Memorias Biográficas de San Juan Bosco vol 19
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CAPITULO I 

ELEGIAS 

LA glorificación póstuma de don Bosco empezó in die óbitus (en el día de la muerte) o mejor, como hoy podemos decir, in die natali (en e 
día del nacimiento); porque los Santos, al nacer a la vida gloriosa del cielo, suben también a los fulgores de una gloria terrena, que no cono 
límites de espacio ni de tiempo. Los últimos capítulos del volumen anterior han demostrado cómo la muerte abrió inmediatamente a don 
Bosco el camino de los triunfos; el presente volumen tiene la finalidad de medir en toda su grandeza esta ascensión luminosa, plasmando e 
la pantalla de la historia los momentos de mayor esplendor. 

Empezaremos por los funerales que siguieron a su enterramiento. Jamás se habían pronunciado tan unánimes elogios, sobre la tumba de 
simple sacerdote, en tantas partes del mundo, como sobre la tumba de don Bosco. De Piamonte a Calabria; de Cerdeña a Sicilia, hasta la 
islita Pantelaria medio perdida en las aguas del Mediterráneo; en las ciudades de Trento, de Gorizia, de Trieste y en la península de Istria; 
Jerusalén y en Quebec; en las repúblicas sudamericanas: »adónde no llegó el eco doloroso de su pérdida? Desde mil puntos de la tierra se 
elevó un coro inmenso de alabanzas a sus virtudes, a su caridad, a su celo. Dos notas vibran insistentemente en las oraciones fúnebres: la 
sensación de tener a don Bosco ((10)) más cerca que nunca por el crecimiento de su poder intercesor ante Dios, y la previsión segura de qu 
un día sería elevado por la Iglesia al honor de los altares. De donde nacía la idea dominante de que, si se hacían plegarias expiatorias, era 
solamente porque así lo imponía la ley eclesiástica y así lo había querido el mismo difunto, pero que él no las necesitaba. Hubo un orador 
que supo expresarse genialmente, al decir que no podía haber estado alejado de Dios ni un instante en la otra vida, aquel que había tenido 
con Dios una unión tan íntima de amor durante la vida presente 1. 

1 El reverendo Perotti, párroco de Moncrivello (Bol. Sal., agosto 1888). 
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Queremos añadir, además, que en aquella ocasión se vio que era y cuánto valía la Asociación de los Cooperadores. Hecha excepción de 
lugares donde había casas salesianas, que sirvieron de reclamo a los Cooperadores de los alrededores, fueron ellos por doquier los 
promotores y los organizadores de los funerales que se celebraron con toda solemnidad, con asistencia de enormes multitudes, y 
ordinariamente acompañados de un sinfín de alabanzas al difunto; y resaltaba en ellos, por parte de los socios, un fogoso espíritu 
corporativo, que evidenciaba a las claras la vitalidad de la piadosa institución, tan querida y cuidada por don Bosco. Ante espectáculo 
semejante, no es posible dejar de admirar la corriente de devota simpatía que ha llegado a crearse entre el caritativo apóstol de la juventud 
el ejército de sus bienhechores. 

En nuestra rápida y necesariamente limitada reseña nos detendremos solamente en aquellos lugares de los que nos ha llegado algo más 
señalado respecto a la figura del hombre y del santo. Además, tendrá preferencia sobre los que no podían contribuir personalmente a aport 
ningún conocimiento sobre el Santo quien lo vio, quien le habló y quien le trató. Para proceder con cierto orden seguiremos una línea 
geográfica que va zigzagueando desde Turín hasta Valparaíso. 

En las tres grandes iglesias de don Bosco 

((11)) Hay tres iglesias, entre las levantadas por don Bosco, que son monumentales: las de María Auxiliadora y S. Juan Evangelista en 
Turín, y la del Sagrado Corazón de Jesús en Roma. Los funerales que se celebraron en las mismas revistieron un carácter singular, que 
prestó a los oradores ocasión para mirar más de cerca la persona y la obra del difunto. 

La iglesia de San Juan fue señalada para el funeral del séptimo día. 
De no habérselo impedido una indisposición física, debería haber predicado monseñor Cagliero. Le sustituyó don Juan Bonetti, el cual, sin 
tejer propiamente un elogio fúnebre, entretuvo al auditorio como solía hacerse en las conferencias salesianas, puesto que se pretendía que 
discurso sustituyese a la conferencia que anualmente se daba a los Cooperadores con ocasión de la fiesta de San Francisco de Sales. No pu 
ser más oportuno de lo que lo fue con el tema elegido, para el que ciertamente estaba bien preparado. Aplicó, en efecto, a don Bosco la 
afirmación que San Pablo hacía de sí mismo, escribiendo a los 
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cristianos de Corinto 1: Omnibus omnia factus, ut omnes facerem salvos (Hecho todo para todos, para ayudarles a salvarse). 

La importancia de la aplicación reside en que, en esas pocas palabras vemos definido a don Bosco: como hombre hecho todo para todos, 
para salvarlos. Las existencias grandes y eficaces son siempre unas; a la unidad se reduce su actividad aunque ésta sea multiforme. Sólo co 
esta condición se desarrolla útilmente la energía de un hombre, si no se desparrama en muchas cosas. Don Bosco quiso ser salvador de 
almas. Y fue coherente con tan apostólico programa, sin aspirar a nada más y sin preocuparse de ninguna otra cosa, en ninguna de las 
empresas en las que puso sus manos. Hacia esa única finalidad se dirigieron sus pensamientos, sus palabras, sus acciones. En ella, en fin, 
hay que buscar la síntesis de toda su extraordinaria y variadísima fuerza de trabajo. 

((12)) En la iglesia de María Auxiliadora hubo dos funerales de trigésima como tributo de veneración y agradecimiento: el primero de lo 
Cooperadores y Cooperadoras, y el segundo de los ex alumnos del Oratorio. 

Desde los primeros días que siguieron a la muerte y al entierro de don Bosco se les ocurrió a los Superiores quién podía hablar de él mej 
que nadie en la primera celebración solemne que se hiciere. El día cuatro de febrero acudieron al palacio arzobispal don Miguel Rúa, 
monseñor Cagliero, don Celestino Duando y don Juan Bonetti y se presentaron al cardenal Alimonda, recién llegado a casa de un balneari 
para pedirle su consejo sobre la cuestión de la sucesión; después le rogó Monseñor, en nombre del Capítulo Superior, que se dignara 
pronunciar la oración fúnebre en los funerales de trigésima. De momento trató el Cardenal de eximirse, diciendo que representaba para él 
gran sufrimiento y que, por la excesiva emoción, no podría hablar largo rato. Respondiéronle con garbo que, si la oración fúnebre fuere 
impresa y publicada aquel mismo día, a fin de que fuera leída en vez de oída, o bien si otro la leyere públicamente, la Congregación se 
consideraría feliz conservando un tan precioso documento, hijo de quien tanto aprecio y amor profesaba a su fundador. El Cardenal prome 
bondadosamente que escribiría el discurso. Pero, lo que le había parecido imposible con la angustia del reciente luto, se convirtió muy 
pronto en posible, gracias al benéfico efecto del tiempo. Uniéronse su ingenio y todo su nobilísimo y gran corazón 2. Empezó el discurso 
repentinamente así: 

1 I Cor., IX, 22. 

2 El P. Agustín de Montefeltro, que predicaba la cuaresma en la catedral, dijo el día veintinueve 
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Ya sé, que no puedo volver a ver al amigo; que no puedo volver a ver a vuestro bienhechor, niños pobres; a vuestro padre, sacerdotes. Su 
delicadas facciones desaparecieron de mis ojos; el sudario de la muerte lo envolvió. Quizás tenga Dios amorosas atenciones con su cuerpo 
((13)) la tierra será amable con él, y actuará a manera de almohada para su cansada cabeza. Sí, esperadlo, hijos suyos: sus benditos restos 
serán como una flor incorruptible. 

Pero, sea ello como fuere, el sepulcro nos ha arrebatado al amigo, al bienhechor, al padre. Ya no veo ante mí, como acostumbraba verlo 
menudo en estos queridos lugares, al Sacerdote Juan Bosco. 

Mas Dios no nos dio el corazón tan sólo para llorar; nos dio corazón, mente, fantasía para suplantar el llanto con el suave consuelo; nos 
dio un poder maravilloso de reparación, el de reconstruir en nuestras ideas, en nuestra imaginación y en nuestro afecto la imagen de las 
personas que ya no existen, el poder de rehacerlas, de recobrar su color como si estuvieran vivas, colocándolas de nuevo ante nuestros ojo 

Yo quiero, pues, ver al amigo, al bienhechor, al padre, ver y saludar a Juan Bosco. Sin esta visión me encontraría demasiado triste y solo 
en el mundo. 

Os confieso que tendré que verlo con más reverencia. La muerte, no lo sé, al arrebatárnoslo, al ocultárnoslo, casi lo ciñó de una aureola. 
veré, por tanto, con más respeto que antes, pero siempre con el mismo tierno afecto, siempre con el mismo corazón enamorado. 

Y oídlo, amados míos. Quiero ver a don Bosco entre vosotros, pero no encerrado aquí. Siento la necesidad de verlo mirando desde este 
lugar hacia fuera, mirando lejos, mirando en fin allí donde os encontró a vosotros; yendo allí en persona a actuar y hablar, allí donde os 
tendió la mano y os habló a vosotros, allí donde recogió tan gran numero de hijos. 

El orador, por decirlo con la misma frase que Pío XI empleó después de un discurso del cardenal Pacelli sobre San Vicente de Paúl, 
demostró que don Bosco fue un divinizador de su siglo, puesto que elevó a Dios sus tendencias, sus necesidades, sus empresas. 

El siglo XIX era el siglo de la pedagogía; pero de una pedagogía que se inspiraba solamente en el afecto natural, limitado y débil, o se 
regulaba únicamente por la ciencia, llena de prejuicios. Don Bosco introdujo el elemento religioso, como guía del afecto natural y la carid 
en la ciencia. Con ella ejerció tal predominio en la juventud, que enamoraba los corazones, transformaba los espíritus con el arrebato por l 
virtud e iluminaba los entendimientos con la adquisición del saber. La religión vigorizaba la naturaleza y la caridad perfeccionaba la cienc 
Así divinizó don Bosco la pedagogía del siglo. 

de febrero desde el púlpito: «Mañana se celebrará en la iglesia de María Auxiliadora el funeral de trigésima por vuestro querido don Bosco 
y el eminentísimo Cardenal Arzobispo pronunciará la oración fúnebre de este Hombre, apóstol de la caridad. Es inútil, por tanto, que yo 
predique y pienso que también a vosotros os gustará que yo me una para escuchar lo que aquel Hombre apostólico hizo inspirarme en su 
ejemplo». 
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El siglo XIX era el siglo del trabajo y de los obreros. ((14)) Pero los obreros, gobernados por los principios de una ciencia que aborrece 
religión, se dirigían torcidamente y preparaban la revolución social. 
En cambio los aprendices de don Bosco, ennobleciendo el trabajo con la bondad de la vida cristiana, crecían virtuosos y amigos del orden. 
Así divinizó don Bosco la profesión de los obreros. 

El siglo XIX fue el siglo de las asociaciones: las asociaciones llenaban el mundo, acelerando el ritmo del movimiento social. Pero era un 
movimiento ciego, febril, perturbador y amenazador. Don Bosco lanzó al mundo sus tres asociaciones de Salesianos, Hijas de María 
Auxiliadora y Cooperadores, las cuales, fundamentadas sobre bases de principios eternos, irradian benéficos influjos en la parte más 
trabajadora del consorcio civil. Así divinizó don Bosco la obra de las asociaciones. 

El siglo XIX fue el siglo de las empresas coloniales. Hay una enorme diferencia entre los hombres enviados por el siglo a las gentes 
incultas y bárbaras, y los Misioneros Salesianos. Los seglares portadores de la civilización van a lugares seguros, cambian mercaderías con 
las tribus salvajes, proporcionan comodidades materiales a los indígenas, pero no quitan los vicios de la raza y sólo se preocupan de 
aprovechar las riquezas; los Misioneros afrontan los peligros, llevan la cruz como signo de civilización, lo soportan todo para salvar las 
almas. Así divinizó don Bosco la obra de la cultura entre las gentes salvajes. 

La virtud animadora de don Bosco era la caridad, que se somete a todo, cree en todas las posibilidades del bien, todo lo espera del cielo, 
todo lo soporta. 

Esta es la osamenta del poder de la oración 1. Se os presentan dos pasajes con el valor de autorizado testimonio personal. El primero se 
refiere a una de las dotes más características de don Bosco, su calma inalterable. «Yo mismo admiré bastantes veces, dice el Cardenal 2, a 
don Bosco considerando su carácter moral, siempre tranquilo, siempre el mismo, ((15)) siempre imperturbable, lo mismo en las alegrías qu 
en las penas. Pero me admiré al advertir el grado de perfección que había alcanzado (ícosa difícil!), mas no porque yo ignorara el principio 
en donde había adquirido la perfección. Era imperturbable en medio del mundo porque se había puesto totalmente en los brazos de Dios». 
otro pasaje se refiere a un segundo aspecto notabilísimo 

1 Juan Bosco y su siglo. Turín, Tip. Sal., 1888. Se publicó la traducción española en Buenos Aires, como veremos más adelante. 

2 Ibi., pág. 81. 
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en la vida de don Bosco, a su postura ante el Papa. Su Eminencia proclamaba 1: «Siempre colocó al Papa por encima de sus pensamientos 
lo amó como a la pupila de sus ojos: y él constituía la delicia y el tesoro de Pío IX, que lo bendijo tantas veces en el Vaticano, constituía la 
delicia y la veneración de León XIII, que repetía sobre su cabeza la bendición apostólica. En todo lo que hizo, en todo lo que escribió don 
Bosco quiso comportarse siempre de la forma que más en armonía estuviere con el amor al Vicario de Jesucristo (...). Cuando terminaba e 
año y era víctima de la fatal enfermedad, tenía don Bosco en torno a sí el tembloroso grupo de sus hijos y tenía también el sentimiento de 
admiradores y amigos; sentí un vehemente afecto, la obligación de visitarle. Tenía que partir para Roma, pero no podía marcharme sin ver 
sin recoger el saludo y la voz de sus deseos. Dos veces estuve junto a su lecho; la última, el veintiséis de diciembre, ya jadeante y extenuad 
con voz débil pero con toda su alma, me estrechó la mano, y me encargó repitiera a León XIII: Que siempre había querido y obedecido co 
un hijo al Sumo Pontífice; que su Congregación estaba toda ella a las órdenes de la Santa Sede. Con aquellas palabras el venerable Varón 
me abría su testamento. »Pero qué digo abrir? Toda su vida privada y pública es conocida por el universo como testamento papal». 

Pasaron pocos días y veíanse en la iglesia recogidos en torno al túmulo del padre a sus hijos primogénitos. »Y quién mejor que uno de su 
hermanos para decirles las palabras a propósito? Las pronunció el canónigo Ballesio, arcipreste de Moncalieri. Pocas veces ((16)) se 
pronunció un discurso más en consonancia con la condición del auditorio. Desde el amplio panorama anterior, se detuvo su mirada en el 
recinto del Oratorio. íParecía una mágica evocación cinematográfica de nuestros días! Es una de las páginas más originales y agradables q 
se hayan escrito sobre don Bosco. Lo reprodujo el orador en su vida íntima, en medio de sus muchachos, en el confesonario, en la iglesia, 
la clase, en el refectorio, en los talleres, en el recreo, en los paseos 2. Al llegar a cierto punto repitió cuatro veces la pregunta: «»Quién fue 
don Bosco para nosotros?». Y respondió demostrando cómo don Bosco fue para los suyos el hombre de Dios y de la religión; el maestro y 
guía de la juventud para amarla y conducirla al bien; el hombre del desinterés; el hombre del ingenio y del genio. A la primera 

1 Ibi., pág. 48. 

2 Vida íntima de don Juan Bosco en su primer Oratorio de Turín, Turín, Tip. Sal., 1888. Traducción francesa, Lille, Imp. Sal., 1889. 
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respuesta corresponde este párrafo 1: «íAy, cuántas víctimas arrancó al vicio y cuántas ganó para el honor y la virtud con aquella su religio 
amabilidad! Ciertamente para muchísimos de nosotros fue el Angel de la vocación eclesiástica. Del Oratorio de don Bosco salieron a cient 
los operarios del campo místico evangélico, en tiempos de reacciones violentamente irreligiosas, de desaliento en los buenos y de triunfal 
audacia en los malvados. Don Bosco tenía, por así decir, el amor instintivo de los santos a la Iglesia y al Papa. Sus alegrías eran las suyas 
suyos, sus dolores. Y educaba a sus hijos en estos nobles sentimientos, obteniendo que practicasen la religión francamente y con la cabeza 
alta». 

En la iglesia del Sagrado Corazón de Roma pronunció la oración fúnebre el obispo de Fossano, monseñor Manacorda, que había tenido 
casi adoración por don Bosco vivo. Su tema fue que don Bosco se preparó a sí mismo, con ayuda de la gracia, para cumplir los designios d 
la Providencia y, con el poder de la caridad, se manifestó un gran bienhechor del pueblo cristiano 2. He aquí una página digna de 
recordación 3. «Al igual que penetraba su mente ((17)) y atraía su corazón con la fuerza de la caridad, convirtiéndose en atracción 
irresistible, también su mirada ejercía los poderes de la mente y del corazón. Con su mirada desmesurada, tranquila, que prestaba serenida 
se apoderaba del pensamiento ajeno y, cuando lo quería, era correspondido con la misma fuerza; no hacía falta nada más para entenderse. 
menudo una sola palabra, una sonrisa, acompañada de una mirada fija, valía por una pregunta, una respuesta, una invitación, un discurso 
entero. Diríase que, para don Bosco, la palabra era sólo algo más: a tal extremo le había convencido el espíritu de ello, que parecía no sent 
la necesidad de ayuda de la misma para comunicarse. Sus sentidos y todos sus miembros procedían del modo más perfecto subordinados a 
razón; efectivamente su cuerpo era siervo de su alma, y su vida escondida en Dios se desarrollaba en el pensamiento y en el amor. 
Don Bosco era pensamiento y amor. La sorpresa, la precipitación, el movimiento violento no tienen huellas en la vida de nuestro don Bosc 
en él todo era calma inalterable; un comportamiento siempre uniforme; sus mismas diligencias se desenvolvían dentro de una tranquilidad 
perfecta. Sabía colocar en el pecho del Señor sus ansiedades y 

1 Ibi pág. 20. 

2 Roma, Tip. Befani, 1888. 

3 Pág. 20. 
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estaba plenamente convencido de que Dios no permite que el justo vacile eternamente» 1. 

Este discurso tuvo una suerte impensada. Se imprimió y fue a parar a manos de León XIII. Y sucedió que un día participaba el Obispo e 
una audiencia pública y se colocó a un lado como para no ser visto, pero el Papa lo reconoció, pidió que se acercara y le dijo que había leí 
su discurso, que le había gustado y que también él pensaba lo mismo. Monseñor entendió que el Santo Padre aludía a la opinión, por él 
manifestada en el mismo, de que don Bosco caminaba hacia la glorificación de los Santos. 

((18)) En otras iglesias de Italia 

En muchas ciudades y pueblos de Italia se celebraron solemnes funerales por el alma de don Bosco en el día trigésimo después de su 
defunción. El Boletín presentó dos extensos informes de ellas por orden alfabético, desde mayo de 1888 hasta enero de 1889, pero la lista 
muy incompleta. Recogemos algunas de las voces más notables que en ellos se encuentran. 

Fue un ex alumno de los tiempos heroicos; el teólogo Piano, cura párroco de la Gran Madre de Dios en Turín, quien habló en San Benig 
Canavese, en la monumental iglesia allí levantada por el Cardenal Delle Lanze 2. Había sido alumno del Oratorio desde 1854. «Eramos 
entonces, dijo, casi un centenar de muchachos, a los que don Bosco proporcionaba la comida y a muchos hasta la ropa». Al terminar los 
cursos de latín, pasó al seminario de Chieri, dieciocho años después de haber estado allí don Bosco, pero cuyo recuerdo, asegura él, «estab 
todavía vivo». En una de sus asiduas visitas al Siervo de Dios había coincidido con una reunión, que le sugería el tema del sermón. Había 
entrado en la habitación del Santo, precisamente cuando se despedía de dos señoras francesas a las que había recibido y en cuyas manos 
depositaba una estampita de María Auxiliadora. Con la familiaridad que la presencia de don Bosco inspiraba a sus hijos, pidióle el teólogo 
otra estampita para él; más todavía, tomó él mismo una de su escritorio y se la puso delante, rogándole que escribiera en ella unas palabras 
Y don Bosco escribió: Esto mitis et 

1 El valioso latinista Padre Angelini, jesuita, escribió cuatro elegantísimas inscripciones en latín, en aquella ocasión. (Apend., Doc., 1). 

2 Su discurso se conserva inédito en nuestros Archivos. 
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patiens et Dominus Jesus dabit tibi velle et posse. Cor tuum sit constanter super parvulos et egenos 1. Y fue su tema la dulce y paciente 
humildad de don Bosco y su amor a la juventud pobre. 

Al hablar de la humildad, refirió que, no hacía mucho tiempo, hablando con un docto y santo Obispo del Piamonte, ((19)) le había oído 
exclamar: -Hay que nocer que don Bosco debió ser muy humilde, puesto que obtuvo que ísus obras fueran bendecidas! 

El teólogo Piano hacía derivar de aquella humildad, su confiada imperturbabilidad y su calma perfecta, en las más difíciles circunstancia 
Y narraba con tal motivo: 

«Era el año 1855: don Bosco, con la ayuda de aquel generoso bienhechor que fue el caballero Cotta, estaba construyendo la segunda par 
del edificio, que debía unir la primera casa con la iglesita de San Francisco. Un día, hacia las tres de la tarde, se oyó un gran ruido. 
»Qué sucedía? Las bóvedas del edificio se desplomaban. El espanto de los muchachos fue enorme; pero era mayor la aflicción que 
experimentábamos por el dolor que, sin duda, traspasaría el corazón de nuestro Padre. Mas, nos engañábamos. Apenas llegó a casa don 
Bosco, corrimos a su alrededor a darle la triste noticia. »Pensaréis que el rostro de don Bosco se alteró enormemente? Nada de eso. Levan 
los ojos al cielo y exclamó: -Deo gratias. Gracias, Dios mío, puesto que sólo ha sido un mal material. 

»Y después, volviéndose a nosotros, añadió: -Si vosotros sois buenos, Dios nos concederá poder levantarlo de nuevo. 

»Y así fue». 

Al hablar del amor de don Bosco a la juventud, hizo esta digresión. «Séame lícito, al llegar aquí, manifestar un deseo. Cuando contempl 
el retrato de don Bosco, siento en el corazón la pena de no verle rodeado de sus muchachos. -»Cómo es posible?, pienso para mis adentros 
»No se dice que don Bosco es el padre de millares de jovencitos? »No consumió su vida por ellos? »No fueron ellos los predilectos de su 
corazón: »No fue ésta la misión que recibió del Señor y que tan fielmente cumplió? Entonces »por qué está el padre sin los hijos: »Le viste 
alguna vez por las escaleras, en los patios o en la calle sin ir acompañado de muchos muchachos: Lo mismo que se representa al Venerable 
José Benito Cottolengo cercado de pobres, así nuestro don Bosco debe presentarse rodeado de muchachos, para que 

1 «Sé afable y paciente y el señor Jesús te dará la gracia de querer y de poder. Tu corazón esté constantemente dirigido a los niños y a lo 
necesitados.» 
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se vea más claro cuál ha sido ((20)) el móvil de toda su vida. Yo no puedo concebirlo de otro modo». 

Una diócesis que debía sentirse singularmente obligada a tributar a don Bosco un testimonio de admiración y devoto reconocimiento era 
sin duda, la de Casale Monferrato. Allí había abierto don Bosco su primer colegio fuera de Turín, en Mirabello. De allí fue trasladado, 
después, a Borgo San Martino, en el mismo distrito, donde seguía floreciente por el éxito de los estudios y la abundancia de vocaciones 
eclesiásticas. Eran muchos los sacerdotes diocesanos que se gloriaban de haber sido alumnos en las escuelas de don Bosco. Se celebró un 
grandioso funeral en la capital de la comarca: la hermosa iglesia episcopal de San Felipe pareció la mejor para aquel fin. Fue intérprete del 
sentir común el arcipreste de Rosignano, monseñor Bonelli, que había conocido mucho a don Bosco 1. 

Desde el mismo púlpito, al que don Bosco había subido dos veces, resonó la palabra del orador clara y sencilla como solía ser la del San 
Describió su obra en relación con la misión especial recibida de Dios y acompañada de dones oportunos 2. El periódico católico 3 de la 
localidad, después de describir la ceremonia y hablar de la oración fúnebre, concluía con estas palabras: «Con el cuerpo de don Bosco se 
colocó en el ataúd un pergamino en el que se leía: Descansad en paz, restos llorados, hasta que venga a despertaros el sonido de la trompet 
angelical. íPero no! Yo creo que aquellos restos no esperarán ese sonido para levantarse del sepulcro. Si el afecto no empaña nuestra ment 
confiamos con toda el alma que la Iglesia colocará esos restos en el altar de María Auxiliadora, y el nombre de don Bosco se registrará en 
catálogo de los Santos». 

El canónigo Cherubin presentó a don Bosco en la iglesia del colegio salesiano de Mogliano Véneto como al Angel de la Providencia y a 
personaje más grande de su tiempo 4: «Humilde y generoso, dijo él, no frustró los designios de la Providencia, ((21)) de la que se convirtió 
en testimonio irrefutable, fiel embajador, ministro activísimo, ángel en cuanto puede serlo un hombre, y solo, falto de toda ayuda humana, 
entró en un campo inmenso, donde no se agota la mies, emprendedor como un héroe, dispuesto como un mártir al sacrificio, abandonándo 
totalmente a la Providencia». 

1 Véase Memor. Biogr., Vol. VII. pág. 100. 

2 Casale, Tip. Juan Pane, 1888. 

3 Gazzetta di Casale , 10 de marzo de 1888. 

4 Turín, Tip Sal., 1888. 
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«Salvar a la juventud, y con la juventud al mundo», fue el pensamiento predominante de don Bosco; ése fue el tema desarrollado por don 
Antonio Rampazzo en Padua en la iglesia del Carmen 1. 

El Obispo de Sarzana, monseñor Rossi, leyó un elevado discurso en la colegiata de La Spezia. Don Bosco, educador de los hijos pobres 
del pueblo, triunfando sobre el orgullo de la filosofía humanitaria y sobre la vaciedad de sus sistemas pedagógicos, hizo brillar la sabiduría 
la virtud educativa de la Iglesia 2. En el amplio desarrollo de su tema, alcanzó golpes magistrales y tan llenos de luz, que también hoy 
gustarán y gustarán siempre. Este fue su apóstrofe a los prados de Valdocco 3: «Prados de Valdocco, solitarios un tiempo y cubiertos hoy 
edificaciones, poblados por millares de muchachos modestos, trabajadores y piadosos; mudos y silenciosos otrora y hoy llenos de ruido co 
el estrépito de los talleres, entrelazado con el canto de las loas al Señor: »habría podido olvidaros y no hablar de vosotros al tejer el elogio 
aquel hombre que asoció su nombre al vuestro y os ha consagrado para la inmortalidad? »Acaso no os he visitado durante los días de mi 
vida? »No he sentido mi alma inundada de pensamientos santos, rezando bajo la cúpula de María Auxiliadora, que señala desde lejos y 
protege con su sombra, grave y solemne, los milagros de la caridad de don Bosco? »Acaso no he visto morir la risa burlona en labios del 
racionalista y del descreído, obligados a darse por vencidos y a reconocer que la caridad vence a la ciencia y que el bálsamo restaurador de 
las plagas sociales brota del altar mucho más que de las academias? ((22)) El hombre que os ha hecho célebres ya no existe, pero vosotros 
seréis la prueba y la manifestación de su espíritu, y todos los que deseen dedicarse a hacer el bien a los pobres hijos del pueblo, vendrán a 
pediros a vosotros la inspiración de los santos esfuerzos, el heroísmo del sacrificio y el amor a la oscuridad después de la plenitud del éxit 

Un párrafo justísimo es el siguiente 4: «Al arrebatarnos la muerte su rostro, ha difundido una nueva luz sobre los hechos de su vida y ha 
levantado los últimos velos que nos impedían conocerle del todo. 
Mientras vivió, estaba en parte escondido su trabajo y como ahogado por la gloria de su nombre; ahora, en cambio, aparece totalmente tal 
como es, es decir, una Institución vigorosa que subsiste por su propia 

1 Padua, Tip. del Seminario, 1888. 

2 Sampierdarena, Tip. Sal., 1888. 

3 Pág. 22. 

4 Pág. 33. 
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virtud, y que, animada por el espíritu que él ha sabido infundirla, no sólo continuará, sino que engrandecerá su misión y con nuevas forma 
de caridad, de acuerdo con la necesidad de los tiempos, aumentará la gloria y los méritos de su fundador». Hay otro párrafo que contiene l 
valoración del papel realizado por don Bosco en el mundo 1: «Yo pienso, más aún, creo que la aparición de don Bosco en la última mitad 
nuestro siglo es un rayo luminoso, una bondadosa atención de la piedad de Dios, que en medio de las tinieblas, que han envuelto con una 
falsa filosofía los verdaderos principios de la educación popular, ha señalado el camino a seguir para curar los males que afligen a la 
sociedad y conjurar los peligros, por desgracia más graves, que la amenazan. Este camino es la enseñanza del Catecismo, realizada con 
aquella benevolencia suave y piadosa, que tanto influye en el alma de los niños, embellecida con esas santas industrias de cantos, fiestas, 
reuniones, colorido devoto que envuelve al niño como en una atmós-fera de santidad, que le hace amar la religión, asociando al Catecismo 
los más queridos recuerdos, y que deja en el corazón de los muchachos impresiones de fe que no se borran jamás». 

((23)) El Obispo puso fin a su discurso con una idea genial 2. «No soy artista, dijo, pero si lo fuera y tuviese el encargo de pasar a la 
posteridad el recuerdo de este admirable sacerdote con un monumento, he aquí cuál sería mi concepto. Pondría en alto la Cruz, que es el 
emblema de la educación cristiana, porque es el emblema divino del sacrificio; a sus lados, a la derecha, a María Auxiliadora, que fue 
siempre, después de Jesús, el apoyo principal de don Bosco; a la izquierda, a San Francisco de Sales, de quien copió la dulzura y cuyo 
nombre dio al Instituto. A los pies de la Cruz, estaría derecho el gran hombre, abrazado con una mano al divino tronco y llamando con la 
otra a los jóvenes, para colocarse a la sombra del árbol reparador. En la base del monumento estaría el jovencito Garelli, a punto de labrar 
sobre el recordable mármol las palabras ya escritas en todos los cora-zones: A don Bosco, la Religión y la Patria, agradecidas». 

Monseñor Giusti, que había proporcionado tan cordial hospitalidad a don Bosco en su palacio episcopal de Arezzo, acudió solícitamente 
Florencia para sustituir en el pontifical al Arzobispo que estaba enfermo. El célebre literato Padre Mauro Ricci, General de las Escuelas Pí 
compuso para la ocasión cinco preciosos epígrafes 3 y el 

1 Pág. 37. 

2 Pág. 39. 

3 Apénd., Doc. 2. 
29 

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Obispo titular de Oropo, monseñor Velluti-Zatti, de los duques de San Clemente, florentino y muy encariñado con don Bosco, pronunció u 
elogio fúnebre lleno de sentimiento, ensalzando la vida y las obras del Siervo de Dios 1. La iglesia de Santa Florencia, en la que don Bosc 
había dado dos veces la conferencia a los Cooperadores, fue la elegida para la ceremonia. Y he aquí dóride señalaba el orador los signos 
reveladores de la santidad en don Bosco 2. «Contemplo la gran figura de don Bosco y encuentro en sus obras la dulce y simpática fisonom 
de la santidad. En efecto, ese enlace admirable de fuerza y de mansedumbre, de prudencia y de sencillez, de valor y de timidez; aquel 
empalme ((24)) de glorias y de humillaciones; de protección de los amigos y de guerra implacable de los enemigos; aquella falta absoluta 
dinero y aquella riqueza tan fácilmente acumulada para hacer el bien, me recuerdan la vida de los Santos». 

Y notaba sobre su obra educativa 3: «Amó a la juventud con el arrebato, la fuerza y el sacrificio del amor cristiano; fue insuperable en el 
arte de educarla, y enemigo del exceso y del poco, como su celestial Patrono, le guiaba por el camino del medio, que es el único que condu 
a la virtud. Fue de ideas amplias y corazón magnánimo y enemigo de las pedanterías de esos que aman las cosas siempre reguladas por la 
plomada y el compás». 

En Catania se celebró el aniversario, en la iglesia de San Felipe Neri. Habló don Francisco Piccollo y tomó por tema el amor activo de d 
Bosco en favor de la juventud 4. 

Imprimióse el discurso de don F. Piccollo y envió éste un ejemplar al exdelegado provincial de estudios Rho, su primo, aquel delegado 
Rho que tantas dificultades puso a don Bosco en el año 1879. El viejo funcionario agradeció la atención con una carta en la que hizo una 
manifestación histórica y una declaración personal 5. Después de lamentar que faltase en el discurso una alusión a don Antonio Cinzano, 
coterráneo de ambos y uno de los primeros maestros de don Bosco, proseguía: «El teólogo Cinzano, párroco y vicario foráneo en 
Castelnuovo, se dedicó siempre con amor a los estudios literarios y era muy versado en las letras latinas, de las que poseía una colección 
entera de los clásicos y, lo que más importa, los leía y los estudiaba, cuando ya estaba entrado en años: y recuerdo que se gloriaba de habe 
tenido 

1 Turín, Tip. Sal., 1888. 

2 Pág. 27. 

3 Pág. 40. 

4 Turín, Tip. Sal., 1889. 

5 Pecetto, 4 de mayo de 1889. 
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como discípulo a don Bosco, y a algún otro feligrés suyo, a quien atendía durante las vacaciones otoñales hasta cuando era clérigo. Y fue 
precisamente en la casa parroquial de Castelnuovo donde yo conocí a don Bosco, hacia 1840, juntamente con don Febbraro 1, párroco de 
Orbassano, don Allora, fallecido ya, y ((25)) otros, con los que posteriormente mantuve relaciones de sincera amistad». Y queda así abiert 
el camino para decir que su amistad con don Bosco no cesó durante el tiempo de aquellas vicisitudes ni tampoco después; mas, si esto fue 
posible, el mérito se debe a don Bosco, cuya caridad no disminuía ni en las más duras contradicciones; lo hecho, hecho estaba, pero él no 
volvía a pensar en ello. El mismo Rho terminaba así su carta: «Quiera Dios que la ardiente caridad cristiana de que estaba animado el llora 
don Bosco perdure en sus discípulos para honra y gloria de su fundador. Es el deseo sincero de un viejo amigo de aquel hombre, a quien 
nuestro país y todo el mundo cristiano deben eterna gratitud». 

En Francia y en España 

En España, y más todavía en Francia, hubo un gran luto por la muerte de don Bosco; dan fe de ello muchísimas cartas. No faltaron en 
ambas naciones honras fúnebres, aun allí donde no existían colegios salesianos. 

El Obispo de Niza exclamó a la muerte de don Bosco: -íQué gran pérdida! íQué dolor para sus hijos y para todos nosotros! 

En efecto, en Niza se le recordaba muchísimo. Cada año, al llegar el mes de febrero o marzo, acudían cooperadores y amigos preguntand 
cuándo volvería él por allí; le esperaban con impaciencia y celebraban con júbilo su llegada. Pero, desgraciadamente, ya no volverían a ten 
«la satisfacción de volver a ver aquel rostro tan amable, tan modesto, tan venerado y que reflejaba a las mil maravillas la fisonomía del 
divino Maestro; no acudirían ya a buscar aquel aliento, aquella ayuda espiritual que era como irradiación espontánea de su persona». Esta 
conmemoración arrancó las lágrimas de cuantos escucharon la oración fúnebre leída por monseñor Fabre, vicario general, en la capilla del 
Patronato y en presencia del Obispo. Describió elegantemente 

1 Don Febbraro: aparece varias veces en el primer volumen de las M. B., unas con la be doble y otras, simple (N. del T). 
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((26)) la grandiosidad de su obra, las cualidades del Hombre y la capacidad de sus herederos 1. 

Recordó tres testimonios personales sobre don Bosco. El de su humildad: «Poseía una humildad soberana y no era posible verlo sin qued 
profundamente impresionado por ella». El del dominio de sí mismo: «Se advertía la serenidad y la perenne tranquilidad que formaban su 
estado habitual y se manifestaban muy bien en sus palabras, en su continente, en todo su exterior. »Quién podía sospechar que un hombre 
aspecto tan sereno tuviese tantas preocupaciones? (...) Ese es, a mi parecer, el sello de una alma verdaderamente elegida, siempre con Dios 
por tanto, por encima de las dificultades de la vida». Y el testimonio de su manera de comportarse en las audiencias: «»Quién descubrió 
jamás en él, en las audiencias diarias y continuas, la más mínima impaciencia, ni sombra de prisas? Con la misma bondad recibía a los 
aristócratas que a la gente sencilla. Escuchaba cuanto se le decía, sin demostrar que se acordase de los muchos que hacían antesala. Cuand 
uno veía la atención que prestaba a todos y la libertad que dejaba para exponer sus cosas, hubiera dicho que no tenía otra cosa que hacer. 
Esta es la característica de las almas que poseen un dominio absoluto de sí mismas, y esto era lo que le ganaba los corazones». 

París, la ciudad siempre pronta a recordar, honró a don Bosco en la aristocrática iglesia de la Madeleine. Marsella lo hizo en la de San 
José, la iglesia de don Bosco, y la manifestación pública no pudo ser más cordial ni más triunfal, a un mismo tiempo. 

También para España nos limitaremos a unos pocos lugares. En el colegio de Utrera predicó un verdadero panegírico sobre don Bosco e 
santo Obispo de Málaga, monseñor Spínola, más tarde Cardenal; pero no hemos podido hacernos con un ejemplar de su discurso, que fue 
publicado por la prensa. En Barcelona, además del solemnísimo funeral celebrado en la iglesia de Belén, que fue santificada con la ((27)) 
presencia del Siervo de Dios, se hizo una imponente sesión académica, de la que se guarda digno recuerdo en una lujosa monografía 2. 
Promovieron la reunión los señores de la Asociación Católica, que en 1886 había inscrito a don Bosco entre sus miembros honorarios. Cer 
el acto el Obispo monseñor Catalá, el cual dio a conocer su pensamiento sobre don Bosco. Veía en él la gloria de la humanidad, porque 

1 Niza, imprenta del Patronato de San Pedro, 1888. 

2 Recuerdo de la solemne sesión necrológica celebrada por la Asociación de Católicos de Barcelona en memoria de su esclarecido 
miembro de honor y mérito el Revmo. P. D. Juan Bosco. Barcelona-Sarriá, Tip. de los Tall. Sal., 1888. 
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había sacrificado por ella toda su vida; la gloria de los sacerdotes, porque se había mostrado lleno del espíritu de Jesucristo con la palabra, 
los escritos y las obras; la gloria de la Iglesia y de todas las Ordenes religiosas, por haber poseído perfectamente su espíritu y sus virtudes. 
«Hijos míos, fueron las últimas palabras del Prelado, hoy hemos honrado la memoria de un gran hombre; mañana elevaremos una iglesia a 
un gran santo». 

En la Universidad de Madrid se celebró una conmemoración científica. En ella leyó su conferencia el diputado Lastres, ilustre jurista, qu 
había tratado con don Bosco para confiar a sus hijos la dirección de una casa correccional y que a pesar de no haber llegado a ponerse de 
acuerdo, conservaba veneración por el Siervo de Dios. El era promotor de una legislación carcelaria socialmente provechosa para el Estado 
De allí sacó su tema 1. Contó cómo y por qué se fracasó en la señalada proposición. Hemos hablado de ello ampliamente en el 
decimoséptimo volumen 2, El conferenciante aprovechó la ocasión para exaltar el sistema educativo de los Salesianos, que él había 
observado en Turín y en Sarria. Decía entre otras cosas: «El joven que frecuenta el oratorio festivo salesiano y la escuela nocturna o vive e 
el colegio, ése ve en el colegio, ve en el sacerdote a un padre amoroso, lleno de abnegación; no encuentra allí nada que le mortifique o le 
ofenda, nada que ((28)) tenga caracter represivo o violento; de forma que se obtiene el fruto de la educación sin que casi lo advierta el 
educando».Esto, según él, es un prodigio operado por dos grandes fuerzas, que son el amor y la fe. He aquí su conclusión: «Para el católic 
creyente don Bosco fue un elegido del cielo, un santo, como decía la gente en Turín al ver pasar su cadáver. El que no participe de estas 
ideas, no podra negar que fue un insigne filántropo, lleno de abnegación. Para unos y para otros, y espero que también hoy para la 
Universidad y mañana para toda España, don Bosco sera un hombre extraordinario, cuya laboriosa vida, impregnada de incomparables 
servicios para sus semejantes, le da derecho a la inmortalidad». 

En América del Sur 

Solamente en Brasil recibieron enseguida los Salesianos la noticia segura de la muerte de don Bosco; en cambio los de Uruguay, Argent 

1 Don Bosco y la caridad en las prisiones. Madrid, Tip. Hernández, 1888. 

2 Págs. 511-520 
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y Chile se ilusionaron todavía, durante un mes, con la creencia de que seguía mejorando, como habían leído a fines de enero en una carta 
salida de Turín en la primera mitad del mes. Es verdad que algunos Obispos y distinguidos personajes, de acuerdo con los periódicos, dier 
el pésame enseguida a los Superiores de los distintos lugares; pero los Hermanos que, por las razones expuestas en el volumen anterior, no 
habían recibido ninguna comunicación oficial, vivían tranquilos, persuadidos de que el anuncio de la prensa local no hacía más que repetir 
una patraña divulgada ya otras veces con anterioridad. Finalmente, a primeros de marzo, llegáronles cartas de Turín con la dolorosa certez 
de la gran desgracia. 

En Brasil, por el contrario, como encontrara el Arzobispo de Río de Janeiro la misma incredulidad en los Salesianos de su diócesis, 
provocó un telegrama de monseñor Cagliero el ocho de febrero, por el cual supieron la verdad 1. Sin embargo, después de las primeras 
noticias, ((29)) ya había escrito a Niterói una carta que era, a la vez, de pésame y de parabién. El ya contemplaba a don Bosco entre los 
habitantes celestiales 2. 

Pero no se limitó solamente a esto. Sabemos que su corazón estaba inflamado de afecto hacia don Bosco. En su día fue a los Salesianos 
para presidir la misa de réquiem y pronunciar la oración fúnebre. Duró ésta dos horas y cuarto. Con la facundia que le era natural, llegó en 
algunos momentos, impulsado por el amor y el dolor, a las alturas de la elocuencia, hasta llorar varias veces y hacer llorar. El auditorio, 
como prendido por irresistible encanto, estuvo allí sin moverse, oyéndole del principio al fin sin la menor muestra de cansancio y hastío. 
Con el tema de omnibus omnia factus, hizo ver cómo don Bosco había sabido responder a todas las nuevas exigencias y necesidades de su 
siglo. 

En la capital de Uruguay quiso el obispo Yeregui que no se ahorrase nada para que don Bosco fuese dignamente conmemorado en su 
catedral. Tenía él un alto concepto del Siervo de Dios, como lo manifiesta en su carta a don Miguel Rúa, escrita cuando allí corría como 
cierta la noticia de la muerte 3. 

El Arzobispo de Buenos Aires, que nunca había olvidado los días pasados con don Bosco en Italia, no podía resignarse a llorar su muert 
pues él también le consideraba coronado ya de gloria en el cielo, 

1 Mons. Lacerda a Mons. Cagliero: Notizie Bosco. Vescovo. Respuesta: Bosco morto. Cagliero. 

2 Apénd., Doc. 3. 

3 Apénd., Doc. 4. El texto original aparece en el Boletín español, mayo de 1888. 
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donde se convertiría en protector más valioso de sus hijos y de sus instituciones. Se puso, por tanto, a disposición de los Salesianos para 
honrar su memoria 1; pero los Salesianos, fijos en su idea, no hicieron nada hasta el mes de marzo. Y entonces, en la iglesia de San Carlos 
el canónigo De Casas, contento de haber podido «estrechar la mano, como él dijo, de aquel ángel visible, de aquel modelo de candor, que 
cautivaba los corazones con su santidad», entusiasmó a la multitud con una evocación plagada de imágenes de la caridad de don Bosco. 

((30)) Quizás algún día costará creer en la pasión que en aquellos tiempos se tenía por don Bosco en todo Chile. Los chilenos habían dad 
prueba de ello con la recepción que el año anterior tributaron a monseñor Cagliero. Conmovido don Bosco con aquellas noticias, había 
escrito en su última carta a don Ramón Jara: «Es necesario que mis pobres hijos suplan con sus esfuerzos la escasez del número, para paga 
en parte nuestra gratitud a Chile». 

No hubo una ciudad donde no se celebrasen los funerales, con oraciones fúnebres por los más celebrados oradores sagrados. En Talca, 
donde se acababa de abrir una casa salesiana, hizo el elogio del Siervo de Dios, el veintiséis de abril, don José Barrios, fundador de una 
familia religiosa para atender a la juventud chilena y acabado de curarse de una enfermedad gracias a las plegarias hechas a don Bosco y, 
como escribió un periódico del país 2, parecía un santo alabando a otro santo. 

Por su solemnidad lleváronse la palma las honras fúnebres de la capital; en Valparaíso no se recordaban otras mayores. Don Ramón Jara 
desplegó allí su extraordinaria oratoria 3. Había sido huésped del Oratorio y había predicado en Roma durante las fiestas de la consagració 
del Sagrado Corazón. «íOh, qué dulce resulta, exclamó en el exordio, haber conocido a este venerable sacerdote!». Después continuó con 
tono fogoso: «íAh, don Bosco, don Bosco! »Por qué me engañasteis en Turín y en Roma? »Por qué eran fuego vuestras palabras, rayos de 
luz vuestros ojos y todo calor vuestras manos, cuando vuestra vida estaba a punto de apagarse? »Por qué me halagabais diciéndome que 
seríamos siempre amigos, si estabais escribiendo en secreto vuestra partida de la tierra? »Por qué me recomendasteis que, a m i vuelta a la 
patria, ayudase a vuestros hijos y hablase de vuestras 

1 Carta al Inspector, 8 de febrero, publicada con la Oración fúnebre (Buenos Aires-Almagro, Tip. del colegio «Pío IX», 1888). 

2 El Conservador, 27 de abril. 

3 La oración fúnebre fue publicada a continuación de la traducción española de la de Ali-monda (Buenos Aires-Almagro, Tip. Sal., 1888 
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obras, si ya sabíais que mi primera palabra debía ser ciertamente para hablar de vuestras obras, pero regando con lágrimas vuestro sepulcro 
»Por qué ((31)) no me dijisteis que vuestro abrazo de despedida era hasta la eternidad, y que vuestra bendición era la última en este 
mundo?». 

Y recorriendo la vida de don Bosco, le señaló como al más grande héroe de la caridad del siglo XIX. Hacia el final 1 describió con vivos 
colores su primer encuentro con don Bosco: «Dichosa tarde la del 3 de marzo de 1887, cuando llegué por vez primera a los pies de aquel 
hombre extraordinario, que nunca se borrará de mi memoria. Todavía me parece verlo... Sentado en su silla, bajo el peso de gravísimos 
achaques, con las manos cruzadas sobre el pecho, la dulcísima mirada, la inefable sonrisa en los labios y aquel acento... íqué acento el 
suyo!... no sé qué tenía, sólo sé que los hombres no hablan así. Hablaba despacio y bajito; sus palabras eran lluvia que refresca y fuego qu 
inflama. Sus manos se resistían a alzarse para bendecir, cansadas de entregar la limosna al pobrecito y de enjugar el llanto al desgraciado.. 

Después de recordar con débil voz los últimos instantes del moribundo y aludir deprisa al triunfo de su entierro, dirigióse a sus hijos, 
especialmente a los de América, animándoles a caminar con valor sobre las huellas de su fundador en la misión de educar cristianamente a 
los hijos del pueblo. 

Esta excursión a saltos, tras las más inmediatas reacciones de la muerte de don Bosco en el mundo, basta para documentar hasta dónde 
llegaba la opinión universal en torno a la grandeza del hombre y a la santidad del Siervo de Dios. Su nombre asumía en la Iglesia el valor d 
una apología. Ya en el Congreso Eucarístico de Amberes, en agosto de 1890, hubo un orador que aconsejaba responder a quien dijere que 
el siglo XIX no eran posibles los prodigios de sacerdotes como en otros tiempos: -Acordaos de don Bosco. 

1 Pág. 72. Las palabras de la carta de don Bosco citadas más arriba, las refiere don Ramón Jara en la pág. 99. 
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((32)
)


CAPITULO II 

DE COMO SE LLEGO AL PROCESO ORDINARIO 

APENAS si habían pasado veinticuatro horas, desde que los restos mortales de don Bosco reposaban en la paz de la cripta de Valsálice, 
cuando el Capítulo Superior, bajo la presidencia de don Miguel Rúa, se reunía y empezaba a ocuparse de la eventualidad de tener que 
promover cuanto antes la Causa de beatificación y canonización del Siervo de Dios. La fama de santidad que abundantemente le había 
circundado en vida, tomaba cuerpo cada día más con la opinión difundida de que, sin lugar a dudas, la Iglesia le elevaría al honor de los 
altares; y más aún, eran muchos los autorizadísimos Prelados que, no sólo se mostraban del mismo parecer, sino que pedían a los Superior 
de la Congregación que apresuraran los preparativos para el día no lejano en que hubieran de empezar los procesos. Movido por estas 
consideraciones, el Director espiritual, don Juan Bonetti, presentó a los Capitulares el caso, leyéndoles mientras tanto dos decretos de 
Urbano VIII sobre el procedimiento a seguir respecto a los muertos en olor de santidad. La finalidad era la de tener exacto conocimiento 
para evitar oportunamente que se hiciese o se permitiera hacer algo contra las disposiciones en ellos contenidas. Se estableció, pues, 
convertirlos en norma de conducta, para que, si a Dios pluguiera glorificar en este mundo al santo fundador, no surgiera nada que 
obstaculizase o entorpeciese la marcha de la Causa. La más urgente preocupación ((33)) debía ser la de no admitir, en ninguna parte, actos 
que tendiesen a favorecer el culto del Siervo de Dios. 

Al día siguiente a esta sesión anunció don Miguel Rúa al Capítulo que el cardenal Parocchi, vicario de Su Santidad y protector de los 
Salesianos, aconsejaba empezar las diligencias ante el Arzobispo de Turín, para dar principio a los actos preparatorios del proceso. Con la 
misma fecha del ocho de febrero enviaba don Miguel Rúa una circular a todos los Directores, disponiendo los sufragios que debían hacers 
sólo una vez en todas las casas y también en todo aniversario; lo cual no le impedía añadir para los aniversarios la cláusula: «Hasta que, 
como esperamos, pronuncie la Iglesia su infalible juicio, declarándolo Venerable». 
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Fue después a Roma, el nueve del mismo mes, y allí el cardenal Parocchi le dirigió a monseñor Caprara, promotor de la fe en la Sagrada 
Congregación de Ritos, para que recibiese de él explicaciones precisas sobre el modo de enfocar la Causa. El Prelado había dicho el año 
1887 a un amigo suyo, señalando a don Bosco: -He ahí a uno cuya Causa se hará, y me tocará a mí hacer de abogado del diablo. 

No pensaba entonces, probablemente, que el pronóstico estuviera tan cerca de su cumplimiento. Con verdadero interés dio a don Miguel 
Rúa instrucciones sobre todo, ofreciéndose a continuación para cualquier necesidad. Las normas recibidas ayudaron muchísimo a don 
Miguel Rúa, que no habría podido encontrar mejores indicaciones, ni más seguras, en un asunto tan nuevo para él. Monseñor insistió muc 
en la oportunidad de recoger la mayor cantidad de datos respecto a milagros y gracias obtenidas después de la muerte del Siervo de Dios y 
acompañados con todos los documentos posibles 1. Por fin, le recomendó calurosamente el Cardenal que se escribiera lo antes posible lo 
referente a la vida de Don Bosco. A la hora de despedirse, fueron éstas sus últimas palabras: 

-Le recomiendo la Causa de don Bosco. 

((34)) A su vuelta a Turín, informó don Miguel Rúa al Capítulo de todo cuanto había oído en Roma. En consecuencia, y a propuesta de 
don Celestino Durando, se encargó a don Juan Bonetti que, con la ayuda de don Joaquín Berto, redactase un resumen de los hechos y 
virtudes de don Bosco, invitando a ello a cuantos tuvieran noticias importantes que comunicar. Para facilitar la búsqueda, se decidió envia 
las casas una circular, pidiendo a los Salesiamos que dijesen todo aquello de lo que habían sido testigos, y publicar en el Boletín un aviso 
rogando a cuantos poseyeran autógrafos, que enviaran los originales o copias debidamente legalizadas. En vez de escribir una circular 
especial a los Hermanos, don Miguel Rúa les rogó encarecidamente en su primera carta como Rector Mayor, que escribieran y enviaran to 
lo que supieran sobre los hechos de la vida de don Bosco, sobre sus virtudes teologales, cardinales y morales, sobre sus dones 
sobrenaturales, sobre curaciones o profecías, visiones y cosas semejantes. Ponía en guardia a los relatores, recordándoles que, luego, podía 
ser llamados para confirmar con juramento las cosas referidas; que emplearan, por tanto, la mayor fidelidad y exactitud 2. 

1 Carta de don Miguel Rúa a don Juan Bonetti, 20 de febrero de 1888. 

2 Turín, 19 de marzo de 1888. 
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Mientras tanto, casi no pasaba un día sin que llegaran a Turín relaciones de gracias y de curaciones extraordinarias, obtenidas por los 
devotos mediante oraciones hechas a don Bosco o al contacto de objetos que le hubieran pertenecido. Era además sorprendente el plebisci 
mundial proclamando la santidad del Siervo de Dios, y eran muchas las insistencias de personajes muy importantes, pidiendo que no se 
tardase en emprender la causa de su beatificación. Ante un complejo tan grande de circunstancias creyóse don Miguel Rúa en el deber de 
actuar. 

Las Causas de beatificación tienen dos fases distintas, que se resuelven en dos tiempos sucesivos. La primera parte incumbe a la diócesis 
donde el Siervo de Dios ha desarrollado el curso de su vida, y es la preparación a la segunda, que tiene lugar en Roma ante la Sagrada 
Congregación de Ritos. En el primer ((35)) período de la primera fase tiene lugar el proceso que se llama ordinario, diocesano o informativ 
en un segundo período se celebra un nuevo proceso, llamado apostólico. La diferencia sustancial entre los dos procesos está en que uno se 
abre y desarrolla por mandato y autoridad del Ordinario diocesano, y el otro por delegación de la Santa Sede. Ahora bien, como el Obispo 
el juez ordinario en su diócesis, a él hay que presentar la instancia de introducción de la Causa, y él juzga, ante todo, si la Causa que se 
pretende tiene o no tiene buena base. De acuerdo con las normas dirigidas a los Ordinarios, el 12 de marzo de 1631, por la Sagrada 
Congregación de Ritos, por orden de Urbano VIII, el juicio favorable del Obispo depende principalmente de la condición de que el Siervo 
Dios aparezca circundado de fama de santidad, sobre todo si está confirmada por milagros. 

Por consiguiente el primer paso a dar consistía en presentar al Arzobispo de Turín una petición, a fin de que se dignase ordenar el 
comienzo del proceso diocesano. Esta petición, según el Derecho Canónico, puede partir de un fiel, de un instituto religioso, de un cabildo 
diócesis o comunidad. Aun cuando el Arzobispo estuviera facultado para decidir independientemente de otros, sin embargo creyó don 
Miguel Rúa que facilitaría el camino asegurándose ante todo el apoyo de los Ordinarios diocesanos de Piamonte y Liguria, que eran los qu 
tenían conocimiento más directo de don Bosco. En consecuencia les envió una carta circular el 16 de julio de 1889, rogándoles le 
manifestaran a él o al Arzobispo su propio informe. Incluía en la carta una copia de la instancia que pensaba presentar al cardenal Alimond 
apenas llegara el momento oportuno. Se declaraba dispuesto a insertar en la súplica las modificaciones o añadiduras que Sus Excelencias 
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gustaran manifestar. Y terminaba así: «Confío que V. E., por la grata memoria que conserva de nuestro llorado don Bosco, por el benéfico 
influjo que sus obras de caridad y celo ejercieron también en esa Diócesis, y ((36)) especialmente por el vivo deseo que tiene de propagar 
gloria de Dios y la edificación de los fieles, cooperando al honor de éste su Siervo, querrá favorecerme generosamente con sus consejos y 
ayuda; y desde ahora se lo agradezco cordialmente». 

En la misma carta se refería don Miguel Rúa a curaciones que, humanamente hablando, tenían carácter milagroso. Un mes más tarde, el 
dieciséis de agosto, presentó las más dignas de consideración a todos los obispos, reservándose presentar todavía otras a los jueces por 
nombrar para el eventual proceso diocesano, a fin de que fueran estudiadas por ellos en forma jurídica, como elementos favorables a la 
Causa, cuando hubiera de introducirse en Roma. 

No conocemos el contenido de todas las respuestas; algunas de las que tenemos en nuestras manos manifiestan apreciaciones dignas de 
singular atención. Escribía el arzobispo de Génova, monseñor Magnasco, el veinticinco de julio: «En estos tiempos tan tristes su memoria 
una verdadera gloria de la Iglesia». Y el obispo de Alessandria, monseñor Salvay, el once de agosto: «Como antiguo amigo de este mi 
insigne paisano, que me honró muchas veces con sus preciosas visitas, y como admirador constante de su eminente virtud y de sus 
grandiosas obras de caridad y de celo, por las que ya hace mucho tiempo se le proclamaba gran Siervo de Dios y también Santo, no puedo 
dejar de alabar en extremo el propósito de los Sacerdotes Salesianos, hijos afortunados de tan gran Padre, y de unir de todo corazón mis 
humildes plegarias a las de Vuestra Eminencia, para que, si lo juzga oportuno, quiera, por la gloria de Dios, por el nuevo ornamento de la 
Iglesia Católica, y donde sea para agradar al Señor, como se espera, por la glorificación del sacerdote don Juan Bosco, conceder a los muy 
beneméritos Recurrentes la gracia que imploran». Monseñor Riccardi, obispo de Novara, comunicaba el quince de agosto: «El origen 
singularmente providencial de las obras creadas por don Bosco; su rápido desarrollo, primero en Turín y en el Piamonte, después en Italia 
en Europa y también fuera; el espíritu de caridad, verdaderamente católica que animaba a don Bosco ((37)) y que supo admirablemente 
infundir en sus cooperadores; la vida de perseverante sacrificio que llevó y las demás exquisitas dotes de las que dio pruebas manifiestas, 
son argumentos muy válidos para deducir el grado eminente de virtud de aquella alma privilegiada, y justifican ampliamente la fama de 
santidad que gozaba en vida, que le acompañó hasta la muerte y que, no 
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sólo perdura, sino que aumenta después de su defunción. A mí me parece que aquel carácter de fe absoluta en Dios y de encendido amor a 
prójimo, admirado en los Santos más insignes por heroísmo de caridad y por celo apostólico, siempre apareció lleno de luz en don Bosco, 
que se debe decir de él que hizo un bien inmenso y que lo hizo según se aprecia en su vida de la manera que lo hacían los Santos». Y el 
santo obispo de Susa, monseñor Rosaz, escribía el veintidós de agosto: «El concepto de santidad en que se tenía y se tiene a don Bosco, m 
parece de incontestable notoriedad (...). Me parece que don Bosco es uno de esos hombres privilegiados, que Dios suscita para oponerlos a 
las nuevas formas, a las nuevas manifestaciones del mal, y que él ha correspondido maravillosamente a la misión que Dios le confió en fav 
del prójimo, y de modo particular de la juventud, llevándola con celo y santas industrias a Jesucristo. Su beatificación, que Dios quiera no 
tarde, pondrá a la luz gloriosa un gran modelo para los educadores, según las exigencias de estos tiempos, y un protector del Clero y de 
todos». 

Animado con tan autorizadas recomendaciones, don Miguel Rúa presentó la petición al Arzobispo, en el segundo aniversario de la muer 
de don Bosco. La petición no era algo personal. En la primera semana del último septiembre se había celebrado en Valsálice el quinto 
Capítulo general. Y todos los miembros del mismo aprobaron y firmaron, antes de separarse, una petición redactada por orden de don 
Miguel Rúa, y que era precisamente la que, según decíamos, había enviado don M. Rúa a los Obispos piamonteses y ligures. Como los 
Prelados no hallaran nada que cambiar, el 31 de enero de 1890 la envió el mismo don Miguel Rúa al Arzobispo, acompañada de ((38)) una 
carta, en la que se leían los siguientes párrafos: 

Hoy hace dos años que murió el Siervo de Dios, don Juan Bosco, y yo, adhiriéndome al consejo de respetables personas, juzgo que es és 
la ocasión propicia para presentar a Vuestra Eminencia la adjunta súplica de los principales Superiores de la Congregación de San Francis 
de Sales. 

En ella se pide humildemente a Vuestra Eminencia la apertura del proceso diocesano sobre la vida y virtudes del nombrado Siervo de 
Dios, y sobre las curaciones milagrosas, que, según dicen, obró Dios por su intercesión. 

Hace algún tiempo me confiaba Vuestra Eminencia que tenía intención de hablar de dicho proceso en una próxima reunión de Obispos. 
Mucho celebraría que en ella sometieran a examen las razones expuestas en esta súplica, para que, como quiera que se resolviese la cuestió 
pudiéramos luego decir a los presentes y a los venideros que la grave resolución se tomó, de acuerdo con la cristiana prudencia. 

Adjunto a la súplica una copia de las dos relaciones de curaciones, que según apreciación humana parecen milagrosas, redactadas por 
monseñor Basilio Leto, después 
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de haber oído personalmente a los testigos oculares, firmadas por él mismo y legalizadas por esa Curia Arzobispal. 

Las dos curaciones milagrosas eran las de las dos señoras turinesas, Dellavalle y Piovano, que hemos narrado en el penúltimo capítulo d 
decimoctavo volumen. 

La súplica de los Capitulares hacía notar cómo se cumplían en el caso las condiciones requeridas por la Santa Sede, para que se pudiese 
proceder al proceso pedido, y señalaba los motivos imperiosos que empujaban a acelerar los pasos necesarios. 

Eminencia Reverendísima: 

Los que suscriben, sacerdotes de la Congregación Salesiana, reunidos en Capítulo General en Valsálice, de acuerdo con sus 
Constituciones, aprovechan la propicia ocasión para rogar humildemente a Vuestra Eminencia Reverendísima, que, sirviéndose de las 
facultades concedidas por la Sede Apostólica a los Ordinarios, se digne abrir el Proceso Diocesano sobre la fama de santidad, sobre las 
virtudes y milagros del Siervo de Dios don Juan Bosco, fallecido en esta ciudad el 31 de enero de 1888 y aquí sepultado; proceso exigido 
para la introducción de la causa de su Beatificación en Roma. 

Al pedir a Vuestra Eminencia la apertura de este Proceso, ((39)) nos apoyamos en las siguientes consideraciones, a las que V. E. prestará 
el valor, que en su alto saber juzgue en el Señor: 

1.ª El sacerdote don Juan Bosco dio, durante todo el curso de su vida, pruebas de una virtud eminente, tal y como Urbano VIII exige en 
circular que, por medio de la Sagrada Congregación de Ritos, dirigió a Patriarcas, Arzobispos y Obispos con fecha del 12 de marzo de 163 
para que los Ordinarios tengan que llegar a la composición del Proceso Diocesano (V. LAMB., De serv. Dei Beatif., libro II, cap. 43, n. 10 
Dan fe de esta eminente virtud millares de personas, que le conocieron y trataron; dan fe también de ello las muchas y grandes obras de 
religión y caridad, utilísimas para la Iglesia, creadas por el Siervo de Dios y desarrolladas en tiempos dificilísimos. Tales son, entre otras: 
fundación de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, las Misiones extranjeras, extendidas hasta los últimos confines de la tierra; más d 
un centenar de colegios, hospicios y oratorios festivos organizados para la educación cristiana de la juventud de ambos sexos; millares de 
sacerdotes dados a la Iglesia, especialmente en Piamonte, en tiempos en que escaseaban; además, los muchos escritos que compuso e 
imprimió para sostener las verdades católicas, y las numerosas capillas y magníficas iglesias, levantadas desde sus cimientos y dedicadas a 
culto divino; y muchas otras obras privadas y públicas, muy conocidas por Vuestra Eminencia Reverendísima. 

2.ª Dicho Siervo de Dios estaba enriquecido con dones sobrenaturales, y lo demostró muchas veces, prediciendo sucesos privados y 
públicos, que humanamente no se podían prever y que sucedieron en el tiempo y con las circunstancias por él anunciadas; lo demostró, 
además, averiguando y revelando el secreto de las conciencias, y curando a enfermos presentes y lejanos con sólo bendecirlos. 

3.ª Por sus excelentes virtudes, por sus grandiosas obras de celo y de caridad, por 
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sus extraordinarios carismas, gozó entre el pueblo de gran fama de santidad en vida, la cual no disminuyó después de su muerte, sino que 
creció todavía más, como lo demuestran innumerables personas, que privadamente se encomiendan a su intercesión, y las frecuentes visita 
de los fieles a su sepulcro, junto al cual estamos reunidos. 

4.ª Hay muchas personas afligidas por serios fracasos y también otras, gravemente enfermas o declaradas incurables, que habiéndose 
encomendado a la intercesión del Siervo de Dios después de su muerte, obtuvieron alivio y curación instantáneamente o en muy breve 
espacio, y piden que sus testimonios sean probados jurídicamente. 

5.ª Benedicto XIV, en la obra: De Servorum Dei beatificatione ((40)) et Beatorum Canonizatione, señala en varios lugares la utilidad de 
que, dadas las condiciones más arriba indicadas, se abra el Proceso Diocesano: dum testes de visu supersunt; y desaprueba singularmente, 
el Decreto general fechado el 23 de abril de 1741, con ocasión de la causa del Venerable Siervo de Dios Francisco Caracciolo (ya Santo), 
que, por culpable negligencia, se hubiera prorrogado el Proceso Ordinario hasta no quedar ya testes de visu (lib. III, cap. 3.°, n. 24 y 25). 
Ahora bien, en el caso del sacerdote Juan Bosco, es evidente el peligro de que vayan desapareciendo los testigos oculares, puesto que, 
habiendo muerto a la avanzada edad de setenta y tres años, son muy pocos los compañeros y conocidos de los primeros años de su vida qu 
todavía viven y que, dentro de algún tiempo, no existirán o, por la vejez, se hallarán en la imposibilidad de presentarse a deponer 
jurídicamente. 

6.ª Puede darse también que, debido a las grandes y variadas obras del Siervo de Dios, a los difíciles tiempos que vivió, a las cuestiones 
contradicciones a que se vio sujeto, surjan dudas e incertidumbres al enjuiciar hechos y dichos, que le son atribuidos. Si estos hechos y 
dichos son sometidos jurídicamente a examen mientras viven los testigos, que han asistido o tomado parte en ellos, será mucho más fácil 
descubrir y aclarar la verdad, facilitando al mismo tiempo la actuación a los futuros jueces en los Procesos apostólicos. 

7.ª Sin dispensa Apostólica, antes de que se abran las actas del Proceso Ordinario y se introduzca la causa de Beatificación en Roma, 
deben transcurrir diez años; deben después presentarse cartas postulatorias de los Obispos al Papa; deben buscarse y revisarse los escritos 
atribuidos al Siervo de Dios (búsqueda y revisión que, dados sus muchos manuscritos todavía inéditos y sus muchísimas obritas ya 
publicadas, puede requerir un tiempo bastante largo); parece, por tanto, conveniente que se empiece lo antes posible el Proceso Diocesano 
puesto en plena libertad del Ordinario, a fin de que el tiempo que quede después de su presentación a Roma, pueda ser mejor empleado en 
otras diligencias necesarias. 

8.ª Según nuestro recuerdo, se empezó poco después de su muerte el Proceso Diocesano de varios Siervos de Dios, como, por ejemplo, 
sucedió con el Venerable Juan Vianney, Cura de Ars, con el P. Bernardo Clausi y con el P. Ludovico de Casoria. 

Esperamos que Vuestra Eminencia se digne acoger benignamente nuestra petición. Nos anima la esperanza de ver que también los 
reverendísimos Obispos de Piamonte y Liguria, que estuvieron en situación de conocer de cerca las virtudes eminentes y las grandes obras 
del Siervo de Dios, son de nuestro parecer, y tienen el mismo deseo, como puede Vuestra Eminencia comprobarlo por las cartas que 
adjuntamos. 

Rogando, pues, a Dios que le ilumine sobre el caso, nos inclinamos ((41)) reverentes 
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a besar la Sagrada Púrpura, satisfechos ahora y siempre de podernos profesar con el más alto aprecio y veneración, 

De vuestra Eminencia Reverendísima, 

Turín, 6 de septiembre de 1889. 

Sus attos. ss. ss. hijos en J. C.
(siguen 49 firmas)


El Cardenal respondió el ocho de febrero, diciendo que se había examinado la súplica, obligándose a asegurar que se tendría en la debida 
cuenta y reservándose dar las disposiciones que fueren del caso. Aun cuando podía hacerlo, no creyó oportuno actuar él solo. Así se lo 
dictaba su humildad. Por otro lado, los Superiores no escondían el peligro de que algún Obispo, creyendo prematuro el expediente, opinas 
en contrario y que ello creare dificultades y aplazamientos. Tres meses más tarde se presentó el momento propicio para la consulta. A 
primeros de mayo, se reunieron con el Cardenal, para tratar asuntos de mucha importancia, los Obispos de las dos provincias eclesiásticas 
Turín y Vercelli. Eran veinte y celebraban las reuniones en el palacio arzobispal. El día ocho fueron preguntados, en plena asamblea, y 
respondieron unánimemente que era oportuno empezar el proceso diocesano; algunos, como monseñor Manacorda y monseñor Richelmy, 
hicieron altos elogios del Siervo de Dios. A partir de aquel punto, el Cardenal se decidió a aceptar la petición de los Salesianos y ponerla e 
marcha inmediatamente. 

Mientras esto sucedía en Turín, estaban ausentes, hacía más de un mes, los dos que inicialmente debían sostener la parte principal. Don 
Miguel Rúa, después de haber visitado las casas de Francia y la de Londres, se encontraba en Bélgica, para poner la primera piedra de la 
casa de Lieja, aceptada por don Bosco, casi dos meses antes de morir; y don Juan Bonetti, tras haber visitado Sicilia, se movía por el centr 
de Italia. Ambos no estuvieron de vuelta hasta las vísperas de la fiesta de María Auxiliadora, que se celebró aquel año de 1890 el día tres d 
((42)) junio; pero no se perdió el tiempo. La víspera y el mismo día de la fiesta, mientras, dentro y fuera del santuario, dirigían sus preces 
la Virgen de don Bosco millares de fieles, en el Oratorio y en la Curia se concluyeron rápidamente los preliminares. 

El primer acto preliminar consistió en el nombramiento del Postulador, cuyo deber es promover las gestiones de la Causa, proveer a todo 
los gastos necesarios, presentar los nombres de los testigos a interrogar y todos los documentos referentes a la Causa, cuidarse de 
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la redacción de los artículos sobre los cuales deben ser interrogados los testigos y presentarlos al Promotor de la fe. La función de Postulad 
correspondía por derecho a don Miguel Rúa, como actor o demandante que era de la Causa; pero el actor que no puede desempeñar 
personalmente esa parte, está facultado para elegir a uno que lo sustituya. Y él otorgó este poder a don Juan Bonetti, autorizándole también 
designar, para cualquier eventualidad, un vicepostulador ante cualquier otra Curia 1. 

Don Juan Bonetti, en posesión de su mandato, procedió inmediatamente, el mismo día tres, al segundo acto preliminar, presentando al 
Arzobispo la petición formal para el inicio del proceso informativo 2. Su Eminencia aceptó la instancia y, con rescripto del mismo día, 
constituyó el tribunal, señalando la primera sesión para el día siguiente. Y éste fue el tercer acto preliminar. 

El tribunal quedó formado así: 

Can. BARTOLOME ROETTI, Vic. gen., juez delegado. 

Can. ESTANISLAO GAZZELLI, juez adjunto. 

Can. LUIS NASI, juez adjunto. 

Can. MIGUEL SORASIO, promotor de la fe. 

Teól. MAURO ROCCHIETTI, actuario. 

Señor PEDRO AGHEMO, cursor. 

((43)) Como quiera que también se requirieran dos testigos instrumentales, que testificaran con su firma la validez de las actas, fueron 
designados para ello monseñor Forcheri y el reverendo Diverio. 

Don Miguel Rúa, totalmente penetrado de la importancia y gravedad del asunto, informaba oficialmente tres días después sobre el mism 
la Congregación, y ordenaba plegarias especiales diarias para implorar la ayuda del Cielo; recomendaba, además, una conducta 
constantemente virtuosa para alcanzar la eficacia de las oraciones comunes. «Hagamos ver todos, escribía, que no somos alumnos indigno 
de un Maestro, cuya Causa de Beatificación ha querido la Iglesia comenzar tan pronto». 

El Cardenal presidió la primera sesión. Después de invocar al Espíritu Santo, con la recitación del Veni Creator, y leer la instancia del 
Postulador y el decreto del Ordinario, que la aceptaba y nombraba los jueces, se pasó al juramento prescrito. Juró primero el Cardenal con 

1 Apénd., Doc. 5. 

2 Apénd., Doc. 6. 
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la mano sobre el pecho; después el delegado, los adjuntos, el fiscal o promotor de la fe, el actuario y el cursor. 

Estos juraron cumplir su oficio con fidelidad y diligencia y también guardar secreto sobre las preguntas hechas a los testigos y las 
deposiciones de los mismos. Los violadores incurrirían ipso facto en excomunión reservada specialissimo modo al Papa. La obligación de 
secreto se extendía hasta la publicación del proceso, que sólo se haría después del examen de todos los testigos. 

Firmaron todos el juramento prestado. Después de dar lectura al acta, entregó el canciller las actas al actuario, el cual expidió recibo. An 
de disolver la reunión, dijo unas palabras el Cardenal. Tras relevar la importancia del asunto, que se acababa de comenzar, exhortó a orar a 
fin de que, por intercesión de la Santísima Virgen, se hiciese todo para mayor gloria de Dios y decoro de la santa Iglesia. 

La segunda sesión, presidida también por el Cardenal, se celebró el veintisiete de junio. Don Juan Bonetti presentó al tribunal ((44)) los 
Artículos. Con este título se señala un compendio breve y claro de la vida, las virtudes, las obras y los milagros del Siervo de Dios, redacta 
en pequeños párrafos, numerados y expresados, no de una forma definitiva, sino como elementos a estudiar. Constituyen la base 
fundamental de la Causa y debe probarse que son verdaderos, por medio de testigos. En ellos se sigue un orden preestablecido: vida y obra 
virtudes teologales, virtudes cardinales, virtudes morales (pobreza, humildad, castidad), heroísmo de las virtudes en general, dones 
sobrenaturales, fama de santidad en vida, muerte preciosa, funerales y enterramiento, fama de santidad y milagros después de la muerte. L 
Artículos presentados para don Bosco eran 807. El Postulador presentó además una primera nota con los testigos a interrogar, reservándos 
la facultad de presentar otros, si fuere menester. Prestó finalmente el llamado juramento de calumnia, es decir, juró no solamente decir la 
verdad, sino también no emplear engaño ni fraude, ni corromper a los jueces 1. 

Con esta sesión quedaba abierto definitivamente el proceso ordinario. 

1 Apénd., Doc. 7. Juramento de calumnia (y debajo, a evitar en la causa) es el que hacían las partes al principio de un pleito, testificando 
que no procedían ni procederían con malicia. 
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((45)
)


CAPITULO III 

DESDE EL PROCESO ORDINARIO
DE TURIN HASTA EL DECRETO DE ROMA
SOBRE LA VENERABILIDAD


LA función principal del proceso ordinario es la de investigar la fama de santidad, las virtudes en general y los milagros del Siervo de Dio 
El tribunal, constituido como acabamos de ver, empezó sus trabajos el 23 de julio de 1890 recibiendo el juramento de los testigos señalado 
por el Postulador y otros citados de oficio. Todos juraron decir la verdad y guardar secreto sobre las preguntas que se les hicieran y las 
respuestas que ellos dieren, bajo pena de perjurio y de excomunión specialissimo modo reservada al Papa. 

Como estaba prescrito, fueron llamadas a declarar personas que habían convivido con el Siervo de Dios, que habían visto con sus propio 
ojos la práctica de las virtudes o habían oído hablar de ello a testigos personales. A la cabeza figuraban monseñor Bertagna y monseñor 
Cagliero y los Siervos de Dios don Miguel Rúa y el teólogo Murialdo. Posteriormente, en el curso del proceso, se añadieron otros, de form 
que, al fin, fueron interrogados treinta y dos testigos y trece contestes, que son aquellos a los que se invita a testificar, junto con un testigo 
oficial, sobre algún punto en particular. 

Terminado el interrogatorio de monseñor Bertagna, suspendieron los jueces las reuniones, unos por sus ocupaciones, otros por vacacion 
el canónigo Gazzelli, al acercarse el invierno, cayó enfermo y el canónigo Nasi sufrió una caída con fractura de una pierna. ((46)) Además 
canónigo Roetti había sido nombrado Superior de la Pequeña Casa del Cottolengo y no tenía tiempo para atender al proceso. Entonces, po 
consejo de monseñor Caprara y con el consentimiento del canónigo Sorasio, abogado fiscal, escribió el Cardenal a la Sagrada Congregació 
de Ritos, entre enero y febrero de 1891, para que el Secretario se dignase suplicar al Padre Santo que concediese algunas facultades 
especiales para facilitar el desarrollo del proceso. Una de ellas era la de poder elegir jueces, aunque no fueran dignatarios ni doctorados, y 
mayor número, de tal forma que, si llegare a faltar 
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uno, se tuviera enseguida manera de suplirlo con otro. De este modo, sería posible multiplicar las sesiones. 

Monseñor Caprara se preocupó de hablar del asunto con el Papa el dieciséis de febrero; pero, contra las esperanzas comunes, el Papa, au 
sin desaprobar el rápido comienzo del proceso, no juzgó oportuno, entonces, condescender, en razón de que la Causa estaba a demasiada 
poca distancia de la muerte del Siervo de Dios; no debía entrar en ella tan pronto la Santa Sede; lo haría, si era preciso, con el andar del 
tiempo; y, en consecuencia, no se negaba la concesión de las facultades pedidas, sino que se difería. Mientras tanto, Monseñor sugirió lo q 
podía hacerse para poder proseguir: que los jueces primeramente elegidos renunciasen al mandato y el Cardenal Arzobispo eligiese otros 
doctorados, como lo exigían las prescripciones eclesiásticas. 

Así se hizo y se reanudaron las sesiones el nueve de abril. Gazzelli, juez adjunto, sustituyó como juez delegado a Roetti, cediendo su 
puesto al canónigo Molinari, y el canónigo Ramello sustituyó a Nasi; nombróse, además, un tercer juez en la persona del canónigo 
Pechenino. Pero sobrevinieron rápidamente dos serios contratiempos, con la muerte del cardenal Alimonda y la del Postulador don Juan 
Bonetti, que tuvieron lugar, respectivamente, en mayo y en junio del mismo año 1891. Gazzelli, elegido Vicario Capitular y gozando por 
tanto de autoridad ordinaria, dio inmediatamente las disposiciones para que el proceso continuase. No obstante, en la primera sesión, ((47) 
celebrada el día veintidós de junio bajo su presidencia, nombró nuevo juez delegado a Molinari. Y para Postulador, don Miguel Rúa llamó 
don Domingo Belmonte, Prefecto general de la Pía Sociedad. 

Así se continuó durante. dos años, hasta que murió Molinari y renunciaron Gazzelli y Ramello; en consecuencia el 9 de noviembre de 
1893 el nuevo arzobispo, monseñor David de los Condes Riccardi, nombró juez delegado al canónigo Morozzo della Rocca y juez adjunto 
teólogo Alasia. 

El examen de los testimonios fue largo y laborioso. Las infinitas vicisitudes sufridas por don Bosco durante su vida y sus múltiples 
relaciones imponían numerosas y complicadas averiguaciones; no hay que extrañarse, por tanto, si este proceso duró casi siete años, hasta 
que el día 1.° de abril de 1897 se cerró en el Oratorio Salesiano bajo la presidencia de monseñor Riccardi. Recordando este trabajo de siete 
años, escribía don Miguel Rúa en su circular del 8 de agosto de 1907: «Los jueces demostraron mucha sabiduría al recoger las deposicione 
de muchos testigos, y es digno de consideración que, lejos 
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de cansarse por lo largo y pesado del trabajo, se manifestaban cada día más entusiasmados». 

Las sesiones del tribunal fueron quinientas sesenta y dos. Las deposiciones llenaron veintidós volúmenes con cinco mil ciento setenta y 
ocho páginas en papel de oficio. Las de don Miguel Rúa y don Joaquín Berto ocupaban una parte preponderante, por la larga e íntima 
convivencia del primero con don Bosco, y por las muchas contestaciones que el segundo debió dar sobre hechos sobrenaturales y sobre las 
controversias con Gastaldi. Se hizo una copia auténtica del enorme legajo que, encerrado en una caja de madera sellada, se entregó a la 
Sagrada Congregación de Ritos, la cual debía examinar si se había desarrollado con toda regularidad el proceso ordinario informativo y 
proponer eventualmente al Padre Santo la introducción de la Causa, mediante el proceso apostólico. 

Pero no puede empezarse el proceso de una Causa, si antes ((48)) no se ha nombrado un Cardenal, a quien incumbe el deber de estudiarl 
y presentarla en las Congregaciones destinadas a discutirla. Ese Cardenal toma el nombre de Ponente, o sea, relator de la Causa. Su 
nombramiento está reservado al Papa. León XIII designó como Ponente para la Causa de don Bosco al cardenal Parocchi. Se requería, 
además, un Postulador, con residencia fija en Roma; y fue propuesto para este cargo y aceptado por la Cancillería de la Congregación de 
Ritos, don César Cagliero, Procurador General de la Pía Sociedad. Don Domingo Belmonte cambió su título por el de Vicepostulador. Un 
parte importantísima queda reservada al Procurador General de la Fe en la misma Congregación. Suele llamársele, en el lenguaje común, 
abogado del diablo, como si hiciera el papel del diablo buscando denegar la santidad. En efecto, él debe presentar objeciones, lo mismo 
contra los testimonios prestados que contra las virtudes y la fama de santidad. Su oficio se corresponde con el de procurador del Rey en la 
causas criminales. En realidad, la denominación popular no le conviene, puesto que él realiza una parte totalmente al contrario, ya que su 
función es la de sacar a la luz todas las dificultades y todas las objeciones, llamadas animadversiones, para que sean resueltas por el 
Postulador, de manera que no quede la menor duda. Finalmente se requiere la actuación de un Abogado, a quien se confía el patrocinio de 
Causa, y la asistencia de un Procurador que trabaja con el Abogado. 

Antes de que se pudiese comenzar en Roma el estudio del legajo de Turín, había que buscar y examinar todos los escritos atribuidos al 
Siervo de Dios editados o sin editar: tratados, folletos, sermones, poesías, 
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cartas, sin distinción de escritos o autógrafos realizados por mano ajena al dictado o cualesquiera otros escritos publicados por su mandato 
Sería tiempo perdido llevar adelante la Causa, si luego debiera constar que los escritos contienen algo contra la pureza de la doctrina en 
cuanto a la fe y la moral. Para la búsqueda se había decretado que se establecieran varios centros; ((49)) pero después, y a fin de que la 
Causa fuera más expedita, los centros se redujeron a uno solo, es decir, a aquél donde el Siervo de Dios había tenido morada habitual. El a 
1898 murió monseñor Riccardi y su sucesor, monseñor Agustín Richelmy, publicó una orden, el veinticinco de octubre de aquel año, por l 
cual «en virtud de santa obediencia y con amenaza de las censuras acostumbradas» imponía a todos los fieles de la Archidiócesis la entreg 
de los escritos, que estuvieren en su posesión. Aquella entrega debía hacerse a Su Excelencia, al Rector Mayor de los Salesianos o al prop 
párroco. Además, el que supiese que se conservaban escritos de don Bosco en alguna familia, en algún archivo o biblioteca, lo denunciase 
Arzobispo o al párroco. Entonces don Miguel Rúa, en su calidad de Superior General de la Pía Sociedad, prescribió a todos los Salesianos 
en una circular, que le mandasen rápidamente cualquier escrito del Siervo de Dios. 

Para el cumplimiento de estas obligaciones se fijó el plazo de dos meses; pero duraba ya la requisitoria casi dos años, cuando, por no 
retardar demasiado la introducción de la Causa, se estableció que se enviase a Roma la parte ya recogida y controlada, y así se empezase 
rápidamente el examen de la misma en la Congregación de Ritos. Había impresos y manuscritos divididos en nueve categorías: 1.° 
Históricos y científicos (6). 2.° Catequísticos y polémicos (19). 3.° Biográficos (17). 4.° Vidas de Santos (8). 5.° Vidas de Sumos Pontífic 
desde San Pedro hasta San Melquiades inclusive (20). 6.° Marianos (9). 7.° Ascéticos (8). 8.° Escritos amenos (5). 9.° Algunos manuscrito 
en torno a los mismos temas (17). En un segundo envío se añadieron otros escritos cortos muy numerosos: cartas privadas, circulares de 
diversos géneros, documentos dirigidos a la Santa Sede o a Cardenales, folletos en defensa de las escuelas salesianas, el Reglamento de la 
casas con el apéndice sobre el sistema preventivo, convenios estipulados con diversas personas, gestiones y proyectos para la apertura de 
casas salesianas, poesías, sermones, resúmenes o croquis de sermones hechos, temas ((50)) y esbozos de sermones oídos. Sólo las copias d 
las cartas privadas requirieron mil cuatrocientas veinte páginas en papel de oficio. Estas y otras copias las escribía don Joaquín Berto, 
archivero de la Congregación. El envío de todo aquel material 
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se hizo por el entonces cardenal Richelmy, previo el llamado processiculus diligentiarum. 

Comprende esta denominación una indagación judicial, con el fin de comprobar, si se ha empleado toda suerte de diligencias en la 
búsqueda de los escritos y si las copias correspondientes concuerdan exactamente con los originales. El Arzobispo, a quien por delegación 
de la Santa Sede correspondía esta investigación, como a juez apostólico delegado, nombró el día 5 de junio de 1900, con aprobación de 
Roma, un subdelegado, instituyendo el tribunal a propósito. Su Eminencia designó el Oratorio salesiano para lugar de las sesiones, y en él 
celebraron dieciocho reuniones, desde el 10 de junio de 1900 hasta el 30 de enero de 1901. Se envió copia auténtica de las actas, extendida 
vez por vez, a la Congregación de Ritos. 

Durante el curso de estos trabajos fallecieron el Postulador y el Vicepostulador y les sucedieron, al primero don Juan Marenco, nuevo 
Procurador general, y al segundo don Felipe Rinaldi, nuevo Prefecto general. 

Al llegar a este punto, es decir, al cierre del proceso informativo, cuando sobreviven testigos oculares, urge apresurar el proceso 
apostólico, ne pereant in causa probationes, o lo que es lo mismo, para que, por muerte de esos testigos o por otros motivos, no se pierdan 
sus preciosos testimonios. Por ello el Postulador, don Juan Marenco, presentó inmediatamente la petición de que se procediese con solicitu 
a la tramitación de las llamadas litterae remissoriales. Con ellas ordena el Papa que se introduzca una Causa en la Congregación de Ritos, 
cual emprende su examen para llegar a los ulteriores procesos auctoritate apostolica. Mas, para que el Papa dé y firme esas órdenes, se 
necesitan cuatro cosas por adelantado: ultimar en Roma el examen de los escritos, hacer el proceso de non cultu ante el Ordinario, ((51)) 
preparar la positio y recoger las litterae postulatoriae. 

Digamos ante todo algo sobre estas últimas. A la petición de los sectores o demandantes para obtener las «Cartas Remisoriales» es preci 
adjuntar otras de ilustres personajes, tales como Cardenales, Obispos, Príncipes seglares, Superiores de órdenes religiosas, Cabildos de 
Canónigos, asociaciones piadosas; lo cual se hace por medio de cartas llamadas postulatorias, dirigidas al Papa, a través del Postulador. En 
ellas se suplica vivamente al Padre Santo que se digne atender los votos de tantos fieles, firmando lo antes posible por su propia mano la 
comisión, o sea, la orden de introducción de la Causa, y se alegan en ellas los motivos que inducen a presentar tal petición. Cursada por 
consiguiente a lo largo y a lo ancho la invitación para escribir 
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dichas cartas, recibió el Postulador, durante el bienio de 1902 y 1903, trescientas cuarenta y una, veintitrés de las cuales eran de 
Eminentísimos Cardenales. Se presentaron al Padre Santo, se restituyeron por la Congregación de Ritos al Postulador, para que pasaran al 
Procurador de la Causa y procurase que se imprimieran unas sesenta entre las más importantes. 

Las cartas no se imprimen solas, sino que forman parte de la Positio preparada por el Abogado que lleva el patrocinio de la causa. Esa 
posición se compone de otros dos elementos de mayor importancia, que son un Summarium y una Informatio. El abogado Morani, por 
medio del Procurador Melandri, hizo extraer ante todo del proceso ordinario las deposiciones de los testigos e imprimirlas, agrupadas bajo 
distintos títulos: de las virtudes teologales, cardinales y morales, de los votos religiosos, de la fama de santidad en vida y después de muer 
de la muerte con los funerales y entierro y de los milagros y gracias que se atribuían a la intercesión de don Bosco. Esta compilación es 
precisamente el sumario, en cuyos márgenes deben colocarse apostillas latinas, indicando lo que allí dice el testigo. Mientras atendía a esto 
el Procurador, el Abogado extendió la información, compuesta de dos partes, que eran una narración abreviada de la vida de don Bosco, 
seguida de la demostración ((52)) de que él había practicado las virtudes en grado heroico, lo cual había originado su fama de santidad. 

Una tercera prescripción preliminar añade que se constituya por el Ordinario un tribunal que indague si se ha cumplido el decreto de 
Urbano VIII, que prohíbe se preste culto público eclesiástico a un Siervo de Dios muerto en olor de santidad. Este proceso se hace por la 
Curia en cuyo territorio se encuentra la tumba, ya que es especialmente junto a la tumba donde los fieles manifiestan algún culto a los 
Siervos de Dios. El tribunal visita el sepulcro, la habitación donde murió el Siervo de Dios y cualquier otro lugar donde se pueda sospecha 
que existan signos de culto. Hay que hacer constar la situación de las cosas con pruebas testimoniales jurídicamente recogidas. Bastan cua 
testigos, dos de ellos citados por oficio. El notario describe todo en las actas del proceso, y envía a Roma copia de las mismas, debidamen 
firmada y sellada. El proceso duró muy poco; todo quedó terminado el 4 de junio de 1904. 

Requirió más tiempo el examen de los muchos escritos, cuarto trabajo preparatorio. Corresponde al Cardenal Ponente confiar este exame 
a Teólogos Censores de la Congregación de Ritos. Se lo confió el cardenal Parocchi; pero, una vez muerto éste en 1903, renovó 
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sus votos el cardenal Tripepi, nombrado Ponente por el Sucesor de León XIII. Un número considerable de documentos se refería a las 
controversias entre don Bosco y el arzobispo Gastaldi. Pío X, después de oír la relación de los mismos por monseñor Verde, Promotor de 
fe, considerando su peculiar carácter, dispuso que se revisaran aparte. Por cuanto se refería a la censura teológica, aquéllos, como todos lo 
demás escritos, eran impecables; pero dada la calidad de los hechos en sí mismos y la dignidad de las personas interesadas, pareció necesa 
un trabajo satisfactorio, por cuanto pudiese reflejar la discusión de las virtudes. Se organizó, pues, un procesículo especial secreto, a fin de 
que fuera posible y cómodo a la par emitir un juicio seguro e imparcial sobre el comportamiento observado por el Siervo de Dios ((53)) en 
una discordia tan larga, ardua y desagradable. El Consultor llamado a redactar su votum pro veritate, extendió una límpida relación, en la 
que las razones de la verdad y de la justicia aparecían con plena evidencia. Concluía concienzudamente declarando que, tras un atento y 
ponderado examen de todas las cuestiones, no se podía rectamente deducir nada que debiera considerarse como un grave impedimento par 
seguir ad ulteriora, nada que amenazase obstaculizar a continuación la normal discusión de las virtudes heroicas de don Bosco. Hecho esto 
se promulgó el día 22 de agosto de 1906 el decreto de aprobación de los escritos. 

El Promotor de la fe había continuado en tanto el estudio para sacar de todo el material que se refería a la Causa, sus animadversiones, o 
sea, las objeciones contra la legitimidad de las pruebas y contra las virtudes y la fama de santidad. Se imprimieron las dificultades por él 
alegadas, y contrapuso el Abogado sus respuestas, también impresas, resolviéndolas de modo que no quedasen dudas ni oscuridades. 
Después, cuarenta y cinco días antes de la fecha establecida para la discusión, se distribuyeron, encuadernadas en un solo volumen, la 
información, el sumario, la objeciones y las respuestas, como está prescrito, al Cardenal Ponente, al Cardenal Prefecto, a todos los 
Cardenales y Prelados oficiales de la Sagrada Congregación de Ritos, al Secretario, al Promotor y Subpromotor general de la fe. Finalmen 
el 23 de julio de 1907, después de muchas otras formalidades que no es preciso describir, el Cardenal Ponente Vives y Tutó, que había 
sucedido al difunto Tripepi, propuso en la Congregación ordinaria la duda de si había que aprobar o no la Comisión o mandato para la 
introducción de la Causa. Después de oír su relación, Cardenales y Consultores dieron su voto favorable, subordinado al beneplácito de Su 
Santidad. Al día siguiente firmó el Santo Padre Pío X la Comisión. Esta 
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firma papal presenta la particularidad de que va firmada con el placet y el nombre de pila; en nuestro caso: Placet. Josephus. Hecho esto, e 
Secretario de Ritos, monseñor Paníci ((54)) redactó el decreto, que fue publicado y fijado en las puertas de las iglesias e incluido en el 
Boletín de las Acta Apostolicae Sedis. He aquí la traducción del mismo: 

Dios, creador y supremo mantenedor de la familia humana, lo mismo que en otros tiempos, también en los nuestros se cuida con especia 
solicitud de los males de la sociedad cristiana; acude en su ayuda con oportunos auxilios, y recursos por medio de hombres elegidos, 
insignes por su virtud extraordinaria y operativa, los cuales parece que hacen a todos partícipes de su espíritu saludable y vital, y de su ard 

Entre éstos, en el siglo recientemente pasado, la Divina Providencia envió, para ayuda y ornamento de su Iglesia, el sacerdote Juan Bosc 
el cual, siguiendo los pasos de los santos José Calasanz, Vicente de Paúl, Juan Bautista de la Salle y otros de la misma virtud y grandeza, 
haciéndose todo para todos por salvarlos, se dedicó por entero, con la Pía Sociedad Salesiana, que él mismo fundó, y con otras varias obra 
a conducir a los hombres a la eterna salvación y especialmente a educar e instruir a los muchachos en la religión, prepararlos a los estudios 
a las artes. 

Nació el Siervo de Dios en Morialdo, junto a Castelnuovo de Asti, de padres honrados y piadosos, Francisco y Margarita Occhiena, el 1 
de agosto de 1815, Habiéndose quedado huérfano a la edad de tres años, creció bajo los amorosos y diligentes cuidados de la madre viuda 
que daba a los hijos luminoso ejemplo de amor al trabajo, la seriedad y la virtud. Chiquillo todavía, viviendo en casa y muy querido, se 
ganaba la comida ayudando al trabajo del campo. 

A los diez años, como demostrara talento y memoria, empezó a estudiar, bajo la dirección del capellán de su pueblo, don Juan Calosso, 
que lo tuvo con gusto en casa como alumno. Poco después, habiendo muerto el maestro, volvió al trabajo del campo y el pastoreo por algú 
tiempo, mas sin abandonar totalmente los estudios, hasta que su piadosa madre, apoyando los deseos del hijo, empezó a enviarlo diariame 
a Castelnuovo, a diez kilómetros, donde asistía asiduamente a las escuelas municipales y aprendía al mismo tiempo, con el párroco del lug 
los primeros elementos de la lengua latina. 

Se trasladó luego a Chieri, donde hizo los cinco cursos del bachillerato, con mucho éxito y ganando varios premios, mientras procuraba 
confirmar a los compañeros buenos en la virtud y llevar a los perdidos al buen sendero. A tal fin, en determinados días y horas, reunía Jua 
los muchachos en una sociedad que llamó de la alegría y los entretenía con inocentes diversiones, adaptadas a la edad, alternándolas con la 
prácticas de piedad: uno de los frutos de esta su actividad juvenil fue la conversión a la fe católica de un joven judío, lo cual ocasionó gran 
alegría entre los compañeros. 

Tal género de vida y de ocupaciones debe considerarse como ((55)) la preparación a un estado más alto, al que fue ayudado el Siervo de 
Dios, en su incertidumbre, por la oportuna ayuda del párroco de Castelnuovo, el reverendo Cinzano, y especialmente por el Venerable 
Cafasso, cuyos consejos y ejemplos empezó a seguir desde entonces. 

En el año 1834, vigésimo de su edad, vistió la sotana en Castelnuovo, en la iglesia parroquial de S. Miguel Arcángel, el día de la fiesta; 
en aquella ocasión escribió 
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unos buenos propósitos, que leyó ante la imagen de la Santísima Virgen, con la firme voluntad de ser fiel a ellos. 

Por mediación del mismo Ven. Cafasso, entró en el Seminario Arzobispal de Chieri, donde siguió durante seis años los estudios de 
filosofía y teología, obteniendo cada año un premio especial. Aplicóse también al estudio de la historia eclesiástica y de la lengua griega, d 
hebreo y del francés, y de otras materias. Ocasionóle una gran alegría haber obtenido de los superiores, junto con otros compañeros más 
fervorosos, entre los cuales estaba Luis Comollo, digno de mención y loa, el poderse acercar varias veces por semana a la sagrada mesa, 
contra la costumbre de entonces. Mientras tanto, dentro de los muros del Seminario de Chieri, continuaba con los muchachos y jóvenes, lo 
mismo internos que externos, el apostolado empezado en Morialdo y Castelnuovo. 

Recibió las órdenes del subdiaconado y diaconado y, pocos días antes de ser elevado al sacerdocio, formuló y escribió unos propósitos 
nuevos y precisos para el porvenir. Ordenado que fue de sacerdote, celebró su primera misa en Turín en la iglesia de S. Francisco de Asís; 
segunda en la iglesia de N.ª Sra. de la Consolación (Consolata), la tercera y la cuarta en Chieri, y el día del Corpus Christi en Castelnuovo 
con gran asistencia del pueblo. Al volver a casa por la tarde y pasar por el lugar, donde en algún tiempo había tenido el presentimiento de 
apostolado entre los muchachos, dio gracias a Dios y le alabó con el salmo 112: Laudate pueri Dominum. La piadosa Margarita, al recibir 
con alegría y maternal afecto a su hijo Juan, ya sacerdote, le exhortó a meditar e imitar a Jesús, que tanto ha padecido por nosotros, y sólo 
pidió a su hijo que rogara por ella y la recordara siempre en la santa misa. 

Durante el verano de 1841 se trasladó a Turín, donde, por consejo y bajo la dirección del Ven. Cafasso, atendió durante tres años al 
estudio de la teología moral y de la sagrada elocuencia, a la par que ejerció el ministerio sacerdotal en cárceles y hospitales. Para educar 
después a los muchachos abandonados, empezó a reunirlos los días festivos en iglesias, oratorios y otros lugares. Salvadas muchas 
dificultades y obstáculos con la ayuda de Dios, se refugió por fin como en un puerto, en una casa del suburbio de Valdocco junto a Turín. 

Aquella casa, casi una cueva, transformada en una semana en un edificio decente, lo bendijo solemnemente el mismo Siervo de Dios, co 
la debida autorización, y lo dedicó a Dios el mejor Maestro, en honor de San Francisco de Sales, el domingo 12 de abril de 1846. ((56)) El 
Arzobispo de Turín enriqueció a este oratorio y a su Rector con muchos privilegios y hasta el mismo Rey Carlos Alberto lo tomó bajo su 
protección. 

Abrió sucesivamente otros dos oratorios, dedicados, el uno a San Luis Gonzaga y el otro al Angel Custodio, a los que acudían más de 
quinientos muchachos. Fundó, además, escuelas diurnas, nocturnas y dominicales para la instrucción de los jóvenes aprendices, y como el 
número de alumnos crecía de día en día, eligió a algunos y los instruyó para que hicieran de maestros en sus oratorios y escuelas. 

En abril de 1847, enternecido ante la miseria y la desgracia de algunos jovencitos, los albergó en una casita que había alquilado junto al 
Oratorio y en la que vivía con su madre, gracias a cuya ayuda podía proveerlos de lo necesario para su educación y manutención. Esta 
humilde casa fue el principio del Oratorio, llamado de San Francisco de Sales, que contaba con treinta muchachos internos en 1851 y, 
agrandada tenía cuatrocientos en 1860 y ochocientos en 1870. 

Desde el principio colocaba a estos muchachos en talleres de la ciudad para aprender y practicar diversos oficios; iba a menudo a aquello 
talleres y se informaba del 
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comportamiento de sus muchachos, y de su aprovechamiento. Después, para atender mejor a su aprendizaje y a su piedad, abrió, en 1865, 
talleres en el mismo Oratorio. A los que se distinguían por su mayor talento y virtud, si los juzgaba idóneos, los preparaba para el estudio 
las letras y las ciencias. El fue su maestro, hasta que encontró colaboradores entre los profesores eclesiásticos y doctores, cuando el 
Seminario diocesano fue cerrado y el Arzobispo Fransoni fue exiliado de Turín. La historia del Oratorio hasta el año 1870, contó con 
muchos sacerdotes salidos del mismo, que, encargados de los oficios sagrados, fueron muy útiles para la archidiócesis turinesa y otras 
diócesis de la región piamontesa. 

En la educación de los jóvenes, Juan Bosco, siguiendo siempre la divina sentencia Initium sapientiae, timor Domini, siguió el método de 
cuidado, asistencia y caridad preventiva; y procuró, al mismo tiempo, que, sin dejar de estar siempre ocupados, los muchachos se 
entretuvieran con juegos adaptados y honestos; y para ello introdujo en las escuelas populares la gimnasia y la música. 

Y para que la obra empezada en favor de la juventud no desapareciese, con el andar del tiempo, sino que permaneciese estable, el Siervo 
de Dios, aconsejado por varones prudentes y por el mismo Ven. Cafasso, y con la ayuda de viva voz del Romano Pontífice Pío IX, fundó e 
Turín en 1859 la Sociedad Salesiana y, por designación de todos los Capitulares, llevó su dirección con el título de Rector Mayor. La 
Sociedad, desarrollada y propagada cada día más, fue alabada y encomendada por la Sede Apostólica el año 1864, y aprobada y confirmad 
con decreto del 1.° de marzo en 1869. 

((57)) Entre tanto, el piadoso sacerdote Domingo Pestarino había formado en su pueblo de Mornese, diócesis de Acqui, una asociación d 
muchachas, llamada de Hijas de María -a la que posteriormente se añadió el título de Auxiliadora-; acudió Juan, a su ruego, y las acogió a 
título de adopción filial y, cuando en 1872 murió el fundador, puso al frente de la misma a uno de sus hermanos salesianos. De este modo 
familia religiosa de las Hijas de María Auxiliadora fue tenida como una segunda orden del Instituto Salesiano, al que se añadió poco 
después, como tercera orden, la Pía Unión de Cooperadores de uno y otro sexo, aprobada el 9 de mayo de 1876 por la Santa Sede Apostól 
y enriquecida con privilegios e indulgencias. 

Siguieron el Boletín Salesiano y las Lecturas Católicas, históricas, literarias y populares, también para las escuelas, con el fin de promov 
y aumentar, junto con la sana doctrina, la unión y la caridad entre todos los hermanos y apartar las asechanzas y los errores de los malvado 
y de los herejes. 

Finalmente hay que recordar las Misiones propagadas y florecientes en las regiones de Europa y América; la Obra, vulgarmente llamada 
Hijos de María, destinada al cultivo de las vocaciones eclesiásticas de los adultos, con sus más de cincuenta casas; muchas iglesias 
preciosas, levantadas en diversas regiones, entre las que sobresalen la de María Auxiliadora en Turín y el templo parroquial romano en el 
Castro Pretorio, edificado a petición de León XIII, y dedicado, junto con un amplio internado, dotado de diversas enseñanzas literarias y 
profesionales, al Sagrado Corazón de Jesús. 

No le faltaron al Siervo de Dios angustias y contradicciones que, con la ayuda de Dios, superó con ánimo obediente y singular paciencia 
fortaleza: pero, deshecho con tales aflicciones y las asiduas fatigas, el día 20 de diciembre de 1887 cayó enfermó del mal que duró casi 
cuarenta días y fue agravándose gradualmente. Confortado por los Sacramentos de la Iglesia, daba saludables consejos a cuantos iban a 
visitarlo y rogaba a sus íntimos, los reverendos Rúa y Cagliero, que comunicaran a los Salesianos sus últimas exhortaciones. Recomendó 
encarecidamente a sí mismo moribundo 
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y a su Congregación al cardenal Alimonda, arzobispo de Turín. Obtuvo que le bendijera el cardenal Richard, arzobispo de París, que volví 
de Roma a su diócesis, a condición de que él mismo bendijera a su vez al Arzobispo de París con todos sus diocesanos: y, obedeciendo, lo 
hizo. 

Durante la enfermedad, recibió santamente casi todos los días la divina Eucaristía y por última vez el día de San Francisco de Sales. Iba 
repitiendo: Fiat voluntas tua -In manus tuas, Domine -Maria Mater gratiae -Diligite inimicos vestros -Quaerite regnum Dei -Alter alteri 
onera portate -Exemplum bonorum operum. El día 31 de enero de 1888, por la mañanita, al oír el toque de la campana, saludó a la 
Santísima Virgen exclamando Viva María, y poco después, cerca ya de las cinco, en presencia de los Superiores y de los principales 
miembros de la Sociedad que acompañaban con lágrimas y oraciones el ((58)) tránsito de su amado Fundador y Maestro, Juan Bosco muri 
en Paz. 

Tan pronto como se difundió la noticia de la muerte, toda la ciudad se sumió en el dolor y el luto. Una multitud de ciudadanos y foraster 
acudió a visitar el cadáver, revestido con los ornamentos sacerdotales y expuesto al público en la iglesia de San Francisco de Sales, donde 
celebraron exequias. El cadáver fue llevado y recibido con gran solemnidad en el Colegio de las Misiones, poco tiempo antes abierto en 
Valsálice, donde recibió conveniente sepultura. 

La fama de santidad que había adquirido en vida, fue creciendo tanto después de su muerte, que se instruyó sobre ella el Proceso 
Ordinario, que posteriormente se transmitió a la Sagrada Congregación de Ritos. Cuando todo estuvo a punto y se hizo la revisión de los 
escritos, como no había nada que impidiese el ulterior procedimiento, el Ponente de esta Causa, el Eminentísimo señor cardenal José de 
Calasanz Vives y Tutó, a instancias del Rev. Juan Bautista Marenco, Procurador y Postulador general de la Congregación Salesiana, y 
atendidas las cartas postulatorias de algunos Eminentísimos Cardenales de la Santa Iglesia Romana, de muchos Reverendísimos Obispos, 
Cabildos Catedralicios y Superiores de Ordenes Religiosas, propuso en su condición de Relator de esta Causa, en la Congregación ordinar 
de Sagrados Ritos tenida en el Vaticano el día señalado al pie, la discusión de la duda siguiente: Si se debe firmar la Comisión de 
Introducción de la Causa, en el caso y al afecto de que se trata. Los Eminentísimos y Reverendísimos Padres gobernadores de los Sagrado 
Ritos, después de la relación hecha por el mismo Eminentísimo Ponente, tras haber oído de palabra y por escrito al Reverendo Alejandro 
Verde, Promotor de la Fe, y examinado todo diligentemente, opinaron que se debía responder afirmativamente, esto es, que se debía firma 
la Comisión, con el consentimiento de Su Santidad. 23 de Julio de 1907. 

Habiendo después referido el Cardenal firmante, Prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos, al Padre Santo Pío X cuanto antecede, S 
Santidad, ratificando la sentencia de la misma Sagrada Congregación, dignóse firmar por sí mismo la Comisión de Introducción de la Cau 
del Ven. Siervo de Dios Juan Bosco, sacerdote, Fundador de la Pía Sociedad Salesiana, el día veintiocho del mismo mes y año. 

SERAFIN Card. CRETONI Prefecto de la S. C. de Ritos 

» DIOMEDES PANICI 

Arzobispo de Laodicea 
Secretario de la S. C. de Ritos 
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Después de este decreto se introducía la Causa, o lo que es lo mismo, se aceptaba por la Santa Sede para el desarrollo de la misma hasta 
((59)) canonización. Por efecto del mismo, ninguna autoridad eclesiástica podía ya actuar en la Causa, sin permiso de la Congregación de 
Ritos. A partir de la introducción de la Causa le correspondía al Siervo de Dios el título de Venerable, que no autoriza para ningún culto 
público 1. El sucesor del Venerable, intérprete del sentimiento común, apenas recibió comunicación oficial del decreto, elevó un himno de 
júbilo, escribiendo el seis de agosto a todos sus queridísimos hijos de la Congregación: 

íDon Bosco ya es Venerable! Es ésta la fausta noticia por la que hace tantos años suspirábamos y que finalmente nos llegó en alas del 
telégrafo el veinticuatro de julio último. Este es el feliz anuncio que, repetido en todas las lenguas por medio de los periódicos, ha alegrado 
el corazón de innumerables amigos y admiradores de don Bosco. Estoy seguro de que, por muy remota que pueda ser la morada de mucho 
Misioneros nuestros, también en aquellos inmensos desiertos de América habrán recibido la noticia de este alegre suceso. No quise, sin 
embargo, dar comunicación oficial del mismo hasta leer con mis ojos el Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos y besar con 
transportes de alegría la firma del Augusto Pontífice Pío X, que se dignó confirmar el voto. Y este inefable consuelo me fue concedido en 
estos últimos días, cuando nuestro querido Procurador General, don Juan Marenco, el cual actuó tanto hasta llegar el asunto a su término, 
vino a traerme personalmente el precioso documento. 

íDon Bosco ya es Venerable! Cuando me tocó comunicar con mano temblorosa a toda la familia salesiana la muerte de don Bosco, escri 
que aquel anuncio era el más doloroso que podía haber dado en mi vida; ahora en cambio la noticia de la Venerabilidad de don Bosco es la 
más dulce y agradable que pueda daros antes de bajar a la tumba. Con este pensamiento estalla en mi pecho un himno de alegría y 
agradecimiento. Vimos durante muchos años a nuestro buen padre abatido por el peso de penas indecibles, sacrificios y persecuciones, sí; 
pero íqué satisfacción más grande la de ver a la Iglesia Católica ocupada en su glorificación ante el mismo mundo! Si hubiéramos dudado 
alguna vez de que nuestra Pía Sociedad fuese obra de Dios, ya puede estar tranquilo nuestro espíritu, desde el momento en que la lesia con 
su inefable magisterio llama Venerable a nuestro Fundador. íQué agradecidos debemos estar al Sumo Pontífice Pío X, que se dignó ((60)) 
proponer la Causa de don Bosco al estudio de la Sagrada Congregación, mucho antes de lo que suele hacerse aun cuando se trata de 
personajes muertos en olor de santidad! El cardenal Vives y Tutó, Ponente de la Causa de don Bosco, al felicitar a la Pía Sociedad Salesia 
por la Venerabilidad de don Bosco, habló de él de tal manera que nos hizo llorar de alegría y considerar como un especialísimo favor de la 
Providencia ser sus hijos. En estos días nos llueven de todas partes cartas de felicitación de ilustres personas que participan 

1 Un decreto de la Congregación de Ritos, del 26 de agosto de 1913, recogido en el Código de Derecho Canónico, establece hoy que est 
título sólo se conceda a los Siervos de Dios después de haber sido reconocido el heroísmo de las virtudes. 
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de la alegría de la familia salesiana. Sea todo para gloria de Dios y de María Santísima Auxiliadora; que todo sirva para glorificación de do 
Bosco y se cumpla así la palabra del Evangelio de que quien se humilla será exaltado: qui se humiliat, exaltabitur. 

La alusión al cardenal Vives y Tutó requiere una aclaración. Pocas horas después de la audiencia del Papa al cardenal Cretoni, se presen 
él en el Sagrado Corazón para felicitar cordialmente a los Salesianos. «No solamente he venido, dijo al inspector don Arturo Conelli, para 
congratularme con la Congregación, sino para recogerme en oración en el templo levantado por don Bosco al Sagrado Corazón y 
encomendarme a él en este templo como a patrono celestial. Me considero muy feliz por haber tenido que estudiar a fondo la vida de don 
Bosco, porque así he podido conocer que fue un gran santo. Ya cuando se ve a una Congregación hacer el bien (y tal sucede con la de 
ustedes), puede decirse con razón: en el fondo y en la raíz seguramente hay un santo. Pero yo lo he palpado con mis propias manos estos 
días estudiando la vida de don Bosco, su Fundador. íQué celestiales carismas los suyos! Podría decirse que Dios, como en un filme contin 
le manifestaba el futuro de su Congregación, de sus hijos y sus alumnos. Y además de los carismas celestiales, íqué tesoros más grandes d 
virtud! Un amor a la Virgen, que iguala al de los más grandes Santos, un amor a la Pasión que sofocaba su pecho, todas las virtudes 
religiosas en su perfecto grado; y, como contraseña infalible de santidad, era extraordinario en lo ordinario, de modo que nada traslucía al 
exterior en su vida común. Mire, he estudiado mucho la vida de don Bosco, y su figura me parece siempre providencial. El lunes pasado, p 
la noche, a la una y media, estaba yo ((61)) todavía preparándome para la discusión del martes por la mañana: asistían a ella ocho cardenal 
resultó muy favorable; y crea que la introducción de la Causa de beatificación a los diecinueve años después de su muerte, con una vida qu 
tiene tantas relaciones, ya es algo prodigioso (...). La noticia del decreto interesa a todo el mundo y debe aportar gracias extraordinarias a 
todos, de acuerdo con su propio estado; yo me he elegido a don Bosco por mi patrono especial». Esta fue sustancialmente la conversación 
Su Eminencia 1. 

El decreto del 24 de julio de 1907 quitaba el luto a la tumba del Siervo de Dios, soltaba las lenguas para ensalzar sus dotes sobrenaturale 

1 Carta de don Arturo Conelli a don Miguel Rúa, Roma, 25 de julio de 1907. 
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y naturales e incitaba a la imitación de sus ejemplos. Hasta pareció que el Cielo se sumara a ratificar el hecho. 

Sor Juana Lenci, Hija de María Auxiliadora, guardaba cama hacía dos años, con un tumor en la matriz. Los médicos no daban esperanza 
alguna de curación. Con plena confianza en la intercesión del Siervo de Dios, empezó una novena en su honor, que terminó precisamente 
23 de julio de 1907, día en el que se trataba de la introducción de la Causa en la Congregación de Ritos. Pues bien, aquella misma mañana 
no pudiendo aguantar más los dolores del mal, se puso una reliquia de don Bosco sobre el pecho. Se adormiló un rato y, al abrir de nuevo 
ojos, vio a la vera del lecho al Siervo de Dios, el cual le indicó que se levantara y desapareció. Se levantó en efecto perfectamente curada. 
Aquel mismo día fue al santuario de María Auxiliadora y al día siguiente acudió en peregrinación a Valsálice. Mientras escribimos estas 
líneas, forma ella parte de la comunidad religiosa de Foglizzo. 

El entusiasmo que suscitó el decreto se transformó en múltiples y fervorosas demostraciones, especialmente en aquellos lugares donde 
había obras salesianas. No se recuerda que haya habido en el mundo tanta alegría por ningún otro Venerable, que se hayan hecho tantas 
fiestas, que se hayan rendido tan solemnes gracias. ((62)) En el Oratorio de Valdocco se eligió para celebrarlo el día 30 de enero de 1908, 
vigilia del vigésimo aniversario de la muerte. Participó en la celebración la ciudad de Turín con sus mejores representantes. Habló, con el 
beneplácito de la Santa Sede, el cardenal Maffi, arzobispo de Pisa, interpretando con alta elocuencia los sentimientos de la ciudad que se 
gloriaba y se gloría de su hijo don Bosco. Y partiendo del lema escritural Ut palma florebit, hizo ver lo mucho que se asemejaba el 
florecimiento de don Bosco al de una palmera, lo mismo en la vida que en las obras. Una cosa juzgó necesario hacer notar para sí y para lo 
demás. Embelesados ante el rápido progreso de estas obras, son muchos, demasiados los que se detienen ante el encanto exterior de las 
mismas y no saben penetrar lo bastante en su íntima vitalidad. «Muchas veces, dijo él, nos detenemos a contemplar una tez rosada y no 
pensamos en el corazón que late para colorearla: admiramos el pétalo que se abre, la naranja que se dora, y no pensamos en las raíces pálid 
y escondidas que, con ansias de madre, arrancan la vida de la tierra. La razón, la fuerza del desarrollo de las obras salesianas estaba en el 
crecimiento y en el palpitar del alma de don Bosco: la palmera se dilataba en las palmas, porque había en el interior una linfa pura y 
abundante que la inundaba: el secreto de sus creaciones y de sus 
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conquistas estaba en su caridad y en su virtud. No entro en los misterios de la gracia y en la economía de sus manifestaciones; pero quisier 
deducir esto ahora: las obras de religión y de caridad de don Bosco brotaron de la santidad que cultivó en su alma con todo cuidado antes 
que nada». 

El eminente orador, que había contemplado a don Bosco en el teatro ordinario de su acción, describió de esta manera lo que él había 
observado: «Tras haberle oído y haber recibido su bendición, le vi en un rincón del santuario de María Auxiliadora sentado en una pobre 
silla, cercado de niños, oyéndoles, hablándoles, enviándoles a recibir a Jesús. Le vi amar y le vi amado, hecho todo para todos con el fin d 
llevar a Dios a todos y llevar a todos a Dios; y juzgué entonces, como algo natural y espontáneo, el nacimiento de almas apostólicas y 
heroicas aquí mismo; y de obreros que alaban al Señor en su trabajo, ((63)) y de jóvenes que, en el taller y en la escuela, guardan con 
solicitud su candor, y de sacerdotes que son a un tiempo monásticos y seculares, condiscípulos y maestros, escritores y tipógrafos, literato 
con Clásicos latinos e italianos, y populares con Lecturas Católicas, músicos y arquitectos, y misioneros en regiones lejanas siempre 
dispuestos en cualquier parte a cuanto pide la caridad; estas formas, estas creaciones de hombres no me maravillan: cada planta da sus 
frutos». 

Mirando después al porvenir y presagiando la plenitud del día, cuya aurora anunciadora acababa de despuntar, entrevió para Turín la 
apoteosis de un retorno que nadie habría podido describir y en el que se lloraría de alegría, no sólo en las casas salesianas, sino en toda la 
tierra. Y así como el ánimo profético lo previó, así sucedió realmente. 
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((64)
)


CAPITULO IV 

DESDE LOS PROCESOS APOSTOLICOS
HASTA EL DECRETO SOBRE LA HEROICIDAD
DE LAS VIRTUDES


SON dos los procesos que, por autoridad apostólica, se hacen en las Curias episcopales. El primero es sobre las virtudes en modo especial 
del Siervo de Dios y consta de dos partes. En la primera, que se llama incoativa, se reciben solamente los testimonios de ancianos y 
enfermos, y por eso también se llama proceso ne pereant probationes. Una vez terminado el examen de dichos testimonios, se cierra el 
proceso y se conserva en la Curia hasta tanto que la Sagrada Congregación de Ritos disponga que se haga la segunda parte, llamada 
continuativa. En ésta se pueden examinar testigos de toda edad y condición y recibir todos los documentos que el Postulador quisiere 
presentar. Cuando se termina esta segunda parte, se hace la transcripción de la misma y todo unido, esto es la primera y la segunda parte, s 
lleva a la Sagrada Congregación de Ritos. Pero no se pasa al proceso continuativo hasta que no se ha hecho otro proceso apostólico super 
fama sanctitatis in genere, indagando el origen, la extensión y duración de la misma; este proceso también se transcribe a fin de que la cop 
sirva en Roma para la discusión de la duda sobre la fama de la santidad en general. 

Son cosas que se dicen fácilmente, pero cuya ejecución se lleva con un procedimiento meticulosamente minucioso, que comporta una 
cantidad considerable de tiempo y, a veces, ((65)) ocasiona sorpresas. No podemos hacer aquí más que una rápida crónica de los procesos 
apostólicos, tocando solamente los puntos más llamativos. 

El 4 de abril de 1908, a petición del Postulador, se enviaron de Roma al Arzobispo de Turín las litterae remissoriales para que hiciese 
empezar el proceso incoativo, pero no antes de que fuese terminado en Roma el examen del proceso ordinario de non cultu; examen que 
tuvo su epílogo mediante la aprobación por la sección rotatoria de la Sagrada Congregación de Ritos el veintitrés de junio y la ratificación 
del Padre Santo el ocho de julio. Así pues, cumplidas todas las 
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formalidades secundarias, el 21 de mayo de 1909 presentó el Vicepostulador don Felipe Rinaldi al cardenal Richelmy, arzobispo de Turín 
petición formal para que se dignase ejecutar las Remisoriales. 
Tres días más tarde constituyó Su Eminencia el tribunal y le invitó a reunirse el día veintiocho. Empezaron enseguida a desarrollarse las 
reuniones normales sin notables intervalos. Había doce testigos citados. De acuerdo con la costumbre, el proceso incoativo no dura más de 
dos años; pero, en nuestro caso, la necesidad de oír a otros nueve testigos obligó a pedir una prórroga, que la Sagrada Congregación 
concedió el 13 de enero de 1911. En el intervalo fue nombrado obispo de Massa Carrara don Juan Marenco y le sucedió en el cargo de 
Procurador y Postulador don Dante Munerati. 

Continuóse así todavía durante unos meses y, después, el tribunal de Turín se entregó al proceso sobre la fama de santidad en general. E 
se realizó en un tiempo relativamente corto, puesto que el 9 de enero de 1913 pudo ser enviado a Roma, donde el día diecisiete siguiente l 
abrió la Sagrada Congregación de Ritos y comenzó la revisión. Al año siguiente murió el Cardenal Ponente, Vives y Tutó, y Pío X nombró 
al cardenal Ferrata para sucederle; pero también éste sobrevivió menos de un año, y Benedicto XV eligió para este cargo al cardenal Vico, 
que el 13 y 14 de julio de 1915 llegó finalmente hasta la aprobación y ratificación del proceso incoativo. 

A la nueva demanda del Postulador, la Sagrada Congregación ((66)) concedió el día dos de agosto las Remisoriales para la parte 
continuativa del proceso apostólico. La tramitación de las correspondientes diligencias no permitió que se convocase en Turín la primera 
sesión hasta el 12 de febrero de 1916. En poco menos de un año fueron interrogados los diecinueve testigos citados. Así quedó cerrado el 
proceso apostólico sobre las virtudes en modo especial y durante la transcripción de las actas, realizó el tribunal, de acuerdo con las leyes 
eclesiásticas, el reconocimiento canónico del cadáver. 

La ceremonia se realizó del 13 al 15 de octubre de 1917. Los miembros del tribunal fueron varias veces durante aquellos días a Valsálice 
donde les esperaban algunos oficiales sanitarios del Ayuntamiento y los dos médicos peritos Peynetti y Velasco. La relación del primero n 
suministra los datos, que aquí exponemos. Sacóse del nicho sepulcral el féretro, abrióse la caja exterior de madera 1, se encontró la segund 
caja deteriorada por la humedad, pero bien cerrada 

1 Esta caja estaba en buen estado, porque había sustituido a la anterior en 1904, con ocasión de la apertura, de que se habla unas líneas 
más adelante. 
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y con los sellos intactos. Se quitó la tapa y apareció la de la tercera caja de cinc, bastante gastada y en parte rota por una causa que se 
remontaba a trece años atrás. El año 1904, con autorización de la autoridad civil y en presencia del cardenal Richelmy, se había exhumado 
cuerpo de don Bosco, en forma muy secreta, para observar en qué estado se encontraba el continente y el contenido y para apagar la piedad 
de los componentes del décimo Capítulo General de la Sociedad, reunidos en Valsálice y deseosos de volver a ver las facciones de su Padr 
En aquella ocasión uno de los médicos municipales quiso verter dentro de la tercera caja una sobreabundante solución de bicloruro de 
mercurio, cuya acción corrosiva había atacado el metal. 

Al remover totalmente la tapa de cinc, «en vez del hedor común de un cadáver, escribe Peynetti, se percibió un olor sui generis, nada 
desagradable, y diría que hasta de agradable perfume». El cadáver aparecía momificado. La cabeza, ligeramente vuelta hacia la izquierda, 
estaba cubierta completamente por la piel casi ((67)) ennegrecida con los cabellos bien conservados; los ojos estaban consumidos bajo los 
párpados, todavía con pestañas y cejas; la boca abierta dejaba ver las encías deformadas, con tres dientes todavía en la parte superior y cin 
en la inferior y secas las aparentes partes blandas, pero no se veía la lengua; la nariz, bien conservada, tenía la punta algo doblada hacia la 
izquierda: también se veía íntegro el pabellón de ambas orejas. En el cuello, intacto, se advertía la laringe saliente y cubierta con sus 
tegumentos. Los brazos estaban extendidos a lo largo del cuerpo, con las manos todavía cubiertas por la piel ennegrecida, con los dedos 
íntegros y las uñas. El cuerpo y las articulaciones superiores e inferiores estaban envueltos con los ornamentos: casulla, sotana, calcetines, 
zapatos, todo bastante bien conservado, pero empapado todavía en sublimado corrosivo. 

El trabajo de reconocimiento se empezó el sábado día trece, se suspendió el domingo y se acabó el lunes. Se volvieron a cerrar las cajas, 
sellaron y de nuevo se colocó el féretro en su nicho, a la espera de otro reconocimiento más solemne. Se levantó acta de todo. 

Terminada la transcripción de todo ello, se envió el legajo a Roma el 26 de noviembre de 1918. Y así se daba por cumplida la función 
esencial de los jueces eclesiásticos de Turín. 

