Memorias Biográficas de San Juan Bosco vol 12
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CAPITULO I 

LA PALABRA DEL BEATO DON BOSCO AL COMIENZO DEL NUEVO AÑO 

LA palabra oral o escrita, con la que en diversas ocasiones del mes de enero abrió el Beato don Bosco las ventanas de su alma a los 
Salesianos, al Oratorio, a los Colegios y a los Misioneros, tiene un contenido, que nos parece hecho expresamente para dar comienzo a 
este volumen. 

»Quién habría podido nunca imaginar, al oír o leer lo que él decía, que aquella encantadora serenidad ocultaba a los ojos ajenos penas 
punzantes y desagradables preocupaciones? 

Las contrariedades de la Obra de María Auxiliadora y de la pía Unión de los Cooperadores, agudizadas en 1876, como ya hemos 
referido; las continuas atenciones para hacer frente a las incesantes necesidades de cada día; las crecientes preocupaciones por las 
fundaciones, que se multiplicaban y ampliaban; las amargas molestias por los malentendidos, que, bajo diversas formas, se reproducían 
continuamente, eran espinas, que traspasaban sin descanso su corazón y que hoy nosotros conocemos de alguna manera a través de los 
documentos. Pero eran cosas, que no le impedían hacerse todo para todos sin esfuerzo visible, sin momentos de debilidad; de suerte que 
en su habitual entrega al trabajo y al ministerio, en su ((10)) participación en la vida común, en su trato y en el acento de su voz, sus 
hijos nunca veían en él más que a don Bosco, al don Bosco de siempre, a su querido don Bosco. Veamos por partes estas 
manifestaciones. 

A los Salesianos 

De ordinario hablaba con sus queridos Salesianos en la intimidad, en público y por carta. 

El día primero de enero, conversando familiarmente con algunos hermanos y haciendo casi un balance de la Congregación al comienzo 
del nuevo año, como lo habría hecho un hombre de negocios a sus socios en la cuenta anual sobre el estado de la hacienda, dio don 
Bosco una mirada al pasado, al presente y al futuro, para mostrarles cómo 
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el Señor manifestaba cada día más claro lo mucho que quería a esta Congregación. 

Uno de los presentes, don Julio Barberis, tomó nota de la conversación en su pequeña crónica. 

-Algunos ministros, y por más señas de entre los peores, dijo don Bosco, le habían animado y ayudado tiempo atrás a seguir adelante 
con sus empresas. El conde Camilo de Cavour le invitaba a comer a su mesa y era feliz oyéndole hablar de los oratorios y sus otros 
planes. Rattazzi iba de vez en cuando al Oratorio, admiraba tanto a don Bosco que le llamaba un gran hombre cuando hablaba de él; más 
aún, él mismo sugirió ciertas precauciones para evitar molestias por parte de la autoridad civil. Y por aquellos mismos días, el diputado 
Vigliani, Ministro de Gracia y Justicia, pedíale consejo por carta sobre asuntos diversos y lo recibía en Roma con singular deferencia. Y 
lo mismo podía afirmar de muchos otros, que, aunque malos de condición y enredados en las sociedades secretas, sin embargo apoyaban 
a los Salesianos. »No era esto algo maravilloso? 

-Y aún lo es más, añadió, ver cómo nosotros vamos tirando hacia adelante, mientras otros Institutos se vienen abajo. No tienen 
novicios; 
los que ingresan, no resisten; ((11)) perseveran muy pocos. Nosotros, en cambio, cosa inaudita para el mundo de hoy, tenemos un 
centenar de novicios, rebosantes de salud y felicidad, y que ofrecen las mayores esperanzas de perseverancia. 

-Y no acaba aquí. Todos los que se forman en nuestra pía Sociedad adquieren un espíritu extraordinariamente bueno, y les gusta tanto, 

o mejor aún, les entusiasma tanto el trabajo, que me parece no es posible que otros les superen. Todavía no son sacerdotes, y ya dan 
clase, asisten, hacen sus estudios, acompañan de paseo a los colegiales, dan repaso a los atrasados, y preparan a los muchachos para la 
confesión y comunión. Cuando lo considero, quedo realmente estupefacto y no paro de repetir aquellas palabras: A Domino factum est 
istud et est mirabile in oculis nostris (Dios ha hecho esto; es algo maravilloso a nuestros ojos). 
-Y si, partiendo del presente, calculamos lo que puede dar de sí el futuro, se pierde la imaginación. Si en pocos años y en medio de mil 
dificultades, con personal jovencísimo, se hizo tanto bien en el Oratorio que ya tiene más de ochocientos alumnos; si se abrieron diez 
casas tan florecientes como no hay en Italia otras, que puedan comparárselas; si, además, nos hemos extendido hasta Francia con una 
casa y con dos a América, »qué será de nosotros en el porvenir? Y eso cuando sólo desde 1869, esto es, de siete años para acá, hemos 
ido 
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adelante con cierta seguridad, por haber sido aprobada entonces la Congregación; más todavía, cuando no hace todavía dos años que 
fueron aprobadas definitivamente las Reglas. »Qué será, pues, de nosotros dentro de veinte o treinta años? Creo que habremos tendido 
una red muy tupida, no sólo por Italia, sino por toda Europa y, andando el tiempo, casi por todo el mundo. 

-Pero el punto capital es que no nos hagamos indignos de los favores y gracias del cielo. Mientras se conserve el verdadero espíritu, la 
Congregación irá adelante a velas desplegadas. 

El enjambre de clérigos, que zumbaba dentro y fuera del Oratorio, hacía decir que había allí una fábrica de seminaristas. 

Hasta monseñor Zappata decía a los padres, que iban a él para aconsejarse sobre la vocación de sus hijos: 

((12)) -Enviad a vuestro hijo con don Bosco unos meses; y, si no tiene vocación, él hará que le venga. 

No se crea con esto que don Bosco hiciera caso omiso y no diera importancia a las precauciones que piden la prudencia y la Iglesia. 
Precisamente el día anterior se le había presentado una familia, padre, madre e hijo, enviada por monseñor Zappata. Dijeron los padres: 

-Este hijo nuestro quería hacerse sacerdote; daba muy buenas esperanzas, pero ahora no quiere saber nada de ello. íPobres de nosotros! 

Y atormentaban al pobre muchacho para que dijese que sí. Don Bosco los reprendió, delante de su hijo, diciéndoles: 

-íNo se puede imponer la vocación de ningún modo! Si él se siente con esta inclinación, ya reflexionará, rezará y será capaz de 
decidirse por sí mismo a lo que ustedes desean. Pero, si no se siente inclinado a este estado, no hay que inducirle de ningún modo por la 
fuerza. 

Habló después confidencialmente con el muchacho y éste se marchó dejándole con la fundada esperanza de que seguiría la carrera 
eclesiástica. 

En otra conversación parecida, del día 7 de enero, entretenía el Siervo de Dios a los circunstantes con su tema predilecto de las 
misiones. Lo ya hecho no era nada en comparación con lo que tenía pensado hacer a continuación. Aceleraba con el deseo la redención 
de Patagonia. Los jesuitas y otros misioneros habían intentado en balde adentrarse, pues habían sido descuartizados por los indígenas... 

-Pero nosotros, dijo, aprovechando la experiencia de los otros, tomaremos las debidas precauciones y seguramente podremos alcanzar 
buen resultado. Para ello será preciso abrir un colegio en algún 
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pueblo o ciudad ya algo civilizada y próxima a los lugares habitados por los salvajes, y mientras funciona el colegio para los habitantes 
del lugar, procurar estudiar y conocer la índole y costumbres de las tribus vecinas. Sería algo grande y no difícil, creo yo, tener en este 
colegio a alguno de los hijos de los salvajes, pues oigo decir que van a las ciudades a hacer sus compras. Si contentamos a algunos de 
éstos tratándolos amablemente, haciéndoles algún regalo, nos abrimos ya un buen camino. Si, además, se pudiese tener a ((13)) uno de 
éstos como guía, que hubiese pasado ya varios meses en nuestro colegio, esto podría dar cima a la obra. Pero lo que más importa es no 
precipitarse, no hay que tener demasiada prisa; hay que preparar el camino, diría que, como fingiendo que no se piensa en ellos, pero 
poniendo colegios en las ciudades próximas a ellos y haciéndonos conocer y amar a través de músicas, cantos, tratos y regalos. 

-Mientras tanto algún sacerdote podrá comenzar a entrar por aquellas tierras durante algunos días y, poco a poco, se podrán dar pasos 
lentos, pero seguros. Y, si el Señor en su Providencia dispusiese que alguno de nosotros sufriera el martirio, »tendríamos que 
amedrentarnos por esto? 

La casa de Patagones, desde 1879, y la de Viedma, desde 1880, desarrollaron precisamente este programa con los resultados por todos 
conocidos. No faltaron en un principio asaltos fallidos, asechanzas descubiertas; y hubo también víctimas, pero de los elementos y no de 
los llamados salvajes. Porque no hay que dar a este vocablo un significado demasiado crudo, pues no se trata de caníbales, sino de 
aborígenes rudos, celosos de su independencia y que vivían sometidos a jefes de tribu, que no eran inhumanos. 

Desde hacía tiempo acariciaba el Beato el propósito de hacer algo por las misiones de la India y de Australia. No le asustaban las 
dificultades de la lengua inglesa; parecíale que, con un método práctico mejor que teórico, los suyos podrían salir de apuros. Aprender en 
unos meses las palabras más necesarias y de uso más frecuente; lanzarse después a la conversación, primero toscamente, después más 
correctamente, buscar por fin un maestro inglés para la pronunciación. En resumidas cuentas, era el método Berlitz, que después llegó al 
apogeo de la fama. Por entonces no tenía intención de fundar un colegio en Inglaterra. Habían ido a parar al Oratorio algunos ingleses, 
pero ninguno de ellos se quedó. Pocos años después vinieron otros y se quedaron. El primer colegio en la isla de los Santos se abrió en 
Battersea, arrabal de Londres, inmediatamente después de la muerte del Siervo de Dios; pero ya hacía algún tiempo que habían 
comenzado las negociaciones. 
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((14)) La conversación sobre el aprendizaje de las lenguas para las misiones llevó al Beato a manifestar su plan, que, si entonces no fue 
tenido por utópico, debióse únicamente a la ilimitada confianza que todos ponían en su palabra, pero que hoy nos prueba a nosotros su 
clarividencia sobre el porvenir. Dijo así: 

-Veo que pronto tendremos aquí en el Oratorio cursos organizados de diversas lenguas para las Misiones. El plan podría organizarse de 
este modo. Se divide en tres categorías a los aspirantes misioneros. Los de la primera asocian a sus estudios literarios y científicos el de 
la lengua española, aprendiendo también las costumbres de las misiones, donde se habla español. Los de la segunda, mientras atienden a 
los estudios ordinarios, aplíquense a fondo a la lengua francesa. Los de la tercera estudien, con todo lo demás, la lengua inglesa para 
prepararse a las Misiones de los países donde prevalece esta lengua. Podríanse, además, establecer estas lenguas como materias 
accesorias progresivas durante los cursos de filosofía y teología. Así me atrevería a esperar que, con poco trabajo, se lograría nuestro 
intento. 

Las esperanzas de don Bosco se han hecho realidad en el plano mucho más amplio que ahora estamos viendo, es decir, proporcionada 
al campo del apostolado misionero, que la Iglesia abrió a la actividad de la Congregación Salesiana. Las tres categorías del Oratorio se 
han convertido en una numerosa sede de colegios donde los aspirantes misioneros, clérigos y coadjutores, reciben formación distinta 
según los lugares a los que son destinados. 

De las conversaciones privadas pasemos a escuchar la palabra de don Bosco en una conferencia pública para todos los clérigos 
presentes en el Oratorio, no sólo novicios, sino también profesos. Les habló de la castidad. 

Esta conferencia ha llegado a nosotros a través de dos redacciones, que no difieren más que en cosas accidentales; damos preferencia a 
la del clérigo Peloso 1, que es más satisfactoria. 

((15)) Parece que nuestro ejército va engrosándose cada día más. Si cada vez que vengo aquí os he de ver más numerosos, no sé cómo 
va a salir del paso el demonio. 

Empecemos por agradecer al Señor, que nos ha concedido terminar en su santa gracia el año 1875; agradezcámosle también el haber 
comenzado en su santa gracia, como esperamos, el año 1876. Confiamos pasar bien todo este año, según mi deseo y el vuestro. 

Cuando estuve aquí la vez pasada a daros la conferencia, dije algo respecto de la 

1 Véase tomo XI, págs. 249-250. 
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vocación y os sugerí unas reglas para conservarla 1; hoy os diré cómo conservar el fruto de esta vocación. 

Cuando uno se consagra al Señor, hace donación de todas sus pasiones y de una manera particular le ofrece todas sus virtudes. Pero no 
siempre pueden mantenerse éstas dentro de los debidos límites, ni se pueden guardar fácilmente, sobre todo la virtud de la castidad, que 
es el centro en el que se fundan, se basan y reúnen todas las demás. 

No he venido con la intención de pintaros las bellezas de esta virtud: que no bastarían muchas y muy largas conferencias durante años 
enteros, ni miles de volúmenes, por muy gruesos que fuesen, para citar todos los ejemplos que de ella se encuentran en el Nuevo y en el 
Antiguo Testamento, y para contar los innumerables milagros que hizo el Señor para conservarla en sus devotos. 

Tampoco quiero hablaros del ayuno, de la abstinencia de un alimento más bien que de otro, en conclusión, de la mortificación de los 
sentidos, que ayuda no poco a la conservación de esta virtud y a fortalecer el espíritu, no. 

Todo eso lo leeréis en los libros de los santos y se os irá exponiendo en las diversas conferencias, que se os dan. Pero vosotros diréis: 

-íAquí tenemos a don Bosco! Ha venido para hablar a sus clérigos en particular; él los quiere como a las niñas de sus ojos y »qué nos 
dirá de bueno? 

Pues os diré que la castidad es la joya, la perla más preciosa, especialmente para un sacerdote y, por consiguiente, para un clérigo, que 
ha consagrado su vida, su virginidad al Señor. Ahora, en la situación en que os encontráis, necesitáis conocer ciertas cositas, que ayudan 
sumamente a conservar una virtud tan bella, sin la cual un sacerdote o un clérigo no es nada; y, en cambio, con ella un sacerdote, un 
clérigo lo es todo y tiene en sus manos todos los tesoros. 

Vamos, pues, a hablar de estas cositas tan ventajosas y fáciles. »Cuáles son? Las iremos exponiendo un poquito y veréis su gran 
utilidad. 

1.° Empiezo por decir que ayuda mucho a conservar la virtud de la castidad la exacta observancia de los propios deberes. ((16)) No me 
refiero precisamente al estudio, a las asistencias, a la catequesis y a los demás cargos particulares de cada uno, sino a que se haga todo 
cuanto prescriben las reglas, esto es, que haya puntualidad en todo. Puntualidad para ir al comedor, a la iglesia o al descanso. 

2.° Asistir a los recreos y dedicarles el tiempo establecido. Cuidad, sin embargo, de que el recreo no sea una disipación, ni una 
murmuración contra una y otra regla, o bien contra un Superior, sino que sea un verdadero recreo, un descanso del ánimo y de la mente, 
que estuvieron ocupados toda la mañana en el estudio; terminado el recreo, también el cuerpo quedará aliviado, irá cada uno a cumplir su 
cometido, quién al estudio, quién a la meditación, quién a dar clase, etc. 

Pero me diréis: 

-»Qué tiene que ver el recreo con la virtud de la castidad? 

Os diré que es un medio eficacísimo para guardarla. Vosotros necesariamente asistís a los muchachos, o tenéis que asistirlos. Os 
ocurrirá, a veces, que veréis a uno que goza de buena salud pero anda pensativo. No habla con nadie y, si se le pregunta algo, responde 
con palabras enredadas, cuyo sentido nadie comprende. Los instruidos y con carismas para conocer el corazón humano, penetran en sus 
más recónditas entretelas, se dan cuenta de que por aquella mente vagan pensamientos no castos; 

1 Tomo XI. págs. 429-437. 

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entienden que, si aquel muchacho no es cuidadosamente vigilado, es capaz de ir a meterse en cualquier escondrijo para leer allí libros 
obscenos; comprenden que en él corre muchísimo peligro la castidad. 

»De dónde procede esto? Del ocio en el recreo. Al quedarse parado allí solo, su mente empezó a fabricar ciertos castillos, en los que 
poco o nada había pensado hasta entonces; y, a fuerza de vueltas vino la complacencia, después el deleite, y del deleite a la obra no hay 
más que un paso. San Felipe Neri, que conocía a fondo esta virtud, decía a los muchachos: 

-Gritad, alborotad cuanto queráis, pero no cometáis pecados. 

Por eso los muchachos cumplían muy bien este aviso. 

Pero, a veces, el frailecillo encargado de la limpieza salía de su celda y al oír aquel ruido y contemplar aquel barullo por los corredores 

y ver que los muchachos revolvían y rompían todo, les gritaba: 

-íEh, bellacos! »Qué estáis haciendo? »No véis que lo rompéis todo, que lo estropeáis? 

Pero los muchachos no le hacían el menor caso, le dejaban gritar a su antojo y seguían armando un ruido catastrófico. Tenían permiso 

del director, y eso les bastaba. El frailecito, al ver que aquella turba de chiquillos no quería obedecerle, fue a san Felipe Neri, e indignado 
le dijo: 

-Es preciso que vaya usted a reñir a esos golfos. »No ve que van a hundir la casa? 

Salió san Felipe Neri de su habitación, llamó a los muchachos y les dijo: 

-íEa, muchachos, escuchadme! Estaos quietos, si podéis. íAlborotad sin meter ruido! 

Los muchachos se lanzaron a más clamorosas diversiones ((17)) y el frailecito se retiró humillado y refunfuñando. Hubiera querido 
pegarles para impedir aquel vandalismo. 

Pero san Felipe no se cansaba de avisar formalmente a sus hermanos, diciéndoles: 

-No permitáis nunca que los muchachos estén ociosos durante el tiempo de recreo. 

Eso mismo os digo yo a vosotros. Caminad, reíd, alborotad, que esto me agrada. No quiero decir que vayáis ahora a jugar al marro por 
que está el patio cubierto de nieve. 

Dejando ya el recreo, seguid siendo puntuales en la observancia de cualquier otra regla. 

Será la hora del estudio, por ejemplo. No lo dejéis nunca; es vuestro deber aprovechar todo el tiempo, hasta el último minuto, para ir 
adquiriendo nuevos conocimientos. Es la hora de la merienda, exhorto a que la tomen todos los que sientan necesidad; vendrá después la 
hora de ir a la iglesia; váyase a ella con devoción para dar buen ejemplo, y después, al estudio. En conclusión, cada cosa a su tiempo y 
bien. 

íSobre todo observancia del reglamento del Oratorio! 

3.° Y »basta esto? Sí, podría ser suficiente, si se guardara todo el horario con exactitud. 

Una regla que siempre he recomendado, que la recomiendo, y siempre recomendaré, es ésta: que por la noche, después de las 

oraciones, hagáis lo posible para no entreteneros hablando con un compañero. 

Después de las oraciones, váyase enseguida a descansar. 

El que tenga la obligación de dar unos pasos más en el dormitorio para asistir, hágalo pero con discreción. 

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Si en aquel dormitorio hubiere un compañero asistente, no hay que quedarse nunca charlando.
Así, pues, uniformidad en todo, especialmente en el descanso.
Recuerdo que Virgilio, en el cuarto libro de las Geórgicas, dice que las abejas, en cuanto llega determinado momento, se ponen todas 
a


trabajar y en otro momento fijo empiezan todas a descansar. Dice así: Omnibus una quies, labor omnibus unus (un solo descanso, un 
solo trabajo para todos). 

Es preciso que esta regla se observe fielmente. No se puede decir aquí todo lo que sería menester; pero lo que puedo deciros, y debo 
decir, es que gran parte de los desórdenes de fecha reciente han sucedido por culpa de algunos, los cuales, descuidando esta regla, iban a 
charlar por la noche con otros; con escándalo de los mismos muchachos. Otros invitaban al compañero a beber en su celda. Y esto está 
severamente prohibido. 

Cada uno debe estar en su propia celda y no dar ni un paso para ir a la del otro, salvo el caso de una gran necesidad. 

Hubo quien escribió cartas e hizo proyectos en estas ocasiones, que, ((18)) si bien no se oponían totalmente a la virtud de la castidad, 
constituían, sin embargo, una seria dificultad. Ocasionaron graves disgustos a don Bosco, y los que los ocasionaron se vieron obligados a 
salir de la Congregación. »Y por qué? Porque por la noche, en lugar de ir a acostarse, se quedaron charlando fuera de tiempo. De algunos 
solamente hubo sospechas, pero de otros se tuvieron pruebas ciertas. Perdieron el honor y tuvieron que marcharse del Oratorio, por no 

haber sabido guardar esta virtud. 

4.° Hay otros que, además de acostarse tarde por la noche, se levantan tarde por la mañana. 

-»A qué hora suena la campana? 

-A las cinco y media. 

-Pues bien, quiere esto decir que puedo dormir un cuarto de hora más. En otro cuarto de hora lo arreglo todo, me visto, me lavo y hago 

la cama... 

íPero pasa el cuarto de hora! 

-»Levantarme ahora? Vaya... no... cinco minutitos más. Cinco minutitos más o menos da igual. 

Y así duerme, o mejor, se deja vencer por la pereza otros cinco minutos. Pero éstos pasan y tal vez ya han pasado más de diez y más de 

quince. 
-»Qué hacer? íEa, vamos!... He leído en Cicerón que a los aplicados les está permitido decir mentiras... 1 y además, las mentiras no 

causan daño. Diré que no me encuentro bien. 

-íAy!, amigos míos, procediendo así, se da al cuerpo más de lo que le conviene. 

Los que dan de comer a un potro, a un caballo: »qué le dan y cuánto? Preguntádselo y veréis lo que os contestan. Os dirán: 

-Les damos un poco de heno y un poco de avena, es decir, lo necesario y no más; pues, de lo contrario, se encabritan, rompen el freno 

y no obedecen a nadie. 

Lo mismo hemos de decir nosotros del cuerpo. Sicut equus et mulus, como el caballo o el asno y el mulo. Si le damos demasiado 
alimento, se pone terco y recalcitra. Incrassatus, impinguatus recalcitravit. 

El demonio circuit quaerens quem devoret, da vueltas a nuestro alrededor buscando 

1 Tal vez alude bromeando, a De Oratore, II, 67-68, donde se habla de ciertas expresiones con las que los hombres de agudo ingenio 
disimulan la verdad; pero Cicerón reprueba la mentira en más de un pasaje. 

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algún buen bocado donde hincar el diente y tragárselo. Y no solamente está el demonio meridiano, que asalta a los que quieren dormir la 
siesta, sino también el demonio matutino del que habla el libro de Tobías. 

Este demonio aparta al alma de la oración. Cuando dos oran juntos, está con ellos el Señor, y el Cordero sin mancha recoge sus 
devotas oraciones y las presenta al eterno Padre, obteniendo gracias, consuelos y premios grandísimos. Por el contrario ((19)) los que 
dan albergue a este demonio, se quedan por pereza en la cama, no participan, por consiguiente, en las prácticas de piedad, que hacen los 
demás, y sufren la gravísima pérdida de las gracias de Dios no recibidas. 

Dan además al cuerpo una alimentación perjudicial, que los hace más perezosos y, quejándose casi siempre de carecer del descanso 
necesario, dan al demonio ocasión para tentarlos; por más que él no necesite que le proporcionen ocasiones, pues desgraciadamente sabe 
buscárselas aun sin sugestiones. »Y un perezoso podrá resistir estas tentaciones? »Podrá mantenerse firme en la castidad? íAy! Os 
aseguro que es muy difícil; o, por lo menos, si resiste, os digo que se requiere un milagro de la gracia de Dios, que impida la caída en el 
pecado. 

»Pero, hace siempre el Señor estos milagros? íNo, creedlo, no siempre los hace! Los hace cuando hay necesidad de ello, cuando uno 
no busca la ocasión, cuando ve que, sin un milagro, aquella alma no podrá salvarse de las garras del demonio. 

Alguno me dirá: 

-Yo siempre he vivido así y nunca he caído. 

Y yo le contesto: 

-»Nunca has caído en pensamientos, deseos, acciones impuras? 

Si me contesta negativamente, le diré con claridad: 

-Si me dices la verdad, el Señor ha obrado un gran milagro de gracia para mantenerte en pie. 

No tengo tiempo para contaros ejemplos, aunque conozco una enorme cantidad de ellos; pero os referiré uno que, ayer por la tarde, me 
comunicó por carta uno que fue clérigo y que, por este motivo, salió del Oratorio. 

Quería traerla aquí y leérosla; pero la he dejado sobre la mesa. Con todo os diré su contenido. Escribe así: «Una noche, después de las 
oraciones, recomendaba usted encarecidamente a los muchachos que se guardaran del demonio matutino, es decir, que no se quedaran 
bajo las mantas unos minutos más, después del toque de campana, para gozar de ese dulce rato en manos de la pereza. 

»No quise dar crédito a sus palabras, no quise seguir su consejo y decía para mis adentros: 

»-íBah! Don Bosco recurre a estas mañas sólo para que nos levantemos puntuales. 

»Y por eso seguía siempre con mi acostumbrada vida perezosa. Pero, mientras tanto, en aquellos pocos minutos comenzó el demonio a 
levantarse él en mi lugar y, dando vueltas a mi alrededor, me presentaba una imaginación que no era mala, pero sí indecorosa; luego me 
metía en la cabeza un ligero pensamiento deshonesto, después este pensamiento se hacía más grande e impetuoso; surgía a continuación 
la complacencia, más tarde el consentimiento, y por fin la acción. Cuando salí del Oratorio anduve rodando de un seminario a otro, 
siempre atormentado por los mismos pensamientos, por el mismo demonio matutino, hasta que resolví poner en práctica su consejo. 
Comencé entonces a vivir más tranquilo. Cuando empecé a levantarme, ((20)) luché bastante, pero al fin vencí, y el demonio quedó 
derrotado. 

»Ahora he perdido mi vocación y Dios sabe cómo me las arreglaré en este mundo. 

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»Puede servirse, don Bosco, de mi caso como ejemplo para aleccionar a sus clérigos; dígales, si quiere, mi nombre, pues creo que 
todavía están ahí algunos que me conocen; y dígales que las calamidades que me afligen, cayeron sobre mí por no haber sido diligente en 
levantarme de la cama al toque de la campana, para comenzar y pasar después santamente la jornada». 

íCuántos dolorosos ejemplos como este podría contaros! Pero sigamos hablando de este demonio matutino, porque pueden sacarse 
muchas otras consecuencias de nuestro razonamiento y tener en cuenta todo lo que sucede, aunque poco honroso, a quien se deja 
dominar por esta triste pereza. 

Nuestro perezoso joven, después de decir la ciceroniana mentira, por fin se levanta. 

íPero cuántas cavilaciones necesita hacer antes de saltar de la cama! 

Ya está vestido. 

Mas, como no basta la primera falta, dice: 

-Es la hora de ir a misa; pero, si voy a misa, no me queda tiempo para estudiar la lección. »Qué hacer? Iremos al estudio, y después, si 

queda tiempo iremos a misa. 

Y va al estudio, donde sigue razonando: 

-»Ir a misa mientras los otros van a desayunar? íY yo siento apetito, tengo verdadera hambre!... íEa, pues, dejaremos hoy de ir a la 

iglesia y rezaremos mejor mañana! 

Se va a desayunar. Y he aquí que de repente topa con uno, que le dice: 

-»Cómo estás? 

-íMuy bien! 

-»A dónde vas? 

-A desayunar... 

-»Y no oyes misa? 

-»Qué quieres? Ya es tarde. 

-Hoy es jueves, »no dice el reglamento que se comulgue los jueves? 

-íEs verdad, pero ya no tengo tiempo! (mejor, me faltan las ganas), comulgaré mañana. 

Pues bien, preguntad por la tarde a éste cómo ha pasado el día; y, si es sincero, os contestará ciertamente que lo ha pasado mal por 
haberlo emperezado con la pereza de la mañana. 

5.° Hoc genus daemoniorum non eicitur nisi in ieiunio et oratione (no se echa esta clase de demonios sino con el ayuno y la oración). 
Atención; no creáis que quiero deciros que estos defectos no se vencen más que con el ayuno prolongado, ítodo lo contrario! No os digo 
que ayunéis; lo que os recomiendo es la templanza. 

Tened cuidado especial con el vino. El que se da para la comida y ((21)) para la cena es apenas el necesario y no puede hacer ningún 
daño; es más, conviene que lo toméis; después de todo no es el «barbera» 1 de Asti. Pero grabad en vuestro corazón que vino y castidad 
nunca van de acuerdo juntos. 

Se requiere templanza y, sin embargo, falta bastante en algunos. 

Causa gran disgusto haber encontrado en las celdas o en los baúles de alguno botellas de licor o de vinos, frascos de aguardiente, 
pollos, pasteles y otros manjares. Queridos amigos, para desayunar tenéis pan y leche a discreción, como para quedar satisfechos. Para 

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comer tenéis cuanto se necesita para la salud y el desarrollo corporal; 

1 Barbera: Vino piamontés, de color rojo y brillo intenso, áspero, de los doce a los quince grados, muy famoso por toda Italia. Barbera 
de Asti, barbera de Alba, barbera de Monferrato...(N. del T.) 

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y lo mismo se puede decir para cenar. No sé qué os pueda faltar. Comer a horas indebidas es propio de glotones, es cargar excesivamente 
el estómago. Después, caen enfermos y van a la enfermería. Se les pregunta: 

-»Que tienes: 

-Se quedan sin saber qué responder y dicen: 

-No me siento bien... tengo el estómago... 

-íYa lo sé que tienes estómago!; pero, »qué le has hecho? 

-Siento mal, aquí en el fondo. 

-Sí; le contestaría yo, si no hubieses comido demasiado y a deshora, no te sentirías mal, ni te verías obligado a ir a la enfermería. 

Y recuerdo ahora un desorden sucedido en estos mismos días; creo que el que lo cometió ya no está entre vosotros. El hecho es que 
nuestro hombre, mientras todos los demás estaban descansando, se retiró a su celda e invitó a un compañero a merendar. 

Se comieron un buen pollo y bebieron a placer; y, después de charlar hasta hartarse, se fueron a descansar con aquel peso en el 
estómago y con gran peligro de un ataque apoplético o cualquier otro terrible accidente. 

No sé cómo iría la castidad en aquel trance; sólo afirmo que, si la guardaron intacta, fue por una gracia especial del Señor. 

Y además está prohibido en absoluto llevar a nadie a la propia celda. Y cuando van, »dónde quedan la obediencia y las reglas? »Qué es 
de ellas? 

6.° Otra cosa, que no acarrea ningún bien a la castidad, es la amistad; no la amistad verdadera, fraterna, sino la amistad particular que 
inclina nuestro corazón hacia uno más que hacia otro. Algunos, y no son pocos, atraídos por una prenda física o espiritual de un 
compañero, o de un subalterno, tienden a ganarse su amistad regalándole un vaso de vino, un pastel, un libro, una estampa u otra cosa. 

De este modo se empiezan a cultivar amistades, que excluyen a los demás y preocupan la mente y la fantasía. Vienen después las 
miradas apasionadas, los apretones de manos, los besos; más adelante una cartita, un regalito: «dame este gusto, hazme esto otro, ven, 
vamos a ((22)) tal lugar, a tal otro». Mientras tanto, los dos amigos se encuentran atrapados en el lazo sin darse cuenta. 

Jóvenes de quienes años atrás había fundadas esperanzas de buen resultado, ahora ya no están en el Oratorio o, si están todavía, llevan 
una vida muy distinta de la de antes. Se les exhortó a dejarlo, a romper ciertas amistades particulares y no sabían explicarse el motivo de 
tales avisos; creían que no había ningún mal en ello; pero entretanto se apartaban cada día más de los otros compañeros, de los 
superiores y de Dios mismo. 

Y éstos no son sucesos que haya que ir a buscarlos en la historia de la edad media; son hechos modernos, que sucedieron y suceden 
todavía. Yo podría hablaros de muchísimos, que se perdieron con estas amistades, predilecciones y relaciones particulares con los 
compañeros. Por eso os exhorto a ser amigos de todos o de ninguno. 

Al salir del comedor, vais al recreo. 

Os encontráis con un amigo o un alumno y os ponéis a pasear con él; muy bien. 

Pero si llega otro, un segundo después, y luego otros más, tratad siempre a todos lo mismo que al primero. 

No suceda nunca que estéis con uno, al que preferís porque es más aplicado y mejor, y tratéis a los demás de otra manera; hay que ser 
padre común en todo y para todos. 

Yo mismo, os lo puedo decir sinceramente, no tengo ningún preferido en casa, y 

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quiero igual al más distinguido entre vosotros que al más humilde aprendiz. Todos son hijos míos y para salvarlos daría mi misma vida; 
porque ellos son y deben ser todos, al decir de san Pablo, gaudium meum et corona mea (mi alegría y mi corona). 

7.° Otro medio para luchar contra este enemigo de la castidad, este demonio..., siento decirlo, pero, estando como estamos nosotros 
solos aquí, quiero daros un aviso que os será muy útil. 

Cuando se va a los retretes, hay que procurar alejarse enseguida después de usarlos, pues es allí donde el demonio comienza a asaltar, 
allí en el lugar más asqueroso. 

Si uno se retira enseguida, gana mucho, porque se aparta de la ocasión de faltar a tan preciosa virtud; de lo contrario, el demonio 
trabaja, trabaja terriblemente contra quien se encuentra tan solo, empieza también la fantasía a trabajar y a veces puede traer funestísimas 
consecuencias. 

Si antes se venció la intemperancia para guardar la bella virtud, o mejor, opusimos el ieiunium a la tentación, en este caso se debe 
ejercitar la oratio. 

8.° Por la noche tomad esta buena costumbre. Cuando estáis para meteros bajo las sábanas, rezad despacito una oración y veréis cómo 
el demonio ya no os tentará. 

-Pero, dirá alguno, yo me duermo enseguida, tan pronto como estoy ((23)) en la cama. 

-íDichoso tú! -le respondo yo-. Esto es lo que yo quiero. 

Otro me dirá: 

-Yo, en cambio, a veces paso horas sin poder dormirme. 

A éste le contestaré: 

-Reza, reza siempre. 

-No tengo ganas. 

-Reza, esfuérzate, reza porque el Señor, al ver tanta humildad y confianza, te dará fuerza suficiente para resistir esas graves tentaciones 
y hará que salgas vencedor. 

Hace tiempo vino a verme el profesor Garelli, hoy Delegado Provincial de Enseñanza; y me decía a este propósito: 

-»Sabe usted cómo me las compongo, para que esa fea bestia del demonio nocturno, no me ataque? 

-No, repuse; »cómo lo consigue? 

-De una manera muy sencilla. Apenas me meto en la cama, empiezo a contar de uno a mil. He de confesar que la cifra máxima a que 
llego es cincuenta; más aún, no recuerdo haber llegado nunca a ella. Me duermo enseguida y, a la mañana siguiente, me despierto con la 
imaginación y la mente tranquilas. 

Otros tienen la buena costumbre de repasar mentalmente antes de dormirse un canto de Dante, un trozo de Virgilio, la última lección 
explicada, o la del día siguiente estudiada aquella misma tarde. Yo apruebo esta costumbre, y alabo al que la tiene, porque así la 
imaginación se cansa, y la mente, cansada y vencida por el sueño, encuentra pronto su descanso. 

Tendría muchas otras cosas que deciros sobre este tema, mas por ahora basta. Son avisos que os da familiarmente un padre que os 
quiere, y no como desde lo alto de una cátedra y ni siquiera como una conferencia. 

Desearía que lo que os digo no lo divulgarais entre los muchachos, sino que quedara entre vosotros, como máximas exclusivamente 
vuestras, y las llevarais grabadas en el corazón. Tampoco quisiera que se contase por todas partes que don Bosco dijo esto o aquello. 
Aunque me importaría poco que esto se supiese. 

Como veis, no son cosas de mucho valor, pero, aunque pequeñas, tienen gran importancia, y, practicadas, resultan muy útiles. 

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Sobre todo no dejéis nunca las prácticas de piedad propias de la Congregación, pues son el fundamento del edificio de vuestra 
santidad. 

En la misa pediré por vosotros, para que podáis guardar la virtud de la castidad, y consagrarla un día a María con voto. 

Pedid en la santa comunión esta gracia para vosotros, para los compañeros, para los superiores, para mí, no sea que la vaya predicando 
a los demás en vano, si por desgracia no la tuviera. 

En conclusión, pidámosla unos para otros de corazón y el buen Dios nos la concederá. 

((24)) Dos días después de esta conferencia el Beato hizo llegar una palabra paternal a todos los socios de cada casa, haciendo votos 
para que su carta fuera considerada «como escrita a cada uno en particular». 

Antes de darla a conocer echemos una ojeada al Catálogo de 1876. 
Encontramos registrados en él ciento doce profesos perpetuos, setenta y nueve profesos trienales, ochenta y cuatro novicios y cincuenta y 
cinco aspirantes; sesenta y seis de los profesos son sacerdotes. Aparecen en él cuatro casas nuevas, que son: Niza (Francia), 
Bordighera-Vallecrosia, San Nicolás de los Arroyos y Buenos Aires. No acabará el año sin ver aumentado este número. Diríase que las 
contrariedades, lejos de cortar las alas de su celo, se las robustecían para más amplios vuelos. En efecto, en 1880 haría a este propósito 
una confesión muy elocuente. Desde Roma el Cardenal Secretario de Estado le había comunicado «una reclamación» del Ordinario de 
Turín. El Beato, al informar de ello por exigencias del oficio a su Procurador en Roma, le escribió: «Siempre que nos ponen trabas, 
contesto con la inauguración de una Casa» 1. Así entonces, en medio de disgustos de esta misma clase, creaba en el Oratorio la escuela 
de fuego, preludio de la sección de los Hijos de María en el Hospicio de Sampierdarena, y vivero fecundo de vocaciones eclesiásticas y 
religiosas 2. 

También esto sirve para demostrar cuán clara era a sus ojos la visión de su propia misión, misión que se afirmaba cada año más sin que 
jamás los contrastres consiguiesen detener su desarrollo. De ahí que los amigos experimentaron una gran satisfacción al leer por primera 
vez en el Anuario La Jerarquía Católica y la Familia Pontificia «el queridísimo nombre» del Beato «como Superior General» 3; lo cual, 

1 Carta a don Francisco Dalmazzo, Turín, 21 de julio de 1880. 

2 Véase vol. XI, cap. III. 

3 Carta de monseñot Fratejacci a don Bosco, 16 de enero de 1876. No sabemos por qué capricho del compilador, llamó Curas 
Salesianos, a los Sacerdotes Salesianos, contrariamente a lo que se le había escrito. 
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según costumbre, no se podía ((25)) hacer sin el consentimiento de la Secretaría de Obispos y Regulares 1. 

Pasemos ahora a la circular del Año Nuevo, que llevó a todos y cada uno de los socios la palabra alentadora y amonestadora del santo 
Fundador. 

Queridísimos Hijos míos en Jesucristo: 

Terminada la visita a nuestras Casas, siento la necesidad de entretenerme un rato con vosotros, hijos queridísimos, hablándoos de 
aquello que puede servir para mayor gloria de Dios y bien de nuestra Congregación. 

Ante todo me satisface poderos decir que he quedado muy contento de la marcha material y moral de cuanto se refiere a la 
administración interior y a las relaciones sociales externas. Se trabaja, se observan las Constituciones de la Sociedad, se mantiene la 
disciplina, se reciben los santos Sacramentos, se promueve el espiritu de piedad y se cultivan las vocaciones en los que, por suerte, dan 
señales de ser llamados al estado eclesiástico. 

Por todo ello sean dadas gracias al Señor, a cuya bondad y misericordia se debe el poco bien que se esta haciendo entre nosotros. 

Tengo también la satisfacción de comunicaros que nuestra Sociedad va tomando cada día mayor incremento. Durante el año pasado se 
abrieron varias casas y se abrirán mas en el presente 1876. El personal aumenta en número y calidad, pero, tan pronto como uno es apto 
para desenvolver una ocupación, la divina Providencia ofrece la oportunidad de poner manos a la obra. 

»Y qué decir de las peticiones, que se nos hacen para abrir casas en todas partes? En muchas ciudades de Italia, Francia, Inglaterra; en 
América del Norte, del Centro y del Sur, y especialmente en el Imperio del Brasil y en la República Argentina, en Argelia, en Nigeria, en 
Egipto, en Palestina, en las Indias, en Japón, en China, en Australia hay millones y millones de seres humanos, que, sepultados en las 
tinieblas del error, elevan sus voces al Cielo, desde el borde de la perdición, diciendo: Señor, envíanos operarios evangélicos, que vengan 
a traernos la luz de la verdad y nos señalen el único camino, que puede conducirnos a la salvación. 

Algunos hermanos nuestros, como bien sabéis, escucharon ya estas voces conmovedoras y partieron hacia la República Argentina, para 
llegar a las tribus salvajes de Patagonia; pero, en todas las cartas escritas durante su viaje y desde los lugares de su misión, repiten 
continuamente la misma súplica: -Enviad, enviad operarios. 

((26)) Entre otras cosas advierten que la Archidiócesis de Río de Janeiro tiene dos millones de habitantes con poquísimos sacerdotes y 
sólo cinco seminaristas. 

Queridos míos, me siento profundamente afligido al considerar la abundantísima mies, que en todo momento se presenta por todas 
partes, y nos vemos obligados a descuidar por falta de operarios. 

Pero no nos desanimemos y de momento dediquemos seriamente nuestro trabajo, nuestra oración y nuestra virtud a preparar nuevos 
reclutas para Jesucristo y esforcémonos por conseguirlo especialmente con el cultivo de las vocaciones religiosas; y si hiciera falta, 
ofrezcamos a su tiempo nuestras mismas personas a los sacrificios que se digne pedirnos para nuestra salvación y la de los otros. 

1 Carta de monseñor Fratejacci a don Bosco, 24 de diciembre de 1875. 
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Mientras tanto, con el deseo de deciros algo útil para cultivar las vocaciones religiosas y conservar el espíritu de piedad de los 
Salesianos y de los muchachos confiados a nuestros cuidados, os recomiendo algunas cosas, que la experiencia me ha enseñado a 
considerar como muy necesarias; 

1.° En todas las casas, especialmente en la de San Felipe Neri, en Lanzo, póngase la máxima solicitud para promover las piadosas 
asociaciones del Clero Infantil, la Compañía de San Luis, la del Santísimo Sacramento, la de María Auxiliadora y la de la Inmaculada 
Concepción. 

Nadie tenga reparo en hablar de ellas, recomendarlas, favorecerlas y exponer su fin, su origen, las indulgencias y otras ventajas, que de 
ellas pueden sacarse. 

Yo creo que estas asociaciones pueden llamarse Llave de la Piedad, Seguro de conservación de la moral, Asiento de las vocaciones 
eclesiásticas y religiosas. 

2.° Libraos mucho de las relaciones, amistades y tratos de simpatía particulares, ya sea por escrito o de palabra, ya sea por medio de 
libros o regalos de cualquier clase. 

Por consiguiente, los apretones de manos, las caricias, los besos, el ir de bracete, o pasear con el brazo de uno sobre el cuello del otro, 
son cosas rigurosamente prohibidas, no sólo entre vosotros o entre vosotros y los alumnos, sino también entre los alumnos mismos. 

Tengamos profundamente grabadas en nuestra mente las palabras de san Jerónimo: Afecto con ninguno o el mismo afecto con todos. 

3.° Huida del mundo y de sus máximas. 

Son raíz de disgustos y desórdenes las relaciones con el mundo, que hemos dejado, y que quisiera volver a atraernos hacia sí. Muchos, 
mientras vivieron en una casa religiosa, parecían modelos de virtud; fueron a casa de sus parientes o de sus amigos, perdieron en poco 
tiempo la buena voluntad y, al volver a la casa religiosa, no pudieron rehacerse y algunos perdieron incluso la vocación. 

Así, pues, no vayáis nunca a casa de los familiares a no ser por graves motivos, y aún entonces no vayáis sin el debido permiso y, a ser 
posible, acompañados de algún hermano elegido por el Superior. 

((27)) Aceptar comisiones, recomendaciones, tratar negocios, comprar o vender por cuenta de otros, son cosas a evitar constantemente, 
pues la experiencia demostró que son perjudiciales para las vocaciones y la moralidad. 

4.° Después de las oraciones de la noche vayan todos enseguida a descansar. El quedarse paseando, charlando o terminando algún 
trabajo, es malo para la salud del alma y la del cuerpo. 

Sé que en ciertos sitios, pero no en nuestras Casas, gracias a Dios, hubo que lamentar dolorosos desórdenes, cuyo origen estaba en las 
conversaciones empezadas y continuadas en estas horas. 

La puntualidad para ir a descansar está relacionada con la puntualidad al levantarse por la mañana, que también quiero inculcaros con 
insistencia. Creedlo, queridos míos, la experiencia ha hecho conocer desgraciadamente que prorrogar la hora del descanso por la mañana, 
sin necesidad, siempre resultó muy peligroso. Por el contrario, la puntualidad al levantarse, además de ser el principio de una buena 
jornada, puede también calificarse de buen ejemplo permanente para todos. A este propósito no puedo omitir una calurosa 
recomendación a los superiores, para que procuren que todos, especialmente los coadjutores y las personas de servicio, tengan tiempo 
para asistir cada mañana a la santa misa, comodidad para comulgar y confesarse con regularidad según nuestras Constituciones. 

Quisiera que la presente carta, que dirijo a todos en general, se considerase como 

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escrita a cada uno en particular; y que sus palabras sonaran y se repitieran mil veces en el oído de cada uno, para que nunca se olvidasen. 

Pero espero que, por el afecto que me tenéis, por el interés que ponéis en vuestros deberes, sobre todo en practicar los consejos de 
vuestro Padre espiritual y amigo en el Señor, me daréis la gran satisfacción, no sólo de ser fieles a estas recomendaciones, sino que, 
además, las interpretaréis en el sentido que más y mejor puedan contribuir a la mayor gloria de Dios y de nuestra Congregación. 

Con esta persuasión y la esperanza de poder volver a encontrarme con vosotros dentro de poco, pido a Dios que os bendiga a todos y 
os conceda buena salud y el precioso don de la perseverancia en el bien. 

En fin, rezad por mí, que siempre seré en Jesucristo Nuestro Señor, 

Turín, 12 de enero de 1876. 

Vuestro afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

Al Oratorio 

Sólo poseemos dos «Buenas Noches» dirigidas a los alumnos del Oratorio, notables las dos por su contenido y la entonación con que 
las dio. En la primera, que fue el 7 de enero, la intensidad ((28)) del frío obligó al buen Padre a recomendar los medios más oportunos 
para defenderse contra los efectos del crudo invierno; después dio noticias de los misioneros, y por último, con la mayor espontaneidad, 
prorrumpió en un encantador discursito sobre Jesús Sacramentado y el espíritu 
misionero. 

Prestad atención, queridos hijos, porque voy a daros algunas normas que, si las practicáis, os irán muy bien. Cuando os encontréis en el 
salón de estudio, en el comedor o en la sala de visitas, es decir, en lugares donde el ambiente es más caliente, no os abriguéis mucho; y 
cuando salgáis de ellos, poneos una bufanda al cuello o un pañuelo a la boca y a la nariz, durante algunos minutos, para defenderos de 
respirar el aire frío inmediatamente después del caliente, pues esto podría causaros mucho daño. 

Lo mismo sucede al entrar y salir del dormitorio. Por la mañana, cuando os levantáis de la cama, procurad no salir del domitorio 
durante unos minutos para no impedir la transpiración de los poros, dilatados bajo las mantas, y, si tuviereis que salir, al menos abrigaos 
bien. Cuando os acostéis procurad que las mantas os tapen el cuello, pues, si el cuello y los hombros quedan expuestos al aire, poco o 
nada os aprovecharía tener encima mucha ropa, aun cuando fuera un colchón. Procurad también poner encima vuestra ropa, para estar 
más calientes. Esto no va para los que tienen un montón de mantas, sino para los que no las tienen. Pero aquéllos, a quienes los padres 
no les han provisto, pueden decir si tienen frío o no, porque se les proporcionaría en seguida lo necesario, como ya se ha hecho a 
muchos; pero no os quedéis ateridos, sin decir nada, exponiéndoos de este modo a muchas enfermedades. 

Yo mismo he visto que algunos iban con ropa de verano y, al preguntarles por 
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qué no se ponían la de invierno, me contestaron que por un solo motivo, a saber, porque no tenían camisetas, ni jersey, ni nada más. Si 
hubiese alguno en tal estado, que lo diga y, lo mismo que se proveyó de ropa a otros compañeros suyos, también se le proveerá a él. 
Mirad, son cosas pequeñas, que se descuidan fácilmente, y se pueden atrapar ciertos resfriados, ciertos constipados que después no se 
curan ni poco ni mucho. Os ruego que cumpláis mis avisos, porque, lo sabéis, yo quiero que tengáis el alma bien; y digo el alma, porque 
así también podréis tener bien el cuerpo. Dios mira por sus hijos. 

Como ya sabéis, hemos recibido cartas de nuestros misioneros desde Río de Janeiro, primera tierra que vieron después de San Vicente, 
la última isla de Cabo Verde. Cuentan muchísimas cosas curiosas; que estuvieron once días sin ver más que cielo y agua; que tuvieron 
mar picada y quién más, quién menos, todos se marearon. ((29)) Refieren muchas otras cosas que ahora no os digo, pero que os las 
leerán mañana después de las oraciones de la noche desde este mismo sitio. Esta carta, fechada el 8 de diciembre, la hemos recibido el 
miércoles 5 de enero, de modo que estuvo de viaje casi un mes. Dicen que, cuando lleguen a Buenos Aires, nos volverán a escribir, y 
esta carta ya debe estar viajando. Calculando que la escribieran el 13 o el 14 de diciembre, nosotros la recibiremos, si Dios quiere, el 14 
ó 15 de este mes, esto es, dentro de ocho días. 

Como ya os dije, estas cartas se imprimirán y, así, el que quiera podrá enviarlas a su casa y después, en su día, con ellas y otros 
documentos relacionados con esta misión, se podrá escribir un librito, que gustará leer. 

Don Juan Cagliero os agradece mucho las oraciones y comuniones que habéis hecho por él y atribuye los éxitos y facilidades tenidas y 
el próspero viaje a las oraciones de los queridos muchachos del Oratorio. Dice también que el día de la Inmaculada Concepción celebró 
la misa y precisamente la aplicó para vosotros y para todos los de la Congregación. Pide después encarecidamente que sigáis rezando. 
Comulgad, pues, alguna vez por él y por los misioneros compañeros suyos, no digo mañana, sino a vuestra comodidad. Los que no 
puedan comulgar, hagan una visita al Santísimo Sacramento e imploren del Señor las gracias que necesitan los misioneros y que les 
recompense los grandes sacrificios que han hecho. íSon sacrificios muy grandes! 

íSe han expuesto a los peligros de un viaje largo y peligroso para ganar almas a Dios! íHan dejado a sus compañeros y parientes, todo, 
para seguir las huellas de Jesucristo y llevar su religión a aquellos lejanos países! Para todo esto se hicieron grandes sacrificios de gastos 
y cosas. 

Os pido, pues, yo también muy mucho, que comulguéis una vez o hagáis una visita a la iglesia y aun las dos cosas juntas. 

íQué felicidad poder recibir en nuestro corazón al Divino Redentor! Al Dios que nos debe dar la fortaleza y constancia necesaria en 
todos los momentos de nuestra vida. El sagrario, es decir, Jesús Sacramentado, que se guarda en nuestras iglesias, es fuente de 
bendiciones y de gracias. Está expresamente en medio de nosotros para consolarnos en nuestras necesidades. Creedlo, queridos hijos, el 
que es devoto del Santísimo Sacramento, es decir, el que comulga frecuentemente con las debidas disposiciones, y el que va a visitar a 
Jesucristo en el Sagrario, éste tiene una prenda segura de su eterna salvación. 

Otra cosa más nos cuenta don Juan Cagliero, y no quiero callárosla. Los misioneros fueron a ver al Obispo de Río de Janeiro, capital 
del imperio de Brasil. Los trató estupendamente y, entre otras cosas, les dijo llorando que, en su seminario, no tiene más que cinco 
seminaristas y que tiene ya más de cuarenta parroquias sin párroco y 
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sin que pueda ir nadie aun de lejos ((30)) a administrar los Sacramentos a los que los necesitan. Para su inmensa diócesis necesitaría 
quinientos Salesianos, por lo menos, trabajando con celo. íYa veis qué escasez de sacerdotes por aquellos países! 

íAnimo! Aprovechad los dos medios que os he indicado y espero que a muchos de vosotros concederá el Señor esta gracia tan grande y 
os dará la fuerza suficiente para ir después, andando el tiempo, a ejercer el ministerio eclesiástico en aquellos lugares en donde hay tanta 
necesidad. 

No olvidéis los consejos que os he dado para conservar la salud. Buenas noches. 

En la segunda plática el Siervo de Dios tomó pie de la novena de san Francisco de Sales para dar a los muchachos normas prácticas 
sobre la frecuencia de Sacramentos y la necesidad de pensar con tiempo sobre la vocación, exhortándolos por fin a ser caritativos con los 
compañeros y a soportar con paciencia las incomodidades del invierno. 

Mañana comenzamos la novena de san Francisco de Sales. Verdad es que hubiera debido comenzar hoy para celebrar la fiesta en el día 
en que cae; mas, para mayor comodidad, la celebraremos el domingo en lugar del sábado y éste es el motivo por el que comenzamos la 
novena mañana. La fiesta de San Francisco de Sales es nuestra fiesta titular, la que da título al Oratorio que, por eso, se llama Oratorio 
de San Francisco de Sales. Hemos de celebrarla con la mayor solemnidad y devoción posible; por tanto, prepárese cada uno en esta 
novena lo mejor que pueda para lograr que resulte de verdadero provecho para su alma. 

Lo que más os recomiendo en esta novena, como generalmente en todas las demás, es lo que ahora os propongo. Tenga cada uno su 
conciencia arreglada de tal modo que pueda comulgar cada mañana. En cuanto a la frecuencia de la comunión, hable cada uno de ello y 
entiéndase con el confesor, y acérquese a la sagrada mesa las veces que él le indique. Pero lo que nunca hay que olvidar es mantener 
constantemente la conciencia en tal estado como para poder comulgar todos los días. 

Pero es bueno que os hable de un inconveniente, que ya hemos tratado otras veces. La sacristía está a menudo tan llena de muchachos 
esperando a confesarse, que casi no es posible atravesarla. Hay algunos que no van con la intención de confesarse, sino de estar 
calientes. Esto no sería un gran mal, pues su fin sería evitar el frío, ya que quien está frío, helado, no puede hacer nada. Pero no es éste el 
motivo. Si verdaderamente hiciese tanto frío en la iglesia como para quedarse uno helado, ésos tendrían razón para obrar así, pero, como 
en la iglesia hace bastante calor, no es de alabar este modo de omitir ((31)) el rezo de las oraciones comunitarias. Si alguno tuviera 
realmente frío, hable conmigo, con don César Chiala o con don Antonio Sala, y ya les proporcionaremos una estufilla para llevarla 
consigo a la iglesia... 

Pero, aparte bromas, os diré que éste es un inconveniente y no pequeño. Ocurre, ya hace tiempo, que bastantes muchachos, 
generalmente mayores, querrían confesarse conmigo, pero van a la sacristía y al verla llena, dicen: 

-Hoy no puedo confesarme, vendré otro día. 

O bien se ven obligados a cambiar de confesor ante el gran número de los que siempre me rodean. 
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Vamos, pues, a establecer unas normas para que también éstos puedan quedar servidos y para que vuestras almas saquen más provecho 
de la confesión. 

Y la primera norma es ésta. No se confiese ninguno antes de los ocho días siguientes a su última confesión. Hay algunos, 
especialmente de los pequeños, que vendrían todos los días. En general, téngase esta norma y entonces habrá comodidad para todos. Pero 
ninguno deje pasar un mes sin confesarse; la norma ordinaria sea de diez, doce o quince días. Muchos dicen: 

-íNosotros queremos ir cada ocho días! Vayan éstos cada ocho días, y hacen bien. 

Pero alguno dice: 

-Yo desearía comulgar a menudo, pero a los dos días de confesarme vuelvo a estar como antes y, si no me confieso, no me atrevo a 
comulgar. 
Yo le diría a éste: 

-Si no eres capaz de perseverar en tal estado de conciencia que te permita comulgar ocho días seguidos, no te aconsejo la comunión tan 
frecuente. 

-Pero yo quiero enmendarme; si voy a confesarme con frecuencia, me enmendaré más fácilmente. 

-No, señor, respondo yo; el tiempo que gastarías en irte a confesar por segunda y tercera vez en la misma semana, empléalo en hacer 
un propósito más firme, y verás que esto será más eficaz que ir a confesarte tan a menudo, como quieres; pero siempre con escaso dolor 
y poco propósito. Precisamente por eso te ha impuesto el confesor ir más de tarde en tarde, para que te prepares mejor y tengas las 
condiciones necesarias. Solamente hay un caso en el que uno, según creo yo, debe ir a confesarse con más frecuencia, y es cuando el 
mismo confesor, después de haber considerado bien la conciencia de su penitente, le dice: 

-Ven a confesarte todas las veces que recaigas en tal o cual pecado; esto es necesario para vencer tal hábito, para desarraigarse de esa 
mala acción. 

Cuando haya este consejo expreso del confesor y, dado de esta manera para un fin especial, es seguro que el penitente sacará fruto. 
Fuera de este caso, tomad la costumbre de ir cada ocho o diez días y también doce, y podréis, según el consejo del confesor, comulgar 
también con mucha frecuencia. 

((32)) La segunda norma que quería daros, para que haya más comodidad para confesarse, es ésta. Estoy conforme con que vengáis 
todos a confesaros conmigo; pero veo que, en general, los más pequeños son los primeros en rodearme y, después, cuando llegan los 
mayorcitos, encuentran obstruido todo el espacio y, no pudiendo aguardar tanto tiempo, se marchan. También es verdad que los 
pescaditos son cosa buena y, que sobre todo si se juntan muchos se puede hacer una buena fritada; pero sinceramente os digo que, 
cuando se pueden tener peces más gordos, estoy más satisfecho. Especialmente porque estos están en los años en que deben decidir 
seriamente su vocación y necesitan más aconsejarse y hablar con don Bosco; deseo que éstos tengan siempre la preferencia. Es verdad 
que tienen por delante todo el año para resolverse, pero sería mi mayor satisfacción que ninguno aguardara a los últimos días del año 
para tomar una determinación tan importante. Entonces la deliberación sería demasiado precipitada, con el riesgo de no acertar en la 
elección y de que algún fin humano hiciera caer la balanza; a más de que, cuando urge la necesidad de decidir la reflexión, no puede 
actuar con serenidad y no se puede examinar tan fino un problema. Además, a mí me gusta que también los del tercero y cuarto curso del 
bachillerato empiecen a pensar en su vocación. Nunca es demasiado pronto para meditar sobre nuestro provenir, y los alumnos de tercero 
y cuarto curso ya tienen edad y estudios suficientes para poder tratar el asunto con verdadero provecho. 

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»Y qué os propondré ahora para honrar a nuestro Santo? San Francisco de Sales, ya lo sabéis, es el Santo de la mansedumbre y de la 
paciencia. Querría yo, pues, que en la novena procuraseis imitarlo en esta virtud. Querría que almacenaseis mucha mansedumbre para 
que ella informase constantemente vuestro corazón y os llevara a amar a los compañeros, a no encolarizaros nunca con ellos, a no 
tratarlos con palabras insultantes o despreciativas, a hacerles siempre todo el bien posible y no causarles nunca ningún daño. Y, puesto 
que toco este tema, quisiera que os propusieseis especialmente que este amor a los compañeros os llevara a aconsejaros bien los unos a 
los otros y nunca, como por desgracia sucede entre los hombres, a arrastraros al mal con perversos consejos. 

íMirad! No hay nada que pueda causar más daño, especialmente en la edad juvenil, que los malos consejos. Hay quien estaría resuelto 
a portarse bien; pero he ahí que un compañero le sugiere algo malo como, por ejemplo, no perdonar, no obedecer, no entregar un libro, 
no ir con buenos compañeros, estar alejado de los Superiores, no escuchar sus avisos; resulta que el que antes tenía buena voluntad, 
ahora, casi sin darse cuenta, comete el mal por el perverso consejo de aquel compañero. Por el contrario, ya podéis creerme, cuando uno 
sabe dar amablemente, a su tiempo y lugar, un buen consejo a un compañero, hace un gran bien. El compañero, las más de las veces, no 
está obstinadamente determinado a hacer una cosa mala; la hará, casi sin parar mientes en su malicia, pero, si una voz amiga se lo 
advierte, se retira, y así hay un mal menos y un bien más. ((33)) íCuánto bien podríais haceros a vosotros mismos y a vuestros 
compañeros, si durante esta novena comenzarais a practicar el consejo que os doy, y siguierais así a lo largo del año y el resto de vuestra 
vida! 

Me queda todavía daros una florecilla. La estación es más bien cruda y querría, como florecilla, que el frío, la humedad y las demás 
molestias que sufriréis durante la novena, lo sufrierais sin quejaros, y esto para dar gusto a san Francisco de Sales. Cuantas veces os 
ocurra tener que padecer algo, como enfermedades, insultos, ofensas, decid: sea por amor de Dios. El Señor estará muy contento con ello 
y por la intercesión de san Francisco de Sales os bendecirá. 

Y el que quisiese hacer alguna otra práctica de piedad, puede hacerla, y hará muy bien, especialmente si imita a este Santo en el 
silencio y en la rectitud, hablando siempre modestamente y sin ofender a vuestros compañeros. 

Acostumbro a aconsejar que en estas novenas solemnes se comulgue a lo largo de la semana con más frecuencia que en otros tiempos 
del año. El que no pueda comulgar sacramentalmente, hágalo espiritualmente. Y vaya a visitar con frecuencia al Santísimo Sacramento. 
Propónganse todos cumplir con puntualidad sus deberes. íBuenas noches! 

A los colegios 

Antes de que la multiplicidad de las obras aconsejara la uniformidad del aguinaldo, ya llegaba la palabra del Beato don Bosco al 
principio de año a cada uno de los colegios, directamente o por medio de los respectivos directores. Nos quedan sólo dos de estas cartas 
de felicitación del año 1876, una para Lanzo y la otra para Varazze. 

A sus hijos de Lanzo les escribía así: 
37 

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A mis queridos amigos: el Director, Maestros, Profesores, alumnos y todos los moradores del Colegio de Lanzo. 

Dejad que os lo diga y nadie se dé por ofendido: sois unos ladrones; lo digo y lo repito, me lo habéis robado todo. 

Cuando fui a Lanzo me encantasteis con vuestra bondad y cariño; aprisionasteis las facultades de mi mente con vuestra piedad; me 
quedó todavía este pobre corazón, cuyos afectos me robasteis por entero. Y ahora vuestra carta, firmada por doscientas manos amigas y 
queridísimas, se ha apoderado de todo este corazón; no ha quedado en él más que un vivo deseo de amaros en el Señor, de haceros el 
bien y salvar vuestra alma. 

((34)) Este generoso rasgo de afecto me invita a ir ahí lo antes posible a haceros una visita, que espero no se retardará mucho. Quiero 
que en esa ocasión estemos realmente alegres de alma y cuerpo y que hagamos ver al mundo cuán alegres se puede estar en alma y 
cuerpo sin ofender al Señor. 

Os agradezco, pues, muy cordialmente todo lo que habéis hecho por mí; no dejaré de recordaros cada día en la santa misa, pidiendo a 
la divina bondad os conceda salud para estudiar, fortaleza para vencer las tentaciones y la señaladísima gracia de vivir y morir en la paz 
del Señor. El día 15 de este mes, dedicado a san Mauricio, celebraré la misa según vuestra intención; hacedme vosotros el favor de 
comulgar aquel día, para que yo pueda ir con vosotros al Paraíso. 

Dios os bendiga a todos. Creedme siempre vuestro en Jesucristo 

Turín, 3 de enero de 1876. 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

A los alumnos de Varazze les expresó sus sentimientos escribiendo a su director don Juan Bautista Francesia y encargándole que fuera 
él interprete. 

Queridísimo Francesia: 

Necesitaría mucho verte y hablarte. Pero quizás no pueda ser hasta la fiesta de san Francisco de Sales. Mientras tanto, me harías un 
favor si me dieras noticias acerca del personal docente, asistente y trabajador 1, ya en cuanto a moralidad, como en cuanto a 
laboriosidad, según lo pida el caso. Verdad es que aquí andamos escasos de personal, pero, si del todo necesitaras un ayudante más, ya 
me las arreglaría para encontrarlo. 

El clérigo Barberis me expresa su deseo de tocar (activamente) el piano y me dice que te lo recomiende. No cabe duda que si tú se lo 
prohíbes, algún buen motivo tendrás. A pesar de todo, mira a ver, si con esta concesión puedes alcanzar que mejore en lo que más deje 
que desear. Pero, en todo caso, haz lo que mejor te parezca para la gloria de Dios. 

Quería haber escrito una carta a esos tus y mis queridos alumnos para felicitarles 

1 Se refiere sin duda a los hermanos coadjutores o laicos y al personal seglar dedicado a los servicios de la Casa (N. del T.) 

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las pascuas y el año nuevo. No lo pude hacer en su día y lo hago ahora. Sé tú, por tanto, intérprete de un montón de cosas buenas y 
hermosas para toda esa nuestra querida familia de Varazze; di a todos que los amo en el Señor con toda mi alma, que los encomiendo 
cada día en la santa misa y pido para ellos buena salud, éxito en los estudios y la verdadera riqueza del santo temor de Dios. 

Y que, si quieren hacerme algo verdaderamente agradable, hagan una santa comunión según mi intención, o mejor, para una necesidad 
especial, el tercer jueves de este mes. 

((35)) Estaba algo preocupado y quise escribirte para desahogarme un poco. Que Dios te bendiga a ti y a todos los tuyos. Créeme en 
Jesucristo. 

Turín, 10-1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


P. S.-Hoy hemos recibido noticias desde Marsella de que llegaron el 13 de diciembre pasado a Buenos Aires nuestros Misioneros. 
Hay una carta paternal para Borgo San Martino que, en realidad, corresponde a mediados de febrero, pero que tiene aquí su verdadero 
puesto. 

Queridísimo Bonetti: 

He escrito al caballero Rho 1 en el sentido que me indicaste, recordándole las antiguas promesas, que repetidamente me hizo. Si me da 
alguna respuesta ya haré que la veas. Espero que todo vaya bien. 

Contando con los muchos alumnos que actualmente tiene ese colegio de San Carlos, y que probablemente aumentarán, mira a ver si es 
del caso seleccionar unos diez de los más delicados y después, previo aviso a los padres, enviarlos a Lanzo, donde sobra espacio. 
Convendría dar preferencia a los que son de esta zona. 

Estúdialo y, a su tiempo, ya me dirás algo. 

Di a Giolitto, que, como aún no es bastante malo, no lo puedo complacer. Saluda al padre Gallo, a Ferrero y a Adamo, juntamente con 
todos nuestros hermanos, y rogad por este pobrecito, siempre vuestro en Jesucristo 

Turín, 14-2-1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


Las causas de la «preocupación» a la que alude en la carta a don Juan Francesia eran, como siempre, morales y materiales. 
Precisamente 

1 Delegado Provincial de Enseñanza en la provincia de Turín. Siendo estudiante, conoció a don Bosco en 1840 (LEMOYNE, 
Memorias Biográficas, vol. I, pág. 400). 

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aquel día había recibido noticia de Roma sobre cartas calumniosas «contra el nuevo Instituto», que aparecían una tras otra 1. 
Comunicación muy desalentadora en el momento en que don Bosco esperaba que fuera recibida favorablemente su segunda instancia 
para obtener los privilegios 2. Además, habían llegado a su ((36)) conocimiento unos manejos para que se hiciese una encuesta sobre el 
plan de estudios teológicos seguido en el Oratorio. Las investigaciones se realizaron por vía confidencial; mas no por eso disminuía la 
preocupación. Se encargó de ello al teólogo Negri, residente en Turín. Y éste acudió para informarse al teólogo Pechenino, que era muy 
amigo de don Bosco, y se lo contó. Ese afán de despertar en Roma desconfianzas contra los Salesianos afligía profundamente al Beato. 

Otra preocupación de don Bosco, y no pequeña, era la gran penuria de dinero. Sólo para pagar las provisiones al por mayor debía el 
almacén del Oratorio setenta mil liras, suma exhorbitante para entonces, que era precisamente el tiempo de pensar en las compras. Las 
angustias del pobre don Bosco se traslucen bastante claramente en esta su carta al abogado Galvagno, de Marene, generoso bienhechor 
del Oratorio 3. 

Queridísimo señor Abogado: 

Cuando reciba la presente dirá enseguida V. S.: don Bosco pasa apuros y busca dinero. Y así es. Me encuentro en lo más crudo del 
invierno y más de la mitad de mis novecientos muchachos llevan ropa de verano. Si, por acaso, el Señor le hubiese puesto a usted en 
condiciones de poder ayudarme, sería realmente lo de vestir a los desnudos, lo cual considera el Salvador como hecho a El mismo, y nos 
prepara ciertamente un buen recibimiento para cuando nos presentemos ante su divino tribunal. 

Aunque yo le exponga mi grave necesidad, ruégole que solamente haga lo que pueda; yo, por mi parte, no dejaré de pedir igualmente 
cada día a Dios que les conceda a usted y a su señora largos años de vida feliz y haga que sus hijos crezcan en salud y en el santo temor 
de Dios, mientras con profunda gratitud tengo el honor y el gusto de poderme profesar 

De V.S. 

Oratorio de San Francisco de Sales, 12-1876. 

Humilde servidor
JUAN BOSCO, Pbro.


1 Carta citada de monseñor Fratejacci. 

2 Véase, M. B., vol. XI, cap. XXI. 

3 Véase el vol. XI, pag. 117. 
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Después de este breve comentario a las «preocupaciones» por las que don Bosco sentía necesidad de desahogarse, escribiendo a ((37)) 
su querido Francesia, comprendemos perfectamente lo que don Julio Barberis anota en su croniquita: «Don Bosco está muy preocupado 
estos días y no anda bien». Pero, a renglón seguido, pone de relieve el mismo cronista que «sin embargo atiende a todo, se informa de 
todo, y lo comunica a los otros; da órdenes, pareceres, consejos». Pero no le faltaba el aliento de sólidos consuelos. 

-Es muy consolador, confesó a don Julio Barberis, ver que todos van adquiriendo espíritu religioso. Sí; las cosas marchan 
verdaderamente bien y, mientras abunde el trabajo, las cosas marcharán siempre bien. 

A los misioneros 

La primera palabra, entre las muchísimas que don Bosco dirigió a sus hijos misioneros para el campo de su apostolado, se encuentra en 
una cartita, cuya brevedad, que excluye toda frase ociosa, a la par que manifiesta la falta de tiempo y un gran deseo de escribir, expresa 
también, si se la analiza con sosiego, todo un mundo de cosas y sentimientos. Por la manera como anuncia la muerte de la madre Galeffi, 
Presidente de Tor de'Specchi, parece que el Beato escribió no tan pronto como recibió, vía Marsella, la noticia de la llegada de los 
misioneros, sino después de haber recibido la primera carta de Cagliero desde Buenos Aires, el día 17 de enero. 

Queridísimo Cagliero: 

Un cordialísimo saludo para ti y para todos esos mis queridos Salesianos, que comparten contigo sus trabajos. 

La madre Galeffi ha muerto el 13 de este mes. La condesa Callori, mamá Corsi, monseñor Fratejacci, el abogado Menghini os 
acompañan con sus oraciones y buenos augurios. 

Recuerda que para octubre prepararemos una expedición de treinta Hijas de María Auxiliadora y diez Salesianos; algunos de ellos aún 
antes, si es preciso. 

Atendida la penuria de clero en Brasil, »no será el caso de estudiar la posibilidad de una casa en Río de Janeiro? 

Nuestro comendador Gazzolo no escribe ni manda noticias. Salúdalo de mi parte. 

((38)) Di al señor Benítez que agradezco la bondad que os prodiga, y que mi deseo de verle es grande; por si no puedo tener este gusto 
en la tierra, le cito desde ahora para el cielo. Amén. 

Turín, enero de 1876. 

JUAN BOSCO, Pbro. 

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Fue un acontecimiento extraordinario el de la expedición de misioneros a América. Ninguna otra partida semejante había armado tanto 
ruido. Don Bosco repartió a centenares la fotografía que aparece en la portada del presente volumen, para sus felicitaciones de Navidad y 
Año Nuevo. Después de su llegada a Buenos Aires la Unità Cattolica abrió una sección con el título «De Turín a Buenos Aires», en la 
cual, a partir del 20 de enero, comenzó a publicar una serie de relaciones, que se esperaban con impaciencia y se leían con avidez; los 
números, que las contenían, 
corrían de familia en familia por Turín, con lo cual iba en aumento la tirada del diario. Además, la Misión Salesiana volvió a levantar por 
aquellas lejanas tierras el buen nombre del clero italiano, no siempre bien representado por allá; aquella expedición despertó en Italia, y 
fuera de ella, extraordinario fervor por las misiones extranjeras; en la Congregación muchos envidiaban a sus hermanos que habían ido y 
cansaban al Beato con peticiones de ir ellos también. 

*** 

Terminaremos este capítulo de la misma manera que lo hemos comenzado, esto es, escuchando una vez más la palabra del Siervo de 
Dios dicha en la intimidad. Se trata de una conversación con don Julio Barberis el 21 de enero. Afirmó un día el Beato sobre don Julio 
Barberis, hombre sencillo, recto y piadosísimo: 

-Barberis ha entendido a don Bosco. 

El, que, hasta donde fuera posible, prefería para el gobierno hombres de sólida virtud más que intelectuales, se entretenía de buen 
grado con Barberis hablando de cosas íntimas. Aquella noche, después de cenar, le habló en estos términos: 

-íCuánto queda por hacer, querido Barberis, cuantísimo! Estaba yo esta tarde, como casi todos los días, sentado a las dos y cuarto en 
mi escritorio; ((39)) no me he movido hasta las ocho; y, sin embargo, no he podido despachar todo. Tengo todavía la mesa cubierta de 
cartas, que esperan contestación. Y no se puede decir que yo escriba despacio. 
íPasan hojas y hojas por los puntos de mi pluma! Me doy cuenta de que, a fuerza de práctica y de acosarse una cosa tras otra, he 
adquirido tal rapidez que dudo pueda darse mayor. Pero... hagamos lo que se pueda ad maiorem Dei gloriam, y lo que no se pueda, habrá 
que tener paciencia y dejarlo correr. 

Al llegar aquí don Julio Barberis lo interrumpió augurándole muchos años y buena salud, para que pudiese lograr despachar muchos de 
estos grandes asuntos, y don Bosco replicó: 
42 

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-También pienso yo de vez en cuando que, si el Señor me concediese llegar a los ochenta, y aun a los ochenta y cinco, y si continuase 
dándome la salud y la agilidad de mente que hoy tengo, se verían cosas que no sólo Italia, sino Europa y el mundo tendrían que darse 
cuenta de ello. Pero, disponga el Señor los acontecimientos como la parezca. Yo, mientras me deje en vida, estoy de buen grado en ella. 
Trabajo lo más aprisa que puedo, pues veo que el tiempo apremia y, por muchos años que uno viva, nunca puede hacer la mitad de lo 
que quisiera. Hago proyectos, procuro ejecutarlos, perfeccionando muchas cosas hasta donde puedo y estoy esperando a que suene la 
hora de la partida. Cuando la campana con su tan, tan, tan, me dé la señal de partir, partiremos. Quien quede en este mundo, concluirá lo 
que yo haya dejado por acabar. Mientras no oiga el tan, tan, tan, no me paro. 

La realidad es que don Bosco, al morir, hizo bastante más que dejar a otros concluir lo incompleto; había preparado de tal modo el 
terreno a sus sucesores, que, gérmenes nuevos, animados de su espíritu, han seguido y siguen arraigando en él, sin que hasta el momento 
se prevea o haya motivo para temer paralización en la fecundidad de las obras. 

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((40)
)


CAPITULO II 

DOS SUEÑOS: LAS MURMURACIONES; TRES DEFUNCIONES 

EN la segunda quincena de enero tuvo el Siervo de Dios un sueño simbólico del que dio cuenta a algunos Salesianos. Don Julio Barberis 
le pidió que lo contara en público, porque sus sueños gustaban mucho a los muchachos, les hacían mucho bien y con ellos cobraban gran 
cariño al Oratorio. 

-Sí, es verdad, contestó el Beato, hacen mucho bien y se oyen con interés; el único perjudicado soy yo, que necesitaría tener pulmones 
de hierro. Se puede decir que no hay uno sólo en el Oratorio, que no se sienta movido al oír estas narraciones; porque de ordinario estos 
sueños se refieren a todos, y cada uno quiere saber en qué estado lo he visto, qué debe hacer, qué significa esto o aquello y así me 
atormentan día y noche, y si quiero despertar el deseo de confesiones generales, no tengo más que contar un sueño... Escucha, hagamos 
una cosa. El domingo iré a hablar a los muchachos y tú pregúntame en público. Entonces yo contaré el sueño. 

El 23 de enero, después de rezar las oraciones de la noche, subió a la cátedra. Su rostro radiante de alegría manifestaba como siempre 
su satisfacción por encontrarse con sus hijos. Cuando eljuvenil auditorio se fue sosegando y callando, don Julio Barberis pidió la palabra 
y preguntó: 

-Perdone, don Bosco, »me permite hacerle una pregunta? 

((41)) -Habla, habla, replicó el siervo de Dios. 

-He oído decir que en estas noches pasadas ha tenido un sueño sobre sementera, sembrador, gallinas... y que se lo ha contado ya al 
clérigo Calvi. »Sería tan amable que nos lo quisiera contar también a nosotros? Crea que nos proporcionaría un gran placer. 

-íQué curioso!, dijo Don Bosco en tono de reproche. Y la risa fue general. 

-No me importa que me llame curioso, con tal de que nos cuente el sueño. Y con estas palabras creo interpretar la voluntad de todos, 
que ciertamente le escucharán con sumo gusto. 
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-Si es así os lo contaré. No quería decir nada, porque hay cosas que se refieren a algunos de vosotros en particular, y algunas otras que 
te interesan también a ti, y que no gusta oírlas; pero como me lo has pedido, las contaré. 

-Pero, don Bosco, por favor, si hay algún palo para mí, no me lo vaya a dar aquí en público. 

-Yo contaré las cosas como las soñé; que cada uno tome lo que le corresponde. Pero antes es necesario que cada uno recuerde bien, 
que los sueños se tienen durmiendo y durmiendo no se razona; por eso, si en lo que os voy a contar hay alguna cosa buena, alguna 
amonestación provechosa, acéptese. Por lo demás que nadie pierda la serenidad. Ya os he dicho que al soñar por la noche yo estaba 
durmiendo, pues hay algunos que sueñan también de día y algunas veces estando despiertos, con lo que causan verdaderos disgustos a 
sus profesores convirtiéndose en alumnos un tanto fastidiosos. 

Me pareció encontrarme lejos de aquí, cerca de Castelnuovo de Asti, mi pueblo. Tenía ante mí una gran extensión de terreno, situada 
en una amplia y bella llanura; pero aquellas tierras no eran nuestras, ni yo sabía de quién fuesen. 

En aquel campo vi a muchos trabajando con azadas, palas, rastrillos y otras herramientas. Uno araba, otro sembraba, éste allanaba la 
tierra, aquél hacía otra cosa. Veíanse acá y acullá los capataces dirigiendo los trabajos y entre estos últimos me pareció encontrarme 
también yo. Diversos coros de labradores estaban en otra parte cantando. Yo lo observaba todo maravillado y no sabía identificar aquel 
lugar para mí desconocido, mientras me decía a mí mismo. 

-Pero »por qué trabajan éstos tanto: 

Y me contestaba: 

((42)) -Para proporcionar el pan a mis muchachos. 

Y era verdaderamente admirable el ver cómo aquellos buenos agricultores no interrumpían ni por un instante su labor, aplicados 
constantemente a sus tareas con un ardor creciente y con una diligencia similar. Sólo algunos reían y bromeaban entre sí. 

Mientras contemplaba tan hermoso espectáculo, dirigí la vista a mi alrededor y comprobé que me rodeaban algunos sacerdotes y 
muchos de mis clérigos, unos muy próximos a mí y otros un poco más distantes. 

Me decía a mí mismo: 

-Debo de estar soñando; mis clérigos están en Turín; aquí, en cambio, estamos en Castelnuovo. Además, »cómo puede ser esto? Estoy 
vestido de invierno de los pies a la cabeza; ayer mismo sentí un frío intensísimo y, en cambio, aquí están sembrando el trigo. 

Y me tocaba las manos y continuaba caminando, mientras me decía: 

-Pero no, no debe ser un sueño, porque lo que estoy viendo es un campo; este clérigo es el clérigo A... en persona, y aquel otro el 
clérigo B... además, en el sueño »cómo iba a poder ver esto y lo otro? 

Entretanto vi allí cerca, aunque aparte, a un anciano que, por su aspecto, parecía 
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muy benévolo y sensato, entretenido en observarme a mí y a los demás. Me acerqué a él y le pregunté: 
-Dígame, buen hombre, »qué es lo que estoy viendo?, porque no entiendo nada. »Dónde estamos? »Quiénes son esos trabajadores? 

»De quién es este campo? 

-íOh!, me respondió el desconocido; ívaya unas preguntas que me ha hecho! »Usted es sacerdote y desconoce estas cosas? 

-Pero, vamos, dígame, le repliqué. »A usted le parece que estoy soñando o despierto? Porque a mí me parece que estoy soñando y no 

creo posibles las cosas que estoy viendo. 

-Posibilísimas, mejor dicho, reales, y a mí me parece que usted está completamente despierto. »No se da cuenta? Habla, ríe, bromea. 

-Sí, pero hay algunos, añadí, a quienes les parece que en el sueño hablan, oyen, trabajan, como si estuviesen despiertos. 

-No, no, deseche esa idea; usted está aquí en cuerpo y alma. 

-Bien, sea como dice; y, puesto que estoy despierto, dígame de quién es este campo. 

-Usted ha estudiado latín, continuó el anciano; »cuál es el primer nombre de la segunda declinación que ha estudiado en el Donato? 1 

»Se acuerda aún? 

-Sí que lo recuerdo, pero »qué tiene que ver esto con lo que le he preguntado? 

-íMuchísimo!, replicó el desconocido. Diga, pues, el primer nombre que se estudia en la segunda declinación. 

-Es Dominus. 

-»Y cómo hace el genitivo? 

-Domini. 

-Bien, muy bien, Domini; este campo, pues, es Domini, del Señor. 

-Ya comienzo a entender algo, exclamé. 

Estaba maravillado de la manera de proceder de aquel anciano. 

Entretando vi a varias personas que llegaban con sacos de trigo para ((43)) sembrarlo y a un grupo de campesinos que cantaban: Exit, 

qui seminat, seminare semen suum. (Salió el sembrador a sembrar su simiente). 

A mí me parecía un crimen arrojar aquella simiente y hacerla pudrir bajo tierra. íEra un trigo tan magnífico! 

-»No sería mejor, decía para mí, molerlo y hacer con él pan o pastas? 

Pero después pensé: 

-Quien no siembra, no recoge. Si no se arroja a la tierra la semilla y ésta no se pudre »qué se recogerá después? 

Mientras tanto vi salir de todas partes una cantidad extraordinaria de gallinas que se metían en el sembrado para comerse el trigo que 

los otros habían arrojado como simiente. 

Y el grupo de los cantores prosiguió cantando: Venerunt aves caeli, sustulerunt frumentum et reliquerunt zizaniam. (Vinieron las aves 
del cielo, se llevaron el trigo y dejaron la cizaña). 

Yo di una mirada a mi alrededor y observé a los clérigos que estaban conmigo. Uno, con los brazos cruzados, miraba a los demás con 
fría indiferencia; otro charlaba con los compañeros; algunos se encogían de hombros, éste miraba al cielo, aquél reía 

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1 Donato, así se llamaba al libro de Gramática Latina, por un tal Donato, célebre autor de gramática en el siglo V. (N. del T.) 

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al contemplar el espectáculo, otros proseguían tranquilamente sus recreos y sus juegos, los otros desempeñaban alguna de sus 
ocupaciones; pero ninguno hacía por espantar las gallinas y echarlas fuera. Yo me volví entonces a ellos muy disgustado y, llamando a 
cada uno por su nombre, les dije: 

-Pero, »qué hacéis? »No veis que las gallinas se están comiendo el trigo? »No veis que están destruyendo la buena simiente, haciendo 
desvanecerse todas las buenas esperanzas de estos agricultores? »Qué recogeremos después? »Por qué permanecéis ahí mudos? »Por qué 
no gritáis? »Por qué no las espantáis? 

Pero los clérigos se encogían de hombros, me miraban y no decían nada. 

Algunos ni se volvieron a escucharme; ni se habían fijado en el campo, ni se preocuparon de hacerlo después que yo les hube 
reprendido. 

-íQué necios sois!, continué. Las gallinas tienen ya el buche lleno. »No podéis dar unas palmadas, así? 

Y, al decir esto, comencé a palmotear, encontrándome verdaderamente embrollado, pues mis palabras no servían para nada. Entonces 
algunos comenzaron a espantar a las gallinas, pero yo me decía para mí: 

-íSí, sí! Ahora que se han comido el trigo van a echar a las gallinas. 

Y, mientras tanto, llegó hasta mí el canto del grupo de los campesinos, cuya letra decía: Canes muti nescientes latrare. (Perros mudos 
que no saben ladrar). 

Entonces me dirigí a aquel buen anciano y, entre estupefacto e indignado, le dije: 

-íVamos! Deme una explicación de lo que estoy viendo; que no entiendo nada. »Qué representa esa semilla arrojada a la tierra? 

-íEsta es buena!, replicó en anciano. Semen est verbum Dei. (La simiente es la palabra de Dios). 

-»Y qué quiere decir el hecho de que las gallinas se lo coman como acabo de ver? 

El viejo, cambiando de tono de voz, prosiguió: 

-íOh! Si quiere una explicación más completa se la daré. El campo es la viña del Señor, de que nos habla el Evangelio, y puede 
también representar el corazón del hombre. Los agricultores son los obreros evangélicos, que siembran la palabra de Dios especialmente 
con la ((44)) predicación. Esta palabra podría producir mucho fruto en el corazón que fuese terreno bien preparado. Pero »qué sucede? 
Que vienen las aves del cielo y se llevan la semilla. 

-»Qué representan estos animales? 

-»Quiere que se lo diga? Simbolizan las murmuraciones. Después de oír una plática que podría producir su efecto, comienzan los 
comentarios con los compañeros. Uno ridiculiza un gesto, otro la voz, otro la palabra del predicador y he aquí que el fruto del sermón 
desaparece. Otro acusa al predicador de un defecto físico o intelectual; un tercero se ríe de su forma de expresión y el fruto de la plática 
cae por tierra. Lo mismo habría que decir de una buena lectura, cuyo bien queda obstaculizado por la murmuración. Las murmuraciones 
son tanto más malas en cuanto que generalmente son secretas, escondidas y viven y crecen donde menos sospechamos. El trigo, aunque 
caiga en un terreno no muy bien cultivado, nace, crece, alcanza una altura bastante considerable y produce fruto. Cuando sobre un campo 
recién sembrado se abate la tempestad, el campo queda asolado y no produce mucho fruto, pero algo produce. La mies no será muy 
vistosa, pero las plantas crecerán; darán poco fruto, pero alguno darán... En cambio, cuando las gallinas o los pájaros picotean la 
simiente, ya no hay nada que hacer: el campo no producirá ni poco ni mucho; no producirá fruto de ninguna clase. De la misma manera, 
si las pláticas, si las exhortaciones, si los buenos propósitos son seguidos de una distracción, de una tentación, etc., darán 

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menos fruto; en cambio, si se sigue la murmuración, el hablar mal o cosas semejantes, no se pierde algo, sino todo por completo. »Y a 
quién le corresponde palmotear, insistir, gritar, vigilar, para que estas murmuraciones, para que estas malas conversaciones no se 
produzcan? íUsted lo sabe! 

-Pero, »qué es lo que hacían aquellos clérigos?, le pregunté. »Acaso no podían ellos impedir tan gran mal? 

-Nada impidieron, prosiguió el anciano. Unos estaban observando como estatuas mudas; otros no se fijaban, no pensaban, no veían o 
estaban con los brazos cruzados; otros no tenían valor para impedir tal mal; algunos, aunque pocos, se unían a los murmuradores, 
tomando parte en sus maledicencias y haciendo el oficio de destructores de la palabra de Dios. Tú que eres sacerdote, insiste sobre esto: 
predica, exhorta, habla, no tengas nunca miedo de decir demasiado; todos saben que el poner en ridículo a quien predica, a quien 
exhorta, a quien da buenos consejos es una de las cosas que pueden ocasionar mayor mal. Y el permanecer mudo cuando se ve algún 
desorden y el no impedirlo, especialmente si se puede y se debe, es hacerse cómplice del mal de los demas. 

Yo, impresionado al oír estas palabras, quería seguir mirando, observando esto y aquello, amonestar a los clérigos y animarlos a 
cumplir con sus deberes. Pero vi que se aprestaban ya a poner en fuga a las gallinas. Al avanzar unos pasos, tropecé con un rastrillo de 
los de extender la tierra, que haba sido dejado allí, y me desperté. 

((45)) Ahora dejémoslo todo a un lado y saquemos alguna moraleja. Veamos qué le parece este sueño a Don Julio Barberis. 

-Que es un garrotazo con todas las de la ley y que al que le da de lleno no lo deja bien parado. 

-Cierto, replicó Don Bosco; es una lección de la que hemos de sacar provecho. No lo olvidéis, queridos jóvenes; evitad entre vosotros 
toda suerte de murmuración, considerándola como el mayor de los males; huíd de ella como se huye de la peste y procurad no sólo 
evitarla, sino haced que los demás también la eviten. Algunas veces, unos consejos santos, unas obras extraordinariamente buenas, no 
hacen tanto bien como el que consigue impedir una murmuración o una palabra que pueda dañar a los demás. Armémonos de valor y 
combatámosla valientemente. No hay peor desgracia que hacer perder su eficacia a la palabra de Dios. Y a veces basta una palabra, basta 
una broma. 

Os he contado un sueño que tuve hace varias noches, pero la noche pasada soñé algo que deseo también narraros. No es aún muy tarde, 
son apenas las nueve y, por tanto, tengo tiempo de exponéroslo. Por lo demás, procuraré no ser muy largo.Me pareció, pues, encontrarme 
en un lugar que ahora no sabría decir qué lugar fuese; ciertamente no era Castelnuevo y tampoco el Oratorio. Y llegó uno a toda prisa a 
llamarme: 

-íDon Bosco, venga! íDon Bosco, venga! 

-»Por qué tanta prisa?, pregunté. 

-»No sabe lo que ha sucedido? 

-No sé lo que quieres decirme; explícate mejor, repliqué con cierta inquietud. 

-»No sabe que fulano, tan bueno, tan lleno de brío está gravemente enfermo; mejor dicho, moribundo? 

-No creo que quieras burlarte de mí, le dije, porque precisamente esta mañana he estado hablando y paseando con ese muchacho que 
me dices está moribundo. 

-íAh! Don Bosco, no quiero engañarle y me creo en la obligación de decirle toda la verdad. El joven en cuestión necesita urgentemente 
de su presencia y desea verle 

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y hablarle por última vez. Venga, venga pronto, porque de otra manera ya no tendrá tiempo. 

Yo, sin saber adónde, marché a toda prisa detrás de aquél. Llego a cierto lugar y veo a gente triste y llorosa que me dice: 

-Pronto, pronto, que está en las últimas. 

-Pero »qué es lo que ha sucedido?, pregunté. 

Y me introdujeron en una habitación, en la que vi a un joven acostado, con el rostro descompuesto, color cadavérico y una tos, una 

respiración y un ronquido que lo ahogaba y apenas le permitía hablar. 

-Pero »no eres fulano?, le dije. 

-Sí, soy yo. 

-»Cómo te encuentras? 

-Muy mal. 

((46)) -»Y cómo te veo en tal estado? »Ayer y esta misma mañana, no paseabas tranquilamente bajo los pórticos? 

-Sí, replicó el joven, ayer y esta mañana paseábamos bajo los pórticos; pero, ahora, dese prisa que necesito confesarme; me queda muy 

poco tiempo. 

-Calma, calma; hace pocos días que te has confesado. 

-Es cierto, y no creo tener culpa grave en mi corazón; pero, a pesar de ello quiero recibir por última vez la santa absolución, antes de 

presentarme al Divino Juez. 

Yo escuché su confeisón. Y entretanto observé que iba empeorando visiblemente y que la tos estaba a punto de ahogarlo. 

-Aquí es necesario proceder a toda prisa, dije para mí, si quiero que reciba aún el Santo Viático y la Extremaunción. El Viático no lo 

podrá recibir porque necesitaría más tiempo para prepararse o porque no podría tragar la forma. íPronto, los Santos Oleos! 
Y, diciendo esto, salí de la habitación y mandé inmediatamente a un individuo por la bolsa de los Santos Oleos. Los jóvenes que se 

hallaban presentes me preguntaron: 

-Pero »está realmente en peligro? »Está en las últimas como dicen? 

-Seguro, respondí, »no veis que tiene la respiración cada vez más difícil y que la tos le sofoca? 

-Pero sería mejor traerle el Viático, y, así fortalecido, enviarlo a los brazos de María. 

Y mientras yo me afanaba preparando lo necesario, oí una voz que dijo: 

-íYa expiró! 

Volví a entrar en la habitación y me encontré al enfermo con los ojos extraviados, sin respiración, muerto. 

-»Ha muerto?, pregunté a los que lo asistían. 

-íHa muerto, me respondieron, ha muerto! 

-»En tan poco tiempo? Decidme: »no es éste fulano? 

-Sí, es fulano. 

-No puedo dar crédito a mis ojos. Ayer mismo estaba paseando conmigo bajo los pórticos. 

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-Ayer paseaba y hoy está muerto, me replicaron.
-Por suerte era un joven bueno, exclamé.
Y proseguí diciendo a los que estaban a mi alrededor:
-»Veis, veis? Este no ha podido ni siquiera recibir el Viático, ni la Extremaunción. Demos con todo gracias al Señor que le concedió


tiempo para confesarse. Era un 

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muchacho muy bueno, se acercaba a menudo a los Santos Sacramentos y esperamos que esté gozando ya de la felicidad de la gloria, o al 
menos, que esté en el Purgatorio. Pero, si les hubiese sucedido a otros lo mismo, »qué sería ahora de ellos? 

Dicho esto nos pusimos todos de rodillas y rezamos el De profundis por el alma del pobre difunto. 

Entretanto, iba yo a mi habitación, cuando vi llegar a Ferraris 1 ((47)) de la librería, el cual me dijo acongojado: 

-Don Bosco, »sabe lo que ha sucedido? 

-Claro que lo sé. Que ha muerto fulano. 

-No es lo que quiero decirle; hay otros dos muertos. 

-»Cómo? »Qué? 

-Zutano y mengano. 

-Pero »cuándo han muerto? No te entiendo. 

-Sí, otros dos, que han muerto antes de que usted llegase. 

-»Y por qué no me habéis llamado? 

-No hubo tiempo. »Usted sabe decirme cuándo ha muerto éste de aquí? 

-Ahora mismo, le respondí. 

-»Usted sabe en qué día y en qué mes estamos?, prosiguió Ferraris. 

-Sí que lo sé; estamos a 22 de enero, segundo día de la novena de San Francisco de Sales. 

-No, dijo Ferraris, usted se equivoca, don Bosco; fíjese bien. 

Levanté los ojos al calendario y leí: 26 de mayo. 

-íEsto sí que es grande!, exclamé. Estamos en enero y me lo dice la ropa que llevo puesta; nadie se viste en mayo de esta manera; en 
mayo no estaría encendida la calefacción. 

-Yo no sé qué decirle, ni qué razón darle, pero estamos a 26 de mayo. 

-Pero si ayer mismo murió este nuestro compañero y estábamos en enero. 

-Se equivoca, insistió Ferraris, estábamos en tiempo de Pascua. 

-Esta es más gorda que la anterior. 

-Sí, señor, seguro, en tiempo de Pascua; estábamos en tiempo de Pascua y fue más dichoso por morir en tiempo de Pascua que los 
otros dos que murieron en el mes de María. 

-Tú te burlas, le dije, explícate mejor, porque de otra manera no comprendo nada. 

Abrió los brazos, golpeó las manos una contra otra, fuerte, muy fuerte. Y yo me desperté. Entonces exclamé: 

-Oh, afortunadamente se trata de un sueño y no de una realidad. íQué miedo he tenido! 

Tal es el sueño que tuve la noche pasada. Vosotros dadle la importancia que queráis. Yo mismo no quiero prestarle enteramente fe. 
Con todo, hoy he querido comprobar, si los que vi muertos en el sueño estaban aún vivos, y he constatado que están sanos y robustos. 
Ciertamente que no es conveniente que manifieste, y no lo diré, quiénes son. Con todo los vigilare y, si fuese necesario, les daré algún 

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consejo para que vivan bien y los prepararé de forma que no se den cuenta; para que, si en realidad tuviesen que morir, la muerte no les 
sorprenda sin ((48)) estar preparados. Pero que nadie comience a decir: »Será éste, será el otro? Cada uno piense en sí mismo. 

1 Ferraris, era el coadjutor Juan Antonio Ferraris, librero. 

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Que nada de esto os intranquilice. El efecto que este relato debe causar en vosotros es sencillamente el que nos sugirió el Divino 
Salvador en el Evangelio: Estote parati, quia, qua hora non putatis, filius hominis veniet. Es ésta una gran advertencia, queridos jóvenes, 
que nos hace el Señor. Estemos siempre preparados, porque en la hora en que menos lo pensemos puede llegar la muerte y el que no está 
preparado para morir bien, corre grave peligro de morir mal. Yo me prepararé lo mejor que pueda. y vosotros debéis hacer lo mismo, a 
fin de que a cualquier hora que al Señor le plazca llamarnos, podamos estar dispuestos a pasar a la eternidad feliz. Buenas noches. 

Las palabras de don Bosco se escuchaban siempre en medio de un religioso silencio; pero cuando contaba cosas extraordinarias, entre 
los centenares de jóvenes que le escuchaban, no se oía un carraspeo ni el más leve ruido con los pies. La impresión causada duraba 
semanas y meses y, tras la impresión, se producían los cambios radicales de conducta en algunos díscolos. Después aumentaba la 
clientela alrededor del confesonario del siervo de Dios. El suponer que él inventaba aquellos relatos para asustar y hacer cambiar la vida 
a los jóvenes, a nadie se le ocurría, pues los vaticinios de muertes próximas se cumplían siempre y ciertos estados de conciencia, vistos 
en los sueños, respondían a la realidad. 

»Pero el temor producido por tan lúgubres predicciones no era una pesadilla opresora? No es creíble. Numerosas eran las posibilidades 
y suposiciones que se ofrecían ante una multitud de más de ochocientos muchachos, para que cada uno de ellos se sintiese preocupado. 
Por otra parte, la creencia generalmente admitida de que quien moría en el Oratorio iba al Paraíso y el hecho de que don Bosco preparaba 
a los designados sin que se diesen cuenta, contribuía a desterrar de los ánimos todo temor. Además, sabemos cuán grande es la 
volubilidad juvenil; de momento la fantasía se siente herida e impresionada, pero el recuerdo que tal efecto produce se borra pronto. Así 
nos lo aseguran numerosos testigos de aquellos tiempos. 

Una vez que los jóvenes marcharon a dormir, algunos hermanos que ((49)) rodeaban al siervo de Dios, lo abrumaron a preguntas para 
saber si algunos de ellos eran los que debían morir. Don Bosco, sonriendo según su costumbre y moviendo la cabeza, les decía: 

-íYa! íYa! »Queréis que os diga quién es, para hacer morir a alguno antes de tiempo? 

Viendo que no conseguían nada, le preguntaron si en el primer sueño vio también a algún clérigo haciendo el oficio de las gallinas, 
esto es, entregado a la murmuración. 

Don Bosco, que estaba caminando, se detuvo, observó a sus interlocutores y con una sonrisa muy significativa a flor de labios, añadió: 
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-Alguno, alguno había; eran pocos, pero no digo más. 

Entonces le preguntaron que les dijese si estaban ellos entre los perros mudos. 

El siervo de Dios respondió de una manera muy genérica, haciendo observar que era necesario estar sobre aviso para evitar las 
murmuraciones y, en general, todos los desórdenes, y sobre todo las malas conversaciones. 

-íAy del sacerdote y del clérigo, dijo, que estando encargado de la vigilancia ve los desórdenes y no los impide! Deseo que todos sepan 
y entiendan que con la palabra «murmuraciones» yo no entiendo indicar solamente a los que cortan trajes, sino que me refiero a toda 
palabra, a todo mote, toda conversación que pueda hacer frustrar en un compañero el fruto de la palabra de Dios. Además, quiero hacer 
constar que es un gran mal el permanecer mano sobre mano cuando se conoce algún desorden, sin hacer nada para impedirlo o no 
procurar que lo ataje quien debe y puede hacerlo. 

Uno de los más inquietos dirigió al siervo de Dios una pregunta bastante atrevida: 

-»Y por qué don Julio Barberis entra en el sueño? Usted dijo que había algo para él y él mismo parece que se esperaba un buen 
estacazo... 

El propio don Julio Barbaris estaba presente y, al principio, parecía que don Bosco se resistía a contestar. Pero después, habiendo 
quedado con el Beato algunos sacerdotes nada más; y como por otra parte el interesado mostrase su conformidad, el Beato dijo: 

-Es que Don Julio Barberis no predica bastante sobre este punto, no insiste sobre esto cuanto fuera de desear. 

Don Julio Barberis manifestó que ni en el año pasado, ni durante el año ((50)) en curso había tratado con detención estas materias en 
sus conferencias a los novicios; sintióse, pues, complacido al recibir esta observación y la tuvo presente para el porvenir. 

Dicho esto, subieron todos las escaleras y, después de besar la mano a don Bosco, cada uno se retiró a descansar. Todos, menos 
Barberis que, según lo acostumbrado, acompañó al siervo de Dios hasta la puerta de su habitación. Don Bosco, al comprobar que estaba 
aún preocupado y que no habría podido dormir por la impresión recibida por las cosas expuestas, le hizo entrar en su despacho, cosa 
desacostumbrada en él, diciéndole: 

-Ya que tenemos todavía tiempo, demos algunos paseos por la habitación. 

Y así continuó hablando con él por espacio de media hora. Entre otras cosas le dijo: 
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-En el sueño los he visto todos y en el estado en que cada uno se encontraba: si hacía las veces de gallina, de perro mudo, si estaba en 
el número de los que después de ser avisados comenzaron a trabajar o entre los que no se movieron. De todos estos datos yo me sirvo en 
las confesiones, para exhortar en público y en privado, siempre que veo que mis palabras pueden hacer algún bien. Al principio no hacía 
gran caso de estos sueños, pero después me di cuenta de que causan más efecto que muchos sermones, incluso para algunos son más 
eficaces que una tanda de ejercicios espirituales; por eso me sirvo de ellos. »Y por qué no? En la Sagrada Escritura se lee: Omnia autem 
probate: quod bonum est tenete. Veo que ayudan a hacer el bien, veo que agradan, »por qué mantenerlos secretos? Incluso he podido 
observar que contribuyen a aficionar a muchos a la Congregación. 

-Yo mismo he comprobado, le interrumpió Barberis, de cuánta utilidad han sido estos sueños y cuán saludables son. Incluso narrados 
en otra parte, hacen mucho bien. Donde don Bosco es conocido se puede decir que son sueños suyos; donde no es conocido se pueden 
presentar como una especie de parábolas. íOh, si se pudiese hacer una recopilación exponiéndolos en forma de parábolas! Serían leídos 
por grandes y pequeños, en beneficio de sus almas. 

((51)) -Sí, sí; harían mucho bien, estoy convencido de ello. 

-Pero, tal vez, se lamentó don Julio Barberis, ninguno lo ha consignado por escrito. 

-Yo, replicó el siervo de Dios, no tengo tiempo para ello y de muchos, ya no me acuerdo. 

-Los que yo recuerdo continuó don Julio Barberis, son los que se refieren al progreso de la Congregación y a la dilatación del manto de 
la Virgen... 

-íAh, sí!, exclamó don Bosco. 

E hizo referencia a varias visiones de esta clase. Adoptando después un aire grave y como turbado, prosiguió: 

-Cuando pienso en la responsabilidad que pesa sobre mí en la posición en que me encuentro, tiemblo de pies a cabeza... íQué cuenta 
tan tremenda tendré que dar a Dios de todas las gracias que nos ha concedido para la buena marcha de nuestra Congregación! 
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((52)) 

CAPITULO III 

LAS CONFERENCIAS DE SAN FRANCISCO 

LA fiesta de san Francisco, que caía en sábado, fue trasladada al domingo. Durante la semana siguiente el Oratorio volvió a ver, según 
costumbre, a los Directores de las casas, reunidos en torno a don Bosco, celebrando una serie de conferencias del martes al viernes. 
Llegaron el lunes y se marcharon el sábado, de manera que el domingo siguiente pudieron encontrarse en sus propios colegios para 
predicar y confesar a sus muchachos. 

Las memorias de aquel tiempo nos dicen que su presencia fue portadora de consuelo y edificación. No se apreciaba en ellos el menor 
engreimiento, sino gran familiaridad con los de la casa, gran aprecio recíproco, gran amabilidad con los Superiores y espíritu perfecto de 
concordia y mortificación; pero sobresalía, por encima de todo, el afecto a don Bosco y la reverencia a su persona, de suerte que se 
apreciaba una solicitud general por conocer sus deseos y secundarlos. 

Hemos mencionado su espíritu de mortificación. No había ningún trato especial en la comida, salvo el día de su llegada para celebrarla 
y honrar a los huéspedes, que don Bosco quiso invitar a comer. Pero, lo que hoy casi nos cuesta creer es que no tenían más habitación 
que las pequeñas buhardillas, que todavía existen, en algunas de las cuales se hospedaban dos inquilinos. No ((53)) había otra cosa 
mejor. Tampoco tenían personal destinado a su servicio, sino que, cada cual aseaba su propio tabuco. Las conferencias, que duraban 
muchas horas, mañana y tarde, casi no les dejaban tiempo para salir a la ciudad y visitar a los parientes; pero la alegría reinante atenuaba 
incomodidades y mitigaba el cansancio. Chistes, donaires, carcajadas atronadoras rompían la monotonía de las interminables sesiones, 
como entre buenos hermanos que se quieren y disfrutan al encontrarse juntos después de varios meses de separación. El Beato se 
encontraba feliz y no cabía en sí de gozo en aquel ambiente de familia. El cronista alaba su buen espíritu con estas palabras: 

«En la celebración de la misa, en la preparación y acción de gracias, 
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se nota un recogimiento y un sosiego tal, que indican claramente la caridad, que inflama su corazón». 

»Pero, verdaderamente, tenían que tratar asuntos de mucha importancia? Recordaremos dos ideas que manifestó el Siervo de Dios en 
1875. La primera fue ésta: «Sabiduría y ciencia, prever y proveer». Aquellos primeros Directores, reunidos para conferenciar sobre los 
asuntos internos e íntimos de la Congregación, nos ofrecen el ejemplo de una diligente prevención, secreto de todo buen gobierno. La 
otra idea de don Bosco tiene toda la apariencia de una paradoja: «No tenemos que ocuparnos en nuestras casas más que de cosas 
pequeñas; lo demás corre por sí mismo». 

íCuántos, en cambio, se sentirán tentados a creer que sería mejor hacer lo contrario! Sin embargo, la vida ordinaria no es más que un 
tejido de cosas pequeñas, que arrastran consigo todo lo demás. Como quiera que sea, nosotros, lo mismo que en el volumen anterior, 
daremos también en éste un informe suficiente de cada sesión, refiriendo algo de cada una de las cosas expuestas de viva voz, discutidas 

o deliberadas. 
Prueben los lectores su lectura, y después, el que se canse salte al capítulo siguiente, pues no perderá el hilo de la historia. 

»No parece algo singular que en la primera reunión, presidida por don Miguel Rúa, se ocupasen los Directores del personal, es decir, 
de sus destinos, como lo haría ahora el Consejo ((54)) Superior o un Consejo Inspectorial? »Qué más da? A don Bosco le gustaba 
proceder paternalmente y no autoritariamente. Por eso, así como, a manera de consulta, preguntaba a menudo individualmente a algún 
hermano sobre cosas que ya él había estudiado y resuelto por todos sus costados, de la misma manera le gustaba poner a discusión 
medidas, para las que sin duda no necesitaba tantas luces. En conclusión, se portaba con los suyos como un padre se porta con sus hijos, 
cuando han alcanzado y superado la mayoría de edad. 

En el Oratorio, pues, se veía la necesidad de substituir a don César Chiala en el cargo de catequista de los aprendices. El óptimo 
salesiano estaba enfermo, tanto que murió aquel mismo año. Se propuso poner en su lugar a don Juan Branda, que era prefecto en 
Valsálice, aunque sólo nominalmente, pues el Director don Francisco Dalmazzo concentraba en su persona todos los poderes. Esta 
circunstancia hizo que la discusión se alargase a una cuestión de orden general. La asamblea, cuidadosa guardiana de las costumbres 
legítimas, recordó enérgicamente un principio valedero también hoy día: 

-No se introduzcan abusos, se afirmó. Un Director no debe tener 
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la facultad de interpretar las Reglas como a él le parece, dando al prefecto las atribuciones que él quiere. Cuando el Capítulo Superior 
establece con él, que un determinado sujeto actúe de prefecto, tenga éste en realidad el cargo y las atribuciones de prefecto. Pues es 
verdad que por ahora, mientras vive don Bosco, todos le estamos sujetos y él no tiene más que expresar un deseo para que nosotros 
vayamos a porfía en cumplirlo; puede, pues, él poner, quitar, dar, aumentar, disminuir, transferir atribuciones al que mejor le parezca; 
pero también es verdad que ahora es necesario dar a las cosas una orientación tal que, aun faltando don Bosco, no hayan de surgir 
inconvenientes. 

Esta observación trajo consigo otra no menos grave: que no era bueno que el Director asumiese el papel de prefecto, por dos razones. 
La primera, porque en tal caso tenía que tomar sobre sí la odiosidad de mantener la disciplina, ((55)) con mengua para varias cosas, 
sobre todo para las confesiones 1; segunda, porque, si el Director lo hacía todo por sí mismo, nadie se enteraba de lo que hacía; de 
momento no cabía temer que hubiese inconvenientes, pero eran posibles para el futuro, si no se mantenía firme el principio de respetar 
las atribuciones que las Reglas asignaban al Prefecto. 

Se volvió al caso concreto, se discutió largo rato sobre la persona más idónea para el cargo de prefecto de aquel colegio para hijos de 
familias acomodadas y, por fin, la elección cayó en don Juan Marenco, futuro Obispo y Delegado Apostólico, hombre de presencia y 
trato muy señoriales. 

Los reunidos pasaron después a tratar de los ejercicios espirituales. 
Era costumbre hacerlos en los colegios a fines del año escolar; pero la experiencia demostraba que la época no era muy favorable para 
este fin, y que era preferible trasladarlos a la segunda mitad de marzo o al mes de abril. Razonaban de la manera siguiente: 

-Estos ejercicios son el medio más eficaz para romper ciertas relaciones o amistades peligrosas. Es entonces cuando el joven se 
determina a emprender el buen camino, y toma firmes resoluciones, que le servirán de guía por lo menos durante el resto del año. Por el 
contrario, si los ejercicios se hacen a fines del curso, ya no queda tiempo para poner por obra los propósitos hechos; y, además, 
permitiéndoseles hacer por tanto tiempo lo que quieren, los males se gangrenan. 

1 Al pie del Catálogo de 1875 se lee esta nota: «Pata la buena marcha de la Congregación, para mantener la unidad de espíritu y seguir 
el ejemplo de otros Institutos religiosos se establece un director o confesor fijo, para los que pertenecen a la Sociedad. En Turín, el 
sacerdote Juan Bosco; suplente, el sacerdote Miguel Rúa. En las demás casas, el Director de cada una de ellas, y suplemente, el prefecto, 
etc.». 
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Llegan después las vacaciones y se llevan el escaso fruto que la palabra de Dios ha hecho nacer. 

Se pusieron de acuerdo fácilmente acerca de la fecha y se repartieron entre ellos las pláticas de los mismos. Con esto se cerró la sesión 
de la mañana del martes, 1.° de febrero. 

En la reunión de la tarde, don Miguel Rúa, que presidía, ((56)) comunicó el deseo de don Bosco de examinar qué clérigos podían 
proponerse para las ordenaciones. Cada Director presentó los que en su casa cumplían los requisitos necesarios. Don Francisco Cerruti 
sostuvo que convenía abrir la mano para las órdenes menores, concediéndoselas a los clérigos de primero y segundo curso de teología, ya 
que ello resultaba muy oportuno para contentarlos y alentarlos en su misión y, además, se conformaba con el espíritu de la Iglesia, que 
suele interponer largos intervalos entre una orden y la siguiente. El mismo sistema se aplicó para la admisión a la profesión religiosa. 
Evidentemente las atribuciones de los reunidos no eran las mismas: los Directores tenían voto consultivo y los miembros del Consejo 
Superior, deliberativo. 

Terminada esta parte, don Miguel Rúa hizo una recomendación. En aquellos primeros tiempos concedíase a los Directores mayor 
libertad de acción que ahora; la Congregación no podía organizarse de golpe, como ya vimos en el tomo anterior. Así sucedía que, aun 
sin previo acuerdo con don Bosco, ellos despedían aspirantes, novicios o socios. No se les negaba la facultad de tomar decisiones rápidas 
cuando lo exigían las circunstancias; pero se recomendaba que, por lo menos, se informara de ello al Capítulo Superior, y que esto se 
hiciera pronto, no con la escueta notificación de la salida, sino también con las indicaciones de la fecha, causa y forma de despido. A 
veces, se quería despedir a un aspirante coadjutor y se encontraba cómodo enviarlo al Oratorio; se rogaba que no se hiciera nunca, sin 
dar previo aviso de ello a los Superiores o, al menos, sin entregar al interesado una carta con los informes necesarios y oportunos. 

Lo mismo que el segundo tema no tenía nada que ver con el primero, tampoco el tercero con los otros dos. La Congregación había 
tomado definitivamente su propio puesto en el mundo y tenía conciencia de haber hecho, por así decirlo, su ingreso en la historia, y que 
la historia no basta hacerla, sino que también es preciso escribirla. Pues bien, el beato don Bosco, que había guardado hasta sus ((57)) 
garabatos infantiles, y que no destruía ni siquiera los más humildes documentos 1, 

1 GIRAUDI. El Oratorio de don Bosco, Pág. 88, nota. Turín, Soc. Ed., Internazionale, 1929. 
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poseía en sumo grado el sentido histórico. No nos sorprende, pues, ver que en el orden del día se incluyera también la propuesta de 
nombrar un archivero de la Congregación, cuyo cometido fuese recoger las memorias y preparar la materia que, a su tiempo, pondría el 
historiador en obra. 

Pero, entre tanto, urgía redactar las crónicas locales. Por eso, cada director debía tomar nota de las cosas principales de su colegio, sin 
omitir nada de cuanto don Bosco hiciese o dijese en sus frecuentes visitas. Y, si las circunstancias se lo impidieran, que encargasen de 
ello a algún hermano, proporcionándole la manera de estar informado. 
Escríbase, pues, ante todo, un resumen de la historia del colegio, indicando con exactitud el cómo y el cuándo de su fundación y todo 
acontecimiento de relieve, sin excluir las circunstancias que causaron aumento o disminución del alumnado, desde el principio hasta el 
momento actual. 

A continuación se registrarán los hechos más salientes, a medida que sucedieron. Al terminar un cuaderno, hacerlo copiar con buena 
letra en un libro grande, que no debería salir nunca del colegio, y, en cambio, enviar el cuaderno a la casa madre. íQué tesoro tendríamos 
hoy, si todos hubiesen puesto manos a esta obra; si, al correr de los años, no hubiese quedado sepultado todo en el olvido; si el abandono 
no hubiese dejado perecer casi todo lo poco que se había hecho! El exceso de trabajo es ciertamente una válida circunstancia atenuante, 
pero no quita, ni aligera la pena, ni tampoco impide expresar el deseo y el encarecido ruego de que se piensa algo más en la historia, que 
no es un vano entretenimiento de gente ociosa, sino vehículo de la tradición, escuela de la experiencia y estímulo para mayores éxitos. 

Asuntos y temas relacionados con el Reglamento ocuparon el resto de la sesión. En las dos conferencias anuales y en otras 
extraordinarias se había ido aglomerando en torno al Reglamento ((58)) todo un cúmulo de deliberaciones, que intentaban aclarar ciertos 
puntos; pero que, por no recordarlas fácilmente, caían en el olvido, y nadie las observaba. Don Miguel Rúa examinó las actas, seleccionó 
estas deliberaciones, las juntó formando un cuerpo de notas explicativas del mismo Reglamento, las dividió por capítulos, las clasificó 
por materias y las presentó a la asamblea para su examen. Después de quitar, añadir y cambiar lo que se creyó conveniente, se decidió 
imprimir un librito y enviarlo a todas las casas. Del acta de esta primera discusión resaltan sólo tres cosas: una modalidad, una añadidura 
y una digresión. 

De las normas arriba mencionadas, una serie concernía expresamente a los directores; pareció oportuno que éstas no fueran del 
dominio 
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publico, y se quiso separarlas del resto para enviarlas, en copia manuscrita, a los interesados, sin que en ello hubiera la más mínima 
propensión a hacer algo parecido a las fabulosas Mónita secreta (amonestaciones secretas); se parece más a aquellos «Recuerdos 
confidenciales» para los Directores, tan poco confidenciales hoy día, que son conocidos por lippis et tonsoribus (todos, legañosos y 
barberos). Se trata de normas individuales, que no constituyen ningún corpus iuris, es decir, no tienen que ver con los deberes y derechos 
del director, pero orientan y guían la conciencia para amonestar a unos y exigir a otros. En una palabra, cosas del fuero interno, en el que 
nada tienen que ver los súbditos. 

Para las mismas normas explicativas se propuso, entre otras, añadir una disposición sobre la correspondencia epistolar de los 
hermanos. Al salir un hermano de un colegio o trasladarse a otro, no debía prestarse a llevar cartas o cualquier otra cosa, sin que se lo 
encargara el director local; y, si las llevaba con el debido permiso, no las debía entregar directamente al destinatario, sino al prefecto o al 
director de aquel colegio, para que las viera, si lo creyese oportuno. Y todo el que volvía a su propio colegio, no entregara nada que no 
hubiera pasado por las manos del superior; por consiguiente, ningún hermano diera cartas a quien estuviera a punto de marchar a otro 
destino, sino que las entregara al prefecto, remitiéndose a éste para el envío. 

((59)) El tema de la correspondencia dio pie a una notable observación, a saber, que había escaso carteo entre nuestros hermanos, lo 
cual debía considerarse como un defecto, ya que en las otras Ordenes religiosas se inculcaba la frecuencia de cartas, y que esto se 
consideraba como un medio eficaz para obtener unidad de espíritu, conocerse bien, fomentar la verdadera hermandad, prevenir 
desórdenes y remediarlos inmediatamente, si los hubiera. 

Como suele ocurrir en las discusiones de semejantes asambleas, mientras se anda por las alturas, resulta fácil estar de acuerdo y hasta 
entusiasmarse por una idea; pero cuando se desciende de la teoría a la práctica, entonces se duda, se vacila, surgen divergencias de 
opinión. 

-»Cómo proceder? »Cada cuánto tiempo escribirnos? »A quién escribir? »De qué manera? 

Hubo unanimidad en reconocer oportuno que, cada socio escribiese a don Bosco o al Capítulo Superior, por lo menos tres veces al año, 
con preferencia en tres ocasiones solemnes, por ejemplo, en las fiestas de María Auxiliadora y de san Francisco de Sales y en los 
ejercicios espirituales en Lanzo; creyóse, además, que sería útil tomar nota de los que habían escrito, para que el conocimiento de esto 
espolease a 
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todos a hacer lo mismo. Pero, surgió enseguida una dificultad. Estas cartas pedían respuesta; y los miembros del Capítulo Superior ya 
tenían que atender a demasiados asuntos, para que les quedase tiempo de cargarse, por añadidura, también con éste. Se cortó la 
discusión, reservándose hablar de ello con don Bosco, y, en su nombre, se suspendió la discusión a hora avanzada. 

