima la pregunta sobre la motivación de estos jóvenes, de estas personas, que entregan parte de su tiempo a dichos objetivos. Siempre me ha chocado que, junto a esta proliferación, convivamos día a día con una creciente escalada individualista. ¿Cómo explicar estos fenómenos tan contradictorios? Me gustaría tener alguna respuesta, o al menos seguir preguntándome por ello.


Tal vez una respuesta pueda dárnosla J. Barnes. En su obra Historia del mundo en diez capítulos y medio cuenta las repercusiones del cambio de los vigías en el mundo del control de los barcos por las personas que miran paneles de ordenador. Estos últimos sustituyen los barcos por puntos luminosos móviles. Pero tal vez la consecuencia más terrible, además del reduccionismo perceptivo, pueda ser la disminución de la capacidad para otear a los náufragos solitarios. La misma persona que por el día trabaja en un panel de ordenador, en una fábrica de automóviles o en una oficina, necesita a la tarde, en su tiempo libre, los fines de semana, "humanizar" su trabajo, dedicarse a hacer cosas por los demás "de otra manera".


No, no estamos contra el voluntariado. Más bien, al contrario. Pero, ¿no estará llegando el momento de "humanizar" un poco más nuestro trabajo, relaciones, etc. y apostar por una cultura más gratuita? La cultura de la gratuidad "vincula estrechamente toda acción voluntaria tanto a la convicción de que la solidaridad es fundamental para la propia maduración personal, como a la consciencia de que la humanidad sólo podrá subsistir si convierte esa solidaridad en un principio esencial del desarrollo humano" (José Luis Moral, Misión Joven 240-241 -enero-febrero 1997- 4).


Feliz comienzo de curso.













  1. PRESENTACIÓN:

Carta de presentación del Inspector1

Presentación del Regulador2


1. COMISIÓN PRIMERA3-7


2. COMISIÓN SEGUNDA8-14


3. COMISIÓN TERCERA15-23


4. COMISIÓN CUARTA24-26


5. COMISIÓN QUINTA27-31


6. OTROS TEMAS32-34









Delegación de Formación

INSPECTORÍA SALESIANA “SAN JUAN BOSCO”


Ronda Don Bosco, 5. 28044 Madrid. Tel.: 915 084 588. Fax: 915 087 628. Correo: jjbartolome@salesisjb.es






¡Mar adentro!” (Lc 5,4).

Una consigna y un proyecto pastoral para el nuevo milenio


Juan J. Bartolomé, sdb




Al comienzo del nuevo milenio... se abre para la Iglesia una nueva etapa de su camino, [en la que] resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús, después de haber hablado a la muchedumbre desde la barca de Simón, invitó al Apóstol a «remar mar adentro» para pescar... ¡Duc in altum! Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro” (TMI 1).


Duc in altum! ¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo.... El Cristo contemplado y amado ahora nos invita una vez más a ponernos en camino: «Id pues y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19)” (TMI 58).


El guión tiene dos partes.


lEn la primera, se ofrece una reflexión bíblica sobre el episodio bíblico en el que Juan Pablo II ha inspirado su Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte al concluir el Gran Jubileo del año 2000: vivir la vida como vocación puede ser, en concreto, la mejor manera de adentrarse en el tercer milenio como apóstoles de Cristo. Sería de desear que esta reflexión fuera rehecha personalmente y convertida, después, en objeto de oración.


lLa segunda parte es una selección de textos, tomados de la Carta Apostólica, que se centran en las tareas pastorales que el Papa ha fijado para el proyecto pastoral de la Iglesia en nuevo milenio: el apóstol de Cristo ha de vivir contemplando su rostro, iniciando caminos desde Él y testimoniando su amor. Se propone, como camino de asimilación, primero, la reflexión personal sobre los textos y, posteriormente, la comunicación en grupo.





I. “¡Rema mar adentro!”. Una reflexión bíblica en torno a Lc 5,4




Lc 5,4 pertenece al relato de la vocación de Simón en el tercer evangelio: “rema mar adentro” es, dicho con mayor precisión, el imperativo con el que arranca el diálogo vocacional que Jesús mantiene con Pedro y que acabará con la promesa de una misión: ser pescador de hombres. Ir mar adentro es, pues, el inicio de un camino vocacional. De ahí la importancia objetiva de la frase y el acierto de Juan Pablo II al haberla elegido como lema del proyecto pastoral para el Tercer Milenio.



1.Texto


Lucas coloca la vocación de los primeros dis­cípulos bastante más tarde de lo que hizo Marcos; para él llamar a unos hombres a la convivencia no es ya lo primero que realiza Jesús (cf. Mc 1,16-10). Al tercer evangelista le guía una cierta comprensión del discípulo de Jesús.


  • Antes de ser llamado por Jesús, el discípulo debe haber sido útil colaborador en la evangelización: desde su propia barca, ha visto cómo Jesús predicaba a la multitud y ha experimentado cuán grande ha sido su poder en los demás.

  • Antes de ser llamado, el discípulo debe ir donde le mande el Maestro, aunque sea a esa mar, de la que acaba de regresar con las manos vacías; la obediencia inútil en apariencia le prepara para el seguimiento, pues le hará presenciar portentos.

  • Y cuando la abundancia del don ponga en peligro su vida, sabrá Quién tiene delante y se sabrá indigno de estar en su presencia. Es entonces cuando es llamado; antes de seguir a Jesús, ha debido tener una fuerte experiencia a su lado.


La convivencia prepara al seguimiento: quien no ha servido, aunque poco, a Jesús, no le temerá; quien no le ha tenido miedo nunca, nunca le ha estado cerca­no; quien no le ha estado cerca, no será llamado a su se­gui­miento; quien no le sigue sólo a él, no puede a abandonar nada.



En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret.


Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra.


Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:

Rema mar adentro, y echad las redes para pescar”.

Simón contestó:

“Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”.

Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo:

Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”.

Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos del Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

Jesús dijo a Simón:

“No temas; desde ahora serás pescador de hombres”.

Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.




2.Comentario



El texto recuerda el primer encuentro de Jesús con Simón, el discípulo que sería más tarde la 'piedra' primera de la comunidad cristiana. La versión de lo sucedido según Lucas se distancia notablemente tanto del relato de Marcos (Mc 1,16-20; cf. Mt 4,18-22) como del de Juan (Jn 1,35-51): la vocación de Simón no es el comienzo de una convivencia (Mc 1,17; Jn 1,40); es el final de un proceso en el que obediencia ciega y un imponente milagro son etapas previas; durante ellas, a iniciativa de Jesús es permanente y soberana.


Aquel día la vida de Pedro sufrió un cambio radical, al encomendarle Je­sús una nueva misión: en adelante no se ocuparía más de coger pe­ces, tendría que captar hombres para Dios. Promover el reino entre los hombres fue la nueva ocupación que recibió un pescador que tuvo la suerte de toparse con Jesús. Rogándole que le ale­jara un tanto de la orilla, para predicar mejor a la muche­dumbre agolpada junto al lago, Jesús se le había hecho el encontradizo. Pedro ya no volvería a liberarse de él.



2.1Un pequeño favor, inicio de un gran cambio


Todo empezó por un pequeño servicio, un favor, que Pedro hizo a Jesús. Entre todos los demás pesca­dores que estaban lavando sus redes, fue Pedro quien ayudó a que la Palabra de Dios fuera predicada. Lo hizo no por gusto o iniciativa suya, sino por orden expresa de Jesús. Termi­nado su discurso, Jesús quiso premiarle el gesto y el tiempo empleado, y le mandó remar mar adentro y ponerse a pescar. La orden de Jesús tuvo que resultar extraña: como pescador avezado, sabía Simón que lo normal era pescar sólo de noche; y bien sabía, además, que él lo acababa de intentar inútilmente. En contra de su experiencia de pescador y con­tra la evidencia de su reciente fracaso, consiente y se em­barca mar adentro en medio de la noche.


La magnitud de la pesca es tal que ame­naza la estabilidad de su barca; Simón está a punto de naufragar en el mar que nada le había dado antes: un portento así le hace descubrir en Jesús algo más que un simple predicador; le asombra Jesús y teme por su vida: el milagro se ha hecho posible, superando todo pronóstico, toda expec­tativa, porque ha seguido una orden extraña, en la que no había creído, de la que había desconfiado. No deja de ser significativo que el inesperado milagro ponga en peligro su vida; no siempre la intervención prodigiosa de Jesús en la vida del discípulo es tranquilizante; a veces, puede infundir miedo.


En el miedo a Jesús Pedro reconoce su lejanía; y cuando acepta que es indigno de estar cerca de Jesús, en su compa­ñía, en la misma barca, es cuando el Señor le llama a su servicio, le cambia de profesión y le obliga a dejar la barca. El Jesús que le llama es un Jesús temido. La vocación va precedida de fascinación y miedo.



2.2Los tres elementos de la llamada


El relato nos revela el comportamiento de Jesús, cuando se aproxima a alguien y piensa hacerlo su discípulo. Repasarlo hoy nos ayudaría a imaginar bajo qué condicio­nes estaría dispuesto Jesús a contar con nosotros en la predicación de su Reino. Aceptarlas, si las descubrimos, nos facilitaría el poder contarnos hoy como sus discípulos.


Hay que destacar tres momentos, que – y ello es harto significativo – están señalados por una palabra, narrada o en directo, de Jesús. Sin palabras Jesús no llama: un Jesús que ya no nos dice nada, ha dejado ya – hace tiempo – de contar con nosotros; mejor, hemos dejado de contar para Jesús, si él apenas nos dice algo.



rSubió a una de las barcas, la de Simón y le pidió que la apartara un poco de la tierra”.


Mientras Jesús predica, necesita de hombres que le hagan un pequeño servi­cio; y los elige, cuando les pide el favor. Es una manera suave, casi imperceptible, de entrar en comunicación con nosotros, haciéndonos ver la necesidad que tiene de nosotros, pidién­donos algo que no nos cueste demasiado: Jesús entra en con­tacto con quien elige pidiendo que se le conceda un poco de tiempo, que se ponga a su disposición nuestro buen hacer y las cosas que tenemos. Sólo si se lo damos, sin mayor resistencias, dedicará su tiempo y su poder para conseguirnos cuanto nos­otros no alcanzamos solos. Si le dedicáramos algo más de atención, cuando nos la ruegue, cuando la precise, se dedi­cará a atendernos, sal­vándonos de nuestra impotencia.


Como a Pedro, con frecuencia no nos bastan nuestros saberes, por oficio que tengamos, para conseguir aquello por lo que nos afanamos. Lo que no conseguimos solos en un noche de trabajo, se nos dará en un momento que pase­mos en su compañía, haciéndole el favor que nos haya pedi­do. Si nos atrevemos a fiarnos de él, aceptando su palabra, conseguiremos cuanto no logramos con todo nuestro saber y con sólo nuestro poder.



rCuando acabó de hablar, dijo a Simón: ‘Rema mar adentro y echa las redes para pescar.

La invitación 'rema mar adentro' de Jesús era de lo más inoportuno que Simón podía haber oído en aquella situación: tras una fatigosa noche, tras el cansancio y la desilusión de no haber cogido nada, en contra de su experiencia, y cuando ya sus compañeros se disponían a descansar, él tenía que fiarse de un desconocido y volver a su quehacer, retornando a un mar del que había regresado con la barca vacía.


Jesús siempre se presenta, presentando a los hombres que quiere extrañas exigencias, peticiones incoherentes. Pero sólo su­perando el escándalo de una orden sin mucho sentido, de mandatos ajenos a la realidad, contrarios al propio saber y a la ex­periencia diaria, se presencia el milagro: sin mayor fatiga que la que da el su­perar la propia incredulidad, con el mero fiarse en Jesús, vendrá el éxito por el que tanto hemos fa­tigado, obtendremos más de lo que hubiéramos imaginado. Fiarse de Jesús compensa siempre.