Ya dijimos en el capítulo segundo cuanto nos pareció suficiente para dar una idea sobre su constitución; mas no se creyó necesario 
informar vez por vez a los lectores de las sucesivas modificaciones. 
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Sin embargo, no debe callarse que, a pesar de los cambios de los miembros, no se detuvo la diligente actividad, que fue alabada por el 
Rector Mayor, don Pablo Albera, al escribir a los Salesianos el 22 de febrero de 1918: «Me parecería faltar a un obligado deber, si no 
tributase un merecidísimo elogio y un generoso testimonio de agradecimiento, en nombre de nuestra Congregación, a los Reverendísimos 
Miembros del Tribunal Eclesiástico, que durante tantos años se impusieron increíbles sacrificios para llevar a feliz término un ((68)) proce 
tan largo y laborioso. Ninguna recompensa estaría a la medida de su mérito». 

La Congregación de Ritos abrió las actas el 6 de diciembre de 1918 y su revisión duró hasta el primero de julio del año siguiente. Entonc 
empezó el examen sobre la validez del proceso ordinario y del proceso apostólico. Para juzgar sobre ella, se reunieron el 8 de junio de 192 
los Cardenales y Consultores de la Sagrada Congregación, los cuales, después de oír la relación del Cardenal Ponente, se pronunciaron en 
sentido favorable. Al día siguiente ratificó el juicio Su Santidad y aprobó el rescripto correspondiente. 

Y al llegar aquí se produjo una dificultad que detuvo bruscamente la marcha de las cosas. Conviene saber que, durante toda la Causa de 
don Bosco hubo, si así nos es lícito expresarnos, un verdadero abogado del diablo en el canónigo Colomiatti, abogado fiscal de la Curia 
arzobispal de Turín. Era éste un devoto admirador de su arzobispo Gastaldi y estaba íntimamente persuadido, desde siempre, de que la cul 
de las conocidas divergencias era totalmente de don Bosco, por lo que no descansaba por hacer triunfar su tesis, multiplicando los esfuerzo 
que tendrían a llevar la Causa a un callejón sin salida. No le había cambiado el suplemento de examen de los escritos de don Bosco 
referentes a aquellas relaciones, examen que se resolvió con la sentencia que ya conocemos. Dominado por su idea fija, mientras se instruí 
el proceso apostólico en la Curia de Turín, había presentado a la Congregación de Ritos un pliego, en el que se contenían declaraciones 
contrarias a los escritos ya fuera de cuestión, y a la vida del Siervo de Dios; y más aún, había ido a Roma para confirmarlas oralmente y 
añadir otras más. La Congregación transmitió todo al cardenal Richelmy, con las siguientes instrucciones del Secretario: «Por el contenido 
de las deposiciones, es fácil advertir que es muy necesario que el Tribunal que indagó sobre las virtudes del Venerable don Bosco, vuelva 
investigar otrosí sobre el alcance de los hechos afirmados por el Rvdmo. Can. Mons. Colomiatti. Y, por tanto, convendrá que Su Eminenc 
comunique al Tribunal eclesiástico, ya constituido, dicho 
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pliego a fin de que: ((69)) a) haga un estudio especial del mismo, interrogando con tal fin a los testigos que creyere oportuno, y volviendo 
llamar también a los que ya declararon; b) indague en torno a las personas de las que el Revmo. Can. Mons. Colomiatti adquirió los hecho 
que narra; si todavía viven, sean llamadas oficialmente; si han fallecido, se indague quiénes eran y su carácter, si tenían animosidad contra 
Venerable don Bosco y por qué razones. Al pie de dicho pliego, aparecen también insertos, con copia auténtica, algunos documentos, que 
he encontrado en esta Secretaría. Como fácilmente se comprende, es necesario que el resultado de todas estas indagaciones, por hacer, se 
recoja y transcriba en un procesículo aparte, el cual, una vez terminado, deberá enviarse, junto con el proceso Apostólico sobre las virtude 
en especial, a esta Sagrada Congregación». 

El tribunal de Turín, investido por el mandato del Arzobispo, abrió la indagación y atendió a ella con escrupulosa diligencia. Su resultad 
no podía ser más que a favor de la Causa. Sin embargo, al examinar en Roma los procesos de Turín, pareció que todavía existían dudas qu 
era preciso aclarar; por lo cual el 16 de octubre de 1921 la Sagrada Congregación ordenó nuevas investigaciones para iluminar más las 
mentes de los Cardenales a la hora de dar su voto sobre la validez de los mismos procesos. Se preparó el material del caso, se discutieron e 
diversas sesiones las dificultades especiales, hasta que el 4 de julio de 1922, reunidos los Cardenales y Consultores en sesión ordinaria 
recibieron un informe detallado. La conclusión fue que, habiéndose observado exactamente las normas de procedimiento prescritas por el 
Código de Derecho Canónico y las demás instrucciones dadas por la Sagrada Congregación de Ritos al tribunal delegado, fueron declarad 
válidos los procesos en cuanto a la forma; se podía en consecuencia proceder ad ulteriora, es decir, a la discusión del mérito. Se había 
llegado de este modo a la última fase de la Causa, es decir, a la vigilia de las tres grandes Congregaciones, llamadas antepreparatoria, 
preparatoria y general. 

((70)) Decimos que se había llegado a la vigilia, por un decir, puesto que antes se debía realizar una larga preparación; basta saber, en 
efecto, que estas Congregaciones van precedidas de un triple estudio. 
Dado que éstas tienen por objeto que, después de maduras discusiones, se pronuncie el voto sobre la práctica de las virtudes en grado 
heroico, es preciso, en primer lugar, que el Abogado de la Causa prepare y haga imprimir un resumen de las deposiciones de todos los 
procesos, ordenando por capítulos diferentes cuanto es menester para probar la legitimidad y la importancia de las pruebas testimoniales, 
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para ilustrar la vida y las obras del Siervo de Dios, para demostrar todas y cada una de las virtudes teologales, cardinales y anejas, ejercitad 
en grado heroico, y la legitimidad y firmeza de la fama de santidad fundada en el heroísmo de las virtudes y aumentada por las gracias y 
milagros obtenidos por intercesión del Siervo de Dios. El Abogado antepone a todo este trabajo la información general y particular sobre l 
pruebas jurídicas y sobre todas las virtudes. En segundo lugar, el Promotor General de la Fe presenta sus objeciones contra la legitimidad 
las pruebas y contra las virtudes. Finalmente el Abogado responde a estas objeciones, deshaciendo toda dificultad, de modo que desaparez 
cualquier duda. 

Mientras hervían estos estudios, ocupaba la cátedra de san Pedro, desde el mes de febrero de 1922, el Pontífice a quien la Providencia 
reservaba la alegría de elevar a don Bosco al honor de los altares. Decimos la alegría, porque Pío XI, que había conocido y comprendido a 
Siervo de Dios 1, cuando él no era más que un sacerdote joven, mantenía la más alta estima de sus virtudes, admiraba mucho sus obras y, 
como lo revelaron después los hechos, anhelaba en su corazón poder ceñir su frente con el nimbo de los Beatos y la aureola de los Santos. 
Ya había dejado ver en qué concepto lo tenía el 25 de junio de 1922. Recibió aquel día a los Superiores y alumnos del internado salesiano 
Sagrado Corazón que habían acudido a rendirle homenaje, y les dirigió el siguiente y paternal discurso: 

((71)) Nos somos, queridos entre los más queridos hijos en Jesucristo, queridos particularmente como los quería Nuestro divino modelo, 
queridos como semillas del futuro y esperanzas del porvenir -somos de los más antiguos-y digo antiguo por mí, no por vosotros, que ni 
siquiera sois conscientes de la antigüedad -Nos somos con profunda satisfacción uno de los más antiguos amigos personales del Venerable 
don Bosco. Hemos visto a este vuestro glorioso Padre y Bienhechor, lo hemos visto con nuestros ojos. Hemos estado junto a él, de corazó 
corazón. Hubo entre nosotros un largo e interesante intercambio de ideas, de pensamientos y de consideraciones. Hemos visto a este gran 
defensor de la educación cristiana, le hemos observado en el modesto puesto en que él se colocaba entre los suyos y que era, sin embargo, 
puesto de mando, vasto como el mundo, y tan benéfico como amplio. Somos, por eso, entusiastas admiradores de la obra de don Bosco y 
nos consideramos felices por haberle conocido y haber podido colaborar, por la gracia de Dios, con nuestro modestísimo concurso a su ob 
Hemos visto esta su obra en Italia, en Galizia (Austria), en Polonia, de los Cárpatos al Báltico y hemos visto a los hijos de aquel Grande 
consagrados todos ellos a su obra tan santa, tan grande, tan beneficiosa. 

Por esto nos encontramos con particular satisfacción con vosotros otra vez, después 

1 Véase volumen XVI, págs. 271-7. 
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de aquella que tan felizmente evocaba vuestro pequeño intérprete, en la que tuvimos la satisfacción de comprobar vuestro progreso 
escolástico y entregar con nuestra mano a los más dignos la ambicionada recompensa. 

Se abre nuestra alma a vosotros y os saluda y os felicita y se felicita al volveros a ver y os envuelve en la gran bendición que, por medio 
vuestro intérprete, habéis pedido. Es una bendición que os abraza a todos vosotros los aquí presentes y a todos los que queréis representar 
quieren ser representados por vosotros; a vosotros, los exalumnos y Socios del Círculo, que representáis el fruto ya maduro, la flor 
plenamente desarrollada de la obra de don Bosco; a vosotros los alumnos internos y externos del Colegio del Corazón de Jesús, y 
especialmente a vosotros, los huérfanos de guerra, predilectos del Corazón de Jesús por vuestra desdicha que, también por esto, sois los m 
queridos y predilectos de nuestro corazón, y queréis compensar vuestra desgracia con esta bendición; a vosotros, bravos Exploradores; a 
vosotros todos los que habéis querido adornar esta reunión con vuestros conciertos vocales e instrumentales. A todos vosotros os envuelve 
nuestra bendición; mas, por encima de vosotros y antes que vosotros, es para aquellos que se ocupan con particular afecto de vuestra 
educación; para esos que, en nombre de Jesús y de Su Siervo el Venerable don Juan Bosco, educan vuestra vida joven en los principios de 
educación cristiana, y os dan así un tesoro y un don, cuya preciosidad no podréis apreciar en toda la vida, y cuyo inmenso e inapreciable 
valor iréis sintiendo más sólidamente cada día, a cada hora. 

((72)) Nos resulta imposible veros, sin contemplar el gran espectáculo que se levanta y despliega tras vosotros, de millares, centenares d 
millares, millones ya, de jóvenes, de hombres hechos, en todas las posiciones sociales, en las más variadas condiciones de vida, que bebier 
los tesoros de la educación cristiana en las fuentes del Venerable don Bosco. Este espectáculo magnífico es el mayor monumento y el más 
glorioso que se pueda levantar a vuestro Padre y frente al cual todo monumento material es algo muy pequeño y pobre. 

En esta amplitud de miras resulta hermoso sentirnos al unísono con otra solemne fiesta, que hoy mismo se celebra en Turín, en honor de 
que es honor de la familia Salesiana, el cardenal Cagliero. Damos gracias a Dios por habernos concedido aportar el tributo de nuestra 
particular complacencia y de nuestro paternal afecto hacia tan generoso campeón de la obra Salesiana que -por todo lo que hizo y la 
generosidad que en ella desplegó-fue verdaderamente obra de misionero y de regeneración cristiana y cívica de una vasta zona del mundo 

Y celebramos desde lejos verle sentado junto a la figura benemérita del Padre Francesia, tan velada de modestia y también tan genuina y 
sólida gloria de la familia de don Bosco. 

Nos es, por tanto, particularmente grato derramar nuestras bendiciones en esta hermosa hora sobre todos vosotros, Salesianos y alumnos 
próximos y lejanos. Que el Espíritu de Dios descienda y establezca su morada en vosotros y os conceda todas sus gracias y favores. Que 
selle él en vosotros los alumnos el inestimable beneficio de la educación cristiana, que estáis recibiendo o que habéis recibido bajo la guía 
los hijos de don Bosco. Que este tesoro permanezca en vosotros, madure y produzca siempre frutos abundantes, de los que es fuente 
inagotable. Y que esta divina bendición os acompañe en todos los pasos de vuestra vida, esa vida que se abre, casi inexplorada todavía, pa 
todos vosotros, pequeños o grandes, y consagre vuestros dignos sentimientos, y especialmente el propósito y el empeño de conservar 
inviolables en vosotros los bienes de la cristiana educación y de propagar su beneficio con el ejemplo de la fidelidad generosa y valiente a 
Jesucristo, a su santa Fe, a la santa 
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Iglesia, a la Santa Sede. Este fue el privilegio que el Venerable don Bosco os ha dejado como espléndido y elocuentísimo ejemplo, que No 
mismo pudimos leer y experimentar en su corazón, comprobando cómo colocaba por encima de toda gloria, la de ser un fiel servidor de 
Jesucristo, de su Iglesia, de su Vicario. 

En aquel mismo año sucedió al difunto don Pablo Albera en el gobierno de la Sociedad, don Felipe Rinaldi, el cual cedió su cargo de 
Vicepostulador a don Esteban Trione. Posteriormente, ((73)) a principios del año 1924, tuvo lugar el cambio de Postulador, ya que, habien 
sido nombrado obispo de Volterra don Dante Munerati, ocupó su puesto de Procurador don Francisco Tomasetti, a quien correspondería la 
suerte de regir el timón de la gran Causa hasta su triunfal entrada en el puerto. 

Los estudios antes dichos se prolongaron hasta muy adelantado el año 1925. Sólo entonces estuvo terminada la nueva posición que resul 
de todo ello y que comprendía la informatio, el summarium, las animadversiones, la responsio y los votos de los teólogos revisores de los 
escritos, todo impreso y encuadernado en un gran volumen con más de mil amplias páginas. Se entregó un ejemplar a cada uno de los 
cincuenta Cardenales, Consultores teólogos y Consultores prelados que componían el dicasterio de los Ritos. Una vez pasados cuarenta y 
cinco días, después de la distribución, se reunieron todos ellos en la Congregación antepreparatoria, llamados a responder si constaba que 
don Bosco había practicado en grado heroico las virtudes teologales, cardinales y anejas. 

Se celebró la reunión el 30 de junio de 1925, según costumbre, en el palacio del Cardenal Ponente. Ordinariamente en la Antepreparator 
se sigue adelante, aunque haya algunas objeciones que no se consideren todavía resueltas; y hasta hay a veces Consultores que añaden en 
ella otras nuevas. Todas las dificultades que queden todavía, coordinadas por el Promotor General de la Fe, que lo era a la sazón monseño 
Salotti, y hechas imprimir como anónimas, se pasan al Abogado, para que las estudie, responda a ellas, forme otra posición, las entregue 
para imprimir y presente copia de las mismas a los Cardenales y Consultores al menos un mes antes del día establecido para la Congregaci 
preparatoria. 

La Preparatoria se reunió more solito en el Vaticano, en el aula llamada de las Congregaciones, el día 30 de julio de 1926. Cada uno de l 
presentes, después de haber estudiado ulteriormente la Causa, dio lectura del propio voto o parecer; luego, salieron los Consultores. 
Ya solos los Cardenales con los Oficiales del dicasterio, hizo el Cardenal 
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Ponente su relación sobre las virtudes y las dificultades ((74)) resueltas o no resueltas. Corresponde a los Purpurados decidir si se puede 
seguir adelante o si, por el contrario, se debe convocar otra Congregación preparatoria sólo para el estudio más profundo de alguna 
dificultad. En la Causa de don Bosco estimaron los Eminentísimos que era necesaria una segunda Preparatoria sobre las virtudes heroicas 
para acabar de resolver algunas objeciones 1. Por lo cual hubo alia nova positio con aliae novae animadversiones del Promotor General de 
Fe, y con alia nova responsio del Abogado para un ulterior estudio de los Cardenales y de los Consultores. Finalmente en la segunda 
Preparatoria, fijada para el 18 de diciembre de 1926, los Purpurados dieron su voto favorable para la prosecución de la Causa. 

Quedaba de este modo allanado el camino para la última discusión a celebrar por la Congregación general, en presencia del Pontífice y c 
intervención de Cardenales y Consultores. Todavía se exige en ella una novissima positio con novissimae animadversiones y la 
correspondiente responsio. La solemne asamblea tuvo lugar el 8 de febrero de 1927, En ella, una vez terminada la discusión, Cardenales y 
Consultores no tenían más que voto consultivo y sólo al Papa correspondía la última deliberación. Pío XI, después de oídos los votos 
unánimemente favorables, tomó unos días para reflexionar y orar; manifestó después su decisión, ordenando se emitiera el decreto sobre e 
heroísmo de las virtudes para publicarlo el día 20 siguiente, domingo de Sexagésima. 

Esta publicación se hizo en la forma acostumbrada, en presencia del Padre Santo y de su Corte. La ceremonia revistió una solemnidad 
inusitada. Un público numerosísimo llenaba por completo la amplia sala consistorial del Palacio Apostólico. Asistieron a ella los Superior 
de la Pía Sociedad y las Superioras de las Hijas de María Auxiliadora, muchos Salesianos y Hermanas, ((75)) representaciones de 
Cooperadores y antiguos alumnos, delegaciones diocesanas de Turín y de Asti, personajes diversos y forasteros, de paso en Roma. Cuando 
el Papa se sentó en el trono, acercóse a las gradas monseñor Mariani, Secretario de Ritos, y, obtenido el consentimiento del Padre Santo, 
leyó el decreto que, a continuación, traducimos: 

1 Entre otras cosas se deseaban más pruebas sobre la vida de oración y sobre el espíritu profético de don Bosco y más aclaraciones sobre 
cuestión de los famosos folletos (véase, Vol. XV, pág. 206 y sgts.). Para las dos primeras cuestiones figura en las actas una importante car 
de don Felipe Rinaldi (Ap., Doc. n.° 8); y para la tercera valieron mucho la carta de don Bosco al Cardenal Prefecto del Concilio, publicad 
en dicho volumen, otra del canónigo Sorasio (Ap., Doc., n.° 9) y la de don Juan Turchi (Ap., Doc. n.° 10). 
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Difícilmente podría expresarse con palabras o medir hasta dónde llega el mérito ganado ante la religión y ante cualquier otra forma 
humana de civilización, el brillo que ha prestado a la Iglesia Católica, los muchos y valiosos actos y ejemplos de virtud que ha dejado a la 
posteridad el Venerable Siervo de Dios don Juan Bosco, que supo ser digno ministro e imitador de Aquel que decía de sí mismo: He venid 
a traer fuego sobre la tierra y ícuánto desearía que ya estuviera encendido! (Luc. XII, 49). Y si después se quiere confrontar la falta de 
medios en que el Siervo de Dios se encontraba continuamente y las contrariedades que sufrió sin cesar, con la abundancia de sus empresas 
los beneficios aportados al género humano, habrá que admirar en él no sólo al sacerdote inflamado en celo apostólico, sino al enviado por 
Dios para ayudar especialmente a la juventud, y se tendrá que recordar el dicho del Divino Maestro: El reino de los Cielos es semejante a 
grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeño que cualquier semilla, pero cuando crece es 
mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen a anidar en sus ramas (Mat. XIII, 31, 32). 

Juan Bosco nació en la aldea de Morialdo, junto a Castelnuovo de Asti, y sus padres, que no eran ricos pero apreciados por su probidad 
vida, vivían del trabajo en el campo. Estaba en la infancia cuando perdió a su padre, mas fue instruido con todo cuidado por la madre en lo 
primeros principios de la religión cristiana. 

Desde los primeros años de su vida, en plena infancia, parecía naturalmente nacido para cosas grandes y maravillosas; porque manifesta 
tal abundancia de dotes especiales de cuerpo y de espíritu que, a cualquier parte que se dirigiera, daba fundadas esperanzas de mucho y 
extraordinario éxito. Desde la adolescencia comenzó a sentir deseos de consagrar totalmente su vida a la gloria de Dios; pero le faltaban 
medios para dedicarse a los estudios necesarios. Como estaba dotado de talento penetrante y feliz memoria, logró fácilmente ganarse la 
benevolencia de generosos bienhechores, que le allanaron el camino de los estudios. Hizo los cursos de bachillerato con matrícula de hono 
entró en el Seminario Episcopal de Chieri, donde cursó con gran aplicación la Filosofía y la Teología. Fue admitido a las sagradas órdenes 
apenas ordenado sacerdote, fue nombrado inmediatamente coadjutor parroquial, cargo en el que dio prueba de tanta actividad y tan ardoro 
((76)) celo que, en breve tiempo, recogió frutos abundantes. Pero su alma estaba angustiada por el casi completo descuido, en aquellos 
tiempos, de la educación cristiana de la juventud; y, anhelando remediar tan gran falta, dedicó sus mayores atenciones y sus continuos 
trabajos sobre todo a los muchachos que no tenían a nadie que pensara en ellos y se entregó con toda su alma a educarlos, instruirlos y 
protegerlos. Y para que, después, no pudiera faltarle a la juventud una preparación justa y oportuna, entendió que lo mejor era instituir una 
familia religiosa que se dedicase totalmente a ello. 

Pensó que este plan debía llevarse a cabo con toda la diligencia y sin demora, y decidió consagrar todos los dones con que Dios le había 
enriquecido a esta obra sublime, para gloria de su divino nombre y salvación de las almas. íObra verdaderamente singular de religión y de 
piedad, que basta por sí sola para revelar el carácter del eximio sacerdote y la santidad de su vida! Porque una obra semejante requiere 
enormes fatigas, privaciones, viajes, una vida, en fin, de ardua actividad. Pero, aunque faltaran los medios necesarios y toda suerte de 
privaciones atormentara la naciente Sociedad y surgieran dificultades y contradicciones por doquiera, sin embargo el Venerable Siervo de 
Dios logró, implorando la caridad ajena, proveerla de todo lo necesario. No perdió el ánimo ante el peso de tantos gastos. La Pía Sociedad 
por él formada, necesitaba muchas cosas, sin las cuales no habría podido durar, ni mucho 
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menos propagarse. íY los medios faltaban muy a menudo! »Cómo se las arreglaba entonces? Exponía sencillamente las graves necesidade 
de su Sociedad a las personas pudientes para obtener su generosa ayuda, mas sin violentar jamás la libertad de su voluntad con importuna 
porfía. 

En el Venerable Siervo de Dios se unían maravillosamente las dotes y los recursos aptos para formar el mejor preceptor, lo mismo los qu 
se tienen por naturaleza como los que se adquieren por la experiencia. Su palabra suave llegaba al alma de los muchachos y de los alumno 
los recibía con paternal bondad, los entretenía con amenas conversaciones, los adiestraba maravillosamente en la virtud y en la piedad, com 
hace un padre cariñoso que acoge a todos con el mismo afecto, que se preocupa por cada uno de ellos, que se gana el amor de todos y los 
liga a sí, uno a uno, con el dulce vínculo del amor. 

Era todo suavidad, como si los bajos antojos no tuvieran en él raíz alguna. Manaba de su palabra una eficacia desconocida y casi divina 
que aclaraba las tinieblas de la mente, movía los corazones y los seducía para el cumplimiento de los preceptos evangélicos. Compuso y 
difundió numerosos escritos, aptos para instruir la mente y enfervorizar el alma en la piedad. Y así se mostraba el Venerable como un dign 
sacerdote de Dios, cuyos labios guardan la ciencia para enseñar a los ignorantes y sacudir a los durmientes. 

No dejó ni un momento de atender a este santísimo ((77)) cuidado de dilatar y perfeccionar la sociedad por él fundada; más aún, quiso 
añadir otra, que llamó Hijas de María Auxiliadora, para atender a la jovencitas. Puso las dos bajo la protección de San Francisco de Sales, 
quien había elegido por Patrono y de quien era muy devoto. 

Hubo de aguantar muchos trabajos para la estabilidad y desarrollo de las dos familias, y afrontar valientemente las más difíciles pruebas, 
supo tolerar pacientemente muchísimas molestias, procedentes de donde habría podido, en cambio, esperar valioso apoyo. Y, además de 
esto, encaminó su ánimo y sus fuerzas hasta las gentes bárbaras y salvajes habitantes en las tierras más lejanas y casi inhabitables, para qu 
pudieran participar de los mismos beneficios. 

Guiado por esa sabiduría, que se despliega vigorosamente de un confín al otro del muendo y gobierna de excelente manera todo el 
universo (Sb., VIII, 1), vio todas las obras que había emprendido para gloria de Dios y salvación de las almas, y no para acumular fortuna 
gloria humana, coronadas por el éxito, en medio del estupor de todos y también de los que querían ignorar o disminuir la virtud de quien l 
realizaba. El nombre del sacerdote Juan Bosco adquirió de este modo tanta fama, que casi no hay en el mundo un lugar donde no sea 
conocido y venerado. 

Después de su dichosa muerte, acaecida el último día de enero de 1888, a los setenta y tres de su edad, brilló todavía más la fama de 
santidad de un hombre tan grande en el común sentir de las gentes, de tal modo que, apenas habían pasado cuatro años, cuando ya se pens 
seriamente en elevarlo al honor de los altares. Por eso se instruyeron cuidadosamente en la Curia Eclesiástica de Turín los procesos según 
normas del derecho, sobre su vida y sus obras; y, terminados los diversos juicios que nuestras leyes establecen rigurosamente anteponer, 
empezóse el examen formal de sus virtudes, que se realizó en cuatro sesiones, observando cuidadosamente la loable severidad que confier 
mayor fe y autoridad a esos gravísimos juicios. 

La Congregación Antepreparatoria se celebró el último día de julio de 1925 ante el eminentísimo cardenal Antonio Vico, relator de la 
Causa. Siguieron a ésta dos Preparatorias en las cuales se discutieron muy cuidadosamente todos y cada uno de los 
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diversos votos de los jueces. Por fin, el día ocho del corriente febrero, reunióse toda la Sagrada Congregación de Ritos en presencia de 
Nuestro Santísimo Señor el Papa Pío XI, y el Eminentísimo Cardenal, más arriba citado, propuso a la discusión la duda siguiente: Si const 
que el Venerable Siervo de Dios Juan Bosco ha practicado las Virtudes Teologales de Fe, Esperanza y Caridad con Dios y con el prójimo, 
mismo que las Virtudes Cardinales de Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza y virtudes anejas, en grado heroico, en el caso v a los 
efectos del mismo. Todos los presentes, lo mismo los Eminentísimos Cardenales que los Reverendísimos Consultores respondieron 
afirmativamente por unanimidad; el Padre Santo acogió la votación con satisfacción, difirió, sin embargo, ((78)) pronunciar la sentencia 
decretal y exhortó a los presentes a añadir, en asunto de tantísima importancia, fervorosas plegarias para obtener más abundancia de luces 
celestiales. 

Habiendo después establecido manifestar su pensamiento, eligió el presente día, Domingo de Sexagésima. Y así, después de celebrar el 
Santo Sacrificio, llamó ante sí al eminentísimo cardenal Antonio Vico, obispo de Porto y Santa Rufina, Prefecto de la Sagrada Congregaci 
de Ritos y Ponente de la Causa, junto con el Revmo. Mons. Salotti, Promotor General de la Fe y el infrascrito Secretario, y en su presencia 
sentado en el solio Pontificio, sancionó solemnemente que constaba que el Venerable Siervo de Dios Juan Bosco había practicado las 
Virtudes Teologales de Fe, Esperanza y Caridad con Dios y con el prójimo, lo mismo que las Virtudes Cardinales de Prudencia, Justicia, 
Fortaleza y Templanza y virtudes anejas, en grado heroico, en el caso y a los efectos del mismo. Y mandó que fuese publicado este decreto 
inscrito en las Actas de la Sagrada Congregación de Ritos, el día 20 de febrero de 1927. 

Después de la lectura, se adelantó hasta el trono don Francisco Tomasetti para presentar al Padre Santo humilde y sentida acción de 
gracias. Hubiera debido hacerlo el Rector Mayor don Felipe Rinaldi, pero estaba en Turín, víctima de un ataque gripal. Don Francisco 
Tomasetti, acompañado por el abogado monseñor Della Cioppa, el Procurador de la Causa comendador Melandri y el secretario de la 
postulación, dirigió al Papa las siguientes palabras: 

Beatísimo Padre: 

La auténtica y solemne declaración, hecha en nombre de Vuestra Santidad, sobre la heroicidad de las virtudes de nuestro Padre y 
Fundador, el Ven. don Juan Bosco, ha transformado en seguridad la íntima convicción que siempre han tenido de ella los hijos formados y 
crecidos en familiar convivencia durante largos años a su lado, lo mismo que los hijos, más numerosos, que él ha suscitado, en estos 
cuarenta años después de su muerte, y confiado a sus Sucesores para continuar y dilatar su obra educadora por todo el mundo. 

La declaración de hoy es para todos nosotros el favor más grande que Vuestra Santidad nos ha hecho, por lo cual nuestro reconocimiento 
salta de nuestros corazones con vivas llamas de amor filial a Vuestra Persona, y con más profundo cariño y devoción a la cátedra inmortal 
San Pedro. 

Para expresar menos indignamente nuestra gratitud, necesitaría poseer la mirada, la sonrisa, la palabra y sobre todo el corazón de don 
Bosco, que fue, durante toda su 
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vida, una viva personificación ((79)) de la gratitud. Querría poseer en este momento el agradecimiento que don Bosco albergaba en su 
corazón a los Santos Pontífices Pío IX, León XIII y todos los que han cooperado a sus Obras, para poder demostrar de algún modo el 
reconocimiento profundo, imperecedero que sentimos y que siempre conservaremos a Vuestra Santidad, por el Decreto sobre las virtudes 
heroicas de don Bosco, Decreto que nos señala también a nuestro Padre y Fundador como nuestro modelo. 

La ejemplaridad de don Bosco y de sus virtudes era para nosotros, sus hijos y discípulos, una convicción que nos habíamos formado con 
continua convivencia con El; pero »quién nos aseguraba que esta convicción no era hija del gran afecto que sentíamos a don Bosco y que l 
métodos que él nos ha dejado, atrevidos por su espíritu de modernidad, lo mismo en el apostolado educativo de la juventud, que en la 
práctica de la perfección evangélica, fueran un camino seguro a seguir con ánimo tranquilo? 

Ciertamente no bastaba para nuestra seguridad el consolador florecimiento de nuestros Oratorios festivos, Hospicios, Colegios y Mision 
ni la voz casi unánime de eminentes Príncipes, altos prelados y pastores de almas; ni la aprobación de las autoridades civiles, callada en un 
principio y notoria después; ni el aplauso de ilustres personajes y de casi todos los pueblos de las distintas naciones del mundo... La 
seguridad sólo podía dárnosla, y hoy nos la ha dado, Vuestra Santidad. 

Don Bosco educador ingenioso, solícito y maravilloso de santidad en sus hijos (como un Domingo Savio, un don Miguel Rúa, un carden 
Cagliero, un don Pablo Albera, un don Andrés Beltrami, un don Augusto Czartoryski, una sor María Mazzarello, por nombrar algunos), es 
proclamado con el decreto de hoy un héroe cristiano; se nos ha propuesto, por consiguiente, con toda autoridad como modelo sobre el cua 
pueden y deben formarse en una vida santa todos los que son y serán llamados a enrolarse con los educadores modernos de la juventud, 
constituidos por él en sociedad, organizados y provistos de todas las armas, de acuerdo con los tiempos presentes, y necesarias para 
conseguir la finalidad de ser santos, poder regenerar y santificar a un mismo tiempo a las generaciones crecientes. 

La vida íntima de don Bosco educador, como él la vivió antes de dejarla consignada en los métodos dados a sus hijos, formará en el 
porvenir la norma precisa para la actuación de su programa de regeneración y santificación juvenil, lo mismo en los grandes y pequeños 
centros civilizados, que en medio de las tribus salvajes, donde se puede injertar el germen divino de la Redención en las pequeñas plantas 
vírgenes y jóvenes con mayor confianza de buenos resultados. 

Imitar a don Bosco para reproducir en nosotros su unión ininterrumpida con Dios, su inagotable caridad con el prójimo, su prudencia, su 
inquebrantable fortaleza, la afabilidad que serena e infunde gozo en los corazones, la pureza inmaculada que hace detestar en sumo grado 
pecado ((80)) y suspirar incesantemente por las cosas celestiales, es, Beatísimo Padre, la misión que intensificaremos de hoy en adelante, 
para llegar más fácilmente a seguir al único Maestro, Guía y Modelo, que es Jesucristo nuestro Señor y Redentor. 

A esto tendía nuestro Padre, que nos dejó escrito en su carta testamento: «Vuestro primer Rector ha muerto, pero nuestro verdadero 
Superior, Jesucristo, no morirá. El será siempre nuestro Maestro, nuestro Guía, nuestro Modelo». 

Con este propósito de imitación constante del Padre don Bosco, para llegar a revestirnos todos de Jesucristo en el día de la gloria y con l 
esperanza confiada de otro Decreto que apruebe los milagros presentados para la Beatificación de nuestro Venerable 
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Fundador, repetimos a Vos, Beatísimo Padre, el himno de agradecimiento que brota del corazón de los Salesianos y de las Hijas de María 
Auxiliadora con todos sus alumnos y alumnas, exalumnos y exalumnas, de todas las partes de la tierra, y de todos los Cooperadores y 
Cooperadoras de las Obras dejadas en herencia por don Bosco, todos los cuales están aquí presentes en espíritu para recibir la Apostólica 
Bendición, y reavivar los buenos propósitos de santificar nuestras almas. 

Entonces el Padre Santo testificó las loas del Venerable con este discurso, que pronunció con visible satisfacción del alma: 

Muy queridos hijos, hay hombres suscitados por el espíritu de Dios, en momentos por El elegidos, que pasan por la esfera de la historia 
como los grandes meteoros que atraviesan alguna vez el firmamento estrellado, Esos hombres -lo mismo que los grandes meteoros, a vece 
hermosísimos y a veces aterradores-son de dos categorías. Los hay que pasan aterrando más que beneficiando, suscitando maravilla, 
espanto, sembrando su camino de signos indudables de una enorme grandeza, de visiones rápidas, de audacias casi incomprensibles y 
también de ruinas y víctimas. 

Dios suscita a veces -como Napoleón I decía de sí mismo-hombres que son látigo y azote para castigar a los pueblos y a los reyes. Pero 
hay otros hombres que vienen para curar llagas, resucitar la caridad y reconstruir sobre las ruinas; hombres no menos grandes, sino todavía 
mayores, porque son grandes en bondad, grandes en el amor a la humanidad, grandes en hacer bien a sus hermanos, en socorrer sus 
necesidades; hombres que pasan suscitando verdadera admiración, llena de simpatía, de reconocimiento, de bendiciones, precisamente com 
el Redentor de los hombres, el Hombre-Dios, que pasaba bendiciendo y haciéndose bendecir, hombres cuyo nombre permanece en los sigl 
como una bendición. 

El Venerable don Bosco pertenece precisamente a esta magnífica categoría ((81)) de hombres elegidos en toda la humanidad, a estos 
colosos de benéfica grandeza cuya figura, se recompone fácilmente, si después del análisis minucioso y riguroso de sus virtudes, como se 
hecho en las precedentes discusiones largas y reiteradas, viene la síntesis que, reuniendo las líneas sueltas, las rehace hermosa y grande. Es 
una figura, muy queridos hijos, que la Divina Providencia adornó con sus más preciosos dones: hermosa figura, que siempre hemos 
apreciado y que ahora, en este momento, apreciamos más que nunca, contemplándola bien, duplicando y multiplicando en el recuerdo la 
alegría de esta hora. 

Nos vimos de cerca esta figura, en una larga visión, en una prolongada conversación: una magnífica figura que no lograba esconder su 
inmensa e insondable humildad; una figura magnífica, que aun confundiéndose entre los hombres, y moviéndose por la casa como el últim 
llegado, como el último de los huéspedes (él, la razón de todo), todos le reconocían a la primera mirada, al primer acercamiento, como figu 
muy superior y arrebatadora; una figura completa, una de esas almas que, en cualquier camino que hubiere emprendido, habría dejado firm 
huellas de su paso, dado lo magníficamente que estaba dotado para la vida. 

Fuerza, vigor mental, ardor de corazón, potencia de acción, de pensamiento, de afecto, de obras, y luminoso, vasto y alto pensamiento, 
nada común, superior con mucho al ordinario, vigor mental y de talento, muy propio también (lo que generalmente es poco conocido y poc 
notado) de esos talentos que se podrían llamar 
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talentos propiamente tales; el talento de quien habría podido tener el éxito del docto, del pensador, del escritor. 

Tanto que él mismo nos lo confiaba, y no sé si haya hecho a otros la misma confidencia; quizá la procedencia del mismo ambiente de lo 
libros le estimulaba -él sintió una primera invitación a la dirección de los libros, dirección de las grandes comprensiones ideales-. Y hay 
señales sobrevivientes de ello como miembros sueltos, elementos sueltos -digámoslo así-los cuales demuestran que, según una primera id 
habría debido elevarse a la composición de un gran cuerpo científico, de una gran obra científica; hay señales de ello en sus libros, en sus 
opúsculos, en su gran propaganda de prensa. En ella aparece la grande y altísima luminosidad de su pensamiento, que le trazó la inspiració 
de esa gran obra, con la que él debía llenar primero su vida y después el mundo entero; y allí se encuentra esa primera invitación, esa 
primera tendencia, esa primera forma de su poderoso talento; las obras de propaganda tipográfica y literaria fueron precisamente las obras 
su predilección. 

También esto lo vimos con nuestros ojos y lo oímos de sus labios. Estas obras fueron su más noble orgullo. El mismo nos decía: «En est 
don Bosco -él hablaba de sí mismo, siempre, en tercera persona-en esto don Bosco quiere estar siempre a ((82)) la vanguardia del 
progreso»: y hablábamos de obras de imprenta y de tipografía. 

La llave de oro de este áureo, preciosísimo misterio de una gran vida, tan fecunda, tan laboriosa, de aquella misma invencible energía de 
trabajo, de aquella misma indomable resistencia al esfuerzo, esfuerzo cotidiano y a toda hora -esto también lo vimos-a toda hora, de la 
mañana a la noche, de la noche a la mañana cuando era necesario (y era necesario a menudo): el secreto de todo esto estaba en su corazón, 
estaba en el ardor, en la generosidad de sus sentimientos. 

Puede decirse de él, y parecen escritas para él, como para otros de los más grandes héroes de la caridad y de la acción caritativa, aquellas 
magníficas palabras: Concedióle el Señor un corazón tan dilatado como la arena de la orilla del mar (IR, V, 9). Esa es su obra que, a los 
cuarenta años de su muerte, está verdaderamente esparcida por todos los países, por todas las playas, como la arena en la orilla del mar. 

Maravillosa visión la que, en resumen, se puede tener con unas setenta Inspectorías (como se diría: de Provincias), con más de un millar 
Casas, que equivale a decir millares y millares de iglesias, de capillas, de hospicios, de escuelas, de colegios; con millares, más aún, con 
centenares de millares, pero muchos centenares de millares de almas llevadas a Dios, de jóvenes recogidos en hogares de seguridad y 
llamados al festín de la ciencia y de la primera educación cristiana. 

Son ya dieciséis mil los hijos de la Pía Sociedad Salesiana, las Hijas de María Auxiliadora, los profesos, novicios y aspirantes -y quizá 
más a la hora en que hablamos-, los operarios y operarias de esta obra inmensa y magnífica. 

Y entre estos obreros y estas obreras, hay más de mil en conjunto en primera línea, en la cercanía del enemigo, en las misiones más 
lejanas, que ganan nuevas provincias al reino de Dios íel mayor título de gloria que Roma reservaba a los antiguos triunfadores romanos! Y 
también ha dado al Episcopado casi unos veinte Pastores, algunos destinados a diócesis civilizadas y otros esparcidos por las lejanas 
misiones. 

Y aumenta el consuelo al pensar que todo este magnífico, este maravilloso desarrollo de obras, se remonta directamente, inmediatamente 
él, que sigue siendo el director de todo, no sólo el padre lejano, sino el autor siempre presente, siempre actuante en la lozanía constante de 
sus normas, de sus métodos, y sobre todo de sus ejemplos. 
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íSus ejemplos! Esa es, queridísimos hijos, la parte más útil todavía: quizá la únicamente útil, de la gran fiesta de este día. 

Porque, es cierto, no les es dado a todos gozar de esta tan amplia y maravillosa abundancia de dones divinos, de este poderoso conjunto 
pensamiento, del afecto, de las obras; no poseen todos la misma medida de gracia, no les es posible a todos seguir esos caminos luminosos 
pero también ((83)) ícuánto hay de imitable para todos -como oportunamente se ha puesto de relieve-en una vida tan laboriosa, tan 
recogida, tan activa y tan orante! 

Esa era, en efecto, una de sus más bellas características, la de estar en todo, ocupado en un contraste continuo, agobiador, de inquietudes 
en medio de una multitud de demandas y consultas, y tener siempre el espíritu en otra parte: siempre arriba, donde la claridad era impasibl 
donde dominaba siempre soberanamente la calma; de tal forma que en él el trabajo era oración real, y se cumplía el gran principio de la vi 
cristiana: qui laborat, orat. 

Esta era y debe seguir siendo la gran gloria de sus hijos y sus hijas. íQué de méritos en aquella vida olvidada de sí mismo para prodigars 
en favor de los más pequeños, los más humildes, los menos atrayentes y, si así puede decirse, los más desgraciados! 

También en aquella maravilla de obras, también allí, queridísimos hijos, no debe encontrar nuestra debilidad, por así decir, una 
justificación de sí misma. 

Si es verdad que no todos pueden literalmente imitar aquella perfección y eficacia de obras -ya que muchas veces, por desgracia, no es 
verdad, cristiana y sinceramente hablando, que querer es poder, y en cambio es verdad que muchas veces no se quiere bastante aquello que 
se puede-; de la vida y de las obras de don Bosco -decíamos-esto es lo que también nosotros podemos reconocer y deducir: y como no 
todos pueden lo que quieren y querrían, importa mucho que cada cual quiera de veras aquello que puede. 

íCuánto aumentaría, queridísimos hijos, el bien de las almas, de los individuos, de las familias, de la sociedad, si todos hicieran lo que 
cada uno puede; si, en la modesta medida de sus posibles, quisiera cada uno el bien que puede hacer por sí mismo o por medio de otros! 

Que el ejemplo de este gran Siervo de Dios estimule a todos a seguir su camino, aunque hayan de quedarse necesariamente a mucha 
distancia de él; ese camino, en el que él ha esparcido tanto bien y tanta luz, tantos brillantes ejemplos de edificación cristiana. 

Con esta próxima y lejana visión Nos tomamos la más amplia y afectuosa parte en la fiesta y el gozo de los buenos Salesianos y de las 
Hijas de María Auxiliadora. Y pensamos en todos, especialmente en aquellas iglesias y aquellas tierras para las que este día es de un modo 
particular y de un título singular, día de santa y nobilísima alegría. Pensamos en la alegría de Turín; pensamos en la alegría de Asti: 
pensamos -»y cómo no pensar en ellos?-en la alegría de todos los lugares, de todas las partes del mundo, porque literalmente no hay part 
en el mundo, donde los hijos y las hijas de don Bosco, las obras de don Bosco, siempre vivas, siempre en marcha, no sigan desarrollándos 
por el camino trazado con su mano, en las que no florezca cada vez más fresca y fecunda su imitación. 

((84)) La bendición apostólica puso fin a la ceremonia. Cuando el Papa descendió del trono y emprendió la marcha rápidamente con su 
séquito, toda la asamblea aplaudía conmovida y entusiasmada. La 
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emoción y el entusiasmo se comunicaron inmediatamente a todas las casas salesianas, en las cuales se entonó muy pronto con gran 
concurrencia de amigos el solemne y sonoro Te Deum de acción de gracias. 

En la Rivista Diocesana de marzo en Turín, el arzobispo cardenal Gamba, que había sido alumno del Oratorio, manifestó con gran fervo 
su alegría y la de la Archidiócesis por el suceso, ya que don Bosco era una gloria de Turín. «Nosotros, escribía sobre don Bosco, podemos 
apreciar mejor que otros su constante rectitud moral y la dignidad sin mancha de su conciencia, que no se dejó arrebatar ni plegar por nada 
Sostenido por una altísima virtud interna, que es la esencia de la santidad, pasó como un triunfador, descollando por encima de todas las 
figuras de políticos y personajes grandes, que parecían inmortales en medio de los azares de aquella era borrascosa». 

Con aquella jornada se cerraban los treinta y siete años de procesos ordinarios y apostólicos, en los que se habían discutido las pruebas d 
su santidad, a decir del decreto, «con la laudable severidad que confiere mayor fe y autoridad a tan gravísimos juicios». 

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((85)) 

CAPITULO V 

LOS MILAGROS PARA LA BEATIFICACION 

CON el decreto sobre el heroísmo de las virtudes terminaba la labor del hombre para llegar a la beatificación de don Bosco y empezaba la 
labor de Dios. Una sanción de lo Alto debía confirmar con pruebas irrefutables el juicio de la Iglesia. Estas pruebas eran los milagros 
obrados por el Señor por intercesión del Siervo de Dios: milagros obtenidos, bien entendido, después de su muerte y sólo por su intercesió 

No es el mismo el número de milagros requeridos para todas las Causas. Para que un Siervo de Dios pueda ser declarado Beato, se 
requieren dos milagros, si los testigos examinados en los procesos de las virtudes conocieron personalmente al Siervo de Dios o recibieron 
informaciones seguras de quienes le conocieron personalmente; tres, si los testigos del proceso ordinario conocieron personalmente al Sier 
de Dios y los del proceso apostólico adquirieron las noticias por personas dignas de fe; cuatro, si los testigos de los dos procesos, ordinario 
apostólico, se apoyan en la tradición y en documentos. Dada la breve distancia de la muerte, a don Bosco le bastaban sólo dos milagros. 
Entre los muchos presuntos milagros se escogieron los dos que parecía presentaban menos dificultades para que los procesos fueran más 
expeditos. 

Antes de narrarlos, convendrá exponer brevemente los trámites, a través de los ((86)) cuales llegan los milagros a tener el reconocimient 
canónico por parte de la Iglesia. Se desarrollan éstos en tres tiempos. 
Ante todo se hace un proceso apostólico en la diócesis donde sucede el prodigio, que casi siempre es una enfermedad grave. El Promotor 
General de la Fe, una vez que el Postulador le envía los artículos referentes al caso, hace que un médico especialista lo estudie, demandand 
todas las aclaraciones necesarias sobre los síntomas del mal, su progreso, su diagnóstico y pronóstico; después redacta los interrogatorios 
que se han de hacer a los testigos y a los médicos de cabecera, de modo que todo quede afirmado en el proceso con la mayor claridad y 
exactitud posible. 
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El tribunal diocesano se constituye por medio de la autoridad apostólica de la manera que hemos visto que se forma el proceso apostólic 
de las virtudes heroicas. Hay en él dos particularidades. Una es que forma parte del tribunal un perito médico, encargado de proponer las 
preguntas específicas a dirigir a los testigos y de sugerir las formas más convenientes para obtener respuestas exactas sobre los síntomas d 
la enfermedad. Además, después del examen de los testigos, otros dos peritos médicos, previo juramento de cumplir el encargo con toda 
fidelidad, visitan diligentemente a la persona curada y reconocen su estado de salud general, con el fin de certificar si la curación ha sido 
perfecta y si no aparecen indicios de posible recaída. 

Se lleva a Roma una copia auténtica, una vez terminado el proceso, con todas las formalidades jurídicas aptas para garantizar cualquier 
sospecha de alteración. Después se sigue en Roma la segunda fase del procedimiento. 

Aquí la Cancillería de Ritos abre el legajo y saca una copia auténtica del mismo, que ha de servir para el estudio de la validez, es decir, 
para examinar si los testigos fueron legítima y rectamente interrogados, y si los documentos fueron hechos jurídicamente y declarados 
auténticos. Después, emitido el decreto de validez, el Abogado prepara la posición sobre cada uno de los milagros, haciendo imprimir 
integralmente todas las deposiciones ((87)) de los testigos y todos los documentos conseguidos. Este impreso se llama Sumario: se da copi 
del mismo a dos médicos peritos de oficio, los cuales prestan juramento de juzgar según ciencia y conciencia. Para cada milagro se nombr 
al Cardenal Ponente de acuerdo con el Promotor General de la Fe; de ser posible se recurre a especialistas en las enfermedades, de las que 
asegura la curación milagrosa. Cada perito estudia las actas y extiende el propio voto independientemente del otro; más aún, ellos se 
desconocen recíprocamente. Si el juicio médico-legal de ambos concuerda en rechazar el milagro y el otro no, puede discutirse el mismo e 
la Congregación antepreparatoria; mas, para proceder a la Preparatoria, son nombrados dos nuevos peritos. Si éstos están de acuerdo en 
reconocer la curación como milagrosa, es llamado un tercero, y solamente cuando éste se pronuncia en el sentido de los dos últimos, pued 
continuar adelante la Preparatoria. A todos los peritos incumbe la triple obligación de juzgar apoyándose en argumentos científicamente 
ciertos, atestiguar si la curación es o no real y perfecta, y probar si se puede explicar o no según la ley natural. 

Con esto queda acabado el segundo trabajo, y empieza el tercer período en el que de nuevo entran en acción, como ya han podido 
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comprender los lectores, las tres Congregaciones, llamadas antepreparatoria, preparatoria y general, de las que hablaremos más adelante. 

En la Causa de don Bosco la Postulación, representada primero por don Dante Munerati y después por don Francisco Tomasetti, suplicó 
que, sin esperar a que terminase el proceso apostólico de las virtudes, se enviaran las cartas remisoriales a los Ordinarios, a quienes 
correspondía la incumbencia de hacer los dos procesos apostólicos de los milagros. Uno de estos procesos se celebró en Turín de 1924 a 
1926, el otro en Piacenza del 1925 al 1926. 

La Hija de María Auxiliadora sor Provina Negro cayó enferma el 1905 en Giaveno, donde residía. Tenía treinta ((88)) años. Los primero 
síntomas del mal fueron inapetencia, postración, dolores en la boca del estómago, ardores en la garganta y en el esófago durante la 
deglución; vinieron después los vómitos, en los cuales devolvía los alimentos mezclados con sangre negruzca. Rápidamente le vino un dol 
intenso y habitual al corazón. De cuando en cuando la enferma sentía en él como el efecto de una fisura producida por un cuchillo cortante 
Sobrevinieron a continuación la intolerancia de cualquier bebida e hinchazón del epigastrio. La compresión dactilar transmitía el dolor 
lancinante y ardiente desde la región epigástrica hasta el dorso. Un dolor agudo, como si una punta de estilete le atravesase el vientre, la 
despertaba de improviso durante el sueño por breves intervalos. Los doctores Crolle de Giaveno y Forni de Turín diagnosticaron una úlcer 
ventricular o circular del estómago. La Religiosa quedóse por fin fija en Turín por las exigencias de las curas. 

De día en día se agravaba la enfermedad. El domingo 29 de julio de 1906 fueron a visitarla dos hermanas, le contaron algunas gracias 
portentosas atribuidas a la intercesión de don Bosco y la animaron a confiar en él. Cuando se quedó sola, empezó a recordar la confianza c 
que solía acudir a don Bosco durante su noviciado y así, de pensamiento en pensamiento, se sintió movida a invocar su auxilio. Había en l 
mesita de noche un retrato del Siervo de Dios recortado del Boletín Salesiano. A duras penas pudo la enferma alargar la mano y tomar el 
retrato, que sostuvo unos instantes ante los ojos diciendo: 

-íOh, don Bosco, ved en qué estado me encuentro! La Madre General me ha dicho que a su vuelta de Nizza quiere verme curada; y yo 
empeoro cada día más. No puedo hacer nada para obedecerla: si queréis que obedezca, hacedme curar. 

Mientras tanto prometió a don Bosco que, si curaba, sería más diligente en la observancia de las Reglas. 

Terminada la plegaria, hizo con la imagen una especie de píldora 
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con intención de tragarla. El médico le había prohibido tragar cualquier cosa, pero ella se la llevó con fe a la boca y la tragó. Eran las siete 
media de la tarde. En ((89)) aquel instante cesó todo dolor: se acabó la pesantez en el estómago y el vientre, se acabaron las dificultades pa 
mover los miembros. Intentó bajar de la cama y lo hizo varias veces sin dificultad. Mas no salió de la habitación. Por la mañana se levantó 
como todas, pero se quedó en la habitación esperando que la autorizaran para bajar a la capilla. Como no se presentara ninguna religiosa, f 
a la enfermera, la cual, sin poder creer lo que veía, la mandó volver a la cama. Obedeció ella y esperó con paciencia la visita del médico, e 
cual, no sólo la permitió que se levantara, sino también que comiera. Pocos días después, Sor Provina tomaba parte en la vida común. 

El tribunal formado en Turín por el cardenal Gamba se vio obligado, por la gravedad del proceso, a pedir dos prórrogas más allá del 
tiempo fijado por la Sagrada Congregación de Ritos. Oyeron a catorce testigos, sin contar a la agraciada, esto es, a los dos médicos de 
cabecera, a dos sacerdotes Salesianos y a diez Hijas de María Auxiliadora. Asistieron al proceso, en calidad de peritos, los doctores Symp 
Peynetti. Verdaderamente el Código de Derecho Canónico sólo prescribe la presencia de un perito; pero el tribunal turinés llamó al doctor 
Sympa de Roma, perito oficial de la Congregación de Ritos, porque veía la necesidad de tener normas técnicas seguras para el desarrollo d 
su acción. Finalmente realizaron la esmeradísima visita prescrita los doctores Sura, médico cirujano radiólogo, y Rocca, médico cirujano. 
Ambos certificaron que la Religiosa no presentaba ningún síntoma de lesión gástrica en acto, ni tampoco el más lejano indicio de 
predisposiciones patológicas en el futuro. 

El otro milagro sucedió en Castel San Giovanni, de la zona de Piacenza. En noviembre de 1918, la joven Teresa Callegari, de veintitrés 
años, cayó enferma con pulmonía gripal. Hizo el doctor Minoia, que se internase en el hospital y curó de la pulmonía; pero, durante la 
convalecencia, contrajo una fuerte dolencia en la rodilla izquierda con hinchazón, derrame de líquido articular y anquilosamiento. 
Habitualmente le subía la fiebre a treinta y ocho grados. ((90)) La hinchazón pasó a la rodilla derecha, a las articulaciones de los pies y al 
brazo. Se adivinaba de aquel modo la poliartritis infecciosa. 

Durante seis meses estuvo la enferma condenada a la inmovilidad y con atroces dolores. Añadiéronse entonces otras graves 
complicaciones a la enfermedad articular, como catarro gastrointestinal, molestias vesicales con imposibilidad de orinar, estreñimiento y, e 
consecuencia, 
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fuertes hemorragias, que postraron más sus fuerzas. Además, unos dolores en la región sacro-lumbar que se extendían a los muslos la 
obligaban a estar siempre en posición supina. Después le apareció una hinchazón del tamaño de una nuez en la parte baja de la espina dors 
a la altura de la tercera vértebra lumbar. 

A fines de 1919 se presentaron unas condiciones relativamente mejores; pero la poliartritis, ya crónica en el anquilosamiento de la rodill 
izquierda y en la columna vertebral, seguía inmutable. 

En enero del año siguiente se recrudecieron violentamente los dolores. Las curas del doctor Miotti le produjeron algún alivio durante los 
meses del verano; pero, al llegar octubre, iba de mal en peor, con más dificultades para alimentarse, con vómitos, espasmos de estómago y 
diarreas. En enero de 1921 le acometió un catarro bronquial difuso, enterocolitis crónica rebelde a toda cura y, finalmente, un estado de 
paralización por la imposibilidad de alimentarse. El caso debía considerarse, a juicio de los médicos, como desesperado. 

Así estaban las cosas, cuando una amiga sugirió a la enferma que hiciese una novena a don Bosco y le animó también a ello la monja qu 
la asistía. Llena de esperanza, habló Teresa de ello al párroco, reverendo Zanelli, el cual le dijo que la comenzara enseguida. Hizo la noven 
pero no experimentó ninguna mejoría, por lo que la pobrecita, convencida de que no podía curarse, rogaba a don Bosco que al menos le 
concediese tener pronto una buena muerte. 

En el mes de julio quiso el reverendo Zanelli que empezase otra novena. El día dieciséis por la noche, octavo de la novena, Teresa ((91)) 
se encontraba tan mal, que las Religiosas creyéronla próxima a su fin. A las cuatro de la mañana del día dieciséis, después de una noche de 
insomnio, al volver la mirada a la parte de la mesita de noche, vio que avanzaba hacia ella un sacerdote, de mediana estatura, con los brazo 
cruzados, los cabellos negros y rizados y los ojos negros. Púsole una mano sobre la frente y, apoyando la otra sobre la mesita de noche, le 
preguntó cómo estaba. Ante su exclamación de angustia, díjole con voz de mando: -íLevántate! 

Y como ella se excusase por la imposibilidad, añadióle en piamontés: -Búgia le gambe. 

La mujer no entendía bien aquel dialecto; pero, al oír «gambe» (piernas) adivinó enseguida el significado de la frase, que quería decir: 
-Mueve las piernas. 

Lo probó sin más, y movió una después de otra libremente y sin dolor; logró también doblar la rodilla. Llamó enseguida a la monja, 
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gritando que estaba curada. La monja, creyendo que enloquecía, acudió corriendo. 

-Despacio, le recomendó Teresa; no choque con don Bosco. 

Ante aquellas palabras sonrióse don Bosco. Ella no había visto nunca ningún retrato de don Bosco; pero, como le rezaba hacía tiempo, n 
dudó que aquel sacerdote fuera él. Entonces don Bosco, levantando las manos con las palmas vueltas hacia ella y retrocediendo sonriente, 
desapareció como por en medio de la niebla. 

Todo esto le sucedió estando totalmente despierta y no soñando. 
Durante la aparición se le había ido aclarando la vista, antes bastante débil y confusa, de tal modo que, después, distinguía claramente los 
objetos. Tiró fuera las mantas, bajó de la cama y en cuatro saltos pasó a la habitación vecina de una amiga suya para darle la alegre noticia 
Fue después a las monjas que bajaban entonces al pasillo y se dirigían atónitas hacia ella. Las otras enfermas, que no podían creer a sus oj 
se acercaban en camisón hasta ella y la tocaban para convencerse de la realidad. Ciertamente no tenía nada. Al día siguiente lo confirmó el 
doctor Miotti, tras una minuciosa visita. 

Este médico asistió posteriormente como perito al proceso apostólico de Piacenza formando parte del tribunal eclesiástico nombrado por 
((92)) Obispo, monseñor Menzani, de acuerdo con las facultades e instrucciones recibidas en Roma. Presentáronse después de la agraciada 
dieciséis testigos. Para hacer el examen judicial también allí fue necesaria una prórroga. Como algunos testigos no pudieron presentarse en 
Piacenza, recibió la deposición de uno el Promotor General de la Fe en Roma, y los Arzobispos de Turín y de Milán fueron autorizados pa 
formar dos procesículos para los otros. Fueron llamados como peritos para la cuidadosa visita final los doctores locales Ghisolfi y Fermi, 
cuyas certificaciones estuvieron de acuerdo en excluir todo indicio de futura recaída. 

Llevadas a Roma las actas de los dos procesos y abiertos allí los legajos en forma jurídica, parte el 18 de junio de 1926, y parte el dos de 
julio siguiente, empezó la discusión sobre la validez. El Promotor General de la Fe elevó varias dificultades el 28 de febrero de 1927 en la 
reunión ordinaria de la Congregación de Ritos; el Abogado contrapuso sus respuestas en la del día tres de marzo. Los Cardenales de la 
Sagrada Congregación emitieron el voto favorable sobre la validez de ambos procesos el veintidós de marzo del mismo año; Pío XI lo 
confirmó al día siguiente. 

Procedióse entonces al examen de los dos milagros. El Abogado los refirió en la reunión del veintinueve de abril, alegando, entre 
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otros, los juicios de los especialistas designados por la Sagrada Congregación, que fueron los doctores Feliciani y Gentile para sor Provina 
Negro, y los doctores Sympa y Chiays para la señora Teresa Callegari. Monseñor Salotti opuso las primeras dificultades en la reunión del 
dieciocho de diciembre y monseñor Della Cioppa le replicó en la misma sesión. 

A estos preliminares siguieron las tres Congregaciones. La Antepreparatoria se celebró el 24 de enero de 1928 en el palacio del Cardena 
Ponente. El Abogado había presentado, según ley, un mes antes, la posición impresa, con la información, el sumario, ((93)) las relaciones 
oficiales de los peritos, las objeciones del Promotor General de la Fe y las correspondientes respuestas. La votación obtuvo un éxito 
favorable, por lo que se podía proceder adelante. 

Precedieron a la Congregación Preparatoria dos discusiones en otras tantas sesiones ordinarias, tenidas los días siete de abril y dieciocho 
de julio de 1928, con nuevas dificultades y análogas respuestas. La junta requirió todavía el juicio de dos peritos, uno para cada milagro. E 
doctor Persichetti emitió su parecer sobre el milagro de Turín y el doctor Stampa sobre el de Piacenza. 

Mientras se hacían estos estudios he aquí que en Roma sucedió un hecho ruidoso: una curación operada por intercesión de don Bosco. S 
María Josefina Massimi, religiosa agustina del monasterio de Santa Lucía de Selci, enferma de úlceras en el píloro, estaba ya en fin de vid 
El confesor le aconsejó una novena a don Bosco y le entregó una reliquia del Siervo de Dios. Durante el curso de la novena la religiosa 
empeoraba en vez de mejorar, y se agotaban en ella, a ojos vistas, los últimos resortes de la vida. Pero no disminuía su confianza; tanto es 
que, terminada la novena, empezó otra. 

íPeor que peor! La muerte parecía inminente. El quinto día, quince de mayo, vio en sueños a don Bosco, el cual le decía: -Aquí estoy yo 
para anunciarte la gracia. Ten paciencia. Sufre un poco más todavía. El domingo tendrás la gracia. 

Faltaban cuatro días enteros para el domingo. El viernes, día dieciocho, tuvo un nuevo sueño: don Bosco le llevaba el hábito negro, que 
monjas suelen ponerse en los días festivos y le renovó la promesa. El sábado por la tarde todo hacía temer que se trataba de meras ilusione 
pero, al día siguiente, mientras el confesor se disponía a administrarle la Extremaunción, hubo un cambio repentino. 

Vínole un estremecimiento de los pies a la cabeza y, en un santiamén, sintió que volvía de la muerte a la vida. Diez días más tarde estaba 
tan buena que pudo escribir una relación detallada de lo acontecido. 
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El suceso tuvo mucha resonancia y produjo también alguna impresión en el seno de la Congregación de Ritos; ((94)) hasta parece que llam 
la atención del Padre Santo 1. 

La Congregación Preparatoria se abría, pues, con buenos auspicios, aunque no es de suponer que los Cardenales de Ritos, reunidos el 11 
de diciembre de 1928 en el Palacio Apostólico Vaticano, se dejaran ni siquiera influenciar por el recuerdo de aquel caso para dar, como 
dieron, su voto favorable. 

Después de tantas indagaciones se calculaba también que la Congregación general sería superada fácilmente. Todavía en las dos últimas 
sesiones ordinarias, del 6 y del 30 de enero de 1929, volvió monseñor Salotti al asalto con las últimas dificultades, que monseñor Della 
Cioppa pudo deshacer con facilidad, de tal modo que el cinco de marzo, y en presencia del Padre Santo, los votos consultivos de los 
Cardenales y de los Consultores fueron de afirmación. El Padre Santo, a quien está reservado deliberar, tomado el tiempo para reflexionar 
pedir luces al Cielo, el día diecinueve de marzo, después de la celebración del divino Sacrificio, llamó ante sí a los Cardenales Laurenti, 
Prefecto de Ritos, y Verde, Ponente de la Causa después de la muerte de Vico, y con ellos a los Monseñores Salotti, Promotor General de 
Fe, y Mariani, Secretario de la Sagrada Congregación, y entró, seguido de los mismos, en otra aula noble, donde, sentado en el trono, 
sentenció que había constancia de los dos milagros y ordenó la publicación del correspondiente decreto. Aquella misma mañana se dio 
lectura pública de este decreto en el aula consistorial del Palacio Apostólico. La ceremonia se desarrolló solemnemente en presencia del 
Papa y de su Corte. Asistían amplias representaciones de los colegios salesianos y de los de las Hijas de María Auxiliadora, numerosos 
exalumnos y muchas personalidades, Señoras y Señores, invitados con entrada especial. Acercóse a las gradas del trono el Secretario y, 
obtenido el consentimiento del Padre Santo, leyó el decreto. 

Claramente aparece con cuánta abundancia bendijo el Señor omnipotente a su Siervo Juan Bosco y a la Pía Sociedad por él fundada, en 
((95)) favor y ayuda del pueblo, por los dones de la naturaleza y de gracia con que le enriqueció, por las obras insignes que desarrolló y po 
las nuevas casas de su Pía Sociedad, abiertas y consolidadas en tantas regiones, hasta en las partes más alejadas del mundo, pese a la casi 
absoluta falta de los medios necesarios. 

El Siervo de Dios, nacido en una familia pobre, se vio, desde los primeros años de 

1 Cartas de don Francisco Tomasetti a don Calógero Gusmano, secretario del Capítulo Superior. Roma, 5 y 27 de junio de 1928. 
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edad, dotado de muchas y excelentes dotes, y empezó y realizó tantas y tales obras, especialmente en favor de la juventud, que no habrían 
podido subsistir sin abundancia de medios y autoridad. Denodadamente trabajó para superar toda suerte de obstáculos, vencer 
contrariedades, ganarse por medio de la dulzura el alma y el corazón de los enemigos, demostrando de este modo que era un hombre de al 
sentimientos y que no se movía ni actuaba más que por el ardoroso deseo de la salvación de las almas. Así se dio buena maña para formar 
incipiente Pía Sociedad, trabajó con éxito en su desarrollo y propagación no sólo en muchas partes de Europa, sino que la llevó hasta las 
lejanas regiones de América. Y ahora sus hijos, yendo todavía más lejos, hasta las playas del Extremo Oriente, desarrollan ampliamente 
obras de evangelización con constancia apostólica y digna de alabanza. 

Al Venerable Siervo de Dios le gustaba emplear generosa caridad, aun en sus mayores estrecheces, y no despedía a ningún indigente sin 
haberlo socorrido. 

A menudo, cuando se lo pedían, revelaba hasta los secretos de las conciencias, predecía el futuro y disfrutaba devolviendo la paz a las 
almas angustiadas. Curaba también las enfermedades corporales y era su delicia hacer continuamente el bien a todos. Llevado por este 
santísimo deseo, fundó además un Instituto de sagradas Vírgenes, que tituló Hijas de María Auxiliadora, ya muy extendido y que da a la 
Iglesia nobles frutos de salvación. 

Pasó, amado por Dios y por los hombres, siempre con el ardiente deseo de hacer el bien y dejando un dulcísimo recuerdo de su persona 
todos los ambientes. Inmediatamente después de su muerte, empezó a correr la fama de sus prodigios, especialmente curaciones, entre las 
cuales los diligentísimos demandantes de la causa eligieron dos, y, después de hacer el proceso apostólico, los presentaron a la Sagrada 
Congregación de Ritos para que pronunciase su juicio sobre la verdad de tales milagros. 

La primera curación es la de sor Provina Negro, la cual, víctima de úlcera circular en el estómago, era atormentada por atroces dolores. 
Conocida la naturaleza maligna de la enfermedad, que difícilmente hubiera curado ni con un largo espacio de tiempo, la enferma pensó en 
probar la ayuda divina, y después de haber invocado la intercesión del Venerable Juan Bosco y haberse tragado con suma dificultad una 
reliquia, se encontró inmediatamente libre y perfectamente curada. ((96)) Su curación fue tenida por todos y singularmente por los médico 
como prodigiosa. 

La segunda curación se refiere a Teresa Callegari, atormentada por varias enfermedades internas, rebeldes a toda cura, que la habían 
llevado a un estado de consunción y ya los médicos la habían desahuciado. No atinaban los ilustres doctores, porque la gravísima 
enfermedad que la atormentaba era verdaderamente orgánica, con varias lesiones anatómicas, como evidentemente demostraron y depusier 
bajo juramento tres peritos, llamados al efecto por la Sagrada Congregación de Ritos. En aquella situación dicha Teresa Callegari invocó l 
intercesión del Venerable Juan Bosco y quedó curada instantáneamente de todas sus graves enfermedades, asegurando y proclamando ella 
misma inmediatamente el prodigio. 

Instituido el Proceso Apostólico sobre las dos curaciones, tenida la cuidadosísima discusión y declarada que fue su legitimidad, se celeb 
el día 24 de enero de 1928 la Congregación Antepreparatoria con el Reverendísimo Cardenal Vico de feliz memoria, Relator de la Causa, 
el 11 de diciembre del mismo año se reunió la Congregación Preparatoria en el Palacio Vaticano. Después, el cinco del corriente marzo, se 
celebró la Congregación General, en presencia de Nuestro Santísimo Señor el Papa Pío XI y, propuesta por el Reverendísimo Cardenal 
Alejandro Verde, Relator de la 
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Causa, la cuestión: Si consta y de qué milagros en el caso y al fin de que se trata, todos los asistentes, lo mismo los Reverendísimos 
Cardenales que los Padres Consultores, dieron, por orden, su respuesta. Después de lo cual el Padre Santo se reservó proferir su juicio, per 
mostrando indudables señales de la alegría de su espíritu. Mientras tanto, exhortó a todos a impetrar, con la oración, más claridad de luz 
divina en asunto de tanta importancia. 

Habiendo después establecido hacer público su decreto, señaló este muy feliz día de la fiesta de San José, Patrono Universal de la Iglesia 
Católica, venerado con particular devoción por el Venerable Juan Bosco, y después de haber celebrado fervorosamente el divino Sacrificio 
llamados ante sí a los Reverendísimos Cardenales Camilo Laurenti, Prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos, y Alejandro Verde, 
Ponente de la Causa, juntamente con el Rev. Monseñor Carlos Salotti, Promotor General de la Fe y el infrascrito Secretario, pasó a otra au 
noble, sentóse en el trono y decretó solemnemente: que constaba la instantánea y perfecta curación de sor Provina Negro de una úlcera 
circular en el estómago y también la instantánea y perfecta curación de Teresa Callegari de poliartritis aguda postinfecciosa y de otras 
lesiones que habían reducido a la enferma al estado de consunción. 

Y ordenó se publicara el presente decreto, y se inscribiera en las actas de la Sagrada Congregación de Ritos, el 19 de marzo de 1929. 

((97)) Terminada esta lectura, el Procurador de los Salesianos y Postulador de la Causa, don Francisco Tomasetti, acompañado por el 
Abogado y el Promotor de la Causa, dio gracias al Padre Santo con un discursito en el que habló de un reciente gran suceso. Aún no se ha 
apagado el eco del júbilo que había corrido de una a otra punta de Italia el once de febrero, en la histórica jornada que puso felizmente 
término a la larga y desgarradora discordia del Estado Italiano con la Santa Sede. Con fino sentido de oportunidad, evocó don Francisco 
Tomasetti la fecha inolvidable y el Papa, en la alocución pronunciada inmediatamente después, tomó pie de aquellas palabras para dar a 
conocer el pensamiento genuino de don Bosco sobre el tema de la Conciliación. Dijo así don Francisco Tomasetti: 

Beatísimo Padre: 

Tengo hoy una infinita satisfacción al presentar a Vuestra Santidad, en nombre del Reverendísimo Rector Mayor y de toda la Familia 
Salesiana, el más vivo y sentido agradecimiento por haberse dignado ordenar el Decreto, con el que se aprueban los dos milagros 
presentados para la Beatificación del Venerable don Juan Bosco, Fundador de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, del Instituto de l 
Hijas de María Auxiliadora y de la Pía Unión de Cooperadores Salesianos. 

Este Decreto llena de gozo a los hijos del Siervo de Dios, «de este gigante mantenedor de la educación cristiana», como a Vuestra Santid 
gustó llamarlo en otra solemne circunstancia, pero no les sorprende. Saben ellos muy bien, especialmente los que tuvieron la suerte de viv 
algún tiempo junto a él, que estaba su vida tan 
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entretejida con hechos prodigiosos, que se podía decir que lo sobrenatural se había convertido en algo natural en torno a don Bosco. Tanto 
así que se lee en una carta de nuestro mismo Padre, del año 1867, fecha de su segundo viaje a Roma, que «hizo oraciones especiales para q 
Dios no otorgase nada clamoroso que diera ocasión de hablar del pobre don Bosco». 

Y lo mismo durante su vida, que después de su muerte, ha seguido asistiendo a sus hijos y a sus amigos con suaves y admirables 
inspiraciones, favoreciendo con milagros y gracias innumerables a los fieles que confiadamente recurrían a él. 

Pero nuestra alegría aumenta cuando reflexionamos sobre los caminos admirables de la Providencia y vemos que este deseado Decreto, 
preludio de la solemne Beatificación de nuestro Venerable Padre, es ordenado por Vuestra Santidad al día siguiente del grandioso ((98)) e 
histórico suceso del arreglos de la Cuestión Romana, que constituyó el ansia, el deseo, y, »por qué no decirlo? el tormento de muchas alm 
buenas; y en la que tanto cooperó el Venerable don Bosco, con todo su afecto y celo sacerdotal, interponiendo en momentos críticos, 
penosísimos y delicados, su apreciada y feliz mediación para que resultaran menos tensas las relaciones entre el Gobierno de su tiempo y l 
Santa Sede. Y para conducir a buen puerto su mediación, subía él y hacía subir a las mayores alturas «para alcanzar los más hermosos pun 
de vista», para llegar a las cumbres donde la visión resulta -y son palabras muy recientes de Vuestra Santidad-grandiosa y sublime. 

«Mi política -respondía él al glorioso Predecesor de Vuestra Santidad, Pío IX-es la de Vuestra Santidad, y la del Pater noster. En el Pat 
noster pedimos cada día que venga el Reino del Padre Celestial sobre la tierra, es decir, que se extienda cada día más poderoso y glorioso: 
adveniat regnum tuum: y esto es lo que más importa». E insistía en que, ante todo, se antepusiese el bien de las almas. 

Me alegro esperando que agradará a Vuestra Santidad el recuerdo de este documento, no conocido por todos, sobre la conformidad de la 
altas miras y los sentimientos superiores de nuestro Venerable Fundador con los supremos, altísimos ideales que han guiado y conducido t 
felizmente a Vuestra Santidad a superar las inmensas dificultades que se oponían a la grandiosa obra, que, sonada la hora de Dios y no en 
vano esperada, finalmente se ha realizado para bien del universo mundo, devolviendo Italia a Dios, Dios a Italia y la paz tranquilizadora de 
la conciencia de muchas almas buenas en todo el mundo. 

íOh, cómo se alegrará por la verificada composición y los grandes frutos de bien que de ella brotarán, nuestro Venerable Padre que, por 
encima «de toda gloria, ponía la de ser un fiel servidor de Jesucristo, de su Iglesia y de su Vicario!» 1. 

íY cuánto se alegran con él, por el conseguido acuerdo y por la feliz coincidencia del actual Decreto, todos sus hijos y «los cientos de 
miles, hoy los millones de jóvenes, de hombres ya hechos en todas las posiciones sociales, en las más variadas condiciones de la vida, que 
han bebido en las fuentes del Venerable don Bosco los tesoros de la cristiana educación!» -como Vuestra misma Santidad dijo en el discur 
citado. 

En nombre también de todos los Exalumnos, de esta gran Familia Salesiana que «se gloría del compromiso y del propósito de guardar si 
mancha los bienes de la cristiana educación y de propagarlos con el ejemplo de la fidelidad generosa y valiente 

1 Palabras proferidas por el Padre Santo en su discurso a los alumnos del colegio del Sagrado Corazón de Jesús en Roma (25 de junio de 
1922). 
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a Jesucristo y a ((99)) su Vicario en la tierra», renuevo a Vuestra Santidad en medio del entusiasmo de esta hora, tan esperada y tan 
felizmente iniciada, nuestro más exaltado, más vivo y más fervoroso agradecimiento. 

Cuando don Francisco Tomasetti acabó, dio a entender Su Santidad que quería hablar. El auditorio se dispuso a oír con atención. Durant 
unos minutos, de conmovida espera para todos, pareció que el Papa evocara en silencio y coordinara toda una serie de pensamientos. 
Después con voz serena, vibrante y, a veces temblorosa por la emoción, habló en estos términos: 

Hijos amadísimos, es la voz, la gran voz de los milagros, la voz de Dios, qui fecit mirabilia magna solus! Es la voz de Dios que baja al 
sepulcro, que muy bien podemos llamar glorioso -íy qué glorioso!-de su fiel siervo, para hacer cada vez mayores y más brillantes los 
resplandores de su gloria. 

Y es verdaderamente admirable -por decir lo primero que salta a la mente y al corazón-con qué delicadeza y, casi diría, con qué 
elegancia, sabe combinar las cosas la divina Bondad y preparar los acontecimientos. 

En efecto, el decreto de los milagros del Venerable Juan Bosco, de este gran devoto de San José, se debió publicar el día de la fiesta de 
este glorioso Patriarca, y cuando esta fiesta, por una feliz coincidencia de las cosas, es por fin un día festivo para todos, de un mismo mod 
en un mismo sentido, con perfecta unión de mentes y de corazones. Nos parece que el mismo San José haya querido encargarse en cierto 
modo de contribuir a premiar así a este grande, grandísimo Siervo de María, su Castísima Esposa, a la que el Venerable Juan Bosco tributó 
siempre tan gran homenaje de piedad y de devoción, bajo el título especial de María Auxiliadora, inseparable ya de su nombre y de su obr 
de sus innumerables ramificaciones por todas las partes del mundo. 

Y no menos hermosa, delicada y significativa resulta esta otra coincidencia de cosas que ha sido recordada tan oportunamente. Después 
un suceso por el que hoy, y por mucho tiempo todavía, el mundo entero, lleno de alegría, da gracias con Nos al Señor, al día siguiente de 
este suceso resuena la proclamación de los milagros de don Bosco, de este verdaderamente fiel y sensato Siervo de la Iglesia de Cristo, y d 
esta Santa Sede Romana. Verdaderamente -como Nos lo pudimos oír de sus mismos labios-este acuerdo en tan deplorable discordia, era 
primer cuidado de los pensamientos de su mente y de los afectos de su corazón, tal y como podía serlo en un Siervo verdaderamente sensa 
y fiel: no con el deseo de una conciliación cualquiera, como muchos habían ido fantaseando, embrollando y confundiendo las cosas, ((100 
sino de tal modo que, ante todo, quedase asegurado el honor de Dios, el prestigio de la Iglesia y el bien de las almas. 

Decíamos que habíamos podido escuchar esto de sus propios labios, y también reconocemos en ello otra admirable disposición de Dios, 
otra de sus delicadísimas disposiciones. Han pasado ya cuarenta y seis años y nos parece ayer, nos parece hoy mismo, nos parece verlo 
todavía como entonces lo vimos y escuchamos, mientras pasábamos unos días en su compañía, viviendo bajo el mismo techo, sentándonos 
la misma mesa y teniendo varias veces la fortuna de podernos entretener largo y tendido con él, pese a la indescriptible cantidad de sus 
ocupaciones; porque era ésta 
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una de sus más impresionantes características: una calma absoluta, un dominio del tiempo, que le permitía atender a todos los que acudían 
él, con tanta tranquilidad como si no tuviese otra cosa que hacer. Esta fue una de las perfecciones, y no la menor, que pudimos admirar en 
a las que ni siquiera falta el don profético, que, a pesar de ello -añadió sonriendo Su Santidad-no llegó al punto de íprever lo que hoy ha 
sucedido! »Quién habría dicho entonces que, después de tantos años, a continuación de un suceso tan grandioso, como el que hace poco 
hemos recordado con tanta alegría, habríamos tenido esta otra reunión tan solemne, El, don Bosco, resplandeciente por la luz de los 
milagros, y Nos, en el momento de proclamar solemnemente y con la autoridad de los decretos de la Iglesia, estos mismos milagros, cuya 
resplandece ahora sobre su tumba preparando el sumo honor de los altares? 

Y estos milagros, cuya proclamación habéis escuchado, estos milagros evidentísimos para cuantos los conocemos -»y quién no los conoc 
en el mundo entero?-no son más que una muestra de los que, con todo respeto, brillan en la figura de don Bosco. Son innumerables en 
realidad los milagros que, tanto durante su vida como después de su muerte, con la maravillosa continuación de su obra, ha querido Dios 
Nuestro Señor obrar por intercesión de su fiel Siervo. Y éstos, que han sido elegidos entre muchos, para ser sometidos a un examen más 
concienzudo, con procedimientos jurídicos más rigurosos, no son, como decíamos, más que una representación, que necesariamente se deb 
hacer constar en forma jurídica. Son evidentes y muy hermosos, pero hay muchos más y no menos hermosos y espléndidos, y sobresalen, 
entre ellos, muchos por su divina elegancia: ítan grande es la magnífica evidencia de las cosas y de los sucesos! 

Pero hay, además, en el Venerable Juan Bosco muchas otras cosas admirables: y los que hemos leído algunas en las muchas Vidas del 
Siervo de Dios (las hay sin número y publicadas en varias lenguas) y los que todavía las leerán en lo sucesivo, se darán perfecta cuenta de 
mucho que en ellas abunda el milagro y hasta qué punto sea verdad -como muy oportunamente se ha recordado-que, en la vida de don 
Bosco, ((101)) lo sobrenatural se convirtió en natural, lo extraordinario en casi ordinario. Mis queridos hijos, estos dones y hechos tan 
extraordinarios eran en él, como estrellas centelleantes en un cielo, de por sí espléndido y sereno, que se añadían para destacar cada vez m 
la magnificencia de una vida que era por sí misma todo un milagro, milagro de acción, milagro de obras. 

En la bula de Canonización de Santo Tomás de Aquino se dijo -con frase felicísima-que, en el caso de que no hubiera habido ningún ot 
milagro, bastaba la Summa Theologica, cada uno de cuyos artículos constituía un verdadero milagro. Y también Nos podemos decir muy 
bien que cada año de la vida de don Bosco, cada una de las empresas de su vida mortal y cada momento de su vida póstuma, de la 
supervivencia de sus obras, en sus hijos los Salesianos y en sus hijas, las Hijas de María Auxiliadora, constituyen cada uno un milagro, un 
ininterrumpida serie de milagros. 

Cuando se piensa en la soledad campestre de I Becchi, donde el pobre chiquillo apacentaba el ganado paterno, en los primeros y humild 
principios del Hospitalillo de Santa Filomena y en los días siguientes, ya reveladores y significativos (para quien sabía comprenderlos) de 
Valdocco; cuando se considera a este pobre y humilde sacerdote que principia sin nada las más grandes empresas, como el Santuario de 
María Auxiliadora, que lo empezó con cuarenta céntimos en el bolsillo, y damos después una mirada en torno a nosotros, y nos encontram 
frente a este florecer constante de obras, frente a esta triple familia de Salesianos propiamente dichos, de Hijas de María 
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Auxiliadora y de Cooperadores Salesianos -legión admirable que él mismo solía llamar su longa manus, verdaderamente, lo que Nos oímo 
de sus propios labios: «Don Bosco tiene las manos largas cuando lo necesita»-, se ve realizado en diversos sentidos, pudiéndose decir muy 
bien que sus brazos y sus manos se han alargado inmensamente hasta abrazar al mundo entero, sembrándolo de obras e instituciones 
verdaderamente admirables. 

Cuando pensamos en los centenares y centenares -citamos datos recogidos hace ya veinte años: »qué no habrá sucedido durante los últim 
veinte, en los cuales todo ha ido aumentando con un crecimiento que se diría formidable si no fuera tan glorioso y consolador?-, cuando 
pensamos en los centenares de iglesias y capillas que ya hace veinte años eran trescientas, como eran centenares de millares los alumnos y 
ciertamente pasaban del millón los exalumnos educados en las distintas casas de don Bosco -desde aquéllas en las que se imparte la más 
elevada instrucción hasta las escuelas profesionales de artes y oficios-, no podemos por menos de quedar atónitos y maravillados como ant 
la continuación de uno de los más extraordinarios milagros. Y desde veinte años a esta parte, es decir, desde la época a la que se refieren 
nuestros recuerdos hasta el presente, »a qué número no habrán llegado juntos los Hijos de don Bosco, las Hijas de María Auxiliadora, los 
Cooperadores Salesianos? Ya entonces eran centenares ((102)) de millares: »cuántos serán ahora? Creemos sinceramente, que ésta es una 
las más hermosas, de las más poéticas estadísticas y la más armoniosa poesía de los números que pueda imaginarse. 

Y -por no dejar de recordar una de las más admirables dotes de don Bosco-cuando se considera que se trata de un hombre que parecía q 
tuviese tantas cosas que hacer, sin tiempo material para dedicarse al estudio propiamente dicho, con tantas obras entre manos como debía 
atender y dirigir personalmente, uno no puede por menos de preguntarse: -»Cómo se las arregló para escribir tantas obras y cómo salieron 
su pluma tantos libros? Porque, al menos, son setenta los libros y opúscu-los de educación popular escritos por él y publicados, y alguno 
con extraordinario éxito. Su Historia de Italia ha alcanzado de treinta a cuarenta ediciones; su Historia Sagrada había llegado, ya hace vein 
años, a las setenta o setenta y siete; sus libros de oraciones El Joven Instruido y la Joven Cristiana habían quizá llegado a las seiscientas 
ediciones, y las populares Lecturas Católicas que, veinte años atrás, habían obtenido una tirada de diez millones de ejemplares y el Boletín 
Salesiano que se publica en muchas lenguas y que, según una estadística de años atrás, tiraba ya trescientos mil ejemplares mensuales -ího 
muchos más!-son cosas verdaderamente maravillosas y, puede decirse muy bien, milagrosas. 

A decir verdad, uno se pregunta maravillado: -»Cómo ha podido realizarse todo esto? Y es forzoso reconocer que todo se ha debido a un 
intervención especial de la Gracia de Dios omnipotente: manus Dei fecit haec omnia! Pero »dónde pudo hallar este Siervo de Dios la fuerz 
para llevar a cabo tantas obras? Es un secreto, que él mismo reveló continuamente, quizás sin darse cuenta de ello; y está encerrado en 
aquella frase, que tantas veces dijo y escribió él mismo y que fue como el lema de toda su vida: Da mihi animas, cetera tolle: Señor, dadm 
almas y llevaos todo lo demás. Ese es el secreto de su corazón, su fuerza, el ardor de su caridad: el amor de las almas y especialmente las 
almas de los jóvenes, de los más necesitados, que eran sus preferidos, los que él comenzó a favorecer y sigue favoreciendo. Da mihi anima 
Sí, don Bosco amaba las almas porque amaba a Nuestro Señor Jesucristo y porque las consideraba a través del pensamiento, del Corazón, 
la Sangre del Redentor; por eso no había para él nada imposible, ni tesoro que fuese demasiado precioso para contribuir a la 
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salvación, aunque fuera de una sola alma. Este pensamiento es sumamente oportuno y a su vez bellamente dispuesto y ordenado por la 
mente Divina. En efecto, siendo hoy mismo el amor a las almas lo que debe regenerar el mundo, viene a resplandecer con los fulgores de l 
gloria humana y divina este gran amator animarum, amante de las almas, que, con la luz de los milagros y con la eficacia de sus obras, llam 
la atención, se impone a la admiración y a la imitación de todo el mundo. Y, aunque no todos puedan aspirar -»cómo sería ello posible?
((103)) a tal fecundidad de acción en favor de las almas, sin embargo, como suele decirse, un gran amor, una gran solicitud, un gran tesón 
toda dirección y condición, son capaces de hacer milagros. íCuántos llegarían a hacer cosas extraordinarias si ardiese en sus pechos este 
amor por las almas, que no se detiene ante la abnegación y el sacrificio y que realiza verdaderos milagros, como milagros de paciencia, de 
sacrificio y de abnegación realiza una madre con el grande y tierno afecto que siente por su hijito! 

Y si no todos pueden aspirar a tanto, »quién se negará a trabajar, de acuerdo con la medida de sus fuerzas, en este campo, cuando se quie 
que el mal se propague por doquier, cuando se ven tantas almas, especialmente jóvenes, expuestas al peligro y a caer víctimas de las 
tentaciones y de las ocasiones? íCuántas almas arrastra a la ruina la vanidad seductora, la sensualidad imperante, la sed de placeres! Por es 
se impone la cooperación de todos al apostolado, al que incesantemente llamamos a los que tienen sentimiento en el corazón: todos deben 
alistarse en las filas de la acción católica, por Nos tan recomendada y que tiene también varias manifestaciones; en ella hay puesto para 
todos, grandes y pequeños, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, actuando el ideal de un apostolado universal y jerárquico, que es el obje 
y el alma de la acción católica. 

Y por otro lado, todavía un pensamiento que, junto con el de la preciosidad del amor por las almas, del amor de Jesús, y del valor de su 
preciosísima sangre derramada por las almas, nos ofrece don Bosco en esta su simbólica glorificación. 

íQué hermosa, qué consoladora, qué llena de estímulo resulta la soberana fidelidad de Dios con sus Siervos! Su fiel y humilde Siervo (al 
llegar a este punto el Papa pareció profundamente conmovido) -porque ésta es la verdad, ésta es la luz más hermosa y más sublime que ho 
circunda al Venerable don Bosco-: una simple criatura, un humilde Siervo de Dios, que no ha escatimado nada para servirle generosamen 
un pobre hombre, según el mundo: y, más aún, he aquí que Dios abre los cielos y deja oír su voz con la fuerza y la magnificencia de los 
milagros hasta en las más remotas regiones: y hoy levanta ante nuestros ojos la piedra que cubre el sepulcro y llama a su Siervo fiel a una 
verdadera resurrección gloriosa, precisamente en estos días en que nos preparamos para conmemorar solemnemente su misma Divina 
Redención. 

Sí, fidelis Deus in Sanctis suis. Es éste un pensamiento que debemos tener siempre presente, especialmente cuando Dios nos pide un 
trabajo, una abnegación, un sacrificio, para su mayor gloria o para el bien de las almas. Debemos responder con generosidad, porque 
siempre, como en el caso que celebramos, veremos cumplirse lo que el generoso Divino Redentor ha dicho: Qui confitebitur me coram 
hominibus, confitebor et ego eum coram Patri meo: aquel que me confesare ante los hombres, yo le confesaré ante mi Padre. ((104)) Y el 
Verierable Juan Bosco, con su vida, con todas sus obras y con la vida y las obras de sus hijos, que se multiplican por todo el mundo, pued 
decir muy bien: He confesado y confieso al Señor mi Dios y El me confiesa y proclama glorioso ante el Padre Celestial y en presencia del 
mundo entero. 

Y ahora, hijos amadísimos, sólo nos falta impartir, con estos deseos y en medio de 
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estos fulgores, nuestra apostólica bendición: primero, a los hijos de don Bosco y a las Hijas de María Auxiliadora, a los Cooperadores 
Salesianos y a todas sus casas y Misiones esparcidas por el mundo: sobre este conjunto tan vasto, tan activo, tan fecundo de obras santas, 
descienda nuestra bendición, que también invocamos sobre todos los aquí presentes y sobre todo aquello y todos aquellos que cada uno lle 
en su pensamiento y en su corazón. 

La conmovedora alocución duró sus cuarenta minutos y fue escuchada por los presentes casi sin pestañear. Una vez impartida la 
bendición, prorrumpió la audiencia en una ovación entusiasta y prolongada, mientras el Papa saludaba a los Cardenales y personajes 
presentes y se retiraba a sus salas. 

Las generosas palabras del Vicario de Jesucristo resonaron lejos, llamando multitudes de visitantes de todas partes a la tumba de Valsáli 
que estaba por convertirse en altar. A ella se acercaban con frecuencia las gentes sencillas y los grandes. Recordaremos solamente algunos 
homenajes ilustres de los tres primeros días después de la lectura del decreto. 

Inmediatamente, el veinte de marzo por la mañana, llegó el Príncipe heredero Humberto de Saboya. Se arrodilló ante la tumba recogido 
oración; después, subió a la capilla superior y asistió devotamente a la santa misa. 

El mismo día por la tarde se acercó el Arzobispo, cardenal Gamba. 
Después de orar un momento, exclamó: 

-El caso de don Bosco es el único ejemplo, llegado tan pronto a la gloria de los Beatos y con una veneración que ya está extendida a tod 
el mundo. 

Escribió luego en el álbum de honor: «La inminente Beatificación del Siervo de Dios don Juan Bosco, el más grande apóstol del siglo 
XIX, obtenga del Cielo que la reciente Conciliación entre la Iglesia y el Estado de Italia aporte al mundo entero la paz de Cristo en el Rein 
de Cristo, como auguró ((105)) el Santo Padre Pío XI desde el principio de su gloriosísimo Pontificado». 

Al día siguiente los ordenanzas del Ayuntamiento llevaron una magnífica corona de flores por orden del Alcalde con la inscripción: LA 
CIUDAD DE TURIN. De allí a poco se presentaron dos representantes de la primera autoridad de la ciudad con el siguiente autógrafo: «E 
mi condición de Alcalde de Turín y de católico, rindo fervoroso homenaje de devoción al Beato don Bosco, al gran Conciudadano, 
incomparable apóstol de fe, caridad e italianismo en el mundo. -T. DI REVEL». También había enviado al cardenal Gasparri este bonito 
telegrama: «La ciudad de Turín, que fue testigo del sublime 
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apostolado de don Bosco y secundó fervorosamente su obra incomparable y la de sus sucesores, se adhiere al particular y altísimo honor d 
la elevación a los Altares del gran Conciudadano y ruega a Vuestra Eminencia ponga a los pies del Santo Padre su gozoso homenaje de 
gratitud y devoción». 

El día veintidós por la tarde visitó la tumba del futuro Beato Su Excelencia Belluzzi, Ministro de Educación Nacional. Fue recibido por 
alumnos y rindiéronle homenaje el Rector Mayor don Felipe Rinaldi y el Director General de las Escuelas Salesianas don Bartolomé Fasci 
Se detuvo pensativo ante la tumba y, después, expresó en el álbum de honor sus mejores augurios «para la gloriosa escuela de don Bosco» 
Finalmente habló a los estudiantes, animándoles a convertirse en buenos instrumentos para las obras de bien. 

En la Rivista Diocesana de abril apareció la larga y cordial epístola del Arzobispo, comunicando a los turineses la próxima Beatificación 
«Don Bosco, escribía Su Eminencia, fue una de esas glorias, que sirven para ilustrar, no a una ciudad o a una nación, sino al mundo entero 
(...). Estoy convencido de que ningún otro Beato recibió en su Beatificación honores mayores y más universales de los que recibirá el Beat 
don Bosco». Los hechos le darían la razón plenamente dos meses más tarde. 
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((106)) 

CAPITULO VI 

DECRETO DEL «TUTO» 

EN verdad la Iglesia no hace los Santos deprisa. 

Ni siquiera la aprobación de los milagros permite proceder sin más a la beatificación, sino que requiere todavía una Congregación gener 
llamada del Tuto. El objeto final de este procedimiento canónico lo explicó muy bien el Papa Pío XI en su discurso después de la 
proclamación del tuto para la beatificación del Venerable Pignatelli y de la Venerable Catalina Labouré 1. Dijo entonces el Padre Santo: 

»Qué significa la palabra tuto? Es una palabrita latina que significa «fuera de peligro», o sea «sin peligro», es decir, con seguridad. Tuto 
equivale a «una seguridad de todo peligro». Para comprender de qué peligro se trata, basta leer la «duda» que figura a la cabeza del decreto 
y a la que el mismo decreto responde: es decir, si después del examen y de la aprobación de los milagros reconocidos como tales, después 
todo ese complejo de actas, que tales aprobaciones presuponen (procesos locales y ordinarios, procesos apostólicos, etc.), porque la Santa 
Iglesia es verdaderamente incansable en sus investigaciones y comprobaciones; si después de todo esto, se puede proceder sin peligro a los 
ulteriores actos de la beatificación y canonización; sin peligro, por tanto, de cosas menos verdaderas y menos buenas, sin peligro para la 
verdad y para la bondad. En estas Causas lo importante es que lo que se ha dicho en favor de los Siervos de Dios sea verdadero, y que lo q 
es verdad sea bueno, perfectamente bueno, heroicamente bueno. Puede parecer a algunos que la Iglesia sea excesiva en su estudio de 
exactitud, si después de tantas investigaciones, todavía quiere la seguridad, ((107)) el tuto, para pronunciarse; pero no se requiere menos 
cuando se trata de la verdad y la bondad llevadas a ese campo; no se requiere menos para una encuesta que se eleva hasta el trono de Dios 
para admirar en él los frutos más exquisitos de la Redención y sacar esplendorosos e imitables ejemplos para proponer; para todo esto, se 
requiere una búsqueda tenaz de seguridad absoluta. La Iglesia quiere la seguridad y la posee, no sólo en la santidad oficial, reconocida, sin 
también en otros campos, que no son empero totalmente distintos, porque también se trata de la santidad. La Iglesia tiene el privilegio, el 
secreto de la seguridad: ella es la guardiana segura de la verdad y del bien. Verdad y bien son las dos únicas palabras que responden 
plenamente al ser, a la perfección de la inteligencia y de la voluntad del hombre, y por eso son las más interesantes y las más importantes. 

1 L'Osservatore Romano, 13 de marzo de 1933. 
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En cuanto a la verdad, es evidente para todos los que -como diría el Poeta-sono nati alla scuola delle celesti cose (son nacidos para la 
escuela de las cosas celestiales); es evidente para todos los hijos devotos de la Iglesia que ella es la maestra infalible de la verdad revelada 
ésta fue dada a la Iglesia para que la custodiase, la enseñase, la interpretase. Docete omnes gentes... Ecce ego vobiscum sum usque ad 
consummationem saeculi. El Espíritu Santo que procede de mí, ille vos docebit omnia; y vosotros enseñad a los hombres servare omnia 
quaecumque mandavi vobis. Es decir, que el divino Maestro entrega a su Iglesia la Revelación, no con tacañería, sino totalmente, con la 
promesa de una asistencia perpetua, que podría decirse casi doblemente divina: la del divino Redentor, que habla, y la del divino Paráclito 
que se nos promete. 

Pero también fuera de la Revelación, aun en el ámbito de las verdades naturales, es muy necesaria la seguridad, especialmente en aquella 
verdades, que se refieren a Dios, al alma, al origen, a la naturaleza, al destino del hombre, a sus relaciones con sus semejantes, con la 
creación, con el Creador. También en este campo la Iglesia ofrece su seguridad: Docete omnes gentes... vobiscum sum... docebit vos omni 
Aquí la santa Iglesia, maestra de la verdad revelada, se convierte en tutora propicia y segura de la verdad natural; también en este campo d 
verdades naturales lleva su luz, su tuto. Así la Revelación presta su mano a la pobre inteligencia humana, que en su fatigoso peregrinar en 
busca de la verdad, se había perdido. íQué beneficio, qué providencial beneficio es éste! 

Y en cuanto al bien, íqué de incertidumbre también en la vida diaria, en la vida vivida! »Dónde está el bien? »Dónde la justicia? »Dónde 
empieza? »Dónde acaba? Cuántas veces se han realizado las más crueles injusticias en nombre de la justicia! íCuántas veces se ha 
sacrificado el bien, en nombre del bien! Sólo la Iglesia ha dicho siempre, a quien lo preguntaba y a quien no lo preguntaba, enviando sus 
Pastores, sus ministros, sólo la Iglesia ha dicho a todos: Hasta aquí, justo; más allá no es justo; hasta aquí, se puede, más allá no se puede. 
Sólo la Iglesia ((108)) enseña a llamar siempre y en toda ocasión a las cosas por su nombre; la última y suprema intimación que ella hace a 
Obispo en el momento de su consagración es precisamente ésta: Tus labios no deberán llamar mal al bien, ni bien al mal. 

También esta inapreciable seguridad en la verdad y en el bien, seguridad de la inteligencia y de la verdad, también esto, más aún, 
precisamente esto, es un fruto y fruto preciosísimo de la Redención. 

Por tanto, la finalidad de la última Congregación general es la de decidir si se puede proceder con indudable seguridad a la beatificación 
he aquí de qué modo se procedió en ella para don Bosco. El Procurador Melandri presentó una súplica al Padre Santo, a fin de que, despué 
de haber reconocido el feliz resultado de tantas investigaciones, se dignase terminar la obra decretando que se podía pasar con seguridad a 
solemne beatificación del Siervo de Dios. Esta súplica, con el texto de los decretos que aprobaban el heroísmo de las virtudes y la realidad 
de los dos milagros y el parecer razonado de monseñor Salotti, Promotor General de la Fe, reunidos un solo fascículo impreso, formaron la 
«posición» para la Congregación del Tuto. Había en él 
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una circunstancia, oportunamente puesta de relieve por Salotti, que, dejando ya de lado la pluma del censor, había tomado la del devoto 
admirador. La beatificación de don Bosco coincidía el año 1929 con el jubileo sacerdotal del Papa. Al recordar tan fausta conjunción de 
fechas, el Promotor de la Fe dijo estar cierto de interpretar el pensamiento del Padre Santo, asegurando que la coincidencia de los dos 
sucesos debía ser muy agradable a Su Santidad. Y fue el mismo Papa quien dio a entender claramente a continuación que la que él decía, n 
andaba lejos de la verdad. 

Así pues, los Cardenales y Consultores de los sagrados Ritos, reunidos por última vez el 9 de abril de 1929, en presencia del Papa, votar 
favorablemente que se podía tuto (con seguridad) proceder a la solemnidad de la beatificación. Entonces el Papa dejó para otro día la 
manifestación de su juicio definitivo, deseando antes implorar las luces celestiales. Finalmente fijó la ceremonia para el día veintiuno 
siguiente. Aquel día, con las formalidades ((109)) descritas para los decretos de las virtudes y de los milagros, se dio lectura pública del 
decreto del Tuto. He aquí la fiel traducción del mismo. 

Muchas cosas, muy grandes y admirables, obró el Venerable Siervo de Dios Juan Bosco para promover la gloria del Señor y facilitar la 
salvación del género humano. Como hombre enviado por Dios para cumplir esta doble misión, empezó por atender a los muchachos, a 
quienes enseñó los preceptos y deberes de la religión, educó en las buenas costumbres, cuidando además activamente su instrucción cívica 
trabajó con todo entusiasmo a fin de que el mayor número posible aprovechase el beneficio de la Redención. Su voluntad de ganar a Dios 
cuantas más almas pudiese, no conocía límites, y se dedicaba con todas sus fuerzas a abrazar con ardiente celo apostólico y atraer a todas l 
gentes. La falta de medios humanos, las muchas contrariedades presentadas por hombres investidos de autoridad, las dificultades nacidas d 
la misma naturaleza de las cosas, los obstáculos de toda especie deberían haber abatido su ánimo; pero Juan no abandonó en ningún 
momento sus santas fatigas, y con la ayuda de Dios condujo las obras emprendidas al fin deseado y se ganó un nombre inmortal, digno de 
las mayores alabanzas. Escribió, además, y publicó muchos libros muy a propósito para despertar en el pueblo la devoción y afianzar los 
principios y preceptos cristianos, libros que todavía hoy son tenidos en mucho aprecio. Ahora bien, si comparamos la falta de medios 
humanos, en que a menudo se encontró, con la magnitud de las obras realizadas y los beneficios obtenidos para toda suerte de ciudadanos, 
nos parecerá ver en él un prodigio casi nuevo. Digo prodigio, porque la generosidad divina, casi rivalizando con la confianza inquebrantab 
y la generosidad de Juan, pareció aumentarle las fuerzas, multiplicarle las facultades, premiarle maravillosamente sus trabajos. 

Pero una cosa todavía más digna de maravilla, es ver a un hombre de esta especie, ocupado en arduas empresas, expuesto frecuentement 
muchos peligros, que vivía en medio de los muchachos y trataba con toda clase de personas, no cesar ni un solo momento en el ejercicio d 
las virtudes cristianas, alcanzar en él las alturas de la 
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heroicidad, como ha sido reconocido y definido, tras jurídico y severo examen, con el decreto promulgado solemnemente el 20 de febrero 
1927. Mientras tanto, después de la muerte del Venerable Siervo de Dios, habíanse sucedido muchos prodigios, dos de los cuales eran 
solicitados por la índole de la Causa; jurídicamente discutidos y examinados con el acostumbrado rigor, fueron incluidos entre los milagro 
con el decreto del diecinueve del pasado mes de marzo. Una cosa quedaba todavía por discutir, a saber, si se podía proceder con seguridad 
la solemne beatificación del Venerable Juan Bosco. Esto se hizo en la Congregación General final, tenida en presencia de la Santidad de 
Nuestro Señor Pío XI, en la que el Reverendísimo ((110)) Card. Alejandro Verde, Relator de la Causa, propuso la siguiente duda: Si despu 
de la aprobación de las virtudes y de los dos milagros se podía proceder con seguridad a la Beatificación del Ven. Siervo de Dios. Todos lo 
Reverendísimos Cardenales y Padres Consultores presentes dieron, en el orden prescrito por el ritual, su voto favorable, por el que se aleg 
la Santidad de Nuestro Señor, pero juzgó oportuno prorrogar para otro día la publicación de la sentencia y así poder implorar, mientras tan 
las luces celestiales. Habiendo después establecido manifestar su deliberación, eligió para tal fin este día, III domingo de Pascua, y despué 
de haber celebrado con fervor el divino Sacrificio, hizo llamar a su presencia a los Reverendísimos Cardenales Camilo Laurenti, Prefecto d 
la Sagrada Congregación de Ritos, y Alejandro Verde, Ponente de la Causa, junto con el Rev. P. Carlos Salotti, Promotor General de la Fe 
el que suscribe, Secretario, y entrado con ellos en esta augusta sala, y sentado en el trono pontificio, declaró con decreto solemne: que se 
podía proceder con seguridad a la solemne beatificación del Ven. Juan Bosco. Y mandó que el presente decreto fuese publicado e inscrito 
las Actas de la Sagrada Congregación de Ritos y se expidiesen las Letras Apostólicas en forma Brevis para la solemnidad de la 
Beatificación, a celebrarse cuanto antes en la Patriarcal Basílica Vaticana. -21 de abril de 1929. 

Inmediatamente después de la lectura de este Decreto, el Secretario de Ritos monseñor Mariani leyó otro, que reconocía el martirio del 
Venerable Cosme de Carboniano, muerto por la fe el 5 de noviembre de 1707. Cuando hay más de un decreto, la Congregación de Ritos 
designa uno para dar las gracias al Santo Padre. Cayó entonces la elección en monseñor Der-Abrahamian, el cual habló en nombre de la 
Jerarquía, el Clero y el pueblo armenio. Naturalmente dio también las gracias en nombre de los Salesianos por la beatificación de su 
fundador diciendo: «Aún no se ha apagado el eco de vuestra voz soberana, con la que en otra reciente ocasión para la aprobación de los 
milagros de dicho Siervo de Dios, Vuestra misma Santidad rendía los merecidos elogios a este singular y santo educador de la juventud y 
las almas. No necesito por tanto hablar de nuevo sobre él. Sólo me place recordar un hecho personal, y es que todavía vive en mi mente la 
suave figura de aquel hombre de Dios y la impresión que me dejó cuando tuve la suerte de besar su venerada mano y recibir su paternal 
bendición, ((111)) impresión que no se ha borrado de mi mente». 
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Tomó por fin la palabra el Padre Santo, que supo entrelazar magníficamente las alabanzas del Mártir y del Confesor. 

Queridísimos hijos, habéis oído y con Nos recibido con piedad y júbilo, con íntimo sentido de las cosas santas, los dos decretos acabado 
de leer, el primero para la propagación del martirio de Cosme de Carboniano, gloria de Armenia, y el otro para que con ánimo seguro se 
pueda proceder a la solemne beatificación del Ven. Siervo de Dios, el sacerdote Juan Bosco, gloria de Italia, y cosa inmensamente más 
grande, gloria de toda la Iglesia católica. 

Hay ya tanto esplendor, tanta altura, tanta edificación de las cosas grandes y santas en estos dos anuncios, que verdaderamente viene la 
tentación de dejarlas hablar a ellas solas con su inimitable significado. Pero las grandes cosas requieren también algún comentario, 
comentario que corresponda al deber de añadir algo a las mismas cosas para el mayor fruto espiritual de ellas. Y aquí debemos añadir 
también la necesidad de nuestro corazón, queremos decir de nuestra personal, profunda, cordial simpatía por los dos temas del doble decre 
Diremos, pues, esta palabra, además, lo sabemos bien, para responder a vuestro deseo, queridísimos hijos, y será una sola palabra 
resplandeciente, con una gran riqueza y variedad de cosas; una palabra sobre la divina fidelidad, y sobre la incomparable sabiduría de 
aquella gran Madre y Maestra de la Iglesia; una palabra de admiración y adoración por todas esas finezas de infinita bondad y, estábamos 
por decir, infinita elegancia con que la divina Providencia sabe adornar las cosas infinitamente preciosas por sí mismas. 

Decimos divina fidelidad. Y nos parece que ésta es verdaderamente la idea que se impone al oír (como lo hemos oído en el Decreto y en 
elocuente y fogosa palabra de su intérprete, en el cual nos place ver a casi toda Armenia aquí presente) la evocación del Siervo de Dios 
Cosme de Carboniano remontándose hasta la lejana fecha de su nacimiento en 1658 y a la, poco menos lejana, de su muerte en 1707. 
Estamos a distancia de siglos, queridísimos hijos; pero, tampoco a la distancia de los siglos, ha olvidado la divina Bondad, la divina 
Fidelidad a aquel Siervo fiel, generoso, heroico hasta la muerte. Diríase que es ella misma quien se ha cuidado de ir a abrir su tumba 
gloriosa, que parecía casi olvidada, e inclinarse como para hacer revivir aquellos huesos, proclamando su gloria a los ojos de los hombres 
coram Ecclesia y llamando al antiguo mártir a los esplendores de los más altos honores. Esta es la costumbre de Dios, y es la costumbre de 
su divina voluntad. Puede parecer tal vez que Dios no piense en nosotros, como dice a veces alguna alma caída en el fondo de la tristeza, q 
Dios no se ocupa de nosotros. Pero es precisamente entonces cuando el Señor demuestra de la manera ((112)) más evidente el cuidado 
constante que tiene de sus cosas. Fidelis Deus, es la palabra que el mártir nos grita desde el sepulcro glorioso. Y nosotros, hijos 
queridísimos, nos equivocaremos siempre, inevitablemente siempre que, en cualquier circunstancia, nuestra confianza en Dios vacile de 
algún modo. 
Esto precisamente es lo que un santo sacerdote, un humilde Siervo de Dios nos decía en los primeros días de nuestro sacerdocio, que ya ha 
alcanzado sus cincuenta años: -«Piénselo bien, lo que más a menudo nos falta es la confianza en la fidelidad de Dios, que es tan verdadera 
tan sin límites y sin medida». 

Queridísimos hijos, os dejamos con el recuerdo que nos llega desde la tumba del mártir y de las palabras del humilde y buen Siervo de 
Dios, porque no es solamente una lección útil la que a menudo nos llega con la grande y amarga lección de cosas, con la gran oscuridad de 
presente y la gran tiniebla del porvenir, sino que se convierte 
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también en estos casos en una gran satisfacción y en un gran consuelo. Y, además, debemos añadir que es precisamente esta confianza 
inmensa, inagotable, elevada hasta la grandeza de un continuo milagro moral, la que ha dejado un día a sus hijos y ahora, puede muy bien 
decirse, a todo el mundo católico, el Ven. don Juan Bosco. Basta comparar los humildes principios de su obra con los esplendores que ésta 
nos ofrece hoy; basta reflexionar en las dificultades de todo género, material y moral, por parte de los enemigos y a veces también de los 
amigos; en las infinitas dificultades que debió superar y después en la magnificencia y en la elegancia del triunfo mundial, aun en vida, pa 
comprender lo mucho que puede la confianza en Dios, la confianza en la fidelidad de Dios, cuando una alma sabe decir verdaderamente: 
scio cui credidi. 

Es ésta precisamente la impresión que todavía tenemos viva en el alma y que conseguimos en nuestros años jóvenes con el conocimiento 
que, por la divina Bondad y disposición, pudimos tener del Ven. Siervo de Dios, un hombre que siempre, entonces y ahora, pareció 
invencible, insuperable, precisamente porque se apoyaba firmemente, sólidamente en una confianza plena, absoluta en la divina fidelidad. 

También hemos señalado la insuperable sabiduría de esta gran Madre y Maestra que es la Iglesia, porque es ella la que viene como Madr 
benigna, agradecida al hijo que la ha glorificado, a colocar esta gran corona del proclamado martirio sobre la tumba de Cosme de 
Carboniano; ella, la gran maestra que viene a proponerlo a la admiración e imitación de todos. Es éste un gran honor, un gran gesto de la 
Iglesia, pero muy real y sapientemente proporcionado a la grandeza del mérito. La Iglesia es sapiente cuando, al tratarse de un mártir, no 
busca más: dixi martyrem, satis est. Una vez reconocido el martirio, no se necesitan milagros, porque basta lo que la miseria humana ha 
sabido producir, con ayuda de la gracia divina. Y la Iglesia, gloriosa en su sabiduría, se conforma también con esta sobriedad de exigencia 
que para otros héroes de la santidad, como se acaba de oír para don Bosco, es tan escrupulosa inquisidora, no sólo de la verdad, ((113)) sin 
también de las pruebas de la verdad discutida, controlada, demostrada no con alguna certeza, sino con plena y jurídica certeza, y llena 
también de pruebas. En cambio, ante el martirio, basta la constancia de éste, porque la Iglesia, en su sabiduría, sabe que el martirio es algo 
grande y extraordinario. Ya se dijo, con palabra verdaderamente digna del genio, que la debilidad humana, y la misma grandeza humana n 
podría, no podrá jamás hacer un gesto más fastuoso que el de que un pobre hombre se envuelva en la púrpura de la propia sangre y se asie 
de este modo como testigo, defensor, campeón de la verdad y de la justicia, de aquella verdad y de aquella justicia que lo juzga todo y lo 
mide todo y de la que surge el mártir en defensa y confirmación. Este es el magnífico espectáculo que nos da el humilde sacerdote armenio 

Pero se diría que esta Madre santa, la Iglesia, demostrase menos sabiduría al proponer tal grandeza y fastuosidad de cosas a la imitación. 
»Cómo proponer cosas tan grandes y heroicas a la imitación común? Y, sin embargo, la Iglesia sabe, que estos ejemplos son suficientes, e 
el momento necesario, para suscitar héroes, toda una multitud de héroes, una verdadera multitud de elegidos: palabras que podrían parecer 
una contradicción de términos, pero que se corresponden perfectamente con la realidad, con aquella realidad, que es una de las pruebas má 
divinamente espléndidas en la historia de la santidad de la Iglesia. 

Pero hay también otra imitación que la sabiduría de la Iglesia Madre sugiere al proponer los mártires a la imitación de los fieles; porque 
solamente existe el martirio cruento de la sangre, sino también el martirio incruento; más aún, hay una 
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infinidad de martirios incruentos a través de diversas condiciones y de los diversos grados de la escala social. Y también aquí hay una bon 
palabra de un antiguo Santo y doctor, el cual dice que las celebrationes martyrum sunt exhortationes martyriorum, las celebraciones de los 
mártires son exhortaciones a los martirios. 

En efecto, hay almas, hay vidas cristianas que, inflamadas en los ejemplos del martirio, se consagran voluntariamente al precioso martiri 
incruento, necesario para guardar inviolada la castidad. Está el martirio incruento de muchas almas que voluntariamente, aun cuando se les 
ofrece todo y tienen todo en sus manos, lo abandonan y renuncian a ello para abrazar las privaciones de la pobreza. Está el martirio incrue 
de tantas voluntades que, con pleno conocimiento de los propios derechos y de la propia dignidad, renuncian a la propia libertad para 
sujetarse totalmente, inviolablemente a la obediencia, también cuando ésta anda envuelta entre las nubes de consejos no bien conocidos y 
que no se pueden comprender bien. 

Hay, en fin, muchos, muchísimos otros martirios incruentos, en la sencillez de las casas más humildes y familias cristianas. íCuántos 
verdaderos mártires encarados para guardar la pureza y la dignidad de las familias! íCuántas luchas, verdaderamente sangrientas en mucha 
ocasiones, de esa sangre moral, que son las privaciones y las lágrimas, para no adquirir ventajas demasiado caras a costa de la honradez! 
íCuántos mártires incruentos para mantenerse ((114)) puros, inmaculados, dignos del nombre de hombres y de cristianos en medio de tan 
profunda depravación, para conservarse justos en medio de una carrera tan grande y desenfrenada por el dinero, para conservarse humildes 
con verdadera y cristiana humildad de espíritu y de corazón en medio de tanta soberbia de vida y tan desenfrenada carrera tras el poder y l 
pujanza! Y la Iglesia espera el heroísmo del martirio de todos sus hijos, porque »quién puede sustraerse a tales martirios incruentos? Porqu 
allí donde hay deberes que cumplir, donde surgen dificultades y obstáculos para el cumplimiento del deber, allí es donde se debe afrontar 
generosamente el martirio incruento de las almas de un modo digno de la gloria de Dios y de su Iglesia. 

Y queremos acabar recordando las finísimas y elegantísimas combinaciones y disposiciones de la divina Providencia. Este humilde márt 
ya tan glorioso, que después de tantas dificultades y contrariedades de los hombres, de los tiempos, de las cosas, viene, por así decir, a la 
escena de la historia hoy precisamente, viene de la desunión de antaño, a la unión querida, buscada, realizada en la unidad de la Iglesia 
católica y confirmada con la sangre, viene a decirnos todas estas cosas precisamente en un momento en el que, en toda la Iglesia católica s 
estudia tanto y con celo superior a todo elogio, por lograr la unidad. 

Y también este nuestro antiguo conocimiento con don Bosco y (podemos muy bien decirlo) antigua amistad, aunque Nos estuviéramos e 
los principios de nuestro sacerdocio y él se encontrase ya próximo a su luminoso ocaso, esta nuestra amistad sacerdotal que nos lo hace 
revivir en nuestro corazón con toda la alegría, la satisfacción, la edificación de su recuerdo, se reaviva singularmente en estos días y en est 
horas, mientras la figura del gran Siervo de Dios se perfila en el horizonte no sólo de todo su país, sino de todo el mundo, precisamente 
mientras se han registrado sucesos tan particulares y de tan solemne importancia en la historia de la Santa Sede, de la Iglesia, del País. 

Porque es bueno recordar, lo que ya hemos recordado con algún conocimiento de causa, que don Bosco fue uno de los primeros y más 
autorizados y considerados en deplorar lo que sucedía otrora, en deplorar tanta violación de los derechos de la Iglesia y de la Santa Sede, e 
deplorar que los que regían entonces la suerte del País 
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no fueran apartados, tan a menudo de caminos que no se podían recorrer más que pisoteando los más sagrados derechos. Y estaba también 
don Juan Bosco entre los primeros para implorar de Dios y de los hombres algún posible remedio a tantas dificultades, algún posible arreg 
de cosas, de forma que volviese a brillar con el sol de la justicia la serenidad de la paz en los espíritus. 

La divina Providencia lo conduce, lo propone a la plenitud de los honores sagrados precisamente en este momento, y la beatificación de 
don Bosco será la primera que tendremos la satisfacción de proclamar ante el mundo después de la conclusión de los sucesos por él 
presagiados. Sólo resta dar gracias y admirar. Cuando tenemos que tratar con un Señor tan fiel, con una Providencia tan exquisita y 
elegantemente generosa en sus disposiciones, »qué ((115)) podemos temer o qué podemos dejar de esperar, confiar con la certeza de ser 
oídos? 

Con estos sentimientos os impartimos la Bendición Apostólica, también para responder a la petición que me ha sido hecha. La impartim 
a todos y cada uno de los presentes y a todo lo que cada uno de ellos representa: de un modo particular a la gran familia de don Bosco, a 
todos sus hijos y a todas sus hijas, a todas sus casas e institutos, tan ampliamente difundidos por el mundo, a través de los cuales bien pued 
decirse que llega a todo él esta nuestra misma bendición. 

Y, además, una bendición verdaderamente paternal y afectuosa para nuestra querida Armenia, para todos los queridos hijos armenios, 
doquiera les haya dispersado la tormenta, la tempestad sangrienta de la guerra: una bendición llena de deseo paterno, pastoral, de ver 
finalmente aliviados y consolados de sus muchas penas, sacrificios y sangre a tan queridísimos hijos, y también (como el venerable mártir 
tan bellamente nos lo augura) de ver volver los disidentes al rebaño y cumplirse en ellos, en el día por él señalado, el deseo y la profecía d 
divino Pastor, en que se hará un solo rebaño y un solo pastor. Esta bendición que damos a toda Armenia, vaya dirigida ante todo a la 
venerada jerarquía, a los Obispos, a los sacerdotes, doquiera se encuentren con sus fieles. Es una bendición llena de paternal admiración y 
elogio, como conviene a todas esas cosas grandes y preciosas que se recuerdan en el honor que hoy se tributa al santo mártir armenio. 

La bendición apostólica, que puso término a la ceremonia, cerró también definitivamente la Causa de la beatificación de don Bosco. 
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((116)) 

CAPITULO VII 

SOLEMNE RECONOCIMIENTO DE LOS RESTOS 

EL cuerpo de don Bosco era ya una reliquia sagrada; pero la Iglesia, que venera las reliquias de los Santos, no permite que se les preste 
ningún acto de culto hasta haber comprobado si un determinado cuerpo y cada una de sus partes pertenecieron ciertamente a la persona a l 
que se atribuyen. Y, por esto, ordena su reconocimiento canónico solemne. Este reconocimiento de los restos de don Bosco se comenzó el 
16 de mayo de 1929 en el colegio salesiano de Valsálice, donde se guardaba la tumba del Venerable desde hacía más de cuarenta y un año 

Preparóse todo, de acuerdo con los sagrados cánones. La Sagrada Congregación de Ritos, acogiendo la correspondiente instancia de don 
Francisco Tomasetti, Postulador de la Causa, acordó, por decreto del veintisiete de abril, al cardenal Gamba, arzobispo de Turín, las 
facultades necesarias, para que personalmente o por delegación en un sacerdote constituido en dignidad eclesiástica, procediese a los actos 
del reconocimiento. Acudió a presentarle el texto del decreto desde Roma, el mismo Postulador. Le acompañaba monseñor Salotti, Promo 
de la Fe, a quien correspondía impartir las instrucciones oportunas y vigilar para que todo se cumpliese de acuerdo con las normas prescrit 
Su Eminencia quiso ejecutar el mandato personalmente, con asistencia de los dos canónigos Desecondi y Maritano, respectivamente 
subpromotor de la Fe y canciller en el proceso apostólico. 

((117)) Todos los personajes nombrados, más tres médicos y dos testigos, se reunieron el dieciséis de mayo por la tarde en el aula magna 
del colegio. Allí, el Promotor de la Fe invitó primeramente al Cardenal y a los dos Canónigos a jurar que cumplirían a conciencia el encarg 
recibido. Análogo juramento prestaron después al Cardenal los doctores Peynetti, Rocca y Filippello, llamados como peritos anatomistas. 
continuación, el Promotor de la Fe mandó que se adelantaran los sacerdotes salesianos don Segundo Manione y don Melchor Marocco, pa 
atestiguar, previo juramento, si los restos de don Bosco habían sido removidos del lugar donde habían sido depositados en 
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1888; cuándo y cómo, y si, después de las eventuales remociones, habían sido restituidos al mismo lugar. Su testimonio, fundado en el 
conocimiento directo y personal de la causa, tendía a evitar cualquier duda sobre la identidad de los mismos restos. Se presentaron, ademá 
como testes instrumentarii, destinados a declarar como testigos la normalidad de los hechos, el Ecónomo general de los Salesianos, don 
Fidel Giraudi, y el sacerdote salesiano don Alberto De Agostini 1, los cuales a su vez juraron cumplir fielmente su encargo. Finalmente, co 
el consentimiento del Promotor de la Fe, se designaron dos Hijas de María Auxiliadora como ayudantes para la extracción y recomposició 
de los venerados despojos; también a ellas se les pidió el juramento de querer cumplir exactamente el propio deber. Terminadas estas 
diligencias preliminares y extendida el acta, Su Eminencia, junto con el Promotor de la Fe y los antes dichos, salió del aula y se dirigió a l 
cripta sepulcral. 

Allí les esperaban las autoridades e invitados. Sobresalía por encima de todos la alta y distinguida figura del Conde Thaon de Revel, 
alcalde de Turín. Le hacían corona el Conde Rebaudengo, Presidente general de los Cooperadores Salesianos, los representantes del Clero 
del Secretario Federal, de la Magistratura y de las comisiones civiles, con bastantes médicos. Las Superioras de las Hijas de María 
Auxiliadora formaban grupo aparte. A los lados de la tumba formaban en hilera los primeros Superiores Salesianos, con el Rector Mayor 
don Felipe Rinaldi a la cabeza. En el patio estaban formados muchos Salesianos, los estudiantes universitarios del colegio ((118)) y alumn 
de otros colegios. Aunque no se había hecho ninguna publicidad del acto, la noticia había corrido y un discreto número de público había 
logrado introducirse. 

Cuando llegó el Cardenal con su séquito, ya monseñor Salotti había ordenado que se quitara, ante sus ojos, la monumental lápida que 
adornaba el nicho, de manera que fue labor de pocos instantes romper la pared posterior y dejar al descubierto el ataúd allí encerrado. Con 
más religioso silencio y general emoción, fue sacado fuera con una ligera y rápida maniobra y colocado sobre una mesa, donde todos lo 
podían ver. Siguiendo el ejemplo del Rector Mayor, el Cardenal, el Alcalde y los personajes más ilustres de entre los asistentes, se acercar 
e imprimieron en él un beso de reverente y afectuosa admiración. 

Inmediatamente seis sacerdotes salesianos, revestidos de roquete, 

1 Era, a la sazón, catequista del Colegio de Valsálice. (N. del T.). 
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tomaron a hombros la dulce carga y, precedidos de unas largas filas de clérigos, con antorchas encendidas en la mano, recitando salmos de 
Oficio de los Santos Confesores, y, seguidos del cortejo de las personalidades, en medio de la devota actitud de los presentes, apiñados a l 
largo del paso procesional, transportaron la caja a un salón, adornado con brocados, flores y verdes frondas. En la pared del fondo sonreía 
imagen de don Bosco en la reproducción de un cuadro de Rollini. En el centro había una gran mesa sobre la que se colocó el féretro. Una 
vez que las autoridades y personas invitadas acabaron de entrar, cerraron las puertas y empezaron los trabajos. 

Mientras tanto sucedíanse fuera episodios conmovedores y graciosos. Lo mismo que en las Catacumbas romanas se detienen los 
peregrinos junto a los nichos abiertos de los primeros cristianos, sin espantarse a la vista de los restos fúnebres, sino, por el contrario, 
experimentando arrebatos de ternura, así también ante el sepulcro vacío que, durante ocho lustros, había guardado en su interior los restos 
don Bosco, la multitud miraba visiblemente absorta en suaves pensamientos. Madres hubo que metían dentro a sus hijitos enfermos, con la 
esperanza de que don Bosco quisiera obtenerles la curación. Un muchacho ((119)) ciego gritaba: 

-Don Bosco, íhaz que yo vea! 