Toda la conferencia de la mañana del segundo día se dedicó a examinar y ponderar las notas explicativas del Reglamento. Podra 
siempre reportar alguna utilidad el conocer cómo pensaban sobre ciertos detalles de la vida practica salesiana los antiguos directores, 
presididos por el siervo de Dios don Miguel Rúa, que siempre se creyó en el deber de ser portavoz e intérprete del Beato fundador. Hay 
seis puntos que nos parecen dignos de consideración. 

1.° Los cambios de horario. Hubo un tiempo en el que la clase de canto ((60)) se daba después de cenar; mas tarde, uno tras otro, todos 
los colegios acabaron por ponerla antes de la cena. Por otra parte, siendo cosa muy sabida la importancia que el beato Padre daba a la 
integridad y uniformidad del horario establecido, se quería que este cambio fuera sancionado por la autoridad. La experiencia hecha 
animaba a mantenerlo. Los muchachos sacaban mas provecho a aquella hora; los maestros daban la clase mas a gusto en aquel tiempo; 
con este arreglo había mas orden y se perdía menos tiempo, porque los grupos iban directamente del salón de estudio a la clase de canto 

o al repaso, mientras que, después de la cena, resultaba mas difícil y mas lento juntar a los alumnos 1. Sin embargo, la dirección del 
Oratorio no quiso admitir el cambio de horario, sin la previa aprobación de don Bosco. 
2.° Coloquio mensual. »Convenía tratar en él cosas de conciencia? 
Hoy día el Código de Derecho Canónico ha cortado por lo sano: Omnes religiosi Superiores districte vetantur personas sibi subditas 
quoquo modo inducere ad conscientiae manifestationem sibi peragendam 2. La cuestión ya había sido resuelta también negativamente en 

1 Los muchachos del Oratorio, al salir del comedor, iban unos al patio; otros, voluntariamente, a clases de repaso con profesores 
señalados para ello, y otros a clase de canto. Como no formaban filas, se necesitaba tiempo para reunir las dos últimas categorías, lo cual 
obligaba a acortar la lección, porque era preciso suspender todo a la hora convenida. Acudían a las clases de repaso los más atrasados. 

2 Can. 530, & 1. (El nuevo Código de Derecho Canónico (1983) reproduce en su canon 630, & 5, las mismas palabras: «Sin embargo 
se prohíbe a los Superiores inducir de cualquier modo a los miembros para que les manifiesten su conciencia». Queda, por tanto, bien 
clara la norma sobre la manera de proceder de los superiores: Aunque por el canon 968, & 2, tienen la facultad de oír confesiones de sus 
súbditos, no deben hacerlo si éstos no se lo piden espontáneamente, y deben respetar su libertad en lo que atañe a la manifestación de su 
conciencia. (N. del T.) 
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otra ocasión por los nuestros. Pero hubo acuerdo en que era bueno indagar sobre las inclinaciones y hábitos en lo que éstos no 
constituían materia de confesión, porque su conocimiento redundaba también en provecho de los súbditos y de esa manera era posible 
asignar a cada uno ocupaciones más conformes con sus aptitudes y saber cómo dirigirlos en materia de obediencia, si con maneras 
suaves o más enérgicas. Lo mismo que en reuniones anteriores, también en ésta se llamó encarecidamente la atención de los directores 
para que recibiesen el coloquio con regularidad; pues debe considerarse como un medio eficacísimo para gobernar bien los colegios. 

((61)) 3.° Conferencias quincenales. Unos pensaban que eran demasiado frecuentes para encontrar materia a desarrollar o a tratar en 
tan breves intervalos. Otros opinaban que el problema estaba en encontrar tiempo para lograr reunir durante el día a todos los hermanos y 
en juntarlos después de las oraciones de la noche, cuando estaban cansados y no se podían abreviar. 

Hubo quien propuso el ejemplo de algún colegio, donde las conferencias se daban a las cinco de la tarde, confiando la asistencia del 
salón de estudio, durante aquella media hora, a alguno que no perteneciese a la Congregación; que era aquél el momento elegido en el 
Oratorio para la conferencia de los novicios; »por qué, pues, no introducir la misma costumbre en todas partes? Don Miguel Rúa dijo: 

-Desde luego, la conferencia a las cinco de la tarde traerá su inconveniente y será preciso confiar a alguno la asistencia del estudio. 
Con todo, no me parece grave; cuídese tan sólo de no confiar este cometido siempre al mismo hermano, sino que se alternen los socios, y 
el que no asista a la conferencia haga que alguno de los que asistieron a ella le cuente lo que se ha dicho. Don Bosco da mucha 
importancia a estas conferencias. 

4.° Ritos sagrados. Una nota ordenaba a los sacerdotes que estudiaran a fondo las ceremonias; hubo quien reprochó la prisa con que 
algunos sacerdotes salían al altar y volvían de él. Dijo don Miguel Rúa: 

-Es una costumbre, desgraciadamente muy generalizada entre el clero diocesano, la prisa; tal vez sólo los Filipenses guardan aquí en 
Turín la gravedad que pide la santidad de la acción. Tampoco se puede acusar de este apresuramiento a casi todos los nuestros; al 
contrario, parece que, excepto en los Filipenses, en ningún otro lugar se procede con más gravedad que entre nosotros. Sin embargo, 
empieza a verse esta prisa en algunos miembros de la Congregación; por eso cada director debe recomendar a sus sacerdotes un porte 
decoroso en los ritos sagrados. Podrá parecer cosa de escasa monta; y, sin embargo, 
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edifica mucho a los fieles, además de que así lo requiere la santidad del acto. Propiamente sería cometido de los catequistas vigilar esto; 
((62)) mas por ahora nuestros catequistas son demasiado jóvenes y tienen poca autoridad sobre los otros sacerdotes; algunos son todavía 
clérigos. Por tanto, tome sobre sí el director esta incumbencia y procure que in incessu (a la salida) e in recessu (a la vuelta) se proceda 
con toda gravedad en las ceremonias de la misa. 

Hubo otra crítica, con invitación a corregirse y corregir a los demás, para aquellos que mascullaban las palabras de las oraciones a la 
ida y a la vuelta del altar, al hacer la preparación o dar gracias, o al rezar el breviario. íQué manera más fea de rezar! íY qué molestia 
para los que están cerca! 

5. ° Publicaciones. Un artículo del Reglamento decía: «No se mande imprimir nada sin consentimiento del Capítulo Superior». Para su 
observancia se vio la necesidad de designar a un miembro del mismo Capítulo, con el encargo de conceder este consentimiento. Pero que 
no actuara a su arbitrio, sino que informara de ello a los Capitulares y examinara él mismo el trabajo o lo hiciera examinar por persona 
competente. Se decidió reservar la última palabra a don Bosco sobre este asunto. 
6.° Envío de nuestras publicaciones a las casas. Era costumbre enviar a cada colegio dos ejemplares de los libros impresos por nuestra 
cuenta, pero no de los libros impresos por cuenta de autores extraños. Que se siguiera enviando a cada hermano un ejemplar de las 
Lecturas Católicas; y un número suficiente de ejemplares de las obras de la Biblioteca de los clásicos a los profesores. 

Puso fin a la reunión el anuncio de la conferencia general, presidida por don Bosco, a las cinco de la tarde. 

Fue ésta una sesión solemnísima, en la que tomaron parte todos los hermanos del Oratorio, incluidos los novicios y los aspirantes, en 
total ciento cincuenta y seis. Se reunieron en la iglesia en San Francisco de Sales. Los Capitulares y los Directores se sentaron en círculo 
en el presbiterio, de cara a la asamblea. Don Bosco estaba en el medio, al pie del altar. Abrió él la sesión diciendo: 

-Queridos hermanos míos, henos aquí reunidos, según la costumbre de años pasados, con ocasión de esta fiesta de san Francisco de 
Sales, para conocer la marcha ((63)) sanitaria, material, científica y también moral de cada una de las casas de nuestra Pía Sociedad, que 
nos será expuesta por sus directores, aquí presentes. Empezará a hablar el director de la casa más antigua y seguirán los demás, por orden 
de antigüedad de las casas; a continuación, se dará el informe del Oratorio. 
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Al final hablaré yo, no de una casa en particular, sino de la marcha de la Congregación y de las cosas principales acaecidas durante este 
año, que fueron muchas. Tiene la palabra el Director de Borgo San Martino. 

Don Juan Bonetti dijo que su colegio era demasiado pequeño para la enorme cantidad de peticiones que se recibían; que no había hasta 
el momento ningún enfermo en casa; que los hermanos necesitaban freno en su trabajo, pues los mismos profesores normales querían 
encargarse de los repasos por la noche; que todos estos trabajos se vieron coronados con el aumento de vocaciones al estado religioso y 
eclesiástico, fruto de las florecientes Compañías religiosas. Las escuelas municipales, confiadas a los Salesianos, se habían ganado, con 
sus buenos resultados, la confianza de las familias y de las autoridades locales; tenían ciento treinta alumnos. Habiendo caído enferma la 
maestra municipal, nuestras hermanas (así se decía entonces), que habían abierto una casa el año anterior en el colegio, iban a dar clasea 
las niñas con inmenso placer de la población, que ansiaba que la instrucción femenina pasara definitivamente a sus manos. Además, las 
hermanas, con su diligencia en el cuidado de la ropería del colegios tenían muy contentos a los padres y contribuían con sus oraciones a 
la buena marcha del colegio. En efecto, la frecuencia de los sacramentos, la moralidad y la aplicación florecían tanto, que era necesario 
dar gracias al Señor por ello. Terminó recomendando su propia casa a las oraciones de los hermanos. 

Levantóse a continuación don Juan Bautista Lemoyne, y dio un buen informe a los hermanos del colegio de Lanzo, donde todos 
formaban un solo corazón y una sola alma, donde su laboriosidad era tal, que le permitía afirmar, que también en Lanzo se trabajaba y se 
trabajaba mucho. 

((64)) Hacía dos años que los alumnos gozaban de perfecta salud, que parecía se debía atribuir a dos precauciones, a saber, no se 
permitía a los muchachos beber agua después de cenar y se les obligaba a hacer el recreo bajo los pórticos. Había doscientos veinte 
alumnos internos y ciento treinta externos. Estos últimos asistían a clase en nuestras escuelas municipales y, por consiguiente, también a 
las reuniones dominicales. Faltaba un lugar de recreo para el oratorio, pero pensaba en ello el arcipreste Albert, que preparaba una capilla 
para este fin. 
Tres sacerdotes iban a celebrar la misa en las iglesias del pueblo. El director agradecía a los Superiores la óptima marcha moral y 
religiosa del colegio, por el excelente personal que le habían proporcionado. 

Don Juan Bautista Francesia informó sobre su colegio de Varazze. 
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Los alumnos gozaban de salud envidiable, suficiente aplicación, vivo espíritu de piedad y animadísimos recreos. La casa tenía los 
alumnos que cabían, es decir, ciento treinta; había tenido que rechazar muchas peticiones. Las escuelas municipales y las nocturnas, 
atendidas por los nuestros, marchaban excelentemente. En el oratorio de San Bartolomé había reunión mañana y tarde de muchachos no 
estudiantes; los estudiantes externos iban a la capilla de la Asunción para el oratorio festivo. Terminó con grandes elogios de su 
personal, que recomendó a las oraciones de los hermanos. 

Don Francisco Cerruti habló del colegio y liceo de Alassio. Tenían aquellas escuelas municipales quinientos alumnos, de los que 
ciento sesenta eran internos, ya que no cabían más en los locales. No tenía que decir sino elogios de la marcha material y moral; pero 
lamentó el perjuicio que causaban las vacaciones en los muchachos. Era algo que aterrorizaba: modelos de piedad y de moral que habían 
vuelto al colegio aborreciendo todo lo que sabía a iglesia... Vista la insuficiencia de los medios humanos, había recurrido a la oración y 
había tenido evidencia de su eficacia; en las novenas de la Inmaculada y de Navidad había logrado despertar el fervor y poner en marcha 
todas las Compañías, de modo que, por fin, florecía de nuevo la piedad con la frecuencia de los sacramentos. ((65)) Concluyó diciendo 
que el espíritu de los hermanos era bueno, que los muchachos externos acudían al oratorio festivo, que los internos eran muy aplicados y 
que abrigaba la esperanza de que, como el año anterior, también en el presente abrazarían algunos la carrera eclesiástica. Esperaba 
todavía que, gracias a las oraciones de los hermanos, se mantendría vivo en la casa de Alassio el fuego de la caridad y del celo por la 
salvación de las almas. 

Don Francisco Dalmazzo tenía la satisfacción de poder anunciar que en su casa de Valsálice el número de alumnos había subido de 
treinta a sesenta; pero que no se podían compensar los gastos con las entradas, debido a los sueldos que se debían pagar a los profesores 
externos. La aplicación, la piedad, la frecuencia de sacramentos, las Compañías, el trabajo de los Salesianos no dejaban nada que desear; 
en cuanto a salud, hasta entonces no había habido ningún enfermo. 

-Sean dadas gracias al Señor, exclamó, porque probablemente este año nos prepara alguna vocación. 

Don Pablo Albera contó que en Sampierdarena estaba terminado el edificio y que era tan capaz como para duplicar los ciento veinte 
alumnos de entonces. Se trabajaba y se estudiaba mucho; no había motivos para quejarse de la salud, pese a la situación de la casa, 
expuesta a viento continuo. El comportamiento de los muchachos y de los 
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hermanos ya había devuelto al redil alguna ovejita extraviada, es decir, algún sectario de la ciudad; la población aceptaba muy bien a los 
Salesianos. Algunos hermanos iban a enseñar el catecismo los domingos a varias iglesias; acudían a la casa muchos jóvenes externos, a 
los que se les enseñaba la doctrina cristiana en las clases, y después se los llevaba a la iglesia para la bendición eucarística. Los Hijos de 
María Auxiliadora eran treinta. 

-Rezad, dijo, para que nuestra casa pueda dar frutos abundantes de caridad cristiana. 

Don Santiago Costamagna, que dirigía las Hijas de María Auxiliadora en Mornese, contó a los oyentes los rápidos progresos de esta 
institución, verdadero grano de mostaza, que se convertía en un gran árbol. Las hermanas pasaban ya del centenar; ((66)) había continuas 
peticiones de ingreso, pero necesitaban ser ayudadas por el Oratorio para mantenerse. Aquellas buenas hijas podían servir de modelo por 
su humildad y su espíritu de abnegación; se preveía que serían preciosos auxiliares también en las misiones. Desgraciadamente la salud 
dejaba mucho que desear; dos de ellas se encontraban en trance de muerte. La comunión de cada mañana, podía calificarse de general. 
Pasaban de treinta y cinco las educandas; y tenían también a su cargo las escuelas municipales de las niñas. Las de los muchachos 
estaban confiadas a un Salesiano. Monseñor Sciandra había aprobado por aquellos días las reglas del Instituto. Por último, se encomendó 
especialmente a sí mismo a las oraciones de todos. 

Don José Ronchail, director de la casa de Niza, se lamentó de la pobreza de su situación. Eran entre todos nueve personas, a saber: 
cinco muchachos, dos clérigos, el cocinero y el Director. Los muchachos eran tan pocos, debido a las leyes de Francia. Todo el que 
quisiera enseñar un arte u oficio a un joven, antes tenía que aprender él mismo a leer y escribir en lengua francesa. El sacerdote 
extranjero tenía que pasar dos años en Francia para poder enseñar latín. Cada sacerdote no podía tener más de cuatro alumnos. »Cómo, 
pues, se podía admitir a más muchachos y darles clase? Para poder reunir el domingo a los chiquillos y enseñarles catecismo y para estar 
autorizados a tener en casa a algunos y darles clase, los Salesianos recurrieron al Gobernador, de religión protestante, el cual les 
concedió lo que pedían, tras reiteradas instancias. Se temía que los nuestros trabajaran por fines políticos, a saber, que favoreciesen a 
hurtadillas las maniobras de los que fomentaban la anexión de Niza a Italia. Fueron, pues, examinados a fondo sobre este punto. Un 
comisario fue a inspeccionar la casa y, como encontró a los muchachos en el patio y que el director guardaba cama, 
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informó a la Autoridad de que en aquella casa no se daba clase. De improviso, a los pocos días, llegó por escrito la licencia del 
Gobernador diciendo que, visto el bien que se proporcionaba a la ciudad y dada la ausencia de finalidades políticas, se concedía dar clase 
y catequesis. 

((67)) -En Francia, dijo don José Ronchail, se trabaja mucho los domingos, pero la ley prohíbe mandar trabajar en este día a los 
muchachos menores de dieciséis años. El Gobernador está dispuesto a hacer que se observe mejor este artículo de la ley, y la población y 
las autoridades están contentas de nosotros. Algunos hablan mal de nuestra casa, otros bien, y otros son indiferentes. Muchos nos han 
prometido ayuda, pero no debemos confiar en los hombres, sino en el Señor. Nos recomendamos a las oraciones de todos, porque Niza 
necesita mucho que se trabaje por su bienestar. 

En cuanto don José Ronchail acabó, tomó la palabra el Beato. 

Como ya es algo tarde, y dentro de unos minutos sonará la campana para ir a la iglesia, me limitaré a decir una cosa muy importante; y 
de la casa de Turín, del Oratorio, se hablará mañana por la tarde, cuando nos reunamos a la misma hora de hoy. Lo que hoy deseo 
recomendar a todos los directores es que, al volver a sus casas, enseñen a los hermanos y a los muchachos a redactar las cartas. 
Desgraciadamente no se escriben bien y el que las lee y examina no da el merecido reproche al que la escribió, sino a toda la 
Congregación. Y no lo digo porque en general se haya observado este defecto en las cartas recibidas, sino porque hay que prevenir los 
inconvenientes. 

La escritura de las cartas tiene más importancia de la que, a primera vista, parece; mucha gente se forma buena o mala opinión de la 
casa sólo por esto, es decir, examinando las cartas, que salen de esta casa o de los miembros de nuestra Congregación; y la alabanza o el 
reproche que se merece uno solo, las más de las veces revierte sobre toda la casa y la Congregación, como si no supiéramos enseñar a 
redactar una simple cartita. 

Póngase, pues, siempre atención para que las cartas estén bien por su fondo y por su forma; esto es, que lo que se quiere decir esté bien 
expresado. Procuren todos evitar los errores gramaticales y las faltas de ortografía. Además, la letra sea siempre inteligible, pues sucede, 
a veces, que no se logra ser entendido por la persona a quien se escribe, lo cual es una verdadera descortesía. 

Se empieza una carta poniendo primero, en la parte superior, el lugar de donde se envía y la fecha, con el día, mes y año, que no debe 
colocarse entre el encabezamiento y el escrito. 

No se debe comenzar la carta enseguida diciendo por ejemplo: Queridísimo amigo, te comunico que etc., todo seguido en el mismo 
renglón; sino que ((68)) se pone el encabezamiento en un renglón y después más abajo se empieza la carta. 

También me parece muy importante saber bien el tratamiento que debe darse a las distintas clases de personas; este título de cortesía 
debe colocarse por entero y no abreviado, en la parte superior de la hoja y hacia la izquierda. La fecha va más arriba 
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del título, pero a la derecha, y si se pone en el fondo de la carta, entonces se colocará al lado izquierdo del papel. Cuando se escribe a 
personajes distinguidos, no se debe empezar la carta en la parte superior del papel, sino que hay que dejar la primera mitad en blanco. 
Asimismo, la firma debe ponerse abajo, en el fondo del papel, dejando en blanco la parte que queda entre el cuerpo de la carta y la firma, 
la cual debe ponerse siempre hacia la derecha. Las palabras de despedida «de V. S. ilustrísima», van siempre a la izquierda, 
inmediatamente después de la carta, y precedidas de la consabida fórmula de respeto «tengo el honor», etc. 

Creo que estas y otras cositas semejantes son de mucha importancia, especialmente para los clérigos y los socios de nuestra 
Congregación. 

Recomiendo, pues, de nuevo a los directores que, al regresar a sus casas, insistan sobre este punto, también a los alumnos confiados a 
sus cuidados. Si se observa esto cuidadosamente, acaba por ser de mucha utilidad 1. 

Durante aquellos días, los directores de las casas y los sacerdotes del Oratorio rodeaban al Siervo de Dios siempre que podían. El, por 
su parte, aprovechaba todas las ocasiones para oír a cada uno de los directores en particular, y darles normas individuales según los 
casos. 
Esto le proporcionaba una íntima satisfacción, que le compensaba de los muchos disgustos, que los lectores no ignoran. 

Por la noche del 2 de febrero, segundo día de las conferencias, hubo algunos sacerdotes, que conversando familiarmente con él después 
de la cena, tocaron el tema del cronista, del que se había hablado en la sesión de la tarde del día anterior. Todos se daban cuenta de la 
importancia que ello tenía. Entonces expuso el Beato ampliamente su pensamiento y dijo cosas notables, que don Julio Barberis 
introdujo en su pequeña crónica y que nos parece útil trasladar aquí integramente. Dijo don Bosco así: 

Lo más apremiante y que convendrá hacer, lo antes posible, es que cada director escriba brevemente la historia de su colegio, desde la 
fundación hasta el presente y, a continuación, que siga registrando en ((69)) forma de crónica, o por años, los sucesos más importantes 
de su colegio. Al redactar la primera parte, que se refiere al pasado, debe anotarse especialmente la fecha de la fundación, el desarrollo y 
sucesiva ampliación del edificio, el número de alumnos y su creciente aumento de año en año, la condición de los mismos, su bondad, su 
asiduidad en la recepción de los sacramentos y la moralidad. Quién vistió la sotana cada año, quién ingresó en la Congregación. Qué 
relaciones hubo con las autoridades municipales y con la población. Funcionamiento de las escuelas externas, nocturnas y oratorio 
festivo, etc., anotando, por cuanto fuere ello posible, las causas que produjeron determinados resultados, los medios que se emplearon 
para obtener una y otra cosa, las dificultades que hubo que vencer y cómo se vencieron. 

1 Estos detalles, con las normas de la época, ponen una vez más de manifiesto la metodología práctica de la pedagogía de don Bosco. 

(N. del T.) 
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Y después, progresivamente año tras año, registrar todas las cosas de la manera que he dicho, el número de alumnos, la fecha de 
inauguración y fin del curso, especificando detalladamente la cantidad y calidad del personal que actúa en cada colegio, etc., etc. 

Año tras año, cada director hará trasladar esta crónica a otro libro mayor, con buena letra, que se conservará en el archivo del colegio, 
y el original o una copia del mismo, a medida que esté terminado un cuaderno, se enviará a Turín, para que los Superiores conozcan bien 
la marcha de los colegios y puedan tener una norma y una historia de toda la Congregación. 

Yo he escrito ya sumariamente diversas cosas que conciernen al Oratorio, desde sus comienzos hasta ahora; es más, hasta el año 1854 
he escrito muchas cosas detalladamente. En 1854 comenzamos a hablar de la Congregación, y las cosas adquieren inmensas dimensiones 
y toman otro cariz. He pensado que este trabajo será muy útil para los que vengan después de nosotros, y para dar mayor. gloria a Dios, y 
por eso porcuraré seguir escribiendo. En este punto, no hay que tener consideraciones con don Bosco ni con nadie. 

Veo que la vida de don Bosco está del todo entretejida con la de la Congregación; y, por tanto, hablemos de ella. Es preciso que se 
conozcan muchas cosas para mayor gloria de Dios, salvación de las almas y mayor incremento de la Congregación; porque, digámoslo 
ahora aquí entre nosotros, las demás Congregaciones y Ordenes religiosas tuvieron en sus comienzos alguna inspiración, alguna visión, 
algún hecho sobrenatural, que dio empuje a la fundación y aseguró su establecimiento; pero, en la mayoría de los casos, la cosa no pasó 
de uno o pocos de estos hechos. En cambio entre nosotros, las cosas proceden muy diversamente. Puede decirse que no hay nada que no 
se haya conocido de antemano. La Congregación no dio ni un paso que no fuera aconsejado por un hecho sobrenatural; no hubo cambio, 
mejora o ampliación que no fuera precedida por una orden del Señor. Por eso creo que aquí hay que dejar al hombre. »Qué me importa, 
pues, que se hable bien o mal de todo esto? »Qué más me da que los hombres me juzguen ((70)) de una u otra manera? Que digan o que 
hablen, monta poco para mí; no seré más ni menos de lo que soy a los ojos de Dios. Pero es necesario que las obras de Dios se 
manifiesten. Nosotros, por ejemplo, habríamos podido escribir todo lo que nos sucedió antes de que sucediera y escribirlo 
detalladamente y con exactitud. Y algunas cosas ya las había escrito para ni norma y consuelo. 

Tercer día. Don Miguel Rúa presidió la sesión de la mañana. Se reanudó la discusión sobre las notas aclaratorias del Reglamento. 
Destacamos seis cosas más, dignas de mención. 

1.ª La merienda de los clérigos. »Convenía dejar a los clérigos libertad para merendar, o era preferible que se abstuviesen de ello? Se 
opinó que don Bosco se inclinaba al no, aunque nunca se había pronunciado explícitamente. Había dicho, en una conferencia a los 
novicios, al recomendarles no comer ni beber fuera de las comidas: 

-Si las ganas de comer os lo piden, podéis merendar libremente, pero... 

El Capítulo dejó la cuestión en el aire, aunque observando que no había necesidad, pues la comida que se daba al mediodía era 
suficiente, 
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tanto más cuanto que en ninguna Orden o Congregación se acostumbraba merendar. Sin embargo, no se allanaron algunas divergencias. 

2.ª El cargo de catequista. Aquí la discusión se propasó. El tema era delicado. »No debía ser el catequista director de los clérigos? »No 
era la segunda autoridad del colegio? »No tenía en los asuntos espirituales la misma autoridad que el prefecto en los materiales? Por otra 
parte, los catequistas de los colegios solían ser demasiado jóvenes, y ordinariamente compañeros de algunos clérigos; carecían, por tanto, 
de la necesaria autoridad. Pareció preferible establecer que fuera el director quien ejerciese el cargo de catequista para los hermanos. 
Claro que, de este modo, siempre había el peligro de que con el ejercicio de este cargo hubiera desavenencias entre el director y un 
hermano; pero, tal como estaban las cosas, no se veía otra salida. Andando el tiempo, cuando hubiera sujetos maduros en mayor número, 
se remediaría este inconveniente. 

((71)) 3.ª Entrada en el aposento ajeno. Lo prohibía el Reglamento. 
Así, pues, cada uno debía resolver por sí mismo el aseo de la celda, salvo el director y el prefecto, que no tenían tiempo para ello y 
recibían visitas en su propio aposento. Pero el director y el prefecto habían de servirse para ello de un coadjutor y no de un alumno. En el 
colegio de Valsálice, donde los criados hacían las camas de los alumnos, podían también arreglar las celdas de los clérigos, para no dejar 
a éstos en situación de inferioridad ante los alumnos. 

4.ª Texto de religión. Se necesitaba adoptar un manual de sólida formación religiosa para el bachillerato universitario y para el grado 
superior. En aquel momento no se encontró otro más a propósito para este fin que el libro del canónigo Giovannini, el cual combatía con 
sólidos argumentos los errores del día y explicaba satisfactoriamente los dogmas recién definidos. 

5.ª Vestido y calzado. Un artículo decía: «Ninguno tenga más de dos sotanas y dos pares de zapatos». Algunos lo encontraron algo 
restrictivo; otros, por el contrario, lo calificaban de muy conveniente para cerrar así la puerta a ciertos abusos. Lo dejaron tal como 
estaba. 

6.ª Libro personal de cuentas del director. Otro artículo pedía que el director llevase un libro de cuentas separado, donde anotar todos 
los gastos. »No parecía un duplicado superfluo? Ya había en la administración un libro de contabilidad general de entradas y salidas, y 
esto podía ser suficiente. Pero don Miguel Rúa demostró la necesidad del libro del director, para descargo de responsabilidades en las 
cuentas particulares. Con esto se cerró la sesión. 

Las funciones de iglesia del día anterior, fiesta de la Purificación, 
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habían obligado a suspender la conferencia general; así que se reanudó en la tarde del 3 de febrero. Asistieron a ella todos los profesos, 
novicios y aspirantes del Oratorio, que volvieron a juntarse en la iglesia de San Francisco de Sales. 

((72)) Don Luis Guanella, director del Oratorio externo de San Luis en Puerta Nueva, fue el primero en hablar. Dijo que acudían 
asiduamente a las funciones dominicales doscientos cincuenta muchachos pobres, de buen corazón. Su gran aliciente era la Compañía de 
San Luis, algún regalito una vez al mes y algún paseo que ayudaba mucho para animarlos a ser buenos. 

Deseaba el Director que los buenos catequistas, estudiantes y aprendices, enviados por el Oratorio de San Francisco, se ejercitaran en 
explicar llanamente algunas de las principales dificultades, para estar preparados a dar las explicaciones, que les pedían los muchachos. 

Don Domingo Milanesio, director del Oratorio externo de San Francisco, espetó una media conferencia. Su Oratorio abarcaba tres 
clases de muchachos: estudiantes, aprendices y los que sólo iban los domingos. Los estudiantes tenían clase por la mañana y por la tarde, 
los aprendices por la noche. En la iglesia se seguía con las mismas funciones que don Bosco hacía en sus tiempos. Cada domingo se 
distribuían de ciento cincuenta a doscientas comuniones, gracias al celo y paciencia de algunos sacerdotes de la casa. Se atendían 
especialmente la Compañía del clero infantil y la de San Luis. Cada semana se celebraba una conferencia con los catequistas y en ella se 
leían y explicaban algunas normas, hijas de la experiencia, sobre la manera de conocer a los muchachos y de saber tomar a cada uno por 
su lado. Dio especialmente relieve a tres cosas: 

1.ª Dividir el catecismo en partes y enseñar a los más pequeños lo estrictamente necesario. Luego, ir ampliando los conocimientos de 
los mayorcitos, a medida que crecían en edad e inteligencia, de forma que un muchacho, al cabo de un determinado plazo, pudiese 
conocer y saber todo el catecismo. 

2.ª Para lograr que se guardase silencio en la iglesia, el catequista debía moverse poco de su sitio, hablar y corregir en voz baja y, en 
vez de echar de la iglesia o poner de rodillas a los revoltosos, dejarlos en su sitio y, después, ((73)) enviarlos al Superior, para que les 
hiciera las oportunas amonestaciones. 

3.ª También se había experimentado el buen resultado que daba reunir a los muchachos cerca de la puerta de la iglesia antes de entrar. 

Pero los catequistas debían encontrarse ya en sus puestos para 
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recibirlos. Al entrar en la iglesia, entonar una canción piadosa, para cubrir los inevitables ruidos. 

Había ciento veinte alumnos matriculados en las escuelas diurnas, y no todos asistían con asiduidad por incuria de los padres. Pero, 
desde que se ordenaron los registros, y se comunicaba a los padres las ausencias de sus hijos, ya vigilaban un poco más su conducta. 
Unos sesenta se confesaban cada sábado y cinco o seis comulgaban todos los domingos. 

Los aprendices de las escuelas nocturnas eran muy buenos; a principio de curso había unas cincuenta comuniones. Se les enseñaba 
catecismo, lectura, escritura, aritmética y canto. Y se insistía cada semana para que acudieran a confesarse. 

-Esto parece molesto, añadió don Domingo Milanesio; pero se ha comprobado que les hace muchísimo bien. En las solemnidades 
principales se distribuyen hasta trescientas comuniones. 

Concluyó don Domingo Milanesio su discurso con una acción de gracias y un ruego. Agradeció cordialmente a los Superiores la ayuda 
material que prestaban al oratorio festivo y les rogó encarecidamente que siempre lo tuvieran bajo su directo patrocinio, ayudándolo 
también con sus oraciones. 

Por último llególe el turno al Oratorio interno. Había correspondido informar a don José Lazzero que hacía aquel año de vicedirector 
en lugar de don Miguel Rúa. Pero, a petición del mismo, el Capítulo Superior había consentido, en la sesión del día 27 de enero, que 
siguiera don Miguel Rúa dando el informe de la casa madre. 

He aquí brevemente su relación, dividida en cuatro partes, ((74)) de acuerdo con los grupos de personas, que componían el Oratorio. 

1.ª Miembros de la Congregación. Progresaban en el verdadero espíritu religioso y en la caridad, lo cual debía atribuirse a la mayor 
regularidad en el ejercicio mensual de la buena muerte, en la meditación diaria, a las cinco de la mañana para unos y a las nueve para los 
otros, en la lectura espiritual de la tarde y en la lectura constante durante la comida y la cena. 

2.ª Novicios. Aquel año vivían separados del resto de la casa; todo lo tenían aparte: patio, comedor, iglesia, dormitorio y sala de 
estudio. 
Eran unos sesenta, número nunca alcanzado hasta entonces. Se esperaba un buen resultado. Ardían en celo por el propio bien y el del 
prójimo. 

3.ª Estudiantes. Eran muy numerosos y buenos. Exito de los exámenes muy satisfactorio, lo mismo en el Oratorio que fuera. Su 
espíritu 
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de piedad se exteriorizaba en las obras. En muchos se había alcanzado la finalidad que se propone nuestra Congregación, pues de los 
cuarenta y cinco alumnos del último curso, cuarenta habían vestido sotana, proporcionando así a los Salesianos un grueso contingente 
para poder extender su radio de acción hasta fuera de nuestros países. Habían contribuido eficazmente a ello las Compañías, pero la de la 
Inmaculada dejaba algo que desear, en cuanto a la regularidad de las conferencias. Se la consideraba como el último peldaño para 
ingresar en la Congregación. 

4.ª Aprendices. Había cosas en extremo consoladoras. Más regularidad que en los años anteriores; clases muy ordenadas; catequistas 
celosísimos para enseñarles las verdades de la religión, asistentes unánimes para promover entre ellos la piedad y la caridad. 

-Espero, afirmó don Miguel Rúa, que se obtendrán óptimos y abundantes frutos; mas, para ello, hay que decidirse a vencer y renunciar 
a la propia voluntad. Y no lo digo porque falte entre nosotros este espíritu de sacrificio, sino porque sin él será muy poca la eficacia de 
nuestros trabajos y escaso el mérito y el bien que puede obtener el que los hace. 

((75)) Siguiendo el ejemplo de todos los demás, recomendó la propia casa a las oraciones de la Comunidad. 

Una vez terminadas las relaciones de cada uno de los directores, tomó la palabra el Beato y pronunció este, por muchos motivos, 
importantísimo discurso. 

De los informes de cada uno de los colegios, casas y oratorios expuestos ayer y hoy, debemos sacar motivo para alegrarnos y agradecer 
muy mucho al Señor, que ha querido que todas nuestras cosas marcharan bien y quedaran cumplidos nuestros deseos. Todas nuestras 
casas rebosan de muchachos, de buenos muchachos, y los hermanos están muy animados a hacerles el bien: el literario y el moral. En 
todo hay siempre un mejoramiento progresivo. 

Pero en lo que se ha dicho no se mencionaron varias casas de Turín dirigidas por nuestra Sociedad. No se ha hablado del Oratorio de 
San José, adonde van algunos de nuestros hermanos todos los domingos y durante la cuaresma para la catequesis, sin preocuparse por la 
distancia, ni por la intemperie de las estaciones. Las cosas marchan muy bien en él, gracias a los cuidados que se dedican a los 
muchachos pobres, y a la actuación del benemérito señor Uccelletti, fundador, propietario, sostenedor, catequista de aquel oratorio y 
solícito asistente de los muchachos más indisciplinados y más díscolos. Está también la familia de San Pedro en Borgo San Donato, y 
está el taller de San José aquí cerca de nosotros, en cuyas obras también toman parte nuestros socios. 

Para expresar ahora mi pensamiento sobre la Congregación en su conjunto, debo anunciar que está en alza, ya sea por la continua 
fundación de nuevas casas, ya sea por el crecimiento del espíritu religioso. Esto nos debe animar a redoblar nuestros 
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esfuerzos y trabajos, al ver cómo los bendice el Señor. El número de los que ingresan en la Congregación, demos siempre gracias al 
cielo, es algo muy satisfactorio. Son ya trescientos treinta los socios que la componen, como se aprecia exactamente en el catálogo que 
estos mismos días se está imprimiendo. Ciento doce de ellos están ligados con votos perpetuos, ochenta y tres con los trienales. Los 
novicios son muy numerosos y también hay varios aspirantes. 

Hay, además, otro Instituto religioso, que nos ayuda mucho, dedicado al cuidado de las muchachas, lo mismo que nosotros nos 
dedicamos a la educación de los muchachos. Es el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, unido a nuestra Congregación, que cuenta 
con un poco más de cien religiosas. Sumadas éstas a nuestros hermanos, se obtiene un total de cuatrocientas cincuenta personas, que 
trabajan para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas, animadas por un mismo espíritu, bajo la misma dirección y la misma 
bandera. Estas Hermanas tienen, además de la casa madre en Mornese, diócesis de Acqui, otra en Borgo San Martino y este año se 
preparan para emprender ((76)) el vuelo a otros varios lugares. Pronto vendrán aquí a Turín, para abrir una escuela en frente de la iglesia 
de María Auxiliadora y atender a tantas muchachas abandonadas como hay por estos alrededores; muchachas necesitadas materialmente, 
pues muchas veces andan todo el día fuera de casa y casi sin comer, ya que sus padres no pueden proporcionarles alimento, y 
moralmente porque están expuestas a toda clase de peligros y no tienen guía, ni instrucción que las salve.Se está preparando también 
para las hermanas otra casa en Alassio junto al colegio. No se puede abrir todavía, porque hay que acabar algunas obras urgentes; pero, 
ciertamente se podrá abrir en el mes de marzo. 

El 10 de este mismo mes abriremos otra casa en Bordighera, Torrione Valle Crosia, pueblo construido como por ensalmo y hoy muy 
extendido. No había antes ni una casa en este lugar, todo él cubierto de olivos. Hace muy poco se levantaron allí algunas casas por 
razones comerciales, de agricultura y de veraneo; siguieron haciéndose casas y más casas y, actualmente, es una villa muy populosa. Los 
protestantes consideraron aquel lugar muy apto para sus fines, pues no había allí curas, ni iglesias, ni escuelas, y fijaron su sede 
principal. Abrieron escuelas para muchachos y muchachas, asilos, colegio mixto. Repartían libros y premios de toda clase y buscaban la 
manera de pervertir a aquella población, que, por falta de escuelas católicas donde colocar a sus hijos, los envió a las de los protestantes, 
atraída especialmente por el dinero, los premios y los solícitos cuidados que ellos desenvuelven por su bienestar y por la enseñanza. Así 
que ha sido grande el estrago causado con las falsas doctrinas en el pueblo y especialmente en la juventud. Y eran grandes las 
dificultades a vencer para contener tamaño mal. 

El año pasado se concertó con el Obispo que abriéramos una escuela católica y una iglesia en aquella localidad. Ya está lista la casa y 
dentro de unos días irá para allá don Cibrario, destinado como director, juntamente con algún Salesiano para que se encargue de las 
escuelas de niños, y algunas Hijas de María Auxiliadora para las de niñas. Enseñarán el catecismo a los muchachos y a las muchachas y, 
mientras tanto, el Director podrá esparcir por todo aquel pueblo la palabra de Dios e impedir que la gente se envenene, bebiendo el agua 
empozoñada del error protestante. El oratorio festivo es el fin principal que nos lleva al Torrione. 

Nuestra Congregación ha avanzado más este año con el vuelo hecho a América. Allí nos deseaban y esperaban, y las últimas noticias 
enviadas por nuestros misioneros nos anuncian que llegaron a Buenos Aires, donde fueron recibidos con honor y respeto y donde son 
muy queridos. El trabajo a desarrollar en aquellos lugares es inmenso y 
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el campo es amplio, pero no importa; se trabaja con mucho fruto. Predican, confiesan y se desviven continuamente por el bien de las 
almas. Administran la iglesia de la Misericordia de los Italianos y hay junto a ella una hospedería donde podrán albergar a los ((77)) 
Salesianos que vayan de Europa o que tuviesen que volver a nuestras tierras. Esta iglesia es el principal centro de reunión de los italianos 
y en ella se predica en italiano, por lo menos una vez cada domingo. Allí han fijado su residencia don Juan Baccino y el señor Belmonte 
y, por ahora, también don Juan Cagliero, que empezó enseguida una tanda de ejercicios espirituales para el pueblo. Si todo acaba como 
ha empezado, según nos cuentan en sus cartas, se espera un bien extraordinario. Los otros Salesianos, capitaneados por el sacerdote 
Fagnano, se trasladaron más al norte, a San Nicolás, de donde hemos recibido noticias ayer y hoy. Tuvieron un buen viaje. Les 
recibieron muy bien y les tratan magníficamente. Están visitando la ciudad, preparan la adaptación del colegio, que es muy espacioso 
para nuestro fin y se perfeccionan en el conocimiento de la lengua española, necesaria para dar clase y predicar. 
Allí se abre ante nuestros ojos un inmenso campo y vemos una mies abundantísima de almas. 

Además, tenemos muchas peticiones para abrir casas en la misma República Argentina, en Australia, en Uruguay y Paraguay, en la 
China y en la India, en las Islas de Oceanía y en muchísimos otros lugares. Hay peticiones de Francia, en donde ya hemos puesto el pie 
el año pasado abriendo la casa de Niza. Y es algo fabuloso ver cómo solicitan nuestra presencia por Italia y Piamonte. En Turín mismo 
se nos ofrecen nuevos campos de trabajo para mayor gloria de Dios. Mas, para todo esto se necesitan verdaderos Salesianos, animados 
del espíritu del Señor y dispuestos al sacrificio. 

También este año comenzó la Obra de María Auxiliadora. Aunque un poco estancada en sus principios, por varias causas, ya va en 
aumento y cuando alcance, como espero, grandes proporciones, reportará mucho bien a la Iglesia. 

Hasta ahora, todavía no se ha podido reunir a estos jóvenes en un local separado; pero poco a poco también esto se logrará. 

Hemos hablado del número que han alcanzado este año los hermanos y de las diversas obras exteriores atendidas por nuestra 
Congregación. Ahora convendrá que diga con qué espíritu se hacen en general las cosas y qué debemos tratar de hacer de hoy en 
adelante, esto es, cuál es el campo de nuestro trabajo. Se trata de preparar un extraordinario número de sujetos, y tales, que trabajen 
mucho, verdaderamente mucho. 

Si he de decir cómo veo al presente nuestras cosas, os puedo asegurar, y lo digo con un tanto de orgullo, que estoy contento. Es tal el 
continuo aumento del número que, si no tuviese gran confianza en Dios, el cual hará que las cosas marchen bien, estaría aterrorizado, 
como en parte lo estoy, al ver que la Congregación crece casi demasiado aprisa. Lo que me consuela es ver cómo los socios van 
adquiriendo el verdadero espíritu de la Congregación; veo realizado el ideal que yo me proponía, cuando se trataba de juntar individuos 
que me ayudasen a trabajar para la mayor gloria ((78)) de Dios. En general veo un espíritu de desinterés verdaderamente heroico, espíritu 
de renuncia a la propia voluntad, obediencia conmovedora. 

»Y en cuánto tiempo y con qué medios se consiguió todo esto? Cuando mi pensamiento compara los tiempos presentes con los 
pasados, mi imaginación queda abrumada. Hace treinta y cinco o treinta y seis años, »qué había en este mismo lugar, donde ahora 
estamos reunidos? »Qué había? íNada, absolutamente nada! Yo corría de acá para allá tras los muchachos más díscolos, más disipados; 
pero ellos no querían 
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saber nada de orden y disciplina, hacían burla a las cosas religiosas, de las que eran ignorantísimos, blasfemaban del santo nombre de 
Dios y yo no podía hacer nada con ellos. Aquellos muchachos eran realmente vulgares y groseros y armaban continuas reyertas y 
pedreas. Las cosas de entonces eran más bien buenos deseos que realidades. 

En este mismo lugar y por los alrededores había campos de maíz, de coles, alguna huerta, y nada más. Se levantaba en medio una 
casucha, o mejor, una covacha o taberna: era pobre por fuera, pero aún más por dentro. íEra una casa de inmoralidad! Un pobre cura, 
solo, abandonado por todos y peor aún que solo, porque era despreciado y perseguido, tenía la vaga idea de hacer una obra buena, aquí, 
precisamente en este lugar, en favor de los muchachos pobres. 

Esta idea me obsesionaba, pero no sabía cómo realizarla; sin embargo, no se apartaba nunca de mí, era como el norte y guía de todos 
mis pasos y acciones. Yo quería hacer el bien, hacer mucho bien y quería hacerlo aquí. Parecía entonces un sueño el pensamiento del 
pobre cura, mas a pesar de todo, Dios lo realizó, cumplió los deseos de aquel pobrecito. 

»Y de qué manera dispuso que se encarnase este deseo? Apenas podría deciros cómo se hizo todo esto. Ni yo mismo lo comprendo. 
Sólo sé que Dios lo quería. Veo iglesias, muchos edificios, un sinnúmero de muchachos recogidos, tantos sacerdotes y clérigos que me 
rodean, tantos Directores de Casas junto a mí. »Cómo se ha hecho todo esto? Veo los grandes sacrificios que se debieron hacer; debieron 
ser intrépidos los que me seguían, para no rendirse; pero después de todos aquellos esfuerzos, ahora vemos el fruto. Miles de jóvenes 
reciben el pan de la palabra de Dios, están aprobadas las reglas, establecida la Congregación, son muchos los socios, se mantiene y 
aumenta el espíritu. íDése gloria a Dios! 

Mas, al llegar aquí, siento que me corta el paso una grave objeción: 

-íSí, don Bosco! Todo marcha muy bien, pero mientras tanto la parte económica está en pésimo estado. Obras por todas partes, por 
doquiera gastos enormes, »cómo se puede ir adelante todavía sin recursos? »Dónde encontrar el dinero? Corremos el riesgo de la 
quiebra. 

íEh! Debo responder que, si yo tuviese que mirar las cosas sólo de tejas abajo, y con lo que tengo en la palma de mi mano, me sentiría 
tentando de ceñirme la cabeza con un pañuelo blanco, disfrazarme e ir a sepultarme en la soledad de la Tebaida sin aparecer más en 
sociedad; porque no veo la manera de arreglar nuestros asuntos con medios humanos. Pero, estamos acostumbrados a alzar los ojos 
((79)) hacia arriba y confiar en la Providencia, la cual no nos falta. »Y cómo conseguir su socorro? Por el pasado podemos calcular 
perfectamente el porvenir. En el pasado nos asistió la Providencia y esperamos que nos asista en el porvenir. Nos hemos encontrado 
otras veces en las condiciones que hoy nos encontramos, es más, podemos decir que ésta es nuestra permanente condición. Añadiré que 
nos hemos encontrado en casos peores y »nos faltó alguna vez la Providencia? íNunca! Siempre hemos salido con honra de nuestros 
apuros. Si miramos atrás, hemos de ver en el pasado una prenda de seguridad absoluta para el porvenir. »Cómo se hizo hasta el presente 
para caminar? íHemos confiado ilimitadamente en la divina Providencia! íY ésta no nos faltó nunca! 

Tampoco nos faltará ahora. »Cuándo y en qué podría faltarnos la Providencia? íEn un solo caso! Cuando nos hiciésemos indignos de 
ella, cuando se malgastase el dinero, cuando fuese a menos el espíritu de pobreza; es decir, cuando las cosas empezasen a marchar mal 
por no cumplir las obligaciones que nos impone nuestra vocación. Pero, mientras vea lo que ahora veo, cómo se hacen por doquiera 
sacrificios y esfuerzos para economizar de todas las maneras posibles, y cuán grande y desinteresado es el 
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trabajo, no; estad seguros de ello, la Providencia no nos faltará. No tengáis ningún miedo. Hemos puesto nuestra suerte en manos de 
Dios y siempre nos condujo hasta la meta suspirada. 

Sin embargo, aun cuando nos apoyamos ciegamente en la divina Providencia, recomiendo con todo encarecimiento la economía. 
Ahorremos cuanto se pueda, ahorremos de todas las maneras posibles, en los viajes, en los coches, en el papel, en los comestibles, en los 
vestidos. No se malgaste ni un sólo céntimo, ni un sello de correo, ni una hoja de papel. Os lo ruego encarecidamente a cada uno de 
vosotros, y en especial a los asistentes, a los profesores y a todos los demás, que se esmeren por hacer y lograr que sus subordinados 
hagan toda suerte de ahorros e impidan cualquier gasto que adviertan. 

Al mismo tiempo, búsquense todas las maneras para promover la caridad de los otros hacia nosotros, con piadosas industrias y 
exhortaciones. Dice el Señor: Ayúdate, que yo te ayudaré. Hemos de hacer todos los esfuerzos posibles; no hay que aguardar la ayuda de 
la Providencia de Dios estando nosotros mano sobre mano. Ella se moverá cuando vea nuestros generosos esfuerzos por su amor. 

Pero tenemos que hacer buen uso de la caridad que nos hacen los otros. No hemos de preocuparnos por hacer nuestra vida más 
cómoda, sino seguir la máxima de san Jerónimo: Habens victum et vestitum his contentus ero (teniendo con qué comer y vestirme me 
daré por satisfecho). Y nada más. 

Si lo hacemos así, nunca nos faltará la ayuda del Señor. Mirad: si hubiésemos querido hacer el presupuesto exacto y cabal para la 
expedición a América y lograr la instalación de la Congregación en aquellas tierras, habríamos debido disponer, aun procediendo con 
gran economía, de cien mil liras, ((80)) y hasta de trescientas mil, de haber querido pensar en todos los pormenores y eventualidades. No 
hemos hecho estos cálculos y nos limitamos a decir: 

-íLo que hacemos es para la mayor gloria de Dios! Dios nos pide que vayamos, Dios quiere que partamos. 

»Y qué resultó? Se rezó, se pidió la bendición del Padre Santo, y se obtuvieron los medios; no faltó nada para los que partieron, ni para 
nosotros. Por esto tenemos que exclamar estupefactos: -Son hechos extraordinarios de la divina Providencia, o mejor, hechos 
milagrosos, los cuales demuestran que el Señor quiere servirse de nosotros para los fines de su misericordia. 

Y ahora, »qué podemos hacer nosotros para corresponder a tanta bondad de la divina Providencia? íHelo aquí! Puesto que la Sociedad 
está constituida, y nuestras Reglas aprobadas, debemos esmerarnos en practicar las Reglas por todos los medios y cumplirlas bien. Mas, 
para practicarlas y cumplirlas, es necesario conocerlas y, por tanto, estudiarlas. Impóngase cada uno el deber de estudiar las Reglas. Ya 
no estamos en las condiciones de antes, cuando ni las Reglas, ni la misma Congregación estaba aprobada y, por consiguiente, se iba 
adelante con un gobierno tradicional y casi patriarcal. Pasaron aquellos tiempos. Debemos atenernos a nuestro código, estudiarlo en 
todos sus detalles, comprenderlo, explicarlo, practicarlo. Debemos dirigir todas nuestras actuaciones según las Reglas. 

Cuando los Directores lleguen a sus casas, pongan la mayor solicitud para que sus subordinados conozcan mejor nuestras 
Constituciones. Dése a éstas la mayor autoridad, la autoridad suprema, que realmente tienen. íSon la majestad de las leyes! Háganlas 
aprender y comprender, interpretándolas con caridad y buenas maneras. 

En toda circunstancia, en vez de acudir a otras autoridades, preséntese la de las Reglas: 
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-Las Reglas dicen así; las Reglas resuelven la cuestión de este modo; tú quisieras hacer esto, pero las Reglas lo prohíben; tú quisieras 
dejar aquello, pero las Reglas lo mandan. 

Y en las conferencias, en las exhortaciones, lo mismo en público que en privado, promuévase mucho la observancia y la autoridad de 
las Reglas. De esta manera el gobierno del director puede ser paternal, como se desea entre nosotros. Haciendo siempre ver que no es el 
Director quien quiere esto o aquello, quien prohíbe o aconseja, sino que son las Reglas, el subalterno no podrá tener ningún pretexto para 
murmurar o desobedecer. En una palabra: el único medio para propagar nuestro espíritu es la observancia de nuestras Reglas. 

No hay que hacer nada, ni siquiera lo bueno, contra ellas o sin ellas; porque, si se quiere trabajar, aun con buen espíritu, pero no dentro 
del ámbito determinado por nuestras Reglas, »qué sucederá? Que cada uno trabajará, supongamos que hasta mucho, pero será un trabajo 
individual y no colectivo. Y, en cambio, el bien que se debe esperar de las Ordenes religiosas, procede precisamente de que trabajan 
colectivamente; de no ser así, resultaría imposible lanzarse a ninguna gran empresa. ((81)) Si nos alejamos de lo que estrictamente piden 
las Reglas y se sigue trabajando, uno comenzará a irse por aquí, otro por allá, para un fin bueno, pero individual; sería el principio de la 
relajación; y estas obras no serían bendecidas por Dios como las primeras. De ahí procede necesariamente la necesidad de una reforma y 
eso debilita mucho una Congregación, como hemos visto que sucedió a muchas Ordenes religiosas, y siempre con grandísimo 
menoscabo de la salvación de las almas. »Y después? Después vienen la decadencia y la ruina total. La observancia de las Reglas es el 
único medio para que pueda durar una Congregación. 

El Superior lo es todo entre nosotros. Todos deben echar una mano al Rector Mayor, sostenerlo, guiarlo de todas maneras, convertirlo 
en centro único de todo. El Rector Mayor, a su vez, tiene las Reglas: y no se aparte nunca de ellas, pues, de lo contrario, el centro deja de 
ser único y se dobla, para convertirse en un doble centro: el de las Reglas y el de su voluntad. Es necesario, en cambio, que las Reglas se 
encarnen, por decirlo así, en el Rector Mayor: que las Reglas y el Rector Mayor sean una misma cosa. 

Lo que sucede con el Rector Mayor respecto a toda la Congregación, es preciso que se cumpla con el Director en cada casa. El debe 
formar una sola cosa con el Rector Mayor, y todos los miembros de su casa una sola cosa con él. Y también deben estar como 
encarnadas en él las Reglas. No debe aparecer él, sino la Regla. Todos saben que la Regla es la voluntad de Dios y el que se opone a las 
Reglas, se opone al Superior y a Dios mismo. 

Háblese siempre de este modo a los hermanos: 

-Hay que hacer esto o aquello; es estrictamente necesario que cada uno se comprometa a hacer tal trabajo, porque así lo mandan las 
Reglas en tal artículo; ahora es preciso que nos pongamos todos de acuerdo para hacer esto o aquello, porque las Reglas insisten en ello. 

Así, pues, siempre que un Director quiera actuar y deba tomar una medida o deliberación, póngase siempre al amparo de las Reglas y 
no proceda nunca por su propia voluntad o autoridad. Diga: 

-Hay que hacer así porque así lo dicen y así lo quieren las Reglas. 

Esta manera de proceder por parte de los Directores acarreará muchísimo bien a la Congregación. 

Procúrese, además, mantener la dependencia entre el Superior y el inferior, y eso 
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espontáneamente y no coacte (a la fuerza). Los subalternos deben comprometerse a rodear, ayudar, sostener, defender a su Director, 
cerrar filas en torno a él y ser una sola cosa con él. No hagan nada independientemente de él, porque haciéndolo así, dependen de las 
Reglas y no de él. 

No quiero decir con esto que no se actúe en cada uno de los momentos, sin el consentimiento del Director; así, por ejemplo, el que 
barre, no tiene que ir a preguntar al Director después de cada habitación que barre, qué otra debe limpiar; el que da clase, no tiene que ir 
a preguntar al Director, cada vez que termina la traducción de un autor o de un capítulo, qué otro libro debe explicar; y asimismo, ((82)) 
el cocinero no tiene que ir a preguntar todos los días al Director qué plato ha de preparar para la comida o para la cena; pero, entiendo 
que todos deben regularse por los avisos y las normas que ha dado el Director; y que en las cosas, que deben hacerse en general o en los 
casos imprevistos, no se proceda a capricho, sino que siempre se tenga la vista puesta en el centro de unidad. 

Por lo demás, en las cosas ordinarias y de cada día saben todos muy bien qué es lo que conviene a su cargo sin tener que acudir al 
Superior, tanto más cuanto que cada casa tiene ya reglas fijas para el desempeño de cada atribución. Todos tienen en su poder las Reglas; 
procure, pues, cada uno cumplir su deber, tal como lo pide el cargo que le fue asignado, como buen cristiano y buen religioso. 

íVoy a terminar! Ha llegado el momento de tener que volver a separarnos. »Qué pensamiento os dará don Bosco, que nos sirva para 
conducirnos rectamente ahora en el presente, y siempre en el porvenir? Tengo un gran pensamiento que manifestaros, muy útil para 
todas las casas, que debe servir de guía, especialmente este año y siempre; 
un pensamiento que, si lo seguís, hará florecer nuestra Sociedad. Este pensamiento se expresa con una sola palabra: OBEDIENCIA. 

Procure, cada cual en su esfera, ser obediente a las Reglas y a los mandatos de los Superiores. Hágalo cada uno por su cuenta y 
promuévase entre los demás hermanos. Incúlquese esta virtud en los inferiores, en los alumnos, en todos. Cuando en una comunidad o 
Congregación reina esta virtud, todo marcha bien. 

Toda la religión, decía un gran Santo, consiste en la obediencia, pues ella engendra todas las virtudes y las conserva. Seamos 
obedientes y tendremos paciencia, caridad y pureza, que es muy particularmente el premio de la humildad. 

Por tanto, sea la obediencia el tema de las lecturas, de los sermones y de muchas conferencias. Lea cada uno y vuelva a leer 
atentamente el capítulo de nuestras Reglas, donde se habla del voto de obediencia; es más, apréndase de memoria este capítulo. 

Y el punto más importante, en torno al cual debe versar nuestra obediencia, es el de las prácticas de piedad, que son como el alimento, 
el sostén, el bálsamo de la virtud misma. Mande el Director que se lea bien este capítulo, procure observarlo y hágalo observar. La 
obediencia, especialmente en cuanto se refiere a las prácticas de piedad, es la llave maestra del edificio de nuestra Congregación, es la 
que lo sostendrá. 

No quiero entreteneros más. No hace falta que diga más cosas; sólo quiero exponeros todavía, antes de terminar, otra reflexión para 
que todos nos animemos a recorrer generosamente nuestro camino. Si un pobre sacerdote, sin nada y aún menos que nada, contrariado 
por todos y por todas partes, pudo llevar las cosas hasta el punto donde hoy se encuentran; si, repito, uno solo hizo todo lo que estáis 
viendo, y lo hizo sin nada, »qué bien esperará el Señor de trescientos treinta hombres, sanos, fuertes, de buena voluntad, ricos en ciencias 
y ((83)) con los poderosos medios que ahora poseemos? »Cuánto podréis hacer apoyados en la Providencia? 

El Señor espera de vosotros grandes obras; yo las veo claramente, esparcidas por 
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todas partes, y podría, ahora mismo, exponéroslas una a una o, por lo menos, mencionároslas; mas, por ahora, pienso que no debo 
hablaros de ello. Si alguno me recuerda estas palabras el año próximo, podré haceros ver las grandes cosas que el Señor se ha dignado 
iniciar este año y especialmente una, que os llenará de estupor. Dios ha comenzado y continuará sus obras, en las que todos tendréis 
parte. Estas conciernen al estado floreciente de la Congregación; y ellas, cuendo yo me encuentre en la eternidad, traerán relevantes 
consecuencias para la salvación de las almas y la gloria de Dios, ayudarán al bien universal de la Iglesia, serán ocasión de gloria (sí, 
dejad que diga esta palabra) para nuestra Congregación. Y en verdad, las maravillas, para cuya consecución quiere el Señor valerse de 
nosotros, los pobres Salesianos, son grandes. Vosotros mismos os maravillaréis y quedaréis atónitos al ver cómo habéis podido hacer 
todo esto ante los ojos del universo y para el bien de la sociedad humana. 

El Señor fue quien comenzó las cosas. El quien las puso en marcha y las dio el incremento que tienen ahora; El las sostendrá al correr 
de los años, El las llevará a término. Dios está dispuesto a hacer todas estas grandes cosas, que contribuirán al maravilloso aumento de 
los socios. Una sola cosa nos pide, y es que no nos hagamos indignos de la bondad y misericordia que nos tiene. Mientras 
correspondamos a sus gracias con el trabajo, con la moralidad y el buen ejemplo, el Señor se servirá de nosotros y vosotros os 
asombraréis de que se haya podido hacer y de que podáis hacer tanto; pues, si se procede con el espíritu de dulzura y de laboriosidad de 
san Francisco de Sales, el mundo debe rendirse y de ahí vendrá la gloria de Dios y el bien de la Sociedad. Y nosotros deberemos 
exclamar: Omnia possum in eo, qui me confortat (Todo lo puedo con El, que me anima). 

Hacia el fin de su discurso el Siervo de Dios parecía sumamente emocionado, y todas sus palabras habían adquirido una energía 
extraordinaria. El anuncio de «grandes cosas» para el año siguiente impresionó al auditorio; tenemos de ello algún indicio en un 
minúsculo diario de don José Lazzero, que no se conformó, en esta fecha, con escribir escueta y seca una de sus notitas de agenda, sino 
que, después de escribir: «2, 3 de febrero. Conferencia en la iglesia pequeña con los informes de los Directores de las casas», sintió la 
necesidad de añadir: 
«Hizo la clausura don Bosco prediciendo que este año emprenderá la Congregación algo que un día reportará gloria a la misma y ((84)) 
provecho a la Iglesia universal». El Beato quiso referirse principalmente, como lo dirá en las conferencias del 1877, a su grandiosa 
concepción de los Cooperadores Salesianos, madurada poco a poco, realizada en su forma definitiva a lo largo de este año y destinada a 
un porvenir, cuya idea cabal tuvieron dificultad en formarse de buenas a primeras, quién más quién menos, sus mismos colaboradores 1. 

Que era eso a lo que en realidad miraba, nos lo confirma la declaración confidencial, que hizo a don Julio Barberis el 19 de febrero. 

1 Véase, vol. XI, cap. IV. 
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Después de tocar ligeramente el tema de la Obra de María Auxiliadora y las famosas escuelas de fuego, ya definitivamente encaminadas, 
siguió diciendo: 

-Ahora estoy preparando otro asunto muy importante, la Asociación Salesiana. Hace mucho tiempo que trabajo en él, pero resulta muy 
difícil establecer cosas positivas. Hace casi dos años que doy vueltas a la madeja. Ya voy a darla forma, y antes de fin de año la 
publicaré. Se requerirán dos años para consolidarla. 

Asunto muy importante, largos estudios preparatorios, publicación a fin de año, son todos ellos otros tantos elementos que nos prestan 
la llave para captar el sentido de las palabras dichas en la conferencia. 

Pero estas palabras nos suministran también una prueba para demostrar cuán infundada sea la opinión de que el origen de los 
Cooperadores Salesianos se debió a una idea de don Luis Guanella, cuando éste era Salesiano. Don Bosco dice entonces, en febrero de 
1876, que pensaba en ello «hacía mucho tiempo», y que «hacía casi dos años» que daba vueltas al asunto; en efecto, el primer 
«Programa» para los Cooperadores se redactó en 1874; pero hay un esbozo inicial del año 1841, como ya se dijo en el volumen anterior. 
Ahora bien, don Luis Guanella llegó al Oratorio en 1875. Que el mismo don Luis Guanella pudiera haber creído tal cosa, no nos extraña. 
Cuando el Beato don Bosco rumiaba planes importantes, solía indagar la opinión de otros acerca de ellos, sin dejar traslucir sus propias 
intenciones; ((85)) es más, aparentaba tomar en consideración lo que le decían, de suerte que dejaba en sus interlocutores la persuasión 
de haberle proporcionado grandísimas luces. Era natural que el Siervo de Dios manifestara a un hombre como don Luis Guanella su plan 
y quizá también que le pidiese le presentara un esbozo conforme a su manera de pensar, de forma que, después, él se imaginase que le 
había sugerido la idea. »No podría también el ministro Urbano Rattazzi, después del célebre coloquio de 1857 1, haberse quedado con la 
impresión de haber sido precisamente él quien le sugirió la idea de la Pía Sociedad Salesiana? 

La última conferencia, que se celebró el día 4 de febrero por la mañana, y a la que asistieron solamente los Directores y los miembros 
del Capítulo Superior, fue presidida por el Siervo de Dios. Ya no se trataba de discutir, sino de oír la palabra del amado Padre. Sin 
embargo, se le expuso que, en las reuniones presididas por don Miguel Rúa, se habían leído y examinado las deliberaciones tomadas en 
las conferencias 

1 LEMOYNE. Memorias Biográficas, vol. V, pág. 495. 
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generales de los años anteriores, para juntarlas todas e imprimirlas. El Beato dio su aprobación; sólo pidió que, antes de pasarlas a la 
imprenta, se las presentaran a él, porque deseaba eliminar alguna expresión dura, ya advertida. 

-Mientras sea posible, dijo, evítense siempre los choques y váyase adelante poquito a poco. 

Después comenzó a hablar así: 

Voy a decir ahora dos cosas, que me había propuesto deciros antes de que cada uno se vaya para su propio colegio; y, después, ya me 
diréis lo que se acordó en las conferencias de los días pasados y me sugeriréis lo que os parece se debe hacer para mayor gloria de Dios y 
bien de la Congregación. 

Lo primero que deseo advertiros es esto. Dispongan los Directores que, cuando yo voy a visitar las casas, pueda hablar con todos los 
miembros de las mismas, esto es, con todos los hermanos de nuestra Congregación: que no quede uno, con quien yo no pueda hablar. 
Facilíteseles el conversar con don Bosco, anúnciese previamente mi llegada y el deseo que tengo de hablar con todos. Por consiguiente, 
comuníquense a los hermanos las horas que se fijan para la audiencia y se exhorte en general a que, quien tuviese algo ((86)) especial 
que decirme se prepare para manifestar libremente todo su corazón. Mi fin principal en estas visitas es quitar la animosidad, que algunos 
pudieran tener con el Director. En estas circunstancias hablan conmigo de buena gana, descubren sinceramente su corazón y yo puedo 
arreglarlo todo en paz. El Director, por su parte, quitará las causas que puedan haber producido estos descontentos, y así quedará 
restablecido el orden de la caridad. 

Ocurre a menudo que alguno cree que el Director le mira con malos ojos y supone que el Superior tiene algún no sé qué contra él, 
mientras que el Director no tiene nada en absoluto en su contra, ni sospecha siquiera que el hermano tenga este prejuicio. Semejante 
aversión, aunque a menudo no manifestada, dura meses y meses. Ahora bien, cuando yo voy de visita, si estos tales no tienen 
oportunidad para hablarme, creen que el Director ha dispuesto así las cosas y se entristecen todavía más. En algunos colegios me sucedió 
que, varias veces seguidas, no pude, por diversas causas, hablar con alguno, el cual me escribió después cartas realmente dignas de 
compasión, que casi sobrepasaban los límites de la violencia, cuando todo había sucedido impensadamente. 

En la situación en que se encuentran nuestros colegios, toda la vida de los socios está personificada en el Superior. Diría que una sola 
mirada suya, puede consolarlos o entristecerlos; es preciso, por tanto, que cada uno de vosotros se esfuerce por ser afabilísimo con todos 
y dar pruebas a cada uno de especial afecto. 

Para que mis visitas resulten más provechosas, bueno será que se me dé una nota de los hermanos que hay en casa, para que yo sepa a 
quién vi, y a quién no vi todavía. Es más, será mayor el provecho, si cada nombre de esta nota lleva su apostilla. Por ejemplo: convendría 
que a fulano le hablase de esto o de aquello; éste necesita una palabra de aliento sobre tal punto; a éste hay que frenarlo respecto a tal 
cosa, o amonestarlo por tal defecto. Yo procuraré proceder con prudencia y cumplir los deseos del Director, de modo que el hermano no 
se dé cuenta de ello, y sirviéndome del aviso sólo cuando yo juzgue que será para mayor gloria de Dios. De este modo las visitas 
resultarán verdaderamente provechosas. 
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Otra cosa os diré, ahora que la recuerdo. Al volver a vuestros colegios, avisad a los hermanos que se trata de formar una nueva 
expedición para las Misiones de América. Quien desee formar parte de ella que haga la petición; y el que ya la hubiese hecho, si 
persevera en el deseo de ir, que la renueve. Bastará que me escriba una cartita en este sentido: Si hace falta, yo estoy dispuesto a ir a las 
Misiones. De este modo se pueden proporcionar a las Misiones las personas que la Congregación cree oportuno enviar, y, al mismo 
tiempo, se envía sólo a los que decididamente lo desean, sin forzar a ninguno a dar este paso. Si uno ya hizo la petición, conviene que la 
repita, escribiendo, por ejemplo, la siguiente frase: Yo soy siempre del ((87)) mismo parecer. 
Muchos vienen al Oratorio expresamente para tener la oportunidad de ir a las misiones y es conveniente contentarlos. Por ejemplo, 
Allavena me dijo llanamente para ingresar en la Congregación: 

-Si usted cree que puede servirse de mí para ir a misiones, ingresaré en la Pía Sociedad; éste es verdaderamente mi deseo. 

Y vino de perlas que estuviese tan decidido para cualquier caso, pues como alguno se retiró en el momento de la partida, Allavena, sin 
decir palabra, se encontró preparado. 

También los clérigos pueden hacer esta petición, con tal de que estén verdaderamente resueltos. Pero nosotros iremos siempre despacio 
antes de interrumpir sus estudios. 

No hace falta que repita nuevos avisos para que se cultiven mucho las vocaciones al estado eclesiástico. Este es el fin principal, al que 
ahora tiende nuestra Congregación. La extraordinaria escasez de clero, que se deplora cada año más, es el mayor mal que actualmente 
nos amenaza. Lo que deseo deciros son unas normas o santos ardides para cultivar con provecho estas vocaciones. Investíguese, pues, 
quiénes son los que se sienten inclinados hacia la Congregación, pero no se empuje a ninguno para ingresar, antes al contrario, déjese en 
completa libertad al que desea entrar en el Seminario y esperemos, con tal de que sean aptos, que obtengan mucho fruto con su 
apostolado. Pero, »qué se le debe responder a quien pidiere, sobre todo si el que pregunta está dudoso y se inclina más hacia el clero 
secular que a ingresar en la Congregación? He aquí lo que yo creo es un gran consejo. Cuando se ve que un joven, bastante bueno en el 
colegio, suele cometer alguna falta grave contra la moralidad durante las vaciones, y que, al regresar al colegio, arregla las cuentas de su 
alma y durante varios meses y aun todo el curso no tiene que acusarse de nada en este punto, si éste desea ser sacerdote, el consejo que 
ciertamente le daría yo, sería éste: 

-Si quieres ser sacerdote y vivir en el mundo, te equivocas; no te hagas sacerdote, o bien, entra en un Congregación u Orden religiosa. 

Esto es evidente; porque, si se hace clérigo y va al Seminario, »cómo resistirá durante las vacaciones tan largas y desastrosas? 

Por el contrario, si está retirado, entonces puede que, con menos peligros y más ayuda de lecturas, meditaciones, sacramentos, se 
mantenga fácilmente en gracia. Si, en cambio, se hace clérigo para la diócesis sucederá lo que vemos les pasa a muchos, que visten la 
sotana y al poco tiempo la dejan, o que los Superiores eclesiásticos se ven obligados a mandársela quitar. 

En este caso dígase lisa y llanamente en la confesión a ese joven: 

-Si te gusta la vida retirada, hazte capuchino, dominico, o cartujo; ven con nosotros, haz como más te guste y así, lejos del mundo, 
podrás hacer mucho bien para ti mismo y salvar almas, pero no te aconsejo el seminario; quédate más bien de seglar; un buen seglar 
puede alcanzar muy bien su eterna salvación. 

((88)) Yo creo que, para la vocación, son absolutamente necesarias tres cosas. Inclinacion, 
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estudio y morum probitas (honradez de costumbres). Si no se tiene inclinación, es inútil todo lo demás, a no ser que, como ocurre 
muchas veces, esto sea sólo por timidez; en cuyo caso se puede muy bien alentar a ir adelante. Por lo que toca al estudio, atiéndase al 
resultado de los exámenes. Queda luego la honradez de costumbres. Esta es absolutamente necesaria; a no ser que uno quiera vivir en 
riguroso retiro y sea siempre buena su conducta, salvo el caso en que sean las ocasiones las que lo arrastran al mal camino. 

Ahora diré alguna de las industrias, que pueden ayudar mucho a cultivar las vocaciones, aunque algunas puedan parecer 
insignificantes. 

1.ª Frecuente recepción de los sacramentos; y no me detengo en este punto, porque todos saben lo útil que resulta. Esto es lo normal en 
nuestras casas. 

2.ª Es necesario mucho cariño con los muchachos y tratarlos bien. Esta bondad de trato y este cariño deben ser el rasgo característico 
de todos los Superiores, sin excepción. Todos juntos lograrán atraer a uno, pero basta uno para alejar a todos. íOh, cómo se encariña un 
muchacho, cuando se ve bien tratado! Pone su corazón en manos de los Superiores. 

3.ª No sólo hay que tratarlos bien, sino que, a un mayorcito que ofrece alguna esperanza, debe concederle el Superior mucha confianza. 
Debe, por ejemplo, tomarlo aparte y decirle: 

-Mira, amigo mío, necesito que me hagas este trabajito, que me copies esta hoja (y puede ser algo sin la menor importancia y que no 
necesitamos para nada), pero necesito que nadie lo sepa. Si te parece que puedes hacerlo en el salón de estudio cuando no están los 
demás o cuando nadie te vea, bien; de lo contrario, vete a tal sitio, habla con tal superior que te indique un lugar y después, cuando hayas 
terminado este trabajo, me lo traes. 

Parece una nonada insignificante; pero el llamarlo aparte, el dar importancia a la cosa, ese no sé qué de secreto, hace que el muchacho 
quede atraído irresistiblemente hacia el superior y haría cualquier sacrificio por él y apega el corazón a quien supo ganárselo de esta 
manera. También ayudará, por ejemplo, tomar aparte a un muchacho y decirle: 

-Necesito que me hagas estos días un favor muy grande, »serías capaz de hacer un par de comuniones verdaderamente fervorosas según 
mi intención? 

Contestará afirmativamente. 

-Elige los días a tu gusto; pero me agradaría saberlos para que podamos unir nuestras oraciones. 

-Elegiría tales días. 

-Muy bien; cuando hayas comulgado las dos veces, ven a decírmelo y entonces, si puedo, te diré el motivo. 

Ese muchacho queda medio conquistado con este rasgo de afectuosa confianza. Cuando vuelva, después de comulgar, ((89)) se le 
podrá decir por ejemplo: 

-»Sabes qué gracia tenía yo tanto interés en alcanzar? 

-No. 

-»Quieres que te la diga? Mira, hacía yo oraciones especiales y he querido que también las tuyas estuviesen unidas a las mías, porque 
quería pedir al Señor por mi santidad y por la tuya; y que nos haga santos a los dos; que, unidos siempre, materialmente en esta tierra, 
podamos un día estar juntos en el cielo. »Te gusta así? »Quieres comprometerte muy de veras para que sea así? íAnimo! Yo seguiré 
rezando, para que la empresa, que hemos comenzado, siga adelante prósperamente; y tú también rezarás para este fin, »verdad? 

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Pequeños ardides, pero forman parte del mecanismo que trabaja poderosamente en nuestras casas, y puede afirmarse que son las 
fuentes que alimentan nuestra Congregación. Muchos jóvenes se resuelven después de estos rasgos de especial confianza que se les da. 

En este momento asomó a los labios de los reunidos una sonrisa general, y repetía cada uno: 

-Es verdad; así me cazó a mí... puede decirse que de este modo nos engatusó afortunadamente a todos nosotros... íOjalá pudiéramos 
atrapar nosotros en nuestra red a muchos otros! 

Don Bosco, después de una breve pausa, prosiguió diciendo: 

4.° Contribuye también mucho el hacer bien las ceremonias litúrgicas, que demuestran el sosiego y santidad con que se debe proceder 
en el estado eclesiástico, al que tal vez se sienten llamados. 

5.° Contribuye inmensamente la promoción del clero infantil. Opino que es un semillero de vocaciones eclesiásticas. El que se reviste 
de monaguillo, o ve así vestido a su compañero, y le gusta verle hacer bien las ceremonias, hacerlas pausadamente y tener un puesto 
distinguido en el altar, no puede por menos de sentirse algo inclinado a este estado. Este espectáculo servirá, por lo menos, para romper 
el hielo del que no puede ver a los curas. 

Hay también algunos entre nuestros alumnos que, como oyen continuamente en sus casas hablar mal de los curas, los desprecian como 
gente avarienta; y, por desgracia, pueden haber tenido ejemplos ante sus ojos. Puede que haya en algunos verdadera ojeriza contra los 
sacerdotes, por no haberlos tratado nunca de cerca. 

Pero cuando ven aquí a los sacerdotes preocupados por hacerles todo el bien posible y ven después a sus mejores compañeros que 
tienen el privilegio de vestir de monagos, se forman un alto concepto de este estado. No hace mucho tiempo sucedió el hecho siguiente. 
Un buen muchacho, verdaderamente bueno, había manifestado deseo de hacerse sacerdote en los primeros meses de su estancia en el 
Oratorio. Poco tiempo después le pregunté sobre su vocación, y me dijo claramente: 

-Ya no quiero hacerme sacerdote. 

((90)) -»Cómo es eso?, le pregunté; tú tenías vocación. 

-Pues no; ya no quiero ser sacerdote, replicó resueltamente. 

Me quedé aturdido; sobre todo porque el muchacho seguía siendo un verdadero modelo de buena conducta. Entonces yo le pedí que 
me dijera, por favor, qué motivo le había hecho cambiar de parecer. Después de mucho vacilar, me dijo: 

-Pues mire, fulano me ha hecho ver que todos los curas son malos. No es más que hipocresía lo que aparentan. Tiene él un pariente 
canónigo y le ha oído contar la vida que se llevan muchos párrocos... que admiten en su casa personas... que viven mal... Antes que ser 
un cura granuja, no quiero serlo nunca, jamás. Yo quiero salvar mi alma. 

Le animé a no renunciar tan fácilmente a su vocación, le demostré la absoluta falsedad de lo que le habían dicho y, sin insistir más, le 
añadí: 

-Haz lo posible por olvidar lo que ese perverso te contó, no pienses más en ello. Por tu parte, haz así: arrodíllate un instante ante un 
crucifijo o ante el sagrario y di para ti mismo: -Si yo me encontrara a punto de morir, »qué desearía haber hecho? 

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»Qué estado desearía haber abrazado para poder salvar mi alma con más facilidad y hacer el bien? Piensa en esto y después contéstame. 

Aquel joven se arrodilló un rato ante un crucifijo, volvió y me dijo: 

-Me haré sacerdote, sí; pero no en el mundo. íQuiero estar completamente apartado de él! 

Esto era lo que yo quería. 

6.° Aprovechará también mucho el conceder a un muchacho mucha familiaridad. Hacerle pasear alguna vez a solas con nosotros, 
charlar, reír, escucharle; hacer que nos cúente algo de su vida en casa, por el campo, por los prados, en la viña, en la alquería, etc. Si son 
tratados con esa familiaridad y preguntan sobre su vocación, hay que sugerirles que hablen de ello en la confesión, cuando se conocen 
bien las cosas. 

Aconsejarle también que hablen de ello con don Bosco, cuando vaya de visita. 

-Piénsalo bien, se le podrá decir; madura tu decisión y acabarás por tomar una determinación definitiva; verás cómo, siguiendo el 

consejo de don Bosco, quedarás contento para toda tu vida. 

Cuando yo visito las casas, especialmente hacia el fin de curso, es la ocasión para concluir muchos asuntos. Yo siempre pregunto: 

-»Qué te ha dicho tu director? 

-Me ha aconsejado que le pregunte también a usted para estar más seguro; pero decía que él no veía dificultad alguna y que era del 

parecer de que yo podría abrazar el estado eclesiástico. 

-íBien! Pues yo haré el resto según lo que me parezca mejor para ti. 

Otro, por el contrario, me contestará: 

-Me dijo el director que no, por tal motivo. 

En tal caso, si yo tuviese que cambiar el juicio del director, de ordinario tengo los medios para ello, sin que el alumno se dé cuenta de 

nada. Le digo: 
-Pues tú quita el motivo que el director te dijo ((91)) que estorba. »No eres capaz de darle en las narices al demonio? Mira, haz así y 

asá y ya verás. Sí; ísi sigues este o estotro consejo, todavía puedes remediarlo fácilmente! 

No tema nada el director por este lado; si fuese necesario cambiar de parecer, se procede muy prudentemente. 

Pasemos ahora a otro punto, que me parece de la máxima importancia para encauzar a los jóvenes por el camino de la salvación. Por 

desgracia, una larga experiencia me ha convencido de que es necesario que los jóvenes que llegan a nuestros colegios, hagan la confesión 
general o que, al menos, les es muy provechosa. 

Se puede disponer al muchacho de este modo: 

-»Has hecho ya la confesión general? 

-íNo! 

-»No te gustaría que te fijara un momento para hacerla? Piénsalo y dime sinceramente: si tuvieras que morirte esta noche, »te parece 
que no tendrías ninguna cuenta que arreglar con Dios? »Te parece que estarías completamente tranquilo? 

-íNo! 

-Pues bien, »cuándo quisieras hacerla? 

-Cuando usted me diga. 

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-íEntonces, mira! Te digo que la hagas cuando tengas intención de decírmelo todo, todo.
Después, si aquel muchacho viene a confesarse para repasar toda su vida, decidle:
-»Vienes realmente con el corazón abierto? »Con intención de contármelo todo, lo pequeño y lo grande? »O tienes algo que apenas te


atreves a decirme? 

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Y, por las respuestas que dé, se sacarán las normas a seguir. 

Creedme, puedo parecer exagerado; pero es mi opinión que tal vez el cincuenta por ciento de los muchachos, cuando vienen a nuestros 
colegios, necesitan hacer la confesión general. Y para conseguir que se hagan bien las cosas, hay que tener caridad, y más caridad, y 
muchísima caridad. Es preciso saber sacar, diría, a la fuerza, lo que no querrían decir. 

Una cosa más. Cada director debe propagar en su propia casa, hasta donde sea posible, las suscripciones a la Biblioteca (de los 
Clásicos) y especialmente a las Lecturas Católicas. Es verdad que esto debía haberse hecho a principios del curso, cuando los muchachos 
tenían dinero; pero sirva el aviso para otros años, y eso no impide que se propaguen y se recomienden también ahora lo más posible. 

Acabada esta magnífica conferencia, se entabló una conversación muy familiar, en la que aparecieron de nuevo algunos asuntos 
discutidos en las sesiones ordinarias; los presentes aprovecharon la ocasión para preguntar al Beato sobre diversos temas. 

((92)) Así, por ejemplo, se volvió a hablar de entregar a cada hermano un ejemplar de cada número de las Lecturas Católicas y de la 
Biblioteca de la juventud italiana. No se actuaba por igual en todos los colegios; 
en unos se entregaban estos libros a todos los profesos; en otros, sólo a los profesores, en algunos se daban los fascículos de la Biblioteca 
a los profesores, y a los maestros los de las Lecturas. Resultaba desagradable oír a hermanos, que, al cambiar de casa, hacían 
comparaciones odiosas, diciendo: 

-Aquí se hace así; donde estaba antes se hacía asá. 

Surgía fácilmente la sospecha de que los directores actuaban muy arbitrariamente. 

»Cómo regularse? Suprimir sin más la costumbre del reparto general, pareció una medida draconiana; dar los libritos a todos los 
Salesianos era una medida que, con el continuo aumento de los colegios, reportaría un gasto excesivo para la Congregación; dar a los 
profesores la Biblioteca y a los maestros las Lecturas chocaba con el inconveniente de que, siendo en algunos colegios los suscriptores a 
la Biblioteca más numerosos en las clases elementales que en las secundarias, los maestros no tendrían conocimiento de aquellas 
publicaciones, y por consiguiente, no las podrían recomendar. Se pidió a don Bosco su parecer. 

Don Bosco, en realidad, simpatizaba con la idea de la máxima difusión; sin embargo, guiándose por su espíritu práctico, propuso una 
solución por grados: 1.° Donde se había introducido la costumbre de dar los libros al personal docente, podía seguirse la costumbre; pero 
se tuviese el cuidado de marcar cada libro con el sello del colegio o 
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de la biblioteca para indicar de este modo que los libros habían sido dados ad usum y no en propiedad; por consiguiente no podía el 
profesor o el maestro regalarlos a los alumnos ni a otros, ni tampoco, al cambiar de casa, llevárselos consigo. 2.° Donde había la 
costumbre de repartir los libros a todos los Salesianos, y así se acostumbraba todavía en la mayoría de las casas, se dieran a petición, sin 
poner dificultades a los que los pidiesen diciendo que los necesitaban. 3.° En los años sucesivos se introdujera en todas partes la 
costumbre de dar estos libros, pero sin dificultad alguna, solamente a los que los pidiesen ((93)) por razón de estudio. De este modo 
quedarían eliminadas las causas de quejas y se contentaría a todos sin tanto gasto. De ordinario, se diera la Biblioteca únicamente a los 
profesores de latín o de italiano. 

De paso se comunicó que el número de suscriptores a las Lecturas Católicas, aunque ya era muy alto, iba en continuo aumento; por el 
contrario, la Biblioteca no tenía más que dos mil, lo cual escasamente llegaba para llevar adelante la empresa; con todo se despachaba 
buen número de ejemplares por separado. Se acababa de imprimir un fascículo de cartas inéditas de Silvio Péllico, con tres mil 
ejemplares, que se habían agotado en el breve lapso de un mes. Dijo don Bosco: 

-Mientras cuente la Biblioteca con mil suscriptores, conviene continuarla; tendremos siempre la ventaja de la venta de los ejemplares 
por separado. 

El Beato cerró la sesión al mediodía con las acostumbradas oraciones, augurando un feliz viaje a los directores y encargándoles saludar 
a los alumnos de sus colegios de su parte, de parte de los superiores, y también de parte de los alumnos del Oratorio de Turín. 

Encontramos catalogados en nuestros archivos once buenos resultados de estas conferencias a los Directores. Por tratarse de 
observaciones, que si no fueron dictadas por inspiración, sí lo fueron bajo el influjo de don Bosco y durante los días de las conferencias, 
que acabamos de relatar, cerraremos el capítulo copiando el documento. 

«Estas conferencias con los Directores dan origen a los bienes siguientes: 1.° Autorizan estos viajes, de suerte que en ciertas 
circunstancias no dan pie a los hermanos de la propia casa para sospechas, cuando hubiese que resolver alguna cuestión. -2.° La solución 
de ciertos problemas se deja para esta época, con ahorro de viajes. -3.° Ponen de acuerdo a los Directores sobre diversos puntos. -4.° Los 
directores demuestran con su presencia los progresos de la Congregación. -5.° Animan eficazmente a ingresar en la Congregación y 
perseverar en ella. -6.° Establecen una extraordinaria fraternidad entre los Directores, que de otro modo tendrían escasa oportunidad para 
conocerse.
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7.° Por ((94)) las palabras de don Bosco se va siempre adelante con gran unidad de espíritu. -8.° Se explica y se entiende cada vez mejor 
el Reglamento. -9.° Se remedia juntamente algún desorden, que intentase introducirse. -10.° Es el momento en que los directores, si 
tienen algo importante que proponer, lo hacen... -11.° Los informes de los colegios son escuchados con extraordinario interés y se habla 
de ellos entre los hermanos a lo largo de todo el año». 

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((95)) 

CAPITULO IV 

FUNDACION DE LOS SALESIANOS EN ARGENTINA 

LOS misioneros arribaron a Buenos Aires el 14 de diciembre de 1875. Del barco a la casa de su residencia provisional recibieron 
pruebas continuas de que en la Capital argentina eran ansiosamente esperados. 

Cuando el barco hacía su entrada en el puerto, oyeron de improviso una fragorosa detonación, semejante a la de una descarga de 
artillería, que los alarmó, porque imaginaron una tétrica amenaza; pero el susto momentáneo se convirtió en gozo, tan pronto como 
conocieron la verdadera causa del estallido. 

-No teman, fue a decirles el capitán; es el saludo que tributan a los Misioneros Salesianos. 

Apenas echaron las anclas, acercóse al barco un vaporcito, del que salió un sacerdote, que tomó la escalerilla y subió rápidamente a 
bordo. Era el padre Ceccarelli, que había acudido a recibir a los Salesianos para acompañarlos a la ciudad. El ansia recíproca de 
conocerse personalmente hizo que «nullo bel salutar tra noi si tacque» 1 se intercambiaran toda clase de saludos. Y con él fueron a toda 
velocidad hasta el muelle. 

Allí los esperaban doscientos italianos, algunos de los cuales eran antiguos alumnos del Oratorio de Turín. Los aplausos y los gritos 
resonaron hasta muy lejos durante largo rato. Mientras recorrían en coche las calles, muchas personas se paraban y les saludaban con 
respeto. 

((96)) Al llegar a su residencia provisional 2 tuvieron la agradable sorpresa de encontrarse en ella con el arzobispo monseñor Federico 
Aneyros, que los aguardaba con impaciencia para darles la bienvenida. El digno prelado los recibió con todo cariño, los abrazó uno a uno 
y 

1 Son unos versos de Dante en la Divina Comedia, (Purg. VIII-55). 

2 «El Hotel del Globo» o «Casa de los Gobernadores», calle 25 de mayo, fue el lugar preparado para su alojamiento, merced a las 
atenciones del señor Arzobispo, el señor Benítez y el padre Ceccarelli (Monseñor Fagnano, de Raúl A. Entraigas, pág. 59. N. del T.) 
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se sentó en medio de ellos, preguntándoles por don Bosco y mil otras cosas, manifestando su vivo deseo de volver a verlos. 

A la hora oportuna fueron ellos al palacio arzobispal a devolverle la visita. 

Reunidos con Monseñor estaban los Vicarios Generales y el personal de la Curia. Su Excelencia salió a su encuentro, los presentó a 
aquellos eclesiásticos y los acompañó a visitar las dependencias curiales con afabilidad y atención encantadoras; después los llevó al 
salón, y quiso oírlos tocar y cantar. Repetidas veces llamó afortunadas a las diócesis donde existían casas salesianas, y daba gracias de 
corazón a Dios de que le hubiera concedido a él tamaña bendición. 

Todos los Superiores de las comunidades religiosas se apresuraron a visitar a los nuevos llegados con muestras de gran deferencia y 
simpatía. Los párrocos no quisieron ser menos que los demás y ofrecieron amistosamente toda suerte de apoyo a los Salesianos. Entre las 
personas privadas, que agasajaron cordialmente a los hijos de don Bosco, merece especial mención don Francisco Benítez. El venerable 
anciano, ya conocido por los lectores, había salido expresamente de San Nicolás de los Arroyos para ir a su encuentro a pesar de sus 
ochenta años 1. Humilde, caritativo, cordialísimo, se declaraba su amigo, mientras ellos entablaron enseguida tal confianza con él, que le 
llamaban padre. 

El eco del honroso y alegre recibimiento cruzó el Océano y llegó hasta el beato don Bosco a través de cuatro cartas que le enviaron a 
los pocos días de su llegada. No eran las de don Juan Cagliero y los otros expedicionarios. ((97)) Eran de otros cuatro importantes 
personajes. 

El doctor Ceccarelli, después de poner de relieve la feliz coincidencia de que el mes del viaje, del 14 de noviembre al 14 de diciembre, 
se correspondía exactamente con el mes mariano de allá, de modo que podía decirse que aquel viaje había sido «prodigiosamente 
dirigido por María Santísima», complacíase con él por el honor rendido a sus hijos en Argentina. 

El doctor Espinosa, Vicario General, le manifestaba las grandes esperanzas, concebidas por los buenos ante el celo, que ya se admiraba 
en los Salesianos. 

El Arzobispo, satisfecho, admirado, lleno de gozo y alegría, le comunicaba que había dado a los misioneros todas las licencias para el 
ejercicio del sagrado ministerio y le prometía que encontrarían en él «un padre cariñoso e interesado por su bienestar espiritual y 
material». 

1 Véase, vol. XI, págs. 129-130. 
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Por último, don Francisco Benítez, como no sabía italiano, pero sabía bastante latín, le escribió en esta lengua una carta henchida de 
afecto, veneración y gratitud. 

No es para dicha la satisfacción que al corazón del buen Padre le Produjeron testimonios tan afectuosos. 

Pensaban los misioneros que no les aguardaba en Buenos Aires más que una estancia pasajera, para proseguir enseguida su viaje a San 
Nicolás; pero el Arzobispo había dispuesto que establecieran también una residencia en la ciudad, y se encargaran de la iglesia Mater 
Misericordiae, llamada Iglesia de los Italianos. No bajaban de treinta mil los italianos que había en la capital. Podíase considerar esta 
oferta como providencial pues ofrecía enseguida a los nuestros los medios para atender a sus propios compatriotas, que debían ser objeto 
principal de la Misión. Aceptaron de buen grado la propuesta y se dividieron en dos grupos, arreglándose lo mejor posible, hasta que 
llegaron válidos refuerzos de Turín. 

La iglesia había sido construida por una comisión de buenos italianos con ayuda de donativos populares. Compraron el terreno y 
levantaron en él la Capilla Italiana con autorización formal de la Curia Episcopal, que trasladó también allí la Cofradía Mater 
Misericordiae, anteriormente erigida ((98)) en la iglesia de Santo Domingo y trasladada desde allí a la calle Moreno. 

Este traslado dio a la Capilla el nombre, que todavía conserva. Pero, una vez levantada la iglesia, faltábale el capellán. Los católicos 
extranjeros de Francia, Alemania e Inglaterra lo tenían; en cambio los italianos, más numerosos que todos los demás extranjeros juntos, 
no lograban tener un sacerdote que atendiese seriamente sus necesidades espirituales. Por eso se alegraron mucho cuando vieron 
cumplidos sus deseos. Y lo demostraron en el momento de su llegada, pues la Cofradía había determinado presentarse con algunos 
centenares de sus miembros para rogar a los padres que no aceptaran otros compromisos, porque ellos querían conducirlos 
procesionalmente a la iglesia. Pero, siguiendo el prudente consejo del doctor Ceccarelli, se limitaron a enviar una simple comisión. 

El Arzobispo, que ansiaba proveer por fin a tantas almas, escribía sobre el asunto, en la carta ya mencionada, al Siervo de Dios en 
estos términos: «(Sus hijos) harán seguramente mucho bien no sólo en San Nicolás, sino también en esta capital, en donde es 
convenientísimo que tengan una casa, no sólo para facilitar la comunicación con V. R., sino también porque podrían hacer aquí un bien 
inmensamente mayor que el que harán en San Nicolás. Sólo aquí son unos treinta mil los 
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italianos y la mayoría de los sacerdotes italianos que aquí vienen, se me opríme el corazón al decirlo, vienen para ganar dinero y nada 
más. Creo, pues, convenientísimo, tomen sus hijos la dirección de la iglesia italiana que aquellos buenos hermanos les ofrecen. Así 
prestarán un servicio inmenso no sólo a los italianos, sino además a los nuestros». 

Don Juan Cagliero no se quedó mano sobre mano. Comenzó enseguida a predicar en la iglesia de la Misericordia, celebrando en ella la 
novena de Navidad con extraordinario concurso de fieles. Sus sermones del triduo tomaron el cariz de una verdadera misión, como las 
que se dan en nuestros pueblos. Ayudábale don Juan Baccino, que se quedó en Buenos Aires ((99)) juntamente con el coadjutor Esteban 
Belmonte. Fue tan grande el número de los que querían confesarse que, para complacer a todos, ya que sólo eran dos los confesores, se 
prolongó aquella especie de misión durante todo el octavario de Navidad. 

Don Juan Cagliero adquirió gran fama 1 con sus sermones; y también el título de doctor en teología y compositor de música 
aumentaban la estimación y atención sobre el Superior de los Saleses 2. 

A monseñor Alberti, Obispo de La Plata, le gustaba recordar cuando hablaba con los nuestros un hecho de su niñez, que se refiere 
precisamente a los inicios de los Salesianos en Buenos Aires. Había un buen número de chiquillos, que se apiñaban en la iglesia Madre 
de la Misericordia para ayudar a misa y servir en las sagradas funciones, pero armaban mucha bulla en la sacristía y todo lo ponían patas 
arriba; por ello los italianos de la Cofradía, molestos por su alboroto, los amenazaban a menudo diciendo: 

-íAhora vienen los padres Salesianos y ya veréis cómo os harán estar quietos! íEllos os pondrán las peras a cuarto! íAcabaréis de una 
vez con tanto bochinche! 

A fuerza de oírles repetir siempre el mismo tema, los muchachos se habían formado la idea de que los Salesianos eran unos curas 
terribles, que les iban a dar sabe Dios qué zurriagazos. Con estos antecedentes se comprende que los pobrecitos no quisieran tomar parte 
en la alegría común del 14 de diciembre. Mientras numerosos italianos iban 

1 El diario El Católico Argentino en el número del 25 de diciembre, publicaba un artículo titulado «El presbítero don Juan Cagliero», 
en el que se leía: «El domingo pasado predicó en la iglesia Mater Misericordiae este distinguido sacerdote, superior de los anos llegados 
últimamente de Europa...; es un elocuente orador, de palabra fácil, enérgica y persuasiva. El tema de su discurso fue la benéfica 
influencia de la religión en el individuo, en la familia y en los pueblos y probó asimismo que el catolicismo es la fuente única de la 
civilización y del progreso». 

2 Saleses. Así comenzaron a llamarles. (N. del T.) 
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a recibir a los misioneros, volteaban las dos campanas de la iglesia para avisar a los fieles. 

-Para nosotros, solía contar monseñor Alberti, niño entonces de nueve o diez años, parecía que tocaban anunciando nuestra agonía. 

((100)) Pues bien, »qué sucédio? Algunos de los más tunantes se reunieron y acordaron desatar las cuerdas de las campanas. Subieron 
al campanario y, aprovechando un momento de descanso de los compañeros, desataron las cuerdas, que cayeron al suelo sin que nadie 
diese con la causa. Iban llegando mientras tanto los misioneros, extrañados de no ver muchachos por el camino, ni en la iglesia. Los 
muchachos estaban allí, pero estaban escondidos detrás de la gente o acurrucados por los rincones. Por fin, don Juan Cagliero descubrió 
algunos y los llamó amablemente; los tomó de la mano, les regaló medallas y los trató con tanto cariño que ellos, y uno era el pequeño 
Alberti, dijeron entusiasmados a los socios de la Cofradía: 

-íEstos sí que son buenos y nos quieren! 

Con esto quedó inaugurado el Oratorio festivo. Un oratorio, donde el heroico don Juan Baccino realizaba milagros de caridad y de 
celo, no sólo con los chiquillos, sino también con los mozalbetes obreros, y preparando las primeras vocaciones de coadjutores y 
clérigos. Se cuentan entre ellos, además del mismo monseñor Francisco Alberti, el óptimo párroco Angel Brasesco, el actual Director de 
los Cooperadores Salesianos monseñor Carranza y el Obispo de San Juan de Cuyo, monseñor José A. Orzali. 

Hay también una Hija de María Auxiliadora, argentina, sor Emilia Mathis, que guarda vivos recuerdos de aquellos días. Tenía diez 
años cuando vio llegar a los primeros misioneros y era alumna de la escuela nacional. Ahora, después de asistir al imponente cortejo, 
mucho más solemne, en honor de don Bosco beatificado, sintió la imperiosa necesidad de desahogar los sentimientos de su corazón y, 
repasando aquellos lejanos recuerdos, escribió al Rector Mayor don Felipe Rinaldi en estos términos: «Nosotras, alumnas de las escuelas 
nacionales, escuchábamos los hermosos sermones de don Juan Cagliero y don Juan Baccino, nos confesábamos con ellos, íbamos al 
catecismo con mucho gusto y aprovechamiento. Nos daban muchos consejos útiles, nos animaban a ser buenas y nos enseñaban a evitar 
los peligros que nos rodeaban. Ellos fueron los que nos prepararon y admitieron a la primera comunión; ((101)) ellos los que sembraron 
y cultivaron en algunas de nosotras el germen de la vocación hasta hacernos llegar a ser humildes Hijas de María Auxiliadora y de don 
Bosco. 

»-íQué buenos son estos Padres! Nos decíamos unas a otras íQué 
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bien cuidan nuestras almas! íCuánto bien nos hacen! Antes nadie se había preocupado de nosotras. 

»Después, así que llegaron las Hermanas y abrieron su colegio en Almagro, el año 1878, volamos allí nosotras a alistarnos como 
postulantas y novicias y fuimos las primeras argentinas que profesaron. 

»Amadísimo Padre, estos dulces recuerdos se agolpaban en nuestra mente y nos hacían llorar de consuelo y gratitud, mientras 
acompañábamos las filas de nuestras niñas tras la imagen del beato don Bosco». 

Pero no hay que creer que todos los italianos de Buenos Aires pensasen de la misma manera. Elementos de la masonería, que 
trabajaban para dominar la colonia, se habían infiltrado también en la Cofradía y, de acuerdo con sus colegas de la península lejana, 
trabajaban con astucia y tenacidad para laicizar aquella religiosa institución. Pero tuvieron que habérselas con quien tenía mas coraje que 
ellos y disponía de inagotables recursos. Don Juan Cagliero se dio cuenta de los manejos de la secta y, apoyado por la Curia 
metropolitana, modificó el reglamento, reformó los estatutos 1, y echó al fuego los registros. Todo lo hizo a la luz del sol. Con un 
discurso de ardiente elocuencia, verdaderamente italiana, purificó y defendió el nombre de la patria contra las infamias, con que en el 
mes de abril anterior lo habían manchado hordas salvajes de la Boca con la pedrea contra el Arzobispo y la iglesia de San Francisco y 
con el incendio del colegio del Salvador, y, para renovar el personal de la Cofradía, proclamó paladinamente desde el púlpito que todo el 
que quisiese formar parte de ella, presentase personalmente la cédula de cumplimiento pascual, que sería la única entrada, la verdadera 
puerta del redil de Jesucristo. Después dirigió heroicamente las elecciones del nuevo Consejo. Aquel mismo día aparecieron carteles 
pegados en las paredes que decían «Muera Cagliero», ((102)) y el designado para presidente recibió un fuerte golpe en el costado, pero 
éste resultó elegido y fue el señor Rómulo Finocchio, católico a carta cabal, que no tenía ningún miedo a los masones. El 15 de enero de 
1876 el Arzobispo de Buenos Aires podía por fin escribir al Beato: «La bendición del Santo Padre ya produce sus frutos, porque (sus 
hijos) están haciendo muchísimo bien a la población italiana de esta Capital, que es muy numerosa y está muy necesitada de buenos 
sacerdotes de su patria». 

Los siete destinados a San Nicolás de los Arroyos se separaron de sus hermanos el 21 de diciembre. Los acompañaban el párroco 
Ceccarelli 

1 Véase, Apéndice, doc. I. 
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y el venerando señor Benítez. La población los recibió con entusiasmo. Cinco de ellos se alojaron en la casa parroquial del doctor 
Ceccarelli y los otros dos en la del señor Benítez. Aún había que hacer muchas obras antes de que el colegio estuviese en condiciones. 
Conviene contar aquí un poco de la historia del mismo. 

La fundación de San Nicolás, que el doctor Ceccarelli, párroco de aquella ciudad, ofreció al beato don Bosco, carecía de bases firmes. 
En las negociaciones no se anduvo el Siervo de Dios con menudencias. Su intención, de momento, era la de implantar una primera 
estación en un lugar desde donde se pudiera realizar su doble ideal de emprender las misiones indígenas y ayudar a los emigrantes 
italianos, faltos de toda asistencia, sin maestros y sin sacerdotes. San Nicolás ofrecía las dos posibilidades por la relativa cercanía de los 
indios y por el crecido número de colonos llegados de Liguria. Había de sesenta a setenta familias de «quinteros» o arrendatarios, que 
llevaban una vida patriarcal, cultivando tierras, adquiridas con el fruto de su trabajo. 
Estas familias no se mezclaban con las gentes del país; concertaban los casamientos entre compatriotas, llevándose también las esposas 
de Liguria, principalmente del valle del «Polcévera». Descollaban entre aquellas familias los Montaldo, con los que estaban 
estrechamente emparentados los Cámpora, los Lanza, los Ponte, los Vigo, apellidos conocidos y queridos por nuestros hermanos, por los 
beneficios ((103)) recibidos de ellos y por las vocaciones eclesiásticas y religiosas que brotaron en aquellas casas. 

Así, pues, cuando los Salesianos llegaron a San Nicolás de los Arroyos, tuvieron la desagradable sorpresa de encontrar que el colegio 
prometido y concedido por una Comisión argentina para tiempo ilimitado, no tenía muebles y se reducía a tres o cuatro salones a ras del 
suelo. Al ver el padre Fagnano que la cosa iba para largo, se industrió, ayudado por los colonos y por el mismo párroco Ceccarelli, para 
proveer a la comunidad de lo estrictamente necesario; y, mientras tanto, se comenzaban las primeras clases. 

Menos mal que la iglesita era pasable; pero la había construido una persona privada a sus expensas, el generoso Francisco Benítez, que 
fue el más grande y caritativo de los cooperadores salesianos de aquel país. Había mandado construir en ella una precioso altar tallado en 
madera; había llevado de Barcelona una linda estatua, esculpida en madera, de María Inmaculada. La iglesita se llenaba cada día de 
italianos, detrás de los cuales empezaron pronto a asomar los muchachos del pueblo. Las funciones se celebraban en ella como en Turín, 
con misas solemnes, cantadas por un coro formado con los hijos de 
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los colonos. Y, ademas, predicación continua y confesores a disposición de todos y a todas las horas del día. 

Los colonos que presentaban a sus hijos para la escuela, hubieran querido dejarlos allí como pensionistas; pero »dónde meterlos? 
Entonces ellos mismos se manifestaron dispuestos a levantar un nuevo edificio prestando el dinero que hiciera falta y sin interés. El 
padre Fagnano, hombre de negocios y adiestrado en construcciones en Lanzo y en otras partes, comenzó sin más a construir un pórtico y, 
sobre éste y sobre el edificio ya existente, levantó un gran dormitorio de sesenta metros de largo por catorce de ancho. Desgraciadamente 
la escasa solidez de los cimientos y las lluvias de otoño (nuestra primavera se corresponde con el otoño de allá) hicieron que algunas 
columnas cedieran y se derrumbó parte del edificio. Pero el padre Fagnano no se acobardó; ((104)) y el colegio se abrió al año siguiente 
1877. La población envió enseguida a él muchachos, algunos de familias acomodadas, otros de condición humilde, como internos y 
medio pensionistas. Todo programa de estudios, horario, paseos, etc., se organizó según el plan de Alassio y Lanzo. Una banda de 
música estupenda alegraba las fiestas, los recreos y los paseos. Un programa impreso a cuatro columnas por una sola cara en una ancha 
hoja difundió la noticia por toda la región 1. El 10 de junio escribía monseñor Ceccarelli a don Bosco: «El Colegio de San Nicolás 
marcha perfectamente. Los padres Salesianos se portan muy bien, son muy apreciados en la ciudad y su nombre suena ya por toda 
América del Sur» 2. El antiguo alumno doctor Guido Lavalle, Ministro del Tribunal Supremo de Justicia, en un discurso pronunciado el 
2 de junio de 1929, día de la Beatificación de don Bosco, recordó con gracia a los superiores, compañeros y costumbres de entonces. 

Para que sea completa la historia de los orígenes es preciso añadir que no hubo ninguna donación de terreno, ni de edificios, ni se 
estipuló contrato de ninguna clase con la mencionada Comisión, en la que los nuestros habían puesto toda confianza. Dicha Comisión, 
que en el primer momento había ofrecido hasta una cabaña de ovejas y otras cosas para la manutención y sustento, no dio nunca nada. La 
finca, de unas tres hectáreas, pertenecía al Gobierno, que sólo cedió el uso. Quien ayudó continuamente a los Salesianos y estaba 
dispuesto a hacer 

1 Hemos podido encontrar un ejemplar de este primer programa y nos ha parecido útil reproducirlo en el Apéndice (doc. 2). 

2 Más adelante dice: «Fagnano es incansable, Tomatis intrépido, Cassini constante, Allavena robusto, Molinari infatigable, Gioia 
invencible, Scavini imperturbable en el trabajo científico, manual y religioso». 
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todavía más, de no haberse visto impedido pera ello, fue el cooperador Francisco Benítez. La Comisión se disolvió más tarde, y sus 
supuestos derechos sobre el colegio pasaron al Ayuntamiento, que era hostil y masónico. Haec olim meminisse iuvabit (útil será algún 
día recordar 
estas cosas). 

((105)) Demos paso ahora a la correspondencia del Siervo de Dios, que, en escasa medida, ha podido salvarse de los azares del tiempo. 
En la primera mitad de febrero llegáronle a don Bosco cinco pliegos, que contenían otras tantas cartas de hermanos y amigos. Las cartas 
de los hermanos, anunciadas primero y después leídas en público, despertaban en muchos el deseo de abrazar la vida misionera. Dice a 
este propósito la crónica: «El ochenta por ciento de los Salesianos está dispuesto a partir a la primera palabra de don Bosco». Retocadas 
por don César Chiala, las cartas aparecían en la Unità Cattolica. El 12 de febrero escribía el Beato a don Juan Cagliero: 

Mi querido Cagliero: 

Hemos recibido tu carta y las que escribieron los otros Salesianos. Se leyeron con el mayor gusto y se van publicando en los diarios. 
Doy gracias a Dios y pido que nos ayude a llevar todo adelante para su mayor gloria. 

Ya he recibido carta de Fagnano desde San Nicolás, con noticias de su llegada y de sus actuales ocupaciones. Según él, el local del 
colegio es muy reducido, pero añade que el Ayuntamiento parece dispuesto a ampliarlo y arreglarlo todo perfectamente. Ya me habéis 
dicho en diversas cartas que envíe Salesianos, Hijas de María Auxiliadora, jardineros, etc., pero yo espero disposiciones concretas tuyas, 
y entonces pondremos manos a la obra. Está Sammorí, que predica a las mil maravillas. Se habla de él como de un orador singularmente 
dotado; le invité a predicar un sermón en la iglesia de María Auxiliadora, y todos confirmaron las voces, o mejor, la fama divulgada. 
Quizá iría bien para la iglesia de la Misericordia. No dudaría un momento el aceptar. En este momento, si yo diese libertad, todos los 
Salesianos volarían a Buenos Aires. 

Don Domingo Tomatis ha escrito una carta a Varazze, en la que manifiesta que no está muy de acuerdo con alguno. Esta carta, escrita 
a don Juan Bautista Francesia, ha causado mala impresión en aquel colegio y en Turín. Dile dos cosas: 1.° Que un misionero debe 
obedecer, sufrir por la gloria de Dios y poner la mayor solicitud por observar los votos, con que se ha consagrado al Señor. 2.° Que, 
cuando haya algún motivo de descontento, lo hable con su Superior o me lo escriba a mí inmediatamente, y así tendrá una norma para 
actuar. 

Anteayer ( 10 de febrero) se abrieron las dos pequeñas casas de Ventimiglia; don Cibrario, director; Cerruti, maestro; Martino, 
mayordomo. En su lugar entró en la sacristía don Francisco Bodrato. 

((106)) El número de los hijos de María Auxiliadora crece maravillosamente, y es muy prometedor. Es una obra que hemos de cuidar 
con todo esmero. 

Tengo muy pocas noticias del comendador Gazzolo. »Hay alguna nube? 

Las Hijas de María Auxiliadora vendrán a Valdocco a primeros de marzo. 
»Tenemos que preparar algunas para América? 
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Presenta mis respetos al señor Arzobispo, al doctor Espinosa, al doctor Ceccarelli y a papá Benítez. Di a éste que en todas partes se 
leyó su carta en latín, la leyeron también Lanfranchi y Vallauri, y se leyó públicamente en nuestras casas. Todos se hicieron lenguas de 
su elegancia, estilo y pureza. Le contestaré cuanto antes. Muchísimos saludos de casa Radicati, Appiani, Fassati, Callori, Corsi, 
Marengo, Margotti y un millón más de otros que te saludan, con don Mateo Picco, el profesor Bonzanino y el conde Roasenda. 

Querido Cagliero, cuida tu salud y la de los demás. Os encomendamos al Señor a ti y a todos tus compañeros. Ruega tú también por 
mí, que siempre seré en el Señor tu 

12 de febrero de 1876. 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

P. S. Dame también noticias de vuestra situación económica. 
La casa de Niza se va encaminando muy bien. 

Don José Ronchail es el Director, Rebagliati pianista, Perret maestro, Capellano cocinero, Enrique Güelfi guardián permanente. 

Saludos de monseñor Fratejacci, del abogado y ahora canónigo Menghini, del querido Alejandro Sigismondi, del caballero Bersani y 
de los cardenales Antonelli y Berardi, etc. 

Omnia in nomine D. N. J. C. Amen. 

El celoso misionero don Domingo Tomatis, al que siendo todavía un chaval había predicho don Bosco que compartiría con él el pan 
durante muchos años, no sabía soportar el mal humor del coadjutor Molinari, maestro de banda. En realidad éste se hacía a veces 
insoportable con su carácter, tanto que al año siguiente salió del Instituto. Don Bosco, que con su caridad tolerante y sapiente se ganaba a 
individuos casi extravagantes, hasta convertirlos en dóciles y muy útiles, deseaba que sus hijos le imitasen en este espíritu de tolerancia. 
Por eso, no satisfecho con la recomendación indirecta, escribió al propio don Domingo Tomatis una preciosa carta sobre el mismo tema. 

((107)) Querido Domingo: 

He recibido tus noticias y me alegré mucho al saber que hiciste un buen viaje y que tienes buena voluntad de trabajar. Sigue así. Por la 
carta que has escrito a Varazze se ve que no andas de acuerdo con algún hermano. Esto ha causado mala impresión, especialmente 
porque se leyó en público. 

Escúchame, querido Tomatis; un misionero, que debe estar dispuesto a dar la vida para la mayor gloria de Dios, »no va a ser capaz de 
soportar la pequeña antipatía de un compañero, aun cuando tuviese defectos notables? Recuerda lo que nos dice san Pablo: Alter alterius 
onera portate, et sic adimplebitis legem Christi. Caritas benigna 
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est, patiens est, omnia sustinet. Et si quis suorum et maxime domesticorum ram non habet, est infideli deterior. 

Dame, pues, querido mío, este gran consuelo; es más, hazme este gran favor; mira que es don Bosco quien te lo pide. A partir de hoy, 
sea Molinari tu gran amigo, y, si no puedes quererlo por sus defectos, quiérele por amor a Dios, quiérele por amor a mí. »Verdad que lo 
harás? Por lo demás, estoy muy contento de ti, y cada mañana en la santa misa encomiendo a Dios tu alma y tus trabajos. 

No olvides la traducción de la Aritmética, añadiendo los pesos y medidas de la República Argentina. 

Di al benemérito doctor Ceccarelli que no he recibido todavía el catecismo pequeño de esa Archidiócesis y deseo tenerlo, para 
introducir en El Joven Instruido los actos de Fe conformes con los de la diócesis. 

Dios te bendiga, querido Domingo; no dejes de rezar por mí, que seré siempre en Jesucristo tu 

Alassio, 7-3-1876. 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

El Joven Instruido, que acababa de ser publicado en francés 1, iba a salir muy pronto traducido al español; sólo que aguardaba aquel 
catecismo, que no tardó en llegar. 

Aún tenemos que añadir una palabra sobre otro punto de la carta de don Bosco a don Juan Cagliero, que contiene una de esas 
expresiones que el Beato no soltaba al desgaire. «»Hay alguna nube?», pregunta él con respecto a Gazzolo. 

Como hemos de ocuparnos otras veces de este personaje, es necesario, desde ahora, que llamemos la atención de nuestros lectores 
((108)) sobre una realidad relativamente frecuente en los azares humanos. La divina Providencia se ha valido en más de una ocasión, 
hasta para realizar obras de mucha importancia, de hombres que ciertamente no buscaban la gloria de Dios y el bien de las almas, sino su 
propio honor y los intereses de su causa, cualquiera que ésta fuese, o también de su propia persona. No se daban cuenta al actuar de este 
modo de que otros, partiendo del polo opuesto, se encontraban con ellos y aprovechaban su actividad y dirigían sus miras a finalidades 
mucho más elevadas. También en el curso de estas Memorias la verdad histórica podría obligarnos a tropezar con sombras, donde todo 
parecía aureolado de pura luz; pero era la luz de nuestro Beato, que, envolviendo 

1 Abbé JEAN BOSCO, La Jeuneusse instruite de la pratique de ses devoirs et des exercices de la piété chrétienne, suivi de l'Office de 
la Sainte Vierge et des Morts. Pág. 511, Turín, 1876. 
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ciertas nebulosas, las hacía resplandecientes. Nos hace bien creer, sin embargo, que la oración del Siervo de Dios tuvo la eficacia de 
obtener luces celestes en tiempo oportuno para esta categoría de colaboradores. 

Gazzolo no estaba satisfecho. Le disgustaba que, entre tantas cosas como se habían dicho de los misioneros, se hubiese hablado tan 
poco de su actuación. Su propia correspondencia permite descubrir y leer en su interior 1. 

Es necesario, al llegar aquí, rectificar particularmente una afirmación, y no sólo por interés de la historia. Afirma él en una carta 
rotundis verbis (a boca llena), que la iglesia de la Misericordia fue «fundada y erigida» por él. La verdad es que la Cofradía le encargó de 
la compra del terreno para construir en él la iglesia. Con tal ocasión hizo también un buen negocio, pues, sin defraudar a la Cofradía, 
adquirió terreno suficiente para la iglesia y para sus proyectos. Sólo que, relegada la iglesia hacia el fondo, quedóse para sí las dos 
parcelas laterales, que lindaban con las calles, con miras a las dos casas que él construyó después en ellas. Una la compraron más tarde 
los salesianos a sus herederos, pagándola muy cara. 

Por suerte, el Beato recibía comunicaciones mucho más consoladoras de otras fuentes. El Vicario monseñor Espinosa ((109)) le 
escribía con la misma fecha en estos términos 2: «Sus hijos hacen un bien inmenso en la ciudad. Predican y catequizan que da gusto. Los 
pobres italianos no tenían aquí a nadie que se cuidara de ellos, y ahora llenan la iglesia... Lo que haría falta es que el señor Gazzolo diese 
a los Padres el terreno que tiene al lado de la iglesia. La casa que actualmente tienen es muy pequeña y no hay terreno para ampliarla». 

También monseñor Ceccarelli había hecho ya la apología de los Salesianos de San Nicolás 3: «La salud de todos es excelente, la buena 
voluntad de trabajar en la viña del Señor es indecible, el deseo de dejar en buen lugar al Instituto es admirable, su comportamiento es 
digno de misioneros que van al encuentro del Martirio». Esta última expresión no hay que atribuirla a énfasis oratoria. Don José 
Fagnano, por ejemplo, realizaba largas excursiones apostólicas, en las que hacía mucho bien, a costa de muchos sufrimientos. 

Quedan dos cartas por presentar aquí, escritas por el beato don Bosco a don Juan Cagliero, y que son un testimonio más del afecto 
paterno a sus queridos hijos lejanos. 

1 Véase. Apéndice, doc. 3. 

2 Carta del 15 de enero de 1876. 

3 Carta del 25 de diciembre de 1875. 
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Queridísimo Cagliero: 

El canónigo Vogliotti tiene un sobrino que marcha para Buenos Aires y desea que os lo recomiende. Te envío su misma carta para que 
puedas tener mayor conocimiento de él. Ayúdale en lo que puedas, sobre todo en lo concerniente a religión. 

Ayer (13) hubo función de teatro: se representó la famosa Disputa entre un abogado y un ministro protestante y resultó brillante. Mino 
1 cantó El hijo del desterrado con mucho éxito, pero el pensamiento de que el autor ((110)) de la música estaba tan lejos, me emocionó 
profundamente; así que, durante todo el tiempo del canto y de la representación, no hice más que pensar en mis queridos Salesianos de 
América. 

Don Cibrario y don José Ronchail me escriben que sus casas han comenzado y marchan bien con esperanzas de verdadero incremento. 

Los acostumbrados saludos para los consabidos amigos e hijos, y para los demas. Siempre en Jesucristo 

16-2-1876. 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

Queridísimo Cagliero: 

Añado algunas palabras a lo que han escrito los otros. 

Hoy se ha bendecido en casa Cattellino la capilla para las hermanas, que por ahora son siete. Sor Elisa es la Madre Superiora; también 
está aquí la Madre Giusep. Todas juntas te envían muchos saludos. El teólogo Molinari, Marengo, el barón Bianco, el conde Sigismondi, 
el marqués Fassati, monseñor Fratejacci, el abogado Menghini, mamá Corsi y muchos otros te envían mil saludos. Hoy se ha 
determinado abrir una nueva casa para la fiesta de Todos los Santos en Trinità. Díselo a don Domingo Tomatis 2. Es un hospicio con 
escuela. 