El 'rema mar adentro' de Jesús a Simón nos ha de convencer que, si deseamos ver milagros hoy, deberíamos obedecer como Pe­dro, tener su misma confianza: quien vive y actúa por la palabra de Jesús, con independencia de lo que ella proponga, podrá presenciar milagros sin tener que dejar de hacer lo que hace siempre, sin abandonar la propia pro­fesión, en la barca propia, como Simón un día. El 'rema mar adentro' es una invitación constante a atreverse a superar­se, a superar la experiencia diaria, lo ya conocido, lo siempre repetido, lo que hacemos por oficio y para nuestro beneficio, fiados sólo en la pa­labra de Jesús; es una provocación a ir contracorriente, desandar lo andado y retornar al lugar donde acabamos de fracasar, con su palabra como único viático. Y habrá que agradecer que Jesús no exija que hagamos más de lo que sabemos; tan sólo pide que lo hagamos porque él nos lo dice, aunque su invitación contra­diga nuestra experiencia y las ganas de ha­cerlo.



rPedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: ‘Apártate de mí, Señor que soy un pecador’”.


Quien presencia algo maravilloso en Jesús, como Simón, queda impresionado y advertirá la distancia que le separa de él: nadie se encuentra a sí mismo digno, si Jesús se le ha mostrado todo lo estupendo que es. Y cuando advierta su pecado, porque ha visto la bondad que Jesús le ha mostrado, oirá de él la invitación a compar­tir su tarea. Jesús considera compañero de misión a quien se sienta indigno de estarle cerca. Es curioso, no debería ser así, quizá, pero así es. Llamó a Simón sólo después de que éste se sintiera incómodo en su compañía. Y para saberse que no se está a su altura, no hace falta ser malo; bastará con tenerle cerca y no saberse lo bastante bueno para estar en su presencia. Los buenos no son llamados; y cuando lo son, como en el caso del joven rico, no pueden seguirle: ¡curiosa lógica la de Jesús!


Desgraciadamente, no sólo no vemos milagros, por desconfiar en Jesús; es que, además, nos sentimos más buenos, cuanta menos confianza le prestamos. Quien se acerca a Jesús y no se con­sidera indigno de él, no será invitado a permanecer con él. No es digno de seguirle, de continuar su tarea, de repre­sentarle entre los hombres, quien no se ha reconocido in­digno de estar en su presencia. Por extraño que parezca, no nos hacemos dignos de la invi­tación de Jesús, porque nos creemos dignos de él; nos per­demos lo mejor, por creernos mejores. Y así nos va: ni, solos, conseguimos lo que queremos ni conseguimos que Cristo nos quiera junto a Él.




3.Oración



Para hacer oración la propia vivencia vocacional según el texto evangélico habrá que situarse personalmente en la escena contemplada: lo que hace Jesús y cuanto dice, lo hace en mi presencia y me lo dice a mí.


rAnte mí Jesús evangeliza multitudes. Para hablarles de Dios, Jesús me necesita: necesita de lo que tengo, con lo que trabajo, de lo que vivo.

lVeo la necesidad de la gente de escuchar la Palabra de Dios: descubro su nostalgia de Dios y su disposición a dejarse evangelizar. Si contrasta con mi experiencia cuanto contemplo, ¿a qué me atengo: a mis evidencias o a la voluntad de Jesús? Pido al Señor que me haga contemplar las cosas, las personas, el mundo y mi mundo, con sus ojos y con su corazón.


lMe pregunto si tendrá necesidad de mí Jesús para seguir hoy evangelizando. ¿ Qué es lo que me puede estar pidiendo de cuanto tengo o sé? ¿Qué favor le estoy prestando? ¿De qué – y con qué – le estoy sirviendo para que él pueda evangelizar? Le ruego que me invite a hacerle ese favor y le pido que me haga descubrir el favor que me pide.


rJesús llama a quien le presta un servicio por nimio que sea. La llamada es siempre conversación mantenida, diálogo por él iniciado y por él acabado: no nace de nuestros deseos ni acaba con ellos.


l¿Me sigue diciendo algo Jesús? ¿Por qué será que ya no significa tanto como al principio? ¿Estaré dándole lo que me pide o estoy empeñado en recuperar lo que le entregué? ¿Qué significa, concretamente, para mí Cristo Jesús? ¿Cómo da Él significado a lo que hago y a lo que renuncio? Le pido que mantenga su conversación conmigo, que siga mostrándome su interés en mí y en cuanto puedo, que dé, por fin, sentido a mi vida, que no me cueste tanto prestarle cuanto quiera de mí.


rJesús no hace fácil la llamada: como a Simón, somete al llamado a la prueba de confesar su incapacidad, su fracaso primero, y su indignidad, su pecado después.


l¿Suelo experimentar contradicción o incoherencia entre la llamada de Jesús y mi vivencia personal, lo que de mí desea Jesús y lo que yo sé mejor hacer? ¿Cómo acostumbro a resolver el dilema: confesando mi indisposición o indisponiéndome con su querer? Hago oración de mis resistencias y de sus causas; tras identificarla en concreto, convierto mi indisposición en petición de conversión del corazón.


lLa cercanía mantenida con Jesús, la vida trascurrida en su seguimiento, ¿despierta y mantiene en mí la conciencia de no merecerlo, por mucho que fatigue tras él o, incluso, aunque lo haga muy bien? ¿Por qué vivir próximo a Él no acrecienta el sentido de mi culpa, la realidad del pecado en que vivo? Convierto en oración mi pesar por haber hecho de la convivencia con Jesús una ocupación rutinaria, que no me significa demasiado y apenas cuestiona mi forma de vida, que no me descubre mis males ni me ayuda a reconocerlos.



rJesús llama a pecadores y los convierte en pescadores. No le importa qué son ni cómo se sienten en su compañía; cuenta con los que, a pesar de saberse frustrados e indignos, viven junto a él y le prestan pequeños servicios.


l¿En qué me baso para saberme por Él llamado, de Él necesitado, a llevar el reino en su nombre y con su poder? ¿Hago de mi incapacidad reconocida, de mi pecado aceptado, motivo de la llamada? Reconozco en diálogo con Cristo que mis resistencias a seguirle nacen de mi autosuficiencia, de la indisposición para vivir en paz con mis límites, de la negación de mis faltas. Pido a Cristo que para que Él no deje de llamarme, empiece yo a saberme pecador; le pido que me haga más consciente de mis faltas, para que Él pueda seguir contando conmigo.





    1. Tres Tareas para un Proyecto pastoral




Es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del «hacer por hacer». Tenemos que resistir a esta tentación, buscando «ser» antes que «hacer»” (TMI 15).


l¿Estamos convencidos de que todo proyecto pastoral ha de hacer la experiencia personal de Cristo? ¿Es nuestra actividad pastoral fruto de nuestro ser creyentes?




1.Un rostro para contemplar


«Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver»... Nuestro testimonio sería... enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro... Al final del Jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor” (TMI 16).


r“La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el final, está impregnada de este misterio, señalado oscuramente en el Antiguo Testamento y revelado plenamente en el Nuevo, hasta el punto que san Jerónimo afirma con vigor: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo».8 Teniendo como fundamento la Escritura, nos abrimos a la acción del Espíritu (cf. Jn 15,26), que es el origen de aquellos escritos, y, a la vez, al testimonio de los Apóstoles (cf. ibíd., 27), que tuvieron la experiencia viva de Cristo, la Palabra de vida, lo vieron con sus ojos, lo escucharon con sus oídos y lo tocaron con sus manos (cf. 1 Jn 1,1)” (TMI 17).


r “A la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio” (TMI 20).


l¿Percibimos en nuestros destinatarios el deseo de ver a Jesús? ¿Por qué no logramos ‘hacérselo ver’? ¿Hablamos de Cristo ‘de oídas’ o proclamamos lo que hemos antes contemplado? ¿Se alimenta nuestro apostolado de la vida de oración común?; ¿cómo lograrlo?


lSi contemplar a Cristo es escuchar su Palabra, ¿qué hacer para conventir nuestra vida de oración en escuela de la Palabra? ¿No tendríamos que dar más tiempo al silencio y a la oración en nuestra vida apostólica?



2.Caminar desde Cristo


«He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20)... Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, nos planteamos hoy la pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» (Hch 2,37). Nos lo preguntamos con confiado optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros! No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar.. Nos espera, pues, una apasionante tarea de renacimiento pastoral” (TMI 29).


l¿Podemos decir, y decirnos, que Cristo es el proyecto de nuestra vida pastoral? ¿Vivimos convencidos de contar con Cristo vivo entre nosotros? ¿Qué nos domina más la visión de una realidad conflictiva y difícil o la convicción de tener ya al Señor Resucitado a nuestro lado y de nuestra parte?


r“No dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad... Hacer hincapié en la santidad es más que nunca una urgencia pastoral”. (TMI 30). “¿Acaso se puede «programar» la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias. Significa expresar la convicción de que, si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial” (TMI 31).


r“Los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona” (TMI 31). “Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración... Rezar tampoco es algo que pueda darse por supuesto. Es preciso aprender a orar” (TMI 32). “¿No es acaso un «signo de los tiempos» el que hoy, a pesar de los vastos procesos de secularización, se detecte una difusa exigencia de espiritualidad, que en gran parte se manifiesta precisamente en una renovada necesidad de orar?” (TMI 33).


r“Los fieles que han recibido el don de la vocación a una vida de especial consagración están llamados de manera particular a la oración: por su naturaleza, la consagración les hace más disponibles para la experiencia contemplativa, y es importante que ellos la cultiven con generosa dedicación. Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino «cristianos con riesgo»... Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral” (TMI 34).


r“En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar... Sin Cristo «no podemos hacer nada» (cf. Jn 15,5)” (TMI 37).


l¿Consideramos la santidad tarea apostólica? ¿Qué nos falta para volver a proponer – sistema salesiano – la santidad como programa? ¿En qué sentido podemos programar la gracia? ¿No cuenta el sistema salesiano suficientes motivos pedagógicos para hacer de la gracia una meta que buscar? ¿No tendríamos que recuperarlos en la pastoral? Empezando, ¿por cuáles?


l¿No hemos descuidado un tanto introducir a los jóvenes en la vida personal de oración? ¿A qué puede deberse? ¿Dependerá de nuestra propia vida de oración, escasa y débil? ¿En qué ciframos el éxito pastoral: en que los jóvenes hablen con/de nosotros o en que hablen con Dios?




3.Testigos del amor



«En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13,35). Si verdaderamente hemos contemplado el rostro de Cristo, queridos hermanos y hermanas, nuestra programación pastoral se inspirará en el «mandamiento nuevo» que él nos dio” (TMI 42).


  • Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo... Antes de programar iniciativas concretas, hace falta promover una espiritualidad de la comunión, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades.




  • Espiritualidad de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado.

  • Espiritualidad de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece», para saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad.

  • Espiritualidad de la comunión es también capacidad de ver ante todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios: un «don para mí», además de ser un don para el hermano que lo ha recibido directamente.