Piadosamente iban desapareciendo los ladrillos y cascotes, caídos al pie del muro demolido. Un muchacho se agarró al borde de la 
abertura, se metió dentro, se tendió a lo largo y dijo: 

-Yo hago de don Bosco. 

Su gesto fue imitado inmediatamente; hubo tras él otros muchachos que quisieron a porfía, como ellos decían, hacer de don Bosco. Y no 
tardaron en ir llegando los alumnos de los colegios de Turín para rezar junto a la tumba santificada por el gran amigo de la juventud. 

Eran muchos los que envidiaban la suerte de los privilegiados, admitidos en la sala de reconocimiento y se agolpaban bajo las ventanas 
con la esperanza de poder venerar pronto y de cerca los restos mortales del Santo; pero no eran más que ilusiones; ignoraban que las cosas 
durarían su tiempo. 

Monseñor Salotti, con su oratoria elocuente, su emotivo temperamento y convencido admirador que era de don Bosco, quiso, antes de qu 
se descubriese la caja en la sala, tomar la palabra, y pronunció un breve y afectuosísimo discurso, que empezó de esta manera: 

«Ayer por la tarde tuve el honor de ser recibido por el Padre Santo. -Vaya en buena hora a Turín, me dijo el Papa, y asegure al cardenal 
Gamba nuestra satisfacción por la solemnidad con que ha 
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querido celebrar en la ciudad de don Bosco nuestro jubileo sacerdotal;
diga a la familia salesiana que Nos participamos de su gozo, que su alegría es nuestra alegría»
.


Y, después de esta doble comunicación, dijo que estaba conmovido al acercarse la apertura del ataúd que encerraba los restos mortales d 
aquel que había dejado tan grandes huellas de su persona en la sociedad moderna, fascinando a su generación y a las que vendrían tras él y 
perpetuando su nombre por los siglos. «Hay que remontarse, añadió, a los tiempos en que inició su benéfica obra y entender la mentalidad 
sus contemporáneos para encuadrar en su realidad toda la importancia y toda la dificultad. Hubo incluso prelados, que se espantaron de la 
obra que estaba iniciando el pobre sacerdote llegado de la región astesana, y hombres muy distinguidos que, ((120)) como el Marqués de 
Cavour, padre del sostenedor de la unidad italiana, no escondieron sus vivas preocupaciones: los golfillos reunidos y tan cuidados por don 
Bosco, fueron definidos como gente del hampa, destinados a crear, en un mañana temido y próximo, un movimiento, que sería perturbado 
crearía dificultades. En cambio don Bosco haría con aquellos golfillos, como lo hizo, muchos buenos italianos y buenos obreros y crearía 
medio de ellos nuevos surcos en la vida de vuestro Piamonte, de toda Italia, formando hombres que después alcanzaron las más altas 
jerarquías de la Iglesia, del ejército, de la diplomacia, de la política, de la magistratura. También vos, Eminencia, hubierais sido su presa, d 
no haber tenido que pensar en aquel ángel de bondad que estaba a vuestro lado: ívuestra madre!». 

Siguió afirmando el orador que la ceremonia del reconocimiento de los restos era un rito que se cumplía con fe. «Todavía no sabemos, 
observó, en qué condiciones se encuentra su cuerpo. Huesos o sencillamente cenizas, nos representarán al hombre de Dios que vivió el 
Evangelio y supo dirigir al bien todas las contingencias de la vida». 

Finalmente, como Promotor General de la Fe, intimó a todos los presentes, que no podían tocar, arrancar o juntar nada, bajo pena de 
excomunión. 

Cuando acabó de hablar, elaboratis verbis et magna cum cordis emotione (con palabras espontáneas y toda la emoción del corazón), com 
rezan las actas, ordenó al Canónigo Canciller que leyera las actas del reconocimiento y sepultura realizados respectivamente los días 13 y 
de octubre de 1911. A continuación, desatornillada la primera caja y levantada la cubierta, apareció la segunda cobertura y envoltura de 
cintas anudadas y provistas de sellos. Su Eminencia comprobó que eran los sellos del cardenal Richelmy, su predecesor, 
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puestos en 1917, y los rompió. Entonces avanzaron todos los presentes para ver más de cerca el cuerpo que estaba a punto de aparecer ante 
sus ojos. Se destapó la segunda caja y íapareció lo que quedaba del gran don Bosco! La impresión general fue dolorosa: no se veía nada 
excepcional en los restos. El tiempo y los agentes químicos los habían ((121)) deshecho. Todos contemplaban conmovidos y en silencio lo 
restos del glorioso Siervo de Dios, buscando reconstruir en la memoria sus amables y queridas facciones. Después, el Arzobispo y las 
Autoridades abandonaron el salón y cedieron el paso a los médicos. 

Pero la labor de los médicos se retrasó, porque la multitud irrumpió inmediatamente dentro. Los clérigos salesianos contuvieron 
rápidamente la avalancha, regulando la entrada. Centenares de personas, del pueblo y del señorío, viejos y jóvenes, enfermos y sanos 
desfilaron en medio de exclamaciones, oraciones y tocando con su mano el féretro. Allí cerca estaban las dos beneficiadas por el milagro: 
lloraban y parecían dos seres misteriosos, llegados del más allá, para rendir testimonio a la santidad, que había animado aquellos miembro 
en otro tiempo. 

Una vez que cesó la afluencia de la gente, se volvieron a cerrar las cajas y fueron transportadas a otro salón junto a la capilla del colegio 
donde podrían los médicos, por fin, comenzar su trabajo. Pero, como ya era muy tarde, se decidió dejar para el día siguiente el principio d 
las operaciones; así que, un vez comprobado que no se podía entrar por ninguna apertura desde el exterior, salieron todos. Entonces el 
Canciller, delante del subpromotor de la Fe y de los testigos instrumentales, puso en la puerta los sellos arzobispales. 

De aquí en adelante pasaremos por encima de otras formalidades semejantes, prescritas por los sagrados cánones a fin de que en todo ca 
no haya violaciones. 

Al día siguiente, desde las primeras horas de la mañana, se iba animando cada vez más el camino que cruza el Po y llega al torrente de lo 
Sauces (Valsálice), y costeándolo conduce al Colegio: eran grupos de gente del pueblo, obreros sobre todo, que acudían llevados por el an 
de ver a don Bosco. Era algo conmovedor ver a tantos trabajadores que, para tener tiempo de lograr aquella satisfacción, se adelantaban a l 
jornada y hacían allí su almuerzo. La afluencia creció en las horas siguientes: el amplio patio del colegio se llenaba de seglares y 
eclesiásticos, hombres y mujeres que esperaban pacientemente su turno. Ya que, ((122)) queriendo los Superiores contentar a la gente, 
habían obtenido que se adelantara la hora de levantar los sellos y permitir 
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la entrada. Pero a las diez, el salón debía estar libre y cerrado para todos, salvo para los médicos y las autoridades eclesiásticas, a fin de 
empezar las operaciones del reconocimiento. 

La peregrinación continuó durante todo el día y se redobló al día siguiente. De nuevo pudieron los fieles, aunque por pocas horas, 
acercarse al féretro; la mayor parte debió conformarse con visitar el lugar de la sepultura y la capilla superior de la Piedad. El día diecioch 
comunicaba la prensa la siguiente noticia: «La dirección general de los Salesianos, conmovida ante el plebiscito de afecto que la multitud 
devotos ha manifestado por los restos de don Bosco, da las gracias con profundo reconocimiento, pero debe advertir absoluta y 
dolorosamente, que quedan suspendidas las visitas. Dará a conocer posteriormente, cuándo podrá ser satisfecho el piadoso deseo». 

Pero ni esto logró detener a los turineses y forasteros, que se amontonaban en el patio, se esparcían bajo los soportales y rezaban ante la 
tumba vacía. Empezaron después a llegar los alumnos de diversos grupos escolares de la ciudad. Llegaban también flores en abundancia 
hasta convertir el lugar en un jardín. 

Los médicos debían realizar tres operaciones: librar el cadáver de toda la indumentaria que le envolvía, proceder al examen de la 
certidumbre y proveer a la conservación del esqueleto. El féretro, en su complejo, dio inmediatamente y a primera vista la impresión preci 
de que, salvo la consunción natural causada con el tiempo, no había sufrido violación o fractura de ningún género, e importaba certificarlo 
ante todo. 

Damos una sumaria descripción del trabajo realizado. 

Los ornamentos sacerdotales cubrían todo el cuerpo. Los pies estaban dentro de los zapatos, consumidos y abiertos en la puntera por la 
maceración de la sutura. Junto a la cabeza estaba ((123)) el bonete. Sobre el pecho reposaba un crucifijo de madera con el Cristo de metal 
oxidado y el escapulario de María Auxiliadora. Al lado había también otro escapulario de Nuestra Señora del Carmen. Los médicos 
separaron primeramente los residuos diversos de alrededor, los cuales fueron diligentemente recogidos en urnas de cristal apropiadas y con 
tapadera. A continuación empezaron a separar poco a poco el alba, el cuello, la sotana y lo restante, colocándolo todo en recipientes mayo 
de cristal. En otras urnas más pequeñas se encerraron a continuación las partes blandas ex carnibus y ex ossibus. Todo ello constituiría 
después buen material para formar reliquias, a cuyo fin ya tenía preparadas el Ecónomo general millares de pequeños relicarios. Mientras 
tanto los médicos habían sacado a la luz, aislado, el cuerpo, que, 
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elevado y libre de las partes de ropas que se habían quedado adheridas al dorso, fue colocado sobre una mesa quirúrgica, situada junto al 
ataúd. 

Los venerados despojos se presentaban en estas condiciones. 

El esqueleto estaba anatómicamente completo; con los huesos secos, compactos y situados en su natural posición; las articulaciones unid 
por sus ligamentos y las partes blandas conservadas. El tegumento cutáneo de la cabeza, reseco por el proceso de momificación, revestía 
completamente los huesos del cráneo y de la cara, cuya forma se conservaba bien, gracias a la unión de la mandíbula que se mantenía: tení 
casi todo el cabello. El tórax tenía muchas partes momificadas, de forma que las costillas y la columna vertebral constituían un conjunto 
compacto, mientras en las cavidades se encontraron restos resecos de los órganos internos. A continuación de las partes blandas del dorso 
de los lomos, estaban también en buen estado las que ceñían y mantenían unidos los huesos de la pelvis, a la que se veían anexos los dos 
fémures, abundantemente envueltos por músculos momificados. También estaba bien conservado el esqueleto de las piernas y los pies, en 
sus relaciones con el resto del cuerpo, a pesar de la falta de las partes blandas. Los sanitarios cerraron una de sus relaciones con una 
declaración en la que hacían notar: «Los médicos abajo firmantes ((124)) pueden declarar que el cadáver del Venerable don Bosco está en 
conjunto bien conservado y a satisfacción de todos los devotos y admiradores del gran Apóstol de la juventud y del pueblo; y añaden que, 
entre los diversos órganos, está particularmente bien conservada la lengua». 

íLa lengua de don Bosco! Era natural que pareciera poderse descubrir en su conservación algo simbólico, destinado a glorificar aquel do 
de la palabra que fue instrumento eficacísimo en el Siervo de Dios durante toda su vida, para hacer el bien desde el púlpito, en el 
confesonario, entre los muros de su habitacioncita, durante los viajes y en los primeros decenios de su apostolado juvenil hasta en el patio 
del Oratorio de Valdocco. La lengua de don Bosco no había vibrado más que para alabar a Dios y aportar al prójimo enseñanzas, consejos 
alientos. Las palabras formadas por aquella lengua fueron luz para las mentes, paz para los corazones, mística elevación para los espíritus, 
invitación a la conversión, estímulo para perseverar, alivio para los males de su vida, salvación eterna para innumerables almas. 

El Postulador de la Causa, don Francisco Tomasetti, en nombre de los Superiores Salesianos, manifestó el deseo de que se estudiase la 
manera de conservar, lo mejor que fuera posible, aquellos restos preciosos. 
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Los médicos, secundando tal deseo, llamaron, con el consentimiento del Promotor de la Fe, al doctor Jorge Canuto, profesor de la 
Universidad de Turín, el cual, después de prestar el juramento normal, se dispuso a la operación. Ayudado por ellos, envolvió los restos en 
un vendaje, impregnado hasta la saturación, en una preparación gelatinosa aromática, proceso de conservación que requirió tiempo. Lo 
ejecutaron de manera que el tronco, la pelvis y las costillas se mantuvieran en un solo cuerpo; las otras partes separadas fueron protegidas 
con una solución y barniz alcohólico de laca o goma de benjuí. Es éste un preparado que sirve para asegurar perennemente la conservación 

Se sacaron algunas partes para hacer reliquias, y llevar unas a Roma, según costumbre, y entregar las otras ((125)) a los Superiores 
Salesianos. Las primeras estaban destinadas a preciosos relicarios, que se debían ofrecer al Padre Santo después de la beatificación, a los 
Cardenales y a las Sagradas Congregaciones; las otras, confiadas a don Felipe Rinaldi, y encerradas también en relicarios, serían después 
distribuidas a los Salesianos, a las Hijas de María Auxiliadora, a los Arzobispos y Obispos, a las iglesias públicas y privadas y a los 
bienhechores insignes de las obras de don Bosco. Entre las reliquias entregadas por Mons. Salotti a don Felipe Rinaldi se destacaban la 
lengua y el pulmón derecho, el único no consunto. El mismo Rector Mayor recibió, además, ciento veintiocho gramos de sustancia cerebra 
reseca, que los médicos habían extraído de la cabeza por el gran hueco del occipucio. Después de la beatificación, don Felipe Rinaldi 
repartió en porcioncitas aquella materia, en otros tantos frasquitos de cristal, que fueron colocados en ricos relicarios y distribuidos a los 
Inspectores Salesianos e Inspectoras de las Hijas de María Auxiliadora. 

Los repetidos avisos de los periódicos sobre la suspensión de visitas a los restos obtuvieron un efecto contrario al que se quería. Ya fuera 
porque no se prestase fe a ellos, ya fuera porque se esperase vencer la consigna, el hecho es que la gente llegaba, de la mañana a la noche, 
cada vez en mayor número. Había que dar una satisfacción a aquellas esforzadas personas, que no sabían resignarse a volver a casa 
desilusionadas: en consecuencia, se recurrió al expediente de hacer tocar en la cabeza de don Bosco los objetos religiosos y también ropas 
los enfermos, que esperaban, con fe en el nuevo Beato, la curación de sus males. 

Acabados los trabajos descritos, los médicos prepararon el esqueleto para vestirlo. Las ropas debían tocar directamente el esqueleto, por 
que éste fue colocado o fijado con aparatos especiales ortopédicos 
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sobre una camita de terciopelo carmesí con franjas de oro, donativo de la familia Boggio. Pero, como el trabajo de vestirlo era largo y ya s 
estaba en el veintitrés de mayo, pareció oportuno suspenderlo unos días, hasta que pasara la fiesta de María Auxiliadora. 

((126)) La circunstancia de la fiesta, que condujo aquel año a Valdocco una multitud superior a la acostumbrada, aumentó también 
extraordinariamente la afluencia a Valsálice. La víspera hubo seis sacerdotes y dos religiosas, desde las ocho de la mañana hasta la una de 
tarde, tomando en manos de los visitantes rosarios, medallas, crucifijos y prendas de vestir, para tocar el cuerpo del Beato y devolverlas. 
Poco después pudieron visitarlo los profesores y alumnos del Colegio. íCon qué efusión besaban ellos su mano y su cabeza! Aleteaba por 
salón un espíritu sagrado, que infundía recogimiento e inducía a meditar. Una gran cantidad de flores adornaba y perfumaba el ambiente; 
numerosas coronas variadísimas circundaban los sagrados restos. 

Esta visita ocasionó que se corriese la voz de que los restos de don Bosco o, como más sencillamente se decía, que don Bosco estaba 
visible. La noticia corrió por las colinas de los alrededores y los campesinos bajaron en grupos desde sus alquerías; corrióse también por la 
ciudad, y empezaron a llegar automóviles, que, abriéndose paso entre la multitud, penetraban en el patio o se paraban en cola a lo largo de 
carretera. Al atardecer, llegó a ser tan grande la multitud que tuvieron que intervenir los guardias municipales del puesto vecino para 
organizar el movimiento. Los Superiores Salesianos, impresionados ante aquel sincero y fervoroso entusiasmo, decidieron satisfacer los 
comunes deseos, y empezó el desfile. En aquella compacta mezcla de personas de toda clase sucedíanse manifestaciones de piedad que 
arrancaban las lágrimas. 

El día solemne de la fiesta de María Auxiliadora no cesó ni un momento el concurso de visitantes, desde las primeras horas de la mañan 
hasta muy avanzada la tarde; un cálculo aproximado elevó a veinte mil el número de visitantes. El Ecónomo General, don Fidel Giraudi, q 
superdirigía todas las actividades de Valsálice en aquellos días, al ver tanta muchedumbre deseosa de venerar las reliquias del Beato, no tu 
corazón para despedirla sin darla gusto; así que organizó un servicio de orden y, con la autorización de los responsables de la tutela 
canónica, volvió a abrir por algún tiempo ((127)) las puertas del salón, que parecía transformado en un invernadero de flores olorosas. 

Cuando Dios quiso, se realizó el acto de colocar al esqueleto las vestiduras. Pusiéronle todos los ornamentos sacerdotales del altar. 
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Descansaba sobre un rico y largo colchón de terciopelo, adornado con bordados realizados por las Hermanas. Las huérfanas de guerra hab 
hecho las medias en seda negra, ya que los médicos quisieron absolutamente que se excluyera la lana en todos los indumentos para 
preservarlos de la acción de la polilla. Las escuelas profesionales del Oratorio de Valdocco hicieron los zapatos y la sotana. Un rico amito 
con bordados simbólicos y un bellísimo centro cruzado era el donativo enviado por las Madres Superioras de las Hijas de María Auxiliado 
El alba, de encaje verdadero de Bruselas, recordaba la profunda veneración que constantemente guardó a don Bosco la condesita Mazé de 
Roche, sobrina del arzobispo Gastaldi. La casulla, con su correspondiente estola y manípulo, era de inestimable valor. La había regalado e 
Sumo Pontífice Benedicto XV al Rector Mayor don Pablo Albera el año 1918, al celebrar su jubileo sacerdotal el segundo sucesor de don 
Bosco. El velo del cáliz, que hacía juego con la casulla, había servido para confeccionar la segunda almohada que debía sostener la cabeza 

Así revestido el cadáver, se colocó dentro de una urna, toda ella de tersísimo cristal, que más tarde debería estar dentro de otra, en mader 
dorada, artístico trabajo de la escuela profesional salesiana de S. Benigno Canavese. A la cabeza se le había aplicado la mascarilla modela 
por el escultor Cellini, autor del monumento a don Bosco, que se levanta en la plaza de María Auxiliadora, y pintada por el pintor Carlos 
Cussetti. 

A cuantos miraban les pareció volver a ver la suavísima fisonomía del Padre querido, plácidamente dormido, con las manos juntas sobre 
pecho, modeladas también por Cellini. 

Durante los días siguientes, animóse todavía más la concurrencia de la gente en Valsálice. Nunca se había visto por aquella carretera, al 
decir de los más viejos, un movimiento tan incesante y apremiante de gente durante tanto tiempo. ((128)) En torno a la urna se percibía un 
oración continua. Sobre las hojas de vidrio que guardaban el cuerpo, muchos ponían por un instante rosarios y estampas. Algunos enfermo 
se arrastraban hasta allí y lograban poder detenerse, más tiempo que los otros, junto a la urna, invocando y esperando. Desfilaban los 
alumnos de centros educativos y de caridad. Un día llegó un pelotón de fascistas. Los intrépidos jóvenes colocaron sobre la urna un 
magnífico ramo de flores y pasaron besando el cristal y llevándose, como recuerdo, las flores marchitas que encontraban por uno y otro lad 
amontonadas en los rincones. Pasaron después las Pequeñas Italianas y los Balilas, en diversos grupos. Verdaderamente aquella veneració 
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pública resultaba un poco prematura; pero nadie la había previsto, ya no se podía cortar la corriente, y el Promotor de la Fe cerró sus dos 
ojos. 

Mientras tanto, según se iba acercando la fecha de la beatificación, las comitivas de peregrinos extranjeros que se dirigían a Roma, se 
detenían en Turín de tren a tren; cuando podían, llegaban a Valdocco, donde se oían los saludos y voces alegres en distintos idiomas, y 
muchos subían hasta Valsálice. Todos los días salían para Roma Salesianos, procedentes de los Estados de ambos mundos y de los países 
misiones. Eran en su mayoría Inspectores y Delegados de todas las inspectorías, llegados a Italia para tomar parte en el Capítulo General d 
la Sociedad Salesiana, que debía celebrarse en Valsálice en el mes de julio. Durante el viaje a la ciudad eterna se encontraban con grupos d 
jóvenes, enviados a representar a sus compañeros desde cientos de colegios y oratorios festivos; sólo la Casa Madre de Turín envió 
doscientos cincuenta alumnos internos y ciento veinticinco oratorianos. Entre los Salesianos que se veían en Roma llamaban la atención lo 
Prefectos, Vicarios Apostólicos y Obispos residenciales de Italia, de América y de las Indias. El Cardenal Salesiano Augusto Hlond, 
arzobispo de Gniezno y Poznam y Primado de Polonia, fue por avión desde su sede y aterrizó en el campo de aviación junto a Roma. Ning 
Príncipe de la Iglesia había ((129)) hecho nunca un vuelo tan largo. Los amigos romanos tributaron un jubiloso recibimiento a don Felipe 
Rinaldi, tercer sucesor del Beato. La atención universal se dirigía a Roma, cuya prensa se ocupaba ampliamente de la próxima beatificació 
atribuyéndola un carácter de importancia mundial. 

Dejamos, pues, que el peregrinar de los devotos a Valsálice prosiga con ritmo ininterrumpido hasta su triunfal traslado, y nos vamos 
también nosotros a la capital del mundo católico, para ver las cosas más notables que precedieron, acompañaron y siguieron al glorioso 
suceso. 
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CAPITULO VIII 

LA BEATIFICACION EN ROMA 

EN el mes de septiembre del año 1927 recibía en audiencia el Padre Santo Pío XI al salesiano monseñor Enrique Mourao, obispo de Camp 
(Brasil), y le decía que sería un gran placer para él, si coincidiese la beatificación de don Bosco con su jubileo sacerdotal 1. Y quiso la 
Providencia que aquel año jubilar fuese alegrado con dos sucesos. Uno precisamente la beatificación de don Bosco y otro, la Conciliación 
del Estado Italiano con la Santa Sede. Estos dos sucesos no tenían ninguna íntima trabazón entre sí 2; pero el primero habría revestido por 
mismo el carácter de un verdadero suceso italiano y mundial. Lo que a muchos hubiera parecido la víspera algo casi increíble, resultó una 
luminosa realidad el 2 de junio de 1929. Exponemos ordenada y sintéticamente las cosas. 

Antes de la Beatificación 

Hervían en Turín los preparativos acomodados a la ocasión, que se presagiaba de grandiosidad excepcional; pero ((131)) hablaremos de 
Turín en el capítulo siguiente. Aquí solamente diremos lo que guarda relación con la celebración romana. Era fácilmente previsible en los 
ambientes turineses que los Cooperadores, amigos y exalumnos piamonteses se trasladarían en gran número a Roma; en consecuencia se 
organizó una comisión, a la que pudieran dirigirse los peregrinos para informaciones sobre el viaje y alojamiento, lo mismo que para los 
permisos a los obreros. 

Se acuñó un distintivo especial para los peregrinos, que debían llevarlo prendido sobre el pecho, de modo que, doquiera se encontrasen, 
resultara fácil reconocerse. El Delegado Provincial de estudios 

1 Carta de Monseñor a don Felipe Rinaldi. Campos, 26 de enero de 1929. 

2 Publicóse por los Salesianos en Roma un Número Unico, el 2 de junio de 1929, sobre non Bosco y la Conciliación, el cual contenía un 
artículo importante, original del marqués Felipe Crispolti, Senador del Reino (Ap., Doc. 11). 
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para la región piamontesa, Humberto Renda, en una circular del trece de marzo a los ayuntamientos, a los Directores de centros de 
Enseñanza Media de todo orden y grado, a los Reales Inspectores escolásticos y a los Directores didácticos había comunicado oficialmente 
la próxima elevación al honor de los altares del Venerable don Bosco y, haciendo notar sus méritos en el campo educativo de la juventud, 
disponía que, antes de las vacaciones de Pascua, se recordase expresamente en todas las escuelas al amigo y maestro de los muchachos. En 
las escuelas elementales debía hacerse una conmemoración por el maestro de la clase, en los centros de enseñanza media por el profesor d 
literatura de cada curso, en las escuelas de magisterio por el profesor de filosofía. El Delegado provincial hizo todavía más. Para animar a 
docentes que dependían de él a ir a Roma, los autorizó para aprovechar el permiso de una semana durante las fiestas romanas. 

Como ya se acercara la fecha de la beatificación, el cardenal Gamba, arzobispo de Turín, dirigió al clero de la archidiócesis una carta, en 
que escribía: «Un suceso tan fausto será recibido con la mayor alegría, no sólo por la gran Familia Salesiana, que ve elevado al honor de lo 
altares a su Fundador, sino también por todo Piamonte, y diría que por todo el mundo católico, ya que en todas partes son conocidas las 
virtudes heroicas, la santidad y los infinitos méritos de este ilustre sacerdote turinés». 

Ordenaba, pues, que el domingo, dos de junio, tocasen a fiesta las campanas en todas las parroquias ((132)) hacia el mediodía para 
comunicar a los fieles la llegada de la beatificación y que, por la tarde, previo aviso al pueblo, se cantase el Te Deum; además, que, al 
siguiente domingo a la misma hora, se repitiese el toque festivo de campanas para celebrar el solemne traslado del cuerpo. 

El cardenal Gamba, que fue alumno del Oratorio de Valdocco, conservaba sumo afecto a la memoria de don Bosco, de quien hablaba 
siempre con sincero y fervoroso entusiasmo. »Acaso no quiso unirse a los portantes del féretro, desde el nicho hasta la terraza superior, 
aplicando sus manos para sostener el ataúd? El Santo, a quien no habían escapado las bellas dotes del jovencito, habría deseado hacerlo un 
de los suyos; pero, vista la necesidad de no dejar sola en el mundo a su madre viuda, no puso obstáculos al plan de ingresar en el seminari 
arzobispal, limitándose únicamente a decirle que, cuando ya no tuviese que pensar en la mamá, volviese al Oratorio, donde le recibiría con 
mucho gusto. Pero sucedió que, cuando la madre voló al paraíso, el hijo ya era Obispo de Biella. Naturalmente también él partió para Rom 
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Durante tres días se volcaron sobre Roma millares de peregrinos. Las dos familias mundiales del nuevo Beato enviaban representaciones 
de todas las naciones, la una con sus obispos, sus sacerdotes y sus alumnos, y la otra con sus monjas y sus alumnas. Los Directores 
diocesanos de los Cooperadores también habían organizado peregrinaciones con los miembros de la Pía Unión. El colegio del Sagrado 
Corazón se había convertido en un puerto de mar. A él iban, como a lugar de encuentro y punto de orientación, los recién llegados. El 
Inspector don Juan Simonetti y el Director don Luis Colombo, previendo el extraordinario concurso, habían sabido preparar a tiempo todo 
que parecía podían exigir las circunstancias. En consecuencia, habían organizado una Comisión de exalumnos, la cual se dedicó con 
verdadera diligencia a asegurar los convenientes alojamientos, atender la correspondencia, resolver las gestiones de todo género; por ello s 
mantenía en sesión permanente para satisfacer todas las peticiones. En el Colegio ((133)) se recibía solemnemente a los grupos diocesanos 
de Italia y de los nacionales del extranjero. Resultaban singularmente simpáticas las recepciones de los colegios y oratorios salesianos. 
Llegaron éstas hasta treinta y dos, cinco de las cuales con su propia banda de música. Ellas ocasionaban fraternales manifestaciones de 
alegría con los alumnos del Colegio, manifestaciones que fueron más vivas cuando llegaron los doscientos cincuenta muchachos del 
Oratorio de Turín, representantes de la Casa que fue cuna y centro de la Obra de don Bosco. Muchísimas familias romanas se tuvieron por 
muy honradas ofreciendo cortés hospedaje a Prelados y otras personas de respeto ante la más simple invitación. Por el patio y los pórticos 
del Colegio se mezclaban fraternalmente con los italianos los peregrinos franceses, ingleses, polacos, españoles, americanos, bajo el gran 
nombre de don Bosco. 

La víspera de la beatificación dignóse el Padre Santo honrar a la peregrinación piamontesa recibiéndola en audiencia especial. Casi fuero 
las primeras vísperas de la fiesta. Eran más de tres mil los paisanos de don Bosco que, aquella tarde del primero de junio, subieron la 
escalinata del Vaticano y se colocaron a lo largo de la primera galería, en las salas Ducal y Borgia y el aula de la Bendición. Estaban allí e 
Obispo Auxiliar de Turín, monseñor Pinardi, y los Ordinarios Spandre de Asti, Filippello de Ivrea, Rossi de Susa, Travaini de Cúneo y 
Fossano. Seguíanles trescientos sacerdotes y distinguidos señores de la aristocracia piamontesa; después todo el grupo de peregrinos. 

Descendió el Padre Santo de sus apartamentos, acompañado por 
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el cardenal Gamba. Pasó dando a besar la mano, como una visión, entre aclamaciones, aplausos y cánticos. Al llegar al aula de la Bendició 
en la cual se reunieron todos los peregrinos, sentóse en el trono y escuchó el breve y devoto discurso de felicitación por el jubileo y de 
homenaje filial, que le dirigió el Cardenal Arzobispo. Su Eminencia expresó con el corazón en la mano los sentimientos comunes de afect 
admiración al Padre Santo, diciendo cómo los peregrinos llegados de Turín ((134)) y del Piamonte, no solamente pretendían honrar al 
Venerable don Bosco elevado al honor de los altares, sino también demostrar su profunda devoción al Papa y presentarle sus felicitaciones 
en el quinquagésimo año de sacerdocio, después de haber rogado por El en la visita jubilar a la basílica vaticana. El Padre Santo respondió 

Damos nuestra cordial y paternal bienvenida a los amados hijos, a los queridos sacerdotes de Dios, a nuestros Venerables Hermanos en e 
episcopado, al Eminentísimo Cardenal, a todos vosotros que venís del querido Piamonte, fuerte y fiel; fiel en la Santa Religión de los padr 
fiel en la vida fuertemente cristiana; a vosotros que venís tan llenos de piadosos sentimientos. El Eminentísimo Cardenal, como intérprete 
vuestro ha revestido la presentación de pastoral afecto; pero Nos hemos visto con nuestros ojos vuestros sentimientos al observaros, y 
aunque rápidamente, nos ha acercado a cada uno de vosotros para conoceros personalmente. Hemos oído en vuestras aclamaciones y 
aplausos estos sentimientos y, por consiguiente, una vez más os damos todavía la paternal bienvenida. 

Esta peregrinación nos resulta doblemente piadosa. Piadosa, ante todo, por vuestra piedad verdadera y religiosa, inspirada en la fe de 
vuestro y nuestro don Bosco, que el Señor nos concedió la gracia de conocer y pasar algún día a su lado, y ahora nos concede la de elevarl 
al honor de los altares: y los peregrinos piamonteses han venido a traer a este nuevo altar las primicias del mundo entero, porque doquiera 
conocido don Bosco, también es conocida su obra. 

Y os ha conducido otra piedad, que es la piedad de vuestras almas, piedad la más importante, porque ante todo importa salvar las almas 
antes que ninguna, la propia; salvando el alma propia se podrá salvar la de los demás, ya que nadie puede dar lo que no tiene. 

Los queridos peregrinos han llegado también para enriquecerse con los tesoros del Jubileo, y han venido a buscarlos en la fuente, en el 
centro de la antigua madre; y Nos sabemos muy bien cómo lo hacen y con qué edificación. Os agradecemos por tanto y con vosotros damo 
las gracias a los sacerdotes organizadores, los cuales, después de haberos preparado, os acompañan con vuestro Cardenal Arzobispo a la 
cabeza, dando un verdadero ejemplo de edificación y de religiosidad. Sabemos, además, que en vuestros ejercicios jubilares no habéis 
dejado de rezar por Nos, por lo que Nos también correspondemos a estas plegarias. 

Habéis querido unir otra piedad: una piedad totalmente filial al Padre común, que precisamente en estos días cumple un año más y celeb 
sus bodas de oro sacerdotales. Habéis ((135)) querido participar también en este Jubileo, y os manifestamos nuestro agradecimiento. 
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Es muy grande nuestra alegría paterna al veros reunidos ante Nos, y, como os hemos dado la bienvenida con toda el alma, ahora también 
rogaremos por vosotros de todo corazón y os impartiremos con los mismos sentimientos la Bendición Apostólica a todos, desde Turín a 
Susa, desde la llanura hasta las cumbres de los Alpes. Hacemos votos para que desciendan sobre vosotros las bendiciones de Dios, sobre 
todos y cada uno de vosotros, sobre el Cardenal y sus Obispos, sobre sus Sacerdotes que trabajan por vosotros, satisfechos con vuestra 
propia correspondencia, en favor de las obras de organización y de iniciativas que, como muy bien sabemos, florecen entre vosotros, con 
espíritu de disciplina y de obediencia. Y queremos que la Bendición descienda sobre aquéllos a los que vosotros representáis, ausentes 
corporalmente pero presentes en espíritu, sobre vuestros santos propósitos, sobre el apostolado de la oración, de la buena palabra, de la 
conducta fiel y digna, sobre el apostolado del buen ejemplo. Invocamos la bendición de Dios sobre vuestros intereses materiales, sobre 
vuestras regiones, ciudades, aldeas y caseríos, sobre vuestro y nuestro querido Piamonte, y que esta Bendición permanezca siempre. 

Impartida que fue la Bendición Apostólica y hecha la distribución de la medalla jubilar a los peregrinos, el Padre Santo abandonó el aula 
saludado de nuevo con aplausos y vivas aclamaciones. 

A aquella misma hora de la vigilia, al otro extremo de la Urbe, en el barrio Tiburtino, se adelantaban de otra forma las fiestas en honor d 
nuevo Beato. Los Padres Josefinos, que tienen allí su casa principal, recordando las relaciones de un tiempo entre el teólogo Murialdo, su 
fundador, y el fundador de los Salesianos, celebraban un homenaje especial a don Bosco. Toda una selección de personajes, entre los cual 
se encontraban los eminentísimos Hlond, salesiano, y Sincero, piamontés; varios Obispos italianos y extranjeros, el Rector Mayor don Fel 
Rinaldi; la Curia general de los Josefinos, los Embajadores de Brasil y de Nicaragua ante la Sante Sede; el senador Boselli, con la 
condecoración de la S. S. Anunciación, tres Generales del ejército y muchos otros conspicuos señores se habían reunido allí para oír el 
discurso conmemorativo sobre don Bosco, confiado a la condesa Amalia Cappello, esposa del mencionado diplomático nicaragüense. La 
oradora, señora de fina cultura y muy conocida en los ambientes romanos, correspondió felizmente al encargo que se le había confiado 
((136)) y a la expectación del selecto auditorio. El acto de sincera y afectuosa fraternidad de los Josefinos merecía ser consignado en estas 
Memorias. 

La Beatificación 

Amaneció finalmente el dos de junio. Desde las primeras horas de la mañana comenzó la incesante afluencia de gente a la plaza de San 
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Pedro. Acuciados por el único deseo de asistir a la exaltación de don Bosco, todos se apresuraban a conquistar un buen puesto en la inmen 
Basílica. Subida la escalinata y puesto el pie en el pórtico, alzaban los peregrinos los ojos al estandarte que presentaba, sobre la puerta 
principal, a don Bosco llevado en triunfo por un grupo de sus alegres alumnos, tal como lo describen las Memorias Biográficas. El padre d 
la juventud aparecía sentado en un sillón y al fondo se divisaba la campiña piamontesa. Los que sabían latín, leían en el estandarte un dísti 
latino cuyo sentido era: Sostienen sobre sus hombros con clamorosas aclamaciones al sacerdote Juan Bosco, los muchachos alegres y 
animados por un solo amor 1. 

La inmensidad de la Basílica se cubría por minutos; dos horas antes de la ceremonia ya estaban atestados los espacios reservados. 
Personalidades diplomáticas y civiles e ilustres representaciones llenaban las grandes tribunas a los lados del ábside. En otras tribunas se 
veía al soberano de la Orden de Malta, a los parientes del Beato, a los superiores de los Salesianos y a las Superioras de las Hijas de María 
Auxiliadora. Debajo, y por ambas partes, se encuadraban en distintos recintos colegios masculinos y femeninos, peregrinaciones colectiva 
personas con invitaciones especiales. En asientos adecuados esperaban numerosísimos Arzobispos y Obispos, entre los cuales había doce 
Prelados Salesianos. A la derecha y a la izquierda del gran arco bajo la cúpula, entre la Confesión y el ábside, pendían de dos miradores do 
amplios estandartes, ((137)) en los cuales se veían reproducidas las escenas de los dos milagros aprobados para la beatificación 2. Al fond 
del majestuoso ábside, sobre el altar de la Cátedra y en el centro de la admirable aureola de los ángeles, llamada Gloria de Bernini, una 
cortina escondía a las miradas ansiosas del público algo que evidentemente debería aparecer en el momento oportuno. 

A medida que se acercaba la hora de la función era más intensa la espera general y un mal contenido estremecimiento de impaciencia 
agitaba a la multitud. En lo alto de la tribuna, donde se veía al estado mayor de los Salesianos, habían un venerando anciano, único 
superviviente de los más antiguos tiempos del Oratorio, don Juan Bautista 

1 Sustollunt humeris festo clamore Ioannem 
Ludentes iuvenes, quos alit unus amor. 

2 Cada uno de los cuadros llevaba su propia leyenda. En uno: La señora Teresa Callegari, que padecía poliartritis aguda infecciosa, a lo qu 
se juntaron otras graves enfermedades, invocó confiadamente el favor del siervo de Dios Juan Bosco, fundador de la Pía Sociedad Salesian 
e inmediata y plenamente sanó. En el otro: Sor Provina Negro, después de invocar el patrocinio del Venerable siervo de Dios Juan Bosco, 
fundador de la Pía Sociedad Salesiana, sanó inmediata y perfectamente de úlcera circular de estómago. 
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Francesia, el cual evocaba durante la espera el recuerdo de otra celebración semejante, aunque menos grandiosa, y veía florecer de nuevo e 
el recuerdo un presagio poético suyo, que iba a convertirse en realidad. En un lejano día del año 1867 tuvo que acompañar a don Bosco a 
una beatificación y, al dar noticia de la misma con anterioridad a los del Oratorio de Turín, había escrito: «Iré a ver lo que tal vez nuestros 
nietos tendrán que ver de una persona que nosotros conocemos muchísimo. Aun cuando yo también desearía verla, no envidio tal consuelo 
los venideros. Para ellos la fiesta, para nosotros la persona;para ellos la historia, para nosotros sus mismas acciones y palabras». 

Dios, en cambio, le había reservado a él el inesperado consuelo. íHe aquí, pues, en qué concepto de santidad tenían a don Bosco los que 
hacía años, vivían a su lado y eran testigos cotidianos de su hacer y su decir! 

Al sonar las diez, tras el canto de Nona, los Canónigos del Cabildo Vaticano con el Cardenal Arcipreste, Merry del Val, a la cabeza, 
((138)) avanzaron procesionalmente desde la Capilla Julia y fueron a ocupar sus asientos en el ábside in cornu epistolae, mientras in cornu 
evangelii en sitiales a propósito ocupaban su lugar los Cardenales que componían la Sagrada Congregación de Ritos, a saber, Laurenti, 
prefecto, Vannutelli, Granito Pignatelli de Belmonte, Frühwirt, Scapinelli di Léguino, Sincero, Cerretti, Hlond, Ehrle y Verde. En medio d 
majestuoso fulgor de tanta púrpura, brillaba con descubierta alegría la amable figura del cardenal Gamba. En otros sitiales estaban situado 
los Prelados, Oficiales y Consultores de la misma Congregación y los miembros de la Postulación. 

Una vez que todos ocuparon su propio lugar, adelantóse el Postulador de la Causa, don Francisco Tomasetti, acompañado por el Secreta 
de Ritos, Mons. Mariani, ante el Cardenal Prefecto y le entregó el Breve Apostólico de la beatificación, rogándole se sirviera ordenar su 
publicación. Su Eminencia le envió al Cardenal Arcipreste a pedir permiso para leer el documento pontificio en su Basílica. Obtenida la 
facultad, un Prelado Canónigo Vaticano, Mons. Barnabei, subió a un pequeño podio un poco elevado en el presbiterio, leyó el Breve, en e 
cual el Sumo Pontífice, después de haber hecho un rápido resumen de la vida, las obras, las virtudes heroicas y los milagros de don Bosco 
declaraba se inscribiese en el número de los Beatos. He aquí la traducción. 

Dios es admirable en sus santos, los cuales, mientras viven en la tierra, se preocupan de promover la gloria del Señor y la salvación etern 
de los hombres; es el Dios 
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de Israel quien da fuerza y vigor a su pueblo (Sal; LXVII, 36), a fin de que, no permitiendo que se atemoricen ante ninguna dificultad de e 
mundo ni ante los enemigos actuantes, puedan conseguir los santos fines que se propusieron, como felizmente sucedió al piadoso fundado 
de los Salesianos, el sacerdote Juan Bosco. 

Nació el 16 de agosto de 1815 en una pequeña aldea rural, junto a Castelnuovo de Asti, de piadosísimos padres y recibió el santo bautism 
al día siguiente. Habiendo perdido muy pronto al padre, Juan Bosco vivió una infancia llena de dificultades. Su madre, insigne por su virtu 
digna de ser señalada como educadora ejemplar, enseñó la doctrina cristiana a su hijito que, desde los primeros años, diose a conocer ((139 
a todos por su piedad, pureza de costumbres y dulzura de carácter. Dotado de agudo ingenio y tenaz memoria, siendo un niño todavía, solí 
repetir con admirable fidelidad, lo que había oído al párroco en la iglesia o a cualquier predicador, a sus paisanos, a los que, ya entonces, 
como adelantándose a lo que haría más tarde, reunía en los días festivos con sus juegos, deseoso de enseñarles la religión católica y a rezar 
Dios y a la Virgen. 

Aprendió las primeras letras con el capellán del lugar, asistió después a las escuelas de Castelnuovo, a diez kilómetros de distancia, y, po 
fin, a las de Chieri, demostrando siempre ser un estudiante ejemplar, aunque, por la pobreza de la vida se dedicó durante muchos años a lo 
duros trabajos del campo, como obrero y criadillo. 

A los diecisiete, vistió la sotana e ingresó en el Seminario arzobispal de Chieri, gracias al consejo y ayuda especiales del Beato Cafasso, 
por quien siempre sintió veneración y amistad. En el mismo Seminario cursó con aprovechamiento los estudios filosóficos y teológicos, y 
continuación, ya sacerdote, se dedicó de nuevo, durante más de tres años, al estudio de la teología moral y la sagrada elocuencia en la 
Residencia Sacerdotal de San Francisco de Asís en Turín. Finalmente el año 1841, ordenado sacerdote la vigilia de la Santísima Trinidad e 
Turín, celebró la primera misa privadamente y con profunda piedad en la iglesia de San Francisco; y después, en la solemnidad del Corpus 
Christi, en medio de la gran emoción de todos los que habían acudido a la aldea nativa, celebró con edificante piedad la misa solemne en l 
iglesia de Castelnuovo. 

El novel sacerdote, desplegando un celo ardentísimo por la salvación de las almas y gran caridad, ejerció el cargo de coadjutor del párro 
de Castelnuovo durante cinco meses; pero el Espíritu del Señor estaba con él y le llamaba próvidamente para atender una mas amplia 
porción de su viña. Entró en la Residencia Sacerdotal de San Francisco de Asís en Turín, bajo la dirección y guía del Beato Cafasso, 
entregóse activamente, con gran provecho para las almas, al ministerio sacerdotal en las carceles y en los hospitales; atendía asiduamente a 
confesonario y dirigía constantemente todo lo que hacía, a la única finalidad de la salvación de las almas; seguidor de san Francisco de 
Sales, al que se había propuesto por modelo, se dedicaba con dulzura y paciencia admirables a llevar los pecadores arrepentidos a Dios. 
Aprovechaba todo lo que servía para conseguir tan santos fines; para poder confesar a los soldados alemanes aprendió expresamente en po 
tiempo su lengua; para salir al encuentro del pueblo y de la gente inculta e ignorante, aumentó su vasta y variada cultura, dedicándose con 
particular empeño a la ciencia apologética y al estudio de la historia. 

Pero ya desde entonces le atraía la suerte de los niños y los jóvenes que, faltos de toda educación cristiana, crecían en la calle lejos de D 
y fuera del sendero de las verdades ((140)) y de la justicia. Por lo cual reunió durante tres años, a partir del día de la Inmaculada de 1841, 
la iglesia turinesa de S. Francisco de Asís, a muchachos 
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que atraía con hábiles industrias y admirable paciencia; así empezó allí el primer Oratorio, que el Siervo de Dios, por humildad y devoción 

S. Francisco de Sales, llamó Salesiano. 
Muy pronto se levantaron dificultades de todo género para hundir la utilísima obra recién comenzada. Pero íestaba allí el dedo de Dios! 
Aquel primer Oratorio, después de pasar de la primitiva sede al templo de San Martín, al de San Pedro ad Víncula, y por fin a una casa 
llamada Moretta, encontró refugio definitivo en abril de 1846 en un edificio del barrio, entonces en los arrabales, llamado Valdocco. Allí 
desenvolvió el Siervo de Dios labores admirables, con ayuda constante y manifiesta de Dios y de la Bienaventurada Virgen María. El 
Arzobispo de Turín enriqueció el Oratorio que sigue dedicado a San Francisco de Sales con oportunos privilegios, y el mismo rey Carlos 
Alberto lo tomó bajo su protección. 

Poco tiempo después, surgieron otros Oratorios semejantes: el año 1847 el de San Luis; dos años más tarde, el del Angel Custodio; y a l 
pocos años el de San José. El Siervo de Dios concibió y aplicó en ellos un nuevo método, que tenía su origen en San Felipe Neri y que llam 
preventivo, para la educación de los niños y los jóvenes. 

Con la colaboración de su piadosísima y enérgica madre, que había llevado consigo a Turín, para que le ayudase en su obra, fundó en 
1847, junto al Oratorio y en su misma casa, un primer asilo para los jovencitos abandonados y sin techo, los cuales necesitaban una 
educación cristiana especial. De aquel asilo, como de fecunda y buena simiente, proceden los innumerables Colegios y Centros de educaci 
dirigidos por los Padres Salesianos y por las Hijas de María Auxiliadora. Pues, para evitar que la obra iniciada en favor de la juventud 
acabase con el tiempo, el Siervo de Dios, aconsejado por muchos y especialmente por el Beato José Cafasso, persuadido también por la vo 
de nuestro predecesor Pío IX, fundó primero la Sociedad de Sacerdotes de San Francisco de Sales y después la Congregación de las Hijas 
María Auxiliadora. 

La sociedad sacerdotal de San Francisco de Sales, cuyos principios se remontan al 1858, agrandada de día en día, fue alabada y aprobad 
por la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, en nombre de la Sede Apostólica, el año 1864, y fue propuesto para superior genera 
Rector Mayor hasta su muerte el Siervo de Dios, el cual escribió unas Reglas o Constituciones muy adaptadas a los tiempos, que fueron 
aprobadas el año 1874, cinco años después de la confirmación general de la misma Pía Sociedad, por dicha Sagrada Congregación Roman 

El año 1872 fundó el Siervo de Dios su segunda Institución, de las Hijas de María Auxiliadora, las cuales, ligadas con los votos de 
pobreza, ((141)) castidad y obediencia, se dedican a la educación de las muchachas, al estilo de los Salesianos. 

Para alcanzar la estabilidad y difusión de una y otra Institución, la de los Religiosos y la de las Religiosas, soportó Juan Bosco muchos 
trabajos, afrontó con ánimo fuerte y esforzado las más arduas empresas, soportó con paciencia molestias e ingratitudes. 

Y no se conformó con esto, sino que, siempre de cara a la salvación de las almas e incansable en el trabajo, envió misioneros al extremo 
América del Sur, para llevar la luz de la verdad cristiana y el bienestar de la civilización a los pueblos incultos esparcidos por aquellas 
regiones inhóspitas. Organizó para ello en Turín un Seminario, llamado comúnmente de Valsálice, para la instrucción y preparación de 
sacerdotes misioneros. 

Finalmente, para dar un informe de las muchas fundaciones del Siervo de Dios, 
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hay que recordar la institución de la Unión de Cooperadores Salesianos que, de muy diversos modos, ayudan a las Obras Salesianas y a la 
Obra de María Auxiliadora en favor de las vocaciones eclesiásticas, lo mismo que a las iglesias por él levantadas con dinero recolectado en 
todas partes, y entre las cuales merecen especial mención la Basílica parroquial del Sagrado Corazón en el Castro Pretorio de nuestra Alm 
Ciudad y el Santuario de María Auxiliadora en Turín. Todas estas obras emprendidas por el Siervo de Dios, para gloria de Dios y salvació 
de las almas, y no para ganar dineros o alabanzas humanas, tuvieron el mayor de los éxitos. 

Atendió hasta la muerte con admirable constancia las obras emprendidas; fue luminoso ejemplo de todas las virtudes, de fe pura y fortale 
cristiana, de devoción a Dios y a la Bienaventurada Virgen María, del más profundo respeto, en tiempos difíciles, al Romano Pontífice y a 
Sede Apostólica. Despreciador de sí mismo con constante humildad, sin pedir nada para su persona, pues estaba enamorado de la pobreza, 
con ánimo siempre dispuesto e incansable para buscar la salvación de las almas y llevar adelante, para bien de la Iglesia, los asuntos más 
graves y complicados, prudentísimo, sobrio y esquivo a las comodidades de la vida, dejó no sólo a sus hijos, sino también a todos los 
cristianos, verdaderos ejemplos dignos de imitación, por lo que aún es justamente tenido por todos como un santo vivo. El 31 de enero de 
1888 se durmió plácidamente en el Señor. 

Sus restos mortales fueron expuestos, primero, en la habitación donde había expirado; después, revestidos con los ornamentos 
sacerdotales, en la iglesia de San Francisco de Sales, en la que se celebró el funeral solemne, al que asistieron con gran devoción más de c 
mil ciudadanos, Obispos de Piamonte, canónigos, párrocos llegados de pueblos lejanos, y muchos seminaristas, que acudieron a las exequ 
desde diócesis de Francia y Suiza 1. 

((142)) El Siervo de Dios fue enterrado en el Seminario de Misiones de Valsálice, y todavía hoy existe un continuo afluir de peregrinos, 
que van allí atraídos por los dones sobrenaturales con que Dios enriqueció en vida a su Siervo, y por la fama de santidad que le envolvió. 

Esta fama de santidad de Juan Bosco no sólo no ha disminuido, sino que aumenta cada día más, por lo que en la Sagrada Congregación 
Ritos se empezó a tratar la Causa de beatificación del Siervo de Dios, y nuestro predecesor Pío X, de feliz memoria, firmó, con el Decreto 
publicado el 24 de julio de 1907, la Comisión de Introducción de la Causa. En consecuencia, una vez que han sido recogidas jurídicament 
examinadas según nuestro rito las pruebas de las virtudes heroicas del mismo Siervo de Dios, Nos, definimos, con solemne Decreto 
promulgado el 20 de febrero de 1927, la heroicidad de las virtudes del Venerable Siervo de Dios Juan Bosco. 

Inicióse después la discusión de los milagros que se presentaban como realizados por Dios, con intercesión del mismo Siervo de Dios, 
valoróse todo con severos cuidados, y habiendo sido juzgados verdaderos y patentes dos de entre los muchos prodigios atribuidos a la 
intercesión del Siervo de Dios después de su muerte, Nos, declaramos con nuestra suprema Autoridad, con otro Decreto publicado el 19 d 
marzo del corriente año 1929, que constaba su verdad. 

Y ya pronunciada la sentencia sobre el grado heroico de las virtudes y de los 

1 Hay aquí algo de confusión. El cuerpo fue expuesto en la iglesia de San Francisco, pero el funeral se celebró en la iglesia de María 
Auxiliadora. Además, los cien mil ciudadanos y todos los otros, no asistieron al funeral, sino a la conducción del cadáver. 
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milagros, sólo quedaba por discutir una cosa, a saber, si el Ven. Siervo de Dios podía ser nombrado Beato. La duda fue presentada por 
nuestro querido hijo Alejandro Verde, cardenal de la Santa Iglesia Romana, en la Congregación General tenida en nuestra presencia el nue 
de abril del corriente año, y todos los que intervinieron en ella, lo mismo Cardenales que Consultores de los Sagrados Ritos, dieron 
unánimemente respuesta afirmativa. 

Mientras tanto, por tratarse de asunto de tal importancia, diferimos Nuestro juicio hasta haber pedido a Dios con viva oración el auxilio 
las luces celestiales. Y, habiéndolo hecho con gran fervor, por fin, el tercer domingo de Pascua, después de haber ofrecido el santo sacrific 
presentes nuestros queridos hijos el cardenal Camilo Laurenti, Prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos, y el cardenal Alejandro Verd 
Ponente de la Causa, y, además, los queridos hijos Angel Mariani, Secretario de la Congregación de Ritos, y Carlos Salotti, Promotor de l 
Fe, sentenciamos con Nuestra autoridad que se podía proceder con seguridad a la solemne Beatificación del Venerable Siervo de Dios Jua 
Bosco. 

Así las cosas, cumpliendo los deseos de toda la Sociedad de S. Francisco de Sales y de las Hijas de María Auxiliadora, y de todos los 
Cooperadores y alumnos Salesianos, con Nuestra Apostólica Autoridad, de acuerdo con la presente carta, ((143)) damos la facultad de que 
Ven. Siervo de Dios don Juan Bosco, sacerdote secular de Turín, sea llamado de hoy en adelante con el título de Beato: y que su cuerpo y 
sus reliquias, aunque todavía no se lleven solemnemente en procesión, sean expuestas a la pública veneración de los fieles, y sus imágenes 
sean adornadas con diadema. Además, concedemos con Nuestra misma Apostólica Autoridad que se rece su Oficio y se celebre cada año l 
Misa de Communi Confessorum non Pontificum, con las oraciones propias por Nos aprobadas, según las Rúbricas del Misal y del Breviar 
Romano. 

Pero sólo concedemos el rezo de este Oficio y la celebración de la Misa para la archidiócesis de Turín, donde el Siervo de Dios nació y 
murió, y en los templos y capillas de todo el mundo, de las que se sirven los Religiosos de San Francisco de Sales y la Congregación de la 
Religiosas o Hijas de María Auxiliadora, por todos los fieles que tienen obligación de rezar las horas canónicas y, en lo que atañe a la Mis 
por todos los Sacerdotes seculares y regulares, que acudan a las iglesias en las que se celebra la fiesta del Beato. 

Por último, damos la facultad de celebrar la solemnidad de la beatificación del Ven. Siervo de Dios Juan Bosco en dichas iglesias, en los 
días a señalar por la legítima Autoridad, dentro de un año, servatis servandis, desde la celebración de la solemnidad en la Patriarcal Basílic 
Vaticana. No obstante las Constituciones y Ordenanzas Apostólicas y los Decretos sobre el non cultu y cualquiera otra disposición. 

Queremos también que a las copias de las presentes Letras, aunque fueran impresas, con tal de que están firmadas de puño y letra por el 
Secretario de dicha Sagrada Congregación de Ritos, y con el sello del Prefecto, se les preste, aun en las discusiones judiciales, la misma fe 
que se prestaría a Nuestra voluntad expresada con la presentación de estas Letras. 

Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, a 2 de junio de 1929, octavo año de Nuestro Pontificado. 

P. CARO. GASPARRI Secretario de Estado 
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Acabada la lectura, hubo un momento solemne. Pusiéronse todos en pie y clavaron sus ojos en la gloria de Bernini. A una señal se corrió 
la cortina que cubría el centro y apareció el nuevo Beato envuelto en millares de luces. Todo el ábside se iluminó con innumerables 
lamparitas. En el altar resplandecía un magnífico relicario. El inmenso público no pudo frenar su emoción a la vista de don Bosco en la 
gloria y prorrumpió en un clamor de aplausos entusiastas, que semejaba el estruendo del trueno bajo las gigantescas bóvedas. Una vez 
calmado ((144)) el estruendo, se oía, desde el exterior, el resonar de las grandes campanas de San Pedro, cuyo alegre repique se propagaba 
de iglesia en iglesia anunciando a toda la Urbe la elevación de don Bosco al honor de los Beatos. Escribía el Osservatore Romano del día 
ocho: «Pocas veces ha oído la Basílica Vaticana semejante explosión de viva e impetuosa alegría como la que brotó emocionada de todos 
corazones, al aparecer la nueva visión, imagen solamente del regocijo de los ángeles y de los justos en torno al Beato, ya en la otra gloria s 
fin y celestial». 

Mientras tanto había entonado el celebrante el himno de agradecimiento: Te Deum laudamus! Y un grito de fe y de alegría le respondió, 
saliendo de miles de gargantas: Te Dominum confitemur! 

íDespués de tan difíciles y largas pruebas había llegado por fin la hora del triunfo! Allí estaba el don Bosco, a veces, incomprendido, 
contrariado, combatido, siempre en lucha contra dificultades de todo género; allí estaba brillando ya en medio de un fulgor de luces y hech 
un himno de gloria que parecía querer traspasar los límites del espacio y del tiempo. 

Cuando el himno ambrosiano acabó, entonó el diácono, por vez primera, el Ora pro nobis Beate Ioannes y Mons. Valbonesi, el celebran 
cantó el Oremus e incensó la reliquia y la imagen. Vistióse después los ornamentos sagrados y empezó la Misa pontifical, celebrada con to 
la solemnidad que se admira en la Basílica del Príncipe de los Apóstoles. La Capilla Julia, bajo la dirección del maestro Boezi, interpretó l 
parte musical. De acuerdo con la costumbre, se hizo una abundante distribución de estampas y Vidas del Beato. La función acabó al 
mediodía. 

La riada de gente, que salía por todas las puertas, se mezclaba en los pórticos y formaba un solo grupo, enormemente emocionado. Desd 
allí se vertía, a manera de rebosante catarata, por la amplia escalinata e iba a inundar la plaza que, en poco rato, pareció el mar movido por 
viento. En el centro ((145)) de la fachada de San Pedro flameaba al aire sobre aquella multitud un anchísimo estandarte. Los 
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peregrinos, al entrar por la mañana en la Basílica, no habían visto qué hacía allí aquello, cubierto por una gran tela, que se quitó después a 
entonarse el Te Deum. 

A pesar de las prisas por llegar cada cual a su residencia, »quién no se detuvo a contemplar la resplandeciente pintura? Se veía a don 
Bosco dentro de una aureola luminosa subiendo al cielo. De las nubes que lo rodeaban salían tres ángeles, los cuales le acompañaban con 
alas desplegadas celebrando la subida. Abajo, a los lados, se levantaban dos iglesias, la del Sagrado Corazón de Jesús en Roma y la de Ma 
Auxiliadora en Turín, sobre la cual se veía caer un ramito de rosas. En seis exámetros latinos se leía: Al entrar en el templo, venera a don 
Juan Bosco, a quien Pío XI, reinante en la Ciudad Santa, inscribió ritualmente en los fastos de los Beatos. Pídele que libere a la juventud d 
infernal enemigo y proteja a Italia, que, restituida a Cristo, dé al Rey inmortal el debido honor 1. La frase reddita Christo aludía a la 
Conciliación, por la que el Papa había asegurado públicamente haber devuelto Dios a Italia e Italia a Dios. 

El dos de junio por la mañana contempló el colegio de Valsálice una multitud todavía mayor que la de los días anteriores. Presentáronse 
la hora de la beatificación muchísimos exalumnos que, por razón de trabajo o por otras causas, no habían podido hacer frente a los gastos 
que suponía el viaje a Roma; asistieron allí a una función religiosa y rezaron por vez primera a su gran Maestro, como se reza a los Santos 
del cielo, y pidiéronle su intercesión. Era la hora en que resonaba por el cielo de Turín y de la archidiócesis el alegre concierto de las 
campanas, anunciando que la Iglesia contaba con un nuevo Beato, que era don Bosco. 

((146)) Es costumbre que en las beatificaciones baje el Papa por la tarde a San Pedro para venerar a los nuevos Beatos; así que, a las 
cuatro, sólo habían podido entrar en la Basílica las personas provistas de tarjeta de invitación. El Maestro de Ceremonias había hecho 
imprimir sesenta mil, las cuales se habían acabado en los días anteriores, y fueron muchísimos, especialmente de Roma, los que se quedar 
sin ella. Hubo una indescriptible asistencia, al extremo de que fue preciso 

1 Ingrediens templum Bosco venerare Ioannem, 

Quem Pius Undecimus sancta regnator in urbe 

Rite Beatorum fastis adscripsit et ipsum 

Exora, ut Stygio tueatur ab hoste inventam, 

Protegat Italicam gentem, quae reddita Christo 

Huic inmortali Regi det munia laudis. 
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cerrar las verjas y dejar fuera a una verdadera multitud que tenía derecho a entrar. Las protestas llegaron hasta el despacho del Maestro de 
Ceremonias, quien acudió personalmente a San Pedro para ver si era todavía posible admitir más gente. Y ello se logró, estudiando con má 
cuidado la distribución de puestos. Volvieron a abrirse las verjas y una nueva oleada de gente penetró en la Basílica. 

A las cinco presentaba el templo el aspecto de las mayores fiestas. No había un rincón vacío; sólo quedaba libre el pasillo central por 
donde tenía que pasar el Papa, y la guardia palatina lo mantenía y guardaba despejado. En el murmullo de la multitud se mezclaban todos 
dialectos de Italia y casi todas las lenguas de Europa. Improvisamente se advirtió un movimiento hacia la entrada del fondo, y se comprend 
que llegaba el Papa. Se hizo un silencio impresionante y todos los ojos miraban hacía allí. Avanzaba la cabecera de un imponente cortejo, 
cerrado por veinticuatro Cardenales, y en el hueco de la puerta principal, y sentado sobre la silla gestatoria como en un trono, veíase al Pap 
bendiciendo. Inmediatamente resonaron las trompas de plata desde el balcón que está encima, entonando la hermosa marcha de Silveri, la 
cual esparció por la Basílica un místico recogimiento. Pero fue cosa de un instante, porque la multitud, transportada por el entusiasmo, 
prorrumpió en delirantes aclamaciones al Papa de la Conciliación, al glorificador de don Bosco. Miles de pañuelos blancos se agitaban po 
el aire sobre aquella marea. Pío XI avanzaba bendiciendo con amplio gesto en todas direcciones. Llevaba la emoción dibujada en el rostro 
impregnado de expresión majestuosa y paternal. Cuando vio un cartel que ((147)) se levantó sobre un grupo de jóvenes, en el que se leía: 
Casa madre de don Bosco en Turín, hizo detener un instante el cortejo y, en medio de la emoción general, bendijo repetidamente a aquel 
grupo. La estremecida manifestación lo siguió hasta el ábside, y se hizo aún más intensa, cuando el coro de la Capilla Julia lanzó las 
primeras notas del Tu es Petrus. 

Bajó el Padre Santo de la silla gestatoria, arrodillóse en el faldistorio, mientras se exponía el Santísimo; levantóse después, adelantóse y 
tomando el incensario, que le entregó el Cardenal Arcipreste, incensó la Hostia Santa y volvió al mismo sitio de antes. Los cantores 
ejecutaron el Iste Confessor, y entonaron a continuación las preces propias del Beato y el Tantum ergo. Después de la segunda incensación 
el Salesiano, Mons. CorrÛa, arzobispo de Cuyabá (Brasil), impartió la triple bendición eucarística. Esta función de la tarde, como también 
de la mañana, corresponde por derecho al Cabildo de San Pedro; pero el Cabildo, de acuerdo con una instancia de don Francisco Tomasett 
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había concedido el favor de que la ceremonia vespertina fuera realizada por un Prelado salesiano. 

Una vez hecha la reserva del Santísimo, don Felipe Rinaldi y don Francisco Tomasetti se acercaron al Padre Santo y le ofrecieron un 
artístico relicario, que contenía un notable fragmento óseo del Beato 1. Junto con el relicario le entregaron, ex more (según costumbre), un 
ramo de flores artificiales, las estampas y las Vidas de don Bosco. El Padre Santo, ((148)) al agradecer el obsequio, intercambió unas 
palabras con los oferentes, que le presentaron al conde Thaon de Revel, alcalde de Turín, y al senador conde Rebaudengo, presidente gene 
de los Cooperadores Salesianos. Su Santidad animaba a todos con la bendición apostólica. 

A la par se distribuyeron, según norma, Vidas y estampas a los Cardenales, a los numerosos Arzobispos, Obispos y Prelados presentes, a 
Cuerpo Diplomático, a los miembros de la Nobleza y demás invitados. Las Vidas prescritas para la ocasión, son de tres clases: una extensa 
ricamente encuadernada para las personalidades; la segunda, más reducida, para la mayoría de los presentes y la tercera, a grandes rasgos, 
para la difusión popular. La principal de estas Vidas estaba escrita por el Promotor de la Fe, monseñor Salotti. El salesiano don Agustín 
Auffray publicó también una en francés para la ocasión, que fue muy alabada y es todavía muy leída. 

Subió de nuevo el Papa a la silla gestatoria y volvió a atravesar la Basílica, saludado por nuevos y vigorosos aplausos, mientras las 
trompetas de plata repetían la marcha acostumbrada. La multitud, que llenaba el atrio, tributóle una clamorosa ovación al aparecer y sumó 
a ella la gente que se apretujaba fuera sobre la escalinata. El Papa se puso entonces en pie, levantó solemnemente su derecha y bendijo a 
todos. Llegó finalmente a la escalinata de Bernini y bajó de la silla, se despidió de los Cardenales y se retiró a sus apartamentos. 

1 El relicario estaba cincelado por el profesor Galli. La parte superior del mismo reproducía el monumento a don Bosco, que se levanta e 
la plaza de María Auxiliadora. La parte de plata, con ornamentación en metal dorado, medía cuarenta y siete centímetros. El grupo se 
apoyaba sobre una doble base. Esta era cuadrada y tenía a los lados elegantes cornisas rectangulares, donde, en planchas de plata cincelada 
aparecían la Basílica turinesa de María Auxiliadora y la del sagrado Corazón de Roma, un grupo de niños con un salesiano y otro de niñas 
con una Hija de María Auxiliadora. En el segundo lado de la base, en forma piramidal truncada, veíanse los escudos de Pío XI y de la 
sociedad Salesiana entre cabecitas de serafines entrelazadas con lirios y rosas, símbolos de la pureza y de la caridad, y guirnaldas de encin 
símbolo de la fortaleza. Veíanse también la casita nativa de don Bosco y el primer sueño. Serafines con incensarios completaban la 
ornamentación, acompañada con una inscripción que recordaba el suceso de la beatificación. Arriba, bajo el grupo, había un hueco en form 
de óvalo, donde se guardaba el estuche con la reliquia. 
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Inmediatamente después, la atención del público que salía de la Basílica y el que invadía la plaza por todas las bocacalles se concentraba 
para contemplar las acrobáticas maniobras de los famosos «Sampietrini», que, en número de trescientos cincuenta, ocupaban sus puestos e 
la fachada y alrededor de la cúpula. Oscurecía, y aquellos hombres agilísimos, superando dificultades que no imaginaban los espectadores 
se disponían a la iluminación de la Basílica. 

Es ésta una operación que se desenvuelve en dos tiempos. Se iluminan primero las líneas arquitectónicas de la fachada, los ((149)) feston 
de la cúpula y las columnatas. Son cinco mil farolillos dispuestos de tal modo que aparece claramente dibujada la silueta de la mole. La 
cúpula de Miguel Angel parece destacarse de la tierra y lanzarse hacia las esferas celestes. Después, un cuarto de hora antes de las nueve, a 
una señal, encienden los «Sampietrini» desde sus puestos un hacha de viento, escondiendo su luz dentro de una mampara de hierro, y a las 
nueve en punto, apenas da la campana el primer toque, el jefe de los «Sampietrini», que está colocado sobre la cruz de la bola de la cúpula 
enciende allá arriba la primera tea. Le imitan los demás con fantástica rapidez, encendiendo las teas que llevan en sus manos, de forma que 
en menos de diez minutos, aparecen de arriba abajo quinientas nuevas luces, y toda la Basílica palpita con una luminosidad dorada. La 
cúpula cambia de aspecto y se levanta a manera de colosal tiara incandescente, de la que pende un manto real, bordado con llamas y 
adornada esplendorosamente. Los peregrinos y habitantes de la ciudad gozaron, en la plaza y desde todas las alturas de la Urbe, hasta entra 
la noche entusiasmados con el magnífico espectáculo. La gloriosa jornada no podía tener un epílogo más romano. O Roma felix! 

Verdaderamente no suele hacerse la iluminación de San Pedro en las beatificaciones, ya que está reservada para las canonizaciones. Pero 
familia salesiana, con particular complacencia del Padre Santo, la quiso para nuestro Beato. Por otro lado podía haber habido un grave 
inconveniente. El dos de junio coincidía con el primer domingo del mes, cuando se celebra en Italia la fiesta del Estatuto y se enciende en 
Roma, en el Pincio, la llamada girándula o fantásticos juegos pirotécnicos, que gustan mucho a la población. Pero don Francisco Tomasett 
se apresuró a comunicárselo al Príncipe Boncompagni, gobernador de la Ciudad, el cual dispuso que el popular espectáculo se trasladara a 
domingo siguiente. La disposición mereció el aplauso universal. íSignos de los tiempos! 

Por lo demás, la beatificación de don Bosco había encontrado 
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((150)) la más sincera simpatía, no sólo de las clases populares, sino también del mundo aristocrático y dirigente 1. 

Después de las fiestas se decía, incluso en el Vaticano, que nadie recordaba tanta grandiosidad con ocasión de beatificaciones. El mismo 
Padre Santo manifestó verdadera admiración por cuanto había contemplado en San Pedro. Ya se había rumoreado algo sobre el particular 
en efecto, no bajó, como en otras ocasiones, a la Basílica pasando por la puertecita situada junto al altar del Santísimo Sacramento, sino qu 
determinó entrar lo más solemnemente posible por la galería principal 2. La Civiltà Cattolica resume de este modo la impresión del suceso 
«El honor de los altares, decretado por Pío XI para el Fundador de la Pía Sociedad Salesiana, fue ocasión de unas demostraciones de fe qu 
por el número de peregrinos llegados a Roma de todas las partes de Italia y del mundo, y por el fervor del entusiasmo, sólo pueden 
compararse con las fiestas celebradas cuando la canonización de Santa Teresa del Niño Jesús». 

Después de la Beatificación 

También el Padre Santo manifestó sus impresiones a don Felipe Rinaldi y a los miembros del Capítulo Superior, a quienes recibió en 
audiencia al día siguiente por la mañana. Fueron para agradecer al Pontífice tres cosas: su especial benevolencia a la Sociedad Salesiana, s 
paternal participación en todas las fases de la Causa, y la extraordinaria grandiosidad que había querido dar a la celebración. Su Santidad 
manifestó su satisfacción por la manera como se había desarrollado la ceremonia, observando que muy pocas veces había sido tan difícil 
resolver el problema de la falta de espacio en la amplísima Basílica. Añadió que la marea inmensa del pueblo, aclamando a don Bosco y a 
Papa, indicaba de forma precisa la apretada unión que el nombre, la figura y el apostolado de don Bosco ((151)) tenían con el alma popula 
Recalcó que aquel maravilloso espectáculo de fe y de alegría le había conmovido profundamente; que había llegado a su conocimiento que 
durante la ceremonia de la beatificación, habían sido presentados varios recién nacidos en la fuente bautismal de San Pedro y se les había 
impuesto el nombre del nuevo Beato. Se declaró 

1 Carta de don Francisco Tomasetti a don Felipe Rinaldi. Roma, 22 de mayo de 1929. 

2 Otra carta del mismo. Roma, 11 de junio de 1929. 

3 Número del 6 de julio de 1929, pág. 75. 
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singularmente satisfecho por el orden y la precisión con que se habían desenvuelto las diversas partes del rito, a pesar de tan extraordinaria 
concurrencia. Encomió a las autoridades civiles por el trabajo desplegado en la organización del acceso de los fieles a la Basílica y por hab 
hecho las cosas de tal modo que todos gozasen tranquilamente del magnífico espectáculo de la iluminación. 

-La beatificación de don Bosco, concluyó diciendo, se recordará en los anales de la Iglesia y de la Sociedad Salesiana. 

Finalmente don Felipe Rinaldi presentó a Su Santidad la medalla conmemorativa, acuñada en oro, plata y bronce, que llevaba en el 
anverso la imagen del Beato y en el reverso su primer sueño. 

Lo que dijo el Papa sobre el buen orden en tan gran movimiento, llamó la atención de los Postuladores de otras Congregaciones, 
especialmente al de los Jesuitas, que quiso saber cómo lo habían logrado los Salesianos. La verdad es que, a pesar de la cuidadosa 
preparación y la prudente vigilancia, se descubrió a última hora una notable sustracción de invitaciones, que ciertamente habría ocasionado 
desorden, de haber faltado una buena organización; en cambio, no sólo no hubo desorden, sino que todo pudo arreglarse sin ser advertido 
nada más que por los organizadores. 

Fue digno remate de la celebración la audiencia de la tarde del mismo día tres, tildada de «maravillosa» por la prensa. Hasta doce mil 
personas se apretujaban en el patio de San Dámaso. En el fondo del mismo se levantaba el trono papal sobre un amplio palco, ante el cual 
había una valla que dejaba libres unos metros. El resto del patio estaba ocupado por tres grupos numerosos: en el centro, los alumnos de lo 
colegios salesianos ((152)) de Italia y del extranjero; a la izquierda, las alumnas de los colegios de las Hijas de María Auxiliadora; a la 
derecha los Cooperadores y Cooperadoras. Junto al trono pontificio, se colocaron el cardenal Pedro Gasparri, Secretario de Estado y 
Protector de la Congregación Salesiana, y los eminentísimos Hlond y Vidal y Barraquer, arzobispo de Tarragona. En el palco se acomodar 
treinta Obispos y con ellos don Felipe Rinaldi, el Capítulo Superior, don Juan Bautista Francesia y el senador conde Rebaudengo. Delante 
en el espacio vacío, se agolparon muchos Salesianos y algunas representaciones. 

La animación de tantos jóvenes ponía en el ambiente una especie de electricidad, que acusaba la impaciencia de la espera. De pronto 
estalló un fragoroso e interminable aplauso, saludando la aparición del Papa. Precedíanle los Guardias Nobles y le rodeaban los Prelados y 
Gentilhombres de su noble Antesala. Pío XI respondió al saludo 
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sonriente y alzando los brazos, y admiró el espectáculo de la juventud alborozada; después se sentó en el trono. 

Mientras tanto, había sucedido un pequeño episodio que queremos narrar. Algunos colegios salesianos habían acudido con sus bandas d 
música y habían entrado tocando en el patio. Esto había molestado al Maestro de la banda palatina, que debía ejecutar el himno pontificio 
la llegada del Papa; pero, cuando sólo faltaban unos minutos para llegar el Padre Santo, ya habían los Superiores logrado imponer silencio 
Y allí estuvo el percance. Aparecía ya el Papa y estaba el Maestro a punto de dar la señal para comenzar el himno, cuando llegó una banda 
colegial retrasada interpretando de repente una marcha. Entonces el Maestro, con la batuta en el aire, perdió la paciencia. El Papa, que se 
dirigía hacia el trono y se dio cuenta de ello, le dijo: 

-Paciencia, Maestro. Estamos en un oratorio festivo. 

Cuando las aclamaciones de la multitud y las notas del himno acabaron, la Schola cantorum del colegio del Sagrado Corazón, dirigida p 
el maestro salesiano Antolisei, ejecutó las Acclamationes en honor del ((153)) Papa, según la antigua liturgia. Siguió el canto del Oremus 
pro Pontifice, entonado por los doscientos clérigos salesianos del Instituto teológico internacional de Turín, que habían ido a Roma. Por fi 
prorrumpieron al unísono los muchachos con el himno salesiano, que nunca habían cantado con tanto ardor. El Papa escuchaba con visible 
complacencia. Cuando terminó el canto, acercóse al trono el Rector Mayor y leyó el siguiente discurso: 

Beatísimo Padre: 

Toda la Familia Salesiana está llena de júbilo y alegría en torno a su Padre Fundador, que ayer ha elevado Vuestra Santidad al honor de 
altares y ha venerado sus Sagradas Reliquias. 

Una numerosa representación de Salesianos, Hijas de María Auxiliadora, exalumnos, cooperadores y admiradores del nuevo Beato acud 
al faustísimo y memorable suceso y tiene ahora la fortuna de encontrarse conmigo a los pies de Vuestra Santidad, para repetir el unánime 
consenso de afecto filial de la familia salesiana a Vuestra Augusta Persona. 

Vinieron de todas partes, hasta de las más remotas e inhabitables misiones, atraídos por el ternísimo amor que desde su infancia han teni 
a nuestro Beato Padre. Me parece digno de poner de relieve la presencia de unos pocos de sus primerísimos hijos, testigos oculares, porqu 
Vuestra misma Santidad «en una visión y en una conversación de considerable duración» supo describir finalmente la atracción que el Bea 
ejercía sobre sus primeros apóstoles para lanzarlos a la conquista de las almas. Estos venerandos decanos de la Familia Salesiana, que vier 
con sus ojos y palparon con sus manos la santidad de don Bosco, han venido hoy aquí para unirse a la 
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proclamación oficial de la santidad paterna que fue siempre la llama animadora de su apostolado. 

Este afecto al Padre, como sapientemente ha manifestado Vuestra Santidad, «sigue haciendo que él sea no sólo el Padre lejano, sino el 
Director de todo, el Autor siempre presente, siempre actuante con la vitalidad perenne de sus normas, de sus métodos, y sobre todo de sus 
ejemplos». 

Beatísimo Padre, si durante cuarenta y dos años hemos ido adelante con la seguridad confirmada por los sucesos de que don Bosco segu 
siendo el Director, el Autor, el Padre de los Salesianos, más lo será en adelante, ya que Vuestra Santidad, en un soberano acto de su 
Apostólico poder, nos lo ha presentado con la aureola de los Beatos como modelo y protector de nuestra vida espiritual y de nuestra misió 
educadora. 

((154)) Por nuestra parte, con la ayuda del cielo, haremos cuanto podamos para no ser indignos de ello. «Con su calma siempre dominan 
y soberana, y con su trabajo convertido en oración eficaz» hará también nuestro Beato que, por medio nuestro, se continúe dignamente el 
magnífico edificio de la educación cristiana de la juventud, por él emprendido y basado únicamente en la caridad benigna y paciente. Sólo 
esta caridad divina puede educar, es decir, edificar en las almas jóvenes, patrimonio inalienable de la Santa Iglesia, las virtudes 
sobrenaturales que crean la santidad en la tierra, antes de que brille eternamente con los esplendores de los Santos. Caritas aedificat! 

En este propósito y en esta oración al Beato se compendia, Beatísimo Padre, toda nuestra gratitud, el más vivo agradecimiento de nuestr 
corazones por vuestra paternal benevolencia con nosotros, los últimos de vuestros hijos. Tenemos pruebas luminosas de esta vuestra 
benevolencia en las conmovedoras alocuciones en torno al Beato Juan Bosco, y en su solemne beatificación, que Vuestra Santidad ha 
querido engarzar, como piedra preciosa, en las fiestas del Augusto Jubileo Sacerdotal. 

Esta fecha, tan querida para el corazón de Vuestra Santidad, también lo es para todos los hijos del Beato don Bosco, que procuran 
celebrarla dignamente en todas partes, con la oración, la caridad y la acción. La numerosa representación de la Familia Salesiana aquí 
presente a los pies de Vuestra Santidad, da testimonio de ello, y por mi medio eleva hasta Vuestro Augusto Trono los más fervorosos 
augurios y deseos de que el Señor Os conserve ad multos annos para bien de la Iglesia. 

Finalmente todos los aquí presentes hacen suyos los sentimientos de dependencia, devoción, respeto y amor filial del Beato don Bosco a 
Vicario de Jesucristo, y guardarán un recuerdo imborrable de esta hora agradable y de la inefable bondad de Vuestra Santidad, de quien 
esperan todavía una bendición especialísima para ellos mismos, para los jóvenes confiados a sus cuidados, para las obras de bien que debe 
realizar, y para todos los que se han encomendado a ellos con el fin de obtener una bendición especial del Padre Santo. 

Bendecidnos, pues, una vez más, Beatísimo Padre, y consideradnos siempre como hijos vuestros, los más humildes, los más prendados d 
Vuestra Sagrada Persona y siempre dispuestos a vuestra orden o deseo. 

Recogióse un instante el Papa, en profunda reflexión y dijo: 

-íAlabado sea Jesucristo! 

-Sea por siempre bendito y alabado, respondió el auditorio. 

Y siguió diciendo: 
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Qué horas más bellas, solemnes, gloriosas las que ha contemplado este lugar, éste que muy bien puede llamarse famoso en todo el mund 
Patio de San Dámaso, aun contando solamente aquéllas a las que ha querido la divina Bondad concedernos que asistiésemos, sobre todo 
durante el Año Santo, y también ((155)) en otras circunstancias. Pero, raras veces Nos ha sido dado contemplar y ver lo que hoy vemos y 
contemplamos, un grupo como éste, tan grande, tan compacto de hijos elegidos del Papa y de la Iglesia, tanta gloria y tanta alegría de 
verdadera caridad, tanto entusiasmo de piedad filial, tantas demostraciones de fe, de amor verdadero a la Santa Iglesia, Madre de las Iglesi 
y al Vicario de Cristo, en el Padre de las almas, Padre común de todos los creyentes. Y todo esto en el nombre, ya ilustre y glorioso por to 
el mundo, en nombre de don Juan Bosco, hoy con fama y gloria no solamente terrena y mundial, sino celestial y eterna, en nombre y gloria 
del Beato don Juan Bosco. (Aplausos). 

Ya sabéis, y lo saben casi todos los presentes, que nuestro corazón, toda nuestra alma participa grandemente de vuestra alegría y de vues 
gozo, porque también Nos (lo hemos repetido muchas veces y siempre con gran satisfacción) no sólo nos contamos entre los admiradores 
don Bosco, sino que, por una especial gracia de Dios, hemos sido de los que le conocieron personalmente, de los que recibieron sus signos 
vivos y paternales de benevolencia y estamos por decir de paternal amistad, como podía darse entre un veterano glorioso del sacerdocio y 
apostolado católico y un joven sacerdote, joven entonces, y ya envejecido, como muy bien sabéis, a quien vosotros mismos venís a confor 
con estas vuestras demostraciones de filial piedad (Fortísimos aplausos). 

Os damos las gracias, queridísimos hijos, y sabemos que habéis participado en nuestro Jubileo Sacerdotal de una manera infinitamente 
más importante que con vuestros gratos aplausos, con vuestras oraciones, por las que os damos gracias muy especiales. Estamos 
personalmente alegres, con este recuerdo de viejas memorias, al ver en torno a Nos aquellos veteranos de los alumnos salesianos, aquellos 
obreros de la primera hora, siempre la más difícil, la más ardua, cuando se trata de abrir surcos, de arrancar los primeros frutos a tierras 
inexploradas y comenzar su cultivo, ítodo honor sea dado a vosotros antiguos soldados de la institución salesiana, a vosotros primeros 
compañeros del Beato Juan Bosco! 

Y bienvenidos seáis los llegados de todas las partes del mundo para hacer más gloriosas y grandiosas las primicias de veneración a vuest 
a nuestro glorioso Beato. Por la gracia de Dios, Nos lo hemos podido elevar como modelo, al honor de los altares. Vosotros habéis venido 
desde todas las gentes a rendirle tributo, pocas veces tan universal, en la actualidad de la beatificación, en la gloria tan espléndida de San 
Pedro en el Vaticano. Y vosotros, no sólo Nos habéis hecho gustar más vivamente, con vuestra presencia, esta elevación al honor de los 
altares, sino que también Nos habéis hecho sentir y gustar más vivamente esa universal paternidad que la divina Providencia quiso, en su 
divina bondad y en sus inescrutables designios, conceder a nuestro pobre corazón. Nunca como en estos momentos en los que vemos en 
torno a Nos almas tan ((156)) encendidas en la caridad cristiana como las vuestras, almas llegadas de todas las partes del mundo, nunca 
como en estos momentos sentimos ser verdaderamente el Padre de todos los creyentes, de toda la gran familia católica que vosotros 
representáis tan real, tan grandiosa, tan dignamente, que esta sola presencia constituiría un testimonio elocuentísimo de los méritos del Be 
Juan Bosco y de la fecundidad y valor de su obra. 

Cuando pienso que vosotros, Salesianos y Salesianas, alumnos y alumnas, exalumnos 
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y Cooperadores, Obispos, Prelados, Cardenales, no sois más que una representación, una pequeña representación de tantos y tantos como 
vemos en espíritu, en una gran visión apocalíptica, tras vosotros, por encima de vosotros, juntamente con vosotros, nuestra alma se extasía 
de admiración y gozo. »Cuántos son los hijos de don Bosco y los que participan en su obra? Al presente son millares y millares. De siete a 
ocho mil Salesianos, de ocho a nueve mil Hijas de María Auxiliadora. »Y cuántos son los alumnos salesianos? Respondemos a esta última 
pregunta con la respuesta de vuestro mismo Superior Mayor el cual, cuando Nos le hemos preguntado si podía darnos al menos una 
aproximación global del total de los alumnos salesianos en este momento, nos respondía modestamente que no lo sabía y no podía dárnosl 
He ahí un testimonio de modestia, y he ahí, dejádnoslo decir, una valiosa afirmación (grandísimos aplausos), porque, en sustancia, el buen 
padre quería decir: son tantos, que ni siquiera sabemos cuántos son. 

Os felicitamos, queridísimos hijos, en cualquier puesto, en cualquier cargo, en cualquier grado que os encontréis, por humilde que sea, e 
esta gran familia, en este gran ejército, en esta grande y verdadera armada del bien y de la verdad. Cuando se piensa en el valor de una alm 
cuando se piensa en el inmenso tesoro que es la educación cristiana, la educación cristiana como don Bosco la entendía, es decir, 
profundamente, completamente, exquisitamente cristiana y católica; cuando se piensa en este tesoro multiplicado por multiplicadores tan 
grandes, nace verdaderamente una exaltación de alegría y de gratitud a Dios, que sabe suscitar obras tan grandes y mantenerlas vivas en es 
mundo, en este mísero mundo, donde siempre continúa la lucha pertinaz del mal contra el bien, contra la verdad cristiana. 

Nos alegramos con todos y cada uno de vosotros, mis queridos hijos, con toda la gran familia salesiana, y encontramos en esta descripci 
en este consolador reconocimiento de un pasado tan fecundo de bien, la seguridad más fuerte de un porvenir cada vez más espléndido, cad 
vez más rico de tesoros espirituales, tesoros de gloria de Dios, tesoros de consolidación y expansión del Reino de Cristo, tesoros de 
salvación y santificación de las almas, tesoros de honor y gloria para la Santa Iglesia Esposa de Jesucristo. No podríamos haceros, querido 
hijos, un augurio más paternalmente afectuoso que éste, ((157)) en el momento en que vuestra obra se ilumina con reflejos tan hermosos, t 
admirables, tan llenos de luz divina, mientras hemos podido, por la gran misericordia de Dios, levantar a vuestro y nuestro don Bosco al 
honor de los altares y alzar el velo de oro que nos esconde los esplendores del Cielo, buscando mostrar de un modo visible aquí en la tierra 
algo de la gran gloria que lo envuelve allá arriba, como premio justo a sus inmensos méritos. 

A la gloria del cielo debe corresponder la gloria de la tierra y vosotros habéis venido precisamente para establecer esta correspondencia 
con la expresión de esa veneración mundial con la que centenares de millares de almas de todas partes han rezado y venerado con vosotros 
Beato don Bosco. Pero vosotros debéis pensar todavía que la gloria más verdadera del Beato don Bosco en esta tierra está en vuestras 
manos: depende de vosotros. No es nuestra la palabra que ahora pronunciamos, sino de Dios: Gloria patris filii sapientes, vuestro padre se 
glorificado con la más hermosa gloria que hasta humanamente le puede sonreír, si sois vosotros esos hijos sabios de tan gran padre; si, com 
ahora, si lográis saber entender cada día más y mejor su espíritu y su obra, si sabéis continuarla cada vez mejor, como precisamente él 
quería, sin medir el trabajo (recordamos lo que él mismo decía, como gloriosa divisa: «El que no trabaja no es Salesiano»), sin medir (Nos 
parece verlo todavía con nuestros propios ojos) la entrega, más aún, la total renuncia a cuanto se refería a la 
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propia persona, para entregarse a todo lo que pudiera contribuir al bien de las almas. Y Nos mismo recordamos las hermosas palabras que 
en persona, mirando el porvenir con genial intuición, Nos decía al congratularnos con él por haber visto tantas cosas hermosas en sus casa 
en sus talleres, en sus escuelas. Y tened en cuenta que no se trataba del bien en sí mismo, sino simplemente de las instalaciones para hacer 
bien, en las cuales procedía con la seguridad de la más feliz inspiración. El, que como muy bien sabéis, siempre hablaba de sí mismo en 
tercera persona, respondía a nuestras felicitaciones: 

-Cuando se trata de hacer algo que mira a la gran causa del bien, don Bosco quiere ir siempre a la vanguardia del progreso. 

Esta palabra que un día oímos de labios de vuestro padre, queridísimos hijos, pensamos dejárosla como recuerdo, como fruto, como 
propósito para el trabajo, como la más bella conclusión práctica de esta hora maravillosa que Nos habéis proporcionado. Cuando se trata d 
bien, de la verdad, del honor de Dios y de la Iglesia, del Reino de Jesucristo, de la salvación de las almas, ísiempre a la vanguardia del 
progreso! Sea ésta vuestra palabra de orden, el estímulo constante para caminar cada vez más animosamente por los hermosos caminos a l 
que os preparan la palabra, la exhortación, el ejemplo y ahora la intercesión del Beato Juan Bosco. 

((158)) Con esta magnífica visión del pasado y previsión para el porvenir os impartimos la Bendición Apostólica, todas las bendiciones 
que habéis venido a pedir a vuestro Padre en un momento tan hermoso; todas esas bendiciones que Nos ha pedido vuestro muy afortunado 
intérprete para cada una de sus familias: las bendiciones que en este momento os impartimos de corazón a todos y cada uno de vosotros, 
jóvenes y no jóvenes, junto con todas las cosas y personas queridas, instituciones, obras, aspiraciones, casas, colegios, misiones, que cada 
uno de vosotros lleva en el pensamiento y en el corazón y desea sea bendecido. Descienda sobre todo ello nuestra paternal bendición y 
permanezca siempre. 

Cuando hubo terminado de hablar, el Padre Santo se puso en pie para impartir la bendición. Toda la asamblea enajenada, conteniendo a 
duras penas la emoción, tomó una actitud de devota piedad; pero, al llegar al maneat semper, desahogó su entusiasmo con aplausos que 
subieron a los cielos. Adelantóse el Papa con el séquito hasta el borde de la tribuna, la recorrió de uno a otro lado saludando con repetidos 
gestos de sus manos, mientras crecían en intensidad los gritos juveniles. íQué clamorosa alegría! La fervorosa manifestación de afecto no 
cesó hasta que el augusto Pontífice entró en sus estancias. «Verdaderamente ha sido, escribió el Osservatore Romano del día cinco de juni 
la peregrinación de las peregrinaciones. íQué maravilloso espectáculo!». 

Dos días más tarde hubo otra audiencia bastante más reducida, pero digna también de recuerdo. Se trataba de los doscientos clérigos 
mencionados más arriba y los doscientos cincuenta alumnos de la casa madre de Valdocco. Los primeros estaban alineados en la sala 
Clementina y entonaron el Oremus pro Pontifice al llegar Su Santidad, 
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mientras el Papa pasaba dando a besar la mano. Entró después en el aula Consistorial, donde estaban reunidos los muchachos. El Padre 
Santo desfiló también ante ellos y agradeció la ofrenda de varios volúmenes artísticamente encuadernados, que trataban de los distintos 
métodos seguidos en las escuelas profesionales salesianas. Estaba entre ellos, además, una publicación de don Rotolo, Director del Oratori 
titulada I soggiorni del Beato Don Bosco a Roma (Las estancias del Beato Don Bosco en Roma). Sentóse el Papa en el trono, y resonó la v 
de un jovencito que le dirigió estas palabras: 

((159)) Beatísimo Padre: 

Con el alma rebosante de santo entusiasmo hemos llegado a Roma los doscientos cincuenta aquí presentes para representar dignamente a 
los setecientos alumnos de la Cada Madre de los Salesianos, el Oratorio de San Francisco de Sales de Turín, primera fundación de nuestro 
querido Padre, el Beato Juan Bosco. Nuestro entusiasmo, alimentado en nosotros durante mucho tiempo, mientras seguíamos con amoroso 
temor las fases del Proceso Apostólico para la Causa de don Bosco, sobre todo aquellas que debían ser coronadas con la Palabra solemne y 
tan cordial de Vuestra Santidad, lo presentamos ahora a vuestros pies juntamente con los sentimientos de vivísimo reconocimiento y 
profunda devoción con que se sienten llenas nuestras almas hoy más que nunca. 

Queremos rendiros este homenaje, Beatísimo Padre, a Vos que, en la majestad imponente de los Palacios Vaticanos, después de haber 
tenido, el domingo pasado, la inestimable fortuna de encontrarnos a vuestro paso, en San Pedro, donde con todo el arrebato de nuestros 
corazones hemos buscado subir hasta Jesús, cuyo Representante en la tierra es Vuestra Santidad, el sincero homenaje de nuestra fe, nuestr 
filial obediencia y nuestro gran amor. 

Salimos del Oratorio de Turín con la grata poesía de los recuerdos que resonaban en nuestra alma, sin olvidar que, hace cuarenta y seis 
años ahora, había sido morada agradable y llena de íntimas y suaves impresiones para Vos, Beatísimo Padre, y que ahora consideráis como 
una gran fortuna haber alternado confidencialmente en aquella circunstancia con el nuevo Beato. íCuántos recuerdos queridos, ligados al 
nombre de don Bosco, fidelísimo servidor del Sumo Pontífice y de la Cátedra Romana, Apóstol de la devoción al Papa! El Oratorio que 
dentro de pocos días volverá a tener en la gloria a su Fundador, repite a todos los hechos maravillosos de que fue testimonio desde sus 
albores. 

Ya el año 1847, más de quinientos jóvenes, reunidos en torno a don Bosco, defraudando las expectativas de algunos sectarios mal 
intencionados, repetían con entusiasmo el grito de íViva el Papa! para demostrar la reverencia que siempre se debe a la dignidad Pontificia 
El año 1849, a una invitación de don Bosco, los muchachos del Oratorio, juzgando que era una suerte poder dar muestras de veneración a 
Cabeza de la Iglesia, priváronse casi de lo necesario e hicieron una colecta que alcanzó las treinta y tres liras. Fueron enviadas al Obolo de 
San Pedro para aliviar la augusta pobreza de Pío IX, desterrado en Gaeta. Y llegaron al Papa juntamente con los sentimientos de tierna 
devoción con los que iban acompañadas. El Pontífice experimentó, en medio de sus dolores, una suave emoción ante la afectuosa y sencill 
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ofrenda y, muy agradecido, envió como regalo a sus jóvenes colaboradores un rosario. Y es así, según hemos podido entender al leer su vi 
como hizo siempre el Beato don Bosco, para educar eficazmente en el amor y la devoción al Papa a las generaciones que desde 1841 hasta 
1888 fueron objeto de sus directos cuidados. 

((160)) Las enseñanzas del Padre, heredadas y siempre practicadas por los Salesianos, siguen siéndonos transmitidas también por medio 
nuestros actuales Superiores y Maestros a nosotros los alumnos de la Casa Madre de Valdocco. Queremos secundarlas y ser dignos, tambi 
en esto, de tantos jóvenes como nos han precedido con honor en el Oratorio. 

Ante Vos, Beatísimo Padre, protestamos en nombre de todos nuestros compañeros, nuestro gran amor, nuestro cariño indefectible al 
Vicario de Jesucristo. Pero en esta ocasión, no nos satisface plenamente este acto. Queremos dirigir a Vuestra Santidad una palabra de 
sentido agradecimiento. Queremos deciros gracias en nombre de millares y millares de jóvenes hijos de don Bosco, esparcidos por todo el 
mundo, agradecidos a Vuestra Santidad, que lo ha elevado al honor de los altares. íGracias! Es de justicia que seamos nosotros, los 
muchachos del Oratorio de Turín, quienes os digamos gracias; nosotros que, desde el día nueve, tendremos la fortuna de estar más cerca q 
todos de don Bosco Beato. 

Os damos también las gracias, Beatísimo Padre, por vuestra gran bondad y paternal amabilidad al concedernos esta audiencia, cuyo 
recuerdo no se borrará jamás de nuestra mente. íGracias! 

Con estos sentimientos en el corazón nos resulta sobremanera dulce y grato arrodillarnos para recibir la bendición que Vuestra Santidad 
nos impartirá con particular efusión del corazón. Estamos firmemente convencidos de que esta bendición nos aportará a nosotros y a todos 
nuestros compañeros de la Casa Madre y de los demás Colegios Salesianos, una abundantísima rociada de gracias celestiales, que servirán 
para alcanzarnos la perseverancia y el entusiasmo por el bien y por nuestra santa fe, que nos haga verdaderamente dignos hijos de don Bos 
a quien ahora saludamos como Beato. 

Santidad, 

Pedimos también esta bendición para nuestros queridos padres, para nuestros amados Superiores, de modo especial para nuestro Señor 
Director, que nos ha acompañado hasta aquí, por nuestros estudios y nuestro trabajo. Bendición amplia para las personas, los lugares y el 
tiempo; rica en gracias; llena de aquel motor paternal que Jesús mostraba a los jóvenes, y que Vuestra Santidad, copiando al divino Model 
siente y demuestra de manera tan maravillosa. 

Después de esta lectura, tuvo el Papa la bondad de dirigir a los reunidos este paternal discurso. 

íPredilectos hijos de don Bosco y nuestros! 

Me han gustado vuestros cantos y vuestros aplausos porque manifiestan el amor profundamente filial que sentís a Nuestra Persona; pero 
nos gusta mucho más vuestra presencia. No habéis querido, hijos míos, abandonar la Ciudad Eterna sin volver a ver al Padre; os ((161)) 
aseguro que también el Padre deseaba volver a ver, antes de que partieran, a sus hijos tan buenos y tan queridos. 
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Por eso, os volvemos a ver con satisfacción, y con tanto más placer por cuanto volvemos a ver a don Bosco no sólo en el gran cuadro, qu 
resplandeció en la Basílica de San Pedro, en aquel inmenso espectáculo de almas y de oración, por la glorificación de vuestro y nuestro 
Beato don Bosco; y en la ocasión en que hemos podido hablar a la inmensa familia salesiana, en el patio de San Dámaso; sino que volvem 
a verlo en vosotros, que sois su porción elegida. 

En vosotros, teólogos de hoy, sacerdotes de mañana, exponente espiritual de la familia salesiana, de esa numerosa tropa formada por 
Salesianos, Hijas de María Auxiliadora, Alumnos y Cooperadores; en vosotros, futuros sacerdotes, esperanza de tantas almas, que 
ansiosamente aguardan la palabra de la verdad, la palabra divina del Evangelio, que saldrá de vuestros labios. 

En vosotros, queridos muchachos pequeños predilectos de nuestros antecesores, como lo sois de Nos y de don Bosco, el cual amó las 
almas de los pequeños como Nuestro Señor. Vosotros sabéis que las almas de los más pequeños son las predilectas de Nuestro Señor 
Jesucristo, y os aseguramos que también lo sois para Nos, queridísimos hijos de la Casa Madre, yemas de las primeras plantas, que don 
Bosco cultivó con tan solícitos cuidados. Antes de bendeciros queremos decir dos palabras a los unos y a los otros: pocas palabras que 
caerán en buen terreno, y que vosotros haréis fructificar, como os lo enseñó vuestro Padre, el Beato don Bosco. 

A vosotros, teólogos, a vosotros hijos de don Bosco y teólogos salesianos. Sois estudiantes de teología: estudiadla bien; es la ciencia de 
Dios a quien debéis llevar muchas almas. Teólogos salesianos, he aquí la palabra que os dirigimos: trabajad siempre, mas sin dejar la 
oración, la meditación, el espíritu de piedad, ya que, sin estas ayudas, no se puede trabajar útilmente para gloria de Dios. En efecto, así com 
una máquina, por muy perfecta que ella sea, por mucho brillo y poder que tenga, no funciona sin fuerza motriz, mientras que, cuando recib 
el empuje necesario, trabaja expeditamente; así debe ser también para vosotros la oración y la meditación: he ahí el secreto para lograr que 
vuestras obras sean fecundas con frutos de santidad. 

Recordad que los frutos alborotados, faltos de recta intención y de la gracia, no son los que agradan a Dios. Amad, pues, la teología y 
procurad que os lleve a una vida de sincera piedad; pedid al Señor que os ayude a orientarla hacia estos sentimientos; de este modo 
compartiréis vuestros ideales. Amad, procurad que vuestra teología tenga amplia, profunda y eficaz aspiración ascética; sea la teología la 
base y la inspiración ascética; y sirva la ascética para la inspiración teológica. 

Y a vosotros, queridísimos jóvenes, una palabra más tierna y paternal. Os decíamos que así como Nos hemos tenido el placer y la 
satisfacción de glorificar a don Bosco, elevándolo al honor de los altares, ((162)) así os toca ahora a vosotros glorificarlo y tributarle el 
correspondiente honor en la tierra. El Papa ha pensado en el honor celestial de don Bosco; los hijos del Beato deben pensar en el honor de 
Padre: Honor patris, filius sapiens. Pero vuestra sabiduría debe manifestarse en el espíritu, en la palabra, en las obras, en el trabajo de toda 
vuestra vida cristiana y en las relaciones sociales; en vuestras posiciones inequívocas, en vuestras conversaciones rectas y en todas las 
circunstancias de la vida. Entonces seréis verdaderamente hijos sabios y vuestro Padre estará en vosotros y será glorificado por vosotros. 

Queremos añadir una palabra más: todos debéis tener un profundo sentimiento de lo que sois. Filii sanctorum sumus, dice el escritor 
sagrado, palabras propias de los hijos de la Iglesia, de la gran familia Católica; pero que desearíamos tuvieseis siempre presentes vosotros, 
ejército salesiano, ya que el pensamiento de la santidad del Padre hace que los corazones de sus hijos se sientan santamente altivos y 
orgullosos. 
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Habéis oído estas palabras en medio de la alegría y el esplendor de la apoteosis de don Bosco y os auguramos que ello contribuya a 
esculpirlas en vuestros corazones. 

Sois hijos de un Santo; y habéis de mostraros siempre dignos de tal honor por doquiera. Ello os ayudará, queridos míos, a dirigir vuestro 
pensamientos, deseos y aspiraciones hacia lo alto, hacia la verdad y el bien; así estará contento vuestro Beato de vosotros y se os reconoce 
por todas partes y se dirá que el Beato don Bosco ha sido glorificado en la sabiduría de sus hijos. 

Y ahora para alcanzaros el cumplimiento de estas metas sublimes, os impartimos la Bendición Apostólica extensible a todas vuestras 
intenciones: la impartimos a los Salesianos, alumnos y exalumnos, a los colegios, a las Misiones, a todo lo que lleváis con vosotros o que 
está en vuestro pensamiento: entendemos que llegue a todo nuestra bendición. 

Todos se postraron para recibir la bendición del Papa, el cual en medio de los aplausos abandonó la sala, acompañado por las miradas 
ansiosas y centelleantes de aquella generosa juventud. 

Pensaban los Superiores Salesianos imprimir a las manifestaciones romanas un carácter de perennidad, mediante una obra que fuese 
imperecedero recuerdo en Roma del fausto suceso para los venideros. Por eso llevaban ya entre manos una empresa que resultaba muy 
oportuna. Se estaba formando, desde hacía veinte años, un barrio nuevo, cada vez más populoso entre Tor Pignattara y Via Appia Nuova. 
Los nuestros habían adquirido por allí, en 1929, junto a la vía Tusculana ((163)) un estimable terreno que medía treinta y cinco mil metros 
cuadrados, con la idea de levantar amplios talleres y escuelas profesionales para unos trescientos jóvenes internos, más otras construccione 
para oratorio festivo y centro postescolar. Se pensaba también en construir un templo majestuoso para atender las necesidades espirituales 
la nueva población, con capacidad para seis mil fieles por lo menos y dedicado a María Auxiliadora. Los planos, confiados al hermano 
arquitecto Julio Valotti, ya estaban preparados en abril de 1928 y el doce de mayo del año siguiente, día onomástico de Pío XI, fueron 
presentados al Padre Santo, a quien se le comunicó que se quería titular la obra con su nombre, como devoto homenaje de los Salesianos e 
su inminente jubileo sacerdotal. El Papa manifestó su agradecimiento por la filial demostración; y, al examinar detalladamente los planos 
las escuelas, se detuvo ante el proyecto de la iglesia y mostró su satisfacción. Y como se entendía comenzar ésta en un segundo tiempo, 
exhortó a que se empezara sin demora. Por tanto, cuando se anunciaba como cierta y próxima la beatificación de don Bosco, aunque todav 
no estuviera acabada ni siquiera la primera ala del edificio escolar, los Superiores determinaron que, en el programa de las fiestas que se 
preveían, se incluyese también la ceremonia de la 
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colocación de la primera piedra de la iglesia y se considerase toda la obra como un monumento al Papa de la beatificación. 

Cuando don Fidel Giraudi le presentó los planos de la iglesia, expresó el Papa otro deseo: aconsejaba que se la diese mayor amplitud, pu 
parecíale cierto, como lo confirmaron los hechos, que crecería notablemente la población por los alrededores. Y más aún, casi a título de 
incentivo, ofreció un millón de liras; y no paró ahí su munificencia, ya que, durante el curso de los trabajos entregó, posteriormente, a 
plazos, otra cantidad igual. 

El sagrado rito se desenvolvió con la mayor solemnidad el día cuatro de junio por la tarde, mientras en la Basílica del Sagrado Corazón 
((164)) empezaban los Salesianos el grandioso triduo que suele celebrarse en la Urbe en honor de los nuevos Beatos. El terso cielo de Rom 
favoreció la sugestiva función, deslumbrante por su grandioso aparato. Había allí cinco Purpurados -Pompili, Hlond, Cerretti, Lauri, 
Gamba-, numerosos Obispos, muchas autoridades eclesiásticas y civiles, un numeroso grupo internacional de sacerdotes y religiosos, las 
Hijas de María Auxiliadora, Cooperadores y exalumnos en número considerable, varios colegios salesianos, que llenaban la inmensa área 
torno al armazón que sostenía un bloque de piedra destinado a ser el centro sobre el cual se elevaría el nuevo templo. Tocó la banda de 
música una marcha y don Felipe Rinaldi explicó a los asistentes las razones remotas y próximas del homenaje que los Salesianos querían 
rendir al Pontífice felizmente reinante. A continuación del discurso, el cardenal Pompili, Vicario de Su Santidad, bendijo la piedra, que, 
después de recibir la primera paletada de cal, fue bajada lentamente hasta el fondo de la zanja. En una cavidad de la piedra se había 
encerrado un estuche de plomo con un pergamino y unas medallas. En el pergamino había esta inscripción: Bajo el Pontificado de Pío XI, 
el año de su Jubileo sacerdotal, siendo Rey de Italia Víctor Manuel III y Duce de los Italianos Benito Mussolini, en el año VII de la Era 
Fascista, en el cual JUAN BOSCO padre y Legislador de los Salesianos, fue inscrito entre los Beatos, don Felipe Rinaldi, Rector Mayor d 
la Sociedad Salesiana, a fin de perpetuar la memoria de tan insigne suceso, hizo empezar en este nuevo barrio de Roma, bajo los auspicios 
el nombre de tan gran Pontífice, el Templo dedicado a María Auxiliadora y el grandioso Instituto profesional para jóvenes aprendices y el 
Cardenal Vicario Basilio Pompili, bendijo la piedra angular, según el rito, el 4 de junio de 1929. Acabada la ceremonia, pronunció unas 
palabras el Cardenal oficiante; después visitaron los presentes las obras en construcción, que en su conjunto ocuparían 
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una superficie como siete veces el Hospicio del Sagrado Corazón. 

Hemos hecho referencia al triduo, primer homenaje solemne de ((165)) veneración al Beato don Bosco. Tejieron las loas del festejado 
monseñor Salotti, monseñor Olivares y el cardenal Gamba. Acudieron a celebrar la Misa del Beato muchísimos sacerdotes seculares y 
regulares. No disminuyó en todo el día la afluencia de devotos. Las sagradas funciones se desenvolvían solemnísimamente en medio de un 
derroche de luces y ante imponentes multitudes. Manifestaciones externas, espléndidas iluminaciones nocturnas, conciertos de bandas 
salesianas, himnos y cánticos de los jóvenes alegraban a las multitudes que acudían a participar en la alegría de los hijos de don Bosco. 

El triduo continuó con la fiesta del Sagrado Corazón, que coincidía precisamente con el día de la clausura. Daba la impresión de que el 
mismo Sagrado Corazón de Jesús quisiera glorificar al que tanto había trabajado y sufrido por su gloria, como extensamente se narra en la 
Memorias Biográficas del Beato. Coincidió aquel siete de junio con otro suceso. A las once de la mañana se celebró en el Vaticano el 
intercambio de ratificaciones del Pacto Lateranense del once de febrero, que debían entrar definitivamente en vigor al son de las campanas 
del mediodía. Satisfizo pensar, por tanto, que el Corazón del Redentor, dueño de los corazones y de los sucesos humanos, presidiese 
precisamente entonces aquel gran acto, con el que se cumplía uno de los más ardientes deseos de don Bosco, la Conciliación entre la Santa 
Sede y el Estado Italiano. 

La solemnidad del Sagrado Corazón no acabó de repente con la concurrencia de los fieles romanos, deseosos de venerar a don Bosco en 
iglesia por él levantada. Una nota característica llamó la atención durante el triduo y los días siguientes: la frecuencia de los Sacramentos. 
confesaba en todos los rincones de la iglesia y casi a todas las horas del día, y se distribuía la comunión casi sin cesar. Fue un detalle que 
llamó la atención después en las celebraciones ampliamente tenidas en Italia y en el extranjero. No se habría podido ciertamente honrar a 
don Bosco de un modo más de acuerdo con el espíritu de su apostolado, que él ejerció siempre difundiendo la práctica de una piedad, 
diríamos, tan sacramental. 

((166)) No hemos hablado de las interpretaciones musicales. Sería éste un olvido imperdonable, dado el brillo que la música proporcionó 
las fiestas y la importancia que ella suele tener en toda fiesta salesiana. Llamó la atención la Schola cantorum del Colegio del Sagrado 
Corazón, reforzada con los mejores cantores de las Capillas 
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romanas, bajo la dirección del salesiano don Rafael Antolisei. Este gran Maestro había hecho su parte. Escribió una Misa, a ocho voces 
mixtas, que se interpretó el primer día del triduo y recibió las más altas alabanzas de los entendidos. Todos admiraban la belleza de la 
inspiración melódica, la poderosa técnica de corte palestriniano y la variedad de efectos conseguidos. El día cinco se unieron a su Schola 
cantorum, en simpática hermandad, setenta sopranos y contraltos y ochenta tenores y bajos, pertenecientes a la Schola cantorum del Orato 
de Turín, dirigida por nuestro Dogliani. Formaron un conjunto de doscientos sesenta cantores, que interpretaron la Missa Brevis, a cuatro 
voces, de Palestrina. La majestad y la potencia de los acordes embelesaron a cuantos tuvieron la suerte de disfrutar de aquella ejecución. 
Pero la Misa mejor estaba reservada para el tercer día: la Missa Assumpta est, a seis voces, del mismo Palestrina. Es una partitura para dos 
sopranos, un contralto, dos tenores y bajo. El tejido de la polifonía palestriniana se acerca a lo prodigioso; a cada frase, a cada momento se 
suceden nuevas e inspiradas maravillas que sorprenden y enamoran. El Maestro supo arrancar de su masa coral, claras y distintas, las más 
ocultas bellezas de aquella obra maestra. Lo mismo por la mañana que por la tarde se interpretaron, además, cada día composiciones de 
Meluzzi, Antolisei, Dogliani y otros reputados Maestros con acompañamiento de órgano. Quedó sellado el triduo musicalmente el último 
con el Te Deum a cuatro voces de Antolisei. 

El día siete por la noche empezó el éxodo de los peregrinos llegados a Roma para la beatificación de don Bosco. Los encontraremos pro 
en Turín. 
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((167)
)


CAPITULO IX 

EL TRASLADO DEL CUERPO 

AL llegar a este punto, un poeta a la antigua invocaría a su musa diciendo: -Cántame, Diva, la vuelta del Héroe, las turbas de gente sin 
cuento que le aclamaban, el ejército inmenso que lo escoltaba, y el caudillo que encabezaba la marcha. 

Pero aquí, el clarín de la epopeya cede su plaza a la pluma de la crónica. 

Es muy antigua en la Iglesia la costumbre de trasladar los cuerpos de los santos de un lugar a otro con solemnidades religiosas. Baste 
recordar la pompa con que fueron trasladados, el año ciento siete, los restos de los huesos del obispo San Ignacio, martirizado en Roma, 
hasta su ciudad de Antioquía. Moroni, autor del célebre Dizionario di erudizione storico-ecclesiastica, describe, con abundancia de detalle 
en el vocablo TRASLADO DE LAS RELIQUIAS DE LOS SANTOS, y también en otros, las procesiones extraordinarias, con las que, en 
diversos tiempos, se hicieron algunos de dichos traslados, con participación masiva y fervorosa de los pueblos. El martirologio romano da 
cuenta muchas veces de los traslados de los cueroos de los Santos, como sucesos de la mayor importancia. 

Dos causas contribuyeron siempre para celebrar con grandiosidad estos ritos: la veneración de los Siervos de Dios y los prodigios obrado 
en sus tumbas. La finalidad de la Iglesia al favorecer esta piadosa costumbre, queda expresada claramente en un anuncio sagrado referido 
por dicho autor y publicado con ocasión del ((168)) traslado de la mártir romana Santa Bonosa por el cardenal Odescalchi, Vicario del Pap 
Gregorio XVI, el 4 de agosto de 1838: rendir honor a Dios con la exaltación de sus santos, despertar en los fieles el recuerdo de sus virtud 
encender en todos el deseo de imitar sus ejemplos e inspirar confianza en su intercesión. 

En el caso de don Bosco actuaron poderosamente una y otra causa y se alcanzaron ampliamente los cuatro efectos. En los primeros mese 
del año 1929 abundaban los signos que permitían presagiar manifestaciones populares extraordinarias en Turín con motivo del traslado; lo 
hechos superaron con mucho toda previsión. Afortunadamente los preparativos estuvieron a tono con el suceso. 
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Preparativos generales 

Era preciso, ante todo, comunicar con tiempo la fecha de los festejos y publicar las líneas fundamentales del programa. El Rector Mayor 
don Felipe Rinaldi se preocupó de ello en su circular del cuatro de abril a los directores diocesanos, decuriones y celadores de los 
Cooperadores. Ya anunciaba en ella que «el suceso por tantos años esperado, apremiado por los deseos y las plegarias de tantas almas», 
estaba a punto de llegar; encargaba, por consiguiente, a los destinatarios que hicieran llegar a todos los miembros de la Pía Unión la 
invitación para ir a Roma el dos de junio y el nueve a Turín. Y, después de comunicar lo que se haría en Roma, anunciaba para Turín el 
traslado del cuerpo desde Valsálice a la Basílica de María Auxiliadora, un solemne triduo en el mismo santuario y la colocación de la 
primera piedra de un Instituto Misionero. 

Lo segundo en que había que pensar para Turín, mucho más que para Roma, era en una adecuada organización. Roma absorbe las 
multitudes, que se encauzan fácilmente por sí mismas y encuentran allí lo esencial; además, la inmensidad de San Pedro facilita a todos el 
acomodarse ((169)) de algún modo dentro o fuera de la Basílica. En cambio en una ciudad de provincia, aunque sea Turín, si se quieren 
congregar masas muy grandes sin que se pierdan y que las reuniones de multitudes se desarrollen ordenadamente, está todo por hacer. Pero 
don Felipe Rinaldi tenía a su disposición el hombre que se necesitaba, dotado de la clarividencia, energía y sangre fría que se requerían pa 
organizar un gigantesco movimiento. Era el Prefecto General don Pedro Ricaldone. A él le encargó la organización los preparativos y la 
ejecución de los mismos, y él fue quien dirigió todo lo que vamos a ir describiendo. 

Constituyó inmediatamente comisiones de honor y comisiones organizadoras. Aceptaron la presidencia honoraria de la Comisión 
masculina el Príncipe Heredero, otros siete Príncipes de la Casa de Saboya y el Cardenal Arzobispo; y se adhirieron como miembros 
honorarios setenta y seis ciudadanos más, entre aristócratas, dignatarios eclesiásticos y civiles, altos funcionarios, senadores y diputados, 
lumbreras de las letras y las ciencias, industriales y financieros. 
Dieron su nombre a la Comisión femenina cinco Princesas de la Casa de Saboya como presidentas, y otras ciento cincuenta socias, entre 
damas de la nobleza y señoras de la alta burguesía. De esta forma resultó que la flor y nata del señorío de la ciudad esperaba la llegada del 
suspirado acontecimiento, no como un pasivo espectador, sino con el ánimo de ser parte activa del 
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mismo. En efecto todos aquellos nombres no significaban solamente adhesiones platónicas, sino que tenían voluntad de cooperar con su 
autoridad, su influencia y hasta su acción personal. 

Mientras se recogían estas firmas, laboraba incansablemente una Comisión general organizadora, presidida por don Pedro Ricaldone, 
compuesta por Salesianos, y dividida en seis subcomisiones, cuyas respectivas funciones estaban distribuidas de este modo: 1.ª 
Peregrinaciones, alojamiento y transportes.-2.ª Exhumación, recomposición, veneración de los restos.-3.ª Funciones religiosas.-4.ª Traslad 
de los restos.-5.ª Propaganda, prensa..-6.ª Radioaudiciones, documentación, foto-filmes. 

((170)) De estas subcomisiones dependían las secciones de los antiguos alumnos internos de Valdocco, que ayudaban a preparar la 
recepción y hospedaje de sus colegas italianos y extranjeros, y despachaban la correspondencia epistolar con las Juntas de los Antiguos 
Alumnos de todas las naciones. Y, así como después la Junta diocesana de Turín había señalado el nueve de junio para la reunión regional 
de la juventud masculina y femenina, la Asociación de los Antiguos Alumnos resultó también muy útil para ordenar lo necesario a tal fin. 

Cada subcomisión tenía su jefe; la cuarta, a la que correspondía la organización del cortejo para el traslado, estaba bajo la inmediata 
dependencia de mismo Prefecto General. La estrecha colaboración de estas variadas actividades produjo éxitos tan grandes como no se 
hubieran podido desear, lo mismo en Roma que en Turín. Ya hemos dicho bastante de Roma; también se ha dicho lo suficiente de cuanto 
refería a las incumbencias de la segunda subcomisión. Hablaremos aquí del resto. 

Preparativos especiales 

Una de las mayores preocupaciones fue la de atender las numerosas peregrinaciones que se anunciaban. »Cómo alojar y mantener a tanta 
gente? La primera subcomisión, presidida por el Consejero General don Antonio Candela, tuvo la feliz idea de ponerse de acuerdo con la 
sección piamontesa del Instituto Colonial Fascista, que se prestó a cuanto fuera necesario con la mejor voluntad del mundo. Se centró, pue 
en esta institución todo el gran movimiento, de forma que se obtuvo unidad directiva. La institución, secundada y favorecida por el Alcald 
conde Thaon de Revel, proporcionó alojamiento a 
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los muchos jóvenes procedentes de las casas salesianas en los gimnasios escolares y, a fin de que hubiese un lugar suficientemente amplio 
seguro donde aparcar toda suerte de vehículos, preparó en el Estadio un inmenso espacio, donde estacionar, por un coste insignificante, 
automóviles, autocares, motocicletas, coches, carritos y carruajes de todo género. Hizo construir, además, tres ((171)) pabellones, donde se 
suministrasen comidas frías y bebidas a cuantos quisiesen. Buscó, por fin, e hizo la lista de las habitaciones en casas particulares y hoteles 
disponibles del ocho al trece de junio. Don Antonio Candela buscó personalmente alojamientos decorosos para los Obispos italianos y 
extranjeros en las casas parroquiales, casas religiosas y familiares. Los turineses respondieron a la llamada con laudable espíritu de civism 
Las habitaciones libres de las casas salesianas de la ciudad estaban reservadas para los Cardenales, los Obispos, los Inspectores y los 
delegados que acompañaban a estos últimos al próximo Capítulo General de la Pía Sociedad. Don Pedro Ricaldone repartió hasta el listín 
precios para hospedaje y manutención en los hoteles públicos y envió a los jefes de cada una de las peregrinaciones un módulo, que debían 
llenar, suministrando una serie de informes detallados y precisos, muy útiles para evitar o al menos disminuir, por cuanto fuere posible, lo 
imprevisto. 

Los datos recogidos servían también a la Dirección de Ferrocarriles para coordinar el movimiento de trenes. Se había concedido la rebaj 
del cincuenta por ciento hasta a los peregrinos aislados. El jefe de la circunscripción regional de ferrocarriles se esmeró con verdadero celo 
para que todas las estaciones de Turín estuviesen en situación de poder atender al rápido y continuo sucederse de trenes de llegada y de 
salida. Se abrieron para tal fin andenes provisionales y nuevas líneas para la partida de los trenes. La Asociación Nacional de Transportes 
ordenó que se suspendiera durante cinco días la aceptación de algunas mercancías dirigidas a Turín. Las Compañías municipales de tranví 
y las de ferrocarriles privados tomaron también oportunísimas disposiciones. 

Se confiaba mucho en la prensa de la ciudad, de la que se ocupaba la quinta subcomisión; por eso valióse don Pedro Ricaldone de una 
ocasión propicia para concertar una reunión de periodistas en el Oratorio. Debíanse inaugurar los nuevos locales destinados a la prensa 
periódica salesiana; nada más natural que invitar a una recepción a los periodistas turineses. Acudieron éstos en gran número y don Pedro 
Ricaldone pudo así exponerles el programa de las fiestas y ponerles ((172)) en relación con los miembros de la quinta subcomisión, los 
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cuales les habrían podido proporcionar de este modo todos los informes oportunos. Por este medio pudo la subcomisión comunicarse con 
más importantes diarios de Italia y del extranjero, que a su vez informarían exactamente al público sobre la grandeza y la santidad del nuev 
Beato y difundirían ampliamente todas las noticias referentes a las manifestaciones en su honor. 

También la tercera subcomisión, presidida por el Catequista General, don Pedro Tirone, tuvo su quehacer. La afluencia de sacerdotes 
forasteros y la presencia de muchos Obispos requerían altares, ornamentos y vasos sagrados en abundancia. La administración de los 
Sacramentos a millares de fieles exigía disposiciones excepcionales, si se quería que resultase fácil y rápida. Además, se esperaba que en l 
Basílica de María Auxiliadora, durante el triduo se celebrarían sin cesar grandiosas ceremonias, cuyo éxito dependía de una cuidadosa 
preparación. Se estableció entre otras cosas un programa musical tan rico y variado, que, para ejecutarlo bien, fueron necesarios inteligente 
y repetidos ensayos. 

En cuanto a los ornamentos, los más importantes eran los que habían de usarse en los pontificales. Hacía dos años que trabajaban en ello 
más de cuarenta personas, entre hermanas, novicias y postulantes de las Hijas de María Auxiliadora. Fue un homenaje magnífico suyo al 
Fundador la preparación de seis capas pluviales, una casulla, cuatro dalmáticas, tres estolas, tres manípulos, un velo humeral, un paño de 
cáliz, dos bolsas de corporales, un conopeo y un frontal. Los bordados ejecutados sobre rico tejido demostraban una técnica y una habilida 
superiores a todo elogio; rivalizaban en ellos la grandiosidad del dibujo y el primor de la ejecución. El más mínimo detalle había sido 
realizado con exquisita diligencia. Algunas florecillas, ciertas hojitas, determinadas volutas habían costado jornadas enteras de paciente 
atención; y pequeñeces de esta índole las había a cientos en un solo pluvial. Se emplearon en ello veinte kilos de oro. Resulta un 
monumento, muy digno de recuerdo para la posteridad, la piedad filial del Instituto a su gran Padre. 

((173)) Correspondía a la tercera subcomisión cuidarse de la ornamentación del santuario, y tanto se hizo que, al acabar, los más asiduos 
no reconocían su iglesia. La Gloria del Beato en la gigantesca pintura expuesta en San Pedro dominaba el templo desde el altar mayor. 
También procedían de Roma los dos grandes cuadros de los milagros, los cuales colgaban de las paredes laterales del mismo altar. 

La Sexta subcomisión dio los pasos necesarios para obtener una instalación radiofónica que transmitiese al público situado en los patios 
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del Oratorio, en la plaza de María Auxiliadora y a lo largo de la avenida Regina Margherita las ejecuciones musicales, salmodias, 
predicaciones, oraciones, que se hicieran en la Basílica. Era una novedad en el campo religioso, que fue después imitada en varios lugares 
La misma subcomisión facilitó los enseres para documentar con fotografías y películas cinematográficas los detalles más salientes del 
traslado. 

Preparativos para el cortejo 

El trabajo mayor fue el encomendado a la cuarta subcomisión: la preparación del cortejo que debía acompañar el cuerpo del Beato desde 
Valsálice a Valdocco. Si se quería que todo respondiese a las esperanzas universales, no bastaba ciertamente trazar un plan grandioso, sino 
hacerlo posible y de segura realización. De ello se preocupó personalmente don Pedro Ricaldone, el cual supo buscar colaboradores a 
propósito y dirigir su actuación. Comenzó por estudiar detalladamente el recorrido y buscarse el apoyo de las Autoridades ciudadanas. 
Después se dispuso a calcular las modalidades que debían regular el desfile. Con escuadras de alumnos del Oratorio repitió varias veces lo 
ensayos para determinar la extensión de las columnas y medir el tiempo de la marcha. Resultaba indispensable hacer estas pruebas 
previamente, porque eran cada vez más los participantes que se anunciaban: el cálculo preventivo de sesenta mil, elevado luego a cien mil, 
resultó ((174)) después inferior a la realidad. Se fijaron dieciocho agrupaciones, al frente de cada una de las cuales se colocó un sacerdote 
salesiano, dotado de la necesaria energía. Hecho el cálculo aproximado de los individuos asignados a cada grupo, don Pedro Ricaldone dio 
instrucciones a los jefes para que movilizaran unos doscientos ayudantes elegidos entre los exalumnos, los padres de familia asociados y lo 
jóvenes de los oratorios festivos. Señores de profesiones liberales, estudiantes y obreros prestáronse a ello con verdadero fervor, sacrifican 
muchas horas de descanso para asistir a las reuniones. Con el título de reguladores fueron repartidos entre los jefes de grupos, en número 
proporcionado al contingente del grupo respectivo. Algunos ilustres eclesiásticos se ofrecieron para la asistencia de los Cardenales y 
Obispos, y algunos señores de la aristocracia aceptaron el ocuparse del ceremonial para las personalidades más distinguidas. 