El lunes parto para Roma, donde trataré varios asuntos, entre los cuales la compra de una casa. Desde allí escribiré al doctor Ceccarelli, 
y a papá Benítez. 

Saluda a todos nuestros queridos Salesianos y di a todos: Alter alterius onera portate et sic adimplebitis legem Christi. 

Amadme y rezad por mí, que seré siempre para vosotros en Jesucristo. 

Turín, 30 de marzo de 1876. 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

1 Este distinguidísimo joven, natural de Comandona de Biella, vistió el hábito clerical en un instituto de Biella, abierto y dirigido por 
el padre Gurgo, filipense, para proporcionar buenos sacerdotes a la diócesis. Llegado a sacerdote, quedóse allí como profesor del 
gimnasio superior y vicedirector. Digno alumno de don Bosco y exquisitamente rico de dotes naturales, llevó una vida muy ejemplar. 
Una cruel enfermedad tronchó su existencia en la flor de la edad, después de tres o cuatro años de sacerdocio. El Beato, que le quería 
mucho, intentó, a través de don Julio Barberis, que se quedara con otros compañeros suyos en la Congregación. 

2 Don Domingo Tomatis era natural de Trinità. 

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A medida que la fama de los Salesianos se propagaba por la República Argentina, salvando las fronteras y se difundía también por las 
repúblicas vecinas, sucedíanse una tras otra las peticiones de fundaciones que tuvieran como fin la educación de la juventud, tal y como 
se verá en el curso de esta historia. El Beato, que conocía todo esto, recogía y meditaba ya sus pensamientos para poner a punto una 
segunda expedición. En efecto, el 30 de marzo entregó a don César Chiala una notita, a manera de minuta, para que escribiera a don Juan 
Cagliero: «En vuestras cartas nos hacéis ver la apremiante necesidad de personal; nosotros estamos llenos de buena voluntad para ((111)) 
enviároslo; pero es preciso que don Juan Cagliero especifique detalladamente cuántos sujetos y para qué cometidos. En las diversas 
cartas lo mismo se piden dos, cuatro, que treinta misioneros... En cuanto llegue esta nota, se pensará en la expedición y la haremos 
partir». 

Hay una cosa de la que se hicieron apreciaciones erróneas, a saber, de la idea que pasó por la imaginación de don Bosco y que 
manifestó poco después de la primera expedición de misioneros. El acarició la idea de inducir al Gobierno italiano a fundar una colonia 
en el sur de Argentina, que dependiera en todo y por todo de la madre patria; era un sueño imposible de realizar, pero ajeno a todo fin 
político. 

Don Bosco no sospechaba que era un plan quimérico, porque creía que en aquellas lejanas tierras había extensiones ilimitadas que no 
pertenecían a ningún Estado civil. En efecto, nos consta que habló de ello dos veces en este sentido. El 5 de febrero de 1876, por vez 
primera, aludió a «aquellas tierras de Patagonia, todavía no sujetas a la República Argentina»; el 19 del mismo mes dijo, por segunda 
vez, que había muchísimos «terrenos primi occupantis». Y formula la misma persuasión en un memorial dirigido al Ministro de 
Relaciones Exteriores Melegari 1, en el que indica una zona que se extiende «del Río Negro al Estrecho de Magallanes», donde «no hay 
viviendas, ni puerto, ni gobierno que tenga derecho alguno». 

Autores italianos, mal informados, enciclopedias superficiales y mapas geográficos con indicaciones fantásticas, le habían inducido a 
este error. 

Tenían que pasar todavía unos cuarenta años para que los estudios geográficos adquirieran en Italia un nivel científico más alto. Pero, 
cuando supo que no había en aquellas regiones un palmo de tierra, 

1 Véase, Apéndice, doc. 5. 
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adonde no se extendiese el dominio de Argentina o de Chile, naturalmente ya no dijo palabra de su empresa 1. 

((112)) Empresa, de todos modos, por él concebida como el medio más eficaz para conseguir su doble intento de evangelizar y civilizar 
a los indios y encauzar sabiamente nuestra emigración. El comprendía que ésta crecería cada año; veía cómo nuestros pobres emigrantes 
estaban a merced de los elementos físicos y de codiciosos explotadores; él, adelantándose a los tiempos, se daba cuenta de que el 
Gobierno cometía un desacierto al no interesarse por ellos; pero sobre todo le sangraba el corazón cuando leía con qué facilidad nuestros 
compatriotas perdían la fe de sus padres en aquella situación de abandono. 

Acostumbrado como estaba a sacar partido de toda clase de entidades y personas para lograr hacer el bien, quiso también arrancar 
auxilios al Gobierno de su país para lograr tan puros ideales. 

Así, pues, no sólo no merece censura, sino que ha de tributársele admiración y alabanza, siquiera por sus santas intenciones. In magnis 
et voluisse sat est 2 (En las grandes cosas basta incluso haberlas querido). 

1 No se debe pasar por alto que, aún en 1896, Teodoro Herzl, en su célebre obra L'Etat juif, Essai d'une solution de la question juive, 
juzgaba que no era imposible el plan de obtener de las grandes potencias, para los hebreos, «La souveraineté d'un morceau de la surface 
terrestre en rapport avec leurs légitimes besoins de peuple», en Palestina o en Argentina. (Véase »tudes, 5 de agosto de 1930, pág. 328). 

2 PROPERCIO, Eleg. III, 1. 
103 

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((113)) 

CAPITULO V 

POR LOS COLEGIOS Y EN EL ORATORIO 

CUANDO vemos al Beato don Bosco salir del Oratorio para ir a los colegios, acuden espontáneas a la mente aquellas palabras del 
Evangelio exiit qui seminat seminare semen suum (salió el sembrador a sembrar su simiente). íCómo nos alegraría, y qué bien nos 
vendría ahora, tener noticias abundantes de aquellas siembras providenciales! Demostraron haberlo intuido los primeros directores, al 
pronunciarse unánimemente en favor de las crónicas locales, donde registrar todo lo que don Bosco iba haciendo y diciendo a su paso 
por las casas. íQué rica cosecha de ejemplos y enseñanzas tendríamos hoy, si aquellas crónicas locales no se hubiesen quedado en un 
piadoso deseo! Atesorando, pues, lo poco que hemos podido escarbar acá y allá a lo largo de los meses de febrero y marzo, nos 
reservamos el derecho de suplir un tantico la escasez de las casas lejanas, entrando a saco en las crónicas y croniquillas del Oratorio. 

El Siervo de Dios fue llamado telegráficamente a Niza, y aprovechó el viaje del 20 de febrero al 11 de marzo para visitar los colegios 
de Liguria. Iremos tras él hasta la meta, aunque no sabemos nada de la parada que hizo en Sampierdarena. 

El Patronage St. Pierre estaba en vísperas de una hermosa transformación. Aquella obra no podía vivir, y menos aún desarrollarse 
encerrada como estaba en la planta baja y sótanos de una antigua hilandería. Además, bajo las miradas indiscretas que espiaban cuanto 
allí se hacía desde las próximas ventanas ((114)) del vecindario, sufrían una situación que sabía a esclavitud. Cuando el Director fue a 
Turín para la fiesta de san Francisco, habló a don Bosco del chalet Gautier, junto a la Plaza de Armas, que estaba en venta y le parecía 
que respondía plenamente a la necesidad. Era un edificio capaz, con jardín que podía convertirse en patio de recreo; situado lejos del 
ruido de la ciudad, pero bastante próximo a la misma para los externos; en una posición salubérrima y encantadora. Solamente el precio 
no andaba muy de acuerdo con los recursos económicos de don Bosco: íSe necesitaban cien mil francos! Pero él, a la vista de la 
necesidad, no vaciló. El 3 de 
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febrero encargó a don José Ronchail que escribiera a algunos beneméritos señores de Niza y se procediera a la compra; la Providencia no 
faltaría. 

El abate Roetti de Niza tuvo una idea genial. Anunciaban los 
periódicos que monseñor Mermillod, Vicario apostólico de Ginebra, procedente de Marsella y camino de Roma, pasaría por Niza. Se 
hablaba mucho del elocuente Prelado de fama mundial que sufría el destierro hacía tres años, víctima de tiranías heréticas y sectarias; iba 
a la Ciudad eterna para templar su ánimo en la tumba de san Pedro y a los pies del gran Pío IX, y para promover la causa de declarar 
Doctor de la Iglesia a san Francisco de Sales. Propuso el abate a los socios de la Conferencia de San Vicente de Paúl que suplicaran a 
Monseñor que se detuviese en Niza para predicar un sermón de charité o, como diríamos nosotros, dar una conferencia en favor de la 
obra de don Bosco. El abogado Michel, como presidente, el barón de Héraud y algunos otros socios aceptaron la propuesta, e invitaron a 
Monseñor. Este, después de un intercambio de cartas y telegramas, señaló el 23 de febrero por la tarde, en el lapso de tiempo entre la 
llegada de un tren y la salida del otro. 

Un selecto grupo de fervientes católicos recibió al digno Pastor, que llegó a la una. La conferencia, fijada para las tres, la dio a las dos 
en la iglesita de San Francisco de Paula, tan atestada de oyentes, que muchas personas ((115)) tuvieron que resignarse a no poder entrar. 
Preguntó el orador en la sacristía sobre qué tema debía predicar. Al saber que se trataba de una obra en favor de los huerfanitos y dirigida 
por los Salesianos, se alegró muchísimo, porque, como él mismo dijo después, era justo que el sucesor de san Francisco de Sales 
predicara en favor de una obra confiada a una Congregación, que tenía por patrono al santo Obispo de Ginebra. Pocos minutos después 
subió al púlpito. El noble e imponente auditorio, presidido por monseñor Solá, Obispo de Niza, aguardaba ansioso la palabra del gran 
perseguido. 

Monseñor Mermillod tomó como lema el texto de David: Tibi derelictus est pauper, orphano tu eris adiutor (El desvalido se abandona 
a ti, tú socorres al húerfano) 1. Demostró después la relación existente entre la maternidad de la mujer y la maternidad de la Iglesia; hizo 
ver cómo ésta sale al encuentro de aquélla y la socorre cuando no tiene la posibilidad de educar a la prole; terminó poniendo de relieve la 
común obligación de unirse a la Madre Iglesia para mantener y educar en el bien a los pobres huérfanos, que, ayudados por la religión, se 

1 Ps. X,14. 
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convierten en apoyo de la sociedad, mientras que, abandonados a sí mismos, privados de los socorros de esta Madre, no se resignan de 
ningún modo al estado en que la Providencia los ha colocado y, en vez de considerar en el rico a un hermano y un bienhechor, lo 
consideran como un tirano, y de este modo son arrastrados al comunismo. La emoción que su palabra produjo fue tal, que las limosnas 
entregadas alcanzaron la suma de cuatro mil quinientos francos. Los diarios franceses e italianos se ocuparon del caso mezclando los 
elogios al conferenciante con las alabanzas al «admirable sacerdote turinés, cuyo nombre era ya inmortal» 1. 

El efecto de tan gran publicidad fue una lluvia de peticiones formales de diversas partes de Francia, como Lyon, París, Annecy; pero 
donde más surgió y fue tomando cuerpo la idea de una casa Salesiana fue en Marsella. El Obispo de Aix envió expresamente ((116)) una 
persona de su confianza para hablar con don Bosco y obtener una fundación 
en su diócesis. Don Bosco contestaba a todos que las propuestas estaban de acuerdo con sus intenciones; que las aceptaba de muy buen 
grado; pero que no tenía personal suficiente y, por tanto, de momento convenía diferirlas; mientras tanto, consideraría lo que se debía 
hacer. 

»Asistió el Beato a la conferencia? Sin duda. Pero se cuenta que, mientras los oyentes admiraban los prodigios de su caridad, él dormía 
tranquilamente: ítan seguro estaba de la divina Providencia! El mismo manifestó abiertamente esta confianza en dos circunstancias 
particulares, que nos permiten conocer cada vez mejor al hombre de Dios. 

El notario Sajetto, que prestaba gratuitamente sus servicios, le hizo patente que los derechos gubernativos del registro de la escritura 
importaban más de seis mil francos; y don Bosco le contestó que, como no tenía más que los cuatro mil francos de la colecta, se 
resignaba a apalabrar la compra. Entonces el presidente de la Sociedad de San Vicente, viendo simplemente en esto un acto de 
inconsiderada temeridad, no se contuvo y le dijo que aquello era una locura. 

-íHombre de poca fe!, le contestó don Bosco; ya verá usted como, dentro de tres meses, encontraremos más de dieciocho mil francos 
aquí mismo y se podrá firmar el contrato. Escriba ante todo a Pío IX: su nombre a la cabeza de la suscripción, dará el golpe. 

Se aceptó su consejo y, en efecto, Su Santidad envió enseguida por medio del cardenal Antonelli dos mil francos 2. Después, el 
Consejo general de la Sociedad de San Vicente entregó mil; monseñor Solá 

1 Semaine Religieuse de Niza, domingo 27 de febrero de 1876. 

2 Véase, Apéndice, doc. 6. 
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añadió otros mil, varios socios regalaron mil francos cada uno; un socio, el menos acomodado, pero tal vez el más adicto al Patronato, 
vendió unas acciones, de las que sacó ocho mil francos y los puso en manos de don Bosco. Al cumplirse los tres meses se habían 
encontrado dieciocho mil francos y se firmaba el contrato. 

((117)) En otra ocasión más dio prueba el Beato de su ilimitada confianza en la divina Providencia. Preguntóle el mismo presidente si 
no le parecía que aquella casa resultaba demasiado costosa, dado el fin al que se la quería destinar, y el Siervo de Dios le interrumpió 
con energía, diciendo: 

-Dios hace sus obras con magnificencia. Observe la cantidad de estrellas en el cielo, la profundidad de los abismos y la multitud de 
peces en el mar, cuánta variedad de riquezas y hermosuras de toda clase en la tierra. Pues bien, ésta también es obra suya. No vayamos 
con menudencias. Si nos faltan los medios para comprar esta casa tan 
bonita, Dios nos los proporcionará. 

Y demos ahora desde aquí un salto hacia adelante, para llegar al Oratorio en la misma noche de su regreso: así podremos saborear una 
de aquellas conversaciones familiares, que don Julio Barberis tuvo la inspiración, digámoslo así, de consignar en su humilde crónica que, 
en algunos párrafos ha hecho que llegara hasta nosotros casi el acento vivo de la palabra de don Bosco. 

Hablaba él con algunos de sus sacerdotes después de la cena, según costumbre, de mil cosas, contestando generalmente a preguntas y 
observaciones que le hacían los interlocutores. Aquella vez le preguntó uno: 

-»Asistió usted al sermón de monseñor Mermillod? 

-»Que si estuve? íEl Obispo de Niza me arrastró hasta su lado! Habían colocado para él un sillón en el presbiterio y quiso que yo me 
sentase junto a él rodeado de todos los canónigos, de cara al pueblo. 

-»Conocía usted ya a monseñor Mermillod? 

-Sí que lo conocía, hacía ya mucho tiempo, y mantuvimos siempre relación epistolar. Es muy bondadoso con el Oratorio. Pasó por aquí 
para visitarme, vio el Oratorio y le gustó. 

-Era pequeña la iglesia de San Francisco de Paula, »no es verdad? De lo contrario la limosna hubiera sido mayor. 

-Pequeña, y tan abarrotada de gente, que los que hacían la colecta no podían pasar. ((118)) A muchos no les llegó el cepo. Se dijo, y 
creo que con razón, que si la iglesia hubiese sido grande, se hubieran recogido quince mil francos, y no cuatro mil. Muchos señores 
hicieron después lo que no habían podido hacer entonces, de suerte que a cada 
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momento veía llegar visitas y cartas con cuarenta, cincuenta y cien francos de limosna para contribuir a asegurar de forma estable la 
existencia del oratorio. En Niza somos verdaderamente bien vistos. También las autoridades civiles nos protegen. Incluso el Gobernador, 
que es protestante, nos favorece de veras. Habíasele presentado un correligionario para protestar contra don Bosco. Dos muchachos, 
escapados del hospicio protestante, se habían pasado a nuestro Patronato, donde, según afirmaba aquel señor, se violentaban las 
conciencias y se obligaba a los muchachos a hacerse católicos. Pretendía, pues, que el Gobernador sacara de ella a los dos muchachos. 
Pero el Gobernador le contestó: -«Se escaparon de vosotros porque no querían seguir allí; y ahora »hacerlos volver? Sería violentarlos. Y 
no permitir a don Bosco que reciba a los muchachos, que se le presentaron acompañados por sus padres y en la debida forma, eso yo no 
puedo hacerlo. Váyase, váyase; allí estarán tan bien como con usted». 

Y así los dos fugitivos se quedaron. 

A continuación describió el Beato la nueva morada y el estado de las cosas de esta manera: 

-Cuando se pueda abrir la nueva casa recién comprada, tendremos un local magnífico. Está situada en la linde de la Plaza de Armas. 
Mide nueve mil metros cuadrados y tiene un patio espacioso para un millar de muchachos externos. Aprovechando bien el local, como 
nosotros solemos hacer, pueden caber hasta ciento cincuenta internos. Además, hay posibilidad para ampliar el edificio. La construcción 
es incluso demasiado lujosa; tiene escaleras y pavimentos de mármol blanco. Se ha comprado por noventa mil francos y enseguida me 
ofrecieron otro tanto, para que vendiese el terreno del jardín sin el edificio. El gasto total llegará a los cien mil francos, contando 
escrituras e impuestos, que en Francia requieren mayor gasto que aquí. 

((119)) Pero, entre las limosnas que me entregaron y las que yo fui a pedir, más las que me prometieron para la fecha del pago, se ha 
llegado al importe de la compra. El procurador da los pasos para levantar varias hipotecas que gravan la finca, y todo lo hace por su 
espontánea iniciativa y sin interés. El y el abogado ya me han dicho que no admiten ni un céntimo por su trabajo, porque desean 
cooperar de alguna manera a la fundación. íAlabado sea el Señor! Di muchos pasos, no estuve mano sobre mano; pero he podido llevar 
las cosas a tal punto que ya pueden marchar por sí mismas. Diré además que en Niza nos hemos entendido para abrir otro oratorio 
festivo, junto a la iglesia adonde va nuestro don Enrique Güelfi a celebrar misa. 

Con acierto dijo don Celestino Durando al acabar: 
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-Allá en Francia comprenden lo que verdaderamente puede hacer el bien y, cuando ven que una institución es buena, no escatiman las 
limosnas. 

Las cosas podían marchar por sí mismas, había dicho don Bosco; pero no excluía con esto la válida cooperación. Por eso, dos meses 
más tarde escribía al Director, indicándole concretamente la manera de encontrar los medios necesarios. Es una carta, que nos revela los 
principios por los que se guiaba el beato Fundador para encauzar sus obras. 

«Puesto que nos hemos metido en el baile, es necesario que procuremos seguir la danza hasta el fin»; he ahí al hombre de la 
constancia, que, una vez decidido a una empresa, ya no sabe de defectos ni dificultades. 

«Dios quiere esta obra y no podemos echarnos atrás sin ofender su santo querer; y si nosotros cooperamos, estamos seguros del éxito»: 
he aquí al hombre de la santidad, que, una vez conocido el querer divino, acomete con audacia su deber, que consiste en hacer todo lo 
humanamente posible para cumplir los designios de la Providencia. 

Queridísimo Ronchail: 

Puesto, que nos hemos metido en el baile, es necesario que procuremos seguir la danza hasta el fin; por lo tanto hay que resolver las 
dificultades que se presentan para nuestro patronato de San Pedro. Por consiguiente, si el benemérito notario señor ((120)) Sajetto puede 
lograr el empréstito de sesenta mil francos, todos nosotros bregaremos para encontrar los otros treinta mil necesarios para el pago al 
contado de la casa Gautier. Por tanto: 

1.° Dirás al abogado Michel y al barón Héraud que busquen ubique terrarum (por todas partes) cómo juntar una cosa a otra, es decir, 
dinero contante y sonante, granjeándose el favor especialmente de la marquesa Villeneuve, del inglés que vive debajo del señor Barón, 
del conde Aspromonte y de todos los que pudiesen favorecernos en el reparto de la beneficencia del Carnaval. Como quiera que el 
Alcalde dijo repetidas veces que se interesaba por nuestro caso y que, en su calidad de ciudadano y de jefe del Ayuntamiento, también 
concurriría, bueno será recordárselo, con el objeto de suplicarle su concurso a los treinta mil francos, que se deberían pagar al contado 
enseguida, para efectuar una obra que ciertamente concierne a la clase más digna de atención, como es precisamente la de los niños 
abandonados de Niza. »Quién sabe si el señor Dellepiane no querrá también ayudarnos? 

2.° Trabaja para lograr que el señor Pirone, el canónigo Daidero y también el canónigo Bres, hagan algún esfuerzo en este caso 
excepcional. 

Di al señor Audoli que ponga en marcha toda su paciencia, su caridad y también su cartera. 

Quizás pueda ayudarnos también el padre Giordano 1. 

1 De los Oblatos de María Virgen. (Véase vol. XI, pág. 443). 
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El señor Obispo añadirá sin duda algo, pero ya le escribiré yo a su tiempo. 

3.° Mientras tanto, declárense bien las cosas, estipúlese el contrato fijando unos dos meses para firmar la escritura. A fines de este mes 
voy a Roma y desde allí haré lo que pueda. 

Quince días antes de la fecha fijada para firmar la escritura me escribirás diciendo el dinero que aun os falta y procurare enviároslo 
haciendo un préstamo en Turín. 

Dios quiere esta obra y no podemos negarnos a ella sin ofender su santo querer, mientras que, si cooperamos, estamos seguros del 
éxito. Pero es preciso decir que el demonio meterá el rabo y nosotros nos pondremos de acuerdo para contárselo. Convendrá también 
comunicar el asunto al Obispo, mas sin pedirle nada. 

Saluda a los señores mencionados; recemos con fe y no nos faltará el auxilio del Señor. 

Dios nos bendiga a todos; créeme en Jesucristo 

(sin fecha) 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

El Beato se apresuró también a notificar al Director las gracias espirituales, concedidas por el Papa a los bienhechores de las ((121)) 
obras salesianas, reservándose comunicarle más tarde, tal vez desde Roma, otros favores individuales concedidos para las personas más 
beneméritas. 

Queridísimo Ronchail: 

Te envío parte de los favores concedidos por el Padre Santo a nuestros bienhechores, para que puedan comenzar a usufructuarlos. 
Rabagliati sabrá decir las palabras que deben escribirse en cada folio. Pronto te enviaré las otras gracias espirituales; pero empieza a 
repartir éstos y di a todos que necesitamos su caridad. »No han hecho nada el canónigo Daidero, el señor Pirone, el señor Dellepiane, 
etc.? 

Estos días pasados no he podido ocuparme del dinero para la nueva compra. El lunes empezaré de firme. Pero tú búscalo donde lo haya 

o haz que te lo den a la fuerza. »Qué dicen a esto el Barón y el señor Audoli? 
(El original de don Bosco no lleva firma) 

Al poco tiempo necesitó don José Ronchail consejo sobre un asunto delicado, que turbaba la paz de la diócesis. En un lugar apartado y 
aislado se levantaba un santuario, denominado el Laghetto, que era meta de frecuentes peregrinaciones de devotos. El Obispo, como ya 
vimos 1, hubiera querido confiarlo a los Salesianos; pero a don Bosco 

1 Véase vol. XI, pág. 363. 

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no le parecía oportuno aceptar. Sin embargo, se repetían las insistencias. 

Es preciso tener algún conocimiento de la historia de aquel lugar. 
Antes de la revolución francesa pertenecía a los Carmelitas descalzos. 
Estos fueron expulsados durante la revolución, igual que los demás religiosos, y volvieron en la época de la restauración; pero, a 
continuación, iglesia y convento pasaron a propiedad del Estado por la ley de confiscación del 1855. Una vez anexionado a Francia el 
Condado de Niza, el Gobierno sacó a pública subasta aquellos inmuebles. Los Carmelitas licitaron para volver a restablecerse allí, pero 
el Cabildo de Niza se opuso a ello, ofreció mayor cantidad, quedó propietario y puso al frente del santuario a un sacerdote diocesano, 
que fijó su residencia en el convento y atendía a la administración del santuario, sin hacer caso alguno de las protestas de los Carmelitas. 

((122)) Se encontraban las cosas en este estado, cuando se intentó tratar del asunto con don Bosco. Había grandes desavenencias en el 
clero, entre el clero y los seglares y entre los mismos seglares. «Yo soy neutral, escribía Ronchail 1, y he de mantenerme así por las 
circunstancias en que me encuentro; estoy como atado, y no me atrevo a hacer visitas durante el día, porque siempre hay quien se fija 
adónde uno va, para colegir a qué partido se atiene, y por eso voy de noche. Parece cosa de risa, pero es algo muy serio. Se habla de ello 
en la Cámara de Diputados y no sé cómo acabará... Hasta los miembros de las conferencias están divididos por esto y a mí me toca 
navegar entre dos aguas, para no caer en desgracia de ninguno. Me vendría muy bien una carta suya con algún consejo a propósito». El 
Beato, que no pudo contestarle enseguida, le escribió desde Roma. 

Queridísimo Ronchail: 

He recibido en su día las noticias que me has comunicado y te contesto desde Roma, donde me encuentro hace unos días. 

Celebro que el señor Audoli empiece a entrar con alma y cuerpo en nuestro pequeño patronato. Guarda con él todas las atenciones 
posibles; ruégale que te diga todo lo que necesita y proporciónaselo. Salúdale de mi parte y dile que le encomendaré de manera particular 
en la santa misa, como amigo y hermano, y que pediré para él una bendición especial, cuando me presente al Padre Santo. 

Apruebo todo lo referente al asunto Gautier. Sigue preparando y reuniendo dinero para el día de la escritura. Haremos un registro con 
la lista de los bienhechores, que de alguna manera han ayudado a este fin; en cabeza irán el barón Héraud y el abogado Michel; y, 
mientras dure ésta nuestra institución, se harán mañana y tarde oraciones especiales por ellos. 

1 Carta a don Bosco, desde Niza, el 19 de marzo de 1876. 
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El asunto del Laghetto me parece que se está embrollando cada día más. Tú atente a estas normas: 

1.° No hables nunca expresamente de ello (ad hoc). 

2.° Cuando se hable de ello, manifiéstate poco informado y con pocas ganas de hablar. 

3.° Y si tienes absoluta necesidad de decir algo, limítate a decir: No leo periódicos de ninguna clase. Yo quiero a todos, necesito de 
todos y no estoy capacitado para juzgar. Pero cuando la Santa Iglesia se pronuncie, yo estaré de acuerdo con lo que Ella determine, etc. 

((123)) Di al párroco de San Juan de Villafranca que le agradezco el interés que tiene por socorrernos. Espero que quedará muy 
satisfecho por los favores, que le comunicaré tan pronto como todo esté arreglado. Dirás lo mismo al señor Dellepiane, mi antiguo y 
querido colega. 

El señor canónigo Daidero tendrá la medalla que desea y con ella recibirá también muchos favores espirituales; pero yo le recomiendo 
que me busque también algún ladrillo para el chalet Gautier. 

En cuanto a Perret será bueno decir las cosas por su nombre y preguntarle directamente en el coloquio mensual sobre las dudas que 
tiene. Si niega, muéstrate satisfecho, disimula y nosotros veremos lo que proceda hacer. 

Después de la audiencia con el Padre Santo te volveré a escribir. 

Quiéreme en el Señor. Saluda a nuestros queridos muchachos y a tu madre; reza por mí que soy para ti en el Señor, 

Roma, 12-4-1876. 

Afmo. amigo.
JUAN BOSCO, Pbro.


P. S. »Rabagliati toca el piano? »Se hacen salesianos Peracchio y el carpintero Ronchail? 
Nuestro venerando don Luis Cartier 1, que pasó la mayor parte de su vida en Niza, es del parecer de que la negativa de don Bosco, 
inspirada por el sentimiento de justicia, caridad y paz que siempre le acompañaron, hizo posible la vuelta de los Carmelitas al Laghetto 

2. En efecto, estos religiosos no sólo recobraron sus derechos, sino que también supieron volver a entablar amistosas relaciones con el 
Cabildo de la Catedral, haciendo un gran bien, hasta que la ley de 1901 contra las Congregaciones volvió a echarlos de su nido. 
1 Luis Cartier (1860-1945). Es uno de los primeros salesianos franceses. Don Bosco mismo le nombró director y maestro de novicios 
en Ste. Marguerite (Marsella). Fue director de Niza durante casi cuarenta años (1886-1923). Cuando la supresión de los religiosos fue 
llevado a los tribunales. Suscitó muchas vocaciones salesianas y eclesiásticas. Cotonó su labor con la construcción de la iglesia de María 
Auxiliadora, en cuya cripta reposan sus restos. Quedóse ciego en los últimos años de su vida. (N. del T.) 

2 Carta al autor de estas Memorias, Niza, 5 de febrero de 1930. 

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El Beato mantuvo la promesa hecha a don José Ronchail de volver a escribirle desde Roma después de la audiencia con el Padre Santo. 

Mi querido Ronchail: 

Estoy conforme con cuanto me has comunicado. Por lo tanto: 

1.° Data occasione, comunica una bendición especial del Padre Santo a todos los que de cualquier manera han favorecido nuestro 

patronato. 

Fueron concedidos también muchos otros favores especiales, que están todavía en curso en las oficinas de las Sagradas 
Congregaciones y que os comunicaré tan pronto como acabe la negociación. 

((124)) 2.° Escribe a Barale 1, que te envíe cincuenta ejemplares de El Joven Instruido, en francés y finamente encuadernados, para 
poder regalarlos. Tú manda imprimir una hojita como el modelo que te incluyo, para colocarla en la primera página de cada ejemplar. 

Son para los bienhechores. 

3.° Acepta el Patronato de San Luis y pide a Turín el personal que necesites. 

4.° Y saludos especiales para el señor barón Heraud, el señor Audoli y toda la familia del Patronato. 

El Padre Santo os bendice a todos. Rezad por mí, que siempre seré en Jesucristo vuestro 

Roma, 22-4-1876. 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

P. S. Se acerca el día de la escritura; prepara, por tanto, el dinero. Pero cuida mucho tu salud. 
Y basta de Niza, por ahora. Sólo pondremos aquí cinco recomendaciones que encontramos en un papelito autógrafo sin ninguna 
indicación y que no sabríamos colocarlo mejor en otra parte. Se trata de cinco normas prácticas para el buen gobierno de la casa 2. «Es 
absolutamente necesario: 1.° el coloquio mensual; 2.° leer cada semana una parte de las Reglas o una parte de las deliberaciones 
capitulares; 3.° distribuir los cargos. Pero cuídese el Prefecto de la disciplina y de los (preparativos) de la mesa; 4.° haya uno para la 
sacristía, que sea maestro de ceremonias del clero y del clero infantil; 5.° haya uno, que dirija las escuelas lo mejor posible». 

Después de la visita de Niza, la más importante fue la de Vallecrosia. Verdaderamente, más que de visita, debe calificarse de simple 

1 Director de la Librería del Oratorio. 

2 Son las deliberaciones tomadas en las conferencias de los Directores con los miembros del Capítulo Superior. Estas conferencias se 
llamaban también Capítulos generales. 

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vistazo; pero fueron importantes las comprobaciones hechas y las decisiones tomadas. 

Para ganar tiempo, sostuvo una primera entrevista con el Director en la estación de Ventimiglia, por donde tuvo que pasar para ir de 
Génova a Niza. 

((125)) Queridísimo Cibrario: 

Con verdadera alegría recibí tus dos cartas. Eso ya ha comenzado y Dios nos ayudará a continuarlo. Ciertamente es muy ardua la 
empresa que tenemos entre manos, especialmente en sus comienzos; precisamente por este motivo he tenido que sacar de su puesto al 
Rector de la iglesia de María Auxiliadora y ponerlo al frente de la pequeña caravana que, con la bendición del Señor, tendrá que llegar a 
ser un ejército bien encuadrado. Comprendo fácilmente que el lugar es y será siempre muy reducido; 
pero nosotros suplicamos a Dios que nos lo agrande. 

En este momento recibo un telegrama de Niza, de donde me llaman con urgencia. El lunes, día 20, a las doce del mediodía, estaré en la 
estación de Ventimiglia. Si vas allí, podremos hablar. De lo contrario, a mi vuelta pararé lo que fuere necesario. 

Saluda de mi parte al profesor Cerruti, a Martino su substituto, a nuestras Hermanas y a toda la casa Lavagnino; a todos les deseo la 
bendición del Señor. Ruega por mí, 

Turín, 19-2-1876. 

Afmo. amigo en J. C.
JUAN BOSCO, Pbro.


El encuentro se celebró, como fácilmente se colige por una frase contenida en esta otra cartita, con la que lo invitaba a encontrarse de 
nuevo con él a su regreso. 

Queridísimo Cibrario:
En el tren que llega a Ventimiglia alrededor de las once de la mañana, del 2 de marzo, llegaré, Dios mediante a ésa, e iré enseguida 
a


visitar al Obispo para recibir órdenes y ver lo que conviene hacer. 
Si puedes, ven tú también y expondrás mejor lo que merece ser tomado en consideración. 
Te incluyo una carta que olvidé entregarte. Que Dios os conceda todo bien a ti y a nuestras familias de Vallecrosia. 
Pide por tu 
Niza, 29-2-1876. 

Afmo. amigo en Jesucristo JUAN BOSCO, Pbro. 

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También notificó a don Miguel Rúa su regreso a Ventimiglia, al salir de Niza. El autógrafo no lleva fecha; pero, como en él se alude a 
la condición desesperada del joven Seghesio, fallecido, como resulta por los registros del Oratorio, el 17 de marzo, la carta pertenece 
ciertamente a este año y fue escrita en Niza el 2 de marzo. 

((126)) Queridísimo Rúa:
Salgo para Ventimiglia y espero estar en Turín el día 11 por la tarde. Pero escribiré desde Alassio o desde S. Pierdarena.
Hemos hecho el contrato. La bagatela de cien mil francos. Pero es un bonito edificio; prepara dinero.
Cuando llegue a Turín hablaremos de la iglesia de San Segundo 1. Envía a don Juan Bautista Lemoyne la adjunta.
Si Seghesio se encuentra todavía inter vivos, salúdale y dile que ruego por él.
Dios nos bendiga a todos. Amén.


Afmo.
JUAN BOSCO, Pbro.


La carta para Lemoyne también está sin fecha. Contesta humorísticamente a su petición para ir a América. Esta contestación nos 
recuerda otra del mismo estilo. También don Juan Francesia había pedido por escrito a don Bosco ser enviado a las misiones. Don Bosco 
dejó pasar algún tiempo, y un buen día le dijo al encontrarlo: 

-»Sabes lo que ha pasado? Que he leído tu poesía... 

Queridísimo Lemoyne:
Tan pronto como recibí carta, envié una bendición especial con una oración particular para Martino, que tal vez a estas horas ya


descanse en el Señor. Fiat voluntas tua. 
En cuanto me pidan desde Argentina un buen poeta, pondremos en movimiento tu veneranda persona. 
Cariñosos saludos para nuestros queridos jóvenes y diles que tampoco los olvido en Francia y les dedico cada día un memento especial 

en la santa misa. Pero que ellos no se olviden de rezar por el pobre don Bosco, que siempre será para ellos y para ti. 

Afmo. amigo en Jesucristo JUAN BOSCO, Pbro. 

P. S. Hemos comprado una casa estupenda en Niza, que cuesta la bagatela de cien mil francos; así que, vete preparando la cartera. 
1 Del asunto de S. Segundo se hablará en el XIII volumen. 

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Lejos de sus hijos y cargado de preocupaciones, el Beato guardaba una calma y serenidad tan perfectas, que no perdía de vista las 
necesidades individuales de sus hijos, doquiera se encontrasen. He aquí una bonita prueba en esta carta fechada en Ventimiglia. 

((127)) Queridísimo Bonetti: 

Di a Villanis que se prepare y, si el Obispo de Casale no tiene ordenaciones para el día de sitientes, ruéguesele que haga una simple 
aclaración de ello y entonces se acudirá a Vigévano o a Alessandria con las dimisorias oportunas. 

En cuanto a Rocca escribiré a Roma y te comunicaré la respuesta para tu norma. 

Con respecto al traslado de los alumnos, haz como mejor te parezca. 

Haz también lo que creas más oportuno con Giolitto y , si le pueden probar los aires de la Riviera o de Lanzo, fiat. Pero espero que no 
haya llegado todavía su hora. 

Vale para ti y para los tuyos. Amén. 

Ventimiglia, 3 de marzo de 1876. 

Afmo.
JUAN BOSCO, Pbro.


Desde Ventimiglia fue don Bosco a Vallecrosia, donde comprobó por sí mismo no sólo la necesidad, sino la urgencia de poner mano a 
la construcción de la casa y de la iglesia. Las peticiones de escolaridad aumentaban de día en día. Las pobres Hermanas, para contentar a 
todos, se sometían a la ímproba labor de dar clase por separado, al atardecer, a las mayores que querían adelantar mas en la escritura y en 
las labores. Las niñas se escapaban de las escuelas de los protestantes. Los Salesianos también veían crecer continuamente el número de 
alumnos, porque los muchachos iban de buena gana a sus clases; por consiguiente, pedían refuerzos de personal. 

El director, don Cibrario, gozaba del mas respetuoso aprecio. Hasta el Obispo le tenía en gran concepto y lo señalaba a la gente 
diciendo sin rodeos: 

-Ahí tenéis al cura santo. 

Tres personas tenían que trabajar por ocho. El Beato hacía siempre lo mismo; cuando no tenía bastante personal enviaba a las nuevas 
fundaciones el suficiente para empezar. Dios bendecía los esfuerzos de aquellos pocos, hasta que don Bosco poco a poco enviaba todo el 
personal necesario. Pero, mientras tanto, los primeros tenían que echar los bofes un buen rato, siempre a la espera de unos refuerzos que 
tardaban en llegar; de este modo escarmentaban en cabeza propia y se hacían hombres. 
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((128)) Allí todos ardían en deseos de conocer a don Bosco; hasta los protestantes estaban picados de curiosidad. En cambio don 
Bosco no tuvo prisa alguna por darse a conocer. La casa daba a la calle del pueblo y el ir y venir de la gente por allí era continuo de la 
mañana a la noche. Pero él fue en coche cerrado y en coche cerrado se marchó; de suerte que muy pocos lo vieron. Con esta su conducta 
reservada quiso seguramente evitar todo lo que pudiese tener visos de provocación. Partió de allí con la firme esperanza de que los 
nuestros, andando el tiempo, salvarían al pueblo de las garras del protestantismo; le alentaba a esperarlo el haber visto que las familias 
del lugar miraban con simpatía las nuevas escuelas y que de todas partes llegaban limosnas para los nuestros. 

Animado por estos sentimientos, en cuanto llegó al Oratorio, ordenó a don Carlos Ghivarello que preparara unos planos para los 
edificios a construir. Sobre una superficie, de treinta metros por cuarenta, había que levantar una iglesia de discretas dimensiones, con la 
vivienda para los hermanos y escuelas para los niños a un lado; y al otro la vivienda para las hermanas y escuelas para las niñas. Ambas 
viviendas debían tener dos plantas, mas sin impedir los ventanales de la iglesia, cuyos muros laterales servirían así para doble fin. En el 
piso superior del edificio tendría a uno y otro lado seis habitaciones, quedando destinada la planta baja para aulas, refectorio y cocina. 

La puerta de entrada no debía dar a la calle principal, sino a un lado del edificio y precisamente frente al templo protestante. 

-Don Bosco, exclamó don Julio Barberis que estaba presente y escuchaba estas instrucciones, usted quiere mucho a los protestantes. 
Ya hace años que se afana por establecerse aquí en Turín a su lado 1; en Bordighera no quiere separarse de ellos; tendría también que ir a 
Pinerolo a ponerse a su lado. 

-Sí, precisamente a su lado, contestó don ((129)) Bosco. Mas aún, ahora mismo está a la venta el templo de los protestantes en Roma y 
ya he encargado a alguien que entable negociaciones para la compra. 

En realidad, los protestantes habían construido en Roma su templo, sacando las obras a subasta; pero, a la postre, estallaron ciertas 
discordias, por lo que desecharon la idea. De aquel asunto, por lo que concierne a don Bosco, no tenemos mas noticias. 

Una carta del Beato a don Juan Cagliero, escrita desde Varazze, es un precioso recuerdo de su visita a Vallecrosia. 

1 Alusión a las difíciles negociaciones para la construcción de la iglesia de San Juan Evangelista, como se dirá en el volumen XIII. 
Véase pág. 417 del volumen XI. 
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Queridísimo Cagliero: 

En el paquete de cartas que envío a ésa va una para ti. Estoy de visita por la Riviera y nuestras casas marchan de la manera más 
satisfactoria. La casa de Bordighera está excelentemente encaminada. Se han arrancado ya cien niñas y otros tantos niños de las fauces 
de los protestantes. Hace dos domingos que su templo no tiene más que cuatro oyentes. Toda la población se va con don Cibrario. La 
furia de los herejes se lanza contra don Bosco, que anda por todas partes estorbando las conciencias. 

Tienen razón. 

Tal vez, antes de que recibas la presente, ya hayas contestado mi anterior. De todos modos, dame noticias concretas del estado 
material, moral y sanitario de nuestras casas y de las personas. Voy a pasar el mes de abril en Roma, donde espero hacer algo para el 
padre Ceccarelli. 

Te escribiré desde allá. Quiéreme en el Señor y ruega por mí, que soy tu 

Varazze, 12-3 (sic) 1876. 

Afmo. amigo en Jesucristo JUAN BOSCO, Pbro. 

P. S. -Un afectuoso saludo para nuestros hermanos. 
De su paso por Alassio da testimonio una carta a don Julio Barberis. Estaba éste terminando la Historia Oriental y Griega, que le había 
encargado el Beato. Y le apremiaba para que la acabara. Pero la noche del 20 de enero, en los acostumbrados coloquios de después de la 
cena, le había dicho: 

-Deseo repasar todos los cuadernos de tu trabajo uno por uno y luego los pasarás al profesor Lanfranchi para que los revise. 

Queridísimo Barberis: 

Me alegro de que hayas terminado algunos cuadernos. Comienza a entregar uno al caballero Lanfranchi, con quien ya estamos de 
acuerdo; cuando termine éste o éstos, ((130)) ya le entregarás los otros. Mientras tanto se podrá comenzar la impresión. Me gusta que 
vayas a predicar los ejercicios, pero... 

Por lo que se refiere a Chiara, di a don Miguel Rúa que le busque ocupación en lo que parezca más necesario. En cuanto a Veronesi y a 

Soldi, bien está, conforme; pero bueno será que hablemos de esto. 

Saluda a Piotón, a Giovanetti y a otros, que me han escrito y cuyas cartas he leído con verdadero agrado. 

Messis nostra de die in diem crescit et centuplicatur. Perfice operarios sanctos atque strenuos (nuestra mies crece de día en día y se 

centuplica. Prepara operarios santos y valientes). 

Que Dios os bendiga a ti, a tus aspirantes, santos y valientes, mis hijos queridos. Saluda a don Luis Guanella y a Antonio Bruno el 
cocinero. Rezad por mí, que siempre seré vuestro 

Alassio, 5-3-1876. 

Afmo. amigo en Jesucristo JUAN BOSCO, Pbro. 

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A costa de repetir cosas ya mencionadas en el volumen anterior, transcribiremos aquí una nota de la crónica, que se refiere a la 
ausencia de don Bosco del Oratorio durante su gira por la región de Liguria y más allá: 

«Cuando don Bosco tiene que ausentarse de Turín por algún tiempo, piensa en todo asunto o proyecto. Escribió diversas cartas a don 
Miguel Rúa con muchas disposiciones a tomar, a don Julio Barberis para los novicios y a don Celestino Durando para la escuela de los 
Hijos de María Auxiliadora, siempre con el encargo de saludar a alguno, como si pensara continuamente en éstos y en todos los demás 
de una manera particular. Escribió, como hace siempre, a muchos bienhechores del Oratorio, informándose de todo y enviando sus 
saludos a muchos». 

íCuánto sentimos ignorar lo que hizo y dijo al visitar las otras casas de Liguria! Suplan este silencio, siquiera en parte, las «buenas 
noches», que dirigió a los muchachos del Oratorio tres días después de su regreso. Al verlo entrar, aquellos buenos chicos le tributaron 
una calurosa ovación. 

-íBuenas noches! íBuenas noches!, exclamó él sonriendo. 

-íGracias! íGracias!, gritaron todos a la par con una nueva salva de aplausos. 

Siempre que hablaba don Bosco, si alguien había encontrado algún objeto, se lo presentaba antes de la platiquita, para ((131)) que 
invitara a recogerlo a quien lo hubiera perdido. Aquel día un muchacho le presentó un lápiz encarnado, que había encontrado en el patio. 
Don Bosco anunció: 

-íUn lápiz encarnado! Pido tres liras. »Quién lo quiere? 

Después de una carcajada general, el Siervo de Dios comenzó: 

Queridos hijos míos, he estado estos días visitando nuestros colegios de Liguria. íCuánto trabajo en todas partes! íHay mucho, 
muchísimo bien que hacer! Y uno ya no sabe cómo salir de apuros; en todas partes piden auxilio y refuerzos. 

Al ver esto, iba yo diciendo para mis adentros: -Si todos nuestros queridos muchachos del Oratorio fueran sacerdotes capaces de 
realizar grandes trabajos, y verdaderos operarios evangélicos, habría puestos y tarea para todos. 

Os lo aseguro, queridos míos, no me encontraría apurado para emplearos a todos. Mirad cómo bendice el Señor nuestros trabajos. 
Visteis cómo hace poco más de un mes salieron del Oratorio el padre Cibrario, el clérigo Cerruti y el coadjutor Martino para ir a 
Bordighera, población atestada de protestantes. 

»Qué podrían hacer tres individuos solos, mejor dicho, dos, un sacerdote y un clérigo? Hacía sólo dos semanas que habían abierto las 
escuelas, cuando yo fui allá. 

Hay unas cien niñas en las escuelas de las hermanas y casi otros tantos muchachos en la escuela del clérigo Cerruti; casi todos ellos 
iban antes a las escuelas de los 
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protestantes; y los otros se veían obligados a quedarse en sus casas sin poder aprender nada, porque no había escuelas católicas. Y 
después, el domingo acudían al templo protestante. Pero ahora que se abrió nuestra iglesita, ya hace dos domingos que el pastor 
protestante se afana hablando a las cuatro personas que allí acuden y echa pestes contra don Bosco y sus curas, que dejan desiertos sus 
institutos. Y no hay duda que, de seguir así las cosas, como yo espero, los protestantes no tendrán más remedio que declararse en quiebra 
y marcharse. »Veis lo que significa tener dos o tres operarios evangélicos? 

Y pensar que, sin aquellas escuelitas nuestras, sin aquella iglesita, muchas familias se habrían pasado poco a poco al protestantismo y 
los protestantes habrían podido instalar en aquel pueblo un centro permanente, de donde a saber cuándo se les hubiera podido desalojar y 
después de cuántos esfuerzos y trabajos. Ahora se trata de enviar allá a algún otro en su auxilio, porque Cerruti se queja de que él solo no 
puede dar clase a todos; hay que dividir la escuela y, al aumentar el trabajo, hay que aumentar también el número de individuos en 
aquella casa. Ahora voy a ver a quién se puede enviar. 

Os digo esto, queridos hijos míos, para que os animéis, porque yo quisiera veros a todos vosotros convertidos en sacerdotes, dispuestos 
a trabajar en la viña del Señor; pero sacerdotes celosos, de ésos que no piensan más que en salvar almas, de ésos que quieren prepararse 
una hermosa ((132)) corona de gloria en el paraíso. Os diré también que, al volver de mi viaje, vi una cosa que me parece muy 
importante para contaros, y fue que el mar estaba muy agitado. Y lo estuvo cinco días. 

Yo no había visto nunca cosa semejante. Mirando desde la playa mar adentro, veíanse olas muy altas, casi como nuestra casa, que se 
desplomaban formando entre una y otra como un valle muy hondo. Además, una ola acosaba a la otra rápidamente y sucedía que al 
chocar una contra otra producían un estruendo semejante al estallido de dos o tres cañones que disparan a la par. El choque producía una 
espuma blanca que subía muy alta hacia el cielo. Yo creo que, si entre aquellas olas, que se lanzaban una contra otra, se hubiese 
encontrado un barco, habría sido lanzado tan alto que los marineros habrían tenido tiempo para morir por los aires (risas). Pero no se 
veía ningún barco en el mar. 

A las rocas llegaban continuamente olas gigantescas que se estrellaban con estruendo atronador y no se veía por toda la superficie del 
mar hasta muy lejos más que miles de crestas de olas y estelas de espuma blanquísima. Yo me encontraba casi a trescientos metros del 
mar y a menudo tuve que apartarme para no quedar mojado. 

Mientras observaba este espectáculo admiraba la omnipotencia de Dios, que, cuando quiere, con una sola palabra hace que el mar 
quede tan sosegado y tranquilo que hasta se puede correr sobre el mismo. Pero esta misma palabra pone todo en movimiento y en 
tumulto en una extensión tan grande, que horroriza verlo. Si hubiesen ido por allí los senadores y diputados a mandar al mar que se 
estuviese quieto, habríase visto hasta dónde llegaba su poder. 

Pero, mirando el mar, vino enseguida a mis mentes el pensamiento de que aquella agitación de olas es semejante al estado de 
conciencia de un joven que tiene el pecado en el alma. No tiene nunca paz ni tranquilidad. Dadme un joven bueno: está tranquilo y 
contento, porque su conciencia no le remuerde de nada. Contemplad otro con un pecado grave en la conciencia: no está quieto ni 
tranquilo; está agitado como el mar. Ya sube soberbio hacia las nubes como la ola que se levanta, ya se envilece como la ola que choca 
contra otra y despide espuma con tal violencia, que dice quien se acerca a él: 
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-Este no tiene su conciencia en paz con Dios. 

»No es cierto que un muchacho que tiene el pecado en su conciencia, si alguien le proporciona un ligero disgusto, se enfada enseguida 
y monta en cólera? »Si se le pide un favor, contesta groseramente? »Si se le reprocha un defecto, contesta con arrogancia? 

Traedme un joven que haya tenido la desgracia de no confesarse bien, de haber callado algún pecado en la confesión y hasta de haber 
comulgado sacrílegamente, y veréis que su conciencia es como el mar tempestuoso. 

((133)) Pasa un rato de recreo, pero su risa es forzada, su alegría no es sincera; se aparta triste y se pasea solo. Los compañeros le 

invitan a jugar, pero él se encoge de hombros y responde: 

-íNo tengo ganas! 

Va al salón de estudio, pero no puede estudiar, porque oye a la conciencia que le dice: 

-íEres enemigo de Dios! 

Va a la iglesia, pero no reza y está desganado, porque no tiene confianza de ser escuchado, porque oye siempre que resuena en su 

corazón una voz funesta: 

-íNo eres amigo de Dios! 

Y, para ahogar esta voz, a veces molesta a los compañeros, habla, ríe, pero con una risa forzada. Va a comer y a cenar, busca satisfacer 

la gula, se esfuerza por estar alegre, quiere apartar todo pensamiento de remordimiento, pero el corazón le dice: 

-Si murieses ahora mientras tomas tu alimento, quedarías fuera del paraíso, porque te espera el infierno. 

Si va a un lugar obscuro, tiembla, no se atreve a seguir adelante y se para. Llega la hora de acostarse y dice: 

-Quiero echarme a dormir; al menos durmiendo me veré libre de estos pensamientos que me atormentan. 

Pero, mientras tanto, en el domitorio se le ocurre la idea: 

-»Y si no me despertara? »Si muriera esta noche? íLlegaría a la eternidad en desgracia de Dios! 

Y, mientras se acuesta, piensa que su cama sería en el infierno un lecho de brasas encendidas. Si no se duerme, le turban los recuerdos 
del pasado; si se duerme le parece, en sueños, que los demonios quieren arrastrarlo al infierno. Si se despierta de noche, le parecerá oír al 
Señor, diciéndole: Hac nocte morieris et non vives (morirás esta noche y no vivirás). Veis cómo su corazón es realmente un mar 
borrascoso. Todo esto que os digo no es más que poner en vuestro conocimiento lo que está escrito en la Biblia, la cual nos enseña: Non 
est pax impiis (no hay paz para los impíos). 

Andaba yo estos días pasados meditando estas cosas mientras miraba el mar en borrasca y me dije: 

-Contaré estas impresiones a mis muchachos, porque pueden hacerles mucho bien. 

Tened, pues, siempre presente que, si queréis que vuestra vida sea alegre y tranquila, debéis procurar vivir en gracia de Dios; porque el 
corazón del muchacho que está en pecado, es como el mar continuamente agitado. Y más aún, si queréis tener larga vida, es preciso que 
os pongáis enseguida en gracia de Dios, que os mantengáis constantemente en ella, porque el pecado es un aguijón que acelera la muerte: 
stimulus mortis peccatum est. Y, como nos previene en otro lugar el Espíritu Santo, los impíos no llegan a la mitad de sus días: impii 
non dimidiabunt dies suos. 

He querido deciros todo esto para aumentar en vosotros el celo por hacer el bien, 

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purificando vuestra conciencia, para que lleguéis pronto al sacerdocio, pero con verdadera vocación. El campo es amplio y está 
preparado. 

Animémonos; encomendémonos todos durante esta novena a san José y veréis como él nos obtendrá, después de vivir en paz los días 
de nuestra vida, que podamos ir al cielo para gozar del Señor toda la eternidad. 

((134)) El 29 de febrero terminaba el carnaval con sus representaciones teatrales, y el primero de marzo empezaba la cuaresma con las 
catequesis. 

De entre todas las representaciones del 1876 la crónica hace particular mención de la del jueves 17 de febrero, a las dos de la tarde, en 
honor de los bienhechores del Oratorio. Asistieron muchas personas distinguidas y, entre ellas, el celebérrimo periodista teólogo 
Margotti, director de la Unità Cattolica. Asistieron también en corporación los alumnos de Valsálice. Se representó la Perla escondida 
del cardenal Wiseman y hubo canciones durante los entreactos. La representación gustó mucho, y fue muy aplaudida la ejecución. 

Las representaciones teatrales se hacían en aquellos tiempos en el gran salón de estudio; pero no siempre a aquella hora. Si no había 
muchos invitados, los muchachos se reunían a las cinco y media en las aulas y desde allí iban en fila a la representación, que empezaba a 
la seis. A las nueve todo estaba terminado; cenaban, había un rato de recreo, se rezaban las oraciones e iban a dormir. 

Aquel año pareció que el salón de estudio amenazaba ruina; el Beato lo mandó apuntalar muy bien, mas por nada del mundo permitió 
que se dejase el teatro. 

No sabiendo si se nos ofrecerá ocasión mejor, diremos aquí alguna cosa más sobre este tema. Don Bosco quería que los actores 
estuviesen bien asistidos durante los ensayos, y nunca consintió que se les diese una cena aparte de los demás, después de la 
representación. Con respecto a las obras de teatro, deseaba que fueran buenas, sencillas y breves; le gustaba que, a veces, toda la función 
se programase a base de declamaciones o discusiones escolares con intermedios de cantos. 
Ciertamente no resulta fácil encontrar obras a propósito y adecuadas a nuestros ambientes; pero él estimaba que, con una docena de 
dramas, o poco más, bien seleccionados, se tenía un repertorio suficiente para un trienio; pues las obras más aplaudidas podían muy bien 
repetirse durante una misma temporada. »Cuándo desagradan en los colegios las cosas sencillas? Generalmente en dos casos: cuando 
están ((135)) mal representadas o cuando se ha estragado el gusto de los muchachos con representaciones muy aparatosas. Las 
discusiones escolares no 
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ofrecen variedades; pero él decía que se pueden hacer atrayentes mediante el artificio de la tramoya y el vestuario de los actores. 

A primeros de febrero preguntó don Francisco Paglia al Beato si le gustaría que los clérigos recitaran el Cayo Gracco en el escenario, 
pero con sotana, como puro ejercicio de memoria y declamación. Ellos ya habían aprendido de memoria la tragedia. Don Bosco no 
quiso, y adujo diversos motivos: que no le parecía decente que los clérigos, vestidos con sotana, hicieran papeles de mujer; que 
desentonaba demasiado que, mientras los muchachos habían representado el drama sacro por todos sus costados de San Alejo, fueran 
ahora los clérigos con el Cayo Gracco, obra profana de cabo a cabo; que la tragedia terminaba con el suicidio en la misma escena y que, 
en conclusión, no le parecía bien que los clérigos aparecieran en las tablas. Y añadió: 

-El Arzobispo escribiría a Roma la misma tarde de la representación. 

Con respecto al desaprobar que los clérigos actuasen de actores, su aversión se refería evidentemente al Oratorio, no a las casas para 
clérigos solos, en las que siempre permitió sus representaciones. 

La breve croniquita de don José Lazzero señala una novedad del año 1876; y es que, por vez primera, representaron los aprendices, 
ellos solos, sin auxilio de otros elementos, la Casa de la fortuna y el sainete de la Oca. Lo hicieron tan bien que, desde entonces, su 
compañía teatral siguió actuando con diversas representaciones. 

Imaginamos que no desagradará a nuestros lectores conocer qué idea tenían sobre aquellas funciones de teatro los que, por su trato 
largo y familiar con el Siervo de Dios, estaban en condición de reproducir fielmente sus ideas mejor que ningún otro. En la croniquita de 
don Julio Barberis se lee el 17 de febrero una divagación que, despojada de inútiles redundancias, dice así: «El teatro, cuando las piezas 
son selectas: 1.° Es escuela de moralidad, de vida social ejemplar y a veces de santidad. 2.° Desarrolla la mente de quien actúa y le da 
desenvoltura. 3.° Produce alegría a los muchachos, que piensan en él muchos días antes y muchos ((136)) días después. La alegría que 
despiertan estas representaciones decidió a algunos a quedarse en la Congregación. 4.° Es uno de los medios más poderosos para ocupar 
las mentes. íCuántos malos pensamientos y malas conversaciones impide, pues atrae toda la atención y es tema de todas las 
conversaciones! 5.° Atrae a muchos jovencitos a nuestros colegios, porque nuestros alumnos cuentan en las vacaciones a lo parientes, a 
los compañeros, a los amigos la alegría de nuestras casas». 

Era constante en el santo Educador la preocupación por ofrecer a 
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la mente y a la fantasía de los jóvenes incentivos variados, que los librasen de pensar en cosas menos buenas. Lo mismo que con las 
representaciones teatrales, hacía con las fiestas en la iglesia y fuera de ella; procuraba que se celebraran no sólo con pompa y alegría, 
sino también a intervalos, de tal manera espaciados, que, cuando se esfumaba la impresión de una, surgiera enseguida la expectación de 
otra. Con este mismo intento sabía introducir oportunamente conversaciones de hechos y fenómenos impresionantes, contaba sueños 
misteriosos, despertaba el pensamiento de los exámenes. A veces distraía con sus «buenas noches», tomando ocasión de las 
circunstancias internas o externas. Pero, después de la salida de los misioneros, tenía al efecto una rica mina de noticias con las cosas de 
América, anécdotas, informes, que impresionaban y ofrecían materia para fantasear y hablar. 

Con los mayores, valíase también de ayudas literarias para impedir la formación de esas charcas de aguas cenagosas, donde 
desgraciadamente fermentan las pasiones juveniles. Y así, después de establecidas buenas relaciones con monseñor Ciccolini, árcade 
general de la Arcadia, se entendió con él, desde el año 1875, para crear en el Oratorio una tertulia arcádica, que estuviese en 
correspondencia con la Arcadia General de Roma. Para formalizar los actos concernientes a la fundación de una nueva tertulia arcádica 
era indispensable que se hiciese la propuesta en una junta general de la Academia General de las Arcadias. Estas juntas se celebraban 
muy de tarde en tarde y no parece que se llegó nunca a una decisión para la «Tertulia Arcádica de Turín ((137)) en los Salesianos». Sin 
embargo, durante cierto lapso de tiempo las sesiones académicas con lecturas en prosa y en verso, bajo la dirección de don José Bertello, 
constituyeron una amena y útil distracción. 

Otra bonita diversión, para cuantos tenían aptitud para ella, era la música coral, que entretenía a un número considerable de 
muchachos. Los compositores, que florecían en casa, con don Juan Cagliero y Dogliani a la cabeza, sin contar otros de menor 
importancia, comunicaron a todos su entusiasmo, y llenaron el Oratorio de cantos y de música. La banda hacía furor en la sección de 
aprendices. Aquellos benditos músicos habían dado disgustos a don Bosco, el cual, como dijimos en el volumen anterior, disolvió la 
escuela, eliminó los elementos levantiscos y la renovó después, para satisfacción de todos. El año 1876 concedió al maestro Dogliani que 
enseñara a tocar el piano a un grupo de alumnos que cumpliesen con determinados requisitos. En conclusión, don Bosco, como experto 
educador, quería a toda costa desterrar del Oratorio el monótono sucederse de jornadas grises, que 
124 

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tanto aburren y perjudican el alma juvenil, favoreciendo la indolencia y el desarrollo de malsanas tendencias. 

Añadiremos aún que rodeaba de especiales atenciones y solicitudes a los alumnos del último curso. Cuando el descontento se adueña 
de los muchachos mayores, por mucho que se haga y diga, nunca se impedirá que el malhumor se extienda por toda la casa. El 13 de 
marzo llamó aparte al inteligente profesor de aquéllos, don Pedro Guidazio, le pidió una relación detallada de la clase en general y de 
cada alumno en particular, le preguntó por el posible resultado de cada uno y le dio en cada caso normas prácticas para guiar a cada cual 
según su índole y de modo que los mejores se sintieran atraídos hacia la Congregación. Además, desde el año 1869, los alumnos de 
quinto curso 1, que se distinguían por su aplicación y buena conducta, se sentaban cada domingo a la mesa de los Superiores; una notita 
de la crónica nos presenta en un domingo de marzo cinco nombres, que son muy conocidos todavía por muchos de los nuestros: ((138)) 
Bima, Botto, Dompè, Gresino y Néspoli. Disfrutaba mucho don Bosco al ver a estos muchachos; por eso defendió con firmeza este 
premio, aun cuando surgieron dificultades. Pero no se sentaban al lado de don Bosco. Sólo la noche del jueves santo, los alumnos 
elegidos para el lavatorio de los pies se sentaban a sus lados durante la cena. Terminada ésta, los premiados se acercaban para saludarlo y 
oír una palabrita suya que solía ser muy eficaz, sobre todo con respecto a la elección de estado. Se comprende cómo los días precedentes 
hablaran los muchachos de esta fortuna, la desearan, hicieran sus planes sobre ella y la recordaran no sólo unos días después, sino 
durante mucho tiempo, lo mismo dentro que fuera del Oratorio. 

Hemos mencionado la catequesis cuaresmal. Los estudiantes ya tenían clase de catecismo dos días a la semana y cada domingo; pero 
hacia fines de cuaresma, rendían un primer examen. El año 1876 se dio a este examen cierta solemnidad externa, invitando a 
examinadores seleccionados entre los eclesiásticos de la ciudad, comprendido el párroco del lugar. 

Se daba un curso especial de catecismo en cuaresma a la juventud obrera. Se cuidaban de él con verdadero entusiasmo los clérigos del 
Oratorio. El año 1876 se trasladó esta catequesis de la una de la tarde a las ocho; este cambio de horario aumentó el número de 
muchachos. 
Era bonito ver a unos doscientos aprendices, con la cara tiznada y la blusa pringada y mugriente, apiñarse todas las tardes alrededor de 
sus 

1 Era el último curso del bachillerato clásico. (N. del T. ). 
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catequistas, que, después de un rato de recreo, los acompañaban a la iglesia y los entretenían durante tres cuartos de hora sobre los 
puntos mas esenciales de la doctrina cristiana. El Siervo de Dios, sin preocuparse de gastos ni trabajos, les proporcionaba después tres 
días de ejercicios espirituales como preparación a la Pascua, durante los cuales se obtenía abundante pesca. Se prepararon sesenta de 
estos aprendices para la Confirmación y fueron a recibirla en el palacio arzobispal. 
Tenían de doce a catorce años y casi todos procedían de los talleres de Valdocco. Muchos se confesaron entonces por primera vez, 
((139)) pero prometieron frecuentar el Oratorio. Llamó mucho la atención su buen comportamiento al ir al palacio arzobispal, durante el 
tiempo que estuvieron en la iglesia y en el momento de recibir la Confirmación. 

La fiesta mas solemne en este período del año escolar era la de san José. Era precedida de un mes dedicado al padre putativo de Jesús y 
hacía cuatro años que se cumplía con mucha devoción. Mas, por aquel entonces, no estaba difundida esta piadosa costumbre; don Bosco 
la introdujo especialmente para los aprendices, los cuales se aficionaron a ella poco a poco. Pero también los estudiantes tomaban parte. 
Cada mañana aumentaba el número de las comuniones; por la tarde, antes de la bendición eucarística, en lugar del Ave Maris Stella, se 
cantaba el himno Te Joseph celebrent; las lecturas públicas de costumbre en la iglesia versaban sobre san José. Muchísimos estudiantes 
visitaban el altar del Santo durante el recreo de la merienda; los aprendices hacían esta visita después de la cena. Nadie los obligaba, pero 
eran muy pocos los que no la hacían. 

Semejante preparación disponía los ánimos a la novena, que terminaba con un triduo solemne predicado. El último día dijo el beato 
don Bosco a algunos sacerdotes después de la comida: 

-Verdaderamente se ve que san José nos quiere. Durante esta novena han descendido muchas bendiciones sobre esta casa. Algunos, 
que acudieron a María Auxiliadora obtuvieron gracias extraordinarias por intercesión de san José. Varias de ellas tuvieron lugar en mi 
propia habitación ante mis ojos. La situación económica de la casa era muy lastimosa y en esta semana he recibido grandes socorros. 
Pocas semanas ha habido tan ricas en gracias y limosnas. Si hubiese dos o tres mas como ésta, no faltaría mucho para saldar todas 
nuestras deudas. Casi todos los días he recibido mil o mil quinientas liras, y aún mas. 

La fiesta puso en movimiento a los aprendices. La víspera se celebró una reunión, a la que se dio el nombre de conferencia, y cuyo fin 
era la aceptación de nuevos socios en la Compañía ((140)) de san José. 
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Además de la platiquita de ocasión, hubo cantos, piezas de música y declamación de poesías. El día de la solemnidad se cantó una misa, 
compuesta para la ocasión y dedicada a don Bosco por el principiante Juan Pelazza, antiguo alumno del Oratorio. La ejecución fue 
estupenda. Para la bendición eucarística de la tarde la escolanía interpretó el primer Tantum ergo del joven maestro José Dogliani, que 
fue muy alabado por los entendidos. Es fácil comprender cuánto interesaban a todos, maestros, cantores y oyentes estas piezas de 
música, digámoslo así, domésticas. 

Al atardecer se celebró la consabida velada: ante un altar iluminado con profusión y presidido por la estatua de san José, se reunieron 
los aprendices, los alumnos de las escuelas nocturnas y los Superiores. 
Aquel año se celebró también en esta fiesta el día onomástico de don José Lazzero, director de los aprendices, como entonces se llamaba 
a su catequista, y más tarde vicedirector del Oratorio, en lugar de don Miguel Rúa. 

Para separar la parte religiosa de la otra, se corrió un telón, que ocultó el altar y la imagen, y en el cual apareció escrito: Vivan los 
padres Lazzero, Bologna, Bertello, los señores Buzzetti, Dogliani, y todos los José. En la presidencia se sentaron los representantes de 
las escuelas nocturnas y de los talleres, como loa al Santo y homenaje al Superior. Sin duda que la preparación de todo ello costó trabajo, 
pero los frutos lo compensaron con creces. Basta leer los comentarios del buen cronista: 

«Me convencí de dos cosas, a saber, que esta clase de veladas religiosas, bien preparadas, pueden ser magníficas, instructivas y 
acarrear gran bien moral a los muchachos, y que ésta ha revelado un notabilísimo progreso en los aprendices del Oratorio. En otro 
tiempo no se habrían atrevido ni siquiera a presentarse públicamente para leer una oración a san José, y mucho menos a arrodillarse, 
como lo hicieron algunos al llegar a cierto punto de su número para implorar auxilio y perdón a Dios, merced a la intercesión de su 
Santo». 

Para comprender bien la última observación, hay que recordar que don Bosco aceptaba entre los aprendices a muchos pobres ((141)) 
muchachos de la calle, abandonados de todos, entregados por la Policía. 

No hacía falta más para dejar un memorable recuerdo de la jornada; 
pero don Bosco supo poner broche de oro a la fiesta. Solía don Miguel Rúa dar en este día una conferencia a los socios profesos del 
Oratorio; pero estaba aquellos días de viaje por los colegios para presidir los exámenes semestrales de teología de los clérigos. Así que, 
don Bosco aceptó la invitación de dar él la conferencia, después de la cena, en la 
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iglesia de San Francisco, con asistencia a la misma de novicios, aspirantes y alumnos que quisiesen ir de los Hijos de María, de la 
«escuela de fuego» y de los cursos cuarto y quinto de bachillerato. Se avisó solemnemente de la gran novedad en las cuatro secciones 
donde se rezaban las oraciones de la noche, estudiantes, aprendices, fámulos y novicios. La noticia electrizó a la mayoría de los jóvenes. 
El poder oír a don Bosco causaba siempre una gran alegría. Y asistieron doscientos cinco. Tomó como lema el texto evangélico: Messis 
quidem multa operarii autem pauci. Escribe don Julio Barberis: 

«Aunque con gran sencillez de pensamiento y de forma, don Bosco habló con tanto calor que fueron varios los que en los días 
siguientes pidieron ingresar, y a saber cuántos lo harán después. Es admirable ver cómo don Bosco todos los años, y varias veces cada 
año, sabe encontrar nuevos medios para dar a conocer la Congregación a los jóvenes y despertar en ellos el deseo de pertenecer a ella». 

El mismo Barberis escribió inmediatamente al día siguiente la conferencia, valiéndose de los rápidos apuntes tomados mientras 
hablaba don Bosco. Aunque él dice que reproduce más el hilo de las ideas que no las palabras, sin embargo nos ha hecho un precioso 
servicio, del que queremos darle las gracias, reproduciendo su escrito al final del libro 1. 

Todavía nos queda algo por recordar. Contra su costumbre de pasar las fiestas en compañía de los suyos, aquella vez ((142)) el Siervo 
de Dios fue a comer a los «Artesanitos», donde celebraban por san José la fiesta más solemne. Había relaciones cordialísimas entre el 
Oratorio y aquel colegio. Su director, don Leonardo Murialdo, se consideraba discípulo de don Bosco; los Salesianos iban todos los 
sábados a confesar a los muchachos. Don Bosco, que se había disculpado varios años seguidos, creyó oportuno aceptar aquel año la 
invitación. Exclama don Julio Barberis: 

«íQué santo es el teólogo Murialdo! También él trabaja para formar una pequeña Congregación eclesiástica con el fin especial de 
promover la educación civil y religiosa de los pobres aprendices e instruir en el catecismo a los ignorantes, dirigiendo oratorios festivos». 
Estaba preparando la floreciente Congregación de los Josefinos. 

Tres veces, en los últimos días de marzo, dio el Beato las buenas noches; son tres platiquitas salvadas del naufragio, que todavía se 
leen con utilidad y deleite por el sorprendente frescor de la forma y la sabiduría del contenido. 

1 Véase, Apéndice, doc. 7. 
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El día 26 se presentó en el local donde rezaban las oraciones los estudiantes y la mayor parte de los hermanos, y fue recibido con gritos 
de júbilo. Un joven se acercó a la tribuna y le entregó dos moneditas, que había encontrado en el patio. Una vez hecho el silencio, 
anunció con humorística seriedad: 

-íSon diez céntimos! Servirán para pagar las deudas del Oratorio. 

Estalló una carcajada general. Después prosiguió: 

Y ahora pensemos un ratito en nuestras cosas. Ante todo, mañana, después del mediodía, daremos un largo y agradable paseo (gritos 
generales de alegría). Es justo; el sábado por la mañana se terminaron los exámenes semestrales y, como llovía, no se pudo ir de paseo 
por la tarde. 

Y, no os extrañéis, porque voy a deciros más. He planeado un paseo mucho más importante. 

Deseo que un día salgamos todos juntos del Oratorio, todos, sin exceptuar a ninguno; desde el más alto al más bajo, desde don Bosco 
hasta el portero y el que prepara los macarrones (risas), todos con la banda de música y cuanto pueda ayudarnos a pasar alegremente la 
jornada; tomaremos un tren especial, saldremos por la mañana, al rayar el alba, e iremos a Lanzo (de nuevo aplausos y gritos 
prolongados). íDejadme terminar! ((143)) Todavía no os he dicho lo más importante. Iremos a visitar el colegio de Lanzo y pasaremos 
allí todo el día. El director, don Juan Bautista Lemoyne, me promete que hará lo posible para que lo pasemos bien y que el ruido de los 
platos y los vasos forme una alegre armonía. Al atardecer volveremos a Turín et unusquisque redibit in locum suum (y cada uno volverá 
a su lugar). Este paseo lo daremos apenas esté terminado el ferrocarril (murmullo), en el que están trabajando a toda prisa con la 
esperanza de que todo esté a punto para mediados de junio. Este día de asueto, queridísimos jóvenes, servirá para aliviar y reparar el 
cuerpo de los trabajos del año, pero es menester que no sea éste el único fin del paseo; íde ningún modo! Todo lo que alegra y alivia el 
cuerpo debe tener por fin someterlo más fácilmente al espíritu para que pueda servir mejor a la gloria de Dios y para que nunca suceda 
que el cuerpo tome la delantera al alma. 

No permitáis nunca, mis queridos amigos, que el cuerpo mande; mortificadlo durante esta mitad de la cuaresma, que aún nos queda. 
San Pablo nos dice lo que él hacía para lograr que el cuerpo fuera esclavo del espíritu: Castigo corpus meum et in servitutem redigo, ut 
spiritui inserviat (castigo mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre, para que sirva al espíritu). Al deciros esto, no es mi intención que hagáis 
rigurosas penitencias, largos ayunos o que os diciplinéis como hicieron muchos santos. íAh no, de ningún modo! Vuestro cuerpo es 
todavía tierno y podría sufrir con ello. Pero, »queréis que os sugiera también a vosotros una manera de hacer algo de penitencia adaptada 
a vuestra edad y a vuestra condición? Os lo diré. 

Consiste en un ayuno, que está al alcance de todos, esto es, guardad vuestro cuerpo y vuestros sentidos. Haced ayunar a vuestros ojos. 
Se dice que los ojos son ventanas por donde entra el demonio en el alma. »Y qué haremos nosotros para impedir que entre? Cerrad estas 
ventanas, cuando hay que cerrarlas. No permitáis jamás que los ojos se paren de ningún modo a mirar cosas, pinturas o fotografías 
contrarias a la virtud de la modestia. Apartad enseguida la vista cuando se encuentra con objetos 
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peligrosos. Otra manera de mortificar los ojos es frenar la curiosidad; nunca, jamás leáis libros que hablen contra la religión, que sean 
inmorales, o aun sólo peligrosos para vuestra edad. Como ya os he dicho y repetido muchas veces, echad al fuego estos libros cuando 
caigan en vuestras manos, entregadlos a vuestros Superiores, libraos pronto de esta peste. Me interesa muchísimo que cumpláis con todo 
rigor lo que os estoy inculcando. 

Además, hay que mortificar, hay que hacer ayunar a los oídos, no parándoos nunca a escuchar conversaciones que puedan ofender la 
pureza, o murmuraciones contra ése o aquél, contra los Superiores o los compañeros. 

Hacer ayunar a la lengua prohibiéndole toda palabra que pueda escandalizar, absteniéndoos siempre de decir palabras picantes contra 
algún ((144)) compañero, rehuyendo hablar mal de nadie; en fin, no sosteniendo nunca conversaciones que no os atreveríais a tener ante 
un superior. 

Mortificar la gula, no buscando con afán lo que más agrada al paladar, sino aceptando lo que os ponen delante; no ser de los que están 
siempre deseando y se industrian para obtener un plato especial, o un vaso de vino. 

También podréis hacer alguna mortificación soportando con paciencia ciertas contrariedades, algo de calor, algo de frío, sin quejaros. 
No digáis enseguida como hacen algunos: 

-Escribiré para que me manden de casa esto y aquello. 

Si no es verdaderamente necesario, aguardad algún tiempo con paciencia, esperad, obrad con calma, id despacio, sin berrinches, sin 
poneros de morros, sin andar como en ascuas. Mortificaos tolerando con paz y caridad algún defectillo de vuestros compañeros, alguna 
molestia en el dormitorio o en la clase. En conclusión, mortificaos, no oyendo, no diciendo, ni haciendo nada que pueda ir contra el buen 
ejemplo. Obrando así, aunque sean cosas de poca monta, os servirán de penitencia adecuada a cada uno de vosotros, no os harán daño, os 
harán alcanzar el fin para el cual se instituyó el ayuno cuaresmal, os ayudarán eficazmente a vencer las malas inclinaciones y a adquirir 
grandes méritos para el alma. 

Una cosa más quiero recomandaros todavía. Comulgad frecuentemente y con fervor. Si recibís a Jesús con frecuencia en vuestro 
corazón, vuestra alma quedará tan fortalecida por la gracia, que el cuerpo se sentirá obligado a obedecer al espíritu. íBuenas noches! 

El 30 de marzo se lamentó de algún desorden acaecido durante un paseo. Expuso el hecho, manifestó su desagrado con paternal 
energía y exhortó a la observancia del Reglamento y al cumplimiento de los consejos de los Superiores. Se trataba de la prohibición de 
guardar dinero; era una cuestión sobre la que conviene saber la prudente medida tomada por él en otros tiempos, y remachada a primeros 
de enero, porque no se procedía de modo que se pudiera conseguir el fin que se pretendía. Quería don Bosco que todos los días y a una 
hora determinada uno «de la casa» vendiese a los muchachos algo de fiambres, queso, etc., a poco precio; pero de modo que sólo se 
pudiera pagar con «vales» 1 autorizados, y nunca con moneda corriente. Era su intención 

1 Véase vol. XI, pág. 209. 
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la de que aquella facilidad indujera a entregar ((145)) el dinero al prefecto, e impedir de esta manera toda transacción entre ellos y apagar 
en ciertos sujetos el afán de comprar fuera o de importunar a los parientes pidiéndoles gollerías. 

Hoy jueves, paseo y alegría; creo que todo marcha bien y estoy satisfecho. También el lunes hubo paseo y casi todo fue bien por lo que 
hace a reponer el cuerpo y el espíritu, menos el chaparrón que os pilló. Pero el paseo, amigos míos, fue malo para el alma. Y no me 
refiero a todos, pues, al contrario, muchos no hicieron nada que merezca reproche alguno. Sin embargo, para mi gran disgusto, he oído 
decir que algunos no observaron el reglamento y no supieron portarse bien. Unos salieron de las filas y se pararon para comprar fruta; 
otros fueron a beber y, si he de creer lo que se me dice, al regresar a casa hacían eses por el camino; otros compraron tabaco y fumaron. 
No quiero averiguar quiénes son los que tal hicieron, pero diré: »no sabéis que está prohibido por el reglamento guardar dinero? »Qué 
locura es ésa de querer hacer lo que está prohibido? Me parece que con el agudo talento que poseéis, todos podéis comprender que el 
reglamento está para vuestro bien. 

-Sí, dirá alguno; pero yo no guardo el dinero, sino que lo entrego a otros. 

»Y así creéis cumplir el reglamento? Entregáis vuestro dinero a otros para que os lo guarden y éstos os entregan el suyo para que se lo 
guardéis; de este modo creéis poder decir, cuando os pregunten, que no tenéis dinero propio, con vosotros. »Os parece que esto es 
sinceridad? 

-Yo no doy a nadie mi dinero, dirá otro. Lo escondo en mi baúl, y diré que no tengo dinero. Es verdad que está prohibido tenerlo; que 
me registren, que no lo encontrarán. Yo sólo lo tomo cuando quiero comprar algo. 

Ya veis a qué necedades llegan algunos. Estos tales podrían expresarse mejor diciendo: 

-Mire; no quiero entregar el dinero, lo quiero guardar yo mismo. Por tanto, si veo que aquí en el Oratorio no se puede hacer esto, me 
marcho, y vuelvo a mi pueblo. 

Y yo le contesto: 

-Pues márchate, y tan amigos como antes. 

Pero no comprendo cómo estos tales pueden comulgar, y rezar cada día con la esperanza de alcanzar lo que piden. 

-íEsto no es pecado! 

Y yo repito que no comprendo cómo éstos se acercan a comulgar con una desobediencia tan grave en la conciencia. Yo suelo decir que 
es mejor que no comulguen. »Qué provecho puede sacar de la ((146)) santa comunión el que va a recibir a Jesús, casi diciéndole: -Quiero 
seguir ofendiéndote. Porque, en efecto, el guardar dinero consigo es la raíz de los desórdenes, que suelen cometerse en los paseos. 

Quede, pues, entendido para siempre lo que ya he advertido otras veces y que es como una orden fija para la salida. El paseo, sea paseo 
y no parada. Se sale del Oratorio, se va hasta donde se haya determinado llegar, y después se vuelve. No hay motivo para pararse en 
ningún sitio. Cúmplase esta orden y se evitará otra ocasión de desórdenes. Si se va de paseo, no se va para pararse. De lo contrario nos 
podríamos quedar en casa. 

Otra cosa, que ciertamente debe cumplirse, es la de que, cuando se va de paseo, nadie salga de las filas por ningún motivo. Esta es la 
norma principal de un paseo; si se cumple, quedarán eliminados todos los desórdenes. Y aquí me viene bien advertir 

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que los asistentes no tienen autoridad alguna para permitir salir de las filas a nadie, por ningún motivo. Nunca se dio esta autorización, 
ninguno la tiene y nunca se dará, porque sería fuente de gravísimos males. La autoridad del asistente se reduce a esto: acompañar las 
filas, guiarlas al lugar establecido, velar para que nadie insulte a los nuestros y los nuestros no insulten a ninguno, y que haya orden en 
todo; pero nunca, 
jamas, tomarse la libertad de permitir a un joven alejarse de las filas. Y vosotros, queridos míos, no intentéis pedir este permiso al 
asistente; porque entonces le proporcionáis una pesadilla, un tormento terrible que no sabría cómo quitarse de encima al que pide, al que 
suplica, al que lloriquea. Ya no tendrá un momento para respirar en todo el paseo. 

Concretemos, pues, el asunto en unos cuantos principios: 

-El paseo no sea una parada. Nadie se aparte de las filas. Los asistentes no den nunca este permiso. Y sobre todo, no se tenga dinero, 
que es la causa de todos los desórdenes. 

Os he dicho que el que guarda dinero y no quiere entregarlo, no vaya a comulgar. Pero siempre hay alguno que objeta: 

-»Pero, es que está prohibido por los mandamientos de Dios o de la Iglesia tener dinero? Nunca hemos leído esta obligación. 

»Que no la hay? Pero yo digo: »no es acaso el Espíritu Santo quien dice: Obedite praepositis vestris et subiacete eis, obedeced a 
vuestros Superiores y estadles sometidos? »Acaso no es Jesucristo quien dijo: Qui vos audit me audit, quien os escucha a vosotros a mí 
me escucha? Y ícuántas otras citas de la Biblia podría traeros, que no quiero recordar ahora por no alargarme demasiado! Ahora bien, si 
los Superiores creyeron muy oportuno establecer esta regla, tienen derecho a ser obedecidos, y vosotros el estrecho deber de obedecer. 

»Creéis, tal vez, que se hacen las cosas por capricho? Un Superior, antes de deliberar, se pone en la presencia de Dios, examina su 
conciencia, reza para que el Señor le ilumine y le haga ver si la disposición que piensa dar es para bien de sus súbditos, ((147)) examina 
y pondera la cosa, y después habla según le inspira el Señor. 

No sé explicarme cómo algunos no comprenden; entre vosotros no hay marmotas dormidas y todos deberíais entender bien que es el 
Señor quien pone a los Superiores y les da las gracias necesarias para el buen gobierno de sus súbditos. Omnis potestas a Deo (todo 
poder viene de Dios). No me explico cómo algunos no entienden que la obediencia es muy agradable a Dios; y que nunca se equivoca el 
que obedece, mientras que siempre se equivoca el que no obedece. Tened profundamente grabada en vuestra mente esta gran verdad. 
Muchas veces los Superiores dicen una cosa, dan un consejo y, aunque parece fuera del caso y hasta fuera de razón, sin embargo ellos 
ven la marcha general de las cosas y los que los escuchan acaban bien y, en cambio, acaban mal los que no los escuchan. Sucede, a 
veces, que el consejo no guarda relación o no enlaza con lo anteriormente dicho, o con lo que hay que hacer después, y dicen los 
inexpertos: 

-íPero esto no tiene nada que ver con lo que yo pedía! 

Confiad en vuestros Superiores, seguid tranquilos su consejo sin discutirlo y acabaréis por estar contentos. Ellos tienen más edad, más 
práctica, más experiencia, más ciencia que vosotros. Y además os quieren. 

Os contaré a este propósito lo que le sucedió hace unos años a un estudiante del cuarto curso. Puedo decirlo tranquilamente, porque 
ninguno de vosotros conoce la persona, a la que me refiero. 

Un día se presentó un muchacho en mi cuarto y me dijo: 
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-Vengo a que me aconseje acerca de mi vocación; estoy dispuesto a someterme ciegamente a sus sugerencias y a hacer lo que usted me 
diga. 

Le miré sonriendo, dando muestras de que no creía mucho en sus palabras; y él me aseguro: 

-Sí, me pongo totalmente en sus manos. Dígame lo que quíera y lo haré. 

-Pues bien, si es así, le dije yo, acaba el cuarto curso y después, sin más, haces en estas vacaciones el examen para tomar la sotana, y el 
día de Todos los Santos se te impondrá. 

-»Y a dónde tendré que ir a estudiar filosofía y teología? 

-íAquí en el Oratorio! 

-Pero... es que... mis padres y mi párroco querrían que yo fuera al seminario. 

-Al seminario, no; si es así, no te hagas sacerdote; sigue el quinto curso, y, si no te parece bien hacerlo aquí, ve a otra parte, pero no te 
hagas sacerdote. Toma otra carrera. 

El muchacho inclinó la cabeza y dijo: 

-Bueno, así lo haré; seguiré su consejo. He prometido obedecer y obedeceré. 

Pero al pobrecito no le gustó y fue tan bobalicón que refirió por escrito todo nuestro diálogo a sus padres y al párroco. Llegaron las 
vacaciones y partió del Oratorio, pero el párroco no le dejó volver. Le decía: 

-»Qué diferencia ((148)) hay entre aquello y esto? »Si te basta el cuarto curso para ponerte la sotana en el Oratorio, no va a ser 
suficiente este examen para el Seminario? Si tienes vocación de hacerte sacerdote, lo mismo puedes llegar a serlo aquí que allí. 

Y nuestro joven vistió la sotana aquellas vacaciones y entró en el Seminario. Pero aquel año su conducta fue pésima, y, al volver a casa 
por vacaciones, se la quitó. Aquello disgustó mucho a sus padres. El párroco le había colocado en el Oratorio, pagando de su bolsillo la 
pensión, a lo que se había obligado. Pero el corazón del joven estaba tan encendido en rencor que fue a él, y le dijo: 

-Estoy perdido por su culpa, que no me dejó seguir el consejo de don Bosco. El me lo había dicho: si vives retirado, tus cosas 
marcharán bien; pero, en medio de las diversiones, te perderás; piensa cómo te portas cuanto estás en el Oratorio; aquí tu conducta es 
bastante buena. íMira, en cambio, cómo te portas en las vacaciones! Las cosas de tu alma marchan siempre mal. Y es usted, señor 
Párroco, quien no quiso que yo escuchase a don Bosco, y ahora estoy perdido. 

Y este desgraciado fue siempre adelante, a tontas y a locas, convertido en el escándalo de todos. Riñó con el párroco, casi logró 
desesperarlo y llegaron a tal punto los atropellos que el párroco tuvo que escapar de aquel pueblo por su culpa, y renunciar a la 
parroquia. 

Pero ni aún así deja aquel joven de molestarlo cuanto puede. Con esta tan negra ingratitud paga a su bienhechor. Este joven vive 
todavía, lo encontré hace pocos días, me habló y me dijo que había equivocado totalmente su camino por no seguir mis consejos. Intenté 
decirle una buena palabra; pero bajó la cabeza y no dio la menor señal de estar dispuesto a hacer lo que le dije. Este desgraciado, aquí en 
el Oratorio, lejos de peligros y ocasiones, hubiera perseverado en su vocación y llevaría una buena vida. 

Este hecho que os he contado, no es para hablaros de vocación. Tendremos tiempo de hablar sobre ello más tarde. Es solamente para 
que veáis cómo quien sigue los consejos de los Superiores y se conduce según sus amonestaciones, acaba siempre por quedar satisfecho. 
Quien, por el contrario, quiere obrar en contra de lo que le dicen los Superiores, siempre acabará mal. Porque el Señor ha puesto a los 
Superiores en 

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su lugar y les da las gracias necesarias para aconsejar bien y salvar a los que les son confiados; y porque quiere que los inferiores 
obedezcan su voz, que El les transmite por su boca. 

No piense nadie jamás que los Superiores dan buenos consejos buscando su propio interés. Aun cuando parezca que el Superior actúa 
por su propio interés, podéis estar tranquilos de que no es ésa la norma que los superiores siguen. »Podéis imaginar que pongan en 
peligro su propia alma ((149)) para daros un consejo, que no os indique la voluntad de Dios, sino sus propios intereses? 

Descansad, pues, seguros en los consejos de los Superiores, y cuando os marquen una regla, procurad cumplirla. Os repito que no sé ni 
quiero tampoco averiguar quién de vosotros ha faltado últimamente contra el reglamento de la casa, pues estoy convencido de que estáis 
todos de acuerdo para no repetirlo. 

Y, si queréis que os manifieste algo más, que me está muy a pecho, y fue la causa por la que algunos no obtuvieron en estos exámenes 
semestrales sobresaliente de conducta, os lo diré. Son los libros prohibidos. Se otorgaron calificaciones bajas a algunos, porque quisieron 
guardar algún libro que no es bueno y no lo consignaron, al dar la nota de los libros que cada uno tiene consigo. Tenedlo muy presente; 
no leáis nunca libros, de cuya bondad no estáis seguros, sin pedir consejo a quien os lo puede dar con criterio justo. Los libros no 
buenos, o bien los que no convienen a vuestra edad y a las circunstancias en que os encontráis y que, por lo tanto, pueden ser peligrosos 
para vosotros, por amor de Dios, no los leáis. Sé que algunos, aun después de mi último aviso, siguen guardando y leyendo libros que 
matan el alma y perjudican también el cuerpo. Ea, pues, entregadlos al Superior o quemadlos al instante. 

Estos tres avisos, a saber, no salir de las filas cuando vais de paseo y no hacer paradas, no guardar dinero y entregar los libros malos, 
grabadlos bien en la mente para poder estar contentos. Esto es lo que quería deciros esta noche. Buenas noches. 

La tercera vez que habló, que fue el último día del mes, lo hizo ante los aprendices solos. La platiquita tiene más importancia de lo que 
puede parecer a primera vista. La idea central es la presentación de los coadjutores y una invitación a los aprendices de buena voluntad, 
para que reflexionen si no les hace al caso entrar en la Congregación como coadjutores. Nunca anteriormente se había explicado en 
público con tanta claridad sobre este tema. Es probable que en la conferencia del día de san José él intentara abrirse camino; lo cierto es 
que, de todos modos, la impresión que hicieron entonces sus palabras, le había preparado óptimamente el terreno. 

Hace ya mucho tiempo que no nos hemos hablado a solas, aquí en vuestro locutorio, después de las oraciones. Desde la última vez que 
vine a daros las buenas noches, ha habido entre vosotros muchas novedades. Entre otras la disolución y reforma de la banda de música. 
Ya ((150)) os habrán dicho cuál fue el motivo de todo ello. El principal, o mejor, el único, fue que algunos jóvenes cumplían muy bien 
su deber, pero muchos no hacían el papel de un buen músico, a saber, alegrar el alma de los 
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hombres y hacerlos partícipes de la música que después iremos a oír en el paraíso;sino que hacían el papel del mal músico, que quiere 
poner alegre al demonio. Pues bien, como yo quiero que los músicos sigan después tocando sus sinfonías en el cielo, se disolvió la banda 
para que nadie continuara tocando la música en las calderas de Pedro Botero. Ahora se ha organizado la banda con mejores bases, como 
espero, pues quiero que mis músicos puedan seguir después haciendo un buen papel en el paraíso. 

Pero una cosa que causó inmenso daño entre vosotros, que me ocasionó extraordinario dolor, y por la que hubo que despedir a varios 
de casa, fue el haber descubierto que eran ladrones, murmuradores y que hablaban de cosas inmorales. Me supo muy mal tener que 
despedirlos, especialmente porque algunos, al salir de aquí, no sabían adónde ir. Y hubo que dejarlos en la calle, obligados a pedir 
limosna. íPero qué queréis! Cuando uno en medio de sus compañeros no escucha la voz de los Superiores y hace el oficio de lobo 
carnicero, yo no puedo, en conciencia, tenerlo aquí haciendo daño a los demás: ya sabéis que en este caso no se transige; cuando entra el 
escándalo de los compañeros por medio no puedo tolerarlo. Por tanto, debéis poner atención, y los que, para su desgracia, hubiesen caído 
ya en alguna de las faltas que acabo de mencionar, que no sigan, por favor, y se corrijan; es más, procuren tener muy ocultas sus 
disparatadas acciones, porque de lo contrario perderían su buen nombre, el aprecio de los otros e incluso se pondrían en peligro de ser 
despedidos del Oratorio. 

Si hubiese alguno que no esté decidido a enmendarse, es decir, que no quiera atenerse al reglamento: »sabéis lo que le aconsejo? Que 
venga a decirme que no está de buena gana en casa, y búsquese un sitio en otra parte; nosotros le daremos todavía buenos certificados. Y 
así las cosas irán de común acuerdo; amigos antes y amigos después. Porque, si son los Superiores los que llegan a descubrir las faltas, 
entonces éste tendrá que pasar por la vergüenza de ser expulsado del Oratorio, sufrir el perjuicio de no ser colocado en un puesto donde 
pueda ganarse el pan y ver que no le dan certificados de su conducta para poder ser admitido en otra parte. Y notad que estos certificados 
se piden dondequiera que uno se presente en busca de trabajo. 

Pero no he venido esta noche únicamente para deciros cosas desagradables, sino también para manifestar mi especial satisfacción a los 
que vienen a verme con frecuencia y no sólo en el confesonario, sino también en el patio y en mi habitación. Ya no sucede como hace 
algún tiempo, que muchos miraban a don Bosco como si fuera el coco y siempre huían de él. Entonces tenía yo a mi alrededor para 
confesarse una gran turba de estudiantes, especialmente los sábados por la tarde y los domingos ((151)) por la mañana; pero en cuanto a 
los aprendices, ya podía yo hacer y decir: venían pocos o ninguno. Ahora, en cambio, las cosas van mejor, aunque, a decir verdad, 
algunos dejan pasar todavía un tiempo notable sin venir. 

Tened, pues, presente que yo estoy siempre muy contento cuando venís a verme, no sólo en la iglesia, sino también fuera de ella. Lo 
que deseo es que vengáis, y no para darme a mí ese gusto, sino para que podáis recibir de don Bosco alguno de los buenos consejos, que 
suele dar a los que se acercan. 

Otra cosa quería deciros y es que, ayer y hoy, vinieron algunos a preguntarme si también ellos podían inscribirse y pertenecer a la 
Congregación de San Francisco de Sales. A varios ya les he contestado en particular: mas, como sé que también hay otros que desearían 
hacerme la misma pregunta, os respondo en pocas palabras aquí en público a todos juntos. Creo que ya sabéis casi todos qué es la 
Congregación de San Francisco de Sales. No está hecha sólo para los sacerdotes o para los estudiantes, sino también para los aprendices. 
Es una reunión de sacerdotes, clérigos y seglares, especialmente artesanos, que desean vivir juntos, procurando hacerse el bien entre sí 

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y también a los demás. Recordad, pues, que pueden pertenecer a la Congregación no sólo los que quieren después hacerse sacerdotes, 
sino que también una parte considerada de los socios se compone de seglares. Puede pertenecer a ella cualquiera que desee salvar el 
alma. Por consiguiente, si hay alguno de vosotros que diga: -«Yo tengo de veras este deseo, es más, estoy viendo que, si salgo del 
Oratorio, mis asuntos marchan mal y que, llevando una vida ruin en esta tierra, corro peligro de condenarme para toda la eternidad», éste 
puede pedir pertenecer a la Congregación. 

-»Pero, no nos faltará después lo necesario para la comida y el vestido?, preguntará alguno. 

Confiando siempre en la Providencia de Dios, madre piadosa, puedo aseguraros que nunca nos faltará nada de lo que necesitamos, lo 
mismo estando sanos que enfermos, en los años de la juventud y en los de la vejez. Es más, este motivo decidió ya a algunos quedarse en 
la Congregación; es decir, el pensamiento de que, si cayeran enfermos en el mundo, o cuando llegasen a viejos fuera de aquí, podían ser 
abandonados, despreciados, sin poder ya mantenerse ellos mismos o defender sus derechos; y que, por el contrario, estando aquí, no les 
faltará. Así, pues, el que deseara encontrar un puesto seguro, donde no le falte en toda la vida el pan, la vivienda, el lecho, el vestido, 
éste puede hacer la petición para inscribirse en esta Congregación. Y el que también, considerando los peligros extraordinarios de 
condenación, que, saliendo de aquí, encontraría en el mundo, como son los malos libros, las malas compañías, y quisiese ((152)) decir: 
-«Quiero situarme en una posición, donde nada me falte, ni siquiera para el alma», éste también inscríbase tranquilo en nuestra Pía 
Sociedad. 

Observad, además, que no hay distinción alguna entre los socios de la Congregación; todos perciben el mismo trato, artesanos, clérigos 
y sacerdotes; todos nos consideramos hermanos, y lo mismo que como yo, comen también los otros, y el mismo plato, el mismo vino que 
sirven a don Bosco, a don José Lazzero, vuestro director, a don César Chiala y a todos los que pertenecen a la Congregación, ese mismo 
es el que se sirve a todos. 

Alguno dirá: 

-Pero »don Bosco quiere de veras que pertenezcamos a esta Sociedad? »Es de su gusto que entremos? 

-Amigos míos, no piense ninguno entrar en esta Sociedad, para dar gusto a don Bosco. No; no os aconsejo que os quedéis aquí. Yo os 
he dicho esto para que estéis enterados, para que sepáis exactamente cómo están las cosas, para que examinéis si os puede convenir y, el 
que lo desea, sepa lo que tiene que hacer. Por lo demás, yo no exhorto encarecidamente a ninguno. Quien piense hacerlo, hágalo; y el 
que no, déjelo correr. 

Y también, si hubiere alguno que desease ir a América, le digo que entrando en la Congregación, tendría la oportunidad de ir. Pero, 
nótese que la Congregación no envía a nadie a América, si no lo quiere, sino que deja ir a los que lo desean. Habéis visto que el año 
pasado estaban aquí varios compañeros vuestros: ahora son misioneros y hacen mucho bien. Mientras estuvieron aquí no se distinguían 
en nada de vosotros; eran como vosotros. Ahora están allá y viven extraordinariamente contentos. Todos conocíais mucho a Gioia, que 
trabajaba de zapatero; pues bien, es noticia de estos mismos días; se ha convertido en un personaje importante y es cocinero, zapatero y 
catequista. Conocíais también a Scavini el carpintero, que en otro tiempo era aquí un muchachote; es ahora jefe de taller con unos veinte 
aprendices a sus órdenes, y sabemos que en el poco tiempo que lleva allá ha hecho ya muchísimo. »Y Belmonte? Parecía uno más del 
montón, cuando estaba con nosotros; y ahora sabemos que hace 
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muchas cosas buenas: es sacristán, músico, catequista y podemos decir que es el mayordomo de la casa de Buenos Aires. Y si queréis, 
podéis añadir también a Molinari, aunque cultiva la música. Todos ellos estaban el año pasado aquí entre nosotros como simples 
artesanos, y ahora son allá personas cualificadas, apreciadas y honradas. Concluyendo quien lo desee, ya sabe que el campo lo tiene 
abierto, y quien no lo desee, quédese tranquilo en el lugar que ocupa. 

Ahora, antes de salir yo para Roma, escribiremos en nombre de todos vosotros un saludo para el Papa, al que pediré una bendición 
especial para mis queridos aprendices. Que esta bendición sirva para estimularos a perseverar en el bien, y asimismo en la salud y en 
vuestros intereses materiales; pero sobre todo ((153)) os haga fuertes para resistir todas las tentaciones, que a vuestra edad os acosan y 
atormentan, y os haga más fuertes que el demonio. Y de modo especial querría que, con esta bendición, os empeñarais todos, 
absolutamente todos, en vencer las tentaciones que os quieren hacer caer en cosas contrarias a la virtud de la modestia; querría que 
guardarais vuestros pensamientos, miradas y palabras de modo que nunca disgustéis al Señor en este punto. 

Animaos y veréis que la gracia de Dios, reforzada con la bendición de su Vicario, os hará superiores a cualquier sugerencia del 
demonio. Por lo demás, »qué queréis que os diga? 

Suspendió entonces su discurso y con amable sonrisa paseó su mirada resplandeciente de indescriptible bondad sobre todos los 
muchachos, que pendían de sus labios. En aquel momento parecía manifestarse en su rostro el alma de un padre, que ama con ternura a 
sus hijos. Después de unos breves instantes de silencio, siguió diciendo: 

Mientras yo esté lejos de aquí, rogad al Señor por mí, para que me salgan bien los asuntos que llevo a Roma; pues ya sabéis que, 
cuando voy a Roma, es porque tengo grandes asuntos que resolver y siempre me guían allá graves motivos, que miran al bien de la casa 
y, por tanto, también al vuestro. Cuando vuelva, si todo salió bien, os diré que habéis rezado con éxito y que sois buenos; de lo contrario, 
os diré que sois todos unos maletas 1, incapaces de obtener con vuestras oraciones lo que yo deseaba. Pero espero que, vosotros rogando 
y yo con el mazo dando, las cosas saldrán bien, sobre todo si juntáis alguna comunión con vuestras oraciones. Sí, yo creo que os 
esforzaréis por comulgar alguna vez, para que prosperen nuestros asuntos en Roma. 

Mientras tanto, que el Señor os dé salud, santidad y perseverancia en el bien, para que podáis vivir siempre felices. 

Y ahora, si tenéis algún recado para Roma, estoy a vuestras órdenes. Si alguno quisiera escribir una cartita al Papa, yo se la llevaré; 
sólo os recomiendo que la escribáis con buena letra y sin faltas de ortografía. La vez pasada llevé algunas, el Papa las leyó y me hizo 
notar algún error gramatical y alguna falta de ortografía, y me dijo: 

-Ya se ve que son unos aprendices los que escriben. Dirá a fulano que aquí hay que poner doble `ele' y aquí doble `erre', etc. 

1 Maletas. Don Bosco empleó la palabra piamontesa sciappini, que se aplica a quien es un vulgar chapucero en su arte u oficio. (N. del 

T. ) 
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Termino. Habéis celebrado hace poco la fiesta de san José y yo no ((154)) pude asistir a vuestra velada; pero oigo decir que para el 
Patrocinio tendréis otra; para entonces ya estaré de vuelta de Roma y deseo inmensamente poder venir a tomar arte activa en vuestra 
fiesta. 

Dejaron tal impresión en los ánimos estas pláticas de don Bosco, a punto de salir para Roma, que, gracias a ellas, aunque estaba lejos, 
casi no parecería ausente de casa. 

Comunicó también su próxima salida a dos verdaderas madres del Oratorio, a las que el Beato solía dar el título de «mamá» por su 
venerable edad y la santidad de su vida. 

Escribió a la condesa Callori: «Mi buena Mamá: Antes de salir de viaje, le escribo este telegrama. Parto esta tarde para Roma. 
Dirección, Torre de'Specchi. Estancia, tres semanas. Espero saludarla. Feliz viaje a usted y a toda la familia. Amén». Esta cartita pudo 
ser un aviso para que la noble señora fuera a la ciudad a cumplir sus prácticas religiosas antes de que él se marchara. 

Por medio de don Julio Barberis, envió estos renglones a la señora Eurosia Monti: «Querida Mamá: Vuestro hijo está para salir con 
dirección a Roma. Saldrá mañana por la mañana a las siete; pero si vos le dejáis salir así tal como está y sin dinero, no podrá llevar a 
cabo sus planes». La señora leyó la carta, escribió un papelito de respuesta y unió tres billetes de cien liras. 

-Madama Monti es una buena mamá, exclamó don Bosco cuando abrió el sobre. 

También había anunciado dos veces su viaje a otra señora de Roma, a la señora Matilde, la esposa del señor Sigismondi, comisionista 
apostólico. Era una mujer muy piadosa y devota de don Bosco, avanzada también en años. El Siervo de Dios, como ya hemos visto, 
encontraba en aquella familia romana hospitalidad cordial y provechosa, por la comodidad de tener allí capilla privada y la entrada que el 
señor Alejandro tenía en los despachos eclesiásticos. La primera vez le escribió, con ocasión de la muerte de su padre. 

((155)) Muy apreciada señora Matilde: 

Muchas veces hemos hablado de usted, señora Matilde, y más aún he querido escribirle para asegurarle que, en medio de las muchas 
molestias que he sufrido, no la hemos olvidado en nuestras oraciones comunitarias y privadas, y que seguimos rogando por usted y por el 
querido señor Alejandro, su marido. Ahora que me queda un poquito de tiempo libre, en medio de nuestros interminables embrollos, lo 
aprovecho con gusto para entretenerme un rato con mis benévolos y beneméritos dueños. 
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Le aseguro que he sentido mucho la dolorosa pérdida de su señor padre, y que no dejé de ordenar y hacer especiales oraciones por él, a 
quien Dios llamó a su lado, y por usted, por su hermana, para que el Señor tenga a bien concederles paciencia y resignación a su divina 
voluntad. 

Lo mismo hemos hecho con la inesperada pérdida de la llorada Madre Galeffi. Pero tuvimos la gran satisfacción de saber que estos 
queridos difuntos pudieron recibir los últimos consuelos de la religión. Esperamos que, después de una preciosa uerte en la presencia de 
Dios, hayan volado a gozar el premio que su divina bondad tiene preparado en el cielo a todos los que mueren en su santa gracia. 

El mes de abril tengo que ir a Roma para leer un discurso en la Academia de la Arcadia el día de viernes santo. La primera puerta a la 
que llamaré es ciertamente a la del número ciento cuatro, en la calle Sistina, en donde desde hace tanto tiempo tenemos una verdadera 
ganga. Pero, como deseo aminorar molestias a usted y a nuestro señor Alejandro por cuanto me sea posible, ruégole me diga con toda 
libertad si en esos días podrá seguir haciéndome esta caridad. De no ser así, espero nos indique alguna honesta familia adonde podamos 
acudir. 

Una persona de Turín tiene que ir a Roma dentro de poco tiempo y está encargada de saldar mis deudas por los gastos que hizo el buen 
Alejandro con diversos rescriptos, que recibí puntualmente. 

El día 10 de este mes abrimos dos casas nuevas, y el próximo mes de marzo se abrirán otras tres. Como ve, el Señor bendice a nuestra 
pobre Congregación; ruegue por nosotros para que podamos corresponder a sus gracias y bendiciones. 

En una carta, que acabo de recibir de la República Argentina, nuestros misioneros envían saludos cordiales para usted y su señor 
marido y se encomiendan a la caridad de sus oraciones. 

Don Joaquín Berto, don Juan Bautista Lemoyne, don Juan Bonetti y otros de nuestra casa les saludan a usted y a su esposo, y yo, 
pidiendo para ustedes toda suerte de bendiciones del cielo, con filial aprecio y veneración tengo el honor de profesarme, 

De V.S. 

Oratorio de San Francisco de Sales, Turín, 5-2-1876. 

Atento y s. s.
JUAN BOSCO, Pbro.


P. D. Muchos saludos para su señora hermana y el buen Luisito. 
((156)) La segunda carta es de un mes más tarde, para felicitar a la señora en su día onomástico. El año anterior había cumplido en esta 
misma ocasión con su «deber» personalmente; ahora, le pide que le conceda poder volver a felicitarla personalmente, pero aplazando la 
fecha, y manifiesta haber recibido respuesta favorable al deseo expresado en la carta de febrero. En las pocas horas de parada en 
Sampierdarena hará escribir a don Miguel Rúa que entregue a don Celestino Durando una botella del año 1815, para que la lleve consigo 
a Roma. «Es para un regalo, explica el secretario, que don Bosco quiere hacer a la señora Matilde». 
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Muy apreciada señora Matilde: 

No podemos tener el gusto de celebrar pasado mañana en su casa la fiesta de santa Matilde, pero le ruego tenga a bien alargarnos el 
tiempo útil hasta primeros de abril, y entonces cumpliré mi deber personalmente. 

Pero, puedo asegurarle que no la olvidaremos ante el Señor: el 14 de este mes se celebrará la santa misa en el altar de María 
Auxiliadora y nuestros muchachos comulgarán según su piadosa intención. 

Que Dios la bendiga, señora Matilde, juntamente con el señor Alejandro y les conceda a los dos buena salud y largos años de vida 
feliz. 

Ruegue también por este pobrecito que siempre será en Jesucristo 

Turín, 12-3-1876. 

Su humilde servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

Le aguardaban en Roma asuntos importantes. Siempre tenía muchos en Turín y fuera de Turín. 

-Una cosa tras otra todo se irá arreglando, dijo a los suyos. 

La tarde que precedió a su marcha, escribió más de veinte cartas, algunas de ellas con dirección a Francia. Después de cenar, que podía 
decirse era el momento de sus grandes entrevistas, tomó los oportunos acuerdos con diversos Superiores sobre muchas cosas por 
resolver. Cuando terminó, le rodearon algunos sacerdotes y profesores. Recomendó al reverendo Cipriano que no alargase la misa más 
de media hora, salvo el caso en que hubiese muchas oraciones; pues de ordinario convenía que la misa durase ((157)) de veintidós a 
veinticinco minutos. Al clérigo Obertiglio, que le pedía permiso para ir a casa de sus padres un par de días, le dijo que se pusiera de 
acuerdo con don Miguel Rúa y don José Lazzero. El no daba nunca negativas; don Miguel Rúa, por su parte, ponía muchísima atención 
para impedir que don Bosco tuviera que hacer papeles odiosos. A otros dijo otras cosas. Saludó después con palabras afectuosas a cada 
uno de los que le rodeaban y tranquilamente subió a su habitación. 
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((158)
)


CAPITULO VI 

VIAJE DEL BEATO A ROMA 

EL compañero de viaje del Beato escribió un diario lacónico del mismo, reservándose quizá el cometido de ampliarlo más tarde cuando 
tuviese comodidad, o de proporcionar a otro los elementos para ello. La realidad es que sus apuntes quedaron tal y como los redactó a 
vuela pluma en el primer momento. Afortunadamente tenemos otras noticias, que sacamos de la correspondencia epistolar y de las 
pláticas del Siervo de Dios, y que reproducimos tal y como las conservaron los testigos. Más que un orden cronológico seguimos en 
nuestro relato una especie de hilo ideal, que es bastante visible, por lo que no es menester anteponer aquí especiales indicaciones para 
aclararlo. 

Parece extraño que don Bosco, que tanto deseaba que sus sacerdotes vieran Roma y al Papa, no facilitara su intento cambiando de 
secretario cada vez que iba a la Ciudad eterna. Es verdad, pero sus muchos quehaceres en ella y la escasez del tiempo le obligaban a 
servirse continuamente del mismo secretario en casa y fuera de ella. En efecto, sucedía que el Beato tenía que preparar para las 
Congregaciones Romanas o para Cardenales informes escritos, que por vía ordinaria habrían requerido uno o dos meses de trabajo; él, 
por el contrario, desafiando la incredulidad de cuantos le oían, se comprometía a despacharlo todo en dos o tres días. Redactaba, pues, su 
trabajo a toda prisa y lo entregaba para pasarlo a limpio a su secretario, a quien tenía horas y horas clavado en el escritorio. A veces 
terminaba don Bosco su redacción ((159)) a las diez de la noche, de lo que el secretario tenía que devolverle copiado en limpio a la 
mañana siguiente; así sucedía que, al ir a celebrar la misa, se encontraba con el incansable amanuense tal y como le había dejado por la 
noche. 

Nada diremos tampoco de las caminatas que le hacía darse por la ciudad a todas las horas del día. Y para servicios tan arduos y 
preciosos no había ninguno que pudiera prestarlos mejor que don Joaquín Berto. 

Un asunto poco importante, que esta vez llevaba don Bosco a Roma, era un compromiso contraído allí el año anterior. Desde el año 
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1874, merced a los buenos oficios de sus admiradores romanos, pertenecía a la academia de la Arcadia, con el nombre académico de 
Clístenes Casiopeo, que en otro tiempo había tenido el cardenal Altieri 1 Por dar gusto al Custodio general, monseñor Ciccolini, había 
prometido leer un trabajo suyo en alguna ocasión, y la ocasión se presentó. Acostumbraban los árcades tener en la tarde del viernes santo 
una reunión solemne en la sala magna del Conservatorio en el palacio Altemps para celebrar la Pasión del Señor. 

Así pues, el Custodio propuso a don ((160)) Bosco que fuera a leer un discurso de introducción en la sesión del viernes santo del año 
1876, que coincidía con el 14 de abril. Se encargó de comunicarle la invitación el árcade monseñor Fratejacci, que le escribió una 
animosa carta diciéndole: «Mi humilde y respetuoso parecer sería que aceptase esta invitación, pues su venida a Roma en ese tiempo 
sería oportuna y útil desde todo punto de vista. Por otra parte, el tema totalmente religioso de la misma sería conveniente y al mismo 
tiempo laudable» 2. El Beato aceptó actuar por una vez como académico; pronto veremos cómo hacen los santos de académicos. 

Su aceptación se consideró «como un gran don gratísimo a todos 3».Pero don Bosco vio en ello un conjunto de preciosas 
circunstancias 

1 A título de curiosidad, ponemos aquí la lista y los nombres académicos de los Salesianos nombrados árcades juntamente con don 
Bosco: 

1. Don Juan Bonetti, Geriseo Temidense. 
2. Don Juan Cagliero, Egisco Esponádico. 
3. Don Celestino Durando, Mirbauro Ascreo. 
4. Don Miguel Rúa, Tíndaro Estinfálico. 
5. Don Pablo Albera, Vatilio Driopeo. 
6. Don Juan Bautista Lemoyne, Ersindo Geresteo. 
7. Don Francisco Cerruti, Mírtales Amicleo. 
8. Don Francisco Dalmazzo, Celauro Grileo. 
9. Don Juan Bautista Francesia, Nigacio Pirgense. 
10. Don José Bertello, Podarces Pleuronio. 
11. Don José Ronchail, Elcipos Corintio. 
12. Don Pedro Guidazio, Fidamante Alfeiano. 
13. Don Julio Barberis, Meliso Lariseo. 
14. Don Juan Tamietti, Nastón Efesio. 
15. Don Domingo Vota, Arclaón Eubeo. 
16. Don Daghero, Anceo Palancio. 
17. Don Francisco Rossi, Etilo Ortigio. 
18. Don José Monateri, Licofonte Macaonio. 
19. Don Scappini, Almindo Cidonio. 
20. Don Juan Garino, Fidipos Ciclonio. 
21. Don Herminio Borio, Agástenes Pelopídeo. 
2 Carta del 5 de diciembre de 1875. 

3 Carta del mismo, del 9 de enero de 1876. 
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Dada su condición, sentía cada vez más la necesidad de penetrar en todos los ambientes y ganarse amigos de toda clase de personas. 

Tenía además diversas y serias razones para volver a Roma; era especialmente necesaria su presencia para arrancar privilegios poco a 
poco, uno tras otro, puesto que veía cerrado el camino para obtenerlos todos de una vez. Basta recordar las peticiones presentadas a fines 
del año 1875. Así que, el comparecer allá, invitado formalmente y no por su propia voluntad, justificaba su viaje a los ojos de quien 
vigilaba en Turín y de los que quizás desconfiaban de él en Roma. Y le facilitaba el acceso a los prelados de la Curia. La misma 
circunstancia le ponía el abrigo de las sospechas de los que espiaban sus pasos en las relaciones con los hombres del Gobierno. 

Llegó a Roma hacia las dos de la tarde del 5 de abril. Fue recibido por el «amado bienhechor» señor Alejandro Sigismondi, el cual le 
acompañó a su casa en la calle Sistina, le asignó un cómodo apartamento, libre de todo control de extraños, en la última planta, con una 
hermosa terraza que le permitía contemplar el delicioso panorama de la ciudad. Se entregó enseguida ((161)) al trabajo y comenzó al 
mismo tiempo sus peregrinaciones por la ciudad para visitas de negocios más que de pura conveniencia. 

Pero, antes de seguir, queremos dar una muestra del diario arriba mencionado. Estas eran las anotaciones de los cuatro primeros días: 
«Día 6, jueves. Misa en casa; después, a eso de las diez, ver al cardenal Antonelli; luego, al maestro de Cámara monseñor Macchi, y a 
casa. Hacia las cuatro, ir a ver a monseñor Sbarretti, secretario de la Congregación de Obispos y Regulares. (Sigue una noticia acerca del 
cardenal Berardi, de la que hablaremos en otro lugar). -Viernes 7. Misa en casa, después trabajo hasta la comida. Fuimos a ver al padre 
Juan Batta de Génova, en el convento de los Capuchinos, cerca de la plaza Barberini, para tratar de la compra de una casa entre San Juan 
de Letrán y el Coliseo. -Sábado 8 de abril. Misa en casa, después a Torre de'Specchi; comida en casa. Después, a eso de las cuatro, 
tomamos un coche de alquiler con el señor Vigliani y el ingeniero Moglia y fuimos a visitar el local entre San Juan de Letrán y el 
Coliseo. -Domingo de Ramos. Todo el día en casa trabajando». 

Como se ve, aquí tenemos un index rerum (simple índice) pero sin detalle alguno de las cosas. 

Los asuntos romanos no absorbían a don Bosco de suerte que le impidieran llegar con el pensamiento a Turín. Tocaremos dos cosas 
solamente. 

Al salir del Oratorio, tenía la pena de no ver todavía el éxito de 
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una gestión que le interesaba mucho. Al comienzo de la cuaresma habían sido presentados al Arzobispo dos de sus subdiáconos para las 
aún lejanas Ordenaciones, que se acostumbra tener el sábado santo; pero, al recibir contestación de que aquel día no habría 
Ordenaciones, se rogó a Monseñor que tuviera a bien entregar una declaración escrita para algún otro Obispo, que se prestara a ordenar a 
los dos hijos de don Bosco. Pero la cuaresma avanzaba, estaba ya cerca la semana santa, don Bosco salía para Roma, y el Ordinario no 
daba señales de vida. Don Miguel Rúa estaba entre la espada y la pared; podía insistir a la Curia y quizás provocar la indignación del 
Superior Eclesiástico, o podía esperar con el peligro ((162)) de ver fracasar las ordenaciones y causar un disgusto a don Bosco. En 
consecuencia, determinó pedir instrucciones, tan pronto como don Bosco llegó a Roma. El domingo de Ramos don Bosco encargó que se 
le contestara en estos términos: «Por lo que hace a las ordenaciones de los clérigos Vota y Veronesi para el sábado santo, es voluntad de 
don Bosco que se presenten a ellas. Usted disponga. Encontrará aquí unidas las dos dimisorias firmadas. Si usted juzga conveniente 
enviarlos a Vigévano, debe entonces prevenir al Obispo y saber si tiene ordenaciones. Además, se necesita la declaración del Arzobispo 
de Turín, de alguno de la Curia, por ejemplo del teologo Gaude, de que no hay ordenaciones en Turín el sábado santo, y enviar esta 
declaración a Vigévano. Si los quiere enviar a Susa, no se necesitará la declaración, porque el Obispo de Susa ya la tiene; sólo se 
necesitaría prevenir de ello al Obispo con carta de V. S. Además habría ahorro de gastos. Queda a su prudencia la determinación más 
oportuna» 1. 

Por fin llegó la suspirada contestación del Ordinario; llegó a la una de la tarde del viernes santo y decía así: «Los candidatos Moisés 
Veronesi, de Bovisio, y Miguel Vota, de Rivarolo, no pueden obtener del Arzobispo de Turín, ni de ningún otro de su Curia, el papel que 
piden para ordenarse mañana de diáconos, si en el día de hoy, 14 de abril, no se presentan al canónigo Peyretti o al canónigo Zanotti para 
examinarse de dos tratados, distintos de los que se examinaron para el Subdiaconado, y además sobre el Diaconado; y presenten al 
Arzobispo el certificado escrito de haber aprobado». 