  • En fin, espiritualidad de la comunión es saber «dar espacio» al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cf. Ga 6,2) y rechazando las tentaciones egoístas que continuamente nos asechan y engendran competitividad, ganas de hacer carrera, desconfianza y envidias. No nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma,” (TMI 43).


l¿Qué puede implicar, en concreto, para la pastoral salesiana, convertir la espiritualidad de comunión en principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano?


r“Esta perspectiva de comunión está estrechamente unida a la capacidad de la comunidad cristiana para acoger todos los dones del Espíritu. La unidad de la Iglesia no es uniformidad, sino integración orgánica de las legítimas diversidades... Se ha de hacer ciertamente un generoso esfuerzo —sobre todo con la oración insistente al Dueño de la mies (cf. Mt 9,38)— en la promoción de las vocaciones al sacerdocio y a la vida de especial consagración. Éste es un problema muy importante para la vida de la Iglesia en todas las partes del mundo. Además, en algunos países de antigua evangelización, se ha hecho incluso dramático debido al contexto social cambiante y al enfriamiento religioso causado por el consumismo y el secularismo. Es necesario y urgente organizar una pastoral de las vocaciones amplia y capilar” (TMI 46).


l¿Estamos haciendo todo lo posible por promocionar vocaciones? ¿Qué nos alarma más, los problemas que la actual situación plantea al futuro de nuestras obras o la aparente apatía en los jóvenes por seguir a Jesús? ¿Hacemos todos lo imposible porque llegue a los jóvenes la llamada de Jesús? ¿Qué hacer aún?


r“La caridad se abre por su naturaleza al servicio universal, proyectándonos hacia la práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano. Éste es un ámbito que caracteriza de manera decisiva la vida cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral. El siglo y el milenio que comienzan tendrán que ver todavía, y es de desear que lo vean de modo palpable, a qué grado de entrega puede llegar la caridad hacia los más pobres. Si verdaderamente hemos partido de la contemplación de Cristo, tenemos que saberlo descubrir sobre todo en el rostro de aquellos con los que él mismo ha querido identificarse: «He tenido hambre y me habéis dado de comer, he tenido sed y me habéis dado que beber; fui forastero y me habéis hospedado; desnudo y me habéis vestido, enfermo y me habéis visitado, encarcelado y habéis venido a verme» (Mt 25,35-36)... Mediante esta opción, se testimonia el estilo del amor de Dios, su providencia, su misericordia y, de alguna manera, se siembran todavía en la historia aquellas semillas del Reino de Dios que Jesús mismo dejó en su vida terrena” (TMI 49). “Es la hora de un nueva «imaginación de la caridad», que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno. Por eso tenemos que actuar de tal manera que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como «en su casa»” (TMI 50).


r“Se debe prestar especial atención a algunos aspectos de la radicalidad evangélica que a menudo son menos comprendidos, hasta el punto de hacer impopular la intervención de la Iglesia, pero que no pueden por ello desaparecer de la agenda eclesial de la caridad... Para la eficacia del testimonio cristiano, especialmente en estos campos delicados y controvertidos, es importante hacer un gran esfuerzo para explicar adecuadamente los motivos de las posiciones de la Iglesia, subrayando sobre todo que no se trata de imponer a los no creyentes una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender los valores radicados en la naturaleza misma del ser humano. La caridad se convertirá entonces necesariamente en servicio a la cultura, a la política, a la economía, a la familia, para que en todas partes se respeten los principios fundamentales, de los que depende el destino del ser humano y el futuro de la civilización” (TMI 51).


l¿Identificamos las personas a quienes amar y servir apostólicamente allí donde Cristo nos envió? ¿Nos identificamos con ellas? ¿Ofrecemos nuestras obras a quienes nos necesitan y se las prestamos como su hogar, patio e iglesia?


l¿Consideramos nuestra labor evangelizadora y educativa como cultura de caridad? ¿A qué nos obligaría?




Juan J. Bartolomé, sdb

Madrid, Julio 2001













INCREENCIA: Seis tareas para la vida religiosa1


...con tantas lágrimas y tan continuas y, como dije antes, perdiendo el habla, que me parecía que cada vez que pronunciaba el nombre de Dios, Dominus, etc., entraba Dios tan dentro en mí, con un acatamiento y humildad reverencial tan admirable, que parece que no se puede explicar”


San Ignacio, Diario, n. 164


La cita con la que encabezo esta aportación quiere subrayar la convicción de que nuestra contribución más decisiva al problema del ateísmo es el cuidado que pongamos en la hondura, finura y viveza de nuestra relación personal y comunitaria con el Dios vivo y con la dedicación y entrega al servicio del hombre que brota de ese encuentro. Toda zarza divinamente ardiente, acaba en misión de liberación del hombre. Que lo digan nuestros Fundadores.


Quisiera concretar lo dicho en la anterior Charla detectando algunas tareas comunes:



1. Revisar y reforzar nuestro diálogo con el mundo


La ruptura entre el Evangelio y la cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo” decía Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi (n. 20). En este divorcio, como en otros más caseros, las culpas se reparten de alguna manera. ¿Quién lo ha provocado? ¿Es la cultura refractaria a la fe? ¿Es la fe que no ha sabido encarnarse en las nuevas culturas emergentes y se ha extrañado de la cultura? Juan Pablo II hablando en la Universidad Complutense en el año 1982, lo formulaba así: “La síntesis entre fe y cultura no sólo es una exigencia de la cultura sino de la fe. Una fe que no llega a conver­tirse en cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pen­sada y no fielmente vivida”.


Ni el mundo ni la cultura pueden ser para la vida religiosa mera­mente obstáculo o lugar de paso. El Verbo ha venido a poner su tien­da en la familia humana (Jn 1,14) y ha querido ayudarse de nosotros y nosotras para inculturar el Evangelio en el mundo y para que luchemos por hacer de este mundo templo de Dios en el cual pueda ser encontrado, escuchado y servido. La vida religiosa requiere merodear el sueño a favor del hombre del Dios entrañable hasta hacerlo nuestro. “Me hice alto de tanto mirar las palmeras” cantará Miguel Hernández.


Todos vivimos inevitablemente en la cultura pero no todos hacemos lo mismo de esa contigüidad. Peter Berger habla de tres tipos de procesamiento cultural:


rendición: es decir, conversión total al conjunto de valores que nos visitan. Esta sal desleída deja a Dios neutro y desvitalizado. No tenemos nada que contar: “Dimas me ha dejado, enamorado de este mundo presente” (2 Tm 4, 10).


confrontación defensiva: el mundo es vivido como hostil a nuestras creencias y sólo procede el distanciarse y criticarlo. El Dios de esta postura es un fracasado en su deseo de entrar en el mundo. Se buscan ghettos descalificatorios y moralizantes: “Pedro, mata y come. Replicó Pedro: ni pensarlo Señor, nunca he comido nada profano o impuro” (Act 10, 13-14).


puesta al día pactista: temerosos de perder contacto se ceden parcelas de la propia identidad para buscar la relevancia social o la normalidad. Esta postura, esta estación intermedia hacia la rendición: “si después de haber escapado de los miasmas del mundo... otra vez se dejan enredar y vencer por ellas” (2 Pe 2, 20).


diálogo evangélico-carismático: es dejar pasar con respeto los impactos culturales por el tamiz del propio carisma sanamente vivido: “atenienses, en todo detalle observo que sois extremada­mente religiosos.., pero eso que veneráis sin conocerlo os lo anun­cio yo” (Act. 17,22). Pablo busca que los vectores de crecimiento que brotan del corazón de la cultura conduzcan al Reino. Es indis­pensable creer que “una hebra de gracia atraviesa la creación recomponiendo su ruptura”2. Ya vimos en la charla anterior cómo la cultura no fue sólo portadora de ateísmo y secularización, sino tam­bién de ejercicio democrático del poder y de igualdad que elimina nuestra pretendida superioridad3.


Yo diría que un religioso es alguien que cree firmemente que Dios —como tantos padres y madres— está, a la espera, tejiendo las condiciones de un reconocimiento dolorido y amoroso de su ver­dad, disponiéndonos para la transformación prometida en Cristo. ‘Todos están llamados a un destino común, que es la plenitud de vida en Dios”.






2.Revisar y fortalecer e1 diálogo con Dios


Ya dijimos en la charla anterior que la increencia que respira­mos acaba por habitarnos. Reconocerlo, ya es don y ventaja. Escribe Ignacio a Borja que “hay pocos en esta vida, y más echo, que ninguno, que en todo pueda determinar o juzgar, cuánto impi­de de su parte y cuánto desayuda a lo que el Señor quiere en su ánima obrar”4. Señalo algunos síntomas de debilitamiento de la fe:


¿Hasta qué punto es mi vida inexplicable sin la hipó­tesis Dios?: Las gentes que me conocen, ¿se preguntan “esa fuer­za tan extraordinaria es de Dios y no de vosotros”? (2 Cor 4,7). Si mi vida transparente de fe no cuestiona, si no se presenta como miste­rio, no sirve verdaderamente para la evangelización. ¿Tiene mi vida algo de desmesurada, de inexplicable para los ojos sensatos del mundo o de los amigos? ¿Qué pensaría un increyente si le dejase pasear —como al diablo cojuelo— por mi vida?


¿Hasta qué punto puedo decir: Dios es mi amigo?:

Exclama el Salmista: “¡Cuánto te amo Señor, mi fortaleza!” (Salmo 18,2). Para Sofonías “El Señor es dentro de ti un soldado victorioso que goza y se alegra contigo, renovando su amor, se llena de júbilo por ti” (Sof 3, 17). Gómez-Caffarena piensa que “para justificar la fe en Dios ... lo único que nos queda es la seriedad y vigor de la expe­riencia religiosa”. La vivencia honda de la presencia de Dios junto a mí me aproxima a las interjecciones, a los poetas, a los que en la pri­mera charla, llamamos los centrados: “Let me be to Thee as the cir­cling bird”. “Que yo sea para Ti como el pájaro que sobrevuela en círculos” y, a fuerza de hacerlo, halló una línea: “El Amor, oh mi Dios, llamarte Amor y Amor”5. Él en el centro y yo circunvolando.


El eje de lo que dije esta mañana se puede formular así: ¿Nuestro Dios, en nosotros, es un Dios vivo? O glosando a Isaías: “¿Estamos dispuestos a habitar en un fuego devorador”? (Is 33, 14).


3.Revisar y fortalecer nuestro amor por el hombre


Hay quien dice que “España va bien”. Siempre hubo quienes decían, según la Biblia quienes preferían pensar, que la “herida de su pueblo está curada”. Pero Dios corregía: “Y la herida de mi pue­blo no está curada”. Dios nos invita a gritarle incansablemente a Dios por su pueblo: “los que se lo recordáis al Señor no os deis des­canso; no le deis descanso hasta que la establezca”... “hasta que rompa la aurora de su justicia y su salvación llamee como una antor­cha” (Is 62, 6.1). ¿Gritamos a Dios por su pueblo? Increencia, cam­pos de refugiados, comercio del sexo, minas antipersonales, con­centración de riqueza en unas pocas manos, cárceles de infamia, pateras a la deriva, juventud drogada ¿son simplemente problemas de hoy o son mis problemas por ser los suyos?


Los cristianos deberíamos ver para la Sociedad como un sacra­mento de Dios, un conjunto de relaciones que aspiran a regirse por la justicia y el amor, y, por lo tanto reveladoras de la Presencia de Dios. Si Ireneo pensaba que la “gloria de Dios es que el hombre viva”, ¿hasta qué punto podemos decir que Dios está siendo glorifi­cado en nuestra Historia actual? ¿En qué medida la vida religiosa puede ayudar a formar cristianos comprometidos con la mejora del hombre? Quiero decir, no sólo deseosos de echar una mano, sino comprometidos con el respeto y defensa de los Derechos Humanos. Mandela, Lutero King, Rigoberta Menchú, Peter Benenson funda­dor de Amnistía internacional, y tantos otros no se quedaron en la compasión puntual centrada en la persona, sino en los procesos de injusticia que son maquinarias estructurales de engendrar dolor al hombre. ¿Cómo vivo estas causas que luchan por cambiar o alentar algunas problemáticas sangrantes? El Señor se queja a Jeremías de que sus sacerdotes ya no “preguntaban dónde está el Señor” (Jer 2,8). La opacidad de Dios en la historia incorporada a nuestro sen­tir podría hacernos vivir esta ausencia suya y nos espolearía a una oración que no sería recurso piadoso, sino grito de los desespera­dos que aprenden a orar porque se han echado a la mar.


Si pasamos a la esfera de las creencias podemos comprobar una creciente irrelevancia de la palabra de Dios en nuestra época. Jeremías se duele de ello: “¿A quién conjuraré para que me escu­che? Toman a burla la palabra de Dios porque no les agrada; pero yo reboso de la ira del Señor y no puedo contenerla” (Jer 6, 10-11). ¿Me he quedado entristecido, alguna vez, ante la noticia de que alguien ha perdido la fe o ante las masas que baten records de audiencia ante el “Gran Hermano”? Arrupe lo expresaba así: “Si alguno de nosotros no se sintiese afectado y permaneciese indife­rente ante esa realidad, ¿no cabría pensar que la fe se ha desvaído en él o ha dejado de ocupar el primer puesto?”6.



4. Revisar y revitalizar nuestras comunidades


La edad, en parte; el mucho trabajo por añadido; los recelos para colmo y la televisión para remate pueden dar al traste con la vitalidad de algunas comunidades nuestras. A esto se añade lo que se ha venido a llamar una creciente “confidencialidad” de la fe que encuentra menos difícil creer que proclamar esa misma fe. Estoy seguro que todos y todas vosotras intentáis distintas estrategias para que la fe pueda ser explícitamente vivida, comunicada y com­partida. En algunas comunidades pequeñas se logra, a veces, una mayor comunicación; en algunas más numerosas, se logra una mayor oración formal comunitaria. Pero unas y otras encuentran dificultades para un diálogo relevante, personalizado y comprometi­do. La Exhortación apostólica Vita Consecrata nos anima a vivir la comunidad como “espacio teologal en el que se puede experimen­tar la presencia mística del Señor resucitado” (n. 42). Muchas veces, así es con el milagro diario de la convivencia, del soportarse mutuamente las pobrezas personales, el aliviar la edad de los mayo­res, desvela que es un “amor alimentado por la Palabra y la eucaris­tía, purificado en el Sacramento de la Reconciliación, sostenido por la súplica de la unidad” (Ibidem).