Una vez compilados así los cuadros, eligió don Pedro Ricaldone los puntos de concentración de los grupos, lo mismo para la partida 
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que para la llegada. En un folleto impreso se indicaba con claridad la organización definitiva; se señalaban las normas para realizar con 
orden y con calma las distintas evoluciones y quedaba establecido todo lo que se debía hacer durante el movimiento; precisaba, además, la 
hora exacta de las concentraciones, los puntos donde salir fuera y donde cortar y el momento de hacerlo, el número de agentes necesarios 
según la diversidad de los lugares para contener a la multitud o para facilitar a los grupos el ingreso en el cortejo. Llevaba el folleto unos 
planitos topográficos en los que se señalaban el recorrido y los distintos puntos de concentración, antes y después. Distintivos, brazaletes, 
tarjetas de paso libre, billetes especiales, todo se previó, preparó y distribuyó oportunamente. 

No podía olvidarse una cuidadosa organización sanitaria. Y en la sede del Instituto Colonial Fascista hubo una reunión de técnicos 
sanitarios los cuales, después de estudiar las posibilidades, dispusieron que se prepararan veintiún puestos de socorro de urgencia. En cada 
uno de ellos habría el material necesario, un médico, un practicante y sus ayudantes. La Milicia movilizaría tres centurias, poniendo los 
Camisas Negras a las órdenes de los dirigentes de la labor sanitaria. 

((175)) Para tranquilizar a las Autoridades, don Pedro Ricaldone dioles a conocer el folleto con el programa de todo el movimiento, que 
fue alabado en todas partes. El Príncipe Heredero, que había determinado asistir a la gran manifestación, quiso ver aquel programa y 
manifestó su admiración por la ejemplar habilidad con que se había preparado todo. 

La quinta subcomisión abrió un concurso para el himno que debía cantarse durante el acompañamiento. Fue ganado por el original de do 
Segundo Rastello, con música de don Miguel Gregorio. Los dos Salesianos habían logrado verdaderamente imponerse: letra y música 
poseían la forma popular requerida por la circunstancia 1. Aprobó además, la publicación de una elegante Guía-Itinerario de un paseo 
turístico en tranvía para tener una breve orientación en la Ciudad de Turín, con el retrato y una sencilla biografía de don Bosco. 

Finalmente don Pedro Ricaldone aprobó un programa de fuegos artificiales para la noche de la fiesta, presentado por la Compañía 
Battagliotti. 

Todos estos preparativos, publicados por la prensa para conocimiento del público, creaban en la población una atmósfera de ardiente 
espera. Reinaba perfecto acuerdo entre las Autoridades eclesiásticas 

1 Fue muy alabado por Il Momento (Ap., Doc., 12). 
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y civiles, que deseaban un homenaje triunfal a don Bosco. Las asociaciones religiosas y patrióticas rivalizaban en el ofrecimiento de su 
colaboración. Los Príncipes y Princesas de la Casa de Saboya se habían unido al pueblo, yendo a Valsálice para reverenciar la urna que 
encerraba las reliquias del humilde sacerdote turinés. Desde Valdocco y Valsálice había empezado a extenderse la animación después de l 
celebraciones romanas, por todos los barrios de la ciudad. La víspera del nueve de junio toda la ciudad de Turín vibraba por su hijo don 
Bosco. 

((176)) El nueve de junio 

íEl 9 de junio de 1929 fue una jornada histórica para Turín! 

Muy de mañana comenzó una verdadera invasión de la ciudad. Riadas de gente llenaban todos los caminos. Singularmente las líneas de 
ferrocarril. Las diversas estaciones rebosaban de peregrinos en breves espacios de tiempo. Trenes especiales, trenes repetidos y ampliados 
empezaron a llegar desde las cinco de la mañana. Iban en ellos muchas representaciones, algunas con sus músicas y, a menudo, con 
banderas. En las dos estaciones principales de Porta Nuova y Porta Susa, se habían instalado, bajo cobertizos improvisados, unas mesitas 
con empleados extraordinarios para el sellado de los billetes. Como pudo saberse por los ambientes ferroviarios, al mediodía habían entrad 
en las diversas llegadas, más de cincuenta mil personas. Por las carreteras corrían sin parar autobuses, automóviles, motocicletas. Solamen 
de Asti llegaron treinta y dos autocares, supercargados de viajeros. Agotados todos los medios más veloces, en muchísimos pueblos 
recurrieron a vehículos de toda suerte, comprendidas las carretas de bueyes, en pueblos no muy apartados. Muchos peatones hacían el 
camino en grupitos y en comitiva. Los peregrinos se dirigían hacia Valdocco, se iban juntando en las cercanías de la Basílica de María 
Auxiliadora y se colocaban en fila a medida que llegaban a las avenidas que desembocan en el famoso Rond\_. En la plaza de la iglesia hub 
sacerdotes que celebraron la misa uno tras otro, desde el alba hasta el mediodía. 

Mientras tanto, Valsálice se disponía a dar el último adiós a los santos despojos que con tanto honor y amor había guardado durante 
cuarenta y un años. Desde el salón, donde los habíamos dejado revestidos con los ornamentos sagrados y cercados de flores, la noche del d 
ocho fueron llevados a la iglesia del colegio, en la que no estuvieron 
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solos ni un momento. Don Felipe Rinaldi pronunció unas palabras evocadoras delante de la urna, recordando las lágrimas que habían 
acompañado su salida del santuario de María Auxiliadora ((177)) el año 1888 y presagiando el júbilo con que se la habría recibido despué 
el día de su feliz retorno. Los Salesianos de la casa la velaron durante toda la noche. Por la mañana don Felipe Rinaldi celebró la misa del 
Beato, a la que asistieron los superiores, los clérigos estudiantes y los jóvenes alumnos del preuniversitario, entre un nutrido grupo de 
exalumnos. Más tarde pontificó solemnemente nuestro cardenal Hlond. A esta función se admitió también público externo. 

Después llegó para visitar los gloriosos restos el cardenal Ascalesi, arzobispo de Nápoles, el cual, con delicadeza llena de piedad y 
amabilidad, recogió las rosas esparcidas en torno a la urna y las distribuyó a los más próximos, los cuales las recibieron con devoto 
reconocimiento. Llegaron otros Prelados a continuación, como el arzobispo de Génova, atraídos por su piedad. 

Hacia el mediodía se cerró el colegio a los forasteros y se llenó de alumnos de los colegios salesianos situados fuera de Turín. El de 
Sampierdarena estaba al completo, desde el Director hasta el portero. Entraban festivamente en formación, guiados por sus profesores, con 
banderas y músicas. Don Fidel Giraudi, que había dirigido directamente, desde el reconocimiento de los restos hasta entonces, todas las 
operaciones de Valsálice, invitó a comer a todos, presididos por el eminentísimo Hlond, varios Obispos salesianos y el escritor danés 
Jörgensen, autor de una recentísima biografía del Beato. Todos los vítores y aplausos durante el alegre banquete acababan con aclamacion 
al nombre de don Bosco. No podía entonarse un himno mejor que aquella festiva alegría juvenil en honor de quien había sido durante toda 
su vida la delicia de los jóvenes. 

Las calles de la ciudad hormigueaban de gente una hora después del mediodía. Las secciones de los dieciocho grupos que debían particip 
en el cortejo se dirigían a sus puntos de concentración; el resto de la multitud corría de un lado a otro en busca de posiciones desde las que 
se pudiese ver lo mejor posible el desfile. A las dos y media estaban preparadas todas las concentraciones. Se acercaba el momento de 
empezar una de las más imponentes manifestaciones religiosas, que ciertamente jamás se habían visto ((178)) en Turín, y quizás muy rara 
vez en otros lugares. No nos es posible seguir adelante sin dar una idea de la disposición de los grupos, que debían componer el cortejo a 
medida que llegaba su turno. 
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El cortejo en preparación 

El itinerario del cortejo era forzoso en el trecho de Valsálice hasta el Po. Había que cruzar rápidamente el río, entrando por el puente 
Humberto, que se encuentra directamente por los que descienden a la ciudad. Después del puente Humberto hubo que trazar el recorrido 
hasta Valdocco de forma que ofreciese a los dieciocho grupos comodidad para alinearse sucesivamente. El trazado no podía ser mejor de l 
que se había establecido. 

Entre el lugar de partida y el de llegada de la urna había dos puntos que podían llamarse centrales: la plaza Vittorio Véneto y la plaza 
Castello, el primero por la cantidad y el segundo por la calidad de los grupos que debían reunirse en los mismos. En la amplísima plaza 
Vittorio estaban cómodamente reunidos y dispuestos de modo que podían ponerse en movimiento sin chocar unos con otros. He aquí su 
formación: 

I GRUPO.-Banda de música del Colegio Salesiano de S. Benigno. -Oratorios femeninos de las Hijas de María Auxiliadora de Turín. 
-Hijas de María.-Huerfanitas.-Huérfanos de Sassi.-Grupos gimnásticos.-Oratorianas. -Internados de Turín.-Círculo María Mazzarello con 
uniforme.-Exalumnas. 

II GRUPO.-Banda de música del Oratorio Salesiano de Monterosa.-Oratorios masculinos Salesianos de Turín. -Crocetta.-Monterosa.-S 
Pablo.-Banda de música del Oratorio Salesiano de San Pablo.-Valsálice. -Martinetto.-S. Luis Gonzaga.-S. Francisco de 
Sales.-Representaciones de las Escuelas Rurales del Piamonte. 

III GRUPO. -Agrupación Musical «Excelsior».-Obra Nacional de las Pequeñas Italianas. -Agrupación Musical de Educación y Descanso 
FIAT. -Jóvenes Italianas. 

IV GRUPO.-Banda musical de la Agrupación Deportiva «LANCIA».-Obra Nacional Balilla.-Banda del Instituto 
Bonafous.-Vanguardistas. 

((179)) V GRUPO.-Banda «Pietro Micca».-Asociaciones Religiosas e internados femeninos. -Centros de Educación de Turín. -Banda de 
Colegio de los «Artesanitos».-Colegios masculinos de Turín.-Representaciones de los Institutos de enseñanza media de Turín.-Instituto de 
«Consolata».-Escuelas Técnicas de S. Carlos. 

VI GRUPO.-Banda del Colegio Salesiano del Martinetto.-Representaciones de los Colegios Salesianos de Turín. -Martinetto.-San 
Juan.-Oratorio de San Francisco de Sales. 

VII GRUPO.-Banda de Agliè.-Colegios y Oratorios de las Hijas de María Auxiliadora del Piamonte (por orden alfabético de la ciudad). 
-Banda del Instituto Misionero de Foglizzo. 

VIII GRUPO. -Banda del Oratorio Salesiano de Asti.-Colegios y Oratorios Salesianos del Piamonte (por orden alfabético de la ciudad). 
-Banda del Colegio Salesiano de Novara. 
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Por la margen izquierda del Po, entre la plaza Vittorio y el puente Humberto, corren la calle Díaz y la avenida Cairoli. A lo largo de este 
recorrido esperaban su turno de marcha estos tres grupos: 

IX GRUPO.-Banda del Oratorio Festivo de Fossano.-Unión Femenina de Jóvenes Católicas.-Unión de Mujeres Católicas.-Banda del 
Oratorio de Saluggia.-Juventud Católica.-Unión de Hombres Católicos.-Círculo Universitario G.Agnesi. -Círculo Universitario Césare 
Balbo. -Junta Diocesana. -Banda «Don Bosco». 

X GRUPO.-Banda del Instituto Misionero de Ivrea.-Representaciones de las Cooperadoras Salesianas y de las Damas de María 
Auxiliadora.-Representaciones de los Exalumnos de don Bosco y de los Cooperadores Salesianos, de los Exalumnos del Cottolengo, de lo 
Hermanos de las Escuelas Cristianas, de las Conferencias de San Vicente de Paúl. -Un Grupo de Crevaria y de la Virgen de la Providencia 

XI GRUPO.-Banda del Colegio Salesiano de Milán.-Representaciones de las Casas de Italia y del Extranjero de las Hijas de María 
Auxiliadora (por orden alfabético). -Banda del Colegio Salesiano de Parma.-Representaciones de los Colegios Salesianos de Italia y del 
Extranjero (por orden alfabético). 

En el grupo noveno, que era de las Asociaciones de Acción Católica, sobresalía la sección de Jóvenes Católicos del Piamonte. Por la 
mañana habían tenido asamblea en el teatro Víctor Manuel, ((180)) presentes los cardenales Gamba y Maffi. El presidente general Jevolin 
llegado expresamente desde Nápoles, habló de Don Bosco, educador, y cerró su discurso diciendo: «Proponemos a las Autoridades civiles 
que sea introducida en las escuelas para un estudio sincero y profundo la vida de este Grande, y les presentamos el ardiente deseo de que e 
gigantesco faro de luz, que difunde sus vivos rayos de fe, de trabajo cristiano y de caridad desde Turín a todo el mundo pueda ser pronto u 
de los protectores de la Juventud Católica Italiana, de modo que todos podamos llamarnos devotos hijos de don Bosco». Estos jóvenes 
desfilaron corporativamente en el cortejo, formando una espesa falange de casi doce mil. 

Los grupos XII y XIII, que tenían el honor de escoltar la urna, se organizaron en el colegio de Valsálice. Un grupo aislado, el XVIII, 
destinado a cerrar el cortejo a continuación de los dos precedentes en la otra parte del río, esperaba a orillas del Valentino, en el ángulo qu 
este parque hace con la avenida de Víctor Manuel y el Po, a la izquierda del que entra en la ciudad por el puente Humberto. 

XII GRUPO.-Banda de música del Oratorio de San Francisco de Sales.-Casa de valsálice. -Congregaciones Religiosas 
Femeninas.-Instituto de las Hijas de María Auxiliadora con su Consejo General. 
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XIII GRUPO.-Cruz Procesional.-Clérigos Salesianos y de otras Congregaciones.-Seminarios diocesanos 
(Giaveno-Chieri-Turín).-Sacerdotes de la Residencia Eclesiástica. -Clero Salesiano. -Obispos y Arzobispos Salesianos. -Emmo. Cardenal 
Arzobispo de Turín. 

XVIII GRUPO.-Banda (la del grupo XIV). 

A) Representaciones: Grupos Fascistas de los Barrios de Turín.-Asociación Nacional de Combatientes.-Asociación de Voluntarios de 
Guerra.-Veteranos de Francia.-Bombarderos del Rey.-Asociación Nacional del Infante.-Asociación Nacional de Cazadores.-Asociación 
Piamontesa de Artilleros de Italia.-Asociación Nacional de Artillería de Montaña.-Asociación Nacional del Cuerpo de Ingenieros.-Direcci 
de la Sociedad de Veteranos del Mar.-Asociación de Caballería del Grupo Piamonte. 

((181)) B) Representaciones de Asociaciones Civiles: Banda de los ex alumnos «Sta. Cecilia».-Confederaciones Nacionales Fascistas: 
Industriales.-Comerciantes.-Agricultores.-Transportes terrestres.-Representaciones: Sindicatos Fascistas de la Industria. -Familia Turines 
Federación de Comunidades Artesanas.-Unión de Excursionistas. -Círculo Véneto.-Sociedad Protectora de Animales. -Peregrinaciones 
diversas. 

En los dos extremos opuestos de la Plaza Castello esperaban cuatro grupos importantes para incorporarse al cortejo, eran, el XVI y XVII 
junto al Palacio Madama, y el XIV y XV junto a la Catedral. 

XIV GRUPO.-Banda «Cardenal Cagliero» del Oratorio Festivo S. Francisco de Sales.-Congregaciones y Ordenes religiosas 
masculinas.-Superiores Provinciales y Generales.-Clero Diocesano.-Rectores de iglesias. -Párrocos. -Facultad de Derecho.-Facultad 
teológica.-Canónigos de las Colegiatas y de la Catedral. 

XV GRUPO (En la Catedral): Prelados. -Obispos. -Arzobispos. -Eminentísimos Cardenales escoltados por Caballeros de las Ordenes de 
Malta y del Santo Sepulcro, uniformados. 

XVI GRUPO.-(Atrio del Palacio Madama).-Autoridades Civiles y Militares.-Cuerpo Consular.-(Junto al Palacio Madama, a la derecha). 
-Comisión de Honor.-Alcaldes de los Ayuntamientos del Piamonte donde hay alguna obra de don Bosco. 

XVII GRUPO.-Banda militar de la Guarnición de Turín.-Representaciones: 
Asociación Nacional de Familias de los Víctimas de la guerra y Víctimas fascistas.-Asociación Nacional de Mutilados e Inválidos de 
Guerra.-Instituto de la Cinta Azul.-Universidad de Turín, Profesores y estudiantes.-Universidad Católica del «Sagrado Corazón» de Milán 
-Centros Superiores de Enseñanza. -Asociaciones femeninas del Profesorado en Escuelas Medias y Primarias. -Unión de Profesores «Don 
Bosco». 

Los jefes de grupos y sus ayudantes habían desplegado tanto celo para reunir a sus gentes y llevarlas oportunamente a los puestos 
asignados, que, a la hora establecida, la vasta formación no dejaba nada que desear. Así, desde el principio al fin se fue desarrollando el 
desfile con la precisión de un reloj. La presencia personal de don Pedro 
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Ricaldone, que, durante el largo trayecto (largo por el espacio del mismo y por su duración) ((182)) no conoció el descanso, llegaba siemp 
en el momento oportuno para corregir cualquier inicio de dispersión. En una gran procesión de tan enormes proporciones, si no hubiera 
habido ningún momento de corte, habría sido casi un milagro. 

Dominaban las bandas de música y los elementos juveniles, como es patente, en toda su composición; por eso músicas y canciones debía 
sucederse sin interrupción durante la interminable manifestación triunfal. 

El cortejo, en movimiento 

Demos ante todo una ojeada a la Plaza Vittorio, donde debía empezar el cortejo. Los balcones adornados con tapices y festones estaban 
llenos de gente, que asistía con curiosidad al espectáculo de la ordenación. Al espacio abierto de la plaza llegaban continuamente largas y 
numerosas columnas por las calles laterales y desde la Vía Po. Apenas desembocaban en la plaza se dirigían rápida y directamente a ocupa 
los puestos asignados en la formación de los primeros ocho grupos, que debían abrir el cortejo. En aquel hormiguero reinaba el entusiasmo 
pero no se advertía ninguna confusión, ningún enredo. En los soportales, detrás de los cordones de carabineros, agentes de policía, soldado 
y guardias municipales, se apiñaba la multitud que acudía a ambos lados para contemplar el paso de la bendita urna. Mirando desde la plaz 
a todo lo largo de la amplia Vía Po, flanqueada por sus grandiosos pórticos y magníficos edificios, no se veían más que colgaduras 
multicolores en ventanas y balcones, y a uno y otro lado un apretado público llenando los pórticos y a duras penas contenido en las aceras. 
Pero no parecía que el servicio de orden tuviera que afanarse para mantener libre la avenida en su mayor parte; la animación general no 
impedía la disciplina. Contribuía a ello la tradicional costumbre del pueblo piamontés y quizá también el carácter religioso de la ceremoni 

((183)) Al sonar la hora, dio don Pedro Ricaldone la señal de partida al primer grupo y tras él, se fueron colocando en columna los otros 
siete: el cortejo se encontró formado casi automáticamente. Pasaban de cincuenta mil los componentes. 

Precedía un grupo de guardias municipales en bicicleta, seguido inmediatamente por un graciosísimo conjunto de pajecillos con uniform 
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Véase la ilustración en el libro. 

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en rosa-azul celeste y en blanco-rosa, con pequeños estandartes y grandes lirios: eran niñas de los oratorios festivos de las Hijas de María 
Auxiliadora. La cabeza del cortejo entró por la Vía Po, dando principio a un hiperbólico desfile que duraría más de tres horas. 

Avanzaba el cortejo, siempre variado y siempre igual, en líneas frontales de a doce. La Plaza Vittorio parecía un gigantesco depósito, qu 
vertiera sin descanso gente y más gente. Las bandas de música, aunque eran numerosas, no se confundían unas con otras, pues estaban 
separadas por pelotones de varios millares. Don Bosco ritorna resonaba en cien tonalidades distintas, de acuerdo con la edad y el pecho de 
los cantantes, que pasaban divididos en sus diferentes grupos. Despertaron gran curiosidad las representaciones de toda Italia y de todas la 
naciones. Había muchachas simbolizando las regiones italianas; había jovencitas que llevaban estandartes con los escudos de las distintas 
naciones, donde existen casas salesianas; había centenares de muchachos que llevaban una faja en bandolera con los nombres de las 
localidades, donde los Salesianos tienen colegios u oratorios festivos. En suma, se sucedían sin cesar detalles muy distintos bajo las mirad 
atentas de la multitud espectadora; no bastarían cien páginas para hacer una reseña de todos ellos con algún informe. 

Cuando el octavo grupo, que ocupaba el último puesto en el fondo de la Plaza Vittorio hacia el río, estaba alineado en el centro y se mov 
tras el precedente, iba inmediatamente tras él el noveno, seguido del décimo y del undécimo, que estaban esperando en Vía Díaz y en la 
avenida Cairoli. Los componían más de doce mil, precedidos por un larguísimo y blanquísimo cortejo de Juventudes Católicas femeninas 
con uniforme ((186)) y velo blanco. Dejamos que toda esta primera parte del cortejo haga su camino por la Vía Po, atraviese la Plaza 
Castello, recorra la Vía XX de Septiembre y siga por la Avenida Reina Margherita, hacia María Auxiliadora; nosotros vamos, mientras 
tanto, en busca de la segunda sección, procedente de Valsálice. 

Allí estaban a las dos, en la capilla del Colegio, doce Obispos Salesianos y los Superiores del Capítulo, los cuales, una vez levantada la 
urna de cristal y entregada a los sacerdotes de la casa que debían llevarla, la acompañaron procesionalmente con capa pluvial y mitra, hast 
la terraza, ante el mausoleo que guardó los restos cuarenta años. 
Cuando la urna apareció, los alumnos y ex alumnos que llenaban las terrazas gritaban Viva Don Bosco y resonaba su eco por todo el valle 
Cuando cesaron las voces, se colocó la urna, en medio de un silencio de reverencia y expectación, dentro de un cofre o caja de madera 
dorada, en la que sería custodiada y puesta a la veneración de los 
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fieles en la Basílica de María Auxiliadora 1. Todo se realizó en presencia del cardenal Gamba. Colocada la tapa sobre el cofre, subióse la 
urna a un vehículo preparado de intento. Era un chasis de automóvil, ofrecido por la Casa Lancia. Iba cubierto por un rico paño granate 
oscuro, que tenía, en derredor, ((187)) un cordón dorado. Llevaba fijas a los lados seis gruesas anillas y la delimitaba por atrás una barra 
transversal de latón. Alrededor de la urna veíase una especie de arriate de rosas y siemprevivas que daba al conjunto un aspecto de alegría. 
Un mecánico invisible guiaba el coche, empujado a mano por los lados y por la parte posterior. La urna pasaría de este modo resplandecie 
en lo alto en medio de la marea del pueblo. 

La bajada desde Valsálice fue verdaderamente triunfal. Cuando la urna salió del Colegio, el grupo duodécimo, seguido del décimo tercer 
ya estaba a punto de entrar en el Puente Humberto. Lo último era la urna. Delante de ella iban los mitrados salesianos con la majestuosida 
de sus ornamentos; cerraba la fila el Eminentísimo Hlond, envuelto en la grandiosidad de la Púrpura sagrada. Iba tras él el Rector Mayor d 
Felipe Rinaldi con el Capítulo Superior, el conde Rebaudengo y el abogado Masera, presidentes internacionales de los Cooperadores y de 
los exalumnos. Una gran cantidad de pajecitos prestaba al grandioso cuadro una nota de gracia y de color. 

Empujaban la urna los presidentes de las Asociaciones de Profesores Don Bosco, organizadas en las principales ciudades italianas, y los 
las Asociaciones de Exalumnos; la escoltaban treinta carabineros con uniforme de gala. Inmediatamente detrás de la urna, descubríase la 
querida figura del cardenal Gamba, cercado de prelados, canónigos 

1 El cofre de madera había sido hecho por los alumnos de San Benigno Canavese, de acuerdo con el dibujo del arquitecto salesiano 
Valotti. Tiene cuatro angelitos alados, de pie, en los cuatro ángulos, sobre el relieve de la moldura que separa la urna de su base, los cuales 
sostienen un festón de frutas simbólicas. En el centro de los lados, sobre la moldura que corona la urna, resaltan, a la derecha el escudo de 
Pío XI, y a la izquierda el escudo salesiano, anudados ambos por cintas en el arranque de dichos festones. Los lados mayores y menores 
están cerrados por cristales, que permiten ver completamente el cuerpo, revestido de la forma ya descrita. Cubre la urna una tapa movible 
perfil convexo, tallada en forma de escamas con capullos en las cuatro esquinas, y limitada en la parte alta por dos listones y un cordón. L 
base, separada del cuerpo de la urna y con una gran gola derecha, lleva en los dos extremos los pequeños escudos de los salesianos y de la 
Hijas de María Auxiliadora con ricos festoncitos de hiedra que se enlazan, como símbolo de reconocimiento de los exalumnos y de las 
exalumnas. Por ambas partes tiene la gola abundantes adornos con flores, y entre ellos medallones con cabezas de serafines. En los panele 
se ven palmas, rosas, lirios, olivos, encinas, que simbolizan la gloria, la caridad, la pureza, la bondad, la fortaleza, preclaras virtudes del 
Beato. Los bordes de la gola, cerrada con un acial y un listón, están adornados con hojitas de acanto. La base se apoya sobre cuatro robust 
garras de león, símbolo de la solidez de la Obra del Beato. 
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y párrocos y seguido de un ilustre conjunto de Caballeros del Santo Sepulcro, dignatarios de las Sagradas Ordenes Militares de Jerusalén, 
de Malta y de los Caballeros de la Orden de San Silvestre. Entre esta cantidad de personas iban los últimos descendientes del Beato; y por 
fin los Inspectores Salesianos de todo el mundo. 

Su avanzada edad, lo largo del trayecto y el calor de la estación parecía que deberían haber desaconsejado al Cardenal Arzobispo tanto 
trabajo; pero había respondido a cuantos intentaron disuadirle de exponerse a aquel riesgo: 

-No es don Bosco quien ha de venir a mí; me toca a mí salir al encuentro de don Bosco. 

Y así fue como todos pudieron ver a un venerando Purpurado, con más de setenta años, hacer casi cuatro kilómetros a pie ((188)) bajo lo 
rayos ardorosos del sol de junio, movido por un sublime y heroico sentido de religiosa piedad y profunda comprensión del alma de su 
pueblo. 

íQué contraste el de aquella prodigalidad de un sol de estío con los diluvios de agua que, en abril de 1934, cayeron del cielo sobre las 
multitudes reunidas en Roma y en Turín para participar en las fiestas de la canonización! Pero la gloria del Beato y del Santo pasó per igne 

o per aquam (por el fuego o por el agua) resplandeciente, deslumbrado y cautivando a las turbas que siempre parecieron insensibles a las 
adversas condiciones del tiempo. 
Con el espléndido acompañamiento descrito dirigíanse los despojos mortales de don Bosco hacia la ciudad expectante. A uno y otro lado 
del camino se encontraba el gentío agolpado en las barandillas de las quintas, en las puertas y ventanas de las casas de campo y en las lade 
de la colina; más abajo, donde se ensanchaba el camino, había dos hileras apretadísimas de pueblo que llenaban los dos lados. El suelo 
estaba cubierto de flores y llovían flores de lo alto. Las bandas de música entonaban y repetían el Don Bosco ritorna, que alegremente 
cantaban miles de gargantas. Al pasar la urna, las gentes, contenidas por los soldados, carabineros y guardias municipales, gritaban 
entusiasmadas: íViva don Bosco! 

Cuando el coche bermejo apareció en la punta de la avenida Fiume, después del monumento de Crimea, la muchedumbre que esperaba a 
otro lado del puente Humberto y en la avenida Víctor Manuel formó un oleaje pavoroso, por lo que fue necesario una fuerte intervención d 
los soldados para impedir que se rompiera el cordón de tropas. Se oía por doquiera: íDon Bosco! íDon Bosco! Y cuando la urna cruzó el 
puente y se dirigió hacia la ciudad, se arrodilló todo 
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el mundo, tributando el primer homenaje de la población turinesa al Beato. 

Se había calculado tan exactamente el tiempo y la articulación del cortejo se desenvolvió con tanta precisión, que la vanguardia de los do 
grupos de Valsálice llegaba en el momento justo para unirse la retaguardia de los tres grupos ((189)) que partieron de la Vía Díaz y la 
avenida de Cairoli. Cuando la urna llegó después de ellos a la otra parte del Po, con su séquito, se adelantó desde el Valentino el 
numerosísimo y variadísimo grupo decimoctavo, el cual, compacto como una legión romana, cerró hasta el término la sonora y armoniosa 
fantasmagoría de un cortejo, como nunca habían visto las amplias avenidas de la capital piamontesa. 

A medida que la urna avanzaba sonaban estruendosos aplausos y se oían ensordecedores vítores. Las mamás elevaban en sus brazos a lo 
niños. Al asomarse, desde el fondo de la Plaza Vittorio, la marea de pueblo, que había invadido el espacio que dejaron libre los ocho grup 
que estaban allí esperando, hubo una gran conmoción; todo era movimiento y gritos: parecía un mar en borrasca. Muchos de los más 
próximos se arrodillaban. El movimiento y el estrépito se propagó por la Vía Po, cuando la urna atravesó la Plaza y llegó a las primeras 
casas. Adelantaba por ella entre cantos y músicas, recibida por voces festivas, mientras a cada paso caía por encima y alrededor una lluvia 
continua de flores, formando un variopinto tapiz de pétalos y hojas. Veíanse en los balcones las manecitas de los niños agitándolas 
alegremente y las manos de los adultos que se adelantaban unidas en oración. El Don Bosco ritorna entonado continuamente lo aprendiero 
enseguida los espectadores de la calle y de los balcones que cantaban al unísono con los grupos del cortejo. El alegre sonido de 
innumerables campanas, uniendo concierto a concierto, aumentó el alborozo. Todo era alegría, emoción, entusiasmo. 

Hacia las seis se asomaba la urna a la Plaza Castello, la grande e histórica Plaza, donde se concentra el pueblo turinés en los momentos 
más solemnes y queridos de su alma. Ante el Palacio Madama, que se alza majestuoso casi en el centro, detúvose la urna para dar 
comodidad y tiempo a los grupos decimosexto y decimoséptimo para ocupar su puesto; eran los dos grupos de las autoridades y de las 
representaciones más distinguidas. El público se agolpaba tras los cordones militares. Banderas multicolores adornaban los balcones y 
ventanas de los edificios. Encima de los tejados se ((190)) veían racimos humanos apretados en palcos improvisados. Por todas partes 
resonaban coros de voces de hombres y de mujeres y marchas musicales, que se oían 
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desde lejos, formando una confusión difícil de distinguir, que llenaba los aires y exaltaba los espíritus. Detrás del cardenal Gamba se 
colocaron y encaminaron los representantes del mundo oficial civil, político, militar y académico. Precedía el estandarte de la ciudad de 
Turín, con su escolta de honor. 

La urna pasó ante el Palacio de Gobierno, atravesó el espacio del Palacio Real y prosiguió hasta la Plaza de la Catedral. Desde la 
escalinata de la Basílica descendieron para recibirla y formar el cortejo con los otros dos Príncipes de la Iglesia los cuatro cardenales: Maf 
de Pisa, Ascalesi de Nápoles, Nasalli-Rocca de Bolonia y Vidal y Barraquer de Tarragona, seguidos por unos sesenta Arzobispos y Obispo 
muchos abades, canónigos y párrocos y una infinidad de sacerdotes seculares y regulares. Los palcos levantados frente a la iglesia rebosab 
de público que no cesaba de aclamar. La urna se puso de nuevo en movimiento con su selecto acompañamiento. 

A la derecha de la entrada de la Vía XX de Septiembre se alza la mole del ala nueva del Palacio Real. El Príncipe Humberto había queri 
que, por vez primera, se expusieran en las grandes ventanas ocho grandísimos y preciosos tapices. En el balcón central se encontraba el 
Príncipe y con él la Princesa Yolanda, los Duques de Génova y Udine, el Duque y la Duquesa de Pistoya, el Duque de Bérgamo, la Prince 
María Adelaida. Detúvose unos minutos la urna ante Sus Altezas. Y entonces el Príncipe Heredero se arrodilló con devoto recogimiento. 

En tanto el zumbido metálico de los aeroplanos que volaban sobre el cortejo, se confundía con el inmenso y ensordecedor fragor del him 
frenéticamente cantado y tocado por todas partes sin solución de continuidad en la Plaza de la Catedral, por la Vía XX de Septiembre y a l 
largo de la Avenida Regina Margherita. íQué espectáculo ofrecía esta Avenida! Reinaba en ella un ambiente totalmente ((191)) popular. 
Dominaba en ella primero el elemento civil, y ahora, en un trayecto de mil doscientos metros por cuarenta de anchura, hormigueaba una 
inmensa masa de gente humilde. No faltaban vistosos adornos en los edificios ni grupos de gente arracimada en ventanas y tejados. En el 
cruce de la Avenida con el gran mercado de Puerta Palazzo la gente ocupaba no sólo los espacios libres, sino que hasta estaba encaramada 
sobre los barracones comerciales. íPobres de ellos, si en un momento se desbordara la multitud, rompiendo los diques de la fuerza pública 
que la contenía! 

La variedad cinematográfica del desfile, que encadenaba la curiosidad del público, ocasionaba clamorosas explosiones de entusiasmo, 
como suelen producirse en las grandes manifestaciones populares. 
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Cuando llegó el clero, aumentó la intensidad de los aplausos. Y, al aparecer la urna dorada, un nuevo estremecimiento invadió a la multitu 
y se propagó rápidamente de uno a otro extremo provocando gritos y aplausos de entusiasmo. El estribillo del himno llenaba la Avenida, l 
casas y la plaza, como expresión festiva y sintética del sentimiento común. Eran oleadas de fervor místico, que se elevaban cada vez más 
altas y fragorosas a cada breve descanso de la urna. 

Entre la avenida Reina Margherita y la calle Valdocco se abría el ancho espacio por antonomasia conocido con el nombre del Rond\_. Al 
negreaba un público preponderantemente femenino. Tras un gran cinturón de espectadores, campeaba otra gente: algunos se habían subido 
las columnas de las farolas y muchos se habían colocado de pie sobre los automóviles, carros y tablados montados lo mejor posible. A la 
entrada de las avenidas varios grandes autobuses ofrecían incómodo amparo a cuantos lograban refugiarse en ellos. Todos los grupos del 
interminable cortejo pasaban cantando el himno, cuyas notas y palabras eran recogias y repetidas por la multitud. No hay que extrañarse si 
después de mucho tiempo todavía se oyera silbar y tararear por las calles de Turín el aire sencillo del Don Bosco ritorna -fra i giovani anco 

((192)) El perfecto orden querido, predispuesto y mantenido por don Pedro Ricaldone que, cual si tuviese alas en los pies, siempre se 
encontraba allí donde hubiera necesidad de una enérgica intervención, permitió que la gigantesca columna realizara todas sus evoluciones 
sin paradas o inconvenientes. El mayor peligro de confusión habría podido suceder al empezar a llegar los grupos a la meta. íSe temía un 
gran desorden cuando cada grupo, libre ya del cortejo, se encontrase a su propio arbitrio, dentro de un espacio relativamente limitado! Pero 
también se había pensado en esta eventualidad y estaba todo previsto. Los jefes de cada grupo sabían con exactitud matemática cuál era el 
punto donde tenían que parar y llevar a los suyos a lo largo de las avenidas, la calle Cottolengo, la plaza y la iglesia de María Auxiliadora. 
Gracias, pues, a las disposiciones tomadas y a la habilidad de los ejecutores, la fase conclusiva, y la más crítica del cortejo, se desenvolvió 
con el orden y la calma de un ejército bien mandado. 

En María Auxiliadora 

Ni siquiera la Basílica de San Pedro hubiera sido suficiente para la ocasión; la iglesia de María Auxiliadora, por su parte, era una cáscara 
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de nuez aquella tarde. Pero hay que decir que, a la hora más solemne del día, había penetrado una espiritualidad tan intensa en las multitud 
orantes en la plaza, y a lo largo de la Avenida, que todas las cercanías del templo parecían formar una sola iglesia, como si la nave de Mar 
Auxiliadora se hubiese agigantado prodigiosamente para acoger a tantos millares de fieles. 

Mientras la urna se movía lentamente desde lo alto de la plaza hacia el santuario, íbase éste poblando con las personas más calificadas qu 
saliéndose sucesivamente del cortejo, ocupaban los puestos preparados. Allí estaban los blancos Caballeros del Santo Sepulcro y los rojos 
Caballeros de Malta, que se colocaban a la izquierda de la balaustrada fuera del presbiterio; allí estaban, al lado opuesto, ((193)) los 
gentileshombres de las Cortes de los Príncipes de Saboya, y en las sillas próximas las damas de Palacio, todas vestidas de negro. En los 
bancos vecinos había un grupo imponente de Generales con sus brillantes uniformes; al lado estaban las autoridades civiles, las jerarquías 
fascistas y otros dignatarios. Numerosos Obispos con mitra y báculo, envueltos en ricas capas pluviales, prelados menores revestidos con 
preciosas casullas, canónigos con su capa magna y párrocos con su muceta iban llenando ordenadamente, a las órdenes del incomparable 
maestro de ceremonias don Eusebio Vismara, la nave del centro. Cada rincón se atestaba de monjas de distintas tocas o de religiosos de 
distintos hábitos, mientras una nube de clérigos con roquete se infiltraba por todos los huecos. Los Cooperadores y Cooperadoras más 
insignes subieron a dos tribunas laterales. Lo mismo afuera que dentro abríase de vez en cuando la multitud para dar paso a alguno de los 
Purpurados que se adelantaba hacia el presbiterio. Presentaba ya la iglesia un cuadro muy sugestivo, cuando entró desde la sacristía el 
Príncipe del Piamonte con los Príncipes y Princesas que ya encontramos en el Palacio Real. Los asientos principescos estaban colocados e 
el presbiterio in cornu evangelii, frente a los cardenalicios in cornu epistolae. En el centro del presbiterio se levantaba un palco cubierto de 
damasco rojo, que esperaba la urna de don Bosco. 

Y... he aquí que apareció la urna en medio de la puerta principal. Cesó en un instante la salva de aplausos del exterior y no se oía nada m 
que el alegre repicar de las campanas. Saludada por el clangor de las trompetas, el alborozo del órgano, el estruendo de los aplausos y los 
vivas, movíase la urna meciéndose como una nave en medio de un mar de cabezas. La llevaban a hombros robustos exalumnos. Todos se 
inclinaban a su paso y fijaban después los ojos en la cara del Beato, cuyo perfil aparecía limpio a través de los cristales. Seguía adelante 
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por el centro de la nave, llegó a la balaustrada, subió al presbiterio y fue colocada sobre el trono allí preparado. La iglesia estaba inundada 
luz. Una fantasmagoría de llamas arrojaba reflejos encendidos sobre los paramentos ((194)) de damasco y terciopelo. Dos poderosos 
reflectores, encubiertos por la balaustrada, lanzaban haces de luz sobre el rostro del Beato que parecía constelado por gemas luminosas. 
Mientras tanto la orquesta y un coro polifónico entonaban el himno litúrgico de los Confesores, Iste Confessor, compuesto por don Juan 
Pagella. El Cardenal Arzobispo se acercó al altar, donde se hizo la exposición del Santísimo. Se cantó el Tantum ergo y, mientras él impar 
la bendición eucarística, el cardenal Vidal y Barraquer y el cardenal Hlond, desde el altar levantado en la Plaza, el uno, y desde el levantad 
en el Rond\_, el otro, cumplían el mismo rito sobre la incontable multitud que, hasta donde alcanzaba la vista, estaba postrada en tierra por 
todas partes. Después, los Príncipes y Autoridades que estaban en el Templo besaron piadosamente la urna y salieron por la puerta del pat 

Cuando terminó la ceremonia ya era de noche. Doce mil lamparitas eléctricas, distribuidas en quinientos circuitos y divididas en cuatro 
sectores, iluminaban fantásticamente la cúpula y la fachada. La estatua de la Virgen dominaba todo, sobre una gloria de cruces y estrellas d 
distintos colores. La iluminación llegaba más allá de la plaza hasta la avenida Reina Margherita. El monumento a don Bosco, iluminado p 
proyectores escondidos en el jardincillo que lo rodea, brillaba como vestido de sol. Por doquiera se oían los ecos del himno al Beato. La 
animación se prolongó hasta muy tarde. 

Llamaban la atención las luces encendidas por la ciudad. Desde el Palacio Real hasta las más humildes ventanas de los barrios populares 
resplandecían luces y lucecitas que parecían dar el último saludo a los peregrinos, que corrían en todas direcciones por las calles en busca 
un lugar de reposo. De las diez de la noche hasta la una salieron de Turín veinticuatro trenes, diecisiete de los cuales eran especiales. 

Muchos turineses y los forasteros sin prisa por marcharse, fueron a gozar del espectáculo pirotécnico en el Estadio. Lo honraron con su 
presencia en el estrado los Príncipes y numerosas Autoridades. Fue singularmente aplaudida ((195)) la reproducción de la Basílica de Mar 
Auxiliadora, en cuya puerta abierta aparecía la imagen del Beato con un gesto de protección a la juventud. 
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El triduo 

Se apagaron las luces de la noche del nueve de junio, pero no terminó la demostración de afecto y entusiasmo por el Beato don Bosco; 
continuó con el mismo fervor durante el triduo celebrado en su honor. No cesó ni un instante en Valdocco la concurrencia de la gente. Des 
las cuatro de la mañana hasta las once de la noche, rebosaban de fieles y peregrinos la iglesia, la plaza, y los patios del Oratorio. El pueblo 
agolpaba en derredor de la urna que se encontraba en medio de la Basílica. En las horas de mayor concurso había un doble cordón de 
jóvenes robustos que contenían aquella especie de procesión, mientras unos sacerdotes y clérigos se esforzaban por canalizarla invitando a 
todos a no entretenerse más de lo necesario. Para satisfacer los piadosos deseos de muchos, varios sacerdotes se dedicaban a tocar el crista 
de la urna con los objetos presentados por la gente. Fueron muchísimos los que no se limitaban a venerar las reliquias del Beato, sino que 
acercaban a los santos sacramentos. Se confesaba en todos los rincones de la iglesia y se distribuía la comunión casi sin interrupción; cada 
mañana se consumían miles y miles de formas. 

»Y qué decir de las funciones? Prestaba brillo a las mismas la púrpura romana. Uno de los Cardenales pontificaba la Misa solemne y la 
bendición eucarística de la tarde con la asistencia y el ceremonial correspondiente a su dignidad. Tres de ellos cantaron sucesivamente las 
glorias del Beato. Fue el primero el cardenal Hlond, el cual evocó lo que había visto en Roma, recordó la magnificencia del cortejo y puso 
relieve el conmovedor plebiscito de la jornada en torno de la urna, indagó la razón de tales hechos y la encontró en la genial santidad de do 
Bosco, enviado por la Providencia ((196)) para ser apóstol de lo sobrenatural, en medio del mundo del siglo XIX, ante los indiferentes u 
hostiles a lo sobrenatural. Si el laicismo ha ido desapareciendo durante el siglo XX por un lado y por otro, atribuía el mérito a don Bosco y 
sus hijos. El segundo día fue el cardenal Nasalli-Rocca quien exaltó la obra benéfica realizada por don Bosco, gracias a los divinos tesoros 
prodigados por él a la juventud, a la sociedad, a Italia y al mundo entero. El cardenal Gamba conmovió al inmenso auditorio el tercer día c 
su cautivadora palabra. El antiguo alumno del Beato y Pastor de la archidiócesis, dio rienda suelta a la ola de sus afectos y recuerdos y 
presentó la figura de don Bosco sacerdote de Dios y conquistador de las almas. Durante una hora tuvo pendientes de sus labios a los oyent 
que no se saciaban de oírle. Había cinco 
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altavoces colocados en el patio, en la plaza y en la avenida Regina Margherita que difundían al exterior cuanto se realizaba en el santuario 
más todavía, el primero y el tercer día, en los que la Radio transmitió las ejecuciones musicales. La magnífica iluminación cerraba cada dí 
la jornada. 

Hay que decir que, a juicio de todo el mundo, las ejecuciones musicales resultaron dignas de Aquel que, desde los principios de su 
institución, había comprendido la importancia que tiene la música en la educación y formación de la juventud. Inicialmente estuvo confiad 
a sus propias fuerzas y a las de sus colaboradores, que desde el punto de vista del arte no estaban todavía en situación de hacer grandes 
cosas; pero había llegado el momento en el que surgieron maestros compositores de entre sus hijos. Lo mismo en Roma que en Turín 
demostraron y confirmaron los Salesianos su madurez artística con la creación de trabajos que merecieron las alabanzas de los competente 
en la materia. Distinguiéronse entre todos Antolisei, Pagella, De Bonis, Hlond, hermano del Cardenal, y Dogliani. Se interpretó el 
Magnificat de De Bonis, de ricos y variados temas, sobre unas melodías felicísimas, como correspondían a su agradable estilo dotado de 
profundos estudios. Se cantó y admiró la Missa in honorem Beati Johannis Bosco, de Antolisei, a ocho voces, y la Missa solemnis XIX de 
Pagella, ((197)) dedicada al nuevo Beato 1. El autor de esta segunda misa tuvo la feliz idea de servirse, para el Gloria, del tema de un 
villancico compuesto y puesto en música por el Beato en los primerísimos tiempos del Oratorio: Entonad con voz de júbilo. El coro de la 
Basílica de María Auxiliadora estaba formado por dos escuelas salesianas, una con ochenta y cinco tenores y bajos del Instituto teológico 
internacional de la Crocetta, amaestrados por don Juan Bta. Grosso, y la otra con ciento veinticinco sopranos y contraltos del Oratorio, 
preparados por Dogliani. Las interpretaciones fueron superiores a todo elogio por su extraordinaria frescura de voces y por su unión, su 
afinación y ductilidad a las indicaciones directivas. Raras veces pueden oírse audiciones musicales tan exquisitas y perfectas: no se podía 
celebrar más grandiosamente al celoso defensor de la música sagrada. 

1 El maestro Tebaldini comentó, con su superior competencia, estas partituras de dos Salesianos. Sus recensiones quedaron inéditas, per 
no deben perderse (Ap., Doc., 13). 
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Manifestaciones diversas 

Hubo diversas manifestaciones durante el triduo y después del mismo, que más o menos directamente se referían al suceso central de 
aquellos días y de este capítulo. Una fue la visita de los Cardenales, Obispos y Misioneros a la grandiosa industria automovilística italiana 
Fiat, el día diez de junio por la mañana. Para honrar a Sus Eminencias acudieron las Autoridades de la ciudad junto con el senador Agnell 
propietario de la empresa. Don Pedro Ricaldone hizo la presentación, observando cómo allí estaba representado todo el mundo. En efecto, 
junto a los Prelados italianos y extranjeros había Obispos residenciales, Vicarios y Prefectos Apostólicos y otros Jefes de Misiones, 
procedentes de diversas partes de Africa, Asia y América. El senador Agnelli dio la bienvenida a los visitantes y se refirió a la relación que 
su presencia tenía con el gran festejado. «Estoy contento, dijo, al recibir en la ((198)) Fiat a Sus Eminencias, Monseñores y Misioneros; le 
doy de corazón la bienvenida. Me resulta muy agradable hacerlo, porque recuerdo que conocí personalmente a don Bosco, cuya imagen 
luminosa habla constantemente a mi espíritu. Sus discípulos, los seguidores del Beato don Bosco, este gran piamontés, a quien hoy venera 
festeja singularmente Turín, sentirán aquí latir un ritmo de vida que no habría resultado desagradable al Beato, que fue un sublime héroe d 
la caridad cristiana y a la vez un ardentísimo apóstol del trabajo humano, un instigador excepcional de energías, un descubridor de fuerzas 
secretas, un fundador incansable de fábricas y talleres. Los trabajadores de la Fiat estarán orgullosos de que los heroicos Misioneros de las 
Casas Salesianas, que cubren verdaderamente la faz de la tierra, lleven en su apostolado entre las gentes más diversas y lejanas, como 
expresión viva de la Italia renovada, el recuerdo y la visión de este nuestro templo del trabajo». La visita duró varias horas y dejó en todos 
sentimiento de la más alta admiración. 

No quedó en el olvido el pobre caserío de I Becchi, donde don Bosco abrió los ojos a la luz del sol. Fueron muchos los peregrinos que se 
trasladaron hasta allí antes de volver a su morada. Allí fue el cardenal Ascalesi, con doscientos del sur; y también monseñor Endrici, 
príncipe obispo de Trento. Habiéndole rogado a éste, al firmar en el álbum de honor, que pusiera bajo la firma sus títulos, respondió: -»Y 
qué valen mis títulos en comparación de la grandeza alcanzada por el humilde campesino que nació en esta casucha? 

Las peregrinaciones se repitieron diariamente durante varias semanas. De la humildad de todo lo que acompañó los primeros años 
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de don Bosco, parece salir una voz secreta, una especie de llamada misteriosa a la bondad, a la virtud, al trabajo fecundo. El día dieciséis d 
junio acudió una numerosa muchedumbre de los pueblos circunvecinos atraídos por una simpática ceremonia a la que asistían conspicuas 
personalidades de Turín y de Alessandria. Se inauguraba en la colina bendita un monumento en bronce, levantado por la Unión de 
Profesores Don Bosco. 

((199)) Las fiestas de Turín también se habían cerrado con un monumento más importante e imperecedero. Se trataba de un monumento 
que, lo mismo que el de Roma, no sólo debía recordar, sino continuar el apostolado de Don Bosco. El senador Conde Rebaudengo, 
presidente de los Cooperadores Salesianos, había querido, en un acto de generosidad, ofrecer a la Obra Salesiana el capital necesario para 
levantar un Colegio que sirviese para la formación de maestros de arte destinados a las Misiones. Se construiría el edificio en Turín, junto 
fielato de Milán. El día trece por la tarde se bendijo la primera piedra con la máxima solemnidad. Asistieron las primeras Autoridades 
eclesiásticas y civiles de la ciudad. Y, como la nueva perla, que de aquel modo se añadía a la corona de don Bosco, interesaba singularmen 
a los Misioneros, comenzó a hablar un Misionero auténtico, don Vicente Cimatti, superior de la Misión Salesiana del Japón. Describió 
sumariamente las actividades que el nuevo Colegio permitiría desarrollar sobre todo en Oriente. Después manifestó don Felipe Rinaldi el 
agradecimiento de la Sociedad Salesiana por el generoso y esplendoroso donativo del Conde, el cual, tan modesto como espléndido, se 
abstuvo de intervenir. Bendijo la piedra el Arzobispo y tomó la palabra a continuación para exaltar el gesto del donante e ilustrar mucho m 
los frutos beneficiosos que los hijos de don Bosco esparcirían por el mundo con los maestros que allí se prepararían. 

Verdaderamente las Misiones estuvieron en la cumbre de los pensamientos de don Bosco: nada, por tanto, más oportuno que perpetuar e 
Turín el recuerdo de su beatificación con una obra misionera permanente. Y por eso quedaba maravillosamente encuadrado en la apoteosis 
de don Bosco el alto honor, que tenía por objeto el reconocimiento público y oficial de la actividad misionera desarrollada por un insigne 
hijo del Beato. El cardenal Cagliero con sus nobles trabajos fue, sin lugar a dudas, la personificación más acabada del apostolado misioner 
salesiano. Resultó muy a propósito el pensamiento de Mussolini, que quiso en aquella solemne ocasión ((200)) manifestar al Rey los méri 
del insigne Misionero, para que se confiriese a su memoria la encomienda de la Orden Colonial de la Estrella de Italia, 
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la distinción más ambicionada por los que han honrado a la patria en el mundo. 

Inmediatamente después de Roma y Turín hubo una competencia mundial para celebrar la fiesta de don Bosco. Tan pronto como se 
conoció la aprobación de la Misa y el Oficio, fueron muchos los Obispos de Europa y América que pidieron a la Santa Sede la facultad de 
celebrar en sus diócesis al Beato. Y el Boletín Salesiano publicó en muchos números breves relaciones de los festejos mundiales. 

Algunas observaciones importantes 

Se había cumplido un grandiosísimo suceso, una sublime apoteosis, cuyo recuerdo no se borraría jamás de la memoria de los afortunado 
que el nueve de junio habían tenido la suerte de participar en él o asistir. Es significativa la impresión manifestada por un gran artista. El 
escultor Eduardo Rubino dijo conmovido aquella tarde a un periodista 1: «Hoy hemos visto cómo el pueblo sabe hacer el poema y el 
monumento a su predilecto Beato. No olvidaré la tarde de este día, yo, que pudo decir con orgullo que trabajé de muchacho en el templo 
construido por don Bosco». 

La excepcional singularidad de la histórica celebración será también comprobada por los ojos de la posteridad en un documento que quiz 
no tiene cotejo en la vida de una gran ciudad. El Alcalde de Turín, el conde Thaon de Revel, al día siguiente de la extraordinaria jornada, 
decía en una comunicación especial a la prensa que se consideraba «satisfecho y orgulloso de manifestar a los conciudadanos su viva 
satisfacción y aplauso por la disciplina y el perfecto orden con que, a pesar del entusiasmo y la emoción de su imponente homenaje al Bea 
don Bosco, había participado en el solemne traslado de los restos venerandos». ((201)) Lo que aquí se dice de los conciudadanos debe 
extenderse también a los forasteros, llegados por decenas de millar. Estos, después de haber pasado la santa jornada mezclados con los 
turineses sin ocasionar el más mínimo incidente, salieron de la ciudad aquella misma tarde o aquella noche sin dejarse sentir. El mérito 
principal de aquel orden tan maravilloso no se debió a la fuerza pública, que no actuó, sino a la organización perfecta, precisa, detallada, 
que, desde la mañana hasta la noche, dedicó el mismísimo 

1 La Gazzetta del popolo, 10 de junio. 
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interés a las necesidades de las nutridas comitivas que a las de los peregrinos aislados. 

Hay que poner de relieve para la historia el comportamiento de la prensa de todo color. Las fiestas del Beato don Bosco tuvieron en ella 
tales crónicas de alabanza pública que, como muy bien observó el senador Marqués Felipe Crispolti 1, no se habría concebido unos años 
antes. En este noble aspecto se distinguieron, tanto como los demás, aquellos periódicos en cuyas columnas había sido don Bosco olvidad 
menudo, contrariado o burlado mientras vivió. Por la gracia de Dios, la llegada del Fascismo había cortado la política irreligiosa o 
antirreligiosa de otro tiempo y la prensa se adaptaba a las nuevas normas. 

Los sesenta y un Obispos que habían participado en el triunfo de don Bosco, se llevaron a sus sedes un recuerdo tan agradable, que se 
apresuraron a escribir a don Felipe Rinaldi cartas desbordantes de afectuosa y agradecida admiración. El cardenal Gamba, una vez termina 
el triduo, quiso transmitir al Padre Santo una relación fiel de los honores tributados en su Turín a don Bosco, describiendo su carácter 
eminentemente religioso. El Papa, por medio del cardenal Gasparri, Secretario de Estado, envióle una bonita respuesta, en la que se lee en 
otras cosas: «El comportamiento devoto y fervoroso de la población, los festivos adornos de las casas, la asistencia de todas las Autoridad 
el grandioso y disciplinado cortejo, ((202)) y especialmente el concurso de tanta gente a la función religiosa y a los Santos Sacramentos, so 
una pública manifestación de fe y piedad, que no pueden dejar de conmover vivamente el corazón del Padre Santo». 

Después de un triunfo tan espectacular venía a la mente la profecía de Renán 2: «Todavía habrá santos canonizados por Roma, escribe é 
pero no serán canonizados por el pueblo», El oráculo peseudo-científico no podía ser desmentido más clamorosamente. Al elevar Roma a 
don Bosco al honor de los altares, no había hecho más que dar forma canónica a un culto popular, popularísimo, si bien con popularidad 
contenida, porque así lo quiere la disciplina de la Iglesia. Pero, apenas habló Roma, viose que, si todavía viviéramos en los tiempos en que 
pueblo cristiano incensaba y elevaba preces públicas a los hombres muertos en olor de santidad, pocas canonizaciones del pueblo habrían 
sido más rápidas y más universales que la canonización de don Bosco. 

1 L'Italia de Milán, 14 de junio. 

2 Etudes d'Histoire religieuse. 
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((203)
)


CAPITULO X 

ECOS DE LA BEATIFICACION
EN LA PALABRA DEL PAPA PIO XI


EN diversas ocasiones y de diverso modo manifestó el Padre Santo Pío XI su pensamiento sobre don Bosco, durante los años que 
transcurrieron entre la beatificación y la canonización. Este conjunto de manifestaciones, por parte de un Papa tan grande, resulta sin lugar 
dudas un motivo más de gloria para el Siervo de Dios: será útil, pues, reunir en este capítulo lo más importante de las mismas. 

La primera ocasión solemne para hablar de él se le presentó el 18 de octubre de 1929 ante un colegio salesiano muy próspero. El año 19 
fue un año de muchas peregrinaciones, con motivo de celebrarse el jubileo sacerdotal del Papa. Aquel día se presentaron los profesores y 
alumnos del colegio de Frascati a rendirle homenaje público. El Procurador General, don Francisco Tomasetti, que les había obtenido la 
audiencia, hizo la presentación; y después Su Santidad pronunció un paternal discurso. 

Expresó su viva complacencia al ver ante sí a los alumnos del Beato don Bosco y comprobar prácticamente los buenos resultados de la 
educación salesiana que ellos recibían; entregó al guía de la peregrinación las medallas conmemorativas de su jubileo para aquellos querid 
peregrinos, y dijo que eran unas medallas particularmente adaptadas a ellos, puesto que llevaban la efigie del Beato don Bosco. 

Hasta entonces había distribuido a los peregrinos unas medallas ((204)) que tenían la imagen del Papa por el anverso y la de Santa Teres 
del Niño Jesús por el reverso; pero después empezó a distribuir con frecuencia la nueva, con la imagen de nuestro Beato. Tuvo ello su orig 
de este modo. Pocas semanas después de la beatificación, durante una audiencia general de peregrinos, en la que había hecho distribuir 
medallas de Santa Teresita, dijo el Papa a unas Hijas de María Auxiliadora allí presentes: -Si las tuviera, con gusto os daría una medalla d 
Beato don Bosco. 

El Rector Mayor, don Felipe Rinaldi, que lo supo, encargó inmediatamente 
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al Ecónomo que hiciera acuñar cien mil medallas con las efigies del Beato y del Pontífice para regalárselas al Padre Santo, el cual empezó 
desde entonces a distribuirlas, de acuerdo con las ocasiones. 

El dos de noviembre recibió un grupo singular de peregrinos. Estaba formado por doscientos bancarios de la institución «Labor y 
descanso» de la Banca Nacional de Crédito. Pronunció el Papa su discurso y después hizo que les distribuyeran dicha medalla, señalando s 
oportunidad; ya que don Bosco había sido «un gran trabajador, en un trabajo inmensamente provechoso y bien concebido, causa para él de 
premio y grandes méritos, no sólo ante Dios, sino también ante los hombres». 

Más singular todavía fue la audiencia que el día seis de noviembre concedió a trescientos cincuenta Guías Alpinos, que celebraban una 
reunión nacional en Roma. Después del afectuoso discurso que el Papa alpinista les dirigió, díjoles que se consideraba feliz al añadir un 
pequeño recuerdo a la bendición apostólica: era una medalla que llevaba por un lado la imagen paterna, que recordaría a los queridos hijos 
visita, y por otro la imagen de don Bosco. «Y no es por casualidad, continuó, que queremos conservéis este pequeño recuerdo. Don Bosco 
fue verdaderamente un guía de montañas espirituales, que condujo a millones de jóvenes a las alturas de la vida cristiana, de la santificació 
del trabajo y de la santidad de la vida. Que él vele sobre vosotros y os proteja en las horas de la más dura prueba; os haga subir las más alt 
cumbres espirituales con el mismo éxito con que subís las de las montañas». 

((205)) Hubo una mención que revistió carácter de mayor solemnidad, porque la hizo en una alocución consistorial. En el Consistorio 
secreto del dieciséis de diciembre para el nombramiento de seis cardenales nuevos, el Papa, al referirse a los motivos que, junto con el año 
jubilar, llevaban a Roma a tantos fieles, pronunció estas palabras, que traducimos del latín: «No queremos dejar de recordar que muchos d 
éstos han aprovechado la ocasión para venir a Roma, cuando hemos decretado los honores de los Beatos a personas conspicuas por la 
santidad de su vida, entre los cuales nos place recordar especialmente al Beato Juan Bosco, que por sí mismo y por medio de la 
numerosísima familia de discípulos, puesta al servicio de la Iglesia, ha provisto muchísimo a la cristiana educación de la juventud». 

Entre los documentos pontificios más solemnes hay que contar las Encíclicas. Pues bien, con fecha del 20 de diciembre de 1929 apareció 
la Encíclica Mens Nostra sobre los ejercicios espirituales, en la que, al 
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exhortar Pío XI a los sacerdotes del clero secular a practicarlos con frecuencia, apeló al ejemplo de don José Cafasso y al mencionar a éste 
se dejó llevar hasta un breve pero elocuente elogio de don Bosco. «Así lo han entendido siempre, dijo, los sacerdotes más celosos, así lo h 
practicado y enseñado todos los que sobresalieron en la dirección de las almas y en la formación del clero, como, por citar un ejemplo 
moderno, el Beato José Cafasso, recientemente elevado por Nos al honor de los altares, el cual precisamente se valía de los ejercicios 
espirituales para santificarse a sí mismo y a sus hermanos en el sacerdocio, y fue precisamente al fin de uno de esos retiros cuando, con 
segura visión sobrenatural, pudo indicar a un joven sacerdote, su penitente, el camino que la Providencia le señalaba y que lo condujo 
después a convertirse en el Beato Juan Bosco, ante cuyo nombre no hay elogio posible». 

Tres días más tarde apareció otra Encíclica, la Quinquagesimo ante, con la que Pío XI cerraba el año jubilar de su sacerdocio. Al recorda 
en ella las satisfacciones ((206)) experimentadas en aquel quincuagésimo aniversario, se complacía en recordar con fervorosas expresiones 
beatificación de don Bosco. Y se expresaba así: 

«»Cómo podríamos describir la satisfacción que experimentamos, cuando, después de haber inscrito a Juan Bosco entre los Beatos, lo 
veneramos públicamente en la misma Basílica vaticana? Puesto que, al recordar aquellos años de los albores sacerdotales, en los que 
gozamos de la sapiente conversación con tan gran hombre, admirábamos la misericordia de Dios verdaderamente admirable en sus Santos 
por haber puesto al Beato, durante tanto tiempo y tan providencialmente, frente a hombres sectarios y nefastos, todos de acuerdo para 
socavar la religión cristiana y humillar con acusaciones y ultrajes la suprema autoridad del Romano Pontífice. El, en efecto, que, desde 
jovencito, acostumbraba reunir a los de su edad para rezar juntos y enseñarles los rudimentos de la doctrina cristiana, en cuanto llegó a ser 
sacerdote, empezó a enderezar todos sus pensamientos y acciones a la salvación de la juventud más expuesta a los engaños de los malvado 
a conquistarse a los muchachos y mantenerlos alejados de los peligros, instruyéndoles en los mandamientos de la ley evangélica y 
educándoles en la integridad de costumbres; a asociar compañeros para ampliar tan magna obra, y con tal éxito, que proporcionó a la Igles 
una nueva y abundantísima compañía de soldados de Cristo; a fundar colegios y talleres para instruir a los jóvenes en los estudios y en las 
artes entre nosotros y en el extranjero; y finalmente a enviar muchos misioneros para propagar entre los infieles el reino de Cristo. Mientra 
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pensábamos en estas cosas durante aquella visita a la Basílica de San Pedro, no sólo reflexionábamos en las oportunas ayudas con que el 
Señor, especialmente en la adversidad, acostumbra socorrer y robustecer a su Iglesia, sino también venía a Nuestra mente cómo por una 
especial providencia del Autor de todos los bienes, hubiera sucedido que el primero para quien decretábamos los honores celestiales, 
después de haber concluido el pacto de la deseadísima paz con el reino de Italia, fuese Juan Bosco, el cual, lamentando reciamente los 
violados ((207)) derechos de la Sede Apostólica, había trabajado varias veces, para que, reintegrados tales derechos, se arreglase 
amigablemente la dolorosísima discordia, por la que Italia había sido arrancada al abrazo paterno». 

Antes de que expirase el 1929, y precisamente el último día del año, publicó Pío XI una tercera Encíclica, digna de ser colocada entre la 
más magistrales de su Pontificado; nos referimos a la Divini illius sobre la educación cristiana de la juventud. El día anterior a aquella fech 
hablando a un centenar de alumnos y exalumnos de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, llegados a Turín, pareció referirse al tema de 
inminente publicación, puesto que, al entregarles la medalla de costumbre, díjoles que aquella medalla se refería mucho a ellos, porque 
mostraba lo que sabe hacer una educación profundamente cristiana, cuyos beneficios se resumían en dos palabras que el Papa les 
recomendaba vivamente: la educación cristiana. Una segunda referencia del mismo orden nos parece descubrir en otro discurso del 16 de 
febrero de 1930 a los alumnos del Instituto Pontificio de S. Apolinar; en efecto, al entregar al Director las mismas medallas para que se las 
diese a los jóvenes, dijo: «Esta medalla os recordará siempre la hermosa audiencia y llevará vuestro pensamiento a aquel luminoso apóstol 
de la educación cristiana de la juventud, que Nos hemos tenido la fortuna de conocer personalmente y gozar de su conversación, y la de 
elevarlo al honor de los altares». 

Diéronle nueva ocasión de ensalzar a don Bosco el doce de marzo los Amigos de la Universidad Católica del Sagrado Corazón. Después 
de hablarles de la caridad material, que da limosna a los pobres, y de la caridad espiritual, que distribuye la verdad, cerró su discurso con 
estas palabras: «Queremos finalmente entregar a todos los presentes (y las ponemos en manos del Presidente de la Junta de honor) una 
medalla en recuerdo de la audiencia, la cual lleva la efigie paterna y la del Beato don Bosco, ejemplo radiante de la doble caridad: puesto 
que, si pensó mucho en sus memorables fundaciones ((208)) para la atención de los pequeños, de los muchachos pobres y abandonados, 
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no dejó de dedicarse a toda la obra grandiosa de iluminación de las mentes y difusión de la verdad, atendiendo al desarrollo de tan santas 
obras. Los Amigos de la Universidad Católica pueden aprender muchísimo de este modelo y Nos lo deseamos vivamente». 

El trece de abril salió de labios del Papa una nota patriótica y social, siempre a propósito de don Bosco. Monseñor Coppo, Obispo 
salesiano y misionero, había acompañado a una audiencia a doscientos pulleses, residentes en América del Norte y de viaje en Italia para 
volver a ver a la madre patria. Díjoles el Papa: «Os regalaremos una medalla que os sirva de recuerdo de vuestra tierra madre. Esta medalla 
lleva la efigie de don Bosco, que no sólo ha sido un gran educador cristiano, sino también un glorioso hijo de su patria y un verdadero ami 
de los trabajadores de todo el mundo. Estamos muy contentos, mientras bendecimos vuestros sudores y vuestro trabajo, al daros este 
recuerdo con la firme esperanza de que la figura de don Bosco os recordará siempre el deber de santificar el trabajo y toda la vida». 

Se celebraba el 1930 el cincuentenario de la Obra de don Bosco en Roma. En efecto fue el año 1880 cuando León XIII le había confiado 
las obras de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús. Se conmemoró dignamente la fecha con fiestas que empezaron el once de mayo y 
terminaron el dieciocho. El once de mayo era la víspera de San Aquiles, día onomástico del Padre Santo, por lo que se eligió aquel día par 
tributar al Papa un digno homenaje. Participaron en la audiencia, con los alumnos de los Salesianos y las alumnas de las Hijas de María 
Auxiliadora, los Cooperadores de Roma. No eran en total menos de quince mil personas, las que llenaban el patio de San Dámaso. Don 
Pedro Ricaldone, en representación de don Felipe Rinaldi, que se había quedado en Turín por motivos de salud, leyó ante el Papa el 
siguiente saludo: 

((209)) Beatísimo Padre: 

Cuando hace cincuenta años se estableció nuestro Beato Juan Bosco en Roma, vio coronados sus deseos, por mucho tiempo acariciados, 
de tener establecida su Obra cerca del Papa, porque le parecía que, bajo la mirada del Vicario de Jesucristo, estaría más bendecida y 
santificada. Unióse a sus deseos la santidad de León XIII al confiarle la erección de un templo nacional al Sagrado Corazón de Jesús; eso 
duplicó la alegría del Beato, puesto que de aquella manera podía glorificar al Divino Corazón y cumplir un acto de obediencia solemne al 
Sumo Pontífice. Abrumado por la fatiga, recorrió Italia, Francia y España pidiendo la ayuda de los buenos para levantar en el centro del 
Catolicismo un gran hogar y devoción al Sagrado Corazón. 

Trabajosamente se acabaron las obras a tiempo para que él, ya decrépito, tuviese la satisfacción de asistir a la consagración del Santuario 
con la doble finalidad, como 
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él decía, de presentar un tributo de reconocimiento al angelical Pío IX, su verdadero padre y soberano bienhechor, y de recibir, antes de 
presentarse al tribunal de Dios, la bendición de su Vicario en la tierra. 

Hoy, Padre Santo, se encuentran a los pies de vuestro Trono los Salesianos con sus alumnos, exalumnos, cooperadores y cooperadoras 
para testimoniar lo mucho que la mirada del Papa ha atraído las bendiciones celestes sobre la Obra del Beato Juan Bosco en la ciudad eter 
Junto a la iglesia del Sagrado Corazón, con todas sus actividades parroquiales, ha surgido el internado, que alberga cuatrocientos muchach 
y un número considerable de clérigos de diversas naciones, allí reunidos para seguir los estudios eclesiásticos en la inmortal ciudad. Graci 
a la bendición y a la ayuda del Padre Santo Pío X; los hijos del Beato Juan Bosco han podido edificar otra iglesia con escuelas externas y 
oratorio festivo en el nuevo barrio del Testaccio, en cuyas cercanías se les confió también la vetusta iglesia de San Sabas, con asistencia de 
almas y oratorio festivo. También es un donativo del mismo Pío X la hermosa iglesita de San Juan de la Pigna, sede de la Procura General 
Más tarde se abrió la escuela agrícola del Mandrione, cerca de la ciudad, para un centenar de alumnos. 

También experimentó los efectos de la cercanía de la Cátedra de San Pedro la otra familia del Beato: las Hijas de María Auxiliadora tien 
nueve residencias en las que despliegan una labor multiforme en favor de centenares o mejor, millares de muchachas. 

Y he aquí, ya muy adelantadas, las obras de unas grandes escuelas profesionales que la Congregación Salesiana ha querido construir, con 
la herencia paterna de un salesiano, para que fuesen dedicadas al nombre de Vuestra Santidad, con la convicción de que su proximidad al 
Papa no sólo continúe multiplicando las divinas bendiciones sobre nuestras obras en Roma, sino que extienda también el beneficio a todas 
las otras ((210)) obras del Beato Juan Bosco en el mundo, Contemporáneamente y junto a las Escuelas Profesionales se está levantando el 
grandioso templo dedicado a la celestial Auxiliadora. 

Era muy justo que se levantase un monumento imperecedero a la memoria del Pontífice que, proclamando Beato a nuestro fundador y 
publicando repetidas veces sus virtudes con su augusta palabra, ha dado a su Obra la máxima bendición y, al mismo tiempo, nos ha 
comunicado a todos nosotros la seguridad de que sobre las huellas del Beato Juan Bosco se camina ciertamente por las vías del apostolado 

Al ofrecer humildemente a Vuestra Santidad dichas escuelas profesionales, en gran parte ya acabadas después de dos años de intenso 
trabajo, renovamos en nombre del Beato Juan Bosco la protesta de nuestro fiel y filial cariño al Papa, y de un modo especial a la augusta 
persona de Vuestra Santidad. 

Bendecid, Santísimo Padre, nuestras buenas intenciones; aceptad los ardientes votos que hoy formulamos en vuestro día onomástico. 
Mañana se elevarán fervorosas oraciones en todas nuestras casas de Roma y del mundo, pidiendo a Dios conserve, conceda bienandanza y 
consuelos a Vuestra Santidad para bien de la Iglesia y gloria del Pontificado Romano. 

Terminada la lectura, el Papa pronunció un afectuosísimo discurso. Después de haber dicho que así como el Padre agradecía de corazón 
homenaje de los hijos, así también debía llegar a los hijos el aplauso afectuoso y solícito del Padre por los afectuosos agasajos tributados 
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con sus valiosos conciertos, con sus cantos y coros magníficos. Y continuó: 

Basta haber oído, como Nos lo hemos hecho, el sobrio, positivo, histórico relato de vuestro, o mejor, Nuestro querido don Pedro 
Ricaldone, respecto a los cincuenta años de las obras salesianas en Roma, para comprender cómo todos los Hijos de don Bosco, Salesiano 
Hijas de María Auxiliadora, alumnos y exalumnos, cooperadores y cooperadoras tienen razón para celebrar este jubileo de las Obras del 
querido don Bosco con la más legítima y consoladora satisfacción del corazón, con esa emoción de «sincera alegría» como vosotros, 
queridos hijos, habéis cantado con toda razón. 

Con justicia hemos juzgado el saludo acabado de leer por el querido don Pedro Ricaldone, de «sobrio, positivo e histórico relato» porqu 
en su sincera enunciación de las obras y actividades, no hay ni siquiera una alusión al trabajo, al áspero esfuerzo, al sacrificio, a las 
inmolaciones que esas obras y esas actividades han debido costar y ciertamente han costado. 

Tenemos, además, razones particulares y muy queridas para participar en este santo estremecimiento de los corazones originado por el 
quincuagésimo aniversario de la Obra ((211)) Salesiana en Roma; y tales razones proceden de los queridísimos recuerdos del pasado. 

Estábamos, en efecto, en el primer año de nuestro sacerdocio, cuando la Obra Salesiana de Roma, iniciada con la construcción del 
magnífico Santuario del Sagrado Corazón, surgía de sus cimientos. 

Y nos encontrábamos todavía en los primeros años de nuestro sacerdocio cuando la bondad de la Divina Providencia hacía que Nos 
encontráramos personalmente con el Beato don Bosco, y que pasáramos con él unos días de alegría y de satisfacción, que sólo puede 
valorarlos quien tuvo tan divina suerte. 

Estaba entonces el Beato don Bosco en el ocaso de su ciclópea vida, y ya saboreaba anticipadamente el gozo de la vida celestial con el 
premio eterno que le estaba reservado. 

Otra razón, además, Nos hace participar de un modo muy particular en la alegría común. Después de cincuenta años de vida activa, que 
vuestra presencia, queridísimos hijos, recuerda especialmente, la misma divina e inefable bondad que sapientemente ha llevado todo a cab 
Nos ha concedido proclamar y decretar el honor de los altares para el Beato don Bosco. 

Y ahora, desde el puesto donde la Divina Providencia nos ha colocado, no podemos dejar de volver los ojos a toda esa mies de bien que, 
partiendo de Roma, se extiende por el mundo católico. 

No podemos dejar de pensar en los millares de Hijos e Hijas de don Bosco, esparcidos por todos los pueblos para continuar la obra de un 
vida cristiana tan fecunda y felizmente laboriosa. 

Y cuando pensamos en los centenares de miles de almas jóvenes que por todo el mundo acuden a los Salesianos; cuando imaginamos es 
innumerable juventud de todas las clases sociales, especialmente obreras, a las que continúa enseñando don Bosco, con su ejemplo, con su 
y con la apostólica caridad de sus Hijos los senderos de la vida, la nobleza del trabajo y las recompensas materiales y morales que de él 
deben esperarse y que tanto necesita la vida; cuando, con una visión interminable de personas y de bien, pensamos en todo esto, no podem 
por menos, en nombre de nuestros Predecesores, y en el del mismo Dios que se ha dignado llamarnos a ser 
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su Vicario, que agradecer a don Bosco y a sus Hijos el bien que han hecho y hacen por todas partes. 

Sonríe en nuestro corazón y brilla en nuestra alma el pensamiento de un porvenir todavía mejor, que no puede faltar después de un pasad 
tan espléndido y un presente tan lleno de seguridad. 

Os agradecemos, por tanto, queridísimos hijos, haber querido asociar el nombre del venerado don Bosco a nuestro pobre nombre; haber 
unido, queridos hijos, lo que podéis considerar vuestro jubileo con el jubileo del Papa, tomando una parte tan viva en nuestros 
acontecimientos personales y uniéndoos a nuestro día onomástico. 

((212)) Os agradecemos muy particularmente que hayáis querido unir el nombre del Papa al nuevo Centro Profesional que, con el templo 
de María Auxiliadora al lado, pretende constituir un centro de multiforme actividad, fecunda de bien. 

Colocamos estas Escuelas entre las más hermosas obras que la Providencia se ha dignado sembrar en este año de nuestro Jubileo; y 
rogamos por ello de todo corazón a Dios que se digne bendecir sin medida la nueva obra y todo el complejo de las obras salesianas: obras 
glorificación divina y de salvación humana. 

Frente a obras tan hermosas y tan grandes Nos gusta repetir una frase que ya nos han oído muchos: «Siempre más y siempre mejor». 

Pero hablando a los Hijos y a las Hijas de don Bosco, preferimos dirigir otra palabra recogida de los mismos labios de don Bosco. En 
efecto, cuando, en aquel nuestro primer año de sacerdocio, Nos congratulábamos con don Bosco por la preciosa obra iniciada, por las 
escuelas y talleres tan bien montados, con los adelantos más completos y modernos de la mecánica, el querido don Bosco, con su sonriente 
sencillez y la viveza de ingenio que todos advertían siempre en él, Nos respondió: 
-íAh, en esto don Bosco quiere ir siempre a la vanguardia del progreso! 

Los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora deben ir y desear ir siempre a la vanguardia del progreso. Con esta segura y consolador 
previsión impartimos la bendición que vosotros, queridos hijos, habéis venido a pedir al Padre en su casa, que es también la vuestra. 
Bendición que queremos llegue a los presentes y a todos los que tan bien representáis. »Cuántos son? Ciertamente son una inmensa multit 
en el mundo, una multitud innumerable como las arenas del mar. Y grande como las innumerables arenas del mar era el corazón del Beato 
don Bosco. 

Con esa visión mundial de obras, de cosas, de apostolado, de trabajo y sobre todo de personas -entre las cuales colocamos en el puesto d 
honor a las que combaten en las trincheras de la fe, es decir, a los Misioneros y a las Misioneras-Nos disponemos a dar la Bendición 
Apostólica, pidiendo al Señor los mayores favores del Beato don Bosco y su más valiosa intercesión. 

La frase de don Bosco, que quería ir siempre a la vanguardia del progreso, se la apropió el Papa el 19 de noviembre de 1930, con motivo 
de bendecir e inaugurar la nueva Central Telefónica en la Ciudad del Vaticano. La instalación telefónica era un regalo de la Telephone and 
Telegraph Corporation de Nueva York. Al dar las gracias a los donantes y referirse ((213)) a su noble intención de querer que su regalo fu 
digno de la Sede del Vicario de Jesucristo, dijo que aquella intención añadía algo a todo el admirable complejo de la obra realizada, a la 
elegancia, a la utilidad y a la perfección de regalo tan 
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principesco. Después continuó: «Este regalo corresponde del todo a nuestro pensamiento, que es el de un Grande, del Beato don Bosco, el 
cual se gloriaba, hablando un día con el que llegaría a ser el Sucesor de San Pedro, de ir siempre a la vanguardia del progreso. Ello está en 
consonancia con los méritos del Beato: y es la misma frase y tiene la misma intención que Nos acostumbramos a decir y querer alcanzar 
siempre con gran sencillez y con firmes propósitos en todo cuanto se refiere a nuestra pequeña, y sin embargo tan gran Ciudad». 

Es cosa muy conocida que don Bosco fue un gran cultivador de las vocaciones sacerdotales; pero hay que tener presente que él fue en sí 
mismo un modelo de preparación, de vida y de actividad sacerdotal. Es lo que Pío XI puso de relieve el 17 de junio de 1932 en la recepció 
que dio a los seminaristas de los Pontificios Seminarios Romanos. Díjoles, antes de bendecirlos, que había encontrado para aquella hora ta 
consoladora un agradable recuerdo. Eran unas medallitas que él entregaba al Cardenal Vicario, para que las distribuyese en nombre del 
Vicario de Jesucristo. Aquella medallas con la efigie del Papa, que había de ser para cada uno de ellos, como dijo el Poeta, la dulce image 
paterna, llevaban la dulce imagen de don Bosco en actitud de cultivar, como él sabía hacerlo, las primeras juventudes y llevarlas a Dios. 
Después continuó diciendo: 

Y vuestra juventud, que camina hacia Dios por un camino tan alto, con aspiraciones tan sublimes, encuentra en el Beato don Bosco -gran 
cultivador de las vocaciones sacerdotales hasta poder decir que su obra, en este aspecto, todavía se siente hoy más que nunca-vuestro 
modelo de preparación sacerdotal primero, y después de vida y actividad sacerdotal. Nos pudimos ver muy de cerca al Beato, y edificarnos 
precisamente en presencia de una y otra preparación y ver lo que no todos tuvieron la suerte de ver aún ((214)) entre sus hijos. Ya que su 
preparación para la santidad, su preparación para la virtud, su preparación para la piedad, la veían todos porque ella constituía toda la vida 
don Bosco: su vida era, en todo momento, una inmolación continua de caridad, un constante recogimiento de oración: ésta era la impresió 
que se sacaba de su conversación: la de un hombre que estaba atento a todo lo que sucedía a su alrededor. Llegaban personas de todas part 
de Europa, de China, de Africa, de India, quién con un asunto, quién con otro: y él de pie, incontinenti, como si fuese cosa de un momento 
oía a todos, lo comprendía todo y respondía siempre a todo con un elevado recogimiento. Se hubiera dicho que no atendía a nada de lo que 
se decía en torno a él; se hubiera dicho que su pensamiento estaba en otra parte y así era; estaba en otra parte, estaba unido a Dios con el 
espíritu; pero después respondía a todos, y tenía la palabra exacta para todo de una forma maravillosa: primero, en efecto, sorprendía, 
después maravillaba. Esta era la vida de santidad y de recogimiento, de asiduidad en la oración y el Beato tenía durante las horas de la noc 
y en medio de las ocupaciones continuas e implacables de las horas del día. Pero escapó a muchos lo que constituyó la preparación de su 
inteligencia, la preparación de la 
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ciencia, la preparación del estudio y son muchísimos los que no tienen idea de lo que don Bosco dio y dedicó al estudio. Había estudiado 
muchísimo y siguió estudiando extensamente por mucho tiempo y un día nos dijo lo que nunca había manifestado a nadie, pero que, al 
encontrarse con un hombre de libros y de biblioteca, le parecía debía decir: que tenía un amplio plan de estudios, un vasto plan de obras de 
historiografía eclesiástica. -Pero, añadía después, he visto que el Señor me llamaba por otro camino: quizás me faltaba la preparación de 
espíritu, de inteligencia, de memoria-. Y así pensó entregarse a la vida de caridad, al trabajo de la caridad, dedicándose a prodigar todos lo 
tesoros y todos los estudios que había ido recogiendo. Pero eso explica cómo pudo escribir tantas cosas utilísimas, especialmente para la 
juventud, y no cosas de un grado científico especial, sino adaptadas a todos para poder llegar mejor al fin que aquel gran Apóstol se 
prefijaba. 

Una glorificación extraordinaria de don Bosco pareció la que hizo el Papa el día 9 de julio de 1933, cuando se leyó en su presencia el 
decreto sobre la heroicidad de las virtudes de Domingo Savio. No es posible aislar aquí los párrafos del discurso que contienen alabanzas a 
don Bosco; por otra parte, toda la exaltación del discípulo redunda de tal modo en honor del Maestro, que puede tener lugar en el presente 
capítulo la completa alocución. Y puesto que la palabra del Papa alude varias veces directa o ((215)) indirectamente al saludo leído antes p 
el Rector Mayor, don Pedro Ricaldone, convendrá presentar éste íntegramente. 

Beatísimo Padre: 

La Familia Salesiana, postrada a los pies de Vuestra Santidad, celebra poder presentar su más fervorosa acción de gracias a Dios y a su 
Vicario, por la gracia recientemente concedida por la promulgación del Decreto reconociendo que el Siervo de Dios Domingo Savio -alum 
del Beato don Bosco en el Oratorio de San Francisco de Sales de Turín-ha practicado las virtudes en grado heroico. 

Cuando se piensa en la perfección alcanzada, a tan corta edad, por Domingo Savio en la Escuela de nuestro Beato Padre y Maestro es pa 
sentirse verdaderamente satisfechos y consolados en el trabajo cotidiano de nuestra modesta labor educadora, al ver los preciosos frutos qu 
produce el método educativo santamente iniciado por el Beato don Bosco y legado en herencia a sus hijos: frutos que resplandecen con luz 
tan viva y completa en la persona de este jovencito, el fruto más ejemplar de aquel método y su más solemne confirmación. 

Los medios por él empleados para lograr que la labor pedagógica logre el desarrollo de la vida sobrenatural en el niño y en el adolescent 
como debe hacer todo educador cristiano y como sapientemente ha puesto en evidencia Vuestra Santidad en la Encíclica Divini illius, son 
aptos, por tanto, no sólo para producir seguros frutos de una bondad ordinaria, sino también para elevar las almas juveniles a grados 
eminentes de santidad cristiana. Es verdad que, en este caso, concurrieron soberanamente a tal fin los especiales dones celestiales concedid 
a Aquel que estaba llamado a ser el Apóstol de la juventud del siglo XIX; pero también es verdad que él señaló un 
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camino y que, rehaciendo este camino con su espíritu, siempre se podrán alcanzar las mismas metas. 

Y aún bajo otro punto de vista encontramos en el jovencito Discípulo los fúlgidos rasgos de la fisonomía paterna del Maestro. 

La vida del Beato don Bosco fue vida de unión con Dios, vida de celo apostólico, vida de total inmolación. Ahora es para nosotros tema 
edificante emoción enaltecer en el pequeño Domingo un gran espíritu de oración habitual, un hábil esmero para apartar del mal o hacer 
avanzar en el bien a sus compañeros, y no solamente a ellos, una generosidad tan invencible para sufrir dificultades y molestias y hasta 
malos tratos, con tal de promover la gloria de Dios, luchando contra el pecado y alejando el escándalo. íQué maravillosamente resume el 
contenido de una vida tan corta y sin embargo tan fecunda, el programa encerrado en las palabras: Oración, Acción, Sacrificio, que Vuestr 
Santidad no se cansa de repetir a todos los seglares que quieren poner sus fuerzas al servicio de la Jerarquía Eclesiástica! 

Siempre nos hemos considerado afortunados por haber podido, desde los primeros años de la ((216)) juventud, conocer y apreciar las 
virtudes y ejemplos de Domingo Savio, hasta de los mismos labios de quien había sido su maestro o compañero durante los años de su 
permanencia en el Oratorio; todos estaban de acuerdo en proclamarlo modelo esclarecido de virtud; pero hoy nuestro gozo es completo al 
ver consagrada nuestra admiración con la augusta palabra de Vuestra Santidad. 

Permitid, Beatísimo Padre, que en una circunstancia tan solemne y querida para nosotros, mientras me cabe el honor de poner a los pies 
Vuestra Santidad, en nombre de todos los Salesianos, el más devoto agradecimiento por el señalado favor, pida poder formular la promesa 
de que nosotros nos mantendremos cada día más aferrados a este glorioso modelo de fidelidad en el seguimiento de las normas de nuestro 
Beato Fundador, con la consoladora certidumbre de que, siguiendo sus huellas, caminamos seguros por las sendas trazadas por mano del 
Vicario de Jesucristo. 

Con estos sentimientos me postro implorando para todos los Salesianos, sus alumnos, cooperadores, exalumnos y sobre la familia de las 
Hijas de María Auxiliadora la Bendición Apostólica. 

El Papa, que siguió con visible atención la lectura, recogióse un instante en sí mismo y pronunció este discurso: 

Vuelve, queridísimos hijos, vuelve hasta nosotros y precisamente en este lugar, la gran figura del Beato don Bosco, casi acompañando y 
presentando en persona y de su mano, a su pequeño, o mejor gran alumno, el Venerable Domingo Savio. Y Nos parece volver a ver al gran 
Siervo de Dios, lo mismo que lo vimos -gran favor éste, que colocamos entre todos los que la divina Bondad Nos ha generosamente 
concedido-lo mismo que lo vimos, en medio de sus alumnos y de sus colaboradores. 

Y es verdaderamente admirable en los designios de Dios, en los designios, en los preludios de la Divina Providencia; es verdaderamente 
admirable este retorno del Beato don Bosco, con este fruto, de los primeros, de los más bellos, el más bello de los primeros, puede decirse 
más exquisito de su obra educativa, de su obra apostólica, porque toda su vida, toda su obra fue siempre un apostolado. El, en efecto, llenó 
con el espíritu de apostolado toda su existencia, ya empapada en el espíritu que concisa y totalmente expresaba con aquellas sus palabras, 
aquella que fue su verdadera palabra 
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de orden, tan fielmente heredada después por sus hijos: da mihi animas, cetera tolle. 

Un retorno verdaderamente providencial: cuando se piensa en las condiciones en que hoy se encuentra, puede decirse en todo el mundo, 
juventud; cuando se piensa en todos los peligros y en todas las malas artes que arman asechanzas contra su pureza; cuando se piensa en to 
este torbellino de vida exterior, en este excesivo cuidado -y lo dicen también los ((217)) que únicamente se dejan conducir por 
consideraciones de pedagogía humana-a este culto del cuerpo, de las fuerzas físicas y materiales, del desarrollo material, de la educación 
material y física, como dicen, en esta tan difundida y, puede decirse, precisamente educación para la violencia, sin respeto alguno a nadie n 
a nada. Cuando se piensa, pues, en las condiciones en que se mueve la juventud de hoy, en los peligros que a cada instante se le ponen 
delante; cuando se piensa en ese malvado apostolado (si es lícito aplicar esta palabra), apostolado del mal, tan activamente y con tan terrib 
y maligna industria conducido a través de la prensa, de la prensa fácil, idónea para toda condición, para toda graduación de edad; en esa 
ostentación continua, general, casi inevitable, para los que viven en medio de esa ostentación de cosas, no sólo de mal ejemplo, sino 
verdaderamente provocadoras del mal, cuando se abusa de las más bellas y más ingeniosas ideas de la ciencia, que deberían servir 
únicamente para el apostolado del bien y la difusión de la verdad y de la bondad; cuando se piensa en todas estas cosas y en el grado a que 
han llegado precisamente en nuestros días, entonces es cuando verdaderamente hay que dar gracias a la Divina Providencia que suscita y 
lleva a efecto, a plena luz, esta figura tan edificante del bueno y santo jovencito. 

Hay que ser, de un modo especial, profundamente agradecidos al Señor por esta santidad de vida, por esta perfección de vida cristiana qu 
no tiene ninguna de esas grandes ayudas que tanto convienen para el cumplimiento de las grandes casas: pobre, humilde hijo de gente 
modesta y de modestísima familia, rica solamente en aspiraciones cristianas, en vida cristiana, vivida, aunque en las más modestas 
condiciones, en el ejercicio ordinario, en el cumplimiento de los deberes ordinarios de una vida común; un muchacho que no pasa sus año 
encerrado, como cabalmente señalaba el decreto, en un huerto particularmente guardado; sino, primero en medio del mundo, y después all 
donde la Providencia le había colocado y, por consiguiente, en medio de unos muchachos a los que el alma grande del Beato don Bosco 
reunía y formaba e iba formando, reformando, santificando, pero donde había una gran mezcla de buenos y no siempre buenos ejemplos, d 
buenos y no siempre buenos elementos. Ese era, en efecto, el secreto del gran don Bosco, poner, a veces, las manos precisamente en 
elementos no buenos, con asombro de los que no tenían su confianza en Dios y en la bondad fundamental de la creatura de Dios, ése era su 
secreto, poner su mano en todas partes, darse, extenderse para sacar bien del mismo mal, como lo hace la mano de Dios. 

Pero, volviendo ya al nuevo Venerable, he aquí la primera feliz confirmación. En la escuela del Beato don Bosco creció, sobre todo con 
ejemplo, en una rápida carrera su vida de adolescente que debía cerrarse a los quince años; esa vida, como se ha dicho con toda verdad, de 
pequeño y gran gigante del espíritu: ía los quince años! Una verdadera y singular perfección de vida cristiana a los quince años, y con 
((218)) aquellas características que necesitaban de nosotros, de nuestros días, para poderlas presentar a la juventud actual, porque es una v 
cristiana, una perfección de vida cristiana sustancialmente hecha, puede decirse así, para reducirla a sus líneas características, de pureza, d 
piedad, de apostolado; de espíritu y de obra de apostolado. 
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Una pureza candorosa, angelical, inspirada en la Santísima Virgen, Madre inspiradora de toda pureza; y rodeada de los más solícitos 
cuidados: los maternos y paternos primero, y los del gran Siervo de Dios y sus colaboradores después; pero cuidada por el jovencito, cuida 
siempre, casi se diría, con verdadero instinto, con verdadera y continua aspiración de pureza, como la principal necesidad; por lo que, todo 
cuanto hasta de lejos parecía que podía ofender aquel candor, avivaba las energías de aquella pequeña, y grande alma, para las más solícita 
atenciones, la más fiel custodia. íLa pureza!: es la primera disposición, anterior a todos los demás dones de Dios, el don de las más altas 
vocaciones; la pureza es el amor de María, es el amor de su Divino Hijo, del Divino Redentor; es el aroma al que se abre el Corazón de Di 
como a algo agradabilísimo; la pureza: íqué necesidad de elevar un estandarte de este esplendor en medio de la juventud de nuestros días! 

Pero se diría propiamente que el pequeño, gran Siervo de Dios, dijese para sí mismo aquellas palabras que la Divina Sabiduría pone en 
boca del espíritu que va en busca de la pureza: Cuando he visto y considerado, Dios mío, que sin Vuestra ayuda no podía ser sobrio y puro 
me he dirigido a Vos y os he pedido este tesoro. Por eso la pureza del Venerable Domingo Savio estaba siempre asistida por un gran espír 
de piedad; la piedad estaba en él para custodia de la pureza; una piedad sazonada de oración, de devoción a la Santísima Virgen, de devoci 
al Santísimo Sacramento, de la más alta inspiración, de inspiraciones a los más altos coeficientes de la misma pureza. Además, esta piedad 
esta oración del espíritu iba siempre unida a otra oración, la que puede muy bien llamarse oración del cuerpo, oración propia de la carne, 
oración del cuerpo, como muy bien se definió, reavivado por el espíritu, es decir, la práctica de la penitencia cristiana, que, casi por instint 
sabe y siente las posibles complicidades del cuerpo y de la materia, de las ofensas a la pureza, de los peligros para la pureza; y corre al 
abrigo, verdaderamente como por instinto: el instinto del cordero que se defiende del lobo, del poder enemigo. 

La vida de Domingo Savio fue por esto una vida llena de oración y de penitencia, esa penitencia que, si no llega a los rigores que la 
historia de la santidad conoce, es sin embargo penitencia verdadera; más aún, es la de enseñanza más útil para todos nosotros y 
especialmente para nuestra juventud, porque es una penitencia al alcance de todos; ésta, en efecto, se reduce a su esencia, consiste en un 
ejercicio continuo de vigilancia, de dominio del espíritu sobre la materia, de mando ((219)) de la parte más noble sobre la parte que lo es 
menos; de dominio, en suma, del alma, de quien sabe mandar, sobre la parte que debe obedecerla; un espíritu de penitencia preciosísimo 
que, por sí solo, ejerce noble y fructuosamente las mejores energías del alma y del espíritu, que enseña al cuerpo, enseña a la parte menos 
noble lo que también ella debe hacer y la contribución que debe prestar, no para hacer más difícil la virtud, sino para convertir en más 
hacedero y meritorio el ejercicio y la práctica. 

Y con todo esto y como preparación sobrenaturalmente natural, un espíritu de apostolado que anima toda la vida del felicísimo 
adolescente, toda la vida de este pequeño y gran cristiano. Con toda la intención hemos dicho: una preparación sobrenaturalmente natural, 
porque, en resumidas cuentas, es la natural tendencia del bien a difundirse, a dilatarse, a comunicar lo más posible los propios beneficios, 
especialmente allí donde es más visible la necesidad, la privación, tendencia que se encuentra mucho en el querido jovencito. 

Pequeño, pero gran apóstol, en todas las ocasiones: siempre atento a aprovecharlas, crearlas, convirtiéndose en apóstol en todas las 
situaciones, desde la enseñanza formal del catecismo y de las prácticas cristianas hasta la cordial participación en las 
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diversiones propias de los muchachos, con el fin de llevar a todas partes la nota del bien, la llamada al bien. 

Y he ahí la verdadera providencia para nuestros días. Es lo que Nos venimos proclamando e inculcando siempre a la amada juventud que 
con tan noble ímpetu, responde, en todos los países del mundo -y nos place manifestarlo con vivísimo sentido de gratitud a Dios y a los 
hombres-a nuestra llamada; esta amada juventud que en todas las partes del mundo responde a nuestra llamada, para alistarse en favor y a 
servicio de la Acción Católica, que no quiere, ni debe ser otra cosa más que la participación del laicado en el apostolado jerárquico. 

Y precisamente para ser tal, para poder estar en esta línea, debe ella ser ante todo una formación más profunda, conocedora, exquisita, d 
vida cristiana, de conciencia cristiana y sobre todo en la pureza de la vida, en el espíritu de piedad, en la participación en esta gran piedad 
la iglesia, en su incesante oración y unión con Dios. Dicha correspondencia es tan vasta, y, en su abundancia, tan exquisitamente preciosa 
que verdaderamente llena nuestro corazón con el más alto reconocimiento, y abre también nuestro ánimo a las más bellas esperanzas, que 
son únicamente nuestras, de la Iglesia, de la Santa Religión, sino que por una feliz necesidad, son también las esperanzas, las promesas 
seguras para la familia, para la sociedad, para toda la humanidad. 

Es verdad; Nos hemos llamado siempre a estos queridos jóvenes a alistarse bajo la bandera de la oración, de la acción, del sacrificio, 
porque ((220)) con la oración y con el sacrificio es como se prepara la acción, con la oración inspirada en la piedad, con el sacrificio íntim 
ante todo, el sacrificio personal, ese sacrificio enraizado en el espíritu, en la penitencia, en la mortificación cristiana: sólo así, solamente a 
se puede preparar a la acción fecunda del apostolado, una acción que no puede realizarse con destreza humana, por muy alta y generosa qu 
sea, sino que necesita esencialmente de la ayuda divina que no puede obtenerse de otro modo. Pero, precisamente por esto, vuelve de nuev 
y muy a tiempo, la figura del gran Siervo de Dios, del Beato don Bosco, Maestro del pequeño Venerable Domingo Savio; vuelve aquella 
gran figura, como Nos mismo la vimos tan de cerca, y no por unos minutos, sino precisamente así como su pequeño discípulo nos la ha 
representado en su vida, en los caracteres más sobresalientes de su breve existencia: un ardor incesante, con ansias devoradoras de acción 
apostólica, de acción misionera, verdaderamente misionera, hasta entre las paredes de una sencilla habitación; acción misionera entre las 
pequeñas turbas de niños, de muchachos, de adolescentes que continuamente le rodeaban; espíritu de ardor, de acción; y con este ardor un 
espíritu verdaderamente admirable de recogimiento, de tranquilidad, de calma, que no era solamente la calma del silencio, sino la que 
acompañaba un verdadero espíritu de unión con Dios, de tal forma que dejaba entrever una continua atención a algo que su alma veía, con 
que su corazón se entretenía: la presencia de Dios, la unión con Dios. Precisamente así. Y con todo eso un espíritu heroico de mortificació 
y de verdadera y propia penitencia, para la cual, aun en los términos más solemnes, hubiera bastado aquella su vida continuamente entrega 
al bien ajeno, siempre olvidada de toda utilidad propia, y hasta del más escaso reposo; una vida de penitencia, no solamente mortificada, 
sino de verdadera penitencia, a fuerza de ser apostólica. 

Nos hemos encontrado estas cosas un poco en los recuerdos de nuestro espíritu, y, mucho más aún, en las sugestiones queridísimas de la 
breve, pero muy noble vida del Venerable Siervo de Dios Domingo Savio. Estas cosas, estos ejemplos, estas grandes líneas siguen siendo 
siempre las líneas sustanciales, esenciales, de la vida marcada con 
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líneas más gigantescas por la mano de Dios; y estos elementos, »qué son al fin y al cabo? Son los elementos de la vida cristiana, de la vida 
cristiana vivida, no de cualquier manera, como desgraciadamente muchos se reducen a hacer, sino con generosa fidelidad a los principios, 
con delicado cuidado y no con negligencia. Al presente, es algo indigno servir con negligencia a un Señor tan bueno, a un Redentor tan 
generoso; la vida cristiana como Nos hemos tenido ocasión de decir no ha mucho, en presencia de algunas devotas peregrinaciones, no deb 
vivirse con una correspondencia fragmentaria, discontinua a los preceptos, a las enseñanzas, a los ejemplos del Divino Redentor, del Divin 
Maestro y de sus mejores discípulos, sino con espíritu de noble precisión, como el que hoy contemplamos y admiramos. ((221)) Esta es la 
vida cristiana, y es mucho poderla llamar así, porque ese nombre expresa un tesoro inestimable; pero hoy se da mucho una vida cristiana, s 
ningún sentido de precisión, sin ningún cuidado diligente, generoso, sin un poco de diligencia al menos, sin un poco de generosidad, de 
acuerdo con los ejemplos, las enseñanzas, los deseos de nuestro Divino Maestro... íCuánta necesidad hay, en cambio, de estos ejemplos de 
precisión, de vidas cristianas diligentes, generosas como el Corazón de Dios, el Corazón del Redentor las quiere! Es éste un pensamiento 
muy oportuno en el providencial, magnífico y consolador desarrollo, al que asistimos, en este Año Santo de la Redención, porque el 
beneficio que nosotros celebramos y recordamos con gratitud debemos hacerlo fructificar en nosotros diligentemente, después de diecinue 
siglos del gran suceso de nuestra Redención, precisamente en nosotros, alimentando la verdadera vida cristiana, porque ésa es precisament 
la vida total que hemos recibido con la Redención divina; ésa es el gran don que nos dan los brazos del Hijo de Dios, extendidos en la Cru 

El mundo no conocía esta vida; conocía la vida pagana, con todos sus errores y horrores; apenas se inició la vida cristiana se desarrolló 
inmediatamente con un maravilloso florecer de bellezas celestiales, de preciosidades de cielo; desde los primeros momentos, desde aquello 
niños que el mismo Divino Redentor acariciaba y abrazaba, hasta los Tarsicios de todos los tiempos, hasta este nuevo Venerable Siervo de 
Dios. 

He aquí el don, el gran don, el don completo de la Redención; ella es siempre la misma, llevada a los diversos grados de perfección a los 
que sabe llevarla la mano de Dios; porque es precisamente la perfección divina, aunque inalcanzable en su plenitud, la que se nos propone 
esa perfección es la vida cristiana, la que se nos presenta en el humilde fiel, en la más modesta medida del último de los fieles y hasta en la 
más altas figuras, las más magníficas, las más gigantescas figuras de la hagiografía, de la santidad de todos los siglos; la vida cristiana es l 
grande, inmensa riqueza que llevamos con nosotros desde el mismo instante del Bautismo, porque en aquella bendita hora empezamos a 
vivir esta vida, y la llevamos dentro de nuestras almas, en nuestros cuerpos como un preciosísimo tesoro. Por eso repercute en nosotros 
continua e incesantemente la llamada: hay que aprovechar este gran don y no dejarlo inerte, olvidado, descubierto con nuestras 
imprecisiones; hay que aprovechar, en cambio, con precisión, este tesoro magnífico, este tesoro que poseemos en medida adecuada, 
precisamente en aquella Sangre que pagó el Divino Redentor como precio; el precio precisamente de su Sangre, de su Vida, de su Cruz. 
Queremos ahora, ante todo, alegrarnos con la familia, mejor, con las familias del Beato don Bosco, tan digna, amplia y merecidamente 
representadas, puede decirse con razón, en todas las partes del mundo -ayer mismo leíamos de algunos intentos, ((222)) nuevos conatos de 
apostolado salesiano, en regiones todavía inaccesibles y en las que nunca se ha 
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entrado 1-con estas dos familias y con todos los que viven de sus obras y las ayudan, con las oraciones y con sus socorros, Nos queremos 
felicitarlos. 

En dos ocasiones importantes resonó todavía en labios del Papa el recuerdo de la Beatificación de don Bosco. La primera fue ante un 
grupo de ciento cincuenta Cooperadores Salesianos de Holanda, el 2 de octubre de 1933. Camino de Roma para lucrar la indulgencia del 
Año Santo, convocado para comemorar el decimonoveno centenario de la Redención, habían visitado Turín y la casita nativa de don Bosc 
El Papa, después de manifestar la alegría experimentada con la visita de aquellos queridos hijos de la pequeña Holanda, pero grande por su 
celo de apostolado misionero y la acción católica, añadía a continuación amablemente: «Nos resulta todavía más grata esta visita porque 
venís a nuestra presencia en nombre del Beato don Bosco; nombre conocido y querido por todos los católicos a donde ha llegado su benéf 
obra, nombre señaladamente querido por nuestro corazón, porque la Divina Providencia puso al gran educador de las almas entre los 
hombres que Nos hemos podido conocer, y del que hemos recibido trato verdaderamente benévolo; y además, porque la Divina Providenc 
Nos eligió para elevarlo a los primeros honores de los altares, y con la ayuda de Dios esperamos poder hacer todavía más». 
Delineó después rápidamente el programa del Cooperador Salesiano «que quiere decir colaborar con Jesucristo en la obra de la Redención 
obra de salvación de las almas, precisamente según el programa de don Bosco, el cual tenía por lema Da mihi animas» e ilustró el sentido 
mismo diciendo: «Las palabras Da mihi animas, cetera tolle, con las que el Fundador de los Salesianos señalaba su meta de llevar las alma 
la vida de la gracia, son las mismas palabras con las que el Salvador resumía su obra redentora, con la que los hombres debían obtener la 
vida con una abundancia mayor. Esta admirable y fiel correspondencia del programa de don Bosco ((223)) con el del Redentor, debe anim 
a todos los hijos a trabajar con celo y entusiasmo muy particular para realizar en sí mismos y difundir el gran programa, que es la principa 
finalidad de este Año Santo». 

La segunda de las dos ocasiones señaladas presentósele al Padre Santo en la audiencia concedida a los alumnos del Colegio Salesiano de 
Frascati, que fueron a la Ciudad el veintisiete de octubre para ganar el Jubileo. «Vosotros tenéis, les dijo el Papa, un título especialísimo, 

1 Parece que el Padre Santo aludía a un artículo del Boletín Salesiano de julio (pág. 215) titulado: «La nueva misión de Saharanpur». 
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porque venís a Nos en nombre de don Bosco a quien tanto queremos, ya mucho antes de que todo el mundo le llamase Beato, porque el gr 
Siervo de Dios nos recuerda no sólo que tuvimos la suerte, más aún, la gracia de levantarle a los primeros honores de los altares, con el 
deseo y la esperanza de elevarlo todavía a honores más altos; sino que nos recuerda un antiguo conocimiento, y casi estábamos por decir, 
una paternal amistad, cuando en los primeros años de nuestro sacerdocio pasamos un tiempo a su lado. Por eso os digo que os vemos y 
saludamos con gran complacencia. 

»Añadimos otro título, por el que os queremos: vosotros venís a Nos por el Jubileo extraordinario que hemos proclamado para todo el 
mundo con motivo del recuerdo diecinueve veces centenario de la obra de nuestra Redención. Debéis hacer una reflexión especial, dada 
vuestra condición de alumnos de don Bosco. En efecto este tesoro que recibís cada día, procede directamente de la Cruz, y es el tesoro de 
educación cristiana. Porque la vida cristiana es el fruto compendio, o resumen de la Redención, que el mundo había perdido y que 
verdaderamente es invención de Jesús que la trajo del cielo y aplicó en su nombre. Debéis pensar que vosotros gozáis toda la riqueza de es 
vida hasta con magnificencia y que cada una de las partículas de esta vida que cada día recibís, es una gracia de la Sangre de Nuestro Seño 

Es visible en ambas ocasiones con qué satisfacción pronostica el Padre Santo la proximidad de la canonización de don Bosco. La 
Providencia había reservado también al Pontífice glorificador de don Bosco esta nueva alegría, como ahora vamos a narrar. 
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((224)) 

CAPITULO XI 

REASUNCION DE LA CAUSA 

LOS triunfos de la beatificación, los festejos mundiales que inmediatamente los sucedieron, los frutos espirituales extraordinarios que de 
ellos se derivaron, el aumento de la devoción al Beato y toda una floración de gracias prodigiosas que se daban por seguras, obtenidas por 
intercesión, eran cosas que estimulaban a pedir la reasunción de la Causa. Así se llama en lenguaje oficial la renovación de la Causa de un 
Beato, con el fin de llegar a la canonización y consiguientemente a la universalidad y perpetuidad del culto. 

Canonización es una palabra que se deriva de canon, término griego que etimológicamente significa regla y que se ha usado en la Iglesia 
con varios sentidos, entre ellos el de catálogo de los libros inspirados y, desde el siglo XII, también el de catálogo de los Santos. Con el 
hecho de la canonización el Papa declara que un Beato reina en la gloria eterna y, por ello, manda a la Iglesia universal que le rinda culto d 
veneración. Tal sentencia constituye un efecto del magisterio infalible del Romano Pontífice, puesto que él define y manda como maestro 
la Iglesia universal, en virtud del poder que le confiere Jesucristo, del que es Vicario. Se trata en suma de una definición ex cáthedra. 

El Postulador, don Francisco Tomasetti, interpretando y secundando el deseo del Rector Mayor y de los Superiores, no perdió tiempo. 
((225)) En efecto, a principios del año 1930 presentaba una instancia en la Sagrada Congregación de Ritos, a fin de que en la primera 
reunión ordinaria se pudiera presentar y discutir la propuesta de la reasunción. Su deseo fue escuchado y produjo resultado satisfactorio, 
como lo confirma la respuesta formal del diez de febrero. 

Mientras tanto era preciso obtener con presteza cierto número de cartas escritas por personajes distinguidos, que avalasen la petición, pa 
presentarlas al Padre Santo, a fin de que él firmase el mandato de la reasunción. En poco tiempo se juntaron más de las que se necesitaban 
se eligieron sólo las doce que parecieron más importantes, que fueron: las de los cardenales Gasparri, Hlond, Schuster, Capotosti; la 
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del arzobispo salesiano Guerra; la de los obispos salesianos Olivares y Emmanuel; la del teólogo Benna, Vicario Capitular en Turín; las de 
Rector Mayor, don Felipe Rinaldi, y de la madre Vaschetti, Superiora General de las Hijas de María Auxiliadora; la del conde Rebaudeng 
que escribía en nombre de los Cooperadores Salesianos, y la del abogado Masera, en representación de la Federación Internacional de los 
exalumnos de don Bosco. Monseñor Della Cioppa y el comendador Melandri, abogado el primero y procurador de la Causa el segundo, 
juntamente con el Postulador, presentaron al Santo Padre, a través de la Congregación de Ritos, la petición acompañada de dichos 
documentos. 

La Sagrada Congregación examinó, en la sesión ordinaria del diecisiete de junio, si era del caso proponer al Papa que firmase la comisió 

o sea, el mandato que se invocaba. Los Cardenales dieron su voto afirmativo, que el Padre Santo aprobó; y a continuación, con fecha del d 
siguiente, se emitió el correspondiente decreto, muy honorífico para la Sociedad Salesiana. Después de evocar de nuevo en él los detalles 
más salientes de la beatificación y describir la solemne entrada del Papa en la Basílica de San Pedro, la tarde del 2 de junio de 1929, entre 
entusiasmo de la multitud cum florentissimis institutis amatissimi Patris legiferi Beati Joannis Bosco, ((226)) el redactor del texto exclama 
bajo la impresión de aquel recuerdo: Mirabile spectaculum Ecclesiae militanti et triumphanti gratum et jucundum! El decreto llevaba las 
firmas del cardenal Laurenti, Prefecto, y de monseñor Carinci, Secretario. 
La renovación de una Causa lleva consigo la presentación y el examen de dos milagros. El Postulador de la Causa de don Bosco present 
dos casos de curación milagrosa, verificados en Rímini y en Innsbruck. Las Curias de ambas diócesis, una vez recibidas las cartas 
remisorias, iniciaron, llevaron a cabo y enviaron a Roma los procesos sobre los dos milagros en octubre de 1931. El Postulador presentó 
inmediatamente una instancia al cardenal Verde, Ponente o Relator, para que se dignase invitar a la Sagrada Congregación de Ritos a 
pronunciarse sobre su validez. Terminado el estudio de los documentos y oída la relación de dicho Cardenal, el eminente Consejo dio su 
voto afirmativo el 12 de abril de 1932, que fue aprobado y confirmado ocho días después por el Padre Santo Pío XI. Siguieron 
inmediatamente las indagaciones e informes de los médicos peritos, llamados por la Sagrada Congregación para dar sentencia legal sobre l 
hechos. Por su parte, monseñor Natucci, Promotor de la Fe, sacó de las actas procesales y de los informes médicos una doble serie de 
observaciones 
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en contra del carácter sobrenatural de los dos casos. Respondió a ellas separadamente el Abogado de la Causa. Entonces, con los sumarios 
de los procesos y sus documentos, los informes de los peritos, las objeciones del Promotor de la Fe y las impugnaciones del Abogado 
formaron la Positio, que se imprimió y se distribuyó a los Cardenales, Oficiales y Consultores de Ritos en el mes de julio de 1932, a la 
espera de las tres Congregaciones, como ya hemos visto que se hizo para la Beatificación. 

Pero antes de seguir adelante, nos interesa dar a conocer sumariamente la segunda curación. Rodolfo Hirch de Innsbruck, después de 
doctorarse en medicina y especializarse en el cuidado de los tuberculosos, contrajo por contagio la enfermedad. En el ((227)) primer 
momento le trataron por largo tiempo con cuidados severos. Pero, al reemprender su trabajo, sólo estuvo bien durante poco más de un año 
hasta fines de 1928, cuando el proceso pulmonar se agravó más. El trece de mayo se encontraba tan extremadamente falto de fuerzas, que 
vio obligado a ingresar en un sanatorio. Las medicinas tomadas, comprendido el neumotórax, frustraron toda esperanza. La radioscopia 
descubría una gruesa caverna pulmonar de naturaleza tuberculosa. Entonces el clérigo salesiano José Divina, hoy sacerdote, propuso a la 
suegra del enfermo que hicieran una novena a don Bosco. Empezáronla el quince de mayo para terminarla el veinticuatro, fiesta de María 
Auxiliadora. Tomaban parte en ella el enfermo, su familia, los padres de la esposa y los Salesianos del colegio de Treviglio. En los último 
días aplicóse el enfermo al pecho una reliquia de don Bosco, precisamente una gota de su sangre, absorbida en un pegujón de algodón. Po 
después, el examen radioscópico causó una gran sorpresa, que llegó al colmo el día veinticuatro: aquel día, pese al largo período de cama 
que llevaba el enfermo, se levantó sin ningún cansancio y fue en automóvil a la clínica médica. Los radiólogos no vieron ya ninguna caver 
y habían desaparecido totalmente los otros síntomas. El examen de las expectoraciones, anteriormente siempre positivo, apareció negativo 
continuó siéndolo así. Rápidamente mejoraron las condiciones generales. Los más insignes especialistas de Innsbruck y Viena, que conocí 
muy bien su estado, no podían comprender la razón del repentino cambio. En octubre de 1929 reemprendió el doctor Hirch sus ocupacione 
resistiendo períodos de intenso trabajo, sin el menor trastorno. Tres años más tarde, podía afirmarse que la curación no sólo era completa, 
sino definitiva. 

Pero, uno de los peritos llamados a dar su opinión legal, puso objeciones a este milagro. Sin embargo, aquellas objeciones fueron 
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impugnadas en la Congregación antepreparatoria, celebrada por los Consultores bajo la presidencia del Cardenal Ponente, y la votación fu 
favorable. Creíase, por tanto, que no se opondría ningún retraso a la marcha normal de la Causa, ((228)) sabiendo como se sabía que el 
profesor Micheli de Turín, célebre especialista en la materia, había recibido noticias confidenciales sobre las dificultades opuestas, y había 
mostrado la inconsistencia de las mismas, por no decir su carencia de conocimiento. Mas, en estas cuestiones, basta ordinariamente la más 
mínima duda sobre la realidad del milagro, para que ya no se hable más de él. Movido por tal idea, llamó el Papa a don Francisco Tomase 
y le aconsejó que presentara otro milagro. Y se presentó entonces la curación sucedida en Turín junto a la urna del Beato en el mes de may 
de 1931. Y como quiera que la beneficiada con el milagro pertenecía a la diócesis de Bérgamo, correspondió a aquella Curia hacer el 
proceso, lo cual ocasionó la pérdida de casi nueve meses. Se necesitó otra Congregación antepreparatoria. 

Las tres Congregaciones antepreparatoria, preparatoria y general se celebran siempre los martes, mas no todos. Y como ordinariamente s 
numerosas las Causas en curso, la Secretaría de Ritos, de acuerdo con las diversas Postulaciones, publica al principio del año la lista 
cronológica de las Congregaciones que se celebrarán desde otoño hasta las siguientes vacaciones de verano. De manera que, si una 
Congregación no tiene suerte y hay que repetirla, la Postulación interesada pierde su turno. En tal caso, si otra Postulación no está prepara 
para su fecha, puede ocupar su puesto la primera. Y esto precisamente vino a acelerar las Congregaciones para los milagros de don Bosco. 
Preparada, pues, una segunda Positio, tuvo lugar la segunda Antepreparatoria el 9 de mayo de 1933. Resueltas en ella algunas nuevas 
dificultades sobre el precedente milagro de Rímini, discutieron los consultores el milagro que había sustituido al de Innsbruck y emitieron 
voto favorable para los dos. Poco después de otros dos meses, el veinticinco de julio, preparada ya la nueva Positio, fue posible celebrar en 
el Vaticano la Congregación preparatoria con intervención de los Cardenales, Oficiales y Consultores, los cuales llevaron a término su 
trabajo favorablemente. Don Francisco Tomasetti hizo preparar con la máxima rapidez la novissima Positio ((229)) para la última discusió 
pero el Subpromotor de la Fe no pudo conceder con igual premura el Visado, para que fuera impresa. Sin embargo, como el Padre Santo 
deseara que no se esperase más, se pudo celebrar la Congregación general en su presencia antes de que acabase el año, el catorce de 
noviembre. Su Santidad, después de implorar de Dios nuevas luces, 
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concluyó ordenando que se preparara el decreto de aprobación, fijando el domingo día diecinueve para la proclamación oficial. 

El ceremonial de este suceso tiene tres momentos. Primero, ante el Papa sentado en el trono, lee el Secretario de Ritos el decreto; despué 
la persona más calificada de la Orden, Congregación o Diócesis, a la que pertenece el Siervo de Dios, lee un breve mensaje al Papa; 
finalmente Su Santidad pronuncia un discurso. 

La lectura se hizo aquella mañana en la sala del Consistorio, repleta de público. Naturalmente intervinieron el cardenal Laurenti, Prefect 
de Ritos, y el cardenal Verde, Ponente de la Causa. Entre los Prelados italianos se destacaban el americano monseñor Castro, arzobispo de 
Costa Rica y el francés monseñor Lamy, obispo de Meaux. Ocupaba un lugar distinguido el Rector Mayor de los Salesianos, don Pedro 
Ricaldone, con los miembros de su Capítulo y con el Postulador y los Abogados de la Causa. Monseñor Carinci, invitado por el Prefecto d 
Ceremonias, se acercó al trono pontificio y, obtenido el permiso del Padre Santo, leyó el decreto, el cual empezaba con el Evangelio de 
aquella domínica XXIV después de Pentecostés. He aquí la traducción. 

El pasaje del Evangelio de hoy nos recuerda e invita a meditar aquellas palabras con las que el Divino Fundador de la Iglesia, Jesucristo, 
anunciaba el futuro desarrollo de ésta: El reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza... que es más pequeña que cualquuier 
semilla, pero cuando crece... se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen a anidar en sus ramas (Mt., XIII, 31-32). Esta no 
de humildad caracteriza siempre los principios de las obras que proceden de Dios, tanto más característica cuanto más maravillosos son lo 
desarrollos que la Divina Providencia dispone. Es éste un pensamiento que viene espontáneamente a la mente siempre que ((230)) nos 
ponemos a considerar dónde y cómo empezó esa magnífica Obra de educación, fundada por el Beato Juan Bosco, que hoy maravilla por su 
rápida difusión, su florecimiento y desarrollo por todas las partes del mundo. 

Habríais visto a un humilde sacerdote, todavía joven, modesto en su atuendo, de rostro abierto y jovial, que, después de haber entretenid 
con juegos y diversiones, en un prado casi desierto a las puertas de Turín, a los hijos del pueblo abandonados por las calles, los reunía en u 
especie de mísero tugurio, y con palabra dulce y persuasiva les enseñaba el catecismo, y los atraía con arte maravillosa a la piedad. 

En aquella zona suburbana de entonces, llamada Valdocco, se refugió con sus muchachos, pobre y despreciado por muchos, como un 
peregrino sin techo, después de haber sido echado de otros lugares y perseguido de diversos modos, por los mismos motivos. 

Pero ardía en su corazón la llama divina de la caridad y se reducía a cumplir la obra inmensa que, por inspiración del Espíritu Santo, 
maduraba en la mente. Hoy ya todos saben los beneficios que produjo su obra y cómo han crecido las dos familias religiosas por él 
fundadas; pero a costa de muchas y grandes fatigas del apóstol, a fuerza de voluntad y con constante paciencia en medio de toda suerte de 
dificultades. Apenas si puede concebirlo la mente y faltan palabras para expresarlo. 
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Nació en Castelnuovo de Asti el 16 de agosto de 1815, en humilde cuna, y murió en Turín el 31 de enero de 1888. 

En aquel tiempo tan turbulento por la agitación de muchos pueblos, el deseo de novedad difundido por doquier, las muchas persecucione 
contra la Iglesia, apareció, en medio de otros hombres de santa memoria suscitados entonces por Dios, el Beato Juan Bosco, como verdade 
gigas ad currendam viam. 

Célebre por la fama de su santidad, glorificado por Dios después de su muerte con el esplendor de los milagros, fue inscrito en los fastos 
de los Beatos por la Santidad de Nuestro Señor Pío XI el 2 de junio de 1929. Reasunta al año siguiente la Causa para la Canonización, se 
instruyeron los Procesos Apostólicos en Rímini y en Innsbruck sobre dos prodigiosas curaciones, cuya validez fue reconocida con el Decr 
de la Sagrada Congregación de Ritos del mes de abril del año pasado. Celebróse la discusión de estas dos curaciones en la Congregación 
Antepreparatoria del 26 de julio de 1932, en presencia del Revmo. Cardenal Verde, Ponente o Relator de la Causa. Pero habiéndose dejad 
de lado el milagro que se decía ocurrido en Innsbruck, se instituyó en Bérgamo el Proceso Apostólico sobre otra curación, cuya validez se 
deliberó con el Decreto del primero de febrero del corriente año, y cuyo mérito se discutió en una Congregación Antepreparatoria en 
presencia del mismo Cardenal Ponente. Como quedara algún punto por aclarar sobre la primera curación, se instituyó en Rímini un proces 
supletorio que se añadió al primero. 

((231)) La primera curación sucedió en Rímini. Ana Maccolini sufrió, a partir del mes de octubre del año 1930, una bronconeumonía 
gripal que se prolongó hasta el mes de febrero del año siguiente. A mediados del mes de diciembre de 1930, añadióse a este mal una flebit 
en la pierna y muslo izquierdo, que se corrió por todo el miembro, al extremo de que éste parecía el doble de grueso de lo normal y perdió 
todo movimiento. Es sabido que la flebitis, si es grave en los jóvenes, lo es mucho más en los viejos, por el peligro de gangrena de la 
arterioesclerosis. Por esta razón los dos médicos que la atendían, de acuerdo en el diagnóstico, y teniendo en cuenta la edad de la enferma 
setenta y ocho años, y especialmente la afección gripal, emitieron un pronóstico casi totalmente infausto sobre la vida de la misma enferm 
Además, opinan todos los médicos que es imposible la curación instantánea de la flebitis. Pues bien, una de las últimas noches de aquel añ 
Ana, que había invocado con un triduo al Beato Juan Bosco y había aplicado al miembro enfermo una reliquia del mismo, se curó 
instantánea y perfectamente de la flebitis y readquirió la libertad de movimiento y de las flexiones de la articulación del miembro, sin 
dolores y sin hinchazón. Además de los médicos que la atendían, aseguran su perfecta curación los peritos físicos que examinaron a Ana 
diez meses después y de nuevo recientemente, hace seis meses. Tres peritos elegidos y delegados por esta Sagrada Congregación están 
unánimemente de acuerdo con los médicos que la atendían, lo mismo en cuanto al diagnóstico y al pronóstico, que en cuanto al 
reconocimiento del milagro. 

No resulta menos evidente el segundo milagro. Catalina Lanfranchi, de Pilenga, padecía de predisposición artrítica. La artritis le había 
atacado especialmente las rodillas y los pies con lesiones orgánicas, y se presentaba en una forma gravísima, si no para toda la vida de la 
paciente, sí para cuanto se refería al movimiento de los miembros. Habiendo resultado inútiles todas las curas hechas desde el año 1903, fu 
la enferma a Lourdes por dos veces, pero no habiendo obtenido, ni siquiera la segunda vez, en mayo de 1931, la curación por medio de la 
Bienaventurada Virgen María, antes de salir de Lourdes dirigió a la Madre celestial esta oración: -Ya que no me he 
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curado aquí en Lourdes, concededme al menos que, por la devoción que tengo al Beato Juan Bosco, pueda él obtenerme la curación en 
Turín. 