Los dos ordenandos no perdieron tiempo en quejas y protestas. A 

1 La manera de expresarse del secretario indica claramente que don Bosco no le dijo palabra del fastidioso precedente. Había cosas de 
las que don Bosco no decía a nadie más de lo estrictamente necesario. Pero ciertas frases, dictadas por él, decíanle a don Miguel Rúa 
mucho más que lo que hoy parecen expresar: «Es voluntad de don Bosco... usted disponga... queda a su prudencia la determinación a 
tomar». 
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toda prisa corrieron a presentarse al Canciller arzobispal para ((163)) obtener la delegación de los exámenes; a toda prisa fueron en busca 
de los examinadores, se examinaron, volvieron volando a la Curia para entregar la calificación y recoger el certificado del resultado 
favorable; lo presentaron al Arzobispo para la declaración; se dirigieron a todo correr a la estación y salieron hacia Susa. 

El paternal recibimiento de aquel santo Obispo puso paz en sus corazones; pero vieron que se caía de las nubes cuando le entregaron el 
certificado del examen, puesto que el derecho de examinar a los ordenandos correspondía al Obispo ordenante y no al de la residencia. 
De todos modos, recibieron las órdenes. Pero aquel sofocón acarreó una desagradable consecuencia, pues el pobre Vota, delicadito de 
salud como estaba, cayó enfermo y le costó todo un año rehacerse. 

No nos parece fuera de propósito mencionar un hecho, que demuestra hasta qué punto llegaba el desinterés del Siervo de Dios, al verse 
obligado muchas veces a hacer gastos pesados para él, cuando tenía que enviar lejos a los suyos para recibir las órdenes sagradas. El 
Economato Regio de beneficios vacantes le asignaba mil liras por año, pero como las abonaban a la mesa arzobispal, don Bosco, por 
deferencia con el Arzobispo, no quiso cobrarlas nunca. Hacía, pues, veintiocho años que aquella suma quedaba a disposición del 
Ordinario. 

La segunda cosa que llamó la atención de don Bosco en Roma fue muy distinta. Supo que don Julio Barberis tenía que empezar a 
predicar los ejercicios espirituales a los alumnos del colegio de Borgo San Martino el domingo de Ramos. Pues bien, se apresuró a 
enviarle dos recomendaciones, a saber: que se ganase a los alumnos de cuarto y quinto curso para ver si, por acaso, había entre ellos 
«algún ladrillo apto para la fábrica de Turín», y que observase si entre los «ex-novicios» había alguno que necesitaba ser alentado y 
confirmado en la vocación. Por «ex-novicios» hay que entender aquí ciertos novicios, que interrumpían el noviciado con don Julio 
Barberis en el Oratorio, y lo continuaban bajo la dirección del Director local, alternando las prácticas de los novicios con alguna 
ocupación. En tales condiciones se ((164)) encontraban allí dos clérigos y dos coadjutores. «Hice cuanto pude; pero los ex-novicios me 
parecieron todos ya confirmados», escribió don Julio Barberis en su crónica. En lo tocante a los alumnos, él creyó que «en pocos 
colegios del mundo» se podía encontrar «más piedad, más fe, más pureza de costumbres». Por último, acerca de las vocaciones tenía que 
hacer alguna observación; es más, escribió a don Bosco sobre este particular. Nos será más oportuno hablar de ello dentro de poco. 
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El lunes santo por la mañana pidió audiencia pontificia. Durante los días de espera don Bosco encontró tiempo para escribir algunas 
peticiones a presentar al Padre Santo. El no olvidaba nunca a los bienhechores de sus instituciones; por esto, ya que se encontraba en 
Roma, quiso obtener del Papa indulgencias o favores espirituales, como testimonio de gratitud para sus amigos de América y de Italia. 
Escribió, pues, ante todo una súplica en favor del señor Benítez y de don Pedro Ceccarelli. 

Beatísimo Padre: 

El sacerdote Juan Bosco, humildemente postrado a sus pies, tiene el alto honor de presentar a la alta Clemencia de S. S., a dos 
beneméritos católicos de la República Argentina: Francisco José Benítez y el doctor Pedro Juan Bautista Ceccarelli. 

El señor Benítez, hombre muy versado en las ciencias sagradas y profanas, con ochenta y un años de edad, sigue trabajando 
incansablemente. Y dedica sus cuantiosos haberes al bien de la religión, que practica ejemplarmente. Siempre bien dispuesto a toda obra 
de caridad, promovió la ida de los Salesianos a aquel país y, con grandes gastos, hizo construir un colegio e iglesia en San Nicolás de los 
Arroyos, proporcionó el mobiliario necesario y sostiene a los siete misioneros salesianos, que tienen a su cargo la educación de los 
alumnos internos y externos del colegio. Adicto como es a la Santa Sede, especialmente a la sagrada y augusta persona del Romano 
Pontífice, recibiría en su vejez el mayor de los consuelos, si fuese honrado con el título de Comendador de la Orden, que a S. S., mejor 
pareciere. 

El doctor Pedro Juan Bautista Ceccarelli, sacerdote italiano, hizo los estudios en Roma y se trasladó a Argentina como misionero; es 
actualmente párroco y vicario foráneo de la única y muy populosa parroquia de San Nicolás. Por su iniciativa y a sus expensas se 
fundaron y funcionan normalmente varias escuelas y hospicios que él sostiene con mucho celo. El mismo ((165)) inició las gestiones 
para la ida de los Salesianos a San Nicolás; a su cargo estuvieron las negociaciones con las Autoridades municipales estatales y 
eclesiásticas. Su Arzobispo, León Federico Aneyros, alaba encarecidamente su actuación. Por su especial solicitud se confió la iglesia de 
la Misericordia en Buenos Aires al cuidado de los Salesianos y tres de ellos ejercen allí el sagrado ministerio. Trabajó con mucho celo 
para que se entregara a los mismos Salesianos el usufructo perpetuo del Colegio, de la iglesia pública para adultos y particularmente para 
la juventud de San Nicolás que está muy necesitada de educación e instrucción cristiana. Ahora, cual padre amoroso, sigue asistiendo a 
los misioneros salesianos y con ellos trabaja para fundar un colegio próximo a las tribus salvajes, para abrirse de este modo camino de 
penetración en Patagonia, objeto principal de la Misión Salesiana. 

Para este digno Sacerdote suplico que S. S. se digne concederle la dignidad de Capellán o Camarero de honor o cualquier otra que 
fuere del agrado de S. S. 

Estos dos documentos de Soberana Clemencia servirán ciertamente para animar a estos dos celosos católicos a perseverar en su trabajo 
en favor de la Religión y a ser en adelante constantes protectores de la Congregación Salesiana. 
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Con profunda gratitud humildemente postrado a los pies, 

De S.S. 

9 de abril de 1876. 

Solemnidad de Ramos. 

Humildísimo hijo JUAN BOSCO, Pbro. 

La segunda petición era en favor del comendador Gazzolo. Se habla en ella de «sacrificios pecuniarios», aunque no los hubo por parte 
del cónsul argentino. Pareció al principio que los había, pero eso se debió a que él supo encauzar la contribución de otros en favor de los 
misioneros, máxime la extraordinaria generosidad de don Pedro Ceccarelli llevando la cosas de manera que parecía proceder todo de él. 
Pero la sagacidad de don Luis Lasagna averiguó más tarde la realidad y se procedió con precaución. Pero, »quién podía sospechar en los 
comienzos, ni aun de lejos, que hubiera ningún truco hasta en el pomposo uniforme con todas sus condecoraciones? Sin embargo, don 
Bosco calmó los fogosos ánimos de alguno de los suyos y no permitió nunca a ninguno que se le tratara sin caridad y cortesía. Nosotros, 
aun respetando la verdad histórica, compadeceremos las flaquezas humanas, y no dejaremos de admirar la Providencia, que, a pesar de 
estas debilidades, in ((166)) sua dispositione non fallitur (no se equivoca en sus disposiciones). La mención, que aquí hacemos del 
Uruguay debe entenderse en el sentido de negociaciones ya muy adelantadas para una fundación en Colón. 

Beatísimo Padre: 

Entre los fervientes católicos, que se distinguieron en estos tiempos por su celo hacia la persona del Supremo Jerarca de la Iglesia, creo 
que se puede merecidamente señalar al señor comendador Juan Gazzolo, cónsul argentino en Savona. Por dos breves noticias obtenidas 
de fuente segura y confidencial, aparecen varios actos benéficos que honran algunos de sus actos. 

Remitiendo estos títulos al buen corazón de Su Santidad, me atrevo únicamente a poner de relieve el importante servicio prestado a la 
Congregación Salesiana, especialmente en la misión recientemente abierta en Argentina y Uruguay. Se presentaron muchas y grandes 
dificultades, que él logró resolver con solicitud, insistencia, viajes y sacrificios aun pecuniarios. Llevadas a buen término las 
negociaciones, él mismo empezó a enseñar la lengua española a nuestros misioneros, los asistió, los guió a Roma y, a sus expensas, los 
acompañó también en el largo viaje a América, donde estuvo con ellos hasta ver la obra evangélica consolidada y en condiciones de 
producir los frutos deseados. 

Ahora, Beatísimo Padre, aunque el mencionado comendador Gazzolo, como buen 
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cristiano, no buscó, ni tampoco ahora busca, honores temporales, sin embargo, en atención al gobierno católico argentino que representa 
en Italia, a la gran veneración que profesa a la persona de Su Santidad y al deseo de dejar a su propia familia un documento de su 
adhesión a la Cátedra de San Pedro, consideraría como un precioso tesoro que la alta Clemencia de Su Santidad se dignase concederle 
una condecoración del grado que Su Santidad tuviera a bien. 

Ello serviría también para animarlo más y más a promover otras obras de caridad y especialmente para las misiones de Chile a 
Occidente de Patagonia, para las que ya se iniciaron las negociaciones, con la fundada esperanza de que pronto lleguen a termino con 
éxito. 

Así los Salesianos tendrán un motivo más para profesar profunda gratitud a Su Santidad y también para aumentar el número de los 
bienhechores, que nos prestan ayuda en nuestras piadosas empresas. 

Con la máxima veneración y gratitud y con profundo respeto, humildemente postrado, pido la bendición apostólica. 

JUAN BOSCO, Pbro. 

Presentó una tercera súplica pidiendo al Papa condecoraciones para dos insignes bienhechores del hospicio de Sampierdarena. 

((167)) Beatísimo Padre: 

El sacerdote Juan Bosco, humildemente postrado a los pies de S. S., en su nombre y con la carta comendaticia de monseñor Salvador 
Magnasco, arzobispo de Génova, y de muchos piadosos institutos, tiene el alto honor de presentar a la Soberana Clemencia de S. S., a 
dos ejemplares y ricos católicos, que, desde hace mucho tiempo, son felices empleando sus haberes en fundar y sostener institutos, 
especialmente dedicados a socorrer y educar a la juventud abandonada. Se llaman Angel Borgo y Juan Bautista Conti, los dos de la 
ciudad y diócesis de Génova. Ellos son los que, movidos por el admirable ejemplo de S. S., se comprometieron a llevar a término el 
Hospicio de San Vicente en Sampierdarena, donde está casi terminado un edificio, que cuanto antes podrá albergar a no menos de cien 
niños pobres. 

Para estos dos virtuosos ciudadanos se hace humilde súplica a S. S. para que se digne dar a los mismos una prueba de benevolencia 
concediéndoles una condecoración de alguna orden pontificia, como pareciere bien a S. S. 

Esta condecoración proporcionará ciertamente una gran satisfacción a sus respectivas y religiosas familias y les servirá de estímulo 
para perseverar en sus obras de caridad, al ser bendecidos y honrados por el Vicario de Jesucristo, a quien profesan la mayor veneración. 

Sumamente agradecido... 

JUAN BOSCO, Pbro. 

Una cuarta petición se refería directamente al hospicio de Sampierdarena. Probablemente el Beato la dejó en Roma cuando salió de 
allí, 

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pero resulta más oportuno juntarla aquí con las anteriores. Deseaba él obtener que los párrocos de la archidiócesis de Génova pudieran 
ceder en favor de aquella casa la limosna de las misas del domingo; no la limosna de las misas celebradas en las fiestas suprimidas, que 
ya estaba asignada al seminario diocesano. También surtió efecto esta última súplica al igual de las otras, si bien de una forma especial: 
se concedió el favor al Arzobispo monseñor Magnasco, nominalmente a favor del seminario menor de Chiapeto y con destino a las 
vocaciones eclesiásticas. Ahora bien don Bosco miraba sobre todo a los hijos de María, destinados a tener su principal residencia en el 
hospicio de San Vicente de Paúl. El Arzobispo y don Bosco estaban perfectamente de acuerdo, en la cuestión. 

((168)) Beatísimo Padre: 

El sacerdote Juan Bosco a los pies de S. S. expone humildemente que en San Pier d'Arena, junto a Génova, se abrió un asilo para los 
niños pobres que van a parar a esta ciudad desde diversos pueblos. Se empezó con unos pocos; pero el gran número de los que a cada 
paso pedían pan y asilo obligaron a adquirir más terreno y levantar otro edificio. Ahora son unos trescientos los muchachos internados; 
ciento treinta, ya mayorcitos, se dedican al estudio y se preparan para el estado eclesiástico; los demás se dedican a las artes y oficios. 

Mas la compra del terreno y la construcción, la dotación del mobiliario y enseres, el suministro de pan y ropa a los ya internados, 
obligó a contraer algunas deudas, que no se sabe cómo liquidar. Quedan todavía más de setenta mil liras que cargan hasta el momento 
sobre el pobre instituto, o mejor dicho, sobre el pobre exponente. 

En esta excepcional necesidad recurren a la inagotable fuente de la caridad, a Su Santidad, a quien todos proclaman padre de los 
desgraciados. 

El subsidio que aquí se implora depende de Vuestra Suprema Autoridad, y consiste en permitir a los párrocos de la diócesis de 
Génova, a cuyo favor está especialmente destinado el instituto, que puedan ceder la limosna de la santa misa pro populo en los días 
festivos de precepto en favor de este orfanato. Se limita el beneficio a la misa de los días festivos de precepto porque la de las fiestas, 
que no son de precepto, ya fue destinada por el Ordinario diocesano para diversas necesidades del clero joven. Este favor, que dicen 
haber sido ya concedido para otras graves necesidades, sería sólo para un trienio. Todo ha sido concertado con el Arzobispo de Génova 
el cual presta de buen grado su intervención ante los señores párrocos; es más, une su oración para implorar la gracia ante Su Santidad 
siempre que sea ésta la mente del Sumo Pontífice. 

Con la máxima gratitud por parte del exponente y de los muchachos asilados, se aseguran las oraciones de cada día, para que Dios 
conserve muchos años a Su Santidad para bien de la Iglesia y remedio de tantas necesidades, al paso que nosotros, postrados a sus pies, 
imploramos la bendición apostólica 

Agradecido, etc. 

JUAN BOSCO, Pbro. 

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El martes santo llegaban a Roma don Celestino Durando y el teólogo Pechenino. Interesa recordar ahora hechos pasados. Aquella tarde 
en que don Celestino presentó a don Bosco el segundo tomo de su diccionario latino 1, el buen Padre, después de darle las gracias 
añadió: 

((169)) -Ahora descansa un poco; a su tiempo irás a presentar un ejemplar al Padre Santo. 

Y no fueron simples palabras. Con él venía también el teólogo Pechenino para presentar su diccionario griego, editado entonces y 
compilado por voluntad de don Bosco según sus criterios morales, e impreso en la tipografía del Oratorio. El Beato no los llevó consigo 
en seguida, porque tenían que presidir los exámenes semestrales en los colegios de Sampierdarena y Varazze, y porque quería que 
pasasen por Luca y Florencia. El doctor Pechenino se hospedó en casa de una hermana y don Celestino en la del señor Colonma, 
comisionista apostólico y antiguo amigo del Beato. 

El primer pensamiento de don Celestino fue ir a ver a don Bosco, a quien encontró «envuelto en los asuntos de nuestra Congregación» 
2, pero sin olvidarse del Oratorio. En efecto se ordenó que comunicara a don Miguel Rúa su intención de que los ejercicios espirituales, 
lo mismo los de los estudiantes que los de los aprendices, se prorrogasen hasta su regreso. Al hacer esta comunicación, el hijo de don 
Bosco expresaba un sentimiento que pone de manifiesto el ánimo de aquellos hombres formados en la escuela del Siervo de Dios. 

«Si he de decirte la verdad, escribió, doquiera voy me acompaña un pensamiento triste, una especie de remordimiento, que me quita las 
ganas de ver todas las cosas, y es el ir rondando de un lado para otro como un zángano y encima gastando dinero, mientras ahí hay tanto 
trabajo; pero me tranquiliza el pensamiento de que es don Bosco quien lo ha determinado así y a él dejo la responsabilidad» 3. 

El mismo nos informa que don Bosco pidió para él al Vicariato la facultad de confesar en Roma; así, pues, el día señalado iba éste a 
casa de los Sigismondi y se confesaba con don Bosco, el cual se confesaba con él después, poniéndolo como él dice, 4 «en un aprieto». 
((170)) Su día de confesión en Turín era el lunes, porque en aquella mañana no solían ser muchos los penitentes de la casa y entonces, a 
eso de las 

1 Véase el volumen XI, en la pág. 369. 

2 Carta de don Celestino Durando a don Miguel Rúa, 11 de abril de 1876. 

3 Carta citada. 

4 Carta a don Miguel Rúa, 18 de abril de 1876. 
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ocho, aparecía don Francisco Giacomelli, quien, después de confesarse con don Bosco, oía a su vez la confesión de éste. 

Mientras tanto se había ido preparando el Beato para su lectura arcádica. Fue un trabajo que debió costarle lo suyo, pues está repleto de 
citas y saturado de ideas a lo largo de su notable extensión. Reinaba una viva expectación, aunque no fuera más que por lo singular del 
caso de que un sacerdote piamontés, dedicado a obras de apostolado y ajeno al mundo de las letras, un sacerdote con fama de santo, se 
presentara en aquel centro romano de cultura para hacer oír una composición suya a un público acostumbrado a oír a literatos 
consumados y aun de gran fama. 

El Siervo de Dios se cautivó la benevolencia del auditorio, sobre todo por su sinceridad. Sinceridad de lenguaje en el exordio, en el 
que la modestia de las expresiones no estaba falta de sutiles valores, sino confirmada por la misma humildad del estilo, en el que era 
vano esperar cualquier afán de afectación. Sinceridad en la elección del tema, que jamás hubiera pasado por la mente de ninguno para 
aquella circunstancia, pero apropiado como ningún otro para la religiosidad de la hora, las «Siete palabras pronunciadas por Jesús en la 
cruz», tema obvio para una alma de Dios, que no encuentra en la tarde del viernes santo nada mejor para pasar de esta manera las tres 
horas llamadas de agonía. Sinceridad en todo el desarrollo, como podía esperarse de quien, siempre y en todas partes, tenía a gala ser y 
mostrarse sacerdote; un razonamiento religioso de pies a cabeza y tendente sin reticencias ni eufemismos al bien espiritual de los 
oyentes. Sinceridad en la conclusión, donde estalla la férvida devoción de don Bosco al Papa. 

Con natural y elegante paso viene aquí a hablar de la unión de los verdaderos creyentes con Pedro y con sus sucesores, invitando a 
todos a «cerrar filas alrededor del digno sucesor de Pedro, ((171)) alrededor del grande e intrépido Vicario de Jesucristo, del fuerte e 
incomparable Pío IX». 

Y prosigue diciendo: «En toda duda, en todo peligro, acudamos a él, que es áncora de salvación y oráculo infalible. No olvide nunca 
nadie que en este portentoso Pontífice está el fundamento, el centro de toda verdad, la salvación del mundo. El que edifica con él, edifica 
hacia el cielo; el que no lo hace con él, destruye y se arruina hasta el abismo. Qui mecum non colligit, dispergit. Si en este momento, 
pudiera llegar mi voz hasta ese Angel Consolador le diría: Beatísimo Padre, escuchad y aceptad las palabras de este pobre hijo vuestro, 
que os ama de veras. Nosotros queremos asegurarnos el camino, que nos conduzca 
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a la posesión de la verdadera felicidad; por eso nos unimos todos en torno a Vos, Padre Amoroso y Maestro Infalible. Vuestras palabras 
serán la guía de nuestros pasos, la norma de nuestras acciones. Vuestros pensamientos, vuestros escritos serán recibidos con la mayor 
veneración y difundidos con viva solicitud entre nuestras familias, entre nuestros parientes y, si nos fuera posible, por todo el mundo. 
Vuestras alegrías, serán las de vuestros hijos y vuestras penas y vuestras espinas también serán compartidas por nosotros. Y así como es 
una gran gloria para un soldado morir en el campo de batalla por su soberano, de la misma manera el día más hermoso de nuestra vida 
será aquel en que podamos dar los bienes y la vida por Vos, Beatísimo Padre, puesto que, muriendo por Vos, tenemos una prenda segura 
de morir por Dios, que corona los momentáneos sufrimientos de la tierra con los eternos goces del Cielo». 

No tenemos el original de este discurso que, bien sabe Dios, era todo un baturrillo. Podemos deducirlo de diversos borradores, que 
tenemos a la vista. Poseemos en cambio la copia que él empleó, transcrita en clara letra caligráfica con infinita paciencia por el diestro 
secretario don Joaquín Berto y que él retocó por su mano acá y allá. Uno de estos retoques llamó nuestra atención y es: que sustituyó 
hasta cuatro veces la palabra «Salvador» ((172)) por el nombre de «Jesús» que, sin embargo, ya se repetía varias veces 1. 

El efecto fue triple; bueno para los buenos, de desilusión para unos cuantos aficionados a la pura literatura, y de ignominia para algún 
que otro malintencionado. Oigamos a dos testigos presenciales. 

Escribe don Celestino Durando 2: «Ayer por la tarde fui a la Arcadia para oír el discurso de nuestro queridísimo don Bosco; estaba el 
salón espléndidamente decorado e iluminado; era numeroso el docto concurso; no había menos de cuatrocientas personas que 
escuchaban en religioso silencio el sencillo y al mismo tiempo erudito discurso de don Bosco, que fue muy aplaudido». 

Y don Joaquín Berto a su vez 3: «La velada comenzó a las ocho... 
Distinguidos personajes... se habían reunido allí, atraídos por la fama de quien iba a leer el discurso de introducción. Mi humilde 
personilla fue introducida por el atento Custodio de la Arcadia hasta los primeros puestos, y allí estuve, desconocido y callado, 
observando las impresiones 

1 Para otras observaciones acerca de este discurso, que ofrecemos íntegro a los lectores (Apéndice, doc. 8), nos permitimos remitirlos a 
nuestro Don Bosco con Dios, (pág. 135 de la edición española, CCS. 1984). 

2 Carta a don Miguel Rúa, 15 de abril de 1876. 

3 Carta a don José Bologna, 20 de abril de 1876. 
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del auditorio, que estaba impaciente por contemplar personalmente al nuevo árcade. Apenas apareció en la puerta, los ojos de todos se 
volvieron a él y le acompañaron con la mirada hasta el palco; cesó todo murmullo y empezó el acto. Fue escuchado con mucha atención. 
Agradó su forma de razonar, sencilla y fácil, sobre las cosas más difíciles. Durante la lectura oí en medio de la muchedumbre más de un 
''bravo, bien''; vi cómo, especialmente los sacerdotes, le enviaban más de un beso con la mano. Fue aplaudido repetidas veces. Al fin de 
la sesión, que fue a las once y cuarto, muchos distinguidos personajes acudieron a estrecharle la mano... Es de notar que, en medio de 
aquella multitud de amigos de nuestro queridísimo Papá, entre tantos admiradores del nombre y de las obras de don Bosco, no faltaban 
algunos Fariseos, que, como en los tiempos del Salvador, intentaban ((173)) aprovechar la ocasión, ut accusarent eum... (para acusarle); 
hombres que habían ido a escuchar a don Bosco a fin de poder sorprenderle en algo para denunciarlo al Santo Oficio... Pero el orador, 
prevenido contra este lazo, podemos decir que apoyó todo su pensamiento, todas sus palabras en la autoridad de los Santos Padres, del 
Evangelio y de la Iglesia. De suerte que, aquellos dos malintencionados hubieron de manifestar a alguno: 

»-Don Bosco es más astuto que nosotros. 

»La conclusión del discurso produjo en todos saludable impresión; 
monseñor Sanminiatelli, Limosnero de Su Santidad, le dijo, una vez terminado el acto: 

»-íNos ha servido de mucho a todos!» Sabemos, además, que el padre Saccheri, dominico, secretario del Indice, dijo, unos días 
después, que le había gustado mucho el discurso; que todos habían podido aprender algo de él y que merecía se publicara. Sabemos 
también que algunos sentenciaron: 

-No ha dicho nada, no había concepto. No era para nosotros sino para los curas. 

No faltó quien reprochó que su lectura durara la friolera de tres largos cuartos de hora. No había aquí nada que callar. 

Al volver a casa, a eso de la media noche, encontraron la tarjeta para la audiencia del Padre Santo. Se había aconsejado el retraso de la 
entrega para no molestar a don Bosco durante la preparación de su lectura. Se le fijaba la audiencia para el día siguiente a las siete de la 
tarde. El ya tenía bien preparada su acostumbrada lista de cosas a exponer o pedir. Eran esta vez siete entre todas, que no vale la pena 
referir, pues están expresadas en fórmulas poco o nada inteligibles. 
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Preferimos acudir a la croniquita de don Julio Barberis y poner aquí un interesante intermedio. 

La noche del 22 de enero de este año, cayó la conversación sobre cómo era tratado don Bosco por el Padre Santo y alguien observó que 
el Papa parecía recibirlo siempre con gusto. 

-Es verdad, repuso don Bosco, que yo hago todo lo posible para despacharme pronto. Hay que llevar bien preparadas las cosas que se 
quieren pedir. Algunos, para una simple petición, ((174)) empiezan por contar al Papa toda la historia, y dicen y repiten y no acaban 

nunca. De ordinario, el Papa los interrumpe y les dice: 

-En conclusión, »qué pedís? 

Yo siempre voy allí con un fárrago de cosas a pedir; pero antes, tomo buena nota de todas y me preparo. Cuando llego ante él, expongo 

mi deseo en pocas palabras. Si se trata de cosas especiales, como me sucede a menudo, añado también: el Papa tal, con tal Bula, en tal 
circunstancia, ya concedió tal cosa y tal otra. Entonces él despacha todo en dos palabras y después ríe, diciendo: 

-Vos gastáis pocas palabras para no cansarme, pero yo gasto aún menos. 

Otras veces ve que tengo mi lista en la mano y me pregunta: 

-»En qué número estáis? 

-En la duodécima pregunta de las que quiero hacer a Su Santidad. 

-»Y cuántas tenéis apuntadas? 

-Dieciocho, Padre Santo. 

-Así, ya estamos para concluir. 

-Aquella vez creo que con dieciocho preguntas importantes, que pedían tiempo y reflexión, en cuya exposición otro hubiera tardado 
diez minutos para cada una, yo las pasé todas en diez o doce minutos. A veces, cuando yo acabo de hablar, empieza él y me hace una 
serie de preguntas; en estos casos las cosas naturalmente proceden algo más despacio. Pero lo que más agrada al Padre Santo, es que yo 
nunca me opongo ni insisto en alguna. »Que le parece bien conceder? íBendito sea! »No cree oportuno hacerlo? Yo no replico. Si me 
pide simples aclaraciones, las expongo; por lo demás, aun cuando me pareciera muy bueno lo que pido, ya no chisto, si veo que él se 
muestra poco propenso a concedérmelo. 

La benevolencia con que Pío IX lo recibió, no podía ser mayor. Apenas le vio, dijo: 

-Me han dicho que vuestro discurso gustó mucho y que también gustó mucho ((175)) vuestra manera de hablar. También leo con gusto 
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las cartas de vuestros misioneros, que publicáis en la Unità Cattolica 1. 

En el curso de la conversación el gran Pontífice llegó a preguntarle qué podía hacer él por la Congregación Salesiana. No hay duda de 
que don Bosco aprovechó tanta bondad, pues tenía mucha razón para ello. Sabemos otros detalles de la audiencia, a través de sus charlas 
después del regreso; aquí aprovecharemos los informes que nos proporcionan unas cuantas cartas, enviadas por el Beato al día siguiente 
de la audiencia, esto es, en la solemnidad de Pascua. 

Dos de ellas están dirigidas a don Miguel Rúa; una, la más lacónica, es personal; la otra, bastante difusa, estaba destinada a ser leída en 
público. La tensión de los asuntos romanos, a que se refiere en la primera, concernía a las relaciones del Estado con la Iglesia, mucho 
más tensas después de la reciente caída del gobierno de derechas. 

Carísimo Rúa: 

Hablé ayer con su Santidad, que me entretuvo casi una hora. Se declaró nuestro verdadero Protector. Está dispuesto a favorecernos y 
acabó diciendo: -Decidme qué puedo hacer por vos y se hará de mil amores. 

Se está tratando la cuestión de la casa en Roma; pero las cosas de Roma están tan tensas que no sé si conviene o no acometer esta 
empresa. Veremos... Rezad. Puedes leer la carta adjunta a todos los jóvenes reunidos en la iglesia pequeña o en la grande o donde mejor 
te parezca. 

Conviene pensar en la novena de María Auxiliadora. Intenta escribir una carta de mi parte al señor Obispo de Pinerolo, y al de Alba, 
los cuales probablemente no aceptarán; después deliberad entre vosotros los Capitulares y determinad a quién 2. 

Necesito se me ponga al día sobre Madama Monti 3. Me enseñó varias veces su testamento, que estaba a nuestro favor. No sé si habrá 

hecho otro o qué. El caballero Bacchialoni 4 está informado de todo. 

((176)) Hay una tal Clara Castelli, que aspira a la herencia. Madama Monti me lo prohibió en absoluto. 

Sin embargo, cuando yo llegue a casa, si las cosas están como me las enseñaron, arreglaré el asunto de modo que quedará muy 

contenta: 
Puedes sacar copia de la carta arriba mencionada y después, mutatis mutandis, enviarla a Lanzo y, si lo crees oportuno, también a otras 

partes 5. 

Saludos para Dogliani, Audisio y Maccagno el guardalmacén. 

Volveré a escribir pronto. 

Don Joaquín Berto, el doctor Pechenino y don Celestino Durando siguen bien; 

1 Pío IX leía o se hacía leer cada día lo más importante de este diario. 

2 Se trata sin duda de encontrar un Obispo para los pontificales en la fiesta de María Auxiliadora. 

3 La hermana del teólogo Golzio, compañero de seminario del Siervo de Dios. Había fallecido por aquellos días. 

4 Era el albacea. 

5 Es la carta que sigue a continuación. 

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visitan Roma; tan pronto como lleguen los diccionarios griegos 1, los presentaremos en la audiencia del Padre Santo. 

Dios nos bendiga a todos y considérame en Jesucristo. 

Pascua, 16-1876. 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

Queridísimo Rúa: 

Buenas noticias para ti y para todos los alumnos del Oratorio. Imagino que os gustara os describa la audiencia que ayer (sábado santo) 
me concedió el Padre Santo a las 7 de la tarde. Duró casi una hora. Con verdadera bondad paterna leyó los saludos del marqués Fassati, 
de don Julio Barberis y sus novicios, de don Luis Guanella y los Hijos de María. Después leyó todas las cartas, las cortas y las largas. La 

última fue la de Garrone, en la que el Papa advirtió muchas faltas de lenguaje y de ortografía. 

-Este, dijo bromeando el Padre Santo, necesita prepararse todavía un poco, antes de presentarse a examen de letras. 

Preguntó si hay muchos tan buenos como Domingo Savio y yo contesté que sí:-»Son muchos? 

-Creo que hay algunos, pero son muchos los que se esfuerzan por emular a aquel antiguo alumno y superarlo en virtud. 

-»Hay muchos novicios? 

-Sesenta y un clérigos, y treinta y cinco coadjutores. 

-íEste es un milagro de la gracia del Señor! »Y los Hijos de María son muchos? 

-Sumando todos los que hay en las diversas casas, un centenar; esperamos que algunos puedan vestir la sotana el próximo octubre. 

-»Hay vocaciones al estado eclesiástico en las otras casas? 

-Hay muchos en todas las casas, pero los de Turín aguardan a la época de los ejercicios espirituales para deliberar definitivamente. 

Para entonces, espero encontrarme entre ellos. 

-»Hay también peticiones entre los aprendices para hacerse Salesianos? 

-Las hubo y las hay. Algunos ya fueron valientemente ((177)) a la República Argentina, muchos piden ir, otros quieren quedarse en 

casa. 

-A propósito de misioneros, he leído con mucho gusto las cartas de los Salesianos y bendigo al Señor que les prepara una mies tan 
copiosa. Sí, en estos tiempos es una verdadera bendición del Señor. Pero, ahora que se os piden diez Salesianos y treinta Hermanas, 
»cómo juntar tantos? 

-Muchas Hermanas y muchos Salesianos me han hecho ya la petición para ir a unirse a sus compañeros en las vastas y salvajes 
regiones de las Pampas y de la Patagonia. 

-Pero en Australia, en la India, en China hay suma necesidad de misioneros; hay misiones a punto de extinguirse por falta de operarios 
evangélicos. Un Obispo del Japón tiene tres millones de almas en su diócesis y sólo seis sacerdotes. »Podríais vos aceptar alguna misión 
en esos países? 

-Si Su Santidad bendice a nuestros alumnos y ruega por nosotros, esperamos poder aceptar dentro de poco tiempo alguna nueva Misión 
por aquellas tierras. Tenemos 

1 De Pechenino, impresos en el Oratorio. 

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ya para este fin un sacerdote, don José Bologna, y otros que estudian inglés y saben bastante español y francés. 

-Sí, bendigo cordialmente a vuestros jóvenes e invoco sobre ellos las luces del Señor para que los que tienen vocación al estado 
eclesiástico puedan consumarla y adquirir la ciencia y virtud necesarias. A este fin concedo a todos una indulgencia plenaria especial 
para el día en que confiesen y comulguen. 

Al llegar aquí, el Papa pasó a hablar mucho de los Hijos de María y de los novicios, de los que he escrito aparte. Quiso también que le 
contara minuciosamente detalles de las casas de Niza, Ventimiglia, Sampierdarena, y de la que se pretende abrir en Roma, etc., etc., 
cosas muy largas, de las que espero hablaros de viva voz cuando vuelva a Turín. 

Mientras tanto vosotros, queridos jóvenes, seguid conservándome vuestro afecto y rezando por mí. El domingo in Albis yo celebraré la 
misa por vosotros, y vosotros comulgad según mi intención. »Lo haréis todos, verdad? Buenas noches, queridos hijos míos, y que la 
gracia de N. S. J. C. esté siempre con vosotros y os ayude a huir del verdadero mal, que es el pecado. Así sea. 

Roma, Pascua, 16-4-1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


El Beato llevó a la audiencia, junto con las súplicas antes dichas, cuatro saludos colectivos del Oratorio, en nombre de los novicios, de 
los Hijos de María, de los alumnos estudiantes y de los ((178)) aprendices. 
Los tres últimos no tenían más firma que la de los representantes de cada grupo; el de los novicios, en cambio, quiso el Siervo de Dios 
que fuera firmado por todos ellos, incluso por don Julio Barberis, con su calificación de «Director del Noviciado». El motivo fue porque, 
entre las diversas acusaciones enviadas a Roma contra la Congregación, estaba la ausencia de noviciado. Así vería el Papa, por sus 
propios ojos, los nombres y apellidos de los novicios y la firma del que los dirigía. Don Bosco en persona marcó la pauta del saludo a 
don Julio Barberis, y aún después de redactado, lo repasó y modificó. Los firmantes eran noventa y seis. Aquí el Beato da cuenta de la 
presentación: 

Queridísimo Barberis: 

Soy portador de buenas noticias y tú eres el primero en recibirlas. Ayer, las siete, tuve audiencia del Padre Santo y pude entretenerme 
con él casi una hora. Se habló mucho de la Congregación y de nuestros queridos novicios; después leyó de punta a cabo su saludo con 
sus firmas, y preguntó por las cualidades especiales de alguno que otro y si alguien brillaba por su extraordinaria virtud. 

Hice por satisfacerle. Quedó muy contento y dijo que su número es un milagro de la bondad del Señor. Después añadió estas textuales 
palabras. 
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-Son renuevos de olivo, que es preciso cultivar, pero es preciso que las plantitas permitan al cultivador cortar las raíces, los brotes 
inútiles y dañinos; extirpar la grama y el gorgojo que podría echarlos a perder. Vos lo comprendéis, y se lo explicaréis después a ellos 
más detenidamente. Estas tiernas plantas deben crecer para sí y después dar fruto para su dueño. íAy de la planta que queda inactiva y no 
da fruto! Es completamente inútil para su amo. Bendiga Dios a estas plantitas, que. El las guíe y las haga fructificar para su mayor gloria. 

Tomó después la pluma y, de su puño y letra, escribió al pie de vuestro saludo: Dominus vos benedicat etc., como puedes verlo en el 
saludo, que te devuelvo, porque lleva la firma del Padre Santo. 

Saludos especiales para Peloso, Schiapino, Tosello, etc. Escribiré más cosas en otro momento. 

Dios nos bendiga a todos. Créeme en Jesucristo. 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

P. D. He recibido tu carta; y estoy de acuerdo con lo que me escribes. Es bueno que los novicios den buenos paseos. 
Abramos un paréntesis para aclarar la posdata. Parece que las dos frases se refieren al mismo objeto; ((179)) pero no es así. Su «estoy 
de acuerdo» es la respuesta a una pregunta que le había hecho don Julio Barberís unos días antes de Pascua. Este había comprobado, 
durante su reciente predicación en Borgo San Martino que en aquel colegio se había hablado muy poco o nada de vocación a los alumnos 
a lo largo del curso, mientras, a su entender, convenía informarles a fondo sobre tres puntos: 1.° que no deben decidir por sí solos acerca 
de la vocación, sino con la ayuda del confesor; 2.° que los mayorcitos no deben aguardar al fin del curso para tomar una decisión, sino 
considerar los ejercicios espirítuales como el momento más oportuno para el estudio del problema; y 3.° que los alumnos de los cursos 
superiores deben hablar de este tema en la confesión. Don Julio era, además, del parecer de que en nuestros colegios hay que dar a los 
muchachos de los últimos cursos elementales unas nociones fundamentales sobre la cuestión, pues se acercan al momento en que deben 
decidirse a elegir los estudios clásicos o los técnicos. Esta era la cuestión sobre la que él deseaba conocer claramente el pensamiento de 
don Bosco y le rogaba, al mismo tiempo, que viera si el caso merecía que llamara la atención general con una circular suya. La plena 
aprobación formulada lacónicamente por el Siervo de Dios con su «estoy de acuerdo con lo que me escribes» se refería a los puntos que 
acabamos de enumerar. 

La última de las cartas pascuales, con informes sobre la audiencia 
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pontificia, iba dirigida a la condesa Corsi, suegra del conde César Balbo. 

Benemérita señora Condesa: 

Ayer tuve audiencia del Padre Santo y pude hablarle largo rato de usted y de su familia. Recordó la antigua visita de la Delegación, 
pidió noticias de la nueva pequeña familia. Y cuando le pedí una bendición especial, respondió: 

-Con mucho gusto; enviádsela de mi parte a todos: 

Que Dios bendiga y colme de sus favores a la condesa Corsi, de quien me habláis, manténgala firme en el espíritu y en la caridad. 
Crezca su familia en salud y sea cada vez más rica en las verdaderas riquezas, en el santo temor de Dios. 

((180)) Me apresuro a comunicarle esta bendición para no olvidarla. Y mientras tanto, »vendrá usted a Roma? Yo estaré aquí todavía 
dos semanas. 

Recibo la noticia de que murió Madama Monti. Lo siento de veras. Era una señora que nos ayudaba mucho, material y espiritualmente. 
La encomiendo de todo corazón a sus oraciones. Le suplico también que rece por este pobrecito, que le asegura sus humildes oraciones, 
y siempre será 

Roma, Pascua 1876. 

Su seguro servidor en Jesucristo JUAN BOSCO, Pbro. 

P. D. Le ruego presente mis respetuosos saludos y la bendición del Padre Santo al conde César, a la condesa María, a toda la casa 
Balbo y al doctor Fissore. Envíe la carta adjunta a don Miguel Rúa, pero a su comodidad. 
La «antigua visita de la Delegación» necesita una aclaración. 

El año 1871 los católicos festejaron el jubileo pontifical de Pío IX, multiplicando los actos de homenaje al Vicario de Jesucristo, con el 
intento de desagraviarle de los ultrajes recientemente sufridos. Con tal fin peregrinaron a Roma delegaciones especiales de distintas 
naciones y de las mayores ciudades de Italia. La católica ciudad de Turín, que ya se había señalado con demostraciones locales públicas, 
que provocaron el furor y la violencia de la secta, envió también su propia delegación. En aquella circunstancia la antigua capital de 
Piamonte mereció los honores de un halagüeño elogio del Pontífice, que, en el discurso pronunciado el 19 de junio ante todas las 
delegaciones italianas, se expresó en los siguientes términos: 

«De todas las partes de Italia me llegaron preciosos testimonios de adhesión, pero no toméis a mal que en esta circunstancia coloque 
primero a Turín. De allí vinieron los primeros agravios y los males, que luego se difundieron por toda Italia; pero de donde vino el mal, 
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vino asimismo el bien, y fueron vivas las pruebas de piedad y afecto que me llegaron de allí». 

A la distancia de un lustro volvía el Papa a traer el recuerdo de las filiales demostraciones turinesas. Don Bosco había mandado 
anunciar aquel año que precisamente «por estos motivos» se celebraría «con mayor pompa que en los anteriores» la fiesta de María 
Auxiliadora; una llamada de la ((181)) Unità Cattólica había invitado a los fieles a la «solemne novena», predicada por el padre Segundo 
Franco, jesuita. También estas funciones contribuyeron a preparar los ánimos. 

De fecha algo posterior, pero de tema afín al de la anterior, es también esta otra carta, dirigida al conde Eugenio De Maistre 1. 

Muy querido señor conde Eugenio: 

He recibido noticias desde Beaumesnil 2 de que Mamá está gravemente enferma. He escrito inmediatamente a Turín encargando hagan 
mañana y tarde oraciones 

1 Puesto que los miembros de la ilustre familia De Maistre estuvieron en estrecha relación con el Beato y sus nombres se encuentran a 
menudo en su correspondencia, ponemos aquí parte del árbol genealógico, que arranca del célebre ascendiente de todos conocido. 

El conde Rodolfo, además de los cuatro hijos aquí indicados, tuvo otros siete: María Teresa, Manuel, Francisca, José, Carlos, Javierita 
(Carmelita) y Francisca. 

2 Beaumesnil es una población de Normandía, donde los De Maistre tenían un castillo. 

JOSE DE MAISTRE 

Rodolfo 
Plan de Sieyès MontmorenConstancia 
cy-Laval 
Adela 
conde Terray 
casado con Carlota casada con el duque casada con el du 
María Benedicta Eugenio Filomena 
casada con el casada con el 
conde 
» 
Manuel Benedicta Azelia 
Ricci des Ferres 
casado con una muerta Benedicta, marqués Fassati conde Medolago 
Medolago y, Estanislao educado Estanislingresó en las 
Hijas del Sagrado Corazón. Murió 
en Roma en el 1924 casada con 
De Menthon 
ao 
casó cbarón 
on el 

Javier Francisca Pedro y Pablo María Mauricio 

señor actual del condesa de Jesuitas. en Borgo fue 

castillo de Bournazel Pablo fue curado muchas Borgo Cornalense por don Bosco en secretaria de 
Roma, 1867. don Bosco 

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especiales ante el altar de María Auxiliadora para obtener la gracia de su curación. Fui después a la audiencia del Padre Santo (sábado 
santo a las siete de la tarde) y le pedí una bendición especial, que muy cordialmente le envió y me aseguró, además, que también pediría 
por élla. He escrito enseguida todo esto al señor Carlos. Como no tengo ninguna noticia, me haría un gran favor, si por acaso usted 
pudiera decir me 
algo. 

En la misma ocasión el Padre Santo me pidió noticias de usted y señora, y de su numerosa familia y se mostraba ((182)) muy 
satisfecho al oír que el espíritu católico hereditario en la santa casa De Maistre se repite en los hijos y en los nietos de la futura 
generación. 

Pidió también noticias especiales de la señora Duquesa y, bromeando, decía que estaba contento por tener quien le acompañara en su 
octogésimo año. Concedió una bendición especial para todos y algunos favores espirituales, que me reservo comunicar por escrito a 
usted, a su familia, a la del señor conde Francisco, a la señora Agostini y nominalmente a la señora Duquesa. 

A primeros de mayo saldré de Roma y, en cuanto llegue a Turín, espero poder darme un paseo hasta Borgo. 

El Padre Santo goza de óptima salud y despacha todos los asuntos de la Iglesia de tal modo que deja atónitos a los mismos secretarios 
de la Congregación. En cambio el cardenal Antonelli hace unos meses que anda mal: si no mejora, tendrá que dejar la Secretaría de 
Estado. 

Le estoy muy agradecido por toda la caridad que nos dispensa. Dios le recompense en vida y después en el Paraíso. Humildes saludos 
para todos. Ruegue también por mí, que, de todo corazón, me profeso en Jesucristo 

Roma, 21-4-1876. 

Vía Sistina 104. 

Su atto. y s. s.
JUAN BOSCO, Pbro.


Después de la carta al conde De Maistre será bueno que traigamos aquí una cartita a la baronesa Ricci, ya que una está estrictamente 
ligada a la otra. 

Benemérita señora Azelia: 

Nada más recibir su carta, pedí una bendición especial al Padre Santo, que con mucho gusto concedió para la buena abuela condesa De 
Maistre. Lo comuniqué enseguida a Beaumesnil y espero que haya ayudado a la mejoría de la venerada enferma. Mucho le agradecería 
que me diera más noticias. 

Le pedí también una bendición especial para usted, señora Baronesa, y para toda la familia Ricci, a la que ruego respetuosamente 
salude de mi parte. 

Me encomiendo de todo corazón a la caridad de sus oraciones, mientras me profeso con todo aprecio, 

De V. S. benemérita. 

Roma, Vía Sistina 104, 21-4-1876. 

Su s.s.
JUAN BOSCO, Pbro.


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((183)) Hay un detalle que queremos señalar aquí. En su correspondencia epistolar nunca emplea el Beato el calificativo «devotissimo» 
1 antes de la firma. Debemos la explicación de ello a un recuerdo de don José Vespignani, de cuyos labios la recogimos nosotros 
mismos, El padre Vespignani, que fue secretario de don Miguel Rúa desde fines de 1876 a buena parte del 1877, había empleado en una 
carta de comunicación aquel superlativo tan corriente; pero don Miguel Rúa le sugirió que lo sustituyera por «obbligatissimo» u otro 
parecido, observando que los términos devoción, devoto y devotísimo le parecían a don Bosco tan sagrados que no se debían emplear 
con expresión profana. Advirtió también que rehuía valerse del adjetivo divino, atribuido a personas o cosas que nada tenían que ver con 
la Divinidad. 

En el Oratorio se leían en público las cartas de don Bosco, de don Celestino Durando y de don Joaquín Berto, omitiendo los puntos 
que tocaban temas delicados, como las divergencias con algún personaje, conocidas por muy pocos de la casa; todavía existen en los 
originales algunos trazos de pluma, que indican al lector o al copista lo que debía pasar por alto. 

No son para descritos el entusiasmo y la alegría que despertaban estas lecturas. Muchos escribían sus impresiones a don Bosco; otros 
enviaron saludos al Padre Santo. Los novicios escribieron un sinnúmero de cartitas dando las gracias a don Bosco y al Papa. Don Julio 
Barberis, por su cuenta, escribió: «El consuelo embarga nuestra alma. Hemos dado enseguida una conferencia a los novicios y les hemos 
leído su carta con las palabras, que el Padre Santo nos dirigía. Se volvió a leer en presencia de todos el saludo enviado a Su Santidad, 
para que todos se confirmaran una vez más en las promesas hechas. En una nueva audiencia, dé las gracias al Padre Santo de nuestra 
parte». 

Entre los nuevos saludos hubo uno, que enviaron los socios de la Compañía de la Inmaculada Concepción, con treinta y una firmas; 
nos es grato seleccionar y recordar los nombres de los más conocidos: Albino Carmagnola, José Gamba, Segundo Marchisio, José 
Isnardi, Luis Molinari, Francisco Picollo, ((184)) Carlos Peretto, Bernardo Vacchina; todos ellos y otros más llegaron a ser Salesianos. 
Con ello se ve cómo don Bosco alcanzaba plenamente el fin que se proponía con esta Compañía, que don Julio Barberis explica así en su 
crónica del 23 de abril: 

1 El devotissimo italiano, que precede a la firma de una carta, equivale a nuestro «su seguro servidor». Claro que no hay que olvidar 
los matices o gradaciones, que caben en la expresión literaria de una palabra o de un concepto (N. del T.) 
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«Se pretende ganar especialmente a los mayores y a los que tendrán que decidir muy pronto su propia vocación; pues, según el espíritu 
de don Bosco, éste debe ser como el último peldaño, sin que ellos lo sepan ni lo piensen, para entrar en la Congregación; éste es uno de 
los secretos del Oratorio, hacerlos pasar por varios grados de conferencias y compañías sin que se sen cuenta, para atraer a muchos de 
ellos y después cambiarlos e inclinarlos al bien, siempre con cariño y casi únicamente como quien se aviene a sus deseos». 

Para proseguir siempre con cierto orden, agruparemos ahora, en torno a cuatro puntos, muchas cosas que nos quedan por decir, y son: 
los asuntos de Turín, los contactos con hombres de la política, las propuestas de fundaciones y los favores espirituales del Padre Santo. 

Por desgracia «las molestias» de Turín perseguían a don Bosco hasta Roma. Don Joaquín Berto escribía el 10 de abril a don Miguel 
Rúa: «El Arzobispo de Turín me ha dado trabajo. Nosotros construimos y él se industria por destruir». 

Y don Celestino Durando remachaba el día 15: «Sigue la terrible guerra contra nuestra Sociedad; pero, con la ayuda de Dios y el favor 
de Pío IX, todo se vencerá». 

Y de nuevo don Joaquín Berto el 26: «Aquí en Roma, puede decirse que es conocida la hostilidad del Arzobispo de Turín en todas las 
Congregaciones, las cuales advierten con bondad a don Bosco que se ponga en guardia y se apreste a la defensa». 

En el «trabajo» que estas «molestias» proporcionaron al secretario de don Bosco entró muy probablemente también la preparación de 
una respuesta oficial a la acusación de que don Bosco había modificado arbitrariamente varios lugares y a veces falseado incluso el texto 
auténtico de las Reglas 1. Otro trabajo tuvo ((185)) para recoger elementos con los que echar por tierra los obstáculos puestos por Turín 
contra la concesión de privilegios, para lo cual remitimos al lector al capítulo XXI del volumen undécimo. De todos modos suplen a esta 
lectura los siguientes párrafos del Arzobispo a su abogado 2, que lo era también de don Bosco ante la Congregación de Obispos y 
Regulares: 

«He escrito a la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares una carta, en la que ruego se me comuniquen los privilegios que pide 
don Bosco para su Congregación, porque al pedirlos temo con razón: 1.° que en ellos se aduzcan razones que contienen quejas contra 
mí; 2.° que mi jurisdicción episcopal pueda ser perturbada. No tuve contestación 

1 Carta de Menghini a don Bosco, 7 de febrero de 1876. 

2 Carta del 2 de abril de 1876. 
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y me gustaría recibirla para saber cómo conducirme, pues querría escribir al Padre Santo sobre el Particular. 

»Mañana irá a Roma don Bosco para este asunto...». 

El favor de Pío IX, en que confiaba don Celestino Durando, no 
era imaginario. Además de lo que anteriormente se ha dicho, puede deducirse también del testimonio de monseñor Andrés Scotton. En 
una audiencia privada, hablóle el Papa largo rato de los asuntos salesianos y de la lastimosa discordia, y entre otras cosas, mencionando 
los esfuerzos de monseñor Gastaldi por un reflorecimiento del «rosminianismo», dijo estas precisas palabras. 

-Es verdad, realmente los Rosminianos hacen mucho bien; pero, créame, amigo mío, no son afectos a la Santa Sede como lo son don 
Bosco y sus sacerdotes 1. 

Por aquellos días monseñor Gastaldi acarició la idea que le vino a la mente de escribir al Papa diciéndole que tenia pensado renunciar 
al Epíscopado 2. Contestóle el Papa que no se lo aconsejaba; que lo pensase bien, que se aconsejase y rezara antes de tomar una 
resolución. En la misma carta se quejaba de que el Papa no le quería. 

-Yo no sé qué puedo haberle hecho al Arzobispo de Turín, dijo Pío IX a monseñor ((186)) Sbarretti, como no sea el haberle escrito 
diciéndole que fuera más despacio en suspender. 

El mismo Secretario de Obispos y Regulares observó al secretario de don Bosco: 

-Por eso el Papa concedió a don Bosco la facultad que pide, ad tempus, para tres años en Italia y para cinco en el extranjero, pero sin 
formular el Rescripto, primero porque las Congregaciones están todavía cerradas durante las fiestas pascuales, después para que el 
Arzobispo no lo llegue a saber; sírvanse de ella tal como yo lo he firmado. 

La facultad, a la que aquí se alude es la del extra tempora. Con mayores cautelas todavía y por el mismo motivo se le concedió el 
privilegio de la dispensa de las testimoniales, de lo que volveremos a hablar pronto. 

Precisamente entonces se enteró don Bosco del generoso intento de monseñor Galletti, obispo de Alba, para apaciguar a monseñor 
Gastaldi. Sin duda debióselo decir el mismo buen Prelado, al verse obligado a dar razón de una recusación suya. Nos parece que su carta 
tiene alguna importancia, y por eso la presentamos al lector. 

1 Carta de don Celestino Durando a don Miguel Rúa, 2 de mayo de 1876. 

2 Apéndice, doc. 9. 
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Muy querido don Bosco: 

Como contestación a su apreciadísima carta debo decirle con toda confianza que, al presente, no me parece oportuno y prudente por mi 
parte reaparecer por Turín ante nuestro reverendísimo señor Arzobispo, como predicador de la Novena y Fiesta de María Virgen 
Auxiliadora, y ademas en realidad no me atrevería a llegar a tanto. 

No hace más que unas pocas semanas cuando, confiando sin duda demasiado en mí mismo y en mis pobres fuerzas, intenté defender 
por escrito la causa del querido don Bosco, buscando la manera de aproximar los ánimos de los grandes Hombres de Dios, que tal vez no 
están en buena armonía porque no se entienden y no se conocen; pero el Señor me humilló y no conseguí más que perturbar y disgustar 
amargamente a quien hubiera querido apaciguar, enredando así más y más la madeja de una desunión más intelectual que cordial. 
Bonum mihi, Domine, quia humiliasti me, ut discam iustificationes tuas. Y esto en el máximo secreto. Tal vez el Obispo de Pavía iría a 
las mil maravillas para su Novena y fiesta. Le saludo in Domino. 

Alba, a 28 de abril de 1876. 

Su atto. y s. s.
EUGENIO, Obispo


((187)) Esta misma fecha lleva una carta del abogado Menghini, en la que se rinde a don Bosco un preciosísimo testimonio. Nótese o 
recuérdese que Menghini era también el abogado de Monseñor en Roma, obligado por consiguiente a defender los intereses de éste, 
siempre dentro de los límites impuestos por la conciencia y el honor. Pues bien, en una carta del 28 de abril al Arzobispo de Turín, 
tratando de asuntos completamente distintos, se expresa en los términos siguientes 1: 

«Don Bosco se mantiene firme y sostiene que nunca ha ofendido a su Arzobispo en sus escritos. A decir verdad, en sus escritos 
dirigidos a Roma ha tenido siempre muchísima discreción, lo cual ha causado óptima impresión en algún Cardenal». 

-Don Bosco se defiende, no ofende, dijo en cierta ocasión el Beato a don Juan Bautista Francesia, cuando se hablaba de quien le 
estimulaba a tomar la ofensiva. 

Puede cerrarse esta nueva serie de dificultades con otro incidente nacido con motivo de las ordenaciones. Don Miguel Rúa presentó a 
la Curia una nota de clérigos, rogando que fueran admitidos a recibir las órdenes en las témporas de Pentecostés. No se aceptó la nota 
porque faltaban ciertas indicaciones. 

Don Miguel Rúa rehízo la petición, teniendo muy en cuenta las 

1 El original se encuentra en casa del teólogo Franchelli en Turín. 
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formalidades requeridas. Pero no bastó; la respuesta fue negativa. Resulta fácil comprender cuánto amargaban a don Bosco estas 
negativas. 

Aquel mes de abril contó don Bosco dos sueños o amonestaciones al secretario que, more sólito (según costumbre) los puso por 
escrito. El velo que encubre su significado íntimo es tan transparente, que creemos es éste el sitio que les corresponde. 

En la noche del 7 de abril, don Joaquín Berto oyó gritar a don Bosco mientras dormía: 

-íAntonio! íAntonio! 

A la mañana siguiente le preguntó si había dormido y le habló del grito oído. Entonces el Siervo de Dios le contó lo que transcribimos 
del secretario: 

«Parecióme estar en el último tramo de una escalera, en un lugar estrecho, cuando se paró delante de mí una hiena, que no me dejaba 
dar un paso. No sabiendo cómo librarme de ella, pedí auxilio a mí hermano Antonio, que hacía ya muchos ((188)) años que había 
muerto. Finalmente avanzó la hiena hacia mí con las fauces abiertas y yo, no viendo otro medio de salvación, le eché las manos al 
pescuezo. Me sentí angustiado ante tamaño peligro, y más al comprobar que nadie acudía en mi socorro. Pero he aquí que al fin vi 
descender de los montes un pastor, que me dijo: 

»-El auxilio tiene que venir de lo alto; mas, para conseguirlo, hay que descender muy bajo. Cuanto más bajo se está, de tanta mayor 
altura vendrá el auxilio. Este animal solamente causa daño al que le hace caso, y a quien busca el peligro. 

»Y seguidamente me desperté». 

Otra noche volvió a soñar e hizo el siguiente relato del sueño: 

«Me pareció encontrarme en mi pueblo y vi llegar hasta allí al Papa. No podía convencerme de que en efecto fuese él; por lo que le 
pregunté: 

»-»Cómo así? »No tenéis la carroza, Padre Santo? 

»-Sí, sí, pensaré en ello. Mi carroza es la fidelidad, la fortaleza y la dulzura. 

»Pero estaba rendido y dijo: 

»-Yo ya he llegado al fin. 

»-No, no, Padre Santo, le dije, hasta que no estén arreglados los asuntos relacionados con la Congregación, no puede morir. 

»Entonces apareció una carroza, pero sin caballos. »Y quién la arrastraría? Y he aquí que vi tres animales: un perro, una cabra y una 
oveja tirando del carruaje del Pontífice. Pero, al llegar a cierto punto, 
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aquellos animales no la podían mover y el Papa se encontraba cada vez mas agotado. Yo estaba arrepentido de no haberle invitado a 
venir a mi casa y no haber pensado en ofrecerle algún refrigerio. Pero, me decía a mí mismo: 

»-Apenas lleguemos a la casa del capellán de Morialdo, lo arreglaremos todo. Entre tanto la carroza seguía parada. Entonces levanté 
una especie de eje que por la parte de atrás tocaba al suelo. El Papa al ver esto, comenzó a decir: 

»-Si estuvieseis en Roma y os viesen realizar estos trabajos, seríais objeto de risa. 

»Y mientras estaba entregado a mi tarea me desperté». 

((189)) Durante esta estancia de don Bosco en Roma tuvo pocos contactos con los hombres del Gobierno. Sólo visitó al honorable 
Melegari, Ministro de Asuntos Exteriores, el cual le recibió muy bien. El Siervo de Dios le recomendó sus misiones ya empezadas y las 
que vendrían después. Recibió de él buenas promesas; pero no le concedió ningún subsidio. En el célebre encuentro que tuvo a los pocos 
meses con Depretis, en Lanzo, no perdió la ocasión de volver sobre el tema. El Presidente del Consejo de Ministros prometió, dijo que 
apoyaría su petición de ayuda, que daría órdenes a los cónsules, que trataría el asunto con el Ministro de Asuntos Exteriores, que 
contribuiría personalmente; pero después, cuando el Beato llegó a la conclusión y le pidió socorro, tuvo como respuesta alabanzas, 
disculpas y no se habló mas del asunto. 

Don Bosco envió a don Celestino Durando a saludar al honorable Coppino, Ministro de Instrucción Pública, que se le mostró 
sumamente cortés. Aun sabiendo que aguardaban muchos en la sala de espera para ser admitidos a la audiencia, lo entretuvo unos veinte 
minutos. Le hizo grandes elogios del Oratorio y de los colegios salesianos, que él conocía muy bien. Alabó también mucho los 
diccionarios, que le presentó, los hojeó, leyó el prólogo y admiró la elegancia de su latín. 

«Todo me agradó, escribe Durando, pero podemos dudar si salía enteramente del corazón». 

Desgraciadamente en aquellos tristes momentos del imperio sectario había siempre motivo para temer que las palabras no anduvieran 
de acuerdo con los hechos. Sin embargo, don Bosco respetaba y quería que se respetaran las autoridades del Estado, pensando que 
ganaba mucho, aunque sólo obtuviera cerrar la entrada de malas prevenciones contra su persona y sus obras. Este espíritu 
condescendiente le valió mas de una vez para arreglar asuntos y allanar diferencias, que entorpecían la acción saludable de la Iglesia en 
Italia. No estaban maduros 
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los tiempos para arreglos radicales, antes al contrario, la sospecha de sus intentos para arreglar las cosas levantó clamores en los dos 
campos opuestos. Muchísimos de entre los buenos se sonreían con compasión como de una ingenuidad. 

((190)) Por aquellos mismos días recibió de Roma varias propuestas para fundaciones en la ciudad, en lugares vecinos a la misma y 
para las misiones. Nada diremos por ahora de los padres de la Concepción, de los castillos romanos, ni de Montefiascone; hablaremos 
solamente de propuestas, que, si bien no cuajaron, son una prueba más de la confianza que se depositaba en el Siervo de Dios. 

Se recordará que en 1875 ya se habló de confiar a los Salesianos la dirección de un colegio en Ceccano 1. El intermediario era el 
cardenal Berardi, pero la invitación procedía de su hermano. Se abandonó la idea, porque, apenas se supo, levantó un avispero; aquello 
fue todo un ir y venir de sacerdotes a protestar de lo que hubiera sido una afrenta para el clero romano. Siempre hay que trasladarse a los 
tiempos en que se sitúa la acción y no juzgar las cosas de otrora con los criterios de hoy. A la breve distancia del 20 de septiembre 2, los 
Piamonteses no eran para los romani cives (ciudadanos romanos) más que unos buzzurri (forasteros) 3, venidos a su casa desde el norte 
de la península. El vulgo se desahogaba remedando a los recién llegados; pero, en ciertos ambientes, pasaba lo que entre judíos y 
samaritanos, que siempre reñían unos con otros. 

Por aquellos mismos días la princesa Altieri, que apreciaba y veneraba a don Bosco, le confió que., en la reunión de la Sociedad para 
los intereses católicos, se había propuesto llamarle a él a Roma para confiarle las escuelas pontificias, pero que no se quiso oír hablar de 
ello, porque su presencia habría mermado la autonomía del clero romano. 

Todavía en 1880 nos tocará asistir a una manifestación de este tipo y de forma más solemne. Así pues, el hermano del Cardenal, 
viendo el resultado, llamó a los Escolapios; pero cuando los vio con el mísero número de siete alumnos, hubiera querido volver a 
entablar negociaciones con el Beato, por lo cual rogó al Cardenal que lo intentara. 

1 Véase volumen XI, pág. 151. 

2 Es la fecha de la entrada del ejército piamontés en Roma. (N. del T.) 

3 Dice la Academia la Crusca (o diccionario de la Academia para nosotros): «Buzzurto es el nombre que suele darse en Toscana a los 
suizos, que vienen en invierno a ejercer su industria de hacer tostadas, castañas asadas, papilla de harina de castañas, etc.». Tal vez viene 
del alemán Putzet, el que limpia, y en origen, limpiachimeneas. 
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((191)) Pero el Siervo de Dios se echó atrás, diciendo que ya tenía demasiados compromisos sobre sus hombros. 

Hacía años que don Bosco deseaba abrir una residencia en Roma; 
ya habían fracasado varias tentativas y todavía fracasarían algunas 

más. El Prefecto de Propaganda, después de hablarle de las misiones, le preguntó a quemarropa: 

-Don Bosco, »por qué piensa en ir a tierras lejanas y no piensa en venir a Roma? 

-»Y por qué no piensa Vuestra Eminencia, respondió don Bosco, en buscarme aquí un local? Yo no pido más que un cobertizo para 

reunir a los muchachos. 
-Si basta eso, deje el asunto en mis manos, que yo se lo encontraré. Creía que me iba usted a pedir un gran capital; pero, si se trata de 

tan poca cosa, yo se la encontraré. 

-Lo mismo me dijeron otros; pero, hasta el momento, todo fueron palabras y nada más. 

-»Cómo? »Duda usted de mi palabra? 

-No es que dude de su buena voluntad; pero tiene Vuestra Eminencia tantos asuntos entre manos, que ya no pondrá mientes en ello, se 

le olvidará o no tendrá tiempo... 

-Pensaré en ello, se lo aseguro. 

Sucedió cabalmente lo que don Bosco había pronosticado; no se habló más del asunto. 

Volvió a la carga por su cuenta la mencionada princesa Altieri y en una visita, que le hizo el Siervo de Dios, le dijo: 

-Si don Bosco viene a establecer una casa aquí en Roma, cuente con mi bolsa y mi persona, que están a su disposición. 

-»A fines de mes o a primeros?, preguntó don Bosco. 

-íDa lo mismo! 

-No, porque, a primeros, la bolsa está llena; pero, si es a últimos, como su Excelencia da tantas limosnas, se queda vacía. 

-A primeros, a mediados, y a últimos. 

-Si es así, de acuerdo. 

Y no se crea que era puro cumplido el ofrecimiento de la ((192)) princesa, porque le escribió después, volviendo a confirmarle toda su 

buena voluntad. Pero don Bosco sabía que ya socorría generosamente muchas obras, de suerte que no cabía esperar que se pudieran 
obtener de ella válidos y duraderos apoyos; y de ahí su respuesta evasiva. 

No menos decidido a proporcionarle un local en Roma se mostró el príncipe Mario Chigi de Campagnano; mas por entonces no se 
llegó a ninguna conclusión. Don Bosco no precipitaba nunca las cosas; si 

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no recibía indicaciones claras de la Providencia, iba con pies de plomo. 

El cardenal Franchi, prefecto de Propaganda, le asaltó hábilmente para las misiones de Oriente. Había entonces tres vicariatos 
apostólicos vacantes en China; dentro de pocos años llegarían a quince, y le decía 
que, tan pronto como don Bosco tuviese preparados los operarios apostólicos, se lo comunicara, pues no tendría que gastar un céntimo 
de lo suyo, ya que todo correría a cargo de la Congregación de Propaganda, y el Papa lo deseaba vivamente. 

El Siervo de Dios manifestó sus deseos de poder enviar pronto a sus hijos al Extremo Oriente; pero, mientras tanto, le urgía consolidar 
y desarrollar las misiones emprendidas y expuso sus planes precisos acerca de esto, tanto al Prefecto de Propaganda como al Papa. El 
pedía la creación de una prefectura apostólica en Patagonia e invocaba amplios subsidios para apresurar la entrada de los misioneros en 
el territorio de los indios. Eran medios eficaces establecer en los confines toda una red de hospicios, colegios, pensionados, atraer a ellos 
a los hijos de los salvajes, ponerse en comunicación con sus padres y con sus caciques, capacitar indígenas para actuar en sus tribus. 

El Padre Santo tomó tan a pecho los planes de don Bosco, que habló repetidas veces de ellos con el cardenal Franchi, para que los 
examinase y diera su parecer. Don Bosco sostuvo un amplio cambio de ideas con el Purpurado, al que entregó una relación escrita y 
refrendada con informes históricos y geográficos; pues se había dado cuenta de que casi no se tenían nociones de aquellas tierras en 
Roma 1. ((193)) En cuanto al Oriente no le fue posible hacer más que promesas a largo plazo. 

Don Bosco dedicó los mayores trabajos al asunto de los privilegios; 
pero escasean los informes precisamente en torno a ello, porque procedía con tanta circunspección, que no comunicaba a cualquiera los 
pasos que daba. Cuando vio defraudados sus esfuerzos para obtener la comunicación de los privilegios en masa, no abandonó ningún 
medio para arrancar facultades especiales y numerosas indulgencias. Así obtuvo los dos Breves de aprobación para la Obra de María 
Auxiliadora y para la Pía Unión de los Cooperadores, sobre los cuales convendrá volver a leer los capítulos III y IV del anterior 
volumen. Obtuvo facultad perpetua al Superior General de la Congregación para autorizar a cualquiera de los suyos la lectura de libros 
prohibidos. Pero sobre todo obtuvo en la audiencia del 3 de mayo que, todos los que se encontraban en los colegios de la Pía Sociedad, 
estuviesen dispensados 

1 Véase Apéndice, doc. 10. 
170 

Fin de Página 170 


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de pedir a los Obispos las cartas testimoniales. Este privilegio se extendió después, en otra audiencia del 10 de noviembre siguiente, a 
todo el que quisiese ingresar en la Congregación 1. De la mayor importancia, aunque temporalmente, era también el privilegio de extra 
tempora, que le facilitaba inmensamente la presentación de sus clérigos a las sagradas órdenes, sin tener que apañárselas en cada caso, y 
trabajar de pies y manos para quitar los obstáculos de en medio. El Papa se lo concedió el 21 de abril casi a escondidas, como decíamos 
hace poco 2. Otros favores aparecen en lista en esta carta a don Juan Cagliero. 

Mi querido Cagliero: 

Te escribo desde Roma y, como tengo cantidad de cosas para comunicarte, te las iré enumerando. 

1.° El Padre Santo manifestó gran satisfacción por nuestra misión argentina; conmigo y con otros alabó el espíritu de Catolicismo, que 
siempre se ha manifestado entre los Salesianos. 

-Yo leo, me dijo, todas las cartas que envían de allá y me ((194)) gustan mucho. 

Envió su Apostólica bendición para todos, animando a acudir a él para toda eventualidad. 

2.° Ha concedido muchos privilegios y favores espirituales, entre los cuales los derechos parroquiales a todas nuestras casas; los 
confesores aprobados en una diócesis pueden confesar en cualquiera de nuestras casas, aun en los viajes. Concedido el extra tempus. 
Recibirás la lista de todo. 

3.° Adjunto carta para el señor Benítez, en la que le comunico la bendición del Padre Santo, que lo ha nombrado Comendador. Se está 
preparando el Breve correspondiente y saldrá a tu dirección el 15 del próximo mayo. 

4.° La carta para el doctor Ceccarelli le anuncia las hermosas expresiones del Padre Santo a su favor, que le constituyen por ahora su 
camarero secreto; por consiguiente, Excelencia Reverendísima. 

Como si ignoraras estas dos noticias, no les darás publicidad alguna a no ser de una manera vaga. Una vez recibidos el Breve de 
Benítez y el Diploma para el señor Cecarelli, ya te pondrás de acuerdo con don José Fagnano. Llevarás todo personalmente. Invitarás a la 
Comisión del colegio y a los amigos del uno y del otro. Don Domingo Tomatis prepare un bonito diálogo para recitarlo en aquella 
ocasión; y dos muchachos lleven en una bandeja el Breve de Comendador y en otra el Diploma; tú y Fagnano acompañaréis a los 
alumnos y tomaréis, etc., y los entregaréis en sus manos. Son cosas a las que se debe dar la mayor importancia 3. 

En el pliego, que contendrá los objetos mencionados, volveré a escribir. 

5.° El Padre Santo habló mucho del Arzobispo de Buenos Aires: está muy contento de él y parece que tiene algún proyecto sobre su 
persona. Esto le escribo a él mismo. 

6.° El Padre Santo nos propuso tres vicariatos apostólicos en las Indias, uno en 

1 Véase Apéndice, doc. 11. 

2 Véase Apéndice, doc. 12. 

3 Todo se hizo con gran solemnidad el 15 de agosto, con ceremonias religiosas y con velada pública. (Véase Apéndice, doc. 23). 

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China y otro en Australia. Acepté uno en las Indias, pero he pedido por lo menos dieciocho meses de tiempo para preparar el personal 
oportuno. El cardenal Franchi me aseguró que no quiere que los gastos necesarios carguen sobre nosotros. 

7.° Esto comporta la necesidad de que regreses a Europa. Mira, pues, si puedes decirme qué personal es necesario, Salesianos y 
Hermanas, y procuraré preparar pronto la expedición para que, puestas en orden las cosas, tú puedas regresar a Valdocco para comenzar 
una casa en Roma y después darte un paseíto a las Indias. 

8.° A propósito de la casa en Roma, está determinado que se abra, y tal vez a tu llegada ya puedas alojarte bajo techo nuestro. Poquito 
a poco. Bougianèn 1. 

9.° Como nuestros fin es intentar dar un vistazo a la Patagonia, ((195)) bueno será que te presentes en mi nombre al Arzobispo, al que 
también escribo, y le digas de parte del Padre Santo si él lo juzga oportuno y qué tiempos y maneras le parecen convenientes, 
considerando siempre como nuestra base la fundación de Colegios y Hospicios. Pensad siempre en ellos en las cercanías de las tribus 
salvajes. 

10.° Ha muerto la señora Felicidad Orselli. Teresa 2 fue a vivir con nuestras hermanas de Valdocco, que hacen un gran bien. También 
murió Madama Monti. En mi ausencia le hicieron cambiar el testamento, según me escribe don Miguel Rúa. 

11.° Es cosa hecha que en octubre irán nuestras hermanas a hacerse cargo del Seminario de Biella; y tres salesianos abrirán un 
Hospicio en el pueblo de Trinità. 

12.° Tenemos pendientes una serie de proyectos, que parecen fábulas o locuras a los ojos del mundo; pero, nada mas convertirse en 
realidad, Dios los bendice de modo que todo marcha a velas desplegadas. Motivo suficiente para rezar, dar gracias, esperar y vigilar. 

13.° Dame un informe de vuestro estado económico; si habéis podido aprovechar los que os llevasteis con vosotros; si habéis recibido 
lo que se os envió después. 

14.° Huelga decir cuántos saludos se envían para ti y los tuyos. Los cardenales Antonelli, Berardi, Sbarretti y monseñor Fratejacci, 
además de los señores Menghini, Alejandro y Matilde Sigisnondi, el caballero Bersani y muchos más os felicitan y bendicen. Don 
Joaquín Berto, el secretario de siempre, don Celestino Durando y el teólogo Pechenino están aquí en Roma. Han traído un ejemplar de 
sus diccionarios para el Padre Santo; mañana por la tarde tendrán audiencia. Os saludan. 

15.° Es mi intención que digas lo que te escribo a don José Fagnano y pro rata parte (en proporción) a todos los demás. 

Saluda de mi parte a todos los amigos, parientes y bienhechores, participando a todos la bendición del Padre Santo con los muchos 
favores espirituales, que serán comunicados cuanto antes. 

16.° Y cuando puedas hablar a los Salesianos solos, diles lo mucho que amo en Jesucristo y que rezo cada día por ellos. Que se amen 
unos a otros, que haga cada uno todo lo posible para granjearse amigos y evitar coram Domino cualquier motivo de altercados o 
disgustos con otros. 

17.° Esperamos siempre con ansiedad vuestras cartas. La gracia de Nuestro Señor Jesucristo esté siempre con nosotros. Amén. 

1 A los piamonteses se les llama Bougianèn, gente que no se mueve, es decir, que va despacio en sus cosas y cumple el adagio de 
«quien va despacio llega lejos». 

2 Soltera anciana, que al principio iba con otras a remendar la ropa blanca en el Oratorio y que después pasó a vivir con algunas buenas 
señoras en la residencia de las Hermanas dedicadas a las mismas labores. 

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Ruega por quien siempre será para ti en Jesucristo
Roma, 27 de abril de 1876.


Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

P. D. A primeros del mes próximo, Dios mediante, regresaré a Turín. El mismo Padre Santo ha concedido la Cruz de Caballero a los 
señores Angel Borgo y Juan Bautista Conti, insignes bienhechores de San Pier d'Arena. 
((196)) A la audiencia del 3 de mayo le acompañaron el secretario y también don Celestino Durando y el teólogo Pechenino, que 
llevaban consigo dos ejemplares de sus diccionarios artísticamente encuadernados. Don Joaquín Berto presentó al Padre Santo dos 
saludos, uno de la Compañía del Santísimo Sacramento y el otro del Clero Infantil. El Papa les echó una mirada y, después de leer unos 
renglones, los puso sobre el escritorio, diciendo: 

-Mañana los leeré con más comodidad a la luz natural.
Oída la finalidad de aquellas asociaciones, exclamó:
-íBravo! Estos son medios para aumentar la piedad de los muchachos.
Dió la bendición a los tres y, después de decirles algún donaire, los despidió y se quedó con el Beato, con quien conferenció durante


casi una hora. 
La tercera y última audiencia fue el 11 de mayo, a la una de la tarde. Durante la espera, monseñor Sanminiatelli dijo a don Bosco, que 

Su Santidad le había enviado a la Arcadia y que después quiso enterarse de todo. 
-Todo muy bien, observó Monseñor, pero la conclusión fue algo magnífica; agradó mucho y el Papa quedó satisfechísimo. 
Para hablar con Pío IX estaban los cardenales Franchi y Bartolini. 

Diversos personajes esperaban en la sala, entre ellos el Obispo de Barcelona. 
-He aquí una flor de vuestro jardín, dijo a don Bosco el pontífice señalando al secretario. 
Don Bosco habló así: 
-Padre Santo, permita que le ofrezca los saludos y plácemes de toda la Congregación salesiana y dígnese aceptar las oraciones, que 

hacen los Salesianos por la buena salud de Su Santidad, y para que dure muchos años. 
El Papa contestó al augurio diciendo: 
173 

Fin de Página 173 


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-Fiat, fiat, para poder ejecutar nuestros planes. 

Después bendijo a los presentes y se alejó despacito, mientras don Bosco quedándose atrás, cambiaba unas palabras con el cardenal 
Bartolini, y después con el cardenal Franchi, que, por quererlo así el Padre Santo, le fijó el momento para una entrevista, con el fin de 
examinar en ella sus propuestas respecto a las misiones. El Beato habló con él por la tarde y le entregó el memorial antes dicho, que Su 
Eminencia prometió someter al examen de los Cardenales para hacer después relación del mismo al Papa. 

((197)) Después de esta audiencia de despedida, el Siervo de Dios se preparó para partir. No hablaremos enseguida del regreso, pero 
pondremos aquí, por orden cronológico, otras cartas enviadas desde Roma y que hemos podido hallar. Contienen diversos detalles que 
no deben pasarse por alto, en torno a personas y cosas e incluso acerca del mismo don Bosco. 

1. A don Juan Bautista Lemoyne 
El 9 de abril, domingo de Ramos, había muerto en Lanzo un alumno interno, sin haber podido recibir los sacramentos y el director 
estaba afligido por ello. 

Mi querido Lemoyne: 

He recibido tu apreciada carta, a la que no pude contestar enseguida. Te apena el alumno Arisio y tienes motivo para ello; pero, 
después de lo sucedido, »de qué sirve la aflicción? Por otra parte, se había confesado muy poco antes, era bueno y, por consiguiente, hay 
que excluir toda duda de que no haya muerto en la misericordia del Señor. Por lo que a ti toca, no tienes ningún cargo de conciencia; por 
amor de Dios, reza por él. 

En Roma he arreglado varias cosas y estoy arreglando otras; tú reza y haz rezar para que todo resulte a mayor gloria de Dios. Don 
Miguel Rúa te habrá enviado una carta para ti y para esos tus queridos alumnos que tanto aprecio. 

Los señores Alejandro y Matilde Sigismondi hablan de ti y de tus tertulias a cada paso, reciben tus saludos con gran gusto y 
corresponden a ellos de todo corazón. 

Entre tanto, comunica a esos nuestros queridos maestros, prefecto, catequista, asistentes y alumnos de todos los cursos, que he pedido 
al Padre Santo una bendición especial para su salud, su sabiduría y santidad, juntamente con muchos otros favores, que les comunicaré a 
mi regreso a Turín. 

El próximo jueves celebraré la santa misa por todos vosotros y recomiendo que todos mis amigos comulguen según mi intención por 
un asunto de mucha importancia. 

La gracia de N. S. J. C. esté siempre con nosotros; y créeme todo tuyo 

Roma, 22-4-1876. 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

P. D. Saluda de mi parte a Bonomi y a Trione. 
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((198)) 2. A don Miguel Rúa y don José Lazzero 

El Beato esperaba estar en Turín para la fiesta del Patrocinio de san José, que caía en el 7 de mayo; pero no pudo. Celebraban esta 
fiesta especialmente los aprendices. Gastini, externo, maestro de los encuadernadores y presidente de los antiguos alumnos, debía llevar 
a estos «sus amigos» a cumplir con sus deberes religiosos en el Oratorio. 

Durante la ausencia de don Bosco, además del alumno de Lanzo, habían muerto en el Oratorio tres estudiantes y un coadjutor. 

El catequista de los aprendices, don César Chiala, se encontraba enfermo y no sobrevivió más que un par de meses. 

Para comprender el elogio tributado al coadjutor Barale, jefe de la librería, basta saber lo que don Julio Barberis escribía de él por 
aquel tiempo, a saber, que hacía el papel de seis asistentes con los aprendices. 

«Hacer un cochecito» (Fare un carrozzino) es un giro piamontés que corresponde con versuram fácere, (pedir o tomar prestado) y que 
propiamente significa hacer un préstamo de dinero en condiciones muy generosas; en sentido figurado podría significar hacer un negocio 
malo o bueno, según el punto de vista. Pero en Turín se usa esta expresión en su peor sentido. Aquí parece que, cuando don Bosco dice 
«cuántas cosas (hechas)», se refiere a negocios logrados y con «cuántos cochecitos hechos y pendientes de hacer», a negocios no 
logrados según sus deseos, o ya empezados, pero onerosos. 

Mis queridos Rúa y Lazzero: 

1.° Poneos de acuerdo para que Gastini y sus amigos puedan celebrar la fiesta de san José en el Oratorio; pero querría dos cosas: 1.ª 

que me permitan ir a comer con ellos, bien entendido que pagando mi parte. 2.ª Los que puedan, cumplan con sus deberes religiosos. 

2.° Conténtese a Dogliani para imprimir el Tantum ergo y la Polca, pero a condición de que sea bueno como Barale. 

3.° Tomad a don César Chiala, dadle las órdenes oportunas, enviadle a Valsálice o a cualquier otro lugar, que más le agrade y no se le 

escatime nada que le pueda aprovechar o gustar. 

4.° No se preocupe por el Breviario mientras yo no se lo mande expresamente. 

((199)) 5.° Espero estar con vosotros el día de san José, si Dominus dederit (si Dios quiere). 

6.° Parece que la muerte se aprovecha en mi ausencia; verdaderamente necesito industriarme para ir lo antes posible a veros y llevaros 

en persona la bendición apostólica. 

7.° íCuántas cosas, cuántos cochecitos hechos y pendientes de hacer todavía! Parecen fábulas. Ya hablaremos de todo. 

Pronto comunicaré el día y la hora de mi llegada. Don Joaquín Berto, don Celestino 

175 

Fin de Página 175 


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Durando y el doctor Pechenino se encuentran bien, os saludan y conmigo os desean todo bien. 

Saludad de mi parte a don José Bertello, a don Pedro Guidazio, a Febbraro y a José Buzzetti y creedme en Jesucristo. 

Roma, 24-4-1876. 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

P. D. No dejéis de saludar a Antonio Bruna. 
3. A don Miguel Rúa 
Las «cosas pendientes» se refieren a las gestiones para los privilegios. Con las prisas por redactar esta cartita se le escapó una 
confesión reveladora, a saber, que «está hecho un azacán con el trabajo». «Frotarse las manos» se dice popularmente del que se pone a 
hacer algo de buena gana; el obrero, antes de empezar con ahínco una obra se da a menudo una fricción. 

Los estudiantes preparaban el Phasmatonices de Rosini, retocado por el padre Palumbo. Volveremos a hablar de ello. 

Queridísimo Rúa: 

Sin novedad; las cosas siguen su curso, todos nos encontramos bien. Estoy hecho un azacán con el trabajo. Rezad mucho por mí. He 
escrito a Madama Bicherasio para que sea mayordoma (o cofrade mayor) en la fiesta de María Auxiliadora. Espero respuesta. 

Di a Dogliani, a Buzzetti y a don José Lazzero que se froten las manos y se preparen para la música de aquel día. No olvidar la 

comedia latina. 

Dirás a Dompé 1 que yo quisiera que fuese un D. D. S. S. Una bonita medalla, si acierta. 

Dios nos bendiga a todos. Amén 

JUAN BOSCO, Pbro. 

((200)) 4. Al mismo 

El Beato no cesaba de buscar almas buenas, que recibían en su casa a sus Salesianos necesitados de descanso y de trato especial. El 

1 Manuel Dompé, alumno del quinto curso, que mas tarde se hizo salesiano. El acertijo que viene después es uno de los consabidos 
medios con los que el Beato obligaba a reflexionar y preparaba los ánimos para algún buen consejo. 

Fin de Página 176 


VOLUMEN XII Página: 177 

clérigo Vigliocco falleció en el mes de agosto y don José Giulitto murió en septiembre a los pocos meses de sacerdocio. 

Queridísimo Rúa: 

Si el estado de salud de Vigliocco permite que vaya a casa de Madama Agnelli, muy conforme. Es persona muy piadosa. Después de él 
Massimelli; por último, Giulitto, que ha de preparse para la primera misa en Pentecostés, si está bueno. 

Por lo que toca a Bruna, óigase el parecer de don Pablo Albera, o al menos pídase un certificado de su párroco. 

Tengo un trabajo inmenso. No sé si podré ir para el Patrocinio de san José. Quién sabe si no se podrá trasladar a otro domingo. Para 
entonces seguro que estaré. Pero hágase como mejor os parezca. Envíame noticias. A mediados de esta semana notificaré el día de 
nuestra partida. Todos gozamos de buena salud. Rezad mucho. Saluda a don José Bertello, que todavía no me ha escrito ninguna carta. 
Di a los aprendices, a los del jardincillo, que entregaré su saludo al Padre Santo y después escribiré. Dios nos bendiga a todos. Amén. 

30-4-1876. 

JUAN BOSCO, Pbro. 

5. Al Rvdo. Perino 
Era antiguo alumno del Oratorio. íQué precioso programa para el recién nombrado párroco de Piedicavallo en la comarca de Biella! 
Cuando salió del Oratorio, don Bosco le había predicho que sería párroco, pero que su parroquia sería destruida. En efecto, durante su 
gestión en la parroquia de Piedicavallo, los protestantes hicieron una de pópulo bárbaro. 

Queridísimo Perino: 

Me alegro mucho de tu promoción a párroco de Piedicavallo. Tendrás un amplio campo donde ganar almas para Dios. El fundamento 

de tu éxito parroquial es: cuidar de los niños, asistir a los enfermos, querer a los ancianos. 

((201)) Para ti: confesión frecuente, cada día un rato de meditación, una vez al mes el ejercicio de la buena muerte. 

Para don Bosco: difundir las Lecturas Católicas e ir a comer en el Oratorio siempre que vayas a Turín. Lo demás de palabra. 

Que Dios te bendiga a ti, tus trabajos y tu futura parroquia. Reza por mí, que siempre seré tu 

Roma, 8-5-1876. 

Afmo. amigo en Jesucristo JUAN BOSCO, Pbro. 

Fin de Página 177 


VOLUMEN XII Página: 178 

6. A don Francisco Dalmazzo 
La ida de los alumnos de Valsálice a Roma fue en otoño de 1874 y ya se habló de ella en el volumen anterior. 

La dispensa de diez meses para el diácono Miguel Vota fue concedida junto con otras dos, una de dieciséis meses para el diácono José 
Giulitto, y la segunda, de diecisiete meses, para el diácono Pedro Perrot; la obtuvo monseñor Sbarretti, secretario de la Congregación de 
Obispos y Regulares ex audientia Sanctissimi el 3 de mayo. El Rescripto lleva la firma del cardenal Ferrieri, que sucedió al cardenal 
Bizzarri como Prefecto de dicha Congregación. 

Queridísimo Dalmazzo: 

El Padre Santo habló mucho del colegio de Valsálice y de los alumnos que le visitaron. Envía a todos su bendición apostólica, para los 
alumnos y sus padres: bendición apostólica con indulgencia plenaria in artículo mortis; otra indulgencia plenaria a su discreción en el 

curso de la vida. 

De viva voz contaremos muchos episodios y muchas otras cosas graves. 

Estaré en Turín a fines de la próxima semana. 

Saluda al prefecto don Daghero, y a todos nuestros queridos salesianos y alumnos tuyos y míos. Dile a Vota que se ha conseguido su 

dispensa de edad. Que se prepare, por consiguiente, a hacerse santo. 

Saluda también a tu madre y a Molinari. 

Amame en Jesucristo y créeme tu 

Roma, 5-5-1876. 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

((202)) 7. A don Juan Bautista Lemoyne 

La carta escrita por don Bosco para los alumnos del Oratorio fue copiada y enviada al Colegio de Lanzo. Las noticias contenidas en 
ella sugirieron la idea de enviar un saludo al Padre Santo acompañándolo con un donativo para el óbolo de san Pedro. 

Carísimo don Juan Bautista Lemoyne: 

El saludo del Colegio de Lanzo, con el donativo de cien liras para el Padre Santo, lo presenté yo mismo, y le resultó gratísimo. Como 
ya era avanzada la tarde y encontraba dificultad para leerlo, le ayudé a leerlo yo, medio ciego, y lo escuchó con mucha satisfacción. 
Después añadió estas textuales palabras: 

-Dad las gracias de mi parte a esos buenos alumnos de Lanzo, decidles que rueguen a Dios por mí; yo los bendigo de todo corazón y 
concedo, a los Salesianos 

Fin de Página 178 


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y a todos los del colegio de Lanzo: 1.° la bendición apostólica; 2.° una indulgencia plenaria a discreción el día que reciban los Santos 
Sacramentos. 
Le pedí que se dignara extender estos favores también a los padres de los muchachos y de los Salesianos, al Vicario de Lanzo, (a) don 
Foeri, al Vicepárroco, a los alumnos externos, y respondió afirmativamente y de buen grado. 
A su tiempo os comunicaré muchas otras cosas. 
Agradezco a nuestros queridos alumnos sus oraciones; yo seguiré rezando por ellos. 
La gracia de Nuestro Señor Jesucristo esté siempre con nosotros. 
Dios mediante, el día 16 de los corrientes estaré en Turín. Amén. 
Roma, 1-5-1876. 
Afmo. en Jesucristo JUAN BOSCO, Pbro. 

8. A don Miguel Rúa 
La «gestión para el mecánico señor Rúa» se refería al invento, ya descrito, que tanto quehacer dio después a don Bosco 1. 

Muy querido Rúa: 

He pedido y obtenido una bendición especial del Padre Santo para el señor Dupraz, la señora Ghilardi, la señorita Mandilla de la casa 
Gonella detrás ((203)) de San Carlos. Para el retiro de Santa Ana, Viña de la Reina, el Refugio, las Magdalenas, nuestras Auxiliadoras; 
para la señora Giussano, señorita Bónica. Se lo puedes comunicar, pues tal vez sacarás algún provecho, y les dices que, a mi regreso, les 

entregaré nota de los favores especiales concedidos por el Papa. 

A su debido tiempo he pedido también la Bendición Apostólica para el señor Valle, yerno del señor Asinara. 

La gestión para el mecánico, señor Rúa, se inició desde los primeros días y esperamos contestación cuanto antes. 

Todo lo nuestro marcha bien y espero salir para Turín el miércoles por la mañana. Si puedo, me detendré un día en Florencia y otro en 

Génova, para enviar el diploma prelaticio al señor Ceccarelli, y el Breve de Comendador de san Gregorio a Benítez. 

Estuve atareadísimo, pude hacer muchas cosas, pero no recoger dinero; así que piensa tú en ello. 

Vale in Domino. Hasta más vernos. 

Afmo. en Jesucristo JUAN BOSCO, Pbro. 

1 Véase vol. XI, págs. 185-186. 

Fin de Página 179 


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9. Al mismo 
La «recomendación» para presentar a monseñor Macchi, maestro de Cámara, debía servir para obtener la admisión a la audiencia 
pontificia. Tenemos un autógrafo del Beato con una muestra de tal recomendación concebida en estos términos: «El abajo firmante 
declara conocer perfectamente a los señores Tomás Frascara y Margarita Garelli, que van a Roma para satisfacer su devoción y, como 
buenos católicos y ejemplares cristianos, consideran su mayor suerte el poder recibir la bendición del Padre Santo. Razón por la cual se 
encomiendan humildemente a quien puede ayudarnos en este su piadoso intento. Turín, mayo de 1876. Juan Bosco, Pbro.» 

Es muy probable que sea precisamente éste el original de la «recomendación» enviada por él antes de salir de Roma. En efecto «los 
nombres de los dos viajeros» están escritos por otra mano, llenando precisamente los «huecos» señalados para ello. 

Muy querido Rúa: 

Te envío la recomendación que me pides. Llena tú mismo los huecos con los nombres de los dos viajeros; después la cierras en un 
sobre dirigido a monseñor Macchi. 

((204)) Comunica a los muchachos la alegre noticia. Entre los muchos favores que el Padre Santo ha concedido a nuestros alumnos y a 
sus padres, a los salesianos y a sus respectivos padres, hay una indulgencia plenaria in artículo mortis con la bendición apostólica. Piense 
cada uno en comunicarla respectivamente. Idem una indulgencia plenaria a discreción para el día en que comulguen. 

Nuestras cosas quedarán concluidas el martes, y el día siguiente, miércoles (10), nos pondremos en viaje rumbo a Turín. Un día en 
Florencia, otro en Pisa, dos en Sampierdarena y después Turín. 

A partir del 9 diríjanse las cartas a Sampierdarena. 

Sé que tienes mucho que hacer; consolémonos, también yo. En Turín nos consolaremos recíprocamente. 

Devuelvo las cartas 1 para que don César Chiala, si puede, prepare con ellas otra para la Unità Cattolica, y aún otras más. 

A mi paso por S. Pierdarena enviaré varias cosas para la República Argentina; si enviáis algo de Turín, lo juntaremos para el día 14. 

Creo habértelo dicho ya: 

Benítez Comendador, Ceccarelli Camarero de Su Santidad, Angel Borgo y el conde Juan Bautista caballeros. Ellos no saben nada 
todavía. 

JUAN BOSCO, Pbro. 

1 Se refiere a las de los misioneros, enviadas por don Miguel Rúa y retocadas libremente por don César Chiala para el periódico. 
180 

Fin de Página 180 


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10. Al mismo 
El nombre exacto del exclérigo aquí mencionado era Bodrati. El tema para don Pedro Guidazio, profesor del quinto curso de 
bachillerato clásico, era uno de los Breves pontificios recién obtenidos para traducir al italiano 1. 

Muy querido Rúa: 

Mañana salgo para Pisa y me quedaré en Salviati hasta el lunes. Del lunes por la tarde al miércoles, estaré en S. Pierdarena. Si pudieses 
estar allí el miércoles por la mañana, haríamos el viaje juntos y podríamos charlar. De lo contrario hablaremos en Turín. 

Escribo a Bodratto. No sé si esta todavía ahí. En todo caso cuida que no se lleve nada de la casa y que no vista la sotana clerical fuera 

de nuestra Congregación si no está autorizado para ello. 

Multa facta, multa sunt opere complenda. 

((205)) Cuida tu salud, la de Chiala y la de don Pedro Guidazio. He preparado para éste un tema a traducir del latín al italiano. 

Dios nos bendiga a todos. Amén. 

Roma, 12-5-1876. 

Afmo. en Jesucristo JUAN BOSCO, Pbro. 

11. A don Julio Barberis 
El Beato necesitaba que se redactase una monografía sobre Patagonia, para enviarla a la Congregación de Propaganda. Era urgente, 
pues se trataba entonces de erigir pronto allí una prefectura apostólica para confiarla a los Salesianos. Don Julio Barberis, que había sido 
durante algunos años profesor de geografía, le pareció a don Bosco el más apto para prepararle aquel trabajo. El «autor reciente», cuyo 
nombre no recordaba, debe de ser Daly, que en 1875 publicó en Buenos Aires una obra titulada: La Patagonia y las tierras australes del 
continente americano. 

Muy querido Barberis: 

Empiezo a escribir esta carta para anunciarte un trabajo que necesito: un informe sobre Patagonia, en el que se reúna lo que pueda 
saberse: 

1.° Acerca de su extensión, límites, pueblos colindantes en la línea que va desde el Pacífico al Atlantico. 

1 Véase vol. XI, Apéndice, doc. 6, 7 y 24. 
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2.° Usos, costumbres, estatura de los Patagones y sus ocupaciones. 

3.° Religión, tradiciones y, especialmente, los intentos realizados por los misioneros para penetrar hasta ellos. 

Puedes ver el libro de Ferrario: Usos y costumbres de todos los pueblos en el último volumen de América; la enciclopedia de César 
Cantú y un autor reciente, cuyo nombre sabré así que llegue a Turín. 

Por lo demás, saluda a don César Chiala y a todos tus y mis queridos novicios; a quienes espero ver y saludar el miércoles. Dios nos 
bendiga a todos. Créeme en Jesucristo 

Pisa, 14-5-1876. 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

Y ahora no volveremos enseguida a acompañar a don Bosco hasta Turín, sin antes haber dicho cómo anduvieron las cosas en el 
Oratorio durante su ausencia. ((206)) Nos parece un pensamiento útil y oportuno salvar del olvido cuantas más noticias nos sea posible 
acerca del antiguo Oratorio. Util porque siempre aprovechará poderse mirar como en un espejo en el ambiente que vivía don Bosco y de 
donde sacó las primeras generaciones de salesianos; oportuno, porque hay muchas preciosas noticias que, si no se ponen a salvo lo antes 
posible, resultará que, andando el tiempo, será trabajo arduo, por no decir inútil, el rastrearlas y ofrecerlas con su verdadera luz. 

Don Julio Barberis, en su crónica del 24 de abril, repite una observación hecha ya en otro lugar: «El Oratorio marcha adelante 
tranquilamente, aunque falte don Bosco. No es que no lo advirtamos, sino que él mismo ha colocado todo el Oratorio en un plano tal, 
que pueda ir adelante sin él. Digo sin estar él presente de momento en el Oratorio; 
pero no sin su persona, sin su mente». Veámoslo en la práctica. 

En aquel lapso de tiempo se celebraron dos fiestas, la de Pascua y la del Patrocinio de san José y, entre una y otra, parte del mes de 
María Auxiliadora que, por vez primera, se empezó el 23 de abril. 

Para el cumplimiento pascual todo procedió según costumbre. Los aprendices cumplieron con el precepto pascual el martes santo; los 
estudiantes el miércoles, los clérigos y los sacerdotes el jueves, después de prepararse con un triduo de predicación, sin suspender los 
trabajos ni los estudios. Los alumnos externos cumplieron el precepto pascual el sábado santo, los obreros el domingo de Resurrección; 
los de la primera comunión el lunes siguiente, y los pequeños, que aún no habían sido admitidos a la primera comunión, se confesaron en 
un día de la semana dentro de la octava. 

Además de la catequesis cuaresmal, los externos hicieron aparte 
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una tanda de ejercicios espirituales con cinco pláticas diarias, a tres de las cuales era obligatorio asistir: los aprendices a las cinco y 
media de la mañana, a las doce y media y a las ocho de la tarde; los estudiantes a una de éstas, más dos dedicadas exclusivamente para 
ellos a las nueve y media de la mañana y ((207)) a las cuatro de la tarde. El domingo de Pascua se terminaron con la representación del 
interesante drama Cristóbal Colón, original de Lemoyne. 

Este trabajo extraordinario no dispensaba a los sacerdotes del Oratorio de sus ocupaciones ordinarias. 

-»No pone don Bosco demasiada carne al asador?, preguntó un día la marquesa Fassati a don Julio Barberis. 

Entresacamos parte de la respuesta que éste le dio, según su crónica del 2 de abril: 

«Es cierto; hay mucho que hacer y trabajamos sin descanso hasta sucumbir al peso de la fatiga; sin embargo, don Bosco ve que, 
mientras existe este trabajo continuo y sin descanso, las cosas marchan bien. 
Todos nosotros adquirimos un espíritu extraordinariamente bueno y logramos ser útiles para muchos trabajos; y hasta el que no es apto 
para grandes empresas, metido desde clérigo en el tejemaneje de los asuntos, llega a adquirir, en el desempeño de mil incumbencias, tal 
destreza que, sin ese gran trabajo y sin las ocasiones favorables, no hubiera logrado nunca. Don Bosco ve también el inmenso trabajo que 
hay en la viña del Señor, que otros podrían cultivar y no lo hacen; en consecuencia, en vez de dejar que no se haga nada, quiere que se 
haga algo. Nos parece un error el proceder de muchos, incluso religiosos, que, si ven que no pueden salir airosos en algo, lo dejan antes 
de poner sus manos en ello. Nosotros no miramos la gloria externa o a lo que otros digan. Si no se puede llegar hasta la última letra del 
alfabeto, pero se puede llegar al abecé; »por qué dejar de hacer ese poco, con la excusa de que no se podrá llegar a la zeta?» 

Era norma de don Bosco que, cuando no se podía llegar al todo, se hiciera al menos lo poco factible; y por eso no aprobaba la conducta 
de aquellos buenos, que decían: o todo o nada. Por este motivo le apenaba, y mucho, ver que magistrados y oficiales católicos franceses 
renunciaban al cargo, ante las aberraciones anticlericales de la tercera república; él hubiera querido que no abandonasen el puesto, 
aunque no fuera más que para aminorar el mal, impidiendo que todo pasara a manos de los sectarios. 

((208)) Permítannos los lectores seguir citando nuestra crónica. Ciertas divagaciones de don Julio Barberis traspasan los limites de la 
crónica, pero nos introducen en la realidad de la vida. Sigue diciendo: 
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«Por otra parte, señora Marquesa, hasta el presente se trabajó en el Oratorio a escondidas; pero, aún así, le diré que bajo el celemín se 
prepararon inmensos materiales. Ahora don Bosco ve crecer a su alrededor una familia numerosísima y con un espíritu excelente en 
sumo grado. Todos somos jóvenes todavía, pues hemos sido formados por don Bosco; pero, año tras año, se va aumentando en fuerza, 
experiencia y número... Don Bosco va formando poco a poco personal suficiente para abrir muchas casas... Verdad es que se requiere 
tiempo antes de que los clérigos estén formados; pero, entre nosotros, cuando llegan al segundo curso de filosofía, ya empiezan a 
ayudarnos algo y, a la par que aumentan su capacidad, ciencia, piedad, prudencia y edad, se les ensancha el horizonte y se les va 
colocando en puestos superiores...» 

El primer día del mes de María Auxiliadora casi todos los muchachos comulgaron; después fue creciendo el fervor en la casa. El buen 
ambiente, que solía dominar en el Oratorio, en estas circunstancias arrastraba también a los que de ordinario se mantenían al margen. 
Nunca faltaban los refractarios, pero eran poquísimos; los Superiores los conocían, se los ayudaba y empujaba al bien o se los eliminaba. 

Al comenzar el mes de María entraba en vigor el horario de verano: había que levantarse media hora antes, a las cinco; a la una y 
media, limpieza en el dormitorio; a las dos, estudio libre y clase de canto; a las siete y media, sermón. Ya no había clase nocturna de 
repaso. Por la mañana, después de misa, se iba a paseo hasta la hora del desayuno. 

Reinaba, además, gran animación para los preparativos de la gran fiesta. Los cantores tenían más clases de música. Cuando se marchó 
don Juan Cagliero se temió que muriera la música o, cuando menos, decayese; pero lo suplió dignamente Dogliani. También la banda se 
había recuperado con unos treinta músicos. Había sido disuelta el año anterior por don Bosco, porque los que entraban a formar parte de 
ella ((209)) quebrantaban la disciplina, y se reorganizó con nuevas bases. Los nuevos músicos lo hacían bastante bien. Notaremos de 
paso que la disolución se hizo a la chita callando y sin armar escándalo, mediante la gradual eliminación de los muchachos. Se estrenó, 
entonces también, un conjunto de doce violinistas, formado por los aprendices mayores y de mejor conducta. Cantos y música ocupaban 
de este modo buena parte de los recreos e introducían en aquella estación una agradable variedad. No había el menor asomo de que 
cubriese el Oratorio esa capa de plomo, que Fáber llama «monotonía de la piedad». 
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Para preparar bien el ánimo de los aprendices al mes de María, su catequista organizó una velada sui generis, que se celebró en el salón 
de los sótanos de la iglesia. Se apodó velada catequística. Queremos describirla. Quien hubiera bajado a aquel amplio espacio habría 
visto la asamblea, presidida desde un alto palco por don Miguel Rúa, don César Chiala y otros Superiores; a un lado la banda, los 
maestros de taller, algunos clérigos y coadjutores; al otro lado los muchachos, que llenaban todo el espacio; había en el centro un espacio 
rectangular despejado y una mesita a un lado; estaba sentado junto a la mesita el coadjutor Barale con una bolsa, que contenía unas 
papeletas con las preguntas del catecismo escritas: Avanzaban al rectángulo del centro los que iban a ser interrogados, cinco o seis por 
vez, y se renovaban cada cuarto de hora. Barale extraía las papeletas y preguntaba. Los Superiores tomaban nota, cada uno por su cuenta, 
de los que contestaban mejor. Al final, mientras se declamaban poesías y se interpretaban piezas de música, se hizo el escrutinio de los 
votos; y, después, se repartieron los premios y diplomas de honor. 

Hemos omitido un detalle. El último en ser preguntado pidió a Barale que contara un ejemplo, pues esa era la costumbre, después de la 
lección de catecismo. Barale aceptó y recordó brevemente la vida de César de Bus, con claras alusiones a don César Chiala. Estallaron 
aplausos al Director de los aprendices; y, como andaba siempre algo delicado, en las poesías y discursos se elevaban preces al Señor por 
su curación. ((210)) Al término de la velada le ofrecieron un ramo de flores artificiales, en cuyos pétalos estaban escritos los nombres de 
los que habían comulgado por él. Los aprendices derrocharon su entusiasmo por su Director o catequista. Por aquellos días fueron 
muchas las peticiones para ingresar en la Conregación, y como pareció oportuno el momento, se dieron para ellos unas conferencias a 
propósito. Don Bosco, que sentía la necesidad de buenos coadjutores, estuvo muy contento de ello. 

Era admirable sin duda el gran interés de los muchachos del Oratorio por sus Superiores enfermos. También los estudiantes dieron 
bonitas pruebas de ello. Don Pedro Guidazio se encontraba bastante mal, pero su temple enérgico y trabajador no le permitía dejar sus 
clases al quinto curso. Los alumnos, apesadumbrados, iban a porfía a comulgar por él, y cada tarde, durante el recreo de la merienda, los 
cuarenta que eran, se juntaban en el ábside del templo de María Auxiliadora par rezar juntos la corona al Sagrado Corazón de Jesús. 
Escenas parecidas se renovaban cada año, y no sólo por un superior, sino también por compañeros o por las necesidades de la casa. 
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Hablábamos ahora mismo de la insólita mortalidad. La crónica advierte el hecho y aprovecha la ocasión para describir el rito de las 
exequias. «Hace dos o tres años que tenemos permiso para hacer las honras fúnebres aquí en casa. Se coloca el cadáver, en un lugar 
conveniente y, a la hora señalada, se reúnen todos los alumnos y, en formación, desfila el cortejo fúnebre, precedido de clérigos con 
roquete que llevan la cruz, cantando el Miserere, alrededor de los amplios patios del Oratorio. Le acompañan todos los muchachos y 
clérigos; íes una función conmovedora! íLos ochocientos jóvenes rodean al compañero difunto, al mismo que poco antes jugaba con 
ellos, iba con ellos a clase, al comedor, a todas partes! Terminada la vuelta a los patios, entran en la iglesia, donde se celebran las 
exequias de costumbre con alguna oración oportuna. Después salen los jóvenes para ir al estudio, a la clase o al taller y el cadáver es 
llevado al cementerio». 

Al año siguiente, hubo un sacerdote novicio ((211)) que asistió por primera vez al traslado de los restos mortales de uno que había 
fallecido en el Oratorio. Se llevó una impresión tan profunda que, más de medio siglo después, escribía: «Aquella procesión de los 
muchachos, el clero cantando salmos, los socios de las Compañías de San Luis y del Santísimo Sacramento que acompañaban y llevaban 
al amigo difunto, daban una impresión de piedad suave y conmovedora. Era uno de los actos de verdadera educación cristiana y 
salesiana» 1. 

A mediados del mes de María Auxiliadora se celebró la fiesta del Patrocinio de san José, que se acostumbraba celebrar con solemnidad 
especialmente por los aprendices. «Se esperaba tener con nosotros al amado Padre», dice la crónica; pero, no habiendo llegado, se 
trasladó la fiesta externa a otro domingo. Mas no se omitió la solemnidad en la iglesia. Aquel día llegó una novedad desde la calle y fue 
la visita de los presidentes generales de las Conferencias de San Vicente en Italia. 
Como ya ha narrado Lemoyne, florecía en el Oratorio una Conferencia de San Vicente, aneja regularmente a la de París. Su fin principal 
era tomar bajo su tutela a los muchachos pobres, que iban a la catequesis; es más, los socios se prestaban a darla. Como eran internos, no 
podían ir a ver a los muchachos en su casa para llevarles los socorros, según las normas de los estatutos; los esperaban, en cambio, en el 
Oratorio y los socorros consistían en premios de asistencia, y sobre todo en prendas de vestir. 

Así que el domingo, 7 de mayo, anunciaron su visita a la Conferencia 

1 J. VESPIGNANI. Un año en la escuela del beato don Bosco (1876-1877), pág. 60. San Benigno Canavese, Escuela Tipográfica 
Salesiana, 1930. 
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del Oratorio aquellos señores que en comisión hacían una gira de inspección y propaganda. Se presentaron el padre Alfieri, superior 
general de los Hermanos de San Juan de Dios, presidente del consejo superior en lo que fueron Estados Pontificios; el caballero Roque 
Bianchi, presidente del consejo superior de Génova, apodado «el abuelo», por haber sido el introductor de las Conferencias en Italia el 
1852, ((212)) el marqués Bevilacqua, presidente del consejo superior de Bolonia, el conde Lurani, presidente del consejo superior de 
Milán, y los presidentes de Venecia, Florencia y Nápoles; en fin un grupo selecto de conspicuos personajes. Los acompañaban el señor 
Falconnet, presidente del consejo superior de Turín, y el conde Cays, que fue presidente antes de Falconnet y que era apodado «el papá», 
por haber sido promotor y consejero especial de las Conferencias en Piamonte. 

La Conferencia de los nuestros se reunió a las dos de la tarde en presencia de estos señores, los cuales mostraron su satisfacción 
después del acto; sólo recomendaron que, en la medida compatible con el reglamento del instituto, se observase el reglamento general. 
Se alegraron vivamente al enterarse de que antiguos socios, salidos del Oratorio, habían fundado Conferencias en otros lugares y que don 
Valentín Cassini trabajaba para hacer revivir en San Nicolás de los Arroyos la Conferencia decaída. Después de la reunión, los 
huéspedes fueron a ver a los muchachos internos y externos en sus respectivas iglesias y visitaron el salón de estudio, los talleres y otros 
locales de la casa. 

Mientras tanto, todo el Oratorio estaba en movimiento con los preparativos para la fiesta de María Auxiliadora. Las relaciones diarias 
de gracias enfervorizaban la piedad. Músicos y cantores ensayaban sin cesar. En la iglesia se construía el coro; se blanqueaban las 
paredes de la casa; los recreos estaban muy animados. Mas no se crea que tanta barahúnda fuera en detrimento de los estudios; pues, si la 
crónica dice la verdad, los profesores mantenían viva entre los alumnos tal emulación que muchas veces era necesario moderar su ardor. 
También los aprendices se movían preparando la retrasada velada en honor de san José, para cuando llegara don Bosco. 

Faltaba poco para su regreso, cuando de improviso hubo un accidente que causó el desconcierto en toda la casa y gran agitación en los 
ánimos. Estaban los muchachos cumpliendo tranquilamente sus prácticas marianas de la tarde, cuando empezó a entrar por las ventanas 
un olor acre ((213)) a quemado y se vio que se nublaba el aire de una forma extraña. La función tocaba a su fin. Al salir de la iglesia 
vieron que unas descomunales lenguas de fuego aparecían y desaparecían sin parar en medio de una enorme columna de humo, detrás de 
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los almacenes del Oratorio. La fábrica Tensi, entre el Oratorio y el Refugio, era pasto de las llamas; el incendio llegaba a tres metros de 
nuestro edificio y el viento soplaba en su dirección. Siniestros resplandores iluminaban de cuando en cuando los edificios y los patios. El 
primer pensamiento fue correr a cerrar todas las ventajas para impedir la entrada de chispas, lanzadas a lo alto y llevadas por el viento 
hasta cien metros de distancia. Cada asistente vigilaba su dormitorio, haciendo trasladar las camas al lado opuesto al del fuego y 
envolviéndolas en mantas empapadas en agua. Se tendieron doscientas mantas bien mojadas sobre las tejas y detrás de las ventanas, 
cuyos cristales se quebraban con las llamas. 

Don José Bertello, con su sangre fría y el imperio de su característica autoridad, se puso a dirigir las operaciones. Colocó sobre el 
tejado a veinte jóvenes de los mayores y ordenó a otros cuarenta sirvieran continuamente agua a los primeros para echarla sobre las 
mantas. Fue un milagro que cántaros y tejas caídas desde arriba no hirieran a ninguno de los que estaban abajo. Mandó que salieran de 
los alrededores todos los no necesarios, los cuales corrieron a la iglesia a rezar las letanías de los Santos. Acabadas las letanías, el viento 
cambió de dirección y sopló hacia donde no había edificios. Llegaron los bomberos, empezaron a lanzar con sus bombas agua a torrentes 
y en un cuarto de hora dominaron el fuego por la parte que amenazaba al Oratorio. 
El alboroto duró casi una hora. El daño que sufrieron los nuestros no llegó a mil liras entre tejas rotas, cristales partidos y deterioro de 
ropa. Pareció que debía atribuirse a especial protección de la Virgen, que no hubiera habido desgracias. 

Don Julio Barberis, que fue espectador de aquella batahola, recogió de labios de los muchachos y registró ciertas reflexiones, que, por 
haber sido espontáneas e imprevistas e intercambiadas entre ellos, documentan perfectamente el buen espíritu que reinaba ((214)) 
entonces en el Oratorio. Las transcribimos literalmente. 

«Decíanse unos a otros: 

»-íYa ves lo que significa trabajar en los días festivos! 

»-íYa decíamos nosotros que el Señor castigaría terriblemente aquel escándalo! 

»-íQué vergüenza! íEstar entre dos casas religiosas, donde se guarda el descanso festivo, y seguir tercamente quebrantando la ley de 
Dios! 

»-íAhí lo tienes, ciapa l'on (en dialecto piamontés: ''toma, hombre''), por trabajar en día de fiesta! 

»-íQue pague la cuenta de una vez por todas!» 
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Tres días después de haberse librado el Oratorio de este peligro, el sábado 13 de mayo, despidióse don Bosco de los señores 
Sigidmondi, de quienes había recibido las mas delicadas atenciones, y emprendió el viaje de regreso al Oratorio. Pero no fue todo 
seguido, sino que hizo dos paradas: la primera en Migliarino, junto a Pisa, como huésped del duque Salviati, desde el 13 por la tarde 
hasta el 15 al mediodía. En Génova lo esperaban don Pablo Albera, el abogado Scala, director del Cittadino, y el señor Varetto, que se 
llevó a todos a comer en su casa. Al atardecer fue a Sampierdarena, donde pasó el día siguiente. Allí le dedicaron una fiestecita: se 
declamaron poesías y recitaron un dialoguito, en el cual los interlocutores presentaron las cruces de caballero a los señores Conte y 
Borgo, invitados expresamente y sin saber la sorpresa que los esperaba. El 17 salió para Turín. 

Don Celestino Durando se le había adelantado cuatro días. Los muchachos, que esperaban ansiosamente a don Bosco y vieron a don 
Celestino cuando ellos salían de la iglesia e iban al comedor, se imaginaron que también había llegado don Bosco y lanzaron un grito de 
alegría. Se corrió la voz como un reguero de pólvora; se rompieron las filas y en tumultuoso tropel se lanzaron a la portería. Los que ya 
habían bajado al comedor, entonces subterráneo, subieron precipitadamente y volaron detrás de los compañeros. Cuanto más ardiente era 
el ansia, tanto mas amarga fue la desilusión. Pero, a la una de la tarde del 17, llegó verdaderamente don Bosco; después de un mes y 
doce días de ausencia volvía a entrar en su reino. Al asomarse por la portería empezaron los músicos a tocar sus instrumentos. Todos los 
muchachos, alineados a uno y otro lado, ((215)) tenían la consigna de formar hilera a su paso. »Pero quién podía contenerlos? Ya no 
cabían en su pellejo y se lanzaron en masa sobre él, rodeado por la gran turba que quería verle y besar su mano. El tenía para cada uno 
una sonrisa y una palabrita. Tardó mas de media hora en atravesar el patio. Entre tanto los músicos se habían trasladado a los pórticos. 
Don Bosco se metió en el cuadro que habían formado, los saludó afectuosamente y fue a comer. Allí le acosaron los salesianos a 
preguntas: el Papa, Roma, las misiones, los privilegios, las indulgencias... y él, con la calma y serenidad de siempre, habló durante más 
de una hora. Cuando se retiró, se sentía muy cansado y tenía fuerte dolor de cabeza; sin embargo, se sentó a su escritorio para despachar 
la correspondencia atrasada. 

Así estuvo hasta las cinco y media; después, como no podía más, salió a pasear por la biblioteca conversando con don Julio Barberis. 
Habló de Patagonia. Con estupor advirtió don Julio Barberis que conocía aquellas regiones tan perfectamente como si hubiese hecho 
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largos estudios sobre la materia, al extremo de que corrigió mas de una vez los fallos y omisiones del mismo Barberis, que hacía tiempo 
estudiaba con intensidad el tema. Le dijo: 

-He vivido más de sesenta años sin haber oído casi nunca el nombre de Patagonia. »Quién me hubiera dicho que llegaría el momento 
de tenerla que estudiar al detalle en todos sus pormenores? 

Desplegó dos mapas de Patagonia y de América del Sur, se puso a observar con mucha atención, pero la cabeza no lo aguantaba y se 
mareaba. Paseó un poco más y volvió a su trabajo. 

Aunque este capítulo ya va siendo demasiado largo, no es oportuno separar de él tres documentos que nos parece serán su mejor cierre: 
unas «buenas noches», una circular y una conferencia. 

La misma noche del 17 habló a los jóvenes después de las oraciones. Dio primero la florecilla para la novena de María Auxiliadora y 
después, en medio de la máxima atención, empezó a contar su viaje. 

((216)) Flor para mañana: Recordaré lo que me hizo caer en pecado y me apartaré de ello. Que es lo mismo que decir: huir de las 
ocasiones, que me arrastraron al pecado en el pasado. Cada uno, pues, meditará un rato cuál fue la ocasión de su vida pasada causa 
deplorable de haber perdido la gracia de Dios y merecido el infierno; procuraré estar muy alejado de ella y huir. Para unos será un libro, 
para otros un compañero, para alguno haber empinado demasiado el codo, es decir la intemperancia, etc. 

Pero vamos a hablar de mi viaje. Fui a Roma para ver al Papa: allí he estado mucho tiempo espera que te espera a que vinierais a 
verme, pero inútilmente. Vino don Celestino Durando y ímuy bien, bravo! Pero no vi a ninguno de vosotros. Basta; ahora quiero 
contaros las diversas cosas que se hicieron en Roma. Sobre muchas ya escribí, vez por vez, y supongo que os las habrán leído. Esta 
noche os diré que el Papa me recibió dos veces. La primera me entretuvo durante casi una hora, y la segunda, tres cuartos de hora. Así 
que pude hablarle largo y tendido. Hablamos de las cosas del Oratorio, de las Hijas de María Auxiliadora y de los alumnos: de vosotros, 
de quienes el Padre Santo siempre me pide noticias. 