Las comunidades también pueden reflexionar sobre su nivel de solidaridad y su apertura a los problemas de la gente, cercana y lejana. Algunas problemáticas de “nivel de vida excesivo” no pueden abordarse en directo, sino desde una apertura mayor al mundo de los marginados y la toma de conciencia de algunas demandas de la justicia, más en consonancia con el carisma de la Congregación. Es meta accesible el actuar de tal manera que todos con los que traba­jemos lleguen a sentir que “Dios les ha visitado”, digan o no digan Dios.


Es claro que hay que agrupar y coordinar lo más fresco y vivo de nuestros jóvenes en grupos apostólicos que sean atractivos. Más prometedor es tener dos o tres grupos fuertes y vigorosos que todos semimuertos/semivivos. No se nos escapan las dificultades de este reto. Por el camino que sea, hay que intentar estilos de vida religiosa y comunidades que puedan ser percibidas como contra-culturales, por su sencillez, hospitalidad, reconciliación y sobriedad. Es decir, comunidades que sean iconos del Reino”.


Preguntas sencillas podrían ser: ¿En qué ponemos más empe­ño en vivir bien o en comunicarnos mejor? ¿La comunidad es un lugar de apoyo, de desafíos sanos, de discernimiento en marcha? ¿Podemos invitar a colegas laicos o a amigos a una comida, a una Eucaristía? ¿Qué pensaría la gente normal y sencilla que nos visita­se? ¿Se trabaja demasiado o demasiado poco?



5.Revisar nuestras Obras Apostólicas


La disyuntiva clásica para este tema es la siguiente. ¿El Liderazgo se dedica sólo al “mantenimiento y gestión” de nuestra escasez actual o está centrado en la misión? La primera opción de “mantenimiento” trata de preservar lo que ya tenemos (estos apos­tolados, estas constituciones, este sistema económico, estas enfer­merías. La opción por la “misión” está más abierta al Reino que nunca puede definirse y acotarse definitivamente y que sólo se verá cumplido en el Día del Señor. Lo que interesa no es tanto cómo nos va, sino ver cómo ayudamos al establecimiento del Reino del Señor en la Historia y en la creación.


Es cierto que todos los y las Provinciales deben prestar aten­ción “al mantenimiento” (apoyar lo bueno; procurar la formación de los superiores; cuidar y dar seguridad a los que envejecen, etc.). Pero todo esto ha de ser hecho en función de la misión, del Reino. No a la inversa: trabajar en misión para mantener nuestras comuni­dades, nuestro estilo de vida, etc. Quizás haya que subrayar esto porque a veces se nos cuelan unas versiones domesticadas de la vida religiosa, en las que todos logramos establecer —comunitaria y provincialmente— unos “pactos a la baja” en la que el fin principal es que todos puedan estar cómodos, no se desafíe ninguna situación de abuso, no se desmonte ningún status quo que nos retrasa o estorba. No todo vale, ni todo es igual, con tal de salvar la paz comu­nitaria.


Es difícil, si no imposible, señalar la proporción del tiempo que un Superior mayor debe dar a “mantenimiento” y a “misión”, pero sí es criterio esencial ver la proporción que le debe permitir “ir refundando y recreando el cuerpo apostólico de su Provincia o Congregación”. Quizás estas sencillas preguntas deban ser tenidas en cuenta para conocer cuál es mi orientación: ¿Estoy dispuesto a emprender y seguir esfuerzos de reorganización y refundación aun cuando veo resistencias, críticas y marginaciones dolorosas? ¿Las cuestiones que abordo son del tipo de bombero apagafuegos que reacciona ante problemas o planteo preguntas de futuro que se ade­lantan a los problemas? ¿Confío excesivamente en los capítulos y comisiones más que en el cambio de las personas que son las que acaban trayendo los cambios importantes? ¿Fomento en mí una unión cada vez más profunda con Cristo que me ilumine todo el dis­cernimiento que se requiere y aparte de mí todas las actitudes y prejuicios que me nublan la vista? ¿Creo en la fuerza serena de lo posible o me empeño en imponer un ritmo que sale de mis impa­ciencias y que no es compartido por los que han de aprovecharse de las propuestas?


De la solución que dé el Liderazgo de una Congregación viene el que estemos dispuestos o no para conjugar verbos no meramen­te defensivos y de huida, sino recios e inquietantes: “abrir y cerrar, conservar y dinamizar”; eso sí, todos esos movimientos “impulsadas por el Espíritu”. Una actitud así, verá rápidamente que silo cuanti­tativo es abordable por reducción, a lo cualitativo sólo puede res­ponderse aumentándolo. Es decir, mejorando notablemente nuestras “formas de orar, vivir y actuar”. Solamente así, podremos examinar “con cariño y realismo” la “Provincia/Institución real” para dirigir­nos juntos hacia la “Provincia/Institución posible”, preguntándonos si en realidad estamos llevando a cabo en todos y en todo la misión de Cristo. Así, sólo así, podremos generar esperanza en todos nos­otros.



6. Revisar al alza nuestros criterios de admisión y de formación


En un mundo que se ve afectado por serias cuestiones de ateísmo e injusticia que conllevan un procesamiento interior nada simplista ni radical, es más importante que nunca el admitir y for­mar gentes que sepan andar con valentía sobre arenas movedizas. Nos son necesarias personas que amen su libertad y con capacidad de decidir, pues, como dice San Ignacio: “quien poco determina, poco entiende y menos ayuda”7. No pocas veces, en estas circuns­tancias de inseguridad sociocultural, pueden llamar a nuestras puer­tas personas que huyan de las incertidumbres y riesgos del vivir actual. Si además y desde dentro de la Congregación u Orden nos llegan voces angustiadas por la escasez vocacional, hay que tener un temple muy firme para no sólo no bajar el nivel de las exigencias en las entradas y en las perplejidades de la vocación, sino para subir­lo todavía más.


Convierto lo que pienso en algunas preguntas: ¿Buscamos gen­tes que se saben desenvolver en el trabajo con hombres y mujeres de todo tipo? ¿Buscamos personas con creatividad, sentido crítico y con la capacidad de dudar y aprender tras el fracaso o el éxito? ¿Nos rodeamos de personas que no se acercan a la obediencia con una dependencia excesiva y saben comprenderla como una ayuda nece­saria para poner en un trabajo sinérgico las capacidades de todos? ¿Son gentes interesadas por la suerte del mundo desde los ojos de Dios o solamente ritualistas convencionales o dogmáticos apresura­dos hacia el templo sin mirada ni corazón para detenerse y hacerse prójimo?


Seamos crudos. Más de una vez alguna Congregación tiene más problemas con los religiosos y religiosas que le sobran que con los que le faltan. Si faltan se entierra una Obra o Proyecto. ¿Quién y cómo se entierra a los que sobramos? Doce fueron bastantes para fundar una Iglesia rompedora. Tres —un poco raros— al freno, pue­den parar grupos y trabajos.


La “antorcha” de nuestra charla anterior se podrá entregar si abordamos estas seis tareas:


Revisar y reforzar un triple diálogo con (1) Mundo, (2) Dios y (3) el hombre y

Revisar y revitalizar (4) comunidades, (5) Obras apostólicas y (6) criterios de admisión y formación.







La Iglesia y las nuevas tecnologías en los medios de comunicación social8


Ponencia de Mons. Eugenio Romero Pose, obispo auxiliar de Madrid, para el IV Encuentro Intercontinental de la Red Informática de la Iglesia en América Latina (RIIAL) celebrado en la Ciudad de México del 14 al 18 de junio de 1999.



A)HISTORIA DE LA IGLESIA Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL


Es un hecho manifiesto que la Iglesia ha sido a lo largo de la historia pionera en los medios de comunica­ción. Los cristianos, desde sus oríge­nes, acogieron sin reservas los me­dios presentes en el mundo y las culturas griega y judía. En Jerusalén, Antio­quía, Roma, Alejandría, Cartago o en cualquier otro lugar. El papiro o el ro­llo eran el soporte necesario para de­jar fijado el contenido de la Buena Noticia del Nazareno. Los medios eran comunes, iguales, para todos, lo importante eran los contenidos nue­vos. La verdad nueva del cristianismo supo abrazar sin ambages los distin­tos géneros de comunicación, siendo éstos parte esencial de la expansión o misión cristiana.


En pleno siglo II, tiempo en que empieza a fijarse el canon de la Es­critura y el Símbolo, ha sido la pala­bra escrita, el medio con el que se ofrecía la garantía de la objetividad. Era el medio de comunicación, la es­critura, la que era capaz de fijar los li­mites de la arbitrariedad y del subjeti­vismo frente a los peligros de carácter gnóstico. La escritura, como medio, fue salvaguarda de autentici­dad y objetividad. Más aún el medio escrito comenzó a formar parte de la Tradición, que quiere decir iba unido al medio lo que uno entregaba a otro. Tradición, en el sentido más amplio del concepto (entrega de lo recibido), autenticidad y objetividad van ceñi­dos a los medios con los que la ver­dad transmitida se entrega.


Muy lejos nos llevaría explicitar el significado del Libro de los libros —la Escritura Santa— como medio de co­municación fundamental en la histo­ria de la humanidad y en la comuni­dad cristiana. Los primeros cristianos cuidaron el medio porque era porta­dor de un contenido que orientaba la existencia y salvaba.


Pero es en los primeros momen­tos de la Iglesia, cuando ésta da un paso favoreciendo la aparición de un nuevo medio de transmisión o comu­nicación: el salto del papiro y del rollo al volumen, al codex, al manuscrito. El estar pendientes y confiados en el valor de lo que se comunicaba, hizo que el cristianismo se distanciara del judaísmo aceptando el codex, un nuevo medio para nuevos tiempos.


Fue tan intensa la unión entre me­dio y contenido que, en las persecu­ciones, entregar los medios, el libro sagrado, constituía una apostasía. Era tan admirado y valorado el libro, los libros sagrados, -no es de olvidar la común raíz de liber-libri (libro) y li­ber-liberi (libre) que daban la vida personal antes que la destrucción o profanación de los mismos.


No es difícil seguir el itinerario del cristianismo a lo largo de la antigüe­dad tardía y alta edad media al filo de los medios de comunicación utiliza­dos. La Iglesia fue pionera no sólo en la utilización de los medios ya conoci­dos, sino creadora de nuevos medios y métodos de comunicación, adap­tándose a las diversas coordenadas geográficas y culturales. Valga una sola imagen por otras muchas: la ico­nografía que representa escenas pa­trísticas gustó dejar plasmadas imá­genes de los principales representan­tes de las Iglesias, los Santos Pa­dres, con un libro en sus manos o, sentado en una cátedra, amparado por una theca (biblioteca), relicario donde se conservaban los libros.


La imagen de los Apóstoles y los Padres, entre otros, S. Agustín, S. Basilio, S. Ambrosio, S. Gregorio Magno o S. Isidoro, no nos los imagi­namos sin referencia a los medios de los que se sirvieron para entregar su palabra, su experiencia, su vida, su saber y su ser.


El itinerario de la Iglesia durante toda la Alta y Baja Edad Media, en Occidente, y no menos en Oriente, va unido a la aportación religiosa, huma­na y cultural del monacato. No deja de ser llamativo que los más impor­tantes comunicadores durante este tiempo son, desde la paz y el silencio, los monjes. Han sido los monasterios con sus scriptorium los que se esfor­zaron por comunicar el saber con todos los medios de que disponían, especialmente aunque no sólo, me­diante el manuscrito.


Fue posible la Europa cristiana por la red de comunicaciones socia­les y eclesiales tejida por las institu­ciones eclesiales, sobre todo por los monasterios, que como centrales de comunicación católica están en el ori­gen y nacimiento de la Universitas, de los lugares desde donde se comu­nicaba a todos el saber recibido. La Universitas (la Católica), sede de Ca­tolicidad, debe ser el espacio en el que se fragua lo que se ha de comu­nicar.