Es evidente la invocación del Beato, como la confianza en una gran mediación de la Santísima Virgen. Ya de vuelta de Francia, y en las 
mismas graves condiciones, el seis de mayo se detuvo en Turín y fue hasta la Basílica de María Auxiliadora. Descendió del coche, ayudad 
por la hermana y el cochero, entró en el templo, sentóse ante la urna que encierra el cuerpo del Beato y rezó. Poco después logró arrodillar 
y permaneció en esta posición casi veinte minutos; levantóse, fue al altar de la Virgen y se arrodilló de nuevo. Entonces, como volviendo e 
sí, se dio cuenta de que estaba curada; y sin ayuda de nadie, en medio del estupor de cuantos la habían visto incapaz de andar, se movió y 
echó a andar, bajó por las escaleras y subió al coche sin ((232)) ningún impedimento. La curación se mantiene, como atestiguan los peritos 
físicos. Y proclaman el milagro los médicos que la atendían, todos los testigos, y los peritos elegidos y encargados de oficio por esta Sagra 
Congregación. 

Discutiéronse estas dos curaciones por segunda vez en la Congregación Preparatoria, tenida en presencia de los Reverendísimos 
Cardenales el día veintitrés del pasado julio, y por fin el día catorce de este mes, en la Congregación General celebrada en presencia de la 
Santidad de Nuestro Señor Pío XI, en la cual el Revmo. Cardenal Alejandro Verde, Ponente o Relator de la Causa, propuso la Duda: Si y 
qué milagros consta, sucedidos después de la beatificación, en el caso y al efecto de que se trata. Los Revmos. Cardenales, Oficiales, 
Prelados y PP. Consultores emitieron personalmente su voto. El Santo Padre, después de escucharlos atentamente, creyó oportuno esperar 
algún tiempo antes de pronunciarse, para implorar la luz del Cielo. 

Eligió después, para pronunciar su sentencia, este día diecinueve de noviembre, XXIV domínica después de Pentecostés. Mandó llamar 
los Revmos. Cardenales Camilo Laurenti, Prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos, y Alejandro Verde, Relator de la Causa, y tambié 
al Revmo. P. Salvador Natucci, Promotor General de la Fe, y al que esto suscribe en calidad de Secretario, y en su presencia sentenció: Qu 
constaban los dos milagros obrados por Dios, por intercesión del Beato Juan Bosco: es decir: la instantánea y perfecta curación de Ana 
Maccolini, de flebitis grave en la pierna izquierda, lo mismo que la de Catalina Lanfranchi, de Pilengo, de grave enfermedad crónica artrít 
en las rodillas y los pies. 

Ordenó después que este Decreto fuese promulgado e inscrito en las Actas de la S. C. de Ritos. 

19 de noviembre de 1933. 

C. Cardenal LAURENTI ALFONSO CARINCI 
Prefecto de la S. C. de Ritos Secretario de la S. C. de Ritos 
Poco después de la lectura se acercó al trono don Pedro Ricaldone, teniendo a sus lados al Postulador don Francisco Tomasetti, al 
Abogado Della Cioppa y al Procurador Melandri y dirigió al Santo Padre el siguiente saludo: 

Beatísimo Padre: 

La lectura que se acaba de hacer del Decreto que aprueba los dos milagros presentados para la Causa de canonización de nuestro 
Fundador, el Beato don Bosco, llena nuestra alma de gratitud y satisfacción. De gratitud a Vuestra Santidad que, con el 
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sello de la Autoridad Apostólica, a la par que acelera el ritmo de la Causa, nos asegura otra vez la divina intervención en la glorificación d 
nuestro Beato Padre; ((233)) de satisfacción para nosotros que, en nuestro corazón de hijos, ya pregustamos el gozo del gran día en el que 
toda la Iglesia, por el Magisterio del Vicario de Jesucristo, glorificará a nuestro Padre, envuelto con la aureola de los Santos. 

Por eso, hoy, al dar gracias a Dios y a Vuestra Santidad por tan señalado beneficio, siento vibrar en mi voz el latido de la doble Familia 
don Bosco (séanos permitido llamarle todavía con esta denominación, en la que se juntan para nosotros los recuerdos de tantas y tantas co 
queridas), de esa doble Familia que tiene en él su origen, su espíritu y la confianza en el porvenir; origen que costó al Padre amado largos, 
inenarrables sacrificios; espíritu que con renovados propósitos nos proponemos conservar íntegro y ferviente; confianza que, por muchas 
razones de orden superior, aumenta en nosotros de día en día, estimulándonos cada vez más a trabajar con afán incansable por la gloria de 
Dios y el bien de las almas en el campo que nos ha señalado el Dueño Evangélico. 

La constante llegada de numerosos operarios a reponer y engrosar las filas de las Familias espirituales del Beato don Bosco nos hace 
esperar con seguridad que su gran ideal, la educación cristiana de la juventud según las enseñanzas de la Iglesia y las normas de su Cabeza 
visible, estará siempre en marcha progresiva. 

Y que de este modo nos obtenga nuestro Beato Padre recoger cada vez más abundantes frutos de la Redención, cuyo decimonoveno 
centenario ha hecho tan solemne Vuestra Santidad en todo el mundo, con este extraordinario Jubileo. 

Estos son los sentimientos con los que el humilde Sucesor del Beato don Bosco se postra esta mañana a los pies de Vuestra Santidad par 
tributarle el homenaje del común reconocimiento y para implorar sobre los Salesianos y sobre las Hijas de María Auxiliadora, sobre sus 
alumnos y exalumnos y sobre la gran Familia de los Cooperadores, la gracia de la Bendición Apostólica. 

Después de besar el pie al Padre Santo, don Pedro Ricaldone con sus asistentes, se retiró. Entonces tomó la palabra Su Santidad. Su hab 
procedía de una visible y profunda reflexión. Hubo un instante, en el que, evocando un pasado de más de cincuenta años, cuyas suaves 
impresiones llevaba esculpidas en la mente, estuvo a punto de conmoverse; pero rápidamente, con un acto enérgico de la voluntad reaccion 
y mantuvo el tono sereno y solemne de su voz. 

Es la tercera vez que don Bosco -y decimos «Don Bosco» para rememorar dulces recuerdos-nos invita, o mejor, nos pone en la feliz 
necesidad de hablar de él, casi como un recuerdo, y se diría también querido por él, ((234)) del ya lejano encuentro personal y de aquel má 
bien corto, pero no fugaz contacto que la Divina Bondad Nos concedió tener con el Beato. 

»Qué decir y añadir, después de lo que ya se ha dicho, y lo que el Decreto y las palabras que le han seguido han recordado respecto al 
Siervo de Dios? »Qué añadir, después de lo que tantas biografías, vidas y publicaciones sobre don Bosco, unas muy extensas y otras breve 
han dicho de él a cuantos han querido saberlo y también a los que no quieren, imponiéndose hasta a los más despreocupados por las 
maravillas que narran del Beato? 
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Y, sin embargo, Nos sentimos la dulce tentación de dar al menos una rápida ojeada sintética a todo lo que ya se ha visto, oído y dicho. E 
en efecto, una magnífica síntesis la que se perfila -muy merecida por la vida y la actividad del Beato-en amplísimo horizonte. 

Ante todo una síntesis personal: puede y debe decirse que esta magnífica criatura de Dios en el orden natural, es también una criatura 
elegida en el orden sobrenatural -ya que el mismo Dios es el Creador del mundo natural y del universo que está por encima de la 
naturaleza-; puede decirse que esta magnífica figura envuelta en múltiples esplendores y dotada de múltiples valores, de una bondad 
generosa, de un gran talento, de una inteligencia luminosa, vivaz, perspicaz, vigorosa que, si se hubiese limitado al campo de los estudios 
de la ciencia, ciertamente habría dejado profundas huellas, como ya ha dejado algunas también en este campo. 

Otra síntesis puede ser la siguiente: este hombre que no ha tenido tiempo más que para la actividad y la acción, el trabajo constante e 
incesante en medio de los muchachos, de los jóvenes, de los viejos, ha sabido escribir muchísimo: pasan, en efecto, de setenta sus 
publicaciones, sus escritos dados a la imprenta, bastantes de los cuales, aún en vida, alcanzaron un número fabuloso de ediciones y alguno 
pasó del millón de ejemplares. 

Y además, junto a esta inteligencia tan superior y sorprendente, un corazón de oro, virilmente paterno y, al mismo tiempo -lo saben todo 
los que estuvieron a su lado-un corazón que conoció las ternuras del corazón materno, especialmente con los pequeños, con los pobres de 
entre los pequeños, con los más pobres y los más pequeños de entre los pobres y los pequeños. Y junto con este corazón, una voluntad 
gigante, indómita e indomable por nadie, como no lo fue ícon tantísimas obras y tan extraordinario trabajo! 

Y después, al servicio de tal inteligencia y tal voluntad un físico, un cuerpo que, algo por el afortunado temperamento y por haber 
conocido muy pronto las durezas de la pobreza, pero sobre todo por la fuerza de la voluntad y de la disciplina, por una verdadera y singula 
penitencia voluntaria, demostró una resistencia en el trabajo verdaderamente admirable, que no se puede dudar en llamarla milagrosa. 
((235)) Bastaría recordar sumariamente la actividad del Beato y ver qué bien lo hacía todo: cuando se ponía a escribir -y Nos le hemos vis 
entregado a esta actividad especial-parecía no tener otra cosa que hacer: escribía páginas y páginas, folletos, cartas sin fin: otros tantos 
beneficios espirituales. Se habría dicho que no tenía otra ocupación ni tiempo más que para hablar, para escuchar a todos, para responder a 
todos, y hasta se habría asegurado que le sobraba mucho tiempo, puesto que a menudo tenía como un deber mezclarse con los muchachos 
para contentar especialmente a los más desgraciados de aquellos pequeños y para ponerse a contar cuentos y a jugar con ellos, como si no 
hubiera en su vida ninguna otra incumbencia u ocupación que requiriese su preciosa presencia, como si no tuviese que hacer todo esto que 
tan admirablemente ha realizado. Es algo maravilloso pensar cómo haya podido hallar tiempo y cómo y cuándo se permitía ese mínimo 
espacio de reposo y descanso de absoluta necesidad para él como para todos. 

Pero esta síntesis, o mejor, este conjunto de síntesis personal, de por sí grande y magnífica, casi desaparece, para reaparecer después com 
causa ante los propios efectos, al compararlo con la síntesis objetiva de la obra del Beato, especialmente, si se la contempla a tantos años d 
distancia: desde los pastos de I Becchi, desde los primeros y humildes inicios de Santa Filomena a Valdocco, hasta el grandioso 
florecimiento de hoy. Si damos una mirada general al conjunto de hijos e hijas del Beato, 
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vemos que los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora sobrepasan los diecinueve mil socios: un ejército; y se diría que todo él está 
situado en la primera línea, todo él dedicado a un trabajo grande y productivo, ya que la divisa del Beato, y la que ha dejado como religios 
herencia, es el trabajo, y no queda bien en las filas de los Salesianos o de las Hijas de María Auxiliadora el que no es trabajador, la que no 
trabajadora: el trabajo es el distintivo, la cédula personal de este ejército providencial. Y lo prueban otros datos: son mil ochocientas las 
Casas, ochenta las Provincias o Inspectorías como las llaman los Salesianos; se cuentan por millares y millares las iglesias, las capillas, los 
hospicios, los colegios; hasta resulta difícil catalogar a todos; son varios centenares de millar los alumnos del presente; hay que calcular po 
millones los exalumnos; pasan del millón los miembros de la tercera gran familia, la de los Cooperadores, esa longa manus, como don Bos 
la llamaba, y Nos se la hemos oído definir así cuando, con humilde complacencia, como la de quien quiere dar importancia a otros, decía e 
Beato que, gracias precisamente a tantos Cooperadores, don Bosco -usaba siempre la tercera persona cuando hablaba de sí mismo-, don 
Bosco tiene unas manos bastante largas, con las que puede llegar a todo. Es difícil por lo demás, a pesar de estas cifras, medir aun en 
resúmenes aproximados, el bien que don Bosco ha hecho y sigue haciendo: sería suficiente la simple alusión a las dieciséis misiones, 
misiones propiamente tales, a las que hay que añadir el doble de misiones subsidiarias donde los Hijos y las Hijas ((236)) de don Bosco, 
trabajan asiduamente para la conversión de los infieles. 

Un bien inmenso, extraordinario: bastaría solamente pensar en el fervor de educación tan múltiple -cívica, profesional, comercial, agríco 
pero siempre una, siempre la misma, cuando se considera que es una educación cristiana, total, profunda, exquisitamente cristiana. 

He aquí, aunque en lejana y pequeña proporción, la más hermosa síntesis que nos evoca espiritualmente la obra, grande como el mundo, 
la figura del Beato don Bosco, rediviva y de nuevo entre nosotros, en estos felices momentos. 

Acude inmediatamente la pregunta: »dónde está el secreto de todo este milagro del trabajo, de la extraordinaria expansión, del esfuerzo 
inmenso y del grandioso éxito? El mismo don Bosco nos ha dado la explicación, la verdadera llave de todo este magnífico misterio: nos la 
ha dado con aquella su perenne aspiración, o mejor, continua plegaria a Dios -porque fue incesante su íntima y continua conversación con 
Dios y pocas veces se ha cumplido como en él la máxima de: qui laborat, orat, puesto que él identificaba cabalmente el trabajo con la 
oraciónnos la ha dado con aquella su constante invocación: da mihi animas, cetera tolle: siempre las almas, la busca de las almas, el amor 
las almas. 

íQué oportuna resulta esta llamada, esta plegaria personal del Beato Siervo de Dios en el desarrollo de tan hermoso, santo, edificante, 
fructuoso, de este Año Santo, de la Redención! En efecto, el Beato don Bosco había estudiado bien, había meditado, y mucho, 
constantemente, el misterio y la obra de la Redención para poder realizar toda su estupenda labor. Es más, debe decirse que precisamente 
esto es lo que únicamente la explica: él recibió de Dios el mandato específico, la misión especial de continuar la obra de la Redención, de 
difundir y aplicar cada vez más abundantemente a las almas sus frutos preciosísimos. Así es como se aprecia bien la grandeza de su 
actividad, lo mismo cuando se piensa en las almas llamadas por él a la Redención durante su vida, que cuando se piensa en las llamadas po 
la longa manus de sus hijos y de sus cooperadores: llevando por vez primera a tantas almas a verdaderas y personales resurrecciones 
espirituales, devolviendo las almas perdidas o abandonadas al 
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camino de la salvación; en todo, por todo y siempre la propagación de la Redención. 

El Beato había, pues, meditado profundamente el misterio de la Redención, He ahí una llamada más oportuna hoy que nunca, ya que es 
eso precisamente lo que Nos hemos ardientemente deseado y esperado para este Año Santo: que el pensamiento de todas las almas 
redimidas, de toda la humanidad salvada, vuelva con memorable recuerdo, con agradecida atención a la grandiosa obra, cuyos beneficios 
inapreciables se recogen, a la Redención y a su Autor, el Redentor. 

Da mihi animas, cetera tolle! »Y qué nos dice el Redentor? »Qué les ((237)) dice a esas almas que de buena gana emprenden este camino 
La primera palabra que desciende de la Cruz, en la que precisamente se consuma la Redención con la Sangre y la Muerte del Hijo de Dios 
es la misma que dijo Jesús casi como prólogo de esta su obra divina: Quid prodest homini, si mundum universum lucretur, animae vero su 
detrimentum patiatur? »De qué sirve conquistar todo el mundo si el alma tiene que sufrir perjuicio? Y esto ya es decir el inestimable valor 
trascendente de las almas, el incomparable valor de las almas. Ahora bien, esta misma palabra, esta misma lección nos la da el Redentor 
como testamento escrito con su divina Sangre mientras muere, en la Cruz: he aquí, dice El en aquella hora suprema, el valor de todas las 
almas; de cada una, por tanto, de nuestras almas. No ha creído El dar demasiado dando toda su Sangre y su vida, no ha creído pagar un 
precio excesivo, dando generosamente un precio de valor divinamente infinito. 

No queremos añadir nada más, sino invitaros a permanecer con esta gran palabra, con este gran amor de las almas, palabra y amor del 
Divino Redentor, al que tanto se acercó su fiel, esforzado, eficaz obrero, el Beato don Bosco, un instrumento tan valioso para la Redención 
de tantas almas. 

Con este último pensamiento pasó el Augusto Pontífice a bendecir a los presentes de acuerdo con las intenciones por ellos formuladas: a 
todos los hijos e hijas de la familia salesiana y de María Auxiliadora; a todos los demás que con su actuación colaboraban en su maravillos 
actividad; a todos ellos y a todo lo que en aquel momento llevaban los allí presentes en su mente y en su corazón y deseaban ver bendecido 
juntamente con sus personas. 

Después de impartir la bendición, recibió el Padre Santo, de manos del Postulador, una copia del decreto leído poco antes. Descendió 
después del trono y reverenciado devotamente por los Cardenales, Prelados y Religiosos, retiróse a sus apartamientos, mientras el público 
comentaba en la sala y afuera todo lo visto y oído. 

Las condiciones más esencialmente requeridas para la Causa estaban cumplidas; sólo quedaban algunas formalidades, de las que 
hablaremos en el capítulo siguiente. Y como se aproximaba la fecha extraordinaria, comenzáronse enseguida los preparativos para los 
festejos en Roma y en Turín, que se preveía serían excepcionalmente grandiosos; sobre todo se pensó en organizar lo que de algún 
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modo se refería ((238)) a las peregrinaciones, que ya se anunciaban por todas las partes del mundo. 

Y como se preveía que la prensa se iba a ocupar ampliamente del futuro Santo, el Rector Mayor, en cuanto empezó a delinearse como 
propicia la marcha de la Causa, tuvo la prudencia de estar alerta contra el peligro de que la gran figura de don Bosco sufriera alteraciones 
ante el público; pues era de temer que se la redujera a la única proporción de fundador de la Sociedad de San Francisco de Sales y del 
Instituto de las Hijas de María Auxiliadora. íY eso había que evitarlo! La misma Iglesia había reconocido oficialmente la universalidad de 
misión; su apostolado se había desplegado con el mismo poder en todos los campos y en todos los climas. Por eso don Pedro Ricaldone 
lanzó el veintiséis de junio la palabra de orden a los Directores Diocesanos y a los Decuriones de los Cooperadores reunidos en Valdocco: 
Conservemos la figura de don Bosco como nos la ha dado el Señor. El Boletín de septiembre dio a esta consigna amplia publicidad. Vario 
periódicos, entre los cuales la Tribuna del día once de octubre, la publicaron, con algunos comentarios. La fervorosa espera iba creciendo 
medida que pasaban los días. 

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((239)
)


CAPITULO XII 

EL «TUTO» Y LOS CONSISTORIOS 

LO que más arriba hemos expuesto brevemente, costó indagaciones sin fin. íCuántos estudios, cuántos sacrificios, cuántos gastos, no sólo 
para alcanzar la verdad, sino también la certeza de la verdad bajo todo punto de vista! 

Cuando se aprobaron los dos milagros, pareció que todo había terminado; en cambio todavía serían llamados los Cardenales y Consultor 
a dar su voto, sobre si, después de la aprobación de los milagros, se podía realmente y con seguridad (tuto) proceder a la solemne 
canonización. En caso afirmativo, se promulgaría el decreto del Tuto, de manera análoga a la ya referida para la beatificación. 

Hubo, por tanto, que redactar todavía e imprimir una breve Positio, que contuviese cuatro cosas: una súplica al Papa con los elogios del 
Beato, el decreto del Tuto para la beatificación, el de los milagros para la canonización y un prolijo y razonado juicio del Promotor Genera 
de la Fe. La finalidad de esta posición es la de iluminar sumaria y definitivamente la conciencia de los votantes. El Abogado del diablo, en 
su amplia exposición, después de recordar los muchos que suspiraban por la canonización de don Bosco, manifestaba ((240)) también su 
sentimiento personal diciendo: «Este es también el deseo del Promotor de la Fe, el cual, lleno de admiración ante la extraordinaria dimens 
de tan gran Hombre, se alegra de haber tomado parte en su Causa y, al mismo tiempo, declara que no sólo es algo factible, sino sumament 
conveniente que un tan señalado operario de Cristo, que soportó tantas y tan graves fatigas por la gloria de Dios y la salvación de las alma 
sea inscrito en el catálogo de los Santos». 

La Congregación del Tuto se reunió el 28 de noviembre de 1933 en presencia del Pontífice. Todos los que tenían derecho a ello dieron s 
voto a favor. Entonces el Papa autorizó la redacción del decreto y fijó la fecha de su lectura para el tres de diciembre, primer domingo de 
Adviento y fiesta de San Francisco Javier. 

Con razón hemos recordado la segunda circunstancia. En la fiesta del gran hijo de San Ignacio, tres de sus hermanos debían hacer coron 
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gloriosa al Beato don Bosco. Eran los Venerables Siervos de Dios Roque González de Santa Cruz, Alfonso Rodríguez y Juan del Castillo, 
muertos por la fe en Paraguay. Aquel día se proclamaría solemnemente su martirio. 

Las modalidades de la ceremonia fueron las mismas señaladas en los capítulos precedentes. Una vez leído el decreto referente a los tres 
mártires jesuitas, leyó el Secretario el del Tuto para don Bosco. Traducimos a continuación el decreto. 

Durante el siglo diecinueve, cuando maduraban por doquier los venenosos frutos, cuyos gérmenes de destrucción de la sociedad cristian 
había diseminado abundantemente el siglo anterior, la Iglesia, sobre todo en Italia, se encontró a merced de muchas tempestades que la 
desgracia de los tiempos y la maldad de los hombres levantó contra ella. Pero la divina misericordia envió también entonces para sostén de 
su Iglesia valiosos campeones, que alejaran la gran ruina y conservaran intacta en nuestro pueblo la más preciosa herencia recibida de los 
Apóstoles, la genuina fe en Cristo. 

Y así, en medio de las dificultades de aquellos tiempos, aparecieron entre nosotros hombres de acrisoladísima santidad, gracias a cuya 
acción prodigiosa no valieron los asaltos de los enemigos para demoler los muros de Israel. 

((241)) Sobresale por encima de los otros por la altura de su espíritu y la magnitud de sus empresas el Beato Juan Bosco, que, en el áspe 
rodar de los tiempos se levantó en el siglo pasado como una piedra miliar, señalando a los pueblos el camino de la salvación. Porque Dios 
suscitó para la victoria, según la expresión de Isaías (XLV, 13), y allanó todos sus caminos. En cambio el Beato Juan Bosco, por virtud de 
Espíritu Santo, resplandece ante nosotros como modelo del sacerdote hecho según el corazón de Dios, como educador incomparable de la 
juventud, como fundador de nuevas Familias religiosas y como propagador de la santa fe. 

Hijo de humilde linaje, Juan nació en un caserío campesino cerca de Castelnuovo de Asti, de Francisco y Margarita Occhiena, pobres y 
virtuosos cristianos, el 16 de agosto de 1815. Quedóse sin padre cuando sólo tenía dos años, y creció en la piedad bajo la prudente y santa 
guía materna. Brilló en él, desde niño, una índole excelente, dotada de agudo ingenio, y memoria tenaz, de tal modo que, cuando empezó a 
a la escuela, aprendía en un santiamén lo que le enseñaban los maestros y sobresalía sin discusión en clase por su rapidez en aprender y su 
penetración mental. 

Después de dos años de dura y laboriosa pobreza, que vigorizó su fibra en las más difíciles pruebas, con el consentimiento de su madre y 
por recomendación del Beato José Cafasso, entró en el Seminario de Chieri, donde se dedicó a los estudios, con óptimos resultados, duran 
seis años. Recibió finalmente el orden sacerdotal en Turín, el 5 de junio de 1841. 

Pocos meses después fue admitido en la Residencia Sacerdotal de S. Francisco de Asís, bajo la dirección del Beato José Cafasso, donde 
ejerció, con gran provecho para las almas, el ministerio sacerdotal en los hospitales, en las cárceles, en el confesonario y en la predicación 
la palabra de Dios. 

Formado con este ejercicio práctico en el sacerdocio, sintió encenderse más vivamente en su corazón la singular vocación que le animab 
por inspiración divina desde la adolescencia, de atender y guiar por el buen sendero a los jóvenes, particularmente 
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a los abandonados. Había intuido con su perspicacia lo muy útil que sería este medio para preservar a toda la sociedad de la ruina que la 
amenazaba, y dirigió a este plan los esfuerzos de su noble corazón, con tan felices resultados, que hoy ocupa, sin lugar a dudas, el primer 
lugar entre los educadores cristianos contemporáneos. No hubo dificultades, ni persecuciones que llegaran nunca a apartarle de tan inmens 
trabajo, pues era ilimitada su caridad con los jóvenes que estaban en peligro y muy firme su propósito de llevar a Cristo la juventud. Sabía 
atraerse a los muchachos con sus buenos modales, doquiera los encontrase abandonados por la calle, y, con toda caridad y dulzura, lleno d 
espíritu de San Francisco de Sales y de San Felipe Neri, se los ganaba y los mantenía alegres con diversiones, de forma que acudían a él en 
gran número de todas partes, como al mejor de los padres. Pero esta su divina caridad con ellos iba unida a una ((242)) tan gran prudencia 
sobrenatural, que llegó a la perfección en el método de educar, marcando a la pedagogía una norma que es de las mejores y más seguras. 

El mismo nombre de Oratorio, que dio a su institución, nos manifiesta sobre qué base construía él su edificio, que no es otro más que la 
doctrina y la piedad cristiana, sin la cual es inútil todo experimento, para arrancar de la viciosas pasiones el corazón de los jóvenes y 
levantarlos a más nobles ideales. Mas, para esto empleaba él tanta dulzura que los jóvenes bebían y amaban la piedad casi espontáneamen 
no movidos por la obligación, sino por un verdadero sentimiento; y, una vez que se había ganado su cariño, los llevaba después sin ningun 
dificultad al bien. Su gran principio era que para corregir a los jóvenes es mejor prevenir que reprimir; y, aunque este método es más difíci 
también es más eficaz para lograr adquirir buenas costumbres. Y los hechos dicen claramente los frutos que él ha recogido con este sistem 
jóvenes hubo, guiados por este método, que llegaron a la perfección de la vida cristiana y hasta a la práctica heroica de las virtudes. Los 
Oratorios Salesianos, multiplicados maravillosamente aun durante su vida en medio de dificultades sin fin, se encuentran hoy muy 
esparcidos por todo el mundo, y en ellos son conducidas a Cristo innumerables almas. 

Con el fin de perpetuar la existencia de los mismos y proveer de este modo más eficazmente a la educación juvenil, animado por el Beat 
José Cafasso, y por el Papa Pío IX, de santa memoria, fundó la Pía Sociedad de S. Francisco de Sales y, algún tiempo después, el Instituto 
de las Hijas de María Auxiliadora. 

Hoy en día tienen las dos familias en conjunto cerca de mil quinientas casas y casi veinte mil socios esparcidos por todo el mundo, con 
millares y millares de jóvenes de ambos sexos, que reciben de ellos formación literaria y profesional; y todavía más, sus hijos y sus hijas s 
someten generosamente a la asistencia de los enfermos y de los leprosos y hasta hay algunos de ellos que contrajeron esta enfermedad y 
sucumbieron víctimas de su caridad, ícomo dignos hijos de tan gran Padre! 

Tampoco se debe pasar por alto la institución de los Cooperadores, una asociación de fieles, en su mayoría seglares, los cuales, animado 
por el espíritu de la Sociedad Salesiana y, como ella, están dispuestos a toda obra de caridad, tienen por fin prestar, de acuerdo con las 
circunstancias, válido apoyo a los párrocos, a los Obispos, y al mismo Sumo Pontífice. Como un notable primer ensayo de Acción Católic 
la Asociación fue aprobada por Pío IX y, todavía en vida del Beato Juan, los Cooperadores llegaron a los ochenta mil. 

Pero el celo por las almas, que ardía en su pecho, no pudo quedarse encerrado dentro de los límites de las naciones católicas, y así, 
alargando los horizontes de su 
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caridad, envió misioneros de su Familia religiosa, a la conquista de las gentes salvajes para Cristo. 

Tras los primeros que, capitaneados por Juan Cagliero, de santa y gloriosa ((243)) memoria, avanzaron a la evangelización de las última 
tierras de América del Sur, hubo muchísimos otros Salesianos, que llevaron animosamente por uno y otro lado del mundo el cristianismo a 
los infieles. 

Resultaría difícil decir todo lo que él hizo y padeció por la Iglesia y por la tutela de los derechos del romano Pontífice. Y, sin embargo, 
puede repetirse de él, sin ningún miedo, lo que leemos de Salomón: concedióle Dios sabiduría e inteligencia muy grandes, y un corazón ta 
dilatado como la arena de la orilla del mar (IR. V, 9). Dios le dio sabiduría: porque, habiendo renunciado a todo lo terreno, aspiró 
únicamente a promover la gloria de Dios y la salvación de las almas. Su lema era: íDame almas, y quédate lo demás! 

Se dio por entero a la humildad; fue tan insigne en el espíritu de oración, que su mente estaba continuamente unida a Dios, aunque 
pareciese siempre distraída por una multitud de asuntos. 

Profesaba extraordinaria devoción a María Santísima Auxiliadora y tuvo una inefable alegría cuando pudo edificar en su honor, en Turín 
el célebre templo, en cuya cúpula se eleva la estatua de María Auxiliadora dominando, como Madre y Reina, toda la Casa Salesiana de 
Valdocco. 

Moría santamente en el Señor el 31 de enero de 1888. Su fama de santidad fue creciendo de día en día, por lo que la Autoridad Ordinaria 
empezó los procesos; la causa de Beatificación fue introducida por Pío X, de feliz memoria, el año 1907. La Beatificación fue después 
celebrada solemnemente en la Basílica Vaticana, con aplauso de toda la Iglesia, el 2 de junio del año 1929. 

Reasumióse al año siguiente la causa y se instituyeron los procesos sobre las curaciones que parecía debían atribuirse a milagro divino. Y 
con decreto del diecinueve de noviembre de este año, se aprobaron dos milagros obrados por Dios por intercesión del Beato. 

Quedaba por resolver una duda, a saber: si con la aprobación de los dos milagros, después de que la Santa Sede concedió el culto públic 
al mismo Beato, se podía proceder con seguridad a su solemne canonización. Se propuso esta duda por el Rvmo. Cardenal Alejandro Verd 
Ponente o Relator de la Causa, en la Congregación General de la S. C. de Ritos, en presencia del Santo Padre, el día veintiocho del mes de 
noviembre. Todos los presentes RR. Cardenales, Oficiales, Prelados y Padres Consultores dieron unánimemente su voto afirmativo, que el 
Santo Padre aceptó con alegría, prorrogando, sin embargo, su juicio hasta el tres de diciembre, primer domingo de adviento, dedicado a Sa 
Francisco Javier, celeste Patrono de la Obra de la Propagación de la Fe. Por lo cual, después de haber celebrado fervorosamente el Santo 
Sacrificio de la Misa, llamó ante sí a los Cardenales Laurenti, Prefecto de la S. C. de Ritos, y Alejandro Verde, Relator de la Causa, y 
también al Rev. Padre Salvador Natucci, Promotor General de la Fe, ((244)) y al infrascrito io y declaró: que se podía proceder con 
seguridad a la canonización del Beato Juan Bosco. 

Ordenó a continuación que fuera promulgado este Decreto e inscrito en las actas de la S. C. de Ritos. 

Al día tres de diciembre del año del Señor 1933. 

» C . Card. LAURENTI 

A. CARINCI Prefecto de la S. C. de Ritos Secretario 
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En esta ocasión estuvo muy contento don Pedro Ricaldone de que tocase al Padre Ledochowski, General de la Compañía de Jesús, el 
honor de manifestar al Padre Santo el agradecimiento de ambas Sociedades. El venerando Padre General se acercó al trono pontificio, 
teniendo a sus lados a don Pedro Ricaldone y a los Postuladores y Abogados de las dos Causas, y leyó: 

Beatísimo Padre: 

Con particular emoción tomo la palabra ante la augusta presencia de Vuestra Santidad en esta faustísima circunstancia, en la que la divin 
Providencia ha suavemente dispuesto que tocase al humilde sucesor de San Ignacio el gran honor y la gran satisfacción de presentar a 
Vuestra Santidad el vivo agradecimiento de la doble vasta Familia del Beato don Bosco, por el Decreto que ya asegura los supremos hono 
de la canonización a su maravilloso Padre y Fundador. Pero, no son solamente sus hijos y sus hijas los que se alegran por su inminente 
glorificación: a ellos se asocian todos los alumnos y exalumnos de los Institutos salesianos, todas las almas beneficiadas por su labor 
apostólica, todos sus amigos y cooperadores; más aún, puede decirse que todo el mundo participa y participará en ello, porque se trata de 
uno de esos hombres verdaderamente providenciales, que marcan una época en la historia de la Iglesia y de la humanidad; uno de esos 
hombres que la misericordia de Dios suscita de tanto en tanto, pero con esa sapiente parsimonia que hace se los aprecie más porque son m 
escasos; uno de esos hombres, de quien puede decirse con verdad que in omnem terram exivit sonus eorum et in fines orbis terrae verba 
eorum (su voz llegó a toda la tierra y sus palabras alcanzaron los últimos confines del orbe). 

Mi satisfacción al participar tan de cerca en la alegría de la Familia Salesiana, que hoy con tan gran fervor de obras, de misiones, de 
apostolado de toda suerte y en todos los campos, ha alcanzado uno de los primeros puestos en la viña del Señor; mi satisfacción, digo, 
aumenta pensando en la constante y genuina amistad que el futuro Santo tuvo siempre y manifiestamente demostró con la Compañía de 
Jesús y sus socios, recordando la profunda veneración que siempre fomentó ((245)) y promovió en favor de los Santos de la Compañía, 
particularmente de San Luis Gonzaga y San Francisco Javier, amistad y devoción que dejó en herencia a sus hijos, los cuales, unidos a 
nosotros, quizá hoy más que nunca, por el vínculo de la caridad, aprovechan con fraternal deferencia toda ocasión para manifestarnos su 
afecto y su ayuda. Permítaseme aquí recordar de modo especial con profundo reconocimiento, lo que ellos, y el primero de todos su 
Reverendísimo Rector Mayor, han hecho por nosotros en las recientes adversidades de nuestra Compañía en España, y cómo y con qué 
cordialidad se esmeran por aliviar a los Padres y Hermanos que han buscado refugio en Piamonte. 

Junto al grande y conocidísimo Beato don Bosco se nos presentan hoy también tres humildes hijos de San Ignacio, poco conocidos 
ciertamente por el resto del mundo, pero que han llegado a ser populares en las tierras evangelizadas otrora por ellos y regadas con su sang 
y grandes sobre todo ante Dios por aquel título que, según San Ambrosio, valía por el más bello panegírico: Dixi martyrem, praedicavi sat 
(dije mártir, ya prediqué bastante). Los tres, pero principalmente su jefe, el Venerable Padre Roque González, son de los primeros 
fundadores de las famosas «reducciones» que hicieron célebre el «Cristianismo feliz» del Paraguay, tan bien descrito por Ludovico 
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Antonio Muratori. Por consiguiente, su glorificación, cuyos primeros albores ya se ven en el decreto de hoy, suscita muy justamente el san 
entusiasmo de las florecientes Repúblicas de América del Sur, entre las que hoy está dividido el vasto teatro del heroísmo de nuestros tres 
Venerables a orillas del Río de la Plata, esto es, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay; todas esas naciones católicas, con sus Gobiernos y 
Pastores al frente, lo mismo que ardientemente lo han implorado, así saborean ya de antemano el gozo de poder honrar en ellos a los 
primeros Beatos Mártires de aquellas regiones: sobre todo al Venerable padre Roque González, por cuanto nació en la ciudad de Asunción 
del Paraguay y fue sacerdote secular antes de hacerse religioso de la Compañía, en la que ingresó huyendo de los honores de altos cargos 
eclesiásticos, y se convirtió luego en apóstol de las tribus habitantes a orillas del Río de la Plata, entre las cuales encontró la deseada palm 
del martirio, es verdaderamente hijo de América del Sur en todo el sentido de la palabra y será la primera flor roja indígena que sube a los 
altares, brotada y cultivada en su tierra, como es Santa Rosa la primera blanca flor de las vírgenes. 

No podían faltar en este tan extraordinariamente solemne Año Santo de la Redención, las palmas de los Mártires para formar corona al 
Divino Mártir del Gólgota. Y con humilde satisfacción y profundo reconocimiento, la Familia de San Ignacio da gracias de todo corazón, 
primero, al Dador de todo bien y, después, a Vuestra Santidad por el insigne favor de que tales palmas de Mártires, para enlazarse con la 
maravillosa floración de nuevos Santos y Beatos del Año Jubilar, hayan sido elegidos precisamente en el modesto jardín de la Compañía d 
Jesús. 

((246)) Beatísimo Padre: 

En este principio del nuevo año litúrgico que recuerda a todas las gentes la cuna del divino Redentor, en este día dedicado al gran Patron 
de las Misiones, San Francisco Javier, el Beato don Bosco nos deja oír su lema, grito de angustia y de amor a la par: Da mihi animas, y los 
tres Venerables Mártires de América del Sur nos enseñan hasta qué punto se deben amar las almas redimidas con la Sangre del 
Hombre-Dios. A los pies de Vuestra Santidad, a la vez que agradecemos con toda el alma la alegría que hoy nos ha procurado, renovamos 
propósito, que tan bien responde al espíritu del Beato don Bosco y de San Ignacio, de trabajar con todas las fuerzas, por la plácida conquis 
de todo el mundo para el Reino de Cristo, bajo la guía de su Vicario en la tierra. 

Dignaos, Beatísimo Padre, fortalecer estos nuestros propósitos con la Apostólica Bendición, que imploro para nuestras respectivas 
Familias Religiosas, para las naciones que se glorían en el Señor de estos nuevos héroes, para todos los presentes y para cuantos están unid 
a nosotros con la mente y el corazón. 

Al referirse a los Jesuitas refugiados en Piamonte, el Padre Ledochowski hizo una alusión que merece ser comentada aquí. El año 1932 e 
Gobierno revolucionario de España, con una iniquísima ley, había desterrado a los Jesuitas del territorio de la república. Don Pedro 
Ricaldone, acordándose del ejemplo de don Bosco en similar coyuntura, ofreció a los novicios y estudiantes de la Compañía la casa 
salesiana de Italia que más les gustase; y ordenó además a los Inspectores 
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españoles que prestasen la asistencia posible a los perseguidos.
Se renunció a la primera proposición, porque las jóvenes esperanzas de la Orden habían encontrado refugio en Bollengo, en el distrito de
Ivrea. Lógicamente les faltaban al principio muchas cosas para organizarse; por lo cual don Pedro Ricaldone hizo que las casas salesianas
más próximas les suministrasen todo lo que pudiesen necesitar. Más aún, sabiendo que en el destierro siempre se está a disgusto,
proporcionó esparcimiento a los desterrados con excursiones a los centros misioneros de Ivrea y Cumiana, donde, con hermosa fraternidad
no se ahorró nada para recibir dignamente y alegrar a los huéspedes.


El Padre Santo respondió al saludo, sacando del heroísmo ((247)) de los tres Mártires y de la santa vida de don Bosco, preciosas 
enseñanzas para todos los fieles en aquel año jubilar de la Redención. 

Habéis oído, queridísimos hijos, los Decretos leídos, habéis recogido también la hermosa, piadosa, fraternal ilustración que de ellos se o 
ha hecho: habéis visto cómo vuelve hasta nosotros la gigantesca y querida figura del Beato don Bosco acompañando y rindiendo los debid 
homenajes a los mártires del divino Redentor, porque el martirio es el honor supremo, lo mismo que es el fruto más precioso de la 
Redención, de aquel Redentor a quo omne martyrium sumpsit exordium (en el que empieza todo martirio), como muy bien y solemnemen 
dice la Iglesia. Y puesto que la Bondad divina ya Nos ha concedido hablar y entretenernos otras veces con el Beato don Bosco, Nos 
detendremos hoy a admirar a estos grandes Mártires -mas sin dejar de hacer, como veremos, una alusión al mismo Beato don Bosco-que 
tan oportunamente vienen a colocarse en el cortejo triunfal que acompaña la memoria, diecinueve veces centenaria, de la divina Redención 
del mismo divino Redentor. 

Y precisamente, a propósito de los nuevos Mártires, es evidente la oportunidad de proponernos, cada uno de nosotros, una pregunta sobr 
lo que debemos no sólo admirar, sino también imitar; porque entra en la economía altamente educadora de la Iglesia no presentar nunca ta 
excelsas figuras a la veneración de los fieles, si no es con la finalidad de excitar su saludable imitación: ut imitari non pigeat, quos celebra 
delectat (para que no disguste imitar a aquéllos a los que agrada celebrar). 

Y ante todo »qué podemos hacer nosotros cuando nos encontramos frente a estos héroes de la fe, héroes hasta derramar su sangre y hasta 
la muerte, sino tributarles nuestra admiración? Y he aquí inmediatamente una gran utilidad para las almas, para toda clase de almas, 
precisamente en esta admiración que a todos se propone: la utilidad está en este mismo honor de admiración ante unas acciones que, como 
muy bien se dijo, constituyen los testimonios más fastuosos, más magníficos y espléndidos que se hayan concedido a la naturaleza humana 
a nosotros pobres hombres, de poder rendir a la Verdad que juzga todo y a todos, que está por encima de todo y de todos y que sobrevive a 
todo, un testimonio mayor que todo otro, por grande y digno que sea: el testimonio de la sangre. Un genio lo dijo y de forma genial: éste e 
el gesto más ostentoso que el hombre puede cumplir. 

Y en tal campo, ante tales grandezas, ya constituye un beneficio señalado el simple hecho de detenerse ante tan gran visión de cosas. 
Porque »cómo no se despertaría, hasta en las almas más alejadas del mundo sobrenatural, si están dotadas de 
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dotes naturales, cómo no se despertaría también en ellas, junto con la admiracion, el aprecio de tan grandes cosas y, con el aprecio, quién 
sabe de qué más? »Quizás un principio de deseo y, con el deseo, un principio de esfuerzo por estas sublimes alturas? ((248)) Esto sólo, ya 
constituiría una inmensa ganancia para la educación de las almas. 

Pero luego, cuántos otros y qué evidentes beneficios hay para la elevación misma de estos heroísmos supremos, aun cuando resultan má 
admirables que imitables; puesto que basta un poco de reflexión para descubrir que hay algunos supremos ejemplos de fidelidad, de 
paciencia, de heroísmo llevado hasta los más altos sacrificios. 

Hay momentos y situaciones de la vida en los que el cumplimiento del deber, la renuncia a una ganancia prohibida, a un placer que no e 
lícito, puede costar sacrificio: entonces, precisamente en aquellos momentos, son estos grandes espíritus los que nos amonestan, los que no 
señalan, frente a todas las debilidades y las dudas, frente a todas las temerosas luchas entre el deber y el placer, el camino a seguir, la ley a 
guardar; ésos, que dieron la sangre y la vida para triunfar, con fortaleza cristiana, contra todos los obstáculos, nos repiten a todos: Nondum 
usque ad sanguinem restitistis (no resististeis hasta la sangre): »qué se os pide a vosotros, en comparación de lo que se nos requirió a 
nosotros? íY son tantos los que dieron su sangre y la vida por conservarse fieles a Dios, por no perder el fruto de la Redención! 

Y como todo esto puede llegar a ser muy práctico, »qué es -dicen los Mártires-, qué es, por ejemplo, el sacrificio que la profesión de la 
vida cristiana, el honor del nombre, de la dignidad cristiana pide a pobres muchachas, a mujeres jóvenes, llamándolas a renunciar a una 
moda que ofende a Dios, que ofende al nombre de cristiano, que ofende a la misma dignidad humana? »Y qué es esta renuncia en 
comparación de aquellos supremos sacrificios ofrecidos por fidelidad a Dios? »Qué es, en comparación de éstos, el deber humano y cristia 
de renunciar a una industria que no es honrada o a una ganancia fácil y deshonesta, de la que posiblemente nadie se enterará, pero que no 
escapa a los ojos de Dios? »Qué se le pide a un joven que siente toda la dignidad de su profesión cristiana, de su nombre cristiano, cuando 
le pide que desafíe con noble valor el respeto humano (lo cual no debería ser por otra parte demasiado difícil) y renunciar a espectáculos, a 
reuniones, a bailes que escarnecen la dignidad humana, amén del honor cristiano? 

He ahí, en todo esto, unos mártires disminuidos, muy disminuidos, que deben obtener de los grandes, de los mártires completos, una 
fuerza, una luz celestial, una inspiración a la que nadie debe negarse. 

Pero hay, además, estados completos de vida, situaciones en las que se halla una magnífica práctica de martirio. Muchas veces se cumpl 
las hermosas palabras de San Agustín: «La virginidad no es honorable por el hecho de que entre los y las vírgenes se haya dado el martirio 
sino sobre todo porque es ella la que hace mártires». Non ideo honorabilis virginitas, quia etiam in virginibus martyrium reperitur, sed 
quiafacit ipsa martyres. Maravillosas palabras; porque, en efecto, ésa es una vida, una práctica de la virtud, una vida elevada y alimentada 
por esta virtud, que se asemeja ((249)) y no poco, a un largo martirio; una vida tan alta, que ciertamente está modelada sobre la que llevó e 
la tierra el Señor de los Angeles con su ejemplo; una vida toda hecha de renuncias a lo que, en cambio, busca la vida mundana con tan 
codiciosa avidez. Ahora bien, este género de vida nos hace pensar que muchas veces nacieron esas virtudes de la admiración tributada a lo 
Santos Mártires, precisamente como decía el mismo San Agustín, al hablar de la multiplicidad de los mártires: «Las 
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fiestas de los mártires son exhortaciones al martirio»: exhortationes sunt martyriorum. 

Con la misma maravilla con que Nos honramos a los Mártires de la sangre, consideramos estos otros verdaderos martirios, tan diversos y 
tan admirables a nuestros ojos, pero a menudo desconocidos, enterrados en el ámbito de una casa religiosa, a los pies de un altar, en el má 
oculto y retirado lugar, en una penitencia de vida inocentísima, en la inmolación completa, hasta en el deseo vivísimo de llegar al 
derramamiento de la sangre y a la muerte, con tal de ser fieles a Dios. El mundo no conoce ni conocerá jamás estos martirios, consumados 
por muchas almas olvidadas de sí mismas, verdaderas víctimas inocentes, sin más intención que la de alejar precisamente del mundo -y 
cuántas veces los alejan-los rigores de la divina Justicia, especialmente en estos difíciles y tristes tiempos, para atraerlos sobre sus propia 
personas. Hay muchos buenos y verdaderos padres cristianos, hay numerosas familias, fieles en todo a sus deberes de esposos, de padres, d 
obreros, de trabajadores cristianos, de servidores cristianos, fieles a todos sus deberes, a costa de indecibles angustias y privaciones, a cost 
de luchar constantemente contra la inclemencia de las condiciones del momento: íésos son verdaderos mártires de la vida cristiana! 

Y aún más: fuera de estas situaciones verdaderamente graves, a las que, a menudo, no les falta ni siquiera la nota trágica para ser mártire 
ícuántas otras vidas hay, más serenas, que se desenvuelven, al menos aparentemente, sin dificultades, pero que están llenas de obstáculos 
superados noble y cristianamente! Son muchas las vidas que se consumen precisamente en el cumplimiento de modestas obligaciones, sin 
durezas especiales, pero con deberes precisos que no están faltos de ciertas responsabilidades, cumplidos cada día, todos los días y siempr 
igual. Y eso en la monotonía de muchas vidas obligadas a un deber que no presenta ninguna fuerza de elasticidad o propulsión y estímulo, 
que muchas veces facilitan precisamente el desarrollo, en aquel terrible y cotidiano trabajo que no varía nunca y que requiere siempre las 
mismas diligencias, la misma atención, exactitud y puntualidad, sin compensaciones morales. He ahí unos mártires más modestos, menos 
pomposos que los grandes mártires, y sin embargo verdaderos mártires ellos también. Y hay muchos así: y también a ellos les repiten los 
Mártires de la sangre, para animarlos: Nondum usque ad sanguinem restitistis. 

Y todavía otra reflexión. Al glorificar a estos nuevos Mártires nosotros los admiramos y honramos cuando han llegado a la cima de su 
calvario, que no está oscurecido como el Calvario del Rey de los Mártires, ((250)) sino que recibe de El espléndida luz; y no pensamos qu 
ellos se prepararon a estas grandes metas con caminos modestísimos, con la paciencia, perseverancia y fortaleza que se requería para el 
pequeño martirio de su vida cotidiana. Valga un ejemplo: San Fructuoso, obispo de Tarragona, fue conducido al último suplicio, después d 
una jornada de vejaciones y tormentos: uno de los esbirros que le vio tan exhausto, extenuado y muriendo de sed por la mucha sangre 
perdida, le ofreció un vaso de agua; el Santo Obispo le dio las gracias, pero lo rechazó diciendo: -No puedo, hoy es día de ayuno y aún no 
llegado el anochecer-. Y el gran escritor cristiano Alejandro Manzoni, comenta rectamente: «»Quién no entiende que este respeto reveren 
diligente y cuidadoso a la ley divina fue precisamente lo que había preparado al Mártir para el último sacrificio?». 

También el Beato don Bosco tiene su puesto en este magnífico ambiente y orden de cosas. He aquí una vida -Nos pudimos verla y 
apreciarla de cerca en su propia salsa-he aquí una vida que fue un verdadero, real y gran martirio: una vida de trabajo colosal que ofrecía 
estampa de la opresión con sólo verlo, la del Siervo de 
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Dios; una vida de paciencia inalterable, inagotable, de tal caridad verdadera y personal, como corresponde a quien siempre pone algo de su 
propia persona, de su mente, de su corazón, en el último llegado, a cualquier hora, y tras cualquier trabajo: un verdadero y continuo martir 
en las durezas de la vida mortificada, frágil, que parecía fruto de un continuo ayuno. He aquí por qué el Beato don Bosco tiene 
perfectamente su puesto en medio de estos campeones de la fortaleza cristiana, profesada hasta el martirio. 

Honor sea dado a los miembros de estas grandes Familias que hoy tan justamente y más que nunca se regocijan con su recuerdo y 
exaltación. 

Y después se congratulaba el Padre Santo con ambas familias religiosas por haber producido tales atletas y tales ejemplos para el mundo 
para la humanidad redimida, ya que solamente la Redención podía producirlos. Pero ejemplos y campeones también para la humanidad sin 
adjetivos, pues nunca es ella más honrada que cuando lo es por semejante productos, salidos precisamente de sus filas, que son verdaderas 
grandiosas compensaciones para otras manifestaciones, para otros hombres, que llevan el nombre de hombres, pero que no lo son para el 
honor de la humanidad, pues no hacen más que alimentar las más innobles pasiones contra la virtud, contra Dios, contra la verdad y el bien 
en fin contra todo lo que puede formar y forma el honor mismo de la humanidad. Extendía él ((251)) los parabienes a toda la Iglesia y al 
universo mundo, puesto que las glorias exaltadas no sólo pertenecían a un pueblo, sino que eran producto del género humano y pertenecía 
toda la humanidad. Finalmente, impartió las bendiciones pedidas para aquellos Países que, desde entonces, sonreían de alegría ante el 
refulgir de aquellas glorias supremas de santidad y de martirio; y después, a todos los que habían participado en aquel conjunto de cosas 
santas. 

Quedaba una última formalidad por cumplir y era la de los Consistorios, que son tres: uno secreto, otro público y el tercero semipúblico. 
No se trató en ellos solamente del Beato don Bosco, sino también del Beato Pompilio María Pirrotti, escolapio, y de las Beatas María 
Micaela del Santísimo Sacramento y Luisa de Marillac, fundadora la primera de las Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de l 
Caridad, y la segunda cofundadora de las Hermanas de la Caridad. 

Los dos primeros Consistorios se tuvieron en el mismo día, el veintiuno de diciembre. En el Consistorio secreto sólo participan los 
Cardenales. El Cardenal Prefecto de Ritos informó en él sobre la vida, virtudes y milagros de los Beatos y de las Beatas, y también sobre e 
desenvolvimiento de los actos realizados por la Sagrada Congregación 
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en las cuatro Causas, terminadas con los decretos del Tuto; expresó por fin el augurio de que el Sumo Pontífice ratificase solemnemente lo 
deseos universales en mérito a su deseada canonización. Su Santidad pidió entonces el parecer a cada uno de los Cardenales. Estaban 
presentes los Eminentísimos Granito Pignatelli de Belmonte, Lega, Sbarretti, Sincero, Pedro Gasparri, Bisleti, Ascalesi, Locatelli, Mori, 
Capotosti, Lauri, Lépicier, Segura y Sáenz, Pacelli, Marchetti-Selvaggiani, Rossi, Serafini, Dolci, Fumasoni-Biondi, Laurenti, Ehrle y 
Verde. Los veintidós Purpurados, por orden de antigüedad comunitaria, manifestaron su voto uno a uno, ante todo respecto a la primera 
canonización y después respecto a las otras tres. Terminada la votación, el Padre Santo les dio la enhorabuena por el éxito ((252)) favorabl 
de la misma y convocó el Consistorio semipúblico para el 15 de enero del próximo 1934. 

Una vez acabado el Consistorio secreto, ordenó Su Santidad que empezara el Consistorio público. Abriéronse enseguida las puertas del 
aula consistorial y entraron en ella los Prelados y otros personajes requeridos ad hoc. Intervinieron también los Postuladores y los 
representantes oficiales de las Embajadas de Italia, Francia y España. Cuatro Abogados consistoriales defendieron cada una de las Causas, 
primero el abogado Guasco en favor de la Causa de don Bosco. Después de las defensas, que acabaron todas implorando al Pontífice se 
dignase inscribir en el catálogo de los Santos a los dichos Beatos y Beatas, monseñor Antonio Bacci, Secretario de los Breves ad Principes 
pronunció, en nombre de Su Santidad, un clásico discurso en latín, como respuesta. Que el Padre Santo estaba bien dispuesto a recibir las 
peticiones; que quería, sin embargo, en asunto de tanta importancia, la cual correspondía a su infalible magisterio, que, según la costumbre 
tradicional, fueran llamados a pronunciarse, juntamente con los Cardenales, todos los Patriarcas, Arzobispos y Obispos presentes en Roma 
día quince de enero; que se rogase mientras tanto al divino Espíritu le concediera en abundancia sus luces 1. 

Una invitación formal, procedente del Asesor de la Congregación Consistorial, prescribió a todos los Patriarcas, Arzobispos, Obispos y 
Abades ordinarios, que se encontraban a cien kilómetros de Roma, que acudieran, si se lo permitían las obligaciones del ministerio pastora 
a la ciudad eterna para dar su voto. El día fijado, todos estos Prelados, en número de cuarenta, fueron admitidos con los Cardenales al 
Consistorio semipúblico. Se encontraba en esta ocasión entre los 

1 Ap., Doc. 14. 
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Eminentísimos, el cardenal Fossati, arzobispo de Turín. El Padre Santo pronunció una breve alocución en latín, en la cual resumió el 
procedimiento de las cuatro Causas e invitó a los presentes a manifestar su parecer. Todos estaban ya informados de las virtudes y de los 
milagros, de las defensas de los Abogados consistoriales ((253)) y de los compendios de las vidas y de las actas de las Causas, previament 
distribuidas a cada uno. 

Empezó el Cardenal Decano, el cual leyó su cuádruple voto. Lo mismo hicieron todos los Cardenales uno tras otro. Leyeron después sus 
votos el Patriarca de Constantinopla y los Patriarcas latinos de Alejandría y Antioquía. Siguieron los Arzobispos y Obispos asistentes al 
Solio. Después manifestaron su voto todos los Arzobispos y Obispos presentes, con las palabras rituales: Placet iuxta votum a me scriptum 
et subscriptum. Dicho esto, entregaban los escritos a los Monseñores Maestros de Cámara. Finalmente leyeron sus votos los Abades de 
Montecassino y Subiaco. Al final de las votaciones, manifestó Su Santidad su satisfacción por la unanimidad del sentimiento de los Padre 
para que se procediese a las cuatro canonizaciones y recomendó encarecidamente que se siguiese rogando al Señor por tan importante 
asunto. Finalmente, determinó los días en los que se procedería a las canonizaciones. Para don Bosco señaló el primero de abril, domingo 
Pascua. 

Podía decirse que se había cerrado definitivamente la Causa de don Bosco, que duró cuarenta y cuatro años. Se había desarrollado duran 
cuatro Papas: León XIII, Pío X, Benedicto XV, Pío XI. Cinco Arzobispos de Turín se habían ocupado de ello: el cardenal Alimonda, 
monseñor Riccardi, el cardenal Richelmy, el cardenal Gamba y el cardenal Fossati. Seis cardenales pasaron sucesivamente en Roma por el 
cargo de Ponentes o Relatores: los Eminentísimos Parocchi, Tripepi, Vives y Tutó, Ferrata, Vico y Verde. Los Postuladores, todos 
salesianos, fueron seis: don Juan Bonetti y don Domingo Belmonte en el tribunal eclesiástico de Turín; don César Cagliero, don Juan 
Marenco, don Dante Munerati y don Francisco Tomasetti en Roma para el proceso apostólico. Cuatro habían sido durante aquel período lo 
sucesores del Siervo de Dios en el gobierno de la Sociedad Salesiana: don Miguel Rúa, don Pablo Albera, don Felipe Rinaldi y don Pedro 
Ricaldone. Faltaba, como conclusión de la obra, el acto solemne de la canonización. 

((254)) Era algo fuera de toda costumbre que se celebrara una canonización en la llamada solemnidad de las solemnidades, la más solem 
de todas las fiestas cristianas; pero así lo quiso el Papa, el cual 
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confirmó su decisión frente a quien respetuosamente insinuaba consideraciones en contra. El pensamiento del Papa fue cerrar, con la 
glorificación del gran apóstol, el Año Santo extraordinario convocado para conmemorar el siglo decimonono de la Redención. La razón de 
su querer ya se adivinó en ciertas palabras por él pronunciadas en el discurso sobre los milagros. Don Bosco, había dicho entonces el Padr 
Santo, «recibió de Dios el mandato específico, la misión especial de continuar la obra de la redención, de difundir y aplicar cada vez más 
amplia y abundantemente a las almas sus frutos preciosísimos». 

La noticia, llegada a Valdocco el quince de enero por la mañana, se difundió inmediatamente, produciendo en todas partes vivísima 
emoción. El Rector Mayor, tan pronto como recibió la confirmación oficial, convocó a su Consejo; y, a continuación, ordenó que se 
participara a la prensa de la ciudad y a los principales centros salesianos del mundo. A continuación se presentó al Alcalde para 
comunicárselo oficialmente. El Alcalde, agradecido a la visita, se hizo intérprete de la alegría de los turineses, que tanta devoción y 
admiración sentían por su Santo. 

Don Pedro Ricaldone envió un mensaje especial a los Cooperadores, a quienes decía entre otras cosas: «Nos domina la emoción al pensa 
que hace ochenta y ocho años, precisamente el día de Pascua, en abril de 1846, el pobre don Bosco cantaba el Alleluia con sus muchachos 
en el mísero cobertizo Pinardi. La próxima pascua la celebrará en el mayor templo de la cristiandad, exaltado por la Iglesia al sumo honor 
los altares. Nunca podremos agradecer lo bastante al Padre Santo Pío XI su gran gesto de inefable delicadeza». En el mes de marzo sintió 
necesidad de dirigir de nuevo a los mismos una última palabra invitándolos a las fiestas de Roma y después a las de ((255)) Turín. «Sí, dec 
todos, presentes al menos en espíritu, debemos vivir, hermanados por el más suave amor, las jornadas de la canonización que serán 
inolvidables jornadas de alegría y de bendición para todos». 

El Cardenal Arzobispo monseñor Fossati habló a los diocesanos en la Pastoral de Cuaresma sobre el próximo suceso. Después de record 
varios aspectos de la vida de don Bosco que se prestaban para oportunas enseñanzas y estímulos, anunció que iría a Roma, para asistir a la 
canonización con una peregrinación de turineses; y se decía además entonces como cosa segura, que en las fiestas de Turín para San Juan 
Bosco se renovaría el triunfo del 1929. 

La prensa empezó a pronosticar que para la canonización de don Bosco habría la mayor apoteosis que la historia recordase para un hijo d 
Italia elevado a la gloria de los altares. 
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((256)) 

CAPITULO XIII 

LA CANONIZACION 

AL pie de una preciosa fotografía, regalada al Oratorio de Turín, durante las fiestas de la canonización, escribió el Padre Santo Pío XI de s 
puño y letra y aplicó a don Bosco las palabras de la Escritura: Dedit ei Dominus latitudinem cordis quasi arenam, quae est in litore maris. 
Quiso decir que el Señor dio a don Bosco un corazón grandísimo, un corazón que derramó su amor con tanta abundancia como la arena qu 
hay en las playas del mar. Fue ciertamente este amor sin límites, inspirado y sostenido por una fe vivísima, lo que le proporcionó en la 
canonización un «triunfo sin igual» que «encontró en el Alleluia pascual el fondo y al mismo tiempo el cuadro más grandioso y adaptado» 
Procuraremos hacer una descripción que no resulte excesiva ni escuálida, sino que presente el histórico suceso en sus líneas principales. 

Peregrinaciones y representaciones 

Como en la otra ocasión, actuaron enseguida activas Comisiones en Roma y en Turín. Una novedad que gustó muchísimo a todo el mun 
fue que el Rey y la Reina de Italia se dignaran aceptar la presidencia de todas las Comisiones. En esta ocasión fueron las peregrinaciones l 
que más trabajo dieron a los organizadores; se preveía que las habría ((257)) de muchas partes, hasta de América. Asistirían a la ceremonia 
del primero de abril numerosos italianos y extranjeros llegados a Roma para el Año Santo, además de los acostumbrados turistas de distint 
países; pero nosotros sólo hablaremos de las peregrinaciones salesianas. 

Pueden dividirse éstas en tres clases: peregrinaciones de colegios, peregrinaciones de Cooperadores y exalumnos, y peregrinaciones 
populares. 

1 Las palabras entre comillas están tomadas del Osservatore Romano (2-3 abril 1934). 
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Naturalmente Italia dio el mayor contingente de peregrinaciones de toda suerte. Las de los colegios fueron organizadas por las nueve 
Inspectorías, en las que se divide la Obra salesiana en Italia. La Inspectoría Romana proporcionó el mayor número, con casi dos mil 
alumnos; seguía inmediatamente la de Sicilia con mil doscientos. Llegaron veinticinco grupos del extranjero, pertenecientes a Alemania, 
Austria, Baviera, Bélgica, España, Francia, Holanda, Hungría, Inglaterra, Polonia, Argentina, Brasil, Centro América, Chile, Egipto, 
Palestina, India: casi seiscientos alumnos en total. El Prefecto apostólico salesiano del Assam, monseñor Mathias, llegó con un clérigo 
indígena y cuatro muchachos, vestidos con sus trajes nacionales. 

Las peregrinaciones de los Cooperadores y exalumnos se subdividían en tres grupos: italianos, naciones europeas y naciones 
extraeuropeas. Las Inspectorías italianas presentaron nueve, con cuatro mil personas. Cada una de las inspectorías europeas organizó su 
propia peregrinación, con un total de ocho mil personas. Y de América y Asia llegaron cinco peregrinaciones, con más de mil cien 
individuos. 

Hubo veintisiete peregrinaciones populares de Italia, con cinco mil peregrinos; cinco de España, con mil doscientos; varias de Francia, c 
dos mil ochocientos; de Alemania, con setecientos; de Inglaterra, con quinientos; otras de diversas naciones europeas con cifras menores y 
cinco mil en conjunto. Las hubo, además, de Asia, de Africa y de América, con un total de dos mil peregrinos, de los que casi seiscientos 
procedían de Argentina. 

Las peregrinaciones extranjeras viajaban dirigidas por un ((258)) director, asistido por varios ayudantes. Cada peregrino llevaba una guía 
impresa, que incluía el itinerario, el programa y algunas instrucciones oportunas. Los argentinos zarparon de Buenos Aires en la motonave 
italiana Neptunia, y llegaron al puerto de Nápoles, con la bandera tricolor italiana ondeando al viento sobre el palo mayor, junto con una 
bandera blanca en la que se leía con caracteres cubitales el nombre de don Bosco. Monseñor Méderlet, arzobispo salesiano de Madrás, lleg 
desde la India a bordo del barco francés Chantilly, con quinientos cuatro peregrinos, ataviados con sus pintorescas vestiduras. Les 
acompañaban otros cuatro obispos y unos cuarenta sacerdotes, casi todos indígenas. 

Mencionaremos solamente algunas representaciones de máxima importancia. El Gobierno argentino encargó al propio embajador De 
Estrada que representara oficialmente a la República en la ceremonia. 
También el Brasil confió su representación al embajador Magalhaes de Azevedo, pero la más alta de todas las representaciones fue la del 
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Rey de Italia, confiada a Su Alteza el Príncipe Heredero Humberto de Piamonte. Era la primera vez, desde 1870, que la Casa de Saboya 
intervenía oficialmente en una celebración de la Basílica Vaticana. El Santo de la Conciliación merecía ciertamente aquel gran honor. Fue 
mismo Príncipe quien se lo comunicó a don Pedro Ricaldone, con el siguiente telegrama: 

Con el alma invadida por sentimientos de profunda emoción y sincera alegría, me apresto para asistir mañana, en representación de Su 
Majestad el Rey, a la solemne Canonización, en la Basílica Vaticana, del Beato Juan Bosco, fundador de la Orden salesiana. En tan fausta 
ocasión tengo la satisfacción de manifestar estos mis sentimientos a usted, que tan dignamente rige los destinos de la gran Institución, cuy 
amplia y benéfica acción, en Africa y en las lejanas Américas me fue concedido conocer y admirar. Formulo los más fervientes deseos por 
suerte futura y el glorioso progreso de la Orden. HUMBERTO DE SABOYA. 

La Santa Sede organizó el ceremonial, con el correspondiente protocolo, para la recepción de Su Alteza. 

((259)) En San Pedro 

Raras veces, quizás nunca, contempló la Basílica Vaticana una alegría pascual tan nueva, tan fresca, tan inesperada como en la Pascua d 
1934. Con aquella Pascua se cerraba el jubileo, diecinueve veces secular, de la Redención y se celebraba la santidad de un apóstol que hab 
llevado los beneficios de la Redención a infinidad de almas. 

Desde el amanecer se dirigía hacia San Pedro una multitud cosmopolita desde todas las partes de la Urbe. A las seis se abrió el paso, a 
través de las barreras de los guardias que vigilaban los accesos, contenían las impaciencias y lograban que se pudieran controlar los billete 
de entrada; a las siete y tres cuartos ya habían penetrado en el templo las sesenta mil personas de que es capaz. Otras cien mil, al menos, 
quedarían fuera. íUn espectáculo único en el mundo! Gente de toda condición, sexo y edad, sacerdotes, clérigos, religiosos, religiosas, 
estudiantes, profesionales, obreros, señoras elegantes y mujeres sencillas del pueblo, con extraordinaria diferencia de aspectos, de modos d 
vestir, de lenguas, se apretujaban bajo las bóvedas de la basílica y en la plaza más grande del mundo, unidos en un solo sentir con don Bos 
y con Pío XI. 
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En el exterior aumentaba por momentos una masa compacta, cuyos ojos se dirigían hacia lo alto de la galería de las bendiciones, para 
contemplar la imagen del Santo representado en la gloria. Habíase previsto que muchísimos millares de fieles se habrían visto obligados a 
permanecer fuera de la iglesia y, en consecuencia, se preparó a la derecha de la escalinata un altar para celebrar misas al aire libre. En él 
celebraron, con cierto intervalo de tiempo, dos neosacerdotes salesianos, ordenados la víspera por el Cardenal Vicario. Por la misma razón 
habían tomado otras medidas. Se había instalado una fuerte valla, de una a otra parte de la columnata berniniana, que dividía la plaza en do 
En el espacio entre la valla y la escalinata, que se mantenía desocupada, podían entrar los que poseían «billete de entrada para la plaza». E 
razón ((260)) del grandísimo número de los que no habrían podido obtener el billete de entrada en la basílica, se había inventado, con 
asentimiento del Pontífice, aquel billete de consolación, con el fin de poder proporcionar una semi-satisfacción a todos los millares que fu 
posible. 

A las ocho ilumináronse en un instante en el interior de la basílica los centenares y centenares de arañas de luz instaladas a lo largo de la 
arcadas, pendientes de las bóvedas y alrededor del altar de la Confesión, prestando a la basílica un aspecto fascinante. En la «Gloria» de 
Bernini del ábside, donde se había colocado para la beatificación la pintura que representaba al Beato, resplandecía, en medio de un fulgor 
de luces, la figuración de la Santísima Trinidad, a la que especialmente se dirigen el honor y la gloria en los días de las canonizaciones. Ba 
la cátedra de San Pedro se levantaba el trono papal. Por ambos lados, hasta el altar de la Confesión, había largos sitiales para Cardenales, 
Patriarcas, Arzobispos, Obispos y altos Prelados. Sobre el altar, adornado con sencilla magnificencia, brillaban los seis espléndidos 
candelabros de plata, cincelados por Cellini. In cornu evangelii, sobre las gradas, estaba encendido el cirio pascual en un candelabro 
monumental de mármol. A la otra parte, colocados sobre una mesita, estaban los dones rituales de la Postulación. En las galerías de la 
Verónica y de Santa Elena se veían colgando los lienzos con las pinturas de los dos milagros, que ya conocemos. 

A lo largo de las gigantescas paredes se levantaban las tribunas. En el ábside presbiterial, a la derecha y a la izquierda, las destinadas a lo 
Soberanos y Príncipes; después otras para la familia del Papa, el Cuerpo diplomático, la Orden de Malta, los parientes del Santo, la 
Postulación de la Causa, la aristocracia y el patriciado, representaciones y delegaciones especiales. 
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En los dos brazos del crucero tenían puesto reservado los alumnos de los colegios salesianos y las alumnas de las Hijas de María 
Auxiliadora; en amplios sectores para los Cooperadores y exalumnos: por lo menos veinte mil en total. 

Aquellos muchachos, que se fueron orientando poco a poco en un ambiente ((261)) tan archisolemne, impacientes por la larga espera, se 
pusieron a cantar el Don Bosco ritorna y otros himnos salesianos. Los celosos guardianes de las tradiciones del sacrosanto lugar intentaron 
oponerse a tan inaudita novedad; mas, previendo su impotencia ante la avispada turba de cantantes, acabaron por dejarlo correr. En realida 
era el Alleluia pascual más en consonancia con la circunstancia, el Alleluia de la juventud, que en la vetusta basílica preludiaba la inminen 
apoteosis del gran padre de los muchachos. 

En el momento de la iluminación a que nos hemos referido, estaban las tribunas llenas. Veíase en las de los Príncipes y Soberanos al 
príncipe heredero de Dinamarca, Cristián Federico; a la princesa Ana de Battenberg con sus damas de compañía; a la archiduquesa 
Inmaculada de Austria; al príncipe Federico Cristián de Sajonia con su esposa e hijo; al archiduque Hubert con su esposa, acompañados p 
los príncipes Salm; al príncipe Albrecht de Baviera y su esposa, acompañados por la princesa Julia de Oettingen-Wallenstein y la condesa 
Guedelinda de Preysing con dos hijos; al príncipe Juan Jorge de Sajonia; a la princesa Estefanía de Bélgica; al príncipe don Pedro de 
Orleáns-Braganza con su esposa, al hijo príncipe don Pedro y su chambelán; a la archiduquesa Inés de Habsburgo-Lorena; al príncipe de 
Asturias Alfonso de Borbón con su esposa; el príncipe Federico Leopoldo de Prusia con dos personas de su séquito. Este era neófito. 
Llegado a Roma para la canonización de don Bosco y convertido al catolicismo, había abjurado del protestantismo el día anterior y aquell 
misma mañana de Pascua había recibido la primera comunión. 

Pocos minutos después de las ocho entraron el Rey y la Reina de Tailandia con tres príncipes reales y cuatro personas del séquito. Les 
había llevado en dos coches de la Ciudad del Vaticano el conde Caccia, y les acompañó al apartamento del Mayordomo, para que asistiera 
al desfile del cortejo papal hasta que éste se hallase a punto de entrar en la basílica. Un ((262)) piquete de guardias suizos les hizo escolta 
honor mientras iban a la tribuna reservada para ellos. Los Soberanos tailandeses conocían a los Misioneros Salesianos en su reino y 
deseaban, aunque no eran cristianos, honrar a su Santo Fundador. 

En aquel mismo momento tenía lugar en el vestíbulo de la escalinata 
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Braschi la recepción del Príncipe del Piamonte. Anunciaron su llegada tres toques de trompeta. Precedido de un coche guía llegó el suyo, y 
detrás otros cuatro con los miembros de su Casa civil y militar. 
Descendió Humberto de Saboya, vestido con uniforme de gala de general, con el Collar de la Anunciación y las insignias de la suprema 
Orden de Cristo, saludó la bandera de la Guardia Palatina que rendía los honores militares, y, saludado él por Mons. Nardone, secretario d 
la Congregación del Ceremonial, y por el príncipe Massimo, superintendente de las postas pontificias 1, acompañado por el conde De 
Vecchi, Embajador de Italia ante la Santa Sede, y seguido del comandante de la Guardia Palatina, al son de la marcha real, pasó revista a l 
compañía de honor. Llegó entonces al zaguán de la escalinata, estrechó la mano de los personajes que le eran presentados y, escoltado por 
Guardia Suiza y precedido por un Sargento Mayor de la misma, por cuatro «bussolanti» y dos «sediari» 2, se dirigió hacia el interior de Sa 
Pedro. El arzobispo Pelizzo, ecónomo de la reverenda fábrica de la basílica, asistido por los maestros de ceremonias del Cabildo Vaticano 
ofreció el agua bendita. Su Alteza se santiguó, atravesó las salas de la sacristía y fue a arrodillarse en la Capilla del Coro, donde estaba 
expuesto el Santísimo. Después de una breve adoración, pasó a la nave central y se dirigió hacia su tribuna, a pocos pasos del trono papal. 
Cuando la multitud reconoció al representante del Rey de Italia, prorrumpió en fuertes aclamaciones. 

((263)) El respondía sonriente con la mano. Cuando llegó ante la Confesión, los muchachos le tributaron una ovación frenética. En las 
tribunas de las representaciones italianas se levantaban los brazos con el saludo fascista. En el ábside resonaron los vítores de los 
embajadores y de la población romana. El Príncipe, con garbo y gracia, se volvía de un lado para otro dando gracias, hasta que llegó a su 
propia tribuna, donde se arrodilló devotamente e inclinó la cabeza entre las manos en actitud de oración. 

Mientras el público distraía la espera observando la llegada de los Príncipes y Soberanos y del hijo de Víctor Manuel III, ya había hecho 
parte de su camino la incomparable procesión que precedía el cortejo papal. Detengámonos a describirla. 

1 Título hereditario de la familia de los Príncipes Massimo. En los tiempos en que se viajaba en carroza, el superintendente de las postas 
pontificias era el encargado de que el Papa encontrase en cada posta todo lo que necesitara para la parada y la prosecución del viaje. 

2 Bussolante: título que se da a los familiares del Papa, pertenecientes a la antesala papal; sediario: al destinado a llevar la silla gestatori 
papal (N. del T.). 
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Procesión y cortejo papal 

Pío XI quiso, con un gesto paternal, que los que no habían podido ingresar en la basílica, tuviesen también la satisfacción de ver algo... y 
al Papa; dispuso, pues, contra la costumbre, que el desfile hiciese un amplio giro desde el portón de bronce por la plaza hasta el centro de 
escalinata y que después... subiera poquito a poco hasta el atrio de la Basílica. íQué de novedades en aquella canonización! Hubo todavía 
otra innovación. La vanguardia de los cortejos papales está siempre formada por los representantes de las Ordenes religiosas, que caminan 
majestuosamente llevando una antorcha encendida. En cambio entonces, todos ellos, después de desfilar por la plaza y avanzar por la 
Basílica hasta la Confesión, salieron de allí para alinearse a derecha e izquierda del itinerario y formar escolta de honor al paso del Papa, 
poniéndose después en movimiento, y formando una especie de retaguardia. Allí iban Hermanos Penitentes, Capuchinos, Mercedarios, 
Mínimos, Conventuales, Menores de S. Francisco, Agustinos, Carmelitas Calzados, Siervos de María, Dominicos, Monjes Benedictinos 
Olivetanos, Cistercienses, de Vallombrosa, Camaldulenses, Casinenses, Canónigos Regulares Lateranenses ((264)) y del Santísimo Salvad 
y, por excepción benignamente concedida por el Padre Santo, quinientos Salesianos, representantes de varias Inspectorías y Misiones. 

Al clero regular seguía el secular: alumnos del Seminario Romano, colegio de párrocos, canónigos y beneficiados de las colegiatas, 
después los de las basílicas menores y de las basílicas patriarcales, precedidos de las históricas Cruces y de las respectivas capillas musica 
que cantaban el Ave maris stella durante el recorrido y el Regina caeli laetare al ingreso en la Basílica, porque la entrada de la procesión e 
San Pedro empezó mucho antes de que el Papa saliese de sus apartamentos privados. 

Cerraban esta procesión los oficiales del Vicariato de Roma, con el Monseñor Vicegerente; los consultores, oficiales y prelados de la 
Sagrada Congregación de Ritos. Inmediatamente después iba el estandarte de don Bosco. A su aparición estallaron inmensos aplausos y 
estentóreos gritos de Viva don Bosco, que se prolongaron y multiplicaron por toda la plaza, acompañándolo hasta que desapareció dentro 
la Basílica. Sostenían la tela del mismo, de acuerdo con una antigua costumbre, los Hermanos de San Miguel in Borgo y hacían escolta de 
honor el Rector Mayor con su Consejo, el Procurador general y el Postulador de la Causa don Francisco Tomassetti, y los representantes 
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del clero turinés, del seminario de Chieri y de la parroquia de Castelnuovo; además, seis Inspectores salesianos con blandones encendidos 

Veíase en el estandarte a don Bosco colocado sobre nubes, de rodillas ante María Auxiliadora invocando su protección sobre el Oratorio 
de Valdocco, pintado en la parte inferior; al dorso, estaba don Bosco en pie, con las manos juntas, sobre un fondo de luz y de azul, en el q 
se perfilaba la Basílica de San Pedro y el Palacio Apostólico. Parecía, como se había escrito de él, proyectado por la Iglesia a la vista de to 
el mundo, cual modelo de perfección y santidad para las gentes, de unión con el Romano Pontífice, de fe en Dios y de filial devoción a 
María Santísima Auxiliadora. 

((265)) Hacía tres cuartos de hora que el público de la plaza y el del interior de la Basílica estaba contemplando este fantástico desfile 
cuando el Papa, hacia las ocho y media, salió de sus apartamentos y acompañado por su noble Antecámara eclesiástica y laica, escoltado p 
la Guardia Noble, precedido y seguido por la Guardia Suiza, se dirigía primero a la sala de las vestiduras, donde estaban reunidos los 
Cardenales. Desde allí, una vez revestido con los ornamentos sagrados (estola blanca con manto papal blanco recamado de oro, y mitra 
preciosa), se dirigió a la Capilla Sixtina con los Cardenales y empezó el sagrado rito. Después de administrar el incienso y entonar el Ave 
maris stella, tomó el más pequeño de los tres cirios, que le ofreció el cardenal Laurenti; luego, sentado ya en la silla gestatoria, precedido d 
la Capilla papal, descendió a través de la Sala Regia, hasta el portón de bronce. 

Un pelotón de la Guardia Noble, destinado al servicio de honor junto al altar papal durante la función, salió a la plaza, dando la sensació 
de que el cortejo papal se acercaba. La multitud se fue callando con atención. Y empezaron a salir los sargentos de la Guardia Suiza, 
seguidos por los «Sediarii»; los Camareros de honor y secretos de capa y espada supernumerarios, los Procuradores del Colegio, el confeso 
de la familia pontificia con el predicador apostólico, los procuradores generales comunes pontificios portadores de las tiaras y mitras 
papales, los clérigos secretos, el abogado fiscal, los abogados consistoriales, los camareros secretos y de honor eclesiásticos, los capellane 
cantores, los votantes de la Signatura papal, los clérigos de la Cámara Apostólica, los Auditores de la Sagrada Rota Romana con el Maestr 
de los Sagrados Palacios; los dos Capellanes secretos portadores de la tiara preciosa ordinaria y la mitra preciosa ordinaria del Pontífice, e 
Decano del Tribunal de la Signatura con el turíbulo, el 
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Prelado auditor de la Rota revestido con ornamentos de subdiácono llevando la Cruz papal, entre siete acólitos votantes de la Signatura co 
candelabros de cirios encendidos y junto a él dos Maestros Ostiarios de la Vara roja, dos subdiáconos apostólicos entre un diácono y un 
subdiácono griegos; después los penitenciarios de la Basílica con casulla blanca, precedidos de dos clérigos ((266)) sosteniendo unas larga 
varas adornadas con laurel; a continuación los Abades mitrados, abades nullius, Obispos, Arzobispos, Patriarcas con pluvial blanco y mitr 
blanca. Eran éstos ochenta y tres, quince de los cuales salesianos. Por último veintidós Cardenales revestidos con dalmática, casulla o 
pluvial, según que pertenecieran al Orden diaconal, presbiteral o episcopal. íY finalmente el Papa! 

Apareció en lo alto, sobre la silla gestatoria, bajo un amplio baldaquín, al lento ondear de los flabelos o grandes abanicos, como una blan 
visión del cielo. Lo acogió un solo grito en muchas lenguas: 
íViva el Papa! El palmoteo de los aplausos era tan fragoroso que casi cubría el sonido de las campanas y las marchas de las bandas militar 
El Papa avanzaba, pasaba lentamente, sonriendo y bendiciendo. Con la mano izquierda, recubierta con un pañuelo de seda, sostenía el ciri 
encendido y con la derecha en alto impartía bendiciones con un amplio gesto, en el que parecía querer abrazar al universo mundo. 

A los lados de la silla gestatoria procedían majestuosamente altos personajes de la Corte pontificia; a los cuatro lados los Suizos con el 
morrión, la coraza y las espadas representando los cuatro Cantones helvéticos; seguía otro denso grupo de dignatarios pontificios. Y cerrab 
el cortejo un piquete de la Guardia Palatina. 

Subió el Papa la escalinata. Los rayos del sol lo envolvieron, mientras voces innumerables no cesaban de aclamarlo cariñosamente. 
Dentro de la Basílica esperaba otra multitud con todas sus ansias: una multitud de pueblo, autoridades y jóvenes. Al aparecer el Papa en el 
atrio, sonaron las trompetas de plata, cuyas notas eran recogidas y transmitidas a la plaza por poderosos altavoces. Fue ésta otra novedad, 
pero inferior todavía a otra más extraordinaria, a la transmisión por radio de toda la ceremonia, de la que gozaron cuantos quisieron hasta l 
últimos confines de la tierra. 

El estandarte de don Bosco ya había levantado en la Basílica grandiosas aclamaciones, que llegaron al delirio cuando la multitud de 
muchachos concentrados en el crucero vieron la imagen querida del Padre; pero al ingreso del Papa, apenas ((267)) resonaron las primeras 
suavísimas notas de la marcha de Longhi, toda la colosal Basílica pareció sacudida por el inmenso fragor de setenta mil voces que no 
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cesaban de gritar: íViva el Papa! Visiblemente conmovido adelantaba el Papa majestuosa y paternalmente, respondiendo a los vítores con 
amplias bendiciones. Cuando se calmó el primer entusiasmo, el sonido melodioso de las trompas de plata volvió a dominar el ambiente, 
infundiendo recogimiento en los espíritus. Eran muchos los ojos humedecidos por las lágrimas. Allí se experimentaba la grandeza 
sobrehumana del Vicario de Jesucristo. La atención universal estaba totalmente pendiente de su persona, seguía religiosamente todos los 
movimientos. 

El cortejo papal se detuvo primero ante la Capilla del Santísimo Sacramento, donde el Padre Santo bajó de la silla gestatoria, postróse en 
adoración y, después, continuó el cortejo. Al llegar al altar papal, descendió de nuevo el Padre Santo y, arrodillado en el faldistorio, oró un 
instantes sobre la tumba del Apóstol. Por fin, subió al trono. En él recibió la obediencia de los Cardenales, que se le acercaban y besaban l 
mano; de los Patriarcas, Arzobispos y Obispos, que besaban la cruz de la estola colocada sobre sus rodillas; de los Abades con el beso en e 
pie. Mientras tanto los cantores ejecutaban un Dignare me de Perosi. Asistían al Santo Padre como Cardenales diáconos los Eminentísimo 
Fumasoni-Biondi, Prefecto de Propaganda, y Fossati, Arzobispo de Turín. Después de estos preámbulos empezó la ceremonia de la 
canonización. 

La solemne definición 

Al acabar la obediencia, un maestro de ceremonias acompañó hasta el solio pontificio al cardenal Laurenti, Procurador de la Causa de 
Canonización; iba a su lado el abogado consistorial Juan Guasco. Este, de rodillas, pidió al Pontífice en nombre del Cardenal Procurador, 
que se dignase inscribir al Beato Juan Bosco en el catálogo de los Santos. ((268)) A aquella petición, hecha instanter (encarecidamente), 
respondió en nombre del Papa, el Secretario de los Breves ad Principes, Mons. Bacci, diciendo: -«Mientras en nuestros tiempos, con gran 
aplauso de los admiradores, se concede a veces la palma de la victoria a quien se distingue en cosas poco o nada merecedoras de exaltació 
esta solemne celebración de un campeón del Cristianismo lleva consigo un grave aviso y ejemplo. Porque los méritos de la santidad cristia 
sobrepasan la caduca gloria humana, tanto como el cielo supera en belleza a la tierra, y los goces de la felicidad eterna vencen a los mísero 
deleites de esta vida mortal. Por eso el Padre Santo desea 
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vivamente que estas solemnes ceremonias, que vienen a enriquecer este año jubilar y a multiplicar sus saludables frutos, logren mover a 
todos, no sólo a formarse un concepto más propio y más alto de la santidad, sino sobre todo a seguir el camino arduo y derecho que condu 
a la misma. Esto se podrá alcanzar, sin lugar a dudas, mediante la canonización de Juan Bosco, que no sólo se afanó con todas las fuerzas 
paso de gigante por llegar a la cumbre de la perfección evangélica, sino que dio también muchos hijos a Jesucristo, principalmente con la 
cristiana educación de la juventud. Por consiguiente, Su Santidad, aunque anhele recibir y satisfacer la petición que tan encarecidamente le 
habéis formulado y también los deseos y ardientes súplicas de la innumerable familia del Beato, quiere sin embargo que, según la 
antiquísima costumbre de la Sede Apostólica, se eleven por todos nosotros plegarias a la Corte celestial para el éxito de esta definición». 

Entonces el Cardenal volvió a su puesto y el Papa se arrodilló en el faldistorio delante del trono, mientras los cantores entonaban las 
Letanías de los Santos, alternándolas con todos los presentes puestos de rodillas. 

Acabadas las Letanías, sentóse de nuevo el Padre Santo en el trono. Entonces el Cardenal Procurador, con el mismo ceremonial y por 
medio del abogado consistorial, renovó la petición, pero con mayor insistencia, instantius (más encarecidamente). ((269)) El Secretario de 
los Breves ad Principes respondió en nombre del Papa: -«No hay duda de que las plegarias y súplicas elevadas a la Corte celestial hayan si 
de la máxima eficacia, ni se puede temer que lo que todos nosotros deseamos no esté conforme con el deseo de los Angeles y Santos; más 
aún, el mismo Dios quiere dar a la Iglesia militante este glorioso modelo de santidad. Mas, aunque no haya ningún motivo de duda de que 
Beato Juan Bosco goza en el cielo de la extrema felicidad que, con ayuda de la gracia, mereció por sus santas obras, sin embargo el Padre 
Santo hace saber por mi medio su voluntad de que, antes de pronunciar el infalible oráculo, pidan todos luz para cumplir este acto con el 
más escrupuloso cuidado». 

Retiróse el Cardenal con el Abogado, y el Papa, quitándose la mitra, volvió al faldistorio y el Cardenal que le asistía a la izquierda, invit 
todos a rezar, diciendo: Orate. 

Hubo una breve plegaria de todos los presentes, puestos de rodillas. 

Después se levantó el Cardenal asistente a la derecha, pronunció el Levate, y todos se levantaron. Entonces el Padre Santo, servido 
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por dos Obispos, que sostenían el ritual y la candela, entonó el Veni Creator. 

Acabado el himno, se acercó el Cardenal Procurador con el abogado para hacer la tercera petición, esta vez con la más fervorosa instanc 
instantissime (muy encarecidamente). Respondió como antes el Secretario de los Breves ad Principes: 

-«Ante la imponente majestad de esta asamblea, que quiere recordar el esplendor de la Corte celestial y el sonido de las armonías divinas 
henos aquí asistiendo a un suceso que redundará en sumo grado a la gloria de Dios y la salvación de las almas. El Vicario de Jesucristo 
procederá ya sin ninguna duda a su tan ansiada e infalible sentencia. Recibámosla prosternados y reconocidos e imploremos para nosotros 
para la Iglesia militante las gracias celestiales, que ciertamente descienden hoy más abundantes que nunca de las manos de este 
bienaventurado receptor» 1. 

((270)) Había llegado el solemne momento. Pusiéronse en pie Cardenales, Arzobispos y Obispos, con la mitra en la cabeza. Un profundo 
silencio reinaba, no sólo en el ábside, sino en todo el templo, ya que los altavoces habían logrado que se oyera hasta en los últimos rincone 
cuanto se había dicho y cantado. El infalible sucesor de San Pedro, silabeando gravemente las palabras, pronunció entonces esta fórmula: 

En honor de la santa e individua Trinidad, para la exaltación de la fe católica e incremento de la religión cristiana, con la autoridad de 
Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y Nuestra, después de madura deliberación y haber implorado 
repetidas veces la ayuda divina y oído el parecer de nuestros venerables hermanos Cardenales de la Santa Iglesia Romana, Patriarcas, 
Arzobispos, y Obispos residentes en la Urbe, decretamos y definimos que el Beato Juan Bosco es Santo y lo inscribimos en el número de l 
Santos, estableciendo que se honre devotamente su memoria por la Iglesia universal entre los Santos Confesores no Pontífices, cada año, e 
su día natal, es decir, el treinta y uno de enero. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo 2. 

Hubo un instante de silencio lleno de inefable emoción; después, de repente el sentimiento unánime de la multitud prorrumpió en una 
formidable aclamación, acompañada de frenéticos aplausos. Parecía imposible poder refrenar aquel ímpetu de exaltación colectiva. En 

1 El texto latino de las tres respuestas se encuentra en el Apéndice, Doc. 15. 

2 Ap., Doc. 16. 
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medio de aquel huracán se distinguía el gran conjunto de las voces juveniles, que parecía traspasar las bóvedas del templo. En la plaza 
resonaba el poderoso eco de la multitud allí amontonada. Las campanas de la Basílica y de las trescientas iglesias de Roma sonaban de 
continuo y anunciaban a la Urbe que don Bosco era canonizado. Mientras tanto dos palomas mensajeras alzaban el vuelo para llevar a Tur 
a la Casa Madre, el mensaje del Rector Mayor: «Ciudad del Vaticano, primero de abril, a la diez y cuarto. Alleluia. El Vicario de Cristo 
((271)) acaba de proclamar Santo a don Bosco. Que él bendiga a Turín, a Italia, al mundo. Pedro Ricaldone». 

Cuando se calmó el entusiasmo, también por parte de los jóvenes que fueron los últimos en volver a la calma, el abogado consistorial dio 
las gracias, en nombre del Cardenal Procurador, al Padre Santo e imploró el envío de las Letras Apostólicas. Respondió el mismo Sumo 
Pontífice con la palabra: Decernimus, lo ordenamos. Entonces el abogado, volviéndose a los Notarios Apostólicos presentes, les invitó a 
redactar la escritura del acto de la canonización. El Protonotario respondió: Conficiemus, lo redactaremos; y, volviéndose después a los 
íntimos familiares del Papa que estaban alrededor del trono, los convocó para testigos diciendo: Vobis testibus. Después de esto, el Papa, 
con voz fuerte y sonora y casi con cierto arranque juvenil, que manifestaba la íntima satisfacción de su alma, entonó el Te Deum. 

Los cantores, bajo la dirección del gran Perosi, siguieron el himno de acción de gracias, interpretando una nueva magnífica composición 
de su Maestro, a ocho voces y dos coros. Alternaban los versículos con los presentes en el ábside y con el pueblo. Gracias a los altavoces, 
los de fuera se unían formando un solo coro con los de dentro. En la alta galería brillaba al sol la «Gloria» del nuevo Santo en la pintura de 
Crida: Don Bosco entre nubes era llevado por los ángeles a los pies de Jesús resucitado. El Redentor elevaba su diestra, invitándole a entra 
en el gozo celestial después de haberle dicho el Euge, serve bone et fidelis (Bien, siervo bueno y fiel). 

El pintor había ideado felizmente una composición que juntara de algún modo la típica celebración de la gran jornada: la Pascua, la 
Redención y la glorificación del Santo. 

Un número incalculable de almas participaba en aquellos momentos en el triunfo de don Bosco, desde Roma hasta la Tierra del Fuego. 

Terminado el canto del Te Deum, el nombre del nuevo Santo resonó por vez primero con la invocación Ora pro nobis, Sancte Joannes, q 
entonó el Cardenal Diácono, e inmediatamente después en 
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labios del Papa con el Oremus propio: «Señor, tú que has ((272)) suscitado en san Juan Bosco Confesor un padre y un maestro para la 
juventud, y que por su medio, con la ayuda de maría, has querido hacer florecer en la Iglesia nuevas familias religiosas, concede, te lo 
rogamos, que nosotros, encendidos en el mismo fuego de caridad, sepamos buscar almas y servirte a ti solo». La ceremonia de la 
canonización había terminado. Siguió el Pontifical Papal con la solemnidad que es única en la soberana Basílica. El reloj de San Pedro dab 
las once. 

Misa y homilía del Papa 

Bajó el Papa del trono y pasó, bendiciendo al público, a otro trono pequeño preparado in cornu epistolae. Desde allí entonó la hora de 
Tercia. Los alumnos benedictinos de San Anselmo, a los que estaba confiada la ejecución de las partes variables de la misa 1, siguieron la 
salmodia, mientras Su Santidad, después de ponerse las sandalias, hacía, como lo hacen todos los sacerdotes, su preparación. Le asistía el 
cardenal Granito Pignatelli de Belmonte, Decano del Sacro Colegio; estaban preparados para hacer de diácono y subdiácono los cardenale 
Fumasoni-Biondi y Fossati. 

Después del canto de Tercia siete prelados acólitos, con candeleros encendidos, partiendo del trono, seguidos de otros prelados que debí 
servir al altar, giraron procesionalmente en derredor del altar de la Confesión. Mientras tanto, el Papa, ayudado por el cardenal Verde, 
ayudante a la misa, se había revestido con los sagrados ornamentos. 
Inmediatamente, precedido del turiferario, del crucífero y de los siete acólitos, del subdiácono latino, del diácono y subdiácono griegos, 
acompañado por dichos Cardenales y seguido por los Obispos Asistentes al Solio, llegó hasta el altar para empezar el santo sacrificio. 
Nótese que los altares papales de las grandes basílicas romanas, en los que celebra solamente el Pontífice, están situados de modo que él n 
da las espaldas al pueblo, sino que está frente al mismo. 

El Papa, hecha la confesión e incensación, volvió a subir con ((273)) el mismo cortejo al trono mayor para leer el Introito, mientras la 
Capilla Sixtina y pontificia cantaba el Kyrie de la Missa Redemptionis, a ocho voces en dos coros, nueva creación de Perosi, inspirada 
directamente en la extraordinaria ocasión. El Padre Santo escuchó a 

1 La misa de San Juan Bosco fue compuesta por don Pablo Ubaldi, salesiano. 
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continuación el canto de la Epístola y del Evangelio, primero en latín, después en griego; repetición que se hace para indicar, que la Iglesia 
latina y la Iglesia griega están íntimamente unidas. Una vez cantado el Evangelio, el Papa se sentó y leyó en lengua latina la homilía 1. 

Venerables Hermanos y amadísimos Hijos: 

En esta Pascua del Año Jubilar, una doble alegría se difunde en Nuestra alma e invade a toda la Iglesia: en efecto, mientras hoy 
solemnizamos la victoria de Jesucristo sobre la muerte y sobre los poderes del infierno, nos es dado colocar, casi como coronación del Añ 
Santo, que también ha contemplado tantos triunfos de la Fe y de la Piedad popular, la solemne canonización del Beato don Bosco, que No 
mismo hemos puesto hace pocos años, en el número de los Beatos, y que -aún lo recordamos con sumo placer-en los lejanos días de nues 
juventud, nos sirvió de aliento y estímulo en nuestros estudios, y de profunda admiración por las grandes obras realizadas y sus eminentes 
virtudes. Con verdadero miedo nos disponemos hoy a describir sumariamente esta gran figura de Santo y de Apóstol de la juventud; sin 
embargo, no podemos, Venerables Hermanos y queridos Hijos, dejar de indicaros las líneas que nos parecen más características de su 
maravillosa vida. 

Totalmente entregado a la gloria de Dios y la salvación de las almas, no se arredro ante la desconfianza ajena, sino que, con audacia de 
conceptos y modernismo de medios, se aprestó a la actuación de los novísimos fines que, a pesar de parecer temerarios, sabía él, por super 
ilustración, que estaban de acuerdo con la voluntad de Dios. Al contemplar por las calles de Turín innumerables cuadrillas de jóvenes 
abandonados a sí mismos y faltos de toda asistencia, buscó la forma de ganárselos, de conquistar sus almas con palabra persuasiva y patern 
y, uniendo al placer de las diversiones honestas la enseñanza de la religión y de los rudimentos de la ciencia, con la frecuencia de los 
Sacramentos, buscó la forma de hacerlos buenos cristianos y honrados ciudadanos. Y así surgieron los Oratorios festivos, que él fundó, no 
sólo en Turín, sino también en las poblaciones y ciudades próximas, y allí donde llegaron sus providenciales instituciones, que tanto bien 
realizaron y realizan con los jóvenes. 

Queriendo, además, proporcionar a la juventud un medio honesto y seguro ((274)) para lograr una posición en la vida, fundó las escuelas 
de artes y oficios para la clase obrera; y fundó colegios para las clases más altas, en los cuales son recibidos, educados y encaminados con 
justa liberalidad y seguridad de métodos por el camino del saber. El secreto con el que su sistema educativo obtuvo frutos tan abundantes 
maravillosos está en que actuaba con los principios inspirados en el Evangelio, que siempre ha recomendado la Iglesia y que Nos mismo 
hemos trazados e inculcado tantas veces y en tantas ocasiones. El pretendía formar en los jóvenes el ciudadano y el cristiano, el perfecto 
ciudadano, digno hijo de la patria terrena y el perfecto cristiano merecedor de convertirse un día en miembro glorioso de la patria celestial 
La educación, según él, no debe ser únicamente material, sino sobre todo espiritual; no debe limitarse a reforzar los músculos con ejercicio 
gimnásticos, a robustecer las fuerzas corporales con el sano ejercicio de las mismas, sino que debe, por encima de todo, ejercitar y reforzar 
espíritu, disciplinando sus movimientos desordenados, fomentando sus mejores inclinaciones y dirigiendo todo hacia un ideal de virtud, de 
probidad y de bondad. Educación, por tanto, plena y completa, que abrace a todo el 

1 El texto latino, en el Ap., Doc. 17. 
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hombre, que enseñe todas las ciencias y materias humanas, pero que no deje de lado las verdades sobrenaturales y divinas. 

Nuestro Santo, no sólo procuró cumplir esta delicada y ardua tarea, por todos los medios, durante el curso de su vida, sino que la confió, 
como herencia sagrada, a la numerosísima Familia religiosa por él fundada, a la que también confió el encargo de llevar a muchos pueblos 
que yacen todavía en las tinieblas de la ignorancia y del error, la luz del Evangelio y de la civilización cristiana. 

Y ante las dificultades de todo género, frente a las burlas y mofas de muchos, levantando sus ojos luminosos al Cielo, solía exclamar: 
«Hermanos míos, esta es obra de Dios, es voluntad del Señor: por tanto, el Señor está obligado a dar los medios necesarios». 

Los sucesos mostraban, después, la verdad de sus palabras, y, en consecuencia, las burlas se trocaron en admiración universal. 

Hemos trazado, Venerables Hermanos y amadísimos Hijos, en sus líneas principales, la maravillosa vida de este héroe de la santidad. Os 
exhortamos ahora a todos a que os dejéis inspirar por la ardiente imitación de sus virtudes. Así, en efecto, confiamos que todos podremos 
alcanzar aquellas virtudes del espíritu, que Jesucristo nos ha acarreado con su Redención, por la cual todos los hombres, unidos en una sol 
familia, podrán entonar con nosotros el cántico pascual: «A fin de que tú, Jesús, seas gozo perenne de nuestras almas, libra de la muerte de 
pecado, te lo rogamos, a los que has hecho renacer a la Vida». 

Así sea. 

((275)) A la homilía siguió la bendición papal, que llevaba aneja la indulgencia plenaria para todos los presentes; por lo que fue necesari 
decir antes el Confiteor. Lo cantó el Cardenal diácono, que actuaba de ministro, insertando en él la doble mención del nuevo Santo despué 
de los nombres de los Apóstoles Pedro y Pablo: Confiteor... Sancto Joanni y precor... Sanctum Joannem. Después, con voz segura, pero 
vibrante de emoción, entonó el Papa el Credo, cuya ejecución «perosiana» embelesó las almas. 

Siguieron dos ceremonias originalísimas, que absorbieron la atención de cuantos pudieron verlas. Antes de echar en las vinajeras el vino 
el agua, un Prelado probó un poco de ambas especies; lo mismo hizo con dos hostias, después de haberlas puesto en contacto una con la 
patena y la otra con el interior del cáliz. Es éste un viejo rito que permanece en la liturgia papal, como recuerdo de aquellos tristes tiempos 
en los que pedía la prudencia que se tomasen precauciones contra sacrílegos atentados. 

Llegó a continuación la singular ceremonia de las oblaciones. Al Ofertorio, se acercaron al altar papal los cardenales Pignatelli, Hlond y 
Dolci: allí les esperaban don Pedro Ricaldone y don Francisco Tomasetti con los representantes del Cabildo metropolitano de Turín, del 
seminario de Chieri, de la parroquia de Castelnuovo y con los 
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encargados de presentar los donativos rituales. Consisten éstos en cinco gruesas velas de cera virgen, adornadas con el escudo papal, dos 
grandes panes, un barrilito de vino y otro de agua, dos jaulas doradas con dos tórtolas en la primera y dos palomas en la segunda, y una 
tercera plateada con unos lindos pajaritos. Formando un pequeño cortejo se acercaron al trono todos los mencionados, mientras la Capilla 
interpretaba un precioso Oremus pro Pontifice nostro Pio, de Perosi. Las ofrendas fueron presentadas al Papa por manos de los tres 
Purpurados. Naturalmente son donativos simbólicos. Las siete velas simbolizan los Santos, verdaderas lámparas del Santuario, que ilumin 
el mundo con el esplendor de sus virtudes; los panes recuerdan ((276)) la Eucaristía, el vino simboliza el calor de la caridad, el agua 
rememora las tribulaciones que afligen la vida de los justos, y los volátiles representan algunos requisitos de la santidad: las tórtolas la 
pureza del corazón, las palomas la fidelidad a Dios, los pajaritos el desprendimiento de los bienes de la tierra con las alas de las esperanza 
celestiales. 

Después de las oblaciones, volvieron los oferentes cerca del altar, mientras el cortejo papal acompañaba de nuevo al Pontífice para 
proseguir la Misa. Al Prefacio los dos Cardenales más jóvenes del orden presbiteral, los Eminentísimos Serafini y Dolci, subieron las grad 
del altar y se colocaron a los lados del mismo hasta el Pater noster, para figurar a los dos Angeles que aparecieron sobre el sepulcro del 
Señor al anunciar la gloriosa Resurrección. 

Fue un momento sublime el de la Consagración. Cuando los cantores acabaron el Sanctus, se oyeron las secas órdenes de «íatención!» a 
los del pelotón de la Guardia Noble formados a los lados del altar y a las otras secciones armadas distribuidas por la iglesia; resonaron 
agudos toques de trompeta en la plaza, que daban el mismo aviso a las tropas vaticanas e italianas allí dispuestas. Los altavoces difundían 
tanto la melodía incomparable del Largo de Silveri, que tocaban las trompas de plata. Mientras el Papa se disponía a proferir las palabras 
sacramentales, la Guardia Noble se hincó de rodillas. Prodújose entonces un hecho de inexplicable grandeza: todo el pueblo prosternado y 
absorto en un idéntico pensamiento de fe adoraba en silencio tan absoluto, que el espíritu casi se sentía oprimido: todas las miradas estaba 
fijas en el altar; el clero oficiante y asistente estaba unido en oración al papa. El Vicario de Cristo se inclinó dos veces sobre la mesa y 
consagró primero el pan, después el vino; elevó a lo alto la Hostia, elevó el Cáliz, volviéndose a la derecha y a la izquierda para presentarl 
a la adoración de los fieles. La inmensa multitud siguió 
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en silencio profundísimo hasta el Agnus Dei, en que el Papa se apartó del altar. 

((277)) Al Per omnia antes del Pater noster no se respondió Amén, porque el Pontífice cantó inmediatamente la oración dominical, como 
prescribe la liturgia papal de la Pascua. Y en cuanto dijo el Agnus Dei, volvió al trono, donde se arrodilló y esperó en actitud muy recogid 
la Comunión. El Cardenal diácono, que actuaba de ministro, se quedó sobre la tarima del altar y entregó al Prelado subdiácono, que actuab 
como tal, la Hostia consagrada, colocada sobre la patena y sostenida por el «asterisco», especie de ganchito en forma de estrellita. Dirigiós 
procesionalmente el subdiácono hacia el trono, donde esperó al Cardenal portador del Cáliz. El Padre Santo adoró profundamente el 
augustísimo Sacramento, se enderezó y comulgó por sí mismo con las dos especies, tomando solamente parte de la Hostia y parte de la 
Sangre con una cánula de oro. Tras unos instantes de recogimiento, dio la comunión con la otra parte de la Hostia al Cardenal diácono y a 
Prelado subdiácono, los cuales volvieron al altar con la patena y el cáliz. Al llegar allí, absorbió el primero, con la cánula, parte de la Sang 
que quedaba en el cáliz y el segundo sumió el resto directamente del cáliz. Mientras tanto la Capilla acababa de cantar el celestial Agnus D 
perosiano. 

El Papa tomó la Ablución que el Cardenal Obispo asistente le ofreció en un cáliz pequeño, accedió por última vez con su cortejo al altar 
acabó la misa con las oraciones y la bendición final. Después, mientras daba gracias, tres Canónigos de la Basílica vaticana exponían desd 
la galería de la Verónica, entre candeleros encendidos, a la veneración de los fieles las insignes reliquias de la Pasión que se guardan en Sa 
Pedro: el hierro de la lanza que atravesó el costado de Jesús muerto, un trozo notable de la santa Cruz y el velo de la Verónica. Cuando el 
tintineo argentino de dos campanillas indicó desde el interior de la galería el final de la manifestación de las reliquias, el Papa se dispuso a 
último gesto de todas aquellas sublimes ceremonias, a la bendición desde la galería exterior de San Pedro. 

((278)) «Urbi et Orbo» 

La antigua costumbre de que el Papa bendijese desde la galería exterior de San Pedro Urbi et Orbi en la solemnidad de Pascua y en poca 
más ocasiones especialísimas, se había roto desde 1870. Pío XI, en el día de su elección, casi preludiando la Conciliación, llegada siete añ 
más tarde, quiso impartir desde allí su primera bendición, antes 
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que desde la parte interior de la Basílica, como se había hecho por sus tres anteriores predecesores; y lo repitió en la Pascua de 1934. 

Terminada, pues, la misa, tomó la tiara y subió a la silla gestatoria. 
Pero antes de que los portadores de la silla la levantaran sobre sus hombros, el cardenal Pacelli, Arcipreste de la Basílica, se acercó al Pad 
Santo y le entregó una bolsita de seda ribeteada de oro, con una cantidad equivalente a veinticinco julios 1 pro Missa cantata, según le dijo 
Era la limosna tradicional de la misa solemne papal. 

El cortejo se puso en marcha. Precedían los Cardenales, flanqueando el camino como al entrar, los Guardias Suizos. En torno a la silla 
gestatoria iba la Noble Antecámara y los maestros de ceremonias. La multitud, revuelta toda ella en la nave central, renovó las 
demostraciones de amor y de fe al Vicario de Jesucristo, con un entusiasmo que excitaba los nervios. El Papa se fue tan conmovido que, a 
llegar al atrio, mandó girar la silla gestatoria y, contemplando el magnífico espectáculo, bendijo y saludó a sus hijos. Y le siguió el eco de 
aclamaciones mientras se dirigía a sus apartamentos. 

La Basílica empezó a quedar libre; los que salían de ella llenaron el espacio que los soldados mantenían vacío para tal fin sobre la 
escalinata. Mientras tanto, apenas cesó el sonido de las ((279)) trompas de plata, el Príncipe heredero se había retirado al Palacio Apostóli 
para asistir a la bendición; antes había pedido que rogaran a don Pedro Ricaldone le reservaran la jaula con los pajaritos. Así mismo los 
Reyes de Tailandia fueron recibidos con su séquito en un apartamento del Vaticano. Los Príncipes, el Cuerpo Diplomático y las Autoridad 
tuvieron también su lugar reservado. 

Desgraciadamente, al hermoso sol de la mañana le había sustituido el temporal con un chaparrón. Pero la gente aguantaba la lluvia sin 
moverse: la espera no fue larga. En cuanto se abrieron las vidrieras de la galería estalló una ovación inmensa, formidable, interminable, 
como un huracán. En el reloj de San Pedro sonaba la una y media de la tarde cuando apareció el Papa, precedido de la cruz procesional, 
cercado de Purpurados, revestido todavía con los ornamentos pontificales y coronado por la tiara, sentado en la silla gestatoria, cubierta co 
su dosel, y entre blancos flabelos plumados. Quien no lo vio, no puede imaginar el entusiasta estremecimiento que invadió entonces a la 
inmensa multitud. Había una gran confusión de aplausos, gritos, aclamaciones y lágrimas. 

1 El julio fue una moneda de plata acuñada por vez primera por Julio II ( 1503-13). Valía 56 céntimos de lira. 
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Se posó la silla gestatoria sobre un pedestal en el hueco de la bóveda, de modo que todos podían ver la figura del Papa. Hizo él un salud 
paterno con un gesto de ambas manos. Los ceremonieros pidieron silencio por señas. La inmensa turba se calló, como en la iglesia. A trav 
de los altavoces resonaba solemnemente la voz del Padre Santo hasta en los más lejanos rincones de la plaza, mientras profería las palabra 
de la absolución y pronunciaba la fórmula de la bendición; bendición que, rebasando los límites del gran espectáculo presente, llegaba a lo 
hijos de la Iglesia esparcidos por toda la faz de la tierra. Inmediatamente se levantó un grito que parecía iba a romper las nubes. El Papa se 
quedó todavía un instante contemplando sonriente y saludando. Finalmente desapareció la visión. La campana grande de San Pedro llenab 
de alegría el aire lluvioso con sus grandes y ruidosos repiques, a los que respondían, sumándose al júbilo, los cientos y cientos de campana 
de Roma. 

((280)) Todo estaba acabado y don Bosco era Santo. La marea humana se puso en movimiento y se fue dividiendo hasta desaparecer. Po 
el arco de la sacristía aparecían de repente y desaparecían coches y coches, que llevaban a Soberanos, Príncipes, Cardenales, Autoridades. 
En el del Príncipe Humberto ya estaba la deseada jaula plateada, que don Pedro Ricaldone había hecho llevar, con sus inquilinos cantores 
que transportarían a la corte el eco de la canonización de don Bosco. 

Por la noche estaban iluminadas con luz eléctrica las basílicas e iglesias: sólo San Pedro permanecía en la oscuridad. El mal tiempo habí 
impedido la subida de las antorchas. Se dejó para el día siguiente el espectáculo de la iluminación que ya hemos descrito anteriormente. 

Los superiores y alumnos del Oratorio de Valdocco, sus Cooperadores y exalumnos, reunidos en el teatro y en la iglesia de San Francisc 

o esparcidos por los patios, habían podido seguir toda la función a través de los altavoces. Lo mismo sucedió en todas las casas salesianas. 
Las palomas mensajeras tuvieron que hacer un viaje borrascoso, dado el pésimo estado de la atmósfera. Sólo una llegó a las cuatro de la 
tarde del día dos de abril; tenía las patitas llenas de barro. La otra apareció en la campiña de Lucca, con una ala herida por perdigones de 
escopeta: dijo el que la encontró, que descubrió el tubito, dentro del cual estaba el mensaje, y que lo envió al Director del Oratorio, de 
acuerdo con lo que indicaba el mensaje 1. 
1 La paloma que llegó era de la raza Bricoux. Llevaba el número 65.299. En el año 1933 
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Hubo quien quiso recoger el minuto preciso de la canonización, en que el Papa pronunciaba el Sanctorum catalogo adscribimus y dio 
comunicación del mismo al Rector Mayor, escribiéndole el catorce de mayo: «El día de la canonización de don Bosco asistí conmovido a 
función a través de la radio, y tuve la idea de tomar la hora exacta ((281)) en la que el Padre Santo pronunció la fórmula. El momento en q 
terminó eran las diez y seis minutos». Quien así escribía era el célebre Padre Guido Alfani, de las Escuelas Pías, director del Observatorio 
Ximeniano de Florencia 1. 

Don Pedro Ricaldone a los Salesianos 

Antes de que transcurriese la triunfal jornada, don Pedro Ricaldone ya se disponía a comunicarse con todos los Salesianos. Comprendía 
muy bien que las noticias de la prensa no eran suficientes para satisfacer sus deseos y que les agradaría mucho más recibir una palabra ínti 
de parte del Sucesor de don Bosco. Por eso se apresuró a enviar a las Casas Salesianas esta circular: 

Pascua de 1934 

O dies felix memoranda fastis! 

íDía bendito, de inmensa gloria, e inefable alegría! 

íDon Bosco es Santo! 

Desde la Cátedra infalible de Pedro, así lo ha proclamado el Padre Santo Pío XI. Toda la Cristiandad lo ha celebrado con un arrebato de 
veneración. Los anales de la Iglesia y los de la Sociedad Salesiana han registrado la fecha con caracteres de oro. 

Esta fecha presagiada y casi saboreada de antemano por los contemporáneos del Santo, la alegría de este día nos será envidiada siempre 
por la posteridad. 

Gaudeamus omnes in Domino diem festum celebrantes sub honore Sancti Joannis: alegrémonos todos en el Señor, celebrando la 
canonización de nuestro amado Padre don Bosco. 

Nuestro júbilo no podría ser más justo ni más santo. 

Pero, mientras nuestro corazón estalla de alegría, al ver solemnemente reconocida por la Iglesia la santidad del Padre, y contemplan 
nuestros ojos la amable figura del Santo, verdaderamente levantado, entre los otros hombres santos suscitados por Dios para recorrer su vi 
como un gigante: qui inter suscitatos sanctissimos viros vere surrexit sicut gigas ad currendam viam, nuestro espíritu, escalando los sender 
del 

había sido lanzada, a las cinco, en Priverno (Nápoles) y llegó a Turín por la tarde. En nuestro caso, las dos palomas mensajeras, lanzadas 
poco antes del mediodía, fueron sorprendidas por la noche antes de alcanzar la meta. Se sabe, además, que las palomas no vuelan de noche 
El mal tiempo las había obligado a buscar abrigo, deteniendo el vuelo. 

1 Observatorio Ximeniano. Era un observatorio de astronomía, meteorología y sismografía en Florencia, fundado por el padre jesuita 
Leonardo Ximenes (1716-1786). (N. del T.) 
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firmamento, se transporta hasta la celestial Jerusalén donde, en un mar de luces, resplandece San Juan Bosco como un sol sicut sol... in 
perpetuas aeternitates, para toda la eternidad. Allí, en efecto, donde cada astro se distingue de los demás astros, omnis stella... a stella diffe 
in claritate, nosotros podremos ((282)) captar la característica de su santidad, apreciar sus frutos y admirar el premio especial que Dios le h 
conferido por ella. 

Verdad es que la esencia de la santidad no puede ser más que la establecida por el Santo de los Santos, a saber, el amor de Dios y el amo 
del prójimo: dos amores, de tal forma compenetrados, que constituyen uno solo. Sobre estos dos preceptos básicos se apoya todo edificio d 
perfección cristiana, desde la ordinaria a la heroica. Todo Santo cumple el doble mandamiento de la única caridad, de acuerdo con la misió 
individual recibida de Dios. Para San Juan Bosco el diliges Dominum Deum tuum y el diliges proximum se tradujeron en la fórmula: 
Trabajar para la gloria de Dios y por el bien de las almas; y trabajó para esta gloria y por este bien con una vida intensa de fe y de celo. 

La fe, fundamento de toda santidad, fue, sin lugar a duda, la luz que guió sus pasos, según la expresión del Salmista. Con la luz de la fe 
mente se elevaba a la contemplación de las verdades reveladas y se movía su voluntad en las direcciones que estaban de acuerdo con el 
beneplácito divino. Y por eso, lo mismo cuando hablaba que cuando escribía o actuaba, su espíritu no fluctuaba entre Dios y el propio yo, 
entre el cielo y la tierra, entre lo eterno y lo temporal, entre el deber y el placer, sino que se lanzaba en el acto hacia la parte de Dios, Padre 
Señor absoluto, de donde tomaba la norma segura con que regularse en todo lo que tuviese razón de relativo y terreno... Quiero decir, que 
nada se buscó a sí mismo, su comodidad, su satisfacción, su provecho; sino que dedicó tiempo, energías y esfuerzos para servir del mejor 
modo posible al Señor, trabajando en el campo que le había señalado la Providencia. 

Su campo específico fue la salvación de la juventud por medio de la eficacia de la cristiana educación. Prodigó ciertamente su ministerio 
en favor de cuantas almas le fue dado hacerlo directamente o por medio de sus hijos; pero ocuparon principalmente sus pensamientos de 
apóstol, las almas juveniles. Sólo Dios sabe los muchos sacrificios que se impuso para ir tras de los jóvenes más necesitados de atenciones 
sacerdotales, para ponerlos al abrigo de los peligros de toda suerte que acechaban su virtud, o para rodearse de valiosos y abundantes 
auxiliares que le ayudasen en una obra tan amplia y providencial. En su suprema intención de procurar el bien a la juventud sacrificó todo, 
sueño, alimento, salud, tranquilidad. 

Todas esas características de santidad que se aprecian en don Bosco, como su habitual unión con Dios, su calma imperturbable en 
cualquier situación, su paternidad sin límites, su laboriosidad que jamás decía basta, tenían su origen en esto, en su caridad ardiente que, 
animada por una fe viva, le hacía anteponer Dios y sus intereses a todo y a todos. 

Y es claro que una santidad tan genuina y tan eminente no podía dejar de producir los frutos adecuados, y he ahí una segunda observació 
sobre la cual conviene detenerse. Cuando se unen en el cristiano el ((283)) bien querer y la gracia divina, entonces brotan las acciones 
verdaderamente virtuosas; pero, si además el cristiano es un Santo, un hombre en fin que llega hasta el heroísmo en correspondencia con l 
auxilios de lo alto, entonces se establece una especie de porfía entre el Creador que da y la creatura que actúa, y surgen las formas más 
grandiosas de actividades benéficas y perennes en el seno de la Iglesia. 
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Un primer fruto de la santidad de don Bosco es el mismo don Bosco, esa personificación de las más selectas virtudes que los testigos 
oculares encuentran en él y que los documentos históricos atestiguan tan abundantemente. «Don Bosco parece Nuestro Señor», decían, com 
movidos por una consideración sobrenatural, s ingenuos, y lo confirmaron hombres hechos y derechos, con su natural observación. Y, si e 
afecto filial no nos ciega, nos veríamos obligados a decir que, a sus diversas edades, alcanzó realmente, por cuanto es dado a la fragilidad 
humana, el grado de perfección que los años y los ministerios requerían en él. 

Otro fruto de la santidad de don Bosco es, además, esta prolongación de sí mismo que nosotros vemos, es decir, el conjunto de obras qu 
siguen viviendo de su espíritu. Al partir de esta tierra, la santidad de don Bosco dejó tras sí todo un complejo de creaciones, en las que 
transfundió su soplo vital y que están destinadas, como cualquier cosa viva, a crecer y multiplicarse, adaptándose a la índole de los tiempo 
a la condición de los lugares, al carácter de los pueblos. Quien conozca un poquito las obras de san Juan Bosco, sabe lo fecunda que es 
siempre su santidad. 

En tercer lugar, »cuáles son para don Bosco los premios de tanta santidad? Nos limitaremos a decir que la virtud es premio de sí misma 
que cuanto mayor ella sea, tanto mayor es el gozo que produce a quien la practica. Es una verdad muy sabida: así lo proclamaron, aunque 
modo exclusivo, hasta los secuaces de una escuela filosófica pagana. El testimonio de la buena conciencia es fuente de íntima satisfacción 
que compensa con creces las penalidades ocasionadas por las mismas cosas o por la malicia de los hombres. Don Bosco gozó de este prem 
de la santidad: también él experimentó la felicidad de los Apóstoles, que ibant gaudentes cuando digni habiti sunt pro nomine Jesu 
contumeliam pati. La santidad convierte en prueba de amor el padecer, y para el que ama, sufrir es gozar. 

Es un gran premio el de la santidad, no sólo por este efecto inmediato, sino porque contribuye inmensamente a aumentar el mérito de un 
premio mucho mayor, el mérito del alto premio que Dios tiene reservado en el Paraíso a sus elegidos. Y a eso se dirige toda la vida de los 
Santos, a atesorar méritos para el Cielo. Si no quedará sin premio un vasito de agua fresca dado por amor de Dios a quien tiene sed, »quién 
podrá medir el galardón eterno de una vida como la de don Bosco, toda ella consumada en el más puro holocausto de sí mismo en medio d 
las llamas de la caridad? Ciertamente no sorprende a nadie la noticia de que, en el momento de la muerte de don Bosco, hubiera almas 
queridas por Dios y ((284)) desconocedoras de su tránsito, que vieran, por divina concesión, su ingreso en la gloria, como un triunfo de 
solemnidad sin igual. 

Pero Dios, justo remunerador, va todavía más lejos a la hora de recompensar la santidad. Los Santos, que tanto trabajaron y sufrieron po 
su gloria accidental, son coronados por El con una aureola especial, que reclama la admiración sobre ellos, la veneración y la imitación de 
humanidad. El culto tributado a los Santos coloca a estos héroes sobre el trono más espléndido que pueda existir, en el altar sagrado del 
templo de Dios, y se inclina ante ellos la piedad, mientras la elocuencia teje sus loas, la historia transmite sus grandezas y el arte embellec 
su recuerdo. He aquí hoy al humilde, al pobre, al atribulado don Bosco, glorificado de cara a todo el mundo, por mano de la Iglesia y graci 
a la munificencia divina. 

Quisiera yo ahora que reflexionásemos bien en una cosa. Es una necesidad de nuestro corazón, más que una obligación de gratitud, alaba 
la santidad de don Bosco en sus características, en sus frutos, en sus premios. Pero no nos quedemos aquí, preguntémonos más bien: »dón 
estuvo el secreto de tan excelsa santidad? Yo no 
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dudo en afirmar que debemos buscar este secreto en su constante correspondencia a la Gracia. Desde pequeño manifestó una sensibilidad 
exquisita a los influjos sobrenaturales que le impelían a la oración y a los sacramentos, a la fuga del pecado, a socorrer espiritual y 
materialmente al prójimo; durante el tiempo de los estudios tuvo su corazón desprendido de las cosas de la tierra y totalmente dirigido a 
secundar las inspiraciones que ciertamente no procedían de la carne y de la sangre; en las variadísimas circunstancias de su ministerio 
sacerdotal, y en las múltiples empresas al servicio de la Iglesia y de las almas miró constantemente hacia arriba al Padre de las luces y Dad 
de todo don perfecto, sin importarle más que obedecer a los supremos impulsos. Había en él un cuidado asiduo para no dejar caer en vano 
más mínima gracia de Dios. 

He ahí un punto que merece reclamar toda nuestra atención ante la santidad de don Bosco glorificada. La vocación a la vida cristiana ha 
sido para nosotros una gracia grande, gracia destinada a ser continuada por una cadena de muchísimas más, pero subordinadamente a la 
fidelidad de nuestra correspondencia. No dejemos caer en vano la gracia de Dios: éste será el fruto más precioso de tan gran fiesta. 

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((285)) 

CAPITULO XIV 

EN ROMA DESPUES DE LA CANONIZACION 

DURANTE los tres días que siguieron a la Pascua de don Bosco, hubo tres sucesos que aumentaron la gloria del nuevo Santo: los honores 
en el Capitolio, una audiencia pontificia de forma insólita y un continuo homenaje de gratitud al Papa. Mientras tanto, se celebraba en la 
Basílica del Sagrado Corazón, con toda la grandiosidad romana, el triduo que normalmente se hace en la Urbe, inmediatamente después de 
una canonización. 

Los honores en el Capitolio 

El monte del Capitolio, cargado de historia, que había visto triunfos de guerreros y coronaciones de poetas, nunca había sido testigo de l 
glorificación de los Santos. Antes del 1870, era lógico que así fuera: el Papa, aunque era también el soberano civil, no necesitaba rendir a 
nuevos Santos más honores que los tributados en el máximo Templo de la cristiandad. Después de 1870 se comprende mejor la cuestión: 
dada la existente discordia que dividía los dos poderes en la capital del mundo católico, ningún Gobierno podía tener la idea de glorificar 
civilmente a un Santo, por muy italiano y gran italiano que fuese. Pero tempora mutantur, nos et mutamur in illis (cambian los tiempos y 
nosotros con ellos). Desde el 11 de febrero de 1929, Italia había empezado a ser otra. Había recuperado su ((286)) unidad espiritual, 
verdadera alma de su unidad política, y la había recuperado como convenía a una nación totalmente católica. En un ambiente tan renovado 
era muy natural que el Estado valorase el honor derivado para la patria de la glorificación mundial de un Santo como don Bosco, y mucho 
más sabiéndose, como muy bien se sabía, lo mucho que don Bosco había demostrado, en tiempos dificilísimos, ser un prudente y laborios 
partidario de la Conciliación, llamada a crear en el país una novísima situación. El Jefe del Gobierno fue el primero en intuir la convenienc 
de que el Estado no sólo no estuviera ausente, 
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sino que interviniese con todo el decoro del Régimen Fascista. Por eso, cuando alguien propuso el «Augusteo» 1 para las honras públicas, 
respondió Mussolini que para don Bosco se requería el Capitolio y declaró que él mismo asistiría. 