-»Y son verdaderamente buenos?, me preguntó. 

-íSí, Padre Santo, lo son! 

-»Y hay algunos con grandes virtudes? 

-íSantidad, todos son muy buenos! íClaro que habría que hacer ciertas reprensiones a alguno! 

Pero esta última observación la hice en voz baja, para que no me oyera. 

-»Y qué tal andan de salud vuestros muchachos? siguió preguntando Pío IX. 

-íMuy bien! 

Después hablamos de las misiones, de las que está muy contento y me propuso avanzar, ir más allá de San Nicolás, entrar en las 
Pampas y llegar a Patagonia, donde hay zonas tan extensas como casi toda Europa, a las que aún no ha llegado la luz del Evangelio. 

Me propuso también un Vicariato en la India, donde hay amplios campos de mieses por recoger y otras misiones por uno y otro lado. 
Le interrumpí diciendo: 

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-Padre Santo, harían falta miles de Misioneros; mis muchachos son buenos, dóciles, animosos, dispuestos a todo, pero son muy 
jóvenes y habrá que esperar a que crezcan, les salga la barba y el bigote y adquieran un caudal de ciencia y conocimientos necesarios 
para ir todos a misiones. Todos estarían dispuestos a arrostrar cualquier peligro con tal de poder salvar almas. Pero hay que esperar. 

-íEntonces, contestó el Padre Santo, haced que crezcan aprisa y lleguen a ser hombres hechos y derechos en un santiamén! 

-Pero tenga en cuenta Su Santidad, repliqué, que el Señor nos visita muy a menudo en el Oratorio y se lleva a alguno de los nuestros. 
Este año ya hubo varios que quisieron irse al paraíso y otros más se irán antes que termine el mes de diciembre. 

((217)) -»Y los que mueren os causan satisfacción? »Os dejan buenas esperanzas de su salvación? »Hubo alguno que no quisiera 
recibir los sacramentos? 

-Puede comprender, Padre Santo, que unos muchachos que normalmente reciben a menudo los santos sacramentos, cuando caen 
enfermos, piden ellos mismos confesarse y comulgar. íCuánto más en trance de muerte! Y, si por un casual no los pidiese, los mismos 
Superiores, al ver su estado grave, con buenos modos le harían sentir esta necesidad; y el enfermo, nada más oír la voz de un superior 
que le invitara a ello, enseguida y con gusto se dispondría a recibir los sacramentos. 

De la misma manera me preguntó el Padre Santo muchas otras cosas sobre vosotros y escuchaba con tal gusto, que parecía no hubiese 
en el mundo otra cosa más que Valdocco. Y me dijo: 

-En estos tiempo tan calamitosos para la Iglesia vuestros muchachos pueden hacer mucho bien. Ahora, que recen por las necesidades 
de la santa Iglesia tan perseguida. Recomendadles que recen por mí, para que el Señor me dé fuerza y constancia para superar todos los 
peligros que debo encontrar, como cabeza de la familia de Jesucristo. 

Y después de unas palabras más, nos despedimos. 

La segunda vez que lo visité habló conmigo sobre las misiones, los jóvenes y los colegios. Después me concedió muchas indulgencias 
para todos vosotros. Debemos dar mucha importancia a estos tesoros espirituales, que el Padre Santo nos ha concedido. Imprimiremos 
estas indulgencias y se entregará a cada uno una nota con las que le pertenecen, para no olvidarlas durante el resto de su vida. 

Y ahora, pasando de las cosas de Roma a nosotros, os digo que estoy muy satisfecho de encontrarme en medio de mis hijos. Yo 
deseaba ardientemente estar con vosotros, y contaba los días, las horas y los minutos, mientras estaba lejos. íFinalmente ya estoy aquí! 

»Qué más os diré? No es menester que os hable de las Pampas y de las Indias. No vayamos tan lejos, hablemos de cosas más próximas, 
por ejemplo, de los ejercicios espirituales, que se harán después de la fiesta de María Auxiliadora, lo mismo para los aprendices que para 
los estudiantes y para todos los que quieran tomar parte en ellos. Os animo a hacerlos bien, especialmente a los de los últimos cursos del 
bachillerato, porque precisamente hacen los ejercicios para este fin, para decidir su vocación. Pidan mucho al Señor, para que puedan 
conocer su santa voluntad, el estado a que son llamados, la carrera que deberán emprender. Sobre este tema os hablaré otras veces y daré 
consejos en público y en privado. 

Pero, además, deseo otra cosa. Tenemos que hacer algo ((218)) de gimnasia en el comedor. Bien está que en el patio corráis en hora 
buena cuanto y como queráis pero también es bueno que cada uno tenga en el comedor una ocupación especial No digo que os pongáis 
In cymbalis bene sonantibus (alegres o chispos), sino que haya 
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algo más de lo ordinario, así en la comida como en la bebida, es decir, que hagamos como dice el adagio, o mejor la Sagrada Escritura: 
Servite Domino in laetitia (servid al Señor con alegría). Para esto nos encomendaremos a don José Lazzero, para que él mismo escoja el 
día que más le plazca para esta gimnasia. Nótese, sin embargo, que nosotros haremos que el cuerpo esté algo alegre y contento en lo que 
justamente desea; pero hace falta que esté después bien dispuesto a obedecer al alma y a hacer todo lo que sea para su provecho. 

Estamos ahora en la novena de María Auxiliadora y os ruego que la sigáis con fervor. Mirad: María tiene preparada para cada uno de 
vosotros una gracia particular, con tal de que se la pidáis de corazón. 

Tendría todavía muchas más cosas que deciros de Roma, del Papa y de las misiones; pero os las iré exponiendo poco a poco, durante 
las noches que os hable; y no dudéis, os gustarán. Buenas noches. 

Con fecha 24 de mayo dirigió una carta a los bienhechores de la casa de Niza, que generosamente sostenían aquella obra. En prenda de 
gratitud les comunicó los favores espirituales, que para ellos había obtenido del Sumo Pontífice. 

A los bienhechores y colectores de limosnas, del Patronato de San Pedro en Niza. 

La piedad que vosotros, caritativos colectores, habéis manifestado en favor del Patronato de San Pedro, recién fundado en esa ciudad, 
me ha conmovido realmente, y me hacía suspirar una ocasión propicia para daros siquiera una pequeña muestra de mi profunda gratitud. 
Esta ocasión no tardó en presentarse, el día 3 de este mes, cuando me encontré en presencia del bondadoso Pontífice, el glorioso Pío IX. 

El, pues, escuchó con paternal complacencia la exposición de las obras de celo, que vosotros prestáis al naciente instituto, que ya había 
sido objeto de su inagotable beneficiencia, y de muy buen grado concedió los siguientes favores espirituales: 

1.° La bendición Apostólica con indulgencia plenaria para el momento de la muerte a todos los que, con su caridad, concurren a fundar 

o sostener ese patronato, que pretende favorecer y mejorar la clase más digna de atención de la sociedad civil. Estos favores se extienden 
a las respectivas familias de los bienhechores. 
((219)) 2.° A usted en particular, benemérito Señor..., Su Santidad le concede, con decreto de mayo de 1867, indulgencia plenaria 
todas las veces que se acerque a recibir el sacramento de la santa comunión. A los sacerdotes les concede la misma indulgencia todas las 
veces que celebren la santa misa. 

3.° Estas indulgencias a manera de sufragio son aplicables a las almas del Purgatorio, excepto la de in artículo mortis, que es 
puramente personal, y sólo se puede lucrar cuando el alma pasa de esta vida a la eterna. 

4.° El clemente Pontífice dispensó otros favores, que le serán comunicados tan pronto como se compile la lista de los mismos y se 
imprima. 

Celebro poderle rendir de este modo un pequeño tributo de agradecimiento; le suplico tenga a bien seguir protegiendo y sosteniendo el 
Patronato de San Pedro, al tiempo que le aseguro por mi parte que con los jovencitos beneficiados invocaré cada 
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día las bendiciones del cielo sobre usted y todos sus allegados, profesándome con respeto, 

De V.S.B. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

Dio una conferencia el 4 de junio, solemnidad de Pentecostés, y la dio después de las oraciones de la noche, en la iglesia de San 
Francisco. Asistieron a ella profesos, novicios y aspirantes. Eran las diez cuando empezó; resultaba una hora incómoda para estas 
reuniones. 

El quería cambiarla, y ya había dicho que sería mejor pasarla a las seis y media de la tarde, tiempo en el que, por estar los muchachos 
en el estudio, bastaba un solo clérigo o sacerdote para asistirlos. Pero en aquella ocasión, como había que repetir el Phasmatonices en la 
sala de estudio transformada en teatro, los jóvenes estudiaban en las aulas, de suerte que se requerían siete asistentes por lo menos. Por 
eso fue necesario, una vez más, dar la conferencia general a aquella hora de la noche. 

Se reunieron ciento setenta. El Beato estaba cansadísimo, hablaba con dificultad y tan bajito que se temía le pudiera faltar la voz de un 
momento a otro. Su cabeza parecía aún más cansada que su cuerpo. 
Habló en estos términos: 

Es bueno, mis queridos hijos, que nos reunamos de vez en cuando, para darme a mí la satisfacción de manifestaros ((220)) mis 
pensamientos y mis deseos, y para que también vosotros podáis tener el gusto de oír la voz de un amigo cariñoso, de vuestro querido 
padre, que tanto os ama. Hubiera querido reuniros más veces, especialmente antes de ir a Roma o inmediatamente después de volver de 
allá; y sería bueno que nos reuniéramos con frecuencia, pero unas veces falta el tiempo y otras, digámoslo también, falta la salud... Y, 
por eso, sólo hacemos lo que podemos. 

Esta noche necesito comunicaros la verdadera finalidad de mi viaje a Roma y los resultados que se han obtenido. Os diré, ante todo, 
que en Roma somos francamente bienquistos y que hemos sido recibidos óptimamente. Yo fui allí para obtener que la Santa Sede 
concediese a nuestra Congregación los privilegios necesarios para poder trabajar libremente y con provecho por las almas; y se ha 
obtenido mucho más de lo que se podía esperar. Todo lo que pedí fue concedido. Sinceramente os digo, que yo mismo estoy asombrado 
al ver cómo nos colma el Señor de bendiciones, y casi diría nos abruma con sus gracias. 

Para no decir ahora todo, he aquí algunas de las cosas principales obtenidas: 

1.° Facultad para todos los directores de nuestras casas, no sólo para tener y leer libros prohibidos, sino también para conceder esta 
misma facultad a cualquiera de sus súbditos. Por lo tanto, si un socio de la Congregación necesitase consultar un libro prohibido, podrá 
hacerlo sin incurrir en ninguna pena espiritual. 
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2.° Facultad al director de cada casa para bendecir medallas, rosarios y aplicar las indulgencias. 

3.° Facultad a todos los sacerdotes para dar la bendición papal con indulgencia plenaria in artículo mortis. 

4.° Con respecto al altar privado, privilegiado, etc., ya se obtuvo el año pasado. 

5.° De hoy en adelante cualquier sacerdote de los nuestros, aun de nacionalidad extranjera, aprobado para confesar en una diócesis, 
puede confesar y celebrar sin necesidad de más licencias en cualquier casa, colegio, hospicio de nuestra congregación; por ejemplo, si 
viniese aquí a Turín un sacerdote de Génova, podría libremente ejercer todas las funciones sacerdotales en nuestras casas, aquí y fuera, 
en los Oratorios festivos de San Luis y de San José. 

6.° El Papa nos concedió también el derecho de poder hacer ordenar extra tempus, de manera que, si hubiese alguno que necesitara ser 
ordenado de sacerdote y no fuera el tiempo de las ordenaciones, bastaría enviarlo a un Obispo y en tres domingos, sin necesidad de 
escribir a Roma para las dispensas, le tendríamos sacerdote; con tal de que, evidentemente, posea las cualidades necesarias. 

7.° Cada una de nuestras casas tiene los derechos parroquiales dentro de ellas; por consiguiente, autoridad para predicar, administrar 
los sacramentos, llevar el Viático, hacer las exequias y todos los demás derechos, que pertenecen a las parroquias en cualquier tiempo y 
lugar. Añadid a estos favores los ((221)) ya conseguidos otras veces y pensad cuán preciosos son. En conclusión, nos concedió 
indistintamente todos los derechos que gozan las otras Congregaciones. 

Añadid las indulgencias. En esto el Padre Santo fue generosísimo y no las concedió barún 1, con profusión. Se nos concedieron todos 
los privilegios que tienen los Terciarios de San Francisco de Asís, y a nuestras iglesias todos los privilegios que tienen las iglesias 
franciscanas, incluida la indulgencia de la Porciúncula. Y notad con cuántas otras indulgencias ya fuimos enriquecidos. Indulgencia 
plenaria cuando uno da su nombre a la Congregación, cuando se hacen los votos trienales, los votos perpetuos, cuando se hacen los 
ejercicios espirituales y cuando se renuevan estos votos al final de los mismos. Además plenaria para todos in artículo mortis. 

Hay indulgencia plenaria todas las veces que hagamos el ejercicio de la buena muerte, es decir, una vez al mes; indulgencia plenaria en 
todas las fiestas de la Virgen, que son más de treinta, en todas las fiestas de Nuestro Señor y de los apóstoles; asimismo, muchas otras 
indulgencias plenarias en muchísimas circunstancias que, por brevedad, omito y más que nada la indulgencia plenaria para todos los 
socios de la Congregación, cada domingo que confiesen o comulguen, y cada vez que comulguen. 
Todas estas indulgencias se imprimirán en un manual a propósito, y se entregará a cada uno un ejemplar, para que conociéndolas y 
poniendo la necesaria atención, podamos participar de tan gran tesoro de la Iglesia. 

Demos grande importancia a estos tesoros, que tan pródigamente nos dispensó el Sumo Pontífice. Yo creo francamente que en cuanto a 
indulgencias y favores espirituales, ninguna Orden religiosa o Congregación ha sido tan favorecida como la nuestra, que está todavía en 
sus comienzos. El Papa concedió, además, a algunos de nuestros bienhechores el título de comendador, de caballero, de monseñor, etc. 

Se acabaron también en Roma las gestiones para la Obra de María Auxiliadora, en la que el Papa tiene puestas grandes esperanzas, y 
para la de los Cooperadores, 

1 Barún. Término piamontés, para decir ''a porrillo''. 
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cuyo reglamento se está imprimiendo y que pronto llegará a conocimiento de todos. El Padre Santo contempla con mucho agrado estas 
obras nuestras y nos quiere tanto y se cuida tanto de nosotros que parece increíble. íCuántas otras cosas tendré que contaros a este 
respecto! Mas por hoy ya es bastante. Apenas me presenté ante él, me dijo la mar de alegre: 

-Sabed que estoy muy contento; sé lo que trabajan vuestros hijos, hago que me lean siempre las cartas de vuestros misioneros en 
América, publicadas en la Unità Cattolica; veo que hacen mucho bien y experimento mucha alegría con ello. 

Le pedí que, para resolver nuestros asuntos eclesiásticos en Roma, nos nombrase un Cardenal Protector, que defendiera ((222)) 
nuestras causas ante la Santa Sede, como tienen todas las Ordenes y Congregaciones, y me respondió sonriente: 

-Pero »cuántos protectores queréis? »No os basta uno? 

Así me daba a entender, que quiere ser él nuestro Cardenal protector. »Aún queréis otro? Al oír palabras de tanta bondad, le di las más 
cordiales gracias y le dije: 

-Padre Santo, diciendo eso Vuestra Santidad, yo no busco ningún otro defensor. 

Después de hablar de muchas otras cosas, que concernían a las misiones, nos ofreció en las Indias varios Vicariatos Apostólicos los 
cuales, por falta de operarios evangélicos, están a punto de extinguirse. Me ofrecía doce, en los que harían falta un Obispo y sacerdotes. 

Y yo decía para mis adentros: 

-Padre Santo, mis sacerdotes son todos muy jóvenes y, para estos asuntos, se necesitarían otros sujetos más entrados en años; sin 
embargo es preciso que sepa que los más jóvenes, si no fueran capaces para otras cosas, son los que siempre salen mejor del paso en el 
comedor... 

Pero, como el Papa insistía en que yo aceptase uno de aquellos Vicariatos, pensé un momento la propuesta y le dije: 

-Santidad, puesto que así lo queréis, acepto, pero necesito veinte meses de tiempo para preparar el personal necesario. Y los veinte 
meses empezarán a contar desde el momento en que me envíen los documentos relacionados con aquel Vicariato. 

El Papa lo aprobó e hizo pasar el proyecto al cardenal Franchi, Prefecto de la Congregación de Propaganda, por medio de su secretario. 
Aquél, después de reunir en consulta a otros cardenales, dispuso que se me enviaran tales documentos lo antes posible. 

Así pues, los que quieran ir a las Indias, tienen todavía veinte meses de tiempo. Pero tened en cuenta que estos meses no empiezan a 
contarse ahora, sino desde el momento en que me sean enviados los documentos necesarios para este fin. Estos no llegarán seguramente 
antes de septiembre. Tenemos, pues, dos años para prepararnos y en cuanto podamos encargarnos también de otros Vicariatos; allí están 
ya preparados y esperando. 

Pasando ahora a hablar de la Congregación, debo deciros que crece en ella el verdadero espíritu religioso, que como veis se multiplican 
los socios, que crecen siempre en ellos las ganas de trabajar y asimismo aumenta la mies. Tan pronto como uno está capacitado y sabe 
hacer algo, la divina Providencia le ofrece el puesto, donde tendrá oportunidad para sacar partido de su talento y de los conocimientos 
adquiridos. íCuántos hay, por el contrario, que salen del seminario con los estudios terminados y no saben qué hacer ni adónde ir! 
íCuántos comienzan una empresa y no saben llevarla a cabo! íCuántos comienzan con la mejor buena voluntad, mas, por diversas causas, 
son apartados de su fin, que sin embargo buscaba ((223)) la gloria de Dios, y ven que su ministerio resulta infructuoso por las 
maledicencias y las calumnias lanzadas 

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contra ellos, y muchos, víctimas de la violencia, se ven obligados a desistir de la obra comenzada, y a huir del campo donde habían 
llevado adelante sus trabajos! Lo mismo sucede con otras órdenes religiosas. Nosotros, por el contrario, vamos creciendo y en todas 
partes son deseados y llamados los salesianos. Es algo que asombra; no se nos opone ningún obstáculo, ninguna dificultad. El Señor 
quiere evidentemente confundirnos con sus dones. Repito que es algo que nos deja atónitos. 

Es, a no dudarlo, el Señor quien nos quiere bendecir. El mismo quiere animarnos y enseñarnos el camino, y nosotros tenemos que 
buscar cómo darle las gracias y corresponder dignamente a los muchos favores que se dignó concedernos. 

Hablando yo con el Papa sobre Patagonia, le dije cómo se podría intentar acordonar Patagonia con una serie de colegios y separarla del 
resto de América e internar en ellas a muchos hijos de los salvajes, los cuales, llegados a sacerdotes, podrían ir a convertir a sus padres, 
hermanos y amigos. Después le di informes más detallados de nuestra misión y en particular: 1.° cómo en nuestro colegio de San Nicolás 
ya se han aceptado jovencitos de familias salvajes, algunos de los cuales manifiestan una vocación decidida al estado eclesiástico; 2.° 
cómo ya se está construyendo y preparando una casa en la última ciudad de la República, cerca de los confines de los patagones, 
exactamente en territorio de los salvajes 1. 

El Padre Santo manifestó una extraordinaria alegría al oír estas noticias, y, alzando las manos al cielo, exclamó: 

-íBendito sea Dios! De este modo Patagonia evangelizará a Patagonia. Así se podrá olvidar el inconveniente de enviar misioneros a 
lugares de lengua, usos y costumbres completamente diferentes. Tan pronto como se disponga de algunos sacerdotes de las familias de 
los salvajes, creo que la conversión de Patagonia estará asegurada. 

Os he mencionado estas cosas sólo brevísimamente, omitiendo muchísimas más. Aunque no os contara más que las principales, cada 
uno de los puntos que he tocado necesitaría horas y horas de conversación, que ahora no puedo hacer. 

Pero, antes de dejaros esta noche, tengo todavía que deciros dos palabras importantes. Nos protege el Padre Santo; todos nos aprecian; 
se nos colma de gracias y favores, de privilegios de toda clase. Que esto sea también para nuestra gloria; pero tened en cuenta que el 
Señor se servirá de nosotros mientras correspondamos a su querer y seamos merecedores de su favor. ((224)) En este momento tengo que 
animaros mucho, muy mucho, a ser verdaderos salesianos. Debemos dar frutos de toda virtud, adornando con ellas nuestro corazón. Por 
consiguiente, lo más importante que todos debemos hacer es estar siempre unidos con los vínculos de la perfecta obediencia. Sí, queridos 
hijos, obedeced; y esta obediencia no sea sólo para las cosas que día tras día nos mandan los Superiores, sino obediencia a todas las 
reglas y una obediencia pronta, espontánea, non coacte, sed sponte, y alegre. No hacer nunca nada contra ella. No suceda nunca que 
alguno de nosotros obedezca, como dice el Apóstol, de modo que tengan que llorar los que deben mandar. Deseo, pues, que todos los 
salesianos sean obedientes por amor a Nuestro Señor Jesucristo. 

Una cosa más, y quisiera que se prestara a ella especial atención. Lo que debe distinguirnos de los demás, y ser el carácter de nuestra 
Congregación es la virtud de 

1 La palabra «salvajes» aquí y en otros lugares debe entenderse cum granulo salis, con su grano de sal, es decir, con prudencia y 
reflexión. No todos los aborígenes, ni siquiera la mayor parte de ellos, vivían en estado salvaje o eran todavía infieles en Patagonia. Esto 
explica cómo tan pronto se encontraron hijos de los patagones que daban esperanzas de llegar al sacerdocio. 
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la castidad; que todos nos esforcemos para poseer perfectamente esta virtud y para inculcarla y plantarla en el corazón de los otros. Para 
mí creo que se puede aplicar a esta virtud lo que se lee en la Biblia: Venerunt mihi omnia bona pariter cum illa. Con ella se tendrán todas 
las demás virtudes; ella atrae a todas. Donde ésta no está, desaparecen las demás; es como si no existieran. Ella debe ser como el quicio 
de todas nuestras acciones. 

Debemos tenerlo profundamente grabado en la memoria: trabajemos de todas las maneras por ser de buen ejemplo a nuestros 
muchachos; no suceda jamás en nuestra vida que un joven sea víctima del escándalo por parte de uno de la Congregación. No suceda 
nunca que un salesiano pierda la virtud de la modestia y sirva de obstáculo a los demás con las palabras, los escritos, los libros, la 
acciones. En los tiempos en que vivimos necesitamos una modestia a prueba de bomba y una castidad intachable. 
Si amáis esta virtud tan delicada, tan primorosa, eritis sicul angeli Dei, seréis como ángeles. Los ángeles aman a Dios, le adoran, le 
sirven. Amando esta virtud, vendrá a vosotros el santo temor de Dios, la paz del corazón; no habrá ya amarguras, ni remordimientos de 
conciencia, sino un gran entusiasmo por todo lo que mira al servicio del Señor, y estaréis dispuestos a sufrir cualquier cosa por El. Si 
poseemos esta virtud, estaremos seguros de que vamos por el recto camino, de que cada una de nuestras acciones, hasta la más pequeña, 
será grata a Dios, sacaremos méritos inmensos de todo y estaremos seguros de llegar al premio inmortal de la patria celestial, al pleno 
gozo de Dios. 

Esforcémonos, pues, por alejar de nosotros hasta los pensamientos que puedan empañar esta virtud: toda mirada, toda caricia con 
nosotros, con los demás; puesto que, lo repito, todos los otros bienes nos vendrán subordinados a esta virtud. Y lo que más ayudará para 
poder guardarla celosamente es la obediencia en todo. Estas dos virtudes se complementan la una con la otra; quien guarda la exacta 
obediencia, éste tiene la seguridad de guardar también el tesoro inestimable de la pureza. 

((225)) Pidamos fervorosamente al Señor que nos la dé y nos la concederá, ya no necesitaremos nada más. Practicándola nos vendrá 
del cielo todo bien, todo consuelo. Esta será el triunfo de la Congregación y la manera de agradecer a Dios tantos favores como nos ha 
concedido. 

Demos una ojeada final al diario de don Joaquín Berto. Vemos en él que don Bosco tuvo durante su estancia en Roma tres audiencias 
pontificias; visitó a diez Cardenales, a diecinueve Prelados menores, a trece personas o comunidades religiosas, a doce seglares de 
diversa categoría; fue dos veces a ver un local que pensaba comprar, pero que no adquirió, y sólo a dos iglesias, la pequeña de San 
Benito y la recientemente restaurada de San Andrés «alle Fratte»; aceptó siete invitaciones para comer. 

Qué negocios trató en sus visitas a Cardenales y Prelados, que duraron hasta dos y tres horas, no nos es posible saberlo a través del 
esquemático diario. El Siervo de Dios guardaba habitualmente absoluta reserva sobre sus relaciones. Dijo en cierta ocasión que nunca se 
sabrá todo lo que él hizo en Roma; en otra, después de su último viaje 
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a París, dijo que en esta ciudad tuvo que resolver casos de tanta importancia que uno sólo de ellos hubiera justificado su viaje de Turín a 
la capital francesa. 

En sus cartas y en sus pláticas sólo manifestaba lo que podía producir buenas y saludables impresiones. Su conferencia del 4 de junio, 
ya sea por lo que contó, ya sea por su manera familiar de hacerlo, como el padre que cuenta a sus hijos las glorias domésticas, causó un 
efecto mágico en el ánimo de todos los que la oyeron, y los enardeció de entusiasmo. 

En cuanto se esparció la noticia de su regreso, fueron muchas las personas de consideración que acudieron a ver a don Bosco. No 
siempre eran visitas de pura cortesía; puede calcularse, al menos por algunas de ellas, que se desarrollaron en presencia de hermanos. El 
día 18 se presentó monseñor Durio, canónigo de Novara; era un hombre de letras, con fama de algo liberal. Llegó hacia el final de la 
comida y, como de costumbre con los que llegaban a aquella hora, fue recibido en el comedor; se entretuvo ((226)) bastante tiempo con 
el Beato, paseando bajo los pórticos. Un poco más tarde llegó el obispo de Susa, el cual estuvo hablando con el Siervo de Dios, algo más 
de tres horas. Debían ser asuntos graves, porque don Bosco solía ser expedito en el despacho de las cuestiones, lo mismo a la hora de 
tomar deliberaciones, que a la de dar consejos. Por causa de esto y pese a la promesa de alguna visita y la necesidad de resolver algún 
negocio, tuvo que renunciar a ello por aquella tarde. 

También el 19 se presentó, acabada la comida, el doctor Bacchialoni, profesor en la Real Universidad, que era muy amigo del Beato. 
Durante la ausencia de don Bosco había fallecido la benemérita señora Eurosia Monti, dejando buena parte de sus haberes al Oratorio y 
nombrando albacea a Bacchialoni. »Quién no esperaría que don Bosco se apresurase a darle audiencia? En cambio, después de tomar 
café, comenzó a hablar con él y con todos los presentes de Patagonia y de la satisfacción del Papa por aquellas misiones, dedicándose a 
hablar de geografía, de posición astronómica, de condiciones físicas, de historia del descubrimiento, de intentos misioneros, de los 
habitantes y de sus usos y costumbres, de sus planes, alargándose casi una hora y con todo lujo de detalles, como si no hubiese hecho 
nunca otra cosa más que dedicarse a estudios patagónicos. Puede muy bien darse que aquel señor supusiese a don Bosco ansioso por 
conocer el testamento, sobre todo por las sorpresas en él introducidas a última hora y que ya habían sido notificadas a don Bosco; pero, 
ante esta hipótesis, tuvo el profesor amplia oportunidad para darse cuenta, si todavía no se había percatado 
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de ello, de cuán desasido tenía don Bosco su corazón de los bienes de la tierra. 

El cronista no se fija en esto; pero en compensación nos regala esta observación: «Lo admirable es que, cuando don Bosco quiere hacer 
algo, parece que no tenga otra cosa que hacer, cuando por el contrario le esperan mil cosas más; él indaga sobre lo que está haciendo, 
escudriña, investiga, habla de ello, pide pareceres, añade a sus conocimientos los de los demás. En los recreos no habla de otra cosa, 
quiere que los demás se compenetren de sus ideas y entabla con ellos ((227)) animada y útil conversación... Sin embargo, tan pronto 
como se encuentra en su estudio, abandona enteramente la idea dominante, que antes lo tenía absorto, y con toda tranquilidad da curso a 
cien otros negocios diversos». 

Cuando terminó el tiempo del recreo quedóse a solas con el profesor, y entonces pudo hablarle del enredo por el que había ido. Y anota 
de nuevo el cronista: «Don Bosco quiere que vayan a parar a él todas las cosas. Ninguno de sus sacerdotes, salvo un poco don Miguel 
Rúa, se inmiscuye nunca en los asuntos». 

A las seis de la tarde salió por primera vez del Oratorio para ir a visitar a la condesa Callori convaleciente; pero no fue solo. Como 
solía hacer, cuando quería hablar pausadamente con alguno de la casa, llevóse consigo al coadjutor Pelazza, jefe de la tipografía, y al 
coadjutor Barale, jefe de la librería, y fue hablando con ellos sobre temas editoriales. Iba reanudando poco a poco en el Oratorio sus 
contactos individuales de confesor, padre y amigo, interrumpidos por la ausencia, y difíciles de substituir por nada ni por nadie. 
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((228)
)


CAPITULO VII 

EN LA NOVENA Y FIESTA DE MARIA AUXILIADORA 

PREDICO aquel año la novena de María Auxiliadora el reverendo Fogliano, piadosísimo sacerdote de Biella, que gustaba mucho a don 
Bosco. Picados por la curiosidad de saber cuáles eran las dotes, que tanto encomiaba el Beato en el predicador, trabamos conversaciones 
sobre él con el llorado padre Caracciolo, superior de los Filipenses en Turín. En cuanto oyó su nombre, aunque sin saber la intención del 
que lo había pronunciado, exclamó: 

-íAh, don Fogliano! íLo recuerdo, lo recuerdo! Le oí predicar cuando yo era un muchacho y le oí con mucho gusto, porque exponía 
claramente la doctrina, presentaba ejemplos bonitos, los contaba con arte, y hablaba despacio como don Bosco. 

Era precisamente ése el método de predicación que don Bosco quería. 

Un día se comentaban aquellos sermones. Y don Bosco manifestó su satisfacción porque, como él dijo, siempre había en ellos la 
narración de alguna gracia obtenida por intercesión de María Auxiliadora. Y añadió que un día, estando en Roma, entró casualmente en 
una iglesia en la que se estaba acabando el sermón y oyó al predicador que nombraba a don Bosco y narraba uno de los hechos 
publicados en su libro María Auxiliadora, con la narración de algunas gracias. 

-Aquí en Turín, observó don Julio Barberis, se habla poco de estos hechos, que se pueden considerar como cosa nuestra; y, sin 
embargo, me parece sería conveniente que ((229)) se divulgasen más, cuando se habla y se predica. Tenemos un tesoro y no lo ponemos 
a la vista del público. 

íNi soñar con sacarlo a la vista! 

Aquel opúsculo levantaría la tempestad descrita en el capítulo XIX del undécimo volumen. Puesto que el hecho narrado por el 
predicador romano pertenece a la biografía de don Bosco, es oportuno exponerlo ahora que se presenta la ocasión. 

Fue a ver a don Bosco un médico famoso en su arte, pero descreído, y le dijo: 
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-Oigo decir que usted cura cualquier género de enfermedades. 

-»Yo? íNo! 

-Sin embargo, me lo han asegurado, diciéndome incluso el nombre de las personas y el género de enfermedad. 

-Le han engañado. Se me presentan, es verdad, personas deseosas de obtener semejantes gracias, para sí mismas o para sus conocidos, 

por intercesión de María Auxiliadora, haciendo triduos o novenas u oraciones, con la promesa de cumplir alguna obra buena, si obtienen 
la gracia; pero en estos casos las curaciones se efectúan por obra de María Auxiliadora, y no ciertamente por virtud mía. 

-Pues bien, cúreme también a mí, y yo también creeré en estos milagros. 

-»Qué enfermedad le aqueja? 

El doctor padecía de epilepsia. Hacía un año que eran tan frecuentes los ataques que no se atrevía a salir de casa sin ir acompañado. 
Las medicinas no servían para nada. Sitiéndose empeorar cada día más, iba a don Bosco con la esperanza de obtener finalmente la 
anhelada curación. 

-Bueno, le dijo don Bosco, haga usted también lo que los otros. 

Arrodíllese, recite conmigo algunas oraciones, dispóngase a limpiar el alma con los sacramentos de la confesión y comunión, y verá 

cómo la Virgen le consolará. 

-Mándeme otra cosa, porque no puedo hacer lo que me dice. 

((230)) -»Y por qué? 

-Porque sería una hipocresía. Yo no creo en Dios, ni en la Virgen, ni en oraciones, ni en milagros. 

Don Bosco quedó consternado. Sin embargo, merced a la gracia de Dios logró que el incrédulo se arrodillara e hiciera la señal de la 

cruz. Después se levantó y dijo: 

-Me asombro de haber sabido todavía hacerla después de cuarenta años que no la hacía. 

Prometió además que se prepararía para confesarse. 

Y cumplió la palabra. En cuanto se confesó, tuvo la impresión de estar curado. En efecto, ya no se le repitieron los ataques epilépticos, 
mientras que antes, al decir de sus familiares, eran tan frecuentes y terribles que hacían temer un fatal desenlace. Algún tiempo después 
fue a la iglesia de María Auxiliadora, se acercó a la sagrada mesa y no quiso ocultar su satisfacción por haber vuelto de este modo de la 
incredulidad a la fe. 

En la tarde que precedió al triduo, don Bosco estuvo durante mucho tiempo confesando, por lo que fue tarde a cenar. Advierte aquí el 
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cronista que su refección era «una especie de cena», que consistía, las más de las veces, en «un plato de sopa y un vasito de vino». Se 
entretuvo después, hasta eso de las once y media, hablando de la gran fiesta que se acercaba y de la Patagonia. 

El primer día del triduo, domingo, hubo una doble alegría; junto con el Patrocinio de san José, cuya solemnidad exterior, como ya se 
dijo, había sido trasladada, se celebró también el regreso de don Bosco. Sirvióse la comida en la biblioteca; sentáronse a la mesa, además 
de los jefes de taller, varios invitados más, entre los cuales estaban los profesores Pechenino, Terreno, Allievo, Lanfranchi y 
Bacchialoni. Y se lee en la crónica: «Estas comidas de familia hacen mucho bien». Se daban con relativa frecuencia, precisamente 
porque contribuían mucho a mantener relaciones amistosas con distinguidos personajes, máxime eclesiásticos y profesores. A estos 
últimos hacíanseles especiales invitaciones, cuando se trataba de seleccionar los autores para la Biblioteca de la juventud ((231)) italiana. 
Estas comidas se preparaban sin regatear gastos, de suerte que, aun sin ostentación ni derroche, los convidados quedaban satisfechos. 

Aquella tarde presidió don Bosco la velada de los aprendices que se había trasladado junto con la fiesta litúrgica, porque se deseaba 
que asistiera a ella el padre querido. Se intercalaron números musicales y poesías, que agradaron mucho, con unos graciosos diálogos, 
cuyos interlocutores representaban los diversos oficios de la casa. Comenzaron los zapateros. Apareció uno con un par de zapatos rotos 
en la mano y se encontró con otro que llevaba un par de zapatos nuevos. Se saludaron y, después, el primero fue explicando con los 
términos apropiados italianos cómo se remiendan los zapatos. Vio luego los zapatos nuevos del otro y preguntó detalles sobre los 
mismos. El segundo zapatero se los fue dando. Hasta que, por suerte, llegó un tercero, que hizo más vivo y chistoso el diálogo, 
llevándole a una conclusión. Un segundo grupo representaba a los sastres y un tercero a los cerrajeros, y así sucesivamente. El 
pensamiento moral daba el tono a cada diálogo, invitando al perezoso a trabajar mucho, determinando al negligente a poner más atención 
y decidiendo al parlanchín a ser más moderado en el hablar. Los sentimientos cristianos iban brotando por uno y otro lado prestando 
colorido al diálogo. Así, por ejemplo: 

-Ea, más le tocó sufrir a san José cuando huyó a Egipto, que no a ti. 

-íHabría que ver lo que tuvo que sudar! 

-Jesús obedecía a san José más deprisa de lo que lo hacemos nosotros. 
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Y siempre acababan con una oración al Santo, arrodillándose ante su imagen. 

Quedó don Bosco tan satisfecho, que, al cerrar el acto, habló como rara vez lo hacía: 

-Me gustaría que todos los días se hicieran veladas así, con diálogos parecidos a los de hoy. Yo procuraría, dentro de mis posibles, 
asistir a todas. Me gustan más que ninguna otra. Repetidlas más veces y yo me daré el gusto de estar entre vosotros. 

Después recomendó a don José Lazzero que se guardaran aquellos diálogos, para repetirlos en otras ocasiones. 

Aquel mismo día tuvo una contrariedad. Deseoso ((232)) de que los alumnos de Alassio fueran al Oratorio para la fiesta de María 
Auxiliadora, había pedido al Director General de los Ferrocarriles del Norte de Italia que les concediera una rebaja del setenta y cinco 
por ciento, para la ida y para la vuelta; pero se lo negaron, porque ya disfrutaban del cincuenta por ciento y eso era bastante. 

La situación de la Iglesia y del Papa se hacía cada vez más dura en toda Italia, y por ello los buenos sentían la necesidad de redoblar 
sus oraciones a la Santísima Virgen para implorar su poderosa ayuda. El 1876 el cardenal Patrizi, Vicario de Su Santidad en Roma, 
animó a los fieles con una Invitación sacra especial a celebrar con fervor el triduo y la fiesta de María Auxiliadora en la iglesia de Santa 
María sobre Minerva, regentada por los Dominicos. Tras describir las aberraciones de los impíos, se dirigía a «los Romanos», que eran 
«verdaderos católicos por la fe y por las obras», diciéndoles: «Este es para nosotros el momento oportuno para rezar y arrepentirse, 
implorando el auxilio de María Santísima, cuya fiesta, bajo el título de Auxilium Christianorum, está próxima. Esta circunstancia nos 
recuerda su patrocinio, que nunca faltó a la Iglesia ni al Pontificado Romano». Enumeraba a continuación las prácticas piadosas del 
triduo, publicaba las indulgencias especiales concedidas por el Padre Santo, y concluía diciendo: «Sirva esta oración de leve reparación a 
las gravísimas injurias y blasfemias que con horror de todos se lanzan diariamente contra María Santísima». 

En las memorias del tiempo encontramos otro documento firmado por el marqués Andrés Lezzani y fechado: «En Roma, el día 24 de 
mayo, consagrado a María Inmaculada bajo el título de Auxilio de los Cristianos, 1876». Era una norma, con la que la juventud católica 
romana proponía a todos los católicos italianos celebrar el día 17 de enero de 1877 el quinto centenario del regreso de los Pontífices de 
Aviñón. También la Unidad Católica, heraldo de los católicos italianos, 
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hacía un llamamiento en el mismo tono, recordando que en «tan hermoso día» por todo el mundo católico se renovaba ((233)) la alegría 
experimentada por los Romanos, cuando el 24 de mayo de 1814 el Papa Pío VII ``después de cinco años de prisión'' había vuelto a Roma 
como Pontífice y Rey». 

Esta fiesta anual se hacía cada año más popular en Turín y se celebraba cada vez con más fe y piedad. El Beato contemplaba una 
extraordinaria afluencia de gente. Muchos entraban en la sacristía para recibir la bendición de don Bosco, según decían ellos; y para 
recibir la bendición de María Auxiliadora, según decía él. Unos daban gracias a María Auxiliadora por los favores recibidos, otros le 
suplicaban favores que esperaban recibir, y eran muchos los escuchados. En dos opúsculos de las Lecturas Católicas, correspondientes al 
mes de mayo de 1877 el uno, y el otro a mayo de 1878, se leen hasta cincuenta y nueve relaciones de gracias recibidas en 1876; pero 
ícuántas otras hubo que no se encuentran registradas en ellos! 

Narraremos una en la que participó don Bosco. El señor Mazzucco de Turín, de ochenta y dos años de edad, se puso enfermo de tanta 
gravedad que el médico declaró imposible su curación. Su hija Marcelina, angustiosamente afligida, fue a la iglesia de María 
Auxiliadora, rezó a la Virgen y pidió a don Bosco una bendición para su padre. Don Bosco condescendió de buen grado a su petición y 
le dijo al despedirla: 

-La bendigo a usted por su padre. A partir de hoy hasta la fiesta del Corpus rece cada día tres padrenuestros, avemarías y glorias en 
honor del Santísimo Sacramento, y una salve a la bienaventurada Virgen María, y tenga usted la seguridad de que la Virgen le obtendrá 
la gracia. 

La hija volvió a casa contenta; pero, como no se veía la suspirada mejoría, volvió a presentarse hondamente afligida a don Bosco, el 
cual le contestó: 

-Pero aún no se ha acabado el tiempo de nuestras oraciones; queda todavía la novena del Corpus, que empieza hoy mismo. Recemos, 
pues, con fervor y esperanza. Tenga confianza; y después deje hacer a la Virgen. 

Tal como él lo había anunciado, así sucedió: ((234)) el día del Corpus por la mañana el anciano se encontró perfectamente curado. 

El Oratorio se encontraba, como solía decirse en la jerga familiar, en Terracina, esto es, con los mayores apuros económicos 1. Hacía 
mes 

1 Terracina, población de Italia, al SE de Roma, junto al mar Tirreno, políticamente unificada 
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y medio que don Bosco no limosneaba por Turín, y en Roma no había tenido tiempo o había considerado inoportuno el hacerlo. Y, sin 
embargo, le tocaba resolver la situación. Reanudó sus salidas la antevíspera de la gran fiesta de María Auxiliadora por la mañana; a eso 
de las diez fue a buscarle con su carroza el barón Bianco de Barbania. 

Era el Barón un magnífico ejemplar de caballero. Pertenecía a una de las familias más nobles del Piamonte, era alto de estatura y de 
recia constitución, de carácter jovial y franco, sin pelos en la lengua con quienquiera que fuese, y tenía la más sincera amistad con don 
Bosco. 
Aquella mañana se llevó sin duda de paseo al Beato, el cual no volvió a casa hasta muy tarde y no con las manos vacías. 

»Quién podría describir la creciente animación en casa al aproximarse la gran fiesta? La banda de música y los coros prolongaban sus 
ensayos hasta de noche. Los maestros de ceremonias ensayaban al clero infantil en las horas del recreo, y en otros tiempos adiestraban al 
numeroso grupo de clérigos para ejecutar bien sus papeles en las sagradas funciones. Secretarios improvisados escribían direcciones en 
sobres, que contenían cartas de invitación, y se enviaban en su gran mayoría a personas de consideración y a los bienhechores. Además 
un ir y venir de pintores, de obreros del gas, de decoradores de la iglesia, de carpinteros, que armaban mesas petitorias. Don Miguel Rúa 
reunió repetidas veces en conferencia a los Superiores del Oratorio, para disponerlo todo de antemano y así evitar los posibles 
desórdenes que pudieran surgir. Advierte la crónica: «Siempre que hay que celebrar una fiesta o hacer algo importante, nos reunimos en 
capítulo o conferencia, como se la quiera llamar». A estas sesiones se invitaba también a los coadjutores, que tenían competencias e 
incumbencias notables. 

Después de lo dicho hasta aquí, huelga añadir que en la víspera la alegría de los muchachos rayaba en frenesí. Aquella ((235)) tarde 
debía haber lectio brevis, y, a duras penas, si se pudo hacer brevíssima. 
Llegaban Directores y representantes de los colegios; llegaron también monseñor Masnini, secretario del Obispo de Casale, y el cónsul 
Gazzolo, recién vuelto de América. La presencia de muchos sacerdotes seculares y la noticia de que habían venido algunos señores 
suizos con el único fin de cumplir sus devociones religiosas en la iglesia de María 

después de 1870. En la intención humorística significaba que las condiciones económicas andaban por los suelos: referencia al estado,
desastroso económicamente, en que se encontraba el recién estrenado reino de Italia en sus primeros decenios.
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Auxiliadora, hizo que el buen cronista escribiera: «No me extraña que, a la vuelta de pocos años (esta iglesia), se convierta en centro de 
grandes peregrinaciones». 

El Siervo de Dios concedió audiencia a una muchedumbre de personas, sin lograr despacharlas antes de la una de la tarde. Un 
telegrama de Génova le avisaba de que dos nobilísimas damas llegarían a las dos y comerían en el Oratorio. El las aguardó, siempre 
tranquilo y afabilísimo. 

Fue a cenar cuando acabó de confesar, que fue muy tarde. Allá le estaba esperando Gazzolo. El cónsul argentino había leído en la 
Unidad Católica las cartas de los misioneros; también había seguido sus pasos en otras publicaciones análogas; pero había quedado mal 
impresionado y necesitaba desahogarse. íSe hacía poca mención de él! 

Ya se lo había manifestado a don Juan Bautista Francesia; pero no le bastaba. 

Así que lo vio don Bosco se descubrió, lo abrazó y lo besó. íNunca se le había visto permitirse tales demostraciones! Después le sentó 
a su lado, le dedicó los más amables títulos, atribuyéndole todo el mérito de la empresa tan felizmente lograda y, aunque rendido de 
cansancio hasta no poder más, prolongó la conversación más de una hora. No consintió nunca don Bosco que nadie se despidiese de él 
con una gotita de amargura en el corazón. 

El día de la fiesta comenzaron muy temprano las misas y las comuniones, que duraron hasta cerca de las diez. Los alumnos de 
Valsálice asistieron a la misa de comunión general. La música, observa la crónica, «fue menos ruidosa que en años pasados, pero se 
ejecutó con más exactitud». ((236)) La escolanía creada y formada por don Juan Cagliero se lució también en ausencia del maestro, por 
lo bien que había sabido adiestrar a los alumnos y prepararse un excelente sustituto con Dogliani. Es digno de notar lo que se lee en la 
Invitación a la fiesta: «En el Himno ha querido el autor evocar con notas musicales la célebre victoria de los Cristianos en Lepanto con la 
ayuda de María Auxiliadora». En efecto la dramática ejecución fue llamada sin más por el pueblo la batalla de Lepanto. Era el estilo de 
música religiosa de entonces. Toda la música fue repetida el día 25, solemnidad de la Ascensión, con una afluencia de gente aún mayor y 
con un número de comuniones algo menor, ya que era día festivo. 

Don Bosco, apenas terminó su misa, se vio rodeado por unas cincuenta personas, que querían ser bendecidas, y lo entretuvieron una 
hora y media. Estaba tan cansado por el ajetreo de los días anteriores, 
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que cuando se vio libre ya no podía más y hasta hablaba con dificultad; pero caminaba tranquilo y sereno. Quien le observó de cerca en 
aquellos días no pudo contener la admiración al ver cómo sabía tomar parte en todas las conversaciones, mantenerlas vivas y animadas y, 
lo que más cuenta, encaminar a buena parte, hasta temas frívolos, como maestro que era en el arte de encauzar a su gusto cualquier 
conversación. Sus narraciones parecían espontáneas y surgidas por las palabras de los otros, cuando, por el contrario, eran intencionadas 
expresamente para encarnar las ideas, que él deseaba grabar profundamente en el ánimo de los oyentes. Nadie se daba cuenta de este su 
arte, que recordaba al antiguo prestidigitador, que poseía el secreto de atraer y dominar los espíritus para producir en ellos efectos 
saludables. 

Pero no discurrió sin nubes la solemne jornada. En las funciones de la mañana había celebrado el ya nombrado monseñor Masnini. Se 
había invitado al Arzobispo y no aceptó; se le pidió permiso para invitar a algún otro Obispo y no lo concedió. Pero el pueblo, que nada 
supo ((237)) ni pudo sospechar, no advirtió la ausencia de un Obispo, porque el celebrante, vistiendo el hábito morado y haciendo uso de 
la palmatoria, cándidamente fue tenido por obispo. Pero la cosa no salió bien librada; en efecto, llegó al punto la fulmínea prohibición de 
que se repitiera aquella intervención del prelado en las vísperas. Y al día siguiente llegó una carta dirigida al «Señor Prefecto de la Casa 
del Oratorio de don Bosco», en la que se decía: «Su E. Rvma., el señor Arzobispo me encarga advertir a V. S. muy Rvda., el vivo 
disgusto que experimenta al saber que ayer en la iglesia de María Auxiliadora se permitió celebrar solemnemente a un sacerdote 
extranjero y además con hábitos prelaticios, sin haber obtenido antes permiso explícito del señor Arzobispo, según está prescrito para no 
contravenir las leyes eclesiásticas; y tanto más cuanto que va contra la constante costumbre de esta Archidiócesis, que un eclesiástico, no 
obispo, use en la celebración de los ritos sagrados, solemnes o no solemnes, ningún hábito prelaticio, como consta por el hecho de 
algunos sacerdotes de esta Archidiócesis, condecorados con el título de Monseñor y más o menos con los honores anejos a este título, 
que no lo usan nunca porque les falta el permiso del Arzobispo. Por esto recuerda Monseñor a V. S. y a sus hermanos (que) melior est 
obedientia quam victimae: (I Reg. XV, 22) y espera que de hoy en adelante no tendrá que dar esta queja a V. S.». 

Para decir todo lo que se refiere a este litigio, debemos añadir todavía que monseñor Santos Masnini, por deferencia a la autoridad, 
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se había presentado a pedir el permiso, pero no se le concedió audiencia 1. 

Corre pareja con este documento una ordenanza del 2 de junio, en la que se notificó a don Bosco «que ninguno de los sacerdotes recién 
ordenados de esa Congregación (salesiana) y domiciliado en sus casas, sea enviado a celebrar la primera misa, ni las siguientes, por lo 
menos durante los primeros quince días, en ninguna de las parroquias de la Archidiócesis de Turín». 

((238)) Mientras recibía don Bosco estos «disgustos», un Obispo del Sur de Italia rogaba al Ordinario de Turín que le transmitiera en 
su nombre las palabras de aprecio. Se trataba del Obispo de Santa Agueda de los Godos, el cual habiéndose enterado por el Obispo de 
Castellamare «de que el ilustre sacerdote don Juan Bosco había publicado un compendio de Historia Eclesiástica», y no conociendo la 
dirección de «dicho celoso sacerdote», rogaba a su Arzobispo que le enviara, por el momento, al menos veinte ejemplares, ya que era su 
intención animar a sus sacerdotes jóvenes a leerlo y difundirlo en la diócesis. El Arzobispo cumplió puntualmente el encargo por medio 
de su secretario. 

El fervor de piedad, que inflamaba a todos durante la novena de María Auxiliadora, influyó saludablemente en el ánimo de un 
protestante, huésped del Oratorio, y maduró su deseo de conversión. Es una historia interesante, que nos proporciona la ocasión de 
conocer una nueva faceta del multiforme celo de don Bosco. 

Guillermo Hudson, hijo de padres protestantes y educado en el calvinismo, fue a Suiza para estudiar lenguas modernas. Frisaba los 
veinte años. Las acusaciones que allí oía continuamente contra el catolicismo despertaron en él la curiosidad de conocer más a fondo la 
doctrina católica. Cuanto más estudiaba el problema, más fuertes eran las dudas que le acometían en torno al valor del protestantismo. 
Dios, en su bondad, hizo que contrajera amistad con un ferviente católico, al que confió sus dudas religiosas, manifestándole también la 
intención de ver la práctica del catolicismo en Italia. Empezaron a buscarle aquí una familia, donde pudiese colocarse como preceptor; 
pero, carta va y carta viene, no se llegaba a ninguna conclusión. Entonces el amigo le habló de don Bosco, diciéndole que seguramente lo 
recibiría. Escribió, pidió las condiciones, fue, e ingresó en el Oratorio. Aquí lo esperaba la gracia de Dios. 

1 Monseñor Masnini, envió desde Casale pocos días después sus justificaciones. (Véase, Apéndice, doc. 14). 
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Pero no fue una victoria repentina; más aún, después de las dos primeras ((239)) semanas de entusiasmo y buena voluntad, recayó en 
su indiferencia; olvidando el motivo que le había llevado al Oratorio y conformándose únicamente con aprender otra lengua, se engolfó 
en el estudio del italiano, sin cuidarse ya de cosas de religión. Pero don Bosco, que lo había estudiado de cerca, abrigaba buenas 
esperanzas, evitando sin embargo precipitar el asunto. El 28 de marzo, hablando de él con don José Bologna, prefecto externo, le dijo: 

-Yo le he hablado claro y le he dicho que aquí nadie le obligaba a cambiar de religión y que seguiríamos tratándole con toda caridad, 
cualquiera que fuese su decisión; que, si se hacía católico, le consideraríamos como hermano y nada le faltaría mientras estuviese con 
nosotros; pero que, lo mismo que ya había dicho a otros se lo repetía a él, que si salía del Oratorio yo no me obligaba a nada, en 
absoluto. Y dije eso para que no se quejase después, diciendo que los católicos lo habían abandonado: en tal caso él mismo haría su 
elección y volvería a las condiciones de antes. El joven escuchó mis razones y me contestó en tales términos que me dejaron 
completamente satisfecho. Ahora tú, Bologna, síguele los pasos para que aprenda bien el catecismo y asista asiduamente a las oraciones 
que se rezan en común, y dale las explicaciones que te pida. 

Los hechos dieron la razón a don Bosco: la gracia de Dios sacudió al joven de su letargo y se rindió. Sucedió una mañana de la novena. 
Estaba él solo en una aula, tocando el violín, cuando sus ojos se detuvieron en la estatuita de María Auxiliadora, colocada en un 
altarcito. La había visto otras veces, pero sin poner atención en ella; en cambio en aquel momento se agolparon a su mente unos 
pensamientos nuevos. Duda y certeza, fe e incredulidad se alternaban apremiando una tras otra su espíritu agitado, hasta que se hizo esta 
pregunta: 

-»Pero por qué tanto amor, tanta devoción, tantas oraciones, tantos sermones, tantos libros, tantas promesas por María Santísima? 

Durante algunos días rezó y meditó; cada vez le parecía más atrayente la piedad hacia la Virgen, por la que se sentía ((240)) invitado y 
casi empujado a hacerse católico y devoto suyo. Por fin, fue a hablar con don Bosco, le descubrió su estado de ánimo y le manifestó su 
intención de ser bautizado cuando él quisiera. El consentimiento no se hizo esperar. Entonces se preparó con toda seriedad hasta que 
llegó el día suspirado. Monseñor Gastaldi concedió a propósito a don Bosco las necesarias facultades con un rescripto 1. 

1 Véase Apéndice, doc. 15. 
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El neófito recibió el santo bautismo el día 4 de junio y escribió: «Hoy, hoy mismo se borraron todos mis pecados, hoy he renacido en 
las aguas del santo bautismo y me he hecho fuerte e intrépido, dispuesto a levantar mi frente serena e impávido ante todos los infieles, 
cismáticos, herejes y paganos, que me hagan frente. Hoy me reconoció la Santísima Virgen como hijo suyo, hoy he prometido amarla e 
invocarla como Madre mía tiernísima; hoy recibí a su Jesús y prometí seguirlo a costa de cualquier peligro. Con la gracia de Dios me 
mantendré firme en la fe católica, unido estrechamente al Vicario de Jesucristo, el infalible Pío IX, y elijo la más cruel de las muertes, 
antes que apartarme lo más mínimo de las promesas que hoy hago» 1. 

Y no era humo de pajas. Fue a América, alcanzó allí una buena posición y quiso entrar como profesor de literatura inglesa en un 
colegio católico irlandés, para cuyo fin necesitaba un certificado de su conversión al catolicismo. Lo pidió por medio de un tío suyo, el 
cual escribió el 17 de noviembre de 1892 a don Miguel Rúa desde Brunswick, recordándole que, «bajo la dirección del santo don Juan 
Bosco», su sobrino se había «convertido al catolicismo sin coacción de ningún sacerdote o religioso» sino después de haber tenido «una 
visión». 

Eran frecuentes los casos de protestantes, que iban al Oratorio para convertirse; y, aunque no todos volvían al redil, siempre sacaban 
mucho provecho. Este tema de protestantes y conversiones nos induce a recordar aquí ((241)) un pequeño detalle, que ayuda a conocer el 
espíritu de don Bosco. Un protestante de Florencia pidió a fines de marzo hacer la abjuración en el Oratorio y quedarse en él; pero el 
tono de la carta daba pie para temer que actuaba por interés, y que ocultaba algún engaño. Por tal motivo don Miguel Rúa, que fue el 
encargado de contestarle, empleó un lenguaje algo fuerte. El protestante volvió a escribir al Beato con cierto resentimiento y dándole 
seguridad de su buena intención. Entonces don Bosco le dijo a don Miguel Rúa, mientras paseaba con él después de la comida, y tras 
manifestarle su parecer acerca de diversos asuntos: 

-A los novatos en materia de religión e incapaces de hacer un acto de virtud, cuando reciben una ligera ofensa, hay que contestarles 
siempre con bondad, aun cuando se tema con fundamento que llevan segundas intenciones o que quieren engañar. 

Después le esbozó por entero la carta de respuesta, para lo que era admirable; siempre que ordenaba escribir a una persona de 
consideración, 

1 Unità Cattolica, n.° 136, 10 de junio de 1876. 
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indicaba al instante los conceptos, la manera de desarrollarlos y hasta la expresiones. 

Apagados los ecos de las fiestas, volvió el orden y tornó la regularidad al Oratorio. Don Miguel Rúa, según su costumbre, reunió a 
todos los que habían estado al frente de algo, para que cada uno expusiese los inconvenientes que había encontrado y sugiriera los 
remedios para el porvenir. Se compiló como de costumbre una breve memoria, para ser leída en mayo de 1877. 

Bastaría este detalle para tapar la boca a quien, mirando las cosas desde fuera y viendo métodos tan diversos de los acostumbrados, 
murmuraba de desorden. Movimiento, incluso agitación, pero siempre bajo la mirada observadora de los Superiores inteligentes, celosos 
y amados, que dominaban aquel aparente barullo, regulando alegrías y previniendo jolgorios. De las observaciones consignadas en la 
memoria, entresacamos solamente estas dos: 

«3.° Conviene estudiar la manera de asistir a los muchachos en la iglesia, clase por clase, y que, al señalarles el puesto en la víspera, 
esté presente algún superior. 

«4.° Don Bosco manifestó el deseo de ((242)) que se dejase ir a los forasteros a la sacristía, al coro, de modo que todo estuviese lleno 
de gente». 

Una cosa más. Desde Borgo San Martino, pueblo de las fresas, don Juan Bonetti había enviado a don Bosco para la fiesta de María 
Auxiliadora un regalo de este dulce y oloroso fruto de la estación; este envío se convirtió en tradicional y siguen haciéndolo todavía los 
directores de aquel colegio. El Beato se lo agradeció con una carta, en la que, aprovechando la ocasión, enviaba una buena palabra para 
todos y daba por último una importante noticia de la agradable fiesta. 

Queridísimo Bonetti: 

Muy bien por tu carta. Las fresas resultaron más sabrosas por su pequeña cantidad; y fue muy grande su significado. Ya veremos. Me 
ha escrito el clérigo Anzini 1; dile que puede hacer como escribió y que yo estoy de acuerdo, porque pronto llegará a hacer milagros. 
Salúdale de mi parte. 

Para junio espero darme un paseo para entretenerme unos días con mis queridos hijos de San Martino, de quienes tanto he hablado al 
Padre Santo y con quienes espero consolarme, pues estoy convencido por lo que me dices, de que encontraré a la mitad santos y a la otra 
mitad en camino de serlo. 

Porque te digo que la más consoladora noticia que me das es la de que nuestros muchachos son estudiosos y virtuosos. 

1 Véase Volumen XI, pag. 297. 
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Entre tanto di a mi amigo Adamo 1 que el tiempo de los calabacines se acerca y tan pronto como pueda prepararme un plato de ellos, 
que me lo escriba e iré enseguida a veros. 

A Tamietti, que no estoy satisfecho de él, mientras no se haya hecho con las tres eses 2, pero todas mayúsculas. Salúdalo 
cariñosamente. 

A todos los sacerdotes, clérigos, asistentes, etc., les deseo los dones del Espíritu Santo 3, especialmente la fortaleza. 

((243)) A los del 4.° y 5.° curso de bachillerato diles que les aprecio mucho, que estoy satisfecho de las buenas noticias que de ellos 
me dieron, que les haré un regalo y deseo charlar con cada uno sobre su vocación. 

A los demás alumnos les deseo que lleguen a ser todos ricos; pero, son palabras de Pío IX, ricos con las verdaderas riquezas del Santo 
Temor de Dios. 

Escribo telegráficamente; tú añadirás lo que falta para completar mis pensamientos. La fiesta de María Auxiliadora resultó 
brillantísima; hubo muchos milagros, que, si no los cuenta Giolitto 4, los contaré yo mismo. Hemos rezado también por ti, por las 
Hermanas y por todo el colegio. Amén. 

Una de las gracias extraordinarias fue la curación repentina de la novicia Laurentoni en Mornese 5. 

Dios nos bendiga a todos y rezad por mí. Tuyo en Jesucristo 

Turín, 26-5-1876. 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

1 Era el cocinero del colegio, buen hombre a quien le venía como anillo al dedo el apodo piamontés de «calabacín» (en el sentido de 
persona ignorante). 

Antes de la supresión de las Ordenes religiosas había sido lego capuchino. Se gloriaba de saber preparar los calabacines de diecisiete 
maneras diferentes; pero, parece que abusaba demasiado de su ciencia, preparando calabacines y más calabacines y siempre calabacines. 
Ello originaba el malhumor de todos y después el estrago nocturno de las inocentes cucurbitáceas, pro bono pacis de buen grado 
autorizado. De ahí se comprende la intención de don Bosco en el cumplimiento que le dedica. 

2 Santidad, Sabiduría y Salud. 

3 Estaban en la novena de Pentecostés (4 de junio). 

4 Crónica de don Julio Barberis (23 de mayo): «De Borgo San Martino vino Giolitto para representar al colegio. Es subdiácono. 
Enfermizo y demasiado cansado por el mucho trabajo; ahora está en absoluto descanso por orden de los médicos y pudo sin 
inconvenientes abandonar el colegio». 

5 Véase más adelante, pág. 255. 

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((244)
)


CAPITULO VIII 

MODALES Y LENGUAJE DEL BEATO EN ALGUNAS OCASIONES 

EL término «algunas» del título supone un límite, que no debemos dejar tan indefinido. Este término restrictivo pretende señalar 
determinados momentos; puesto que nosotros, sustancialmente fieles al sistema cronológico del primer biógrafo, nos proponemos ahora 
recoger poco a poco, de febrero a junio de 1876, ciertas ocasiones merecedoras de ser señaladas en una historia tan detallada como la 
nuestra. 

Una de las cualidades que se admiraban en don Bosco era su extraordinaria destreza para llevar una conversación a cosas de utilidad 
espiritual, y otra, su franco desparpajo para decir ciertas verdades algo duras, sin ganarse la antipatía que suele acompañarlas. 

Dio buena prueba de ello el 19 de febrero. Acostumbraba ir una vez al año a comer en casa de las Bonnié, dos ancianas solteras que 
vivían en Turín. Aquel día le acompañaron don Miguel Rúa y don Julio Barberis. Al llegar a los postres se presentaron para visitar a las 
dos hermanas unos parientes lejanos, que no andaban muy de acuerdo con ellas en materia de religión. Eran éstos los señores Tovaglia, 
marido y mujer, riquísimos y sin hijos; pero que no daban nunca ni un céntimo de limosna y tenían una mal encubierta antipatía por las 
cosas de iglesia. Entraron en el salón y no tardó en ir ((245)) también allí don Bosco, seguido de sus dos compañeros. Después de los 
primeros cumplidos, poco a poco se empezó a hablar de cierto señor Turletti, persona muy conocida por Tovaglia. 

-íVerdaderamente, éste es un buen señor!, exclamó el Beato. 

-Sí, por cierto, contestó el otro. Es muy raro encontrar familias como la suya en estos tiempos. 

-A la verdad es satisfactorio encontrar tales familias y de tanta piedad. Frecuenta la iglesia, se acerca a los sacramentos, va a los 
sermones, a pesar de sus muchos quehaceres. 

-Y en casa, añadió el señor Tovaglia, es afable con todo el mundo; 
recibe a todos cortésmente y, si puede hacer un favor a alguien, lo hace. 
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-Y además, insistió don Bosco, practica hasta el escrúpulo lo que dicta el Señor en el santo Evangelio: Quod superest date pauperibus, 
aunque tiene una familia numerosa y, después de todo, no es en modo alguno el rey del oro. Lo mismo que cuando vivía en Florencia, 
también ahora, en cuanto tiene un poco de dinero, viene al Oratorio y me dice: 

-Don Bosco, usted se encontrará en apuros ahora que se acerca el invierno; tendrá que comprar calcetines para sus muchachos; tome y 
compre una docena a mi cuenta. Una vez me dijo: -Necesitará comprar camisas; tome, compre una docena a mi cuenta. Parece que el 
invierno va a ser muy crudo este año, volvió a decirme; necesitará comprar camisetas de punto para abrigar a sus muchachos; tome, 
compre unas cuantas a mi cuenta. Y así, de tanto en tanto, me le encuentro allí con alguna oferta. Cierto día temí que se excediera y 
dejara faltar lo necesario a su familia, y le dije que, pese a mi gran necesidad, procurara no propasarse en sus limosnas. íBravo, don 
Bosco!, me contestó. »Acaso solamente usted con los suyos quiere ganarse el paraíso? Si no lo hago así, »cómo practicaré lo que dice 
Jesucristo: Quod superest, date pauperibus? Le observé que esto es sólo un consejo, no un precepto. Y él me insistió: -Sea consejo o 
precepto, yo sé que con aquellas palabras del ((246)) Señor: Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que se salve un 
rico, no se juega, y quiero salvarme; por eso necesito despegar cada vez más mi corazón de las cosas de esta tierra. Desgraciadamente 
estoy viendo que quien se pierda en cálculos para sí, siempre encuentra que debe gastar para sí mismo y no le queda nada superfluo para 
los otros. Cuanto más necesario cree tener que gastar para mantener su posición, para el presente y el futuro, siempre tiene algo que 
hacer y gastar, ora acá ora allá. Pero todas estas necesidades son pretextos que proceden de tener el corazón apegado a las riquezas. Ante 
semejantes observaciones no insistí más, y reconocí siempre en él al hombre de gran corazón y muy bien formado en asuntos religiosos. 

-íCierto, cierto! Como que de joven estudió para cura. Es más, creo que estuvo en el seminario. 

-Desconocía este detalle; pero siempre vi en él un santo varón, desinteresado y muy instruido. 

Hablóse después de los misioneros salesianos, que tanto trabajaban y tanto bien hacían en América, donde había muchísima escasez de 
buenos sacerdotes. Se dijo que hacía falta enviar allá a muchos otros sacerdotes para que enseñaran a aquellas gentes los caminos del 
cielo. 

-Mas para esto, observó don Bosco, se requieren muchos gastos, porque es un asunto muy serio. 
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-Y faltan además los hombres a propósito, observó la señorita Bonnié. 

-Sí, continuó don Bosco, también escasea el personal. Pero, si se cuenta con medios económicos, ya se pueden formar más jóvenes con 
este fin y después enviarlos. Ahora mismo tendremos que preparar una nueva expedición; »pero cómo lograrlo? Sentimos todavía los 
efectos de la primera, que nos costó la friolera de treinta y seis mil liras. Comprenderán ustedes muy bien que para un pobre cura sin 
medios, que sólo cuenta con la caridad pública, es una carga aplastante. Afortunadamente, la divina Providencia, cuando quiere una obra, 
((247)) mueve el corazón de alguna persona y hace que se lleve a cabo. Todos nosotros estamos en manos de la divina Providencia. 

La conversación vino entonces a parar al reciente suicidio de cierto caballero, un tal Monti. Tovaglia calificó de gran cobardía el no ser 
capaz de soportar las calamidades de la vida. 

-Donde no hay religión, interrumpió uno, es lógico que suceda esto; no hay que extrañarse. 

Y se siguió hablando de la muerte. 

Pero aquella conversación en torno a la muerte no le gustaba a la señora Tovaglia; decía que no era un tema para hablar mucho de él, 
aunque tampoco había por qué temerla; cuando llegase, claro está que sí; pero antes, no era del caso dejarse impresionar demasiado. 

-Es verdad, repuso don Bosco. Muchísimas veces le oí repetir al santazo de don José Cafasso, sacerdote ejemplarísimo de Turín, este 
consejo: que estuviésemos siempre preparados para morir, como si cada día fuera el último de nuestra vida; pero después no dejarnos 
asustar por la muerte, no tener miedo. Cuando uno tiene la conciencia limpia, porque no ha cometido pecados o ya se los ha confesado 
bien y ha hecho la correspondiente penitencia, »qué debe temer éste de la muerte? Solamente los que viven mal y no se acercan nunca o 
muy de tarde en tarde a los sacramentos, tienen motivo para temer a la muerte. Estos tiemblan al pensar en ella, porque les remuerde la 
conciencia. En el santo Evangelio se lee muchas veces el pensamiento de estar bien preparados: Estote parati, nos dice el Salvador, quia, 
qua hora non putatis, Filius hominis veniet. Venit tamquam fur, etcétera. 

Al despedirse invitó el Beato con amables maneras a los señores Tovaglia a visitar el Oratorio, que nunca habían visto. Aquellos 
señores, que no iban nunca a los sermones, írecordarían mucho tiempo aquel encuentro! 

Cuando hallaba por casa a uno nuevo, no se conformaba con responder 
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al saludo, sino que le hacía enseguida preguntas, recordando cosas del alma o invitándole a ingresar en la Congregación ((248)) o 
animándole al bien, cualquiera que fuese con quien se encontraba. En el mes de marzo le sirvió el café un camarero, que frisaba en los 
treinta años, y que sólo hacía unas semanas se encontraba en el Oratorio. Don Bosco le miró un instante de pies a cabeza y después le 
preguntó: 

-»Cómo os llamáis?
-Pesce.
-»De dónde sois?
-De cerca de Mondoví.
-»Qué hacíais antes de venir al Oratorio?
-Era camarero en el colegio de Mondoví. Tengo aquí el certificado de buena conducta, firmado por el alcalde y por el canónigo Ighina.
-Leedlo, por favor.
El camarero lo leyó bastante bien. Y don Bosco prosiguió.
-»Habéis venido para quedaros o hasta encontrar un puesto mejor?
-íLa verdad es que me quedaría aquí...
!
-»De momento estáis contento aquí o no os parece que sea éste vuestro sitio?
-No me desagrada; pero me gustaría me enviaran a alguno de los otros colegios. Turín no me parece mi sitio.
-»En qué menester querríais ocuparos?
-En lo mismo que hago ahora; camarero, refitolero o cosa parecida.
-Si no deseáis más que eso, tenemos otros colegios y os podemos mandar a otra parte. Pero me gustaría saber, si queréis ganar dinero 
o


si habéis pensado para vuestros adentros: con tal de que no me falte lo necesario para el cuerpo y para el alma, yo me quedo. Porque si 
habéis venido para ganar dineros éste no es vuestro sitio. 
-íBah, eso a mí no me importa, pues estoy casi solo en el mundo! 

-Pues bien, mirad; si deseáis que no os falte nada para el cuerpo ni para el alma, lo mismo estando sano que enfermo, ((249)) esto es, si 
deseáis obtener una buena posición en esta vida y en la otra, quedaos en hora buena, pues, por lo que de mí depende, esta posición os la 
proporciono de buen grado y podéis estar tranquilo. Pero es menester que os resolváis y digáis: íyo quiero realmente salvar mi alma! 
»Qué decís a esto, Pesce? »Os gusta estar bien en este mundo y en el otro? 

-Sí, me gusta... Casi, casi... Basta, por ahora estoy contento.
-Pues bien. Aquí está don Julio Barberis. Le encargo a él que os


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hable. Poneos de acuerdo con él. Yo estoy muy contento, si puedo haceros algún bien. 
También los de la casa raras veces pasaban a su lado sin oír una palabra amable. Una tarde se encontró, uno tras otro, a seis y a cada 

uno le dijo lo suyo. A don José Monateri: 

-íOh, don José Monateri quiere que don Bosco quede pasmado a la vista de los prodigios y milagros que él hará! »Verdad? 

A un clérigo apellidado Podestà: 

-Tremunt Potestates. Potestas et imperium in manu eius. 

Y con estas palabras una caricia y una sonrisa. Al clérigo Ghigliotto, el de Varazze: 

-Pero tú aún no me has hecho la confesión de tu vida futura. Tienes que elegir un día y decirme todo lo que vas a hacer de hoy en 

adelante. 

Al coadjutor José Rossi: 

-He aquí al conde Rossi; el gran amigo de don Bosco. 

-íQué ganas tiene de bromear don Bosco!, exclamó Rossi. 

-»Yo ganas de bromear? »Acaso no te gusta más que te haya dicho esto, que si te hubiera dado un pescozón? 

Al clérigo Bodrati, destinado a dar clase a los de la escuela de fuego: 

-Prepárate, quiero proporcionarte tantos alumnos como para dejarte pasmado; y tú, con tu mano maestra, harás de ellos unas plantas 

elegidas de la viña del Señor. 

A otro clérigo: 

-íDame carta blanca para hacer yo lo que quiera! Ahora iremos a América para ayudar a don Juan Cagliero. Tu convertirás la 

Patagonia. 

Quien no tuvo la suerte de conocer a don Bosco, no puede figurarse el bien que hacían estas palabras y esta manera de tratar al que era 
objeto de ellas. 

((250)) Había que ver a nuestro Padre, cuando se entretenía conversando con alguien que no pensaba como él en las cosas que se iban a 
emprender. No rebatía la opinión contraria a la suya, sino que escuchaba con bondad; hacía ver que tomaba en consideracion el parecer 
de la otra parte, daba buenas esperanzas, dejaba en fin al interlocutor con la impresión de que entre él y don Bosco no había disensión. 
Pero en la práctica, el Beato ponía su afán en hacer lo que se podía y no lo que se hubiera querido, sin apartarse ni un ápice de lo que 
había determinado y pensado con su propia cabeza, no con la de cualquier otro. La amplia libertad que concedía para que le dieran y 
prodigaran sugerencias no carecía de intención: le servía y mucho para conocer 
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mejor la naturaleza de la cuestión, las dificultades que podía encontrar y los medios para actuar. 

Esto se vio en sus largos coloquios con Gazzolo. Don Bosco le hablaba de la necesidad de evangelizar la Patagonia, poniéndole 
también por delante el deseo del Padre Santo; pero el otro prestaba oídos de mercader y batía y rebatía la conveniencia absoluta de 
limitar todos los esfuerzos a Buenos Aires, abriendo allí una gran casa como la de Turín y tomando a su cargo la iglesia de los italianos. 
Don Bosco no intentó disuadirlo de aquella idea; le oía, intercalando alguna observación y adelantando alguna duda, pero sin 
contrariarlo; y después fue realizando con tiempo y sin prisas los planes que él tenía. 

Ahora tenemos que seguir a don Bosco durante un breve viaje fuera de Turín. El 31 de mayo, acompañado por don Julio Barberis, fue 
a Villafranca de Asti para visitar al reverendo Messidonio, ex alumno del Oratorio y gravemente enfermo desde hacía mucho tiempo. 
Los encuentros que tuvo al ir y al venir son cosas de suyo bastante ordinarias; pero lo ordinario de don Bosco se sale de lo ordinario 
corriente. 

Salió a las ocho de la mañana. Había estado confesando hasta el preciso momento de la partida, de modo que no tuvo tiempo ni para 
tomar una taza de café. Subió al tren y se encontró de manos a boca con ((251)) un sacerdote, antiguo amigo suyo, don Dassano, 
coadjutor en Cambiano. Entablaron enseguida una conversación afectuosa y santa. Lo invitó a asistir a la comedia latina, que se 
representaría al día siguiente en el Oratorio, pero el buen sacerdote se disculpó diciendo que tenía que atender a unos enfermos. El Beato 
le felicitó por el cuidado que prestaba a los enfermos, recordó una enseñanza del doctor Luis Guala, fundador de la Residencia 
Sacerdotal de Turín: «El sacerdote que quiera tener el confesonario atestado de penitentes, prodigue sus cuidados a los enfermos; puede 
asegurarse que la caritativa asistencia prestada a uno solo, atraerá a toda la familia al confesonario». 

Del celo por los enfermos pasó la conversación al tema del consuelo que debe prodigarse a la familia del difunto. A un cierto punto 
exclamó el reverendo Dassano, poniéndose triste: 

-También nuestra familia se extingue con nosotros. No quedamos más que mi hermano, el Superior de los misioneros en Chieri y yo. 
íMuertos nosotros, adiós! íLos Dassano habrán acabado! No nos queda ni un sobrino, a quien dejar nuestra pequeña hacienda. 

-Si desea un heredero, replicó el Beato sonriendo, si está realmente preocupado por falta de herederos, yo le proporcionaré cuantos 
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quiera. Le aseguro que su patrimonio quedaría muy bien colocado y íde qué manera! Hace poco el barón Catella desahogaba conmigo su 
pesar por no tener a quién dejar su herencia. íDéjelo a mi cuidado, le dije, y ya verá como a la vuelta de pocos días su hacienda producirá 
el ciento por uno! Lo convertiremos todo en panecillos para nuestros muchachos y compraremos sábanas, camisas, chamarretas... Y 
usted, amigo Dassano, a ver si acierta cuánto hubo que gastar últimamente para comprar un par de sábanas para cada uno de los de casa. 
Son sumas fabulosas, créame, que nadie adivinaría. 

-Seiscientas u ochocientas liras, contestó el reverendo Dassano, creyendo decir mucho. 

-íEscuche, escuche! Una sábana cuesta unas ocho liras. Compre para ochocientos y saque la cuenta; son de ((252)) doce a catorce mil 
liras. Añada lo demás que hay que proveer, pantalones, medias, camisas, y usted verá. 

Tenía don Bosco el arte de hacer patentes las necesidades económicas del Oratorio, sobre todo cuando se encontraba con personas 
adineradas, hablando de mantas, ropa y pan, según las personas y la estación del año, y haciendo sobre ello cálculos sencillísimos, que 
arrojaban insospechadas y aterradoras sumas. Pero tenía la precaución de no entablar semejantes conversaciones de golpe y sin 
preámbulos o como quien pedía socorro y ayuda; él más bien solía tomar la ocasión y punto de partida de las palabras de su interlocutor 
y lo llevaba paso a paso hasta dar con el tema, como una conclusión natural del razonamiento. 

Al llegar a Cambiano el sacerdote bajó y, como don Bosco se quedó sin poder seguir su conversación, se puso a corregir los cuadernos 
de historia antigua, escritos por don Julio Barberis, que le había entregado el día anterior; de vez en cuanto le hacía notar expresiones 
poco acertadas, hipótesis menos seguras y otros defectos, y no dejó aquel trabajo hasta llegar a la estación de Villafranca. 

Allí se vio lo mucho que querían y veneraban a don Bosco los sacerdotes del pueblo, todos los cuales salieron a su encuentro, con 
profusión de demostraciones de gran respeto. Especialmente el cura-párroco, que sobrepasaba los sesenta, no cabía en sí de gozo y no 
cesaba de hablar de don Bosco, del Oratorio, de Buenos Aires, en plan de admirador bien informado y sincero. También lo 
acompañaban, con el mayor respeto, el vicario y el maestro municipal, sacerdotes muy corteses los dos. 

Con ellos entró el Beato en casa de don Messidonio, donde estuvo hasta las cuatro en conversación animada y variada. Dio a conocer a 
los presentes la obra de María Auxiliadora: tema muy oportuno, pues 
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ellos podrían enviarle buenos hijos de María. Y, como si lo hubiese hecho de intento, un criado del párroco, libre ya del servicio militar, 
manifestó a don Bosco su ardiente deseo de estudiar para hacerse sacerdote. Don Bosco ((253)) le escuchó y animó, pero no quiso 
decidir nada en el acto. El mismo cura parroco habló de otros dos feligreses ya mayores y llenos de buena voluntad y también para ellos 
dejó el Beato la decisión hasta que llegase el momento de las aceptaciones. Estaba entonces pendiente la gran cuestión, de si se debía 
cerrar la sede de la escuela de fuego en el Oratorio y trasladarla a la obra de Sampierdarena. 

Después salió a colación el instituto de las Hijas de María Auxiliadora y explicó el fin de esta institución, describió su vida y su 
continuo progreso. Una joven que ya había oído hablar de ellas y que se sentía atraída a aquella Congregación fue aceptada en el 
momento, al paso que algunas otras, dos de las cuales eran educandas, mostraron su deseo de ir a Mornese. 

Por fin, durante la comida, un padre de familia presentó al Beato a un hijo suyo, que había pedido ingresar en el Oratorio. Como el 
parroco daba óptimos informes de él y el maestro lo recomendaba encarecidamente, don Bosco lo aceptó sin mas formalidades. 

Aún no había dicho nada sobre los Cooperadores, su tema de viva actualidad por entonces. Introdujo la conversación suave y 
discretamente, hizo ver cuanto se interesaba por la obra el Padre Santo, dio una idea del apostolado que esta institución estaba destinada 
a ejercer en la Iglesia, ponderó los favores espirituales recientemente obtenidos para ella, y ya le fue fácil pasar a contar otros favores, 
que le había concedido Pío IX en su último viaje a Roma. Aquí se puso de manifiesto la habilidad de don Bosco para dar a cada cosa su 
justo valor. Había pedido en Roma, según su costumbre, indulgencias especiales, entre las cuales una indulgencia plenaria para todos los 
bienhechores del Oratorio cada vez que comulgaran o celebraran. Ahora bien, volviéndose al cura parroco, que merecía como el que mas 
ser contado entre los bienhechores, le dijo que en Roma se había acordado de él y que para él había pedido al Papa indulgencia plenaria 
cada vez que hubiese celebrado la misa. Lo mismo hizo con don Messidonio, añadiendo que para él y su familia había obtenido también 
otra ((254)) para ganarla in artículo mortis. Se comprende la agradable impresión que debió causar en ambos el saber que don Bosco se 
hubiera acordado y ocupado de ellos. Lo que había pedido colectivamente, don Bosco lo presentaba a cada uno como favor personal, sic 
totum omnibus, quod totum singulis. 
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El pobre don Messidonio se deshacía por consunción; el mal había llegado a su última fase y ya no le permitía dejar la cama. Al 
despedirse de él el Beato, quiso el enfermo, en un supremo esfuerzo, levantarse, diciendo que quería acompañarlo a Turín para ingresar 
en la Congregación, que era su único pensamiento desde hacía mucho tiempo. 

Don Bosco, sin alterarse lo más mínimo y sin contradecirlo, le habló así: 

-Desde este mismo momento te acepto y, nada más llegar a Turín, te inscribiré en el número de nuestros hermanos. Tú, tan pronto 
como puedas levantarte, aunque no estés perfectamente curado, puedes venir al Oratorio y te recibiremos con los brazos abiertos. No 
tendrás que hacer más que enviarnos recado la víspera para que te preparemos la habitación. Mira, haz así: cuando empieces a levantarte 
y puedas moverte algo libremente, ensaya a ver si puedes ir tú solo hasta la estación del ferrocarril. Tan pronto como puedas dar este 
paseo, que es de sólo un kilómetro, me basta; te espero entre nuestros hermanos de Turín. 

Todos los presentes, incluido don Bosco, estaban convencidos de que se requería un milagro de primer orden para curar al pobre 
tuberculoso. 

Pero don Bosco fue muy afortunado en la manera de consolarlo; 
y para su mayor consuelo le aseguró que rezaría con sus muchachos por él. 

Nos lo encontramos de nuevo en el tren. El gran dolor de cabeza no le permitía trabajar, pero no le era lícito pasar el tiempo 
inútilmente. Habló de los novicios; repasó los nombres de los alumnos del cuarto y quinto curso del bachillerato, señalando las 
cualidades de cada uno y quién era apto para la Congregación y quién no; razonó en torno a casas abiertas y por abrir y enseñó la manera 
de conquistar a los muchachos. Y se le ocurrió una bonita ((255)) observación: 

-Actualmente nuestros alumnos parecen otros tantos hijos de familia, todos ellos pequeños dueños de casa; hacen suyos los intereses 
de la Congregación. Y dicen «nuestra iglesia, nuestro colegio de Lanzo, de Alassio, de Niza»; todo lo que pertenece a los salesianos, lo 
llaman nuestro. Mientras se dé oportunidad para hablar de Misiones, de casas, de asuntos espirituales, se interesarán por ello como si se 
tratase de sus propias cosas y a ellas apegarán el corazón. Además, oyendo siempre decir que hace falta ir a tal lugar, que está abierto el 
camino para aquel otro, que se nos llama desde tantos sitios, de Italia, de Francia, de Inglaterra, de América, les parece ser los amos del 
mundo. 

Aquella fase de la conversación se cerró poniendo de relieve el 
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espíritu propio de la Sociedad Salesiana, que es actividad, sin enfrentarse nunca con los adversarios, sin obstinarse tercamente en trabajar 
donde no se puede hacer nada, sino ir adonde puedan emplearse útilmente las fuerzas. 

Don Julio Barberis disfrutaba y atesoraba aquellas enseñanzas; pero no cejaba el dolor de cabeza de don Bosco. Al llegar a Turín, el 
Beato lo llevó a tomar un café en una cafetería pública, entrando en ella por una puerta lateral. Y anotaba el cronista: 

«Esto demostraba el espíritu de la Congregación; ni delicadezas, ni comodidades; pero cuando la necesidad lo pide, procédase con 
libertad». A aquella hora el lugar estaba desierto. Don Bosco se puso a hablar de los aprendices del Oratorio. 

-Creo que ahora marchan bien, tan bien que ningún colegio, es más, ningún seminario puede aventajarlos en materia de moralidad. 
Cuando yo era seminarista, y todos éramos ya mayores, yo veía cómo marchaban las cosas: no iban como van ahora entre nosotros. 

Al salir de la cafetería comenzó a hablar de las señales de vocación. 
Volvió a decir cosas que le gustaba repetir en privado y en público. 

-He aquí una señal segura para saber si un muchacho está hecho para la Congregación, si se le debe aconsejar que entre en ella, si hay 
motivo para pronosticar su perseverancia. Cuando un muchacho es muy sincero en la confesión, ((256)) se confiesa constantemente con 
el mismo confesor y lo primero que hace, al volver de vacaciones o después de alguna ausencia de su confesor, es ir enseguida a abrirle 
su corazón enteramente, éste es un óptimo indicio de que se quedará en la Congregación. Y también, cuando se ve un muchacho que se 
porta bien en el Oratorio y, cuando vuelve a su casa, tiene graves caídas, pero después, al tornar al Oratorio, arregla de nuevo las cosas 
de su alma y marcha bien todo el año y vuelve a recaer en las vacaciones siguientes, creo poder decir sincera y claramente: -Este, si entra 
en Congregación, hágase sacerdote; pero no abrace en absoluto el estado eclesiástico, si tiene intención de vivir fuera de la 
Congregación. Porque, si ahora se deja arrastrar desgraciadamente al mal, en el breve tiempo de unas vacaciones, »qué hará cuando con 
toda libertad disponga de sí mismo? íY no se diga que entonces tendrá más fuerza de voluntad! Yo, en cambio, contesto que tendrá más 
peligros. La experiencia me ha dado a conocer que, los que no se mantienen en el recto camino durante las vacaciones, tampoco se 
mantendrán en él después como sacerdotes en medio del mundo. 

Aún tuvo dos últimos encuentros desde la estación al Oratorio. Primero se le juntó el teólogo Giuganino, vicario de la parroquia de 
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San Carlos. Don Julio Barberis, al darse cuenta de que hablaban de un tema serio y delicado, se creyó en el deber de apartarse y los 
siguió detrás leyendo. Al pasar delante del colegio de los Artesanitos, se encontraron con el Director de aquella obra, el teólogo 
Murialdo, el cual le acompañó hasta casa. Su conversación giró sobre la llamada «Mole Antoneliana» 1, o sinagoga de los hebreos. 
Estando en desacuerdo la comunidad israelita, por motivos económicos, sobre aquel edificio todavía sin acabar, no encontró mejor 
medio de salida que deshacerse de él. Se hizo a don Bosco la propuesta de comprarlo, después de que el Municipio había decidido 
terminar a sus expensas la parte exterior. Comentaba con el teólogo Murialdo las maneras más oportunas para llegar a la adquisición y el 
empleo que se podría dar a aquel edificio. Sólo en septiembre, se le hizo una proposición formal por el mismo ingeniero ((257)) 
Antonelli 2, que se ofrecía a ser intermediario entre él y la presidencia de la administración judía. A don Bosco le hubiera tocado abrir 
las negociaciones con la entrega de doscientas cincuenta mil liras. Pensaba el ingeniero que el negocio era conveniente y la buena 
acogida por parte de los judíos parecía segura. El Beato envió a ver, estudió el asunto desde todos los puntos de vista, se convenció de 
que no podía sacar partido conforme a sus planes para hacer de la «mole» una iglesia, y renunció a ello definitivamente. 

Los encuentros en los que mejor se admiran ciertas posturas características de don Bosco, serán siempre aquéllos en los que él se 
encontraba frente a personas, que, por su manera de pensar, le eran diametralmente opuestos. Tal fue su encuentro con el caballero 
Provera en San Salvatore de Monferrato. Atravesaba el pueblo el Siervo de Dios con algunos señores a su lado, entre los que se 
encontraba el párroco, y hablaban de la bondad de sus habitantes, que tanto veneraban a don Bosco y tanto deseaban tener un colegio 
salesiano en la población. 

-No hay más que uno, dijeron al Beato, que se opone a don 

1 De Alejandro Antonelli (1798-1888), arquitecto, autor de la famosa Mole Antoneliana, cuya aguja se eleva a ciento sesenta y ocho 
metros. (N. del T.) 

2 Véase Apéndice, doc. 16. La Unità Cattolica en su n.° 226 (29 de septiembre) publicaba un artículo de cierto judío que, después de 
hacer la historia del templo, proponía su compra a los católicos (véase Apéndice, doc. 17). En la introducción del artículo escribía el 
diario: «Quien llega por vez primera a Turín queda grande y dolorosamente sorprendido al ver la ciudad del Sacramento y de la Virgen 
de la Consolación dominada por una sinagoga judía, que se levanta atrevidamente al cielo y parece desafiarlo como la torre de Babel. 
Pero aquella sinagoga o templo israelítico, como lo llaman, es semejante al pueblo judío, que no puede recuperarse, ni morir. Desde hace 
algunos años el famoso edificio está paralizado en este punto y no se sabe cómo llevarlo a término. Por todas partes surgen obstáculos y 
el templo queda siempre allí sin poder acabarlo ni destruirlo». 
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Bosco, el caballero Provera, el más rico del pueblo, que hace muchos años no pisa la iglesia y probablemente es masón. 

Acababan de pronunciar estas palabras, cuando, de repente, lupus in fábula, vieron al caballero avanzar Por la misma calle: 

-íHe ahí al «tragacuras»! salió diciendo uno de la comitiva. 

Don Bosco dejaba hablar. Cuando estuvieron cerca, le saludó quitándose el sombrero. El caballero respondió al saludo y se paró. 

Después, como se suele hacer entre personas que saben guardar las formas, se dieron la mano, ((258)) y se intercambiaron las palabras de 
recíproco aprecio, que expresan el mutuo placer de conocerse. 

-Me dicen que vuestra Señoría es el caballero Provera. 

-Para servirle. 

-Es un nombre de los más honrados y queridos entre nosotros, porque nos recuerda a un santo sacerdote de este mismo apellido, que 
nos ayudó muchísimo en Turín y edificaba a todos con sus virtudes. »Pertenece usted acaso a la familia de los Provera de Mirabello? 

-Sí, por cierto. Mi abuelo vino aquí desde Mirabello y pertenecía a esa familia. 

La conversación se prolongó unos minutos por este estilo y con tal cordialidad que el caballero invitó a don Bosco a pasar por su casa 
y tomar allí un refresco. Los que acompañaban a don Bosco se apresuraron a decir: 

-íAhora no podría ir; lo esperan con tantas ansias acá y allá! 

Pero don Bosco pidió disculpa a sus celosos amigos y acompañó al caballero hasta su casa, donde, siempre con el mayor miramiento, 
le contó diversos hechos amenos, que le alegraron mucho. Al despedirse, mostrándose deseoso de su amistad, le dijo llanamente: 

-Bueno, señor; en este momento mi intención es ponerme bajo su protección. Le encuentro tan bondadoso conmigo que me atrevo a 
pedirle un favor. Le diré francamente que he venido a San Salvatore para ver si encuentro una casa apta para abrir en ella un colegio; y 
yo deseo que este colegio esté bajo su protección y necesito su apoyo y ayuda. 

-Figúrese, don Bosco, contestó el caballero encantado con tan exquisitas maneras; será para mí el mayor gusto. Es más, puesto que 
usted me ha hablado con tanta llaneza, también llanamente y con el corazón en la mano, le haré una oferta. Visite y examine esta mi 
casa. Si puede servir para su fin, se la cedo al instante. 

Don Bosco le dio las gracias, se disculpó diciendo que, de momento, no podía aceptar un ofrecimiento tan atento y lo dejó satisfecho 
del encuentro. 
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((259)
)


CAPITULO IX 

MISIONES Y MISIONEROS 

DOS eran los blancos de tiro a los que apuntaba don Bosco con su expedición de misioneros; atender al bien espiritual de los emigrantes 
italianos e intentar llegar a los indios de las Pampas y de la Patagonia; ya se estaba disparando sobre el primero; para el segundo estaba 
todo por hacer y el Beato pensaba constantemente en él. Desde distintos puntos llegaban proposiciones, que parecían responder a aquel 
intento y que también servían para demostrar la gran consideración en que eran tenidos los primeros salesianos que pusieron su pie en 
América. 

El Arzobispo de Buenos Aires habría querido confiar a los salesianos una parroquia en Carmen de Patagones, la última de su vastísima 
diócesis hacia el sur, lindante con el norte de Patagonia; un hospicio allí podía llegar a ser el centro de atracción para los indios del Río 
Negro. 

El genovés Antonio Oneto, comisario de la Colonia galesa, así llamada porque se componía de colonos oriundos del país de Gales, 
trataba con don Juan Cagliero para que enviase dos salesianos, que se establecieran por aquellos parajes y se dedicaran a los indios del 
Chubut. Poseemos una larguísima carta del primero de marzo de 1876, en la que este señor describe el estado de la Colonia y las 
condiciones del país, y proporciona a don Juan Cagliero importantes noticias: 

«Cerca de los manantiales del río, precisamente a los pies de las estribaciones de la Cordillera, hay una región fertilísima, ((260)) 
ocupada por indígenas de la familia de los pamperos. A mediados de febrero, estuvieron aquí cuarenta y un individuos de aquel pueblo o 
tribu, con su jefe o cacique, que se llama Foyel, para vender pieles de guanaco o de zorra. Son gentes semicivilizadas y me parece que no 
quieren delitos sangrientos. He expuesto al cacique las buenas intenciones del Gobierno Argentino respecto a ellos; le pregunté si 
recibiría de buen grado a los misioneros católicos en sus tierras y él me contestó afirmativamente. Esta tribu es numerosa y tiende a 
abandonar la vida nómada. Desde su tierra hasta la colina del Chubut emplearon trece días, que a razón 
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de veinte millas diarias, serían doscientas sesenta millas, es decir, que no están situados propiamente al pie de la Cordillera, como 
declararon. Muchos de ellos hablan castellano y se alimentan, con relación a su condición, bastante bien. 

»Tenemos aquí, a cincuenta o sesenta millas de la Colonia, una tribu nómada, de raza patagónica. Su jefe es un tal Chicuechán y es una 
óptima persona. Ganándose a este jefe, se podrían hacer muchas cosas. Es caritativo y ha socorrido ya con víveres a la Colonia galesa. 
Vengan dos de sus padres y haremos maravillas y el Chubut será conquistado para la fe y la civilización por los descendientes o estirpe 
del descubridor del Nuevo Mundo. Animo, fe, y venceremos. 

»El Gobierno es favorable; la esposa del Presidente es católica a más no poder y también lo es el distinguidísimo señor Juan Dillón, 
Comisario General de inmigración. Además, la ley de inmigración se expresa así en el artículo ciento tres: El Poder Ejecutivo procurará 
por todos los medios posibles el establecimiento en las Secciones de las tribus indígenas, creando misiones para traerlas gradualmente a 
la vida civilizada, auxiliándolas en la forma que crean más conveniente y estableciéndolas por familias en lotes de cien hectáreas, a 
medida que vayan manifestando aptitudes para el trabajo. 

»En breves palabras, como usted ve, todo es favorable y a ustedes también les es favorable la ocasión para distinguirse como Sociedad 
nueva, o ((261)) nueva Congregación, que demuestre con los hechos, que la Sociedad de San Francisco de Sales, con el caritativo don 
Bosco, como guía y maestro de la misma, supo en pocos años redimir para la civilización a las tribus entre el Deseado, el Chubut y el 
Río Negro». 

Los habitantes de la Colonia, dado su origen, eran de religión protestante, y estaban divididos en cuatro sectas, con cuatro ministros 
para ochocientas personas. El señor Oneto se ofrecía a facilitar a los salesianos 1 por todos los medios el camino y la misión. 

El mismo Gobierno Argentino proyectaba fundar una colonia en las cercanías del último rincón meridional de la región patagónica, 
cerca del río Santa Cruz; suministraría también a los misioneros medios suficientes para reunir y civilizar a los patagones de aquellos 
lugares. El 3 de julio escribía don Juan Cagliero desde Buenos Aires a don Bosco: 

«Todos estos indios se dejan amansar fácilmente, pero son también muy suspicaces y entonces matan inexorablemente. Como quiera 
que sea, prepare personal para los patagones, y los destinados prepárense 

1 Véase Apéndice, doc. 18. 
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ya desde ahora con un gran caudal de paciencia, estudio, prudencia y valor. Con los indios, si no se procede cautamente, se destruye en 
un día el trabajo de muchos años. Si el misionero les habla de sumisión a Buenos Aires, lo matan; si los amenaza con la fuerza, lo matan. 
Para poder hacer el bien en una tribu hay que hacerse amigos del cacique, haciéndole regalos y civilizándolo con las buenas maneras y 
con la religión, poniéndole en contacto con algún buen cristiano; después ya se le puede hablar del Gobierno para obtener favores, pero 
nunca para someterse a él. El resto lo hará la Providencia». 

El Arzobispo deseaba valerse de los misioneros salesianos también para crear una obra de gran utilidad en Dolores, al sur de Buenos 
Aires, al otro lado del Río Salado; las personas más distinguidas del lugar apoyaban aquella fundación. En un principio se creyó 
erróneamente que Dolores era «la última ciudad del lado de Patagonia y muy avanzada hacia los salvajes» 1. ((262)) Había, por el 
contrario, una distancia enorme. Este error nos explica la insistencia con que el Beato espoleaba a don Juan Cagliero para que preparara 
pronto aquella estación. También desde Córdoba, en el corazón de Argentina, pedían la apertura de un colegio salesiano. El señor 
Poulsón, profesor en la universidad de aquella ciudad, dijo e hizo cuanto pudo para arrancar a don Juan Cagliero la ansiada aceptación. 
Pero no fue posible ir a Córdoba hasta 1905. 

Por lo dicho hasta aquí resulta fácil entender esta carta, que el Beato escribió a don Juan Cagliero a fines de mayo. 

Queridísimo Cagliero: 

Todavía no me han llegado los Breves 2 de Roma. Solamente tengo el del doctor Ceccarelli, que deseo juntar con el del señor Benítez, 
que debe llegar de un día para otro. Tal vez hoy mismo. 

Te comunico lo que me pidió el Padre Santo, que está muy animado para intentar algo en la Patagonia y las Pampas. El Padre Santo 
quiere dirigir él mismo esta empresa y dice que no se escatimen esfuerzos para abrir cuanto antes un colegio y hospicio en Dolores. 

El comendador Gazzolo hace una relación oficial suya a la Santa Sede, pero toda ella fundada en el proyecto que te incluyo, que 
conviene conozca don José Fagnano, para ir todos nosotros de acuerdo y que no se alteren las bases sin nuestro previo entendimiento. 
Tan pronto como yo reciba una conclusión de Roma, te la comunicaré. 

El mismo comendador Gazzolo me devolvió los doscientos francos en oro que tú le habías regalado y dos mil francos más. El juzga 
conveniente concluir cuanto concierne 

1 BARBERIS, La República Argentina y la Patagonia, pág. 114. Turín, Tip. Salesiana 1877. 

2 Para las condecoraciones pontifícias. 
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a la iglesia de la Misericordia y está dispuesto a ceder su terreno por cualquier ofrecimiento que quiera hacerle don Bosco. Dime después 
cuánto puede valer cada metro. 

Insiste en la necesidad de una nueva expedición y he calculado preparar una docena compuesta de cinco sacerdotes, tres seglares, pero 
maestros idóneos para la enseñanza, y cuatro capacitados para la cocina, la sacristía, las cosas de casa y también la huerta. 

Dos de los sacerdotes para la iglesia de la Misericordia, dos para San Nicolás ((263)) y uno para lo que se necesite. Don Ricardo 
Bazzani 1 sería capitán civil y don Francisco Bodrato capitán salesiano. »Qué te parece? 

La fiesta de María Auxiliadora se celebró con mucha devoción, mucho concurso, muchas gracias. El vino de Mendoza alegró la fiesta: 
aplausos prolongados a los misioneros salesianos. Se les dedicó un mensaje de agradecimiento que don César Chiala te enviará. Todos 
me dicen que Sammorí sería un excelente predicador en cualquier parte. 

Otras cosas para otra vez. La nueva expedición saldría a últimos de septiembre próximo; instalada ésta, tú volverías a Valdocco para... 
(sic) 

El señor Gazzolo da por cosa hecha que el Presidente de la Sociedad de San Vicente de Paúl pone ochenta mil francos a tu disposicion 
para una construcción o casa para aprendices pobres; dime algo sobre ello. 

Me dice también que estás muy cansado y que tu salud no marcha muy bien; cuídate de ti y de los otros, y en todo caso, «lía los 
bártulos» 2 y yo procuraré enviarte inmediatamente un sustituto. 

Saluda a todos nuestros amados hijos y créeme siempre en Jesucristo 

30-5-1876. 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

Disipado el sueño momentáneo de una colonia italiana en tierra libre, dado que no existían tierras libres más que en la fantasía de 
escritores europeos mal informados, el Beato iba en busca del lugar, donde crear un centro seguro para desarrollar una actividad eficaz 
para salvación de pamperos y patagones, sobre todo con la institución de una Prefectura Apostólica. Baste recordar que esto era lo que 
pretendía con su memorial de mayo al cardenal Franchi, Prefecto de Propaganda. Precisamente este memorial es el «proyecto» a que 
alude la carta precedente. 

En cuanto a la relación, a la que Gazzolo sencillamente prestó su nombre, no encontramos en ella nada nuevo, de suerte que no merece 

1 Don Ricardo Bazzani de Módena, capellan del hospital de San Nicolás, fundado por monseñor Ceccarelli, había vuelto a Italia hacía 
unos meses. Don Bosco esperaba que él y don Francisco Bodraio podrían guiar la nueva expedición. 

2 «Intasca i burattini». Forma donosa que se emplea en el Piamonte en lugar de «hacer la maleta y ponerse en viaje». 
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la pena traerla de nuevo aquí. Pero no debemos pasar por alto la conveniencia de que el Papa recibiese por conducto oficial informe 
((264)) de lo que se había hecho, para que viese cómo se habían llevado las cosas con toda seriedad, y para que siguiera prestando su 
favor a lo mucho que quedaba por hacer. No tomen a la letra los lectores el regalo de don Juan Cagliero a Gazzolo y la restitución de éste 
a don Bosco: es una pura fórmula diplomática para advertir que el cónsul argentino reembolsó los gastos del viaje, que le había 
anticipado don Juan Cagliero. Cómo ejecutó este acto, no lo sabemos. 

Pero estamos mejor informados sobre el asunto del terreno o, mejor, terrenos, ya que eran dos, como en otro lugar decíamos. Don Juan 
Cagliero, para contestar a don Bosco acerca del valor de los mismos, pidió a una persona competente y desinteresada que hiciera la 
valoración; y ésta declaró que los dos trozos de terreno podían valer unos dieciocho mil pesos, moneda corriente equivalente a la lira 
italiana. Así, pues, don Bosco le hizo este ofrecimiento, pero a Gazzolo le pareció irrisorio; y pidió por su parte un mínimo de cuarenta 
mil liras italianas, por una serie de razones que no le costó ningún trabajo a don Juan Cagliero deshacer 1. No fue posible nunca 
encontrar la solución de ese pleito para llegar a un acuerdo. 

Exageraba un tanto Cagliero al escribir entonces a don Bosco que él, siguiendo sus recomendaciones de ocuparse de la Patagonia, 
había casi olvidado a Buenos Aires; en efecto, estudiaba los preparativos para fundar en esta ciudad una escuela de artes y oficios, 
tomando como modelo la del Oratorio. El doctor Eduardo Carranza, presidente de las Conferencias de San Vicente de Paúl, en una 
reunión de estas Conferencias, celebrada en 1880 en presencia del Nuncio Apostólico monseñor Matera, expuso con toda gracia los 
primeros orígenes de la Obra 2. Un día del año 1876, dijo él en substancia, dos hombres caminaban por la calle principal de Buenos 
Aires, meditando sobre una gran obra en favor de la juventud pobre y abandonada, que hormigueaba por las plazas y ((265)) suburbios 
de la capital. Los dos pensaban en un asilo u hospicio; pero ninguno de los dos poseía los medios suficientes para ello. Uno de ellos, 
sacerdote, venía de Turín, enviado por el Fundador de una nueva Institución destinada a socorrer a la juventud que está en peligro y traía 
consigo maestros de artes y oficios y también algún sacerdote muy bien dotado, capacitado para dirigir un instituto; pero no tenía dinero, 
ni casa para llevar a efecto su gran 

1 Carta de Gazzolo a don Juan Cagliero, del 13 de febrero de 1877 y carta de don Juan Cagliero a Gazzolo, del 20 de marzo de 1877. 
Apéndice, doc. 19. 

2 Escribimos ateniéndonos al testimonio de don José Vespignani, que asistió a ella. 
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proyecto. Este sacerdote era don Juan Cagliero. El otro era él mismo, presidente de las Conferencias, que había recibido un legado de 
una buena señora, para la fundación de un internado para muchachos pobres. El capital no bastaba para la construcción de un edificio y 
el mantenimiento de los huérfanos, pues no eran más que unos seiscientos mil pesos de la antigua moneda, equivalentes a casi sesenta 
mil liras italianas; sólo se podía alquilar una casa para comenzar la obra. Quiso la Divina Providencia que estos dos hombres se 
encontraran, se dieran la mano, y dijeran a una voz: 

-íPues bien, comencemos en el nombre del Señor! 

Y efectivamente comenzaron. Se alquiló una casa bastante cómoda en la calle Tacuarí y San Juan, cerca de la parroquia de la 
Concepción. 
Los primeros veinticinco huérfanos se tomaron del asilo que administraban las Hermanas del Huerto, en la calle Méjico; sus padres 
habían sido víctimas de la fiebre amarilla, que había atacado a Buenos Aires en 1871. Habían llegado ya a una edad que no permitía a las 
buenas Hermanas seguir educándolos: y ellas lo remediaban, mientras tanto, con hombres a sueldo que les enseñaban algún oficio útil. 
Otros veinticinco muchachos fueron repartidos entre las familias pobres asistidas por las Conferencias. Así empezaron los talleres de 
sastres, zapateros, carpinteros y encuadernadores, organizando las escuelas según el sistema salesiano, con banda de música, canto y 
todo lo demás. Las cosas se encaminaron sobre la base de un convenio muy defectuoso 1, que con el andar del tiempo necesariamente 
había de dar origen ((266)) a serios inconvenientes. La dirección de la Escuela de Tacuarí sería confiada a don Francisco Bodrato, el cual 
regiría al mismo tiempo la iglesia Mater Misericordiae y además una parroquia, de la que pronto hablaremos. Entretanto actuaba, como 
brazo derecho de don Juan Cagliero, el incomparable don Juan Bautista Baccino, a cuyo celo y sacrificio deben mucho las obras 
salesianas de Buenos Aires, pues a él se debe que, desde su comienzo, tuvieran una estabilidad precursora de su duración. 

El incansable Cagliero puso manos a otra empresa. Apenas llegaron los salesianos a Buenos Aires, quedaron atónitos ante el 
deplorable espectáculo que ofrecía un barrio de la ciudad, denominado la Boca y poblado por ligurinos. A estos italianos se atribuía la 
sectaria manifestación, que había tomado por blanco preferente de su odio sectario a los jesuitas, incendiando el gran colegio del 
Salvador 2. Don Juan 

1 Véase Apéndice. doc. 20. 

2 Véase Tomo XI, pág. 130. 
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Cagliero, que predicaba a los italianos en la iglesia de la Misericordia, tronaba contra la deshonra que por ello caía sobre el nombre de 
Italia. 
Su ardor apostólico le llevó a algo mucho mejor; quiso ver con sus ojos lo que era aquella Boca, de la que tan mal se hablaba. Se llenó 
los bolsillos con medallas de María Auxiliadora, de las que se habían provisto abundantemente en Turín; atravesó a solas los prados, que 
en aquel entonces separaban el arrabal de la ciudad. Enseguida vio una nube de golfillos y galopines que correteaba entre aquellas 
casuchas de madera y que quedaron como viendo visiones al divisar a un malaventurado, contra quien armar jarana. Pero ícuál no fue su 
sorpresa al oírle decir frases cariñosas en su dialecto genovés y verle salir a su encuentro sonriente, alegre y festivo! Don Juan Cagliero 
aprovechó el momento oportuno, sacó un puñado de medallas, las lanzó lo más lejos que pudo y, mientras ellos corrían a alcanzar lo que 
creían monedas, desapareció, dio a toda prisa la vuelta al puerto y recorrió las calles principales, sembrando medallas. Los muchachos 
las recogieron, las llevaron a sus casas y se las enseñaron a sus madres, a las abuelas, a las hermanas, a los hermanos. Por los patios y 
casuchas no se hablaba más que ((267)) del cura, del cura de las medallas. Pero el cura, después de la primera aparición, había 
desaparecido. 

Al día siguiente se presentó don Juan Cagliero al Arzobispo y le dijo: 

-Monseñor, ayer di un paseíto estupendo. Estuve en la Boca y he recorrido el barrio a lo largo y a lo ancho. 

-Ha cometido una grave imprudencia. Yo no he ido nunca y no permito que ninguno de mis sacerdotes vaya allí, porque sería 
exponerse a graves peligros, incluso a ser apedreados. 

-Pues yo tengo precisamente la tentación de volver para ver el efecto de mi primera visita. »No sabe, Monseñor, que he sembrado... y 
ahora tengo que ir a recoger? 

-íGuárdese mucho, no se exponga a ningún peligro! 

Cagliero sin alterarse, se despidió. Dos o tres días más tarde volvía al mismo lugar y por las mismas calles. Los muchachos corrieron 
tras él, gritando en dialecto genovés: 

-íEl cura de las medallas! íEl cura de las medallas! 

Se renovaron las antiguas escenas de don Bosco: 

-Vamos a ver: »quién es el mejor?... »Y el más malo?... »Sabéis hacer la señal de la Cruz?... »Quién sabe el Avemaría? 

Se esforzaban por demostrar que sabían algo. Muchos llevaban la medalla al cuelo y querían más para llevarlas a sus casas. Don Juan 
Cagliero escuchaba, repartía medallas y soltaba donaires a uno y a 
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otro. En fin, la segunda vuelta resultó un pequeño triunfo; hombres y mujeres se asomaban a la puerta de sus tugurios para ver al cura, 
que se había ganado el afecto de aquellos pilluelos y prometía ya un amplio patio con muchos juegos, cantos, músicas y alegría 
universal. 

Cuando el Arzobispo oyó a don Juan Cagliero contar lo que había pasado en la Boca, quedó admirado y, rebosando de alegría, díjole 
en un arrebato de entusiasmo: 

-Puesto que es usted tan pertinaz en querer ir a la Boca, le daré aquella parroquia, donde hasta el día de hoy no fue posible establecer el 
ejercicio del culto y del sagrado ministerio. 

Don Juan Cagliero le dio las gracias diciendo: 

-Precisamente don Bosco nos ha enviado para estos nuestros italianos e hijos de italianos. ((268)) En nombre de nuestro Fundador y 
Padre doy gracias a Su Excelencia y comunicaré a Turín el precioso regalo que nos quiere hacer. 

El Arzobispo cumplió su palabra. Don Francisco Bodrato, que capitanearía la segunda expedición de misioneros y quedaría como 
superior de la misión, después de la partida de don Juan Cagliero, asumiría también el gobierno de la parroquia de San Juan Evangelista 
en la Boca, realizando en ella la prodigiosa transformación que más tarde admiraremos. La escuela del beato don Bosco pobló con estos 
gigantescos trabajadores las primeras instituciones salesianas; algunos son muy conocidos, muchos otros se desgastaron en el silencio, 
pero todos son igualmente dignos de eterna memoria y generosa imitación. 

La palabra paterna de don Bosco llegaba de tanto en tanto a Cagliero con noticias, instrucciones y alientos. El 29 de junio le escribía 
en estos términos: 

Mi querido Cagliero: 

1.° Comienzo dándote noticias de tus parientes. Ha venido aquí tu madre y después tu hermano: también ellos están ansiosos de ir a 
América, pues es muchísimo lo que disfrutan con tu misión. Todos gozan de buena salud. Un sobrinito tuyo estuvo enfermo de los ojos; 
pero, al cabo de un mes de ser atendido por el doctor Sperini, curó perfectamente. 

2.º Ayer por la mañana expiró, en Feletto, el querido don César Chiala, dejando a todos una amarga pena. Es una desgracia para 
nuestra Congregación, aunque la temíamos desde hacía mucho tiempo; sin embargo, causó en todos profundo dolor. Estaba a su lado su 
madre. El día anterior a su fallecimiento, anteayer, estuvo levantado. Los pulmones funcionaron hasta lo último. 

3.º Te envío los diplomas para Benítez y Ceccarelli; si es posible, entregádselos 
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con solemnidad y dad al acto toda la importancia que se merece, de la manera que te dije en mi carta desde Roma. Ya fue prevenido el 
señor Obispo; pero bueno será que tú mismo le informes. Y estaría también muy bien que estuvieran informados de ello los diarios 
buenos. 

4.° El marqués de Spínola, ministro italiano en Buenos Aires, es portador de un solideo y de esta carta para vosotros. Es buen cristiano 
y buen católico; puedes hablar con él confidencialmente. Su fin es hacer el mayor bien que pueda. Desea promover las escuelas de los 
italianos. Decidle lo que hacéis en Buenos Aires, en San Nicolás y lo que os proponéis hacer. Está encargado por el Gobierno de prestar 
ayuda económica, si hace falta. Tú insiste para que empiece a ayudarnos ((269)) en los pasajes y en tener locales destinados a escuelas y 
hospicios. Bueno será prevenir también al Arzobispo de que, cuando haga falta, puede fiarse de la honestidad y catolicidad del señor 
Ministro. 

5.° El Padre Santo deseaba vivamente un ensayo tal como lo ideamos nosotros, para llegar a las Pampas y a Patagonia. Yo creo que 
una casa en Dolores sería muy oportuna. Otra en Córdoba y todavía más cerca de los salvajes. 

Entretanto esta semana escribo al Obispo de Concepción, en Chile 1, para ver si se pueden hacer otras instituciones por aquellas 
tierras. íEsto es lo que quiere de nosotros el Señor en este momento! Casas y colegios de humilde condición, internados donde sean 
aceptados los salvajes o semisalvajes, si pueden alcanzarse. Gran esfuerzo por cultivar las vocaciones. 

6.° Estoy preparando una docena de salesianos, entre los que habrá no menos de cinco presbíteros con Sammory, Fassio y don 
Francisco Bodrato a la cabeza. »Hay esperanza de obtener los pasajes, por lo menos la mayor parte? 

7.° Nuestras monjas ya llegan a ciento cincuenta; habrá que predicarles dos tandas de ejercicios espirituales. Tendremos casas en Sestri 
Levante, Trinità de Mondový, Biella, etc., etc. íQué movimiento! 

Este año se impondrá la sotana salesiana a setenta y cinco clérigos, por lo menos. Las vocaciones llegarán a doscientas en total. 

Espero noticias del Hospicio en Buenos Aires, de los Oratorios, del Colegio en Montevideo. 

Da noticias mías a don Juan Bautista Baccino, a don Esteban Belmonte y a los otros 2, a los que esta vez me falta tiempo para escribir. 

Suspiro por el momento de tu regreso. 

Dios nos bendiga a todos, y creedme siempre en Jesucristo 

Turín, San Pedro, 1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


P. D. Ya puedes preparar una casa de noviciado en América; tengo iniciada la negociación en Roma y creo que no tendremos 
dificultades. 
1 Véase más adelante, pág. 239. 

2 Son palabras castellanas en el mismo original de don Bosco. 

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Acertó don Bosco al suponer que no encontraría dificultad alguna en Roma para la negociación de la apertura de un noviciado. No 
existía todavía una casa destinada a este fin, ni se podía improvisar; pero, mientras tanto, la actuación de los nuevos apóstoles despertaba 
simpatías por su estilo de vida religiosa y excitaba peticiones para hacerse salesianos. »Se podría pretender que los postulantes vinieran a 
Europa para hacer aquí el noviciado? »O había que dejar morir esos preciosos gérmenes de ((270)) vocaciones? Este era el motivo que 
inducía a don Bosco a pedir la apertura de un noviciado, pero no designaba una casa determinada; él miraba más que nada a la facultad 
en sí misma, que le permitiera hacer el bien en espera de lo mejor y de lo óptimo. Se tiraría, pues, adelante durante algún tiempo, como 
se había hecho durante muchos años en el Oratorio, gracias a las excepcionales facultades concedidas por Pío IX al Fundador. 

Nos decía el venerando don Luis Cartier que, en sus tiempos, hacer el noviciado esencialmente quería decir confesarse con don Bosco 
y hablar a menudo con él. Lo cierto es que ningún maestro de novicios legalmente constituido había logrado nunca, por aquel entonces, 
plasmar religiosos tan cumplidos como los que formó don Bosco, dotado no sólo de raras aptitudes formativas, sino también de carismas 
especiales. Todas las formalidades canónicas entraron en vigor más tarde, cuando estaban sólidamente puestas las bases, y el espíritu de 
don Bosco, ya bien definido y comprendido, actuaba por medio de sus hijos mayores. 

La súplica dirigida al Papa estaba formulada en estos términos: 

Beatísimo Padre: 

La bendición que S. S. se dignó impartir a los misioneros salesianos, antes de su partida para la República Argentina, dio sus buenos 
resultados en favor de las almas. Por las últimas noticias enviadas desde allá el primero de junio y recibidas aquí en el primero de julio 
de este año, sabemos que ya se pudieron establecer cinco casas o institutos en América del Sur. Un colegio de Montevideo, la iglesia 
Mater Misericordiae de los italianos en Buenos Aires; un hospicio para niños abandonados en esta misma capital; un colegio en San 
Nicolás de los Arroyos, que cuenta ya con más de cien alumnos. Junto al colegio se inauguró una iglesia pública a la que acude mucha 
gente para escuchar la palabra de Dios, oír la santa misa y recibir los santos sacramentos de la confesión y comunión. 

En relación a propósito someteré a la alta Sabiduría de S. S. lo que me parece útil emprender para avanzar hacia los salvajes e intentar 
la difusión del Evangelio entre ellos. 

Al presente es necesario, ante todo, fundar una casa de noviciado. En los cinco meses que llevan los salesianos por aquellas regiones 
encontraron algunos jóvenes, que han manifestado deseo de abrazar el estado eclesiástico, y fueron aceptados en 
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la Congregación Salesiana siete de ellos a petición de los mismos. ((271)) Su deseo es hacerse salesianos e ir, como ellos mismos dicen, 
a predicar a los salvajes. Mas, por ser demasiado largo el viaje para venir a Europa a hacer el noviciado, suplico a V. S. tenga a bien 
permitir que se abra allá una casa de noviciado, conforme a las Constituciones Salesianas aprobadas por S. S. 

Como quiera que los lugares y las personas, con las que se vive, pueden aconsejar el traslado del noviciado o la apertura de una o mas 
casas sucursales, suplico a V. S. conceda que esta casa o casas se puedan abrir en la ciudad o pueblo donde la salubridad, la facilidad de 
los medios materiales y morales indiquen ser más conveniente para la gloria de Dios. 