No podemos imaginarnos el lega­do de riqueza transmitido por los siglos sin los medios de comunicación: manuscrito; imagen que atrae, es de­cir, arte; arquitectura que acoge y en­seña; ritmo que alegra el camino y la vida; poesía que arroba... En los ca­minos de Europa, el pensamiento, el románico y el gótico, la cantiga y la li­turgia, el gregoriano y la catedral eran medios de comunicación que deja­ban huellas, es decir, formaban y plasmaban al hombre, y abrían el fu­turo de nuevas creaciones. Los mis­mos caminos se convierten en sede de pequeños comunicantes (iglesias, monasterios) para la comunicación global en los que el hombre pudo ha­llar razones para creer, vivir y espe­rar. Un ejemplo llamativo es el Cami­no de Santiago, como Camino de Europa, y vía de comunicaciones en­tre todos los países y culturas, y uno de los mayores medios de comunica­ción de la Edad Media.


La Iglesia que mimó y conservó el manuscrito, a la llegada de tiempos nuevos, no temió seguir comunican­do, transmitiendo y así, en tiempo de reformas, en la hora de Guttenberg, siguió su camino y favoreció la apari­ción del libro.


La Iglesia no se contentó con ser guardiana del pasado sino que oteó el futuro, adelantándose con la nece­saria aceptación del libro. El paso de la época del manuscrito al libro con­llevaba sus riesgos: la pérdida de plu­ralidad en las tradiciones y lecturas, la falta de necesidad de edición criti­ca en el sentido de la filología moder­na, la importancia de elegir entre mul­titud y multiformes lecturas, arriesgar a que los datos, los textos, por ser por muchos leídos fuese por muchos más subjetivamente interpretados. Mas, pese a todo, la modernidad y las reformas de la sociedad y de la Iglesia corrieron paralelas a la fortuna de Guttenberg, a la historia del libro.


Nombres como Erasmo y Sirleto, Lorenzo Valla y Lutero, están unidos por haberse servido en sus transmi­siones de un medio común: la im­prenta y el libro. Sería tentador hacer una breve digresión y contemplar el destino e influjo de la Biblia en sus in­contables ediciones modernas, espe­cialmente en el s. XVI, y la expansión del pensamiento moderno, de los he­rederos de las propuestas de Lutero, en los medios de comunicación que los siglos de la Reforma puso en ma­no de la sociedad de su tiempo. To­davía hoy es el día en que no hemos repensado la modernidad, en sus as­pectos positivos y negativos, a la luz de la imprenta, que es lo mismo que decir, a la luz de los medios. ¿Pode­mos, acaso, pensar la herencia de los cuatro últimos siglos, sin el esfuerzo comenzado por los Maurinos, que re­cogen y ponen en la mano del lector, infinidad de manuscritos convertidos en libros, o el siglo XVIII que es capaz de traspasar a nuevos medios de co­municación el saber humanístico y científico? Un ejemplo es la magnífi­ca biblioteca del Colegio San Carlos —una de las mejores bibliotecas euro­peas del s. XVIII—, donde comproba­remos con nuestros propios ojos y to­caremos con nuestras manos cómo era necesario adecuar a los medios nuevos las herencias recibidas.


Cada momento histórico en el que se producen profundas mutaciones aparecen nuevos medios de comuni­cación: el salto del papiro o rollo al co­dex, del codex al libro, del scriptorium a la imprenta, del monasterio a la uni­versitas o a la ciudad...; nada tiene de extraño que, asistiendo y siendo pro­tagonistas, porque la Providencia así lo ha querido para nosotros, a un mo­mento histórico de cambios abisma­les, estemos ante el maravilloso reto de novísimos medios de comunica­ción para transmitir lo que recibimos y somos; medios para poner ante los demás la Creación, con mayúscula, y las creaciones.


El tiempo de la informática supone un avance que anuncia no sólo un mundo nuevo, sino que exige un mo­do nuevo de estar en el mundo. De ahí que los medios de comunicación es­tán pidiendo con una urgencia inusita­da la reflexión por parte de todos, y no menos por parte de los creyentes.


La comunicación interplanetaria en la “aldea global” está ante nuestra mirada y en nuestro camino como una de las más grandiosas e inquie­tantes creaciones del presente. El hombre y mujer, la sociedad del ma­ñana dependerá en su mayor parte de la utilización de los mismos: medios escritos y visuales, audiovi­suales, etc. “Puestos al servicio del Evangelio, ellos (los medios de co­municación) ofrecen la posibilidad de extender casi sin límites el campo de audición de la Palabra de Dios, ha­ciendo llegar la Buena Nueva a millo­nes de personas. La Iglesia se senti­ría culpable ante Dios si no empleara esos poderosos medios, que la inteli­gencia humana perfecciona cada vez más. Con ellos la Iglesia ‘pregona so­bre los terrados’ el mensaje de la que es depositaria (...) Sin embargo, el empleo de los medios de comunica­ción social en la evangelización supo­ne casi un desafío: el mensaje evan­gélico deberá, sí, llegar, a través de ellos, a las muchedumbres, pero con capacidad para penetrar en las con­ciencias, para posarse en el corazón de cada hombre en particular, con to­do lo que éste tiene de singular y per­sonal, y con capacidad para suscitar en favor suyo una adhesión y un compromiso verdaderamente perso­nales” (Evangelii nuntiandi, n. 45).


Ante los que han criticado la lenti­tud de la Iglesia para incorporarse al mundo del progreso tecnológico hay que decir que las “precauciones” mostradas por la Iglesia en ciertos momentos históricos (a las que no hay que negar errores o “pecados” de algunos miembros de la Iglesia) su­ponen a la larga una defensa de la misma ciencia. Cuando el Papa re­cuerda en la encíclica Fides et ratio que no hay una doble verdad (no se puede dar una esquizofrenia entre los distintos órdenes de conocimiento), recuerda que toda investigación (a la que se ve movida la inteligencia hu­mana por su horizonte de infinitud) ha de ser coherente con la “verdad” uni­taria del hombre. La fe ilumina esa unidad y renunciar a ella es dejarse seducir por la apariencia.



B)¿QUÉ OFRECE LA IGLESIA AL MUNDO DE LAS COMUNICACIONES?


Los esfuerzos de los hombres pa­ra comunicarse son una realidad que ha alcanzado cotas sorprendentes. Ya el Vaticano II dice: “Siempre se ha esforzado el hombre con su trabajo y con su ingenio en perfeccionar su vi­da; pero en nuestros días, gracias a la ciencia y la técnica, ha logrado di­latar y sigue dilatando el campo de su dominio sobre casi toda la naturale­za, y, con ayuda sobre todo el au­mento experimentado por los diver­sos medios de intercambio entre las naciones, la familia humana se va sintiendo y haciendo una única co­munidad en el mundo” (Gaudium et spes, n. 33). La “aldea global” que configura la “red de redes” interplane­taria parece confirmar ese anhelo de reunir a todas las gentes en un medio más cercano en la comunicación.


Sin embargo, esos medios —nun­ca un fin en sí mismos— capaces de promover la dignidad y la libertad, vá­lidos para alimentar las esperanzas y respetar el destino del hombre, porta­dores de vida moral y religiosa, pue­den ser, por el contrario, sutil platafor­ma de ideologías disgregadoras de la persona, de visiones deformadas de la familia, la religión, de la moralidad.


Es obvio que la Iglesia debe estar y preparar a los que van a prestar el insustituible servicio de la comunica­ción. Y si siempre lo ha estado, hoy debe mirar con especial simpatía y confianza a las nuevas creaciones mediáticas en el nuevo mundo que se abre camino en un nuevo milenio.


La Iglesia, en los últimos años, es­pecialmente desde el Concilio Vatica­no II, como ya hemos visto más arri­ba, subrayó la importancia de los medios de comunicación en la Iglesia para el bien de todos los hombres. Las palabras de aliento e iluminación de la Constitución pastoral Gaudium et spes (sobre la Iglesia en el mundo actual) y sobre todo el Decreto lnter mirifica (sobre los medios de comuni­cación social), también reclaman nuestra atención para realizar algu­nas reflexiones:


Primero: la Iglesia está y debe estar presente en el corazón de todos los medios de comunicación. Cree en ellos porque cree que la creación no ha sido sino que está siendo. La cre­ación es un permanente in fieri. Por­que creemos en un Dios Creador y Providente, creemos, acordes con la rica tradición representada por S. Ire­neo de Lyon, que Dios no ha creado sino que está creando. Los nuevos medios son creación de Dios para nosotros, y en ellos tenemos que contemplar la grandeza del Creador, la gloria de Dios, que se posa sobre ¡as cosas creadas. Los nuevos me­dios de comunicación son magnalia Dei.


Segundo: los nuevos medios de comunicación, como toda realidad creada, “dan qué pensar’; esta cono­cida expresión de Paul Ricoeur, nos sugiere la necesidad de hacer una re­flexión filosófico-teológica sobre los medios a los que aludimos, especial­mente a las posibilidades que se nos abren con la informática. Desconozco que se haya hecho una reflexión pro­longada y serena desde ámbitos filo­sóficos o teológicos sobre los medios de comunicación. A modo de ejem­plo: la investigación humanística y te­ológica está con la mano tendida y mendicante de una reflexión sobre la incidencia de los nuevos medios, de manera especial la informática, en la búsqueda y transmisión del saber pa­ra el enriquecimiento del hombre.


Ahondando en el ejemplo: los que procedemos de la investigación so­bre la Gran Tradición de la Iglesia y sobre los orígenes del cristianismo nos preguntamos: ¿cómo nos aproxi­maremos a la historia, cómo la inter­pretaremos y como se comunicará o transmitirá con las nuevas posibilida­des que ofrecen al estudioso recién iniciado mundo de la informática?


Tercero: únicamente aludimos a algún aspecto digno de considera­ción:


a) El peligro de la divinización, hi­postatización o sacralización de los medios que pueden abocar­nos en una peligrosa idolatría. No es de olvidar que toda idolatría es una falsa aceptación de la reali­dad creada y, por ello mismo, no ayuda al hombre, no favorece que el hombre alcance las aspira­ciones más profundas. Una falsa utilización de los medios conduce a una utilización de la persona humana y, por ende, a no respe­tar a la persona como valor abso­luto, por ser imagen de Dios. Los medios están al servicio de la dig­nidad de todo hombre y mujer, y no viceversa: la persona al servi­cio de los medios.


b) Los medios, si son tenidos como creación al servicio y bajo el do­minio del hombre, respetarán la objetividad. Por el contrario, pue­den ser terreno fertilísimo en el que se planten y crezcan las se­millas de peligrosos subjetivis­mos.


c) El recto uso de los medios favo­recerá y apoyará el pluralismo y la pluralidad presente en la vida social y personal. De lo contrario, estos mismos medios pueden ser el espacio en el que se fomenten peligrosos uniformismos.


d) Lo que era para pocos ya es do­minio de muchos más, por no decir para todos. Los nuevos medios pueden ser un grandioso espacio una llamada para optar por el valor de la sencillez, para que la Verdad, que siempre es sencilla por ser para todos, a to­dos llegue. O por el contrario, la no recta utilización de los me­dios puede que sea un paso más en la peligrosa vorágine de la complejidad. Veritatis simplex oratio est (El lenguaje de la verdad es sencillo), escribe Sé­neca en la Epístola 49.


e) El mensaje, y sus contenidos, ne­cesitan cuerpo, carne, para que se hagan historia. La carne de la Buena noticia es el medio que necesite para llegar al hombre y su circunstancia. Los medios son precisos para la necesaria encar­nación del mensaje que se quie­re comunicar.