Así fue cómo el día dos de abril por la tarde reinaba una gran animación que crecía por momentos, en el histórico collado. Los balcones 
estaban engalanados con tapices y brocados como en las más solemnes ocasiones. El salón de Julio César, destinado a la ceremonia, estab 
severamente tapizado con los colores de la Urbe; plantas ornamentales de singular hermosura alegraban la vista. Junto a la mesa de la 
presidencia estaban dispuestos los asientos para el Duce y las Jerarquías, a los lados estaban los de los miembros del Sacro Colegio, que 
honrarían la reunión. 

La sala se llenó de gente muy pronto: era un público multiforme y selectísimo. Solamente entraron los invitados con tarjeta especial del 
Gobernador de Roma. Acudieron el Presidente del Senado, Federzoni, con su esposa; el Presidente de la Academia de Italia, Marconi, con 
su señora; el Nuncio Pontificio ante el Quirinal, Borgoncini Duca; el Ministro de Educación Nacional, Ercole; el Duque del Mar, Gran 
Almirante Thaon de Revel; y académicos, senadores, diputados, generales, los alcaldes de Turín y de Castelnuovo, Prelados y Autoridades 
de la Ciudad del Vaticano, Obispos y Superiores o representantes de las órdenes religiosas y monásticas. Cuando la selecta asamblea estab 
al completo y ofrecía un ((287)) golpe de vista magnífico, entraron desde una sala contigua cinco Cardenales cubiertos con la púrpura: Ped 
Gasparri, ornado con el Collar de N. S. de la Anunciación, Enrique Gasparri, Fumasoni-Biondi, Fossati y Hlond. Unióse a ellos el Príncip 
Chigi, Gran Maestro de la soberana Orden de Malta. 

La ceremonia debía empezar a las cuatro: a la hora en punto apareció el Duce, saludado por una larga y fervorosa demostración de 
homenaje. Junto a él se situaron, entre otros, el gobernador de Roma, Príncipe Boncompagni, nuestro Rector Mayor don Pedro Ricaldone 
el Embajador de Italia ante la Santa Sede, Conde De Vecchi, orador oficial. 

Apenas cesó la ovación, se levantó éste a leer su discurso, que fue escuchado atentamente desde el principio al fin. Planteó así el tema: 
«Don Bosco es un Santo italiano y el más italiano de los Santos. Todo un pueblo lo reclama por suyo y, además, su gran espíritu está 
omnipresente en el mundo, de modo que esta perfección italiana se convierte 

1 Augusteo: mausoleo de Augusto, ahora salón de conciertos, en Roma. (N. del T.) 
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en él en romanidad. Su glorificación religiosa se ha verificado con un fausto y solemnidad novísima en los diecinueve siglos de vida de la 
Iglesia, e Italia ha participado en ella como nunca. La plenitud del magisterio divino encuentra hoy su prolongación en los honores del 
Capitolio, decretados por el Gobierno Fascista a este Santo. Su sola santidad pediría hoy, dado el carácter que la distingue, derecho de 
hospitalidad en esta altísima sede, pero él sería un gran italiano, aun sin los atributos de la santidad; por eso su derecho al Capitolio». 

A continuación, después de haber observado que «Don Bosco no pierde, sino que gana en grandeza cuanto se le contempla en la tierra y 
entre los hombres donde nació, cuando se le considera actuando entre las figuras de la historia de su tiempo, no como síntesis del pasado y 
como viviente en la historia de entonces, sino como adivinador, sembrador, constructor de un futuro», recordó el humilde nacimiento del 
Santo y describió con ánimo conmovido la pobre casita que él había tenido la alegría de visitar. Pasó ((288)) después a situarlo en el 
ambiente histórico del Resurgimiento, analizando su constitución moral para deducir de allí los elementos característicos de su tierra del 
Monferrato y las influencias particulares de los tiempos y del ambiente en que vivió y desplegó su multiforme obra. En las pruebas y 
contrastes entre los que el Santo se abrió camino, halló el orador las vías de la Providencia, que le iba preparando para su gran misión; y d 
ésta ilustró sobre todo la influencia política para templar las relaciones entre la Iglesia y el Estado durante el período más arduo de la unid 
italiana. «Para él, dijo De Vecchi, no existió, ni siquiera en la hora más tétrica y difícil, ningún abismo insalvable entre el Estado y la Igles 
entre la Patria y Dios». Con esta convicción procedió don Bosco en el servicio de la Iglesia y del Estado, alentando a Pontífices y Obispos 
iluminando y pacificando las almas de los fieles, inclinando los ánimos de hombres del Gobierno a sentimientos conciliatorios, coordinand 
en la juventud que educaba los dos grandes amores de la Religión y de la Patria. Y no dejó de poner de manifiesto cómo ese espíritu 
conciliativo sigue siendo el alma de su Congregación, suscitada por Dios, como había dicho Pío IX, «para que se vea y haya modo de dar 
Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César». De ahí «su afirmación y maravilloso florecimiento hasta en tiempos extremadamen 
difíciles». Fijando su mirada en este florecimiento, lo definió milagroso, diciendo: «El milagro vivo, permanente, que se difunde de don 
Bosco está en sus casas, en sus escuelas, en sus campos, en sus talleres, en su obra conquistadora de corazones, continuamente renovada e 
todas las partes del mundo por sus hijos y por 
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sus cooperadores, con una sencillez que es la misma imagen del Santo». Después de repasar rápidamente este imperio del amor de don 
Bosco, volvió a llevar a los oyentes a la casita natal del Santo para conducirlos por fin hasta la reciente obra de Littoria. 

El aplauso vivo y prolongado del Duce fue casi el principio de una unánime y cordial manifestación ((289)) del público. El Duce se 
comportó con amabilidad inimaginable con don Pedro Ricaldone. 

El homenaje civil no se cerró con la exaltación del Capitolio: tuvo una continuación digna de especial realce. El veintiocho de abril se 
inauguró la XXIX legislatura en el Palacio Montecitorio y el Rey aludió a él en el discurso de la Corona cuando dijo: «La concordia y el 
entendimiento entre las autoridades civiles y religiosas se ha reforzado, como lo han demostrado unas grandes celebraciones recientemente 
La conciliación sigue siendo un elemento esencial en la historia italiana». 

En la respuesta del Senado hubo otras palabras que fueron un adecuado comentario a estas sobrias expresiones del Soberano: «La 
concordia, la unidad y la justicia son los más preciosos dones de la divina Providencia a nuestro pueblo; son la defensa de su nueva histori 
cuyo fundamento es la Conciliación con la Iglesia. El Senado ha asistido con profunda satisfacción a las manifestaciones de unánime 
entendimiento espiritual entre autoridades civiles y religiosas patentemente manifestado, lo mismo en el recogido esplendor de San Pedro 
ante la augusta Cabeza de la Cristiandad, que en la grandeza romana del Capitolio ante el Jefe del Gobierno, con motivo de la celebración 
la gloria cristiana y civil del más italiano de los Santos. Fue una conmovedora prueba de esa gran armonía la presencia del representante d 
Vuestra Majestad en la persona del augusto Príncipe heredero, seguridad del porvenir para la Patria, no menos que para la Dinastía». 

íCómo se levanta sobre su fondo histórico la gigantesca figura de don Bosco, a la luz de estas manifestaciones! 

La audiencia pontificia 

Una audiencia pontificia en la Basílica Vaticana constituyó otra de las muchas novedades, a que dio lugar la canonización de don Bosco 
Pío XI la concedió el tres de abril a todas las peregrinaciones organizadas por los Salesianos. Se levantaba el trono papal delante del altar d 
la Confesión, de modo que la nave mayor se convirtió en 
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salón de recepción. Y sin embargo, ((290)) con ser tan grande, no bastó para todos: unos millares de personas se quedaron sin puesto. 
Entonces algunos centenares de alumnos de los colegios fueron colocados en filas a lo largo del pasillo central. Y como tampoco fuera 
suficiente esta disposición para que cupieran todos, se prepararon otros dos amplios espacios en los brazos del crucero. A los lados del tro 
se colocaron el cardenal Hlond, don Pedro Ricaldone, una docena de Obispos salesianos, don Francisco Tomasetti, los Superiores del 
Capítulo, los Inspectores, la Superiora General de las Hijas de María Auxiliadora con su Consejo y varias Inspectoras, el conde senador 
Rebaudengo y el abogado Félix Masera. 

A las doce corrió la voz de: íEl Papa! 

Y, un momento después, apareció el Papa en la silla gestatoria. íUn delirio juvenil! Aplausos, vivas, aclamaciones le acompañaron hasta 
trono. El grupo del Oratorio lanzó el grito de: íViva el Papa de don Bosco! 

Volvióse el Papa hacia aquella parte, con vivas muestras de complacencia. Y apenas se sentó, dirigióle el Rector Mayor estas devotas 
palabras: 

Beatísimo Padre: 

Todavía resuena suavemente en nuestros corazones vuestra augusta voz que, desde la cátedra infalible de Pedro, en medio del júbilo de u 
inmenso pueblo, en la fiesta más solemne y con el máximo esplendor de la liturgia católica, declaraba Santo a don Bosco. 

No hay palabras que puedan expresar lejanamente a Vuestra Santidad el reconocimiento profundo e imperecedero de la Familia Salesian 

He aquí, Beatísimo Padre, una pequeñísima parte de esta Familia, reunida en torno a Vuestra Santidad para expresar los sentimientos de 
más filial y sincera devoción. 

Son hijos vuestros llegados de todos los rincones de la tierra, hasta de las playas más remotas para representar a centenares de millares, 
más aún, a millones de corazones que hoy, juntamente con nosotros, en todas las playas y bajo todos los cielos, cantan jubilosos el hosann 
al Papa de la canonización de San Juan Bosco. 

Ya teníamos una alta idea de la santidad y de la misión del que fue nuestro Padre en la tierra y a quien hoy invocamos como Patrono en 
cielo, gracias al conocimiento personal, a la tradición doméstica y a las Memorias biográficas; pero hoy se engrandece más que nunca su 
figura a nuestros ojos. 

((291)) Su canonización, por singular bondad de Vuestra Santidad, se ha desarrollado dentro de un conjunto de circunstancias que nos h 
proyectado su persona y su obra dentro de una luz de universalidad ejemplar y benéfica, que nos obliga a exclamar: -íSomos humildes y 
afortunados hijos de un gran Padre! 

Es todo un conjunto de cosas que nos llevará, como consecuencia natural, a profundizar cada vez mejor el conocimiento y la imitación d 
su vida y a caminar 
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con solícita fidelidad sobre las huellas que él nos dejó: huellas gloriosas que Vuestra Santidad nos ha iluminado con tan nuevo esplendor. 

Beatísimo Padre: humildemente postrado a los pies de Vuestra Santidad, le doy las más rendidas gracias en nombre de los Salesianos y d 
las Hijas de María Auxiliadora, de sus alumnos y exalumnos, de sus Cooperadores y Cooperadoras, por este beneficio y por vuestra patern 
benevolencia constantemente demostrada de mil modos, con la promesa de seguir siempre y por doquiera los ejemplos de filial, devota e 
ilimitada obediencia, que nuestro Santo Fundador nos dejó como la primera y más preciosa herencia, mientras en confirmación de nuestro 
propósitos, pido para mí y para todos la gracia de su Apostólica Bendición. 

La Schola cantorum de los clérigos estudiantes de filosofía y teología interpretaron las Acclamationes y el Oremus pro Pontifice, que el 
Papa escuchó con visible satisfacción. Después, hizo señas de que iba a hablar. Reinó inmediatamente un religioso silencio. La palabra de 
Vicario de Cristo, siempre gracias a los altavoces, se pudo oír claramente por todos. El afecto comunicó a su hablar un sello que no hay 
pluma capaz de describirlo. 

Ya no es dentro de los esplendores de los grandiosos, santos ritos, mis queridísimos hijos -comenzó diciendo el Papa-sino dentro de un 
verdadero (podemos decirlo con razón) precioso vértigo de gozo y de piedad filial que os volvemos a ver en este magnífico lugar. Ya veis 
que os hemos preparado para recibiros la más bella, grande, magnífica sala del mundo. No hemos creído que fuese demasiado para lo que 
debía redundar en honor de vuestro y nuestro gran San Juan Bosco; no hemos creído que fuese demasiado para una selección tan hermosa, 
tan ilustre, tan imponente hasta por su número; una selección de sus hijos llegados de todas las partes del mundo, hasta de las más lejanas; 
tan hermosa, especialmente para Nos, porque vuestra presencia y todo lo que hemos oído en el discurso pronunciado hace un momento, N 
hace sentir, con una viveza que pocas veces hemos experimentado, el sentido de la paternidad universal que la divina Providencia ha queri 
confiarnos. Y vosotros sois, no solamente los hijos llegados de todas las partes del mundo, sino pertenecientes ((292)) a todas las diferente 
categorías de que se compone la gran familia, o mejor, las grandes familias de don Bosco, más aún, de San Juan Bosco, a quien el mundo 
seguirá llamando, sin embargo, don Bosco. (Aplausos). Y eso estará bien, porque será lo mismo que repetir su nombre de guerra, esa guer 
benéfica, una de esas guerras que se diría quiere conceder la divina Providencia de vez en cuando a la pobre humanidad, casi como en 
compensación de las otras guerras en nada benéficas y tan dolorosas y sembradoras de dolores. 

Poníamos, pues, de relieve, amadísimos hijos, la diversidad, las distintas representaciones de las grandes familias salesianas. Debemos 
añadir también a ellas los diversos grados de la jerarquía: el sacerdocio, el episcopado, el cardenalato: algo, también esto, tan hermoso y 
verdaderamente completo. 

Por lo demás, amadísimos hijos, »qué más podemos añadir a lo que vuestra presencia nos dice, vuestra presencia tan elocuente y tambié 
este silencio casi palpable, que nos declara de forma sensible vuestra esperanza de la palabra paterna? »Qué podemos decir, al encontrarno 
de nuevo en este espléndido ambiente, donde resuenan 
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todavía los cantos de gloria a vuestro magnífico padre, donde, ayer mismo, tuvo lugar ese maravilloso conjunto de cosas que ha venido a 
coronar de modo tan sin par vuestra esperanza, vuestro deseo? Mas, por no tener el remordimiento de haber perdido una ocasión tan 
hermosa, para decir algo útil a vuestras almas, diremos lo que el mismo San Juan Bosco os dice tan elocuentemente con su figura, tal y com 
está a la vista de todos los espíritus, tal y como habla a todos los corazones. 

Verdaderamente, esta canonización de vuestro y nuestro don Bosco ha llegado con especial y providencial oportunidad a esta clausura d 
Año Santo de la divina Redención; y, ciertamente, vuestro y nuestro querido Santo ha salido inmensamente ganancioso con el conjunto de 
estas circunstancias. 

Ha sido, ante todo, el encuentro del Divino Redentor, del Divino Capitán, promotor de toda santidad, de todo apostolado y de todo bien; 
encuentro con un siervo suyo tan fiel, con un soldado tan intrépido en sus santas batallas. Se diría, por una parte, que don Bosco ha venido 
devolver al Divino Redentor todo lo que le debía, ya que todo se lo debemos a El. En El, en efecto, tiene principio toda la santidad, todo 
martirio, todo bien; de El procede todo lo bueno que queda en este mundo, aún a lo pagano, todo lo bueno que queda en esta civilización y 
que le viene de la Cruz, del Corazón, de la Sangre del Redentor y que todavía hace que sea una civilización cristiana. 

Don Bosco ha venido a rendir homenaje a su jefe, a su señor, a su caudillo, y el Divino Redentor ha dispuesto, precisamente al fin del A 
Santo de la Redención, venir casi en persona a coronar los méritos de su siervo fiel, a mantener con él aquellas divinas promesas que hizo 
todos los que le sirven con fidelidad. ((293)) íQué magnífico encuentro! íY qué hermoso, qué espléndido, qué a punto en el cuadro del Añ 
Santo, en el cuadro de todo ese cortejo de santidad que ha acompañado el Redentor en el curso de este Jubileo de su Redención! En una 
selección en medio de los más bellos, frescos, fragantes frutos de la Redención, en homenaje al autor primero de toda santidad. Y por esto 
todos nosotros, y vosotros especialmente, vosotros que estáis ligados por tantos vínculos a nuestro querido Santo, debemos aprender lo qu 
debe ser fruto específico de este Año Santo, lo que se diferencia de todos los demás, y para vosotros se diferencia por la glorificación de 
vuestro querídísimo Padre y Patriarca. íY qué apropiado resulta para vosotros tal fruto del Año Santo que puede llamarse también «Año 
Santo Salesiano»! (Fortísimos aplausos). 

Para todos, también para vosotros, el primer fruto es el de las Santas Indulgencias, precioso tesoro en el que no puede pensarse más que 
con mucha humildad y sentimiento de confusión, porque decir indulgencia, indulgencia grande, indulgencia máxima, quiere decir perdón, 
perdón grande, perdón máximo. »Y de qué? De los pecados, especialmente de los pecados mortales. »Y quién puede decir que no lo 
necesita? Eso significaría que no se tienen pecados, y el Espíritu Santo dice que quien afirma estar sin pecado, no dice la verdad. 

Pero este Año Santo de la Redención debe decir algo más especial. Y, en efecto, lo ha dicho, puesto que lo ha dicho el mismo Redentor. 
ha señalado expresamente el fruto de toda su obra de Redención y nosotros no podemos, por tanto, no tener en cuenta un fruto tal, que es 
como la continuación de la misma Redención. El Señor lo ha dicho con palabras reveladoras de su corazón, de sus intenciones, al anuncia 
que había venido para que los hombres tuviesen vida, y la tuviesen con abundancia y siempre con mayor abundancia. Ego veni ut vitam 
habeant et abundantius habeant. Lo mismo que si dijese a sus almas queridas: -Tened la vida, y tenedla en abundancia, cada vez con más 
abundancia. -Y ésta es la vida cristiana porque es Cristo 
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quien se la ha dado al mundo: Cristo Redentor, vida cristiana. Esta vida cristiana que vosotros tenéis tan abundantemente, debéis 
conservarla, desarrollarla con abundancia cada vez mayor; debéis ponerla de acuerdo con las palabras del Redentor, cuando dice que debe 
ser vida abundante y sobreabundante. 

Y vuestro querido Santo os dice: -Así es como se vive la vida cristiana. -Así la vivió él, así la vivieron los Santos, no sólo los que han 
cortejado al Redentor en este año, sino todos los Santos. »Qué hicieron ellos para alcanzar la santidad? Sólo una cosa: llevar una vida 
cristiana abundante, vivida sobreabundantemente, esa vida cristiana de la que nacen todas esas otras ramificaciones tan grandes y magnífic 
de apostolado y de bien que conquistan los corazones. 

El Redentor dijo: -Vivid la vida cristiana y vividla abundantemente. ((294)) -He aquí que don Bosco nos dice hoy: -Vivid la vida cristian 
como nosotros la hemos vivido y os la hemos enseñado. -Pero Nos parece que don Bosco añade para vosotros sus hijos, y tan 
particularmente suyos, una palabra más específicamente indicadora en el sentido que estamos considerando. Nos parece que os diga: 
-Escuchad en qué dirección debéis dejaros guiar. -Nos parece que, para indicaros cómo debéis marchar cada vez mejor por esos caminos, o 
señala tres principios de vida cristiana, os enseña un triple secreto. 

El primero es el amor a Jesucristo, a Jesucristo Redentor. Hasta se diría que éste fue uno de los pensamientos, uno de los sentimientos 
dominantes de toda su vida. Así lo manifestó con su palabra de consigna: Da mihi animas! Ese es un amor que está en la meditación 
continua, ininterrumpida de lo que son las almas, no consideradas en sí mismas, sino en lo que son en el pensamiento, en la obra, en la 
Sangre, en la muerte del Divino Redentor; y el amor del Redentor se convierte en amor de las almas redimidas que en su pensamiento y en 
su apreciación se manifiestan como no pagadas a un precio demasiado alto, si están pagadas con su Sangre. Ese es precisamente el amor d 
Divino Redentor que hemos estado recordando, agradeciendo, durante todo este año de una Redención multiplicada. 

Otra enseñanza os da vuestro Padre. Os enseña la gran ayuda, la ayuda más fuerte con la que hay que contar para practicar aquel amor al 
Redentor que se convierte en amor a las almas, en apostolado por las almas. María Auxiliadora es el título que él ha preferido entre todos l 
de la Madre de Dios: María auxilio de los cristianos, es la ayuda con que él contaba para juntar las milicias auxiliares con las cuales camin 
hacia la salvación de las almas. Y María Auxiliadora es vuestra herencia, amadísimos hijos, una herencia que todo el mundo podría 
envidiaros, si no hubiese otros caminos para acudir a ella. 

Y en este recuerdo hay que descubrir otra de esas conjeturas que se llaman combinaciones, pero que son delicados encuentros, 
providenciales, preparaciones que sólo la Sabiduría divina sabe adjuntar. Uno de los frutos más preciosos de la Redención es la Maternida 
universal de María. Y no se habría sabido cómo celebrar el centenario de la Redención, sin recordar las últimas horas del Redentor en la 
Cruz, sin recordar que desde la Cruz, cuando eran más agudos y terribles los sufrimientos de la muerte, el Salvador nos entregó a todos 
nosotros a su Madre por Madre nuestra: «He ahí a tu hijo»; «He ahí a tu Madre». Es el divino Redentor quien nos ha dado a María por 
nuestra Madre universal, y ése es el íntimo lazo entre la Redención y la Maternidad humana de María. Diríase que don Bosco haya visto d 
un modo especial, esta íntima unión y la haya apreciado en todo su valor y que, por esto, haya querido colocar junto al Divino Salvador a 
María y confiar a María, con el título que más le conviene, María Auxiliadora, todas las obras que su gran corazón se proponía 
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para la ((295)) salvación de las almas. También a vosotros se debe indicar la gran ayuda con la que podéis contar, ayuda que no tiene límit 
en su poder: porque procede de María, nuestra Madre, que no desea más que ayudarnos en las obras que nos proponemos hacer para gloria 
de Dios y bien de las almas. 

Pero, sapiente y amoroso Padre como era vuestro Caudillo, ha pensado conduciros también con otra guía segura en las grandes batallas d 
esta verdadera guerra gloriosísima por la salvación de las almas, batallas que deben extenderse a todo el mundo. Don Bosco la ha señalado 
en la ilimitada y sentida devoción a la Iglesia, a la Santa Sede, al Vicario de Cristo. Es un programa admirable, como él mismo Nos decía 
con su palabra, en una verdadera intimidad, que duró muchos años 1 y que, además de ser una intimidad del corazón, fue, en muchos 
aspectos, intimidad de inteligencia: un programa continuo y necesario en todas las direcciones clarísimas, evidentes y, más aún por los 
hechos que por las palabras, a través de las cuales la Iglesia, la Santa Sede, el Vicario de Cristo llenaban su vida. Y Nos lo sabemos por el 
conocimiento directo que de él tuvimos, por el testimonio de su propia palabra, por la expresión de los pensamientos que él Nos confiaba 
su verdadera paternal amistad, pese a la diferencia de edad. La Divina Providencia disponía las cosas de modo que aquellas expresiones, q 
mejor podían darlo a conocer personalmente, fueran confiadas a aquél a quien la misma Providencia, en sus secretos designios, destinaba a 
su exaltación a la suprema gloria de los altares. (Fortísimos aplausos). 

Hemos hablado de un Jubileo salesiano, y hemos oído con íntima satisfacción que, en torno a Nos, se gritaba: -íViva el Papa de don 
Bosco! 

(Estruendosos aplausos, fortísimos gritos de «Viva el Papa de don Bosco». El Papa sonríe, luego hace señal de continuar hablando). Bas 
amadísimos hijos, basta esto para indicar que la hermosa palabra ha sido una palabra de alegría para Nos, como la ha sido para vosotros, q 
sois tan buenos hijitos. Pero esa palabra, más que una palabra de alegría, es para vosotros una palabra amonestadora. Quiere decir que don 
Bosco, nuestro y vuestro querido don Bosco, os dice que el Papa, llámese como se llame, en todo momento, y no importa de dónde proced 
el Papa era para don Bosco elemento de vida, y algo sin lo cual no habría podido ser lo que ha sido. 

He ahí las tres cosas de primerísima importancia, tres cosas que deben proporcionaros aquellos frutos del Año Santo que se cierra con 
estos elogios de San Juan Bosco: el amor de Jesucristo Redentor que es amor de las almas, apostolado por las almas; devoción fervorosa 
constante a María Auxiliadora, querida por él como ayuda de toda la organización de su obra; devoción, cariñosa obediencia, fidelísima a 
Santa Iglesia, al Vicario de Jesucristo, como guía visible, ((296)) sensible, que el Divino Redentor ha querido que no faltase a las almas, a 
fin de que no tuviesen que dudar jamás de su pensamiento, ni del modo de disponer la vida cristiana y sobreabundantemente cristiana, de 
acuerdo con los deseos de su corazón. 

Con esta paternal comprobación, con este paternal augurio os bendecimos a todos y a cada uno de vosotros, y queremos bendecir todo lo 
que representáis y no podéis dejar de representar. Vosotros representáis lo que habéis dejado en los diversos lugares de donde venís, a toda 
la gran Familia Salesiana y de María Auxiliadora, a todas las casas donde esta familia habita y sobre todo trabaja, a todas las obras de 
apostolado de todas sus formas, a todo ese otro mundo, a ese ejército de Cooperadores; y, además, a todo ese otro mundo de almas ya 
llegadas a don Bosco o que están en camino: una visión grande como el mundo, bella como la caridad de Dios y de las 

1 No hubo más encuentros después del 1883. 
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almas, hermosa como las gracias de María Auxiliadora; una visión que Nos vemos en vosotros y detrás de vosotros en una extensión que 
alcanza hasta los confines del mundo. Y queremos que nuestra bendición llegue precisamente hasta los confines del mundo, hasta donde 
llega nuestra visión. 

Vosotros llevaréis esta bendición en todas esas direcciones hacia las que vuela vuestro pensamiento y vuestro afecto. Queremos bendeci 
todo lo que más queréis con vuestro pensamiento y vuestro corazón y que deseáis sea bendecido. No es necesario añadir que no sólo 
pensamos en vuestras familias espirituales, sino también en aquellas que llevan vuestro propio nombre, en vuestras propias familias. Nues 
bendición quiere seguir vuestro pensamiento y descender allí donde vosotros deseáis. Si tenéis en vuestro pensamiento almas que necesita 
que han merecido la bendición paterna del Vicario de Cristo, Nos queremos responder a todas esas vuestras intenciones y deseos. Y con 
particular afecto, como otrora vuestro y nuestro querido don Bosco, Nos pensamos en los pequeños, en los párvulos del Divino Redentor, 
los que San Juan Bosco tan paternalmente cuidaba, Nos los bendecimos antes que a nadie, porque son un tesoro preciosísimo y a menudo 
abandonado y despreciado, falto de toda atención; y, además, porque tienen ante sí la vida y nuestra bendición quiere bendecir en ellos su 
porvenir con todas las promesas y esperanzas y también como antídoto para todos los peligros y amenazas. Y no queremos olvidar a los qu 
están en el otro extremo de la vida, a vuestros ancianos, a vuestros viejos, especialmente a los que están enfermos, y tienen por ello más 
derecho a los cuidados de vuestra caridad y al aliento de nuestra bendición. 

Vosotros llevaréis esta nuestra bendición a las distintas regiones y Nos pedimos a Dios que ella os acompañe, no sólo durante el tiempo 
que os queda por estar en Roma, para que os sea propicio y provechoso a vuestras almas, sino también durante vuestra inminente vuelta 
((297)) a vuestras casas, y que os acompañe siempre y permanezca siempre con vosotros durante toda la vida. 

Dicho esto, levantóse el Papa y pronunció la fórmula de la bendición. Una gran salva de aplausos quiso servir de agradecimiento. Cuand 
el Santo Padre subía a la silla gestatoria, alguien le observó que muchos de los que estaban a ambos lados del altar de la Confesión, le hab 
oído pero no le habían visto. Entonces él ordenó que se diera la vuelta alrededor, y así contentó también a aquella parte del auditorio. Y 
después, mientras pasaba lenta y majestuosamente y movía de un lado para otro la cabeza dando bendiciones con su diestra, no cesaron ni 
momento las aclamaciones, el alzar de brazos, los pañuelos agitados por los aires. Al contemplar aquel entusiasmo filial, cuando llegó al 
fondo de la nave, hizo volver la silla gestatoria, púsose en pie y abrazó con una bendición de despedida a toda la asamblea, que le respond 
con la última y fervorosísima aclamación. Había transcurrido una de aquellas horas, cuyo recuerdo queda indeleblemente impreso en el 
corazón, más que en la memoria. 
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Homenaje de gratitud al Papa 

Como epílogo de la fiesta romana había que rendir un homenaje público de agradecimiento al Gran Pontífice, que tanto había honrado a 
Padre de la familia salesiana; era preciso, además, que el recuerdo de tan faustos sucesos quedase grabado también en el mármol de la 
historia. Ningún otro lugar más a propósito para ello que el Colegio de la Vía Tuscolana, que llevaba el nombre de Pío XI. Allí, pues, en l 
iglesia de María Auxiliadora que, como ya hemos dicho, se estaba construyendo, se celebró el día cuatro de abril una solemne función en 
honor del Papa, que consistió en descubrir una lápida conmemorativa monumental. 

Reuniéronse aquella tarde dentro de los muros de la iglesia, aún sin terminar, cuatro Cardenales, unos veinte Obispos y muchos otros 
insignes personajes invitados por el Director, el P. Rótolo, en nombre del Rector Mayor. ((298)) Abrióse la fiesta con el himno coral Salve 
Decus Italorum con música de Antolisei en honor de don Bosco, y las Acclamationes al Papa. A continuación ejecutose un canto polifónic 
del mismo Maestro sobre versos de Dante a la Virgen Madre. Después de este interesante preludio, haciendo de padrino el embajador de 
Argentina ante la Santa Sede y de madrina la hermana del Padre Santo y la condesa Macchi di Cellere, se descubrió la lápida con un epígr 
latino original del profesor Fornari. Decía así: «El día 1 de abril de 1934, consagrado a la Resurrección de Jesucristo, en el que Pío XI, 
supremo intérprete de los juicios divinos, como cierre de las ceremonias religiosas con las que se celebraba el aniversario secular de la 
humana Redención, ante gente procedente de todas las partes del mundo, inscribía en el número de los Santos a Juan Bosco, padre y 
Fundador de la Pía Sociedad Salesiana y de las Hijas de María Auxiliadora, para perpetuar el recuerdo de tan gran suceso, en este templo 
levantado por voluntad del mismo Pontífice junto a las Escuelas Salesianas que se honran con su nombre, la familia salesiana dedicaba est 
lápida documento de su alma agradecida y regocijada» 1. 

Un alumno de la escuela de mecánica dirigió entonces a los presentes 

1 Kal. Apr. MCMXXXIV -quo die-Jesu Christo resurgenti sacro -Pius XI -summum Divinae Mentis interpres -humanae Redemptionis 
-saecularia conclusurus mysteria -gentibus ex orbe universo confluentibus -Joannem Bosco -Salesianae Piae Societatis -et Filiarum a Mari 
Auxiliatrice -Patrem legiferem -Sanctorum Ordinibus adserebat -ad perennandam tanti eventus memoriam -hoc in templo -ipsius Pontifici 
voluntate excitato -prope ephebeum eius nomine decorum -Salesianorum familia -grati ac gestientis animi documentum -D.D. 
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un amable saludo, terminando con los auspicios de que, a no tardar, se restaurase en la nueva iglesia la Capilla papal que se acostumbraba 
celebrar en Roma antes de 1870 el 24 de mayo, en la fiesta de María Auxiliadora. La comunicación de aquel augurio suscitó abundantes 
aplausos, que se renovaron al aparecer don Pedro Ricaldone en el palco. Se presentaba para manifestar el agradecimiento de todos los 
Salesianos al Padre Santo Pío XI y ((299)) a cuantos con su Santidad habían concurrido a la exaltación del nuevo Santo. Estas fueron sus 
palabras. 

El epígrafe que en este instante aparece ante nuestros ojos, fija en el mármol la histórica fecha de la canonización de nuestro Fundador y 
Padre San Juan Bosco, deja grabado con caracteres indelebles el nombre del Pontífice que lo elevó a los sumos honores, y manifiesta y 
manifestará perpetuamente la gratitud de los hijos al augusto glorificador de su Padre. 

Verdaderamente es una fecha histórica la de esta canonización por todo lo que la ha precedido, acompañado y seguido. 

La precedió una expectación intensa y mundial, cargada de simpatía, reconocimiento y admiración. La figura de don Bosco, tan querida 
vida, se mantiene todavía así en el recuerdo de quien le conoció y se presenta a la mente de quien nunca le vio, aureolada de una bondad 
serena, indulgente y bondadosa, cuyo atractivo no se resiste. Además, los frutos de su obra providencial mueven toda suerte de personas a 
bendecir su multiforme caridad, que esparce por doquiera el bien en favor de la sociedad y especialmente de las almas juveniles. Y, ante e 
árbol gigantesco crecido en poco tiempo como el granito evangélico, los estudiosos de los fenómenos sociales, los historiadores y 
hagiógrafos ven en él un sagaz precursor que, separando nova et vetera (lo nuevo y lo viejo), dejó algunas formas de actividad y de 
apostolado, restauró otras y creó algunas completamente nuevas. Por todo lo cual resulta que las diversas fases de su Causa, tan compleja 
como su vida, eran seguidas por miles y miles de corazones. Y, ícuántas plegarias, cuántos votos para que la voz infalible del Vicario de 
Cristo publicase desde lo alto de la cátedra de verdad lo que era el íntimo convencimiento de innumerables eclesiásticos y seglares, por 
doquiera la Iglesia Romana ha puesto sus lares! 

Y en cuanto sonó la hora gloriosa de la proclamación, qué de circunstancias ajenas se presentaron para hacer más memorable la fausta 
fecha. Un jubileo de excepcional grandiosidad estaba para clausurarse en el solemne día de Pascua: todo el mundo había respondido a la 
invitación del Pontífice con afecto inaudito, durante todo un año. La misma Santidad de Pío XI quiso que la clausura quedara marcada con 
algo fuera de lo ordinario, con un rito que, a más de recoger el unánime consentimiento del mundo católico, diera lustre proporcionado a l 
ceremonia de costumbre. La Providencia, que guía con mano invisible los sucesos humanos, condujo las cosas de tal manera que la Iglesia 
Madre de Santos, pudiera glorificar ante los ojos de todas las gentes la santidad de un hijo, a quien todos los pueblos de la tierra tributaban 
cordial homenaje de afecto y veneración. Es un hecho innegable que la apoteosis de don Bosco en un momento tan característico ha recibi 
el aplauso de toda Nación quae sub coelo est (situada bajo la capa del cielo), como si cada una reconociera en él un noble origen de su 
propia sangre, y por eso el año de las innumerables y 
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filiales ((300)) peregrinaciones alcanzó un admirable remate, el día en que llegaban a la Urbe representaciones del orbe más numerosas qu 
nunca. 

Pero vinieron a sumarse a la apoteosis religiosa y católica soberanas y reales participaciones con los más altos consentimientos nacionale 
y civiles. Su Majestad el Rey, con la bondad que siempre distinguió su Augusta Casa, quiso participar en la solemne ceremonia de San 
Pedro, haciéndose representar por S. A. R. el Príncipe Humberto de Saboya, el cual, con una cortesía verdaderamente real dirigió, la víspe 
de la canonización y después de la misma, a los humildes hijos de don Bosco palabras de soberana complacencia, que ellos guardarán 
esculpidas con caracteres indelebles en sus corazones. Es verdad, don Bosco pertenece a todo el mundo. Pero Italia tuvo la suerte de que 
naciera en ella. »No le había acaso señalado el Papa Pío XI como la «gloria de Italia» y como el «Hijo glorioso de la Patria»? 

Y también el Jefe del Gobierno, el hombre providencial que rige la suerte de Italia, custodio vigilante de todo cuanto aumenta el honor y 
fuerza del País, vio en don Bosco un digno y glorioso representante de la raza. Por eso, no sólo quiso que saliese desde la cumbre del 
Capitolio una palabra autorizada, fervorosa y solemne para gloria del gran italiano, sino que él mismo dio con su intervención personal un 
altísimo significado y valor a la manifestación, la primera de este género desde que la famosa roca alza la cabeza al sol de Roma. 

Nosotros que hemos conocido a don Bosco, sabemos lo mucho que tenía en su pensamiento esa armonía de sentimientos religiosos y 
patrióticos y lo grande que habría sido su júbilo si, en los tiempos que fueron los suyos, hubiese tenido como nosotros la suerte de ver en l 
propia patria el alba gloriosa de aquel 11 de febrero de 1929, cuando se firmó el Tratado de Letrán y se devolvía Italia a Dios y Dios a Ital 
Estas memorables palabras encierran todo el pensamiento del gran Papa, a cuyo nombre irá indisolublemente ligado el recuerdo de la 
canonización de don Bosco. 

En efecto, él que conoció de cerca al canonizado y ponderó y comprendió a fondo su espíritu, ha puesto de relieve cabalmente y muchas 
veces este detalle particular, como providencial de la gran celebración, y, además, lo escribió en un famoso documento, destinado a toda la 
Iglesia, a los pocos meses de que el iris de la paz religiosa volviera a brillar en el cielo de Italia como nunca quizás desde Constantino. Ha 
de la Quinquagesimo ante anno, donde, al enumerar las satisfacciones que Dios le había concedido durante su jubileo sacerdotal, declarab 
haber sido un rasgo especial de la Divina Providencia, que el primero, para quien había decretado los honores de la Beatificación, después 
firmada la ansiada paz con el Reino de Italia, fuese Juan Bosco, el cual, había hecho diligencias, en distintas ocasiones, para que se arregla 
amigablemente la dolorosísima discordia que arrancó a Italia de los brazos paternos. 

((301)) Debemos a Pío XI la canonización, le debemos esta singular apreciación que eleva la misma canonización a la dignidad de símbo 
de un gran suceso histórico, y le debemos también que haya delineado a intervalos con mano segura la extraordinaria personalidad del San 
Antes de la Homilía Pascual, hasta veinticinco veces alabó públicamente al Siervo de Dios describiendo sus virtudes y sus obras y 
delineando su providencial misión. 

Pero el sentimiento del Papa brilló singularmente en la audiencia de ayer. íFue una audiencia memorable! Memorable por el lugar: «Os 
hemos hecho preparar -dijo el Papa-la más bella y más grande sala del mundo»: y ciertamente ofrecía San Pedro en aquel momento un 
aspecto del que quizás no se tiene ejemplo en la historia. Memorable por los que asistieron: jamás se había movido alrededor de los 
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solemnes mausoleos papales un turba juvenil tan grande, procedente de mil partes del mundo: de «vértigo de gozo» calificó el Pontífice el 
delirio de vítores y aplausos con que se le recibió a su ingreso en la Basílica y que le acompañó hasta llegar al altar de la Confesión, ante e 
cual estaba levantado el trono. Memorable por la alocución pontificia, larga, paternal, rica en testimonios y recuerdos personales y cariños 
exhortaciones, concluyendo con una tarjeta de identidad, por así decir, para todos los hijos de don Bosco grandes y pequeños: amor a Jesú 
Redentor, como explicación de su caridad por la salvación de las almas; devoción a María Auxiliadora y fidelidad al Vicario de Jesucristo 
La aclamación al «Papa de don Bosco» oída ayer por el Padre Santo en San Pedro y cordialmente agradecida por él mismo, expresó el mo 
secreto que encendió de tanto entusiasmo los pechos de los presentes y que puso en labios del Papa Pío palabras tan hermosas e inolvidabl 

Los hechos y dichos del Pontífice han obtenido estas consecuencias: que, si antes, la figura de don Bosco dominaba nuestro espíritu, aho 
descuella por encima de toda comparación, y que en el mundo ha aumentado y profundizado su conocimiento. Por lo cual el grandioso Te 
Deum, unido al Alleluia pascual en el mayor templo de la cristiandad, fue una solemne acción de gracias a Dios por haber dado a su Iglesi 
uno de esos Santos que más hacen brillar la santidad y son los ministros e instrumentos más grandes de la santidad. 

Conscientes, por tanto, de lo mucho que debemos al Padre Santo Pío XI, nos hemos reunido aquí con la intención de tributarle el 
homenaje de nuestro agradecimiento. Del agradecimiento de los Salesianos al Pontífice incomparable ya hablan los muros del edificio que 
levanta junto a esta iglesia y que hemos dedicado a su augusto nombre. Por las escuelas profesionales del Instituto Pío XI pasarán 
generaciones de jóvenes para capacitarse en el trabajo y en la práctica de la vida salesiana y con los elogios del Padre de la juventud les 
parecerá oír de nuevo como bendición el recuerdo de Pío XI, a quien Dios conserve todavía largos ((302)) años para bien de la Iglesia y de 
humanidad. Un solo latido vibrará para el Santo de la Caridad, y para el Papa de aquel Santo, en el benéfico Instituto y en el majestuoso 
templo que, próximo a terminarse, nos acoge y que será en Roma centro y faro irradiador de la devoción a la Virgen de don Bosco, a Marí 
Auxiliadora. 

Pero he llegado ahora a un punto en el que querría tener, al menos por unos instantes, el corazón de don Bosco para tributar al Vicario d 
Jesucristo la más digna acción de gracias. Mas, si no poseo el corazón, tengo la fortuna de poder hacer mía, por así decir, su voz. El año 
1876 el Arcade general de la academia literaria de la Arcadia establecida en Roma invitó al Siervo de Dios a leer su discurso sobre la Pasi 
del Señor en la sesión que solía celebrar la Academia cada año el Viernes Santo. Aceptó don Bosco la invitación, que fue considerada 
inmediatamente como un gran regalo, agradabilísimo a todos. Celebróse la reunión en el palacio Altemps. El orador no divagó por los 
floridos campos de la literatura, sino que leyó una serie de eruditas y devotas reflexiones en torno a las «Siete Palabras», proferidas por Je 
en la Cruz. Para concluir habló con la mayor naturalidad de la unión de los verdaderos cristianos con Pedro y sus sucesores e invitó a todo 
«cerrar filas alrededor del digno sucesor del Apóstol, alrededor del esforzado Vicario de Jesucristo, el fuerte e incomparable Pío IX» (todo 
estos adjetivos son suyos), proseguía con una exhortación y una protesta, que yo repito literalmente, entendiendo dirigirla con filial 
devoción, en nombre de los Salesianos, de las Hijas de María Auxiliadora, de sus alumnos y exalumnos, de los Cooperadores y 
Cooperadoras y de todos los amigos y devotos de don Bosco Santo, desde el noveno hasta el undécimo Pío: 
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«En toda duda, en todo peligro acudamos a él, como al áncora de salvación, como al oráculo infalible, y nunca olvide nadie que en este 
portentoso Pontífice está el fundamento, el centro de toda verdad, la salvación del mundo. Quien recoge con él, edifica para el cielo; quien 
no edifica con El, desparrama y destruye hasta dar consigo en el abismo. Qui mecum non colligit, dispergit. 

»Si por ventura en este momento pudiese llegar mi voz hasta ese Angel Consolador, querría decirle: Beatísimo Padre, escuchad y acoged 
con agrado las palabras de un hijo pobre, pero afectísimo a Vos. Nosotros queremos asegurarnos el camino que nos conduce a la posesión 
la verdadera felicidad; por eso todos nos reunimos en torno a Vos, cual Padre amoroso y Maestro infalible. 

»Vuestras palabras serán la guía de nuestros pasos, la norma de nuestras acciones. Vuestros pensamientos, vuestros escritos serán 
recogidos con la máxima veneración y con viva solicitud difundidos en nuestras familias, entre nuestros parientes, entre nuestros amigos y 
si fuera posible, por todo el mundo. 

»Vuestras alegrías serán también las de vuestros hijos y vuestras penas y vuestras espinas serán igualmente compartidas por nosotros. Y, 
así como redunda en gloria del soldado morir en el campo de batalla por su Soberano, así será nuestro más glorioso día aquél en que 
podamos dar por Vos, Beatísimo Padre, ((303)) haberes y vida, porque muriendo por Vos, tenemos una prenda segura de morir por aquel 
Dios, que corona los momentáneos sufrimientos de la tierra con los eternos goces del Cielo». 

Los aplausos de los asistentes coronaron el discurso y se renovaron inmediatamente por los muchachos al despedirse los Cardenales, 
Prelados y Autoridades, que salían del templo para ir a visitar las Escuelas y principalmente sus magníficos talleres. No se hubiera podido 
desear mejor remate de la fiesta. 

Triduo del Santo y diversos homenajes al Papa 

A la par de estas manifestaciones públicas de afecto en el Capitolio, en San Pedro y en el colegio «Pío XI», se celebraba en la Basílica d 
Sagrado Corazón el primer triduo con la solemnidad que sólo es posible en Roma. Los tres días celebraron y pontificaron Eminentísimos 
Cardenales. Don Rafael Antolisei dio nuevas pruebas de su valiosa maestría como compositor y director de coros, interpretando el primer 
día su Misa en honor de San Juan Bosco, a seis voces en dos coros, y la Missa Brevis de Palestrina los dos días siguientes. El lunes por la 
tarde predicó el arzobispo Salotti, Secretario entonces de Propaganda Fide; el martes, el eminentísimo Hlond, el cual, pese a su condición 
polaca, supo desenvolverse con gran soltura en la lengua italiana; el miércoles, Su Eminencia Laurenti, quien, como Prefecto de Ritos, hab 
tratado a fondo la Causa de don Bosco y, por tanto, conocía muy bien al Siervo de Dios. La multitud, que abarrotaba el 
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patio y los pórticos, pudo participar de algún modo en las funciones y oír los sermones, gracias a los altavoces. Por la noche había 
iluminación exterior, amenizada por la banda musical del colegio «Pío XI», que entretenía hasta muy tarde a la muchedumbre de peregrino 
y vecinos. Pero tanta exterioridad habría respondido mezquinamente al espíritu de don Bosco, de no haber habido algo más íntimo y 
sustancial. Lo que más contribuyó ((304)) a honrar al Santo, fue el asedio a los confesonarios, de la mañana a la noche, y el continuo 
agolparse de los fieles a la sagrada Mesa. 

Quedaba por cumplirse un obligatorio homenaje: el de manifestar personalmente al Vicario de Jesucristo el reconocimiento de toda la 
familia salesiana. Cumplieron este sagrado deber el Rector Mayor y los demás Superiores el día diecisiete de abril, acudiendo a los pies de 
Padre Santo y presentándole los regalos de costumbre en tales circunstancias. 

Estos eran cuatro. El primero un cuadro, obra de Crida, reproducción a su vez del original de Rollini, existente en el Oratorio, en las 
habitaciones del Santo. Es el retrato más fiel de don Bosco, como nosotros lo vimos en los últimos años de su vida. 

Otro regalo fue la Vida de San Juan Bosco, escrita por Monseñor Salotti. Su encuadernación, trabajo del salesiano Guido Colombini, 
maestro de encuadernación en las escuelas profesionales del Oratorio, era una joya de arte. Es costumbre que todos los volúmenes que se 
presentan al Papa estén encuadernados en piel blanca. Estas exigencias naturalmente no dejan campo libre al artista para ejercitar su 
imaginación, pues no le permiten más que la encuadernación en oro.Pero Colombini supo ingeniárselas para lograr una obra de arte sin de 
de lado la tradición. Había en la parte exterior tres franjas de piel amarillenta que cerraban la superficie blanca a la derecha, a la izquierda 
por abajo. Las de los lados estaban cortadas horizontalmente y a la misma distancia por hilos de oro; la franja de abajo llevaba impreso el 
título SAN GIOV. BOSCO, hecho a mano, mediante herramientas especiales y patrones de letras cortadas en latón y bien combinadas, qu 
producían unas letras cuadrangulares, espaciosas, finas y limpias. El borde de arriba quedaba abierto. En la superficie blanca descollaba el 
escudo papal. El dorso, fileteado como los bordes laterales, llevaba en la parte superior el nombre del autor y, abajo, el título del libro. La 
parte interior presentaba todavía mayor interés. Aparecía en el centro la figura de Pío XI, vista de perfil y reproducida ((305)) como un 
medallón, con esta leyenda debajo, impresa en oro: 
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A. S. S. PIOXI
PAPA DE LA CANONIZACION
de
SAN JUAN BOSCO
La Familia Salesiana
1 abril 1934
PASCUA DE RESURRECCION


El rectángulo de tafilete blanco estaba orlado con un adorno de finos hilos de oro, realizado también a mano con herramientas finísimas 
sobre la piel que, desde el plano inferior, se plegaba sobre el posterior. Pero todo esto era lo menos importante. A primera vista se hubiera 
dicho que el escudo y el medallón policromados eran miniaturas; en cambio eran mosaicos. Se habían realizado con trocitos de piel, 
perfectamente embutidos como en marquetería o taracea. El dorado del retrato se limitaba a la estola, enriquecida con un espeso motivo en 
puntitos que le daba apariencias de filigrana. 

El tercer regalo era un relicario con la quinta vértebra cervical del Santo. Había sido cincelado en la Escuela del Beato Angélico, de Milá 
sobre un dibujo del salesiano Valotti. Estaba embellecido y enriquecido con oro, plata y piedras preciosas. Medía setenta y cinco centímet 
de alto, y representaba una cruz enarbolada sobre un vistoso basamento y encerraba en una aureola de adorno almendrado resplandeciente. 
La cruz tenía en el centro el relicario, todo de oro con pequeños brillantes; al pie las cuatro virtudes cardinales con sus símbolos; en los do 
brazos la Fe y la Esperanza de rodillas; en el vértice el Santo, administrando la comunión a dos jovencitos. Las estatuitas de las virtudes, l 
mismo que la de don Bosco, estaban modeladas con tan exquisito primor que constituían por sí mismas verdaderas obras maestras. 

((306)) Fueron presentados, por fin, algunos ejemplares en oro y en plata de la gran medalla conmemorativa de la canonización. 

El Papa dio la audiencia a los Superiores salesianos en la sala del «tronetto» (trono pequeño). Observó con particular admiración el 
espléndido relicario. Fue entonces cuando, pensando en la calidad de la reliquia, dijo a don Pedro Ricaldone: -Verdaderamente don Bosco 
tenía unas vértebras fuertes, una espina dorsal fuerte, a diferencia de muchos otros... 

Antes de dar la bendición a los Superiores, se complació en manifestarles la viva satisfacción que había experimentado en las magníficas 
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fiestas romanas y al leer en L'Osservatore las noticias de las fiestas de Turín. 

Era justo que quedase un recuerdo de la Pascua de don Bosco en el lugar que había sido el santuario, y quedó un recuerdo digno del 
ambiente. Se trató de un candelabro monumental, que medía tres metros y quince centímetros de altura, destinado a sostener el cirio pascu 
pero sin apartarlo nunca de su puesto, junto al altar de la Confesión. Tiene la base de granito rojo; la columna de una sola pieza, en mármo 
negro, mide un metro noventa: el capitel en bronce dorado y cincelado lleva los escudos de Pío XI y de la Basílica de San Pedro. Esta 
espléndida obra de arte recordará también al mundo el reconocimiento de los Salesianos al Cabildo Vaticano por su valioso concurso al éx 
de la inolvidable celebración. Lleva una breve inscripción latina que indica quién lo ofreció, cuándo y cuál fue la razón de la ofrenda. 

No queremos callar una ocurrencia original. Se publicaba el Boletín Salesiano en seis lenguas distintas en el Oratorio: todos habían 
rivalizado para presentar a sus lectores relaciones detalladas de las fiestas, acompañando el texto con abundantes ilustraciones. Cuando tod 
acabó, se reunieron en un grueso volumen los números escritos en italiano, francés, español, inglés, portugués y lituano, impresos en pape 
satinado, y, elegantemente encuadernado, se ofreció ((307)) en primer lugar al Padre Santo y después a muchos personajes del mundo 
eclesiástico y seglar. Difícilmente se habría podido encontrar una documentación más completa, más viva y más interesante para conserva 
un recuerdo histórico de los sucesos en el seno de ilustres familias y comunidades religiosas. 
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((308)) 

CAPITULO XV 

ECOS DE LA CANONIZACION
EN LA PALABRA DEL PAPA


EL Padre Santo Pío XI contó al cardenal Segura, antiguo Arzobispo de Toledo, cómo fue su encuentro con don Bosco en el Oratorio, el añ 
1883; y se detuvo especialmente en la sabida circunstancia de que, allí donde se encontraba, se acercaban al Siervo de Dios los Directores 
sus colegios para hablar con él de sus asuntos, y que, por dos veces, intentó el huésped apartarse por un sentimiento de discreción; pero qu 
en ambas ocasiones, el Santo le entretuvo, renovándole la invitación a quedarse y añadiendo en una y otra: 

-Esto será útil para usted y para mí. 

Pareció fácil de entender que aquellas conversaciones fueran útiles para don Bosco; pero no podía comprender el visitante que lo fueran 
para él. Cuando treinta y nueve años después, fue elegido Papa el cardenal Ratti en el Cónclave, se acordó inmediatamente de don Bosco y 
le pareció o creyó volver a verlo a su lado, repitiéndole: 

-Esto será útil también para mí. 

Y en aquel mismo día decidió Pío XI, así lo afirmó él mismo, promover la canonización 1. 

((309)) En efecto, Pío XI dio a la Causa un vigoroso impulso y, lo mismo después de la beatificación, que después de la canonización, se 
valió de muchas circunstancias para manifestar públicamente lo contento que estaba del éxito final. Recogeremos en el presente capítulo la 
manifestaciones más significativas que hizo en el año 1934. 

1 Así se lo contó el cardenal Segura a don Luis Orione y éste a don Zacarías Genghini, en América, el día 30 de diciembre de 1935. El 3 
de agosto de 1938 habló Pío XI sobre don Bosco a monseñor Cimatti, en una audiencia privada, repitiéndole cosas ya dichas por él en otra 
ocasiones sobre la vocación, a la que don Bosco habíase creído llamado, de llegar a ser escritor especialmente de historia, pero que la habí 
abandonado por creerse falto de preparación científica. Dijo el Papa que entonces le había respondido: -Me parece que don Bosco está má 
que preparado para este género de trabajos. Conozco un libro en el que don Bosco manifiesta una sólida preparación mental para éste y otr 
géneros literarios. -»Y cuál es?, preguntó el Santo. -Su libro Historia de Italia. -Entonces don Bosco, dijo el Papa, desvió la conversación. 
Después de narrar esto, concluyó el Pontífice con estas palabras: -íPobre don Bosco! íQué bien había visto mi porvenir! 
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Durante todo el año continuó distribuyendo medallas con la imagen del Santo. A veces el Pontífice se limitaba a anunciar el recuerdo qu 
pretendía dejar de la audiencia, y pasaremos por encima de estos casos; en otras ocasiones, en cambio, al anunciarlas acompañaba las 
palabras con el elogio de su persona, de sus virtudes y sus obras, aunque no siempre iba unido el regalito a las alabanzas del Santo. 

El día cinco de abril recibió a trescientos cincuenta jóvenes de dos asociaciones alemanas: dirigióles, en su propia lengua, un largo 
discurso, en el que habló dos veces de don Bosco. Primero lo nombró, al recordar la Pascua reciente. «Las solemnes fiestas de la clausura 
del Año Santo, dijo, la hermosa Pascua romana, la canonización del Beato don Bosco, han sido cosas muy hermosas, y más excelentes aún 
por la llegada de hijos tan queridos; y la Divina Providencia ha dispuesto que una tan digna representación de la juventud católica alemana 
se encontrase con el Padre común en esos memorables días». Y por fin, al entregar por sí mismo las medallas conmemorativas al jefe de la 
peregrinación para que se las repartiese, y pensando en las difíciles condiciones de los católicos en Alemania, añadió: «Esas medallas con 
efigie de S. Juan Bosco, nombre y santo glorioso, os recordarán vuestra estancia en Roma y la grandeza del Santo, que fue un verdadero 
mártir por su benéfica caridad ((310)) que es la de la Iglesia; un hombre a quien no le faltaron dificultades y obstáculos de toda suerte, per 
que, y Nos fuimos testigo personal de ello, estaba siempre confiado y tranquilo, porque sabía y proclamaba sin cesar, que trabajaba por Di 
y sabía que Dios estaba siempre con él» 1. 

El día siete dio audiencia especial a una numerosa peregrinación belga; y, como quiera que entre los presentes se destacaba un grupo de 
jóvenes exploradores, el Papa aludió directamente a ellos en el discurso dirigido a todos, diciendo: «En la fiesta de Pascua hemos elevado 
supremo honor de los altares a un gran Santo, Juan Bosco, un verdadero gran amigo de la juventud y un singular explorador de Dios por lo 
caminos atestados a veces de dificultades que hay que vencer para salvar las almas». 

En aquellos mismos días recibió tres peregrinaciones internacionales y en todas resonó el nombre de don Bosco. Una era de estudiantes 
universitarios pertenecientes a la Pax Romana. Es una asociación universitaria internacional, cuyos miembros forman parte de la Acción 
Católica y tienen en su programa la finalidad especial de servir en sus respectivos países a la causa de la paz, suavizando las asperezas 

1 L'Osservatore Romano, 6 de abril. 
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entre los pueblos, triste herencia de la gran guerra. En las palabras que les dirigió en latín, les recordó que «llegaban a Roma con ocasión d 
la suprema glorificación de S. Juan Bosco, este gran Santo, cuyo celo apostólico no puede expresarse con palabras, y que dedicó gran part 
de su vida a los estudiantes y a la juventud». En la otra peregrinación había un gran grupo de Jóvenes Exploradores y Jóvenes Guías, de 
Francia, a los que se habían unido muchos otros exploradores de Bélgica, Luxemburgo, Holanda y Suiza. El Papa les saludó en francés y l 
hizo esta observación: «Habéis elegido muy bien la fecha de vuestra peregrinación a Roma, viniendo en la ocasión de la ((311)) glorificaci 
de S. Juan Bosco, que fue un gran explorador de todos los senderos del bien y que se nos presenta ímuy por encima de toda prueba y fatiga 
»No es para vosotros, queridos hijos e hijas, un modelo de vida cristiana, vivida integral y valientemente?». Y más adelante les recomendó 
«Vosotros, que amáis la vida, que estáis llenos de vida, hasta físicamente, debéis desarrollar todavía más en vosotros la vida espiritual y 
decir a este respecto: -íNunca basta, sino siempre más y mejor! -Esta es también la enseñanza que nos da esta gran figura de explorador de 
todos los caminos del bien, don Bosco». Y terminó así: 
«Somos felices al poderos ofrecer un recuerdo sensible de vuestra peregrinación, una medalla de S. Juan Bosco. Os la ofrecemos con nues 
propia mano: considérela cada uno como recibida del Padre común de vuestras almas». Y, así diciendo, entregó al Director de la 
peregrinación un grueso paquete de aquellas medallas. Una tercera peregrinación llevó a los pies del Padre Santo las representantes de 
sesenta Asociaciones Femeninas Católicas, llegadas a Roma desde treinta Estados para participar en el noveno Consejo internacional de la 
Unión. Al enseñar cómo, con el ejercicio de la caridad, se deben buscar las almas a través de los cuerpos, presentó también el ejemplo de 
don Bosco. «En esto, dijo, está el secreto de los grandes genios de la caridad, desde S. Vicente de Paúl hasta S. José Benito Cottolengo y S 
Juan Bosco» 1. 

Oyeron un recuerdo genérico de don Bosco en el mismo mes los peregrinos españoles; otro más específico, al mes siguiente, los 
peregrinos polacos, a los que dijo el Papa: «Estamos contentos al daros una medallita, a la que unimos una recomendación especial, no sól 
porque procede del Padre común, sino también porque lleva la imagen de S. Juan Bosco, aquel don Bosco que tiene tantos títulos especial 
para el reconocimiento de Polonia, por el mucho bien que han 

1 L'Oss. Rom., 7 y 8 de abril. 
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hecho sus hijos en ella». Análoga observación ((312)) hizo, hablando en el mes de julio a doscientos muchachos de Viena, a los cuales hab 
obsequiado Mussolini con un mes de confortable estancia en la playa de Roma. Quiso que les entregaran una medalla y les dijo: «Es una 
medalla con la efigie de un gran amigo de los muchachos y, por tanto, también de los muchachos de Austria, S. Juan Bosco. Los hijos de 
este gran amigo de la juventud, de este gran Santo, han actuado de un modo eficacísimo en Viena y en Austria, donde tienen colegios muy 
florecientes: por eso os recomendamos, amadísimos hijos, a S. Juan Bosco, a la protección de este gran Siervo de Dios». Pío XI había teni 
ocasión de conocer de cerca la obra de los Salesianos en Polonia y en Austria, durante el tiempo de su Nunciatura 1. 

Una importante mención de don Bosco es la que se hizo en nombre del Papa a unos peregrinos franceses. Es interesante conocer 
previamente algunos detalles. Mientras dos trenes salesianos los llevaban a Roma, unas manos devotas habían recogido el óbolo para 
ofrendar al Padre Santo, logrando juntar dieciséis mil francos. Ciertamente hubiera sido para ellos una gran satisfacción poner aquella 
cantidad a los pies del Papa en una audiencia; mas ello no fue posible. Sin embargo, Pío XI agradeció la ofrenda y quiso que el Secretario 
Estado les diera las gracias. El cardenal Pacelli escribió el doce de abril al parisiense monseñor Flaus: «Tengo el gusto de manifestarle el 
agradecimiento paterno de Su Santidad, por la generosa ofrenda de los peregrinos salesianos franceses con ocasión de su venida a Roma p 
la canonización del Santo Fundador. Contento por la devota ofrenda, el Santo Padre piensa con satisfacción que la apoteosis de S. Juan 
Bosco inspirará a sus hijos un celo cada vez mayor por la educación religiosa de la juventud y que multiplicarán en todos los países el 
número de jovencitos predestinados como Domingo Savio» 2. Cinco días antes, el Papa había saludado a dos mil muchachos procedentes 
todas las regiones de Francia y les ((313)) había recordado que habían llegado a Roma «en un momento solemnísimo, en los resplandores 
pascuales, de la Pascua romana, en las huellas del Año Santo, en los esplendores de la santidad, in splendoribus Sanctorum, coronados con 
la apoteosis de S. Juan Bosco» 3. 

Durante el año pasaron varias veces ante el Papa grupos o dirigentes de Acción Católica y casi siempre recibieron el acostumbrado 
recuerdo 

1 L'Oss. Rom., 24 de mayo y 30-31 de julio. 

2 Bulletin Salésien de junio. 

3 L'Oss. Rom., 9-10 abril. 
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de la medallita, con comentarios o sin ellos. A primeros de mayo, mientras se repartía la medalla a quinientas religiosas que se habían 
reunido para un curso de instrucción sobre la Acción Católica, llamó a don Bosco «verdadero apóstol, modelo de vida cristiana y de Acció 
Católica». En el mes de julio hubo tres de estas recepciones. En la segunda, integrada por dirigentes de la Juventud Femenina, lamentó la 
propaganda protestante de Italia y pidió su «precioso concurso» para combatirla, sugiriendo ante todo el medio de la «plegaria confiada»; 
«ya que, continuó diciendo, como muy bien repetía el Santo don Bosco, Dios está obligado a ayudarnos especialmente cuando se trata de 
intereses que no son nuestros, sino suyos». En la tercera recepción, para jóvenes de Acción Católica, que habían participado en una seman 
nacional de estudio, explicó la razón del acostumbrado regalito diciendo que se lo hacía «no sólo porque el gran Santo ha marchado 
activamente por el surco de la Acción Católica que se remonta a los tiempos apostólicos, cooperando de veras generosamente con el 
apostolado jerárquico de la Iglesia, sino también por el recuerdo de las relaciones de largo y afectuoso conocimiento personal tenido con é 

1. 
Escuelas, colegios, institutos, seminarios, estudiantes universitarios oyeron a menudo al Papa exaltar a nuestro Santo. Recordaremos sól 
audiencias en las que dijo palabras importantes al entregar las medallas. Sobresale entre todas la del treinta y uno de mayo a los alumnos d 
Colegio Salesiano ((314)) «Pío XI». El Papa se dignó dedicarles un verdadero y apropiado discurso. Les habló así: 

No sabemos ciertamente por dónde empezar para agradeceros tantas cosas bonitas y satisfactorias, por las que experimentamos el deber, 
mejor, la urgencia de manifestar nuestra gratitud. Con cosas muy hermosas las que me habéis traído: los agradables y filiales agasajos, los 
cánticos, la dulce sublime Ave María y a lo Dante, recuerdo lejano en el tiempo, pero presente en el alma y en el corazón. Y muy bien 
podíamos decir, admirando vuestros regalos, fruto de vuestra habilidad técnica, que nos encontramos en cierto modo en vuestra casa, como 
lo estuvimos entonces, y como estáis vosotros ahora en nuestra casa, en la casa del Padre. Además, esos preciosos volúmenes en los que 
habéis querido recoger nuestras palabras sobre el querido San Juan Bosco, desde las primeras hasta las últimas, las más recientes. Y todo 
esto ha sido coronado con esa querida, incomparable, santa interpretación, llena de cálido afecto de vuestro compañero que Nos los 
presentaba como expresión de los sentimientos filiales que os animan a todos vosotros. Pero nada más hermoso, apreciable y precioso que 
regalo de vuestras personas, de vuestra filial visita. Es lo más hermoso que Nos habéis traído: es el regalo, es el aguinaldo para nuestro 
cumpleaños. 

1 Ibi, 21, 23-4, 30-31 julio. 
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Esta fecha no es ciertamente indiferente para Nos: es la campanada de los años que pasan, es el recuerdo de todos los regalos que la 
Bondad divina Nos ha concedido, es un paternal aviso de que se acerca cada vez más el día, como dicen los campesinos del valle del Po, d 
ir a casa, Vosotros habéis escogido estos dos momentos tan hermosos: el fin del mes de mayo y el cumpleaños para venir a presentarnos 
vuestros augurios, a manifestar vuestro agradecimiento, el de toda la grande, mundialmente gran familia de don Bosco -y decís bien: Don 
Bosco Santo-porque el mundo no acabará por llamarlo San Juan Bosco, sino siempre don Bosco, don Bosco Santo. Agradecimiento 
grande, todo un espectáculo de agradecimiento, porque vuestra familia es muy grande y vosotros no sois más que sus representantes e 
intérpretes. 

Y con esto quiero deciros, queridísimos hijos, con qué sentimientos os hemos pasado una rápida revista que nos ha proporcionado la 
ocasión de aproximarnos y conoceros uno a uno personalmente, aquel conocimiento que don Bosco Santo tan admirablemente tenía de tod 
sus hijos. 

Nos congratulamos con vosotros por estos sentimientos; porque todo el mundo los reconoce evidentemente en su lugar; tan grande es el 
favor con que Dios ha distinguido a los hijos de don Bosco y a todos aquellos a los que se extiende el beneficio de su obra, verdaderament 
venida «del cielo a la tierra para mostrar milagros». 

Pensamos que también Nos debemos encontrarnos en primera línea en la expresión de estos deberes de agradecimiento, por haber tenido 
privilegio de conocer tan bien a don Bosco, como viandante en esta tierra, ((315)) y después, haberlo proclamado y colocado, con los labio 
y el corazón, entre los habitantes del Cielo. Es un privilegio que reconocemos en Nos mismo con toda humildad y por el que nos vemos 
obligados a dar gracias al Señor de un modo especial. 

Es deciros lo mucho que Nos sentimos al unísono con vosotros, con los hijos de don Bosco, con toda su familia, en cualquier parte del 
mundo, donde se desarrolla y continúa su obra, que fue la obra del Apóstol, del soldado denodado de Jesucristo, del amigo incomparable d 
la juventud, del salvador de tantas almas; Da mihi animas. 

Damos gracias a Dios y a su divina Madre, que fue la verdadera Auxiliadora de don Bosco Santo: la Divina Madre que tanto ha 
contribuido en todo lo que ha sucedido en esta benéfica coronación, desde los primeros días de don Bosco Santo: y he aquí, en efecto, 
siempre bajo el influjo de este auxilio materno, que don Bosco ha sabido agradecer tan bien, he aquí la nueva iglesia que se levanta cerca d 
Nos. 

Queridísimos hijos, damos gracias al Señor y admiramos su obra: a El, ante todo, debemos tributar honor y gloria, ese honor y esa gloria 
que la Iglesia no cesa jamás de tributarle. Pero, luego, es menester -y es lo que sí conviene a todos, mucho más a vosotros-proponerse 
imitar al que con tanta alegría se celebra y se honra. Imitar a don Bosco puede parecer algo dificilísimo, a primera vista, por lo compleja y 
gigantesca que se nos presenta su figura; y, sin embargo, su santidad es una de las más imitables. Además de que todas las santidades se 
pueden imitar; se puede imitar la santidad de Dios: ya que imitar, aun en todas las demás direcciones, como por ejemplo en el arte, no 
significa copiar, no quiere decir reproducir, no: imitar quiere decir entrar en cierto orden de ideas, en una determinada tendencia de espírit 
hacer algún esfuerzo para subir en cierta dirección. Es lo que hace el arte imitando la naturaleza, y, en efecto, dice Dante que nuestro arte « 
como nieto de Dios», porque desciende de la naturaleza, la hija de Dios. 

Ahora bien, en la vida de don Bosco hay que imitar especialmente su heroica 
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fidelidad al deber en todo momento, tal y como se le presentaba en la sucesión de las ocupaciones cotidianas. El estaba siempre dispuesto 
atender al último llegado, a la última petición. Estaba dispuesto a entregarse a todo y a todos, como si todos y cada uno fuesen su única 
obligación. Y responder con devota prontitud al deber, sea éste el que fuere, es posible a todos y es una obligación. Cumplid, pues, vuestro 
deber: he ahí el secreto de toda santidad. 

Pero, queridísimos hijos, queda otra cosa por aprender de los ejemplos de vuestro Padre, de vuestro Fundador. Tenéis una razón especia 
para recordar el da mihi animas de nuestro y vuestro don Bosco. Cuando él hacía esta oración, la hacía por vosotros, y Dios le ha oído y le 
ha dado vuestras almas, para que las ayudase según el espíritu de Dios. 

((316)) Con esto os ha enseñado y puesto por delante una gran idea, una gran obra: la idea de la hermosura de las almas que hay que 
salvar, la necesidad de conservar el beneficio de la educación cristiana, mas no de una educación cristiana corriente, sino sincera, generosa 
luminosamente cristiana, beneficio inestimable para vosotros, para las familias, para la sociedad, para la Iglesia. Vosotros seréis hijos y 
después padres de familia; ciudadanos distinguidos en la sociedad e hijos de la Iglesia siempre dispuestos a cumplir dignamente vuestros 
propios deberes, con Dios y con el Estado, con la sociedad. Seréis profundamente cristianos y eso es todo. Sentiréis, en una palabra, el deb 
como impuesto por la palabra de Dios y sabréis cumplirlo ante los hombres y ante Dios. Y el otro deber especial de apreciar la belleza de l 
almas está en reflexionar en tantas otras almas juveniles que no gozan de los tesoros espirituales de educación que tan ricamente se os 
imparten a vosotros. Por esto, queridísimos hijos, debéis procurar, por cuanto os sea posible, comunicar a los demás el gran beneficio que 
vosotros habéis recibido con la oración, el ejemplo y con vuestra acción misionera tan característica del espíritu salesiano. 

Y queda todavía otra reflexión. »De dónde sacó don Bosco su amor a las almas? Está muy claro. Las amó mucho, porque amó a Jesucris 
El consideraba que Cristo hubiera dado su sangre por una sola de ellas. Este es el secreto de todos los santos. Han considerado lo que 
Jesucristo ha hecho, al extremo de no creer que pagaba demasiado por la salvación de las almas, hasta por una sola alma, derramando toda 
preciosísima sangre. Es la palabra de Dios en favor de las almas: lo recuerda el Apóstol y añade la otra palabra tan sentida: dilexit me et 
tradidit semetipsum pro me. 

He aquí, queridísimos hijos, lo que don Bosco Santo se propuso muchas veces en sus meditaciones, en su laboriosa vida. He aquí lo que 
hay que hacer. Dar gracias y después, sobre todo, imitar. Y eso es, queridísimos hijos, lo que sabemos que vosotros queréis hacer siempre 
por eso, queremos poner también un sentido de reconocimiento en las bendiciones que estamos a punto de daros, a los presentes y a todos 
los que Nos representáis. 

Vemos como en una magnífica visión, en una visión agradabilísima que vosotros evocáis a nuestro espíritu, toda la familia de don Bosco 
grande como el mundo. Y con esta visión deseamos que nuestra bendición llegue hasta los últimos horizontes. Bendecimos a los que más 
especialmente representáis: a vuestras familias, casas y parientes, a todo lo que más queréis de ellas. Bendecimos de un modo especial la 
obra que estáis realizando, este viaje de primera importancia que es la preparación para la vida, y que será el fruto de la presente educación 
cristiana. Cuando llevéis por la vida el fruto, el apostolado del ejemplo de una vida ((317)) cristianamente vivida, entonces diréis con los 
hechos, y no con las palabras, cómo se hace para ser 
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buenos cristianos y buenos ciudadanos. Será el apostolado de vuestra vida, el apostolado de la buena palabra, de aquella palabra buena que 
no pretende ser una enseñanza, pero que llega amigablemente al corazón; y además aquel apostolado que es el más fácil y el más poderoso 
el apostolado de la oración, a fin de que venga el reino de Dios... 

El día tres de junio fue posible presentar al Padre Santo una de las obras romanas dirigida por las Hijas de María Auxiliadora. Se trataba 
de casi quinientos chiquitines, niñas y doncellas del Instituto «Santa Cecilia» en el barrio del Testaccio, divididos en escuela maternal, 
elemental, profesional, postescolar, oratorio y asociaciones. El Papa alabó el mensaje con el que se había anunciado aquella preciosa visita 
«Los sentimientos en él expresados, dijo, son los mismos que brotan de la mente y del corazón de don Bosco, los que han heredado sus hi 
y van transfundiendo a tantas almas, entre las que están las vuestras, queridísimas hijas». Al fin, especificando las personas que entendía 
bendecir, se refirió a todas las hermanas y bienhechoras, que se cuidaban de su salvación espiritual, en honor de aquel Jesús que manda 
querer y hacer el bien a todos, y terminó diciendo: «Es así, atendiendo a estos mandatos, como don Bosco realizó todo lo que hizo y dejó 
todo lo que ha dejado en favor de las almas jóvenes, junto con las ventajas para una vida profesional bien encauzada». Ensalzó todavía a d 
Bosco cuando recibió en Castelgandolfo a un grupo de Hijas de María Auxiliadora, que acababan de hacer los ejercicios espirituales. Habí 
en él representantes de India y de América, hermanas ancianas, recién profesas y novicias; por lo que advirtió el Papa que el fervoroso 
escuadrón representaba «plenamente toda la vida del Instituto maravilloso, fruto agradable de devoción, gratitud y amor de don Bosco San 
a la Virgen Auxiliadora». Los ojos paternales de Su Santidad veían allí presentes, «vivos y reales los sarmientos cargados de fruto del gran 
escuadrón de Hijas de María Auxiliadora, que en nombre de don Bosco milita con ardor apostólico en las cinco partes del mundo» 1. 

((318)) La presencia de los alumnos del santuario ofreció repetidamente al Papa la ocasión de presentar la autoridad y los ejemplos de do 
Bosco. Los Hermanos de las Escuelas Cristianas de Irlanda, los llamados Christians Brothers, le presentaron ciento sesenta de sus 
exalumnos, encaminados al sacerdocio o ya sacerdotes. Después de destacar la preciosidad de tantas hermosas vocaciones, las proclamó 

1 L'Oss. Rom., 4-5 junio y 9 agosto. 
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fruto de la vida cristiana adquirida con la educación cristiana, vida cristiana de la que nacen también los grandes santos, los santos gigante 
como los recientes Cottolengo y don Bosco, que no eran más que la vida cristiana vivida en plenitud. Y después, al entregarles la medalla 
del nuevo Santo, dijo que también él era un gran hermano cristiano, que realizó en el campo de la educación cristiana una inmensa cosech 
de bien 1. 

Pero habló más eficazmente sobre don Bosco a más de doscientos jóvenes del Seminario Pontificio Romano Mayor, Jurídico y Menor. H 
aquí las reflexiones y enseñanzas que dio: «Se ha clausurado el Año Santo con la figura de un gran sacerdote, que tuvo verdadera y activa 
conciencia de ser instrumento de la Redención, especialmente de cara a la juventud tan acechada, tan en peligro y tan necesitada. Convien 
por tanto, proponerlo como modelo a los futuros sacerdotes. El, mirado bajo un primer punto de vista, parece un sacerdote sin más 
aspiración que el devoto y piadoso cuidado de las almas. Nos, en efecto, le vimos personamente total y completamente entregado a la 
confesión, al consuelo de las almas que se le acercaban, al ministerio sacerdotal. Y lo hacía así, porque sabía que lo primero, lo más 
profundo, lo esencial era la piedad. Pero después puede contemplarse, desde otro punto de vista, la figura de S. Juan Bosco. Es así como 
tuvimos ocasión de preguntarnos si don Bosco no habría, tal vez, debido seguir una vocación verdadera y propia que lo llamaba a los 
estudios. Ciertamente don Bosco sentía gran amor por el estudio, una simpatía y, diríase, casi una seducción ((319)) por el estudio, al 
extremo de correr el peligro de ser víctima del estudio. Don Bosco pensaba proporcionar a la Iglesia y a Italia una historia que fuese para l 
Iglesia justamente lo que había sido y es para Italia la obra de Muratori, también un santo sacerdote. He aquí dos aspectos de la figura de d 
Bosco; y ante esta doble consideración los jóvenes seminaristas son llamados a reflexionar sobre lo que les conviene, precisamente a ellos 
sobre la piedad y sobre el estudio. Mas la piedad debe ocupar siempre el primer lugar, porque si se coloca el estudio por delante, se convie 
en un fastuosa inutilidad y en un espléndido peligro. En cambio, mirando la figura de S. Juan Bosco, podéis prepararos libremente a la vid 
y a la acción; porque su figura constituye una verdadera maravilla para todos, tanto que son muy pocos los que en la historia del sacerdoci 
del apostolado han hecho y preparado tanto 

1 L'Oss. Rom., 15 de abril. 
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para la salvación de las almas. Da mihi animas, dame almas es el lema de S. Juan Bosco» 1. 

Pocos días después volvió el Papa a hablar sobre las disposiciones de don Bosco para los estudios, al recibir a los socios de las 
Asociaciones Universitarias romanas de Acción Católica, masculinas y femeninas. «Queremos daros, dijo, un pequeño recuerdo, con unas 
medallitas que luego podrá vuestro corazón hacer mayores. Son las medallas de S. Juan Bosco, o de don Bosco, como se seguirá llamándo 
siempre, las verdaderamente más convenientes para vuestro caso. Don Bosco, a decir verdad, fue más un hombre de acción que de estudio 
pero fue uno de los mayores amigos que la juventud pudo encontrar en el curso de los siglos. Es grandísimo, en efecto, el número de alma 
juveniles salvadas por don Bosco y por sus hijos; se trata de millones en todo el mundo. Ahora bien, aunque don Bosco no fue universitari 
en cierto momento pensó y deseó haber podido serlo. Poseía un gran ingenio y una enorme capacidad de trabajo por lo que no le desalenta 
ninguna empresa. Tenía, además, un proyecto de ((320)) alta producción científica, pero él mismo Nos confesó que lo había abandonado, 
fuera por haberlo suplantado la llamada a una misión más explícita para la salvación de los jóvenes, ya fuera también porque había visto q 
le faltaba la preparación de estudios superiores. Es una nota característica de este hombre, que poseía hondamente un buen sentido univers 
sentía no haber sido universitario. Respondiendo a las alabanzas que Nos tuvimos ocasión de dirigirle por su actividad publicitaria y las 
instalaciones para la producción cultural admirada en sus instituciones, don Bosco respondió con humildad y santa claridad, y hablando 
como acostumbraba en tercera persona: -En esto don Bosco quiere estar siempre a la vanguardia del progreso. -Y esta palabra quiere ser 
también la vuestra» 2. 

También le gustó al Pontífice señalar a los obreros a don Bosco como modelo a imitar, protector a invocar y maestro a seguir. Decía a lo 
obreros de los talleres romanos del gas: «Recibiréis una medalla con la efigie de S. Juan Bosco, aquel gran amigo del trabajo, que fue 
verdadero amigo y santificador del trabajo; organizador del trabajo, con una organización de profunda santificación». Y a mil obreros de 
Legnano: «Queremos daros como recuerdo la medalla de San Juan Bosco, este gran Siervo de Dos que la Providencia nos ha concedido 
proclamar Santo. San Juan Bosco ha sido un maravilloso trabajador; 

1 L'Oss. Rom., 17 de junio. 

2 L'Oss. Rom., 24 de junio. 
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y Nos pudimos verlo en pleno trabajo y tuvimos la suerte de estar a su lado. Este maravilloso organizador y educador del trabajo, 
especialmente del trabajo de la juventud, del trabajo profesional y técnico, es una figura que cuadra muy bien con los trabajadores 
esforzados, por lo que nos gusta señalarla como un gran ejemplo y un gran protector». Y a los empleados de los servicios municipales de 
Roma: «Daremos a todos los presentes una piadosa medalla de S. Juan Bosco y acompañaremos el regalito indicando que la figura del nue 
Santo es la de un ((321)) gran trabajador cristiano. Sed, por tanto, sus devotos e invocadle como a celestial patrono e intercesor de las grac 
divinas». A otras categorías de trabajadores, como por ejemplo, los mineros sardos, hizo que les repartieran la medalla conmemorativa sin 
decir nada especial 1. 

También presentó el Santo Padre a don Bosco a dirigentes de trabajadores. En la audiencia que dio a importantes personajes de la 
Sociedad Electrotécnica Italiana, de las secciones de Roma, Napoles y Bari, volvió a hablar del Santo con nuevos detalles sobre su encuen 
con él en Turín. Habían visitado aquellos ingenieros las instalaciones de la Ciudad del Vaticano, por lo que dijo el Papa: «La ocasión de e 
visita a las instalaciones del Vaticano, nos recuerda otra visita a otras instalaciones electrotécnicas; la que Nos hicimos a aquel hombre qu 
puede llamarse de actualidad, a aquel hombre que la Divina Providencia nos ha concedido elevar a los supremos honores de los altares: a S 
Juan Bosco, gran hombre antes, y hoy gran Santo. Nos pudimos conocerlo con holgura, y tuvimos la fortuna de conquistar un más íntimo 
conocimiento y de juzgarle un hombre de primer orden, bajo cualquier punto de vista. Por eso Nos sabemos que don Bosco estaba muy 
interesado por las máquinas: las más recientes y más perfectas máquinas de electricidad, que entonces, hace varios decenios, podían existi 
Recordamos muy bien cómo, ante nuestra felicitación por todas las nuevas instalaciones, por las instalaciones y fábrica de papel, por los 
anexos correspondientes a la tipografía, con toda la maquinaria, respondió a aquella felicitación con cierto orgullo y, hablando siempre en 
tercera persona, como solía hacerlo cuando hablaba de sí mismo: -En esto, don Bosco ha querido estar a la vanguardia del progreso. 
-Palabras para ser tenidas en cuenta y llevadas a la práctica» 2. 

La misma evocación hizo, con algún nuevo matiz, ((322)) al recibir 

1 L'Oss. Rom., 7-8 y 10 de mayo; 27 de junio; 13 de julio. 

2 Ibid., 17 de mayo. 
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a los periodistas y corresponsales de Roma de los principales periódicos italianos. Como de costumbre, partió de la medalla y dijo: «S. Jua 
Bosco puede ser presentado a todos como tipo y modelo, por la ejemplaridad de perfecta humanidad con que actuó sobre sí mismo; pero 
también puede ser señalado, con todo derecho, como protector especial de los periodistas, puesto que tenía especial predilección por la 
imprenta, que convirtió en objeto singular de todo su inmenso bien, particularmente el realizado en favor de su querida juventud. Don Bos 
tenía predilección por la imprenta, y fue precisamente a propósito de máquinas de imprenta cuando un día le preguntábamos Nos mismo 
sobre la perfección de las mismas, y el amado Santo respondía, hablando en tercera persona: -Don Bosco quiere estar en esto, como siemp 
a la vanguardia del progreso» 1. 

Otras dos citas y basta. La primera es algo curiosa; la otra tiene el valor de un precioso testimonio. 

La Guardia Palatina de Honor había obtenido una audiencia especial para reafirmar sus sentimientos de filial piedad y profunda devoció 
al Vicario de Jesucristo. En las benévolas palabras de respuesta al saludo del Comandante, hizo entrar Su Santidad también a don Bosco. 
Dijo, al entregar las medallas para los guardias: «Son medallas de actualidad y llevan la efigie de un gran soldado: S. Juan Bosco, a quien 
todo el mundo, por lo demás, seguirá llamando don Bosco. Fue un gran súbdito, un soldado ejemplar de Cristo y guardia honradísimo, 
fidelísimo de la Santa Iglesia y de todo lo que el Corazón del Redentor y de la Iglesia tienen en mayor estima: la juventud, portadora del 
porvenir, por la que tanto trabajó él. Por eso, don Bosco no sólo fue modelo de virtud, de perfección, de trabajo sacerdotal, sino también u 
soldado del bien en todas direcciones, un obrero invencible e incansable. Don Bosco será, por tanto, ((323)) también un poderoso interceso 
para los componentes de la Guardia Palatina». 

Al entregar las medallas a los socios de la Archicofradía de la Adoración Nocturna, aprovechó la oportunidad para tocar un punto de sum 
importancia. íCuántos hubo que creyeron que don Bosco, sumido en el trabajo, no era un hombre de oración! Pero el Papa no lo pensaba a 
«La figura de esta medalla, dijo, cuadra perfectamente con vosotros, porque Nos tuvimos ocasión de ver en él a un adorador, a un adorado 
continuo, a un adorador en ferviente oración de día y de noche, a pesar de que su vida estuviera llena de ocupaciones. De la Hostia Santa 
sacaba don Bosco su grandísimo celo para educar en la 

1 L'Oss. Rom., 11-12 de junio. 
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fe y en la vida cristiana a tantos jóvenes. Sea, por tanto, el Santo el protector de los Adoradores Nocturnos y un genio cristianamente 
benéfico y tutelar de sus queridas familias» 1. 

íQué profundamente esculpida debió quedar en el alma de Pío XI la impresión experimentada en su visita a la primera tipografía de don 
Bosco, si, después de medio siglo y desde tan sublime altura, gustaba evocar su recuerdo! Y no terminó la cuestión con las repetidas 
evocaciones verbales. Cuando el año 1936 quiso reorganizar la tipografía vaticana, confió a la Sociedad Salesiana su dirección técnica y 
administrativa. Los Salesianos elegidos para ello, antes de asumir su empleo y establecerse en la Ciudad del Vaticano, fueron a 
Castelgandolfo para recibir la bendición del Papa, el cual les dijo, que la idea de llamarlos había sido totalmente suya y que la deseaba hac 
tiempo, porque siempre había seguido y admirado el vasto y ejemplar trabajo de la Sociedad Salesiana en este campo, que le asignó el 
Fundador. «Don Bosco, añadió el Padre Santo, descubrió, con visión profética, y sintió la decisiva importancia del arte tipográfico y 
editorial en nuestros días para el apostolado y la educación cristiana». 

1 L'Oss. Rom., 28-29 de mayo; 3 de junio. 
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((324)) 

CAPITULO XVI 

FIESTA DE LA CANONIZACION EN TURIN 

EN Roma, capital del mundo católico y de Italia, celebraron a S. Juan Bosco los fieles del Orbe y los ciudadanos de la Urbe; Turín, la 
ciudad preferida por el Santo, teatro de su caridad y sede central de sus Obras, le preparó un triunfo en el que se unieron la solemnidad, la 
intimidad y la cordialidad, como podía esperarse de un lugar donde todo hablaba de él, de su celo, de su bondad, de sus prodigios y donde 
todavía muchos recordaban haberlo visto, haberlo oído, haber experimentado su benevolencia y sus beneficios. En los tres días que 
precedieron a la fiesta llegaron a Turín millares de forasteros, italianos y extranjeros. La piedad era el motor que movía a muchos peregrin 
pero, si lo que les llevaba era la curiosidad, bastaba pisar el umbral del Oratorio de Valdocco, para que su curiosidad se cambiase en 
veneración. Es un hecho que, allí, el ambiente parece exhalar un aire de milagro. Por la escalera que conduce a las humildes habitaciones d 
don Bosco reinaba un subir y bajar incesante de personas de toda condición social, ávidas de contemplar con sus propios ojos el lugar desd 
donde el Santo había difundido tanta luz de bien. 

Para los festejos turineses los Soberanos de Italia, junto con los Príncipes del Piamonte y con todos los demás Príncipes y Princesas de l 
Casa de Saboya, ocuparon el alto Patronato organizado para las fiestas romanas. A ellos se unieron dos caballeros ((325)) con el Collar de 

S. S. Anunciación, el Duque del Mar, Pablo Thaon de Revel y el Mariscal de Italia, Cayetano Giardino, y el Embajador de Italia ante la 
Santa Sede, conde César de Vecchi, el cual acudió también como representante oficial del Gobierno. Dieron su nombre para la conspicua 
Comisión de honor, presidida por el Cardenal Arzobispo, con el Gobernador de Turín, Agustín Iraci, como vicepresidente, todas las 
autoridades y las principales personalidades del mundo laical y eclesiástico. La Comisión ejecutiva, presidida por el Prefecto General de la 
Congregación Salesiana, don Pedro Berruti, que había actuado en Roma, seguía trabajando también en Turín desde hacía varios meses. 
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La experiencia del 1929 había enseñado cuántas y qué Comisiones era menester constituir, si se quería atender eficazmente a todo. En esta 
ocasión prestaron valiosa ayuda las Damas protectoras salesianas, bajo la presidencia honoraria de la Duquesa de Pistoya, Lidia de 
Aremberg, y la efectiva de la marquesa Carmen Compans de Brichanteau. No se trataba de despertar entusiasmo, sino de organizar las 
manifestaciones, empresa nada fácil, dado el ingente concurso que se preveía de vecinos y forasteros. 

Al acercarse el mes de abril, la Comisión ejecutiva, que, tras cuidadosos estudios, ya había fijado el programa, pidió, como exige la ley, 
obtuvo del Gobernador de la Provincia autorización para las manifestaciones públicas previstas. Después, se dirigió al Alcalde, rogándole 
concediese permiso gratuito para instalaciones de diverso género en las cercanías de María Auxiliadora y a lo largo del recorrido de la 
procesión, como también el aparcamiento de autobuses en el Estadio y en otras partes, los necesarios servicios de policía y la organización 
sanitaria. Una vez obtenido todo esto, solicitó del Gobierno la concesión de trenes especiales. Se preocupó de ello personalmente el 
embajador De Vecchi, y, gracias a su valiosa intervención, el Consejo de Ministros autorizó la reducción del cincuenta por ciento en favor 
de los peregrinos aislados y del setenta por ciento para grupos ((326)) de, al menos, quince personas. Se prepararon cien mil distintivos, qu 
se vendían a una lira, y cincuenta mil carnés, a dos liras. Estos tenían treinta páginas, veinte de las cuales se componían de cupones a corta 
para bonos de canastillos y de comidas con un descuento del diez por ciento, y las otras contenían el programa de las fiestas, el circuito de 
procesión y el himno. Se imprimieron también cartelones murales en gran cantidad. Además, cuando la Comisión recibía el anuncio de 
peregrinaciones, enviaba módulos a rellenar para los alojamientos, comida y organización de la procesión. 

El problema de los alojamientos era esta vez más grave que el año 1929, porque se prevía mayor número de peregrinos en general y de 
Cooperadores insignes, y porque el Rector Mayor, don Pedro Ricaldone, había invitado a todos los Obispos de Italia, rogándoles que 
asistieran personalmente. Varios Prelados extranjeros hicieron saber también su intención de participar en las fiestas. Ahora bien, la 
generosidad ciudadana no fue inferior a la de la otra vez; párrocos, religiosos, colegios, familias privadas anduvieron a porfía para ofrecer 
hospitalidad a quien les fuera enviado por los organizadores. 

Otro problema era el de proveer, especialmente a los Obispos, de los medios de transporte necesarios, sobre todo para poderse trasladar 
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varias veces al día a su alojamiento. Ayudó mucho a ello la liberalidad del senador Agnelli, propietario de la Fiat, el cual hizo estacionar e 
el patio del Oratorio, durante todo el período de las fiestas, veinte automóviles nuevos flamantes, con sus correspondientes conductores. E 
mismo señor ordenó que se preparase cómodo alojamiento para un millar de alumnos y exalumnos en un local que había servido para talle 
de carrocería de coches. El Municipio ofreció doscientas camas y los Almacenes militares de Intendencia prestaron quinientos catres y mil 
quinientos jergones y mantas. En los hoteles estaban reservadas, desde hacía dos meses, todas las plazas para los peregrinos extranjeros. 

((327)) La concurrencia y la estancia de los peregrinos se facilitó con las bonificaciones de los ferrocarriles estatales y secundarios y de l 
Compañías de tranvías y autobuses. Las Cruces Roja, Verde y Blanca se repartieron la asistencia de socorros urgentes. La instalación de 
altavoces en los patios del Oratorio, en la plaza de María Auxiliadora y a lo largo de la Avenida Regina Margherita debía facilitar a las 
gentes la participación en los sagrados ritos; se obtuvo que las funciones más importantes se transmitiesen por radio. Había hábiles maestr 
de ceremonias, dirigidos por don Eusebio Vismara, que estaban preparados y dispuestos para dirigir, con el decoro deseado, ceremonias de 
tanta grandiosidad. Nobles gentileshombres de la Corte, ayudados por el profesor Gribaudi y por el abogado Batt¨, se adhirieron a la 
invitación para regular las recepciones de personajes principescos y de alta condición social. En suma, no se había olvidado nada para que 
extraordinario suceso se desenvolviese con orden, decoro y magnificencia. 

El día cinco comenzó el triduo preparatorio. Al alba se abrió la basílica de María Auxiliadora, convertida en ascua de luces, jardín de 
flores, y cubierta de adornos, para que entrasen los peregrinos que se agolpaban a las puertas. En el altar de la capilla de San Pedro, donde 
hallaba la urna del Santo, estaba colgada la pintura de Crida que, como ya hemos dicho, fue ofrecida al Papa el dieciocho siguiente. A 
primeras horas de aquella mañana llegó, de improviso y pleno incógnito, el Príncipe Heredero, que había salido de Pisa la noche anterior. 
Subió inmediatamente a las habitaciones de don Bosco, donde oyó la Misa con piadoso recogimiento. Mientras tanto, como había sido 
reconocido, corrió por la casa la voz de su presencia y llegó a oídos de los Superiores, los cuales acudieron a saludarle. Al bajar, atravesó e 
patio entre las aclamaciones de los muchachos y del pueblo y se dignó tomar una tacita de café, que se le sirvió con toda sencillez en el 
comedor del Capítulo Superior. Durante la breve conversación, 
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se informó del programa para el domingo siguiente. Todavía vibraba su espíritu con la emoción experimentada en Roma en la reciente 
Pascua. 

((328)) Durante cuatro días seguidos la multitud abarrotó la iglesia, invadió los patios y se apiñó en la plaza. Era un espectáculo edifican 
y conmovedor contemplar con qué piedad seguían aquellos millares de fieles, fuera del templo, a través de los altavoces, los cantos y 
sermones del interior. Había muchos que se santiguaban, se arrodillaban y respondían a las preces litúrgicas, cumplían, en fin, los actos 
acostumbrados de quien está ante el altar durante las funciones sagradas. No hablamos de la frecuencia de los Sacramentos. »Se podía hab 
concebido una fiesta de S. Juan Bosco sin un infinito número de confesiones y comuniones? Del alba al ocaso estaban los confesonarios 
tomados por asalto; tres sacerdotes, juntos o por turno, distribuían durante horas y horas, sin descanso, la Sagrada Eucaristía. 

Cada uno de los días del triduo tuvo un destino especial. El primero estuvo dedicado a los Institutos y Asociaciones masculinas. Pontific 
el cardenal Nasalli-Rocca, arzobispo de Bolonia, asistido por ocho Obispos. Ocupaban lugar de honor en el presbiterio los Príncipes de 
Orleáns. Por la tarde, después del canto de Vísperas, el eminentísimo cardenal Hlond predicó el panegírico. Tomando pie de las grandiosa 
manifestaciones de la ciudad eterna, trazó en rápida y eficaz síntesis la múltiple actividad de don Bosco en el mundo. 

El seis de abril estuvo dedicado especialmente al clero. Celebró la misa pontifical el cardenal Ascalesi, arzobispo de Nápoles. La ejecuci 
musical fue confiada a la capilla del Seminario Arzobispal. Otros diez Obispos se unieron a los del día anterior. Por la tarde predicó el 
cardenal Schuster, arzobispo de Milán, el cual explicó al auditorio cómo la multiforme actividad de don Bosco guardaba relación con su 
santidad y le definió como un Santo que sobrepasaba toda grandeza. 

El sábado estaba destinado a los Institutos y Asociaciones femeninas. Naturalmente sobresalían allí las Hijas de María Auxiliadora. Can 
la misa el cardenal Maurin, arzobispo ((329)) de Lyon, asistido por treinta Arzobispos y Obispos. La parte musical corrió a cargo de un 
numeroso coro de alumnas, bajo la mágica batuta del venerando salesiano don Juan Bautista Grosso que las había preparado: fue un éxito 
superior a todo elogio. Por la tarde habló del Santo el cardenal Nasalli-Rocca, con originalidad de detalles, profundidad de pensamiento y 
elocuencia de forma. 

Los tres días hubo que repetir la función de la tarde y celebrarla de nuevo a las ocho para los obreros, los cuales atestaron siempre la 
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iglesia y aledaños. Un Obispo predicaba y otro Obispo daba la bendición eucarística. Cada noche, apenas se exponía el Santísimo, veinte m 
lamparillas eléctricas iluminaban de repente la fachada y la cúpula de la Basílica; después, la banda musical del Oratorio daba un concierto 
en la plaza. Mientras tanto, la ola de peregrinos no cesaba de apretarse devotamente ante la urna. 

No se debe ocultar un pequeño episodio que manifiesta la reverencia y el regocijo popular por don Bosco. Un matrimonio de un pueblec 
piamontés, con más de ochenta años ambos cónyuges, había afrontado las molestias del viaje para gozar del triunfo del que les había unido 
en matrimonio. Presentáronse a don Pedro Ricaldone y dijéronle que, pobre como era, no había podido hacerles más regalo que El Joven 
Instruido, con su dedicatoria autógrafa y con una invitación para leer el capítulo que habla del Paraíso y de los medios para alcanzarlo. 

Durante la noche de la gran vigilia, la juventud católica de Turín cumplió un rito religioso digno de nota. Se citaron las Asociaciones 
juveniles de la ciudad para hacer una hora de adoración en la iglesia de San Francisco de Asís, en la que se recuerda el inicio de la misión 
don Bosco con el popularísimo episodio del jovencito Bartolomé Garelli. Asistió a ella la Junta diocesana. La piadosísima ceremonia se 
convirtió en una óptima preparación a la apoteosis del día siguiente. 

Por desgracia, el día ocho de abril no amaneció sereno. Primero, cayó ((330)) a intervalos una llovizna molesta; después vinieron fuertes 
aguaceros. Pero el mal tiempo no lograba desconcertar la piedad del pueblo. Para dar comodidad de poder cumplir el precepto dominical, 
celebraban misas ininterrumpidamente en diversos puntos, fuera de la Basílica; y aunque lloviese, salía cada media hora un sacerdote a la 
plaza para celebrar la misa en un altar improvisado, al resguardo de la intemperie. El cardenal Vidal y Barraquer, arzobispo de Tarragona, 
celebró la misa para los alumnos internos. Después, fue menester dejar espacio libre en la iglesia para los personajes invitados y las 
representaciones. Toda la nave central estaba reservada para los Arzobispos y Obispos, que se situarían en cuatro largos bancos cubiertos d 
damasco y situados dos a dos de frente, en la dirección de la balaustrada, hacia el fondo. Detrás de los Obispos, por el lado del Evangelio, 
había bancos preparados para los representantes del clero secular y regular, y por el lado de la Epístola para el Consejo General de las Hija 
de María Auxiliadora, las representantes de las Congregaciones religiosas femeninas y las personalidades seglares. En el presbiterio había 
cinco tronos levantados frente al trono arzobispal destinados 
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para los cinco Cardenales arriba mencionados; faltaba el eminentísimo cardenal Schuster, que había debido volver a Milán inmediatament 
después de su discurso. 

Las densas nubes que cubrían el cielo, dejaron afortunadamente de diluviar, hasta que acabó el imponente cortejo sacerdotal que, desde 
Oratorio, hizo su entrada por el recinto sagrado a la Basílica, poco antes de la Misa pontifical. Tras de la cruz procesional y el clero de 
servicio iban con capa pluvial y mitra ciento veinte entre Prefectos apostólicos, Obispos, Arzobispos y Cardenales. Iba el último el carden 
Fossati con espléndidos ropajes pontificales, adornado con el sagrado palio arzobispal. Francia estaba representada por el Cardenal de Lyo 
y por los Obispos de Annecy, Fréjus, Langres, Lourdes, Metz y Montpellier; España, por el Cardenal de Tarragona y el Obispo de Málaga 
Polonia ((331)), por el Cardenal Primado; Lituania, por dos Prelados, salidos de las prisiones rusas; Malta, por el Obispo de Gozo; Améric 
por los Obispos de Talca (Perú), Taija (Bolivia) y Santos (Brasil). Asistían diversos Prelados Salesianos: de la India, el Prefecto Apostólic 
de Assam, el Administrador Apostólico de Krishnagar y el Arzobispo de Madrás; del Brasil, el Prelado de Río Negro y Porto Velho y el 
Arzobispo de Belem de Parà; del Paraguay, el Obispo de Concepción; del Ecuador, el Vicario Apostólico de Méndez y Gualaquiza; de 
Chile, el de Magallanes y, de las Islas Filipinas, el Delegado Apostólico monseñor Piani. 

Todo el movimiento del alto clero se desarrolló con perfecto orden, gracias a los diligentes preparativos y la habilidad, más única que ra 
de don Eusebio Vismara, que supo dirigir con decorosa y simultánea uniformidad a tan gran número de prelados durante la función. La 
nueva Misa, compuesta expresamente por el salesiano don Alejandro De Bonis, fue alabada como muy digna de la ocasión 1. El cardenal 
Fossati pronunció la homilía. Evocó en el exordio la alegría de la reciente Pascua romana, definida por el Padre Santo como Pascua 
Salesiana; trazó, después, con elocuencia la figura de S. Juan Bosco, resaltando sobre todo sus rasgos característicos de padre y maestro de 
la juventud y exaltando su incansable apostolado. 

1 Archiginnasio (Bolonia, mayo-junio de 1934): «Es una de las más interesantes y expresivas composiciones de música sagrada aparecid 
en los últimos tiempos. Sobresalen extraordinariamente en ella los caracteres de estilo y originalidad, que hemos tenido ocasión de poner d 
relieve al examinar otras composiciones del mismo Autor. Puede decirse que esta Misa representa la demostración total de la fuerza creati 
y del dominio técnico del Autor (...). Se trata de una obra que marca los moldes reales de originalidad y novedad en el cuadro de la música 
sacra moderna y que revela razones y conceptos dignos de consideración y de admiración». 
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Véase la ilustración en el libro. 

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Mientras tanto, en el exterior llovía a chaparrones. Y, sin embargo, los patios, la plaza y la avenida estaban llenos de bote en bote. 
Resultaba pintoresca, quizás nunca vista, la escena de tantísimos paraguas abiertos unos junto a otros, de manera que daba la imagen de un 
inmenso testudo romano ((333)) que estrechaba el templo por todas partes, como si fuese una fortaleza a tomar por asalto. Otro habría dich 
con una imagen más corriente, que aquella infinidad de paraguas abiertos hacía pensar en un inmenso setal. 

Al tiempo del espíritu siguió el del estómago. El Ecónomo General, don Fidel Giraudi, había transformado el amplio comedor de los 
aprendices en un suntuoso salón, que, si habitualmente tenía capacidad para más de trescientos muchachos, podía ser suficiente para acoge 
con toda comodidad a los nuevos huéspedes, más los otros personajes invitados para honrarles en el día de la fiesta. El servicio de las mes 
corría por cuenta de camareros de hotel. A pesar de la señorial transformación, podían leer los nobles comensales sobre la puerta de entrad 
«Comedor de aprendices». Lo cual hacía decir que la Obra de don Bosco tiene una milagrosa capacidad para adaptarse a todas las 
contingencias de la vida. 

La iglesia veíase llena, sin interrupción, durante los intervalos entre las funciones, por una multitud ansiosa de rezar ante la urna del San 
El ir y venir de visitantes a las habitaciones de don Bosco no tenía tregua. Pero se esperaba la procesión de la tarde. 

»Podría hacerse? Todo estaba dispuesto. El trazado del itinerario 1, los participantes divididos en dieciocho grupos, cada uno con su pun 
de concentración fijado para la partida y la llegada y su jefe regulador; desde el tres de abril estaban repartidas las invitaciones ((334)) 
personales; estaba compuesto, musicado y aprendido el himno del día 2. Pero había que contar con el tiempo. La lluvia seguía arreciando. 

1 El itinerario, con un recorrido de 5.300 metros, era el siguiente: 

Santuario de M. A. Corso Regina Margherita. 

Corso Regina Margherita -Esquina Via Consolata. 

Esquina Via Consolata -Plaza Savona. 

Plaza Savona -Corso Oporto. 

Corso Oporto -Corso Re Umberto. 

Corso Re Umberto -Plaza Solferino. 

Plaza Solferino -Esquina Via Pietro Micca. 

Esquina Via Pietro Micca -Via XX Settembre. 

Via XX Settembre -Catedral. 

Catedral -Esquina Corso Regina Margherita. 

Corso Regina Margherita -María Auxiliadora. 

(Conservamos algunos términos italianos para facilitar su seguimiento en el plano adjunto). 

2 La letra del mismo, original de don segundo Rastello y la música de don uan Pagella. Apénd., Doc. 18. 
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La inseguridad duró hasta casi las tres y media. Entonces se supo que, a pesar de la lluvia, se habían realizado todas las concentraciones y 
que, a lo largo del recorrido, aguardaban desde hacía varias horas millares y millares de personas, despreciando los chaparrones. El 
espectáculo de tan heroica paciencia, acabó por vencer toda duda; los altavoces anunciaron finalmente que salía la procesión. Gritos de 
júbilo resonaron en torno a la Basílica, y se fueron propagando rápidamente por las calles. La multitud había impuesto la decisión. Sería u 
procesión de paraguas; pero trescientas mil almas querían aclamar al Santo a toda costa. 

No fue un desfile de masas compactas, como el año 1929: pero, si el sol hubiese rasgado las nubes, Turín habría admirado un cortejo de 
Obispos nunca visto en la gloriosa capital, dentro de los muros. Faltó el esplendor de las mitras y hopalandas episcopales, mas no la 
participación de los Prelados. Y sobre todo, el contraste atmosférico logró que brillase todavía más el afecto de los turineses por su don 
Bosco. Se cuenta que un niño preguntó a su papá por qué había allí tanta gente esperando a don Bosco, y que el padre le respondió: -Porqu 
todos quieren a don Bosco. -No podía explicarse con mayor sencillez el misterio de un suceso tan grande. Verdaderamente aquae multae n 
potuerunt exstinguere caritatem (la mucha agua no pudo apagar el amor). 

El triunfal desfile bajo los paraguas duró cuatro horas. Los dieciocho grupos se sucedieron con la regularidad de un ejército en marcha y 
con un entusiasmo que no disminuyó del principio al fin. No hay nada mejor que la procesión para medir hasta dónde alcanzó el plebiscito 
universal de consenso en torno a don Bosco. Su reseña equivale a ver ((335)) todas las clases sociales de la ciudad y muchas 
representaciones de Estados extranjeros rindiendo homenaje al humilde hijo del pueblo, que con el heroísmo de la caridad atrajo a sí los 
corazones de los hombres modernos, tan desviados a veces, «por seguir falsas imágenes del bien». 

Eran las tres y media de la tarde cuando comenzó a desfilar la procesión, encabezada por una escuadra de guardias municipales en 
bicicleta. 

GRUPOS I y II. -Formaciones de niñas con uniformes de pajes guiaban la falange de muchachas de los Oratorios de las Hijas de María 
Auxiliadora en Turín: las 2.500 cantaban el himno oficial, acompañado por la Banda del Colegio Salesiano de S. Benigno. Detrás de ellas 
iban más de 3.000 muchachos de los Oratorios Salesianos de Turín con la Charanga del Oratorio Miguel Rúa, y las Bandas del Oratorio de 

S. Pablo y del Primer Oratorio Festivo de Valdocco, llamada «Cardenal Cagliero». 
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GRUPOS III, IV y V.-EI III Grupo estaba formado por las Niñas y Jóvenes Italianas y representaciones de los Fascios femeninos, con el 
cuerpo musical Excelsior y el de Labor y Descanso de la Fiat de Turín; seguidos por el IV Grupo de la Obra Nacional Balila, de los 
Vanguardistas y representaciones de los Fascios masculinos, con las Bandas de la Parroquia de S. Bernardino y del Grupo del barrio 
«Gustavo Doglia» de Turín. La Banda del Colegio de los Aprendices cortaba las largas columnas de diecisiete Colegios e Institutos 
femeninos de la Ciudad de Turín, seguidos por quince Colegios e Institutos masculinos y una nutrida representación de los Institutos de 
enseñanza media, esto es, todo el Grupo V 1. 

GRUPOS VI, VII y VIII.-EI VI Grupo con la Banda del Instituto Salesiano Conde Rebaudengo de Turín y 830 jóvenes, representacione 
de los Colegios Salesianos de Turín: Sassi (huérfanos), Martinetto, Rebaudengo, S. Juan, Valsálice. Después el Grupo VII precedido por l 
Banda de la Parroquia de Sta. Julia de Turín, con 6.460 muchachas de los Institutos y Oratorios de las Hijas de María Auxiliadora de 
Piamonte, alternadas con las Bandas del Oratorio Salesiano de Chieri y del Oratorio Festivo de Santena. En el Grupo VIII, que lo abría la 
Banda del Oratorio Salesiano de Asti, desfilaban 3.840 muchachos de 22 Colegios y Oratorios Salesianos del Piamonte, alegrados por la 
Banda del Colegio Salesiano de Novara y las de los Colegios Salesianos de Faenza, Trieste y S. Donà del Piave. 

((336)) GRUPO IX.-En el Grupo IX estaba la Acción Católica. Vestida de blanco, inspirando pureza, iba la Juventud Femenina; detrás, 
Asociación Universitaria «Cayetana Agnesi» y la Asociación de Damas Católicas. La Banda del Colegio Salesiano de Casale Monferrato l 
separaba de las Asociaciones Masculinas: Juventud Masculina, Asociación Universitaria «César Balbo». La Banda de la Escuela Agrícola 
Salesiana de Lombriasco precedía a la Asociación de Hombres Católicos y a la Junta Diocesana: eran mas de 8.000. 

GRUPO X.-EI X Grupo era el más complejo. Abría el paso la Banda del Colegio Salesíano de Alessandria, que precedía una larga 
representación de Exalumnas de las Hijas de María Auxiliadora y de Cooperadoras Salesianas. Seguía la Banda del Colegio Salesiano de 
Varazze, con las Damas de María Auxiliadora y las Terciarias. La Banda del Colegio Salesiano de Borgo San Martino precedía a los 
numerosos miembros de las Conferencias de San Vicente y más de 2.000 exalumnos de don Bosco. Cerraba la Banda del Colegio Salesian 
de Penango, que animaba a una falange de Cooperadores Salesianos y de Terciarios. 

GRUPO XI.-EI XI Grupo, que empezaba con la Banda del Oratorio Salesiano de Milán, se componía de las representaciones de los 
Colegios de las Hijas de María Auxiliadora de Italia y del extranjero: 794 jovencitas con sus lindos uniformes. La Banda del Colegio 
Salesiano de San Pier d'Arena las separaba de las representaciones de los Colegios Salesianos de Italia y del extranjero. 380 pertenecían a 
Milán. Los otros colegios estaban representados por 560, elegidos entre los mejores por su conducta y aplicación, Al paso del Instituto «P 
XI» de Roma, la multitud aplaudió al Vicario de Cristo, con frecuentes gritos de «íViva el Papa!». 

GRUPO XII.-En el Grupo XII iban los peregrinos procedentes del extranjero. 

1 El Delegado provincial de Enseñanza, A. Mondino, había enviado una circular a los Directores de Colegios e Institutos de Enseñanza 
Media diciendo: «Deseo que las Escuelas de Turín, en las que tanto se aprecia la querida figura del Gran Educador, participen en el rito de 
Fe, enviando una representación de alumnos y profesores, con su bandera, a formar parte del cortejo». 
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Estaban representadas todas las naciones de Europa: Bélgica con 217, España con 600, Francia con 1.380. El número mayor de las otras 
naciones donde hay casas salesianas lo daba Argentina. Los peregrinos iban acompañados por la Banda de la Escuela Agrícola Misionera 
Cumiana y la del Colegio Salesiano de Milán. 

GRUPO XIII.-La Banda del Instituto «Pío XI» de Roma precedía al XIII Grupo, compuesto por las Hijas de María y Congregaciones 
religiosas femeninas, seguidas por el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora con el Consejo General. Lo cerraba la Banda del Oratorio 
de S. Francisco de Sales de Turín. 

GRUPO XIV.-Detrás de la Banda del Oratorio de San Francisco de Sales, aparecía la Cruz procesional, seguida del XIV Grupo con los 
Religiosos laicos y Clérigos de las Congregaciones Religiosas, los Seminaristas Diocesanos de Giaveno, Chieri, Turín, los Clérigos 
Salesianos, varios Obispos ((337)) y Arzobispos Salesianos con capa pluvial y mitra bajo los paraguas, el Emmo. Cardenal Arzobispo de 
Turín, con los eminentísimos Ascalesi y Hlond, en coches gentilmente concedidos por la Fiat. Decoraban maravillosamente el Grupo los 
Caballeros de Malta y del Santo Sepulcro, los Caballeros y Comendadores de otras órdenes. Seguían los Cardenales, el Rector Mayor con 
los miembros del Capítulo Superior, a pie, y las representaciones de Salesianos, Cooperadores y Exalumnos, escoltando el coche triunfal q 
llevaban la urna con los restos gloriosos del Santo. Estaban en el Grupo don Luis Orione, el Presidente General de los Cooperadores Cond 
Eugenio Rebaudengo y el Presidente de los Exalumnos, comendador Masera. 

GRUPO XV.-La Urna, entre aclamaciones de la multitud, se detuvo brevemente en la Plaza de la Consolata donde esperaba, bajo una 
modesta tribuna, y en el Santuario, el XV Grupo, formado por los representantes de varias Ordenes y Congregaciones religiosas, los 
Superiores Provinciales, el Clero Diocesano, los Rectores de iglesias, Sacerdotes Salesianos, Párrocos, Superiores Generales de 
Congregaciones Religiosas, Canónigos de las Colegiatas y de la Catedral, numerosos Prelados, Obispos y Arzobispos. 

GRUPOS XVI, XVII y XVIII.-Había otros coches de la Fiat y de distinguidas familias a disposición de los Obispos; pero muchos de ell 
prefirieron soportar la lluvia a pie, bajo los paraguas. Así el cortejo resultó más pintoresco y emprendió con entusiasmo el recorrido. Pasad 
la urna por la Plaza de Savona, entró en procesión, dejando puesto a los dos grupos que esperaban en la Plaza Solferino, el XVIII Grupo, 
formado por la Banda de la I Legión de la Defensa Militar Antiaérea Territorial, las Representaciones de los Grupos Fascistas de Turín, la 
Asociación de Voluntarios de la Guerra, Asociación Nacional de Combatientes, Carabineros Reales Licenciados, Veteranos de Francia, 
Asociación Nacional de Infantería, Asociación Nacional de Granaderos, Asociación Nacional Alpina, Asociación Nacional del Cuerpo de 
Cazadores, Asociación Nacional Piamontesa de Artilleros de Italia, Asociación Nacional de Artilleros de Montaña, Asociación Nacional d 
Cuerpo de Ingenieros, Unión Marinera Italiana, Asociación de Caballería del Grupo Piamonte, Banda Musical del Ministerio de Trabajo, 
Turín, Representaciones de Asociaciones Civiles, Dependientes del Estado y Trabajo Público, Confederaciones Nacionales Fascistas: 
Profesionales y Artistas, Industria, Comercio, Agricultura, Transportes Terrestres, Representaciones de los Sindicatos Fascistas de la 
Industria, del Comercio y de la Agricultura, Federación de Comunidades Artesanas, Obra Nacional de Educación y Descanso, 
peregrinaciones diversas que no habían comunicado a tiempo su participación. 

((338)) La preciosa urna con el cuerpo del Santo, revestido con los ornamentos 
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sacerdotales para celebrar la Misa, con la rica casulla que regaló Benedicto XV, avanzaba entre los aplausos de una multitud cada vez más 
compacta, que se extendía en dos amplias alas a lo largo de las magníficas avenidas, mientras, desde la vasta tribuna levantada en los 
jardines de la Plaza de Savona, centenares de personas se esforzaban por seguirla en medio de los indispensables paraguas, a lo largo del 
recorrido triunfal. Pasaba como una bendición de cielo, prenda de bendiciones, montada sobre un chasis, cubierto de damascos y 
ornamentado con flores. Los hombres se descubrían la cabeza a su paso, muchos se arrodillaban sin preocuparse del agua y del barro, las 
mujeres se santiguaban, los niños enviaban besos y vitoreaban. «Parece que realmente revive, escribía La Stampa, como vive su espíritu, y 
glorificado e inolvidable». 

Desde las ventanas y balcones de las casas llovían casi sin cesar manojos de flores. Todos intentaban contemplar, a través de los cristale 
el rostro del Santo que, como un triunfador, pasaba por la ciudad donde brotó y se desarrolló su obra maravillosa. 

En la Plaza Solferino esperaban los Grupos XVI y XVII. El alcalde de Turín, conde Pablo Thaon de Revel, asistido por dos vicealcaldes 
sonriente bajo el paraguas, que le defendía hasta cierto punto, ocupó inmediatamente su puesto detrás de la urna del Santo. Con él se 
colocaron todas las Autoridades Civiles, el Cuerpo Consular de dieciséis naciones (Albania, Argentina, Austria, Brasil, Checoslovaquia, 
Francia, Grecia, Honduras, Hungría, Japón, Méjico, Mónaco, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú), 46 alcaldes, representantes de los 
Municipios del Piamonte donde existen Obras de don Bosco, entre los cuales ocupaba puesto de honor el de Castelnuovo Don Bosco. 

La Banda Militar de la Guarnición de Turín distinguía el Grupo XVI del XVII, compuesto por las Representaciones de la Asociación 
Nacional de Caídos en guerra y de los Fascistas Caídos, de la Asociación Nacional de Mutilados e Inválidos de guerra, del Instituto de 
Condecoración al valor, de la Universidad de Turín, de las Facultades Pontificias Teológica y de Derecho, de la Universidad Católica del 
Sagrado Corazón, de los Institutos Superiores de Enseñanza, de la Asociación Fascista de la Escuela, de la Juventud Universitaria Fascista 
de la Asociación «Dante Alighieri», de la Unión Nacional Italiana de Transporte de Enfermos a Lourdes y a Santuarios de Italia, de la Uni 
de Maestros «Don Bosco». 

La procesión bajó desde la Plaza Solferino por las calles Pietro Micca, Via XX Settembre y desembocó en la Plaza de la Catedral, delan 
del representante del gobierno italiano y los Eminentísimos Maurin, Vidal y Barraquer, y Nasali-Rocca, con el arzobispo de Vercelli, Mon 
Montanelli. 

El conde De Vecchi tenía a su derecha al gobernador Iraci y al secretario federal Andrés Gastaldi. Los otros puestos estaban ocupados po 
el embajador de Argentina, Cantilo; el mariscal de Italia, Giardino ((339)) las autoridades políticas, civiles y militares, las damas nobles de 
la aristocracia y del patriciado. 

A las puertas de la Catedral otros Obispos, Canónigos y Sacerdotes. Enfrente había una amplia tribuna en la que se hallaba un centenar d 
personas. 

Se detuvo la urna unos minutos para dar tiempo a los Cardenales y Obispos a subir a los coches y entrar en la procesión. 

Reemprendió después la marcha y fue recorriendo lentamente la amplia avenida Regina Margherita, al brillo de la iluminación artificial 
la ciudad y el trémulo llamear de las antorchas que llevaba el clero. íUn espectáculo fantástico! Dos hileras de tropa, situadas a lo largo de 
recorrido, bajo la lluvia desde hacía varias horas, se esforzaban por contener la marea de gente, que, tras los cordones, atestaba literalment 
las amplias avenidas, apretándose hasta contra los mismos edificios y sirviéndose 
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de todos los medios para levantarse sobre el suelo y lograr ver la parte más majestuosa del larguísimo desfile. Muchas madres colocaban e 
paraguas sobre la cabeza de los soldados mientras los chiquillos se colaban hasta primera fila escondiéndose hábilmente bajo los capotes 
militares. Un entusiasmo delirante, una fe ardiente, gritos de invocaciones y vítores escalaban los cielos. Era el espacio más triunfal de tod 
el recorrido. Hacia las siete y media apareció la urna en la Plaza de María Auxiliadora. La Basílica, iluminada como por encanto hasta la 
estatua de la Virgen en lo alto de la cúpula, quedaba envuelta en un mar de luz multicolor, mientras las campanas daban rienda suelta a sus 
tañidos de gloria y, desde el interior, las notas del órgano entre armonías de júbilo, parecían pedir el ingreso de don Bosco que la 
muchedumbre humana quería, en cambio, detener todavía ante sus ojos, insaciables con la magnífica visión. 

La entrada en la Basílica fue el triunfo final. Estaban colocados en sus respectivos bancos los Arzobispos y Obispos, abarrotaban el temp 
Autoridades y Clero, los Cardenales en el trono, y dos Príncipes de la Casa de Saboya en el presbiterio: esperaban para recibir, con el 
representante del gobierno italiano, los restos gloriosos del Santo. El príncipe Adalberto de Saboya-Génova, duque de Bérgamo, había 
llegado exprofeso de Milán para honrar a don Bosco con su presencia y su afecto; y la princesa María Adelaida de Saboya-Génova 
representaba con Su Alteza a toda la Casa Real. La Comisión Central de Damas Protectoras de las Obras Salesianas ocupaba su propia 
tribuna junto al altar de San José. 

Una vez depositada la urna delante del altar mayor, pasó el Cardenal Fossati a la sacristía para revestirse con los ornamentos sagrados y 
volvió al altar para impartir la bendición eucarística. Contemporáneamente subió al balcón de la Sociedad Editora Internacional el Carden 
Hlond, para impartirla a la multitud apiñada en la avenida Regina Margherita y especialmente en el Rond\_. 

Después del canto del Iste Confessor y del Tantum ergo el Cardenal ((340)) impartió la triple bendición desde el altar mayor y desde allí 
fue procesionalmente hasta la puerta de la Basílica para darla de nuevo a la multitud, que se recogió en el más religioso silencio, al sonido 
la trompeta. Fueron unos instantes de emoción, de adoración, y después estalló un fortísimo grito de «íViva don Bosco!». Y el coro de la 
inmensa turba, animado por los muchachos, desfogando el entusiasmo por su Santo, se desató en un canto de bendición y agradecimiento 
Dios. Al Bendito sea Dios siguió el himno del Santo y después himnos y más himnos sin cesar, mientras gran parte de los turineses volvía 
sus casas y los peregrinos, preocupados por la hora de la partida, se apresuraban a tomar diversos medios de transporte para llegar a pueblo 
distantes horas y horas de viaje. Se organizó inmediatamente el acceso a la iglesia para la multitud que se agolpaba a la puerta; y así, hasta 
muy avanzada la noche, millares y millares de peregrinos pudieron desfilar ante la urna para besarla y hacer una oración. 

Mientras tanto, los Augustos Príncipes, obsequiados por el Rector Mayor, por las Autoridades y los Superiores, atravesaron en coche el 
patio interior, entre las aclamaciones de los muchachos, y dejaron la Casa Madre de don Bosco Santo. Renováronse las aclamaciones a la 
partida del Arzobispo y de los Príncipes de la Santa Iglesia y saludaron con muestras de sentido homenaje al embajador conde De Vecchi. 

El Representante del Gobierno comunicó aquella misma noche sus impresiones a La Stampa, diciendo entre otras cosas: «Turín ha 
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vivido hoy una de sus más solemnes jornadas. Don Bosco, su Santo, otro San Juan con el mismo nombre que el Santo Protector en los sig 
de la Ciudad Fiel, ha recibido hoy los honores más altos de su gloria en los lugares donde más intensamente trabajó. Su cuerpo ha cruzado 
ciudad en medio de las muestras de la más alta devoción de todo un pueblo. Las inclemencias del tiempo no han podido apagar el gran 
fervor de la amorosa piedad cristiana: diríase, en cambio, que lo ha reavivado ícomo siempre reaviva la religión cristiana en las 
adversidades! Todo un pueblo ha acompañado procesionalmente la urna del Cuerpo Santo: una admirable aristocracia del valor, del 
sacrificio, del ardor patriótico la ha acompañado. En el pueblo que la precedía, era escaso el pasado, había pocos viejos, no eran muchos lo 
del presente: casi todo era el porvenir, había decenas y decenas de millares de jóvenes, los predilectos de don Bosco. Y todos le invocaban 
en alta voz ((341)) con un solo canto, que no era monótono, porque era la viva invocación de todos: 

«Don Bosco ritorna 

Fra i giovani ancor». (Don Bosco vuelve entre los jóvenes hoy.) 

Un exalumno francés que, para participar en la manifestación y encontrarse de nuevo en su oficina el lunes siguiente, debió pasar dos 
noches en el tren, dejó una tarjetita en la Dirección del Bulletin, en la que había escrito: «Habría dado diez años de mi vida por no faltar a 
tan entusiasta demostración en honor de don Bosco». 
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((342)
)


CAPITULO XVII 

OTRAS MANIFESTACIONES ESPECIALES 

A la apoteosis de Turín siguieron otras manifestaciones de menos importancia, pero no carentes de sentido. Después de la plena 
glorificación del Santo faltaban algunas partes, que llegaron a continuación desde Roma o que tuvieron lugar en Roma. Diremos algo de 
unas y otras en el presente capítulo. 

En Turín se celebró también la conmemoración civil de San Juan Bosco. Todo respondió perfectamente al fin propuesto: el lugar, las 
personas que intervinieron y el orador designado. 