Beatísimo Padre, seguid dispensando Vuestra protección y Vuestro apoyo a esta misión que se proyectó y comenzó bajo Vuestros 
auspicios y consejos, y que nosotros estamos seguros de que, con la ayuda de Dios, se cosecharán grandes frutos. 

Los diez misioneros que ya están en América y los doce que se preparan para ir en la segunda mitad de septiembre, aseguran a Vuestra 
Santidad que ofrecen de buen grado su vida trabajando por Vuestra Santidad, es decir, por la religión de Jesucristo; y, humildemente 
postrados, se encomiendan unánimes a las oraciones de V. B. e imploran la bendición apostólica, 

De V.S. 

Seguro servidor y humilde hijo JUAN BOSCO, Pbro. 

Pocos días después de haber enviado esta súplica, volvió a escribir a don Juan Cagliero, porque su pensamiento y su corazón estaban 
constantemente con sus misioneros y sus presentes y futuras misiones. 

Queridísimo Cagliero: 

Todo sigue su marcha. Se ha hecho la petición al Padre Santo para un noviciado en América y no hay dificultades. Se preparan veinte 
salesianos que saldrán en octubre próximo circum circiter (poco más o menos). 

No pierdas de vista a Dolores, donde, según creo, interesa al Gobierno se abra una casa según el modelo de la de Turín o San Pier 
d'Arena; trátalo de manera positiva con el señor Arzobispo y con el querido monseñor Ceccarelli. El Padre Santo toma muy a pecho este 
asunto. 

En la próxima carta tendrás escrita la bendición del Papa para el Colegio Colón, que será algo estupendo. 

Tú eres músico y yo soy poeta de profesión; por eso nos arreglaremos para que las cosas de las Indias y las de Australia no entorpezcan 
las de Argentina, donde tú permanecerás hasta que todo esté arreglado y juzgues de acuerdo con tu alta sabiduría, poder volver a 
Valdocco sin molestias. ((272)) Muchos y cordialísimos saludos para el doctor Carranza, y dile que tengo una cosita para enviarle, la 
cual, como a buen cristiano que es, le gustará mucho. Haz cuanto puedas para atender a los muchachos pobres, pero prefiero, si fuera 
posible hacerse con ellos, los que proceden de los salvajes; y si por casualidad fuera posible enviar algunos a Valdocco, los recibiría muy 
gustoso. 
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Tenemos en Turín al cardenal Berardi; en cuanto termine esta carta, voy a hacerle una visita y le hablaré también de los del otro 
mundo. 

No sé dónde te encontrará esta carta; pero estamos de acuerdo en que saludarás a nuestros conocidos y amigos e hijos, como si los 
nombrara a todos uno por uno en particular. 

Haz que podamos tener con tiempo los pasajes; mas, si puedes conseguir que se nos envíe el dinero en efectivo, es mucho mejor; pues 
así podremos actuar más fácilmente. 

Cuando veas a Tomatis, dile que para los Santos habrá una casa salesiana para niños en Trinità, su patria. 

Dios nos bendiga a todos y créeme en Jesucristo tu 

Turín, 13-7-1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


P. D.-Para octubre irán las Hijas de María Auxiliadora a atender y cuidarse del Seminario de Biella. 
La prontitud de una respuesta favorable demuestra lo bien recibida que fue en Roma la petición para abrir un noviciado en Argentina. 
El cardenal Franchi, Prefecto de la Sagrada Congregación de Propaganda, obtenía a don Bosco el 6 de julio ex audientia Sanctissimi, «la 
facultad de erigir otro noviciado... en la República Argentina, previo consentimiento del Ordinario del lugar» 1. En la comunicación 
enviada al Beato se señalaban las consabidas condiciones requeridas por la canónica erección definitiva. Don Bosco quedó 
satisfechísimo. Al participar la alegre noticia a don Juan Cagliero, improvisó otro documento muy elocuente de sus múltiples solicitudes 
por las Misiones y misioneros. 

Queridísimo Cagliero: 

He recibido tu última, que fue leída y releída. Estas cartas, que en su mayoría se publican en todos los periódicos, hacen mucho bien a 
nuestros salesianos y a todos. 

((273)) Al hablar con los nuestros di y recomienda que no se omita nunca el ejercicio mensual de la buena muerte. Es la llave para 
todo. 

Estoy preparando la expedición de otros veinte héroes para el otro mundo; si es preciso enviaré todavía más, y espero que quedarás 
satisfecho, pero necesito que me fijes el momento oportuno para la salida. Si se llega a una conclusión con lo de Villa Colón mandaré 
como Director a don Daghero, don Juan B.ª Tamietti, don Luis Lasagna, o don Domingo Belmonte, todos ellos doctores en letras y el 
último doctor en filosofía. Todos están ya bien dispuestos. 

1 Véase Apéndice, doc. 21. 

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En general recuerda siempre que Dios quiere nuestros esfuerzos en favor de los pamperos y de los patagones y de los niños pobres y 
abandonados. 

Todavía no he recibido la respuesta del señor Arzobispo; el cardenal Franchi la espera con mucha ansiedad; pero a su buen querer. 

Te envío algunos ejemplares de los Cooperadores Salesianos, que acaba de salir a la luz. Léelo y después lleva un ejemplar a S. E. el 
Arzobispo; dile que deseo que figure él el primero después del Padre Santo entre los Colaboradores Salesianos, pero que no quiero hacer 
nada sin su beneplácito. 

Después del Arzobispo vendrá su Vicario General; luego el doctor Espinosa, Carranza, monseñor Ceccarelli, el señor Benítez, etc. Si 
hacen falta libritos, comunícamelo. 

Nota: todas las indulgencias allí anotadas pueden lucrarlas también todos los salesianos. 

Amplia facultad de Roma para abrir noviciado, estudiantado en América, en cualquier lugar, pero de consensu ordinarii Dioecesani; 
como lo verás por el decreto que adjunto. 

No olvides que en el caso de enviar los pasajes, se envíe con preferencia el dinero; nos resulta muy ventajoso y presentamos mucho 
mejor nuestra razón. 

íQueridísimo Cagliero, cuánto quehacer! Otros te escribirán más cosas. 

Salúdame cordialísimamente a Baccino, y dile que estoy muy satisfecho de él, y que siga adelante. 

Bazzani está aquí en mi habitación mientras escribo. Te envía sus saludos y espera la orden para acompañar a los salesianos a América. 

Pienso que uno de los que están en San Nicolás, y que sepa bien el español, podría trasladarse a Montevideo para el futuro colegio en 
proyecto. 

La gracia de Nuestro Señor Jesucristo esté siempre con nosotros, y saluda a todos nuestros hermanos y amigos; y, si por acaso, 
ocurriese que pudieras enviar a Europa una decena de pamperos y patagones o algo parecido, envíalos en hora buena. 

Créeme todo tuyo en Jesucristo 

Turín, 1.º de agosto de 1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


((274)) En la carta incluyó un oficio, en el que comunicaba la bendición del Papa para la primera fundación salesiana fuera de 
Argentina. Cuando lo hayamos referido, será el momento para hablar de la nueva obra que ya hemos ten ido ocasión de mencionar varias 
veces. 

El Padre Santo experimentó una gran alegría al recibir la noticia de un colegio católico en Uruguay; agradeció mucho que se llamara 
colegio Pío; y envía su bendición Apostólica a la obra, a quienes la promueven y a todos los que colaboren en favor de la misma. El 
cardenal Berardi, que me lo comunica, añade: Su Santidad mostrará cada vez más su satisfacción; cuando esté en marcha el colegio, 
concederá todos los favores espirituales que se consideren oportunos para la mayor gloria de Dios. 

Turín, 1 de agosto de 1876. 

JUAN BOSCO, Pbro. 

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VOLUMEN XII Página: 238 

La breve parada de los primeros misioneros en Montevideo, guiados por don Juan Cagliero, produjo sus frutos; las autoridades 
eclesiásticas de la capital atesoraron las noticias que él les dio sobre la Congregación; las noticias posteriores de las fundaciones en 
Buenos Aires y en San Nicolás les confirmaron su buen concepto de los salesianos: y, por eso, ya en los primeros meses de 1876, la 
Curia Episcopal de Montevideo empezó sus negociaciones para llevar allí a los hijos de don Bosco. 

El Uruguay, recientemente separado de la República Argentina, iba camino de constituirse en Estado. La jerarquía eclesiástica estaba 
representada allí por un simple Vicario Apostólico en la persona de monseñor Vera, prelado muy celoso, que trabajaba febrilmente para 
hacer florecer en el país la religión católica, fundando hospitales, orfanatos y escuelas. Se echaba muy de menos la carencia absoluta de 
colegios para la educación cristiana de la juventud, lo cual se quiso remediar a través de los salesianos. Se vio el cielo abierto ante la 
posibilidad que se presentó de adquirir un inmueble magníficamente situado, y como hecho expresamente para el fin apetecido. Aquello 
pareció una disposición de la Providencia, para conjurar la inminente amenaza de que ((275)) los protestantes invadieran el campo, 
aprovechando los medios de que suelen disponer. 

Los hermanos Cornelio, Adolfo y Alejandro Guerra habían fundado en 1868 una Villa o población con el nombre de Villa Colón, o 
Ciudad de Colón. Más tarde, en 1873, la población con sus terrenos pasó a propiedad de la Sociedad Lezica, Lamis y Fynn, en 
Montevideo, fundada en 1866 para abastecer de agua potable a la capital; esta empresa tuvo un éxito completo con la inauguración del 
acueducto en 1871. Pero la situación económica de la Sociedad quedó tan afectada con ocasión de los trastornos políticos uruguayos de 
1875, que tuvo que liquidar sus bienes y disolverse. 

En aquel entonces púsose en relación el señor Fynn con monseñor Vera y con su secretario don Rafael Yeregui, hermano del futuro 
primer Arzobispo de Montevideo, y ofreció a don Juan Cagliero, en nombre de la Sociedad, la iglesia dedicada a Santa Rosa de Lima 
con el colegio anejo, poniendo como condición que los salesianos rigieran dicha iglesia y sostuvieran el bachillerato elemental y superior 
en el colegio mismo, según los reglamentos y programas de la Pía Sociedad Salesiana 1. La cesión de los edificios y terrenos se firmó el 
24 de mayo de 1876; después de lo cual el beato don Bosco buscó diez salesianos 

1 Véase Apéndice, doc. 22. 
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para enviarlos al Uruguay con la próxima segunda expedición de misioneros. 

Don Bosco actuaba en las misiones como en todo: no paraba nunca, ampliaba sus planes a medida que las obras emprendidas tomaban 
consistencia y daban esperanzas de estabilidad. Por eso le vemos lanzar la mirada allende la cordillera para buscar un punto de apoyo a la 
evangelización de los indios. Hay una carta suya, de julio de 1876, al Obispo chileno de Concepción pidiéndole consejo y ayuda para 
este plan. No lo nombra, pues no sabe siquiera quién es, y le escribe en latín, porque ignora cuál es la lengua del país. Tiene el mismo 
estilo de sus muchísimas cartas en italiano, ((276)) que los lectores conocen muy bien 1. Hecha su propia presentación y la de la 
Congregación, le propone su idea de intentar llegar hasta los salvajes de aquellos países. Le pregunta, por consiguiente, si hay 
probabilidad de buenos resultados y dónde convendría instalar el punto de partida y cuáles podrían ser las disposiciones del Gobierno 
frente a la empresa, y pide además al Prelado que se sirva interponer sus buenos oficios. No sabemos la suerte que corrió esta carta; pero 
la respuesta no podía ser alentadora, dado que ya prestaban sus cuidados los padres capuchinos a los indios de la Cordillera, en aquel 
punto. La ciudad de Concepción recibió la primera fundación salesiana de Chile en 1887, cuando aún vivía el Beato. 

En San Nicolás se pudo celebrar la solemne inauguración del Colegio el día de la Anunciación. Asistieron todas las autoridades 
civiles. El señor Arzobispo celebró allí la misa, y lloró de emoción al ver a tantos muchachos acercarse a la sagrada mesa. Nunca se 
había visto nada semejante por aquellas tierras. Don Juan Cagliero, que acudió allí bastante tiempo antes, preparó estupendamente la 
música. Las fiestas duraron dos días en un ambiente de gran entusiasmo popular. Después de las ceremonias religiosas del día 25 
celebróse la fiesta cívica el 26, con un grandioso acto académico, presidido por el Arzobispo, acompañado por los ciudadanos más 
distinguidos. 

Cantos, piezas de música y declamaciones formaron la parte alegre; la parte seria consistió en discursos. El de don Domingo Tomatis, 
presentado oficialmente por el octogenario señor Benítez, el miembro más influyente de la Comisión que había preparado la llegada de 
los salesianos 2; el de monseñor Ceccarelli, factotum de la empresa; varios 

1 Véase, Apéndice, doc. 23. En ella se menciona la fundación de Dolores, para donde se tuvieron reiteradas peticiones en el decurso de 
los años; pero adonde nunca fueron los Salesianos. Esta fundación, tan reclamada por varias partes, podía considerarse entonces como 
cosa hecha. 

2 Este simpático anciano, tan caritativo con los salesianos, profesaba profunda veneración a don Bosco a quien escribió otra carta en 
latín a primeros de abril. (Véase Apéndice, doc. 24). 
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discursos de personajes notables y el discurso de clausura ((277)) del Arzobispo. El buen Pastor felicitó al pueblo Arroyero, por haber 
levantado un templo para la enseñanza y educación cristiana de la juventud y dio las gracias a los salesianos proclamándolos «su 
vanguardia para hacer el bien y salvar las almas». Los muchachos, que habían sido la alegría y consuelo del Arzobispo durante los dos 
días, le ganaron las simpatías de la población, acompañándole con sus «vivas» jubilosos cuando iba a embarcarse en el puerto del 
Paraná. 

Los salesianos de San Nicolás no limitaron su trabajo al colegio y a la ciudad. El director don José Fagnano y sus hermanos se habían 
conmovido en las excursiones de los primeros días, al darse cuenta de la miseria moral y el abandono religioso en que vivían tantos 
italianos diseminados a enormes distancias por aquel inmenso campo. Por eso, desde el primero de junio, se aceptó la misión de las 
estancias o haciendas, que, con incalculables incomodidades, visitaban los nuestros de vez en cuando, para llevar hasta ellas los 
beneficios de su ministerio sacerdotal. 

Un hecho singular despertó en muchos de la ciudad y del campo la fe adormecida. Entre los recuerdos, que don Bosco dio a los 
misioneros, sobresalía éste: «En cualquier grave necesidad que os encontréis, acudid a Jesús Sacramentado y a María Auxiliadora y 
tened la seguridad de que vuestras esperanzas jamás quedarán frustradas». Se acordaron de él los hermanos de San Nicolás en un 
momento muy oportuno. 

Está aquella zona sujeta al terrible azote de las langostas. Caen encima de repente en densos nubarrones y destruyen en pocos días la 
cosecha del año y dañan la de los años siguientes. Hacía ya tres años consecutivos que se repetía el desastre, y comía la miseria a los 
habitantes. También el año 1876 llegó la noticia de que la plaga asolaba algunas localidades próximas. Cuando los salesianos vieron el 
pánico general pensaron invitar a los pueblos a ponerse bajo la protección de María Auxiliadora; y publicaron un triduo solemne en su 
iglesia. No faltaron quienes, alardeando de espíritus superiores a toda superstición, hacían burla de las beaterías de la gente sencilla; 
pero, especialmente los italianos acudieron en masa. Tres días después llegó la ((278)) langosta; en media hora se cubrió el campo y la 
ciudad; árboles, prados, calles, casas y paredes, todo desapareció bajo una capa del color rojo grisáceo de las hormigueantes langostas. 
La cantidad superaba con mucho a la de las invasiones anteriores; si se hubiesen detenido un par de días, no habría quedado en todo el 
territorio ni una hoja de árbol, ni una brizna de hierba. El escarnio de los escépticos se hizo más insultante; pero los fieles redoblaron sus 
plegarias y añadieron sus 
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promesas. Al día siguiente, cuando menos se esperaba, el funesto ejército reemprendió el vuelo hacia otra parte. Quedaba todavía una 
retaguardia que podía producir daños enormes; pero cayó aquella noche una tromba de agua y sopló un viento helado que las ahuyentó. 
El daño fue mínimo, de suerte que la vegetación se recuperó con vigor; es más, la cosecha de aquel año fue prodigiosa. Una colecta para 
la iglesia de María Auxiliadora produjo en un abrir y cerrar de ojos la cantidad de cincuenta mil pesos, equivalente por entonces a diez 
mil liras italianas; a tanto llegó el agradecimiento de aquella buena población. Resulta fácil imaginar el efecto causado por el feliz 
suceso. 

Como se acercara la fiesta onomástica de don Bosco, los salesianos de San Nicolás y sus alumnos enviaron al Padre lejano saludos 
muy afectuosos. Don Bosco respondió así a los alumnos: 

Queridísimos hijos: 

Con gran satisfacción de mi corazón he recibido vuestros saludos, vuestros augurios; y bendigo a Dios que envió a don José Fagnano y 
a los demás salesianos para abrir ese Colegio, donde espero que aprenderéis, a la par de la ciencia, el santo temor de Dios. Me dicen 
vuestros Superiores que sois muy buenos y esto me consuela mucho. Seguid por el camino de la virtud y siempre tendréis la paz del 
corazón, la benevolencia de los hombres y la bendición del Señor. 

Ahora os quiero dar una buena noticia. Cuando fui a Roma, hablé mucho de vosotros al Papa, que se alegró al informarse de vuestra 
buena conducta. 

Después me dijo: 

-Envío con mucho gusto la bendición apostólica a vuestros alumnos del Colegio de San Nicolás, a los internos y a los externos, les 
concedo una indulgencia plenaria in artículo mortis ((279)) y otra indulgencia plenaria para ganarla el día que quieran. Este favor se 
extiende a todos sus parientes, hasta el tercer grado inclusive. 

Vosotros podéis pedir explicación de este favor a vuestros superiores y después comunicadlo a vuestros padres y parientes. 

Que Dios os bendiga a todos, queridos hijos míos. Estad alegres, pero huid la ofensa de Dios, frecuentad la santa Comunión, enviadme 
alguna carta y rezad por mí, que seré siempre para vosotros en Jesucristo. 

Turín, 1.º de julio de 1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


«Hace quince días que don Bosco no sabe hablar más que de las misiones y de la Patagonia», escribe don Julio Barberis en su crónica 
el 12 de agosto. El Beato se industriaba para resolver el problema misionero en todos sus aspectos. Así la cuestión del clero indígena, 
que hoy se presenta más urgente e importante que nunca, preocupaba 
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ya su mente, cuando se encontraba escasamente en los umbrales de su actividad misionera: ya desde entonces se propuso la creación de
este clero como un objetivo a alcanzar en el más breve plazo posible;
creyó poder lograrlo en siete años.


Anhelaba, por tanto, el día en que se dispusiese de sacerdotes indígenas para enviarlos a los infieles del país, considerando aquella 
fecha como digna de fijar época en la historia de las misiones. Y para formar indígenas parecíale óptimo partido el tomado por él, de no 
lanzar sin más a los suyos en medio de los salvajes, con grave peligro para ellos, sino implantar estaciones o casas en los lugares 
limítrofes; es más, preveía que, andando el tiempo, se haría lo mismo en todas partes. Ningún sacerdote privado estaría ciertamente en 
condiciones de lograrlo, pero una Congregación religiosa tenía los medios. Y ponía el ejemplo de monseñor Comboni, que se esforzaba 
por practicar este sistema en el centro de Africa, pero »de qué le servía si estaba solo? Porque resulta que, en semejantes casos, aquéllos 
a quienes se confían jovencitos para educar, no emplean métodos a propósito, no tienen espíritu para ello o no están capacitados; y 
además, hay que acudir muchas veces a personas ajenas a la misión. »Y los enormes gastos que para ello se requieren? ((280)) El 
opinaba que, para formar algún sacerdote, era necesario reunir una cincuentena de muchachos en un seminario menor y proveerles de 
todo. Una persona sola nunca llegaría a tanto. «Pero nosotros, dijo, y lo he visto en el sueño, sabemos que el que esté rodeado de un 
buen grupo de jóvenes va adelante y puede hacer un gran bien». 

En esto precisamente fundaba sus halagüeñas esperanzas de un feliz porvenir de sus misiones, a saber, en dedicarse los nuestros a la 
juventud pobre: «el que marcha por este camino, afirmó el Beato, ya no da marcha atrás». Se refería después a ciertos religiosos, que en 
otro tiempo dieron mucho que hablar de sus misiones en China, donde realmente hicieron muchísimo bien; pero él estaba convencido de 
que, si hubiesen tenido por mira otra cosa más, a saber, si se hubiesen dirigido a la masa del pueblo mediante la educación de la juventud 
pobre, nunca habrían tenido que retroceder en su apostolado. 

En la obra de las Misiones, como en cualquier otra empresa, el Beato no separaba nunca de las providencias humanas la más absoluta 
confianza en el auxilio divino. Son palabras pronunciadas por él en aquellos días, las siguientes, recogidas por don Julio Barberis: 
«Confiamos en el Señor. Hacemos en esra empresa lo mismo que en todas las demás. Ponemos toda nuestra confianza en Dios y de El lo 
esperamos todo, pero, al mismo tiempo, desplegamos toda nuestra actividad. No 
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hay que descuidar medio alguno, no hay que escatimar trabajo, no hay que omitir santos ardides, no hay que reparar en gastos para lograr 
el éxito. Hay que hacer todo lo que sugiere la prudencia humana. Hay que tomar las posibles medidas de seguridad para no poner en 
peligro la vida en manos de los salvajes. Es verdad que para quien muere mártir, la muerte es una fortuna, porque vuela derecho al 
paraíso; pero entretanto se malogra la conversión de millares de almas, que se hubieran podido salvar, teniendo mayor precaución. 
También es verdad que la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos; pero esto quiere decir que, si no se puede hacer de otro 
modo, antes que renegar de la fe, tenemos que estar dispuestos a dar la vida y mil vidas, sin miedo a que, ((281)) faltando nosotros, tenga 
que sufrir detrimento la buena causa. En este caso suplirá el Señor. No tendríamos que dar marcha atrás por esto». 

Don Bosco hablaba de este tema hasta con los muchachos jóvenes. En efecto, catorce años antes, describiendo en un sermón los 
ardides empleados por San Atanasio para escapar de las insidias de los perseguidores, concluyó diciendo: 

-Querría que todos vosotros llegarais a ser santos de este temple. Sí, queridos míos, esforzaos en serio por llegar a ser santos; pero de 
estos santos, que, cuando se trata de hacer obras buenas, saben buscar los medios, no temen la persecución, ni escatiman trabajos; santos 
sagaces que buscan prudentemente todas las maneras para lograr su intento. 
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((282)
)


CAPITULO X 

EL ESPIRITU DE MORNESE 

EL beato don Bosco invitaba a sus hijos a bendecir la Providencia, pues reconocía que era obra de su mano la consolidación y el 
admirable desarrollo del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, aun en medio de muchas y serias dificultades 1. Prueba palmaria de 
esta intervención divina era el hecho de que, aunque faltaran fuentes de ingreso, no faltaba, sin embargo, el pan de cada día. Si se mira 
de tejas abajo no hay una familia tan numerosa que se mantenga sin una base económica adecuada, que permita mirar con tranquilidad el 
porvenir. En otros Institutos femeninos se cuenta, al menos, con la dote de las postulantas, para remediar las necesidades de los 
noviciados; pero aquí, por el contrario, el noventa por ciento de las jóvenes, que pedían ser admitidas, no contaba con bienes 
patrimoniales; y muchas se presentaban hasta sin equipo personal. Sin embargo, se aceptaban y se caminaba hacia adelante. Así se 
cumplía sin duda la promesa del Señor de que, a quien busca únicamente el reino de Dios y su justicia, se le dan por añadidura las cosas 
necesarias para la vida material. 

A este propósito tenemos una bonita palabra de nuestro Beato. Un día se encontró el Siervo de Dios en Borgo San Martino con la 
madre Petronila, vicaria general y por tanto responsable de la administración económica, y le preguntó si entraban ((283)) postulantas. 

-Postulantas no faltan, querido Padre, contestó la Hermana, pero todas o casi todas llegan con la manos vacías. »Y cómo hacer para 
mantenerlas? 

Don Bosco elevó los ojos al cielo, como solía hacer cuando tenía que responder o aconsejar, y profirió estas inspiradas palabras: 

-íOh, si conocieseis la grandeza de una vocación! No rechacemos nunca ninguna por ser pobre. Si pensamos en las vocaciones, la 
divina Providencia pensará en nosotros. Puede que alguna vez encontremos dificultades, pero Dios no nos abandonará nunca. Decidlo en 
Mornese, decidlo a todas; las vocaciones, aun las pobres, harán rico al Instituto. 

1 Crónica de Julio Barberis, 28 de marzo de 1876. 
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Y el aumento del número no proporcionaba ningún quebranto al espíritu, porque vivir pobremente, trabajar mucho y rezar con fervor 
eran constantemente las tres notas sobresalientes de la casa. No faltaron en aquellos duros comienzos doncellas de familias acomodadas 
e incluso de la nobleza; éstas se dedicaban preferentemente a los estudios, para presentarse a exámenes oficiales y obtener el diploma de 
maestras; pero hacían también vida común con todas las demás, no se sustraían a los oficios ordinarios y obedecían afectuosamente a 
Madre Mazzarello, mujer sin letras y criada en el campo, que hacía prodigios con su bondad sencilla y humilde. Estaba llena del espíritu 
de Dios, practicaba para sí y enseñaba a sus hijas una ascética casera y sin ceremonias, pero a la vez muy sólida. 

Valga una muestra. A menudo decía: 

-Mientras haya vanidad al hablar y al escuchar, no habrá verdadera piedad. No envidiéis a aquellas que suspiran y lloran en la iglesia 
ante el Señor, pero no saben hacer un ligero sacrificio, ni adaptarse a un trabajo humilde. »Sabéis a quiénes debéis envidiar? A las que, 
con verdadera humildad, se adaptan a todo y se conforman con ser como la escoba de la casa. 

»Acaso no está la quintaesencia de la buena ascética religiosa en la humildad, la mortificación y el amor al sacrificio? 

Tenemos un testimonio sobre el espíritu de Mornese, que vale por ciento. El año 1876 predicó allí monseñor Andrés Scotton los 
ejercicios espirituales a las señoras; ((284)) pues bien, antes de marcharse sintió la necesidad de hacer una retractación. Al visitar el 
Instituto, tres años antes, había sacado la impresión de que difícilmente habrían continuado las cosas hasta alcanzar un éxito feliz. 
Preocupado por tan graves dudas, había expresado también a don Bosco sus pronósticos poco favorables. El Siervo de Dios se limitó a 
contestarle: 

-Veremos lo que hará la Virgen. 

Pero al comprobar personalmente, tres años después, el valor moral de aquélla, que a primera vista le había parecido inepta para el 
gobierno, y ver el crecido número de Hermanas y sobre todo su espíritu, cambió de opinión y expresó su convicción de que cuando don 
Bosco le había dado aquella respuesta, leía en el porvenir. 

Recordarán los lectores que el Beato Padre, en agosto de 1875, durante una corta permanencia en Ovada, dio forma definitiva a las 
Reglas 1 y después las presentó en la Curia Episcopal de Acqui para su examen canónico. Una vez obtenido el juicio favorable de los 
revisores, 

1 Véase: Volumen XI, Cap. XV. 
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envió al señor Obispo la oportuna súplica para obtener la aprobación diocesana del Instituto. 

Excelencia Reverendísima: 

Ya sabe muy bien V. E. que el celoso sacerdote Domingo Pestarino, de venerada memoria, dio comienzo en Mornese a un Instituto con 
el título de Casa o Colegio de María Auxiliadora a fin de educar cristianamente a las muchachas de humilde condición, o pobres y 
desamparadas, para encaminarlas a la moralidad, a la ciencia y a la religión, bajo la dirección de las hermanas llamadas Hijas de María 
Auxiliadora. 

Con gran bondad dignóse V. E. constituirse en protector del nuevo Instituto, y el 5 de agosto de 1872 accedía a leer las reglas, anotaba 
en ellas las debidas observaciones y presidía las primeras tomas de hábito y las primeras profesiones. Poco tiempo después, enriquecía el 
Instituto con varios favores y preciosos privilegios, merced a lo cual quedaba constituido de hecho ante la Iglesia el cuerpo moral. 

Estas cosas fueron como el grano de mostaza, que V. E. sembró y que ha crecido maravillosamente. Actualmente son más de ciento las 
religiosas; a ellas están confiadas las escuelas municipales femeninas del pueblo. Al edificio del Instituto se ha añadido un internado para 
niñas de clase media, como se puede ver por el programa adjunto. 

((285)) Se ha abierto una segunda Casa en Borgo San Martino, y otra en Alassio 1, y la cuarta se abrirá este año en Lanzo, cerca de 
Turín; se reciben muchas peticiones para abrir casas en otros lugares. 

Pero este Instituto carecería realmente de verdadero fundamento, mientras no consiga la aprobación eclesiástica, la cual señala a los 
Institutos religiosos el camino seguro que conduce a la mayor gloria de Dios. Precisamente, con el fin de obtener este señalado favor, 
presento respetuosamente a V. E. las reglas del Instituto de María Auxiliadora, tal y como se practican desde hace varios años, 
suplicando tenga a bien examinarlas e introducir en ellas las modificaciones que en su iluminado saber juzgue necesarias; y después, si 
así Dios se lo inspira, conceda al Instituto y a sus Constituciones la aprobación diocesana. Se unen a mí, pidiendo este señalado favor, el 
reverendo Santiago Costamagna, su Director, y todas las Religiosas. Será éste un momento más para nuestra imperecedera gratitud, y le 
aseguramos que cada día elevaremos oraciones comunitarias y privadas a Dios Nuestro Señor y a su Augusta Madre la Virgen 
Auxiliadora, para que conceda a V. E. muchos años de vida feliz y así pueda ver los copiosos frutos de la obra, que V. E. se dignó 
bendecir, enriquecer con gracias espirituales, proteger y, podemos decir, fundar y sostener hasta el presente. 

Con la mayor gratitud tengo el honor de poderme profesar, 

De V. E. Rvma. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro.
SANTIAGO COSTAMAGNA, Pbro.
MARIA MAZZARELLO, Superiora


1 En Alassio ya estaba casi preparada la casa, de modo que la fundación se podía considerar como cosa hecha. 
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La expresión «dio comienzo a un Instituto con el título de Casa o Colegio de María Auxiliadora» resulta literariamente una frase 
concisa y psicológicamente un acto de humildad. Se concluye y completa la frase diciendo que don Domingo Pestarino comenzó una 
obra, de la que don Bosco sacó los primeros elementos para fundar un Instituto religioso denominado de María Auxiliadora y destinado a 
la educación cristiana de la juventud femenina de todo el mundo; este título y este fin nunca se le hubieran ocurrido al bonísimo don 
Domingo, sin su providencial encuentro con don Bosco. Por lo demás, quien ofrece terreno y materiales ((286)) de construcción para que 
otro ponga los cimientos de un edificio, con planos y fines propios, puede considerarse con todo derecho como iniciador de cuanto se 
haga a continuación. 

No ha de extrañarnos, es éste el estilo de los santos, que después don Bosco se eclipse en cierto modo a sí mismo y ponga a la vista 
únicamente al digno sacerdote de Mornese. 

Añadiremos que para obtener más deprisa la aprobación diocesana pudo parecerle oportuno presentar al Instituto como una obra 
surgida no sólo en el ámbito de la diócesis, sino también por mérito de un sacerdote diocesano. De todas maneras el decreto episcopal de 
aprobación, emanado el 23 de enero, pone las cosas en su sitio: en su parte positiva, que precede y justifica la dispositiva y tiene por 
ende que apoyarse en la realidad, fija históricamente el hecho de la fundación, atribuyendo a don Bosco el plan inicial de fundar en 
Mornese la Congregación llamada de las Hijas de María Auxiliadora; así se entiende en efecto cuando se habla de propósito ab 
admodum reverendo Domino Sacerdote Joanne Bosco Taurinensi, piae Societatis Salesianae Superiore, concepto, instituendi nempe in 
hac Diocesi, loco Mornisii Congregationem Filiarum Mariae Auxiliatricis 1. 

En la toma de hábito de agosto de este año se introdujo la última modificación del mismo. El velo, hasta entonces rectangular, fue 
redondeado un poco para poderlo amoldar a la cabeza mediante dos esquinillas formadas por los mismos alfileres que lo aseguran a la 
cofia; 
eso permite también doblar el borde anterior, de manera que caiga mejor alrededor del rostro y sobre los hombros. Se redondeó también 
la manteleta con cuello blanco, tal y como ya se había determinado desde la toma de hábito en mayo de 1875; se le añadieron por fin 
unas contramangas amplias y largas como para permitir hacer un amplio pliegue. La idea de esta última modificación nació al observar 
que las monjas de la ciudad, movidas por cierto sentimiento de ((287)) modestia 

1 Véase: Apéndice, doc. 25. 
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religiosa, iban por la calle y aparecían en el locutorio con las manos escondidas entre las mangas y se acercaban a la sagrada mesa con 
las mangas hasta los dedos. 

Diecisiete postulantas recibieron el hábito después de los ejercicios de las señoras. Don Miguel Rúa representó a don Bosco, que no 
podía ausentarse de Turín. Pero no sólo asistió a aquella breve ceremonia. 
Atendió las confesiones; después recordó el pensamiento de don Bosco sobre diversos puntos de la vida interior y exterior y sobre la 
aceptación de la obra propuesta por el Obispo de Biella; dio su parecer acerca de la conveniencia de ciertos traslados; se informó de la 
marcha moral de la comunidad y examinó de manera particular el estado económico de la misma. Para ello inspeccionó los libros de 
contabilidad, el funcionamiento de la cocina y del lavadero, el cultivo de la viña, la marcha de las clases y del taller de costura; allanó las 
grandes dificultades y animó a sufrir de buen grado los efectos de la grandísima pobreza. Aquella penuria doméstica debió impresionarle 
mucho, puesto que un día, al ver que le presentaban un flan, se abstuvo de él con gracia; 
y, es más, casi se afligía ante cualquier manjar un poco delicado que le ofrecieran aquellas buenas hermanas. Antes de marchar, visitó a 
una pobre hermana atacada violentamente por fiebres tifoideas, le proporcionó el ansiado consuelo de la profesión perpetua y le 
administró la unción de los enfermos. Salió con los predicadores, que fueron el ya mencionado monseñor Scotton y el teólogo Ascanio 
Savio, hermano del salesiano don Angel, y ambos primos de Domingo. 

El año 1876 salieron de la colmena de Mornese veintinueve monjitas, entre hermanas, novicias y postulantas, para enjambrar en seis 
lugares y comenzar otras tantas nuevas familias. El santo y seña de la Madre para todas era: observar la Regla, conservar el espíritu y 
ganarse el afecto de las muchachas, para llevarlas a Dios. 

Salieron primeramente tres para Vallecrosia el 9 de febrero. ((288)) Parecióles a ellas y a sus hermanas que iban al fin del mundo; pero 
más que la lejanía se comentaba acaloradamente en casa la idea de que iban a colocarse frente a los protestantes. Todavía se impresionó 
más la comunidad cuando el director, don Santiago Costamagna, dispuso que, para implorar sobre las «misioneras» gracias especiales 
del Señor, se celebrara un triduo de adoración eucarística, a manera de cuarenta horas, cosa absolutamente nueva en el Instituto. La 
Madre General y la Madre Vicaria quisieron acompañarlas por el camino cubierto de nieve hasta Gavi: allí, en el santuario de la 
Santísima Virgen, elevaron juntas una oración y, con lágrimas, se dieron el último adiós. Don Santiago Costamagna guió el grupito hasta 
Sampierdarena 
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y lo puso en manos del director de Vallecrosia, don Cibrario, que estaba a punto de partir hacia la meta. 

Mucho les consoló la paternal y buena acogida de monseñor Biale, obispo de Ventimiglia, que las sentó a su mesa en palacio y luego 
las llevó a tomar posesión de su residencia. El domingo siguiente, 13 de febrero, el Vicario General, canónigo Viale, bendijo la iglesita 
provisional, en la que comenzaron el Oratorio festivo; y el 14 se abrieron las escuelas. Como no había jardín ni patio para el oratorio, las 
hermanas imitaron lo que hacía en Mornese la madre Mazzarello antes de ser religiosa, a saber: juntaban a las niñas donde mejor podían, 
les explicaban el catecismo y después las llevaban de paseo y se paraban en algún lugar a propósito para cantar y jugar; volvían después 
a la iglesita para las funciones religiosas dominicales y, al anochecer, después de repartirles algunos regalitos, las enviaban a sus casas. 
Estos fueron los humildes comienzos de la grandiosa obra de las Hijas de María Auxiliadora en Vallecrosia. 

El 29 de marzo, acompañadas por don Miguel Rúa, llegaron a Valdocco siete hermanas, destinadas a instalarse en la famosa casa, que 
don Bosco había adquirido para ellas junto a la iglesia ((289)) de María Auxiliadora 1. El día anterior había publicado el Arzobispo el 
solemne decreto, por el que, aceptando la petición de don Bosco del año anterior, aunque no había recibido hasta entonces ninguna 
noticia segura sobre las nuevas hermanas, sin embargo, remitiéndose a la prudencia de monseñor Sciandra, obispo de Acqui, que las 
había aprobado en su diócesis, las autorizaba para establecer su residencia en Valdocco. En el mismo documento declaraba que con esta 
autorización no entendía aprobar la Congregación en su diócesis, sino que esperaba hacerlo sólo después de una conveniente prueba 2. 

Dice la crónica del Instituto que las elegidas fueron objeto de envidia de las hermanas por la fortuna que les caía de trabajar tan cerca 
de don Bosco. Las esperaba en la estación de Turín la madre de don Miguel Rúa. Después, el mismo Beato las presentó a la muy 
benemérita condesa Callori, que tanto le había ayudado para desalojar al demonio del lugar destinado a las Hijas de María Auxiliadora, 
como ya se narró en el volumen anterior. La piadosa y noble dama quiso servirlas ella misma la comida en presencia de don Bosco y 
después las acompañó a su habitación. La casa era tan pobre, que ni siquiera tenía cocina, de suerte que los Salesianos les suministraban 
lo necesario para el 

1 Véase: Volumen XI, pág. 313-316. 

2 Véase: Apéndice, doc. 26. 
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sustento. Las actuales moradoras de la gran casa de la dirección general, elevando la mirada más allá del lado opuesto de la plaza de 
María Auxiliadora, a un grupo de antiguos edificios, pueden exclamar: 

-íAquí estuvo, tiempo ha, nuestro Belén! 

Para lo espiritual estaban discretamente atendidas. El día 30, y por expresa delegación arzobispal, bendijo el párroco la capilla interior. 
Un laudable sentido de delicadeza sugirió a aquel eclesiástico subdelegar en don Bosco; pero éste prefirió que se cumpliera a la letra la 
disposición del Superior. Don Miguel Rúa era el confesor ordinario de las Hermanas; ((290)) don Bosco las ayudaba en todo con 
corazón de padre, dándoles a veces la conferencia mensual. 

Apenas se instalaron, no se quedaron mano sobre mano, sino que comenzaron enseguida el Oratorio festivo, abrieron una escuela 
gratuita, un tallercito de costura y catequesis diaria y dominical. El Beato las instruyó sobre la manera de ganarse a las niñas y atraerlas 
al Oratorio, regalándoles estampitas, naranjas o caramelos. Quiso don Bosco que en este oratorio hablasen de dos cosas a las muchachas: 
del agradecimiento que debían tener a quien les había proporcionado aquel beneficio. Ante todo el nombre: dedicó la casa a santa Angela 
Merici, en recuerdo de la señora Angela Bianco, que había respondido generosamente a su circular del año anterior. Después, un 
hermoso cuadro de san Carlos Borromeo, que mandó poner en la capilla, para honrar a la condesa Callori, que se llamaba Carlota. 

La tercera fundación fue la de Biella. En uno de sus viajes de aquel año se encontró el Beato con monseñor Basilio Leto, obispo de 
Biella, y, al saber que buscaba unas monjas para su seminario, le dijo: 

-íLe mando las mías! 

-»Pero, tiene usted monjas? 

-Sí, Excelencia; y creo que pueden encajar para su caso. 

Y así, de repente, se decidió abrir una casa en aquella ciudad. Las monjas destinadas a ella fueron siete, y salieron de Mornese el 7 de 
septiembre. El Obispo en persona las esperaba en la estación. Paternalmente se había interesado por la casa que se les preparó, 
preocupándose para que fuese higiénica, alegre y estuviera provista de todo lo necesario. Quiso que tuviesen su propia capillita, aun 
cuando estaban a pocos pasos de la catedral. En vano buscaban las monjas por todas partes una imagen de su querida Auxiliadora. Al 
darse cuenta de ello el Obispo, encargó enseguida a un joven artista de la ciudad que les pintase un cuadro en lienzo y de la manera que 
las mismas monjas le indicaron. Durante bastante ((291)) tiempo las Hijas de María Auxiliadora de Biella fueron las únicas que no 
estaban atendidas por los 
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Salesianos; pero suplía la paternal bondad de Monseñor. En marzo de 1877 fue la madre Mazzarello a visitarlas. El Obispo hízole 
grandes elogios de la Comunidad; pero la buena Superiora se despidió con una espina en el corazón; le pareció que aquellas hijas suyas 
tenían allí demasiadas comodidades. Era muy grande el trabajo; pero aquella comida y aquella casa tenían, según ella, un algo señorial 
que desdecía íde la pobreza y el espíritu de Mornese! Naturalmente no se marchó de Biella sin tributar su testimonio de piedad a la 
«Virgen de Oropa» en su vetusto santuario, tan querido también por don Bosco. 

Cuando la casa de Biella estuvo en marcha, le tocó la vez a Alassio. 
Siete monjas fueron allá el 12 de octubre, acompañadas por don Santiago Costamagna. Se encontraron con una casa pequeña, poco 
adaptada, sin la más mínima comodidad, sin una mesita siquiera para sentarse a comer. Era evidente que la urgencia de su ida no había 
dado tiempo a montarla; pero eso no quitó que su buena voluntad pasara en los comienzos por aquella dura prueba. 

El 8 de noviembre otro grupito de tres abrió la casa de Lu Monferrato. Los esposos José Rota y María Ribaldone se dieron por muy 
felices al haber logrado de don Bosco, después de repetidas instancias, que las Hijas de María Auxiliadora fueran a su pueblo a dirigir el 
asilo infantil, organizar un taller de costura y abrir un oratorio festivo. Ellos ofrecieron todo lo que hacía falta para el caso. 

Más modestos que en otras partes fueron los inicios de la casa de Lanzo, en diciembre. Sólo fueron allí dos monjas, que se alojaron en 
casa de una señora bienhechora. En aquella condición permanecieron hasta septiembre del año siguiente, cuando pudo instalarse una 
comunidad normal en una vivienda expresamente preparada. Pero la proximidad de Turín, adonde iban casi cada semana, hacía menos 
sensible el aislamiento de las dos primeras. Además, como Lanzo estaba en la archidiócesis de Turín, el Beato había pedido de antemano 
el beneplácito de monseñor Gastaldi con esta súplica: 

((292)) Excelencia Reverendísima: 

El gran provecho moral y material obtenido en los Seminarios y otros centros de educación que han introducido las monjas para los 
trabajos y ocupaciones adaptados a su condición, me han animado a hacer otro tanto en el Colegio internado de Lanzo. 

Suplico, por tanto, a V. E. Rvma., tenga a bien autorizar que algunas hermanas del Instituto de María Auxiliadora sean enviadas para 
este fin al mencionado colegio, en lugar expresamente preparado, y en las mismas condiciones con las que ha permitido que otras del 
mismo Instituto vinieran a dar clase a las niñas pobres en Valdocco. 

Se advierte que las ocupaciones de las religiosas serían exclusivamente en el colegio 
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y para el colegio, y que , por lo que toca a las prácticas de piedad, asistirán a las que tienen lugar regularmente para los alumnos del 
mismo colegio. 

Con la plena confianza de ser favorecido en esta petición, tengo el honor de profesarme con profunda gratitud. 

De V. E. Rvma. 

Turín, 10 de septiembre de 1876. 

Su atento y s. s.
JUAN BOSCO, Pbro.


El hecho de la ida demuestra que se concedió el beneplácito; pero no hemos encontrado ningún documento sobre el particular. 

Después de estas fundaciones, escribía la Madre General una carta a don Juan Cagliero y, tras enumerar las casas ya abiertas, se le 
ocurrió una ingenua gracia y dictó a la secretaria estas palabras: «Olvidaba la Casa que tenemos en el Paraíso, la cual siempre está 
abierta. Su Director no guarda ningún miramiento con los Superiores ni con el Capítulo; se lleva a quien quiere; y ya tiene siete». A 
juzgar por las memorias de aquel tiempo no se trasluce que tan frecuentes defunciones, en el lapso de un año, infundiesen miedo en las 
sobrevivientes; por el contrario, no se habla más que de los buenos ejemplos dados en vida por las difuntas y de la edificación causada 
en sus últimos instantes. 

Durante el verano del 1876 dieron las Hijas de María Auxiliadora una óptima prueba de su temple en una misión, que parecía escapaba 
al campo propio del Instituto. En efecto, tomaron a su cargo la asistencia de niños y niñas escrofulosos en Sestri Levante, en las playas 
de Liguria. La madre Mazzarello no aceptó la propuesta hasta ((293)) después de haber consultado al Siervo de Dios. Y así, desde 
primeros de junio hasta últimos de septiembre, hubo siete hermanas atendiendo a aquel caritativo oficio. Cristianamente caritativo 
decimos al considerar sus atenciones, y laicamente filantrópico, por el contrario, según el espíritu de los administradores, personas muy 
correctas, pero opuestas a la religión. 

Las Hermanas, sin el menor respeto humano, enseñaban catecismo a los pequeños, les hacían rezar las oraciones de la mañana y de la 
noche, les enseñaban a cantar canciones religiosas y los llevaban a misa y a comulgar. Alma de todo ello era la dirigente sor Enriqueta 
Sorbone, mujer prudente, animosa, y bastante conocedora del mundo. íCuántas chiquillerías tuvieron que soportar inicialmente, por parte 
de aquellos muchachos y muchachas! Pero, terminada la cura de baños, no parecían los de antes, ni siquiera moralmente. Los 
administradores 
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se declararon muy satisfechos de la labor de las Hermanas y ellas volvieron al nido satisfechísimas de su trabajo. 

Durante el año 1876 sucedieron en la casa de Mornese fenómenos extraordinarios, que turbaron la paz durante varios meses. Por 
recomendación de don Bosco, se había admitido a una postulanta misteriosa, Agustina Simbeni. Procedía de Roma. Decían que era hija 
de un desterrado político de Siberia. Alardeaba de conocer a distintos prelados y aseguraba haber tomado café en la taza del mismo Papa. 
Se la había recomendado a don Bosco uno de esos personajes de elevada posición, a quienes no se les puede rehusar nada; pero ninguno 
se la había presentado. Tenía una voz suave, maneras agradables, esbelta figura y cabellos rubios. Aunque no muy guapa, fascinaba a los 
que trataban con ella. Parecía inteligente y sana. Todas las de casa la querían; algunas la tenían por santa. Hasta el director, don Santiago 
Costamagna, la creía dotada de carismas superiores. La madre Mazzarello observaba y callaba. Su innato sentido común y su fino olfato 
de lo espiritual hacían que procediese con cierta reserva. Le dio mala espina también a monseñor Bonetti, párroco de Rosignano, al cual 
hacían poca gracia ciertas actitudes de la Simbeni. Y respondió a alquien que le presentó el favorable concepto del Director: 

-El Director no puede tener todavía ((294)) toda la experiencia de un viejo; y, además, siempre ha vivido en ambientes santos. 

El archivo de las Hermanas posee una larga relación de aquel tiempo, redactada por el Padre Fassio, a la sazón maestro municipal de 
Mornese. íHabía cosas sorprendentes! Agustina descubría los secretos de las conciencias, adivinaba lo sucedido en lugares lejanos, a 
veces parecía arrobada en éxtasis y, elevada sobre el suelo, cantaba en italiano y en francés con voz angelical. Le atacó una enfermedad 
misteriosa, llegó a las últimas, y curó instantáneamente. Se le aparecía una chiquita, que ella llamaba su niña, y que le revelaba secretos 
de toda clase. Llegó a profetizar que aquel mismo año acaecerían grandes trastornos en Roma, a causa de una guerra, que debía estallar 
sin falta. El vaticinio llegó al Oratorio, donde despertó una agitación indescriptible. La visionaria dio noticia de ello por escrito al mismo 
don Bosco, anunciando como prueba de su profecía que, a los tres días, ella, que gozaba de perfecta salud, moriría de repente. En la 
misma carta invitaba a don Bosco a asistirla en el extremo trance. Toda la comunidad estaba alborotada. 

Don Bosco no se movió; es más, respondió a don Santiago Costamagna, que le preguntaba si debía asistirla en su paso a la eternidad, 
que no hiciese nada. Pero llegó el tercer día y Agustina no murió. Dijo 
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que, si no había muerto, había que atribuir la causa a que don Bosco, a quien tenía importantes comunicaciones que hacer, había faltado 
a la visita. Por consiguiente, insistió en ser llevada a don Bosco a toda prisa. Y tanto hizo que la llevaron a Borgo San Martino, donde se 
hallaba el Siervo de Dios. Este le dijo, sin rodeos, en presencia de muchos: 

-íParece mentira que pueda haber tanta malicia y tanta soberbia en una mujer tan joven! íMarchad! Dios no está nunca con una persona 
desobediente como vos! 

Y, dirigiéndose a la acompañante, le ordenó: 

-Llevadla a casa, y que no aparezca nunca ante don Bosco ni en ninguna de nuestras casas. 

Agustina quería hablar todavía, disculparse, revelar nuevas ((295)) profecías, pero don Bosco se negó a oírla. Entonces ella pidió 
dinero para ir a Roma y presentarse al Papa. Y don Bosco, al ver que seguía insistiendo, ordenó que se le pagara el viaje, pero que no se 
le diera el dinero, sino que fueran a la estación a sacar el billete. 

Cuando Agustina oyó estas disposiciones, ya no quiso marchar y hubo que recurrir a la fuerza para sacarla de allí. Se le pagó, pues, el 
billete para Roma. Llegó a Sampierdarena y halló modo para volver a Mornese. Volvió a marchar. Regresó de nuevo. Y finalmente se 
fue para siempre y no se supo más de ella. 

»Fue una treta del demonio o una trama para arruinar al Instituto? 
Ciertamente hubo un peligro de sugestión colectiva, que habría podido causar un desastre irreparable. Mas, pese a algún momento de 
perplejidad, la madre Mazzarello demostró en general una clarividencia que resultó provechosa; el Beato, a su vez, cortó el incidente con 
su resolución. 

Hablando de tipos semejantes decía don Bosco: 

-Hay que estar en guardia. Realmente hay algunas pelanduscas, con tantos recursos y subterfugios que son capaces de engañar al 
hombre más prudente. Parece que el demonio las posee y les enseña todo lo que él sabe. No hay astucia que valga contra ellas. Si se las 
pilla en falta por un lado, tienen mil recursos y expedientes para parecer todavía más santas; si se descubren sus mentiras en algo, saben 
arreglárselas de modo que parecen las más sinceras del mundo. El hombre más sensato, incluso el sacerdote, no acierta a dar con una 
arma que las rinda; no hay más que la experiencia, la cual enseña que siempre existieron estas malas mujeres, siguen existiendo y no 
perdonan ninguna maldad, ningún engaño, cuando han abandonado al Señor y se han entregado al demonio. Por consiguiente, apenas se 
descubre a 
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personas realmente de esa ralea, soberbias, desobedientes o mentirosas, no hay que prestarles la menor fe, ni escuchar razón alguna, aun 
cuando hicieran milagros. No hay engaño, que no se deba razonablemente temer de ellas. 

((296)) Efectivamente, él siguió siempre esta regla y nunca se dejó engañar. Hacia 1880 una joven se hacía pasar por endemoniada, 
permitiéndolo así Dios para probar su virtud. También en aquella ocasión ocurrían cosas extrañas e inexplicables. Don Bosco examinó 
las circunstancias y respondió que no había nada de sobrenatural en lo que se afirmaba. Por el contrario, los que la dirigían le tenían gran 
aprecio y plena confianza, y, por consiguiente, se la presentaron para que la bendijese. Don Bosco, después de interrogarla, remachó su 
afirmación. No quisieron atenerse a su parecer. Aquélla mentía con tal desfachatez que negaba hasta las pruebas más evidentes; más aún, 
con fina perspicacia de ingenio volvía a su favor las mismas acusaciones y con ilusorios argumentos se presentaba como víctima de 
calumnias, pasando así por más santa todavía. Pero, si sus admiradores hubiesen mirado mejor, habrían podido darse cuenta de lo que 
vio don Bosco, es decir, de su falta de humildad y obediencia, y se habrían ahorrado el bochorno que suele seguir a semejantes 
engreimientos. 

Mientras estos hechos tenían lugar, la Virgen daba una prueba segura de maternal protección a sus hijas de Mornese. Era el prímer día 
del triduo de María Auxiliadora. Por voluntad de madre Mazzarello, asistió a la función de la iglesia sor Teresa Laurentoni, enferma 
desde hacía mucho tiempo, en una especie de cochecito, detrás de todas las demás. Estaba a su lado sor Inés Ricci. 

Al llegar el momento de la exposición de Jesús Sacramentado, la enferma se mueve, se pone encarnada, tiembla. Sor Inés se asusta y 
llama a la Madre. Esta se vuelve hacia sor Teresa y le dice imperiosamente: 

-íHija! Levántate, sube la escalera y ve a vestirte. 

Sor Teresa se levanta, sin ayuda de nadie, va y vuelve alegre y despejada como antes de la enfermedad. 

El 8 de julio escribía la Madre a don Juan Cagliero: 

«Sor Teresa Laurentoni está perfectamente curada». Tan curada que se le confió después la dirección de la casa de Turín y vivió hasta 
1920. Había nacido en Massignano de Fermo el 1857, hija de un Coronel Pontificio. 

((297)) Se deshizo la maniobra diabólica dentro de casa, y apareció otra asechanza que se estaba fraguando fuera contra el Instituto. La 
sorda hostilidad de los mornesinos contra el destino de la obra no aflojaba. 
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Esta vez entró en liza el Ayuntamiento. La causa próxima de la contienda fue de lo más mezquino que puede darse. Todo contribuía a 
aumentar el disgusto de los bien intencionados y a acelerar el éxodo de las hermanas de la tierra que las había visto congregarse, 
organizarse y lanzarse al porvenir. 

El señor Pastore, del concejo municipal de Mornese y por más señas antiguo alumno del Oratorio, ambicionaba conseguir no sabemos 
a ciencia cierta qué cargo, y acudió a don Bosco para que le ayudase a alcanzar su fin. El buen padre hizo cuanto pudo para contentarle; 
pero también a él le salía a veces el tiro por la culata. El desagradecido, como si don Bosco tuviese la culpa del fracaso, montó en cólera, 
lo tomó a pique y propuso en una sesión del Ayuntamiento el cese del maestro salesiano y de la maestra hija de María Auxiliadora, que 
enseñaban legalmente en las escuelas municipales. La propuesta no encontró seria oposición en el Concejo. íAquellos buenos concejales 
no entendían cuánto convenía a los Salesianos y a las Hermanas marcharse de las escuelas y también del pueblo y no calculaban el 
perjuicio material y moral que ello podía causar al ayuntamiento! 

Don Bosco envió a Mornese a don Francisco Bodrato, ecónomo general de la Congregación Salesiana y nacido en el pueblo. Este 
arregló la cuestión; pero dio a entender claramente a todos que se guardaran mucho de hacer cabezonadas, porque, de repetirse 
semejantes actos de hostilidad, don Bosco se iría de Mornese; cerca estaban Gavi y Serravalle, que ofrecían más comodidades; también 
le gustaba Novi, por muchas razones; y ya tenía él demasiados motivos para marcharse de un rincón tan inadecuado e incómodo sin 
necesidad de que se le añadieran estorbos de otro género; que anduvieran con cuidado para no echar el granito que obligara a inclinarse 
la balanza. 

Cuando don Bosco estuvo informado, pensó que debía empezar a tomar sus medidas, y así encargó a don Francisco Bodrato que 
escribiera al abogado Traverso, persona muy benévola e influyente, ((298)) para que buscara, si llegaba el caso, adónde era más 
conveniente irse en hora mala. Pero la voz de la probable salida de Mornese ya había corrido entre los notables de la comarca, por lo que 
dicho señor, concejal en Gavi, le informó, le expresó calurosamente su aprobación y le ofreció espontáneamente sus servicios 1. 
Mientras iba disponiendo la Providencia de este modo los acontecimientos, hasta llegar a la solución del problema, se iba madurando 
cada día más en la cuna de la institución aquel buen espíritu, que animaría a la primera generación 

1 Véase Apéndice, doc. 27. 
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de las Hijas de María Auxiliadora y que, en las sucesivas generaciones, se llamaría «espíritu de Mornese» y sería considerado como el 
ideal perenne de toda la Congregación. Mientras tanto, guiadas por este espíritu, se portaban tan excelentemente en las casas de reciente 
fundación como para merecer que el Beato escribiese de ellas este sencillo, pero envidiable elogio: «Las Hijas de María Auxiliadora 
hacen mucho bien allí donde van» 2. 

2 Carta a don luan Cagliero, 13 de octubre de 1876. 

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((299)) 

CAPITULO XI 

PREPARATIVOS PARA LA SEGUNDA EXPEDICION DE MISIONEROS 

EL rumbo tomado por las cosas en América obligaba a don Bosco a preparar sin demora una nueva expedición de misioneros, que fuese 
todavía más numerosa que la primera. Don Juan Cagliero pedía por lo menos unos veinte. Para juntar a tantos, no había más remedio que 
desguarnecer los colegios de Italia; pero esto, como fácilmente se comprende, alarmaba a los Directores de las casas, cuyo personal ya 
estaba reducido a la mínima expresión. Viajaba un día el Beato con don Francisco Cerruti, desde Alassio a Albenga; enaltecía el campo 
ilimitado, abierto por el Señor a los Salesianos en América, en Oceanía, en Africa y en otras partes y nombraba las múltiples casas a 
establecer en diversos lugares. Pero don Francisco Cerruti, en vez de entusiasmarse, daba evidentes señales de distracción. Diose cuenta 
de ello el Beato, cortó su charla y le preguntó: 

-»Pero, comprendes lo que estoy diciendo? 

-Un poco, pero... 

-Ya, ya; no queréis reflexionar y por eso no comprendéis. 

Pero el Siervo de Dios, que no hacía las cosas a tontas y a locas, tenía muy en cuenta estos estados de ánimo, y proyectaba con tiempo 
combinaciones de modo tal que se hicieran lo menos sensibles posible las mermas de personal. Al mismo tiempo le animaba la 
certidumbre de que siempre podía ((300)) contar con la buena voluntad y el espíritu de sacrificio, que él mismo había infundido en sus 
directores. »No se habían criado desde pequeños en el Oratorio? A este propósito dijo un día: 

-Es una gran ventaja para nosotros el haber recibido de pequeñitos a la mayoría de los que se hacen salesianos. Llegan a mayores 
acostumbrándose sin darse cuenta a una vida laboriosa, conocen todo el armazón de la Congregación y fácilmente se capacitan para 
cualquier asunto; enseguida se convierten en buenos asistentes y buenos maestros, con unidad de espíritu y de método, sin necesidad de 
que 
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nadie les enseñe nuestro estilo, porque lo aprendieron mientras eran alumnos. Nos dan además mayores esperanzas de que se seguirá 
conservando el espíritu y no habrá divisiones o necesidad de reformas. Cuando entra en una Congregación un hombre de mucha ciencia 
y autoridad, si no es un gran santo, esto es, si no sabe adaptar siempre su voluntad en los casos particulares a la de los Superiores, hará 
más mal que bien. Resulta muy difícil despojarse totalmente del antiguo Adán, sobre todo si no se trata de vicios graves o de acciones 
pecaminosas, sino de cosas que hace cada uno con toda su buena fe. Con su ejemplo desvía el espíritu antiguo y aporta gravísimas 
consecuencias para la marcha de los demás. Creo que hasta nuestros tiempos no hubo una Congregación u Orden religiosa que haya 
tenido tanta oportunidad para la elección de las personas más aptas para ella... Otra cosa que me da motivo para confiar que también se 
conserve nuestro espíritu en el futuro y en lejanas tierras es el nombrar para superiores de las casas a aquellos que han vivido mucho 
tiempo en la Congregación y han pasado por muchos grados en ella... 

-Se abrirán muchas casas, pero, sin parar mientes en ello, se elegirán para directores casi todos los sacerdotes y clérigos que se 
enviaron de aquí, antes de que puedan creerse aptos para tales cargos los que ahora van creciendo en aquellos lugares. Los que han 
vivido mucho tiempo entre nosotros, infundirán en los otros nuestro espíritu y antes de que haya un americano que pueda alcanzar mucha 
autoridad entre los ((301)) socios, el espíritu salesiano se habrá connaturalizado y habrá echado profundas raíces en el nuevo mundo 1. 

Los preparativos para la segunda expedición fueron tan difíciles como los de la primera; pero los conocemos menos. Nos es dado 
intuirlos a través de la escasa correspondencia de don Bosco durante los meses de agosto, septiembre y octubre. De estos preparativos 
dio noticia a don Juan Cagliero, por la Asunción. 

Muy querido Cagliero: 

Todo como de costumbre. Se trabaja para el equipo. Los veinte se están preparando; es necesario ultimarlo todo antes de la partida. 
Necesitamos los pasajes: unos gastos graves, hechos para la casa de Niza, nos han dejado en plena miseria, pero a trancas y barrancas 
saldremos del apuro. 

Son unos doscientos los que piden ir a Patagonia. Por toda Italia y Europa política y religiosa se habla de nuestro proyecto para 
Patagonia. Dios lo quiere así; ojalá nos ayude a poner nuestra parte. 

Espero noticias positivas. 

1 Crónica de Julio Batberis, 12 de agosto de 1876. 
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Dirás a todos nuestros queridos que serán siempre gaudium et corona mea. 

Dios nos bendiga a todos. 

He recibido la carta del Arzobispo y le escribiré con el pensamiento del Padre Santo. Amén. 

Dios nos bendiga a todos y creedme siempre en Jesucristo. 

Turín, 13-8-1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


Don Juan Cagliero habló del asunto de los pasajes con la Curia de Montevideo. Gracias a la ayuda del Gobierno se obtuvieron diez 
para los Salesianos que iban destinados al colegio de Villa Colón, aunque dos de ellos llegarían más tarde que los primeros; las gestiones 
se llevaron a cabo entre el agente de la Compañía del Pacífico en Montevideo y el agente de Burdeos. Estuvieron a cargo del secretario 
del Vicario Apostólico que ya conocemos. El celo desarrollado por aquellos buenos amigos para ((302)) esto, lo mismo que para la 
preparación del colegio, no dejó de suscitar contrariedades locales; pero ellos, lejos de desanimarse, cobraban aliento, convencidos de 
que era obra de Dios y de que las contrariedades son el sello habitual de las obras de Dios 1. 

En la carta del Arzobispo de Buenos Aires, a la que don Bosco se propuso contestar, vemos cómo las simpatías del celoso Prelado 
hacia los salesianos no se entibiaban; antes al contrario, para secundar los designios del Beato en favor de los salvajes, tenía pensado 
emprender un viaje hasta el remoto Carmen de Patagones en compañía de don Juan Cagliero y estudiar allí qué se podía hacer para este 
fin 2. 

En cuanto a los preparativos, don Bosco procedió sistemáticamente; despertó el interés de la opinión pública, se dirigió a las altas 
esferas y solicitó individualmente la caridad de las personas adineradas. 

En efecto, durante el mes de agosto los dos periódicos católicos más importantes de Italia publicaron con cierto intervalo el uno del 
otro largos y cuidados artículos con los ideales de don Bosco sobre la evangelización de Patagonia 3. Ambos, después de exponer lo que 
ya se había hecho y manifestar las razones de halagüeñas esperanzas para el futuro, informaban a los lectores de los progresivos 
desarrollos que se intentaba acometer, y de los medios que se necesitaban al efecto. 

1 Véase Apéndice, doc. 28. 

2 Véase Apéndice, doc. 29. 

3 Osservatore Romano del 9 de agosto; Unità Cattolica del 23. 
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En uno y otro periódico se apoyaron después otros órganos de la prensa para tratar la cuestión, y difundir la noticia a todas las clases 
sociales. Oportunamente envió también don Bosco a los diarios una circular, que repartió a la vez por correo a muchísimas personas, 
apelando a la generosidad de todos. El mismo se pasó varios días escribiendo direcciones: los que conocían su letra, al recibir 
directamente de él el impreso, hacían más caso. La circular tuvo dos redacciones; la segunda, además de algunos retoques en la forma, 
ofrece diversas añadiduras ((303)) de noticias llegadas a don Bosco después de la publicación de la primera. En ésta se anunciaba la 
partida de doce misioneros con un gasto superior a cuarenta mil liras; en la segunda, los misioneros suben a veinte y los gastos se 
acercan a sesenta mil liras. El número de misioneros será aumentado a última hora. Presentamos aquí el texto definitivo y señalamos en 
cursiva las añadiduras introducidas. 

Benemérito Señor: 

Dios piadoso, rico en misericordia, se dignó bendecir el pensamiento de una misión en la República Argentina, y en el lapso de pocos 
meses los misioneros Salesianos pudieron fundar un Colegio en Montevideo, abrir un internado para muchachos desamparados, atender 
al culto de la iglesia llamada Madre de Misericordia, iniciar Escuelas y Oratorios festivos en Buenos Aires para los numerosos italianos 
que allí moran. 

Se acabó y se abrió un Colegio en San Nicolas de los Arroyos, en el que ya hay mas de ciento veinte jovencitos, algunos de los cuales 
pertenecen a familias, que han vivido entre las tribus salvajes. Aneja al Colegio han abierto también una iglesia pública, adonde acuden 
los adultos para escuchar la palabra de Dios, oír la santa misa y recibir los Santos Sacramentos de la Confesión y Comunión. Con la 
apertura de estas Casas queda trazado el camino para avanzar hacia los salvajes; el Padre Santo se dignó bendecir y recomendar la 
piadosa empresa. Ahora se trata de instalar un nuevo instituto en la ciudad de Dolores, otro en Carmen, último poblado de la República 
Argentina entre el Atlantico y Patagonia. En las cartas recibidas en este momento de los Misioneros se nos da la gran satisfacción de que 
en tres puntos los salvajes piden Misioneros, que vayan a ellos para anunciar el reino de los cielos. Otras casas, otros internados del 
mismo género se proyectan en la República de Chile. Allí se nos ofrece abrir en Santiago, su Capital, un internado para la multitud de 
niños abandonados, que viven sin instrucción, carentes en absoluto de medios para conocer a Dios Creador; un colegio en Valparaíso, 
segunda ciudad de aquella República, un seminario menor en la ciudad de Concepción, última Diócesis al Sur y colindante con los 
salvajes de Patagonia. 

Abiertas estas casas, organizados estos internados, queda asegurada la moralidad y la religión entre los indígenas, se puede dar una 
educación científica y cristiana a los niños de toda clase, y entretanto se cultivan las vocaciones eclesiásticas, que por ventura se 
manifestasen entre los alumnos. De este modo se espera preparar misioneros para los pamperos y para los patagones; y por consiguiente 
los salvajes llegarían 
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a ser evangelizadores de los mismos salvajes, sin peligro de ver renovadas las matanzas ((304)) de tiempos pasados. El proyecto de 
formar misioneros indígenas parece que ha merecido las bendiciones del Señor, pues ya hay diez muchachos indígenas grandecitos que 
lo pidieron y fueron admitidos entre los misioneros. Es vivo el deseo de éstos por abrazar el estado eclesiástico e ir a predicar el 
Evangelio a los salvajes. 

Pero los Salesianos enviados, ya establecidos en el campo envagélico asignado por la divina Providencia, son insuficientes para el gran 
trabajo que llevan entre manos y para el todavía mayor que se les presenta. 

Y para que no sucumban bajo el peso de las fatigas, es indispensable enviar inmediatamente en su auxilio no menos de veinte nuevos 
colaboradores. Este es precisamente el número que nos piden desde allá y que se está preparando; todos ellos se consideran felices de 
poder arrostrar toda clase de peligros, para unirse a sus Hermanos y trabajar con ellos para ganar almas a Dios. Pero, lo mismo que el año 
pasado tuve que acudir a la caridad de los fieles para la primera expedición, así debo hacerlo al presente. Hay que proveer de libros, de 
equipo personal, ornamentos y vasos sagrados, enseres escolares, domésticos, y de viaje para los que van a salir. También hay necesidad 
de muchos otros objetos que piden los que ya se encuentran en la misión, pues en aquellos remotos países se carece de todo. Los gastos 
para la nueva Misión superan las sesenta y seis mil liras. Para ir juntando esta cantidad no tengo más remedio que recurrir a la caridad de 
los buenos católicos y especialmente a V. S. Benemérita. 

Mientras los Salesianos ofrecen con gusto su vida para salvar almas, se dirigen a su caridad desde el lugar de su misión y le suplican 
acuda en su socorro con su limosna. Haga lo que buenamente pueda, y recomiéndenos a las personas caritativas, con quienes V. S. se 
relaciona. Cualquier limosna, por pequeña que sea, puede enviarse al abajo firmante por el medio que resulte más cómodo al benemérito 
donante. 

Nuestro amoroso y divino Salvador, que murió en la Cruz por la salvación de todos, bendiga y recompense generosamente a todos 
nuestros bienhechores. Los misioneros por su parte, tanto los que ya están en América, como los que se disponen a partir, aseguran 
diarias oraciones en favor de sus bienhechores, y yo, en nombre de todos, con la más viva y profunda gratitud, tengo el alto honor de 
poderme profesar. 

De V.S. 

Turín, 25 de agosto de 1876. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

Quiso en esta ocasión llamar más directamente la atención del Gobierno italiano para recabar apoyo moral y ((305)) material. No se 
forjó ilusiones sobre el resultado de su gestión; más aún, dijo francamente que preveía que estaba escribiendo sobre el agua, pues todas 
las cartas y aclaraciones verbales habían resultado inútiles hasta entonces. Pero no daba ninguna importancia a eso, porque al menos 
tenía asegurados dos buenos resultados. Ante todo se enteraba el Gobierno de este modo de lo que los suyos hacían, y podía convencerse 
de que no se actuaba en secreto ni se trabajaba bajo mano, sino que todo se 
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hacía a la luz del día. Además podían los gobernantes convencerse cada vez más de que la única finalidad de don Bosco era trabajar por 
el bien de Italia y de los italianos, hasta cuando alzaban velas hacia playas remotas. 

-Estos, insistía él, se conforman y no hacen más indagaciones cuando ven claras y patentes nuestras intenciones y nuestras obras. 
Este es el fin de la fiesta en el colegio de Lanzo con motivo de la inauguración del ferrocarril; y es lo que haré aquí ahora y siempre. 
Cuando se presenta la ocasión, es bueno hablar, decir y manifestar, de modo que conozcan lo nuestro; porque ahora con estos personajes 
encumbrados se va adelante con miedo y sospecha en todo. Basta que sepan que una Congregación actúa, y no conozcan lo que hace, 
para que teman enseguida y anden ojo avizor. No hace falta mirarnos con anteojos de aumento: lo decimos todo a quien quiere enterarse 
y, si cuadra, también a quien no quiere. Verdad es que se necesita dar a conocer muchas cosas, y hacer que se oigan, porque en general 
agradan al público; otras, por el contrario, no conviene divulgarlas tanto, porque pueden herir la susceptibilidad de algunas 
corporaciones religiosas, o hacer fruncir el ceño a ciertos tipos prudentes o descontentadizos; pero, la verdad sea dicha, nosotros 
verdaderamente somos demasiado expansivos. 

El lugar oportuno para tratar sobre misiones con el Gobierno era el Ministerio de Asuntos Exteriores. Don Bosco se valía para sus 
relaciones con aquel Ministro del comendador Malvano, su secretario general, israelita piamontés, que en todo tiempo fue 
extremadamente bondadoso con él. Así, pues, por su medio envió al ministro Melegari esta memoria: 

((306)) Excelencia: 

El pasado mes de abril tuve el honor de exponer a V. E. la triste condición en que se encuentran los italianos dispersos por la 
República Argentina y otros países de América del Sur, por falta de instrucción y educación moral. Sugería a la vez algunos medios que 
me parecía podían remediar aquella necesidad, y explicaba cómo, a título de experimento, yo había enviado diez socios salesianos, es 
decir, diez miembros de la asociación de beneficencia titulada de San Francisco de Sales, cuyo fin es atender a los niños más pobres y 
abandonados de la sociedad. 

V. E. mostró su aflicción ante aquella relación, alabó el proyecto y prometió el apoyo del gobierno, por lo que me dirigió al marqués 
de Spínola, que estaba a punto de partir como embajador a Buenos Aires. Aquel inteligente señor apreció la gravedad de la situación, 
prometió ocuparse del asunto con toda su energía, tan pronto como asumiera el cargo, y mientras tanto me aconsejó continuara la 
negociación en Italia con V. E. 
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Fin de Página 263 


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Al presente tengo el honor de notificar a V. E. que se abrieron con éxito algunas escuelas y se atiende al servicio religioso de la Iglesia 
de los Italianos en Buenos Aires. 

Se abrió un colegio en San Nicolás de los Arroyos, con alumnos internos y otros que, no habiendo podido ser admitidos como 
pensionistas, van a la escuela como externos. 

Se abrirá también cuanto antes un hospicio para muchachos más pobres que viven en aquella capital y un colegio en Montevideo con el 
mismo fin que el de San Nicolás. 

Si place a V. E. podré tratar sobre las providencias a tomar para el mantenimiento de aquellas escuelas, el hospicio y colegios, cuando 
haya enviado su relación el señor marqués de Spínola. 

En el estado actual de las cosas, solamente suplico a V. E. que tenga a bien conceder un socorro para sufragar los gastos de equipo y de 
viaje para veinte socios salesianos, que deben partir cuanto antes para ayudar a sus compañeros, que lo piden encarecidamente, pues se 
ven en la imposibilidad de atender el mucho y creciente trabajo. 

Abrigo viva confianza de que V. E. prestará su eficaz apoyo a esta obra, que, a más de ser nacional, va encaminada de una manera 
especial a mejorar la clase más necesitada de la sociedad, a los hijos de las familias italianas que están en peligro. 

Concédame el honor de poderme profesar con todo aprecio 

De V.E. 

Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.


El Beato envió este escrito al señor Malvano para presentarlo al Ministro, acompañándolo con la siguiente carta: 

((307)) Ilustrísimo señor Comendador: 

Adelanto mi más cordial acción de gracias por las muchas molestias, que le he causado, y especialmente por los datos que me facilitó 
en torno a la Patagonia y a los autores que tratan de ella. 

Sigo contando con el generoso ofrecimiento de su válido apoyo, y me encomiendo a su bondad para que se digne leer la instancia que 
le acompaño, dirigida a S. E. el Ministro de Asuntos Exteriores y la ponga bajo su valiosa protección para que logre su efecto. 

Es una empresa difícil, que no puede sostener un particular, pero es necesaria y redunda en favor de miles de familias italianas, que, a 
su vuelta a la patria, tendrán hijos díscolos o bien honrados ciudadanos, según la educación que se les dé. 

Sería también una gloria para Italia, si fuera la primera de las naciones que cooperara eficazmente a la civilización de Patagonia y de 
los salvajes limítrofes. 

Tenga a bien aceptar las oraciones de este humilde sacerdote, que le desea felicidad y vida dichosa, al tiempo que tiene el honor de 

poderse profesar con gratitud, 

De V. S. Ilma. 

Turín, 12 de agosto de 1876. 

Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.


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La respuesta del secretario ministerial fue dilatoria, si es que no ponía en un brete a su jefe. Los hombres de gobierno de entonces que 
no oyeran a los hombres de Iglesia al menos como quien oye llover, podían considerarse tan raros como una mosca blanca. Contestó, 
pues, que para concentrar a los italianos en un punto determinado de la Patagonia, era preciso estudiarlo bien, puesto que se había 
enconado en los últimos tiempos una antigua controversia entre Chile y Argentina sobre el reparto de los respectivos dominios en 
aquellas regiones; que, por tanto, era prudente diferir todo plan para tiempos mejores; y que se reservaba hablar del asunto en persona y 
de palabra en el Oratorio de Valdocco, cuando turcos y servios le dejaran libre para poder ir al Piamonte a respirar un poco de aire fresco 

1. No es en vano repetir aquí cómo la idea utópica ((308)) de fundar una colonia italiana bajo el dominio de la madre patria cedió el 
puesto al plan realizable de una colonia semejante a la galesa del Chubut, es decir, formada por emigrantes italianos, favorecida por 
Italia y gobernada plenamente según las leyes argentinas. El señor Malvano añadía: 
«Acerca del asunto del subsidio para el transporte de los muchachos a enviar a los nuevos institutos fundados por usted o mejorados en 
Argentina, el ministro ha querido (secundarlos es costumbre constante en estos casos) que ante todo se escriba al Embajador de Buenos 
Aires para oír su parecer. Aguardaremos la respuesta del marqués de Spínola, el cual debe haber llegado a su puesto en los últimos días 
del pasado mes de julio». Al llegar aquí «para no hurtarle excesiva parte de su precioso tiempo» puso punto final, recomendándose a su 
benevolencia. Y también para todo el asunto fue de veras punto final, a pesar de que el Siervo de Dios volvió a las tornas dos meses 
después con esta carta: 

Ilustrísimo señor Comendador: 

Se aproxima la fecha de partir mis misioneros hacia la República Argentina y tengo verdadera necesidad de ayuda para el viaje. El 
Gobierno de aquella República abona los pasajes para ocho; quedan todavía doce, cuyo viaje no sé cómo pagar. Tenga esta caridad 
conmigo y con los pobres italianos dispersos por la República o mejor por las Repúblicas de América del Sur, y apóyeme para que pueda 
realizar esta expedición. No pido socorro para las escuelas ya abiertas y en marcha. Esperaremos los resultados prácticos. 

Creo que el marqués de Spínola ya habrá escrito sobre el particular y habrá hecho 

1 En 1876 Servia se rebeló contra Turquía. Fue vencida; mas, por la intervención armada de Rusia, obtuvo su plena independencia 
(tratado de Berlín, 1878). 
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una exposición de las cosas idéntica a cuanto verbalmente y por escrito tuve el honor de narrar. 

Pido a Dios le conceda vida feliz y créame con sincera gratitud, 

De V. S. Ilma. 

Turín, 12 de octubre de 1876. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

Vemos por esta carta el generoso subsidio del Gobierno argentino para ocho pasajes. Don Bosco no podía saber todavía que el del 
Uruguay pagaba otros ((309)) diez. El italiano le dio mil liras «con el vivo pesar de no poder aportar más», dirá más tarde el Beato. 

Era muy lógico que don Bosco llamara también a las puertas de Propaganda Fide. A ello tiende su larga carta al cardenal Franchi, 
Prefecto de la Congregación, que ya le había pedido noticias detalladas acerca de Patagonia. Le envió precisamente en dicha 
circunstancia la redacción hecha por don Julio Barberis. La Santa Sede quería fundar en el territorio de Patagonia, como anteriormente 
hemos indicado, una prefectura apostólica, para confiarla a los Salesianos. 

Eminencia Reverendísima: 

He tardado en enviar a V. E. Rvma. las noticias que he podido recoger en torno a Patagonia y pido por ello humilde perdón. Algunos 
asuntos, que no he podido diferir, los pocos autores y las escasas noticias que ellos aportan sobre aquellas vastas regiones me hicieron 
emplear más tiempo del previsto. 

Este pequeño trabajo no es completo, y, si por ventura se tratase de imprimirlo, necesitaría algún tiempo para repasarlo despacio. Pero 
no fue posible encontrar una historia de los experimentos ya hechos para evangelizar la Patagonia. Lo poco que se pudo encontrar ha 
habido que sacarlo de autores, que hablan de las misiones sólo incidentalmente. 

Ahora el punto principal está en reunir los medios materiales para esta segunda expedición, en cuya necesidad me encomiendo a V. E. 
Rvma. 

El Secretario agente del difunto Duque de Módena me ha escrito que aquel Soberano, al morir, dejó al Sumo Pontífice una cantidad 
considerable para entregarla en favor de las misiones 1. Dígnese V. E. hacerme el favor de hablar de ello con el Padre Santo y, si por 
casualidad, tuviese todavía algo disponible, suplíquele tenga a bien extender su beneficencia a los Salesianos, que están llenos de buena 
voluntad, pero faltos de medios materiales. Su Santidad ha mostrado siempre gran bondad para esta piadosa empresa. 

Ya han empezado a aparecer las vocaciones entre los indígenas en San Nicolás y 

1 Francisco V, último duque de Módena, murió en Viena el 20 de noviembre de 1875. Fue hombre muy adicto a Pío IX. 
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en Buenos Aires y espero que dentro de algunos años no serán necesarias sino raras expediciones. 

Me encomiendo también a la caridad de V. E. Rvma., suplicándole nos proporcione algún objeto del que pueda V. E. disponer para 
estas misiones, como por ejemplo, misales, antifonarios, graduales, cartillas de preces para la bendición con el Santísimo Sacramento y 
para las misas de difuntos, o vasos u ornamentos sagrados de ((310)) cualquier clase. Los misioneros nos piden todas estas cosas, 
especialmente para las casas, que van a abrir en los confines de Patagonia. Por la carta impresa, que le acompaño, puede V. E. conocer el 
grave estado de la misión salesiana y convencerse de que éste parece ser el momento favorable para dar un paso hacia los salvajes 
patagones y también hacia los pamperos. 

Para reducir en lo posible el trabajo de S. E., he encargado de todo al señor Alejandro Sigismondi, mi procurador general, que habita 
cerca del palacio de Propaganda. El cumplirá cualquier disposición, cualquier cosa que se le ordene a este propósito. Es un piadoso 
señor, que trabaja de muy buen grado por el bien de la Iglesia y no necesita de nada. 

Compadezca V. E. la libertad que me tomo; pero estoy convencido de que el éxito de este proyecto depende, después de Dios, del 
apoyo que V. E. preste al mismo. 

De acuerdo con su propuesta, he aceptado las escuelas de Ariccia y probablemente también las de Albano. 

Humildemente postrado, imploro su santa bendición, mientras con la mayor gratitud tengo el honor de poderme profesar 

De V.E. 

Turín, 23 de agosto de 1876. 

Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.


Ignoramos qué efecto obtuvo esta súplica; sabemos, en cambio, que un ruego análogo, dirigido al Padre Santo, logró un óptimo 
resultado. En efecto, Pío IX, por medio del cardenal Bilio, no sólo le expresó su alta complacencia por la nueva expedición, sino que le 
envió cinco mil liras, «cantidad muy considerable», advertía el mismo Cardenal, si se tenían en cuenta los inmensos gastos, que, por 
entonces más que nunca, pesaban sobre el Papa 1. 

Otros informes en torno a la solicitud de don Bosco para preparar el personal y recoger el dinero necesario, nos los proporcionan dos 
cartitas, que él mismo escribió a don Juan Cagliero en la primera mitad de septiembre. 

Queridísimo Cagliero: 

Si puedes, procura que los pasajes sean pagados aquí y que también se nos envíe el dinero a nosotros. El Cónsul general argentino nos 
aseguró grandes ((311)) rebajas. 

1 Carta del cardenal Bilio a don Bosco, 29 de octubre de 1876. 

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Dijo a don Bazzani que él ahorraba quinientas liras en los puestos de primera clase. 

Además, esperamos algo del Gobierno y del Papa. 

Recibo en este momento tu carta, desde San Nicolás. La daré curso. »Pero, no es más conveniente don Daghero que don Tamietti? 
Para el 15 de septiembre espero señalarte el personal de Villa Colón. 

Turín, 1.° de septiembre de 1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


Carísimo Cagliero: 

Estamos en Lanzo, donde distribuimos el personal para Italia, Europa y América. Espero que todo quede bien organizado. Para ajustar 
el personal en regla, harían falta veinticinco, y los habría; pero la dificultad está en los gastos del viaje. De todo modos, para el primero 
de octubre tendrás nota de los nombres y sus cualidades. En cuanto a las monjas, habrá que aguardar hasta abril. 

El valioso clérigo Vigliacco voló al Paraíso; pidamos por él. 

Hay gran animación por ir a las misiones; abogados, notarios, párrocos, profesores piden hacerse salesianos ad hoc. 

Esforzaos para tener alumnos o adultos, que hayan vivido entre los salvajes. Si algunos quisiesen venir a Europa para hacer los 
estudios o aprender oficios, podéis enviarlos. 

Escríbeme después de la visita que hagas con el Arzobispo a Carmen o Patagones; dile al mismo que el Padre Santo desea muchísimos 
nuevos experimentos en favor de los salvajes, que aplaude nuestros esfuerzos por abrir casas de educación en sus confines y que nos 
industriemos con toda voluntad para formar clero indígena. 

Mil saludos a los amigos y bienhechores de siempre y a todos nuestros hijos, don Juan Bautista Baccino, don Esteban Belmonte, etc. 

Tuyo en Jesucristo. 

Lanzo, 12 de septiembre de 1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


Pese a las laboriosas gestiones que requerían la pía Unión de los Cooperadores Salesianos y la Obra de María Auxiliadora 1, las 
nuevas fundaciones de ambas familias religiosas, el gobierno ordinario de la Congregación y del Oratorio, el encarrilamiento del año 
escolar, los preparativos para la segunda expedición y otros asuntos que requerían tiempo y cuidados, sin embargo, ((312)) el 
pensamiento de don Bosco cruzaba a menudo el Océano para comunicar a los operarios evangélicos de la primera hora las solicitudes de 
su afecto paternal. Basta leer 

1 Véase Volumen XI, cap. III y IV. 

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los renglones de su correspondencia epistolar, no desaparecida con los avatares humanos. Con el correo mensual de octubre escribía a su 
querido Cagliero. 

Mi querido Cagliero: 

Estoy en Vignale y la condesa Callori, que se ha recuperado de su larga enfermedad, te escribirá algo. 

Nosotros apresuramos los preparativos para la salida, que será para el catorce de noviembre, si no hay orden en contra. Cuento con los 
ocho pasajes del Gobierno argentino; ya me las arreglaré de algún modo para el resto. He escrito al Ministro de Asuntos Exteriores, que 
me prometió el oro y el moro. Ya veremos si me llega algo, aunque se quede él con el brillo del oro prometido. En cuanto reciba la 
respuesta te daré noticia de ello. 

De acuerdo con la nota del personal, que te envié a primeros de este mes, podrás comenzar a formarte una idea sobre la manera de 
distribuirlo. Con el correo del primero de noviembre próximo recibirás los informes positivos en torno a todo el personal y a las 
modificaciones del mismo, que espero te satisfará. El número pasará de veinte: probablemente veintitrés. 

Tenemos en casa cuatro sacerdotes, que se preparan para ir a las misiones. Dan muestras de estar muy animados. Uno, Esteban 
Bourlot, ya podrá ser enviado; los otros serán estudiados todavía. Para la fiesta de Todos los Santos vendrán otros cuatro. Ya veremos. 

El cardenal Bilio, por mediación del Padre Santo, nos pide maestros para el Seminario Sabino; idem el cardenal Franchi para Ariccia; 
idem el cardenal Di Pietro para el Seminario menor de Albano; idem el Ayuntamiento de Albano para su colegio; idem el Seminario de 
Novara en Miasino. »Quieres saberlo todo? Este año abrimos veinte casas, entre el uno y el otro mundo, incluyendo también las de las 
Hijas de María Auxiliadora, que lo hacen muy bien allí donde van. 

En Niza hemos comprado un edificio estupendo, donde podremos admitir cien aprendices y otros tantos Hijos de María. Si vieses con 
tus ojos lo que hace nuestra Congregación, dirías que son fábulas. Que Dios nos ayude a corresponder. Se recibió tu libramiento de 
cuatro mil francos de oro y se empleará para el fin indicado. 

Los misioneros estudian el español. Algunos han hecho verdaderos progresos; otros, secundum quid; pero creo que, con poco tiempo 
de estudio en el lugar, se capacitarán para entrar en clase. 

Recibirás un ejemplar de las cartas impresas. Conviene que los nuestros ((313)) las lean, para que sepan lo que se imprime, y, cuando 
haga falta, estén y den muestras de estar enterados. 

He recibido la carta del señor Benítez, a la que contestaré por otro correo 1. 

La condesa Callori está bastante bien de salud, pero aún no puede escribir y me encarga te dé las gracias por las dos cartas que le has 
dirigido; le causaron gran alegría y espera contestarte tan pronto como la salud, o mejor su cabeza, se lo permita. 

1 El señor Benítez daba las gracias por la condecoración pontificia y tenía una mención notable respecto a «los proyectos de establecer 
casas para la educación de las niñas». Véase Apéndice, doc. 30. 

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El nuevo párroco de Lanzo será monseñor Dalfi, párroco de Casanova, compañero mío de Seminario. Espero que seguiremos teniendo 
un verdadero amigo 1. 

La condesa Bricherasio prepara, y casi lo tiene terminado, un terno blanco estupendo y completo que formará parte del equipo de la 
próxima expedición. 

No me da tiempo para escribir a otros. Haz saber a todos nuestras noticias. Diles que los quiero a todos en Jesucristo y que rezo mucho 
por ellos; pero que se mantengan firmes como columnas, y sean santos como nuestro Patrono. 

Dios os bendiga a todos y créeme todo tuyo, y de los demás. 

Vignale, 13 de octubre de 1876. 

Afmo. amigo.
JUAN BOSCO, Pbro.


P. D. Los consabidos y respetuosos saludos para el señor Arzobispo, etc. 
Hay una cuarta carta del último día del mes; es un resumen de ocho noticias, comunicaciones e instrucciones. 

((314)) Mi querido Cagliero: 

1.° Seguimos preparando la expedición para el próximo 14 de noviembre con el número y el personal anunciado, con alguna pequeña 
modificación. A su llegada, tendrás una nota detallada con las cualidades de cada uno y ocupaciones ejercidas en el pasado. 

2.° El hecho de la expulsión de los quinientos es grave; vete despacio en esto y mantente al margen todo lo posible. »Ocasionó esto, 
por un casual, los movimientos revolucionarios de Buenos Aires? 

1 Cuando monseñor Dalfi estaba a punto de dejar la parroquia de Casanova para ir a Lanzo, le escribió don Bosco: 

Querido amigo: 

Sigue adelante con tu empresa. El Colegio está totalmente a tu disposición. Por mi parte, como Bosco (en dialecto piamontés 
bosco-bosk, significa madera) carcomido, si puedo ayudarte de algún modo, soy todo tuyo. Espero que podremos hacer algo de común 

acuerdo. 

Me alegro de la noticia en torno a la propuesta hecha y aceptada; adelante, Dios hará lo que nosotros no podamos. 

Hay, desde luego, muchas espinas; pero, en medio de tanto chismorreo, »no seras capaz de tomar el martillo de la paciencia y la 

confianza, y dar en el clavo? 
Hasta la vista, querido Vicario de Lanzo. Todos nosotros somos tuyos, pero también tú lo seras para nosotros, »verdad? Dios nos 

bendiga a todos. 

Tenme por tu 

En el tren, 12 de octubre 1876. 

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VOLUMEN XII Página: 270 
Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 
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3.° Ya habrás recibido mi consentimiento para la Boca del diablo y para la Parroquia de San Carlos. Tengo ya tres buenas piezas 1, dos 
de ellas para esos parajes, la otra para Patagones. Lo desean y los creo muy ad hoc. »Irá contigo el Arzobispo a hacer la visita de 
Patagones? 

4.° Tendría verdadera necesidad de que para 1877 pudieses darte un paseíto hasta Europa, y hacer después otro hasta Ceilán en las 
Indias, para abrir otra misión muy importante, donde hace falta precisamente uno de Castelnuovo. Pero con tal de que las bocas 2 de 
Buenos Aires estén todas bien firmes y ordenadas. 

5.° Es indispensable un local o parte de él para destinarlo a noviciado. Si es necesario, tengo ya preparado el maestro de novicios. 

6.° Para el próximo 1877 tendrás cuatro clérigos, que pueden ser admitidos a las Ordenes. Me lo dirás con tiempo. El Padre Santo nos 
concede la dispensa de hasta veintiún meses. 

7.° Se recibió la libranza de las cuatro mil liras; espero la de las nueve mil. 

Todo se está preparando; fervet opus (se trabaja febrilmente); la caja de caudales exhausta. 

8.° Ayer por la tarde (29), salieron seis salesianos, que van a regentar las escuelas de Ariccia y Magliano en Sabina. El domingo, 5, 
saldrán otros seis para Albano. Muy pronto los de Trinitá; después los Argentinos, que irán antes a recibir la bendición del Padre Santo. 

Me falta tiempo para escribir; para otro día. Dios os bendiga a todos. Hasta ahora no se han recibido cartas, ni libranzas, pero me 
atendré a las órdenes que reciba. Tenedme en Jesucristo por vuestro 

Turín, 31 de octubre de 1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


El 4 de julio habían estallado en Buenos Aires gravísimos tumultos al grito de Viva la libertad. Se quería impedir una reunión popular 
en honor de los Estados Unidos, organizada por los ((315)) diarios de mayor tirada de la ciudad. Don Bosco atribuía la causa de aquellos 
movimientos al intento de una represalia contra el Gobierno argentino por la expulsión de quinientos extranjeros, perturbadores de la paz 
pública. Como aquellos extranjeros eran italianos casi todos, convenía que don Juan Cagliero tuviese mucha prudencia para no 
comprometerse con ninguna de las dos partes; y por eso la recomendación de don Bosco. 

La idea del «paseíto» a Ceilán nació del hecho siguiente. En el mes de agosto del año 1876 fue a ver a don Bosco en el Oratorio un tal 
don Luis Piccinelli, de Bérgamo, misionero en aquella isla. Hablaron mucho de las misiones extranjeras y en particular de Ceilán. El 
Beato 

1 Quiere decir tres buenos elementos. 

2 Es decir, las obras. El término le es sugerido por la obra de La Boca, poco antes mencionada. 

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dejó en su interlocutor fundadas esperanzas de que para el 1878 enviaría allí algunos misioneros, pero a condición de que pudieran estar 
reunidos en un solo lugar. Don Luis Piccinelli, que no estaba autorizado por nadie para aceptar aquella condición, escribió a su propio 
Obispo de allá, y éste le contestó que deseaba muchísimo recibir a algunos sacerdotes capaces de enseñar en lengua inglesa el latín, el 
griego, las ciencias físicas y lo demás, y que deseaba tenerlos aún antes del 1878. Los reuniría consigo en el palacio episcopal, comerían 
a su mesa y enseñarían como profesores en el gran colegio ya establecido en Colombo, contiguo al palacio episcopal y dirigido a la 
sazón por los Hermanos de la Doctrina Cristiana, bajo su inmediata vigilancia. Para resolver otras posibles dificultades, Monseñor 
escribiría personalmente a don Bosco. Así asegurada la condición puesta por don Bosco, el misionero de Bérgamo le pidió que le 
confirmara la promesa; para él ya estaba definitivamente concertado el negocio. 

Diremos más; aún dio otro paso hacia adelante: hubiera querido que don Bosco le entregase enseguida dos misioneros para llevarlos 
consigo a su vuelta a Ceilán. Con tal de podérselos llevar consigo, habría diferido unos meses su partida. Se quedarían en la misión a él 
confiada, que contaba con ocho mil católicos en medio de una masa mucho mayor de musulmanes, budistas y ((316)) protestantes. 
Decía: «Viviremos en comunidad y yo procuraré adaptarme a las reglas de la Congregación... Tendrían, evidentemente, viaje pagado, 
comida y vestido y nos les faltaría nada de lo necesario. Estoy casi seguro de que puede, si usted quiere. Dígame, pues, que puede y 
quiere y yo bendeciré por ello al Señor» 1. En el margen superior de la carta se leen las siguientes palabras autógrafas del Beato: 
«Respondido: aceptado en general». Dado que él no acostumbraba hacer las cosas apresuradamente, se limitó, pues, a tomar la 
proposición en atenta consideración, reservándose enviar a don Juan Cagliero a aquel lugar, para examinar la cuestión a fondo y de 
cerca. 

No se conformaba el Beato con enviar una circular a sus bienhechores más insignes, sino que les escribía personalmente, solicitando su 
caridad. Poseemos dos cartas de este género, dirigidas a los nobles esposos Fassati, de quienes se fiaba, siempre que sus obras 
necesitaban auxilios especiales. Al enviar la primera circular, escribió al Marqués: 

1 Carta a don Bosco, del 24 de octubre de 1876. 
272 

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Queridísimo señor Marqués: 

El clérigo Bonora me trajo sus noticias, por las que veo ha mejorado su salud. Doy gracias al Señor y le pido tenga a bien 
conservársela largo tiempo. 

Envío para usted y para la señora Marquesa la inscripción en los cooperadores salesianos, de la que hemos hablado ya varias veces. Así 
podrá usted lucrar las muchas indulgencias y gracias espirituales concedidas por el benemérito reinante Pío IX. 

Le acompaño también un ejemplar de la carta, con la que estoy postulando para los misioneros que tengo que enviar a América. Haga 
lo que pueda y el buen Dios pagará con el Paraíso a quien va a dar la vida por las almas e igualmente a los que ayudan a los misioneros, 
que serán veinte. 

Que Dios les conceda a usted y a la señora Marquesa buena salud y buen veraneo en la quinta, adonde espero poder ir a saludarles. 
Mañana voy a Alassio para un asunto urgente; me encomiendo a sus oraciones y me profeso 

De V.S. 

Turín, 16 de julio de 1876. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

((317)) Unos tres meses más tarde se dirigió a la señora Marquesa con una carta, en la que no se sabría qué más admirar, si la sencillez 
del hombre de Dios o su destreza para pedir sacrificios pecuniarios a título de caridad. 

Benemérita señora Marquesa: 

Cuando el año pasado recomendaba yo la Pía Obra de María Auxiliadora para el sostenimiento de nuestras Misiones, tuvo la bondad 
de decirme que, lo mismo usted que el señor Marqués, no se comprometían a ninguna anualidad, pero, que si me encontrase necesitado, 
que acudiera a ustedes y me prestarían el socorro que su caridad les permitiere. 

Y recurro ahora porque me apremian dos necesidades. Una es la de cincuenta clérigos que visten todavía de paisano, y que esperan una 
ayuda providencial para vestir la sotana eclesiástica y poder así comenzar regularmente sus estudios para el inminente curso escolar. 

Otra es la de las Misiones de Argentina. Lo mejor que he podido, logré reunir un poco de equipo; pero me encuentro sin medios para el 
viaje. El Gobierno argentino me paga los gastos de ocho y me faltan todavía para quince, que es lo mismo que decir la cantidad de doce 
mil liras. Acabo de dar una vuelta para este fin, pero no he podido recoger nada. He escrito al Padre Santo, el cual ha encargado me 
contesten que otra vez será; por ahora le es imposible. 

Sé que usted tiene también muchos gastos y, sin embargo, acudo una vez más como al áncora de salvación para aquellas pobres almas, 
todavía inmersas en la idolatría, que esperan quien les lleve la luz del Santo Evangelio con que poder salvarse. 

Yo no dejaré de rezar por usted, señora Marquesa, y por su esposo el señor 

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Marqués, para que Dios les conserve largos años de vida feliz y les dé a su tiempo el premio de los justos en el Cielo. 

Con la más profunda gratitud tengo el honor de profesarme, 

DeV. S. 

Turín, 21 de octubre de 1876. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

Se ve que el Padre Santo cambió después de parecer; y podemos conjeturar con buen fundamento el porqué. El augusto Pontífice 
quería un servicio importante del Beato. El cardenal Bilio, ocho días después de haber escrito don Bosco a la marquesa Fassati, le 
escribió anunciándole el regalo del Papa ((318)) y advirtiéndole: «Pero el Padre Santo ha querido poner una condición a su regalo; ésta 
demuestra el gran aprecio que le tiene y la confianza que deposita en usted; espero que ella le sea aún mas grata que el mismo regalo». 
La condición era que don Bosco aceptase la dirección de los Concettini (Concepcionistas) 1, asunto del que hablaremos mas adelante. 

Un bienhechor, al que no solía olvidar en los momentos críticos y a quien nunca recurría inútilmente, era el óptimo abogado Galvagno, 
de Marene. 

Queridísimo señor Abogado: 

No sé si se le habrá enviado la circular para mis misioneros; por si acaso le envío un ejemplar y, de acuerdo con su caridad, haga lo que 
pueda. 

Ya están impresas las indulgencias y favores espirituales, de que le hablé en otra ocasión. 

Si puedo ver a alguno de Marene, le encargaré que se las entregue. 

Dios le bendiga junto con toda su familia y créame en Jesucristo, 

De V.S. 

San Bernardo, Doctor, 20 de agosto de 1876. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

1 Concettini. La Congregación Religiosa de los Concepcionistas (Hermanos Hospitalarios de la Inmaculada Concepción) dependiente 
del Padre General de los Capuchinos, en cuanto al espíritu y disciplina regular, nació bajo los auspicios del Sumo Pontífice Pío IX. Su 
fin era servir y asistir a los enfermos pobres, de cualquier enfermedad. Ya se habla de ella en el volumen VII, pág. 532, volumen VIII, 
pág. 630, volumen X, pág. 1212 y en el presente volumen en las págs. 420, 425, 430, 442, 693. Y volverán a aparecer en los volúmenes 
XIII y V. (N del T.) 

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Acusaba inmediatamente recibo y daba las gracias de las limosnas ordinarias que recibía enviando al donante una cartita impresa como 
ésta: 

Bondadoso Señor: 

Hemos recibido la limosna que se ha dignado enviarnos para nuestros misioneros; le estoy muy agradecido. Que el Señor le 
recompense con sus más selectas bendiciones celestiales. 

Los misioneros guardarán imborrable memoria del beneficio recibido mientras, con todo mi aprecio, me profeso suyo en Jesucristo 

Turín, 1876. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

((319)) Pero, si la limosna era considerable o la condición de la persona merecía especiales atenciones, escribía de su puño y letra 
cartitas como la siguiente, dirigida a la condesa Olimpia de Pamparato, hija de los marqueses Natta de Alfiano, y avecindada en Turín. 

Benemérita señora Condesa: 

Con verdadera gratitud recibo cien liras para nuestros misioneros que se preparan para ir a América. 

Le doy las gracias; que Dios se lo pague. No dejaré de elevar mis oraciones por el señor Conde su esposo y más aún por su señora 
madre, la marquesa Natta, que, según me dicen, está algo delicada. 

Mis humildes saludos para todos y créame con todo aprecio, 

De V.S.B. 

Turín, 22 de agosto de 1876. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

»Qué decir, en fin, de los ornamentos litúrgicos preparados por Comunidades religiosas femeninas? En algunos conventos 
trasnocharon para acabar el equipo de los Misioneros. Merecen nuestro recuerdo honorífico y homenaje de perpetua gratitud las 
Hermanas del Refugio, las de Santa Ana, las de las Huérfanas y las de San Pedro. Constituía un deber para don Bosco manifestarles de 
alguna manera su gratitud. Unos le sugerían enviarles regalos, otros hacerles una visita. Don Bosco ordenó que se buscasen obsequios 
agradables y se les enviasen en su nombre. »Cómo habría podido encontrar tiempo para ir a visitar a 
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todas las instituciones, si para despachar todos sus asuntos debía permanecer sin salir de la habitación? Hacía un año que las Hijas de 
María Auxiliadora residían a cuatro pasos del Oratorio; y, sin embargo, aún no había ido a visitarlas ni una sola vez. 

La partida de los misioneros estaba fijada para noviembre. Su número llegó por fin a los veintitrés. Ocho de ellos tenían que abrir el 
colegio de Villa Colón; dos iniciar el Hospicio para muchachos pobres italianos en Buenos Aires; dos dedicarse a los Oratorios en la 
misma capital; dos unirse a los Hermanos que ((320)) atendían la iglesia de la Misericordia; dos encargarse del servicio de la parroquia 
de la Boca; cuatro acudir en ayuda de los de San Nicolás; los otros tres estar preparados para intentar la toma de contacto con los 
salvajes de las fronteras de la Patagonia en Carmen de Patagones. Agobiado por tantas preocupaciones el pobre don Bosco ya no podía 
más; «pero no importa, Dios nos ayuda», escribía el 19 de noviembre a don Juan Cagliero. 

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((321)) 

CAPITULO XII 

LA VIDA EN EL ORATORIO 

DESDE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES 

HASTA EL FIN DE CURSO 

AÑO tras año va reduciendo la muerte el exiguo número de los que vivieron la vida del antiguo Oratorio, cuando el Beato don Bosco 
regía personalmente sus destinos. Resulta encantador oír de labios de los supervivientes la narración detallada de las cosas de aquellos 
tiempos, aunque sea verdad que, oído uno, pueden darse por oídos los demás, en cuanto a la sustancia de los hechos. Vemos rejuvenecer 
a Salesianos y no salesianos, a sacerdotes y seglares, cargados de años, cuando recuerdan la felicidad, que entonces se gozaba en la casa 
de don Bosco. No había en ella por cierto las comodidades de hoy; pero »quién pensaba en ello? Reinaba allí la alegría, una alegría 
templada por la piedad y el estudio, por la piedad y el trabajo, bajo la mirada y la sonrisa paternal de don Bosco, cuya bondad era como 
el sol, que deja experimentar su influencia saludable por todos los rincones. Cuando un muchacho nuevo ponía los pies en el Oratorio, 
inmediatamente experimentaba, digámoslo así, el encanto, que parecía impregnar todo el ambiente. 

Valga como muestra lo que nos contaba poco ha el venerando don Luis Cartier, el salesiano cuya vida transcurrió hasta la vejez en 
Niza, donde fue muy admirado y querido. Llegó al Oratorio de buenas a primeras sin saber ni jota de italiano y se encontró allí como 
perdido. Pero he aquí que don Bosco, en cuanto tuvo delante al muchacho, en un abrir y cerrar de ojos se ganó su confianza con la 
amabilidad del trato, y con las preguntas que le hizo sobre su familia y sus cosas más queridas. ((322)) Después, durante algún tiempo, 
hasta que no le fue posible tratar fácilmente con todos, el pobrecito muchacho subía cada día, y aún varias veces al día, al cuarto de don 
Bosco, que invariablemente lo recibía paternalmente y se entretenía con él, preguntándole cosas y escuchándole. 

En este capítulo hablaremos de la vida en el Oratorio durante los tres meses del verano de 1876. Durante esta parte del año solía el 
Siervo de Dios estar en el Oratorio con sus muchachos, ya sea porque 
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entonces se hacían los ejercicios espirituales, ya sea porque se acercaba el tiempo de la salida a vacaciones. 

Antes de los ejercicios espirituales hubo una representación teatral, que se consideró como un éxito en el Oratorio y también en la 
ciudad. El jueves día 1.° de junio, por la tarde, los estudiantes representaron una comedia latina; era algo que desde hacía mucho tiempo 
ya no se veía en Valdocco y que ninguno había soñado ver. Debía haberse representado el 11 de mayo, de no haber estado ausente don 
Bosco, que se encontraba todavía en Roma. A nadie se le hubiera ocurrido ponerla en escena, en su ausencia. 

La comedia se titulaba Phasmatoníces o Larvarum víctor, el vencedor de los fantasmas. La obra era original de monseñor Carlos María 
Rosini, docto obispo de Pozzuoli, fallecido el año 1836; había sido retocada oportunamente por otro valioso latinista, el padre Luis 
Palumbo de la Compañía de Jesús. El argumento es éste. Cremes o Cremetes, rico patricio romano, sale para lejanas tierras y confía el 
cuidado de sus bienes y la tutela de su hijo Calidoro al viejo amigo Simón. El buen mozo, amigo de diversiones, es tratado con mano 
dura por el tacaño tutor; entonces, para sonsacarle dinero, le aconsejan que dé a entender al autor que la casa paterna está encantada, para 
así autorizar su venta. Hay un acuerdo secreto con el futuro comprador que asegura una cantidad regular al hijo de Cremetes. Pero antes, 
a fin de engañar más todavía al tutor, finge aplacar a los lares domésticos con un solemne sacrificio. Mientras tanto llega a escondidas el 
padre ((323)) de familia, el cual, descubierta la trama, aparece de improviso, mientras con embustera piedad se celebra el sacrificio a los 
falsos dioses, y reprocha a cada uno su culpa; después, cediendo a las reiteradas súplicas del hijo inexperto y del viejo tutor engañado, 
perdona a todos. 

Los ensayos y la preparación se hicieron tan cuidadosamente y se llevaron de tal modo que los actores se hicieron fieles intérpretes de 
su papel y se preocuparon por el éxito de su esfuerzo 1. Un ensayo general, realizado ((324)) la tarde anterior ante los estudiantes, hizo 
que se concibieran grandes esperanzas, y éstas no quedaron frustradas, sino 

1 Desde Roma se interesaba don Celestino Durando por la preparación, y escribía a don Miguel Rúa con fecha 18 de abril: «Di al 
profesor Bonora que ya tengo preparada una hermosa corona para cada uno de los actores de la compañía cómica latina y por 
consiguiente que procure ir adelante y con ánimo en los ensayos del Phasmatoníces». 

Hemos encontrado, en un borrador para la tarjeta de invitación, los nombres de los actores con el reparto de los personajes de la obra. 
Algunos de aquellos nombres todavía nos son familiares; aún viven dos de los nombrados por lo menos. 
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que fueron superadas por el buen resultado. Asistió un público selecto, en el que abundaban profesores universitarios, que manifestaron
sin regateo su admiración. A los pocos días aparecieron en la prensa local artículos con apreciaciones, que honraban grandemente al
Oratorio.
Así la Unità Cattolica del 4 de junio hizo amplísimos elogios de los actores. Calificó la representación de «academia plautina»
;
academia, tal vez porque vio en ella más que nada una muestra de los progresos obtenidos por aquellos jóvenes en los estudios clásicos,
y plautina, porque realmente los versos se asemejaban al estilo del poeta de Sársina,


DRAMATIS PERSONAE PERSONAJES 

Chremes, pater Callidori Cremes, padre de Calidoro 
Callidorus, filius Chremetis Calidoro, hijo de Cremes 
Simo, Callidori curator Simón, tutor de Calidoro 
Toxilus, servus domesticus Toxilo, criado 
Saturio, parasitus Saturio, parásito 
Menesilochus Mnesiloco 
Pamphilippus Saturionis gnati Pamfilico hijos de Saturio 
Dordalus, latinista Dordalo, maestro de gladiadores 

AGENT ACTORES 

Secundus Marchisius Segundo Marchisio,
IV class. gymn. alumnus alumno del 4.° curso
Albinus Carmagnola Albino Carmagnola,
V class. gymn. alumnus alumno del 5.° curso
Ludovicus Figinius Ludovico Figinio,
Philosophiae alumnus alumno de filosofía
Joseph Carolius José Carolio,
IV class. gymn. alumnus alumno del 4.° curso
Carolus Spattinius Carlos Spattinio,
V class. gymn. alumnus alumno del 5.° curso
Thomas Pentorius Tomás Pentorio,
IV class. gymn. alumnus alumno del 4.° curso
Jacobus Gresinus Santiago Gresino,
V class. gymn. alumnus alumno del 5.° curso
Joannes Alessius Juan Alessio,
V class. gymn. alumnus. alumno del 5.° curso


L'in vito era espresso epigraficamente La invitación estaba formulada
in questi termini: epigráficamente en estos términos:


#AEMATONIKHE FASMATONICES 

SEU 
O
LARVARUM VICTOR EL VENCEDOR DE LOS FANTASMAS,
ROSINIANA COMOEDIA COMEDIA DE ROSINI,


PLAUTINO STILO EXARATA ESCRITA AL ESTILO DE PLAUTO, 

AGETUR INTERPRETADA 
AB ALUMNIS ASCETERII SALESIANI POR LOS ALUMNOS DEL INTERNADO 
SALESIANO 

CALENDIS IUN. CALENDAS DE JUNIO. 
HORA SECUNDA DE MERIDIE A LAS DOS DE LA TARDE. 
UT ADSIES ROGO RUEGA TU ASISTENCIA 

JO. BOSCO Sac. JUAN BOSCO, Pbro. 

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de cuyo lenguaje, empero, reproducían sólo la flor. Con respecto a la ejecución observaba el diario: 

«Estos jovencitos estudiantes saben interpretar su papel con la soltura de quien habla la lengua natal». También el Baretti, periódico 
escolástico literario del profesor Perosino, presentaba en el número del 8 de junio un extenso artículo de su director, que elogiaba «la 
irreprochable precisión» de los actores y escribía: «El saber de memoria más de cincuenta páginas en latín, exponer este latín con garbo, 
con soltura en el gesto, con rapidez, con precisión, sin tropezar nunca en la pronunciación, ni errar en la prosodia, todo ello fácil de 
ocurrir, no era ciertamente un cometido tan sencillo. Y, a pesar de todo, sea dicho en alabanza de aquellos excelentes alumnos y de sus 
excelentísimos maestros, salió todo tan bien que muchos del numeroso y selecto auditorio no cabían en sí de gozo por asistir a un 
espectáculo tan agradable. La mayoría tenía en mano el libro de la comedia rosiniana; pero no era necesario para entender exactamente el 
texto, pues los excelentes actores recitaban tan bien su papel, con voz tan clara y gesto tan agradable, que era mejor y más divertido 
concentrar la atención en el escenario que en el libro». 

Tanto se insistió por todas partes pidiendo la repetición, que se hubo de volver a representarla el jueves siguiente, ((325)) 8 de junio. 
Acudieron en masa sacerdotes y profesores. Allievo, profesor de la Real Universidad, iba de un lado para otro del salón buscando a 
personas distinguidas, que estaban en los bancos mezcladas con los demás invitados y no eran conocidas por los de la casa. Cuando se 
cerró el acto, no había otro tema en las conversaciones que el de que aquella representación bastaba para tapar la boca a cuantos 
murmuraban de que en el Oratorio se descuidaban los estudios o daban deficientes resultados. El Emporio popolare, «periódico diario 
universal», se encargó de esta réplica en el número del día siguiente, en el que escribía, entre otras cosas: «El jocoso drama, verdadera 
obra maestra de literatura, fue interpretado a la perfección por aquellos excelentes alumnos del bachillerato y el cultísimo auditorio dio 
muestras de satisfacción superior a toda ponderación». 

En las dos funciones se ejecutaron alegres piezas de música y algunos cantos, que recrearon a los espectadores durante los entreactos. 

El Marinero de Cagliero despertó en amigos y conocidos un afectuoso recuerdo del autor lejano. Don Bosco, que no pudo asistir a la 
primera, estuvo en la segunda representación y quedó «satisfechísimo», según lo hace constar la crónica. Dan testimonio de la general 
satisfacción los tres diarios citados, en el último de los cuales cerró el 
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director su artículo escribiendo graciosamente: «Mis felicitaciones à tout le monde». En efecto, no es difícil imaginar a cuántos 
correspondía el mérito de la gloriosa empresa. 

De vuelta a la marcha de la vida ordinaria, que también hoy se efectúa en el Oratorio con la máxima prontitud y naturalidad, después 
de pasajeras distracciones, diose comienzo a los ejercicios espirituales. A pesar de la deliberación tomada de no prorrogarlos hasta el 
último período del curso escolar, hubo que hacer de necesidad virtud, atendida la larga ausencia de don Bosco, que, como es natural, 
quería estar presente. Afortunadamente el tiempo fue favorable: se mantuvo fresco y lluvioso y ayudó no poco a los esfuerzos de los 
Superiores y a la buena voluntad de los muchachos. En una semana, del 11 al 18 de junio, quedó todo despachado, lo mismo para los 
estudiantes que para los aprendices. Predicó a ((326)) unos y otros cuatro sermones al día el teólogo Belasio, misionero apostólico, muy 
famoso entonces por la originalidad de su predicación, que producía efectos sorprendentes en las poblaciones rurales y con los jóvenes. 
En las dos tandas dio unas atrayentes pláticas sobre la santa misa, siguiendo paso a paso al celebrante en el altar. Entre sermón y sermón, 
oía confesiones; iba directamente del púlpito al confesonario de la iglesia pequeña, donde se hacían los ejercicios. Todos los salesianos 
que lo conocieron fueron testigos de su extraordianrio afecto a don Bosco. Don Julio Barberis escribe en la crónica: «íQué excelente 
persona! Tuve oportunidad de conocerle muy de cerca. íCuánto quiere a don Bosco! Está totalmente ligado a él como un hijo con su 
padre. Está la mar de satisfecho porque don Bosco le ha inscrito entre los primeros Cooperadores Salesianos, nueva obra que surge ahora 
y de la que don Bosco tiene inmensas esperanzas». 

Después de las oraciones de la noche del día 11 el Siervo de Dios habló así a los estudiantes: 

Me alegro con vosotros y os saludo a todos en el Señor. Ya han comenzado los ejercicios espirituales esta tarde. Queríais que los 
predicase el teólogo Belasio y aquí le tenéis entre vosotros. Se os ha hecho caso. 

No olvidéis que es una gran dicha poder hacer los ejercicios, porque en ellos puede ganarse el paraíso. Deseo que una buena parte de 
vosotros haga estos sagrados ejercicios pensando cn la elección del estado en que cada uno debe vivir. Algunos de vosotros ya están en 
los cursos superiores, próximos a terminar el bachillerato, y por consiguiente, piensen seriamente en su vocación. Otros deberían hacer 
todavía un año más para terminar el bachillerato, pero piensan saltar el quinto curso; también éstos deben examinarse sobre el estado al 
que el Señor los llama. Pedid encarecidamente al Señor esta gracia, porque El os la concederá. Dejo el resto al teólogo Belasio, que os 
dirigirá y enseñará la manera de conocer cuál es vuestra vocación y os aconsejará 
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los medios para perseverar en ella... Póngase cada uno de vosotros en manos de su director espiritual; procurad estar muy retirados y 
examinaos bien. Algunos aspiran al estado eclesiástico, otros a otros estados; el estado en que os quiere el Señor fue enriquecido por El 
con muchas gracias para facilitaros vuestra eterna salvación. Todo consiste en acertar en la elección. 

No estoy aquí ahora para daros reglas particulares de cómo portaros durante estos ejercicios, porque ya se os darán en los sermones. 
Sólo os diré que ((327)) las guardéis, especialmente el silencio durante los tiempos establecidos, como sería, por ejemplo, en el estudio, 
antes de la misa y después de las oraciones de la noche. 

Ahora quiero manifestaros un pensamiento mío; es más, quiero contaros un hecho, que ha sucedido hoy a las tres y media, poco más o 
menos. Un hijo de la riquísima familia Callori, bienhechora de la casa, era un valiente domador de caballos y se gloriaba de ello. 
Domaba a los más fieros con mano maestra. Le bastaba saber que un caballo era indomable para comprarlo enseguida; efectivamente, 
había domado todos los caballos, que había tenido a su alcance. Habiéndose enterado de que había uno en Saluzzo que nadie había 
querido comprarlo por su fiereza, fue allí, lo compró y logró guiarlo como quería. Un día lo enganchó a una calesa; subió él a ella, apretó 
las bridas, le dio unos latigazos y echó a correr a toda velocidad. El hecho ocurrió en Saluzzo. Al poco rato, recibió el caballo otro fuerte 
latigazo, dio un brinco, no obedeció al freno del guía y se lanzó a campo traviesa a toda carrera. Aquel joven, que se vio en peligro, saltó 
de la calesa y cayó al suelo, pero, con la velocidad, una pierna se le quedó agarrada por un instante en la rueda y se le fracturó; fue 
arrastrado por las piedras. Acudió gente, le llevaron a un hostal, le aplicaron todos los remedios posibles y le colocaron la pierna en 
condiciones para poder soportar un traslado. Le trajeron de Saluzzo a Turín. 

Mas, fuese porque el hueso no fue bien colocado, fuese porque en el viaje se abriese alguna herida, el hecho es que hubo que 
amputarle la pierna. No valió esto para salvarle. Se fue perdiendo demasiado tiempo en consultas de médicos y en vencer la repugnancia 
del joven y de la familia; se formó la gangrena, se extendió ésta y ya no se pudo hallar remedio contra la muerte. Hoy precisamente, a 
eso de las tres y media, el alma de este joven voló al Señor, después de recibir los consuelos de nuestra santa Religión. 

Eran tres hermanos: uno de ellos murió hace tiempo de tuberculosis, a los veinte años de edad; el otro, hoy con veintitrés años, y el 
único que sobrevive está muy delicado. El dolor de la familia es inmenso; la única esperanza que les quedaba descansaba en ese hijo, por 
cuya pérdida no saben cómo encontrar paz y alivio. 