En definitiva, interesa subrayar esta idea: con los ojos y la mente en la historia para seguir caminos hacia el futuro, los novísimos medios de co­municación para un mundo nuevo han de ser también motivo para la re­flexión y que ésta ayude al hombre y a la mujer a ser más humanos. O de otro modo, que el hombre no deje de ser hombre por dejarse superar y es­clavizar por aquello que debe estar a su servicio. Que los medios estén siempre para servir a la verdad (obje­tividad), a la libertad y al crecimiento de la persona, y para que jamás sean espacios que encadenen y esclavi­cen a las criaturas. En esta línea en­contramos la auténtica aportación de la Iglesia a estos nuevos medios, contando además con el cúmulo de sabiduría y prospectiva de siglos de experiencia que nos enseñan cómo Dios “habló según los tipos de cultura propios de cada época. De igual ma­nera, la Iglesia, al vivir durante el transcurso de la historia en variedad de circunstancias, ha empleado los hallazgos de ¡as diversas culturas pa­ra difundir y explicar el mensaje de Cristo en su predicación” (Gaudium et spes, 58). Con la llegada de las te­lecomunicaciones informáticas, con­cretamente, se abre la posibilidad pa­ra la “aldea global” de invitarla a abrazar el Evangelio por amor, y ello sin olvidar que “la verdad no se impo­ne de otra manera que por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y a la vez fuertemente en las almas” (Dignitatis humanae, 1).



C)LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS, LA IGLESIA Y EL FUTURO DEL HOMBRE


¿Por qué la Iglesia habría de ocu­parse de la informática o de Internet; por qué las nuevas tecnologías debe­rían prestar atención a lo que dice la Iglesia?


La Iglesia ha de dirigirse, en pri­mer lugar, a todo creyente, ya que és­te se interroga por las razones de su fe (1 Pe 3,15), y debe procurar una mayor inteligibilidad de sus conteni­dos que le haga progresar en esa misma fe. Por otra parte, la Iglesia presenta al mundo la estima de Dios por lo creado, llegando al umbral de la dimensión sagrada de la realidad humana; es el carácter dialógico que encontramos en toda relación fe-cul­tura. Así pues, la Iglesia se encuentra con las diversas realidades que cons­tituyen la vida del hombre (creyente o no), y con ellas busca alcanzar la ver­dad última en las cuales cree, comu­nicando los frutos del camino ya rea­lizado. Si la finalidad en el empleo de los nuevos medios de comunicación, por ejemplo, es el amor a la verdad y el respeto a la dignidad humana, en­tonces no es necesario comenzar el diálogo, sino que éste lleva iniciándo­se hace tiempo.


Una cita de la Instrucción Pastoral “Sobre los medios de comunicación social” puede ayudarnos a compren­der lo expuesto anteriormente: “El concepto cristiano de la vida incluye unos principios inmutables, basados en la manifestación del amor, que es la ‘buena nueva’ del Evangelio, y en la dignidad de la persona (...) Es evi­dente que la práctica, la aplicación concreta de los principios y las fórmu­las pastorales han de acomodarse a las circunstancias y condiciones de cada lugar y momento, según la si­tuación de la técnica, de la sociedad y de la civilización (...), teniendo en cuenta los futuros cambios que irán produciéndose en el campo de la co­municación social” (Communio et progressio, n. 183). Y Juan Pablo II, siguiendo a esa misma Instrucción, decía: “El acceso inmediato a la infor­mación le da a la Iglesia la posibilidad de ahondar en su diálogo con el mun­do contemporáneo. En el marco de la nueva ‘cultura informática’, la iglesia tiene más facilidades para informar al mundo acerca de sus creencias y ex­plicar los motivos de sus posturas so­bre cualquier problema o aconteci­miento concretos” (Mensaje de S.S. Juan Pablo II para la XXIV Jornada mundial de las Comunicaciones So­ciales. 27N190). Y más recientemen­te: “La cultura del memorial de la Igle­sia puede salvar a la cultura de la fugacidad de la ‘noticia’ que nos trae la comunicación moderna, del olvido que corre la esperanza; los medios, en cambio, pueden ayudar a la Igle­sia a proclamar el Evangelio en toda su perdurable actualidad, en la reali­dad de cada día de la vida de las per­sonas” (Mensaje de S.S. Juan Pablo II para la XXXIII Jornada mundial de las Comunicaciones Sociales.18/IV/99).


En el empleo de las nuevas tec­nologías, dentro del ámbito de la co­municación social, es posible verificar una peculiar actividad mediante la cual la persona expresa la propia ca­pacidad creativa y donde el lenguaje comunicativo prevalece sobre el de la técnica. A las nuevas tecnologías, se les pide responsabilidad y coopera­ción ante la búsqueda de la verdad, que aparece en todo horizonte comu­nicativo; pero la verdad, en muchas ocasiones, se encuentra velada por el misterio. Este elemento trascen­dente, que pertenece a lo más nucle­ar del ser humano, no puede ser des­truido de la existencia personal, de lo contrario nos encontraríamos en el compartimento estanco de la pura técnica. Es tarea del progreso comu­nicativo, en cambio, la de garantizar el mantenimiento del misterio que trasciende a todo espíritu humano y su inviolabilidad. La Iglesia, pues, puede ayudar a los nuevos medios de comunicación a captar los rasgos del misterio entre los repliegues de la existencia y, al mismo tiempo, a mos­trar la grandeza del misterio cuando éste se enfrenta a Dios. La Encíclica Fides et Ratio, por ejemplo, es una atrevida propuesta del Papa al pen­samiento contemporáneo. Se dirige tanto a los que creen que la capaci­dad de la razón está limitada y por eso abandonan la búsqueda de la verdad, como a aquellos que se con­forman con una fe simplemente “no absurda". Pero, más allá de esa fe y de una razón “instrumental" (empleo de la mera técnica) está la verdad. La fe y la razón son los dos caminos por los que el pensamiento puede acce­der a ella. En su planteamiento, Juan Pablo II ve al hombre que, al pregun­tarse por el mundo, se siente afecta­do por lo que conoce y, al mismo tiempo, tiene la urgencia, cada vez mayor, de interrogarse sobre el senti­do del mundo y de su propia existen­cia. Ese deseo de verdad forma par­te de la misma naturaleza del hombre. Parte de la admiración (asombro) y se dirige a conocer el porqué de las cosas y su finalidad.


Pero estas actitudes también son generadoras de obligaciones por par­te de la Iglesia. De nuevo el Concilio Vaticano II pone el acento: “Procuren, de común acuerdo, todos los hijos de la Iglesia que los instrumentos de co­municación social se utilicen, sin la menor dilación y con el máximo em­peño, en las más variadas formas de apostolado, tal como lo exigen las re­alidades y las circunstancias de nuestro tiempo.” (Intermirifica, n. 13). Las instituciones eclesiales, y fieles en general, han de aprovechar este nuevo caudal tecnológico como lugar de encuentro y testimonio de fe. Ese empeño al que aludía el documento conciliar significa ir acompañado de un salto cualitativo en cuanto promo­tor de valores humanos (justicia, soli­daridad, etc.), teniendo siempre co­mo criterio de discernimiento la verdad. Juan Pablo II nos dice: “Lo más urgente hoy es llevar a los hom­bres a descubrir su capacidad de co­nocer la verdad y su anhelo de un sentido último y definitivo de su exis­tencia” (Fides et ratio, n. 102). ¿Quién, sino el mismo Jesucristo, camino, verdad y vida (“en donde se re­suelve el misterio del hombre" —Gau­dium et spes, n. 22), Alfa y Omega y Señor de la historia, nos puede ayu­dar a insertarnos en el verdadero pro­greso?


La aceptación de las tecnologías en el cristianismo se basa en esta concepción: no sólo el mundo ha sido creado bueno y en orden (la justicia original), sino además a través del Verbo (que es la Palabra en la que Dios no sólo ha dicho todas las co­sas, sino también la verdad definitiva sobre sí mismo). Por eso en todo diá­logo “mediático” el creyente anuncia a Cristo. Ello no implica el menospre­cio de las demás disciplinas sino, al contrario, la propuesta de un funda­mento que será alcanzado por la fe, pero que no contradice la legítima au­tonomía” de ninguna ciencia. En este sentido se impone recuperar la no­ción de “creación continuada”. Las cosas no sólo son porque en un mo­mento determinado Dios les dio el empuje del ser, sino que continúa manteniéndolas en la existencia. Ese influjo continuo de Dios en todo el or­den creado sostiene el principio de “no-contradicción” y da certeza al quehacer tecnológico.



UNA RED DESDE LA IGLESIA PA­RA LA EVANGELIZACIÓN


Un ejemplo palpable en la evolu­ción de los nuevos medios de comu­nicación es Internet. Esta se nos pre­senta, ya que no posee un propietario exclusivo de la Red, como un verda­dero instrumento destinado a todo ti­po de usuarios (públicos y privados), que van favoreciendo una transfor­mación del sistema global de las comunicaciones. Vamos siendo testigos de una convergencia de globalización humana que, lejos de una evolución meramente económica (paradigma del hombre teledirigido y manipula­do), más bien parece inspirarse en ese otro sentido de la evolución crea­tiva, en donde la interactividad del hombre se pone de manifiesto como continuación de lo social-dinámico.


Según el “Informe Mundial sobre la Comunicación” (Unesco, 1999), tres mil millones de mensajes se in­tercambian mensualmente en el mundo. 75 millones de personas tie­nen correo electrónico. Casi 30 millo­nes de páginas de información están disponibles actualmente... y para el año 2000 están previstos cerca de mil millones de internautas. En el sector de los medios de comunicación, In­ternet se impone como soporte de in­formación, capaz de trasmitir en tiem­po real la actualidad junto con la radio, la prensa y la televisión. Tam­bién en el campo de la formación y la educación, Internet aparece con sus infinitas posibilidades: miles de publi­caciones çientíficas, documentación accesible, universidades y escuelas que abren sus bibliotecas en la red... Internet parece estar llamada a trans­formar las condiciones de trabajo rompiendo el aislamiento científico y cultural. ¿Estamos siendo testigos de una mutación de las formas de pro­ducción, intercambio y aprendizaje?; el informe de la Unesco augura que sí, asegurando que Internet se inscri­birá en un ciberespacio ético si se consigue el fortalecimiento, por una parte, de las redes reservadas a la educación, a la formación y a la cul­tura, y por otra, de las libertades fun­damentales y de las normas deonto­lógicas.


Entre los grandes desafíos de la comunicación, aprovechando las nue­vas tecnologías, nos encontramos con la Red Informática de la Iglesia en América Latina (RIIAL), proyecto que, desde los inicios de la década de los 90 llevan en conjunto el Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales y el Consejo Episcopal Lati­noamericano (CELAM). Es un ejem­plo palpable de todo lo anteriormente dicho, aunque los medios empleados no pasen necesariamente a través de Internet. La Iglesia hace uso de un instrumento, la informática, que supo­ne su inserción en la era del mundo digital. Pero el empleo de estas tec­nologías supone la necesaria forma­ción y cultura que den sentido a la fi­nalidad que se busca: la evangelización. Sólo así es posible ofrecer unos servicios y obtener los mejores frutos adecuados con el pro­pio fin de la Iglesia.


El eje cultural en el que se en­cuentra enmarcada dicha Red propi­cia además un acercamiento a la pro­pia realidad latinoamericana que se extiende a países como España, Bra­sil, Portugal, o incluso parte de los Estados Unidos. Sin ignorar la diver­sidad de condicionamientos y carac­teres, es mayor el aspecto de unidad que nos ampara: un lenguaje y costumbres comunes. Hemos sido testigos de cómo estas nuevas tec­nologías aprovechan un medio de co­municación ágil y económico, llegan­do a los lugares más necesitados y alejados para la evangelización.


Han sido varias las etapas por las que ha pasado la RIIAL; desde la pro­pia génesis técnica en que apoyar to­da su instrumentación, hasta la ela­boración o selección de contenidos y su propio análisis. En la actualidad, y gracias, por ejemplo, al uso del correo electrónico, millones de usua­rios pueden beneficiarse de publica­ciones, boletines, noticias o intercam­bio de documentación. Sin embargo, es sólo el comienzo. La elaboración de los recientes prontuarios en las distintas áreas que conforman la RIIAL ha de ser un acicate para que las iglesias particulares sean cons­cientes del enorme esfuerzo que aún queda por realizar, así se ve cada vez más necesario el crear auténticos “portales” de comunicación en donde acceder a bases documentales de primera mano, sin olvidar toda la tra­dición de siglos atrás que suponen un tesoro insustituible para la evangeli­zación. Quizás nos pueda cegar en algún momento ir a lo último en infor­mación, pero ésta se puede quedar en mero “ruido” (cantidades ingentes de datos sin sentido o sobrecarga de información), olvidando que todo hombre y mujer necesitan la ponde­ración y el discurso reflexivo de lo que entra en su corazón. A este pro­pósito dice Juan Pablo II: “La cultura de sabiduría de la Iglesia puede sal­var a la cultura de información de los mass-media de convenirse en una acumulación de hechos sin sentido” (Mensaje 18/IV/99). La eficacia, en sí misma considerada, es nada sin el espíritu que la debe animar: transmi­sora de valores trascendentes para la humanidad que garanticen el auténti­co progreso... lo contrario “lleva al em­pobrecimiento de la reflexión humana, que se ve privada de los problemas de fondo que el animal rationale se ha planteado constantemente, desde el inicio de su existencia terrena” (Fides et ratio, 88).