En las afueras de la ciudad, cerca del río Estura, había que inaugurar un grandioso edificio, levantado para la formación del personal 
salesiano seglar, destinado a dirigir las escuelas de artes y oficios en los países de Misiones. Se trataba de las Escuelas, fruto de la 
generosidad del conde Eugenio Rebaudengo, que había querido honrar de este modo y perpetuar la memoria de su digna esposa, llamada 
recientemente por Dios a recibir el premio de sus cristianas virtudes. La inauguración de la insigne obra misionera ofrecía una propicia 
ocasión para tributar a don Bosco un homenaje civil. Don Pedro Ricaldone invitó a las más altas autoridades y personalidades de la ciudad 
las cuales accedieron con gusto a ello y asistieron al acto, el diez de abril por la tarde. Ondeaban al viento gallardetes, estandartes y 
confalones tricolores entre las banderas y escudos de los Estados, donde trabajan los hijos de don Bosco. Alegres notas ((343)) musicales 
recibían a los ilustres invitados, que subían al palco de honor o se situaban en los lugares reservados en el espacioso patio. Varios centenar 
de muchachos, pertenecientes a los colegios y oratorios salesianos, a las escuelas municipales y a otros centros escolares abarrotaban la 
amplia y larga terraza sobre los pórticos del edificio. Acompañada por el embajador De Vecchi, entró por último la Princesa María Adelai 
de Saboya-Génova, la cual tomó asiento entre los cardenales Fossati y Hlond. Ejecutóse el himno «Campanas festivas», un alumno aprend 
de sastre y aspirante misionero, leyó un saludo en honor de Su Alteza, de los Eminentísimos Cardenales, del Representante del Gobierno y 
de 
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todas las autoridades; y entregó luego a la Princesa un magnífico cestillo de rosas y violetas. Apareció después en el palco el orador oficia 
Era el senador Pedro Fedele, catedrático de Historia medieval y moderna en la Universidad de Roma, Ministro de Estado y exministro de 
Educación Nacional. 

Comenzó su discurso con la exaltación de Turín y del pueblo piamontés; recordó los contratiempos sufridos por la ciudad saboyana a 
través de los siglos; la floración de hombres santos, justamente enviados por la Providencia para acarrear adecuados remedios a los males 
que afligen nuestra tierra; la situación de la capital piamontesa a principios del ochocientos, aquella Turín que vieron y amaron S. José 
Cafasso, San José B. Cottolengo, San Juan Bosco. Y al llegar aquí, hizo revivir uno de los encuentros más significativos de Cottolengo y 
don Bosco, en el cual el Santo Fundador de la Pequeña Casa tuvo una clara y lucidísima visión de la obra que iniciaría el humilde sacerdo 
de I Becchi. 

-Don Bosco, díjole en aquella ocasión Cottolengo, tiene que ponerse una sotana más fuerte, para que los muchachos se le puedan colgar 
sin rompérsela, porque íun día serán muchos los que se le colgaran! 

íMaravillosa profecía! «La misión de don Bosco, prosiguió el orador, fue realmente la de educar cristiana y cívicamente a la juventud 
italiana y a la vez propagar la fe de Cristo en el mundo y con la fe, el nombre de Italia». 

((344)) A continuación el ministro Fedele examinó detalladamente la grandiosa Obra creada por el Santo. Describió con conmovedoras 
expresiones la primera conquista espiritual de don Bosco, la del pobre huérfano, recogido de la calle, el día de la Inmaculada de 1841, has 
llegar al 1846, cuando el Fundador de los Salesianos tenía ya en torno a sí más de cuatrocientos muchachos y podía disponer de una casa. 
Por fin, llegó al 1875, cuando partieron los diez primeros Salesianos misioneros hacia América. 

-íQuién sabe, había dicho don Bosco, si no será esto como una simiente de mostaza o de mijo, que se vaya extendiendo para hacer un gr 
bien! 

La realidad superó toda suerte de previsiones. Cuando él cerró los ojos, el año 1888, el granito había fructificado maravillosamente. Hoy 
es un árbol gigantesco, cuyas ramas hacen sombra por toda la tierra. «Ante tan prodigioso suceso, exclamó el orador, nosotros, pequeñitos 
mortales, inclinamos la frente pensativos y vemos en la Obra la mano de Dios». 
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Ilustró a continuación la benéfica actividad desplegada por el italianísimo Santo en el campo de la juventud. «Don Bosco, dijo, intuyó 
claramente lo que el gran Hombre de Estado que hoy rige los destinos de la Patria, está realizando, es decir, que el problema fundamental 
la vida nacional es sustancialmente un problema de educación». 

Después, tras haberse referido a cosas ya dichas por De Vecchi en el Capitolio colocando la figura de don Bosco en la perspectiva del 
Resurgimiento italiano, habló del sistema educativo del Santo. Y recordó, cómo, siendo él Ministro de Educación Nacional, había 
introducido en el programa de las escuelas de magisterio, entre las obras clásicas de pedagogía, el método del santo sacerdote de I Becchi, 
método inspirado únicamente en la pedagogía práctica, vivida, pero no escrita. Don Bosco se oponía al pedantismo intelectual de un siglo 
infecundo y luchó por la libertad cristiana del muchacho y por la escuela sincera mucho más y mejor que tantos pedagogos modernos. 
Porque él tiene un amplio concepto de la ((345)) libertad de los jóvenes, que no deben ser frenados por una disciplina rígida, austera, con l 
cual puede obtenerse ciertamente el silencio y la compostura exterior, pero que no favorece, sino que retrasa el desarrollo de las facultades 
espirituales. «Dése, escribe él, amplia libertad a los alumnos de saltar, correr y gritar a su gusto». Nada de poner barreras entre el maestro 
los alumnos, sino amor. «»Queréis ser amados? Amad», decía don Bosco. Ese es el gran principio que informa su método educativo: el 
amor. 

Recordó también el orador el encuentro del Papa Pío XI y don Bosco para pasar rápidamente a la exaltación del Santo, realizada el 
domingo de Pascua en Roma, y terminar diciendo: «Don Bosco es una gloria universal de la Iglesia; pero, como ha dicho el Papa, es 
singularmente una gloria de Italia. El Fascisno que honra al Dios de los ascetas, de los Santos y de los héroes, se inclina reverente y devoto 
ante don Bosco, que, después de la gloria en la Basílica Vaticana, recibió en presencia del Jefe de Gobierno los honores del triunfo en el 
Capitolio. Y vosotros, Turineses, elevad vuestros estandartes y vuestros gallardetes ante la urna del Santo piamontés, que ha hecho de Tur 
la capital de un imperio que se extiende hasta los confines de la tierra, a los que don Bosco ha llevado el reino de Cristo y el nombre de 
Italia». 

La viva atención del público, los repetidos aplausos y la ovación final demostraron lo mucho que el orador había sabido ganarse el 
consentimiento de todo el auditorio. Con muestras de universal simpatía fue saludado don Pedro Ricaldone, que se levantó para agradecer 
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atentamente a los personajes que habían honrado el acto con su presencia. Se pasó a continuación a la ceremonia de la inauguración. La 
Princesa, acompañada por los Cardenales y seguida por las Autoridades, se acercó a la escalinata, donde cortó la simbólica cinta, y visitó 
después los locales, mientras dos bandas de música se alternaban desarrollando un variado programa musical. Cuando salieron los invitado 
((346)) abriéronse las puertas a la multitud que esperaba fuera y se pudo visitar el Colegio hasta el anochecer. 

Dos días más tarde se celebraba el aniversario del comienzo del Oratorio, puesto que fue el 12 de abril de 1846, fiesta de Pascua, cuando 
don Bosco tomó posesión del cobertizo arrendado al señor Pinardi. Cuatro ceremonias distintas distinguieron el aniversario. La primera fu 
el homenaje rendido al Santo por los alumnos de las Escuelas Elementales y los muchachos de la Obra Nacional Balila. A las nueve de la 
mañana llegaron a la Plaza de María Auxiliadora grupos de niños y niñas guiados por sus maestros y maestras y por los organizadores. 
Pasaron de los diez mil. Oyeron la misa celebrada al aire libre por el obispo castrense Mons. Bartolomasi. Asistieron a ella el Rector Mayo 
con su Capítulo, el Ministro Fedele con su esposa, el Delegado provincial de Estudios, el Secretario Federal y otras Autoridades. A los pie 
del altar había cuatro muchachos del Assam (India), vestidos a la usanza de sus tierras; los había llevado a Roma y a Turín el entonces 
Prefecto Apostólico monseñor Mathias. El Obispo explicó durante la misa, el significado de aquella fiesta y les habló del gran amor que d 
Bosco tenía a la juventud. Ocho niños recibieron la primera comunión allí mismo. Era conmovedor contemplar la compostura de aquella 
turba juvenil. Durante el santo sacrificio se cantaron himnos litúrgicos y loas a don Bosco, bajo la dirección del excelente maestro Pachne 
que los había enseñado expresamente en varias escuelas de la ciudad. Al final, entraron en la iglesia autoridades y alumnos y desfilaron po 
delante del altar del Santo, donde recibieron un piadoso recuerdo de la función. 

Inmediatamente después se trasladaron las mismas autoridades al patio del primer Oratorio festivo de don Bosco, donde esperaba otra 
turba de muchachos y muchos Cooperadores y Cooperadoras. Había que bendecir y colocar allí la primera piedra del nuevo amplio edifici 
hoy dedicado a las obras oratorianas. El cardenal Hlond, acompañado por monseñor Bartolomasi y varios Prelados salesianos, ocupó la 
tribuna. ((347)) Después de cantar el himno «Campanas festivas», comenzó el acto. Leyó un saludo un muchacho del Oratorio festivo y el 
Obispo Castrense exaltó la Obra de don Bosco y su método educativo. 
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Dijo entre otras cosas: «Hoy finalmente se ha comprendido el método de don Bosco; se pretende que la educación nacional no sea 
únicamente física, disciplinar, militar, patriótica, sino también moral y religiosa. En estos puntos de un magnífico programa, siento palpita 
el alma de don Bosco. Y si soy un activo colaborador del Gobierno Fascista, soy también desde hace muchos años, y me glorío de ello, un 
cooperador de don Bosco». Su Eminencia recitó al final las preces rituales para la bendición. Se introdujo y selló en la piedra un tubo de 
cristal con un pergamino lleno de firmas y unas medallas y monedas, e inmediatamente fue colocada en su lugar. Don Pedro Ricaldone cer 
el acto con unas palabras de ocasión. 

Ya hemos narrado en el decimosexto volumen de estas Memorias Biográficas cómo en el año 1883 el futuro Papa Pío XI visitó el Orato 
y gozó durante dos días de la amable hospitalidad de don Bosco. El refectorio, en el que el joven sacerdote lombardo sentóse entonces a la 
mesa con don Bosco, se correspondía exactamente con el espacio del famoso cobertizo, transformado años antes en una pobre capilla y 
convertido hoy de nuevo en una agradable iglesita, que conserva el nombre del antiguo propietario. En aquel día de recuerdos, quiso don 
Pedro Ricaldone que se inaugurase en ella una lápida, que marcase en mármol el recuerdo de la histórica visita. Fue descubierta por el 
Cardenal salesiano, en presencia de los Superiores, los alumnos internos y un selecto grupo de amigos. Sobre el epígrafe se destacaba la 
semblanza de Pío XI, cuyos rasgos graves y paternales había reproducido al vivo el escultor Fait. Don Fidel Giraudi leyó en alta voz la 
inscripción, que tiene forma narrativa y dice así: «Su Santidad el Papa Pío XI, el año 1883, siendo novel sacerdote, sentóse ((348)) aquí a 
mesa de don Juan Bosco y, mientras tenía ocasión de alimentar el cuerpo, nutría y deleitaba el espíritu con las palabras y ejemplos de Aqu 
a quien un día, con gran alegría de su corazón de Vicario de Cristo, debería elevar al honor de los altares declarándole Beato el 2 de junio 
1929 y glorificándole con la aureola de los Santos el 1.° de abril de 1934, Pascua de Resurrección». A continuación, y en los soportales, 
subió don Pedro Ricaldone a la pequeña plataforma, en forma de púlpito, situada en el mismo lugar desde donde don Bosco había dirigido 
tantas veces la platiquita de las «buenas noches», a todos los moradores de la casa, y evocó aquellos lejanos recuerdos y explicó el 
significado de la ceremonia realizada poco antes, enumerando los beneficios de los Sumos Pontífices Pío IX, León XIII, Pío X, Benedicto 
XV, Pío XI y entreteniéndose en contar los honores tributados al Santo Fundador y los favores prodigados a la 
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familia salesiana por el «Papa de don Bosco». Recordó las palabras que don Bosco moribundo dejó como herencia a sus hijos, 
encargándoles devoción, afecto y fidelidad al Vicario de Jesucristo. Por último leyó un telegrama que acababa de recibir. Era la respuesta 
mensaje enviado al Papa el domingo anterior, después del triunfo del Santo. Decía en él, en nombre del Pontífice, el cardenal Pacelli: 
«Informado con paternal complacencia homenaje gran familia salesiana, jubilosa con razón por solemnes festejos a su Fundador San Juan 
Bosco, Augusto Pontífice envía cordialmente bendición implorada, presagiando feliz, desde la suprema exaltación del insigne bienhechor 
juventud, nuevas glorias a su benemérito Instituto, nuevo incremento a su actividad servicio familia cristiana». 

Apenas había acabado la ceremonia de homenaje al Papa, cuando las campanas de María Auxiliadora invitaban a los fieles a otra 
ceremonia muy interesante: la colocación de la primera piedra del altar a San Juan Bosco. La iglesia que había visto en aquellos días tanta 
autoridades eclesiásticas, civiles y militares y tantísima gente del pueblo, se encontraba ((349)) abarrotada de un público multiforme, desd 
el más humilde obrero hasta el más alto magistrado. En la capilla de San Pedro, donde estaba expuesta la urna del Santo, se elevaba un 
gigantesco trípode cubierto de terciopelo carmesí, en cuyo centro pendía, sostenido por cadenas, un grueso cubo de mármol con una cruz 
grabada en todas sus caras. Después del canto solemne del Magnificat subió al púlpito el Obispo de Parma, Mons. Colli, natural de las 
tierras del Santo. Su alocución, transmitida por los altavoces a la multitud que llenaba la plaza y los patios, estuvo tan bien concebida y 
expresada, que merece ser transcrita totalmente. 

Bendecida por Dios, con los besos cariñosos de sus hijos, y el reconocimiento de Italia, de la Iglesia y de todo el mundo, baja a la tierra 
esta piedra, que es una piedra miliar en la vía del imperio y de los triunfos de don Bosco; una piedra remate de un gran pasado y principio 
un gran porvenir; una piedra que ensambla el altar de don Bosco con la Basílica de María Auxiliadora y ensancha su espacio a la 
Auxiliadora que siempre apoyó a don Bosco y a la Auxiliadora cuyo culto siempre ensanchó. 

Baja esta piedra a la profundidad de la tierra para que pueda ensancharse el edificio, como trabajó don Bosco siempre en profundidad y 
por eso alcanzó su Obra una extensión mundial; desciende esta piedra buscando la roca viva, que es Pedro y que es Cristo, como siempre 
estuvo unida la Obra Salesiana a Cristo y a Pedro. 

Hace noventa años, presentaba María a don Bosco la futura Basílica en este mismo lugar, en un sueño profético, y le decía: -He aquí mi 
casa; de aquí saldrá mi gloria. -Hoy toma de nuevo la palabra María y le dice al nuevo Santo: -He aquí también tu casa; de aquí saldrá 
también tu gloria. 

«Cada una de las piedras de esta Basílica -dijo un día don Bosco-es una 
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gracia»; la piedra que nosotros colocamos hoy es un poema de gracias, es un canto de agradecimiento y de amor. 

Esta piedra canta la sonrisa de María a don Bosco, el amor de cinco grandes ntífices, la devoción de millares de Obispos y la admiración 
de los caudillos de los pueblos. 

Canta, en nombre de don Bosco, la inocencia de muchos niños, la pureza entusiasta y laboriosa de millones de jóvenes, el trabajo ruidos 
de muchos talleres, la oración de muchos corazones, las esperanzas de muchas familias, el consuelo de muchos afligidos, la resignación de 
muchos leprosos, la civilización de pueblos enteros, el reconocimiento de muchas naciones, el sufrimiento ((350)) apostólico de muchos 
misioneros; canta el esplendor de dos púrpuras romanas, el sacrificio de dos mártires, la floración de muchos Santos. 

Y seguirán cantando -el altar y la Basílica ampliada-las glorias cada vez mayores del Santo que fue, en nuestros tiempos, el más italian 
el más internacional; del Santo que tuvo calidad piamontesa, genialidad italiana y corazón universal; del Santo, cuya vida fue un milagro y 
es un romance, en cuya Obra parece natural lo sobrenatural; del Santo, que renovó en el siglo XIX las florecillas de San Francisco y adivin 
el porvenir; que fue intrépido y prudente; que fue Sacerdote en los despachos de los Ministros y se sintió italiano en el altar de Dios; que n 
tuvo más política que la del Pater noster y fue consultado por Príncipes; que tuvo las delicadezas de una madre y la voluntad invencible de 
un general; que supo hacerse amar y hacerse obedecer; que educó con la religión y persuadió con la razón; que enseñó a sus muchachos a 
creer en Dios y amar a la Patria, a mirar al cielo y hacer florecer la tierra, a cantar rezando y a rezar trabajando; que los educó en la escuela 
en el juego, en la iglesia y en el teatro, con el deporte y con el examen de conciencia; que los acostumbró a unir el Ejercicio de la Buena 
Muerte en la capilla con la fiesta en el comedor; que fundó una Sociedad, la más alegre y la más sacrificada; del Santo, que fue, como el 
Evangelio, pequeño con los pequeños y grande con los grandes; que publicó con la misma fe la primera Colección de nuestros Clásicos y l 
folletos más populares; que escribió con el mismo corazón la Historia Sagrada del pueblo elegido y la Historia de nuestra Italia; que fue 
huérfano y se convirtió en padre de los huérfanos; que no tuvo pan y dio pan para todos; que fue, un día, muchacho sin techo y dio albergu 
a todos los muchachos; que halló dificultad para tener un maestro y abrió escuelas sin fin; que fue aprendiz y forjó generaciones de 
artesanos; del Santo que, como un nuevo San Benito, no sólo bautizó a los viejos bárbaros de las Pampas, sino a muchos nuevos bárbaros 
civilizados de Europa. 

Y cantarán durante siglos -este Altar y esta Basílica-las glorias del Santo que fue más para su tiempo que de su tiempo; que sintió las 
necesidades de su siglo y no tuvo sus defectos; que intuyó los peligros y previno los males; que, entre las incipientes luchas del trabajo, 
conservó en sus Colegios -con estudiantes y artesanos-el fuego sagrado de la colaboración de clases; que en la época de los Derechos del 
Hombre, enseñó el amor de Dios; que sintió los latidos de la primavera de Italia, experimentó las ansias de su independencia, pero tuvo 
siempre fe en su primado espiritual; del Santo que, desde la tarde del 20 de septiembre de 1870, llevó en el corazón la Conciliación entre l 
Iglesia y el Estado y que, desde 1871, inició con Juan Lanza las gestiones que alcanzaron su triunfo en el gran corazón de un gran Pontífic 
en el genio titánico de un gran Duce. 

Y cantarán todavía por los siglos la grandeza de este Santo ((351)) «por el que Italia -como dijo Francisco Crispi-nunca hará bastante»; 
del Santo de quien Pío XI se 
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proclama «entusiasta admirador»; del Santo, a quien el Gobierno Nacional -primer caso en la historia-decretaba, después de la apoteosis 
Vaticano, el triunfo romano en el Capitolio. 

íLevántese, pues, este altar! 

Sobre él habrá nuevos apóstoles Salesianos tamquam lapides vivi superaedificabuntur (I Petr. II, 5). 

En este altar, que será para los Hijos de don Bosco el hogar paterno, donde encenderán la llama de la fe y de la civilización, que, -como 
embajadores de Cristo y miembros de la quizá más auténtica Sociedad de las Naciones-seguirán llevando a las más lejanas fronteras del 
mundo. 

íLevántese el nuevo altar y agrándese la hermosa Basílica! 

Desde estos lugares de oración, desde estas escuelas de fe y de sacrificio, desde estos sanatorios de las almas, desde estos faros de carida 
que tanto necesita la atormentada humanidad moderna, con más hambre de Dios que de pan, con más necesidad de Santos que de guerrero 

El día de la canonización de don Bosco escribía una periódico italiano que «en el momento de la proclamación del nuevo Santo hubo 
hombres a quienes se les vio en San Pedro abrazarse ante la necesidad de llorar». 

Aquel abrazo y aquel llanto son todo un síntoma y a la vez un presagio. 

Es el sueño de I Becchi que sigue realizándose: son otros animales feroces que se convierten en corderos; es el sistema de don Bosco y s 
espíritu que traspasa los confines de las Casas Salesianas y se difunde por el mundo para renovar, con el mejor de los estilos, las mismas 
conquistas, los mismos triunfos; las conquistas del bien, los triunfos de Cristo. 

íQue el Señor nos lo otorgue y nos lo obtenga San Juan Bosco! íEsta es la oración sobre la cual fundamos el altar! 

Mientras la orquesta ejecutaba el Exultate Deo de Pagella, las personas más ilustres de los presentes firmaron el pergamino, que, despué 
de leído por don Fidel Giraudi al público, se colocó en su lugar. 
El bloque de mármol bendecido ritualmente por el cardenal Fossati y cubierto con la primera paletada de cal, fue bajado despacito esperan 
que la piedad y la generosidad de los fieles permitieran realizar los planos de las obras que abarcaban no sólo la construcción del 
monumental altar, sino también la ampliación y decoración de toda la basílica. El Te Deum de acción de gracias y la bendición eucarística 
marcaron la clausura oficial de las fiestas. 

((352)) Pero con la clausura de las fiestas no acabaron en aquel mes de abril las manifestaciones. Nos referimos a las promovidas 
directamente desde Turín. 

Cumplíase el siglo de cuando Juan Bosco, estudiante de bachillerato en Chieri, se había instalado en el «Café Pianta», donde pasó su vid 
durante los dos años de sus cuarto y quinto curso, dividiendo su tiempo entre los servicios de mocito de café y los estudios. No le espantab 
los sacrificios de atender a los clientes, dormir en un tabuco 
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debajo de la escalera y a veces pasar hambre, porque así tenía la posibilidad de asistir a clase, comprarse libros y resolver las más 
apremiantes necesidades. Estando allí, fue cuando algunos de sus condiscípulos, enterados de su penuria y compadecidos del amigo, le 
llevaban algo de lo poco que podían, para suplir de cuando en cuando la escasez de su manutención. Ha llegado hasta nosotros 
especialmente el nombre de José Blanchard, hijo de una vendedora de frutas, el cual más a menudo que los otros, y con permiso de su 
madre, le llevaba algo con que aplacar el hambre. Pues bien, aquel café todavía existe y vive todavía el hijo de aquel Blanchard, a quien do 
Bosco manifestó su imborrable agradecimiento hasta los últimos días de su vida 1. Pareció, por tanto, oportuno consagrar con un recuerdo 
estable la memoria de su estancia en un lugar, testimonio de tan heroicas virtudes. Pagaron los gastos los señores Caredda, colocando en la 
casa una lápida que fue bendecida el día veintidós, por el Arcipreste de Chieri, en presencia de todos los Superiores del Oratorio. Don Ped 
Ricaldone ilustró, ante los vecinos que acudieron, el contenido de la inscripción, que decía: «En esta casa -en el 1834-Juan Bosco 
estudiante -obligado por las duras necesidades de la vida-trabajó como modesto mozo de café -en el establecimiento de José Pianta.-Aqu 
-su compañero José Blanchard-admirando sus virtudes -tuvo compasión de su miseria. Juan Bosco sacerdote -y fundador de la Sociedad 
Salesiana-((353)) le guardó profundo agradecimiento. En el año de la canonización -y del centenario de la gran caridad-para ejemplo de l 
juventud de Chieri, los Cooperadores Salesianos -y los admiradores de San Juan Bosco-colocaron esta lápida-.22 de abril de 1934». 

Desde allí, Superiores, Salesianos y Cooperadores se trasladaron corriendo a I Becchi. Allí estaban reunidas muchas madres de sacerdot 
y de clérigos. El Consejo Diocesano de Señoras de Acción Católica las había llevado en peregrinación a la casita de don Bosco para 
conmemorar a la que había plasmado el corazón de un hijo destinado a brillar en el cielo de la Iglesia como espléndido astro de santidad 
sacerdotal. Convenía, como más tarde dijo la que tejió los elogios de Mamá Margarita, que las madres cristianas glorificaran a aquella mad 
que, sin conocer el abecé, sabía de memoria todo el catecismo y se lo había enseñado a sus hijos con la palabra y el ejemplo, colaborando 
la formación de un Santo. Se descubrió una lápida mural en la rústica pared de la casa, con el retrato de Mamá Margarita. Don Pedro 

1 Memorias Biográficas, vol. I, pág. 242. 
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Ricaldone la bendijo; a continuación la maestra turinesa Herminia Vanzaghi-Brunetti subió los escalones de la vieja escalerita de madera, 
arrimada a la pared, que conduce a la habitación donde nació don Bosco y que tantas veces había crujido bajo los pies de su madre. Desde 
último escalón se volvió y dirigió unas hermosas palabras a las madres presentes y para las madres lejanas. En aquel lugar florecieron, llen 
de vida y de color, recuerdos de episodios y conversaciones, cuya memoria parecía conservada entre aquellas paredes desnudas que los 
repetían como un eco lejano. La emoción arrancó muchas veces las lágrimas a los oyentes, y no solamente a ellas. 

Mientras tanto habían comenzado los así llamados triduos litúrgicos. Estos triduos se pueden celebrar dentro de la fecha de una 
canonización en todas las diócesis del mundo, previa petición de los respectivos Ordinarios a la Sagrada Congregación de Ritos. Los 
Boletines salesianos de las distintas lenguas publicaron ((354)) durante varios meses seguidos muchas relaciones de los más importantes. N 
hubo en Italia, por así decir, una parroquia ni una diócesis en el mundo católico, donde no se celebrasen tales triduos. Es increíble, no 
solamente el fervor popular que los acompañaba, sino también la abundancia de frutos espirituales que producían. Las predicaciones, 
conferencias, discursos de hombres muy calificados, las procesiones, intervenciones de Obispos y de autoridades civiles, artículos de 
periódicos y revistas, las publicaciones extraordinarias que se hicieron, produjeron verdaderas renovaciones de vida cristiana con centenar 
y millares de comuniones. La resonancia del nombre de don Bosco sacudió también al mundo intelectual, de tal modo que hubo escritores 
famosos en diversas naciones que escribieron abundantemente sobre el Hombre y sus obras; hasta en checo y en árabe aparecieron 
abundantes biografías del Santo. 

En Italia sobresalió la capital lombarda. Dejando de lado toda una serie de manifestaciones aisladas, nos referiremos a dos muy 
importantes. La noche del veinticinco de abril, la flor y nata de Milán abarrotó, como nunca, el salón principal del Conservatorio, para asis 
a la conmemoración de don Bosco, hecha por Carlos Delcroix, gran mutilado de guerra, diputado en el Parlamento y Presidente de la 
Asociación Nacional de Mutilados. Había perdido en el frente los dos ojos y ambos antebrazos; pero conservaba la inteligencia llena de vi 
y un espíritu elevadísimo. En presencia del Conde de Turín, de las primeras autoridades y de varios Obispos ensalzó al Santo con un afect 
que palpitaba en toda su persona y con una fuerza de persuasión 
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que cautivaba a los oyentes. Su condición de exalumno de los Salesianos le sugirió un exordio de muchísimo efecto. Toda Italia oyó por 
radio su discurso: en el Oratorio de Turín se conmovieron hasta entusiasmarse Superiores y alumnos. Tan singular documento no debe 
perderse. 

Mis palabras quieren ser ante todo, un acto de reconocimiento. 

En mi primera infancia frecuenté asiduamente el viejo oratorio salesiano de la calle San Andrés en Livorno y más tarde fui alumno del 
((355)) colegio de la Inmaculada en Florencia: eso confiere a mis palabras el valor de un testimonio y el significado de una acción de 
gracias. 

Fue entonces cuando cayó en mi alma una simiente que debía dar fruto más tarde, cuando pasó la ventolera de la muerte y quedó mi 
camino en una imprevista oscuridad; si no caí, si no me perdí, es porque había en mí un punto firme y una pista segura. 

Nada había podido iluminar y exaltar mi tristeza, si no hubiese vuelto la fe con mi visión de niño, cuando, sin saberlo, había conseguido 
fuerza que habría necesitado en la adversidad. Aún ahora, si me pregunto desde qué honduras han subido hasta mí ciertas voces, me parece 
volver a oír los gritos y los cánticos de cuando jugaba y rezaba con la misma inocencia, con la misma felicidad. En aquella escuela había 
aprendido las verdades que serían olvidadas, pero no canceladas, por la violencia de la juventud. 

La primavera y la juventud son estaciones peligrosas en las que se deciden las suertes del campo y de la vida: por eso este Santo que hab 
abierto tantos caminos a su piedad y ya se había encontrado con los presos y los enfermos, eligió a los muchachos más necesitados porque 
corrían más peligro. Se dio cuenta de que su obra era necesaria y que sería más fecunda entre los jóvenes a los cuales pertenecía el porveni 

Por lo demás, aquélla había sido desde el principio su vocación y, si por un momento pensó en tomar el hábito de San Francisco, fue por 
amor a la pobreza, que también habría encontrado en medio del pueblo. En efecto, la representación anticipada del oratorio salesiano hay 
que buscarla en las reuniones que Juanito promovía en la pradera de delante de su casa durante los días festivos, entreteniendo a los 
chiquillos con toda clase de juegos para invitarles a rezar las oraciones y cantar. En aquellos principios estaban encerradas todas las fórmu 
y normas de la obra hoy conocida con su nombre por todo el mundo; en aquel muchacho, que repetía los sermones oídos en la iglesia y los 
juegos vistos en la feria, pueden descubrirse los trazos y las disposiciones del Santo. 

Verdaderamente siguió siendo un niño hasta el último momento y supo ser el compañero de todos sus discípulos: y aquí está seguramen 
el elemento personal, por no decir el secreto de la obra de don Bosco. 

El alma humana es más sencilla que todo lo que podrían hacer creer la curiosidad malsana y las fantasías tendenciosas de sus predispues 
investigadores: sus exigencias son siempre ésas y quien se limita a entenderlas y satisfacerlas, sin quererlas complicar y encolerizar, está 
seguro de penetrar en ellas. Don Bosco lo sabía y llegaba a las almas por el camino real de los sentimientos y las necesidades elementales; 
método era tan sencillo que declaraba no tenerlo, y no ha dejado ningún texto, a 
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diferencia de muchos compiladores de doctrinas y fundadores de escuelas que permanecieron ajenos al corazón de la juventud. Su acción 
puede resumirse en estos principios: ((356)) divertir para instruir y asistir para educar: estimular el interés para fijar la atención, cubrir las 
necesidades de la vida para recordar las promesas eternas y serenar la mente por todos los medios para dejar libre el corazón, porque la 
juventud debe estar alegre ante todo. Don Bosco sabía que estar alegres es la condición más que el modo de servir a Dios; ya siendo 
estudiante en Chieri, fundó la sociedad de la alegría, con la intuición de que, singularmente en los jóvenes, la tristeza es casi siempre fruto 
los malos pensamientos. El quiso que en su escuela reinase soberanamente la alegría que hace descansar la mente y la dispone para estudia 
y libera el corazón preparándolo para la oración, porque de la felicidad nace la gratitud, que es el principio del amor, lo mismo que la 
esperanza es la sustancia de la fe. 

El demostró que el maestro no solamente debe enseñar y vigilar, sino compartir la vida de los muchachos, mezclándose en sus juegos, en 
sus conversaciones, lo cual facilita la función sin comprometer el prestigio. El que entra en una casa de don Bosco a la hora del recreo, 
queda sorprendido al contemplar a los religiosos jugando con los muchachos y observar que reina una alegría total, porque allí nadie se 
considera forastero. 

Hace días, andaba yo por una calle silenciosa de Roma y pensaba en el Santo y en su obra, cuando me sorprendió un alegre vocear, en el 
que me pareció reconocer el griterío que se extendía por todas las calles que rodeaban el viejo oratorio de San Andrés. Pasaba junto a un 
huerto cerrado entre las casas y enseguida me di cuenta de que no eran niños, sino pájaros que atestaban los árboles hasta la punta y 
saludaban a coro al sol poniente. Sin buscarlo, había encontrado a quién comparar la alegría de los hijos del pueblo en las casas que el San 
ha construido para ellos. 

Fue precisamente la ruidosa alegría de sus muchachos la causa de que don Bosco encontrase tantas dificultades para lograr un lugar fijo 
su primitivo oratorio, porque no pueden soportar el ruido de una fiesta los que no participan en ella; y así le tocó pasar sucesivamente desd 
la Residencia Sacerdotal de S. Francisco al hospitalillo de Santa Filomena, desde la Capilla de San Martín, junto al Dora, hasta la iglesia d 
San Pedro ad Víncula al lado del cementerio y volver a plantar por algún tiempo su mística tienda en medio de un prado, antes de 
establecerse en aquel cobertizo de Valdocco donde podía oír en sueños: «Esta es mi casa, de aquí saldrá mi gloria». 

Era la Pascua del año 1846 y el joven sacerdote soñaba la gloria que es atributo de Dios: pero en su humildad no podía pensar que en la 
Pascua del año 1934 habría alcanzado en Roma la gloria de los Santos, y que su urna habría sido seguida por un cortejo de príncipes y 
pueblo por las mismas calles de la ciudad de Turín, donde él pasaba en medio de los muchachos, incomprendido por muchos y burlado po 
otros. 

Porque su idea dominante fue tenida por locura y se dudó de su sano juicio, mientras él no hacía nada que pudiera confirmar la sospecha 
En vano se buscaría en su vida uno de esos momentos de violencia mística, uno de esos gestos de divina locura atribuidos ((357)) a otros 
santos. En él todo resulta sencillo y llano: le mueve el amor, sin agitarlo, y le ilumina la fe sin inflamarlo, pero su amor es inagotable y su 
absoluta. Para esta fe no hay nada más fácil que el imposible, nada más natural que lo maravilloso y su vida fue un continuo sucederse de 
sueños. Rezaba en sus iglesias y vivía en sus casas, antes de haberlas construido, porque las había visto en sueños y continuaba viéndolas, 
más aún, creyendo en ellas. 

Poseía y practicaba en grado heroico todas las virtudes, pero sin demostrarlo y 
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casi sin darse cuenta de ello; sabía que la vida es algo muy serio y que puede ser algo grande, sin necesidad de dramatizarla. Se encontró c 
adversidades, conoció amarguras y sufrió atentados, pero no se consideró nunca una víctima, ni tomó los aires de un héroe: cuando estuvo 
peligro le guardó y le salvó un pobre perro gris, porque en su vida todo debía ser sencillo y creíble. 

Cada edad ha tenido los Santos que necesitaba: y así se suceden en la Iglesia los místicos y los guerreros, los Santos de la meditación y l 
oración, de la penitencia y del éxtasis, de la doctrina y de la acción. El es el Santo de la vida vivida en la multiplicidad y en la actualidad d 
sus aspectos y sus necesidades: es el Santo de nuestro tiempo, mudo en su pena y oscuro en su grandeza; es el Santo de nuestro pueblo 
seguro en la fe y tranquilo en sus obras. 

Don Bosco emprendía la construcción de sus iglesias y sus casas, cuando apenas si tenía el suelo, porque era un campesino y sabía que l 
cosecha está en las manos de la Providencia y todo está por sembrar, es decir, por cumplir un acto de fe. Hizo sencillamente las cosas más 
extraordinarias: con la misma naturalidad iba a curar leprosos en el lazareto de San Donato, que a predicar contra los herejes en la iglesia d 
Viarigi; con la misma familiaridad se entretenía con los presos, que hablaba con los niños. En todo era hijo de este pueblo para el cual la 
guerra ha sido una faena como las demás y todavía hoy habla de ella como si hubiera ido a un trabajo más lejano; de este pueblo que no 
poseía nada, que apenas si tenía la tierra donde caerse muerto y se comportaba como si llevara la victoria en la mano. Sus dotes de intuició 
practicidad, laboriosidad y prudencia son las típicas de nuestra gente más genuina, que es la del campo. Campesino es su gusto por las 
fiestas colectivas que se llaman «sagre» (función, feria) y en las que el pueblo se reúne para proveerse a la vez de las cosas del mundo y de 
las de Dios. Había aprendido sobre todo de su gente el respeto al tiempo, que es sagrado, que no puede perderse sin pecar y por esto pudo 
hacer tantas cosas para las que parece increíble le haya bastado una vida. 

La Iglesia, en el proceso para la canonización, ha examinado algunos de sus milagros de curaciones obtenidas por encima de toda 
explicación y esperanza; pero el milagro vivo y perenne es su propia obra, que se ha extendido por todo el mundo con una rapidez y una 
fecundidad que no tienen explicación a base de suerte únicamente y tampoco de virtud. En ellas está ((358)) la mano de Dios. En el oscuro 
cobertizo donde el Obispo hubo de quitarse la mitra para poder estar de pie, levantó un templo para muchísimos fieles; la pobre casa dond 
recogió a los primeros muchachos se convirtió, a la vista de todos, en ciudad del estudio y la oración, de donde partían sus hijos hacia todo 
los caminos de la tierra. Hoy se cuentan sus iglesias por centenares y por millares sus casas y todas han sido construidas por su voluntad, 
todas iluminadas por su fe. Porque el Santo vive y actúa como antes, más que antes, y rara vez se vio una Orden que conservara con tanta 
fidelidad y prosiguiera con tanta suerte el espíritu y la misión del fundador. 

Está cubierto de significados y de advertencias el hecho de que se haya realizado este milagro y se repite cotidianamente en una edad tan 
progresista que se avergüenza de la fe y tan refinada que se complace en la superstición, en una edad que tiene miedo de todo y no cree en 
nada. Evidentemente hay fuerzas que no se conocen y valores que se han olvidado, cuando un pobre sacerdote ha podido crear esta obra 
inmensa, que no se compone solamente de casas construidas, sino de almas inspiradas; y es precisamente este renovarse y extenderse de 
vocaciones y entregas lo que hace pensar. 

Nuestro Santo invita a meditar, no sólo por el tiempo en que vivió y trabajó, sino 
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también por la tierra en la que nació, puesto que vino al mundo en un caserío de Castelnuovo de Asti, tierra clásica de ese Piamonte, que e 
sagrado para la nueva historia, como fue cuna de reyes y mansión de las armas que debían resolver lo prometido y cumplir el destino de la 
unidad. 

Lo mismo que el Renacimiento fue un fenómeno preponderantemente toscano, el Resurgimiento ha sido un fenómeno preponderanteme 
piamontés y uno y otro debían ir a parar por necesidad a Roma. En un momento dado, nacieron dentro de los confines del antiguo Reino 
Sardo los hombres necesarios y destinados a la empresa: el rey sacrificado y el rey victorioso, el pensador y el animador, el político y el 
guerrero, todos se encontraron juntos donde les había precedido el poeta. En aquella misma tierra, al mismo tiempo y en otro plano, 
necesariamente en la oscuridad y olvidadas hasta hoy, se adelantaron tres figuras de sacerdotes, dos de los cuales ya son Santos y el otro 
Beato. 

Hay que subrayar que los tres eran sacerdotes; porque las grandes Ordenes religiosas, también cuando ejercen su propio ministerio en 
medio del pueblo, están exclusivamente entregadas a la fe, mientras la misión del clero es religiosa y civil y eso es a un mismo tiempo la 
milicia de la Iglesia y una jerarquía del Estado. Los tres desenvolvieron una actividad de porte social y en cierto sentido político, 
contribuyendo indirectamente, pero eficazmente, a la obra del Resurgimiento. 

Esos tres fueron el canónigo Cottolengo, siervo de la pobreza; don José Cafasso, maestro del sacerdocio; Don Bosco, apóstol de la 
juventud. 

((359)) El primero se entregó a recoger desdichados y desamparados, enseñando que no puede abandonarse ninguna fuerza ni debe darse 
por perdida alma alguna para esta vida y para la otra; demostrando que el pueblo es amado hasta en el horror de sus llagas y asistido hasta 
el fondo de sus abyecciones. 

El segundo se dedicó a la formación del clero en el que habían aparecido entonces infiltraciones jansenistas y jacobinas; con el nombre d 
rigorismo y regalismo habían penetrado procedentes de Francia falsas doctrinas que amenazaban la verdad de la fe y la disciplina de la 
Iglesia en aquella tierra que continuamente se vio expuesta a las asechazas de las herejías y a la violencia de las invasiones, y era necesario 
que, en el contraste entre el Estado y la Iglesia, no sucumbiese la religión. 

Don Bosco, el último, puede considerarse como su discípulo y en cierto modo asumió sus oficios y virtudes, desarrollando una acción de 
la que no sabemos qué admirar más, si su valor religioso o su valor social. 

Gioberti había señalado claramente las tres necesidades de nuestra época: predominio del pensamiento; autonomía de la Nación; liberaci 
de la plebe. El Santo se dedicó a la liberación de la plebe, cuyas necesidades y dolores sabía, pero fue irresistiblemente ganado por los 
muchachos, entendiendo que en la juventud debían apoyarse las nuevas fortunas de la fe y de la Nación. Y, cuando tras los aprendices 
entraron en sus casas los estudiantes, tampoco escapó del pueblo al que en el fondo pertenece la burguesía pobre del campo y de la ciudad 
pueden atestiguar la eficacia de su acción los innumerables hijos del pueblo que, sin él, habrían seguido en la ignorancia y en la oscuridad 
cuando el Estado no tenía voluntad ni los medios adecuados para su misión. 

Don Bosco pensó en hacer italianos cuando no se había hecho todavía Italia y por esto, después de haber sido exaltado como Santo, fue 
honrado como ciudadano en el monte sagrado de Roma. 

Pero sería una equivocación querer ver en él un sacerdote de tipo patriótico: es verdad que la vigilia del 1848 hizo que sus muchachos 
realizaran ejercicios militares 
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y que en sus oratorios se rezaba por la vida y la victoria del Rey, de quien fue súbdito fiel; pero él estaba completamente absorbido en su 
misión y se le considera por encima de todo como un siervo de la Iglesia, un ministro de Dios. 

En el contraste entre la Iglesia y el Estado no tenía alternativa; sino que en este tema fue uno de los que no contribuyeron a agravar la 
discordia, más aún, se ingenió eficazmente para atenuarla en el momento de la más grave tensión, convirtiéndose en honrado mediador ent 
la Curia y el Gobierno. 

El conflicto entre la Iglesia y el Estado era inevitable, porque nuestra unidad debía cumplirse en Roma, pero debía hacerse enseguida com 
una necesidad y no como un pretexto buscado para atacar aquella ((360)) fe que constituía en el pueblo un fundamento de la unidad que se 
quería conseguir. Hoy, cuando el tiempo ha calmado las pasiones y restablecido los valores, debemos admitir que, por una y otra parte; se 
envenenó la cuestión más de lo debido y hasta podemos afirmar que no eran los de ingenio más alto los que se esforzaron por hacer 
definitiva una discordia necesaria, pero superable, y tan superable que se logró en cuanto la Nación tuvo conciencia de su fuerza y su 
destino. 

Don Bosco contribuyó más de lo que pueda imaginarse a evitar lo irreparable y no sólo auguró la conciliación, sino que la predijo con un 
poder adivinador que hace creer en la profecía. 

Desde Dante, todas las personas eminentes condenaron la superposición de los dos poderes, pero igualmente suplicaron que se alejase la 
contienda. La historia demuestra que nuestro pueblo fue grande y poderoso, aunque dividido, mientras la fe fue viva y sincera, mientras su 
vida religiosa y su vida civil se desarrollaron en fecunda armonía; entonces surgieron a la par los soberbios palacios y las sublimes catedra 
que ilustran nuestras ciudades, las cuales, en el esplendor de las armas y las artes, en la riqueza de las industrias y del comercio tenía cada 
una la fuerza de crear el Estado y el valor de soñar el Imperio. 

Cuando se oscurece la fe y Roma decae, empiezan nuestra esclavitud y nuestra miseria: los tres últimos siglos fueron los más tristes y 
oscuros de nuestra historia, porque la Iglesia, asechada en su verdad y amenazada en su conjunto, se cierra en sí misma apartándose de tod 
lo que primeramente había impulsado y ayudado, mientras por otra parte se pierde el sentido de lo divino que es igualmente necesario en l 
vida de los individuos y en la política de los Estados. Gioberti está en lo cierto cuando señala en el progresivo recíproco apartarse de la 
política y de la religión la causa principal de nuestra debilidad, de nuestra enfermedad. La protesta, que fue una rebelión en Roma, no podí 
venir más que de un pueblo que nunca fue conquistado por las armas y que por demasiado poco tiempo estuvo sometido a la fe de Roma. 
Pero nosotros no podemos, sin renegar y atacarnos a nosotros mismos, desterrar de nuestra vida y mucho menos cancelar en nuestra histor 
esa religión que es católica por ser romana; por eso, los que pretendieron ignorarla se equivocaron lo mismo que los que quisieron 
suprimirla. 

El Duce ha hecho muchas cosas grandes: ha sacado al pueblo de la oscuridad y a la tierra del cenagal; ha creado institutos y fundado 
ciudades; ha extendido nuestro dominio y renovado nuestro poder; pero hasta aquí su más alta inspiración y su más grande obra ha sido la 
conciliación. Este ha sido el suceso nuevo de nuestra época, el fruto maduro de una y otra victoria; porque la conciliación presuponía en el 
pueblo la conciencia de que la guerra le ha restituido y en el Estado la autoridad que le ha dado el Fascismo. Así se ha restablecido en Rom 
una armonía que ((361)) se reflejará en el mundo destinado a rodar en torno a dos llamas que le dan nombre y esplendor. 
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Don Bosco preparó y anunció este suceso, cuyo alcance no es posible prever, pero hay muestras visibles para creer que ha dado principio 
una nueva historia. 

Una sencilla religiosa de Siena (se refiere a Santa Catalina de Siena) volvió el Papa a Roma; y un caspesino de Asti (Don Bosco) mantuv 
los contactos con el gobierno del Rey de vuelta en Roma: es una señal de que nuestro pueblo siente profundamente la necesidad de esta pa 

El ensalza por igual a Santos y a héroes porque sabe que su fuerza es debida a la vez a la voluntad que ejecuta y a la fe que inspira, a la 
virtud que redime y al genio que crea. 

Quizás nunca fue celebrada con tanto gozo la proclamación de un Santo, porque nuestra conciencia no estuvo nunca tan serena ni se le 
presentó tan clara la relación entre lo divino y lo humano en la vida y en la historia. 

Hoy la Iglesia, libre de otros cuidados y más alejada que nunca de la política, se ocupa únicamente de su misión; hoy el pueblo, superada 
toda división y unida toda separación, ha hecho la paz consigo mismo y camina seguro por su camino. Por esto se mira hacia Roma desde 
todas partes como dispensadora de verdad y maestra de vida. 

Inmediatamente después de la conmemoración civil, vino el triduo, empezado el día veintiséis. Por disposición del cardenal Schuster se 
predicó simultáneamente en setenta iglesias por oradores elegidos del clero milanés, entre los cuales había varios obispos y sacerdotes 
salesianos. Todo ello llevó o volvió a llevar a los Sacramentos a una inmensa masa de hombres y mujeres y sirvió de preparación para la 
verdadera apoteosis del domingo veintinueve, cuando se llevó procesionalmente la reliquia del Santo. También en Milán se metió la lluvia 
en el programa; pero tampoco los milaneses se acobardaron. El magnífico cortejo, con más de veinte mil personas, desfiló impertérrito por 
las calles de la ciudad entre una multitud de pueblo reverente hasta la Catedral, donde esperaba en el trono el Arzobispo con el Cabildo y 
autoridades. El canto del himno ambrosiano puso término a la gloriosa jornada. Y jornadas semejantes, aunque no en la solemnidad, pero 
en la participación unánime de todo orden social, se tuvieron en muchísimas otras ciudades de Italia y del extranjero. Los diversos Boletin 
nacionales dieron cuenta de ello, como decíamos, ((362)) con amplitud suficiente para los futuros historiadores de la Iglesia, que deban 
narrar los sucesos de este penoso período. 

El movimiento de piedad, de ideas y de obras que ocasionó la canonización de don Bosco, hizo sentir universalmente el deseo de que su 
culto se extendiera perpetuamente a toda la Iglesia. Muchísimas diócesis hasta de los más remotos lugares, enviaron al Papa peticiones en 
sentido. Por ello se formó una Positio, que se discutió por la Congregación de Ritos en la sesión ordinaria del 14 de enero de 1936. 
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Obtuvo voto favorable, cuyo epílogo fue el siguiente Decreto del veinticinco de marzo 1: «Constituyó suma alegría para todo el pueblo 
cristiano que el Sumo Pontífice Pío Papa XI decretara los supremos honores de los Santos para el Beato Juan Bosco, en el decimonoveno 
centenario de nuestra santa Redención. E inmediatamente, no sólo la Familia Salesiana, sino también muchísimas diócesis empezaron a 
honrarle de modo especial como padre de los jóvenes. Y al aumentar cada día más la devoción, fueron innumerables los Obispos que, con 
fin de suscitar más abundantes frutos de santidad entre las almas de los fieles y especialmente de los jóvenes, dirigieron al Sumo Pontífice 
Pío Papa XI, muy humildes y encarecidas plegarias, a fin de que se extendiera a la Iglesia universal el culto de un hombre tan grande y tan 
benemérito de la causa católica. Por lo que Su Santidad, después de oír el parecer del infrascrito Cardenal Prefecto de la Sagrada 
Congregación de Ritos, en la audiencia del 25 de marzo de 1936, acogiendo benignamente los votos de tantos Cardenales, Arzobispos y 
Obispos de la Santa Iglesia Romana, decretó que se celebre la fiesta de San Juan Bosco, como confesor no pontífice, en la Iglesia universa 
con rito doble menor, según el Oficio y la Misa adjuntos a este decreto, el día treinta y uno de enero, transfiriendo la fiesta de S. Pedro 
Nolasco, confesor, al veintiocho de enero». 

((363)) A la glorificación de don Bosco añadióse otro suceso. El mismo día catorce de enero los Cardenales y Oficiales de la Sagrada 
Congregación de Ritos dieron su voto para la introducción de la Causa de don Miguel Rúa. Si la gloria de los hijos redunda a gloria del 
padre, »qué decir de la gloria adquirida por don Bosco con este su incomparable hijo, que él mismo plasmó, que lo hizo y tuvo como suce 
y que no hizo otra cosa durante toda su vida más que emular sus virtudes? Si llegaran a faltar pruebas para la santidad de don Bosco, la 
santidad de don Miguel Rúa valdría por mil. 

A más de las fiestas religiosas y civiles se multiplicaron formas de glorificación permanentes. No sólo en pueblos o ciudades de segundo 
orden, sino también en las mayores capitales le dedicaron calles y colegios, levantáronle monumentos y se construyeron iglesias excelente 
la principal de éstas surgió en París. No podemos dejar de mencionar por encima de todos un monumento en este lugar: es el que colocó a 
don Bosco entre los fundadores y fundadoras de Ordenes y Congregaciones religiosas en la Basílica de San Pedro. Hay un detalle muy 
curioso, certificado por don Miguel Rúa. La primera vez que el 

1 El texto latino en el Ap., Doc. 19. 
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Santo visitó la Basílica de S. Pedro, en su compañía, el 26 de febrero de 1858, después de haber permanecido unos instantes contemplando 
en silencio el espectáculo de tanta magnificencia, lo que más llamó su atención fue la serie de estatuas de mármol que representaban a los 
fundadores de familias religiosas; y he aquí que había llegado también para él el momento de ser colocado en uno de los nichos, que 
entonces observó vacío y a la espera de quien lo había de ocupar. Subió a él, por tanto, en el mes de enero de 1936. 

Su monumento es un colosal grupo de mármol, cuya figura principal mide cuatro metros con ochenta centímetros de altura, sin tener en 
cuenta el pedestal de un metro y siete centímetros. Don Bosco está representado en actitud de señalar con noble gesto de su derecha el alta 
papal con dos jovencitos, envueltos por su mano izquierda con un amplio gesto paternal. ((364)) Son éstos el Venerable Domingo Savio y 
patagón Ceferino Namuncurá. Su concepción y su expresión alcanzan la cima del arte. Canónica, escultor de fama mundial y miembro de 
Academia de Italia, liberándose de toda meticulosidad fotográfica y por encima de las actitudes tradicionales de don Bosco en pinturas y 
esculturas, fijó enérgicamente la grandeza espiritual en una creación que pertenece al arte verdaderamente digno de este nombre. José De 
Mori hizo de ella una descripción, de la que extraemos algunos períodos 1. 

De la variada iconografía de don Bosco, Canónica «ha tomado una síntesis fiel que expresa junto a su fisonomía, su carácter». 
Transparenta, en efecto, «el carácter meditativo del Santo, su fuerza intelectual, su previsión de santo y de apóstol, lo que, unido a la sonri 
paternal de su boca, integra bien su carácter exuberante de caridad y de amor». El gesto es «expresivo, espontáneo y al mismo tiempo 
recogido y austero». El crítico lo retrata así: «Con la mano izquierda protege a dos jovencitos que son la personificación histórica y espirit 
de su misión. Más alto Domingo Savio, alumno predilecto, que pronto le seguirá en el honor de los altares. Más pequeño el muchacho 
patagón, Ceferino Namuncurá, hijo del gran Cacique, convertido con su tribu por el cardenal Cagliero, que fue como adoptado por don 
Bosco y por los Salesianos, para indicar que su apostolado en favor de la juventud no conoce límites de continentes ni prejuicios de razas 
(...). Con su mano derecha señala San Juan Bosco el venerado sepulcro del Príncipe de los Apóstoles y parece que los dos jovencitos estén 
pendientes de sus labios para oír perpetuada en el mármol aquella profesión de 

1 L'Avvenire d'Italia, 9 de enero de 1936. 
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fidelidad al Pontificado Romano, que ha sido la divisa incontaminada de don Bosco». Esta actitud «responde a la fidelidad histórica y, a la 
par, no aísla la estatua de ((365)) don Bosco en su hornacina, como un puro elemento decorativo, sino que constituye un elemento orgánic 
del templo, que lo enlaza con el venerado santuario de la cripta vaticana». El conjunto del grupo, además, «está realizado en sus líneas 
esenciales con armónico equilibrio, casi con elevación musical señalada como en una trinca por la gradual elevación de las figuras del Indi 
de Savio y del Santo, fundidos a su vez en la cuadrada monumentalidad del Protagonista». De modo que «realidad e idealidad se integran, 
satisfacen nuestra exigencia humana de casi contemporáneos y nos ofrecen casi una visión celestial del Santo». 

Para no recaer, en el error en el que deplorablemente incurrió alguno, hay que considerar que ni Domingo Savio ni Ceferino Namuncurá 
son los representantes de su país de origen, sino que, mientras el primero representa a la juventud de todo el mundo civilizado educada po 
don Bosco y sus discípulos, el otro simboliza a la juventud que los Misioneros de don Bosco van redimiendo en tierras no besadas todavía 
por el sol del Cristianismo y de la civilización. El haber elegido como tipo de la segunda categoría a un hijo de las Pampas, se debe 
únicamente al hecho de que don Bosco enviara a sus primeros apóstoles del Evangelio, como todos saben, a las tribus de la Patagonia, 
entonces salvajes. 

El monumento fue inaugurado el treinta y uno de enero. La ceremonia habría sido, según costumbre, muy sencilla; pero en aquella ocasi 
la Basílica revistió el aspecto de las grandes funciones. El centro, delante del altar de la Confesión, estaba totalmente ocupado por grupos 
personas eminentes eclesiásticas y seglares; en el resto de la nave se encontraban diez mil jóvenes, dispuestos en cinco columnas, que 
representaban, por disposición del Ministerio, a las Escuelas de la Urbe. Bajo las arcadas laterales se agrupaban muchedumbres de alumno 
de los distintos colegios salesianos de Roma y los Castillos Romanos. En las naves menores se mezclaba la multitud anónima. Fue, en fin 
cuentas, una nueva afirmación de fe y de fervor, que, como justamente señalaba L'Osservatore Romano, ((366)) «hizo revivir la inolvidabl 
jornada de la Pascua del 1934». 

A las once y media ingresó el cardenal Pacelli, Arcipreste de la Basílica. Ciento ochenta cantores reunidos de los cuatro Colegios 
Salesianos, interpretaron bajo la dirección de Antolisei un Himno del mismo maestro en honor del Sumo Pontífice y las Acclamationes a P 
XI del Maestro Ghedini. Después de los cánticos los «Sampietrini», 
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con permiso del Cardenal y a una señal del maestro de ceremonias, levantaron el velo que cubría la hornacina. Las aclamaciones entusiasta 
de más de veinte mil personas saludaron la aparición del amado Santo. Cuando cesó la calurosa manifestación, el Procurador General, don 
Francisco Tomasetti, leyó un discursito, en nombre del Rector Mayor ausente, comentando así el hecho. 

Eminencia Reverendísima: 

Por tres cosas se consideran felices los Salesianos en el momento en que San Juan Bosco ocupa un lugar entre los grandes Fundadores 
religiosos, que inmortalizados en el mármol, llegan de cuando en cuanto a aumentar el esplendor del máximo templo de la Cristiandad. 

Celebran que le haya correspondido a Vuestra Eminencia el ministerio de inaugurar con la bendición del Cielo el monumento de su Padr 
porque veneran en la persona de Vuestra Eminencia al Cardenal Protector de su Congregación. 

Es, además, motivo de inefable alegría que la benignidad del Padre Santo se haya dignado asignar a don Bosco un lugar tan visible en la 
Basílica. El ojo del espectador es llevado hasta la hornacina que lo presenta a su mirada, ascendiendo por dos sucesivas visiones: al pie de 
columna está la majestad del Príncipe de los Apóstoles, y en el centro la luminosa figura del Angélico Pío IX: San Pedro, cuya vida narró 
don Bosco al pueblo con ardorosa fe, candoroso y edificante estilo y Pío IX, que amó paternalmente al Santo y que fue filialmente 
correspondido. 

Un tercer motivo de alegría se añade a los dos anteriores, y es que el escultor, con el insuperable magisterio de su arte haya colocado la 
imagen de don Bosco en la actitud que más se conformaba con la naturaleza de su apostolado. Está ahí, apretando con afecto a la juventud 
de los países civilizados y de las tierras de misión y, señalando el altar de la Confesión, la empuja en esa dirección como diciéndola: 
«Hijitos, ahí está la salvación, porque ahí está Pedro, y ubi Pelrus ibi Ecclesia». En tiempos hostiles al Papado, él conservó la fidelidad al 
((367)) Vicario de Jesucristo, en quien señalaba al maestro, al guía, al bienhechor de la humanidad. 

Ante el espectáculo que contemplamos, no puedo dejar de advertir una cosa. Don Bosco tuvo un gran sueño durante toda su vida: anheló 
siempre, para bien de las almas y grandeza de su Patria, la feliz unión entre el Reino de Italia y la Santa Sede Apostólica, en virtud de la 
cual, ahora, por voluntad de quien rige los destinos de la Nación, S. E. el Ministro de Educación Nacional dispuso que la juventud 
estudiantil de Roma, representando a toda la juventud italiana y extranjera, se reuniese aquí para rendir homenaje al Santo Educador. 

Sean dadas vivísimas gracias a Su Eminencia el cardenal Salotti y a los Excelentísimos Representantes de todas las Naciones ante la San 
Sede, por haber querido hacer más solemne esta ceremonia con su presencia, como para testimoniar la universalidad de la misión de don 
Bosco en el mundo. 

Las gracias muy especiales también a las Congregaciones Religiosas que, con fraternal solidaridad, han participado en la fiesta de la 
humilde Congregación Salesiana. 

Consagre ahora la bendición de Vuestra Eminencia todos estos motivos de alegría, impetrando del Cielo que el recuerdo de tan fausto 
suceso viva perennemente en la memoria de los presentes y pase salutíferamente a las futuras generaciones. 
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A continuación se puso la estola Su Eminencia y bendijo la estatua según el ritual. Otros hermosos cantos pusieron fin al breve rito; pero 
el himno más bonito brotaba de aquellos corazones juveniles que latían a la vista de su padre elevado a tan alta gloria. La ceremonia se 
desenvolvió con tal rapidez que, cuando la campana de San Pedro tocó al Angelus, todo había acabado. 

La hornacina asignada por el Papa a don Bosco puede muy bien decirse que es un sitio de honor; en efecto, no hay ninguna otra en un 
lugar tan distinguido. La estatua se levanta allí sobre la de San Pedro y se destaca sobre el medallón en mosaico de Pío IX; don Francisco 
Tomasetti explicó muy bien lo que ello significa. Los que vivieron en los últimos años del Santo no podían contemplarlo allá arriba sin 
recordar un sueño suyo, que le oyeron contar siendo niños. Le había parecido hallarse precisamente dentro de aquella hornacina sin saber 
cómo había sucedido aquello. ((368)) Espantado miraba alrededor para pedir socorro; pero, reinaba un profundo silencio bajo las bóvedas 
del templo. Dio entonces un grito, y con la angustia se despertó. íQuién sabe cuántas veces, al visitar San Pedro, se había él acercado a la 
estatua de bronce del Apóstol, había besado su pie, y había acercado, como suele hacerse, la frente hasta tocarlo como signo de humildad y 
fiel sumisión al Vicario de Jesucristo! 

Nadie, y él menos aún, habría imaginado entonces qué arcano podía esconderse bajo el velo del extraño sueño. 
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((369)) 

CAPITULO XVIII 

EN EL CINCUENTENARIO DE LA MUERTE 

EN el quincuagésimo aniversario de la muerte de don Bosco hubo una serie de celebraciones tan importantes que nos parece conveniente 
cerrar este volumen sobre la glorificación del Siervo de Dios, refiriendo al menos las más memorables. Concederemos el primer lugar a 
varias manifestaciones hechas por aquel que gustó ser llamado el «Papa de don Bosco». 

Pío XI tenía presente esta fecha desde principio del año, al escribir un documento paterno privado. El jesuita piamontés Pedro Boetto, 
llamado en diciembre de 1935 a formar parte del Sacro Colegio, celebraba en el mes de febrero su quincuagésimo aniversario de vida 
religiosa. En la fausta circunstancia recibió el Purpurado una carta de Pío XI en la que el Pontífice se complacía en recordar cómo el 
principio de su vida religiosa coincidía con el día en que se desarrollaban las solemnes honras fúnebres en la capital de su región a San Jua 
Bosco, fallecido el día antes. Ahora bien, creyó el Papa descubrir en aquella ocasión un estímulo que no había podido dejar de vigorizar en 
el novel religioso los magnánimos propósitos jamás venidos a menos en adelante. 

A primeros del mismo mes de febrero, quiso Pío XI pensar en los hijos de don Bosco en una circunstancia, que ((370)) no le habría 
llamado la atención, de no haber sabido dicho aniversario y el propósito de participar en él de algún modo. Se acostumbra cada año, en el 
de la Candelaria, como suele llamarse la fecha de la Purificación de la Santísima Virgen, que todos los Procuradores Generales de las 
distintas familias religiosas se presenten juntos al Papa y le ofrezcan un cirio. El más bonito de los cirios ofrecidos en el año 1938 fue el d 
la Soberana Orden de Malta. El Santo Padre quiso que fuera destinado precisamente a la Sociedad Salesiana «en recuerdo, como escribió 
L'Osservatore Romano del día 11, del quincuagésimo aniversario de la bienaventurada muerte de su Santo Fundador, con quien el Sumo 
Pontífice había tenido, en los primeros años de su sacerdocio, inolvidables relaciones personales, engrandecidas después con aquellos acto 
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del supremo Magisterio, que culminaron con las grandiosas ceremonias de la beatificación y de la canonización». 

Un rasgo de altísima benignidad quedará en la historia del mismo cincuentenario como documento del afecto del Papa Pío XI a don Bos 
y su Obra. El salesiano don Jorge Castellino, alumno del Instituto Bíblico en Roma, debía defender su tesis doctoral en Sagrada Escritura. 
Estas defensas no suelen hacerse solamente ante los examinadores, sino ante un público de estudiosos. Entonces el Papa estableció que el 
candidato se sometiese a la prueba en su presencia, lo que se realizó en Castelgandolfo el diecinueve de mayo por la mañana, con 
intervención de numerosas personas cultas. Cuando la Comisión examinadora hubo dado su voto, que fue con matrícula de honor, el Santo 
Padre pronunció un elevado discurso sobre la importancia de los estudios bíblicos, y entre los motivos de satisfacción que aquella selecta 
reunión suscitaba en su alma evocó también «el siempre agradable, hermoso y benéfico recuerdo de S. Juan Bosco», y demostró asimismo 
una vez más, lo mucho que él estimaba, apreciaba y admiraba a la gran familia del Santo, aquellos sus queridos hijos Salesianos, y les dec 
a ellos y a todos que ((371)) el Papa era feliz al dedicar a uno de ellos un gesto «coronador de méritos y de altos méritos», como eran los d 
la ciencia sagrada. 

Aquel mismo año reveló todavía el Papa varias veces, en audiencias públicas, estos sus benévolos sentimientos. El veintiocho de mayo, 
recibir con otros grupos a unos cincuenta aprendices del colegio salesiano «Pío XI» y aludiendo al nombre del mismo, les dijo: «Esperamo 
que este nombre sea para vosotros un buen augurio, porque es, ciertamente, el nombre de un viejo, pero también el nombre del Padre y el 
nombre del Vicario de Jesucristo. Nuestra bendición especial para vosotros y para todo el colegio tan querido, no es necesario decirlo; per 
vosotros Nos lo habéis reclamado con un discurso tan afectuoso y lleno de filiales sentimientos y en sentido cristiano; porque sois unos 
buenos hijos de la Santa Madre Iglesia y del gran amigo de Dios y obrero de la fe, que fue vuestro y nuestro S. Juan Bosco. Vuestro y 
nuestro, podemos muy bien decirlo, porque si don Bosco es para vosotros Padre en Cristo, Nos podemos asegurar muy bien que hemos sid 
primero su amigo en el Señor y que hemos llegado a ser después Padre, Padre de la gloria más alta, de la gloria de los Santos, a la que Dio 
nos ha concedido cooperar, aunque sólo sea como un humilde instrumento». 

Precisamente un mes más tarde, participaban veinticuatro noveles sacerdotes salesianos, en una audiencia colectiva en la que el Papa 
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dirigió unas palabras especiales de bienvenida a cada grupo de personas. Al llegar a los nuestros, los felicitó, por presentarse a él «bajo el 
grande, hermoso y prometedor nombre de S. Juan Bosco». Más tarde, el cinco de agosto, le presentaron las novicias del vecino noviciado 
las Hijas de María Auxiliadora y les dijo que ellas se presentaban al Papa bajo el nombre de María Auxiliadora, que le era particularmente 
querido, porque le recordaba a su «gran amigo» don Bosco. 

Pío XI, hasta cuando recibió a los Carabineros Reales que habían prestado el servicio de orden y honor en torno a la residencia pontificia 
quiso que oyeran su palabra de alabanza a don Bosco. ((372)) Los recibió el veintiuno de octubre, ocho días antes de salir del palacete de 
verano y les dirigió un discurso, que acabó diciendo: «Hemos pensado daros un pequeño recuerdo de esta audiencia, para deciros lo mucho 
que nos agrada. Ya hemos entregado una medallita a vuestro Coronel y ahora la entregamos a vuestros oficiales. La medalla está adaptada 
la circunstancia, porque lleva la imagen del buen viajero San Martín, que murió siendo un santo obispo, pero que fue también un soldado 
bueno y valiente. Os daremos otra a vosotros. También ésta es a propósito para la ocasión, porque, aunque no lleva la imagen de un milita 
tiene, sin embargo, la de un verdadero soldado del trabajo y del deber, de uno que, precisamente por esto, ha llegado a ser santo: don Bosc 
que equivale a decir lo más italiano y más estimulante que existe». 

En una audiencia análoga, del día veinticinco, repitió el Papa un análogo elogio de S. Juan Bosco. Se trataba de cincuenta guardias 
municipales de Roma, que también habían prestado servicio de orden, especialmente en las peregrinaciones numerosas. Les acompañaban 
subjefe de policía y sus oficiales. Al acabar el discurso de Su Santidad, llamó al subjefe, le entregó una medalla de plata con la imagen de 
San Martín y le encargó que distribuyera a los agentes otras medallas con la imagen de San Juan Bosco. Y al hacerlo recordó el privilegio 
que él había tenido de elevar a don Bosco al honor de los altares y les dijo, que don Bosco «puede muy bien llamarse el soldado de la 
caridad, no sólo en Italia, sino bajo todos los cielos, porque los Salesianos llevan su nombre y su espíritu, haciendo el bien a todos». 

El hecho más saliente del cincuentenario será la dedicación del altar de don Bosco en la basílica de María Auxiliadora con sus 
correspondientes consecuencias, que fueron la ampliación y restauración de la misma iglesia. No podía levantarse un monumento más dig 
al Santo fundador. Escribió don Alberto Caviglia sobre el monumental 
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altar 1: «Hay en la historia de ((373)) toda gran institución de la Iglesia un día, en el que se ha querido levantar a los restos del Santo que f 
su autor, un monumento que proclamase sus grandezas y concentrase en él la devoción del mundo. Pensamos en San Francisco, en Santo 
Domingo, en San Ignacio, en San Pablo de la Cruz. El día de la gloria para don Bosco ha llegado al cumplirse el primer cincuentenario de 
paso a la gloria del cielo. Y gracias al arte de los italianos y a la devoción de los hijos de don Bosco, el monumento sagrado, que es un alta 
ha logrado poder decir la palabra que pasa a los siglos». 

La grandiosidad del monumento no estorba en la iglesia, pues se halla colocado en el brazo derecho del gran crucero donde estuvo el alt 
de S. Pedro, en el que habitualmente celebraba don Bosco. El arquitecto Ceradini, profesor de la Academia Albertina, ha sabido crear un 
conjunto de arte y piedad religiosa. Los ojos de quien mira van derechamente a posarse en la urna que guarda las reliquias del Santo, 
colocada bajo el cuadro del altar y algo encima de la mesa del mismo. Esta urna, puesta en una amplia hornacina, es de cristal, de forma qu 
por todas partes pueden contemplarse los venerados restos, revestidos con los ornamentos sacerdotales. Decimos por todas partes, ya que 
hay un pasillo que separa el cuerpo del altar de la pared de la capilla y se entra en él por dos puertas de mármol con ricos canceles de bron 
dorado. Allí, escribe don Alberto Caviglia, «todo tiende a infundir un sentimiento de recogimiento para orar íntima y confiadamente, como 
si se hablase de tú a tú con el Santo que se tiene ante los mismos ojos». Puede decirse que se ha alcanzado el modo más natural que podía 
imaginarse con el fin de colocar a la debida veneración los sagrados restos. 

No decimos nada del cuadro del altar porque es provisional el que hay. Todo el conjunto, desde las gradas hasta su remate, rico en 
mármoles preciosos y bronces, presenta una abundancia de detalles trazados con genialidad, distribuidos con gusto y ejecutados con primo 
Tiene delante ((374)) un presbiterio pavimentado con mármoles policromos y cerrado con una balaustrada de mármol. A los lados de la m 
hay dos basamentos también en mármol que sostienen dos grandes estatuas, que representan la Fe y la Caridad. Las paredes de alrededor 
resplandecen con el brillo de los mármoles y decoraciones que las adornan y tienen tres vidrieras que representan tres monumentos solemn 
de la vida y la gloria del Santo. En el luneto superior se ve al niño de nueve años recibiendo, en sueño, la misión; en el 

1 L'Osservatore Romano, 3 de junio de 1938. 
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ventanal de la izquierda, Pío IX, en el Vaticano, entrega a don Bosco las Reglas aprobadas de la Sociedad Salesiana; en el de la derecha, P 
XI en la basílica de S. Pedro coloca al Siervo de Dios en el número de los Santos. Basta observar la piadosa expresión de cuantos 
ininterrumpidamente se detienen ante el altar, para decir que allí el arte ha alcanzado plenamente el nobilísimo fin que del mismo se podía 
esperar. 

Era preciso que todo el ambiente, es decir, el resto del sagrado lugar estuviese en armonía con un monumento de tanto valor; de otro mo 
se habrían recordado los versos de Horacio del borde de púrpura flamante cosido sobre una tela raída. Por eso era necesario, no sólo decor 
mejor la iglesia, sino también agrandarla, de modo que tuviese el aspecto y las dimensiones convenientes para un santuario de fama mundi 

El culto de San Juan Bosco, popularísimo y extendido, junto al de María Auxiliadora, aumentaba la afluencia de devotos y se preveía qu 
aumentaría sin medida con el andar del tiempo. Se recordaban las palabras del Santo en la primera circular, con la que en 1864 había pedid 
ayuda a toda Italia para levantar el sagrado edificio. Escribía él entonces: «Experimenta ciertamente un católico gran satisfacción, cuando 
tiene ocasión de ver a muchos fieles reunidos en la Casa de Dios; pero experimenta sensible pesar, si los fieles que han acudido a las 
sagradas funciones, tienen que quedarse fuera por falta de sitio. ((375)) Esto es precisamente lo que yo mismo contemplo con dolor». 

El mismo sentimiento experimentaron sus dos últimos sucesores don Felipe Rinaldi y don Pedro Ricaldone al ver cómo, en muchas 
ocasiones resultaba demasiado angosto el lugar para satisfacer convenientemente la piedad de la gente, y sobre todo pensando que la 
estrechez sería cada vez mayor con el andar del tiempo. De donde nació el atrevido plan de poner manos a la empresa de la ampliación. 

El problema, arduo por sí mismo, de aumentar la capacidad de un edificio completo en todas sus partes, resultaba más difícil por la 
limitación de los espacios utilizables y la voluntad de no cambiar el crucero interior, original del arquitecto Spezia, tal y como lo había 
aprobado don Bosco, y también por la intención de no suprimir la asistencia diaria de los setecientos muchachos internos a las sagradas 
funciones, como don Bosco había querido. Se superaron tan maravillosamente estas dificultades, que la ampliación, que costó tres años de 
trabajo, parece hoy no sólo armoniosamente unida al santuario, sino hecha a la par del mismo. En efecto, quien conocía la iglesia y la vuel 
a ver al presente queda sorprendido desde el primer momento, porque, después 
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de tantas cosas leídas en el Boletín, cree encontrarse dentro del interior ya conocido: merece toda suerte de alabanzas el arquitecto que sup 
ampliar la iglesia sin que cambiase la precedente configuración de la nave. 

Damos una idea de cómo se obtuvo tal efecto 1. A ambas partes del antiguo presbiterio abríanse dos espaciosas sacristías adosadas a los 
muros perimétricos, y se derribaron. Detrás del altar mayor se había añadido un coro o ábside, que no se veía desde la iglesia, y también fu 
demolido. Así quedaron libres los espacios para dos amplias capillas laterales, un espacioso pasillo, prolongación de la iglesia, ((376)) y p 
la nueva sacristía. Las dos capillas situadas a ambas partes del nuevo y vasto presbiterio con amplias galerías, tienen espacio suficiente par 
todos los estudiantes y aprendices de la casa. En cada una de las hermosas galerías que dan hacia el presbiterio caben trescientas personas 
para las funciones más solemnes. El pasillo, que empieza desde el lado de la fachada, corre a lo largo del costado de toda la basílica hasta 
sacristía, da vuelta al altar mayor y gira en torno a la otra capilla. A lo largo del espacio que, por detrás del altar mayor flanquea la sacristí 
se encuentran seis preciosísimos altares. Capillas, tribunas y galería están iluminadas por grandiosos ventanales con vidrios de colores. El 
presbiterio recibe una luz discreta a través de una nueva cúpula, horadada por dieciséis ojos de buey con vidrieras pintadas. 

El centro del santuario naturalmente es el altar mayor, con su gran cuadro de María Auxiliadora y un magnífico tabernáculo para la santa 
Eucaristía; allí se dirige inmediatamente la mirada de quien franquea el umbral del santuario y allí se clavan los ojos de los que rezan en la 
iglesia. Diecinueve clases de mármol se hallan en el conjunto del altar y del cuadro. En derredor y por delante, toda una rica policromía 
marmórea reviste las paredes, desde el pavimento hasta las cornisas. Cuarenta y ocho columnas de mármol acopladas, con cornisas y 
capiteles, sostienen las galerías y separan las capillas del pasillo. Toda esta parte, que forma la cabecera del crucero, ofrece la visión de un 
conjunto tan variado y armónico, que las personas competentes lo admiran y el pueblo queda encantado. 

Aumentará el gozo, cuando en 1941 esté acabada la decoración de esta zona y se extienda hasta el fondo de la iglesia; no quedará un sol 

1 Para la descripción técnica de la ampliación y del altar de don Bosco, se pueden ver dos artículos de Alberto Caviglia, publicados, 
primero, en L'Osservatore Romano del 3 y del 4-7 de junio de 1938 y refundidos después por el autor en uno para el Boletín de agosto. 
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palmo de superficie sin decorar. El modesto decorado hecho tres años después de la muerte de don Bosco, está condenado a desaparecer, 
salvo las pinturas de la cúpula. Con suma pericia se limpiaron éstas del polvo y la suciedad que por diversas razones, habían cubierto las 
figuras, y reaparecieron con toda la frescura primitiva, permitiendo así apreciar ((377)) la alta calidad del arte de Rollini. De este modo 
tendrá la basílica de María Auxiliadora toda la hermosura que le corresponde. 

Aumentará mucho la hermosura la nueva organización de la tribuna para los cantores. Se ha quitado, con inapreciable ventaja para la 
estética y la visibilidad, todo el conjunto orquestal que ocupaba la pared del fondo y limitaba la luz del rosetón y de dos ventanas. Se 
colocará el órgano en la galería abierta al lado del evangelio, desde donde, según ha demostrado la experiencia, se difundirá mejor que ant 
el efecto acústico por todos los ángulos de la iglesia. 

Pero, mientras tanto, los autores de la gran empresa ya pueden estar satisfechos al comprobar cómo el público alaba sin cesar la parte 
realizada hasta el presente y anhela se llegue a su término. Ellos son: el Rector Mayor don Pedro Ricaldone, que quiso se hiciera, el 
Ecónomo General, don Fidel Giraudi, que fue su alma, y el salesiano arquitecto Julio Valotti, intérprete e inteligente realizador. Su 
satisfacción ha de ser muy grande, puesto que el aplauso de todos viose acompañado por la universal aprobación, dado el modo como se 
sufragaron los gastos con las aportaciones de personas de toda suerte. Verdaderamente la generosidad de los devotos de María Auxiliadora 
de San Juan Bosco no ha dejado de ser nunca inferior a la que ayudó al Santo en la época de la construcción. 

Para mejor valorar el mérito de los autores de tan gran obra, hay que conocer dos contrariedades especiales, a las que tuvieron que hacer 
frente y que, con razón, fueron tildadas de trágicas. Al principio, cuando se demolía el ábside, un descubrimiento imprevisto asustó a quie 
lo presenció: toda aquella masa se apoyaba ca si en el vacío. El año 1864, al excavar los cimientos, se había llegado a un terreno de aluvió 
que obligó a establecer un fuerte pilotaje que consolidara los cimientos 1. Habiéndose retirado las aguas con el tiempo, la madera se 
pulverizó; y por consiguiente los muros quedaron suspendidos sobre huecos espaciosos, apoyándose apenas ((378)) en los bordes. Y no fu 
eso, todo. Comprobóse, a la par, la mala calidad de los materiales de la vieja construcción, de forma que en el interior de los muros, como 

1 Memorias Biográficas, vol. VII, pág. 552. 
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no había cohesión, las resquebrajaduras desvencijaban cada vez más la trabazón. Para conjurar una catástrofe se recurrió a inyectar cemen 
en todos los puntos de la mampostería, comenzando por el basamento. Trabajó en ello durante dos largos años una sociedad especializada 
este género de obras, inyectando cemento hasta que fueron tapados todos los agujeros y unidas todas las partes desencajadas. Se emplearo 
seis mil quintales de cemento. 

El otro contratiempo se manifestó, cuando la primera fase de los trabajos casi estaba acabándose y se aproximaba la fecha de la 
inauguración. Las columnas que aguantaban el mayor peso de la parte ampliada presentaban cerca de los capiteles señales de 
resquebrajaduras, como consecuencia de una carga excesiva o de la poca cohesión que a menudo se encuentra en el mármol fuertemente 
coloreado. Es fácil de imaginar la preocupación del Ecónomo y del arquitecto, que tuvieron que proveer sin demora otras veinte columnas 
mármol más compacto y colocarlas en el lugar de las primeras, una tras otra y con infinitas y arduas cautelas. Uníase a este enojoso asunto 
molesto pensamiento de mantener secreta la cuestión, a fin de que no se trasluciese y suscitase imprudentes alarmas, con peligro de crear 
desconfianza en el público. En tal apuro resultaron muy provechosos los consejos de dos celebridades en el campo de la ingeniería. Gracia 
ellos, la diligente actividad de los que dirigían los trabajos, no sólo alejó oportuna y eficazmente el peligro, sino que, con el cambio de 
mármoles, añadió nuevo mérito y ornamento a la obra. Cuando se pidió, al fin, a los ilustres peritos que presentaran sus honorarios, ambos 
respondieron que se sentían muy satisfechos y honrados por haber servido a don Bosco. Se trataba de los profesores Antonio Giberti de 
Turín y Arturo Danusso de Milán. 

Con ritmo aceleradísimo en las últimas semanas, diose casi por acabada la parte que se deseaba para las fiestas ((379)) del cincuentenari 
cuya celebración se quería conmemorar el nueve de junio, por coincidir con el septuagésimo aniversario de la dedicación del templo. 

Los que iban con frecuencia a la iglesia respiraron, al ver que empezaban a quitar los andamios que la ocupaban desde hacía tres años, y 
desclavar las vallas, que cerraban la capilla de don Bosco, levantadas a lo largo de los muros a decorar. Y experimentaron la mayor 
satisfacción cuando se empezó a destruir la pared provisional de detrás del altar mayor, también provisional, que subía desde el pavimento 
hasta la bóveda y, a manera de un inmenso telón, escondía a los ojos del público la febril actividad de los trabajadores dentro 
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del espacio que va desde la actual balaustrada hasta la sacristía. La sutil pantalla no ensordecía el ruido de los golpes que retumbaban por 
toda la iglesia perturbando la oración de los fieles y el ejercicio de los ministerios sacerdotales. Finalmente todo indicaba que iba a volver 
querido templo la mística paz de antes. 

Sin embargo, la limpieza total de escombros no acabó hasta el día ocho de junio; pero las puertas estuvieron cerradas dos días para acaba 
los últimos arreglos y cumplir la delicada operación de trasladar los restos del Santo desde la antigua a la nueva urna. Los primeros en ver 
basílica renovada fueron los muchachos internos del Oratorio, que se reunieron en ella el día ocho por la noche para rezar las oraciones. A 
medida que iban entrando, quedaban encantados ante el espectáculo. Con el centelleo constante de las luces brillaban los mármoles 
multicolores de los dos altares, de las paredes de alrededor, de las capillas y de las galerías; las dos cúpulas iluminadas por lámparas ocult 
parecían inundadas de luz. Después de las «buenas noches» de don Pedro Ricaldone, se adelantaron todos ordenadamente hacia el altar de 
don Bosco, donde, desfilando por el pasillo, veneraron de cerca la bendita reliquia. 

Al alba del día nueve empezó el entrar y salir interminable de la multitud, mientras se hacían los últimos preparativos para una función 
original. ((380)) Se habían reunido en Turín casi todos los Obispos salesianos de Italia; habían acudido también el cardenal Hlond y el 
salesiano Obispo de Shillong en Assam (India), monseñor Esteban Ferrando. Estos, siguiendo los interesantes detalles del rito, hicieron a l 
vez la consagración de los altares. Resultaron imponentes las consagraciones del altar mayor, realizada por el Cardenal Arzobispo, y la del 
altar de don Bosco, reservada para el Cardenal salesiano. El arzobispo Félix Guerra consagró un altar muy bonito, del que todavía no hem 
hablado. Se halla éste en la cripta, bajo la sacristía, en la parte del altar de don Bosco, y está dedicado a San Pedro. No debía desaparecer d 
la basílica el testimonio de la devoción al Vicario de Jesucristo que don Bosco había tenido y que había querido perpetuar erigiendo un alt 
al Príncipe de los Apóstoles, en el cual solía él celebrar el santo sacrificio. Cinco de los altares superiores (el sexto, el del Beato Cafasso, 
sólo podía ser bendecido), dedicados a S. José, al Cottolengo, a Jesús Crucificado, a los tres Santos Mártires turineses de la legión tebea, a 
Pío V y al Angel Custodio, tuvieron la consagración respectivamente por los obispos Emanuel, Ferrando, Rótolo, Coppo y Olivares. 
Cumplido el rito, cada consagrante celebró en su propio altar. 
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Durante cuatro días se celebraron pontificales solemnes con predicación de los Obispos ante imponentes masas de fieles, llegados en 
peregrinación desde lejanos lugares. El día diez se reservó totalmente a las Hijas de María Auxiliadora, las cuales habían contribuido con 
celo y generosidad a proporcionar medios económicos para la empresa. Llenaron la iglesia con sus alumnas y oratorianas y realizaron 
exquisitas interpretaciones musicales. El día once fue un día de acción de gracias a Dios y a la Virgen Santísima por la incalculable cantid 
de gracias obtenidas durante el curso de setenta años. Se clausuraron los festejos el domingo día doce, precedido de una fervorosa adoració 
nocturna. Desde media noche hasta las once de la mañana, no cesaron las comuniones, distribuidas en diversos altares. La iglesia y el 
Oratorio se vieron atestados de gente ((381)) de la mañana a la noche; un río ininterrumpido de visitantes pasó por las habitaciones de don 
Bosco. 

Se había trasladado la procesión de María Auxiliadora al día doce. 
Desenvolvióse ésta a lo largo del recorrido, con devoción y brillantez, entre compactas hileras de gente del pueblo. íCuántas manifestacion 
de fe y de piedad podían contemplarse al paso de la imagen! Delante de ella avanzaban, además de los seis obispos ya nombrados, el Nunc 
Apostólico de Bolivia, monseñor Lunardi, otros dos obispos salesianos, monseñor Sosa de S. Miguel en Venezuela y monseñor Munerati 
Volterra y los Obispos piamonteses Soracco de Fossano, Rosso de Cúneo, Imberti de Aosta, Grassi de Alba, Ugliengo de Susa y Del Pont 
de Acqui; a continuación iban los dos purpurados. Una inmensa multitud recibió la bendición con el Santísimo, impartida por el Arzobisp 
dentro y fuera de la basílica. Hasta muy entrada la noche un hormiguero de gente llenaba el ambiente. Ya muy tarde se apagó la iluminació 
de la fachada y de la cúpula mayor y solamente quedó brillando en los aires la corona de lamparillas formando aureola a la cabeza de la 
estatua de la Virgen, que parecía saludar desde lo alto y acompañar con mirada maternal a la multitud que se alejaba. 

Las fiestas del cincuentenario serán memorables en la historia del santuario, porque señalaron el principio de una nueva fase, la de las 
peregrinaciones. Llegan de todas partes y con frecuencia extraordinaria. Muchas veces los peregrinos procedentes de un mismo lugar pasa 
del millar; algunos presididos por Obispos y hasta por Cardenales. Se experimenta cada vez más la conveniencia de organizar estos 
movimientos colectivos, de modo que se sucedan sin estorbarse unos a otros en el lugar y que además encuentren a la llegada y durante su 
permanencia todo lo necesario espiritual y materialmente. La profecía 
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de aquí saldrá mi gloria se cumple en proporciones que seguramente el mismo don Bosco no pudo imaginar. 

Hablarán también de este cincuentenario dos obras, que se quiso comenzaran con él. La primera en I Becchi. El abogado Pedro Bernardi 
que, viviendo modestamente en ((382)) El Cairo, había guardado todos sus ahorros, deseaba que a su muerte sirvieran para hacer el bien. 
Con esta intención nombró su heredero al Instituto salesiano de las Misiones. Cuando este generoso bienhechor pasó a la eternidad, don 
Pedro Ricaldone pensó cumplir sus deseos, determinando levantar un orfanato junto a la humilde casita de Aquel que, huérfano de padre e 
ternísima edad y peregrino después por las alquerías del contorno en busca de trabajo y de pan, se había ido formando en la escuela del 
dolor, de la pobreza y del sufrimiento para llegar a ser un día en el mundo el Padre de los huérfanos. Hizo, pues, preparar rápidamente los 
planos de un amplio edificio y el cuarto sucesor de don Bosco dispuso que se colocara la primera piedra poco después de las fiestas descri 
de Turín. La ceremonia tuvo lugar el día veintiséis de junio. El Cardenal Arzobispo bendijo la piedra y echó la primera paletada de cal. 
Hubo una circunstancia especial que solemnizó extraordinariamente el rito litúrgico. Se acababa de abrir el decimoquinto Capítulo Genera 
de la Sociedad Salesiana e hicieron corona a Su Eminencia y al Capítulo Superior los cuarenta y ocho Inspectores con sus delegados. El 
orfanato, asociando al nombre del insigne bienhechor el de su ilustre sobrino barnabita, se llamaría Instituto Bernardi-Semería. 

íUna curiosidad! Había un sueño de don Bosco, que parecía guardar relación con la obra emprendida en I Becchi en el cincuentenario. L 
habíamos publicado en el primer capítulo del volumen anterior. Don Bosco vio a su madre junto a la fuente, que mana a la izquierda de 
quien baja de I Becchi por el antiguo sendero hacia el camino de Buttigliera. Mamá Margarita no sabía explicarse cómo había sucedido qu 
una agua siempre purísima brotara entonces muy sucia. Profirió entonces el lamento de Jeremías: Aquam nostram pecunia bibimus. Y 
acompañó después a su hijo hasta la cima de un collado, que se eleva a poca distancia y desde donde se contempla el vasto panorama, y al 
hablaron del mucho bien que ((383)) se podría hacer en aquellas tierras que se veían. Entonces se despertó don Bosco. Y, contando 
posteriormente el sueño a don Juan Bta. Lemoyne y a algún otro, observó: 

-El lugar a donde me llevó mi madre es muy a propósito para una obra, porque es como el centro de muchas aldeas faltas de iglesia. 
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Pues bien, fueron a I Becchi don Pedro Ricaldone y don Fidel Giraudi para señalar el lugar donde levantar la obra planeada y eligieron 
precisamente el collado del sueño, y quedaron muy sorprendidos al advertir que habían puesto sus ojos en el preciso lugar soñado por el 
Santo. Y diremos más. Poco antes, la Comisión provincial de higiene había declarado contaminada la fuente, en la que habían apagado su 
sed bastantes generaciones, y en I Becchi se tenía agua potable «a costa de dinero», recientemente instalada por el gobierno civil de 
Monferrato. 

Se puso también en este cincuentenario -el tres de julio-la primera piedra de otra obra importantísima. En el mundo de la industria y fu 
de ella, goza de muchísimo crédito la mayor fábrica italiana de automóviles, llamada Fiat, que da trabajo a multitud de obreros. Fue creada 
en Turín por el senador Juan Agnelli. Habiéndose de trasladar la sede de la misma a otro barrio, junto a la avenida de Stupinigi, quiso el 
valioso industrial que se edificase allí, cerca de las gigantescas construcciones en marcha, un gran oratorio festivo con iglesia pública para 
cristiana educación de los hijos de las maestranzas y un modernísimo centro internacional de electromecánica para la formación de los 
técnicos salesianos que serían enviados a diversas partes del mundo. Igualmente acudió el Cardenal Arzobispo para invocar las bendicione 
del Cielo sobre la obra que iba a instituirse, y cumplió de nuevo el sagrado rito en presencia de los miembros del Capítulo General salesian 
y con asistencia de las más altas autoridades ciudadanas. La obra se levantará casi frente a la Generala, el reformatorio de jóvenes 
extraviados, donde don Bosco dio la conocida prueba de su método pedagógico. 

((384)) Los Salesianos conmemoraron en todas partes el cincuentenario; mencionaremos solamente una nación a la que don Bosco siem 
deseó poder extender su apostolado. El cincuentenario de su muerte coincidía con el de los inicios salesianos en Inglaterra, ya que el Santo 
envió sus hijos a Londres dos meses y medio antes de dejar esta vida. Se celebró el aniversario en la metrópoli inglesa con un ciclo de 
festejos, que se clausuraron en Shrigley junto a Manchester. Hacía ocho años que los Salesianos dirigían allí un floreciente colegio 
misionero. Con ayuda de los Cooperadores habían levantado una iglesia de majestuosas proporciones y hermosa arquitectura en honor de 
San Juan Bosco y no podía hallarse una ocasión más propicia para inaugurarla que el doble cincuentenario. Abrióse al culto la iglesia, con 
toda solemnidad, en el mes de julio de 1938. Acudieron al acto casi cuatro mil peregrinos, no sólo de Inglaterra, sino también de 
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Escocia y hasta de la lejana Irlanda. El nombre de don Bosco encuentra también por aquellas tierras muchas simpatías y su iglesia se ha
convertido hoy en meta de peregrinaciones de las comarcas limítrofes;
acuden allí con singular predilección los socios de la Acción Católica.


Sellóse el cincuentenario del modo más digno que podía imaginarse. Y lo puso bellamente el «Papa de don Bosco», beatificando a la 
Madre María Mazzarello. Roma dio a la nueva Beata el título de «Cofundadora del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora»: título mu 
honorífico y merecido. Correspondióle el gran honor de haber tenido una parte muy importante en la fundación de una familia religiosa 
destinada a tan glorioso porvenir; su mérito está en haberse convertido en dócil instrumento en manos de San Juan Bosco para plasmar las 
primeras Hermanas, que debían dar a la Congregación la iniciación y casi el tono querido por el Fundador. Ella puso a disposición del San 
las más selectas virtudes que pueden adornar ((385)) el corazón de una virgen consagrada a Dios, y el Santo la dirigió en la empresa, la 
sostuvo en los sacrificios, complaciéndose al descubrir en ella los tesoros de gracia, que el Señor le había dado para la propia santificación 
el buen gobierno de sus súbditas. Con razón escribió don Pedro Ricaldone, en su carta anual a los Cooperadores y Cooperadoras 1: que la 
beatificación de María Mazzarello «es una confirmación de la poderosa eficacia del espíritu de nuestro gran Padre para suscitar frutos de 
santidad». 

Se celebró esta beatificación el 20 de noviembre de 1938. Iba en tercer lugar, después de la de María Josefa Rossello y la de Francisca 
Javier Cabrini, pero superó a ambas, y con mucho, por el concurso de romanos y forasteros. Evidentemente actuaba el nombre de don Bos 
en un movimiento, que superó toda esperanza. El Papa quiso conceder una solemne audiencia el día de la víspera. Acudieron casi cinco m 
personas. El venerando Anciano atravesó las salas atestadas de gente, entre entusiastas aclamaciones y, desde el trono, dirigió su augusta 
palabra, que los altavoces hicieron llegar hasta los que estaban más lejos. Dijo entre otras cosas el Papa: 

»Qué podría decirse o añadir a lo que ya dicen las cosas, los acontecimientos? Porque es tan grande esto a lo que Dios nos llama a 
participar -la elevación de su fiel Sierva a los supremos honores, que reclaman para ella, desde todas las partes del mundo, la luz de San Ju 
Bosco en la que ella resplandece-que toda expresión resulta inadecuada. No queremos, por tanto, más que recoger el mismo suceso, la 
palabra que consignamos a la memoria de los presentes, a vuestra práctica de buenos 

1 Boletín Salesiano, enero de 1939. 
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hijitos y buenas hijitas. Nos hemos reunido aquí y nos volveremos a reunir mañana, en una función más solemne, más grandiosa, 
precisamente para gozar y gloriarnos también nosotros con la exaltación y la gloria de la gran Sierva de Dios. Gloriarnos también nosotros 
porque ello es justo y obligatorio. La Venerable Mazzarello es de nuestra familia y nosotros somos de la suya. En la Comunión de los 
Santos, en la unión del cuerpo místico de Cristo, somos todos los fieles, no sólo hermanos y hermanas, sino miembros del mismo cuerpo, 
mismo organismo sobrenatural que vive la misma vida de Dios, que se transfunde ((386)) en él. Es natural que hijas y hermanos se honren 
con la gloria de la madre y del padre. Y he aquí el punto de arranque bueno y práctico: gloriarnos de esta nuestra hermana, es algo que está 
bien; podemos y debemos hacerlo; pero ella a su vez, tiene el mayor derecho, el más alto y soberano para poderse complacer de nosotros y 
no tener en nosotros unos hijos degenerados, sino fieles a la gloria de aquella Sangre divina, que le ha santificado a Ella y debe hacernos 
santos también a nosotros. 

Hijos fieles del gran nombre de la familia cristiana que nos liga a Jesucristo y a todos los Santos, comenzando por la Inmaculada Virgen 
María, debemos obligarnos a honrar, glorificar a esta gran familia. Que no tenga que avergonzarse jamás de ninguno de nosotros sino que 
siempre pueda gloriarse de nuestra conducta, de nuestra vida cristiana, que es lo mismo que decir vida santa, como ha sido la de la gran 
Sierva de Dios. 

No es dada a todos la misma medida de gracia, pero a todos se les da esta vocación de santidad. Todos somos llamados a esta santidad, 
pertenecemos a una familia de Santos, a un cuerpo santo, y por consiguiente debemos serlo también nosotros en la medida de la gracia, qu 
Dios nos otorga, con tal de que encuentre fe y generosa correspondencia en nuestra conducta. Que toda nuestra vida, como diría el apóstol 
sea, por tanto, en las obras y en las palabras, digna del gran nombre que llevamos, de la gran familia a la que pertenecemos. Entonces sí qu 
habremos honrado a esta Sierva de Dios del modo que se espera de nosotros, y también podrá aplicársenos aquella gran palabra, una de las 
más bellas y grandes pronunciadas por San Pablo: Apostoli gloria Christi! Palabra singularmente hermosa, sublimemente grande. 

Esta es la vocación de todos los fieles: la de ser, en la medida que Dios destina a cada uno con su gracia, gloria de Cristo, lo mismo que 
ha sido y será por los siglos su humilde sierva María Mazzarello. He aquí una creatura que con su nombre, con su fama, con su ejemplo, 
rueda por todo el mundo y lo domina, proclamando la gloria de Cristo, el único que puede cumplir este milagro: hacer de una humilde 
mujer, una grandeza y una belleza moral como para colocarla en lo alto y obligar al mundo a rendirle todo honor y toda gloria. Este es, por 
tanto, el augurio paterno, como fruto de las grandes solemnidades: pues somos hijos y hermanos de Santos, seamos también santos nosotro 
aseméjese nuestra vida a la suya, reproduzca algo de su sublime moral, de forma que participe en la gran gloria tributada a los Apóstoles, e 
decir, ser la gloria de Cristo. 

En la función de la mañana siguiente, se llenó la Basílica de San Pedro por completo. Aumentaron el brillo de la pompa litúrgica once 
Cardenales y treinta y siete Obispos, nueve de los cuales eran salesianos. El Breve pontificio, que declaraba ((387)) Beata a la Sierva de 
Dios, resumía su vida y contaba la tramitación de su Causa. Entre una y 
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otra, había un párrafo, que describía la semblanza de la Beata con estas palabras: «Sencilla en el obrar, parca en la comida, asidua en el 
despacho de sus asuntos, generosa en su enorme pobreza, a la hora de dar, prudente y fuerte para guiar a las Hermanas, aunque en el 
gobierno del Instituto confiara totalmente en San Juan Bosco, piadosísima en la oración, diligentísima en la guarda del candor de la 
inocencia y la pureza. Ardía en amor vivísimo por la Eucaristía, como si contemplase con los ojos a Jesús presente; y veneraba con 
muchísimo afecto a la Bienaventurada Virgen María, especialmente bajo el título de Auxiliadora». Tras la lectura del Breve, prosiguió el 
imponente rito, que se desenvolvió en una atmósfera de conmovedora y devota piedad, vibrante de ardores juveniles. 

El homenaje de veneración del Papa, por la tarde, atrajo una multitud tan grande que no halló lugar en la inmensa Basílica. En tribunas 
reservadas asistían conspicuas representaciones y distinguidas personalidades. En el presbiterio aguardaban cuarenta Obispos. Hicieron 
cortejo al Papa a su ingreso, dieciocho Cardenales. El Rector Mayor y el Postulador, don Francisco Tomasetti, hicieron la presentación ritu 
de los dones. El Padre Santo, al observar la imagen de la Beata, advirtió que la postura de las manos expresaba espiritualidad y laboriosida 
La reliquia, encerrada en una artística custodia, era una vértebra, la cual puso en labios del Papa la misma observación que había expresad 
ante análoga reliquia de don Bosco; en efecto, repitió a don Pedro Ricaldone: 

-Mire, lo mismo que don Bosco, también María Mazzarello debía tener buena espina dorsal. 

Y quiso decir perfecta rectitud de conciencia con fortaleza de carácter y energía de voluntad. 

Durante las siguientes semanas, se celebraron dos triduos muy solemnes en honor de la Beata, uno en Roma en el templo del Sagrado 
Corazón y otro en Turín en la Basílica de María Auxiliadora. En ambas ocasiones al cantar las alabanzas de María Mazarello eminentísim 
oradores entrelazaron los recuerdos de don Bosco, ((388)) y mientras se repetían con el mismo estilo celebraciones en todas las partes del 
mundo, se trabajaba en la iglesia de María Auxiliadora construyendo cerca del altar de San Juan Bosco, un altar monumental donde expon 
a la veneración de los fieles los sagrados restos de la Beata. Las dos santas almas, unidas otrora por la acción, no quedarán separadas nunc 
en la glorificación. 

A los cincuenta años de la muerte del Fundador, las dos asociaciones religiosas, que deben a él su existencia, pueden mirar hacia atrás, 
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no diremos con orgullo, que serían palabras demasiado profanas, pero sí con legítima complacencia el camino recorrido. Sus estadísticas 
atestiguan el incesante progreso en el crecimiento de sus filas, en el multiplicarse de iniciativas, en el dilatarse de sus tiendas más allá de 
todas las fronteras y los mares. Las fuerzas humanas no hubieran llegado tan lejos sin el apoyo del brazo del Omnipotente. Dios que ha 
comenzado y conducido hasta aquí esta gran obra de bien, la perfeccione cada día más y le conceda sólida duración hasta que lleguen los 
tiempos a su fin. Y mientras tanto soli Deo honor et gloria (sólo a Dios todo honor y toda gloria). 

Cuando el Papa Pío XI volvió a bajar a la Basílica Vaticana, ya no impartía bendiciones desde lo alto de la silla gestatoria, ya no era 
aclamado por multitudes jubilosas, sino que, acostado sobre el lecho fúnebre y acompañado por preces luctuosas, era conducido a su últim 
morada en las místicas sombras de la cripta, que se abre bajo el templo, cerca de la tumba del Príncipe de los Apóstoles. Su muerte, suced 
la noche del 10 de febrero de 1939, era llorada por todo el mundo, precisamente en los días en que se corregían las pruebas de imprenta de 
este volumen, en el que tantas veces se habla de él o habla él mismo. Creemos haber pagado el tributo de gratitud que los Salesianos deben 
la memoria del gran Pontífice, consignando a la historia todo lo que ((389)) él -se dignó hacer por nuestro santo Fundador y Padre. No hub 
otro Papa que con tanto amor y tanta continuidad exaltase públicamente a un Siervo de Dios y en consecuencia su Obra, como lo hizo Pío 
durante diecisiete años respecto a don Bosco. Diez días antes de abandonar la tierra, había acordado al cuarto sucesor de don Bosco una 
audiencia inolvidable, al término de la cual le dijo paternalmente: 

-No puede creer lo mucho que me ha gustado esta su visita. 

Descanse en paz su alma grande, y que los Salesianos de hoy y los que vendrán, mantengan en su corazón perenne reconocimiento hacia 
él. 
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((393)) 1 (el original en latín) 

Inscripciones del P. Angelini, S. J., 
para los funerales de don Bosco en Roma 

Sobre la puerta de la iglesia: 

A JUAN BOSCO 

SACERDOTE 
QUE, POR ESPECIAL DON DE DIOS 
CONCEDIDO A NUESTROS TIEMPOS, 

PROMOVIO 
EL HONOR Y LA GLORIA DEL NOMBRE CRISTIANO 
CON SU INGENIO, CONSEJO, TRABAJO Y CONSTANCIA 
Y MIRANDO AL FUTURO 
PROVEYO NUEVAS DEFENSAS PARA LA VIRTUD: 
LOS RELIGIOSOS SALESIANOS 
DEDICAN 
AL AUTOR, PADRE Y MAESTRO 
ESTAS HONRAS FUNEBRES Y SUS LAGRIMAS 

En la parte delantera del túmulo: 

ARREBATADO EN ARDIENTE CELO 
POR EL BIEN DE LAS ALMAS 
PROYECTA EN SU MENTE UNA OBRA 
QUE ABARQUE TODO EL MUNDO Y TODOS LOS TIEMPOS 
CONGREGA EN TORNO A SI 
COMPAÑEROS Y COOPERADORES DE SUS DESIGNIOS 
Y FUNDA 
LA SOCIEDAD DE SAN FRANCISCO DE SALES 
QUE PROTEGE Y DEFIENDE CON LEYES SANCIONADAS 
POR LA AUTORIDAD DE LA SEDE ROMANA 

((394)) A los lados del túmulo: 

VELANDO 
POR QUE LA EDUCACION DE LOS ADOLESCENTES 
NO SUFRA NINGUN DAÑO 
APARTA LOS LIBROS PERNICIOSOS 
PARA SU INOCENCIA Y SU FE 
Y LES OFRECE OTROS 
EXPURGADOS DE ERRORES, 
COMPONE 
LA HISTORIA DE LA IGLESIA Y DE ITALIA, 

DA A CONOCER 
AUTORES QUE FOMENTAN LA PIEDAD 
CON LENGUAJE A TODOS ACCESIBLE 

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VOLUMEN XIX Página: 324 

JUAN BOSCO
CONSIDERANDO LO QUE APROVECHA
O PERJUDICA


AL ESTADO CRISTIANO 
CONSAGRA SUS PENSAMIENTOS Y DESVELOS 
A LA INSTRUCCION DE LA JUVENTUD 
LEVANTA DESDE LOS CIMIENTOS 
AMPLISIMOS EDIFICIOS 
DESTINA A LOS MENOS DOTADOS DE INTELIGENCIA 
A LAS ARTES MANUALES 
A LOS DE AGUDO INGENIO A LOS ESTUDIOS 
Y A LOS MEJORES LOS PROMUEVE 
AL SAGRADO MINISTERIO 

2 

Inscripciones del P. Mauro Ricci, escolapio,
en los funerales de don Bosco en Florencia


En la puerta principal: 

AL POBRE Y HUMILDE SACERDOTE 
JUA N BOSCO 
POR LA CRISTIANA CARIDAD 
HECHO RICO Y GRANDISIMO POR ENTENDIMIENTO Y CORAZON 
CON OBRAS SANTAMENTE AUDACES 
EN LOS MAS SALVAJES TERRITORIOS 
LLEVANDO TRAS DE SI LA LUZ DE LOS BUENOS ESTUDIOS 
LAS BELLEZAS DE LAS ARTES UTILES 
INCANSABLE PROPAGADOR DEL NOMBRE DE CRISTO 
IMPLORAMOS LOS ETERNOS GOZOS DEL CIELO 
UNICO PREMIO DESEADO 
POR EL CONSOLADOR DE TANTAS MISERIAS EN LA TIERRA 

((395)) Alrededor del féretro: 

I 

A LOS HIJOS DE LA FAMELICA PLEBE
PREPARADOS POR LA CRECIENTE CORRUPCION
A LA INFAMIA DE LAS CARCELES
ABRAZO COMO SUYOS
COMPARTIO CON ELLOS SU MESA
LES REGOCIJO CON LAS ESPERANZAS DE LA FE
DIO AUGURIO Y FUERZA A LOS DESCONFIADOS.


II 

LOS ENGAÑADOS ARTESANOS DESPRECIARON AL SACERDOTE 
EL SACERDOTE LOS COMPADECIO, LOS AMO 

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CON LA ELOCUENCIA DE PIADOSAS OBRAS
NO CON EL RESPLANDOR DE PALABRAS SONANTES
IMPUGNANDO PARA SIEMPRE
LAS MIL VECES REDIVIVA MENTIRA
CONTRA EL SACERDOCIO CATOLICO


SE BURLABA DE LOS INGRATOS EXTRANJEROS
CON IRONICA ARROGANCIA ITALIA
APELADA TIERRA DE MUERTOS
EL INSPIRANDOSE EN LAS MEMORIAS DEL GOLGOTA
PERENNE HOGAR DEL AMOR
LA PRESENTO TAN VIVA
QUE CAUSO MARAVILLA A LOS BURLONES ARREPENTIDOS


IV 

TU, MODELO DE DILIGENTE SUAVIDAD
FRANCISCO DE SALES;
TU, CAPITAN DE LA INVENCIBLE FALANGE
IGNACIO DE LOYOLA;
Y TU, APOSTOL EN LA ESCUELA PARA LOS HIJOS DEL PUEBLO
JOSE DE CALASANZ:
ACOGED AL VALIENTE EMULO EN LA BIENAVENTURADA ASAMBLEA


((396)) 3 

Carta del Arzobispo de Río de Janeiro
a los Salesianos de Niterói


Carísimos Salesianos de mi corazón: 

íYa está don Bosco en el cielo! íQué felicidad, qué suerte para él, y qué honor para los Salesianos! íAhora, más que nunca, ayudará don 
Bosco a los hijos que dejó: los amará más que nunca! Don Bosco puede mucho más en el cielo que en Turín o en Roma: desde allá arriba 
a todos sus hijos queridos, esparcidos por la tierra, escucha a todos, se interesa por todos, y puede más ante Dios. íQué suerte, qué dad par 
don Bosco, y qué honor para los Salesianos, tener a su Padre entre los Angeles y Santos, junto a la Santísima Virgen y al lado de Jesucrist 
íQué fiesta se habrá hecho allá arriba a la entrada de este buen Sacerdote...! íCuánta gente salvada por medio de don Bosco y de sus hijos! 
Todos habrán salido a su encuentro, a darle la bienvenida y en un santo abrazo le habrán agasajado como ni siquiera podemos imaginar. »Y 
qué le habrá dicho Jesucristo? -Euge, serve bone... Lo que hiciste por los pequeños, por mí lo hiciste y ahora yo te recompensaré. Intra in 
gaudium Domini tui. -íFeliz don Bosco! íQue feliz! 

Por tanto, queridísimos Salesianos, os felicito. Con una preciosa felicitación, que tiene su origen en la fe cristiana. 

Pero... íay, Dios mío! íNo faltan razones para las más vivas condolencias! Si por la muerte de Lázaro llora Jesús; »cómo no van a llorar p 
la muerte de don Bosco los 

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desconsolados y tristes Salesianos...? Llorad, pues, hijos míos, o mejor, lloremos todos los que tuvimos la fortuna de conocer a don Bosco 
de experimentar la bondad de su corazón, los beneficios de su caridad. 

íLloremos, pero como cristianos! Lloremos, como los que piadosamente piensan que don Bosco está en el cielo y que allí no olvidará a l 
que tanto ha amado en la tierra y que ha dejado sumidos en el más profundo dolor. 

íAh, don Bosco, acuérdate del pobre obispo de Río de Janeiro; el primer Obispo de América que tuvo la visita de tus hijos, de camino 
hacia el Río de la Plata; el primer Obispo del Brasil, que ha abierto en este Imperio una casa a tus queridos hijos! íEn la hora de mi muerte 
acuérdate de mí, y esto me basta! 

A vosotros, pues, queridísimos Salesianos, os envío mis felicitaciones y mi pesar, y os aseguro que participo de vuestro dolor, aflicción 
tristeza. Que Dios os bendiga y os consuele. 

Río de Janeiro, 6 de febrero de 1888. 

Vuestro afectísimo amigo, » PEDRO, Obispo 
de S. Sebastián en Río de Janeiro. 

((397)) 4 

Carta del Obispo de Montevideo a don Miguel Rúa 

Revmo. Padre don Miguel Rúa: 

La infausta noticia de la pérdida del virtuoso y venerable sacerdote don Juan Bosco, Fundador y Rector Mayor de la benemérita 
Congregación Salesiana, que V. R. se ha dignado comunicarme oficialmente, ha ocasionado una profunda pena a mi alma. 

Agradecido por tantos títulos al insigne bienhechor de la sociedad cristiana, don Bosco, desde el primer instante en que el telégrafo 
comunicaba su tránsito a mejor vida, en mi condición de Prelado y en nombre de mi pueblo elevé humildes plegarias al Supremo Hacedor 
por el bien del alma del ilustre difunto y por su eterno descanso; y al mismo tiempo pedí y rogué a Dios por la conservación, propagación 
prosperidad de las obras de celo y de caridad que él os dejaba. 

Don Juan Bosco no ha muerto; su memoria vive y vivirá perpetuamente, porque tienen que vivir las obras que él ha fundado para mayor 
gloria de Dios con la aprobación y la bendición del Supremo Jerarca, el Vicario de Jesucristo en la tierra. 

Don Juan Bosco vive y vivirá en la memoria y en el corazón de millares de muchachos pobres, que aprendieron de sus labios y de su 
palabra las santas enseñanzas de la fe. 

Don Juan Bosco vive y vivirá en las futuras generaciones, en las que millares y millares de jovencitos necesitados, en el alma y en el 
cuerpo, han de ser evangelizados por sus dignos hijos. 

Don Juan Bosco vive y vivirá en la diócesis de Montevideo por haber sido una de las primeras en recibir sus solícitos cuidados, al digna 
enviarnos a sus hijos, que se han distinguido y triunfan en las escuelas y en las parroquias confiadas a su celo. 

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Don Juan Bosco vive y vivirá especialmente para mí, que tuve el honor de conocerle y apreciar sus extraordinarias virtudes. Y como 
testimonio de mi especial aprecio y veneración he establecido, de acuerdo con el señor párroco de la iglesia catedral de Montevideo, celeb 
solemnes funerales de sufragio por él, en los que yo actuaré pontificalmente. 

Dígnese la Congregación Salesiana recibir los más vivos sentimientos de gratitud por la memoria de don Juan Bosco y el más sentido 
pésame por su muerte, mientras imploro del Dios de la Misericordia toda suerte de bendiciones para esta Institución. 

Que Dios la conserve por muchos años. 

Montevideo, 9 de marzo de 1888. 

» INOCENCIO MARIA Obispo de Montevideo 

((398)) 5 (el original en latín) 

Nombramiento de don Juan Bonetti como Postulador 

El Sacerdote Miguel Rúa, Rector Mayor de la Pía Sociedad de San Francisco de Sales, a su querido hijo en Cristo el sacerdote Juan 
Bonetti, salud. 

Puesto que la fama de santidad del Siervo de Dios, reverendo Juan Bosco, crece continuamente, hemos juzgado justo y piadoso atender 
los deseos de los fieles cristianos que piden ardientemente se promueva su Causa de Beatificación y Canonización, para mayor gloria de 
Dios y bien de la Iglesia. 

Por eso te elegimos y designamos a ti para el cargo de Postulador en los Procesos de dicha Causa, ya que nos consta tu ciencia y probida 
así como tu destreza en el desempeño de los asuntos. 

Al mismo tiempo, te conferimos todas las facultades necesarias según derecho y oportunas para que puedas actuar legítimamente, instar 
comparecer, incluso por medio de otro eclesiástico designado legítimamente por ti, ante los jueces que se deleguen en cualquier curia 
eclesiástica, en Roma o en otras partes; y para que puedas prestar todo juramento, aducir testigos y contestes, y realizar todo lo necesario y 
conveniente hasta que, con el favor de Dios, la Causa sea llevada a feliz término. 

Dado en Turín, el día 2 de junio de 1890. 

MIGUEL RUA, Pbro. R. M.
ANGEL LAGO, Pbro. Secretario


6 (el original en latín) 

Postulación don Juan Bonetti al Arzobispo de Turín 

El sacerdote Juan Bonetti, nombrado Postulador para la Causa de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Juan Bosco, Fundado 
de la Pía Sociedad de San 

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Francisco de Sales, según consta en el mandato de Procuración adjunto, humildemente expone a Vuestra Eminencia que dicho Siervo de 
Dios, tras una vida pasada en la práctica heroica de todas las virtudes cristianas, ha dejado después de su muerte, ocurrida el día 31 de ene 
de 1888, tan universal añoranza y tan constante fama de santidad, que muchos y piadosos fieles, implorando su patrocinio, han obtenido d 
Dios gracias extraordinarias y prodigios. 

Esta fama de santidad, lejos de disminuir, ha ido creciendo admirablemente incluso entre doctos y graves varones, que le consideran dig 
del honor ((399)) de la Beatificación y Canonización por la Santa Sede Apostólica. 

En consecuencia, yo, Postulador de la Causa, en nombre propio y de los que me han designado, para mayor gloria de Dios, que no cesa d 
manifestarse cada día admirable en sus Siervos, suplico con todo empeño a Vuestra Eminencia se digne decretar con su autoridad ordinari 
la instrucción del Proceso sobre la fama de santidad de vida y sobre las virtudes y milagros del Siervo de Dios, según norma de los Decret 
generales de la Sagrada Congregación Romana, especialmente de los últimos que fueron confirmados por el Venerable Siervo de Dios el 
Papa Inocencio XI, no sea que con el paso del tiempo desaparezcan las pruebas de los testigos con su muerte. 

JUAN BONETTI, Pbro., Postulador de la Causa. 

7 (el original en latín) 

El «iuramentum calumniae» del Postulador 

Yo, Juan Bonetti, presbítero, nombrado personalmente Postulador de la Causa de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios, 
reverendo Juan Bosco, tanto en nombre propio como en el de mis superiores, puesta la mano sobre estos santos Evangelios, juro y prometo 
que no me encargo, ni me he encargado, ni me encargaré de esta Causa y de la introducción de este Proceso ni de ninguno de sus actos por 
odio, amor, temor, lucro o cualquiera mira humana, sino únicamente por el celo del honor y gloria de Dios, que es exaltado y digno de 
alabanza en sus Santos. 

Esta es la intención de los superiores que me han designado, por cuya vida y la mía juro bajo todas las cláusulas contenidas y expresadas 
más por extenso en este juramento de calumnia. 

Así juro. Que Dios me ayude y estos santos Evangelios. 

JUAN BONETTI, Pbro., Postulador de la Causa 

8 

Carta de don Felipe Rinaldi al Cardenal Prefecto de Ritos 

Eminencia Reverendísima: 

Me comunica nuestro Postulador General que entre las observaciones que todavía se hacen en el examen sobre el heroísmo de las virtud 
del Venerable Siervo de Dios 

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Juan Bosco, nuestro Fundador, se desean más pruebas sobre su vida de oración y su espíritu profético. 

He rezado y meditado sobre lo uno y lo otro, y en confirmación de las abundantes deposiciones que a favor de cuanto se quiere demostra 
se encuentran en las Actas Procesales, me siento obligado a hacer a V. E. Rvma., dispuesto a hacerlo bajo juramento, dos declaraciones: 

((400)) 1.ª Se objeta que el Siervo de Dios pidió y obtuvo dispensa del Breviario. La pidió cuando andaba por los cincuenta años y le 
sucedía, por largos períodos de tiempo, que no podía leer de ningún modo. El mismo me lo declaró a mí, todavía clérigo, cuando le 
comuniqué que iba a hacerme visitar por un oculista. Me miró, como para decirme que no sacaría de ello ningún provecho y me dijo: -«M 
también yo he tenido siempre la vista débil y ahora se me ha debilitado tanto, que en ciertos períodos no puedo leer nada, absolutamente 
nada, mientras que en otros leo y escribo con mayor o menor fatiga». Comprendí enseguida que me quería decir que otro tanto me suceder 
a mí; y así sucedió precisamente, porque también yo, que al presente rezo el Breviario sin trabajo, no pude rezarlo de ningún modo durante 
mucho tiempo. 

Y permítame, Eminencia, añadir que tengo la íntima convicción de que el Venerable fue precisamente un hombre de Dios, continuamen 
unido a Dios con la oración. Durante los últimos años, después de unas mañanas totalmente ocupadas recibiendo personas de toda suerte y 
condición social, que acudían a él desde todas partes en busca de consejo o para recibir su bendición, solía estar retirado en su habitación 
todos los días, desde las dos a las tres de la tarde, y no permitían los Superiores que, en aquella hora se le molestase. Pero estando yo, desd 
1883 hasta la muerte del Siervo de Dios, encargado de una Casa de formación de aspirantes al Sacerdocio y habiéndome él dicho que fues 
verle siempre que lo necesitase, quizá con poca discreción, seguro de que podría llegar a él con mayor comodidad, quebranté varias veces 
consigna, y no sólo en el Oratorio, sino en Lanzo y en San Benigno, a donde iba con frecuencia, en Mathi y en la Casa de San Juan 
Evangelista de Turín, me acerqué varias veces a él precisamente a aquella hora para hablarle. Y, en todas partes y siempre, le sorprendí 
recogido, con las manos juntas, en meditación. 

2.ª Lo segundo que siento el deber de exponer, se refiere a la dificultad que se presenta sobre la muerte del Emmo. cardenal Cagliero, el 
cual no llegó a asistir a la reanudación y clausura del Concilio Vaticano, como falsamente se ha interpretado y divulgado que había dicho 
don Bosco. 

Hace más de cuarenta años que, tratando y viviendo con los más ancianos, supe que, cuando fue nombrado Obispo Mons. Cagliero, dijo 
Venerable que Monseñor viviría muchos años, y entre nosotros se opinaba que pasaría de los ochenta y cinco y en efecto superó los ochen 
y ocho; y que asistiría a un gran suceso en el Vaticano. Don Bosco no especificó cuál sería este gran suceso; pero fue don Carlos Viglietti, 
clérigo entonces, quien interpretando por su cuenta, y con mucha ligereza, las palabras de don Bosco, dijo y escribió que don Bosco había 
dicho a monseñor Cagliero, que asistiría a la clausura del Concilio Vaticano. 

Pero también es cierto que hace más de cuarenta años otros muchos y yo hemos juzgado puramente arbitraria y falsa la interpretación de 
don Carlos ((401)) Viglietti, y así lo he declarado yo siempre a quien me hablaba de ello. El mismo Cardenal Cagliero, preguntado por mí 
por otros sobre el particular, repitió una y otra vez que don Bosco no le hizo nunca tal profecía. 

Por tanto, don Bosco no dijo, como se corrió la voz, por la interpretación de don 
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Carlos Viglietti, que Mons. Cagliero asistiría a la clausura del Concilio Vaticano, sino simplemente a un gran suceso en el Vaticano; y el 
gran suceso, al que realmente asistió el Card. Cagliero en el Vaticano fue el Cónclave en el que fue elegido el Santo Padre Pío XI. Para do 
Bosco que, durante toda su vida, después de N. S. Jesucristo y la Santísima Virgen, amó con el más tierno y activo amor al Romano 
Pontífice, era verdaderamente Grande tal suceso en el que, por los piadosos designios de la Divina Providencia debía participar y participó 
íuno de sus pobres alumnos del Oratorio! 

Esto es todo lo que puedo y entiendo jurar palabra por palabra. 

Haga V. E. de ello el uso que crea oportuno. 

Y mientras pido a V. E. humildemente perdón por mi atrevimiento, postrándome para besar la Sagrada Púrpura, me profeso 

De Vuestra Eminencia Reverendísima, 

Turín, 29 de septiembre de 1926. 

Muy humilde, atento agradecido servidor F. RINALDI, Rector Mayor 

Al Eminentísimo 
Sr. Card. ANTONIO VICO 
Ponente de la Causa del Ven. J. Bosco 
Roma 

9 

Carta del canónigo Sorasio al Prefecto de Ritos 

Eminencia Reverendísima: 

El Proceso Apostólico del Ven. don Bosco ya está terminado; y yo, como Vicario delegado de nuestro Emmo. Card. Arzobispo, me unir 
mis compañeros para hacer la relación del mismo; pero, habiendo pasado ya de los ochenta años, y por miedo a ser sorprendido por la 
muerte, me permito exponer a Vuestra Eminencia Reverendísima un suceso personal, que podrá prestar alguna luz sobre las oposiciones 
hechas contra el proceso, y entiendo que esta exposición sea unida al proceso, si sobreviniere mi muerte. 

Cuando las divergencias entre el llorado monseñor Gastaldi, arzobispo de Turín, y don Bosco se recrudecieron, publicáronse unos 
opúsculos contra el Arzobispo; y algunos, sin conocer el espíritu de don Bosco, quizás sospecharon que fuese él su autor; ((402)) poco 
después se supo que el canónigo Colomiatti, abogado fiscal de la Curia, había iniciado indagaciones e interrogado testigos con respecto a 
esto. 

En aquel momento yo era secretario de la Curia, y un día el canónigo Chiuso, secretario del Arzobispo, Canciller y posteriormente 
Provicario general, me dijo que, en mi calidad de promotor de la mesa episcopal, debía instar al Abogado fiscal, canónigo Colomiatti, para 
que incoara un proceso contra don Bosco, como autor de dichos opúsculos. 

Respondí vivamente que creía imposible que don Bosco hubiera caído en tal bajeza, que tenía muchas otras cosas que hacer, puesto que 
había de proveer de pan a 

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tantos estudiantes y aprendices como tenía en su Oratorio, en sus colegios y en las misiones: añadí que le creía incluso incapaz de tratar 
temas filosóficos como se trataban en uno de los opúsculos; y tuve el valor y la audacia de decirle, dado que había sido condiscípulo mío 
durante los estudios de moral: -Mira: don Bosco es un coloso tal que os íaplasta a todos! 

El canónigo Chiuso, sorprendido, me dijo: -Entonces tú sabes quién es el autor. -No, respondí, pero sospecho de alguien -que por 
delicadeza no osé nombrar. Era el P. Rostagno S. I., con quien conversaba cuando lo encontraba camino de la oficina; y aunque él sabía m 
bien quién era yo, sin embargo un día le oí exclamar: -íAh, le arreglaremos a vuestro Arzobispo! 

El canónigo Chiuso, al ver que yo no soltaba prenda, me envió al canónigo Colomiatti, el cual me repitió la misma invitación o mandato 
Le respetí las razones manifestadas al canónigo Chiuso, pero omitiendo mi juicio sobre el coloso. Entonces él, con aire de seguridad, dijo: 
-»Y si le condenáramos? -Entonces, repuse, me inclinaré ante la sentencia, debiendo suponer que hayan tenido tantas pruebas, tan claras y 
seguras, que haya habido que condenarle. -Al llegar a este punto, tomó él en mano toda una voluminosa carpeta (imagino que contendría l 
deposiciones de los testigos ya interrogados) y mostrándomela, sentenció: -»Ve usted? íNo haremos el proceso de don Bosco, como lo 
hemos hecho para Cottolengo! 

Firmé la demanda ya preparada para proceder contra don Bosco... parcat mihi Deus! íEra la época del autoritarismo y del 
ultraautoritarismo, por no decir otra cosa! 