Lo único que pudo calmar este grandísimo desconsuelo es el pensamiento de que este hijo murió como buen cristiano y dejó una gran 
esperanza de su eterna salvación. 

Esta familia es riquísima, pero las riquezas no sirven para consolar y esto prueba que las riquezas no hacen feliz al hombre. Esta 
reflexión me confirma una vez más en la gran verdad de que sólo la religión puede aliviar en las tribulaciones y dar la paz a las almas. 

Pidamos al Señor que se digne volver su bondadosa mirada a esta familia y la consuele en tan grave pérdida. 

Y vosotros, hijos míos, no olvidéis que las riquezas no pueden aliviar y contentar el corazón humano. Sólo la religión puede hacer 
((328)) esto. Lo digo para que aprendáis a hacer de los bienes de la tierra la cuenta que merecen. Sólo las buenas obras son las 
verdaderas riquezas, que nos preparan un puesto allá arriba en el cielo. Buenas noches. 
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El noble joven, tan trágicamente desaparecido, era el condesito Manuel Callori, cuyo nombre aparece tantas veces en la 
correspondencia del Beato con su piadosísima madre la condesa. Don Bosco, que le administró los últimos sacramentos y encomendó su 
alma, cerró sus ojos 1. El hermano sobreviviente es el conde Raniero, por entonces algo delicado, pero que vive todavía y goza de buena 
salud en su campante vejez, padre de numerosa y selecta prole. Entre don Bosco y la familia Callori se estableció, después de aquella 
pérdida dolorosa, el pacto de un aniversario perpetuo con determinado servicio religioso a celebrar en la iglesia de María Auxiliadora 2. 

Los estudiantes debieron portarse muy bien durante los ejercicios, pues sabemos que don Bosco quedó contentísimo de ellos. Lo que 
más le interesaba en esta ocasión solía ser el asunto de la vocación, como hemos podido apreciar en el comienzo de sus «buenas noches» 
del 11 de junio. Además puede decirse que este tema estaba habitualmente a la orden del día en el Oratorio. Por eso don Julio Barberis, 
que daba la clase de religión en el bachillerato superior, ya lo había tocado en la última lección, dejando a los alumnos estos dos 
recuerdos para los ejercicios: 

((329)) 1.° No terminarlos sin decidir la propia vocación; dejarlo para más tarde sería una lástima y causa de disgustos y tormentos 
para toda la vida. 

2.° Que era una locura ir a consultar sobre esto a confesores distintos al de costumbre, que era don Bosco, el cual ya los conocía y tenía 
luces especialísimas del Señor; y, por tanto, que se presentaran todos a él, del primero al último. 

íQué tiempos aquellos! El resultado fue que hasta cuarenta alumnos del cuarto y quinto curso se inscribieron entonces resueltamente en 
la Pía Sociedad; una docena de ellos se quedó dudando entre el sí y el no, unos por motivos de familia, otros por el deseo de oír todavía 

1 El 11 de junio, octava de Pentecostés, era el último día del tiempo pascual. Este detalle y la asistencia del Beato, junto con otras 
circunstancias, nos inducen a formular la hipótesis de que don Bosco anunciase precisamente esta muerte en el sueño que contó la noche 
del 23 de enero. No nos consta que haya asistido a otros jóvenes durante el tiempo pascual, ni que en aquel lapso de tiempo hayan 
muerto alumnos del Oratorio. En este supuesto, la fecha de 26 de mayo, que el guía le enseñó en el calendario, sin referencia alguna 
precisa, podría indicar el día de la fatal caída, que causó la muerte. En efecto, monseñor Federico Callori, prelado en la corte pontifícia e 
hijo del conde Raniero, que no sabía nada de esta fecha, nos escribió dándonos como cosa cierta que el joven sobrevivió unos quince 
días. Pero hasta ahora no nos ha sido posible descubrir a través de documentos en qué día exacto cayó. Tal vez otro tenga más suerte que 
nosotros. Con esta esperanza hemos creído oportuno expresar aquí nuestra duda, en la que nos confirma la circunstancia de que el 
difunto del sueño no se encontraba en el Oratorio. 

2 Véase, Apéndice, doc. 31. 
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el parecer de alguno, aunque inclinándose a inscribirse. También la Obra de María Auxiliadora prometía la contribución de unos veinte. 
Si a éstos se añadían los que se esperaba ver llegar de los otros colegios, resulta que las previsiones de los Superiores para el año 
siguiente rondaban los ochenta noveles clérigos. Pues bien, los hechos superaron las previsiones, como a su tiempo diremos. 

Bien puede decirse que la Congregación se encaminaba hacia rápidos progresos. El Siervo de Dios atribuía también este incremento a 
la circunstancia de no aguardar a que los sujetos se acercasen a ella, cuando hubiese llegado a madurar en ellos la idea de la vocación. 
«Nosotros vamos a buscarlos, decía, los buscamos sin movernos de casa. Ellos vienen a nuestros colegios y oratorios sin intención 
alguna; les gusta nuestro modo de vivir y piden quedarse: a nosotros no nos queda más que el cometido de la selección. Si nos parece 
que uno da esperanzas de buen resultado, nos lo quedamos; de lo contrario, que vaya a otra parte». 

De elementos de esta clase sacaba don Bosco los sujetos más aptos para su Congregación. Porque, como él mismo advertía, nuestra 
Congregación no tiende a reformar las costumbres, como otras órdenes religiosas. íNo! Nosotros suponemos que las costumbres del que 
quiere hacerse salesiano, ya están reformadas o, mejor dicho, que quien viene a nosotros no cayó nunca en grandes vicios o desórdenes 

1. 
Un episodio graciosísimo, ocurrido por aquellos días, confirma ((330)) lo que ya decíamos en el volumen anterior, sobre cómo 
consideraban la vocación religiosa los alumnos del Oratorio 2. Un alumno del quinto curso, vivaracho pero reposado, paseaba por los 
pórticos con algunos compañeros cerca de don Bosco. Parecía pensativo y con ganas de hablar. Don Bosco se dio cuenta de ello y le 
preguntó: 

-»Tu querrías decirme algo, no es verdad? 

-Sí, señor; lo ha adivinado. 

-»Y qué querrías decirme? 

-í Pero... no quisiera que oyesen los otros...! 

Y al decir esto, apartó un poco a don Bosco y le susurró al oído: 

-Querría hacerle un regalo, que le gustará. 

-»Y qué regalo quieres hacerme? 

-Mire, replicó mientras se ponía de puntillas, abría y extendía los brazos, y adquiría su rostro un aire de seriedad: querría regalarle a 
mí 

1 Crónica de Julio Barberis, 12 de agosto de 1876. 

2 Véase Volumen XI, pág. 196, 231-2 y 248-9. 
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mismo, para que haga de mí desde hoy lo que quiera y me tenga siempre consigo. 

-Verdaderamente, le contestó don Bosco, no podrías hacerme un regalo más agradable. Lo acepto, no para mí, sino para ofrecerte y 
consagrarte enteramente al Señor. 

Este mismo muchacho, unos años antes, en razón de un malentendido, había creído que el Prefecto pensaba enviarlo a su casa, porque 
su madre viuda tardaba en pagar la módica cuota convenida. Corrió a don Bosco y le expuso la duda que le atormentaba. Don Bosco 
miróle un instante, leyó en sus ojos la pena interior y le contestó con paternal bondad: 

-Bueno; mira, si el Prefecto te envía a casa, tú sal por la portería, vuelve a entrar por la puerta de la iglesia y ven a don Bosco. 

El muchacho besóle la mano y se fue tranquilo, prometiendo hacerlo así. Pero no hubo necesidad. 

Este era aquel joven, de quien escribe don Julio Barberis en su preciosa crónica, tantas veces citada con motivo de una breve visita de 
los nuevos novicios a sus familias, ((331)) antes de tomar la sotana: 
«Hubo uno, que no quiso en absoluto ir a casa, y éste fue Picollo, el cual, de veras, aunque un poco pilluelo exteriormente, temía 
cometer pecados, si iba a su casa y por esto no quiso ir». Es de notar que decimos «pilluelo» cariñosa y familiarmente, sin el menor 
sentido de maldad o desvergüenza, sino sencillamente de algo vivo y enredón; en efecto, resulta por los registros que nuestro «pilluelo» 
obtuvo al final del curso escolar el primer premio de aplicación y sobresaliente de conducta. 

A este mismo joven le dijo el Beato, en el momento decisivo de la vocación, estas palabras: 

-Mira, tienes dos caminos ante ti: el que querrían los tuyos, esto es, una profesión en el mundo, abogado, por ejemplo, y el que te abre 
don Bosco. En el mundo puedes hacer una estupenda carrera y ganar mucho dinero, pero con el riesgo de no salvar el alma; con don 
Bosco tendrás que trabajar y a su tiempo también tendrás mucho que sufrir, pero ganarás muchos méritos para el paraíso. 

Don Francisco Picollo, que fue inspector en Sicilia, comprobó durante veintitrés años la exactitud del vaticinio, cuyo recuerdo le servía 
de suave consuelo en los prolongados sufrimientos 1. 

No le habían faltado en su día halagüeñas propuestas. Monseñor Gastaldi, que había oído hablar de él muy favorablemente, le envió 

1 Don Francisco Picollo murió en Roma el 8 de diciembre de 1930. 
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recado a través del teólogo Angel Rho, su paisano de Pecetto y primo a la vez, que, si dejaba a don Bosco, él lo admitía gratuitamente en 
el seminario, y además le proporcionaría ropa y libros. El contestó que se encontraba muy bien con don Bosco y que nunca traicionaría a 
quien hasta entonces lo había atendido e instruido y a quien quería como a un padre. Otro hermano del teólogo, Delegado provincial de 
Enseñanza en Turín, también le proporcionó un peligroso asalto. Era Picollo clérigo desde hacía algunos años cuando le envió un recado 
a través de la madre, diciéndole que, si dejaba a don Bosco, le ((332)) concedería una plaza de profesor en un instituto del Estado y, al 
cabo de dos años, le facilitaría la misma cátedra. El clérigo repitió la misma respuesta que ya había dado a su hermano, el teólogo. 
Sarcásticamente dijo el Delegado a la madre: 

-íBueno! Diga usted a su hijo que siga con don Bosco, y que sin duda llegará a cardenal. 

Cuando se enteró don Bosco de los dos incidentes, aunque por un lado le dolió ver los intentos que se hacían para arrancarle a sus 
clérigos, por otro lado disfrutó ante las pruebas de fidelidad que le daban sus hijos tan jóvenes todavía. 

Al tratar este tema de la vocación y la búsqueda de sujetos vale la pena recordar el caso de aquel otro muchacho de quien hicimos 
mención más arriba 1: nos referimos a José Mino, alumno del quinto curso del bachillerato. No había dado nunca motivo de queja 
durante cinco años. Como era buen cantor y muy simpático, se había encontrado en ocasiones y peligros mayores que ningún otro, pues 
le tocaba asistir a fiestas y banquetes, donde era aplaudido por todos. A pesar de ello siempre se había mantenido bueno y su único deseo 
era llegar a ser sacerdote. Fue don Bosco mismo quien, después de los ejercicios, dijo a algunos sacerdotes, entre los cuales estaba don 
Julio Barberis, estas palabras que él consignó en su crónica: 

-íSi Mino se quedase en el Oratorio como clérigo e ingresara en la Congregación! íCuánto me gustaría que se quedara! Le he atendido 
todo lo que se puede atender a un muchacho, me he preocupado por él, y puedo decir que siempre me ha correspondido. Nunca sucedió 
que le dijese una palabra o le diera un consejo, y cayera en el vacío. No dejé pasar ninguna circunstancia sin hacer por él, aun con gran 
incomodidad, lo que yo consideraba ante el Señor que se podía hacer por su bien. Ahora que ha terminado el quinto curso y tiene que 
vestir la sotana, ícómo me gustaría que se quedase con nosotros! Pero no 

1 Véase pág. 101 
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será tan fácil, porque está acosado por sus padres y por el párroco, y el Obispo lo quiere en el seminario. 

En efecto fue ((333)) a su diócesis de Biella, sin que el Siervo de Dios dijese o hiciese nada que tuviera visos de coartar su libertad. Era 
sacerdote muy joven todavía cuando fue arrebatado por una violenta enfermedad, poco después de la muerte del Siervo de Dios. Decía 
un buen párroco de Biella que había empezado a amar a don Bosco, cuando conoció a don José Mino, pues estaba convencido de que su 
modo de actuar, tan distinto del que se acostumbra, lo había aprendido en la escuela del Beato. 

Hubo al mismo tiempo otro caso análogo, en el que don Bosco actuó muy diversamente; pero fue el mismo joven quien tomó 
claramente su posición contra sus opositores, de modo que para el Siervo de Dios se trataba de hacer respetar y no de coartar la libertad. 
Santiago Gresino, alumno también del quinto curso, demostraba seriamente que quería quedarse con don Bosco. Se presentó un tío suyo 
para sacar los certificados necesarios, a fin de que el sobrino pudiese presentarse a exámenes en el seminario. íPobre muchacho! 
También se le oponía su padre y le decía de vez en cuando: 

-íSi quieres quedarte con don Bosco, no te reconozco como hijo! 

El párroco, por su parte, daba la mano al padre. Y como si esto fuera poco, era quien más atizaba el fuego. Por último, una hermana, ya 
avanzada en años e influyente en el pueblo, llenaba la casa de ayes y quejas nada más oír que su hermano quería quedarse en la 
Congregación. 

Entonces don Bosco contestó al tío que no podía hacerle certificados, porque estaba ya de acuerdo con el joven, que no iría al 
seminario, sino que volvería al Oratorio. Declaróse, sin embargo, dispuesto a entregarle los certificados, si el mismo sobrino mostraba 
que su voluntad había cambiado. Insistió el tío a más no poder; pero don Bosco no se rindió. 

-Venga aquí el joven en persona, repetía el Beato; muestre que ha cambiado de parecer y entonces haré los papeles que se me piden. 

Se presentó efectivamente el joven. íHabía cedido! El asalto había sido demasiado fuerte. Dijo a don Bosco que iría al ((334)) 
seminario; 
y entonces don Bosco firmó y entregó enseguida los certificados. 

A aquella edad inexperta, cercados de personas que sólo pensaban en las ventajas temporales, lejos de quienes habrían podido 
aconsejarlos, los jóvenes a veces se rendían. Pero muchos, a despecho de las batallas, triunfaban y volvían al Oratorio. El año 1876 
algunos pagaron cara la victoria: uno, por ejemplo, tuvo que prometer a su hermano 
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cederle la parte que le correspondía de los bienes paternos; otro dejó de ser reconocido por su padre como hijo; un tercero volvió después 
de haber sido sacado fuera por el padre furibundo. 

El caso de Santiago Gresino fue una debilidad momentánea. Después de acabar el grado de bachiller volvió a casa. Se lamentaba de 
haber rendido de aquella manera las armas, y anhelaba volver. No había recibido todavía la Confirmación. Como quiera que, a finales de 
agosto, se tenía que administrar este sacramento en el Oratorio, don Bosco encargó que le escribiera para que fuese a recibirlo. Los 
padres no pudieron negarle el permiso, porque, si no estaba confirmado, no podía incribirse entre los clérigos de la diócesis. Volvió; 
pero, después, ya no hubo manera de hacerle marchar. Nadie logró apartarlo de su determinación, de suerte que vistió la sotana con sus 
compañeros y es todavía un buen Salesiano. 

Episodios como éstos manifestaban visiblemente que el afecto de los muchachos por don Bosco y la espontaneidad con que se ponían 
en su seguimiento, no eran raros en el Oratorio. «íFuimos testigos de muchos otros!», escribe Barberis en su crónica, y lo confirma 
Lemoyne en algunas de sus memorias. Para los que lean estas páginas añadiremos nosotros: 

íQué útil sería que los afortunados sobrevivientes de entonces nos enviaran relaciones de hechos semejantes, que ellos supieran y que 
tal vez les sucedieron a ellos mismos! 

Pero aún tenemos algo que decir en torno al tema de las vocaciones. Los paternales consejos de don Bosco no siempre encontraban en 
esta materia la docilidad deseada por parte de los jóvenes, aun cuando no hubiera oposiciones externas, y tuvieran que lamentar las 
consecuencias, más tarde o más temprano. Había habido ((335)) tres ejemplos muy recientes. En el año 1875 don Bosco había sugerido a 
un alumno de cuarto curso, algo indeciso, que vistiera la sotana; pero él prefirió aguardar un año más. 

Hizo el quinto curso, fue a su casa después de los exámenes y ya no pensó en hacerse sacerdote. Otro, que era de los mejores, 
aconsejado igualmente por don Bosco para que no hiciera el quinto curso, creyó más oportuno esperar; empezó el curso, pero quam 
mutatus ab illo! (íqué cambiazo!). En noviembre, barruntaban los Superiores que pronto habría que expulsarlo. Un tercer joven, 
aconsejado que acelerase los estudios pasando a la escuela defuego por ser algo avanzado en años, aceptó; pero, aconsejado después por 
otros, volvió a la escuela normal y acabó mal. Cuando el Beato veía que un joven, en vez de seguir su parecer, iba en busca de otros 
consejeros, perdía enseguida 
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toda esperanza. Lo quería como antes, no le daba a conocer lo que pensaba de él, pero se guardaba mucho de volver a darle consejos de 
esta clase. 

Algún afortunado hijo pródigo encontraba todavía el camino hacia la casa paterna, en mala hora abandonada. Así le sucedió a un tal 
Coccero, que se presentó a don Bosco el 19 de noviembre por la tarde, después de casi ocho años que había salido incautamente del 
Oratorio. Cuando acabó el bachillerato, le había dicho el Beato: 

-Tú no eres para el mundo; necesitas vivir tranquilo y retirado. 

Pero él le contestó que su deseo era ir al seminario, especialmente para dar gusto a sus padres. 

-Puedes hacer lo que quieras, replicó don Bosco, pero sólo alcanzarás el estado eclesiático, si vivieres retirado en una Congregación 
religiosa. 

Fue al seminario y se esforzó por portarse bien, de suerte que los Superiores estaban contentos de él. Llegó al cuarto curso de teología; 
pero un buen día le mandó llamar el Rector y le dijo a quemarropa que no tenía vocación para el estado eclesiástico. El pobre seminarista 
tuvo que volver con su familia, donde se hallaba fuera de su centro. Allí vivió dos años sin gozar de paz, hasta que, recordando las 
((336)) palabras que don Bosco le había dicho al marchar del Oratorio, fue a hablar con él y suplicarle que le volviera a recibir en la 
Congregación. El Siervo de Dios, después de pedir y recibir los informes necesarios sobre su conducta, lo aceptó. 

-íCuántos casos como éste!, exclamaron los sacerdotes que habían oído a don Bosco mismo la narración de esta aventura. 

-»Y esto por qué?, replicó don Bosco. Se puede comprender razonando naturalmente. Hay muchachos buenos, sencillos, de índole 
suave; el mundo es demasiado embaucador, ellos no lo conocen y creen que todos son tan sencillos como ellos. Así es como después, 
cuando encuentran trampas por todas partes, no resisten. Estos jóvenes están en medio del mundo lo mismo que está su sencillez en 
medio de la sagacidad del mundo. Es lo cierto que estos pobrecitos nunca encontrarán en él su sitio. Yo que los conozco, los prevengo 
claramente, y ellos, aún después de muchos años, recuerdan mis palabras y éstas les sirven de llamada. 

También resultaron bien los ejercicios de los aprendices; buen indicio del fruto fue el crecido número de ellos, que pidieron ser 
aceptados como novicios coadjutores. El Siervo de Dios, ansioso de dar consistencia a esta rama de la Congregación, tuvo con ello un 
gran consuelo. 

Pero los consuelos de la vida de don Bosco iban siempre acompañados 
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de cruces. En esta ocasión vivía continuamente angustiado con su salud y la de algunos de sus ayudantes. Desde su regreso de Roma no 
había tenido un solo día sin alguna indisposición. La muerte del hijo del conde Callori le causó nuevas molestias, puesto que volvió a 
casa empapado de sudor, sufrió una corriente de aire y cayó totalmente postrado. La noche del 14 le acometió un cólico violento, que le 
obligó a abandonar la cama y tenderse sobre el sofá, pero no le dejó un instante de reposo. No pidió auxilio, porque de noche nunca 
quiso molestar a nadie. A la noche siguiente tuvo fiebre, y durante el día sudó copiosamente y sin parar. Por añadidura, tres de sus 
sacerdotes estaban enfermos. Don Julio Barberis, que seguía en la clase, como Dios sabía, pues a duras penas se tenía en pie y estaba 
levantado ((337)) a fuerza de voluntad; don Pedro Guidazio, que aunque era muy fuerte e incansable con todo, agotado de cansancio, 
estaba tan decaído que el médico le mandó que dejara su entrañable quinto curso y se resignara a un descanso absoluto, que fue a tomar 
en Nizza Monferrato en casa de la condesa Corsi, la mamá del Oratorio. Y el que estaba peor que todos los demás era el pobre don César 
Chiala, el celoso catequista de los aprendices. 

Este digno hijo de don Bosco trabajó sin parar hasta que no pudo más. De repente se agravó tanto su enfermedad que le obligó a 
aceptar el consejo de ir a un pueblecito de la diócesis de Ivrea, cerca de Feletto, con un tío suyo párroco. Allí le esperaba una dolorosa 
sorpresa; no se le consintió celebrar misa. Un decreto del Obispo, monseñor Moreno, prohibía decir misa a todos los sacerdotes que, 
oriundos o nacidos en la diócesis, volviesen a ella después de tener su domicilio en otra parte. Como es sabido, aquel Ordinario abrigaba 
ciertos recelos con don Bosco y su obra. En aquel tiempo los dos hermanos sacerdotes Cuffia, después de haber amargado a nuestro 
Siervo de Dios con su deserción, habían dado motivo de quejas a Monseñor, que recurrió a aquella medida concebida en términos 
genéricos, pero mirando sin duda alguna a golpear a los sacerdotes de don Bosco. A pesar de ello, el Beato ordenó a don Miguel Rúa que 
enviara a don César el célebret que éste le había pedido; en aquella ocasión se le oyó expresarse en estos términos: 

-Si el Obispo sigue negándole el permiso de celebrar, lo siento, pero me veré obligado a escribir a Roma. No es lícito suspender a 
divinis a un sacerdote, sólo por pertenecer a una congregación religiosa. Si hay motivo serio contra el sacerdote, hágalo, que tiene 
perfecto derecho para ello; pero suspender a uno únicamente porque pertenece a tal o cual congregación no bienquista, es algo que no se 
puede hacer. 
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Siempre dispuesto a no hacer caso de cualquier falta de miramiento con su propia persona, don Bosco desplegaba la mayor firmeza 
cuando andaban en juego los derechos de la Congregación. 

((338)) Los ejercicios de la sección de aprendices se cerraron el domingo, 18 de junio, por la mañana. Aquel día debía celebrarse una 
ceremonia todavía más solemne. Cuanto más se encarnizaba el enemigo del bien por sembrar odio contra el Papa, tanto más se 
empeñaban los católicos por buscar ocasiones para rendir homenaje al Vicario de Jesucristo. 

El Padre Santo cumplía su trigésimo aniversario de pontificado; y una duración tan larga de reinado pareció motivo justo para llamar la 
atención de los buenos y dar gracias al Altísimo en todas las partes del mundo. El año trigésimo primero comenzaba precisamente el día 
16; pero los Obispos trasladaron la conmemoración al domingo 18 para facilitar la afluencia de los fieles. El Arzobispo de Turín envió 
una carta de invitación al clero y al pueblo para elevar públicas oraciones a Dios por el Papa, en la que decía, entre otras cosas: «Diríase 
que la mano de Dios sostiene de una manera visible a este gran Pontífice, cuyo nombre marcará una de las épocas más insignes en las 
densas tinieblas, que se condensan cada día más sobre el presente siglo; la única esperanza que nos queda contra las persecuciones 
visibles, que se lanzan contra la Iglesia; el faro adonde volver la mirada en medio de las tempestades, que amenazan sumergirnos». En el 
Oratorio hubo una gran fiesta con comunión general y misa cantada a las diez con música selecta. Después de las vísperas solemnes 
predicó el teólogo Belasio, el cual entusiasmó al auditorio y conmovió al final a los muchachos con las palabras de despedida que les 
dirigió en la víspera de su salida, tras haberles predicado los ejercicios. 

Durante su estancia en el Oratorio el teólogo Belasio había concebido un noble plan. La veneración que sentía por don Bosco lo indujo 
a intentar la aproximación del corazón del Arzobispo y del Siervo de Dios. 

El buen Teólogo había tenido en otros tiempos relaciones amistosas con el Arzobispo; por lo que le parecía que tenía la puerta abierta. 
La entrevista tuvo lugar al salir de Turín o al poco tiempo; de todos modos no cabe duda que inmediatamente después del coloquio 
((339)) no volvió a ver a don Bosco. En aquella conversación comprendió suficientemente dónde estaba el nudo de la cuestión: creía 
Monseñor que don Bosco no respetaba suficientemente su autoridad y temía comparecer como el ejecutor de su voluntad, de suerte que 
viniese a ser como el vicario puesto por el Señor para regir su Iglesia. El Teólogo 
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se creyó autorizado para conferenciar con don Bosco sobre el tema; así que volvió a Sartirana, donde probablemente lo llamaban deberes 
urgentes y se dio prisa por encontrarse con el Siervo de Dios. Lo encontró en Borgo San Martino: allí pudo conversar libremente con él y 
le expuso lo que había oído a su Excelencia. Don Bosco se mostró muy dolido y le dijo: 

«-»Es posible que surjan semejantes dudas entre personas que únicamente buscan la gloria de Dios? íYo no, yo no haré jamás nada por 
la diócesis de Turín y por mi Arzobispo que pueda molestar y mucho menos disgustar a mi Arzobispo! Sólo ruego a usted observe que, 
siendo Superior de una Congregación definitivamente aprobada, que adquiere cada día mayor desarrollo, también yo debo industriar,e 
para consolidarla y guardar la autonomía indispensable para existir como todas las Congregaciones religiosas. íAh, querido padre 
Belasio!, si fuera posible, o si usted lograse de algún modo obtener el perfecto acuerdo con mi Arzobispo, a quien sabe cuánto quiero..., 
como lo estoy con los otros Obispos, bendeciría al Señor por siempre». 

El teólogo Belasio informó al punto a monseñor Gastaldi de su visita a don Bosco y de todo lo dicho y oído. Pero la respuesta del 
Arzobispo no fue la que se hubiera deseado 1. 

Se acercaban mientras tanto dos solemnidades de gran importancia para el Oratorio: la fiesta de san Luis Gonzaga y la del día 
onomástico de don Bosco. No nos detendremos en describir los preparativos, que poco más o menos son siempre los mismos; pero no 
queremos omitir algunas cosillas que, si en la gran historia podrían ser consideradas ((340)) como superfluidades insignificantes o fuera 
de lugar, sin embargo encuentran lugar muy oportuno en estas Memorias, cuyo objeto principal es hacer revivir al Padre tal y como fue 
en medio de sus hijos. 

Los Superiores del Oratorio habían determinado en cierto modo que la fiesta de san Luis se trasladara al día 25 del mes, pero don 
Bosco se opuso a ello por una razón, que le salía de muy adentro. El 24 era san Juan, fiesta solemne y de precepto en Turín; si se 
celebraba la de san Luis al día siguiente, hubiera faltado comodidad para las confesiones en la víspera: 

-«Esta solemnidad, dijo, es muy importante para los jóvenes y comulgan muy gustosos» 2. 

Hubo entonces quien propuso el día de san Pedro. 

-«De ningún modo, replicó don Bosco, deseo que para san Pedro 

1 Véase, Apéndice, doc. 32. 

2 Crónica de Julio Barberis, 16 de junio de 1876. 
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se haga una gran fiesta solamente en su honor; que tenga su panegírico y su música, y que se predique mucho su devoción. Tanto más 
cuanto que tenemos en nuestra iglesia un altar dedicado a él. En nuestros días es muy necesario solemnizar mucho a este Santo, instruir 
al pueblo sobre su dignidad y aprovechar toda ocasión para acercar los hombres a la Santa Sede». 

Quedó, pues, convenido que la fiesta de san Luis se celebraría el primer domingo de julio. 

Pero la determinación de la fecha no había agotado el tema a don Bosco: después de aquel intercambio de ideas tenía todavía que 
expresar un pensamiento suyo y al mismo tiempo dar amablemente una lecccioncita a sus colaboradores. Según nuestra crónica, debió 
razonar de la siguiente manera: 

-«Me disgusta que se hagan las cosas sin decirme nada; pero me gusta que, cuando se quiere hacer algo, lo penséis primero vosotros y 
discurráis los medios para ello y que después vengáis a decirme: -Se piensa hacer esto y aquello, con tal o cual medio, para que salga la 
cosa así o asá. Entonces, si yo tengo alguna dificultad, puesto que aún no se ha determinado nada, ((341)) se pueden introducir los 
cambios que se crean necesarios, aunque de ordinario se dejen las cosas sin cambiar, tal y como se me presentan. En este caso mi trabajo 
se reduce a nada y consiste en observar si veo en ellas algún obstáculo o inconveniente; mientras que, por el contrario, tener que formar 
un plan comenzando de cero es tomar una iniciativa que cansa». 

Se encontraba presente en la conversación el teólogo Belasio, lo cual prestó ocasión a don Bosco para manifestar un hecho muy 
notable para quien quiere conocer a fondo la vida del Oratorio. Habiéndose puesto a hablar el celoso sacerdote de ciertas profecías, que 
corrían en torno a sucesos no lejanos, el Beato, aun para desviar la conversación, salió diciendo: 

-De vez en cuando hemos tenido en casa muchachos que recibían gracias extraordinarias en la oración y venían a contarme coloquios, 
tenidos con el Santísimo Sacramento, con Jesús Crucificado o con la Bienaventurada Virgen María. También este año veo algunas de 
estas cosas especiales entre los jóvenes; y no se trata de uno solo, sino que son varios. 

El teólogo Belasio supuso que tales muchachos le anunciaban cosas futuras; pero el Siervo de Dios replicó: 

-No; no son cosas de esta clase. Vienen a decirme, por ejemplo: -Don Bosco, mire a ésos y a esotros; son lobos rapaces, que dan 
escándalo. Y otros avisos por el estilo para la buena marcha de la casa, 
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que después encuentro que son muy cabales. Tenemos también algún sacerdote que, al dar la comunión, ve quién no está bien dispuesto, 
y no se equivoca. Este hecho ha sucedido varias veces. 

Una conversación igual a ésta sostuvo el Beato con don José Vespignani en el año 1877, recordando a muchachos del pasado y del 
presente, émulos de Domingo Savio. El mismo padre Vespignani refiere un hecho, cuya narración encaja muy bien en este punto. El año 
1877, visitó el Oratorio monseñor Pedro Lacerda, Obispo de Río de Janeiro. Era un prelado de eximia piedad, que iba a consultar a don 
Bosco para verse libre de ciertas ansiedades de conciencia. No contento con ello, quiso que don Bosco llamase a cinco de los muchachos 
mejores, imitadores de Domingo Savio, porque deseaba hacerles algunas preguntas. ((342)) El Beato satisfizo su deseo. Comparecieron, 
pues, cinco muchachos de aire sereno, llenos de reverencia ante el Obispo y de confianza con don Bosco. Díjoles éste: 

-Este excelentísimo señor Obispo americano quiere que le digáis qué pensáis sobre ciertas cosas que él os expondrá; habladle con la 
misma libertad que lo haríais conmigo. 

Después se retiró, dejando allí a uno sólo y llevándose a los otros cuatro a la antesala. El Prelado hizo a cada uno de ellos la misma 
exposición, a saber: que pesaba sobre su conciencia la responsabilidad de la salvación de tantísimas almas a él confiadas, pero que él no 
podía hacer nada para su salvación, dadas las artimañas del demonio y de sus satélites, y la falta de buenos sacerdotes. Que le espantaba 
el pensamiento de tantas almas como iban cada día al infierno. »No tendría que responder él ante Dios? »Y se salvaría él mismo? Fácil 
es imaginar la impresión de aquellos muchachos al oír cosas semejantes. Apremiados a expresar su parecer, ellos le decían ingenuamente 
que, si había venido desde tan lejos para buscar sacerdotes de don Bosco, esto era una señal que se preocupaba mucho por aquellas 
almas. Por último, el Obispo recomendaba a cada uno que pidiese a María Auxiliadora y a Domingo Savio para que don Bosco le diera 
misioneros... 

-»Y tú, añadía, vendrías de buena gana a ayudarme? 

La contestación no se hacía esperar: que hablarían con don Bosco para que los preparase. 

-Todos me absolvieron de toda culpa, decía el buen Prelado unos años después a don José Vespignani en Río de Janeiro; y me 
prometieron rezar, para que don Bosco enviara pronto a sus misioneros al Brasil 1. 

1 JOSE VESPIGNANI, Un año en la escuela del Beato don Bosco, pág. 29-30, S. Benigno Canavese, Tip. Sal. 1930. 
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Este hecho nos recuerda cómo san Benito prescribía en su regla que, en los asuntos graves, el abad inquiera también el sentir de los 
más jóvenes, «porque el Señor revela a menudo a mentes juveniles consejos maduros» 1. 

((343)) Volvamos ahora a la conversación del Siervo de Dios con los suyos. De un tema a otro se pasó a hablar de la buena salud que 
tenían los muchachos en el Oratorio. Resulta útil recoger sus palabras, porque hay detalles que enriquecen su biografía. 

«El movimiento, dijo, es lo que más aprovecha para la salud. Tengo realmente motivos para reconocer que viene de esto. Siendo yo 
seminarista, y en los primeros años de mi sacerdocio, siempre andaba delicado; después me moví mucho y me puse de nuevo bueno. 
Recuerdo todavía que una vez anduve con don Francisco Giacomelli más de veinte millas piamontesas 2 en un día. Salimos de San 
Genesio para hacer unos recados en Turín y volver después a Avigliana. Otras veces salía de Turín e iba a I Becchi en seis horas y hacía 
a pie las doce millas sin casi parar un instante. Aún ahora, cuando me siento muy cansado y oprimido, salgo, voy a ver a algún enfermo 
hasta el Po o hasta Puerta Nueva y no tomo ningún vehículo, de no ser necesario por la importancia de un trabajo, las prisas o el peligro 
de faltar a una cita. Yo soy del parecer de que una causa, y no indiferente, de la falta de salud en nuestros días procede de que no se hace 
el movimiento que antaño se hacía. La comodidad del ómnibus, del coche, del ferrocarril quita muchísimas ocasiones de dar paseos, aun 
breves, mientras hace cincuenta años se tenía por paseo el ir de Turín a Lanzo a pie. Me parece que el movimiento del ferrocarril y de los 
coches no le basta al hombre para encontrarse bien. Aprovecha, por ejemplo, excitar el sudor en los pies y este efecto no se obtiene 
estando sentados; además, el movimiento que parte del pie, esa pequeña sacudida que se da al cuerpo al golpear el suelo con los pies, me 
parece que excita todo el cuerpo y le da vigor». 

Después de los ejercicios reinaba en la casa una paz y tranquilidad perfectas. Se veía en muchos jóvenes un amor a la piedad que sabía 
a sobrenatural, en frase de la crónica. Todo ((344)) esto favorecía la preparación para los exámenes finales. Los llamados retóricos, a los 
que el cronista atribuía «una cordura muy superior a su edad», estudiaban incluso de noche. 

Sin embargo, el pensamiento de los exámenes no presentó ningún 

1 C. III, De adhibendis ad consilium fratribus. 

2 La milla piamontesa equivalía a dos kilómetros y medio. 
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obstáculo para preparar la fiesta del día onomástico del Padre; en cambio, sí que estorbó algo el mal tiempo. En parte se puso remedio a 
ello en el acto, y en parte, algunos días más tarde. La víspera por la tarde se desarrollaron los festejos en el patio, pero el día de san Juan 
no fue posible hacer nada al aire libre. Por la mañana se recibió a los antiguos alumnos a los acordes de la banda de música y se 
presentaron a don Bosco, que los aguardaba en el comedor, y le ofrecieron unos magníficos pedestales para adorno del altar de María 
Auxiliadora. Hicieron la tradicional presentación del ramo de flores. El simbólico ramillete de flores significaba los sentimientos de los 
antiguos hijos hacia el siempre querido Padre 1. En 1876, en la comida que don Bosco les ofreció más tarde, surgió la idea de sufragar 
las almas de los compañeros difuntos, que en el pasado habían tomado parte en esta presentación. El cristiano pensamiento que brotaba 
de la viva piedad, que aquellos antiguos alumnos habían llevado consigo al salir del Oratorio, alegró tanto a don Bosco, que dispuso 
enseguida se celebrase un funeral solemne con túmulo y música. Los que habían lanzado la idea, a su vez, pensaron en completar la obra, 
invitando a los compañeros a contribuir con la correspondiente limosna. Se recogió en el momento la cantidad de veinte liras con 
cincuenta céntimos, indicadora de bolsas pequeñas y corazones generosos. También los internos hicieron sus regalos. En la 
acostumbrada colecta, los estudiantes recogieron ciento siete liras y los aprendices noventa liras, que se gastaron en tapices y cortinas 
para la iglesia. Ya hemos mencionado las cartas llegadas de América en esta circunstancia. Otras manifestaciones, que la lluvia impidió, 
se trasladaron a la tarde del día de san Pedro. Entre las dos fechas habló don Bosco así en las «buenas noches» del día 28 a todos los 
alumnos del Oratorio: 

((345)) íMenos mal que, alguna vez siquiera, podemos hablarnos! 

Diréis vosotros: 

-»Pero no nos vemos y hablamos todo el día? 

-Sí, pero cuando nos vemos al paso, nos decimos una palabrita y deprisa. Ahora, por el contrario, podemos hablarnos libremente y más 
tiempo. 

Tengo que deciros, lo primero y con mucho gusto, que los ejercicios han resultado bastante bien, que estoy muy contento de ellos, que 
hubo buen comportamiento y recogimiento, de suerte que también el teólogo Belasio quedó muy satisfecho de vosotros. Me causó 
especialmente mucha alegría el que muchos de las clases superiores 

1 Si a veces habló don Miguel Rúa a los internos y les sugirió que ofrecieran a don Bosco el «ramo» en su fiesta onomástica, entendió 
con la misma frase otra cosa distinta, a saber, una corona o ramillete de santas comuniones. 
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pensaron seriamente en su vocación, esto es, en el estado al que Dios llama a cada uno, y se examinaron en torno a sus propias 
cualidades, inclinaciones, dotes del alma y también del cuerpo para conocer qué estado debían abrazar de entre los diversos que hay. Y 
esto lo hicieron no sólo los alumnos de los cursos superiores, sino también los de los inferiores. Muchos, ya desde ahora, han resuelto 
hacerse salesianos para ir después a Patagonia, a las Pampas y a otras regiones. »Pero es que el mundo está en nuestro poder para tener el 
camino abierto e ir adonde queramos? íSí! Y, como lo estáis viendo, todos nos llaman: y, además, la Iglesia Romana es universal y 
puede ser predicada en todas las partes de la tierra. Cada uno después, según sus ánimos y según sus fuerzas, podrá ir a regiones más 
próximas o más apartadas. 

Y ahora, pasando a la fiesta de san Juan, he de decir que fue espléndida y obscura. Fue espléndida, puesto que, por vez primera, 
pudimos celebrarla al aire libre; fue espléndida por los preparativos, los regalos, las felicitaciones y augurios, que se me hicieron en mi 
día onomástico. Fue obscura porque el tiempo estuvo lluvioso, interrumpió nuestra fiesta, hubo que improvisar nuevos aparejos en el 
estudio y, en vez de continuar la fiesta a pleno día y a la luz de sol, tuvimos que retirarnos al salón y allí, que estaba más obscuro, leísteis 
vuestras composiciones. Pero tened la seguridad de que vuestras felicitaciones y vuestros afectos me resultaron tan gratos como siempre 
y me gustaron muchísimo. Doy las gracias a los que concurrieron con regalos, con cantos y con escritos de esta manifestación. Sí, estoy 
muy satisfecho, porque vuestros sentimientos salían de corazones que me quieren y que yo amo como padre. 

Muchos no se atrevieron o no creyeron oportuno leerme algo en público; muchos no tuvieron tiempo, pero me escribieron en particular 
y me entregaron sus cartas. He leído atentamente todas estas cartas, para ver si había en ellas algo importante, y guardé aparte las que 
reclaman contestación, que daré por escrito o de viva voz. 

En ellas se me dijeron muchas cosas buenas y, lo que más me agradó es que no sólo fueron palabras, sino que se expresaron buenos 
sentimientos. Hubiera deseado contestar por escrito a los que enviaron las cartas; mas para ello no habría sido suficiente una noche o un 
día, sino medio año entero y sin poder despachar mis otros asuntos. Pero imagino que ninguno de vosotros pretende esta contestación. 

((346)) Sin embargo, daré aquí una respuesta general, diciendo que se concederán todos los favores que se me pidieron y con largueza, 
hasta donde lo permita la condición de don Bosco y del Oratorio. He dicho esto para que todos se convenzan de que las cartas que me 
escriben son tenidas en la cuenta que merecen. Guardaré algunas para sopesar detenidamente lo que en ellas se dice y me sirvan de guía 
cuando haga falta. 

El próximo domingo se celebrará la fiesta de san Luis. En ella se podrá lucrar indulgencia plenaria, confesándose y comulgando, como 
también se pudo ganar el domingo pasado, y hoy mismo. Esa indulgencia pueden lucrarla no sólo los alumnos internos del Oratorio, sino 
también aquellas personas externas que, confesadas y comulgadas, visiten en ese día la iglesia de María Auxiliadora. Procurad cada uno 
de vosotros adquirir este gran tesoro para provecho de la propia alma y proponeos al mismo tiempo como modelo de virtud a san Luis, 
que es el protector de la juventud. 

Por fin, para hablar de la grande y dolorosa pérdida, que en estos días sufrió el Oratorio, y sin prolongarme mucho, porque ya se os dio 
esta noticia ayer por la tarde, os diré que don César Chiala era un sacerdote de vida santa y muy amante del trabajo; trabajaba sin 
descanso por la Congregación, sin perder un minuto de tiempo. Con gusto habría sacrificado su vida por el bien de sus semejantes. 
Todos nosotros admirábamos su gran exactitud y facilidad para resolver los asuntos del Oratorio. Un malestar, 
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que afectaba su pecho desde que ingresó en la Congregación, y que no parecía tener ninguna importancia, se agravó a los pocos años y le 
obligó a dejar su cargo para atender a su salud. Hace unos días tuve que mandarle, con gran disgusto para él, cambiar de aire para 
recuperarse, si fuera posible, en casa de su familia; pero todo fue inútil. Hace tres días solamente estaba levantado todavía. La misma 
víspera de morir se levantó, tomó algún alimento y parecía que se encontraba mejor. Ayer por la mañana, al amanecer, el Señor le 
llamaba a sí. Rezad todos por él, que lo merece muchísimo por los sacrificios y el continuo trabajo que desarrolló por nosotros. 
Comulgad mañana y haced visitas al Santísimo Sacramento por su alma, por si acaso se encuentra purificándose en el purgatorio. Es un 
valiente campeón, que desaparece de nuestras filas. Ya habrá alcanzado el premio; pero deja un gran vacío entre nosotros. 
Trabajemos, pues, con celo. Desde luego debemos cuidar nuestra salud para ganar almas a Dios y alcanzar el paraíso; mas no por eso 
tendrá que temer el que muere todavía joven. íAh no! Si el Señor dispusiera que muriésemos, es señal que nos considera ya dignos del 
paraíso, como lo hizo con nuestro don César Chiala. 

Me he olvidado una cosa, a saber, contaros un sueño. Querría contároslo todavía esta noche, pero ya son las nueve y, por tanto, tendría 
que resumirlo demasiado (gritos generales: -Cuéntelo, cuéntelo). Es ((347)) un poco complicado y bastante largo y es necesario que os lo 
cuente despacio y detenidamente, con todos sus detalles. Esta noche ya he hablado demasiado; así que mañana, sin hacer digresiones, 
trataré sólo de esto. Os hará reír un poco y os meterá un poco de miedo, lo mismo que me ha sucedido a mí. Pero dadle el valor de un 
sueño. Dejémoslo, pues, para mañana y mientras tanto os deseo muy buenas noches. 

El epílogo de las festividades religiosas en las casas salesianas suele ser un entretenimiento académico o dramático vespertino, que 
cierra alegremente la jornada. Así, en el día de san Pedro vino de perlas para este fin el que había faltado en la fiesta onomástica de don 
Bosco. Se reunieron los alumnos en el salón de estudio. Ninguna otra velada le gustó tanto como aquélla. En las composiciones que se 
leyeron, resonó por vez primera la armonía de la lengua castellana. Uno tras otro se oyeron discursos de los novicios, de los estudiantes, 
de los aprendices. Todo fue seguido, sin intermedios. 

Entre grupo y grupo de lectores la banda de música interpretaba una pieza. Resultó genial la idea de los libreros, que presentaron a don 
Bosco un cuadro de sus obras impresas con el número aproximado de ejemplares que se habían difundido de cada una. Basta considerar 
la importancia que don Bosco daba a la buena prensa para comprender su íntima satisfacción y cómo debió decir para sus adentros, poco 
más o menos, lo que suele decir Pío XI cuando se trata de obras de apostolado: 

-íCada vez más y mejor! 

De su charla final no nos ha llegado más que un escaso resumen. Fue dando las gracias por todo y a todos: músicos, cantores, poetas, 
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donantes; atribuyó después las alabanzas que le habían prodigado a la ayuda del Señor, al buen corazón de los muchachos y a la 
cooperación de sus sacerdotes; describió el dilatado campo de acción que la Providencia había abierto a los salesianos en los últimos 
tiempos y el nuevo campo mucho más amplio que estaba para abrir en las verdaderas misiones entre los salvajes de la Patagonia, 
próxima a ser erigida en Prefectura Apostólica; después habló de la India, donde millones y millones de criaturas tendían los brazos a los 
salesianos y esperaban de ellos la luz del Evangelio; ((348)) y añadió que también en Oceanía se les abrirían a los salesianos nuevos 
horizontes. Y luego, animando a los jóvenes a que se mantuvieran firmes en su vocación, empezó a hablar de la salvación de las almas 
con un timbre de voz tan enérgico y con tanta fuerza de expresión, que emocionó y entusiasmó a todos los presentes. Cerró su discurso 
diciendo: 

-íAnimo! El próximo año vendrá con sus espinas, pero vendrá también con sus preciosas rosas; no faltarán las lágrimas, pero tampoco 
faltarán la alegría y la sonrisa. 

Los jóvenes, y no solamente ellos, esperaban con ansiedad el relato del sueño; don Bosco mantuvo su promesa, pero con un día de 
retraso, en las buenas noches del 30 de junio, festividad del Corpus Christi. 

Comenzó de esta manera: 

«Me alegro de volveros a ver. íOh, cuántos rostros angelicales tengo vueltos hacia mí! (Risas generales). He pensado que si os cuento 
el sueño de que os hablé os causaría un poco de miedo. Si yo tuviese un rostro angelical os podría decir: íMiradme! Y entonces se 
disiparía todo temor. Pero desgraciadamente no soy más que un poco de barro, como todos vosotros. Sin embargo, somos obra de Dios y 
puedo decir con san Pablo que sois gaudium meum et corona mea: vosotros sois mi alegría y mi corona. Mas no hay que extrañarse si en 
la corona 1 hay algún gloriapatri un poco mohoso. 

Pero volvamos al sueño. Yo no os lo quería contar por miedo a atemorizaros; pero después pensé: un padre no debe ocultar nada a sus 
hijos, tanto más si éstos tienen interés por conocer lo que el padre sabe; bueno es, pues, que los hijos sepan lo que el padre hace y 
conoce. 
Por eso me he decidido a contároslo con todos sus detalles; pero os ruego que le deis simplemente la importancia que se suele dar a los 
sueños y que cada uno lo tome como más le agrade y de la forma más beneficiosa. Tened entendido, pues, que los sueños se tienen 
durmiendo 

1 CORONA. Juega un poco don Bosco con el sentido de la palabra corona; también se llama corona a la sarta de cincuenta cuentas, 
por las cuales se reza el rosario, y separadas de diez en diez, con una intercalada para el gloriapatri. (N. del T. ) 
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(Risas generales); pero sabed, ademas, que este sueño no lo he tenido ahora, sino hace quince días, precisamente cuando estabais 
terminando vuestros ejercicios. Hacía mucho tiempo que yo pedía al Señor que me diese a conocer el estado de alma de mis hijos y qué 
((349)) podía yo hacer para su progreso en la virtud y para desarraigar de sus corazones ciertos vicios. Estos eran los pensamientos que 
me preocupaban durante estos ejercicios. Demos gracias al Señor porque los ejercicios, tanto por parte de los estudiantes como de los 
aprendices, han resultado muy bien. Pero no terminaron con ellos las misericordias divinas; Dios quiso favorecerme de manera que 
pudiese leer en las conciencias de los jóvenes, como se lee en un libro; y lo que es aún mas admirable, vi no solamente el estado actual 
de cada uno, sino lo que a cada uno le sucedera en el porvenir. Y esto fue también para mí algo inusitado; pues no me podía convencer 
de que pudiese ver de una manera semejante, tan bien y con tanta claridad, tan al descubierto las cosas futuras y las conciencias 
juveniles. Es la primera vez que me sucedía esto. También pedí mucho a la Santísima Virgen, que se dignase concederme la gracia de 
que ninguno de vosotros tuviese el demonio en el corazón, y abrigo la esperanza de que también esto me haya sido concedido; pues 
tengo motivos suficientes para creer que todos vosotros habéis manifestado vuestras conciencias. Estando, pues, ocupado en estos 
pensamientos y rogando al Señor me mostrase qué es lo que puede favorecer y perjudicar la salud de las almas de mis queridos jóvenes, 
me fui a descansar, y he aquí que comencé a soñar lo que seguidamente os voy a contar». 

El preambulo del sueño esta saturado del acostumbrado sentido de humildad profunda; pero en esta ocasión termina con una 
afirmación de tal naturaleza, que excluye toda duda acerca del caracter sobrenatural del fenómenos. 

El sueño se podría titular así: La fe, nuestro escudo y nuestra victoria. 

Me pareció encontrarme con mis queridos jóvenes en el Oratorio. Era hacia el atardecer, ese momento en que las sombras comienzan a 
oscurecer el cielo. Aún se veía, pero no con mucha claridad. Yo, saliendo de los pórticos, me dirigí a la portería; pero me rodeaba un 
número inmenso de muchachos, como soléis hacer vosotros, como prueba de amistad. Unos se habían acercado a saludarme, otros para 
comunicarme algo. Yo dirigía una palabra, ya a uno ya a otro. Así llegué al patio muy lentamente, cuando he aquí que oigo unos ((350)) 
lamentos prolongados y un ruido grandísimo, unido a las voces de los muchachos y a un griterío que procedía de la portería. Los 
estudiantes, al escuchar aquel insólito tumulto, se acercaron a ver; pero muy pronto los vi huir precipitadamente en unión de los 
aprendices, también asustados, gritando 
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y corriendo hacia nosotros. Muchos de éstos se habían salido por la puerta que está al fondo del patio. 

Pero al crecer cada vez más el griterío y los acentos de dolor y de desesperación, yo preguntaba a todos con ansiedad qué era lo que 
había sucedido y procuraba avanzar para prestar mi auxilio donde hubiera sido necesario. Pero los jóvenes, agrupados a mi alrededor, me 

lo impedían. 

Yo entonces les dije: 

-Pero dejadme andar; permitidme que vaya a ver qué es lo que produce un espanto tal. 

-No, no, por favor, me decían todos; no siga adelante; quédese, quédese aquí;hay un monstruo que lo devorará; huya, huya con 

nosotros; no intente seguir adelante. 
Con todo quise ver qué era lo que pasaba y deshaciéndome de los jóvenes, avancé un poco por el patio de los aprendices, mientras 

todos los jóvenes gritaban: 

-íMire, mire! 

-»Qué hay? 

-íMire allá al fondo! 

Dirigí la vista hacia la parte indicada y vi a un monstruo que, al primer golpe de vista, me pareció un león gigantesco, tan grande que 
no creo exista uno igual en la tierra. Lo observé atentamente; era repulsivo; tenía el aspecto de un oso, pero aún más horrible y feroz que 
éste. La parte de atrás no guardaba relación con los otros miembros, era más bien pequeña; pero las extremidades anteriores, como 
también el cuerpo, los tenía grandísimos. Su cabeza era enorme y la boca tan desproporcionada y abierta, que parecía hecha como para 
devorar a la gente de un solo bocado; de ella salían dos grandes, agudos y larguísimos colmillos a guisa de tajantes espadas. 

Yo me retiré inmediatamente donde estaban los jóvenes, los cuales me pedían consejo ansiosamente; pero ni yo mismo me veía libre 
del espanto y me encontraba sin saber qué partido tomar. Con todo les dije: 

-Me gustaría deciros qué es lo que tenéis que hacer; pero no lo sé. Por lo pronto concentrémonos debajo de los pórticos. 

Mientras decía esto, el oso entraba en el segundo patio y se adelantaba hacia nosotros con paso grave y lento, como quien está seguro 
de alcanzar la presa. Retrocedimos horrorizados, hasta llegar bajo los pórticos. 

Los jóvenes se habían estrechado alrededor de mi persona. Todos los ojos estaban fijos en mí: 

-Don Bosco: »qué es lo que hemos de hacer?, me decían. 

Y yo también miraba a los jóvenes, pero en silencio, y sin saber qué hacer. 

Finalmente exclamé: 

-Volvámonos hacia el fondo del pórtico, hacia la imagen de la Virgen, pongámonos de rodillas, invoquémosla con más devoción que 
nunca, para que Ella nos diga qué es lo que tenemos que hacer en estos momentos para que venga en nuestro auxilio y nos libre de este 
peligro. ((351)) Si se trata de un animal feroz, entre todos creo que lograremos matarlo; y si es un demonio, María nos protegerá. íNo 
temáis! La Madre celestial se cuidará de nuestra salvación. 

Entretanto el oso continuaba acercándose lentamente, casi arrastrándose por el suelo en actitud de preparar el salto para arrojarse sobre 
nosotros. 

Nos arrodillamos y comenzamos a rezar. Pasaron unos minutos de verdadero espanto. La fiera había llegado ya tan cerca que de un 
salto podía caer sobre nosotros. Cuando he aquí que, no sé cómo ni cuándo, nos vimos trasladados todos del lado allá de la pared 
encontrándonos en el comedor de los clérigos. 

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En el centro del mismo estaba la Virgen, que se asemejaba, no sé si a la estatua que está bajo los pórticos o a la del mismo comedor, o 
a la de la cúpula o también a la que está en la iglesia. Mas, sea como fuese, el hecho es que estaba radiante de una luz vivísima que 
iluminaba todo el comedor, cuyas dimensiones en todo sentido habían aumentado cien veces más, apareciendo esplendoroso como un sol 
al mediodía. Estaba rodeada de bienaventurados y de ángeles, de forma que el salón parecía un paraíso. 

Los labios de la Virgen se movían como si quisiese hablar, para decirnos algo.
Los que estábamos en aquel refectorio éramos muchísimos. Al espanto que había invadido nuestros corazones sucedió un sentimiento


de estupor. Los ojos de todos estaban fijos en la imagen, la cual con voz suavísima nos tranquilizó diciéndonos: 
-No temáis; tened fe; ésta es solamente una prueba a la cual os quiere someter mi Divino Hijo. 
Observé entonces a los que, fulgurantes de gloria, hacían corona a la Santísima Virgen y reconocí a don Víctor Alasonatti, a don 

Domingo Ruffino, a un tal Miguel 1, hermano de las Escuelas Cristianas, a quien algunos de vosotros habréis conocido y a mi hermano 
José; y a otros que estuvieron en otro tiempo en el Oratorio y que pertenecieron a la Congregación y que ahora están en el Paraíso. En 
compañía de éstos vi también a otros que viven actualmente. 

Cuando he aquí que uno de los que formaban el cortejo de la Virgen dijo en alta voz:
-Surgamus! (íLevantémonos!)
.
Nosotros estábamos de pie y no entendíamos qué era lo que nos quería decir con aquella orden, y nos preguntábamos:
-Pero »cómo surgamus? Si estamos todos de pie.
-íSurgamus!, repitió más fuerte la misma voz.
Los jóvenes, de pie y atónitos, se habían vuelto hacia mí, esperando que yo les hiciese alguna señal, sin saber entretanto qué hacer.
Yo me volví hacia el lugar de donde había salido aquella voz y dije:
-Pero »qué es lo que tenemos que hacer? »Qué quiere decir surgamus, si estamos todos de pie?
((352)) Y la voz me respondió con mayor fuerza:
-Surgamus!
Yo no conseguía explicarme este mandato que no entendía.
Entonces otro de los que estaban con la Virgen se dirigió a mí, que me había subido a una mesa para poder dominar a aquella multitud,


y comenzó a decir con voz robusta y bien timbrada, mientras los jóvenes escuchaban: 
-Tú que eres sacerdote debes comprender qué quiere decir surgamus. Cuando celebras la Misa, »no dices todos los días sursum corda? 

Con esto entiendes elevarte materialmente o levantar los afectos del corazón al cielo, a Dios. 
Yo inmediatamente dije a voz en cuello a los jóvenes: 
-Arriba, arriba hijos, reavivemos, fortifiquemos nuestra fe, elevemos nuestros corazones a Dios, hagamos un acto de amor y de 

arrepentimiento; hagamos un esfuerzo de voluntad para orar con vivo fervor; confiemos en Dios. 
Y hecha una señal, todos se pusieron de rodillas. 
Un momento después, mientras rezábamos en voz baja, llenos de confianza, se dejó oír de nuevo una voz que dijo: 

1 Romano, director de la casa de noviciado de los Hermanos en Turín. 

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-Súrgite! Y nos pusimos todos de pie y sentimos que una fuerza sobrenatural nos elevaba sensiblemente sobre la tierra y subimos, no 
sabría precisar cuánto, pero puedo asegurar que todos nos encontrábamos muy alto. Tampoco sabría decir dónde descansaban nuestros 
pies. Recuerdo que yo estaba agarrado a la cortina o al repecho de una ventana. Los jóvenes se sujetaban, unos a las puertas, otros a las 
ventanas; quién se agarraba acá, quién allá; quién a unos garfios de hierro, quién a unos gruesos clavos, quién a la cornisa de la bóveda. 
Todos estábamos en el aire y yo me sentía maravillado de que no cayésemos al suelo. 

Y he aquí que el monstruo que habíamos visto en el patio, penetró en la sala seguido de una innumerable cantidad de fieras de diversas 
clases, todas dispuestas al ataque. Corrían de acá para allá por el comedor, lanzaban horribles rugidos, parecían deseosas de combatir y 
que de un momento a otro se habían de lanzar de un salto sobre nosotros. Pero por entonces nada intentaron. Nos miraban, levantaban el 
hocico y mostraban sus ojos inyectados en sangre. Nosotros lo contemplábamos todo desde arriba, y yo, muy agarradito a aquella 
ventana, me decía: 

-Si me cayese, íqué horrible destrozo harían de mi persona! 

Mientras continuábamos en aquella extraña postura, salió una voz de la imagen de la Virgen que cantaba las palabras de San Pablo: 

-Sumite ergo scutum fidei inexpugnabile. (Embrazad, pues, el escudo de la fe inexpugnable). 

Era un canto tan armonioso, tan acorde, de tan sublime melodía, que nosotros estábamos como extáticos. Se percibían todas las notas 
desde la más grave a la más alta y parecía como si cien voces cantasen al unísono. 

Nosotros escuchábamos aquel canto de paraíso, cuando vimos partir de los flancos de la Virgen numerosos jovencitos que habían 
bajado del ((353)) cielo. Se acercaron a nosotros llevando escudos en sus manos y colocaban uno sobre el corazón de cada uno de 
nuestros jóvenes. Todos los escudos eran grandes, hermosos, resplandecientes. Reflejábase en ellos la luz que procedía de la Virgen, 
pareciendo una cosa celestial. Cada escudo en el centro parecía de hierro, teniendo alrededor un círculo de diamantes y su borde era de 
oro finísimo. Este escudo representaba la fe. Cuando todos estuvimos armados, los que estaban alrededor de la Virgen entonaron un dúo 
y cantaron de una manera tan armoniosa, que no sabría qué palabras emplear para expresar semejante dulzura. Era lo más bello, lo más 
suave, lo más melodioso que imaginar se puede. 

Mientras yo contemplaba aquel espectáculo y estaba absorto escuchando aquella música, me sentí estremecido por una voz potente que 
gritaba: 

-Ad pugnam! (íA la pelea!). 

Entonces todas aquellas fieras comenzaron a agitarse furiosamente. En un momento caímos todos, quedando de pie en el suelo, y he 
aquí que cada uno luchaba con las fieras, protegido por el escudo divino. No sabría decir si la batalla se entabló en el comedor o en el 
patio. El coro celestial continuaba sus armonías. Aquellos monstruos lanzaban contra nosotros, con los vapores que salían de sus fauces, 
balas de plomo, lanzas, saetas y toda suerte de proyectiles; pero aquellas armas no llegaban hasta nosotros y daban sobre nuestros 
escudos rebotando hacia atrás. El enemigo quería herirnos a toda costa y matarnos y reanudaba sus asaltos, pero no nos podía producir 
herida. Todos sus golpes daban con fuerza en los escudos y los monstruos se rompían los dientes y huían. Como las olas, se sucedían 
aquellas masas asaltantes, pero todos hallaban la misma suerte. 

Larga fue la lucha. Al fin se dejó oír la voz de la Virgen que decía: 
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-Haec est victoria vestra, quae vincit mundum, fides vestra. (Esta es vuestra victoria, la que vence al mundo, vuestra fe). 

Al oír tales palabras, aquella multitud de fieras espantadas se dio a una precipitada fuga y desapareció. Nosotros quedamos libres, a 
salvo, victoriosos en aquella sala inmensa del refectorio, siempre iluminada por la luz viva que emanaba de la Virgen. 

Entonces me fijé con toda atención en los que llevaban el escudo. Eran muchos millares. Entre otros vi a don Victor Alasonatti, a don 
Domingo Ruffino, a mi hermano José, al Hermano de las Escuelas Cristianas, los cuales habían combatido con nosotros. 

Pero las miradas de todos los jóvenes no podían apartarse de la Santísima Virgen. Ella entonó un cántico de acción de gracias, que 
despertaba en nosotros nuevos sentimientos de alegría y nuevos éxtasis indescriptibles. No sé si en el Paraíso se puede oír algo superior. 

Pero nuestra alegría se vio turbada de improviso por gritos y gemidos desgarradores mezclados con rugidos de fieras. Parecía como si 
nuestros ((354)) jóvenes hubiesen sido asaltados por aquellos animales, que poco antes habíamos visto huir de aquel lugar. Yo quise salir 
fuera inmediatamente para ver lo que sucedía y prestar auxilio a mis hijos; pero no lo podía hacer porque los jóvenes estaban en la puerta 
por la que yo tenía que pasar y no me dejaban salir en manera alguna. Yo hacía toda clase de esfuerzos por librarme de ellos, 
diciéndoles: 

-Pero dejadme ir en auxilio de los que gritan. Quiero ver a mis jóvenes y, si ellos sufren algún daño o están en peligro de muerte, 
quiero morir con ellos. Quiero ir aunque me cueste la vida. 

Y escapándome de sus manos me encontré inmediatamente debajo de los pórticos. Y íqué espectáculo más horrible! El patio estaba 
cubierto de muertos, de moribundos y de heridos. 

Los jóvenes, llenos de espanto, intentaban huir hacia una y otra parte perseguidos por aquellos monstruos que les clavaban los dientes 
en sus cuerpos, dejándoles cubiertos de heridas. A cada momento había jóvenes que caían y morían, lanzando los ayes más dolorosos. 

Pero quien hacía la más espantosa mortandad era aquel oso que había sido el primero en aparecer en el patio de los aprendices. Con 
sus colmillos, semejantes a dos tajantes espadas, traspasaba el pecho de los jóvenes de derecha a izquierda y de izquierda a derecha y sus 
víctimas, con las dos heridas en el corazón, caían inmediatamente muertas. 

Yo me puse a gritar resueltamente: 

-íAnimo, mis queridos jóvenes! 

Muchos se refugiaron junto a mí. Pero el oso, al verme, corrió a mi encuentro. Yo, haciéndome el valiente, avancé unos pasos hacia él. 
Entretanto algunos jóvenes de los que estaban en el refectorio y que habían vencido ya a las bestias, salieron y se unieron a mí. Aquel 
príncipe de los demonios se arrojó contra mí y contra ellos, pero no nos pudo herir porque estábamos defendidos por los escudos. Ni 
siquiera llegó a tocarnos, porque a la vista de los llegados, como espantado y lleno de respeto, huía hacia atrás. Entonces fue cuando, 
mirando con fijeza aquellos sus dos largos colmillos en forma de espada, vi escritas dos palabras en gruesos caracteres. Sobre uno se 
leía: Otium; y sobre el otro: Gula. 

Quedé estupefacto y me decía para mí: 

-»Es posible que en nuestra casa, donde todos están tan ocupados, donde hay 
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tanto que hacer, que no se sabe por donde empezar para librarnos de nuestras ocupaciones, haya quien peque de ocio? Respecto a los 
jóvenes, me parece que trabajan, que estudian y que en el recreo no pierden el tiempo. Yo no sabía explicarme aquello. 

Pero me fue respondido: 

-Y con todo, se pierden muchas medias horas. 

-»Y de la gula?, me decía yo. Parece que entre nosotros no se pueden cometer pecados de gula aunque uno quiera. No tenemos ocasión 
de faltar a la templanza. Los alimentos no son regalados, ni tampoco las bebidas. Apenas si se proporciona lo necesario. »Cómo pueden 
darse casos de intemperancia que conduzcan al infierno? 

De nuevo me fue respondido: 

-íOh, sacerdote! Tú crees que tus conocimientos sobre la moral son profundos y que tienes mucha experiencia; pero de esto no sabes 
nada; ((355)) todo constituye para ti una novedad. »No sabes que se puede faltar contra la templanza incluso bebiendo inmoderadamente 
agua? 

Yo, no contento con esto, quise que se me diese una explicación más clara y, como estaba el refectorio aún iluminado por la Virgen, 
me dirigí lleno de tristeza al Hermano Miguel para que me aclarase mi duda. 

Miguel me respondió: 

íAh, querido, en esto eres aún novicio! Te explicaré, pues, lo que me preguntas. 

-Respecto de la gula, has de saber que se puede pecar de intemperancia, cuando, incluso en la mesa, se come o se bebe más de lo 
necesario; se puede cometer intemperancia en el dormir o cuando se hace algo relacionado con el cuerpo, que no sea necesario, que sea 
superfluo. 

Respecto al ocio has de saber que esta palabra no indica solamente no trabajar u ocupar o no el tiempo de recreo en jugar, sino también 
el dejar libre la imaginación durante este tiempo para que piense en cosas peligrosas. El ocio tiene lugar también cuando en el estudio 
uno se entretiene con otra cosa, cuando se emplea cierto tiempo en lecturas frívolas o permaneciendo con los brazos cruzados 
contemplando a los demás; dejándose vencer por la desgana y especialmente cuando en la iglesia no se reza o se siente fastidio en los 
actos de piedad. El ocio es el padre, el manantial, la causa de muchas malas tentaciones y de múltiples males. Tú, que eres director de 
estos jóvenes, debes procurar alejar de ellos estos dos pecados, procurando avivar en ellos la fe. Si llegas a conseguir de tus muchachos 
que sean moderados en las pequeñas cosas que te he indicado, vencerán siempre al demonio, y con esta virtud alcanzarán la humildad, la 
castidad y las demás virtudes. Y si ocupan el tiempo en el cumplimiento de sus deberes, no caerán jamás en la tentación del enemigo 
infernal y vivirán y morirán como cristianos santos. 

Después de haber oído todas estas cosas, le di las gracias por una tan bella instrucción, y después, para cerciorarme de si era realidad o 
simple sueño todo aquello, intenté tocarle la mano; pero no lo pude conseguir. Lo intenté por segunda vez y por tercera, pero todo fue 
inútil: sólo tocaba el aire. Con todo yo veía a todas aquellas personas, las oía hablar, parecían vivas. Me acerqué a don Víctor Alasonatti, 
a don Domingo Ruffino, a mi hermano, pero no me fue posible tocar la mano a ninguno de ellos. 

Yo estaba fuera de mí y exclamé: 

-Pero »es cierto o no es cierto todo lo que estoy viendo? »Acaso éstas no son personas? »No los he oído hablar a todos ellos? 

El Hermano Miguel me respondió: 

-Has de saber, puesto que lo has estudiado, que hasta que el alma no se reúna 

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con el cuerpo, es inútil que intentes tocarme. No se puede tocar a los simples espíritus. Sólo para que los mortales nos puedan ver 
debemos adoptar la forma humana. Pero cuando todos resucitemos ((356)) para el Juicio, entonces tomaremos nuevamente nuestros 
cuerpos inmortales, espiritualizados. 

Entonces quise acercarme a la Virgen, que parecía tener algo que decirme. Estaba casi ya junto a Ella, cuando llegó a mis oídos un 
nuevo ruido, y nuevos y agudos gritos de fuera. Quise salir al momento por segunda vez del comedor; pero, al salir, me desperté. 

Así que hubo terminado la narración, añadió estas observaciones y recomendaciones: 

«Sea lo que fuere de este sueño, tan variadamente entretejido, lo cierto es que en él se repiten y explican las palabras de san Pablo. 
Pero fue tan grande el abatimiento y cansancio de fuerzas, que me causó este sueño, que pedí al Señor no permitiese se volviera a repetir 
en mi mente un sueño semejante; pero hete aquí que, a la noche siguiente, volví a tener el mismo sueño y me tocó ver el final, que no 
había visto en la noche anterior. Y me agité y grité tanto que don Joaquín Berto, que me oyó, vino a la mañana siguiente a preguntarme 
por qué había gritado y si había pasado la noche sin dormir. Estos sueños me cansaron mucho más que si hubiese pasado toda la noche 
en vela o escribiendo. Como veis, esto es un sueño y no quiero darle autoridad alguna, sino sólo hacer de él el caso que suele hacerse de 
los sueños, sin ir más allá. Y no quisiera que nadie escribiese a su casa, acá y allá, no sea que los de fuera, que nada saben de las cosas 
del Oratorio, tengan que decir, como ya han dicho, que don Bosco hace vivir a sus jóvenes de sueños. Pero esto poco me importa; digan 
lo que quieran. Con todo, saque cada uno del sueño lo que sirve para él. Por ahora no os doy explicaciones, porque es muy fácil de 
comprender por todos. Lo que os recomiendo muy mucho es que reavivéis vuestra fe, la cual se conserva especialmente con la templanza 
y la fuga del ocio. Sed enemigos de éste y amigos de aquélla. Otras noches volveré sobre este tema. Entre tanto os deseo buenas noches». 

La repetición de fiestas, lejos de disipar, estimulaba la aplicación, sea porque los Superiores sabían ((357)) aflojar o apretar el freno 
oportunamente, sea porque la alegria, sazonada con la piedad, era moderada y tranquilizadora. Llegó, pues, la deseada fiesta de san Luis 
el 2 de julio, con su tradicional procesión, que se desarrolló solemnemente y con el reparto de premios a los aprendices después de las 
funciones de la tarde. 

Se premiaba a los aprendices por tres cosas: por su aprovechamiento 
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en las clases nocturnas, que finalizaban en el mes de María Auxiliadora, por su conducta moral y por su asiduidad en el trabajo de todo 
el año. Para dar más lustre a la ceremonia don Bosco invitaba a alguna persona distinguida para abrir el acto con un discurso de ocasión. 
El año 1876 lo pronunció el profesor Lanfranchi; el 1875 había hablado el profesor Alejandro Fabre 1. Se levantaban dos tribunas en el 
patio; en una se colocaba la banda musical y en la otra los invitados, con los cuales siempre se sentaba don Bosco, teniendo a su derecha 
al prioste de la fiesta 2 y numerosos señores alrededor. Todos los alumnos del Oratorio, estudiantes y aprendices, formaban a los lados 
de las tribunas dos semicírculos, dispuestos uno frente al otro. El imponente conjunto del aparato exterior impresionaba la imaginación 
de los muchachos, que se formaban una idea altamente educativa del mérito y de su recompensa. 

Eran días de calor sofocante. El Siervo de Dios, que sabía elevarse de las cosas más heterogéneas a consideraciones de orden superior, 
dijo a los muchachos en las «buenas noches» del 5 de julio: 

«Conviene advertir al que enciende la estufa por la mañana que ponga menos leña, porque de lo contrario ívamos a asarnos todos! Pero 
si ((358)) alguno de vosotros necesita una colcha gruesa, una manta o un edredón, dígalo con libertad, que se le dará (risas generales). 
Pero nosotros, queridos jóvenes, acostumbrémonos a aceptar todo como venido de la mano de Dios, el frío, la sed y las demás molestias 
inherentes a esta mísera vida. Y ahora por nuestra parte suframos con resignación el calor para ganar méritos, que nos ayuden a subir al 
paraíso...». 

El celo de don Bosco por el bien de la juventud estaba encendido siempre por igual en cualquier época del año. Terminadas las clases 
en las escuelas públicas, él organizó durante bastantes años escuelas elementales para los externos durante las vacaciones en el Oratorio 
de San Francisco y en los de San Luis y San José. Acudían a ellas numerosos muchachos; en 1876 pasaron de seiscientos. En una gran 
ciudad 

1 Demasiado tarde hemos encontrado el manuscrito, de suerte que no nos fue posible tenerlo en cuenta en el volumen anterior. Fabre, 
antiguo alumno del Oratorio, habló en su exordio de don Bosco en términos tales, que merecen contarse. Después de manifestar que 
había aceptado «como un mandato la gratísima invitación», porque le ofrecía solemne ocasión de encontrarse una vez más entre aquellos 
muros, añadía: «Además me hubiera parecido villana ingratitud rehusar la invitación de aquél, que durante ocho años fue el pan para mi 
boca, la escuela de mi mente, el consejo en las dudas, el consuelo en las aflicciones, la indulgencia en las faltas, el guía seguro de la 
conciencia, el sabio educador en todo, el amigo desinteresado, el padre afectuosísimo». 

2 El año 1876 lo fue el conde José Corbetta. 
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como Turín aquello resultaba verdaderamente providencial para las familias, que no podían tener a los hijos encerrados en casa ni 
vigilarlos en la calle; pero resultaba sobre todo una verdadera bendición para los mismos muchachos. Solía ser el tiempo para pescar 
muchos pececillos, que nunca iban a confesarse. íCuántos de ellos no habían ido nunca a recibir el sacramento de la penitencia! Al 
preguntarles desde cuándo no se habían confesado, la mayor parte contestaba: 

-Desde Pascua. 

De suerte que, sin aquellos cursillos estivales, no se habrían preocupado por acercarse a los sacramentos antes de la Pascua siguiente. 
De aquella manera, por el contrario, se ofrecía a sus parroquias la ocasión de comuniones generales y se preparaba convenientemente a 
los no confirmados para recibir la confirmación. Verdad es que, a los pocos meses, no se volvían a ver las caras de aquellos alumnos 
improvisados que tornaban a quedarse sin guía ni freno; pero, mientras tanto, habían adquirido un discreto conocimiento de la religión, 
habían tomado la saludable costumbre de los sacramentos, ya no tenían respeto humano ni el tonto miedo del confesor. Este fue el 
motivo por el que don Bosco, mientras las circunstancias se lo permitieron, mantuvo, a costa de cualquier sacrificio, estas escuelas de 
verano. 

El Ayuntamiento de Turín solía concederle algún subsidio para ellas; pero en 1876 se negó a ello. Invitó a aquellos señores ((359)) a 
visitarlas, pero no acudieron. Entonces don Bosco, deseoso de saber la causa de aquella novedad, se presentó al alcalde y, cuando fue 
recibido, le dijo: 

-Nosotros hacemos lo que podemos para remediar una necesidad de la ciudad. Pero resultan muy grandes los gastos para que un 
ciudadano privado pueda sostenerlos; con todo, con que sus señorías me presten alguna ayuda, por pequeña que sea, estoy dispuesto a 
hacer este sacrificio. 

Parecía que el alcalde no sabía qué contestar; pero, como don Bosco insistiera, le dijo que pasara al despacho del conde Riccardi, 
encargado de dar respuesta a aquella cuestión. 

-»Pero voy en nombre de usted?, preguntó don Bosco. 

-Puede usted ir en ni nombre, porque le corresponde a él dar respuesta a esto. 

-»No tendría alguien que me acompañara, para que el Conde esté convencido de que voy enviado por una autoridad? 

-»Y a quién quiere que le mande? 

-íBasta un ordenanza! 

El alcalde le proporcionó uno. Llegado don Bosco al despacho del 
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Conde encontróle ocupado en cierta conferencia; pero, avisado, suspendió y salió un instante. El Beato le dijo: 

-Me envía expresamente el señor alcalde, acompañado de un ordenanza, en busca de contestación a la súplica que he hecho varias 
veces, para que se dignen visitar nuestras escuelas estivales y me den algún subsidio. 

-Mire, contestó el Conde mascullando las palabras,... ahora estoy con una conferencia... »no podría... pasar en otro momento? ... o 
mejor, escríbame. 

-Ya he escrito varias veces y no he recibido respuesta. No quisiera que volviese a suceder lo mismo. Vengo en nombre del señor 
alcalde, para que me dé una contestación, ya que es usted el encargado de dármela. 

-íPero ahora... de momento... aquí de repente!... 

-Bastan pocas palabras. Sólo quiero conocer el motivo para saber regular mis relaciones con este Ayuntamiento. Yo tengo otros ((360)) 
compromisos entre manos; necesito saber si éste es un acto de desconfianza conmigo y si hay algún otro motivo. 

-Pues ya que usted quiere saberlo, se lo diré clara y sencillamente en pocas palabras. Mire; usted es un sacerdote católico; la Junta 
Municipal, en su mayoría, se compone de masones. »Comprende bastante con esto...? 

-Comprendo demasiado y no quiero saber más. Ya conocía este motivo por otro conducto, pero necesitaba saberlo por vía oficial. Esto 
me servirá de norma. Sin embargo, me asombra que un Ayuntamiento, cuya mayoría se compone de católicos y administra el dinero de 
una población católica, no se comporte con un católico al menos como se porta con los Valdenses y con los Hebreos. Y, puesto que dan 
subsidios a éstos, no puedo comprender cómo rehúsan darlos a un ciudadano católico. 

El Ayuntamiento no combatía abiertamente al Oratorio y dejaba hacer; pero no concedía nunca lo que legalmente podía negar. Si no 
estallaba abiertamente la guerra, se debía a la suma prudencia de don Bosco. No queremos investigar ahora si otros santos se encontraron 
en circunstancias parecidas; pero lo cierto es que fue siempre admirable su paciencia, su resignación y su dulzura, pues, a pesar de todo, 
siguió favoreciendo a la ciudad y recogiendo en su casa a los muchachos que aquellos mismos señores le recomendaban sin darse nunca 
por ofendido. 

El día de la Asunción ya había cuarenta nuevos alumnos que ocupaban los sitios dejados libres por los alumnos del quinto curso, 
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que, después de haberse examinado en los institutos del Estado, en los seminarios o en casa, disfrutaban unas semanas de vacaciones. No 
es para contar la grata impresión que hacía en ellos aquella primera fiesta con sus funciones, sus cánticos, sus músicas. Escribe don Julio 
Barberis, testigo ocular: «íQué bonito resulta verlos ir con sencillez y confianza a confesarse y abrir candorosamente su corazón al que se 
muestra tan solícito por su eterna salvación!». Por segunda vez se conmemoró ((361)) el supuesto 1 cumpleaños de don Bosco. 
Sentábanse a la mesa algunos señores; el cronista, llevado sin duda por el sentimiento de gratitud que el Beato alimentaba habitualmente 
en su corazón y se esmeraba en transfundir a los suyos hacia los bienhechores, se complace en mencionar particularmente al dentista 
doctor Sistelli, que prestaba al Oratorio gratuitamente los servicios de su profesión. íLástima que apenas si conocemos el tema de las 
«buenas noches»! El querido Padre manifestó los sentimientos que experimentaba al cumplir los sesenta y un años de edad y comenzar 
los sesenta y dos, y expresó la esperanza de poder continuar éste con los muchachos, dedicándolo todo para su provecho. 

En tan alegre circunstancia permitió el Señor que también su buen Siervo tuviese que probar alguna gotita de amargura. Hacía tres años 
que ansiaba fuese monseñor Gastaldi a confirmar a los muchachos del Oratorio; volvió a rogárselo alguna semana antes de la Asunción. 
Monseñor pareció dispuesto a aceptar, pero fue difiriendo siempre la función, hasta que acabó por enviar una negativa. Don Bosco sentía 
mucho dejar ir a vacaciones unas decenas de muchachos sin haber recibido aquel sacramento, y más aún porque dos del quinto curso y 
algunos del cuarto iban a vestir la sotana clerical, y todavía no estaban confirmados. Por lo cual creyó oportuno preguntar al Arzobispo 
de Vercelli, si, contrariis non obstantibus, se dignaría ir a confirmarlos. Monseñor Fissore le contestó afirmativamente. Entonces el 
Siervo de Dios dirigió al Ordinario esta carta: 

Excelencia Rvma.: 

El señor Arzobispo de Vercelli está dispuesto a venir para administrar el Sacramento de la Confirmación a los muchachos de esta casa, 
el día 27 de este mes. 

Como ya hace tres años que no se ha administrado, ruego humildemente a V. E. Rvma. tenga a bien permitir que el mencionado 
Arzobispo venga a prestarnos este importante servicio religioso. 

1 Don Bosco cumplía los años un día después, el 16 de agosto. (N. del T.) 
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((362)) Permítame tenga el honor de poderme profesar con la mayor gratitud, 

De V. E. Rvma. 

En casa, 12 de agosto de 1876. 

Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.


El secretario arzobispal contestó a esta carta el día de la Asunción en los siguientes términos: 

Rvmo. Señor: 

S. E. Rvma. me encarga notifique a V. S. que él no se opone a que el Excelentísimo señor Arzobispo de Vercelli administre la 
Confirmación a los alumnos del Oratorio de San Francisco de Sales; pero observa que hubiera sido un acto público de respeto a la 
autoridad del Arzobispo, si estos alumnos hubiesen venido a recibir este Sacramento en la iglesia del Arzobispo de manos del propio 
Pastor. 
Al exponerle las intenciones de mi Rvmo. Arzobispo, me honro profesándome con suma consideración, de V. S. Rvma. 

15 de agosto de 1876. 

Seguro servidor 

T. Can. CHIUSO, Secr. 
Señor don Juan Bosco. -Turín. 

El Beato mandaba llevar al Arzobispo a los alumnos externos, cuando le era imposible tener a Su Excelencia en el Oratorio para 
confirmar a sus pequeños diocesanos; pero con los internos, a más de que la cosa hubiera despertado admiración y producido molestias, 
le gustaba sobremanera celebrar en ciertas ocasiones hermosas fiestas de familia con ceremonias solemnes y con intervención de 
Obispos, pues sabía que su asistencia era muy útil para los muchachos. El ser tan mal comprendido le afligía amargamente. La 
ceremonia se celebró el 27 de agosto. 

Por aquellos tiempos generalmente se celebraba en el Oratorio la clausura del curso escolar el jueves que caía en la novena de la 
Natividad de María Santísima. Don Bosco la retrasaba tanto a fin de reducir a lo más mínimo la duración de las vacaciones, que solía 
llamar «la vendimia del diablo». Durante dos noches consecutivas dio unos provechosos avisos a los muchachos para aquel tiempo 
peligroso. 
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((363)) 23 de agosto. Dos ocasiones de males durante las vacaciones y cómo precaverse de ellas. 

-Nos acercamos a las vacaciones otoñales y es bueno que empiece a daros algún consejo, que os sirva para manteneros en el santo 
temor de Dios durante este tiempo peligroso. Os los iré dando poquito a poco para no tener que amontonarlos el último día. 

Muchos me preguntan: 

-»Cómo se entiende que algunos jóvenes, mejor, casi todos se conservan buenos, dóciles, temerosos de Dios a lo largo del curso 
escolar, y después en las vacaciones pierden en poco tiempo todo el fruto de tantos esfuerzos y se vuelven no sólo disipados y 
desobedientes a sus padres, sino que incluso caigan en faltas feas y se den al vicio? 

Es fácil contestar a la pregunta. El pájaro, fuera de la jaula, goza de libertad, es verdad; pero, cuando menos se lo espera, viene el 
milano y lo devora. Vosotros sois como pajaritos; mientras estáis en el Oratorio, todo marcha bien; salís, y el demonio está a la puerta 
esperándoos para haceros caer. 

Que »cómo sucede esta desgracia? Mirad, hay dos cosas. Fuera de aquí se encuentran más estímulos para el mal y menos medios para 
manteneros en el camino recto. Estímulos para el mal son los malos compañeros, a veces verdaderamente perversos y desalmados, que 
por casualidad se encuentran. Hay ocasiones malas, escándalos. Quieras que no se oyen blasfemias, conversaciones frívolas, y a menudo 
irreligiosas e inmorales. Por un lado se ve una persona vestida de cualquier manera, por otro hay que tratar con personas de distinto sexo. 
Además, los mismos parientes y amigos dicen: -íCome, come! íEa, bebe, bebe! Y »cómo puede uno mantenerse en medio de tantos 
peligros? Especialmente los jóvenes, en los que impera como un gigante el respeto humano, »cómo podrán resistir? 

Hay, además, otra cosa. En casa se tienen menos medios para mantenerse fieles en el servicio del Señor. Aquí si hay algo que pesa en 
la conciencia, vais enseguida a confesaros y tenéis comodidad para hacerlo todos los días; allá, no. Aquí tenéis oportunidad para recibir 
la santa comunión, para hacer una visita a la iglesia, tenéis misa todos los días, medios poderosísimos para manteneros en gracia de Dios; 
allá no. 
Aquí se reza por la mañana y por la noche, se hace un rato de meditación, al atardecer se da la bendición. »Y en casa? Muchos de 
vosotros, al llegar a su casa, dejan algunas de estas prácticas y, claro está, que caerán más fácilmente en el pecado. 

La conclusión, pues, que hay que sacar es ésta. Si uno quiere quedarse en el Oratorio, ya sabéis que yo estoy conforme con que se 
quede; tendrá aquí sus vacaciones. El Oratorio no se cierra nunca y el que quiere quedarse tiene libertad para ello. Si, por el contrario, 
quiere ir a su casa también esto me satisface; vaya en hora buena; pero, por amor de Dios, apártese, por cuanto pueda, de los peligros y 
ocasiones de pecar que allá se encuentran, de las compañías perversas que tropezará, y, además, haga lo posible para seguir cumpliendo 
normalmente sus prácticas de piedad, tal como las haría en el Oratorio. »Qué dificultad podéis encontrar para rezar siempre vuestras 
oraciones de la mañana y de la noche? Rezadlas, pues, y rezadlas bien, y todos. Creo también que todos ((364)) podéis oír vuestra misa 
cada día y mejor aún, ayudarla; hacedlo y hacedlo con gusto. »Quién puede impediros hacer un poco de meditación por la mañana, un 
poco de lectura espiritual y la visita al Santísimo Sacramento a lo largo del día? Guardad, además, la gran práctica de confesaros cada 
semana, cada diez o quince días. Si lo hacéis así, creo que las vacaciones no os harán ningún mal. 

Por tanto, si queréis seguir siendo en vuestras casas tan buenos como lo fuisteis 
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en el Oratorio, dad mucha importancia a las prácticas de piedad y cumplidlas como lo hacéis en el Oratorio. 

Queda todavía una cosa importante, que es la que más os recomiendo. Se trata del recogimiento; quedaos de buena gana en vuestra 
casa, estad con vuestros padres y no queráis ir a todas partes, verlo todo y andar por fiestas y mercados. 

Proponeos, queridos hijos míos, practicar estas cositas, que os he sugerido; haced desde ahora este propósito y estad seguros de que 
estaréis contentos, al fin de las vacaciones, por no haber ofendido a Dios. 

24 de agosto. Cómo hay que entender la recomendación de estar recogidos durante las vacaciones. 

-Voy a añadir dos palabras a lo que os dije ayer. Os dije que quien quiera conservarse bueno durante las vacaciones debe cumplir en 
casa las mismas prácticas de piedad, por cuanto pueda, que se hacen en el Oratorio. Explico lo de estar recogidos. Quiero decir, estar 
alejado de las personas, lugares y cosas, que pueden ser ocasión de pecado. Al decir estar recogidos, no quiero decir que os estéis todo el 
día acurrucados en un rincón del hogar, esperando el momento de llevar a la boca los macarrones bien aderezados y preparados. Quiero 
decir: 

1.° Estar alejados de las personas. Desgraciadamente muchos tienen en su casa compañeros con los que estaban acostumbrados a 
sostener conversaciones menos buenas y hacer cosas que no se deben hacer. Si de nuevo volvéis a juntaros con tales compañeros, 
lastimosamente volveréis a caer. Estará fulano, que ante vosotros comenzará a hablar contra la religión o las buenas costumbres. Pues 
bien, dejadle, huid de él, plantadle allí mismo. »Que es de mala educación obrar así? No, el mal educado es el que en vuestra presencia 
habla de lo que puede desagradaros. El dirá: -íEres un hipócrita, un impostor! -Pero vosotros pensad que es precisamente al contrario. El 
es el impostor y el hipócrita. Profesarse uno cristiano, y luego no obrar como tal, eso es hipocresía; por consiguiente, una de dos: o no 
pretender ser cristiano, o cumplir los mandamientos del cristianismo. Decidle francamente a ese tal: -Yo no quiero renegar del nombre de 
cristiano y, por tanto, para no ser un impostor, no quiero tomar parte en estas conversaciones. Y decid otro tanto ante cualquier otro mal 

o pecado. Es impostor el que se profesa cristiano y no actúa como tal. 
2.° He dicho huir de las personas y de los lugares peligrosos. Por ejemplo, huir de los festines, bailes, teatros, ferias. Es casi imposible 
((365)) querer tomar parte en estas reuniones, estar en todos estos sitios, donde se arma tanta batahola, y que no quede herida alguna 
virtud cristiana. En todos estos lugares se oyen blasfemias, malas palabras y a veces obscenas, aptas para despertar malos pensamientos. 
Las más de las veces hay personas vestidas de cualquier manera, hay hombres, hay mujeres, y creed a mi experiencia, hay siempre 
peligros, graves peligros. 

Se va a un festín, a una visita y se bebe una copa, después otra y a veces más. Esto empieza a calentar la cabeza, se despiertan 
pensamientos y deseos y quién sabe hasta dónde se puede llegar, dado que en esas conversaciones, con el vino y con las imaginaciones, 
vienen luego las palabras y una cosa trae la otra. Yo también fui joven como vosotros y desgraciadamente me encontré en los peligros en 
que os encontráis vosotros. Creed a mi experiencia, a mis palabras. Dichosos vosotros si, alertados por mi experiencia, os retiráis lo más 
posible; evitaréis inmensos peligros; así prevenidos os pondréis en el buen camino antes de ensayar el malo, y creedme en hora buena 
que es una fortuna aprender por la experiencia ajena. Escarmentar en cabeza propia es una de las mayores desgracias. 
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La natural inquietud de los muchachos ante la inminente salida a sus casas deja sentir sus efectos también en las practicas de piedad. 
Las «buenas noches» del 25 de agosto tienden, sin decirlo, a evitarlo de algún modo, tanto mas cuanto que los recién llegados podían 
recibir de ello mal ejemplo. Habló, pues, así: 

Quiero advertir, lo mismo a los antiguos en la casa que a los nuevos, que hay que hacer bien el primer acto de nuestra santa religión, 
que es la señal de la Santa Cruz. Algunos parece que espantan moscas, otros no llevan la mano de un hombro al otro, otros trazan una 
línea de la frente al pecho. No es así como se debe hacer. Hay que llevar primero la mano derecha hasta la frente y tocarla con la punta 
de los dedos, diciendo: En el nombre del Padre; luego al pecho, diciendo: Y del Hijo; y después se lleva al hombro izquierdo y de éste al 
derecho, diciendo: Y del Espíritu Santo. Y juntando después las dos manos se dice: Amén o Así sea. 

Debo, además, advertiros que os esmeréis en rezar bien las oraciones y que se recen en tono uniforme. Quiero decir que sigan las 
oraciones en el mismo tono de voz del que comenzó. Mañana empezaremos a dar algunos avisos para las vacaciones. Sé que hay algunos 
que han determinado quedarse aquí, pero sé también que hay otros ((366)) que están ansiando el momento de salir. Así pues, mañana nos 
hablaremos. Por hoy me limito a desearos una buena noche. 

Por fin, el 31 de agosto hubo la distribución de premios a los estudiantes; por primera vez recibieron los músicos un premio especial. 
Pronunció el discurso don Francisco Dalmazzo, director de Valsalice. Se presentaron también los premiados del quinto curso que, 
después de la ausencia de un mes, fueron todos a confesarse con don Bosco. Dispuso éste que aquel mismo día se hiciera el ejercicio de 
la buena muerte. Al día siguiente, día de la partida, hubo una edificante comunión general, «casi viatico», dice la crónica, para que los 
acompañase durante el viaje. Después de la misa se presentó don Bosco ante la balaustrada del altar para dar la paternal despedida a sus 
queridos hijos con las siguientes palabras: 

No quiero predicaros un sermón; sólo quiero daros unos avisos, que os deberán acompañar durante las vacaciones y que os servirán de 
mucho provecho, si los ponéis en práctica. No quiero tomar posición contra vosotros para apartaros de las vacaciones, no; al contrario, 
éstas son el premio de vuestro trabajo. Como el caminante rendido por el largo viaje toma un poco de descanso para reemprender el viaje 
con más vigor, así también vosotros vais a vuestras casas para descansar de las fatigas del año y cobrar aliento para nuevos estudios. 

íQuiera Dios que este descanso no acarree funestas consecuencias a ninguno de vosotros! Mucho me lo temo y por eso quiero daros 
algunos avisos. Los compendio todos en esta sentencia: Diverte a malo et fac bonum. Diverte a malo, aléjate de todo lo que puede 
perjudicar a tu alma; et fac bonum, y obra el bien. »Y creéis vosotros 
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que el Señor os pide mucho con este fac bonum? No, el Señor se contenta con poco. Haced bien lo que tenéis que hacer. Dicho con una 
sola palabra: guardad vuestra alma. Esta alma tan preciosa que lleváis con vosotros. Si pudiérais dejar aquí el alma, podríais marchar 
seguros, diciendo: don Bosco se cuidara de ella. Pero el alma no puede estar separada del cuerpo; por consiguiente, tendréis que llevarla 
con vosotros. »La guardaréis con el máximo cuidado? »Vigilaréis para que el demonio no os arrebate un tesoro tan grande? »Y los 
medios para guardarla? »Los tenéis? Leed a menudo el librito de los recuerdos, que se os ha dado, leedlo todos los días, meditadlo y 
practicadlo. 

Algunos me dirán: -Es que nosotros no podemos ir con la acostumbrada frecuencia a oír misa y acercarnos a los sacramentos. -Bien; 
»no podéis acercaros durante toda la semana? Esforzaos al menos por tener totalmente ((367)) libre algún rato del domingo para ir a misa 
y acercaros a los santos sacramentos de la confesión y comunión. »No podéis ir todos los domingos? Yo no os fijo tiempo alguno; 
procurad únicamente tener algún rato el jueves u otro día para confesar y comulgar. Si uno no tiene falta alguna en la conciencia, no vaya 
a confesarse, no lo necesita; rece las oraciones de costumbre y acérquese a recibir el Santísimo Sacramento; pero que no tenga realmente 
nada que le remuerda la conciencia. Mas, si tiene algo que le hace dudar, claramente le digo con el catecismo: vaya a confesarse tan 
pronto como pueda. 

Si yo preguntara a cada uno de vosotros:
-»Quieres pasar bien las vacaciones?
Todos me diríais que sí, y: -Mire don Bosco, esté usted seguro; yo jamas me dejaré enredar por los parientes ni por los amigos.
-íBien, bien; ya lo veremos!, le contesto yo.
Hay algunos que van a su casa, oyen hablar a un compañero, que dice algo indecente, camuflado con bonitas frases y ellos sonríen y, si


no es esta vez, sera otra en la que también ellos apoyan las razones de un deslenguado. Aquella primera sonrisa fue el acto de rendirse al 
enemigo. Cae en sus manos un libro malo y comienzan por mirar la portada, después leen los primeros renglones; al día siguiente pasan 
la mirada sobre una pagina; otro día se les calienta la cabeza y lo leen todo, hasta pasándose en la lectura muchas horas de la noche. De 
ahí resulta que, a la mañana siguiente, ese tal duerme hasta una hora avanzada, y por esto ya no puede ir a misa todos los días; después 
empieza a juntarse con compañeros y amigos, porque no reza, porque ha perdido el miedo que debería despertarle el temor al pecado, 
porque se deja vencer por el respeto humano. En conclusión, poco a poco acaba por caer miserablemente. 

»Pasan bien las vacaciones todos éstos?
Muy al contrario... Estos tales vuelven al Oratorio y su primera palabra es:
-»Dónde esta don Bosco?
-Allá está, le responden.
-Bueno. No quiero que me vea.
-»Por qué?
-íYa sé yo porqué! Dime, »viene el domingo algún confesor forastero?
-íSí! »Por qué?
-Porque tengo algo que arreglar y hablar con él un rato en secreto.
-»Y por qué no vas a don Bosco?
-Porque..., porque..
.
Todos estos porqués, os los voy yo a explicar: porque no ha pasado bien las vacaciones.


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((368)) Para que no tengáis que pasar este bochorno, os doy un buen consejo. A los quince días de estar en casa, escribidme. »Lo 
haréis? Recuerdo que el año pasado tomé nota de unos cuarenta que me daban pocas esperanzas de perseverar en el bien. -Escribidme, 
les dije, cada quince días comunicándome el plan de vida que seguís en vuestras casas, para que yo os pueda aconsejar, y hallaréis 
fuerzas para cumplir los buenos propósitos. -íParece increíble! De cuarenta que yo había apuntado, ni uno solo me escribió. A su vuelta 
les pregunté por qué no me habían escrito, tal y como me lo habían prometido. Contestaron: 

-No marcharon bien nuestras cosas y teníamos miedo. 

-íTeníais miedo! Pero, »no sabéis que éste es un engaño del demonio? El se alegra de vuestro silencio, de vuestra repugnancia a hacer 
lo que es necesario para vencer el mal o prevenirse contra él y dice: -»No trabajas tú? Trabajaré yo. »Tú callas? Yo hablaré. 

Y así os va cerrando la boca para aumentar después vuestro bochorno. 

Tengo que daros otro aviso, que considero muy importante. Hay jovencitos que llegan a su casa, entran, saludan simplemente a sus 
padres y van a acurrucarse en un rincón sin decir una palabra. Parece que hayan venido al Oratorio para aprender a ser tercos y ponerse 
de morros. Esto parece extraño y, sin embargo, no es raro que suceda. Mal hecho. Junto con la ciencia habéis recibido también una 
buena educación. Por eso, al llegar a casa, saludad amablemente a los parientes, preguntad si marcha bien el campo, si prospera el 
negocio, si tal pariente, o tal amigo goza de buena salud. Los parientes, por su parte, os pedirán noticias de vuestra salud, os preguntarán 
si habéis aprobado y vosotros podréis contestar: 

-Sí, he aprobado; íaquí tenéis el primer premio! íHe aquí el diploma que he ganado con mi buena conducta y aplicación! Otro dirá: -No 
he logrado ningún premio, pero aquí tenéis mis calificaciones las cuales dicen, por lo menos, que hice lo posible para que quedarais 
satisfechos: -O bien alguno tendrá que decir: -Fui al combate, luché y caí herido; pero os prometo estudiar en estas vacaciones para 
reparar en los exámenes de noviembre 1 y ponerme al nivel de los demás compañeros. 

Si habláis de esta manera, los parientes quedarán contentos o al menos satisfechos, pensando que no han malgastado el dinero. 

Lo mismo que os he dicho que hagáis con los parientes, hacedlo también con las personas que debéis visitar, como el párroco, el 
maestro, y los amigos de la familia. Entregad al párroco la hojita que habéis recibido, decidle que don Bosco le saluda y le ruega que 
firme esa hojita a la hora de volver al Oratorio. 

Hay algunos con el temor de que, cuando estén en casa, se les envíe una cartita invitándoles a quedarse en el pueblo para el próximo 
curso. Tranquilícense y piensen que los Superiores no son malos; y que, ((369)) por el contrario, sólo desean su bien. Si se portaron bien, 
pueden ir tranquilos a vacaciones sin miedo a que se les envíe la famosa cartita. Los que saben haber merecido tal cartita y que les será 
enviada (pero afortunadamente este año la cuestión fue mucho mejor que en los años anteriores) por su mala conducta y su holgazanería 
en los estudios, tienen todavía un recurso para anularla y pueden decir: -»Quién sabe si mis Superiores no me volverán a admitir, si hago 
un firme propósito de enmienda de costumbres? -Pues bien; háganlo así y también ellos podrán pasar tranquilos sus vacaciones. 

1 Así era. Volvían de las vacaciones otoñales y entonces se hacían los exámenes de recuperación. (N. del T.) 
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También deseo que los que se quedan aquí en el Oratorio pasen tranquilamente y bien las vacaciones. Me refiero a los nuevos, a los 
que tienen que ponerse a tono en los estudios, poco atendidos durante el año, a los que quieren avanzar a un curso superior, a los que 
tomarán la sotana. Procuraremos que éstos tengan unas vacaciones agradables. 

Además de lo dicho, tengo que daros otro aviso sobre la vuelta de vacaciones: a saber, los que tienen que presentarse a examen de 
alguna asignatura, vengan el 16 de octubre, y los que ya no tienen nada que arreglar con los examinadores, el día 19. No es menester os 
diga que hay que llegar el día fijado, para no perder el puesto en el Oratorio. Sólo os digo que todos los años hubo algunos que llegaron 
tarde y se vieron obligados a volver a su casa por este motivo. Pero con esto no quiero decir que vengáis, si os lo impide un motivo 
grave. íEso no! Si, por ejemplo, alguno de vosotros tuviese al padre o a la madre gravemente enfermos, o él mismo estuviera enfermo, o 
tuviese que quedarse en casa por algún asunto grave, quédese sin miedo; pero haga que el párroco o alguna persona digna de 
consideración escriba a los Superiores del Oratorio. Pero no escriba él mismo porque, si él escribiera... podría sospecharse... íBasta! 

Esto es lo que yo quería deciros y que, si lo ponéis en práctica, podéis estar seguros de que pasaréis bien las vacaciones. Leed con 
frecuencia el librito de los recuerdos 1, y si queréis más, llevaos El Joven Cristiano, donde encontraréis muchos buenos recuerdos que 
don Bosco da a los jóvenes que desean pasar bien las vacaciones. 

Tengo además que daros una triste noticia; tenemos al clérigo Vigliocco gravemente enfermo; parece que el Señor lo quiere consigo en 
el Paraíso, y hay pocas esperanzas de devolverle la salud. El se recomienda encarecidamente a todos vosotros y a vuestras oraciones. 
Pidamos al Señor que, si bien parece quiere llevárselo consigo, con todo, si quiere, puede devolverle la salud. 

((370)) Vosotros cuidad también vuestra salud; pero estad atentos y mientras dais al cuerpo descanso, diversión y alimento, no dejéis 
de dárselo también al alma; esto es, alejaos de los festines, bailes y diversiones, que puedan de algún modo perjudicar vuestra eterna 
salvación. Si así lo hacéis, estad seguros de que pasaréis las vacaciones en santa paz con el Señor. 

Como ya habéis oído, el próximo noviembre saldrá una nueva expedición de misioneros para Patagonia. Si todos volvéis, podréis 
asistir de nuevo a la espléndida fiesta que ya hicimos la otra vez. Ellos os prepararán allá sitio para cuando vosotros vayáis. Hay mucho 
trabajo y los ojos de todos están vueltos a nosotros. Esto decídselo a vuestros padres, si queréis; decidles que don Bosco los saluda, que 
los encomendará en la santa misa; y que rueguen por él. Decid lo mismo a vuestros párrocos, a los que llevaréis mis saludos. Por mi 
parte recomendaré siempre en la misa a mis queridos hijos, para que nos podamos volver a juntar bajo este querido techo. íFelices 
vacaciones! 

Salieron unos cuatrocientos en el espacio de pocas horas. Se lee en la crónica: «La salida de hoy ha sido muy ordenada. Todo estaba 
previsto y arreglado: sacados los billetes del ferrocarril, facturados los 

1 Durante varios años se entregó a los que salían una hojita doble con algunos avisos y una serie de textos sagrados. Véaseen el 
Apéndice, doc. 33, donde volvemos a publicar también la carta para presentar al párroco. 
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baúles, organizados los grupos, de acuerdo con los trayectos a recorrer». 

Muchos rodeaban a don Bosco para oír una palabra más de sus labios; también los padres se agolpaban a su alrededor para saludarlo o 
consultarlo. Cuando los jóvenes se iban, aparecía siempre en el rostro de don Bosco una ligera nube de tristeza; su corazón temblaba por 
la suerte de esos hijos, que hacía diez o más meses habían sido el objeto de tantos cuidados y solicitudes de su parte. 

La impresión que don Bosco causaba en el ánimo de los muchachos no la percibían ellos enteramente, mientras vivían la vida del 
Oratorio; pero los años y la experiencia hacen reflexionar y entender. Don Francisco Picollo, el vivaracho alumno de quinto curso arriba 
mencionado, encontraba alivio en sus muchos achaques recordando aquellos tiempos y consignando en el papel, tal como las recordaba, 
las cosas de entonces. En un manuscrito que tenemos ante los ojos, describe a don Bosco tal cual lo vio especialmente en 1876. Para 
cerrar este capítulo referiremos dos de sus impresiones, resumiéndolas ((371)) con sus mismas palabras. Ante todo, dice, «su persona 
estuvo y está todavía presente en mí, aureolada por una absoluta pureza virginal. El esplendor de esta virtud se transparentaba en cada 
uno de sus gestos, en cada palabra suya. Era un ángel en carne humana. Si hablaba de esta vida, cantaba sus bellezas como no sabe 
hacerlo la mayor parte de los hombres; si miraba, lo hacía con tal modestia que a duras penas podíamos nosotros ver aquellas sus 
maravillosas pupilas; si tocaba (y en esto el único ademán, que se permitía, era ponernos la mano sobre la cabeza a manera de 
bendición), a su contacto parecía que el hálito de un espíritu celestial nos llenaba de amor a la pureza». 

La segunda impresión de Picollo era que «don Bosco rezaba continuamente. Su unión con Dios era continua. Quien se acercaba a él, 
experimentaba al momento la presencia de un serafín. Tal parecía, cuando caminaba grave y sereno; tal, cuando en la conversación sabía 
elevarnos a Dios partiendo de los temas más ordinarios, y eso sin hacerse aburrido o pesado, sino con una naturalidad increíble. 
Alrededor de la cabeza de don Bosco se hubiera podido escribir con caracteres luminosos Conversatio nostra in coelis est (Nuestra 
conversación está en los cielos)». 
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((372)) 

CAPITULO XIII 

COSAS DE FAMILIA 

»HAY algo más de familia que la res familiaris (los bienes de fortuna, el patrimonio)? La cuestión económica daba siempre que pensar 
seriamente en el Oratorio. A mediados de agosto escaseaba tanto el dinero que, teniendo un hermano que ir a Borgo San Martino, no se 
encontró en la caja central de la administración lo suficiente para pagarle el viaje. El coadjutor Pelazza, director de la tipografía, tenía 
treinta mil liras de deuda con la fábrica de papel, que ya se negaba en redondo a suministrar más papel; el coadjutor Rossi, proveedor, 
debía sesenta mil liras a la fábrica de tejidos, que amenazaba con no expedir más tela. Este mismo coadjutor ya no se atrevía a dejarse 
ver por los acreedores; y, cuando encontraba a don Bosco, se ponía a su lado con los demás, pero sin pedirle nunca, pues sabía muy bien 
en qué aguas se navegaba. Una tarde el Siervo de Dios rompió el hielo y dijo: 

-íVerdaderamente es necesario que pensemos en ello en serio! íMira, Rossi, te enviaré todo el dinero que recibamos! Ya he escrito 
unas cartas que espero den su fruto. Pero, de momento, no haremos nada, porque todos los señores están en el campo; ahora no hay 
ninguno en Turín. 

El último día de octubre con «la caja vacía», escribió a Cagliero; y quince días después le repetía: «Esta expedición nos ha puesto con 
el agua al cuello». A pesar de todo estas lastimosas estrecheces económicas no lo ((373)) amedrentaban. «Dios nos ayuda», decía 1, no 
para manifestar sus esperanzas en el futuro, sino con la seguridad de una realidad presente. 

Sostenido por esta gran confianza sobrenatural, el Beato no escatimaba gastos cuando se trataba de vocaciones. Hubo quien propuso 
obligar a los nuevos clérigos a costearse los hábitos eclesiásticos que, en total, costaban unas doscientas liras. Anticipar, según el que 
hizo la propuesta, equivalía a no sacar ya ni un céntimo, pues los nuevos 

1 Carta a don Juan Cagliero, 14 de noviembre de 1876. 
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clérigos, una vez provistos por el Oratorio, ya no se darían por aludidos. Don Bosco se daba perfecta cuenta del importe total, puesto 
que, según las previsiones, iban a ser unos ochenta los que vestirían la sotana. Pero no se le ocultaban los inconvenientes. El primero era 
la pérdida de no pocos aspirantes, ya que algunos, para no tener que batallar con los suyos, volverían a sus familias, y otros, ante la 
presión de los padres reacios a pagar, no aguantarían. El segundo inconveniente era de carácter psicológico; los más de los restantes, al 
ver las dificultades de los padres para juntar poco a poco aquella cantidad, vivirían apenados, con daño para su formación. 

-Verdad es, dijo, que nuestra situación económica es desastrosa, pero de alguna manera saldremos a flote. Así alcanzaremos un gran 
bien. Si un joven llega a ser un buen sacerdote, »no hemos de considerar bien remunerados nuestros sacrificios? Y, si después se queda 
en la Congregación, pagará él por muchos. Tenemos aquí en casa jóvenes cuya pensión la pagan los dominicos, los jesuitas, los 
filipenses, los oblatos. Veo cómo estas Congregaciones cargan con estos gastos por la esperanza de que sus protegidos puedan después 
ingresar en su Instituto. Y, sin embargo, las más de las veces no ingresan o, después de ingresar, se salen. íCuánto mejor, pues, podemos 
hacerlo nosotros, a quienes no nos cuestan tanto; nosotros, que apenas nos damos cuenta de si tenemos un alumno más o menos, una 
boca más o una menos! 

((374)) Otro proponía que, para sanear la economía, se multiplicasen los colegios, de donde se pudieran sacar socorros. No menos 
categórica fue la respuesta del Beato: 

-Es necesario que nos ocupemos mucho de los muchachos pobres. Necesitamos también colegios; pero los oratorios, los hospicios, las 
casas para muchachos abandonados son semillero de muchas vocaciones, e instrumento de un bien extraordinario. El mayor bien que se 
puede hacer es establecer un gran número de casas como el Oratorio de Turín, como el Hospicio de San Pier d'Arena, como el Patronage 
de Niza, donde haya estudiantes y aprendices, pobres o de mediana condición, donde se aprenda música instrumental y vocal y haya toda 
clase de ocupaciones, es decir, donde personas de toda suerte puedan encontrar un puesto adecuado para ellas. Si comenzamos nuestras 
casas con este plan, humildemente, recogiendo chicos desamparados, somos bien vistos por todos, buenos y malos, y ninguno nos pone 
trabas. Podremos también montar nuestras escuelas sin tantos diplomas y programas, y educar a muchos jóvenes adictos a nosotros e 
instruirlos. Y ya que los malos no nos protegen, podremos, al menos, esperar que no nos molesten. 
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Eran también aquellos los meses de febriles preparativos para la segunda expedición de misioneros, para lo que se necesitaban medios 
muy grandes; era el tiempo en que había que proporcionar el equipo para los hermanos destinados a nuevas fundaciones. En el Oratorio 
había, cuando la había, la ropa estrictamente necesaria; pero a don Bosco no le gustaba parar en menudencias; no convenía que en las 
casas nuevas dieran los hermanos la impresión de miserables y necesitados. Dicha sea la verdad, al Oratorio llegaba bastante ropa, que 
enviaban personas caritativas; pero, cuando llegaba para uno, la necesidad obligaba a repartirla entre dos, de modo que siempre se estaba 
a la cuarta pregunta. Deo gratias, exclama por todo comentario nuestro cronista, ante aquel estado de cosas. 

Aunque acosado por todos lados, permitió que se hiciera una construcción poco llamativa, pero sí costosa. ((375)) En el primer patio 
del Oratorio, donde se extiende el ala que sirve de fondo a la estatua de bronce del Beato, se adelantaba un simple pórtico, que 
posteriormente se transformó en amplio salón, mediante un muro que cerraba los huecos entre columna y columna; más tarde se le 
añadió una obra de dos plantas hasta donde hoy termina el tejadillo que resguarda la galería superior. Más allá se extendía una terraza de 
unos cinco metros de ancha, defendida por una barandilla, que se apoyaba en unos pilarcitos de ladrillo, que sostenían macetas de flores. 
Adosadas al muro había unas parras, plantadas en cajones llenos de tierra, que trepaban hasta extender sus pámpanos alrededor de las 
ventanas de las habitaciones de don Bosco. El 18 de octubre de 1876 encima de aquella terraza se levantaron las dos plantas, de modo 
que ofrecieran a don Bosco una galería donde poder pasearse y hacer algo de ejercicio cuando empezó para él la grave dificultad de bajar 
y subir escaleras. Dicha sea la verdad, la piedad de sus hijos arrancó el permiso a don Bosco durante una de sus ausencias, y pintándole 
la obra como cosa de poca duración y escaso gasto. Pero el Beato quiso que se respetaran las parras, y cuando fueron quitadas de la 
terraza, las mandó trasplantar abajo en el suelo desde donde volverían a alegrar su estancia y le permitirían mantener su hermosa 
costumbre. Porque en otoño vendimiaba él los racimos maduros, y los regalaba a los bienhechores y a los alumnos del cuarto y quinto 
curso del bachillerato 1. 

En materia de economía don Bosco tenía como norma el neque 

1 F. GIRAUDI. El Oratorio de don Bosco, pág. 131-132. Torino, S.E.I. En 1876 cuando se hizo la última vendimia en el primitivo 
lugar, don Bosco, ausente, envió a don Miguel Rúa una larga nota de bienhechores, a los que, en la hora oportuna, y por él indicada, se 
llevase el librito de los Cooperadores y algún racimo de sus parras (Apéndice, doc. 34). 
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largius neque parcius de santo Tomás; ni gastos superfluos, ni sórdida tacañería. Temió no estuviera justificado el gasto de blanquear 
cada año la mitad de la casa; y por eso el 31 de mayo se quejó de ello a algunos Superiores y ((376)) añadió: 

-Es preciso que me ayudéis. Decid y repetid que el día en que no haya albañiles en casa, es un día de oro. Por lo demás, tendré que 
tomar cartas sobre el asunto y no permitir ningún trabajo más, por pequeño que sea, sin que se me pida licencia vez por vez. 

Pero, cuando le parecía necesario un gasto, actuaba de tal modo que parecía incluso espléndido. Una máxima, que repetía a menudo, 
era ésta: 

-No temo que nos falte la Providencia, por grande que sea el número de muchachos gratuitos que aceptemos o por costosas que sean 
las grandes obras, en que nos embarquemos para utilidad espiritual del prójimo; pero nos faltará la Providencia el día en que se malgaste 
el dinero en cosas superfluas o no necesarias. 

Rei familiaris procurator, administrador general de la casa, más aún, de las casas, era don Miguel Rúa. Poseía aquel hombre una 
extraordinaria capacidad de trabajo, que puso totalmente al servicio de don Bosco para el Oratorio y la Congregación. Tenía entonces 
treinta y nueve años y había vivido los dos tercios al lado del Siervo de Dios. Desde niño se propuso estar a su lado. Diose después a 
imitarle y ayudarle. Y se abandonó finalmente, ligadas las manos y ligada la cabeza, como se lee de Francisco Javier con san Ignacio, a 
la dirección del Beato. Y, con fidelidad y constancia admirables, se esforzó siempre por interpretar exactamente su voluntad, deseos, 
intenciones y ejecutarlos punto por punto. Fue tan grande en todo tiempo la conformidad de pensamientos, criterios, métodos, 
intenciones y medios que ellos tuvieron, como raras son en la historia las parejas de almas y de corazones, que hayan formado 
literalmente un solo corazón y una sola alma. 

La actitud en que don José Vespignani lo sorprendió la primera vez que lo vio una tarde de noviembre de 1876, fue su constante 
comportamiento con don Bosco. Estaba él de pie al lado del buen Padre sentado a la mesa, como quien espera una palabra, una orden, o 
un consejo; pasóle don Bosco la carta de presentación del recién llegado, para que la leyera y se atuviera a ella, y después le confió su 
persona. Enseguida comprendió don José Vespignani que don Bosco ((377)) actuaba en todo y sobre todo por medio de don Miguel Rúa, 
y no tardó en comprobar que realmente el Oratorio y toda la Congregación dependían inmediatamente del joven, amable y reflexivo 
sacerdote; 
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notó finalmente que él no hacía nada sin que apareciese querido o inspirado por don Bosco o por lo menos ejecutado en su nombre, salvo 
las medidas odiosas. 

El mismo don José Vespignani nos certifica otras cosas, que fue observando entonces día a día con sus propios ojos en aquel gran hijo 
de don Bosco. En la vida comunitaria le veía siempre con puntualidad en su puesto, tan puntual que, a veces, para ir a rezar las oraciones 
de la noche con los hermanos y los muchachos, cortaba la conversación con don Bosco, a pesar de serle tan querida. Veíale cómo 
procuraba, con prudente discreción, que se hiciese la lectura en el comedor y que se hiciese bien. Aquel año se acabó de leer en el 
comedor la Historia Eclesiástica de Rohrbacher; se habían empleado nueve años para leer quince gruesos volúmenes, porque, además, se 
intercalaban otras lecturas, y quería don Bosco que, cuando se leían obras muy voluminosas, se suspendiese su lectura de agosto a 
noviembre; la razón era que durante aquel tiempo había mucho movimiento de personal y la mayor parte de los de la casa no podían 
seguir la narración continuada de los hechos. Añadiremos que Rohrbacher le parecía a don Bosco el autor más apropiado para la lectura 
durante la comida, omitiendo algunas páginas, que aconsejaba suprimir por encontrarse allí clérigos jóvenes y coadjutores. 

Además veíale don José Vespignani, después de las oraciones de la noche, pasear lentamente y solo bajo los pórticos, rezando muy 
devotamente el rosario, y avisar con buenas maneras a los que no guardaban el silencio mandado por la Regla o que no tenían prisa por 
retirarse; después de lo cual daba una vuelta por todo el Oratorio. 
Nuestro testigo supo que repetía esta inspección a media noche, y que la terminaba en la iglesia ante el Santísimo Sacramento. 

Era uno de los confesores ordinarios. Don José Vespignani nos dice cómo confesaba. Lo hacía con ardor. Al amonestar ((378)) al 
penitente acercaba bastante los labios a su oreja y le presentaba reflexiones y consejos muy oportunos. El que se confesaba con él, 
sacaba la impresión de un gran celo por encender en las almas el amor a Dios y el deseo de perfección. 

Su cargo le obligaba avisar y mandar. Nuestro informador nos proporciona, a este propósito, noticias dignas de ser conocidas. Don 
Miguel Rúa prestaba atención a todo, mas sin despertar sospecha de que desconfiara o espiase: a tanto llegaba la suavidad y dulzura de 
su proceder. Pero sobre su escritorio tenía habitualmente tiritas de papel, que los encuadernadores le preparaban a montones, con los 
recortes de las hojas. 
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Oportunamente, tomaba una de aquellas tiras, escribía en ella una palabra, un nombre o trazaba una señal; luego, en el recreo de 
después de la comida, con aquellas anotaciones en la mano, se acercaba a uno, paraba a otro, llamaba a un tercero; eran aquéllos a los 
que tenía algo que decir, y, al decírselo, empleaba las expresiones de don Bosco: 

-»Quieres hacerme un favor?... »Estarías dispuesto a ir a tal lugar?... »Sabrías decirme qué tal te va en los estudios?... »Encuentras en 
tu cargo alguna dificultad?... »Quieres que hablemos de esto, de aquello?... 

Terminaba también de la misma manera que don Bosco: 

-Siempre alegre... Siempre buenos amigos... íAnimo! 