Para concluir, creo necesaria, y a la luz de lo anteriormente expuesto, la necesidad de ir configurando una auténtica filosofía de la comunica­ción, dentro del gran capítulo de la in­formática y la RIIAL, que sirva de orientación para técnicos, responsa­bles de contenidos y usuarios, dando así entrada a otro tipo de expertos que cuiden de amparar y explicitar las líneas de fondo del Evangelio, que es fuente primera de contenidos, y men­saje para toda la humanidad: verdad, bondad, belleza y unidad (así la ver­dad unitaria e integradora nos aparta de la seducción tecnológica como fin en sí misma). Por otra parte, buscar las consecuencias últimas de los me­dios empleados es entrar también en diálogo con los no creyentes, ya que la necesidad de saber y hallar la ver­dad es vocación universal. Se trata de ir en la línea que Juan Pablo II al final de su última encíclica, señala de vital importancia: “La filosofía, ade­más, es como el espejo en el que se refleja la cultura de los pueblos. (...) El pensamiento filosófico es a menu­do el único ámbito de entendimiento y de diálogo con quienes no comparten nuestra fe. El movimiento filosófico contemporáneo exige el esfuerzo atento y competente de filósofos cre­yentes capaces de asumir las espe­ranzas, nuevas perspectivas y pro­blemáticas de este momento histórico” (Fides et ratio, 103-104). El Papa, sin embargo, apela a una filo­sofía universal que es propia de todo hombre.


Esta afirmación no debe confun­dirse con la pretendida ciencia única intentada por Ramon Lull en su Ars lógica, ni con la buscada por Descar­tes en sus Regulae ad direotionem in­genil. Lo que el Papa dice es que hay una filosofía primigenia en cada hom­bre y que no se le puede escamotear. Y así, denuncia que “la filosofía mo­derna, dejando de orientar su investi­gación sobre el ser, ha concentrado la propia búsqueda sobre el conoci­miento humano. En lugar de apoyar-se sobre la capacidad que tiene el hombre para conocer la verdad, ha preferido destacar sus límites y con­dicionamientos” (Fides et ratio, n.5). Se trataría, en esta línea, de dirigir una llamada de atención para pasar del fenómeno al fundamento. Por otra parte, en toda fundamentación se produce el encuentro entre el hombre que busca y Dios que sale al encuen­tro del hombre... se suspende la “ins­trumentalización” de la razón, porque su fin es la consecución de la verdad.


¿No es una Red Informática una forma de vivir la cultura actual, es de­cir, un amor al saber con los medios de hoy? La RIIAL es una demostra­ción palpable de que la Iglesia no ha de sentir complejo alguno ante las nuevas tecnologías que el mundo de hoy nos ofrece. Nos encontraríamos, en definitiva, ante unas técnicas que en verdad prestan un servicio al hom­bre, y que desde la Iglesia y para la Iglesia y el mundo, miran al futuro no con miedo, sino con el paso firme de una esperanza que se muestra sin vanas presunciones ni demagógicas imposiciones... porque el hombre es libre, por ello puede llegar a alcanzar la verdad.




Mons. Eugenio Romero Pose.

Obispo Auxiliar de Madrid.

Miembro de la Comisión Episcopal

de Medios de Comunicación Social






¿Quién se ha llevado mi queso?

Empresa activa – 2001 – 112 págs.


Érase una vez dos ratoncitos y dos liliputienses que vivían en un laberinto”. Estos cuatro personajes dependían del queso para alimentarse y ser felices. Como habían encontrado una habitación repleta de queso, vivieron durante un tiempo muy contentos. Pero un buen día el queso desapareció: los ratones y los liliputienses no actuaron de la misma forma... Esta es la trama de la bonita fábula, sencilla e ingeniosa, que puede aplicarse a todos los ámbitos de la vida. Con palabras y ejemplos comprensibles incluso para un niño, nos enseña que todo cambia, y que las fórmulas que sirvieron en su momento pueden quedar obsoletas. Ésta es la historia de Spencer Johnson, psicólogo y médico norteamericano del ámbito de la empresa y los recursos humanos de éstas, que ha supuesto un cambio en muchas personas de todo el mundo por el alcance de su best-seller —en España va por la 26ª edición—. El “queso” del relato puede representar cualquier cosa que queramos alcanzar, por lo que rápidamente nos metemos y nos identificamos con esta aparentemente inocente historieta que nos hará pasar un rato delicioso y reflexivo, por que es un libro muy bien construido, detrás de cada frase, situación, personaje siempre podemos sacar algo, todo es intencionado por parte del autor. A la narración de la fábula le acompaña la situación de esta historia en el contexto de una reunión de amigos que hablan sobre su vida laboral, y concluye el libro con un intercambio de opiniones sobre la historia.



El peregrino

José Luis Martín Descalzo

Sígueme – 72 págs. – Salamanca, 2001


Cuando los organizadores de la “IV Jornada Mundial de la Juventud” en Santiago de Compostela (1989) tuvieron que pensar en un guionista para una vigilia de los jóvenes con el Papa en el “Monte del Gozo”, la figura del periodista y avezado escritor José Luis Martín Descalzo surgió enseguida. El resultado de su trabajo —un trabajo que nunca se llegaría a poner en escena por precipitados acontecimientos— aparece ahora gratuitamente por cortesía de Ediciones Sígueme de Salamanca, como homenaje al cumplirse el décimo aniversario de su muerte. Esta obra dramática en tres actos traza las líneas maestras de una juventud que se debate entre la apatía y la esperanza. Con sencillas y profundas sentencias que llegan al corazón de cualquiera presenta la novedad de Cristo —“camino, verdad y vida”— para el joven de hoy. Desenmascara valientemente las lacras de nuestra sociedad, revistiéndolas de esperanza y compromiso. Los mismos jóvenes que parecen encontrarse al borde del sin sentido son los mismos que apuestan por un mundo mejor. Todo ello en una escena casa vacía, los juegos de luces son, en esta obra, el mejor decorado; apenas personajes, tan solo voces anónimas, gritos, sonrisas...


(Para obtener esta obra pueden dirigirse a: Ediciones “Sígueme”. García Tejado 23-27. E-37007 SALAMANCA) (MG).




El viaje de Teo

Catherine Clément

Siruela – 576 págs. – Madrid, 1999


La ensayista francesa Catherine Clément propone en esta obra, ingente y voluminosa, —mirando de reojo la propuesta de Jostein Gaarder con El mundo de Sofía sobre la historia de la filosofía— un panorama de las religiones actuales. Es, ante todo una novela, en la que Teo, un joven adolescente francés con una grave enfermedad, viaja con su tía Marthe por todo el mundo con la esperanza de curarse. El contacto directo con las religiones mediante practicantes de las mismas es lo que nos hace entrar en contacto con las mismas. Sin una estructura muy orgánica —lo que dificulta el empleo de este libro como material para posibles actividades—, con vagas referencias a la trama —que no nos llegará a cautivar o enganchar por sí misma—, asistimos a un recorrido por el conglomerado de religiones de Jerusalén, visitamos el Vaticano o las antiguas pirámides de Egipto, contemplamos los árboles en flor de Japón o nos desinhibimos en el Tibet... No cabe duda que hay una gran labor de investigación por parte de la autora y una opción de fondo por la religiosidad oriental en medio del eclecticismo dominante, pero, superando estos defectos, se le puede sacar partido.


(Para un posible empleo en clase de religión como visión de alguna religión o de la relación adolescentes-religiosidad, cf. los siguientes artículos de “Religión y escuela”:

  • Rafael Artecho, Un viaje al “centro de la vida”, Noviembre 1999, 40-41

  • José Joaquín Coma (cf. Misión Joven, nº 267, 1999, 53-60) y Herminio Otero, La adolescencia frente al mundo de las religiones, Enero 2000, 28-32) (MG).




La iglesia en España 1950-2000

Olegario González de Cardedal (ed.)

PPC – 434 págs. – Madrid 1999


Este libro de gran formato nos ofrece una visión poliédrica de los que han sido los últimos cincuenta años de historia eclesiástica en España —más concretamente hasta 1998—. Prestigiosos autores del panorama católico español hacen balance de este medio siglo. González-Anleo aporta un clarificante estudio sociológico; Rouco Varela una sencilla exposición de los avatares jurídico-legales; Romero Maura una personal visión de la Iglesia en el “teatro europeo”; Juan María Laboa se encarga de señalar equilibradamente los hitos históricos; Sebastián Aguilar se aproxima a los engranajes democráticos y la postura eclesial; y del futuro se encargan Sebastián Aguilar —el lenguaje y la religión—, Yanes —los retos a corto y largo plazo—... y González de Cardedal completa, amplía y compila los de los demás en dos apasionantes ensayos —uno sobre los problemas de fondo y otro en el que recoge lo anterior y nos ofrece una visón, ya no parcial, sino integrada de los cincuenta últimos años—. Las tónicas y los retos no son nada nuevos para quienes están familiarizados con el hacer eclesial: envejecimiento del clero, importancia de los seglares, la lucha por la justicia, los nuevos problemas —SIDA, droga, paro, marginación, crisis de la familia, crisis moral...—. Es una síntesis de unos años decisivos para la Iglesia y para España, unos años en los que encontramos nuestra identidad como católicos de hoy y donde bebemos para responder a los nuevos retos que se nos presentan en todos los múltiples campos, como nos ayuda a descubrir este libro, en los que la Iglesia tiene una palabra y un testimonio coherente y decidido que ofrecer, sin renunciar al pasado pero proyectada plenamente hacia el futuro (MG).



Galicia, Galicia

Manuel Rivas

Aguilar – 289 págs. – Madrid 2001



Manuel Rivas (A Coruña, 1957) es de sobra conocido para muchos de nosotros. Autor de "Un millón de vacas" (1990), "¿Qué me quieres amor?" (1996), "El lápiz del carpintero" (1998), entre otras. De él llegó a decir el gran maestro Gonzalo Torrente Ballester que sólo de una pluma como la suya, de su excelente riqueza conceptual y del extraordinario conocimiento de la naturaleza humana, podría surgir "El Quijote" gallego. Un gran elogio que a quienes amamos su prosa no nos parece exagerado.


"Galicia, Galicia" es un obra de miscelánea. Está compuesta d eocho capítulos, precedidos de una introducción de Xosé Mato, donde se nos explica el carácter de miscelánea de la obra. Los capítulos están compuestos de artículos escritos al filo de los acontecimientos que se han ido produciendo en Galicia durante la Presidencia de la Xunta de Galicia de Don Manuel Fraga. Los artículos son desiguales, pero en todos ellos, se vislumbra el talante crítico de Rivas, su fina penetración psicológica y esas excelentes metáforas que da una calidad envidiable a su literatura. El capítulo 8 es un panegírico ( "Oración fúnebre por la orquesta del viento") a los muertos de la guerra del 36: "Sean mil veces benditos los muertos, bendita la tierra y bendita la lluvia y benditos vosotros que los hacéis florecer" (p. 289).


Bienvenidas sean obras de este género (JLG).







FORUM.COM Papeles de formación y comunicación


  • Presentación

  • Presentación general “Forum.com” (nº 1, octubre 2000, p. 1).

  • La pobreza nos interpela (nº 2, noviembre 2000, p. 1).

  • Ánimo, venga, ¡Feliz Navidad! (nº 3, noviembre 2000, p. 1).

  • He llevado a hombros a Don Bosco (nº 4, enero 2001, p. 1).

  • Una comunidad por el Reino (nº 5, enero 2001, p. 1).

  • Reavivemos la gracia recibida (2 Tim 1, 6) (nº 6, febrero 2001, p. 1).

  • Tiempo para vivir la fe (nº 7, marzo 2001, p. 1).