Desde el momento en que me atreví a tomar la defensa de don Bosco, me vi tolerado en la Curia. El Arzobispo, sin aludir a cuanto había 
pasado, me informó poco después de que estaba vacante la parroquia de Aglié (del patronato de S. A. el Duque de Génova) y me dijo que 
haría bien si la aceptaba: me instó a ello más tarde con fervor, y respondí que me resultaba doloroso abandonar la diócesis en la que había 
nacido. Poco tiempo después me ofreció la parroquia de S. Mauricio, en la diócesis de Turín. Me vi obligado aceptarla, pero mientras me 
preparaba para el examen, el Marqués Doria, que era el patrono, fue al Arzobispo y le presentó al Sacerdote que quería nombrar... 

((403)) En aquel tiempo los Sacerdotes del Corpus Christi, que sabían mi molesta situación, me aceptaron en su Congregación y, cuatro 
años más tarde, los Canónigos de la Catedral me llamaron a su lado. 

Puede que alguno me haga cargo de por qué, siendo Promotor fiscal, no haya citado en el proceso informativo como testigos de oficio, a 
los canónigos Chiuso y Colomiatti. Esa era mi intención. Y en efecto me presenté al arzobispo David Riccardi y le expuse la cuestión. Per 
él, con su rápido talante, me repuso: -El canónigo Chiuso está liquidado (había sido privado del canonicato). »El canónigo Colomiatti? »Y 
qué sabe él de don Bosco? -E hizo un gesto que interpreté como que podía citar a otros. Y cité a tres: al teólogo Bongiovanni, al canónigo 
Corno y al canónigo Berrone. 

No cité al canónigo Colomiatti, además, porque la Curia había sido obligada a retirar el proceso intentado contra don Bosco; además, el 
testigo reverendo Turchi, después de su deposición, presentó al Tribunal un pliego sellado, para que fuera enviado al Cardenal Prefecto de 

S. Congregación, y se comprendió que él se declaraba autor de los referidos opúsculos; y con eso quedaba desvanecida la acusación de qu 
fuese don Bosco el autor, acusación de la que se había hecho acérrimo defensor el canónigo Colomiatti. 
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Habiendo citado posteriormente al canónigo Corno, que había sido varios años prosecretario del Arzobispo, Mons. Gastaldi, y 
precisamente en los tiempos más agitados, me pareció haber cumplido mi deber exhaustivamente. 

Yo no puedo, o no debo, juzgar qué valor puedan tener las deposiciones hechas por el canónigo Colomiatti, pero puedo atestiguar que, 
varias y distinguidas personas, que trataron con él, saben con qué facilidad pronuncia juicios y sentencias, y que una vez que emite un juic 
ya no es posible hacerle escuchar observaciones o razones en contrario. 

Dígnese Vuestra Eminencia Reverendísima perdonar mi libertad, y mientras me inclino reverentemente a besar su S. Púrpura, tengo a 
mucho honor profesarme con los sentimientos de la más profunda veneración, 

De V. Emma. Revma. 

Turín, 8 de noviembre de 1897. 

Muy humilde y atento seguro servidor Can. MIGUEL SORASIO 
Vicario Delegado 

10 

Carta de don Juan Turchi al Prefecto de Ritos 

Eminencia Reverendísima: 

En mi deposición ante los Reverendísimos Jueces en el Proceso de la causa de Beatificación del santo Sacerdote que fue don Juan Bosco 
he pedido y obtenido presentar ((404)) a los mismos Reverendísimos Jueces un pliego cerrado que sirva exclusivamente y en vías de 
absoluto secreto confiado a la Sagrada Congregación de Ritos; y me pareció bien hacerlo así para que la Sagrada Congregación de Ritos se 
convenza mucho mejor de que don Bosco no escribió, ni mandó escribir opúsculos contra Mons. Lorenzo Gastaldi, que fue arzobispo de 
Turín; y para que los nombres de los escritores de los opúsculos impresos contra o mejor, sobre monseñor Gastaldi, no lleguen a 
conocimiento del público, ni pasen a la historia. 

Al escribir yo estas líneas, entiendo hacerlo bajo los mismos vínculos de juramento, con los que estaba ligado en mi deposición. Protesto 
además, que no escribo con rencor alguno a la memoria de monseñor Gastaldi; es más, tiendo a compadecerlo porque era un hombre de la 
primera impresión, y porque su cerebro debía tener algo de anormal, en lo que encontré de acuerdo conmigo a un Obispo piamontés todav 
en vida, muy prudente, muy docto y muy pío; porque además pienso que, como suele decirse, estaba mal rodeado, y lo prueba cada día má 
la conducta del canónigo Tomás Chiuso, que fue secretario y consejero de monseñor Gastaldi, el cual Chiuso fue hace poco, por disposici 
de S. S. el Papa León XIII, suspendido para celebrar Misa, para ser canónigo de la Catedral como lo era antes, y declarado incapaz para to 
cargo o empleo eclesiástico; y también lo demostró don Marcelino, cura párroco entonces y hasta estos últimos tiempos de la parroquia de 
los Santos Mártires en Turín. Este, que era íntimo y consejero de monseñor Gastaldi y que había obtenido la parroquia por favor especial d 
Monseñor, había perdido después su reputación moral; y cuando finalmente se pudo convencer a monseñor Gastaldi de que no sólo se 
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trataba de chismes sino de hechos, tuvo que autorizar a la Curia para procesarle; pero quedó tan dolido al comprender quién era su 
confidente, que la muerte imprevista de Monseñor, sucedida pocos días después, se dijo por muchos que había sido ocasionada por el 
desengaño tenido con don Marcelino. Y el tal don Marcelino, obligado finalmente a renunciar a la parroquia, no se sabe qué conducta llev 
ni si vive en Turín o anda viajando, vestido con ropas puramente mundanas y llevando largos bigotes: ciertamente no se habla muy bien de 
él. 

Era entonces sabido por todos, y aún hoy se sabe, que las cosas de la archidiócesis de Turín marchaban mal, en tiempos del episcopado d 
pobre monseñor Gastaldi, singularmente en los últimos tiempos; y supongo que en Roma se supieran y se sepan todavía mejor. Yo mismo 
que me encontré en Roma bastante tiempo (parte del 1877 y parte del 1878), oí frecuentemente hablar, a personas incapaces de ir, de las 
quejas que se vertían sobre monseñor Gastaldi por personajes de alta condición en la Iglesia y por la misma Santidad del Papa actual. Por 
demás, los opúsculos arriba nombrados contenían bastante materia para hacerse una idea sobre el punto a que habían llegado las cosas bajo 
el pobre monseñor Gastaldi; y aquellos opúsculos no fueron nunca, ((405)) que yo sepa, públicamente contradichos ni refutados: y por 
encima de todo lo que podía saber sobre ello, un Obispo de una diócesis piamontesa, que, antes de ser Obispo, estaba establecido en Turín 
conocía por su posición muy bien cosas y personas, me decía, no hace mucho, que aquellos opúsculos se leían ávidamente y que se 
encontraba que decían la verdad. 

Como es sabido, el pobre monseñor Gastaldi estaba enfadado con todo y con todos. Y, 1.°, con la Santa Sede, rehusando obedecer y 
ganándose suspensiones especiales, no queriendo someterse a la sentencia de los Tribunales de la misma, sino acosejándose y aviniéndose 
con altos magistrados para oponerse a Roma y dejarla sin resultado; 2.°, con verdaderos dictámenes de la Fe, habiendo impreso, aun antes 
ser Obispo, proposiciones, en las que estaba de acuerdo con jefes sectarios; proposiciones impugnadas en uno de dichos opúsculos, titulad 
Piccolo Saggio sulle dotirine di Mons. Gastaldi (Pequeño ensayo sobre las doctrinas de Mons. Gastaldi), en la parte que es propiamente 
Ensayo; 3.°, con la Moral de San Alfonso de Ligorio, que le parecía demasiado ancha, y en consecuencia destruyendo una de las más 
hermosas y útiles instituciones del Piamonte, como era la Residencia Eclesiástica para el estudio de la Moral, que alejó los rigores del 
Jansenismo del Piamonte mismo, y que era una fundación de hombres insignes por su doctrina y santidad de vida, como lo fueron el teólo 
Guala y don José Cafasso; y luego el destierro dado al gran moralista el teólogo J. B. Bertagna, hoy obispo titular de Cafarnaún; 4.°, con l 
órdenes y congregaciones religiosas, especialmente contra los jesuitas, a los cuales, dando después él mismo clase de moral a los sacerdote 
jóvenes, los colocaba en situación de burla, y habiendo asegurado en uno de sus escritos impreso, que el estado religioso no era más perfec 
que el simple sacerdocio; particularmente también con el pobre don Bosco, del que sería muy largo contar lo mucho que le maltrató, y que 
tenía la culpa de no quererse dejar destruir él y su Congregación; 5.°, con la sana y católica filosofía, habiéndose convertido en adalid de l 
teorías Rosminianas, cuyos seguidores, según he leído en un periódico liberal, tenían una fortaleza en Gastaldi, arzobispo de Turín; 6.°, co 
su clero y los mejores del mismo, imponiendo suspensiones sin cuento y por fútiles motivos; y entre las víctimas de las suspensiones 
también don Bosco en cuanto al ministerio de la confesión; cuestión, sin embargo, de la que él mismo no se había enterado y otros 
supusieron que sus licencias de Confesión habían sido, se gún costumbre, normalmente confirmadas ad annum; y en cambio don Bosco 

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de Pío IX, como se supo por él mismo, facultad para confesar siempre y sin limitación de territorios; 7.°, por fin, con los obispos próximos 
los que prohibía actuar en funciones de su Diócesis 1; 8.°, diría, para acabar, que hasta con los Santos, ya que tratándose de reimprimir po 
milésima vez ((406)) una Alabanza de San Alfonso, negándose a permitir la reimpresión sin una variante que él quería, y habiéndole 
observado el tipógrafo u otros que aquella Alabanza era ya antigua, y que nadie había tenido nada que ver en ella que no estuviera bien, él 
añadió: San Alfonso era Obispo y yo soy Arzobispo, y lo quiero así; 9.°, con el Cabildo Metropolitano. Al hacer su Sínodo, Mons. Gastald 
presentó, según derecho, la copia del escrito al Cabildo; luego, en la reunión del Clero, en la Catedral, hizo leer otro. Habiendo ido despué 
la ribera ligur para tomar baños, redactó un tercero y lo imprimió el año 1873. Así me ha sido contado como cierto. Verdaderamente y por 
desgracia hubo y hay discusiones sobre su valor, excepto en lo que contiene del cardenal Costa sobre el Sínodo. Pero, »cómo distinguir lo 
que pertenece y lo que no pertenece a Costa? Se requeriría un buen trabajo sobre el particular. Se me aseguró, en tanto, que el excelente 
moralista Mons. Bertagna, en sus conferencias al Clero joven manifiesta que el Sínodo no es válido. Si nuestro veneradísimo arzobispo 
Mons. David de los Conti Riccardi nos lo cita, es porque, como un día me decía Mons. Re, obispo de Alba, puede calcularse sobre un táci 
consentimiento del Cabildo Metropolitano. Pero »cómo suponer que el Cabildo no haya protestado oportunamente? Así, y mientras tanto, 
Sínodo sería Sínodo y no Sínodo. Además, Mons. Gastaldi se las había tomado con Margotti y su Unità Cattolica, vejándole de tal modo q 
Margotti se vio obligado a traspasar la propiedad de su periódico a su hermano Esteban, para verse libre de él. Fue muy extraño que, a la 
muerte de Mons. Gastaldi, las noticias que diría de palacio, esto es, lo relativo a la exposición del cadáver y a cuanto sucedía en el palacio 
arzobispal y la capilla externa aneja al mismo, lo mismo que respecto al ceremonial de la conducción del cadáver, etc., todas las noticias, y 
muy detalladas, las daba un periódico liberalísimo, y el peor después de la Gazzetta del Popolo, a saber, la Gazzetta Piemontese, de la cua 
las tomaban las publicaciones religiosas. Monseñor Gastaldi era, además, de ideas liberales, como lo demuestra de modo singular una 
Pastoral suya. 

Admito, sin embargo, que Mons. Gastaldi estuviera mal servido por su Curia. Una vez, encontrándome en uno de los despachos de la 
Cancillería en Roma, me dijo un excelente canonista: -íPero es posible que en Turín no haya alguien que entienda de Cánones! 

Si, además, se quieren conocer mejor los desórdenes y los males de aquel tiempo, conviene leer los diversos opúsculos publicados 
entonces por Mons. Gastaldi, sin excluir la Exposición del Sacerdote Juan Bosco a los Eminentísimos Cardenales de la Sagrada 
Congregación del Concilio, que éste escribió para obedecer a la Santa Sede, con cierta repugnancia: opúsculo que se debió hacer imprimir 
pero en edición reservadísima y realizada en plena noche y con personal extraño a las casas salesianas, a excepción del Director de la 
tipografía de S. Vicente de Paúl en S. Pier d'Arena, 1881. Que los opúsculos contuvieran la verdad, amén de que puede decirse que todos l 
admitían, se demuestra también porque Mons. Gastaldi ((407)) quería intentar un proceso, si no contra los autores de los Opúsculos, al 
menos contra los editores; pero, aconsejándose con el Procurador del Rey, éste le preguntó: -Pero las cosas de que 

1 Mons. Emiliano Manacorda, obispo dignísimo de Fossano, en la archidiócesis de Turín, se vio obligado, en aquel tiempo, a pedir a la 
Santa Sede -y lo obtuvo-no depender de Mons. Gastaldi, su Metropolitano. 
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hablan esas publicaciones, »son verdaderas? -Sí... ya... -respondió Monseñor. Y entonces el Procurador o el Magistrado que fuese añadió: 
-Si las cosas son verdad, guárdese de intentar procesos: sería echar leña al fuego y resultaría peor que dejarlo correr... -De esto se hablaba 
Turín y se daba por cosa cierta. 

Por tanto, los males existían y eran graves, gravísimos. 

Paso ahora a los opúsculos, para decir en torno a ellos lo que más importa. 

Ya antes de 1878 aparecían los Calendarios litúrgicos con cosas amenas y ridículas, de tal modo que yo, lo confieso, me divertía con ello 
entre amigos sacerdotes y más que simples sacerdotes. Oí quejas y lamentos sin cuento por Turín. Compatriota como era de don Bosco (po 
consiguiente también de don José Cafasso), y habiendo estado cerca de él durante un decenio (a pesar de que apenas fui clérigo pertenecie 
al Seminario de Turín, cerrado y abierto solamente en parte para diversas clases), esto es, desde el tercero de bachiller, como ahora se dice 
hasta después de algún mes después de haber sido ordenado sacerdote, y por tanto apasionado por don Bosco, sentía hervir la sangre en m 
pecho al ver cómo era maltratado y oprimido por Mons. Gastaldi, Chiuso, Colomiatti (éste último, más tarde). Puede decirse que todos los 
días había alguna novedad. Encontrándome después en Roma durante bastante tiempo, como profesor, bajo la dirección de Mons. Crostaro 
(1877-78) pude saber lo que se decía entre dignatarios y personajes de la Iglesia, y también más arriba, pues tenía algunos e importantes 
conocidos. Había logrado que me enviaran desde Turín el Calendario litúrgico para el 1878; y al ver que era más divertido que los anterior 
empecé a darle un vistazo con reflexiones que pasaban por mi cabeza. Y entonces me vino la idea (a mí solo, a mí en mi interior) de hacer 
con ellas una revista con dibujos, todavía de una forma vaga, e imprimirla. Y entonces empecé a pasar al papel mis observaciones un poco 
en plan de broma. No recuerdo bien, si fue antes de que empezase a escribir, o cuando ya estaba escribiendo, me llegó, no sé de parte de 
quién, pero debió ser de parte del mismo autor, y amigo mío, de quien hablaré dentro de poco, una hoja impresa, no recuerdo si en forma d 
carta o de exposición, firmada por un Cooperador Salesiano, en la cual se defendía a don Bosco contra Mons. Gastaldi. Esto me metió en l 
cabeza unas ganas locas de empezar o de seguir escribiendo e imprimiendo yo también (a decir verdad me falla la memoria y no recuerdo 
bien si lo primero o lo segundo: diría que más lo segundo, es decir, seguir escribiendo). Entonces empecé a escribir el Aguinaldo para el 
Clero, o sea Revista sobre el Calendario litúrgico de la archidiócesis de Turín para el año 1878, escrita por un Capellán. Y aquel Capellán 
era y soy yo, el sacerdote Juan Turchi. En cuanto al firmante Cooperador Salesiano, del que acabo de hablar (me lo dijera él mismo u otro 
quizás lo supe por ((408)) él o por otros) fue antaño y siempre amigo mío, y es: el reverendo doctor en Filosofía y Letras J. B. Anfossi, 
actualmente canónigo honorario de la SSma. Trinidad en Turín, que estuvo también en mis tiempos con don Bosco y salió de allí a la par 
conmigo: pero siempre se ha conservado muy adicto a don Bosco. Anfossi, a quien había informado de mi plan, me enviaba después, desd 
Turín, las novedades de cuanto allí sucedía, que podía saberlas allí mejor que yo en Roma y así me daba material nuevo para el Aguinaldo 

Mientras tanto pude saber en Roma que también el Padre Jesuita Antonio Ballerini (me parece que así se llamaba) estaba escribiendo so 
las doctrinas de Mons. Gastaldi. Fui a él, para que me aclarara algo que necesitaba, me parece que sobre los milagros 1, es decir, en cuanto 
la aprobación, o menos, del Ordinario en su diócesis; 

1 Digo milagros ya admitidos hace tiempo en otras diócesis. 
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y hablamos, yo de mi Aguinaldo y él de su Ensayo sobre las doctrinas como más arriba. En cuanto a Mons. Gastaldi me decía que andaba, 
me parece, desenmascarado, que se requería la prensa, ya que no había otro camino para tenerlo a raya. Y el pobre Mons. Gastaldi se 
apoyaba en seglares y tenía además un pariente que era Ministro de la Guerra, el general Macè de La Roche. 

Al decir yo a Ballerini que, como había oído, el Papa pensaba remover a Mons. Gastaldi, pero que se temía se decidiese a hacer algo 
desagradable, y armase escándalos, el mismo Ballerini añadió: -Mas ya lo ha hecho, lo ha hecho. -No quiero engañarme, pero creo que des 
entonces me habló de buscar la forma para hacer imprimir su trabajo yo mismo en Turín, o sea el Piccolo Saggio, etc. y que yo aceptase 
complacerle. Quedaba entendido que en todo caso él enviaría a Turín su manuscrito, y que en Turín se pensaría en lo relativo a la imprenta 
puesto que tampoco él quería darse a conocer. Me decía además, me parece recordarlo, que a Gastaldi había que zurrarle con la prensa, y q 
no había ningún otro medio. Todo esto me animó a imprimir mi Aguinaldo, y todo lo que diré. Más aún, entre esto y cuanto oí decir en 
Roma a alguno que debía saber más que Lepe, me fui persuadiendo de que el zurrarle con la prensa venía de arriba; y se me hacía creer qu 
en el caso anterior del infeliz cardenal D'Andrea, el mismo Pío IX había dicho: Queda zurrado con la prensa -como en efecto fue más tarde 
zurrado por ella. En suma, el P. Ballerini directa o indirectamente, con lo que hacía y con lo que me dijo, me animó y me convenció para 
seguir el camino que he seguido. Soy yo, pues, quien escribí el Aguinaldo, y con la firme persuasión de haber hecho una cosa buena. Se 
imprimió en Turín, en la Tipografía de G. Bruno y C.ª, 1878. 

Pero yo no tuve ningún trato con el tipógrafo, ni para el Aguinaldo ni para el resto. Anfossi y otro amigo nuestro, Luis Fumero, que 
también había estado conmigo y Anfossi en casa de don Bosco, que después había ((409)) salido también del Oratorio y que sigue siendo 
cajista en la Tipografía Bona, persona de toda confianza, y además un tal Brunetti, también exalumno de don Bosco y en las mismas 
condiciones de Fumero (pero Brunetti, ya difunto) se ocupaban de la impresión, y, en menor escala, trataban con el tipógrafo. Ellos se 
ocupaban del contrato y de los gastos; y con lo que se sacó de la venta de todo lo que se imprimió (al menos respecto al Aguinaldo) aún 
quedó para dar al Ricóvero (Asilo) una cantidad discreta, después de deducir los gastos. 

Lo mismo se hizo para los otros opúsculos, sin que el tipógrafo pudiese nunca saber quiénes eran los autores. 

Estaba yo ya en Turín en el curso 1878-79 cuando el Padre Ballerini mandó allí mismo el manuscrito de su «Piccolo Saggio»; y yo escri 
cuanto precede y cuanto sigue a lo que es propiamente el Pequeño Ensayo, o sea, el Prólogo, la Introducción, cuatro Apéndices y añadiend 
a lo último El Oratorio de S. Francisco de Sales en Turín, original de Mons. Gastaldi, cuando no era más que canónigo, y antes de ir como 
Misionero a Inglaterra; y para cerrar escribí también la Advertencia, con la que termina el fascículo. 

Cuando estaba escribiendo lo que antecede (y me encontraba en el Instituto de los ciegos de Turín, donde fui primer Rector y maestro 
durante tres años y medio y, si lo tuve que dejar, todo me lo hace creer, y había quien me lo aseguraba, fue por intrigas de Chiuso, y obra 
directa del mismo Mons. Gastaldi; con lo que sufrí bastante, puesto que quería mucho a aquellos buenos y pobres muchachos, a los que se 
perjudicó mucho después, con Rectores más o menos aseglarados, y alguno hasta libertino; 
cumpliéndose en fin el deseo de la francmasonería que no quería un sacerdote como 
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Rector), cuando, repito, estaba escribiendo lo que antecede, vino un día a visitarme el Padre Rostagno, jesuita, célebre profesor de derecho 
canónico en Bélgica (creo que en Lovaina), el cual, se había enterado no sé cómo, de que me ocupaba del «Saggio» de Ballerini y que esta 
escribiendo algo para acompañar al mismo Ensayo. Entonces me aproveché de él para aconsejarme e iluminarme; me dio sugerencias 
especiales y alientos; hasta añadió él algún concepto, que yo recompuse según mi estilo. Por tanto, si pequé, fue con la complicidad de dos 
ilustres jesuitas, el Padre Antonio Ballerini y el Padre Rostagno. 

Otro opúsculo que fue reproducido por un periódico, me parece que el Conciliatore, cuyo director era el teólogo colegiado (por la 
Universidad) Lorenzo Gastaldi, y no recuerdo ahora el título preciso del opúsculo, fue compilado por el citado profesor Anfossi; y yo sólo 
añadí notas al pie de página. Otro opúsculo, que se refiere a la cuestión de Chieri, tenida entre el salesiano Bonetti por una parte, y el 
párroco de la colegiata de Chieri (Oddenino) y Mons. Gastaldi por otra, sólo lo conocí cuando salió a la luz. Pensaba yo que podía haberlo 
escrito el mismo don Juan Bonetti; pero más tarde me aseguró una persona fidedigna que puede saberlo, ((410)) que don Juan Bonetti no e 
ciertamente el autor, sino otro, ajeno al oratorio Salesiano; no sé quién pudo ser el escritor. 

Después de las publicaciones indicadas, se me decía que en Roma esperaban todavía más y que sentían se acabaran. El Padre Ballerini 
tenía preparado algo más para terminar su «Ensayo»; y me parece que también el Padre Rostagno insistía para otras publicaciones. Pero, 
estando yo muy ocupado con mis queridos ciegos, y pareciéndome que ya eran suficientes las publicaciones hechas para dar a conocer en 
Turín y en Roma hombres y cosas y males, a fin de que se proveyese a todo, ya no pensé en escribir más y así se puso punto final. 

Para mí es innegable que los opúsculos hicieron su bien; ya que Mons. Gastaldi se frenó, si no del todo, al menos en parte. Roma, donde 
ya se pensaba, y diría que era voz común, hacer Cardenal a Gastaldi y llamarlo para algún cargo, conoció mejor la clase de hombre que era 
Mientras tanto, él comprendió que había hecho mal en acabar con el Convitto Ecclesiastico (la Residencia Sacerdotal) para el estudio de la 
Moral, y buscó la forma de darle vida de nuevo y hoy está floreciente. El cardenal Alimonda, que le sucedió, puso todo en paz; y creo yo q 
los opúsculos contribuyeron un poquito para enviar como arzobispo de Turín al cardenal Alimonda, bajo cuyo mandato y por su impulso s 
comenzó el proceso de beatificación de don Bosco, y bajo el cual lo que antes era una culpa en don Bosco, se convirtió en benemerencia y 
motivo de elogios. Volvió la paz al clero turinés, algún miembro del cual entendió que había hecho mal empujando a Mons. Gastaldi con s 
consejos, y, creo que, más por convicción que por oportunismo, abandonó el sistema anterior y se convirtió piadosamente en hombre de 
bien. Chiuso y Marcelino todavía están; pero son objeto de desprecio; y sirven mientras tanto de desagradable comentario sobre lo que 
hacían hacer a Mons. Gastaldi, que desgraciadamente no era un conocedor de hombres. La Congregación Salesiana, tan admirable y 
benemérita, de aborrecida que era, pasó a ser objeto de singular afecto y distinción por parte del gran León XIII, a quien Dios guarde ad 
multos annos. El excelente y piadoso teólogo Bertagna, otro de los perseguidos, que había tenido que refugiarse en Asti, donde le nombrar 
Vicario General, fue llamado de nuevo a Turín por el cardenal Alimonda, que lo quiso como Obispo Auxiliar, y ahora, a más de ser Recto 
Magnífico del Seminario Metropolitano y de los otros cuatro Seminarios (Regio Parco de Turín, Chieri, Bra y Giaveno), fue puesto de nue 
al frente de las conferencias de Moral para el clero joven. La 
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llegada del cardenal Alimonda a Turín inauguró la época de la pacificación entre el Clero y desaparecieron los odios, los miedos, las 
relaciones y los escándalos. Otra buena consecuencia fue que el sapientísimo Papa León XIII acabó por decir, hablando de Monseñor 
Gastaldi viviente: -Este, o se arregla con don Bosco, o hay que cambiarlo. Había llegado la conciliación, aunque luego no duró toda la vid 
de Mons. Gastaldi, quien ípobrecito! sacó otra cuestión que le acompañó, viva, hasta la muerte: mientras don Bosco había sido instado por 
Roma ((411)) a referir lo que hubiere en torno a cualquier nueva vejación por parte del Arzobispo. 

En cuanto a los opúsculos hubo quien se lamentó del escándalo, pero no fueron muchos; sólo lo hicieron aquéllos a los que amargaban l 
opúsculos. Lo que desdichadamente ayudó a quitar aquellos sentimientos de escándalo fue la verdad de los escándalos de Chiuso y 
Marcelino: digo desdichadamente, pero ítambién providencialmente! Otro de los más enojados de entonces era el canónigo Colomiatti. 

Pues bien: también él acude ahora a los Salesianos, al Superior don Miguel Rúa, ya que todos a la par le recompensan los no tan antiguo 
odios y ultrajes con igual respeto y buen corazón. Alabado sea Dios; y me parece que aquellos Opúsculos, que fueron un poco incordiante 
se merecen también algo, sí, pero oí decir muchas veces de ellos: -íAh, cuánta razón tenía el Capellán! íAh, si hubiera sido escuchado! No 
lamentarían ahora la Curia arzobispal, los párrocos y sacerdotes y mucha buena gente de monasterios y conventos, ni muchos otros más, d 
haber perdido grandes cantidades, mal gastadas por Chiuso; y ahora no llorarían inútilmente. 

-Y los mismos Seminarios, si hubieran entendido lo que los Opúsculos del pobre Capellán les advertían, no se hallarían actualmente 
envueltos en el pleito que les proporcionó Chiuso, el cual, después de haber derrochado un patrimonio de confianza de seiscientas mil lira 
sin hablar de lo demás, ípretende ahora doscientas o trescientas mil! 

Antes de acabar, me permitiré una observación respecto al Cuestionario para la causa de beatificación de don Bosco, o mejor manifestar 
una impresión mía. Me parece que dicho Cuestionario está concebido de tal modo que, en lo que se refiere a publicaciones sobre Mons. 
Gastaldi, se presenta a don Bosco como un reo, excepto en cuanto a oír si se le puede excusar. Esto a mí me dio grima, y me hizo sospecha 
que allí se manifiesta la intervención de algún antiguo adversario de don Bosco. Supongo se comprenda que dicha parte del Cuestionario 
haya sido concertada en Turín. 

Los Opúsculos, en fin de cuentas, no sólo levantaron la voz en favor de don Bosco, sino también en favor de muchos otros y de bastante 
intereses más, también de gravísima importancia. 

Concluyendo finalmente este mi escrito, ya demasiado largo y poco ordenado, escrito con mala letra, y hasta con correcciones, ruego al 
Eminentísimo Cardenal Prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos tenga a bien compadecerme considerando las muchas ocupaciones 
que tengo; y al mismo tiempo repruebo y condeno in antecessum (por adelantado) cuanto se hallare demasiado avanzado o menos justo y 
conveniente en estas mis líneas; como también protesto de que, si he dicho demasiado con cargo a Monseñor Gastaldi, no lo he hecho con 
ningún rencor hacia él, por quien rezo, aunque esperando goce ya del paraíso. 

Por último, ruego al Eminentísimo Señor Prefecto de la Sagrada ((412)) Congregación de Ritos y a todos los Reverendísimos y venerand 
Miembros de dicha Sagrada Congregación acepten los más sinceros sentimientos de profundo respeto y altísima 
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veneración, mientras declarándome hijo obedientísimo de la Santa Iglesia, tengo el honor de profesarme 

Del Eminentísimo Señor Cardenal Prefecto, etc. 

Seminario Arzobispal de Bra (prov. de Cúneo). 

25 de octubre de 1895. 

Muy atento y seguro servidor, JUAN TURCHI, Pbro. prof. 

Don Bosco y la Conciliación 

No deja de tener un providencial significado que la beatificación de don Bosco y las solemnísimas fiestas preparadas para ello coincidan 
con los días en que se sanciona y ratifica la Paz entre la Iglesia y el Estado. 

Todos están de acuerdo en que la primera base de lo que hoy celebramos como acabado, estuvo en que Pío IX no abandonó Roma despu 
del 20 de septiembre de 1870, cuando, desde diversas partes se le quería conducir al arriesgadísimo exilio, y él mismo dudaba sobre lo que 
debía hacerse. Don Bosco le determinó a quedarse. El Papa le había pedido consejo, y aquel sencillo sacerdote, después de haber orado 
largamente, envió una respuesta que, lo mismo en la sustancia que en la forma, tenía toda la decisión y el valor de los Santos, a cuya 
humildad, no repugna, si es menester, hablar fuerte, hasta a la suprema autoridad. Revivía en él la seguridad de Santa Catalina de Siena. L 
envió, pues, a decir: «El centinela, el Angel de Israel, estése en su puesto, y permanezca en guardia de la roca de Dios y del arca santa». 

El Papa -si no resulta temeraria la expresión-obedeció. 

Pío IX había comprendido con qué clase de hombre trataba. Desde 1858 le había conocido en Roma, cuando don Bosco fue allí por vez 
primera a presentarle el plan de fundar la Sociedad Salesiana. 

Por eso, cuando en 1865 vio don Bosco que había en Italia ciento ocho sedes episcopales vacantes, por causa de los trastornos políticos, 
atrevió a escribir al Papa ofreciéndose para entablar negociaciones entre la Santa Sede y el Gobierno y reparar aquel daño para las almas; e 
Papa agradeció aquella instancia como agradeció que don Bosco hablase de ello con Juan Lanza, ministro del Interior. Con ello se consigu 
una carta de Pío IX a Víctor Manuel para que le enviase un personaje encargado de tratarlo y la respuesta del Rey consintiendo en ello. De 
ahí nació la misión Vegezzi, que, sin embargo, no dio resultado por las indiscreciones de la Prensa y los alborotos del Parlamento. El gran 
y dificilísimo asunto fue reanudado por el Ministerio Ricasoli a fines del 1866 después de la guerra ((413)) con Austria y nació la misión 
Tonello, la cual dio buen resultado, porque Ricasoli supo hacer lo que ninguno de los gobernantes había sabido hacer desde 1848, es decir 
ayudar al mensajero oficial -habían sido muchos los enviados, con s finalidades, desde los primeros tiempos hasta entonces-con un 
negociador oficioso que, gozando de plena confianza de la Santa Sede pudiese servir de intermediario. Ricasoli y Lanza tuvieron el alto 
mérito de adivinar la extraordinaria aptitud de don Bosco para ello, como un diplomático improvisado. Si el espacio nos permitiese narrar 
con todos los pormenores la 
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labor que don Bosco desarrolló en aquella ocasión, con el Gobierno por un lado y con el Papa y los altos prelados por otro, indicar todos l 
obstáculos que encontró y que logró superar, se tendría una prueba de que la santidad, cuando posee singulares dotes naturales, llega a 
prestar en todo caso la valentía de que tenemos necesidad. En sus relaciones con el Vaticano se destaca, no menos que en el episodio del 
veinte de septiembre, la devota pero también valiente franqueza en el hablar: en las relaciones con el Gobierno la conciencia de la propia 
dignidad y de los propios deberes sacerdotales; con una y otra parte, la autoridad que le venía de unir con el perfecto desinterés por sí 
mismo, el más ardiente y a la vez el más agudo interés por las almas, por la Iglesia, por la Patria. 

Esta altura de intenciones le daba, además, la calma necesaria para los grandes asuntos. 

Gracias al éxito de don Bosco, se empezó con la provisión de las diócesis. En el Consistorio del 23 y del 27 de marzo de 1867 se 
nombraron treinta y cuatro obispos. 

Pero la anexión de Roma, con todas sus consecuencias morales, políticas y jurídicas, agravó todavía más la cuestión de los nombramient 
episcopales. Había sesenta diócesis del reino, entre las viejas y nuevas vacantes, que se encontraban sin pastores. Y he aquí de nuevo a don 
Bosco, de acuerdo con Pío IX, instar a Lanza, a la sazón presidente del Consejo, y sin esperar la invitación, ofrecerse como negociador. 
Lanza aceptó, y el sacerdote piamontés afrontó las crecidas dificultades en repetidos viajes a Roma y obtuvo que desde el 17 de octubre de 
1871 se arreglaran cuarenta sedes. 

Después de estos experimentos conciliatorios, aunque de una conciliación, por entonces parcial y accesoria, »fue llamado en 1874 para 
tratar la verdadera y real? »Se extendieron en ella aquellos tratos con Vigliani, ministro de Justicia del ministerio Minghetti, que obtuviero 
mientras tanto salvar de la supresión las Casas Centrales de las Ordenes religiosas y cuatro insignes monasterios de Roma? Parece cierto q 
Bismark, presionando entonces sobre Italia para que no se hiciese la Conciliación, atribuyó a las gestiones de don Bosco, de cuya presenci 
y actuación se mostraba informado e inquieto, una intención tan amplia. 

Pero en 1878 se renovó la ocasión en la que don Bosco sirvió de trámite utilísimo entre el Gobierno y el Vaticano. Presentóse él al 
Ministro ((414)) del Interior Crispi para obtener la seguridad de los Cardenales, durante el Cónclave del que debía salir el Sucesor de Pío I 
y para que tuvieran todas las garantías de defensa y de libertad en Roma. Y fue esta seguridad la que persuadió al Sacro Colegio para no 
moverse y evitar el funesto error de un Cónclave en el extranjero. 

De haber cometido este error, hoy no se habría obtenido el Pacto de Letrán. Así resulta que don Bosco está presente como cuidadoso act 
en todo ensayo especial de conciliación, en todo antiguo elemento, indispensable para la Conciliación finalmente realizada. Está muy bien 
por tanto, que la Paz Romana y su sagrado triunfo estén unidos hasta con la coincidencia del tiempo. 

FELIPE CRISPOLTI 

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Don Bosco retorna 

El himno está empapado por una idea predominante, que casi constituye su alma: íla idea del retorno! Por eso canta el estribillo: 

Don Bosco retorna
cual padre y pastor:
tus jóvenes cantan
vibrantes de amor.


El día 31 de enero de 1888, día de su muerte, don Bosco no se había ido: sólo se había alejado de Valdocco, su primera y principal casa; 
ahora, después de sólo cuarenta y un años, vuelve a ella aclamado a voces por millares y millares de jóvenes, que acompañan sus venerado 
restos. Y le cantan con voces de júbilo por la aureola taumaturga y santa que circunda su cabeza, y le cantan con voces de amor, por un 
sentido de gratitud y de afecto filial que les liga con sus hijos, con su Obra. 

Mientras van bajando las turbas juveniles desde las colinas de Valsálice hacia el puente y la avenida real y espaciosa -vía sacra y triunfal 
verdaderamente digna de tan gran apoteosis-el ánimo conmovido corre con el pensamiento hasta aquel 3 de noviembre de 1846 cuando do 
Bosco con un paquete que contenía unos cuadernos, un misal y el breviario, junto con Mamá Margarita, que llevaba una cesta con ropa, 
llegaba cansado y polvoriento desde Castelnuovo de Asti, y bajaba a pie desde las colinas para ir a fijar su morada en el cobertizo de 
Valdocco. 

El himno empieza con esta conmovedora visión, con la que contrastaba el inmenso cortejo del nueve de junio: 

Del «Colle» un lejano día,
solo llegaste a este prado,
de tu madre en compañía,
por tus sueños imantado.


((416)) 
Hoy un mar de corazones 
te acompaña a tu morada: 
vuelves entre aclamaciones 
hacia tu casa soñada. 

La morada de don Bosco sigue hoy en Valdocco, como en noviembre de 1846. Pero también íqué contraste! Entonces no había más que 
una casita y, salvo la turba de muchachos los domingos, reinaba la soledad y el silencio durante la semana; hoy, en cambio, todo el conjun 
es como un pueblo, con el aspecto y las proporciones de una ciudad, y, dentro de los vastos recintos del Oratorio, hay una doble turba 
juvenil, que alterna las ocupaciones de los brazos y de la mente con la alegría de las diversiones y la armonía de los cantos. 

Mas Valdocco era un desierto
sin vida y sin alegría:
aquel deseado puerto
pobre un techo te ofrecía.


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Hoy, en cambio, Padre amado,
vive un pueblo que te adora
bajo el manto desplegado
de María Auxiliadora.


Sí, retorna sonriente,
pues todo el mundo te aclama
y hoy es vida refulgente,
de tu sueño viva llama.


Vuelve y mira cuántos miles
de tus hijos trabajando,
y en sus labios juveniles
la oración está cantando.


Y mientras don Bosco se adelanta hacia su Casa, he aquí que, desde todos los otros barrios de la ciudad, donde crecieron los vástagos de 
planta que tiene sus raíces en Valdocco, acude otra innumerable multitud de jóvenes: son también sus hijos, como lo son los que, en todas 
las partes del mundo, cantan en distintas lenguas a su nombre querido y glorioso. 

Mira con ojos amables
a tu ciudad bienamada
que te envía innumerables
niños de cada barriada.


Y en los mares y en los montes
tu figura se agiganta,
y en los vastos horizontes
de tu nombre el eco canta.


Y cuando, por fin, llegará a la vista de Valdocco, al Rond\_ (el cruce de la avenida Regina Margherita con la calle Valdocco y Príncipe 
Eugenio) íqué admirable visión! 

((417)) Es la visión tenida en el sueño del 1845, cuando, encontrándose precisamente en el Rond\_, vio tres jóvenes resplandecientes 
(Solutor, Aventor y Octavio), que le llamaban para que bajara a los prados de Valdocco, donde muy pronto se presentaba ante sus ojos la 
admirable aparición de la Virgen entre coros de Bienaventurados, como lo recuerda el cuadro, que actualmente resplandece en el altar de 
María Auxiliadora. 

Ahora es la misma Auxiliadora, quien, desde su dorada imagen, reinante sobre la cúpula del templo, le invita y le espera para envolverlo 
con el esplendor celestial de su majestad y su poder. 

Sí, don Bosco, vuelve ahora
a Valdocco que te ansía,
de María Auxiliadora
para siempre en compañía.


Es la Virgen, abogada,
de su pueblo Auxilio y Madre,
por toda lengua invocada
con tu nombre, íoh dulce Padre!


(Tomado de Il Momento) 

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VOLUMEN XIX Página: 343 

Véase la ilustración en el libro. 

Fin de Página: 343 


VOLUMEN XIX Página: 344 

13 

Las Misas de los maestros Antolisei y Pagella 

I 

...El Maestro Antolisei se presenta, por el modo que emplea para construir la polifonía vocal, como un fiel seguidor de la escuela romana 
perteneciente al período postpalestriniano y que viene a parar al imaginativo Octavio Pitoni. En consecuencia habría que decir que el 
maestro Antolisei pertenece al grupo de los continuadores de la escuela de la polifonía homófona: la que emplea la forma de amplias línea 
eurítmicas, que recorre con rayos de color, y que soberbiamente se encuadra en el ambiente de las Basílicas romanas de los siglos XVI y 

XVII. 
Estudiémoslo siguiendo su hermoso trabajo. 

El primer tema del Kyrie, bien inventado y que se oye con gusto en sus inversiones, expuesto desde el primer bajo, se presenta breve, pe 
incisivo e insinuante. Se le encuentra a menudo vuelto del revés, invertido y superpuesto también en otras voces, ya sea en el tercer Kyrie, 
sea en el Miserere nobis del Qui tollis y en el del Agnus Dei. El Christe, de ritmo ternario, contrasta eficazmente con el primero y el tercer 
Kyrie, sobre todo porque la propuesta de los sopranos y contraltos es continuada después por las voces viriles en una tercera más alta, para 
volver de nuevo, con acertado sentido de variedad, a las voces agudas. 

Parece notable el hecho de que el Kyrie empieza con la tónica para acabar con la dominante, mientras el Gloria empieza por la dominant 
para ((418)) acabar con la tónica. Lo cual imprime realmente un sentido de unidad arquitectónica y tonal muy interesante y genial a las do 
composiciones. En el Gloria se presenta vigoroso y bien trazado, a la manera de los más expertos polifonistas, el Glorificamus Te; y al fin 
del Qui tollis, como ya se ha dicho, vuelve muy bien el Miserere nobis con el tema del Kyrie en los primeros bajos, mientras el Tu solus 
Altissimus, con la subida de las voces por procedentes acordes sincopados, se lanza vigoroso a las alturas con clara y luminosa sencillez a 
mismo tiempo. También el Cum Sancto Spiritu resulta original, bello y eficaz en sus progresiones ascendentes y descendentes en las que l 
voces magníficamente dispuestas, se matizan con una sonoridad intensamente expresiva. Con el Amen final forma un trozo de treinta 
compases que se desenvuelven dentro de la más lógica arquitectura lineal, casi clásica; lo cual honra grandemente al maestro Antolisei. 

En el Credo, composición siempre ardua y difícil hasta para los mayores maestros, vemos que el autor de esta Misa emplea frecuenteme 
el estilo homófono en coros acompasados que se responden alternativamente entre sopranos y contraltos, entre tenores y bajos. Por este 
procedimiento pone a menudo en contraste los tonos claros de las voces agudas con los más oscuros de las voces viriles, fundiéndolos junt 
a veces, iluminados por rayos de luces vivaces y fascinantes. 

Desde el principio se observa que las voces se mueven y alternan expeditamente siguiendo la áurea regla enseñada por los maestros 
clásicos de la polifonía, para los cuales todo tema debe corresponder a un determinado párrafo del texto musicado. El Et incarnatus en voz 
baja, devoto, con alusión al recuerdo del divino misterio, encierra unas sucesiones de acordes de armonía que se acercan a un bien entendi 
estilo moderno y que se oyen con gusto por su significación y expresión. A continuación se presenta vibrante el grito impetuoso del 
Crucifixus que el maestro Antolisei ha sentido 
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y resuelto de un modo ciertamente no usado. El descenso de las voces descendentes, aun en el color, hasta el Passus et sepultus est, resulta 
muy sugestivo y penetrante. 

La marcha general de la composición adelanta hacia el fin con soltura y sonoridad, singularmente por la disposición de las partes vocale 
siempre informada por el más seguro resultado de los efectos arquitectónicos y excitantes. Lo demuestra el poco tiempo del Et vitam ventu 
recogido en seis compases, sin embargo grandiosos y de efecto. El Sanctus se presenta con un tema diáfano y transparente. Por fragmentos 
que se elevan poco a poco, en la escala aguda, a través de un sentido polifónico, que se revela cada vez más acentuado y se aproxima a la 
tradición palestriniana, se reanima al Pleni sunt caeli et terra, etc.: que se esparce, se difunde y se propaga con ímpetu de sonoridad 
verdaderamente fascinante, y que se acopla después en el Hosanna, el cual empieza con un piano que va creciendo hasta adquirir los más 
vibrantes acentos. El Benedictus, de puro estilo homófono, se apoya en una melodía felizmente ((419)) inspirada dada a la parte superior: 
primero al tenor, después al soprano. Vuelve por fin el Hosanna idéntico al primero, y que, quizás, en esta segunda aparición dejaría desea 
alguna variante y mayor desarrollo, como supo hacer el autor en el Kyrie. Pero el maestro Antolisei se repone en el Agnus Dei, en el que, 
por el modo con que está entretejido, se presenta como una de las partes más interesantes y sólidas de toda la Misa. Aun manteniendo en e 
las características fundamentales del trabajo, las que resultan del uso de los coros cantantes, aquí no sólo se aproximan las dos falanges, si 
que se sobreponen con resultados estéticos muy afortunados que, en ocasiones, llegan a la grandiosidad en las líneas y a la fúlgida 
resonancia en el color. Con feliz unidad de criterio, Antolisei, como ya se ha dicho, se sirve aquí otra vez del tema del Kyrie, tema que se 
oye con gusto sobre todo porque es una frase incisiva y penetrante, que puede aprenderse y recordarse por el oyente con emoción y deleite 
Diremos también que, al igual de la Missa solemnis del maestro Pagella toma el signo característico de la canción del Beato don Bosco: A 
se cante en son de júbilo; ésta del maestro Antolisei lleva su marca del apunte, desde el primer Kyrie, el cual, aunque no siempre 
abiertamente, en su misma característica, noble y severa, serpentea a lo largo del trabajo. 

Apoyándose en una determinada forma, la que se levanta, como ya se ha dicho, sobre la alternativa de los coros cantantes (representados 
en este caso por las cuatro voces blancas y las cuatro viriles) la cual podría parecer, tal vez, que va a producir una uniformidad, que, sin 
embargo, sabe dominar y vencer el compositor, recurre al artificio de la consiguiente casi idéntica respuesta a una primera proposición hec 
por un complejo de tres o también cuatro voces. Pero no son temas aislados superpuestos a breve distancia uno sobre otro, como se 
acostumbra en la polifonía propiamente dicha, los que él prefiere, si bien sean temas sujetos casi siempre por tres o cuatro partes, en un 
complejo homófono bien construido. De este modo el maestro salesiano y romano se acopla, como ya ha sido dicho, al grupo de aquellos 
compositores, que supieron levantar verdaderos monumentos de arte, desde la segunda mitad del siglo XVII en la capital del mundo 
católico; tales, a nuestro parecer, que pueden colocarse en estética relación con todo lo que en el orden arquitectónico ya se había creado 
siglo y medio antes. Por este hecho, la Misa del maestro Antolisei, viene a ser un género de música puramente romano, digno de la más 
sincera admiración y de la más probada acogida. 

Todo esto, sin reservas ni ambages. 

Ciertamente que no todos los coros estarán en condiciones de preparar e interpretar 
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un trabajo como éste; mas, por el pleno conocimiento de las voces que el autor demuestra, por la lógica y clara disposición de las mismas, 
sin que se les exijan esfuerzos excesivos; por la habilidad con que el compositor ((420)) sabe, en algunos momentos, llamar a unas y otras 
en ayuda de las que están más próximas, puede muy bien decirse que la Misa del maestro Antolisei merece ser interpretada y conocida en 
otros de los principales centros de Italia. Porque del complejo del noble trabajo, se trasluce claramente la habilidad contrapuntista del 
maestro, tan conocido y tan benemérito, particularmente por la cooperación prestada a la elevación de la música sagrada en general en las 
casas salesianas, con el propósito de mantenerse, al mismo tiempo, fiel a la tradición de la sagrada lírica religiosa: la que sabe hacer cantar 
expresar con viveza estética el sentido de las palabras, sin dejar de lado los derechos a las exigencias litúrgicas. Y nosotros, por este 
requisito con el que se embellece la obra pasada y presente de don Rafael Antolisei, no podemos dejar de augurar a ésta la difusión y 
duración que realmente merece... 

El reverendo don Juan Pagella, devoto hijo del Beato don Bosco y relevante gloria, en el campo de las artes, de la Pía Sociedad Salesian 
es un maestro compositor, cuyo nombre es honrado hace tiempo por los más activos y laboriosos músicos italianos de nuestra época. Su ri 
y variada producción va desde la música sagrada en general hasta la Cantata y el Oratorio: desde las composiciones de cámara a las de 
órgano: desde la música coral hasta la sinfónica. íBella y noble figura de artista! Autor de un Job, acabado en 1903, ya interpretado en aqu 
tiempo por el que mereció poderse colocar entre las mejores concepciones del género, ciertamente merecía, por la fuerza de su ingenio y la 
elevación de su arte, ser llamado a condecorar las solemnes fiestas celebradas en Turín para la Beatificación del Fundador de la gran Fami 
a la que él pertenece y por cuya acción benéfica, el nombre inmortal del Beato don Bosco, se esparce y difunde cada día más por el mundo 

Ya hace tiempo que la música sagrada moderna va buscando la vía segura por donde caminar sólidamente como lo hicieron los grandes 
maestros de la polifonía, en Roma y en Venecia, en los siglos XVI y XVII. La dignidad del culto y del arte exigían que cesaran las 
profanaciones vulgares en el templo; pero, una vez afirmado y sostenido el principio del deber y del derecho al arte de conservarse tal, 
especialmente junto al altar de Cristo Redentor, era necesario que la música, prácticamente, fuese siempre música, manteniéndose al nivel 
del verdadero arte. En cambio, con la apariencia de música litúrgica, ícuántas cosas bien pobres y ridículas se han difundido y soportado e 
Italia! 

El maestro Pagella es uno de esos pocos valiosos músicos que, al componer ((421)) las propias obras para el culto, tuvieron siempre 
delante el principio de que para hacer música... es menester la música. 

Y se convirtió en un extraordinario benemérito en la práctica de este principio. 

Su propósito, al componer su Missa sollemnis XIX in honorem Beati Ioannis Bosco sirviéndose de una cancioncilla compuesta por el 
mismo Beato: Ah, se cante en son de júbilo, ha sido ciertamente feliz. 

Los polifonistas de siglos pasados eligieron temas gregorianos totalmente o fragmentados, para sus composiciones sagradas. 

El maestro Pagella ha modernizado, diremos así, este principio técnico y estético. 
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Sirviéndose de un fragmento de sólo cuatro compases, presenta él en su nueva Missa el tema escogido, con todos los recursos de la armon 
moderna, pero con la forma sentida ejemplar que quiere, exige e impone el carácter de la composición que, sobre todo, debe ser litúrgica. L 
introducción de los dos trombones que, en el primero y en el tercer Kyrie, en la conclusión del Gloria y en el último Agnus Dei, se 
superponen al órgano haciendo resonar la melodía del Beato don Bosco, alcanza unos resultados penetrantes y, diríamos, conmovedores. 

Imaginamos que muchos de los que conocían la cancioncilla del Beato Padre don Bosco, al volver a oírla envuelta con tan rica y nueva 
vestidura, habrán experimentado una viva y profunda emoción. 

Y ahora, permítasenos una breve, pero concienzuda crítica del precioso trabajo. 

Las voces se mueven, en esta Missa XIX, dentro de una perfecta polifonía coral, de carácter imitativo, mientras el órgano, a su vez y con 
superioridad, se mantiene independiente del coro, alcanzando un grado de explosión totalmente especial y creando, con riqueza de detalles 
un conjunto acústico instrumental rico y variado, tanto por la armonización como por los mismos timbres. 

Al acabar el primer Kyrie, como ya se ha dicho, se presenta por entero el tema fundamental. Le sigue el solo del Christe alternado entre 
sopranos y tenores, superpuesto al coro con una fragmentación temática que después se acerca de nuevo y se intensifica distribuyéndose 
entre las cuatro voces de los solistas. Vuelve después el movimiento del primer Kyrie en una escala más aguda sostenido por una base 
armónico-cromática rica de color, muy vigorosa y casi fascinante. Al final, el tema principal, el de la cancioncilla de don Bosco, reaparece 
también, en un grado más alto, con toda la sonoridad que se puede conseguir por el órgano con la trompetería reunida y doblada con la 
octava. Y con el tema del Beato don Bosco se inicia también el Gloria, para el canto de alegría del Et in terra pax! 

Las armonías que brotan del órgano al Laudamus Te son de una modernidad insinuante, apropiada y eficaz. 

Se podría recordar, precisando, la atmósfera que envuelve ((422)) estos trozos, antes y después del Gratias, pero no quisiéramos ser mal 
entendidos; por tanto fijamos nuestra atención sobre la nueva aparición, bajo diversos aires, del tema principal como es presentado por el 
órgano dos compases antes del Domine fili. El salto de cuarta en el arranque de la cancioncilla de don Bosco, ofrece ciertamente recursos 
los que se sirve Pagella como maestro que es. 

La forma melódica puesta en octava por las voces viriles y las de los niños, como en el Qui sedes y en el Quoniam, presenta momentos d 
vivo interés, aun para aquellos que sienten la modernidad del arte y lo admiten también en la música sagrada. 

Es más, diremos que en este punto aletea el espíritu del gran César Franck de las Beatitudini. 

El Cum Sancto, siempre sobre el tema del Beato, se desarrolla sobre una fuga tonal construida según una tradición que quizás alguno 
pueda tildar de escolástica, pero que nosotros consideramos en su sitio, porque con el doble pedal del órgano en la quinta del tono 
fundamental, y con el ritmo del tema principal por entero, resonado por la trompetería, corona poderosamente el precioso cuadro, que se 
ofrece al oyente lleno de intensidad sonora y colorista. Las voces bien tratadas, alguna vez quizá, especialmente en los sopranos, elevados 
un grado de agudeza un tanto arriesgado, pero admisible cuando se puede disponer de un grupo coral bien nutrido y seguro, contribuyen a 
hacer variado y movido el cierre de la segunda parte de esta 
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Misa. En el Credo ha preferido el compositor atenerse a un plan más simple. Casi parece que se haya propuesto establecer un poco de treg 
a las elegancias estilísticas anteriores. Abandona el arranque melódico de la canción del Beato don Bosco para dar paso al tema gregoriano 
presentado por el órgano desde el principio, por fragmentos. Algunas frases monódicas pasan sucesivamente de los bajos a los tenores y a 
los contraltos. El estilo, como ya se ha dicho, parece aquí más simple; el desarrollo es igual, y uno y otro fluyen entre modulaciones moda 
que no presentan nada especial. 

El Et incarnatus, propuesto con frase penetrante por el bajo, está alternado con respuestas homófonas y quedas del coro. Al Crucifixus se 
asoman los cuatro solistas, pero después al Resurrexit vuelve de nuevo el coro con todo su vigor extendiéndose en una amplia sonoridad q 
se termina felizmente al Cuius regni non erit finis. Aquí, se vuelve a oír, por fragmentos, el tema gregoriano del Credo in unum Deum 
presentado por el órgano lo mismo que al principio. En un crescendo progresivo se llega después al unísono del Et unam sanctam catholic 
y del Confiteor unum baptisma sobre el que imprimen un carácter de severa majestad los amplios acordes del órgano. 

Y henos ya al fin: en el Et vitam venturi saeculi otra vez se presenta por entero el tema del Credo con una alegría sonora muy elocuente. 
Los ocho compases, que repiten la conocida melodía gregoriana, ((423)) sencillos, pero incisivos, van seguidos de un Amen no menos 
imponente y eficaz. 

Pero lo hemos dicho: el Credo, con el estilo y el desarrollo empleados por el compositor en las dos primeras partes de la Misa, no 
representa, a nuestro parecer, más que un paréntesis. Al llegar al Sanctus, el maestro Pagella vuelve a la precedente arquitectura: la del Ky 
y la del Gloria. Desde el principio se oye de nuevo el tema de la canción del Beato. Primero el órgano. Las voces, al principio, no son cuat 
sino ocho divididas en dos grupos (solistas y coro), tratadas con verdadera maestría polifónica. Al Pleni sunt caeli et terra, suena la melodí 
resonante y penetrante con un unísono vigoroso. A continuación llega el Hosanna construido sobre dos temas diversos superpuestos: tema 
que después se funden recíprocamente uno en otro para dar paso a un ir disminuyendo vocal colorido con mucha sencillez y calma. Sobre 
esta disminución se introduce en cambio, progresando hacia arriba, un dibujo melódico del órgano a una sola voz y que sube por grados 
hasta cerrarse en un sereno acorde lejano. 

El Benedictus, propuesto por el tenor y proseguido por el bajo, es sostenido suavemente por el coro dentro de una línea homófona, sobri 
pero expresiva. Vuelve después el Hosanna idéntico al primero, en el cual, en una escala de colores sonora y vibrante, se vuelven a oír las 
voces de los bajos resonando con una nota aguda, que permanece fija como para sostener a los sopranos en el quiebro que dibujan con un 
adorno que se presenta como un vuelo hacia los cielos azules y los espacios infinitos de la eternidad. 

En el Agnus Dei se vuelve al estilo más sencillo. Las voces del coro, alternativamente, con una tranquila progresión, se insinúan poco a 
poco abriendo paso a una quinta voz de contralto solo, que canta melódicamente hasta la imploración del Miserere nobis, dando lugar, 
después, a un bajo, y luego a un soprano. Por último, se adelanta de nuevo la polifonía, tejida magistralmente por las cuatro voces, hasta q 
sobre las notas sostenidas por el coro, como un elegíaco recuerdo, tranquila y solemne, repetida por los trombones con sordina, vuelve a 
oírse la frasecita que acerca de nuevo nuestro espíritu orante y suplicante a aquel que ya se mueve en los cielos de la vida inmortal junto al 
trono del Eterno. 
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Y, al llegar aquí, resumamos nuestras impresiones. 

La Missa XIX del maestro don Juan Pagella, en su complejo, presenta unas propiedades a las cuales creemos oportuno referirnos todavía 
rápidamente, resumiendo, en su complejidad, las principales características de la figura artística del ilustrísimo compositor. 

Nos parece que cada vez que Pagella traza la amplia línea polifónica, sirviéndose a un tiempo de los colores más vivos, se encuentra él e 
el ámbito y en la atmósfera más conforme con su índole en plena correspondencia con los propios ideales estéticos. De ahí nacen las mejo 
páginas ((424)) de la «Misa en honor del Beato Juan Bosco» como el Kyrie, el Gloria y el Agnus Dei. 

Cuando, en cambio, se propone un plan más sencillo el cual encuentre la propia eficacia en la expresividad melódica, que equivale a dec 
en la genuina inspiración libre del magisterio de la compleja polifonía, entonces, aun manteniéndose dentro de una línea noble y digna, el 
compositor queda como encerrado dentro de los confines y los límites de esa música litúrgica que ha formado y forma el repertorio más 
conocido y en uso durante estos últimos decenios en los cuales hay músicos egregios que han conquistado la fama, mas sin lograr elevarse 
la esfera de estos ideales estéticos que en las mejores páginas del mismo maestro don Juan Pagella, con otros medios y otra técnica, se 
descubren, se sienten y se comprenden. 

Aún debemos hacer otra observación. La Missa XIX del maestro Pagella presenta ciertamente momentos de difícil ejecución, no tanto p 
su plan polifónico cuanto por la extensión de la voz de los sopranos. Ni siquiera Palestrina, a lo que yo recuerdo, llegó nunca al la agudo, 
continuación algún difícil gorjeo sobre la e y sobre la i. El coro salesiano de María Auxiliadora está ciertamente adiestrado para poder 
sostener una dificultad vocal semejante. Pero »podrán otros coros hallarse en situación de exponerse a tan ardua prueba? íLo dudamos! 

Aquel lejano día en que el Beato Juan Bosco, casi inconscientemente, tuvo que componer su pequeña melodía Ah, se canie en son de 
júbilo, lo mismo que en el sueño que le proporcionó la visión de cómo tenía que ser regenerado el mundo moral por él, »presentiría la 
posibilidad de que la frase que le salió del corazón y de los labios en un momento de ingenua y santa alegría, podría, por arte de un valioso 
discípulo suyo, podría resonar en su honor bajo las bóvedas de la Basílica de María Auxiliadora por él levantada, y más aún en el alma de 
los fieles orantes junto a sus restos benditos elevados a la gloria de los altares? íCiertamente que no! 

Pero en esta hora de gozo espiritual y de triunfo sin par, desde los inmensos Cielos que cantan la gloria suprema y eterna del Gran Dios, 
escucha él, sin duda, la propia voz a través de las múltiples voces de sus hijos, mientras, mirándoles con sonrisa paternal y bendiciéndoles 
repite y exclama: Da mihi animas cetera tolle! 

JUAN TEBALDINI 

((425)) 14 

Respuesta dada en nombre del Papa a las peroraciones y ruegos de los Abogados Consistoriales para la Causa de don Bosco y de las otr 
tres 

La causa que habéis dignamente expuesto, conforme a vuestro importantísimo oficio, es de tal naturaleza que mueve extraordinariament 
el ánimo del Sumo Pontífice 
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a prestar su asentimiento. Pues los Bienaventurados de quienes os ocupáis, aunque brillan como estrellas con diverso esplendor en los fast 
de la Iglesia, sin embargo, todos sobresalen de tal modo por la gloria de sus virtudes y por los admirables signos realizados por Dios 
mediante ellos, que se manifiesta elocuentemente cuán poderosa es la obra de la divina Redención para modelar santísimamente los espírit 
y realizar grandes empresas. 

Esto es lo que hicieron egregiamente los Beatos Confesores Juan Bosco y Pompilio María Pirrotti, quienes no sólo tendieron con sumo 
empeño a las más altas cumbres de la santidad, sino que cada uno, según la condición de los tiempos, instruyendo especialmente a la 
juventud en los preceptos y costumbres de la religión cristiana, trabajó personalmente y por sus seguidores en la extensión del reino de 
Cristo. 

Lo mismo hicieron la Beata Micaela del Santísimo Sacramento y la Beata Luisa de Marillac; las cuales, en medio de sus agitadísimos 
tiempos, cuando los hombres necesitaban sobre todo las ayudas y consuelos de la caridad cristiana, se esforzaron tan ingeniosa y 
vehementemente en conseguirla y llevarla a la práctica, que no desatendieron ningún género de calamidad y aliviaron, en la medida de sus 
posibilidades, toda enfermedad de los cuerpos y de las almas. 

»Cómo, pues, no va a desear el Papa ardientemente coronar con la diadema de la santidad a estos Bienaventurados ciudadanos del Cielo 
proponerlos a la contemplación e imitación de todos? 

No obstante, quiere que en un asunto sin duda importantísimo y estrechamente vinculado con la integridad de la religión católica, no se 
pase por alto, bajo ningún concepto, ninguna norma establecida por sus predecesores. Por eso juzga necesario, antes de pronunciar la 
sentencia de su inviolable magisterio, que se celebre el así llamado Consistorio semipúblico, en el cual pedirá, según costumbre, su juicio 
los Padres Cardenales, Patriarcas, Arzobispos y Obispos presentes. Y os invita a todos a rogar para alcanzar del Espíritu Santo la abundan 
de la luz divina. 

((426)) 15 

Respuesta del Papa a las tres instancias 

(La traducción castellana se encuentra en las páginas 177, 178, 179 correspondientes del texto) 

AL INSTANTER.-Dum nostra hac aetate victoriae palma, magno cum admirantium plausu, iis interdum tribuitur, qui in causa vel nullo 
vel fere nullo praeconio digna primas obtinent, haec sollemnia, quibus christiani herois nomen consecratur, videntur equidem non sine gra 
monitu atque exemplo celebrari. Tantum enim christianae sanctitudinis laudes fluxae ac periturae hominum gloriae antecellunt, quantum 
terrae praestat pulcritudine caelum, quantumque sempiternae beatitatis gaudia miseras caducae huius vitae voluptates exsuperant atque 
evincunt. Ut igitur per sollemnes huiusmodi caerimonias, quibus iubilaris anni cursus decoratur eiusque augentur salutares fructus non tam 
ad germanae sanctimoniae praestantiam satius altiusque reputandam, quam ad rectum atque arduum eius iter volenti animo ingrediendum 
excitentur omnes, Beatissimus Pater vehementer exoptat. Id profecto fiet per legitimam loannis Bosco consecrationem, a Romano Pontific 
peragendam; Ioannis Bosco, dicimus, Italiae totiusque Ecclesiae decoris; Ioannis Bosco, qui non modo ad evangelicae perfectionis fastigiu 
totis viribus citatoque gradu contendit, 
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sed tot etiam filios -florentem praesertim aetatem christianis praeceptis christianis-que moribus conformando -Iesu Christo peperit. 

Quapropter quod instanter perorando postulastis quodque innumera beati huius caelitis familia fieri gestit suisque precibus maturavit, id 
benigne excipere communibusque votis satisfacere percupit Sanctitas Sua. Vult nihilominus ut antea, ex vetustissimo Apostolicae Sedis 
more, ad rem fauste feliciterque definiendam, caelestis Curiae supplicatio a nobis omnibus interponatur. 

AL INSTANTATIUS.-Procul dubio admotae ad caelestem Aulam preces supplicationesque efficacissimae exstitere; procul dubio, quod 
nos cupimus omnes, angelorum itidem sanctorumque agmina exoptant; ac Deo ipsimet voluntas est novum hoc sanctitudinis ornamentum 
atque exemplum militanti Ecclesiae dilargiri. Verumtamen, quamquam nullus relinquitur ambigendi locus beatum Ioannem Bosco 
sempiterna in caelis beatitate perfrui, quam, divina aspirante gratia, per sanctissima rerum gesta promeruit, per me nihilo secius edicit 
Beatissimus Pater velle se, antequam inerrans edatur oraculum, Superni Spiritus lumen, ad rem religiosissime perficiendam, sibi ab omnib 
concilietur. 

AL INSTANTISSIME.-In hac rerum hominumque maiestate, quae caelestis Aulae fulgorem refert divinosque concentus, eventum mox 
((427)) visuri sumus, quod in Dei gloriam communemque salutem maximopere conferet. Etenim, nulla iam interposita mora, lesu Christi 
Vicarius optatissimam fallique nesciam sententiam suam laturus est. Eam prona fronte gratoque animo excipiamus; ac caelestia munera, 
quae hodie procul dubio e beati huius caelitis manibus uberiora profluunt, cum nobis, tum laboranti Ecclesiae conciliemus. 

16 

Fórmula de la canonización 

(En castellano, en el texto, pág. 179) 

Ad honorem Sanctae et individuae Trinitatis, ad exaltationem fidei catholicae et christianae Religionis augmentum, auctoritate Domini 
Nostri lesu Christi, Beatorum Apostolorum Petri et Pauli ac Nostra; matura deliberatione praehabita et divina ope saepius implorata, ac de 
Venerabilium Fratrum Nostrorum S. R. E. Cardinalium, Patriarcharum, Archiepiscoporum et Episcoporum in Urbe exsistentium consilio, 
Beatum. Ioannem Bosco Sanctum esse decernimus et definimus, ac Sanctorum catalogo adscribimus; statuentes ab Ecclesia universali eiu 
memoriam quolibet anno, die natali illius, nempe die XXXI Ianuarii, inter Sanctos Confessores non Pontifices pia devotione recoli debere 
In nomine Pa»tris et fi » lii et Spiritus»Sancti. 

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Homilía del Padre Santo 

(La traducción al castellano, en el texto, pág. 181 y siguientes) 

Venerabiles Fratres ac dilecti Filii, 

Geminata hodie perfundimur laetitia ac Nobiscum universa afficitur Ecclesia, quod victoriam ex mortis et ex inferorum potestate a Iesu 
Christo partam celebramus, 

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quodque hodie Nobis licuit praeclaris viris feminisque non paucis, per huius anni sancti decursum ad sanctitudinis honores evectis, 
sollemnem hanc Ioannis Bosco consecrationem quasi in cumulum adiicere: Ioannis Bosco, inquimus, quem paucis abhinc annis in Beatoru 
numerum rettulimus, quique iuventutem Nostram -gratum adhuc subit recordatio animum -non modo adspectu suo suoque alloquio recreav 
sed per mirabilium etiam rerum gesta virtutisque praestantiam in sui admirationem rapuit. Iamvero, quamvis eius vita tot sit egregie factis 
referta atque illustrata, ut vix queat adumbrari paucis, cupimus tamen haec, quae praecipua Nobis videntur, admirationi imitationique vestr 
proponere. 

Divinae gloriae animarumque saluti procurandae omnino deditus, ((428)) ex Dei esse voluntate faciendum, id, etsi temerario ausu dignu 
videbatur, nulla aliorum diffldentia distractus, ac vias etiam rationesque animosus ingressus, quas nova induxerat aetas, ad effectum 
deducere enitebatur. Itaque, cum pueros, per urbis vias vagantes, pene innumeros vidisset, a parentibus derelictos omnique cura destitutos, 
eos ad se paterno animo vocavit; eosque, per opportuna omne genus oblectamenta ipsorum animis potitus, et catholicae religionis praecept 
imbuit, et ad iisdem praeceptis per virtutis disciplinam perque crebriorem sacramentorum susceptionem sese conformandos allexit atque 
permovit. Nostis profecto quantum utilitatis iuventuti recte instituendae et a vitiorum illecebris revocandae ex huiusmodi institutis, quae 
Festiva vocantur Oratoria, sit ortum; quae quidem Oratoria non modo Augustae Taurinorum condidit et in vicinioribus urbibus atque 
oppidis, sed ubicumque etiam, quo suam invexit religiosam familiam. Praeterea, cum frequentissimae huic adulescentium iuvenumque 
turbae honestum vitae genus impertire cuperet, quo iidem et sibi possent et futurae proli consulere; illa constituit domicilia, in quibus ipsi 
exciperentur, et ad fabriles artes addiscendas, cuique consentaneas, praepararentur. Neque iuventuti defuit litteris humanioribusque 
disciplinis deditae, in cuius commodum multa collegia condidit, in quibus eadem tuto itinere ad altiorem etiam, si vellet, doctrinam 
adipiscendam contendere et, bene morata, in spem Ecclesiae Nationisque suae succrescere posset. 

Quam ad rem animadvertendum est idcirco Ioannem Bosco, in puerorum iuvenumque animis fingendis educandisque, felicissimos edidi 
fructus, quod germanam eam veri nominis educationem alacri perspicacique animo suscepit; quam catholica Ecclesia tantopere commenda 
quamque Nosmet ipsi, ocassione data, saepenumero commendavimus. Illam nimirum quae evangelicis praeceptis praeclarisque Iesu Chris 
exemplis imbuitur tot per omnesque venas alitur; illam, qua, christiana religione virtuteque duce, ita iuveniles rediguntur ac componuntur 
mores, ut omnino digni evadant, quos et terrestris patria dilaudet, et caelestis tandem aliquando non periturae coronae praemio remuneretu 
Illam denique, quae si corporis vires exercet, at animum potissimum -inconditos inordinatosque eius motus compes-cendo et ad virtutis 
convertendo studia -confirmat atque conroborat; quaeque, si humanas omnes disciplinas, ad praesentem vitam excolendam ornandamque 
opportunas, discipulis impertit, at quod est praecipuum non neglegit, Creatoris nempe ac Remuneratoris Dei doctrinam atque Ecclesiae 
praecepta. 

At non heic consistit neve laxatur alacer eius animus, sed, superna caritate compulsus, quam condiderat religiosorum hominum ac 
mulierum familiam, eam, mirabili quodam modo ob divinae gratiae opem magis usque magisque increbrescentem, per universum mittit 
terrarum orbem, evangelii lucem christianumque cultum laturam. ((429)) Quae tot tantaque incepta atque opera dum Noster instituit ac 
perficit, non ex humanarum rerum defectione neque ex aliorum diffidentia atque irrisu concidit 
352 

Fin de Página: 352 


VOLUMEN XIX Página: 353 

animo, sed caelesti fretus auxilio, ulterius cotidie tranquilla serenaque fronte progreditur. Quodsi interdum suscepta ab se in animarum 
bonum consilia in difficultates se illidere videbantur, quae humana ope devinci non possent, hilaris atque erectis in caelum oculis, dicere 
sollemne habebat: «Dei optatum est, atque adeo ex eius voluntate faciendum, quapropter ipsimet quodammodo officio est necessaria 
adiumenta suppeditare». Atque ita, praeter omnium exspectationem, res ad laetum exitum adducebatur; hominumque sugillationes in 
communem admirationem commutabantur. 

Quem igitur, venerabiles fratres ac dilecti filii, christianae sanctitatis heroÙm, per praecipua animi sui lineamenta, venerationi vestrae 
proposuimus, in eum omnes, studiosae imitationis causa, intueantur. Ita enim, eo auspice eoque deprecatore, profecto flet ut, quam lesus 
Christus rettulit de mortis deque tenebrarum potestate victoriam, eam nos quoque omnes feliciter assequamur; utque, a peccatorum servitu 
liberati sempiternaque in caelis beatitate fruituri, paschale canticum una flde unaque voce concinamus omnes: 

Ut sis perenne mentibus
Paschale, Iesu, gaudium,
A morte dira criminum
Vitae renatos libera. Amen.


18 

HIMNO DE LA CANONIZACION 

íVibrad oh campanas, sonad sacros bronces,
tañed exultantes las notas festivas!
:
la grey que soñara un día el buen padre
hoy canta gozosa hosannas y vivas.
A Cristo glorioso, ayer, hoy y siempre
aclaman los pueblos con cantos y palmas.
La Pascua florece por sierras y valles
y Dios resucita en todas las almas.


Don Bosco, Don Bosco
cual Padre y Hermano
nos tiende su mano
nos lleva al Señor.


íAh!, mira, don Bosco: por estos parajes
los jóvenes antes sus bandas armaban.
Tu sueño de apóstol salía a buscarlos
y todos un corro de amor, te cercaban.


Tus jóvenes cercan también hoy tu paso,
tus huestes inmensas, tu tropa gloriosa;
la grey que soñaste a tus nueve años
cual Padre y Maestro te aclama gozosa.


Fin de Página: 353 


VOLUMEN XIX Página: 354 

Véase la ilustración en el libro 

Fin de Página: 354 


VOLUMEN XIX Página: 355 

Don Bosco, Don Bosco... 

La Reina celeste te ofrece la mano,
el Cielo protege tus sueños de niño.
Del huérfano y pobre serás padre y guía;
serás tu consuelo, serás su cariño.
Nosotros, tus hijos, tu gloria cantamos
y al aire lanzamos nuestra voz unida:
«El es nuestro Padre y nuestro Maestro:
nos guía a la ciencia, nos guía a la vida»
.


Don Bosco, don Bosco... 

Viniste a nosotros con rostro radiante
de nimbo suave, de nube y de vuelo;
ahora tu frente irradia esplendores
de Dios que la ciñe arriba en el Cielo.
Nos diste por Madre a tu misma Madre
Auxilio potente del pueblo cristiano;
nuestra alma nutriste con Pan que restaura,
con Pan que da fuerza y amor sobrehumano.


Don Bosco, don Bosco... 

Don Bosco te esperan con fe las familias
que llevan sus hijos para que señales
con la Cruz bendita sus límpidas frentes,
para que los libres de todos los males.
Y al son de tu paso despierta el oleaje
de la muchedumbre cual mar agitado,
y un grito ardoroso unánime elevan:
íVente con nosotros, ven a nuestro lado!


Don Bosco, don Bosco... 

19 

URBIS ET ORBIS 

Se decreta la fiesta de San Juan Bosco para toda la Iglesia 

(La traducción castellana, en el texto, pág. 300) 

DECRETUM 

Universo Christiano populo summae laetitiae fuit, quod sacro recurrente decimonono saeculo a salvifica Redemptione supremos caelitum 
honores Beato Ioanni Bosco Summus Pontifex Pius Papa XI decrevit. Quo ex tempore non Salesiana Familia tantum, sed et quam plurima 
dioeceses Eum Veluti iuventutis patrem peculiari honore prosecutae sunt. Succrescente vero in dies devotione, ut uberiores sanctitatis 
fructus in fidelium praesertim iuvenum animis efflorescerent, ((432)) innumeri sacrorum 

Fin de Página: 355 


VOLUMEN XIX Página: 356 

Antistites Summum Pontificem Pium Papam XI humillimis et instantibus precibus rogaverunt, ut ad universam extenderetur Ecclesiam 
cultus tanti viri, de re catholica optime meriti. Sanctitas porro Sua, referente infrascripto Cardinale Sacrae Rituum Congregationis Praefect 
in audientia diei 25 martii 1936 vota tot S. R. E. Cardinalium, Archiepiscoporum et Episcoporum benigne excipiens, Festum Sancti Ioann 
Bosco, tamquam confessoris non pontificis, ab universa Ecclesia sub ritu duplici minori cum Officio et Missa huic decreto adiectis die 31 
ianuarii celebrandum decrevit, translato ad diem 28 ianuarii Festo S. Petri Nolasci confessoris. Contrariis non obstantibus quibuscumque. 

Datum Romae, ex Secretaria S. Rituum Congregationis, die 25 martii 1936. 

C. Card. LAURENTI, Praefectus. 
A. CARINCI, Secretarius. 
Fin de Página: 356 


VOLUMEN XIX Página: 357 

((433)) 
DOCUMENTOS Y HECHOS ANTERIORES 

Dos cartas de petición 

Los autógrafos de las mismas pertenecen a la señora Benedicta Terzago, de Chinetto, domiciliada en Bianzè (Vercelli). Los encontró ell 
entre los papeles de su tío don José Terzago, de Bianzè, que fue alumno del Oratorio durante el último decenio de la vida de don Bosco. N 
ha sido posible averiguar quién es la Marquesa, Dama de la Corte, a la que fueron dirigidas, y tampoco cómo llegaron a poder de dicho 
sacerdote. 

La Rifa mencionada en la primera carta es la misma de la que habla Lemoyne en el vol. V (pág. 195 y siguientes). La escasez de medios 
que obligó a reducir notablemente el número de obreros en la construcción de la iglesia de María A uxiliadora, procedía del trastorno 
económico producido por el traslado de la capital y por los preparativos para la tercera guerra de la Independencia. (Véase: Lemoyne, VIII 
págs. 294 y 316). 

A 
Benemérita Sra. Marquesa: 
Hasta ahora no he recomendado a V. S. Benemérita los boletos de la Rifa, porque, como ya contribuye generosamente al sostenimiento d 

nuestras necesidades, no me parecía oportuno. Pero ahora, pensando que en esta ocasión puedo confiar algunos de ellos a los Regios 
Personajes que al presente viven entre nosotros, le envío treinta decenas y los recomiendo a su caridad y la de aquellos a quienes V. S. 
juzgue conveniente hablar de ello. 

Como sabe V. S., hay tiempo, y los que no se colocan, pueden devolverse de nuevo a la Rifa. 
Todas las misas de difuntos y las oraciones que mañana por la mañana se celebrarán en esta casa, serán según su piadosa intención y la d 
señor Marqués. Diríjanlas al Señor, como mejor les parezca. 
((434)) Todos los Santos del cielo hagan descender una bendición especial sobre V. S. y su respetable familia, mientras me cabe el hono 

de profesarme con gratitud 
DeV. S. B. 
Turín, 1.° de noviembre de 1855. 

Su seguro servidor, JUAN BOSCO, Pbro. 

B 
Benemérita Sra. Marquesa: 
María Auxiliadora se encomienda a V. S., Sra. Marquesa; los trabajos de la iglesia están bien encarrilados, mas, por falta de medios, ten 

sólo ocho albañiles en vez de treinta. Y esto ahora que es el mejor tiempo para trabajar. 

Fin de Página: 357 


VOLUMEN XIX Página: 358 

Tengo muchas promesas y fundadas esperanzas, pero todo va despacio. Si puede hacer algún préstamo a la Virgen, sería éste el tiempo 
propicio, y creo que percibiría un interés muy superior al cinco por ciento legal. 
Hable de ello con el Sr. Marqués, y haga después lo que pueda para mayor gloria de Dios. 
El lunes estaré en casa desde por la mañana hasta las diez; y también después de la una a las tres de la tarde. 
Dios bendiga a V. S. y a toda su familia y créame, como me profeso de V. S. B. 
Turín, 21 de abril de 1886. 
Seguro servidor, JUAN BOSCO, Pbro. 

II 

Cinco cartas a Monseñor Masnini 

Mons. Santos Masnini, honrado con un título prelaticio gracias a don Bosco, mantuvo íntimas relaciones con el Siervo de Dios, durante 
tiempo quefue secretario de Mons. Ferré, obispo de Casale. Nació en Belgioioso (Pavía) y murió en Terlizzi (Bari), donde fue sepultado. 
Fundó las Esclavas del Santuario. La primera de estas cartas está dirigida a Roma, durante el Concilio Vaticano. 

Los originales se encuentran: el de la primera, en poder del Doctor Nullo Martini, en Fidenza; los de la segunda y cuarta, en los salesian 
de Fidenza; el de la tercera, en poder de don Celso Ghiozzi, arcipreste de Zibello (Parma), y el de la quinta, en el arch ivo salesiano de Tur 
(núm. 1188). 

((435)) A 

SEMINARIO MENOR 
DE MIRABELLO MONFERRATO 

Carísimo Sr. Canónigo: 

Estoy en Mirabello y me queda un poco de tiempo para escribir a V. S., de acuerdo con mi deseo. En cuanto a las cartas que están en 

correos, tenga la bondad de leerlas y si encuentra en ellas algo esencial, comuníquemelo; si no, rómpalas. 

Le agradezco el cuidado que se toma por mí y las molestias que aguanta para sostener nuestras casas. 

Si puede, promueva las Lecturas Católicas y la Biblioteca Italiana. Yo vivo y trabajo para estos libros: el Santo Padre los bendice y me 

encomienda su difusión. Las personas con las que puede hablar sobre esto son: el conde Vitelleschi, el marqués Villarios, la condesa 
Calderini y la presidenta de Torre dei Specchi. 

He encontrado a Juanito Ferré con buena salud: está pensando en la vocación. Le he animado a rezar y ser muy bueno hasta mayo. 
Entonces podrá decidirse a algo. 

El Seminario Menor se une a mí para desear toda suerte de bendiciones celestiales a V. S. y a nuestro Monseñor, mientras con todo afec 
me profeso de V. S. 

12 de marzo de 1870. 

Seguro servidor,
JUAN BOSCO, Pbro.


Fin de Página: 358 


VOLUMEN XIX Página: 359 

B


ORATORIO 

S. FRANCISCO DE SALES 
Carísimo Monseñor:
A todas las desgracias de este año se añade ahora la de tener que librar a quince clérigos del servicio militar. »Podría usted ayudarme?
Cualquier cosa me vendrá bien; quedan todavía unos dos meses de tiempo. Ya ve de qué modo va este pordiosero a molestar a la gente


pacífica. Compadézcame. 
Que Dios le conceda toda suerte de bienes; ruegue por este pobre, siempre suyo en J. C. 
3 de octubre 73. 

Seguro servidor, JUAN BOSCO, Pbro. 

P. D. Ruégole presente mis saludos a su señora Madre y familia. 
((436)) C 

Mi querido Monseñor:
La condesa Bricherasio sigue inquieta con su asunto, que ella creía ya acabado.
Tenga, pues, la bondad de leer las dos cartas del párroco de Fubine y, si después cree que hay algo a hacer, dígamelo.
Acabo de llegar en este momento de un viaje hecho hasta Marsella. íCuántas cosas tendría para contar! Espero que lo podamos hacer de


palabra. 
Mil saludos para usted y para el señor Obispo y dígale de nuevo que nosotros queremos ser siempre hijos suyos y que todo lo nuestro es 
suyo, sin reserva alguna. 
Ruegue por mí y prepare para nuestras cosas un saquito de marengos (monedas de veinte francos de oro) y un buen fajo de billetes de 

banco: aunque estén muy sucios, sin embargo, los acepto como bien nacional. 
Siempre suyo en J. C. 
Turín, 28-3-77. 

Afectísimo amigo, J. BOSCO, Pbro. 

D 

Muy querido Mons. Masnini:
Si quedase libre del cargo actual, volaría inmediatamente a los Salesianos. Así lo dijo muchas veces. Entonces »cuándo vendrá?
Tiene su habitación preparada en Turín y en otras partes; no faltará un puesto en la mesa. »Entonces? Hasta verle.


Fin de Página: 359 


VOLUMEN XIX Página: 360 

Que Dios le bendiga y ruegue por este pobrecito que fraternalmente será siempre suyo en J. C.
Vignale, 12 de oct. 79.
Afectísimo amigo,


J. BOSCO, Pbro. 
P. D. Hoy sigo en Vignale; mañana parto para Turín, donde quedaré fijo. 
E 
Rvmo. Mons. Masnini: 
El señor Marqués Del Pezzo irá en mi nombre a tratar un asunto con V. S.carísima. Haga de modo que puedan llegar a un acuerdo, con l 

que proporcionaría también un gran placer al canónigo D'Avanzo. 

Dios bendiga nuestras empresas y créame en J. C. 

Lanzo Torinese, 15 de septiembre de 1880. 

Afectísimo amigo, J. BOSCO, Pbro. 

((437)) III 
Cuatro cartas a Mons. Sciandra, obispo de Acqui 
Los originales se encuentran en el Vaticano, en el Archivo de la Secretaría de Estado, adonde pasaron, después que hubimos sacado cop 

A 

Excelencia Reverendísima: 

Entre los clérigos que cursan aquí sus estudios, con ánimo de llegar a formar parte de nuestra Congregación, se encuentra el joven José 
Boido, quien, por mi medio recurre a V. S. Revma. en demanda de un certificado para presentarlo al mando militar, a fin de obtener la 
exención del servicio. Los de la diócesis de Turín lo obtuvieron de nuestro arzobispo o de la diócesis a la que pertenecen; éste lo espera de 
su bondad. 

No sé si ya habrá podido ver la nueva ley; por lo que hace al presente caso es necesario que V. S. declare: que N. N. es de la diócesis de 
Acqui, católico y hace sus estudios del primer curso de filosofía en el Oratorio de San Francisco de Sales en Turín, encaminado a la carrer 
eclesiástica. Después, nos encargaremos nosotros de certificar esta declaración por el alcalde de Turín y la pasaremos al mando militar. 

He ido muchas veces, con el pensamiento, a visitarle, pero nunca he podido realizarlo. »No vendrá V. S. alguna vez a honrarme con su 
presencia y celebrar una santa misa en la iglesia de María A.? Le esperamos y lo deseamos ardientemente. 

Mientras tanto rogamos al Señor que le ayude en la ardua empresa del sagrado 

Fin de Página: 360 


VOLUMEN XIX Página: 361 

ministerio pastoral y nos encomendamos todos a la caridad de sus santas oraciones, implorando su bendición especialmente sobre quien, e 
su poquedad, tiene el honor de profesarse 

De V. S. Revma. 

Turín 5-4-72.
Su seguro servidor, JUAN BOSCO, Pbro.


B 
Revmo. y Carmo. Monseñor: 
La inesperada pérdida de nuestro pobre don Domingo Pestarino me ha desconcertado realmente. He enviado enseguida a don Francisco 

Bodrato como persona del país y conocedor de todos los asuntos del llorado difunto. Ahora habría pensado enviar allí a don José Cagliero 
((438)) Director espiritual en la actualidad en el colegio de Varazze. Es persona de segura moralidad y ciencia y muy dispuesto para la 
predicación. Pero, antes de nada, deseo saber su santo parecer. 

Queda siempre bien entendido que la casa de Mornese está a su disposición, siempre que desee ir allí a pasar unos días de campo; más a 
le ruego siga dispensando a esa casa la benevolencia y autoridad paternal que hasta el presente se dignó tener. 

Espero poder ir por allí dentro de poco tiempo. 

Nos encomendamos todos a la caridad de sus santas oraciones y me profeso con profunda gratitud 

De V. E. Rvma. 

Turín, 22-5-74. 

Seguro servidor, JUAN BOSCO, Pbro. 

C 

Excelencia Reverendísima: 

Ya hace tiempo que debía haberle dado las gracias por la carta de recomendación que ha enviado para nuestros proyectos; pero los 
continuos jaleos me han robado literalmente el tiempo. Todo está en marcha y el Padre Santo lo encontró de su agrado. Mi más viva gratit 
y mi acción de gracias a V. E. Ahora necesitaría otro favor. 

El clérigo José Bovoir (sic.), maestro de escuela en Mornese, ha terminado sus cursos, y estando ya definitivamente agregado a nuestra 
congregación salesiana, dotado de las necesarias dotes para pedir ser admitido a las órdenes sagradas, yo pediría, o mejor suplicaría, quisie 
admitirlo a la tonsura para las próximas ordenaciones. 

El clérigo Francisco Campi es compañero de Bovoir. Don J. Cagliero y don S. Costamagna me aseguran que posee la ciencia suficiente. 
una moralidad heroica. 

Advierta que sólo se trata de la tonsura con las cuatro órdenes menores; antes de admitirlo a las órdenes sagradas V. E. tendrá tiempo pa 
hacer cualquier observación. 

Fin de Página: 361 


VOLUMEN XIX Página: 362 

También sé que esto lo hago con retraso, y aún lo habría diferido hasta septiembre, pero aquel colegio y el mismo pueblo suspiran por u 
maestro sacerdote, y no lo tengo. Si le resulta más cómodo aprovechar un domingo a su gusto, dígalo, ya que para ellos es lo mismo. 
Necesitaría, cuanto antes, poder hablarle y ípedirle algún consejo! 
Mientras tanto, acepte los sentimientos de mi vivo agradecimiento, déme su bendición y créame en J. C. 
Turín, 11-5-75. 
Atento seguro servidor, JUAN BOSCO, Pbro. 
((439)) D 
Reverendísimo y carísimo Monseñor: 
Don Bosco nació para hacer ejercitar en la paciencia a muchos y señaladamente a V. S. Rvma. Algún malestar y una serie de premurosas 
ocupaciones me han hecho dejar de lado mi deber para con V. S. 

Le diré, pues, que el clérigo Piccagno no ha acabado todavía el tiempo de los votos trienales y, por tanto, no parece sea del caso ni que 
haya motivo para suspenderle. Tanto más que su tiempo caduca con el mes de septiembre. En aquella época él hará sus ejercicios 
espirituales, después de los cuales es completamente libre de renovarlos o de volver a su ordinario. 

Como está en Varazze, no puedo darle detalles sobre su conducta. En general es bastante buena: pero hasta ahora su vocación al estado 
eclesiástico no presenta todavía los datos que para ello se requieren. Tiene suficiente talento y puede dar buen resultado, si dedica el tiemp 
a los estudios que le corresponden. A su tiempo recibirá sus calificaciones de aplicación y piedad de todo el tiempo de clérigo. 

Cada día voy con el pensamiento a dar un paseo hasta Strevi 1 y suspiro por el momento de poder ir y pasar ahí algunos días que me har 
un mucho bien al alma y al cuerpo; pero no puedo saber cuándo podré realizarlo. 
Le agradezco de corazón la invitación y más pronto o más tarde la aprovecharé. 
Acepto al clérigo de que me habla y puede enviarlo cuando quiera a Sampierdarena. Será atendido y ayudado por su sabio y prudente 
director, que es el reverendo don Pablo Albera. 
Pido humildemente su santa bendición y me encomiendo a la caridad de sus oraciones, mientras con profunda gratitud tengo el honor de 
profesarme de V. S. Revma. y carísima 
Turín, 1-7-78. 
Su seguro servidor, JUAN BOSCO, Pbro. 

1 El obispo de Acqui tiene su villa en Strevi. 
362 

Fin de Página: 362 


VOLUMEN XIX Página: 363 

Broma rimada 

Don Eduardo Mac Kiernan fue uno de los primeros irlandeses llegados al Oratorio para hacerse salesianos. Murió en Londres el año 188 
en la primera casa salesiana abierta allí por don Bosco en 1887. Tenía el cargo de párroco y director. Apenas contaba veintisiete años. 
Cuando don Bosco le envió este gracioso saludo desde Roma, era clérigo en el Oratorio. 

((440)) Querido Mackiernan: 

»Qué haces, dímelo,
caro Eduardo,
que en escribirme
eres tan tardo?
Que te bendiga
piadoso Dios;
por mí tú ruégale,
cual lo hago yo.


Roma, 22-77. 

Afmo. en J. C., JUAN BOSCO, Pbro. 

V 

Carta a una señora 

El original está en poder del abogado Bassetti, de Forli, que lo encontró casualmente entre otros papeles. Don Bosco envía saludos en la 
posdata para la familia Burlamacchi, que estaba domiciliada en Lucca. 

Respetable Señora: 

Ciertamente es una mala posición la de su hijo. La edad, la ciencia y el dinero son lazos terribles de los que se sirve el demonio para llev 
a muchos incautos jovencitos a la ruina espiritual y corporal. Una madre cristiana debe, en estos casos: 

1.° Cuidarlo con interés, acompañarle a todas partes, si él lo admite. Razonar con él, aconsejarle los Santos Sacramentos, la predicación, 
las buenas lecturas. Si no cede, tenga paciencia, pero siga. 

2.° Si quiere, puede decirle con seguridad que, si no se corrige, su vida será muy corta y quizas... 

3.° Procure asociarlo con parientes o con otras personas honradas, y alejarlo de los malos compañeros. 

4.° Oración a Dios y a Santa Mónica. 

Fin de Página: 363 


VOLUMEN XIX Página: 364 

En mi poquedad, haré también oraciones especiales a María A.
Además, necesito mucho de su caridad espiritual y material. Tengo una mies abundantísima entre manos; se podrían ganar muchas alma


pero me faltan los medios materiales. 

Que Dios le bendiga a usted y a toda su familia, y ruegue también por mí que seré siempre en J. C. 

Turín, 11-11-78. 

Su seguro servidor, JUAN BOSCO, Pbro. 

P. D. Muchos saludos para la familia Burlamacchi, si está todavía ahí. 
((441)) 
VI 
Cartita de don Bosco 
Va dirigida a Niza, quizás al Director. No hay ningún encabezamiento. 
La condesa de S. Paulet, a su paso por Niza, desea hablarte con objeto de encontrar una persona de servicio que anda buscando. Te 
recomiendo que la ayudes, si puedes. 
Por ella sabrás noticias nuestras, y te advierto que esta Señora será una de las más celosas Señoras de la Comisión para La Navarre y St. 
Cyr. 
Siempre tuyo en J. C. 
Turín, 10 de junio de 1880. 
Afectísimo amigo, JUAN BOSCO, Pbro. 

VII 

Carta de don Bosco a don Pablo Albera 

Falta la fecha. Debe ser del 1884, año del cólera y también de ese «antídoto» ampliamente distribuido. El dieciséis de agosto escribía do 
Bosco a la señora Magliano, desde Pinerolo: «Nuestro antídoto es seguro». El cólera volvió en 1885; pero la difusión del «antídoto» no 
existió. El 15 de noviembre de 1884 había escrito al mismo don Pablo Albera desde Turín: «Temo que el próximo año seamos visitados de 
nuevo por el mismo azote; pero no me siento con ánimos para prometer que el cólera no venga a molestarnos». 

En efecto, el cólera volvió durante el verano de 1885, pero el treinta y uno de enero había dicho don Bosco: «El año pasado pude asegur 
con certeza que las medallas de María Auxiliadora llevadas encima con las condiciones prescritas preservarían a las 

Fin de Página: 364 


VOLUMEN XIX Página: 365 

personas. Pero este año no sé todavía si la Virgen querrá mostrarse igualmente piadosa en la misma circunstancia». (Véase: M. B., vol. 
XVII, pág. 212). El original está en poder de las Hijas de M. A., en Turín. 

Muy querido Albera: 

Antídoto seguro contra el cólera. Haz que tus muchachos lleven al cuello una medalla de M. A. con la jaculatoria: O Maria Auxilium 
Christianorum, ora pro nobis. Comunion frecuente. 

Comunica esta receta a quien creas oportuno. 

Haz entregar la carta adjunta a Mme. Prat con una medallita de plata. 

Nosotros rogamos, rogad también vosotros por nosotros. 

Dios nos conserve a todos en su santa gracia. Amén. 

Afmo. amigo, 

J. BOSCO, Pbro. 
((442)) 

VIII 

Opinión sobre don Bosco en el 1844 

En el archivo salesiano (84-XI) se conserva la copia de una interesante carta, escrita por el señor Iluminado Allamano al conde senador 
Mola, de Larissé, domiciliado entonces en Turín y trasladado mucho más tarde a Carignano, patria chica del misionero don Carlos Peretto 
Este pudo tener prestado el original que copió don Joaquín Berto. El que escribe, que debía ser un profesor, escribe al Conde (29 de julio d 
1844) proponiéndole confiar a don Bosco la preparación de su hijo Luis para los exámenes. He aquí el párrafo más importante: 

Si V. S. I. lo desea, le enviaré un sacerdote, amigo mío y paisano (su nombre es don Bosco), persona a quien no falta ninguna de las dote 
que convienen a un excelente sacerdote. Virtud, doctrina y candor de costumbres andan a porfía en él para ser amable a cuantos le conocen 

Es tal, que me determiné a proponérselo a V. S. Ilma. para que lo acepte en su noble casa, donde podrá hacer mis veces; no necesito 
recomendárselo, puesto que, cuando lo conozca, estoy seguro de que sus cualidades son su más eficaz recomendación. 

IX 

Don Bosco visto por los condes Callori de Vignale 

La condesa Viry, hija de los condes Callori, escribe sobre don Bosco en un trabajo suyo inédito Páginas sin fecha (cuartillas 112-113): 

Venía cada año a pasar unos días de vacaciones en el campo, al lado de mi madre. Celebraba la misa con una piedad angelical; pero lueg 
se prestaba amablemente a 

Fin de Página: 365 


VOLUMEN XIX Página: 366 

jugar con los niños, participaba en las comidas de la familia y sabía comportarse, lo mismo en la mesa que en el salón, como una persona 
fina y distinguida. Hay que poseer un tacto especial y una singular inteligencia para saberse comportar en un ambiente y en una sociedad e 
la que no se ha nacido; la mediocridad difícilmente lo obtiene, y siempre tiene el aire de que hace un esfuerzo. 

Un día se le presentó una chiquita de tres años que no quería rezar el Padrenuestro por entero, sino que al llegar a la segunda parte danos 
hoy nuestro pan de cada día, se paró y no hubo manera de que siguiese. Don Bosco, sin reprender a la niña, tesonera mas sin llorar, porque 
su orgullo no se lo permitía, le dijo sencillamente y con dulzura: -Pide al Señor el pan, y ya verás ((443)) cómo él tendrá la bondad de 
enviarte también dulces y chocolate. -Desde aquel día la chiquita rezó el Padrenuestro hasta el final. 

Dieciocho años más tarde, aquella chiquita, ya una moza, pidió al buen sacerdote su opinión sobre cierto joven que le había sido 
presentado. Cerrando los ojos y recogiéndose en sí mismo, dijo sencillamente: -No le conozco personalmente, pero sé que tiene una alma 
hermosa. -Esta opinión me bastó y efectivamente encontré una alma bella en aquel que, tres meses más tarde, fue mi marido. Pero el 
consejero no olvidó a la pequeña testaruda, al verla hecha una joven, y le dijo con graciosa malicia: -Ahora que ya sabe decir tan bien todo 
Padrenuestro, ya ve cómo el Señor le ha enviado el chocolate y los pasteles. Es preciso, por tanto, que se acuerde de los pobres, a los cuale 
no les da más que pan a secas. 

X 

El ojo de don Bosco 

Entresacamos de una relación de don Luis Terrone, que envió por escrito una larga conversación tenida el 1.° de noviembre de 1937 en e 
colegio salesiano de Turín con don Pedro Fracchia. Es él mismo quien habla del tiempo en que era alumno del Oratorio. 

Un día, yendo a ver a don Bosco, me encontré con don Joaquín Berto, el cual me anunció: -Está aquí Fracchia. -Y don Bosco dijo en alta 
voz: -Adelante, Fracchia, que quiere conservarse siempre «senza macchia» (sin mancha). 

Estaba don Bosco escribiendo, y yo me senté a su lado. Observaba atentamente cierto movimiento que él hacía al escribir: giraba 
lentamente la cabeza de izquierda a derecha, acompañando y siguiendo la dirección de la pluma hacia el fin de la hoja. Yo no comprendía 
por qué. Pensé entonces preguntárselo, dada la gran confianza que me dispensaba. Así que, cuando dejó la pluma, y apoyó sus manos, una 
sobre otra, contra el pecho, como acostumbraba, le miré sonriendo y después, con toda libertad y sencillez, le dije: 

-»Me permite, don Bosco, que le pregunte una cosa? 

-Dime, dime, amigo Pedro. 

-»Por qué mientras escribía, con la cabeza baja, se volvía hacia la derecha y acompañaba la pluma? 

Don Bosco sonriendo respondió: 

-La razón es ésta. Mira: don Bosco no ve con este ojo, y con este otro poco, poco, poco. 
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-»Que ve poco?, repliqué yo. Entonces, »cómo se entiende que el día en el patio, estando yo lejos de usted, me lanzó una mirada fortísim 
llena de luz, penetrante como un rayo de sol? 

((444)) -íMira! Vosotros pensáis y enseguida veis no sé yo qué cosas... cosas grandes, extraordinarias, donde no hay absolutamente nada 

Y así, terminado aquello, empezamos a hablar de nuestras cosas. Pero he aquí ahora la cuestión de la mirada. 

Un día me encontraba yo en el patio jugando. Según costumbre, estaba totalmente entregado al juego. A cierto punto, me hallaba 
momentáneamente parado, cuando oí unas voces fuertes de los muchachos. Me volví y descubrí lejos a don Bosco, cercado de un gran 
número de muchachos. Eran muchos, un grupo apretado, como sucedía siempre que don Bosco bajaba al patio, y hablaban todos fuerte y 
alegremente con él. Yo, que estaba en mi juego, no quería acercarme. Estando así en una situación de incertidumbre, volví de nuevo los oj 
hacia el grupo en medio del cual se encontraba don Bosco y quedé improvisamente herido por un rayo luminoso que venía desde su ojo 
hasta mí. No sé cómo describir aquel rayo. Estaba al menos a treinta pasos de don Bosco, no estaba frente a él, sino un poco en ángulo, y 
don Bosco se hallaba cercado por los muchachos, a muchos de los cuales los tenía agarrados de la mano. Tengo aún presente la escena, co 
tal precisión como si me hubiera sucedido ayer mismo. Digo que era un rayo luminoso como un rubí resplandeciente, como un diamante, 
algo incomparable, semejante a la luz del rayo. Ante aquella mirada quedé encantado e inconscientemente me acerqué al grupo. Al llegar a 
él, sin buscar abrirme paso y sin acercarme, me encontré preso en las manos de don Bosco, el cual, después, teniéndome agarrado y sin 
decirme nada, siguió paseando. No me miró, no me dijo nada y cuando acabó la conversación, me despedí como los demás y no conté nun 
a nadie lo que entonces vi. 

XI 

Una curación prodigiosa 

Es siempre el mismo don Pedro Fracchia quien cuenta: 

Un día asistía yo en el patio a una partida de frontón. Se celebraba un desafío entre estudiantes y aprendices, superiores, clérigos 1, jefes 
de taller y sustitutos. Yo no jugaba aquel día, pero, como buen jugador o hincha como ahora se diría, tomaba parte viva en la marcha de la 
partida. Se encontraba a mi lado un clérigo, compañero mío; no podría asegurar con precisión, pero estoy casi seguro de que era el clérigo 
Bonavía 2. 

Mientras estaba totalmente absorto en el juego y no pensaba en otra cosa, ((445)) sentí claramente en mi oído estas palabras: -Ve a la 
sacristía, donde está don Bosco a punto de hacer un milagro. -Me volví y no vi a mi lado a nadie más que a mi compañero clérigo. 
Olvidándome sin más del juego y del patio, di un fuerte golpe en las espaldas al clérigo, diciendo: -Vamos a la sacristía, que don Bosco es 
a punto 

1 Entonces estaban en el Oratorio los clérigos novicios y estudiantes. 

2 Don Juvenal Bonavía, santo y culto salesiano, que murió en la casa de Battersea en Londres. 
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de hacer un milagro. -Y me eché a correr velozmente. Como no oía tras de mí los pasos del compañero, me volví hacia atrás, maravillado 
que no viniese. 

Llegué, pues, a la sacristía; diré mejor, a la antesacristía, donde normalmente se sentaba don Bosco a confesar. Estaba él rodeado de un 
grupo de señores y señoras y caminaba despacio hacia la sacristía propiamente dicha. Casi mecánicamente me añadí al grupo y me encami 
con aquellas personas; y he aquí que también esta vez, sin saber cómo, me encontré precisamente al ladito izquierdo de don Bosco, entre 
todas aquellas personas con las que llegué hasta el centro de la sacristía. 

De repente, oímos detrás de nosotros un fuerte ruido, después grandes voces. Se adelantaba una pobre mujer, acompañando a una 
muchachita de unos diez o doce años, que tenía un brazo paralizado. Cuando la madre llegó delante de don Bosco, presentó a la niña, se 
echó a sus pies y suplicóle con lágrimas: -Don Bosco, cúreme a esta hija mía que no puede mover el brazo; cúremela. -Don Bosco, con la 
máxima naturalidad y con un tono sencillo, se volvió hacia la muchacha y le dijo: 

-Bien, bien. Mira, haz así. Haz la señal de la cruz. 

-No puede, interrumpió la madre gritando; no puede hacerla. Tiene malo el brazo y no puede moverlo. 

-No, hija, no, replicó don Bosco con la misma calma. Haz la señal de la cruz como te digo. 

Y la pobre madre quería explicar otra vez que la pobrecita no podía hacerla. Don Bosco replicó de nuevo: 

-íAsí, así! -E indicando con gestos a la madre que estuviera tranquila y callada, invitaba a la niña a hacer la señal de la cruz. 

En aquel instante dirigí la mirada a don Bosco y vi que su rostro se transformaba, adquiría un color especial, que yo no sabría definir de 
ningún modo. Parecía divinizado. Bendijo a la niña y ésta, sin el menor esfuerzo, hizo a la vez una amplia señal de la cruz. La madre estab 
fuera de sí por la emoción y aquellos señores miraban aterrorizados. Don Bosco se dirigió entonces a la madre y le dijo: -Ahora vayan a la 
iglesia y recen tres padrenuestros, avemarías y glorias al Santísimo Sacramento y una Salve a María Auxiliadora, en agradecimiento por la 
gracia que les han concedido. -Inmediatamente después, salió con aquellos señores de la sacristía. Era el día de la fiesta de María 
Auxiliadora, durante el tiempo del recreo de después del desayuno. 

((446)) Al salir, con las fuertes impresiones de todo lo que había presenciado, me figuraba oír gritar por todas partes ímilagro, milagro! 
Pero nadie resolló y yo no pensé más en ello. Posteriormente busqué en las diversas obras que hablan de don Bosco a ver si se mencionaba 
aquel suceso; pero tampoco he encontrado nada sobre el particular. He leído algún otro hecho prodigioso, análogo al que yo vi, pero no er 
el mismo, puesto que todas las circunstancias eran muy distintas. 

Y lo que resulta más increíble es que yo nunca más pensé en preguntar a mi compañero porqué él no fue, ni tampoco le conté lo que 
sucedió. Pero todo ello es real y no se me ha olvidado ningún detalle. 

XII 

Don Bosco lee en la conciencia 

Francisco Alpi, que fue alumno en el colegio de S. Juan Evangelista, después enfermero en el Oratorio y últimamente maestro en Pagno 
(Saluzzo) contó a don 

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Alejandro Luchelli un caso, que éste refirió inmediatamenle después, y por escrito, a don Pablo Albera el 20 de abril de 1916. Copiamos d 
su carta: 

Tenía Francisco Alpi quince o dieciséis años, cuando fue admitido en el colegio de Alassio recomendado por el reverendo Nenci, digno 
sacerdote de la diócesis de Imola. Tres o cuatro años después de su entrada en el colegio oyó decir en la platiquita de la noche que iba a 
llegar don Bosco, camino de Francia, y que los muchachos que desearan confesarse con él, podrían hacerlo. El joven Alpi no había oído 
nunca hablar de don Bosco, y pensó para sí: -Desde el momento en que viene un sacerdote forastero que está aquí un día o dos y luego se 
es mejor que me confiese con él y que haga una confesión general. De este modo, me evitaré tener que hacerla después con un sacerdote, q 
estando en casa, tendrá ocasión de conocerme. -Y, en efecto, a la mañana siguiente fue a confesarse con don Bosco sin saber quién era. Al 
comenzar la confesión, pidió al confesor que le ayudase; expuso después todos los pecados de que se acordaba. Terminó su acusación y, 
cuando ya no sabía qué más añadir, don Bosco le dijo: -Te olvidas de decir aquel pecado que cometiste en tal lugar y en tal tiempo. -Y dijo 
él, con todas las circunstancias, lo que Alpi había hecho de los diez a los once años, y añadió: -Es verdad que tú no hiciste el pecado de ob 
como tus dos compañeros, pero lo hiciste de pensamiento, de deseo, y también se ofende a Dios con el pensamiento y con el deseo. 

Al oír aquello, el joven quedó tan estupefacto que, ((447)) a los pies mismos de don Bosco, le vino un sudor frío y le pareció que iba a 
desmayarse. Apenas terminó la confesión, fue corriendo a don Francisco Cerruti y le dijo espantado y llorando: -»Quién es ese cura que m 
ha confesado? Seguro que es un diablo o un santo. Me ha dicho un pecado secretísimo, del que ya no me acordaba y que no creía siquiera 
que fuese pecado. -Don Francisco Cerruti, sonriendo, le dijo que era don Bosco y que se quedara tranquilo. 

XIII 

Don Bosco en Velletri 

Doquiera fuese, don Bosco dejaba tras de sí un recuerdo imperecedero. No se sabía hasta ahora que hubiese estado nunca en Velletri; pe 
Mons. Rotolo, Auxiliar del Cardenal Obispo del lugar, ha podido tener noticias seguras de una visita suya a la ciudad. No es posible 
determinar la fecha. Si fue allí durante el tiempo que estuvieron abiertas las casas salesianas de Albano y Ariccia (1876-79), pudo ello 
suceder el año 1877; pero, en el lugar, se inclinan a creer que fuera en mayo de 1882, en el que se celebraban las fiestas del centenario de 
Nuestra Señora de las Gracias. En efecto, don Bosco se encontraba en Roma aquel mes. 

Celebró la misa en la capilla de las maestras Pie Venerine. La señora Elvira Pereno, que era colegiala y asistió a ella, debió recibir una 
extraordinaria impresión, puesto que, después de tantos años, recuerda todavía «la figura de don Bosco en el momento de celebrar». Pero 
recuerda también que la Madre Superiora les había anunciado previamente su visita, diciéndoles que iba a ir un santo. Don Bosco estuvo 
también en su casa. «Le recibimos, escribe, en el gran salón y estuvo mucho rato en el comedor, donde nos dio la bendición a los niños. M 
parece todavía verlo». 

La familia que vive hoy en día en el apartamento donde fue recibido, atribuye a la 
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protección del Santo sobre aquella casa la paz y la tranquilidad que en ella goza y el buen resultado obtenido por su numerosa prole. 

Se hospedó en casa del señor Luis Francisco Argenti, tío materno de la señora dicha y «hombre muy religioso». Una hija del señor 
Argenti, la señora Ana De Angelis, esposa del Coronel presidente del tribunal militar de Mogadiscio y presidenta diocesana de las mujeres 
de acción católica en Somalia, escribe a Monseñor: «Con el alma profundamente emocionada he leído la carta de V. E. que, que ha venido 
recordarme, a mis años y en estas lejanas tierras del Imperio, uno de los más agradables y conmovedores momentos de mi ya lejana infanc 
íla paternal bendición recibida del gran San Juan Bosco! Recuerdo perfectamente que el Santo estuvo en nuestra casa ((448)) hospedado p 
mi padre, con ocasión de su ida a Velletri, y conservo fresca la visión del Santo, mientras nos impartía la bendición a los niños, que 
estábamos arrodillados delante de él casi como en adoración». 

Su hermano Vicente, canónigo, entonces seminarista, no pudo estar presente; pero don Bosco se acordó de él. En efecto, le dejó un 
ejemplar de su Historia de Italia, que quiso llevarle su propio padre y entregárselo con sus propias manos. 

XIV 

En presencia de don Bosco 

El padre benedictino don Gregorio Campeis describe así (Praglia, 2 de septiembre de 1911) su encuentro con don Bosco, muy 
probablemente en Roma, en San Pablo. 

Siempre recordaré la impresión singular de veneración que tuve al encontrarme por vez primera ante el sacerdote don Bosco (septiembre 
de 1883). Su amable sonrisa, su compostura y gravedad junto a un trato amabilísimo, su insinuante y ponderada palabra quedaron 
profundamente impresas en mi alma; nunca, ante ningún otro personaje, ni siquiera ante los mismos Sumos Pontífices León XIII o Pío X, 
por quienes tuve el honor de ser recibido en audiencias privadas, experimenté la impresión tenida ante don Bosco. Pensé en la santidad 
personificada, 

XV 

Curación de un mudo 

Sor María Esperanza Forte, religiosa de Nuestra Señora de la Misericordia, nos escribía desde Varazze el 8 de septiembre de 1937. 

Tuve dos veces la fortuna de presenciar desde nuestra casa la llegada de don Bosco a Varazze. En la segunda visita, el año 1886, don 
Bosco vino a Varazze, desde Arenzano. En el trayecto de la estación al colegio era llevado en brazos. Iba muy cerca de él un hombre de 
Arenzano, alto de estatura, de cierta edad, el cual, agitaba un pañuelo blanco al aire y decía: -Ayer fui curado por don Bosco. Era mudo. M 
presenté a él, explicándole por señas mi mudez y pidiendo gracia. El me dijo: Rece conmigo el Avemaría. Y recé. -El agraciado siguió a d 
Bosco hasta el colegio. 
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((449)) XVI 
Don Bosco en Reims (el original francés) 
No se ha sabido que don Bosco estuviera nunca en Reims, ni se puede hasta ahora precisar la fecha de ese paso en 1883. El Padre Jesuita 
Journel, después de haber leído la obra de Auffray Un Saint traversa la France, escribió al autor la siguiente carta: 

Mi reverendo Padre: 

Soy un Padre Jesuita, con residencia en Lille (Nord), 73 rue des Stations, muy cerca de la calle de Antin, donde trabajan las Hermanas 
Salesianas por la gloria de Dios. He leído con gran placer, apenas aparecieron, sus fieles biografías de San Juan Bosco y de don Miguel Rú 
y he aquí que la Divina Providencia pone en mis manos Un Saint traversa la France! 

íQué alegría la mía al recorrer sus edificantes y pintorescas páginas! 

Pero »adivina usted en qué me entretuve? En el plano n.° 3 del Apéndice, íen el precioso itinerario...! Y he aquí la razón. 

El año 1883 estaba yo en mis dieciséis y estudiaba en el Colegio de los Jesuitas de Reims. Un día (»quizás el veintiséis de mayo?) nuest 
profesor de humanidades, que era un hombre a quien no se le escapaban ocasiones de este género, nos dijo misteriosamente que, en el 
espacio entre dos trenes, el célebre don Bosco iba a detenerse en Reims para ver, a su paso, al señor León Harmel, llegado de Val des Bois 
para saludarle. El nos acompañó (al menos a algunos) a la iglesia de Santiago, muy cerca de la estación, que era el lugar de la cita. Y fue 
entonces cuando, por unos instantes, tuve la satisfacción de contemplar a ese hombre extraordinario, cuya brillante santidad atraía a las 
multitudes entusiasmadas e imponía confianza y respeto. Es uno de los mejores recuerdos de mi juventud. 

»Ha encontrado usted en sus numerosas pesquisas algún rastro de aquella breve parada de San Juan Bosco en la ciudad de San Remigio? 
Celebraría inmensamente saberlo. Tengo ya setenta años; se me permitiría... chochear... pero en este punto mis recuerdos me parecen muy 
fieles. 

Acepte, Reverendo Padre, con mi anticipado agradecimiento, mis más profundos respetos. 

Su servidor en J. C. 

Lille, 19 de noviembre de 1937. 

M. H. JOURNEL, S. J. 
((450)) XVII 
Predicción 
Don Mario Rosin, Director de la Casa de Beitgemal, que debía ser barbaramente asesinado pocos meses después por los árabes, escribió 
fines del 1937 a don Salvador Puddu, Secretario General de la Sociedad Salesiana, la siguiente relación: 

Mientras estuve destinado en Ankara, hoy capital de Turquía, es decir en mayo de 1918, el reverendo Nerses Baghdikian, sacerdote 
armenio católico, entonces vicario 

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del patriarca de Armenia en aquella ciudad, me contaba que, siendo él seminarista en el colegio armenio de Roma, fue admitido con sus 
compañeros para ver a don Bosco, creo que en el Hospicio del Sagrado Corazón, la última vez que fue allí, para la consagración de la nuev 
iglesia. Nuestro Santo Fundador se encontraba entonces en aquel estado de decaimiento físico que todos saben. Aquellos seminaristas, con 
fin de ocasionarle la menor molestia posible, debían conformarse con pasar ante él de uno en uno, sin decirle nada ni esperar nada de él, 
besarle la mano y volver hacia atrás. Así lo hicieron, mientras don Bosco estaba sentado con los ojos y la cabeza baja y las manos apoyada 
en las rodillas; de pronto, a un seminarista, que le besaba la mano, díjole, permaneciendo inmóvil en su posición, estas palabras: «Hijo, 
prepárate para ir al paraíso». Aquel clérigo moría dentro del mes. 

Beitgemal, 29 de diciembre de 1937. 

MARIO ROSIN, Pbro. 

XVIII 

Intuición y profecía 

Sor Celestina, Superiora General de las Religiosas Eucarísticas (Via Pirot, n. 179, Sofía, Bulgaria) escribía el 9 de julio de 1938 al Recto 
Mayor, don Pedro Ricaldone: 

Nuestra venerada Madre Fundadora, de venerada memoria, Sor María Cristina de Jesús, en el siglo Eurosia Alloatti, hija de Pedro Alloa 
en Turín, antes de venir a Salónica (Turquía) para fundar nuestro pequeño Instituto para búlgaros eslavos en 1888, quiso consultar a San 
Juan Bosco sobre su singular vocación. Estaba ella en la conferencia de los Cooperadores Salesianos el veintitrés de mayo de 1887, ((451) 
fue a besarle la mano en la sacristía junto con la multitud. Y el Santo, antes de que ella le hubiese revelado su secreto, la previno y le dijo: 
-Eurosia, tú has pedido a la Santísima Virgen una señal sobre tu vocación: pues bien, ella te responde por mi medio: Vendrás a mí para da 
más explicaciones. -No tardó ella en ir y el Santo le aseguró que era voluntad de Dios que fuese a Salónica a ayudar a su hermano misione 
y fundar allí entre los dos una Comunidad de religiosas indígenas para los búlgaros eslavos; y le dio muchas otras normas. Pero, antes de 
despedirse, le dijo: -Cuando vayas a salir para tu destino, vendrás aún a verme, pero yo no podré bendecirte. -Y se cumplió la profecía. 
Nuestra Madre Fundadora debía partir el 3 de febrero de 1888 y fue el 1.° de febrero para pedirle la última bendición. íFue enorme su 
sorpresa al encontrar al Santo muerto y expuesto en la iglesia a la veneración de los fieles! Acudieron inmediatamente a su mente las 
proféticas palabras: -Tú vendrás, pero yo no te bendeciré. -La Venerada Fundadora quiso hacer deposición jurada de este hecho para la cau 
de Beatificación. 
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Un encuentro con don Bosco en el tren 

Lo contaba así el reverendo Damé, de los Padres de la Misión, como lo refiere uno de los religiosos, el señor Ricardo Bona, en una carta 
don Pedro Berruti, Prefecto General de la Sociedad Salesiana (Turín, 15 de diciembre de 1938): 

Habíamos salido juntos de la estación de Puerta Nueva hacia Génova, sin conocernos mutuamente: el departamento, lleno de gente, no n 
había permitido intercambian más palabras que las de ocasión entre compañeros de viaje. 

Después de pasar Giovi, nos quedamos los dos solos; entonces aquel sacerdote, que había estado hasta entonces rezando y hojeando libr 
me dirigió la palabra y empezamos una alegre y amigable conversación. Quiso después saber si yo era de Turín (por el hábito había conoc 
que era un sacerdote de la Misión, de S. Vicente de Paúl); si conocía las obras de don Bosco, qué pensaba de ellas, qué reputación gozaba 
entre nosotros con sus muchachos, etc. etc. Le respondí que, para mí, don Bosco era ciertamente un santo sacerdote; que admiraba su obra 
en favor de los muchachos; que su paciencia me recordaba la del divino Salvador que tenía predilección por los pequeños y los pobres... 
Cosas que evidentemente llegaban al corazón y le hacían insistir en querer saber mis sentimientos sobre su obra. -Pero »no ha oído decir, 
concluyó él, que es un pesado, que anda siempre en busca de dineros, que aparta a la juventud ((452)) de las parroquias y de las familias? 
-Pero mientras yo le decía que todas las novedades, aunque fueran buenas, siempre encuentran censores fáciles; que no hay nada perfecto 
más que en el cielo; que también el Cottolengo exclamaba para consolarse: -Hay que hacer el bien y dejar que digan lo que digan, llegó el 
tren a la estación de San Pier d'Arena. Mi interlocutor se puso entonces en pie y tomándome amigablemente por la nariz hizo como quien 
tiraba de ella, diciendo: -íHable siempre bien de don Bosco! Si hubiese hablado mal le habría tirado de la nariz hasta hacérsela llegar aquí. 
-Y señalaba hasta el pecho. Mientras tanto, los muchachos que le esperaban en el andén, juntamente con don Pablo Albera, al reconocerle, 
empezaron a gritar: -íDon Bosco! íDon Bosco! -y se precipitaron hacia él. Nos estrechamos amigablemente las manos. No sé qué impresió 
le causaría: yo debo confesar que me confirmé una vez más en el concepto que de él tenía, de que era un hombre santo y de extraordinaria 
habilidad. 

XX 

Sobre las dos audiencias de don Bosco a Víctor Hugo en el año 1883 

Hemos hablado extensamente de ello en el vol. XVI, pág. 137-143. La señora Lesclide, esposa del secretario de Víctor Hugo, negó el 
hecho en una carta publicada por el Boletín francés en mayo de 1935. El asuncionista David Lathour, en una breve biografía que escribió 
(«Saint Jean Bosco l'entreneur des jeunes». París, La Bonne Presse) hace algunas observaciones que quitan todo valor a dicha carta. 

Una de las causas que empujaron al poeta a visitar a don Bosco debió ser la sacudida sufrida con la muerte de su compañera Julieta Drou 

(M. B. XVI, 
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pág. 138). Escribía la señora Lesclide: «En cuanto a la muerte de Julieta Drouet, víctima de un cáncer que la martirizaba, su viejo amigo 
consideró este doloroso suceso como una liberación, más que como una catástrofe». Lathour serva (pág. 185): «Mme. Lesclide escribe eso 
en su carta (18 de octubre de 1929). Ella no se acuerda de que en 1902 había escrito lo contrario. Léese, en efecto, en Victor Hugo intime 
(pág. 263): «...Esta muerte impresionó mucho al poeta. Esta aflicción ocasionó al ilustre anciano un efecto que él buscó cómo acallarlo. -L 
muertos, decía él, no están ausentes, son invisibles. -Pero su desaparecida amiga parecía llamarle desde más allá de la tumba». 

El autor encuentra en la carta una segunda contradicción sobre la pretendida imposibilidad de la visita nocturna (M. B. XVI, pág. 140). 
Decía Lesclide en su carta: «En casa de Víctor Hugo se sentaban a la mesa a las ocho; ((453)) se levantaban hacia las nueve y media, y sus 
invitados no le dejaban antes de las once o las once y media. Este orden establecido no se cambiaba. Si verdaderamente era invariable este 
régimen, es imposible admitir, según el texto debido a don Bosco que el poeta haya sido recibido por él a las once de la noche, después de 
tres horas de espera». Pero la señora Lesclide había escrito en su libro (pág. 300): «Se levantaba de la mesa a las ocho. Hacia las nueve y 
media, el maestro cerraba los ojos en su gran sillón y sus invitados se despedían». Y comenta nuestro autor: «Este horario está de acuerdo 
con la versión salesiana. Permite pensar que aquella noche, Víctor Hugo se ausentó antes de la cena y, sin que lo supieran sus comensales, 
aprovechó, como Nicodemo, las propicias tinieblas para ir de incógnito al número 12 de la calle Vill-l'EvÛque, donde fue recibido despué 
de casi tres horas de espera». 

El año 1902 ciertamente tenía la escritora más frescos los recuerdos que en el año 1929. 

En una nota añade Lathour: «Proclama ella que Víctor Hugo era un puro deísta. Ahora en su libro, cita unas palabras del poeta, por las q 
se ve hasta la evidencia que creía en la intervención discrecional de Dios en el universo (véase págs. 306-308)». 

XXI 

Recuerdo de la primera comunión 

Hemos encontrado en la librería de un veterano párroco lombardo, ya difunto, una copia apolillada de este Recuerdo con la fecha 
manuscrita del 1.° de abril de 1863. Procede de la litografía de Doyen, hijos, de Turín. Un fantástico marco con figuras angelicales, 
vestimentas episcopales, instrumentos litúrgicos, frondas y flores encuadra un texto que va firmado por Un amigo de los niños; pero const 
con certeza que este amigo de los niños era don Bosco. En la parte superior hay una mesa con el cáliz y la hostia; en torno a la hostia, dent 
de una amplia aureola, el escrito: Pan bajado del cielo. -Pan de vida eterna. Abajo, dentro de un rectángulo sostenido por dos angelitos 
arrodillados, el espacio para el nombre del comulgante, la fecha, la iglesia, y más abajo la expresión: íFue un día de verdadero paraíso! He 
aquí el texto: 

RECUERDO DE LA PRIMERA COMUNION 

íUN DIA FELIZ! Sí, queridos niños y niñas, considerad la felicidad de este hermoso día. Hubo un gran General que dijo: El día más 
hermoso de mi vida fue el de 
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mi primera Comunión. Ahora bien, ((454)) »queréis conservar todos los días de la vida las delicias agradables de tan hermoso día? Tened 
siempre ante los ojos el siguiente 

MODELO DE VIRTUDES: Domingo Savio, muerto hace pocos años, era tan bueno desde niño, tan juicioso y devoto, que fue admitido a 
PRIMERA COMUNION, a los siete años. Para conservar el fruto precioso y la agradable memoria de un día tan hermoso escribió en su 
devocionario estos 

RECUERDOS. Me confesaré a menudo, y comulgaré siempre que el confesor me lo autorice. Quiero santificar los días festivos. Mis amig 
serán Jesús y María. Antes morir que pecar. 
Leed a menudo estos Recuerdos, practicadlos durante toda la vida íFelices vosotros! Vendrá un día en que gozaréis para siempre, arriba 
el cielo, las alegrías y las delicias de la primera Comunión. 
Un amigo de los niños 

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