  • Con sello de Pascua (nº 8, abril 2001, p. 1).

  • Misión (cuasi) imposible (nº 9, mayo 2001, p. 1).


  • Retiro

  • Mauricio Paniagua, En clave de crecimiento (nº 1, octubre 2000, p. 2-4).

  • Antonio Iglesias, La Iglesia y los pobres (nº 2, noviembre 2000, p. 2-5).

  • Juan J. Bartolomé, Experiencia de Dios y misión salesiana (nº 4, enero 2001, p. 3-6).

  • José Luis Guzón, Vida de comunidad. La comunidad salesiana (nº 5, enero 2001, p. 2-10).

  • Revista “Vida religiosa”, Comunidades vocacionales, espejos del amor de Dios (nº 6, febrero 2001, p. 2-12).

  • Juan E. Vecchi, María, Madre de la comunidad (nº 8, abril 2001, p. 3-6).

  • José Rodríguez Pacheco, Don Bosco, Padre Fundador carismático de la Familia Salesiana (nº 9, mayo 2001, p. 2-7).


  • Comentario a las Cartas del Rector Mayor

  • Juan J. Bartolomé, Es el tiempo favorable (2 Cor 6, 2) (nº 3, noviembre 2000, p. 2-12).

  • Juan J. Bartolomé Aquí estoy para hacer tu voluntad. Nuestra obediencia, signo y profecía (nº 9, mayo 2001, p. 20-33).


  • La nueva Ratio

  • Juan J. Bartolomé, Presentación de la nueva Ratio (nº 8, abril 2001, p. 7-21).


  • Formación

  • J. Álvarez Gómez, El rostro de la vida consagrada para el tercer milenio (nº 1, octubre 2000, p. 5-10).

  • La espiritualidad cristiana y la pobreza (nº 2, noviembre 2000, p. 6-18).

  • Elkin Arango, Utopía de una formación en la nueva evangelización ¿una nueva comunidad? (nº 3, noviembre 2000, p. 13-15).

  • Juan J. Bartolomé, La animación comunitaria, prioridad en el ministerio del director (nº 4, enero 2001, p. 7-14).

  • A. Cencini, La fraternidad, criterio vocacional (nº 5, enero 2001, p. 11-15).

  • A. Cencini, Los sueños en la vida religiosa: “mira al cielo, cuenta las estrellas...”(nº 6, febrero 2001, p. 13-26).

  • Jesús Sáez Cruz, Xavier Quinzá Lleó, La intimidad: espacio de acogida y apertura. Encuentro de formadores CONFER (nº 6, febrero 2001, p. 27-29).

  • E. Verdú, La familia y el síndrome de Estocolmo (nº 7, marzo 2001, p. 1-5).

  • María Asunción Valls, Una mirada sobre la vida religiosa (nº 9, mayo 2001, p. 8-14).



  • Comunicación social

  • Conferencia Episcopal de EE. UU., Tu familia y el ciberespacio (nº 1, octubre 2000 p. 11-16).

  • María Fraguas de Pablo, Juventud y consumo: la permanente seducción (nº 2, noviembre 2000, p. 19-36).

  • Revista “Cooperador Paulino”, Los papas y los medios de comunicación social (nº 3, noviembre 2000, p. 16-18).

  • Juan Manieri y José Barbero, San Juan Bosco y el venerable Santiago Alberione (nº 4, enero 2001, p. 15-17).

  • Daniel Martín Mayorga, ¿Qué es Internet? (nº 5, enero 2001, p. 16-24).

  • Revista “Cooperador paulino”, La Iglesia ante las nuevas autopistas de la información (nº 6, febrero 2001, p. 30-34).

  • Juan Pablo II, Proclamar desde las azoteas. Mensaje para la XXXV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (nº 7, marzo 2001, p. 6-8 ).

  • Pedro Moreno, Una presencia amiga ¿quién la encontrará? (nº 7, marzo 2001, p. 9-10).

  • José Luis Restán, Comunicación e información del hecho religioso en la sociedad actual (nº 7, marzo 2001, p. 11-17).

  • Miguel Porta Perales, Cómo influye Internet en la conducta humana (nº 7, marzo 2001, p. 18-20).

  • Jesús Colina, Los servicios de las agencias de noticias católicas por Internet (nº 7, marzo 2001, p. 21-27).

  • María Concepción Martínez Cruz, Los MCS, autopista de la conciencia planetaria (nº 9, mayo 2001, p. 15-19).

  • Revista “MCS”, El futuro de la televisión en España (nº 8, abril 2001, p. 22-29).


  • Revista de prensa

  • Norberto Alcover, El riesgo como gloria (nº 3, noviembre 2000, p. 19-20).

  • Margarita Rivière, La vida como negocio (nº 5, enero 2001, p. 25-26).


  • El anaquel

  • Domingo García Sabell, Paseo alrededor de la muerte (nº 7, marzo 2001, p. 28).

  • Julián Marías, Sobre el cristianismo (nº 7, marzo 2001, p. 28).

  • Jualián Marías, La perspectiva cristiana (nº 7, marzo 2001, p. 28-29).

  • Pedro Laín Entralgo, El problema de ser cristiano (nº 7, marzo 2001, p. 29).

  • Fernando garcía de Cortázar, Breve historia del siglo XX (nº 7, marzo 2001, p. 29).

  • Secretario Interdiocesano de la escuela cristiana de Euskadi, Pensamiento único y globalización: reto a la escuela católica (nº 7, marzo 2001, p. 29-30).

  • María Harnecker, La izquierda en el umbral del siglo XXI (nº 7, marzo 2001, p. 30).

  • Susan George, Informe Lugano (nº 7, marzo 2001, p. 30).

  • Giovanni Sartori, La sociedad multiétnica (nº 7, marzo 2001, p. 31).

  • Antonio López Baeza, Un Dios locamente enamorado de ti (nº 8, abril 2001, p. 30).

  • José I. Tellecheas Idígoras, Estuvo entre nosotros (nº 8, abril 2001, p. 30).

  • Isidro Lozano y José Rodríguez Pacheco ...Y prepararon la Pascua (nº 8, abril 2001, p. 30).

  • Paulino Castells y Gema salgado, Salir de noche y dormir de día (nº 9, mayo 2001, p. 34).

  • Nicholas Rescher, Razones y valores en la era científico-tecnológica (nº 9, mayo 2001, p. 34).

  • Félix Duque, Filosofía para el fin de los tiempos (nº 9, mayo 2001, p. 35).

  • Adela Cortina (ed.), La educación y los valores (nº 9, mayo 2001, p. 35).

  • Eduardo T. Gil de Muro, Aquel hombre llamado Jesús (nº 9, mayo 2001, p. 35-36).

  • Jesús Álvarez Gómez, Carisma e historia: claves para interpretar la historia de una congregación religiosa (nº 9, mayo 2001, p. 36).


ÍNDICE DE MATERIAS


FAMILIA

  • E. Verdú, La familia y el síndrome de Estocolmo (nº 7, marzo 2001, p. 1-5).

  • Conferencia Episcopal de EE. UU., Tu familia y el ciberespacio (nº 1, octubre 2000 p. 11-16).


IGLESIA

  • Antonio Iglesias, La Iglesia y los pobres (nº 2, noviembre 2000, p. 2-5).


IGLESIA MCS

  • Revista “Cooperador Paulino”, Los papas y los medios de comunicación social (nº 3, noviembre 2000, p. 16-18).

  • Juan Manieri y José Barbero, San Juan Bosco y el venerable Santiago Alberione (nº 4, enero 2001, p. 15-17).

  • Daniel Martín Mayorga, ¿Qué es Internet? (nº 5, enero 2001, p. 16-24).

  • Revista “Cooperador paulino”, La Iglesia ante las nuevas autopistas de la información (nº 6, febrero 2001, p. 30-34).

  • Juan Pablo II, Proclamar desde las azoteas. Mensaje para la XXXV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales (nº 7, marzo 2001, p. 6-8 ).

  • Pedro Moreno, Una presencia amiga ¿quién la encontrará? (nº 7, marzo 2001, p. 9-10).

  • José Luis Restán, Comunicación e información del hecho religioso en la sociedad actual (nº 7, marzo 2001, p. 11-17).

  • Miguel Porta Perales, Cómo influye Internet en la conducta humana (nº 7, marzo 2001, p. 18-20).

  • Jesús Colina, Los servicios de las agencias de noticias católicas por Internet (nº 7, marzo 2001, p. 21-27).

  • María Concepción Martínez Cruz, Los MCS, autopista de la conciencia planetaria (nº 9, mayo 2001, p. 15-19).

  • Revista “MCS”, El futuro de la televisión en España (nº 8, abril 2001, p. 22-29).


INTERNET

  • Conferencia Episcopal de EE. UU., Tu familia y el ciberespacio (nº 1, octubre 2000 p. 11-16).

  • Daniel Martín Mayorga, ¿Qué es Internet? (nº 5, enero 2001, p. 16-24).

  • Revista “Cooperador paulino”, La Iglesia ante las nuevas autopistas de la información (nº 6, febrero 2001, p. 30-34).

  • Jesús Colina, Los servicios de las agencias de noticias católicas por Internet (nº 7, marzo 2001, p. 21-27).


JÓVENES

VIDA RELIGIOSA

  • J. Álvarez Gómez, El rostro de la vida consagrada para el tercer milenio (nº 1, octubre 2000, p. 5-10).

  • Elkin Arango, Utopía de una formación en la nueva evangelización ¿una nueva comunidad? (nº 3, noviembre 2000, p. 13-15).

  • Juan J. Bartolomé, La animación comunitaria, prioridad en el ministerio del director (nº 4, enero 2001, p. 7-14).

  • A. Cencini, La fraternidad, criterio vocacional (nº 5, enero 2001, p. 11-15).

  • A. Cencini, Los sueños en la vida religiosa: “mira al cielo, cuenta las estrellas...”(nº 6, febrero 2001, p. 13-26).

  • Jesús Sáez Cruz, Xavier Quinzá Lleó, La intimidad: espacio de acogida y apertura. Encuentro de formadores CONFER (nº 6, febrero 2001, p. 27-29).

  • María Asunción Valls, Una mirada sobre la vida religiosa (nº 9, mayo 2001, p. 8-14).


MCS

  • María Fraguas de Pablo, Juventud y consumo: la permanente seducción (nº 2, noviembre 2000, p. 19-36).

  • Ver Iglesia MCS


VIDA RELIGIOSA CONSEJOS EVANGÉLICOS

  • Juan J. Bartolomé Aquí estoy para hacer tu voluntad. Nuestra obediencia, signo y profecía (nº 9, mayo 2001, p. 20-33).


VIDA RELIGIOSA COMUNIDAD

  • José Luis Guzón, Vida de comunidad. La comunidad salesiana (nº 5, enero 2001, p. 2-10).

  • Revista “Vida religiosa”, Comunidades vocacionales, espejos del amor de Dios (nº 6, febrero 2001, p. 2-12).


VOCACIONES

  • A. Cencini, La fraternidad, criterio vocacional (nº 5, enero 2001, p. 11-15).

  • Revista “Vida religiosa”, Comunidades vocacionales, espejos del amor de Dios (nº 6, febrero 2001, p. 2-12).

  • Juan J. Bartolomé, Es el tiempo favorable (2 Cor 6, 2) (nº 3, noviembre 2000, p. 2-12).

  • Mauricio Paniagua, En clave de crecimiento (nº 1, octubre 2000, p. 2-4).



1 F. Aizpurúa – J. Mª. Fernández, Retos actuales de la vida religiosa. Publicaciones CONFER Regional, Zamora 2001. Pags 27-36.

2 Compañía de Jesús, Congregación General 34, D.4, n. 16.

3 Aconsejo leer el libro de José Antonio García, En el mundo desde Dios.

4 Roma, fines de 1545, Epp. 1, 339-342.

5 GERALD MOANLEY HOPKINS, Antología bilingüe, “Que yo sea para Ti como cir­cunvolante pájaro” p. 119, Sevilla, 1978.

6 Carta del P. Arrupe: Nuestra responsabilidad ante la increencia, 25-9-1979, n. 3).

7 Ignacio de Loyola, Carta a Teresa Rajadell, Venecia, 11-9-1536, BAC, n. 6).

8 En MCS, nº 196-197 abril-septiembre 1999. Pags. 38-43.

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