Recuerda don José Vespignani que no sólo se admiraba aquella su gran solicitud, sino que casi se tenía gusto de ser apuntado en sus 
papelitos para tener ocasión de entretenerse un instante con él. Y dice que sus llamadas hacían mucho bien, mantenían despiertos y 
alertados en su deber a los hermanos e inspiraban generosos sentimientos. 

Don Miguel Rúa tenía junto a sí varios secretarios, a los que no se conformaba simplemente con repartirles el trabajo, sino que 
examinaba sus aptitudes y los preparaba para diversos oficios, máxime para llevar la administración de nuestras casas. Para ello se había 
buscado toda una serie de manualitos, manuscritos y prontuarios, donde se explicaban los métodos contables que se empleaban en 
nuestras casas: eran registros de misas, de limosnas, libros de contabilidad y de pensiones, cuadernos para las listas de cooperadores y 
((379)) anotaciones de donativos y después tantos otros prontuarios cuantas son las secciones de la administración interna y externa, 
como la sacristía, los talleres, la librería, la cocina, la despensa, almacenes, lavandería y todo lo demás. Con invencible paciencia y 
admirable claridad enseñaba a los noveles la manera de cumplir las diversas operaciones administrativas y cómo tomar nota de las 
partidas y pasarlas al libro mayor, despertando y cultivando en ellos la idea de la gran importancia que tienen la exactitud y la precisión 
en la economía doméstica. 

A don Miguel Rúa iba a parar la mayor parte de la correspondencia. Al clasificarla ponía acotaciones y repartía a los secretarios las 
cartas, cuya respuesta podían ellos redactar y pasar luego a él para que estampara su propia firma. Muchas llevaban ya al margen breves 
indicaciones escritas por don Bosco, que solía remitir al criterio de don Miguel Rúa el despacho de recados y encargos, la aceptación 
gratuita de muchachos, la acción de gracias por limosnas de menor cuantía, las peticiones de aspirantes. Don José Vespignani, a quien 
don Miguel Rúa puso en el número de sus secretarios desde los primeros 
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días de su llegada, escribe: «Puedo afirmar con toda verdad que la habitación y el despacho de don Miguel Rúa fueron para mí un 
elevado puesto de observación, desde donde captar todo el movimiento característico de la Congregación Salesiana». 

Don Miguel Rúa se cuidaba amorosamente de los clérigos estudiantes de teología, a los que daba semanalmente una lección sobre el 
Nuevo Testamento, y vigilaba con asiduidad su formación intelectual y religiosa. Atendía en sus primeros pasos a los maestros noveles. 
Llamaba la atención de los sacerdotes sobre la exacta observancia de las rúbricas. Daba personalmente ejemplo de sumo respeto por la 
pobreza religiosa, usando con parsimonia nunca vista todas las cosas, aun las más menudas y de escasísimo valor, como el papel, las 
plumillas para escribir; pero esto lo hacía con decoro y sin dejar la impresión de sórdida cicatería en quien lo observaba. 

Tuvo don José Vespignani dos amables leccioncitas, por las que se puede comprender cuáles eran los sentimientos de don Miguel Rúa 
para con nuestro Beato Padre. Un sacerdote pedía ((380)) ser aceptado en la Congregación. Don Bosco le contestó y entregó la carta a 
don José Vespignani, paisano del peticionario, para que se la enviara dentro de otra suya. Volvió Vespignani a don Miguel Rúa y le 
manifestó que aquel ejemplar sacerdote se hallaba en avanzado estado de tuberculosis y, como temía que don Bosco lo quería aceptar, le 
proponía detener la carta y explicar al Beato el peligro de recibir a un enfermo en aquellas condiciones. Don Miguel Rúa se puso serio y, 
mirándole con aire de estupor, le contestó: 

-»Y tú te atreverías a interceptar una carta de don Bosco? »Te arriesgarías a oponerte a los designios que el Señor y María Auxiliadora 
podrían tener sobre ese sacerdote, que tú crees incapaz y desahuciado por los médicos? »No sabes que don Bosco va muy de acuerdo con 
la Virgen? 

Ante tan apremiantes preguntas no cabía más que disculparse y echar la carta al buzón; y así lo hizo don José Vespignani. 

Una mañana acercósele don Miguel Rúa despacito, según su costumbre, con un pliego en la mano y le dijo en tono misterioso: 

-Tengo que encargarte de un precioso trabajo; pero, ponte antes en gracia de Dios con un buen acto de contrición, porque la letra de 
don Bosco es difícil de descifrar. Se trata del reglamento de las casas, repasado, corregido y casi rehecho por él; hay que enviarlo a la 
imprenta; cópialo, pues, con todo esmero. 

Cuando terminó la transcripción pidió el secretario a don Miguel Rúa poderse quedar en recompensa con una página del original para 
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tener un autógrafo de don Bosco y guardarlo como reliquia. Don Miguel Rúa casi de golpe le respondió: 

-»Qué dices ahora? »No sabes que el más pequeño escrito de don Bosco se conserva celosamente en los archivos de la Congregación? 
íCuánto más éste, que viene a ser como el código de la vida salesiana! 

Comprendió Vespignani lo inoportuno de la petición y a la par la gran veneración del superior por el Siervo de Dios. 

La piedad y la oración santificaban el trabajo en el despacho de don Miguel Rúa. Nada más entrar, rezaba él juntamente con los 
secretarios ((381)) el Actiones y el Avemaría, y después leía un pensamiento de san Francisco de Sales; al llegar la hora de salir, leía otra 
máxima del Santo y rezaba el Agimus con el Avemaría. En conclusión, aquel despacho era una escuela verdadera de todas las virtudes, 
cátedra de doctrina y santidad, palestra de formación salesiana. Pero, lo mismo dentro que fuera del despacho, don Miguel Rúa era 
siempre el hombre que hacía las cosas a la perfección; éste era el sentimiento y el juicio de cuantos tenían la fortuna de vivir en más 
íntimo contacto con él. De ahí que, el tantas veces mencionado padre Vespignani, que se encontraba en aquel entonces en condiciones de 
observarle de cerca de la mañana a la noche, haya podido escribir de él: 

«Cada día que pasaba más admiraba en él la puntualidad, la constancia incansable, la perfección religiosa, la abnegación unida a la más 
suave dulzura. íCuánta caridad, qué buenas maneras para encarrilar a un súbdito en el cargo que quería confiarle! íQué delicado estudio, 
qué penetración la suya para conocer y experimentar las aptitudes y educarlas hasta hacerlas útiles para la obra de don Bosco!». 

Así era el alter ego (otro yo), que el Siervo de Dios se había buscado y que la Providencia destinaba a ser su primer sucesor 1. 

La actividad de don Bosco y de su fiel imitador, que así valoraban sus exhortaciones orales, electrizaba al personal; en agosto y con el 
calor de Turín, los profesores, casi agotados de cansancio, no abandonaban la cátedra. El médico pregonaba la necesidad de los baños; 
pero don Bosco no oía por aquel oído; es más, cuando algunos del colegio de Varazze, que está a cuatro pasos del mar, pidieron con 
insistencia que se les permitiese tomar aquel refrigerio, don Bosco contestó que no. Se trabajaba y se trabajaba sin descanso y también se 
hablaba de esta laboriosidad. El día 14 de agosto, después de cenar, se entabló una discusión sobre el tema, de si era verdad que el 
trabajo mataba 

1 Fuentes principales de estas noticias en torno a don Miguel Rúa son la mencionada obrita de don José Vespignani y una breve 
relación manuscrita del mismo. 
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prematuramente a los salesianos. Cada uno expuso su opinión. Don Bosco estuvo oyendo el pro y el contra; tomando después la palabra 
y siguiendo adelante con su acostumbrada calma ((382)) durante casi un cuarto de hora, exponiendo su pensamiento, dando casi una 
conferencia sobre el asunto y documentándolo no sólo con consideraciones teóricas, sino también con ejemplos caseros. Parecieron tan 
interesantes las cosas oídas que Barberis se apresuró a ponerlas por escrito. 

-Cada uno de nosotros, decía don Bosco, que muriese víctima del trabajo, traerá a otros ciento a la Congregación. Sí, es verdad, y yo 
me alegro y estoy orgulloso de ello; se trabajaba mucho entre nosotros. Pero que los sacerdotes fallecidos en casa, como he oído decir a 
alguno, hayan sido realmente víctimas del trabajo, no; eso no me parece verdad en absoluto. Trabajaron mucho, fueron valientes 
campeones; descansando, hubieran podido prolongar su vida; pero todos ellos tenían alguna enfermedad, que los médicos juzgaban 
incurable. 

-Don Víctor Alasonatti tenía un tumor en la garganta; había acudido ya a todos los medios, a todos los remedios para curar; los muchos 
médicos consultados le prometían siempre la curación, pero no se llegaba nunca a ningún resultado positivo. En el último año de su vida 
yo volví a mandarle por obediencia que se cuidase, sin mirar gastos; obedeció, pero todo fue inútil, el tumor le ahogó. También don 
Domingo Ruffino trabajaba extraordinariamente, pero el origen de su enfermedad y de su muerte fue un gran resfriado. Fue de Turín a 
Lanzo, bajo un enorme aguacero y sin mudarse de ropa, totalmente empapado, fue a confesar en la parroquia, confesó largo tiempo, 
porque era la Semana Santa, agarró una tos fortísima, quedaron afectados sus pulmones y murió. Don Augusto Croserio daba clase y 
trabajaba mucho, es verdad; pero padecía desde joven del corazón, y éste fue el mal que lo llevó a la tumba. De don César Chiala todos 
sabemos que el Gobierno aceptó su dimisión de director de correos a causa de su delicada salud. Dígase lo mismo de otros, que 
trabajaron mucho; no fue propiamente el trabajo lo que los ha matado. Quien podría llamarse víctima del trabajo sería don Miguel Rúa; y 
estamos viendo que el Señor nos lo ha conservado hasta ahora con bastantes fuerzas. 

((383)) -Pero, aun cuando fuera verdad lo que se dice, íqué gloria sería morir por trabajar demasiado! Dios reserva para estos 
sacrificios preciosos galardones no sólo en el cielo para el que sucumbe, sino también en la tierra para la Congregación, a la cual, si le 
quita uno, le envía otros ciento. Nuestra Congregación no disminuirá nunca; al contrario, irá siempre en aumento, mientras se trabaje 
mucho y reine 
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en ella la templanza. Creo que dentro de unos cincuenta años contará con diez mil socios. íPero!... Veo también una tendencia tan 
pronunciada a la comodidad, que me asusta. Cuando comencé a fundar los Oratorios y la Congregación, me encontraba solo; y, sin 
embargo, se llegaba a todo. Ahora se divide y subdivide el trabajo. Desde luego, el trabajo ha aumentado inmensamente y el que echa 
manos a la obra es, las más de las veces, joven e inexperto todavía y de ordinario tiene que estudiar, pues aún tiene que dar el examen de 
confesión... íPero veo esa tendencia! También es cierta otra cosa; mientras vivan los que convivieron largo tiempo con don Bosco y 
vieron estos tiempos de la Congregación, las cosas marcharán bien. Después... pongamos nuestra confianza en el Señor. 

-Tres son las causas que echan abajo a las Congregaciones. La primera es la que acabamos de mencionar, el ocio, el poco trabajo. íEs 
realmente necesario que nos impongamos trabajos superiores a nuestras fuerzas, y así puede ser que se llegue a hacer todo lo que se 
puede! 

-La segunda causa es la exquisitez o abundancia de manjares y bebidas. íAy de nosotros, si se introdujese la costumbre de tener en la 
propia celda la botella, el licor, el bizcochito, el pastel!... íAy, si se comenzara en la mesa a querer esto, a buscar aquello! Por ese camino 
ya se ha andado mucho y esto me hace temer bastante. Se comienza por decir: -No debe faltar lo necesario. Después: -Convendría esto o 
aquello, porque siempre tenemos forasteros en la mesa. Se da ahora un pasito, luego otro, especialmente con respecto al vino. Se 
comprende que, después de haber comido y bebido bien, ((384)) se necesita descansar. Descansará el cuerpo, pero no la imaginación, y 
las pasiones irán cobrando fuerza... 

-La tercera causa de la ruina puede llamarse egoísmo, espíritu de reforma, o murmuración, para mí es lo mismo. Cuando el inferior 
mira con malos ojos lo que hace el Superior, entonces se queja, sugiere hacer de otro modo, quiere que se tomen disposiciones como a él 
le gustan... Y digo inferior, mas no para indicar un novicio o quien no interviene en los asuntos, sino que quiero aludir a superiores 
subalternos. No olvidéis que, si se introduce entre nosotros un poco de división, la Congregación ya no marchará bien. Unidos, formando 
un solo corazón, se hará un trabajo diez veces mayor y se trabajará mejor. 

Cuando el Beato estimulaba al trabajo, no olvidaba la necesidad del descanso en los suyos. A mediados de agosto volvieron al Oratorio 
catorce clérigos que habían ido a Pinerolo a examinarse de magisterio, 
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o, como entonces se decía, examinarse del método o habilitación para ensenar. 

En años anteriores se iba a la escuela normal de Novara. Allí daban ocasión los candidatos salesianos para que se hablara mucho de 
ellos por su buena preparación, de suerte que llegaban a don Bosco felicitaciones privadas y públicas. El año 1876 el Ministerio designó 
como único centro para los libres las escuelas regias, como cabalmente era la de Pinerolo. El Obispo de allí concedió a los clérigos de 
don Bosco generosa hospitalidad en su seminario. Habían trabajado mucho para prepararse, porque les tocaba, como vulgarmente se 
dice, repicar e ir en procesión, esto es, estudiar y trabajar; pero el éxito compensó sus sudores, pues todos aprobaron y merecieron 
elogios del Presidente de la Comisión examinadora y del Delegado Provincial de Enseñanza. Con don Cipriano al frente, que los había 
acompañado a Pinerolo, ingresaron alborotando en el refectorio, ya desierto, y corrieron a besar la mano de don Bosco, que acababa su 
parco desayuno. El Siervo de Dios les felicitó por sus laureles, y les dijo que tenía la intención de enviarlos después de la Asunción a 
pasar las vacaciones que se habían ganado. 

A uno de ellos, el de salud más endeble, el clérigo ((385)) Juan Rinaldi, futuro fundador de la casa de Faenza, díjole don Bosco: 

-Mira, ahora has terminado tus intensos trabajos, estás cansado y delicado. Deseo que pases unas buenas vacaciones, pero quiero que 
sean a tu gusto. Piensa, pues, en cuál de nuestras casas te agradaría más pasar algún tiempo y cuyo clima crees que mejor te iría. Vete allí 
enseguida y pasa allí tus vacaciones; te dejo plena libertad de elección. 

El buen clérigo prefirió Turín para poder estar siempre con don Bosco. 

Lo que no podía tolerar el Beato era que los clérigos le hablasen de ir a pasar las vacaciones en su casa. Con todo, también en ese 
punto era preciso tener prudencia. Veía perfectamente la necesidad de acabar resueltamente con esas salidas; pero también comprendía 
que haría vacilar a más de uno en su vocación el romper de golpe. 

-Las innovaciones, decía, se deben introducir poco a poco y casi insensiblemente. Introducidas de esta manera, los recién llegados las 
encuentran definitivamente establecidas y ya no les duelen ni se preocupan, y los antiguos se conforman fácilmente. 

Al multiplicarse las casas, resultaba fácil proporcionar a los hermanos la necesaria distracción, enviándolos uno acá, otro allá, al monte 

o al mar, según la necesidad de cada cual. Así dispuso que los clérigos novicios fueran a pasar un mes en Lanzo. Mas, para que fueran 
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días de descanso y no de ocio, ordenó que se les dieran algunas clases y se les asignaran ligeras ocupaciones compatibles con el deseado 
alivio. La siguiente carta, escrita por don Julio Barberis a don Juan Bautista Lemoyne, director de aquel colegio, contiene su precisa 
voluntad con respecto a la cuestión. 

Muy Rvdo. Director: 

Me encarga don Bosco que le escriba lo que expongo a continuación, respecto a las vacaciones de nuestros clérigos en Lanzo. Ruego a 

V. S. que lea estas disposiciones a dichos clérigos reunidos. 
1.ª Así como para que una casa sea ordenada, hace falta que haya quien mande y quien obedezca, así don Bosco establece que el 
Director del colegio sea quien tenga también la alta dirección de dichos clérigos y de las disposiciones a tomar por lo que toca a las 
vacaciones. 

((386)) 2.° El encargado particularmente de la ejecución de todo será el profesor don Francisco Rossi, del que dependerá cada uno en 
todo. El, por su parte, procurará estar siempre con los que pasan las vacaciones. Don Bosco cree que lo podrá hacer, ya que ha terminado 
sus clases 1. 

3.° Para que, como es de desear, el descanso del cuerpo no sea nocivo para el alma, sino que, al contrario, al cobrar nuevo vigor el 
cuerpo pueda también adquirirlo el alma, háganse siempre en común nuestras acostumbras prácticas de piedad en las horas más 
oportunas. 

4.° Además, a fin de que todos tengan un estímulo para estar totalmente sometidos y para cumplir exactamente las prácticas de piedad, 
se encarga a don Francisco Rossi que califique diariamente la conducta de cada uno en particular y que envíe cada día una nota a don 
Bosco. 

Tengan todos mucho empeño por ser lux mundi et sal terrae. No haya un solo momento en nuestra vida sin recordar prácticamente el 
precepto que nuestro Divino Maestro daba a los sacerdotes y a todos los que aspiran al sacerdocio. Procúrese, por el contrario, que 
nuestra lámpara irradie cada vez más luz, de modo que dé esplendor e ilumine bien la casa en que nos encontramos. Hágase de modo que 
nuestra sal sea cada vez más sazonadora y cobre cada vez más fuerza para dar sabor y preservar de la corrupción a los que nos rodean. 

Esto es, muy reverendo señor Director, lo que nuestro querido padre don Bosco me encargó le escribiera. Yo lo hago con toda solicitud 
y mucho gusto, pues no hay nada que me interese tanto como obedecer inmediatamente al que es para mí y para todos nosotros el 
representante del mismo Dios. 

Tenga a bien, Señor Director, creerme 

De V. S. Ilma y muy Rvda. 

Su s. s. y hermano en Jesucristo JULIO BARBERIS, Pbro. 

Turín, 17 de agosto de 1876. 

1 Don Francisco Rossi era el consejero escolástico en Lanzo. 

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Acercábanse, mientras tanto, los ejercicios espirituales de otoño: 
era la hora de que los novicios resolvieran el gran problema, de hacer o no hacer la petición de los votos. Para asistirlos y ayudarlos en 
un asunto de tanta importancia y preparar todo lo necesario a los ejercitandos, don Julio Barberis se trasladó hasta allá, desde donde 
escribió enseguida al Beato, informándole acerca del estado de los ánimos e invitándole a hacerles una visita. El diligente ((387)) 
maestro de novicios estaba algo afligido por algunas deserciones habidas. El Siervo de Dios le contestó con esta interesantísima carta. 

Mi querido Barberis: 

En tu carta, junto con las afectuosas palabras de nuestro siempre querido don Juan Bautista Lemoyne, me propones que dé un paseo a 
Lanzo; pero los asuntos que tenemos aquí entre manos, y mi salud que reclama unas atenciones, que yo querría rehusar, me lo impiden al 
menos por ahora. Pero, si hace falta, cada novicio puede escribirme e incluso venir a Turín. Parece, sin embargo, que las dificultades 
deben presentarse, más bien cuando uno ingresa en el noviciado, que cuando hace la profesión religiosa, la cual depende enteramente de 
la voluntad individual. 

Será bueno que tú les digas que la petición de hacer los votos no comporta ninguna atadura y que, después de los ejercicios, cada uno 
es completamente libre. Las reflexiones había que hacerlas sobre todo a lo largo del año, como prudentemente lo han hecho muchos; 
ahora parece que no queda por hacer más que dar un puntapié al mundo y decir con san Alfonso: 

Mundo, para mí no existes;
para ti yo ya no soy:
ya todas mis aficiones
las he entregado al Señor.
El me ha enamorado tanto
con su amable bondad,
que de otros bienes creados
en mí deseo no hay.


Ahora quiero contarte un sueño, fábula o historia que forjó mi mente la noche de la festividad de Santa Ana. 

Vi un pastor que trabajaba por alimentar, proporcionar buenos pastos y alejar del peligro a sus ovejas. Hacía un año que estaba 
empeñado en aquel trabajo, había sudado mucho, y estaba contento de sus fatigas porque las ovejas estaban muy gordas, muy cargadas 
de lana, y producían leche abundante. 

Cuando llegó el tiempo del esquileo, señaló el día e invitó a algunos amigos para hacer un poco de fiesta. 

El buen pastor penetró muy temprano en el redil y se dio cuenta de que faltaban algunas ovejas. 

-»Dónde han ido a parar las ovejas que faltan?, preguntó. 

Y se le respondió: 

-Vino un hombre, les propuso mejores pastos y, así ilusionadas, se marcharon con él. Es todo lo que sabemos. 

-íPobre de mí!, dijo el pastor lleno de aflicción. De aquellas ovejas por las que 

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trabajé y derramé tantos sudores, pensaba sacar un poco ((388)) de lana y también un poco de queso, y ahora me doy cuenta de que 
trabajé en vano. Opera et impensa periit (Se malogró el trabajo y el gasto). 

-No, replicaron las ovejas con un lenguaje por todos entendido, no; algunas ovejas se llevaron la lana, pero nosotras te compensaremos 
no sólo con la nuestra, sino hasta con nuestra piel. 

El pastor se sintió contento e hizo mil caricias a las ovejas que permanecieron fieles en el redil, y en los pastos, sin dejarse seducir por 
lisonjas. 

Un buen premio a quien me dé la explicación de cuanto acabo de exponer. 

Dios nos bendiga a todos y rezad por quien se profesa, 

Vuestro afmo. amigo en J. C.
JUAN BOSCO, Pbro.


No desagradará, así lo espero, un breve intermedio que no desentona con el título de este capítulo. Hemos desenterrado una cartita, que 
nos parece oportuno reproducir. La escribe un tal Luis Piasco, natural de Sampeyre, alumno del quinto curso de bachillerato en el 
Oratorio y que aparecerá inscrito entre los novicios clérigos del año siguiente. Se dirige a un «Superior», que muy probablemente era don 
Julio Barberis; en efecto, la hojita está toda ella llena de apuntes en sus espacios libres, que revelan con certeza su mano y que debieron 
servirle de señal para la compilación de su croniquilla. El joven sintió en el mes de junio, quizás por hallarse indispuesto, necesidad de 
reponerse y expresó su deseo de ir a respirar los frescos aires de Lanzo. Don Bosco accedió, y desde aquellas alturas prealpinas le da las 
gracias. Del contexto se deduce que o sólo fue allí para gozar de aquel favor. El humilde documento, rebosante de gratitud, nos 
demuestra con tantos otros lo mucho que tenía de sabor familiar la vida de los muchachos en el Oratorio. 

Reverendo Superior: 

Le doy gracias por haberse esmerado tanto para que fuera satisfecho tan pronto mi deseo de venir a pasar unos días aquí en Lanzo. Ni 
siquiera los padres se darían tanta prisa para condescender tan fácilmente con los deseos de sus hijos, prueba evidente del amor que los 
superiores nos tienen. 

También aquí nos tratan con todas las atenciones posibles y procuran contentarnos, hasta donde es posible, de modo que no se puede 
desear más. »Y qué debemos hacer nosotros por ((389)) los que tantas atenciones nos dispensan? La respuesta cae de su peso sin 
titubeos; procuraremos corresponder a sus deseos. 

Diga a don Bosco lo mucho que le quiero y preséntele mi agradecimiento, porque gracias a él me encuentro en la mejor situación que 
pudiera desear. 

Mientras tanto, dígnese aceptar mis sentimientos de amor y gratitud. 

Lanzo, 13-6-1876. 

LUIS PIASCO 

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Ciertos episodios son como comer cerezas que una llama a otra. Antonio Aime era un chiquillo de once años, huérfano, alumno del 
segundo curso del bachillerato, confiado a don Bosco por la divina Providencia. Lo mismo que otros, que no tenían quien pudiese 
mantenerlos durante las vacaciones, se quedaba en el Oratorio. El Beato, que se encontraba en Lanzo para los ejercicios espirituales de 
los salesianos, pensó en él y escribió al secretario, don Joaquín Berto, que lo llevase allí para pasar unos días. Fue con Pedro Furno, del 
primer curso. Los dos buenos muchachos, cuando se vieron en Lanzo, hubieran querido hacer ellos también, los ejercicios; pero se opuso 
el predicador de las instrucciones, don Francisco Dalmazzo, porque aquéllos no eran ejercicios para muchachos. Se quejaron a don 
Bosco el cual, sonriendo, les dijo: 

-Pues bien, si don Francisco Dalmazzo no os deja hacer ejercicios espirituales, don Bosco os hará hacer ejercicios corporales. Id al 
prefecto del colegio y decidle de mi parte que os dé veinte céntimos a cada uno todos los días, un panecillo por la mañana, otro por la 
tarde, y después, mientras estéis aquí en Lanzo, iréis a desayunar y a merendar a la montaña con pan y leche fresca. 

El mismo trazó, además, el horario de sus vacaciones, que no podían resultar más agradables, como más tarde declaraba por los dos 
don Antonio Aime. Este fue Inspector, primero en España y después en América; donde quiera que estuvo, se le recuerda con 
veneración. También Furno llegó a ser salesiano y fue el primer Director de la casa de Trento. 

El mes de septiembre y todo el otoño era el tiempo de las inscripciones ordinarias en el noviciado. Los escasos hechos, no sepultados 
por el olvido, ilustran en este volumen, como en el precedente, los criterios que servían de norma ((390)) a don Bosco para admitir y no 
admitir a alguien a formar parte de su familia mayor. 

Había en el Oratorio tres aprendices, que, movidos por el afecto a nuestras cosas, ansiaban asistir a las meditaciones y conferencias de 
los novicios: Borghi, Ghiglione y Garbellone. 

-Son muchachos buenos y conocidos, dijo el Beato. Estoy conforme con que tomen parte en todo lo que hacen en común lo novicios. 
Es más, por mí, querría que dos tercios de los muchachos tomasen parte; sustancialmente no se hace en esas reuniones más de lo que 
tendría que hacer todo buen cristiano, excepto que entre nosotros se reprenden algo más libremente los defectos en las conferencias. 

Pasando por alto a los dos primeros, »quién de los nuestros no ha conocido siquiera de nombre al tercero? Pues bien, él fue una prueba 
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viviente del extraordinario poder formativo de don Bosco. A pesar de sus naturales inclinaciones, propensas a lo excéntrico, y que en 
otras partes lo habrían convertido en el hazmerreír de todos y hombre de escasa valía, al pasar por las manos de don Bosco, quedó 
plasmado de tal modo, que, incluso utilizando los defectos temperamentales, realizó durante cincuenta años un bien incalculable en el 
oratorio festivo de San Francisco de Sales y rindió a la Congregación numerosos y a veces señalados servicios. El se habría lanzado al 
fuego por don Bosco; y don Bosco dio muestras de apreciar tanto su fidelidad que, en una ocasión, le entregó treinta mil liras para saldar 
una cuenta, y, lo que es mas aún, se las entregó públicamente y con la mayor indiferencia. Pero no fue un acto indiferente para 
Garbellone, que aún no había llegado a los treinta años: se echó a llorar y lo recordó siempre con emoción. 

Se presentaron dos clérigos, procedentes de distintas diócesis, pidiendo ingresar en el noviciado. Parecían buenos y decididos: sin 
embargo, fueron recibidos como simples aspirantes. Por aquel entonces iba don Bosco muy despacio para admitir a los que no habían 
hecho los primeros estudios en nuestras casas y quería asegurarse de si eran capaces de recibir una formación netamente salesiana. 

Había un sujeto que deseaba ingresar como coadjutor: era ((391)) bastante inteligente, pero tenía la desgracia de ser deforme en el 
aspecto. Don Bosco no consideró oportuno admitirlo, y lo pasó a don Julio Barberis; como solía hacer habitualmente al dar encargos 
verbales, sugirióle las palabras con que debía comunicarle la negativa. Tenía que decirle así: 

-Mira, todos los Superiores te quieren, nunca te echarán, están muy conformes con que te quedes aquí con nostros. Sin embargo, en 
atención a las personas ajenas, no conviene que tú entres a formar parte de la Congregación porque, según nuestro instituto, tenemos que 
salir continuamente, encontrarnos en medio del mundo, ir y venir para recados y asuntos y podría quedar desacreditada nuestra Sociedad. 
Pero queda tranquilo, pues te guardaremos todas las atenciones debidas. 

Efectivamente, pasó toda su vida en el Oratorio. Se llamaba Doda, y fue conocido por todos los que estuvieron en el Oratorio. 

Tres sacerdotes sabedores de que don Bosco no se negaba normalmente a abreviar la duración de la prueba, hubieran querido hacer los 
votos perpetuos en la fiesta de la Inmaculada, después de sólo tres meses de noviciado. Aunque eran óptimas personas y de espíritu 
conforme al nuestro, con todo no fueron admitidos por el Capítulo Superior. 
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Los canonistas de aquel tiempo no estaban todos de acuerdo en este punto, cuando se trataba de votos simples. Desaconsejaban la 
liberalidad en conceder la dispensa, pues esto, en la mayoría de los casos, redundaba en perjuicio de las Congregaciones; pero bien 
mirado y en último término la decisión quedaba al arbitrio del Superior General, a quien por consiguiente no incumbía la obligación de 
recurrir a Roma. En aquella circunstancia don Bosco, aunque estaba al día de todo esto y tenía además concedidas por Pío IX facultades 
especiales, aprobó la decisión capitular. 

En este improviso llegar de personal de fuera, era visible la mano de la Providencia. A primeros del mes de noviembre salieron para las 
misiones veintitrés, entre coadjutores, clérigos y sacerdotes; y otros tantos sacerdotes, clérigos y coadjutores le llegaron al Oratorio de 
sus casas. Un rasgo singularmente providencial fue también este otro. Don Bosco había iniciado negociaciones verbales con Roma para 
obtener ciertas dispensas o concesiones ((392)) en favor de la Sociedad; francamente sentía apremiante necesidad de ello. Un día se 
sentó al escritorio y empleó mucho tiempo en la preparación de una carta para el Padre Santo, a quien decía que, puesto que El le había 
confiado ciertos encargos, tuviese a bien concederle los medios indispensables para cumplir sus augustos deseos. Pues bien, hete aquí 
que la mañana del 19 de noviembre dobló el papel, lo metió en el sobre, estaba a punto de cerrarlo, sellarlo y enviarlo al correo, cuando 
recibió, procedente de Roma, una carta del Papa que respondía a todas y cada una de las peticiones que acababa de formular y estaba ya 
a punto de enviar, y le concedía, de lo primero a lo último, todo lo que le pedía. 

-íEs realmente un hecho providencial!, exclamó don Bosco. El Papa está verdaderamente situado en una atmósfera absolutamente 
superior y milagrosa. 

La fama de la Congregación se divulgaba cada día más, de suerte que sacerdotes, párrocos y monseñores acudían a enterarse o 
escribían, deseosos de pertenecer a ella; pero don Bosco no se mostraba de ningún modo fácil para animarlos a ello. Solía decir: 

-Estos, ya disfrutan de una buena posición en sus diócesis, y, por tanto, encuentran siempre mil dificultades para abandonarla, así que 
imagino que muchos no vendrán. Si por fin se deciden a venir, superando todo obstáculo, las más de las veces, al poco tiempo de estar 
en nuestra casa empiezan a disgustarse, porque no pueden seguir sus costumbres y tienen que empezar una vida nueva. Por otra parte, 
nosotros debemos mantenernos firmes para no tolerar costumbres contrarias a nuestras réglas y tradiciones. Este descontento de su parte 
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y esta firmeza de la nuestra harán que se queden muy pocos. Yo opino que éstos son buenos sacerdotes y pueden hacer mucho bien 
donde se encuentran, máxime en estos tiempos en los que tanto escasea el clero. Bendígalos el Señor donde están. Yo no cierro las 
puertas de nuestras casas a los adultos, pero tampoco voy a buscarlos. 

Uno de los sacerdotes llegados en 1876, desde Lugo, es nuestro Consejero profesional don José Vespignani. Desde el primer día de su 
ingreso en el Oratorio comprendió la naturaleza de nuestro ambiente. 

((393)) Era ya muy tarde. Don Bosco había estado confesando hasta cerca de las diez de la noche, porque al día siguiente se hacía el 
ejercicio de la buena muerte y partían los misioneros. Don José Vespignani lo encontró cuando cenaba, rodeado de cuatro o cinco 
sacerdotes, de pie o sentados, que le hablaban con gran confianza. Invitado a sentarse a su derecha, le entregó una carta de 
recomendación escrita por don Francisco Cerruti, ya que había ido a acompañar a sus hermanos al colegio de Alassio. El Beato pasó la 
carta a don Miguel Rúa que estaba de pie a su lado. Este la abrió, vio el contenido, y dijo a don Bosco: 

-Este es un sacerdote de la Romaña, recién ordenado, que viene aquí para quedarse con don Bosco. 

-Sí, sí, dijo don Bosco, clavando en él los ojos y sonriendo. Usted viene para quedarse con nosotros algún tiempo, quizás un año, ver 
lo que nosotros hacemos en nuestros colegios, y volverse después a su tierra para hacer allí otro tanto. 

Don José Vespignani se quedó como quien cae de las nubes. Al salir de Lugo, su cura párroco, informado de la finalidad de su viaje, le 
había sugerido hacer al pie de la letra lo mismo que don Bosco le decía en aquel momento. Venció Vespignani su primer asombro ante 
aquella misteriosa salida, y se apresuró a protestar y decir que no, que no haría tal cosa, sino que, si lo aceptaba, se quedaría para siempre 
con don Bosco. El Beato respondió: 

-Pues bien, ahora nos vemos a la luz de esta lámpara, pero mañana nos volveremos a ver a la luz del sol y nos conoceremos. »Usted es 
un novel sacerdote? Mañana por la mañana nos dirá la misa de la comunidad para nuestros misioneros, próximos a partir para Argentina. 

Se despidió de él deseándole una buena noche, y lo confió a don Miguel Rúa que, con suma amabilidad, lo llevó a la habitación, le 
arregló la cama, le señaló una inscripción, grabada en un medallón de porcelana colgado junto a la pileta del agua bendita y, augurándole 
un feliz descanso, se retiró. La inscripción decía: «Por mucho que Dios 
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nos cueste, nunca es caro». Sentencia de oro, cuyo recuerdo pronto le había de venir como anillo al dedo. 

Para los clérigos y sacerdotes, que pedían entrar en la Congregación, ((394)) se pedían siempre las cartas testimoniales de sus Obispos; 
pero los Obispos generalmente no las daban. Por lo cual, determinó el Beato atenerse al método empleado por los barnabitas. Mandó, 
pues, imprimir unos módulos semejantes a los suyos y enviaba uno a cada postulante para que lo firmase y lo remitiese a su propio 
Ordinario. Que éste contestara o no, ya no había nada que obstara para la aceptación. En cuanto a los jóvenes, que hacían sus estudios en 
casas salesianas, sabemos que don Bosco tenía amplia facultad para aceptarlos, cualquiera que fuese su edad. A pesar de estas cautelas, 
recibió del cardenal Ferrieri, en aquel entonces prefecto de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, una protesta concebida en 
estos términos: 

Rvmo. Señor: 

Ha llegado a conocimiento de esta Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, que V. S. ha recibido siempre en su Instituto de San 
Francisco de Sales a los jóvenes, sin pedir las testimoniales a sus respectivos Obispos, conforme al decreto Romani Pontifices dictado 
por la Sagrada Congregación super statu Regularium con fecha del 25 de enero de 1848. Lo cual, según reclamaciones recibidas al 
efecto, ha sido causa de que V. S. haya recibido y después presentado a la ordenación a algún joven que había sido despedido del 
Seminario por conducta inmoral. En consecuencia, la Sagrada Congregación invita a V. S. a que comunique si ha obtenido alguna 
dispensa especial sobre la observancia del citado decreto; de lo contrario, deberá atenerse con respecto a su Instituto al mismo decreto, 
en el que no se exceptúa ninguna Congregación, Instituto o Casa, aunque fuere de votos simples. Esto es lo que se le participa para su 
norma y gobierno y que Dios le guarde. 

Para servir a V. S. 

Roma, 28 de noviembre de 1876. 

S. Card. FERRIERI pro-Pref.
ENEAS SBARRETTI, Secr.
El Siervo de Dios con un retraso, cuyo motivo ignoramos, contestó a Su Eminencia en estos términos: 

Eminencia Rvma.: 

He recibido la reclamación que V. E. Rvma. se dignó enviarme y le agradezco la muy paternal manera con que me la ha comunicado. 
((395)) Dos cosas se me piden: si he obtenido alguna dispensa para las testimoniales de los Ordinarios, según el 
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decreto Romani Pontifices (25 de enero de 1848); si he aceptado jóvenes expulsados del Seminario de Turín. 

Respondo afirmativamente a lo primero. Apenas se advirtió en la Congregación Salesiana que todos los postulantes eran jóvenes 
procedentes de nuestras casas, donde habían cursado sus estudios literarios, y que, por consiguiente, no podían ser conocidos por los 
respectivos Ordinarios, y que las mas de las veces pertenecían a otras naciones; recibido el consejo de un alto personaje, se pidió, y la 
clemencia del Padre Santo concedió, que todos los que procediesen de nuestras casas, hospicios, internados y que en su tiempo hubiesen 
pedido formar parte de la Pía Sociedad Salesiana quedaran dispensados de las testimoniales arriba mencionadas, vivae vocis oráculo 
(audiencia del 3 de mayo de 1876). Mas tarde, habiendo pedido algún sacerdote ingresar en esta Congregación, se extendió la misma 
dispensa para todos indistintamente (10 de noviembre de 1876 vivae vocis oráculo). Sin embargo, con el deseo de no chocar con los 
Ordinarios diocesanos, a cuyo servicio está totalmente dedicada esta Congregación, cada vez que se trató de la aceptación de 
seminaristas o sacerdotes ya inscritos in Albo Clericorum de alguna diócesis, siempre se ha pedido a los propios Ordinarios que la 
concedieran de buen grado. Se exceptúa el Arzobispo de Turín, que, por juzgar no concederla, nos hemos acogido a la segunda parte del 
mismo decreto, que dice se escriba a la Santa Sede. 

A la segunda reclamación, por la aceptación de clérigos expulsados del Seminario aceptados por nosotros y presentados a las Sagradas 
Ordenes, debo responder negativamente, como ya lo hice observar a nuestro mismo Arzobispo, y en una ocasión en presencia del mismo 
Arzobispo de Vercelli. A no ser que se quieran hacer reclamaciones por haber aceptado momentáneamente a algunos pobres seminaristas 
que, expulsados del Seminario y encontrándose en la calle desamparados, fueron recibidos caritativamente, mas no para ser salesianos, 
sino para ser puestos al abrigo y proveer a sus necesidades e impedir su ruina espiritual y temporal. Por lo tanto, invito respetuosamente 
a nuestro siempre venerado Arzobispo a que tenga a bien indicar el nombre de un solo seminarista expulsado del Seminario por conducta 
inmoral, que haya sido recibido en la Congregación de San Francisco de Sales. Después de responder a estas reclamaciones, me atrevo a 
suplicar a V. E. se digne rogar de mi parte a nuestro mismo Arzobispo de Turín que manifieste el motivo de ciertas severas medidas 
tomadas contra los salesianos. Por ejemplo: 

1.° Ha suspendido del ejercicio de la confesión al pobre que esto escribe, concediendo una licencia limitada y denegando su 
ratificación, sin dar nunca razón de ello ni antes ni después 1. 

((396)) 2.° Impide que en nuestras casas se prediquen ejercicios espirituales para algunos maestros seglares, que durante las vacaciones 
de otoño desean hacer unos días de retiro. 

3.° Rehusó la facultad de predicar a algunos de nuestros sacerdotes, que trabajan en los Oratorios festivos en favor de niños 
abandonados. 

4.° Invitado a tomar parte en alguna sagrada función, rehúsa su asistencia y no permite que se invite a otros. 

1 Hemos narrado este molesto incidente en el Capítulo XXII del undécimo volumen; pero olvidamos hacer allí una observación. Lo 
que entonces angustió más amargamente al Siervo de Dios fue la duda de que el motivo de la singular medida fuera alguna acusación 
calumniosa de naturaleza delicada. 
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5.° No quiere venir a administrar el Sacramento de la Confirmación y no permite que venga otro a administrarlo. 

Estas y muchas otras medidas de este género suponen graves motivos que nunca se pudieron conocer. 

Al exponer estas cosas, no es mi intención hacer reclamaciones, sino únicamente que se tenga conocimiento de lo que puede estorbar 
de este modo el provecho de las almas. Díganseme las cosas con claridad y exactitud y de antemano prometo su fiel cumplimiento, en 
todo lo que la Santa Sede aconseja que puede ser para la mayor gloria de Dios. Añado todavía un ruego. Siempre que S. E. tenga motivo 
para darme un aviso, corrección o consejo, hará a los salesianos una gran obra de caridad, si se digna comunicárnoslo. Podemos afirmar 
que el Padre Santo es nuestro fundador y casi nos ha dirigido personalmente, por lo cual todos deseamos ardientemente trabajar por la 
gloria de la Iglesia hasta el último suspiro. Todo pensamiento del Sumo Pontífice o de cualquier Sagrada Congregación será para 
nosotros un verdadero mandato que jamás contravendremos. Con la más profunda gratitud y el más grande respeto, tengo el alto honor 
de inclinarme y profesarme, 

De V. E. Rvma. 

Turín, 16 de diciembre de 1876. 

JUAN BOSCO, Pbro. 

También se dirigía la mirada al Oratorio desde distintas profesiones liberales: abogados, notarios, empleados, incluso médicos, 
anhelaban acudir a él como a un retiro, donde refugiarse y abandonar el mundo. Hubo un momento en el que el Beato don Bosco, 
impresionado por este fenómeno, meditaba el plan de establecer una casa expresamente para esta clase de personas, no sólo para que 
conocieran y fueran conocidas, sino también porque generalmente necesitaban aprender teórica y prácticamente qué era el espíritu 
religioso. Pero aquel plan nunca fue llevado a la realidad, porque la experiencia demostró que no era necesario, pues fueron siempre muy 
pocos los adultos que se quedaron en la Congregación. 

((397)) Pero mucho más que los adultos, interesaban a don Bosco las tiernas esperanzas de la Congregación. A lo largo del curso 
escolar no perdió de vista especialmente a los clérigos novicios, a cuyo progreso hacia metas más elevadas había dado ya gran impulso al 
comienzo de las clases. Durante el noviciado estorbaban todavía un poco las materias profanas. Para el latín había que limitarse a 
traducir y explicar los salmos y alguna de las Vidas escritas por san Jerónimo; para el italiano, un cántico de Dante; para la filosofía, la 
lógica y la ontología. El consideraba que de esta manera había toda oportunidad para dedicar seriamente a los novicios y las ocupaciones 
y prácticas propias del año de prueba. 
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Después le urgía mucho la clase de pedagogía: convenía estudiarla de una forma apropiada para nosotros. Hubiera querido prevaleciera 
en él un tratado, cuyo título podía ser El maestro y el asistente salesiano, subdividido en capítulos explicativos de cómo debe 
comportarse el asistente en el dormitorio, en el paseo, en la iglesia, en la escuela; 
cómo debe proceder el maestro salesiano con respecto a la necesidad de encontrarse puntualmente en el aula, respecto a la disciplina, a 
los premios, a los castigos y otras cuestiones por el estilo. Que se diesen estas lecciones durante el año de prueba, se imprimiesen luego y 
formasen un libro de texto para nuestro uso. 

Quedaba todavía por añadir una separación más a las ya efectuadas: separar a los novicios de los profesos en el comedor. 

-En todo lugar y tiempo, decía él, deben los novicios tener presente la regla. Si están con los profesos, que unas veces por necesidad 
hacen excepciones a la regla y otras la desatienden por negligencia, los novicios pierden el deseo de abrazar enteramente aquel sistema 
de vida, que, seguido como es debido, les serviría de gran satisfacción y ventaja. 

Otra modificación le parecía necesaria en el comedor. Hasta entonces habían estado también en él los Superiores mayores; pero no le 
parecía conveniente que jóvenes, que acababan de vestir el hábito clerical, estuviesen en la mesa a la par de don Bosco, don Miguel Rúa 
y ((398)) los demás. Que tuviesen el mismo trato que los Superiores; pero, si los más ancianos necesitaban algo especial, era razón que 
pudieran disfrutar de ello sin que fueran testigos los jóvenes, o, como quiera, notasen la diferencia. Dijo además que era de desear que 
los miembros del Capítulo Superior tuviesen la mesa en una sala aparte, para que, entre otras cosas, hubiese en ella más libertad para 
hablar sin peligro de indiscreciones por parte de los comensales. 

Como habrán podido observar los lectores, estamos todavía en los tiempos en que nuestro Beato Padre resolvía personalmente los 
asuntos grandes y pequeños, concernientes al personal de la familia salesiana. Es prueba de ello también este billetito que se encontró 
entre los papeles de don Juan Bautista Lemoyne, Director del colegio de Lanzo. Próxima la fecha de las sagradas Ordenaciones le 
escribió: 

«Querido Lemoyne. -Comience Varaja sus ejercicios enseguida y vaya a Borgo San Martino. Ordenaciones, 3 de septiembre». 

Confería las órdenes el benévolo obispo de Casale monseñor Ferré. No estará fuera de lugar en estas notas de familia una noticia sobre 
nuestro ordenando. Antonio Varaja, estudiante en Lanzo en el 1868, tenía que dejar el colegio por motivos de familia. Estaba 
afligidísimo, 
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y tuvo un sueño la víspera de su salida. Parecióle entrar en el locutorio, cerca del cual había un pequeño columpio para diversión. Con 
extrañeza y temblor vio en él a Jesucristo y quedó tan penetrado de su refulgente luz y divina majestad que le pareció iba a caer al suelo 
desmayado. El Divino Salvador lo agarró por la mano. Lo levantó y lo sostuvo diciéndole: 

-No temas; yo te haré de padre (el joven era húerfano), pues los hombres te abandonan. Pon tu confianza en mí. 

Varaja, arrodillóse ante El y le dijo: 

-íSeñor! Concédeme la gracia de llegar a ser sacerdote y misionero. 

Jesús le miró con aire de inefable bondad y sonriendo le respondió: 

-íLo uno y lo otro! 

-Sí, Señor, replicó el joven, hacedme sacerdote y misionero. 

Y Jesús repitió, siempre con la misma sonrisa: 

-íLo uno y lo otro! 

((399)) La promesa se cumplió. Dos años después volvía a ingresar en el colegio, aceptado gratuitamente. En 1876 recibió la 
ordenación sacerdotal, fue enviado después como Director de la casa de Saint Cyr, en Francia, y por fin, en diciembre de 1891, los 
Superiores le enviaron a las misiones de Palestina, donde acabó santamente sus días el 19 de octubre de 1913. 

Entre las cosas de familia también encaja la que vamos a contar ahora. En los salmos y cánticos de la Biblia los escritores inspirados 
alaban a veces a Dios enumerando al detalle y con acentos de gratitud los beneficios prodigados por la bondad divina al pueblo elegido e 
invitando a todas las criaturas a ensalzar con ellos al Dador de todo bien. El día 25 de noviembre por la noche alzó el Siervo d e Dios al 
Señor un himno de reconocimiento de este estilo. Era la acostumbrada hora de la intimidad, después de las confesiones, a la hora de la 
cena, rodeado de diez o doce sacerdotes. Repasando el remoto pasado y el próximo, empezó a hablar de las gracias, con que el Señor 
había favorecido y favorecía al Oratorio; y no se detuvo en una afirmación genérica, sino que recordó una larga serie de hechos, mientras 
los presentes le hacían coro, ora ofreciéndoles nuevos recuerdos, ora bendiciendo a Dios. Creemos oportuno reproducir aquella secuencia 
de recuerdos, dejando la palabra a don Bosco, pero después de anteponer también con sus palabras, una observación. 

Don Bosco recordaba con gusto las cosas del pasado al tiempo que su familia crecía y se extendía. El mismo dijo y repitió el porqué, 
pero lo declaró particularmente y fue recogido por el cronista el 21 de 
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diciembre. En presencia del doctor Bacchialoni, titular de literatura griega en la Real Universidad, y de algunos salesianos, se expresó de 
esta manera: 

-Me agrada contar las cosas antiguas del Oratorio. A veces son hechos que se refieren también a don Bosco. Pero no los cuento por 
vanagloria. No, gracias a Dios, ésta no cuenta en absoluto. Mi único fin es contar los prodigios del poder de Dios y hacer ver que, 
cuando Dios quiere algo, se vale de cualquier medio, aun del ((400)) más débil, el más inepto, para hacer superar cualquier obstáculo. 

Vengamos ahora al mencionado Cantemus Domino, en el que don Bosco hizo ver cómo Dios había demostrado en tantas 
circunstancias lo mucho que quería al Oratorio, preservando a los que en él vivían de muertes trágicas o prematuras. 

-Hace dos años, empezó a decir, el día de san José, mientras sonaba la campana mayor y un nutrido grupo de muchachos estaba en 
corro debajo del campanario se apartaron todos de repente sin saber por qué, a tiempo de que caía a plomo el badajo, rompía la cornisa 
del pórtico y rebotaba en el suelo sin causar daño a ninguno. Don José Lazzero, que se encontraba allí cerca, al oír el estruendo y los 
gritos de los jóvenes, se volvió asustado y vio a don Anacleto (?) Ghione, que llevaba al hombro, la mar de alegre, el grueso badajo de 
hierro, dando voces de júbilo. Don Carlos Ghivarello, tan ducho en ciencias mecánicas, aseguraba que aquel badajo con su peso llevaba, 
al caer, el ímpetu de una bala de cañón. 

-El año pasado también, el 19 de febrero, primer día del mes de san José, don Miguel Rúa y José Buzzetti oyeron a media noche un 
extraño ruido por la parte del patio cerca de la huerta; se levantaron y bajaron temiendo que los ladrones hubieran penetrado en casa. De 
pronto Buzzetti señaló a don Miguel Rúa en el suelo una gran mancha, que parecía un hoyo, y logró que retrocediera enseguida. No 
hicieron más que dar unos pasos hacia atrás cuando el terreno, en el que se habían parado unos instantes, cedió; era la bóveda del pozo 
negro que se hundía, y el pozo medía tres metros de profundidad y estaba lleno hasta el borde. Un paso más y don Miguel Rúa y José 
Buzzetti hubieran perecido miserablemente. 

-En el primer brazo de la casa nueva se derrumbó la pared del medio; una sobre otra se hundieron las tres bóvedas de los tres pisos 
próximos a la iglesia; cayó un rayo en el dormitorio de san Luis, y en ninguno de los tres casos hubo desgracias personales. 

-Aldroandi, natural de Guastalla, y recomendado por monseñor Rota, se cayó desde un balcón al patio de ((401)) gimnasia. La altura 
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era de siete metros; el pobrecito, al dar con el vientre en el suelo, se hirió; pero a los pocos minutos se levantó riendo. Acudió a toda 
prisa el médico y vio que era menester coserle una ancha herida. Tres días más tarde hubo un paseo general a Superga; quiso ir él 
también y corrió tanto que se le abrió otra vez la herida. Pero él, sin perder la tranquilidad, fue a tomar el ómnibus y, cuando bajó, vino 
serenamente hasta casa. Nada más volver el médico a coserle la herida y vendársela, mondó alegremente una manzana y se la comió. 
Curó completamente. 

-Hace pocos días un muchacho del primer curso corrió para esconderse cuando jugaba a tíngolo 1 (al escondite), metió el pie en la 
abertura hecha para el montacargas del nuevo comedor y cayó a plomo al sótano. Pero, enseguida, sin darse cuenta siquiera del peligro 
que había corrido, huyó a todo escape para no caer en manos del que le perseguía. 

-Un gran portón lateral de la iglesia de María Auxiliadora se tumbó sobre el adoquinado de los pórticos, donde los muchachos 
apelotonados jugaban; pero ninguno sufrió el menor daño. El peligro fue tal como para haber quedado aplastados por lo menos unos 
veinte. 

-Un joven, jugando a guardias y ladrones, se escondió en un conducto abierto en la pared, destinado a echar la basura. Otro se lanzó 
tras él, lo siguió hasta el agujero y gritó: 

-íMira, soy una serpiente! íQue te como! 

El pobrecito se desmayó de miedo. Le sacaron de allí, le llevaron a la enfermería y no daba señales de vida. Llegó el médico y no sabía 
qué razones dar del caso. Mientras se preparaba para aplicarle un reactivo enérgico, y otro de los presentes pensaba en la Unción de los 
enfermos, dio un brinco el desmayado, se restregó los ojos y dijo: 

-Ya estoy bien. 

Y, sin decir más, se escapó de la enfermería, dejando allí plantados y estupefactos a los presentes. 

-Fueron unos cuantos muchachos a pasar las vacaciones en la casa de Trofarello, y uno de ellos, Fiore, cayó en un hondo estanque. 
Otro, Finocchio, se lanzó para salvarlo. No lo logró y salió a flote para respirar; volvió a zambullirse y reapareció sosteniendo fuera del 
agua al compañero, que al momento fue sacado fuera por los otros. ((402)) íCostó tiempo para lograr reanimarlo! Es imposible describir 
la desolación y el terror de los compañeros y del profesor Francesia. 

1 No he logrado saber que juego puede ser éste, después de haber leído más de doscientos juegos en un diccionario italiano. Y lo 
siento... Digo yo, si sería «al escondite». (N. del T.) 
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-En la construcción del templo de María Auxiliadora no hubo ninguna desgracia. Fue un verdadero milagro. Don Angel Savio, 
andando por los andamios a la altura de la cúpula, puso el pie sobre una tabla, que cedió al peso como una palanca; pero pudo agarrarse a 
un madero y no cayó. 

-Dos veces se desplomaron las contrapesas del reloj de la iglesia pequeña, rompieron un peldaño, pero no hicieron mal a nadie. 

-»Pues, y el fuego? Se encendió la habitación del segundo piso junto a la de don Bosco, y don Juan Cagliero logró apagarlo. Ardió el 
jergón de Menzio durante unas horas sin hacer llama; ésta se levantó cuando entró alguien y la apagaron en un santiamén. »Y cuando los 
muchachos preparaban el café dentro del baúl en el dormitorio? Al aparecer el asistente, para que no los pillara en flagrante, bajaron la 
tapa y salieron del dormitorio, ídejando allí dentro el alcohol encendido! íY no hubo nunca un incendio! 

-»Pues y este año, cuando hubo que apagar el incendio de la fábrica Tensi? íLos cántaros del agua caían abajo desde el tejado sin hacer 
daño a ninguno, a pesar de que, precisamente allí abajo, estaba el patio atestado de jóvenes...! 

-»Y los muchachos que se caen continuamente y no se lastiman? Uno dio con la cabeza contra una columna con tal ímpetu, que de 
rebote fue lanzado tres pasos atrás y parecía muerto. Tenía partida la frente; y, sin embargo, a los tres días estaba jugando tranquilo con 
los otros. Dos se encuentran y chocan con tanta violencia que los dos caen de espalda en sentido opuesto; el adversario de la partida 
corre para declararlos prisioneros, pero ellos se levantan y se escapan como si tal cosa. Uno, con la pierna rota en dos sitios, corre 
todavía un trecho para no dejarse atrapar, hasta que cae rendido. Le atienden, se pone bueno y íhelo de nuevo dirigiendo las partidas de 
recreo! Es realmente un espectáculo poético. 

((403)) -Y además está la curación de don Bosco en Varazze. Cuando regresó al Oratorio estabais todos vosotros conmovidos; pero él 
decía a don Miguel Rúa y a don Juan Bonetti que tenía hambre y que le dieran de comer. Y cuando fue a hablar a los muchachos, al oír 
su débil voz y algo fatigada, ninguno en aquel momento se atrevía a fijar sus ojos en don Bosco porque todos los tenían llenos de 
lágrimas. 

-»Y la explosión del polvorín? »Y las dos veces que se desencadenó el cólera en Turín y no causó ninguna víctima en el Oratorio, a 
pesar de que los sacerdotes y los clérigos participaron de lleno en la asistencia a los apestados? »Y las muchas emboscadas contra la vida 
de don Bosco? 
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-Don Francisco Cerruti cayó enfermo en Mirabello en 1864. Don Bosco encargó le dijeran que siguiera dando clase a los de cuarto y 
quinto curso. El obedeció, pero recayó tan gravemente que se temió por su vida. Entonces don Miguel Rúa encargó que suplicaran a don 
Bosco que dispensara a don Francisco Cerruti de aquella clase tan pesada. Don Bosco le respondió: 

-Cerruti siga dando clase. 

-Don Francisco Cerruti continuó. Al anochecer del primer día se sintió agotado; mas el segundo siguió dando clase y se encontró 
mejor, el tercero estaba curado casi del todo. Obedeciendo la palabra de don Bosco, todas las semanas viajaba a Turín para asistir a clase 
en la Universidad, y esto no le perjudicó. Más tarde, se le envió a abrir y dirigir la nueva casa de Alassio: estaba tan débil que temía 
morir por el camino. Cuando hube oído sus justas observaciones le dije que fuera. íY don Francisco Cerruti marchó! Durante las 
primeras horas le pareció que iba casi a desmayarse; pero llegó a Alassio perfectamente restablecido. íCuando tenga que demostrar que 
vir oboediens loquetur victorias, no tendrá que ir a buscar ejemplos en los libros! 

Si el clérigo Herminio Borio se hubiese encontrado presente, habría podido narrar a los compañeros lo que le sucedió a él en otoño y 
que describió en una carta doce años después. Las fiebres palúdicas, que le atacaron en Borgo San Martino durante el verano de 1876, 
habían minado grandemente su salud. Fue a Alassio a tomar los baños y empeoró, probó los aires de su pueblo natal, pero sin mejoría 
alguna. ((404)) A pesar de todo esto recibió la orden de prepararse a los exámenes de licenciatura del bachillerato para lo cual se trasladó 
al colegio de Valsálice en Turín. La preocupación y el cansancio del estudio agravaron sus fiebres palúdicas. Un día, a eso de las dos de 
la tarde, al sentirse atacado por los acostumbrados escalofríos, desolado y aunque no fuera más que para recibir algún consuelo de los 
Superiores, bajó hasta el Oratorio a pie con un delirio que a duras penas le dejaba ver el camino y andar. Llegó al Oratorio como Dios 
quiso, topó de manos a boca con don Bosco, que paseaba bajo los pórticos, y le besó la mano. El Siervo de Dios, que le vio tan pálido y 
desfallecido, le preguntó afectuosamente qué tenía, le puso la mano sobre la cabeza, quedóse un instante como en actitud de reflexionar 
y le dijo con el aire de consuelo que le caracterizaba: 

-íAnimo! 

Despidióse el clérigo y subió a descansar. Mientras estaba sentado en la sala contigua al despacho del prefecto, cesóle la fiebre y no le 
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volvió más. En efecto, pasó otros cuatro años en Borgo San Martino, libre definitivamente de semejantes molestias. 

Entre las cosas de familia tienen una parte eminente los tesoros espirituales. Durante el mes de septiembre la familia religiosa del beato 
don Bosco había recibido dos Breves pontificios que la enriquecían con favores espirituales. El primero disponía que ciertas facultades 
concedidas a la casa principal se extendieran a todas las casas de la Congregación: de acuerdo con ellas se podían, pues, erigir oratorios 
privados para los socios salesianos y para todos los que de alguna manera perteneciesen a estas casas, y en cualquier solemnidad del año 
se podría cumplir en ellos el precepto eclesiástico. El segundo concedía a todas las iglesias y oratorios de la Congregación la facultad de 
celebrar la santa misa y administrar la sagrada eucaristía a todos los fieles, exponer y predicar la palabra de Dios, dar la catequesis a los 
niños, guardar el Santísimo Sacramento, exponerlo solemnemente a la adoración de los fieles y dar con él la santa bendición. Estas 
facultades ya habían sido concedidas al Siervo de Dios para sus oratorios de Turín por ((405)) monseñor Fransoni y monseñor Riccardi; 
pero los dos Breves pontificios extendían los mismos favores a todas las casas de don Bosco en cualquier diócesis que se estableciesen. 
De esta manera iba don Bosco obteniendo poco a poco aquellos privilegios que no había podido alcanzar de otra manera, según hemos 
expuesto ampliamente en el 1 undécimo volumen. 

1 Véase Apéndice, doc. 35 y 36. 
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((406)) 

CAPITULO XIV 

COSAS DE LOS COLEGIOS 

POCAS cosas tenemos que contar de los colegios en la segunda mitad del año. Empezaremos por Liguria. El Beato Fundador volvió 
otras dos veces por aquella región; la primera en julio y después con ocasión de la partida de los misioneros. La segunda vez fue más 
bien como de paso; hablaremos de ella cuando lleguemos al tema de los misioneros. En cambio en julio hizo una verdadera visita; pero 
nos vemos obligados a seguir sus huellas tras la guía de sobrios documentos. 

El jueves 20 de julio lo encontramos en Alassio, a través de dos cartas que escribe desde allá a Niza (Francia) y a Turín. En Niza 
andaban con las negociaciones para la compra de la nueva casa; don Juan Bautista Ronchail llevaba los hilos de la trama, pero siempre 
bajo la dirección del Beato, que ya en el mes de junio le había enviado instrucciones precisas, claras y firmes. 

Queridísimo Ronchail: 

Despachadas las cosas principales y urgentes, paso a nuestras cosas de Niza, que también tomo muy a pechos. Te digo, pues: 

1.° Las indulgencias anunciadas y a comunicar con la hoja, que te he enviado, se extienden a los bienhechores del Patronato de San 
Pedro, pasados, presentes y futuros. Es más, pueden gozar de éstos y otros favores, que te enviaré impresos, todos los que se hagan 
bienhechores nuestros. Lo podrás ver por el Breve que se está imprimiendo ya. 

((407)) 2.° Para la casa Gautier es preciso que hables con nuestro querido barón Héraud, que nos debe ayudar a realizar el gran milagro 
de reunir los medios necesarios. Ruégale de mi parte que te acompañe al bondadoso notario señor Sajeto para preguntarle si se podría 
hallar la cantidad que necesitamos, mediante la hipoteca correspondiente. Si hicieren falta inmuebles para garantizar un préstamo, 
podemos ofrecer nuestras casas y terrenos hasta la suma deseada. Yo prefiero hacer el préstamo en Francia, porque sufriríamos una gran 
rebaja al permutar nuestro papel moneda por oro. 

3.° Si no se encontrase en absoluto este préstamo, entonces dígase al señor Sajeto, si podría satisfacer nuestra necesidad con créditos 
hipotecarios, que yo podría tener a mi disposición hasta cincuenta mil francos y cuyo cobro no es lejano. 
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4.° Si no fuere posible efectuar ninguno de estos proyectos, se me den por vía formal dos meses de tiempo, y yo proveeré desde aquí lo 
que no se pueda aportar ahí. 

Pero cuanto antes es indispensable que el inmueble sea seguro y que los pagos estén garantizados por la hipoteca local y por otro título 
de propiedad. 

El Obispo manifesta toda su buena voluntad y, si nos llegare a faltar algún millar de francos, creo que no nos dejaría en el atasco. 

»No ha llegado todavía el abogado Michel? Cuento mucho con él, y sé que en cualquier necesidad grave también él hará grandes 
esfuerzos. 

»Ha hecho algo el Príncipe Sanguskhi? »No podrían poner algo de su parte el Ayuntamiento y el Gobierno a través del Gobernador de 
la Provincia? 

Adiós, mi querido Ronchail, saluda a todos nuestros queridos hermanos y a nuestros hijos; di a Rabagliati que, si está dispuesto a ir de 
organista a Buenos Aires, don Juan Cagliero le recibiría. 

Rezad por mí. Presenta mis respetuosos saludos al señor barón Héraud y al señor Audoli, y créeme en Jesucristo 

Turín, 5-6-1876.
Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro.


Ya próximos a dar la última mano al asunto, escribe de nuevo desde Alassio a don Juan Bautista Ronchail con normas oportunas y 
adornando las cuestiones de asuntos con noticias de familia. 

Queridísimo Ronchail: 

Recibo tu carta en Alassio, donde estaré todavía hoy y mañana para volver después a Sampierdarena, desde donde me llaman. Había 
pensado dar un paseo hasta Niza, pero graves asuntos me lo impiden. 

((408)) Te habrás enterado de la muerte de don José Giulitto; anteayer ocurrió la de Piacentino en Alassio. Don Pedro Guidazio está 
gravemente enfermo en Nizza Monferrato. El clérigo Vigliocco y Giovannetti se encuentran también muy mal. íYa ves cómo nos visita 
el Señor! Recemos y recemos mucho. 

Dios, como buen Padre que es, nos bendice en otras cosas. Las casas de América marchan muy bien. Este año se impondrá la sotana a 

unos doscientos clérigos, ochenta de los cuales son para la Congregación. 

Rezaré y haré rezar por el Príncipe Sanguskhy y su madre, la princesa, que estará sin duda desolada. Pero él murió santamente... 

Ahora vamos a lo nuestro. Además de lo que te habrá escrito don Miguel Rúa desde Turín, tú puedes tener como base: 

1.º Estipular un contrato para la adquisición de la casa Gautier, con un mes de tiempo para pagar la cantidad total después de la fecha 

del contrato. Exención de hipoteca. 

2.º Durante este espacio de tiempo procuraré poner a tu disposición los treinta mil francos y aún más, si fuere menester. 

Sobre estas bases reúne, o mejor, ruega que se reúnan el abogado Michel y el barón 

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Héraud y diles que, habiéndonos embarcado de común acuerdo, es preciso que llevemos a término la aventura a costa de cualquier 
trabajo, sudor, fastidio y aún más. 

Dios lo quiere y eso basta. He hablado ampliamente con monseñor Sola, que se mostró muy animado y me dijo que, en llegando a su 
casa, tal vez hoy o mañana, se ocupará totis viribus de la casa Gautier; quiere concurrir con otra cantidad de su bolsillo y espera algo más 
de otros; y me invitó a que te lo comunicara a ti, al señor Barón y al abogado Michel. 

Ten muy en cuenta que ya contábamos con ciertas entregas seguras con las que yo calculaba. Son seguras, pero surge la dificultad de 
en cuánto tiempo. Sin embargo, me he arreglado ya de otra manera y, para el tiempo a que me refiero, cumpliremos honradamente. 

Darás las gracias de una manera particular a los dos grandes defensores mencionados, para lo que tengo preparado un diploma, que les 
gustará y que les enviaré en cuanto alguno de aquí vaya personalmente a ésa. 

Conviene también notar que, antes de pagar, se proceda a liberar nuestro inmueble de toda hipoteca que gravite sobre él. 

Cuida mucho tu salud, y presenta nuestros humildes saludos a los señores mencionados y a los demás bienhechores insignes. 

Todos te envían fraternales saludos y yo te seré siempre en J. C. 

Alassio, 20 de julio de 1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


Guarda bastante relación con esta carta, la que escribió con la misma fecha a don Miguel Rúa. 

((409)) Queridísimo Rúa: 

He escrito a don Juan Bautista Ronchail que estipule un contrato para la compra de la quinta Gautier con la obligación de pagar en el 

plazo de un mes. De alguna manera encontraremos. 

Para tu norma, nuestros colegios pasan todos por una terrible sequía; por consiguiente, nada puede esperarse de ellos. 

El sábado por la tarde estaré en Varazze; pasaré allí el domingo. El lunes estaré en Sampierdarena; me quedaré allí cuatro días para 

recoger quibus 1 para don Albera; para el sábado siguiente estaré en Turín, a no ser que la enfermedad de don Pedro Guidazio me 
obligue a cambiar de itinerario. 

Envíame siete u ocho circulares para los misioneros a Sampierdarena. 

La muerte de estos últimos hermanos causó gran abatimiento en todos. Recemos. »Haría don Domingo Belmonte buen papel como 
Director en Montevideo? Y »don Domingo Bruna 2 en Trinità? 

1 La manera regular es conquibus o cumquibus, sobrentendido nummis y quiere decir literalmente «con qué medios, los medios con 
que» hacer algo; pero se emplea en el sentido de «dinero». 

2 Se trataba de una fundación en Trinità, en el distrito de Mondoví. Don Domingo Bruna 

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Dios nos bendiga a todos. 

Dirás a los clérigos y a los que van a serlo que nos proponen tres grandes institutos en Chile, donde pueden ganarse miles de almas 
para Dios. 

Tuyo en Jesucristo. 

Alassio, 20-7-1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


Desde Alassio o camino de Alassio llegóse el Siervo de Dios a Albissola para consolar a la señora Susana Saettone, a la que hemos 
recordado ya en otro lugar 1. Es indescriptible la veneración ((410)) que esta santa bienhechora tenía al Beato y cuánto se preocupaba 
por el colegio de Varazze. Tenemos un recuerdo inédito de la visita que le hizo allí, y queremos contarlo. Se remonta este documento al 
año 1871, cuando el Siervo de Dios cayó gravemente enfermo en aquel colegio. Leemos en una carta del coadjutor que lo asistía: «Ayer 
por la mañana vino una señora anciana, que había salido de su casa algo enferma, sólo para ver a don Bosco. íSi hubieras visto qué 
escena más conmovedora, qué demostración de afecto! Yo, que estaba presente, no pude contener las lágrimas» 2. Esta señora era 
cabalmente la señora Susana, como la llamaban familiarmente los nuestros. Desde su casa escribió don Bosco a la condesa Corsi, que 
hospedaba en su quinta de Nizza Monferrato a don Pedro Guidazio, necesitado de cuidados, que era imposible prestarle en el Oratorio. 

Benemérita señora Condesa: 

Me han dicho que nuestro queridísimo don Pedro se ha agravado de su antigua enfermedad. No tengo la menor duda de su grande y 
conocida caridad con nosotros 

fue un hijo de don Bosco, tan ejemplar que merece mención especial, y la transcribimos de la ya citada memoria de don Francisco 
Picollo, que lo conoció muy de cerca. Enumerando las categorías de hombres, que habrían sido inútiles o desperdiciados, de no haberse 
encontrado con don Bosco, que los recogió, los formó y los hizo aptos para algo, llegando a la cuarta, que él llama de los «desechados», 
por haber sido rehusados por otras instituciones, trae algunos ejemplos muy notables, entre los cuales el menos notable es sin embargo el 
de Bruna. Dice de él: «Expulsado del Seminario de Turín porque, al subir o bajar las escaleras saltaba varios peldaños a la vez y porque 
parecía demasiado ordinario, con don Bosco llegó a ser profesor titulado, rico de amplia y sólida cultura, infatigable trabajador, modelo 
de virtudes. En Randazzo dejó, al morir, fama de santidad». El que esto escribe, vivió a su lado nueve años y confirma plenamente este 
testimonio. 

1 Véase Volumen XI, pág. 114. 

2 Carta de Pedro Enría a José Buzzetti, Varazze, 22 de diciembre de 1871. 
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y por eso no me atrevo a recomendarlo. Pero necesitaría tener noticias positivas y usted me haría un gran favor si me dijera: 

1.° El estado actual de su enfermedad, y si dice misa. 

2.° Prohibirle que rece la más pequeña parte del Breviario. Si me ha de honrar con su carta, mi itinerario es el siguiente: hasta el 

sábado en Alassio, el domingo en Varazze, desde el lunes hasta el viernes en Sampierdarena. 

Escribo desde Albissola, en casa de la piadosa Susana, a quien podemos llamar nuestra buena madre por estas tierras. Ella envía 
cordiales saludos para usted y para la condesa María. 

Dígnese saludar con efusión a mi querido don Pedro y asegúrele que pido por él, que no se preocupe de la clase ni de ningún otro 

trabajo, que sólo piense en restablecerse porque, después, con la ayuda de Dios, proveeremos a todo. 

Dios los bendiga a todos, y con mis saludos para toda su respetable familia, tengo el gusto de poderme profesar, 

De V.S.B. 

Su s. s. e hijo JUAN BOSCO, Pbro. 

((411)) El Director de Niza fue a Alassio para hablar con don Bosco, como se desprende de la siguiente carta.


Queridísimo Rúa:
1.º Recibida carta enviada.
2.º Hablé con don Juan Bautista Ronchail que prepara y cuenta 1 con veinte mil liras de Turín.
3.º Las casas no tienen ni blanca. Yo llevo tres mil liras en oro cobradas con la letra de cambio de don José Fagnano. Buscar de otra


forma. 

4.º Habla un poco con el comendador Duprez para que aconseje cómo descontar el «albalá» 2 hipotecario de don Turco. 

5.º El sábado, Dios mediante, estaré en Turín; espero pasar a ver a don Pedro Guidazio. 

6.º Busco quibus para el Hospicio de San Vicente. 

Puedes comunicar a todos nuestros muchachos que dos caciques o jefes de tribu de Patagonia han pedido a don Juan Cagliero que 

envíe un grupo de salesianos a sus tierras, asegurando que no sólo no se los comerán, sino que los respetarán y escucharán con gran 
devoción. Don Juan Cagliero está activando esta negociación con la máxima solicitud y conoceremos los resultados 3. 

Saludos para ti y todos los nuestros. Considérame siempre en J. C. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


1 Es decir, alcanzar la cantidad de treinta mil francos para el contrato. 

2 «Albalá», documento público o privado en el que se hace constar alguna cosa como resguardo. (N. del T.) 

3 Alusión a la comunicación contenida en la carta recibida desde el Chubut, (pág. 225). 

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Desde Alassio el Beato regresó a San Pier d'Arena, de donde había salido. Las cartas anteriores nos manifiestan suficientemente la 
necesidad que don Bosco tenía de dinero para el hospicio de San Vicente de Paúl: se estaba construyendo y, además, había que mantener 
a los Hijos de María, trasladados allí como a su sede central, y encima quería instalar a toda prisa una tipografía, donde imprimir cosas 
que sólo con dificultad podían ver la luz en Turín. La revisión de los libros a imprimir en el Oratorio causaba molestos tropiezos en la 
regularidad de las publicaciones periódicas y serias molestias para los autores. Don Celestino Durando, que dirigia la Biblioteca de la 
Juventud Italiana, había enviado a la Curia dos ((412)) libritos para su pronta publicación; 
pero el Ordinario los quiso revisar él mismo y, después de larga espera, los devolvió observando que, como estaban sacados de obras 
puestas en el Indice, era necesario acudir a Roma. En realidad no había tal necesidad, pues bastaba su aprobación. Afortunadamente don 
Celestino Durando, que hacía cuestión de honor la puntualidad ante los suscriptores, pudo salir de apuros, pues tenía en retén para 
cualquier contingencia otra publicación. En lo tocante a los dos volúmenes en litigio, don Bosco le dijo que escribiese al Cardenal De 
Luca, Prefecto de la Sagrada Congregación del Indice, prelado muy benévolo que, tan pronto como conociese la procedencia de los 
libros, no tendría nada en contra. Según la costumbre para casos semejantes, dio a don Celestino la traza de una carta concebida en estos 
términos: «Dado que en las escuelas éste es un libro muy deseado, para no tener que recurrir al original que está en el Indice, se ha 
pensado hacer un extracto del mismo, que valiese para satisfacer las exigencias de los profesores y al mismo tiempo no contuviese nada 
malo; se ha presentado aquí a la revisión y se nos devolvió diciéndonos que el libro no contiene nada malo, pero, que estando el autor en 
el Indice, hacía falta recurrir a Roma. Conociendo cuanto V. E. Rvma. etcétera». 

Don Celestino Durando hizo lo que don Bosco le había dicho; pero, queriendo salir de aquella insoportable situación, insistía a más no 
poder para que don Bosco se apresurase a instalar una tipografía en San Pier d'Arena, adonde se enviarían los libros para ser revisados en 
Génova; había seguridad de encontrar allí todas las facilidades posibles. Una de las dificultades infranqueables de Turín procedía de las 
divergencias en materia de teorías filosóficas. Varios profesores, que hubieran hecho imprimir sus obras en el Oratorio, las entregaban 
fuera de Turín. Así el profesor Allievo, titular de Pedagogía en la Real Universidad, recurría a Milán, porque en Turín examinaban con 
demasiado 
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rigor los escritos, cuando sus opiniones fueran o parecieran contrarias a las doctrinas rosminianas. 

Hay dos disposiciones arzobispales del 27 y 28 de junio, por las que ((413)) el Ordinario nombra a dos delegados para revisar los 
fascículos de las Lecturas Católicas y de la Biblioteca de los clásicos italianos; 
pero su estilo se sale un poco de las formas acostumbradas. Y puesto que el tema nos lleva a ello, añadiremos aquí que, desde el mes de 
abril, don Bosco había obtenido de Roma la facultad para permitir a sus religiosos la lectura de los libros prohibidos, en la medida en 
que le pareciese conveniente 1. 

Desde el traslado de Marassi a San Pier d'Arena, el hospicio progresaba de día en día; de los cuarenta alumnos había pasado ya a los 
doscientos. Nadie hubiera esperado tanto pocos años antes. Nadie, excepto don Bosco y quien le ayudaba más de cerca. En una de sus 
visitas estaban sentados a la mesa a su alrededor algunos bienhechores; uno se hizo lenguas de tan feliz incremento y el Siervo de Dios 
salió con esta solemne afirmación: 

-Los alumnos aumentarán, y un día llegarán a trescientos y cuatrocientos y más todavía. Esta casa no será inferior al Oratorio de Turín 
por su número de alumnos y por su importancia. 

De los cuatro días que don Bosco pasó en San Pier d'Arena no nos quedan más que dos ligeros recuerdos de las dos cartitas, que 
escribió a Lanzo y a Turín. Escribió a Lemoyne sobre un asunto del que tratará la mayor parte de este capítulo. 

Queridísimo Lemoyne: 

Haz en hora buena todo lo que tú sabes para la fiesta del ferrocarril. Espero que no habrá la octava de las elecciones municipales 2. 
Entiéndetelas con Turín respecto a la banda de música, siempre y cuando invite el Ayuntamiento. Si para aquella fecha estoy en Turín, 
iré con mucho gusto. 

Te envío una carta de monseñor Ceccarelli, que acabo de recibir. También escribe otra muy preciosa y larga don Juan Cagliero 3. 

Te ruego saludes a don Julio Barberis y digas a los novicios 4 y a todos ((414)) los salesianos que dos caciques o jefes de tribu de la 
Patagonia han pedido formalmente a don Juan Cagliero, que envíe allá a los misioneros salesianos, que serán muy bien recibidos. Don 
Juan Cagliero trata con el Gobierno este importantísimo asunto. Parece 

1 Véase Apéndice, doc. 37 y 38. 

2 Alusión a las eventuales consecuencias de desórdenes acaecidos en las últimas elecciones municipales por el choque entre contrarias 
tendencias políticas. 

3 Para la primera, véase Apéndice, doc. 39. La otra no hemos podido encontrarla. 

4 Don Julio Barberis había acompañado a Lanzo a los novicios ya próximos a acabar el noviciado. 
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realmente que Dios quiere algo grande de los salesianos. Que Dios bendiga a toda nuestra querida familia de Lanzo, y rezad por vuestro 

S. Pier d'Arena, 25-7-1876. 
Afmo. amigo en Jesucristo JUAN BOSCO, Pbro. 

P. D. He recibido todo lo que me ha enviado don Julio Barberis. 
La otra cartita está dirigida a don Miguel Rúa; se la escribe dos días antes de reemprender el viaje a Turín, adonde llegó el día 29, 
sábado. Al volver de sus viajes, cuando llegaba a Turín a eso del mediodía, iba a comer a casa de su queridísimo amigo el profesor 
Vallauri, ya fuera para no causar molestias al Oratorio con el retraso, ya fuera para dar el último toque a algún trabajo urgente, al que, si 
hubiese entrado en casa enseguida, no habría podido atender sino unas horas después. 

Queridísimo Rúa: 

Te envío la carta del Príncipe Chigi 1, para que procures dar curso al contenido, es decir, los certificados de don Cipriano y don 
Bodratto. 

Adjunto también la carta de don Juan Bautista Ronchail. Haz lo que puedas para juntar dinero y el lunes lo enviaremos. 

No puedo pasar por Nizza para ver a don Pedro Guidazio. Tal vez haga luego una escapada desde Turín. 

El sábado iré a comer a casa del profesor Vallauri. Si puedes, ve tú también. Pero escríbele una tarjetita para que me guarde un poco de 
sopa aparte, porque yo llego a las doce y media. 

S. Pier d'Arena, 27-7-1876. 
Afmo. en Jesucristo JUAN BOSCO, Pbro. 

Recién llegado al Oratorio, don Bosco recibió de Roma un escrito del cardenal Santiago Antonelli, que le consoló mucho por su 
afectuoso contenido. Fue aquella la última prueba de benevolencia, que le dio el célebre ((415)) Secretario de Estado, que entregaría su 
alma al Señor el 6 de noviembre. 

1 Más adelante veremos de qué se trataba. 
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Ilmo. Señor: 

A su bondad de corazón y al mucho cariño que me profesa atribuyo las felicitaciones, que me dirigió con motivo de la repetición de mi 
día onomástico. Me resultaron muy gratas por no dudar en absoluto de la sinceridad con que fueron dictadas. Por ellas y sobre todo por 
las oraciones, que en esta misma coyuntura hizo elevar al Señor por los jóvenes confiados a sus cuidados, le doy las gracias mas 
cordiales, y, al asegurarle la continuación de mi benevolencia con respecto a usted, me precio en confirmarle los sentimientos de mi 
distinguido aprecio, 

De V. S. Ilma. 

Roma, 29 de julio de 1876. 

Afmo. seguro servidor S. ANTONELLI, Card. 

Le gustaba al Beato hacer siempre acto de presencia en los colegios a fines del curso, sobre todo para charlar cara a cara con los 
alumnos de los cursos superiores e ilustrarlos sobre el punto de la vocación. También había ido a Liguria para esto; pero antes ya había 
visitado los colegios del Piamonte. En efecto, asistió en Borgo San Martino a la fiesta de san Luis el día en que caía. Pero no llegó 
inesperadamente; 
para preparar los ánimos escribió unos días antes a aquellos muchachos, anunciándoles que tenía que tratar con ellos grandes asuntos. 
Aunque no poseemos la carta, nos consta que esta noticia, sazonada como él sabía hacerlo, les embelesó tanto que muchos le contestaron 
individualmente, agradeciéndole que se hubiera acordado de aquel modo de ellos. Lo recibieron con gran alborozo en la magnífica 
alameda de la estación. Los alumnos de cuarto y quinto curso tuvieron oportunidad de hablar con él. Uno de los colegiales, que le 
expresó el deseo de pertenecer a la Congregación, fue Pedro Rota, natural de Lu, que comenzó el noviciado en el otoño siguiente. 
Dirigió por mucho tiempo una importante Inspectoría del Brasil y actualmente continúa su obra en Portugal. Don Pedro Rota nos ha 
descrito recientemente la satisfacción que experimentaban los más creciditos al acercarse a ((416)) don Bosco, y abrirle el corazón 
durante sus visitas al colegio. 

«íOh, qué o el de aquellos breves coloquios, qué imborrables impresiones las de alguna expresión, hasta quizás la de alguna broma que 
parecía dicha al desgaire!... Sin que nos diéramos cuenta, don Bosco nos llevaba por el camino que el Señor nos había trazado, Y así, sin 
darme cuenta, al terminar el quinto curso del bachillerato yo no podía persuadirme de la posibilidad de dejar a don Bosco...» 1, 

1 Al Beato don Bosco. Número único del Colegio de Borgo S. Martino en el año de la beatificación, pág. 23. Casale Monferrato, 
Unión Tip. Pop. 1930. 
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En aquella circunstancia visito don Bosco el pueblo de Lu, en donde un santo párroco difundía las Lecturas Católicas y el Siervo de 
Dios era muy conocido. A primeros del mes una joven madre de familia, Isabel Grossetti, desahuciada ya por los famosos médicos 
llamados a consulta desde la ciudad, después de recurrir a María Auxiliadora y a las oraciones de don Bosco, entrada ya en agonía, con 
estupor de todos había vuelto de la muerte a la vida 1. Por consiguiente, don Bosco fue recibido con entusiasmo y algunas familias se 
disputaron el honor de ofrecerle hospedaje; pero él había prometido ir a comer a casa de los Rota. Entonces las mismas familias, puestas 
de acuerdo entre sí, enviaron cada una un plato preparado en su propia casa. 

Lo mismo que había hecho en Borgo S. Martino, lo repitió en Lanzo: avisó de antemano con una carta y después dio audiencia 
particular a los «retóricos», esto es, a los alumnos del cuarto y quinto curso del bachillerato. Esto fue el 26 de junio; las memorias del 
tiempo quedaron mudas sobre lo demás. 

El colegio de Valsálice logra también que este año se hable de él por un incidente ocurrido en la fiesta de san Luis. El Director invitó a 
monseñor Manacorda, Obispo de Fossano, para celebrar en el colegio las funciones solemnes. Nada más enterarse, el Arzobispo de Turín 
mandó a su secretario que escribiera una carta de reprobación a don Francisco Dalmazzo, ((417)) invitándole a dar explicaciones y pedir 
disculpa por la infracción de las leyes canónicas. Don Francisco Dalmazzo informó de ello inmediatamente al Obispo, expresándole su 
propio pesar de que ello hubiese acarreado a Su Excelencia algún disgusto. Monseñor Manacorda, que era un hombre de gran sinceridad, 
se apresuró a asegurarlo contra cualquier eventualidad, pues él se sentía en su buen derecho; a cuyo propósito le citaba la autoridad de 
grandes canonistas y la autorización, que los Obispos subalpinos se habían concedido recíprocamente, para pontificar libremente en las 
diócesis de los otros 2. No conocemos ulteriores consecuencias del hecho. Esto sucedió cuando se discutía acaloradamente la gran 
cuestión sobre el manual de los Cooperadores Salesianos 3. 

Y ahora volvamos a Lanzo en razón de un acontecimiento que tuvo su momento de celebridad, como veremos en el resto de este 
capítulo y también más adelante. 

1 J. B. LEMOYNE. El Arca de la alianza, pág. 11; S. Pier d'Arena Tip. Sal. 1879. Por esta relación sabemos que el Beato encontró y 
bendijo a la agraciada sólo en el agosto siguiente, durante una segunda visita a Lu, de la cual ignoramos más detalles. 

2 Véase Apéndice, doc. 40. 

3 Véase Volumen XI, pág. 73. 
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Una Sociedad anónima «canavese» 1, constituida en 1865, había emprendido la construcción del ferrocarril de Turín a Lanzo, de 
treinta y dos kilómetros de longitud. Poco a poco se fueron abriendo los diversos tramos, el primero de Turín a Venaria y el segundo de 
Venaria a Caselle en 1869. Quedaba el último de Ciriè a Lanzo, que no se terminó hasta 1876. Para inaugurar este tramo que sólo medía 
once kilómetros, pero que marcaba la feliz conclusión de la decenal empresa, se quiso lograr una gran manifestación política. Era 
reciente el cambio de gobierno de la derecha a la izquierda, cuyos hombres, queriendo pasar por fervientes partidarios de las ideas de 
progreso y de libertad, subieron al poder con intentos no sólo democráticos, sino descaradamente anticlericales. Pareció aquella ocasión 
muy oportuna para una exaltación del nuevo orden de cosas en el corazón del viejo Piamonte. Solicitóse, pues, la intervención del 
Ministerio y se organizaron grandiosos ((418)) preparativos, que llamasen la atención de toda Italia sobre Turín. La ceremonia de Lanzo 
constituía naturalmente el número fundamental del programa, pues representaría la razón de ser de la manifestación del partido en la 
capital histórica. El nombre de don Bosco se encontró mezclado con el acontecimiento; pero también en aquella coyuntura supo con su 
prudencia incedere per ignes suppositos cineri doloso 2, es decir, acercarse al fuego sin dejarse quemar. 

En los últimos días de julio fueron a visitar al Director del colegio los alcaldes de Turín y Lanzo, pidiéndole que tuviesen a bien recibir 
bajo los pórticos de su amplio edificio a los ministros del reino y a los invitados para la inauguración, puesto que el Ayuntamiento local 
tenía intención de honrarles allí con un vino de honor. El alcalde de Turín, Rignon, hablaba también en nombre del gobernador Bargoni 
y de los mismos Ministros, y el alcalde de Lanzo manifestó en nombre del Ayuntamiento que, fuera del colegio, ningún otro lugar se 
prestaba convenientemente para entretener un rato a tantos ilustres personajes. Don Juan Bautista Lemoyne llevó a aquellos señores a ver 
el pórtico y el jardín y les dijo que, no siendo él el propietario, escribiría a don Bosco el cual sin duda daría su consentimiento; pero que 
él no podía dar una respuesta definitiva. Ambos encontraron razonable su observación. Tan pronto como los despidió, informó de todo al 
Beato, que estaba en Sampierdarena, el cual respondió a vuelta de correo dando 

1 El «canavesato» es una región al noro este de Turín (N. del T.). 

2 «Avanzar a través de las brasas escondidas bajo la traidora ceniza». (N. del T.) 
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carta blanca para todo y, más aún, prometió que, si para entonces se encontraba en Turín, asistiría él también 1. 

La inauguración se celebró el domingo 6 de agosto. Don Bosco se encontraba allí desde la víspera y con él la banda de música del 
Oratorio. Solamente le acompañó en el viaje el coadjutor Barale; éste recuerda todavía muy bien que el Siervo de Dios le habló largo 
rato del deber cristiano de respetar a la autoridad ((419)) constituida. íA tan corta distancia de los sucesos del 1870, era fácil que los 
contactos de los hombres de la Iglesia con los del Gobierno dieran motivo o pretexto a críticas y malas interpretaciones! 

Se engalanó el colegio lo mejor que se pudo. De cada columna colgaba un bandera como las de las Cruzadas; cortinas rojas y blancas 
tapaban los huecos entre las columnas. En el centro de los pórticos se levantaba un dosel con el retrato del rey Víctor Manuel II entre 
banderas tricolores nacionales; debajo del retrato un bonito pedestal sostenía un magnífico ramo de flores de metro y medio de diámetro. 
Las flores dibujaban el escudo de armas de Lanzo; a lo largo de la orla, sobre un fondo de geranios rojos, destacaba un letrero en mayas 
blancas: EL COLEGIO. FELICIDAD A TODOS. A la derecha y a la izquierda de las flores había muchos sillones. Amplias alfombras 
cubrían el pavimento. A uno y otro lado de los sillones había dos largas hileras de mesas, cubiertas con blancos manteles para el vino de 
honor ofrecido por el Ayuntamiento. El palco para la banda estaba levantado a los pies de la escalinata hacia la plaza de San Pedro. 

Se había anunciado oficialmente que asistiría el Príncipe Amadeo, Duque de Aosta; pero a última hora no pudo acudir. 

A los pies de la colina, sobre la que está recostada la población, y entre el verdor de los árboles, el Ayuntamiento había hecho construir 
con madera un salón cubierto de lona a listas blancas y azules para el banquete. 

El día amaneció espléndido. A las ocho y media apareció el tren. 
Iban en él tres Ministros: Depretis, presidente del Consejo; Nic\_tera, de Gobernación, y Zanardelli, de Obras Públicas, representante del 
Rey. El arcipreste de la parroquia, teólogo Francisco Albert, con ocho clérigos del colegio, revestidos de roquete, esperaban alineados en 
el punto de llegada. Un batallón del cuerpo de ingenieros ferroviarios presentaba armas. Bajaron los Ministros y unos cuatrocientos 
invitados, 

1 Véase más atrás en la pág. 353. Redactamos la siguiente narración valiéndonos de los diarios de Turín y de documentos de archivo. 
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el Arcipreste bendijo el tren y, sacerdote docto y piadoso como era, pronunció unas breves, pero elocuentes y santas palabras. 

((420)) El clero se retiró. Los soldados, subiendo hacia el pueblo, escoltaban al cortejo, que avanzaba ordenadamente bajo un 
majestuoso arco triunfal. Abría la larga fila un escuadrón de carabineros a caballo, seguido de un pelotón de carabineros a pie. A 
continuación, la banda de música del pueblo y el alcalde iban delante del grupo de los tres Ministros, a los que seguían el Gobernador de 
la Provincia y el Alcalde de Turín y después los concejales del ayuntamiento, senadores, diputados, periodistas y todo un ejército de 
personalidades llegadas incluso de partes lejanas de Italia. La cabeza del cortejo se paró ante el hospital, entraron en él los Ministros y 
estuvieron unos cinco minutos; después la marcha siguió adelante. En la plaza de San Pedro, atestada de gente, el arcipreste aguardaba al 
representante del Rey bajo un dosel con los alumnos de su colonia agrícola, el asilo infantil, el hospicio de las niñas y el colegio 
femenino. Después de un saludo que duró breves momentos, se llegó a la puerta principal del colegio. 

La banda municipal seguía tocando; pero, al oír el redoble del tambor de la banda salesiana, paró al instante. Entonces ésta, que 
esperaba a la entrada del instituto, entonó la marcha real. Los carabineros de a caballo se situaron a uno y otro lado de la puerta; y los de 
a pie entraron y formaron escolta. Nuestros músicos se trasladaron rápidamente al patio. Don Bosco y don Juan Bautista Lemoyne, de 
capa, esperaban en el umbral. Zanardelli, al entrar, se volvió a don Bosco y le preguntó: 

-Perdone, Señor, »está don Bosco? 

-Aquí me tiene, para servirle, respondió don Bosco. 

Y siguieron al instante las recíprocas reverencias y apretones de manos con los Ministros. Sus Excelencias se mantenían algo 
entonados. Entraron en el atrio. Los jóvenes de uniforme, ordenados en cuatro grupos, se extendían de un extremo al otro del patio, 
alineados en doble fila y de espaldas a los pórticos. Entre los dos grupos del centro abríase el paso. A una orden del maestro de gimnasia 
todos los muchachos se quitaron la gorra y dieron ((421)) un estentóreo viva. Los Ministros saludaron y pasaron a los pórticos. El 
conjunto ofrecía un aspecto tan bello, que todos prorrumpieron unánimes en un íoh! de admiración. Las autoridades del pueblo se 
apresuraron al momento a buscar al Director, estrecharon su mano y le dieron las gracias por cuanto había hecho por el honor de Lanzo. 
Los ojos de todos miraban embelesados el ramo de flores. Mientras tanto, el maestro de gimnasia había ordenado a losjóvenes «ímedia 
vuelta.!» y los cuatro grupos 
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ejecutaron aquel movimiento con tan perfecta simultaneidad y precisión, que los oficiales de los carabineros dijeron: -íBravo! 

La banda, que había llegado a su palco, y los cantores que se habían colocado enfrente, dieron comienzo a la ejecución del himno, 
original de Lemoyne y con música de Dogliani. A los primeros compases de introducción, los Ministros hicieron señal a los presentes 
para que callaran, pues hablaban todos en alta voz, y, para oír mejor, se acercaron a los cantores. Causó un efecto estupendo una pieza a 
cuatro voces, ejecutada por don José Lazzero, el coadjutor Pelazza y dos jovencitos. Los espectadores rompieron en prolongados 
aplausos. En cuanto fue servido el vino, casi todos pasaron al jardín, precedidos por don Bosco, que iba acompañado por los Ministros. 
Estos no lo dejaron hasta el momento de salir. 

A poniente del jardín, exactamente en el ángulo junto al cual corre el Stura, había un pequeño rellano, con una mesa de piedra en el 
centro que invitaba a pararse para contemplar el delicioso panorama. Allí se detuvieron los principales personajes; unos se sentaron 
sobre el murete de la tapia, otros sobre la mesa, algunos en la hierba; estaban Nic\_tera, Depretis, Zanardelli, Spantigati, Ercole, Ricotti y 
muchos más, y en medio de todos ellos don Bosco. El resto de la ruidosa comitiva se paseaba por las alamedas o seguía en corrillos 
debajo de los pórticos; mientras tanto, en el rinconcito del estado mayor, entre alegres risas, se entabló una animada conversación a 
fuego graneado, que merece ser referida. 

Abrió el fuego Nic\_tera, dirigiendo la palabra a don Bosco: 

((422)) -Bueno, don Bosco, usted viaja bastante. 

-Ciertamente, contestó don Bosco, me veo obligado a visitar mis colegios dos o tres veces al año. 

-»Y va a Roma a menudo? 

-Cierto, he ido varias veces. 

-Sabemos que usted va también al Vaticano. 

-»Y por qué no? Es la central del clero. »Adónde, si no, quería usted que fuera en Roma? 

-Dicen que tiene usted relación muy íntima con el Papa. 

-Yo voy a ver al Sumo Pontífice, el cual me recibe siempre con mucha bondad. Tengo con él relaciones más o menos íntimas, en la 
medida que Su Santidad se complace concederme. Por otra parte, también tengo entrada libre en los Ministerios. Yo iba a cumplir mis 
encargos, y los Ministros no permitían que hiciera antesala, sino que era introducido inmediatamente. Al salir del Ministerio, volvía 
enseguida al Padre Santo y, sin hacer espera, podía tratar con él de algunos 
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asuntos, y de este modo se arreglaron varias cosas. Puedo también decir que Su Santidad ponía en mí una confianza especial y, en los 
límites convenidos, me dejaba plenos poderes para tratar los asuntos. También Su Excelencia el ministro Vigliani tenía conmigo 
extraordinaria confianza, y me dejaba en muchas cosas casi completa libertad, aunque sabía que yo era más papista que el mismo Papa. 

Aquí el diputado Ferraris lo interrumpió diciendo: 
-íEs verdad, es verdad! Yo puedo atestiguar las palabras que dijo Vigliani al abandonar el Ministerio. Dijo exactamente: «Consideren a 
don Bosco como un verdadero tesoro; es tal vez el hombre que puede hacer los mayores servicios al Estado». 
-Yo por mi parte, siguió diciendo don Bosco, aceptaba encargos de toda suerte; y puedo también decir que el Papa me dejaba hablar 
sin interrumpirme, aun en los temas que más le contrariaban. Unicamente yo no admitía encargos oficiales. Pero muchas cosas se 

emprendieron de acuerdo con Vigliani; ((423)) pero por la imprudencia de alguien no se pudieron efectuar. 
Las palabras de don Bosco, que hablaba con tanta sencillez de cosas importantísimas, eran escuchadas en profundo silencio general. 
-íAy, ay!, replicó Nic\_tera; usted, don Bosco, no dice todo lo que piensa... 
-»Yo? »Y por qué? 
-íPorque es usted muy pillo! 
-»Dónde quieren ustedes que esté mi picardía? Lo que tengo en el corazón, lo tengo en los labios. No hay secreto que sea lícito u 

oportuno descubrir, que yo no lo manifieste a todos. Todo lo que yo quiero hacer, lo sabe hasta el último alumno de nuestras casas. Si la 
picardía consiste en esto, entonces puedo creer que soy verdaderamente pillo. En lo tocante a religión, estoy con el Papa y me glorío de 
ello. 

-»Y en cuanto a las cosas modernas?, insinuó Nic\_tera.
-íObedezco a las autoridades constituidas!
-Y sin embargo, me parece que usted, don Bosco, no nos dice todo.
-Perdone, señor; por la manera como hablo, pueden ustedes darse cuenta de que yo no estoy aquí para adular, sino que, como hombre


franco y leal, doy siempre a conocer mis sentimientos. Todos saben cómo piensa don Bosco. 
Al llegar a este punto el senador Ricotti, el historiador, tomó la palabra y dijo a don Bosco: 
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-Todo está muy bien; pero don Bosco tiene dos puntos negros ante el Ministerio de izquierda. 

-»Podría usted indicarme cuáles? Así podría ver si son culpas, que admiten enmienda. 

-El primero es que hace demasiados curas. 

-»Y el segundo? 

-Demasiados profesores. 

-Pero, señor Senador, no veo en qué falto yo con esto. Con respecto al primer punto, no diré nada en mi defensa. Los curas que yo 
hago, no son demasiados; antes, al contrario, son pocos en comparación con los muchísimos que han entrado en las oficinas del Estado, 
en el ejército, en las profesiones ((424)) literarias, en las artísticas y en los oficios. Pero no comprendo cómo usted pueda afirmar que un 
sacerdote comete una culpa, cuando trabaja para formar a otros que le ayuden en su propio ministerio. Creo que todos los señores que 
están aquí y me escuchan, del primero al último, desearían infundir en muchos su espíritu y educar el mayor número posible de hombres 
semejantes a ellos, dedicados especialmente a fomentar el bien público. Por lo tanto, es lógico que un sacerdote quiera formar otros 
sacerdotes. »Qué dirían de un militar que no procurase formar buenos militares? íUn médico desea formar muchos médicos valiosos! Lo 
mismo un abogado. Por consiguiente, usted, señor Profesor, no debe culparme si trato de infundir mi espíritu en otros, educando a 
hombres que se asemejen a mí, atentos únicamente en nuestra humilde esfera, a favorecer a nuestros semejantes. Ustedes mismos me lo 
reprocharían, si yo fuera insensible a ello. Si yo descuidara el hacer sacerdotes, se diría que no amo mi estado sacerdotal. 

-Don Bosco tiene razón, contestaron a una todos los Ministros, encantados de aquel lenguaje tan franco y sobre todo por el tono de su 
palabra, que revelaba la máxima sinceridad. 

-En cuanto al segundo punto, »soy yo quien hace demasiados profesores? »Quién me obliga a ello? Usted, señor Ricotti, que, 
defendiendo en el Parlamento las leyes sobre los títulos legales, me ha obligado a ello. Yo no busco más que cumplir una ley, que me 
han impuesto. Si se quiere tener abierto un colegio hay que hacerse con títulos, diplomas o licenciaturas. Si Vuestra Señoría cree que el 
industriarse, a más no poder, para cumplir una ley del Estado es una culpa, entonces, consideraría como gran título de gloria el tener esta 
culpa, y estoy más que convencido de que todos están de acuerdo conmigo también en este punto. Además, es una verdadera necesidad. 
íAy de mí, si en mis colegios no hubiese licenciados! íEstos Señores (e indicaba 
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con una sonrisa a los Ministros) ya sabrían cómo ponerme las peras a cuarto! 

-Don Bosco nos tapa la boca, replicaron los Ministros. íDon Bosco tiene razón! 

((425)) Se dieron después a las bromas. El diputado Ercole salió con ésta: 

-Por favor, don Bosco, díganos usted, que lee en los corazones... »quién es más pecador, Nic\_tera o Zanardelli? 

-»Qué quieren que les diga? Si he de juzgar por las apariencias, éstas engañan muchas veces; no son un criterio seguro para guiarme. 

Si miro al interior, no los conozco, y por consiguiente no puedo pronunciarme. 

-Pero diga, diga: »qué opinión tiene de nosotros dos?, insistió Nic\_tera. 

-Señores míos, yo creo que son dos hombres de bien. 

-Sin irse por las ramas, concrete. 

-Yo aprecio a los dos. El señor Zanardelli es un valioso abogado, cuya fama corre por toda Italia. Usted es célebre por sus trabajos de 

estadística, que yo he aprendido a apreciar mucho. 

-No se escabulla don Bosco, volvió a la carga Ercole; conteste a mi pregunta: »quién es más pecador? 

-Me pone usted en un brete. »Qué quiere que le diga? Repito que si los considero ateniéndome a su ciencia, encuentro que los dos son 
célebres por su fama; si por su actuación y solución de los negocios, digo que son verdaderos maestros y que difícilmente puede 
encontrarse quien esté a la par de ellos; pero, si me pide un juicio por el lado moral, no sabría por el momento cómo salir del aprieto para 
contestar, pues no los conozco. 

Entonces Nic\_tera, volviéndose a Ercole, exclamó: 

-Y »por qué quieres ponerme a mí como término de comparación? Yo no tengo nada que ver con eso »entiendes? Pregunta, en cambio, 

a don Bosco si tú eres más pecador que los demás. 

-íYo no tengo ganas de convertirme!, respondió Ercole. 

-Bueno, replicó Nic\_tera, tú eres más pecador que yo, porque conoces el mal y lo haces. »No recuerdas que está escrito en la Biblia? 

Desiderium peccatorum peribit. »Qué dice a esto don Bosco? 

-Y »qué quieren que yo añada, mientras me quitan la palabra de la boca? Por lo demás, para conocer a uno, haría falta que viniese aquí, 
no para pasar una horita, sino para ((426)) hacer unos ejercicios espirituales. Para pensar en su vida pasada; en la muerte, con la que 
acaba la escena de este mundo; en la vanidad de las cosas terrenas y 
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en la preciosidad de las cosas celestes; en los juicios de Dios; en la eternidad... Para pensar que a la hora de morir lo que produce 
satisfacción es el bien hecho, y que todo lo demás no causa más que angustias... Si, después de todas estas reflexiones, éste hiciese una 
buena confesión general, entonces yo podría dar un juicio sobre su interior. 

-Pero diga, por favor; »cree usted que nosotros nos salvaremos?, preguntóle uno como quien quiere decir una agudeza.
-Así lo quiero esperar, porque la gracia y la misericordia del Señor son muy grandes..
.
-íPero nosotros no queremos convertirnos tan deprisa!
-»Querrán ustedes decir que ciertamente desearían ser convertidos... pero siguiendo todavía... o, más bien, lo desearían..., pero no


tienen valor para tanto...? 
-Sí, cabalmente, es así. 
-Entonces yo no tendría que decir más que lo que ha dicho aquel señor hace poco: desiderium... y lo que sigue. 
-Sí, sí, íesto va de perillas para ti, Nic\_tera!; dijo uno. 
-Mejor para ti, replicó otro. 
Acabó por fin aquel tema y se pasó a otros asuntos, de los que no se guarda recuerdo, pero sabemos que don Bosco no perdía ocasión 

para soltar alguna verdad saludable y hasta de las que escuecen. Sin embargo, su palabra amable, la sencillez de sus maneras excluía toda 
mordacidad u ofensa personal; de modo que todos le rodeaban atentos y bromeaban, mas sin que se oyera una palabra o se viese un 
ademán que supiese a desprecio. En resumidas cuentas, don Bosco los tenía completamente dominados. Aquel día Zanardelli estaba 
apenado, no se traslucía si por alguna angustia interior que lo atormentase o por estar aquejado de algún malestar físico. 

((427)) -»No se encuentra usted bien?, preguntóle don Bosco.
-íNada de eso, señor!, le respondió Zanardelli suspirando.
-íEntonces haga por curar!
Estas palabras del Siervo de Dios, como atestigua Lemoyne, que estaba presente y lo vio todo, produjeron un efecto extraño en


Zanardelli. La mirada de don Bosco, observa el mismo Lemoyne, en estas circunstancias decía lo que la boca callaba. 
Nic\_tera había cortado una flor, se la había puesto en el ojal de la solapa y así la llevó después todo el día. Se dieron cuenta de ello los 
periodistas, los cuales dijeron que el Ministro había querido expresar con este gesto su amor y aprecio por don Bosco. 
Poco a poco, diputados, senadores y muchos otros habían llenado aquel espacio y comentaban con simpatía la familiaridad y 
amabilidad 
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con que don Bosco se entretenía con los Ministros, sentado en medio de ellos. Efectivamente, fue él el único que en aquella ocasión 
desempeñó en Lanzo un papel notable, pues las autoridades del pueblo se habían eclipsado completamente. 

Mientras se sostenía esta tertulia en el jardín se alternaban en el patio las ejecuciones de la banda y los ejercicios gimnásticos de los 
alumnos. La víspera se había recomendado a los muchachos que honraran al colegio con su obediencia, y especialmente que no 
rompieran filas sin autorización, pues esto sería del agrado de don Bosco. Guardaron la consigna de modo irreprochable, a pesar de que 
muchos padres, que habían acudido a la fiesta, intentaran sacar fuera a sus hijos: padres y madres no lograron durante una hora y media 
mover ni a uno de su sitio. Los ilustres huéspedes paseaban por el patio, los observaban con mucho interés, trataban de localizar a los de 
su pueblo y los saludaban afectuosamente. Por fin bajaron los Ministros, seguidos de todo el cortejo, y con ellos don Bosco, que llevaba 
a un lado a Nic\_tera y al otro a Zanardelli. Detrás iba Depretis, el cual apenas había abierto la boca en todo el tiempo. 

El grupo se encaminó hacia donde estaban los sillones colocados en ((428)) semicírculo. Los Ministros hicieron que don Bosco se 
sentara en el centro; a sus lados tomaron asiento Nic\_tera, Ercole y Ricotti. 
Depretis se mantuvo de pie apoyado en el sillón de don Bosco; Zanardelli fue a tomar una silla y se colocó en frente cerrando el círculo. 

Parecía que don Bosco fuese el rey de la fiesta. La comisión organizadora había determinado que los Ministros pasaran en el colegio 
unos veinte minutos; y, en cambio, estuvieron hora y media. Se acercó varias veces el alcalde para advertir que ya era hora; pero ellos 
contestaban: 

-íUn momento nada más! 

A eso de las once se levantaron los Ministros y con las más cordiales instancias invitaron a don Bosco al almuerzo; él les dio las 
gracias, pero se excusó. Estaban expansivos, muy alegres y casi afectuosos. 
Mostraron su gran satisfacción por el recibimiento de que habían sido objeto. Zanardelli manifestó su más viva complacencia. Nic\_tera, 
al despedirse, dijo en alta voz, que todos pudieron oír: 

-He tenido una gran alegría. Sí, una de esas satisfacciones que quizás se experimentan una sola vez en la vida. 

-A menos que, añadió Zanardelli, fuéramos recibidos otra vez en los colegios de don Bosco. 

Después, mientras salían del colegio, vio Zanardelli al profesor 
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salesiano don Albano, entre la gente, le echó las manos a los hombros como para abrazarlo, y le dijo al oído: 

-Diga a don Bosco que no podría estar más satisfecho de lo que estoy por el recibimiento tenido en el colegio; dígaselo, pues me hará 
un gran favor. Salude de mi parte a estos queridos muchachos. Dígales que nunca jamás los olvidaré. Dé las gracias a los Superiores, a 
los alumnos, a los músicos, a los cantores de parte de todos nosotros. Los versos de la poesía casi los he aprendido de memoria y ya 
acabaré de aprenderlos. No quiero olvidarlos nunca y los llevaré impresos en mi corazón. Dígales, dígales, por favor, todo esto; no se 
olvide. Yo haré por el colegio todo lo que pueda. 

Dicho esto, se unió a los compañeros que empezaban a salir. Don ((429)) Bosco los acompañó hasta la mitad de la plaza, y después de 
repetidas protestas, de imperecederos recuerdos, reverencias y apretones de manos, volvió al colegio. 

Estaba visiblemente contento. Después de la comida, sentado en el gran sillón en el pórtico y rodeado de clérigos y sacerdotes, 
manifestó sus impresiones e ideas, que fueron recogidas; algunas especialmente son dignas de pasar a la historia. 

-Creo, dijo él, que hacía mucho tiempo que estos Ministros y Diputados no habían oído tantos sermones como hoy en Lanzo. Después 
de todo son unas pobres personas que no oyen nunca una palabra dicha con el corazón, ni una verdad expresada de modo que no los 
exaspere. Yo los he recibido cordialmente y les he dicho con el corazón en la mano, lo que me sugería la ocasión; y también les he dicho 
todas las verdades que podía decirles, sin ofenderlos y de la manera más franca. Tal vez no han hecho nunca ejercicios espirituales; pero 
creo que en esta ocasión, aun sin ir a San Ignacio, han hecho una buena tanda. 

-Por lo demás, no podía imaginar que esta fiesta podría resultar tan grandiosa, a pesar de que habría puesto en aprieto a cualquiera. Yo 
no me he turbado más que cuando estoy con mis muchachos, y he hablado a esos señores con la misma franqueza y familiaridad. Ellos 
hacían muchas preguntas, una tras otra sin parar, y yo me reía. Creían que reía por lo extraño de las preguntas que me hacían, pero yo no 
podía contener la risa al verme allí, rodeado de tanta gente como el protoquamquam (primate), y al escuchar las preguntas y dar las 
respuestas, iba yo pensando en aquella mi extraña situación. 

-Y me parecía que había hecho bien en venir a Lanzo. íPobre Director! íEn qué apuros se habría encontrado! »Cómo habría podido 
contestar a tantas preguntas engañosas, malintencionadas y aún provocativas, 
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como le habrían hecho? Se hubiera visto en apuros, hubiera sido su hazmerreír o se hubiera enfadado, lo que no hubiera convenido. Es 
difícil, para quien no está ((430)) acostumbrado, emplear una sana prudencia con esta clase de personas, acostumbradas a no tener 
ninguna consideración con el sacerdote. Por este motivo he venido, ya que esta visita era inevitable; pues sólo don Bosco podía aguantar 
estos diálogos. »Y cómo se podía, por ejemplo, negar hospitalidad a los Ministros, habiéndola pedido ellos mismos? íPensad en el ruido 
que hubiera armado nuestra negativa! Podría haber traído como consecuencia el cierre del colegio. Nosotros no teníamos ningún motivo 
para negarnos. Estamos en los antiguos Estados, se esperaba al duque Amadeo; vino Zanardelli en representación del Rey. Puesto que 
había que recibirlo, era preciso hacerlo de la manera más digna; por consiguiente, la banda de música no estaba fuera de lugar. La fiesta 
no tenía ningún carácter hostil contra la Iglesia, no se había hecho ninguna proclama en este sentido. Por tanto, lo que se hizo, ha estado 
bien hecho. Nosotros seguimos el dicho evangélico: Dad al César lo que es del César. Y también esto se ha ejecutado. No hemos hecho 
más que demostrar respeto a la autoridad constituida. 

-Hemos tenido, además, así lo espero, otra ventaja. Creo que estas personas ya no serán nunca enemigos acérrimos de los curas. 
Habiéndose dado cuenta de que yo los trataba con el corazón, se convencerán fácilmente de que muchos curas no desean más que el bien 
de todos. Creo que a la hora de la muerte todos desearán tener un sacerdote junto a su lecho. 

En efecto, en el banquete se pronunciaron muchos discursos y no se oyó una palabra que pudiera ofender en lo más mínimo la religión. 
No se borró ya de la memoria de los Ministros el recuerdo de don Bosco, como quedó demostrado en diversas ocasiones. 

La fama del acontecimiento aumentó el buen nombre del colegio, que en el curso siguiente tuvo doscientos ocho internos. 

Pero tenemos el deber de añadir que el Director, don Juan Bautista Lemoyne, gozaba de todo el aprecio y confianza de los padres. Los 
((431)) alumnos le querían como a un padre. En cierta ocasión solemne, le recordaba un antiguo alumno con palabras impregnadas de 
ternura, y señalaba bajo el pórtico del patio superior el rústico banco, donde el buen Director, rodeado de muchachos, solía sentarse y 
contar hechos edificantes con el arte de la agradable conversación que era su envidiable prenda. 
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((432)) 

CAPITULO XV 

SALESIANOS DIFUNTOS DURANTE EL AÑO 1876 

NO creemos salir de nuestro cometido si hablamos en estas Memorias de los salesianos difuntos durante el año 1876. En efecto, quién 
más, quién menos, todos ellos vivieron en relación con don Bosco, de suerte que no es posible hablar de ninguno de ellos sin encontrarse 
con el Siervo de Dios. Además, los datos que hemos podido acumular de su vida nos proporcionan un precioso material para formarnos 
un juicio exacto del espíritu, que entonces reinaba entre los miembros de la Congregación y que en buena parte era el espíritu de don 
Bosco, pues no hay que olvidar que en aquel tiempo don Bosco no había cedido todavía su capa a ningún Eliseo. Se ha visto, además, 
suficientemente en las páginas anteriores que él seguía siendo en su creciente familia el gran animador, y que todos recibían su 
inspiración o impulso directa o indirectamente. Estas son las razones por las que no nos parece tiempo perdido detenernos un ratito 
hablando de tres clérigos y dos sacerdotes salesianos, llamados por Dios a la eternidad aquel año. 

Los tres clérigos procedían de nuestros colegios, donde habían terminado sus cinco cursos de bachillerato. El primero, Santiago 
Piacentino, natural de Rochetta Tànaro, hizo los estudios en Lanzo donde tomó la sotana en 1870, a los dieciocho años de edad. En 
aquellos primeros tiempos don Bosco tomaba clérigos ya maduros y capacitados, para enviarlos poco después de la imposición de sotana 
((433)) a las casas, y los ponía al cuidado de los Directores locales, para que, al mismo tiempo que los ocupaban en algo, los ayudasen a 
hacer el noviciado y los estudios. Pero él no los perdía de vista, sino que actuaba de modo que se sintiesen siempre bajo su saludable 
influjo. Así Piacentino fue enviado casi enseguida a Borgo, como asistente, el primer año, y el segundo como maestro de la tercera clase 
elemental; después, fue enviado al Oratorio, donde permaneció hasta el último de sus días como asistente de los aprendices. A su 
ingeniosa actividad se debió que en 1876 los aprendices estuviesen en condiciones de rivalizar con 
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los estudiantes en las representaciones teatrales, lo que nunca se había intentado hasta entonces. Ya tenía muy adelantados los estudios 
teológicos y se acercaba el tiempo de las sagradas ordenaciones, cuando parientes y amigos salieron a su encuentro repetidas veces para 
sacarlo de la Congregación, poniendo ante sus ojos el brillo de un porvenir más cómodo; pero él resistió enérgicamente; es más, para 
evitar todo peligro, no quiso volver a su pueblo después de la profesión religiosa. 
En mayo de 1876 le sobrevino un malestar general que iba mermando sus fuerzas. Los Superiores le enviaron a Alassio con la esperanza 
de que la suave brisa de la playa le aprovechara para reponerse; pero, en el mes de julio del mismo año, purificado con los muchos 
sufrimientos, emprendió el viaje al Paraíso. El recuerdo de su celo incansable por el bien de los aprendices sobrevivió largo tiempo en el 
Oratorio, después de su muerte. 

Tres meses antes que Piacentino, falleció también el clérigo Antonio Vallega. Era de la ciudad y del colegio de Alassio, pero murió en 
Novi de Liguria en casa de sus padres. A los siete años curó de una gravísima enfermedad por intercesión de María Inmaculada, lo cual 
contribuyó a hacerlo piadoso y completamente entregado a las cosas del Señor. Obtenía espléndidos resultados en los estudios; en los 
exámenes de reválida para bachillerato universitario, en el instituto oficial de Monviso en Turín, se llevó la palma por encima de todos 
los numerosos candidatos internos y externos. De novicio en la Congregación, atendió con ardor a su propio adelanto en la perfección y 
en el saber. En una libreta, que don Julio Barberis guardó, señalaba ((434)) al fin de cada mes, sus faltas y propósitos. En ella escribió 
estas palabras, al hacer la profesión después de la aprobación de las Reglas. «Con los votos he hecho de mi alma y de mi cuerpo un 
templo vivo del Espíritu Santo. Quiero, pues, que este templo esté siempre puro y limpio». En enero de 1875 se le recrudeció un mal que 
padecía ya antes de inscribirse en la Congregación y lo llevó inexorablemente a la tumba. Todavía en la tarde anterior a la muerte, daba 
gracias al Señor, delante de don Francisco Cerruti, por haberle llamado a la Congregación y rogó vivamente a su Director que se lo dijera 
a don Bosco y le añadiera que estaba siempre a sus órdenes para ir a las misiones, si pluguiese a Dios conservarle la vida. 

El 8 de septiembre partió para la eternidad el clérigo Santiago Vigliocco, que don Bosco calificó de «valioso» al notificar a don Juan 
Cagliero su pérdida 1. Era natural de Barone, pueblecito de la diócesis 

1 Véase la pág. 267. 
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de Ivrea. Tuvo desde niño un extraordinario espíritu de oración; en casa y en el colegio de Caluso, donde comenzó el bachillerato 
clásico, fue sorprendido a veces, lo mismo de día que de noche, apartado y absorto en oración. Aspiraba al sacerdocio, oyó a uno de los 
maestros hablar del Oratorio y quedó tan enamorado de él que quiso ir a terminar allí el bachillerato. Tenía dieciséis años. 

Era de estatura más que mediana, rostro pálido, aspecto sencillo y porte corriente; vestía humildemente, pero limpio; como le pareció 
al Director de estudios que llegaba para empezar el bachillerato, sin preguntarle nada, le llevó al aula de la sección inferior del primer 
curso. El no dijo palabra, y se estuvo allí tranquilo todo el día, pero, al siguiente, su ejercicio de redacción descubrió el error. De talento 
despierto, descolló entre los primeros del quinto curso. Su piedad le abrió inmediatamente las puertas de las Compañías de San Luis y 
del Santísimo Sacramento y más tarde le dio entrada en la de la Inmaculada Concepción, reservada a los mejores. Llegada la hora de 
decidir sobre la vocación, no titubeó un instante. ((435)) Se le presentaron personas distinguidas e influyentes, para disuadirlo, y les dijo 
que en materia de vocación sólo se escucha la voz de la conciencia y la palabra del propio director de espíritu. Entró en el noviciado y se 
puso enteramente en manos del Maestro, el cual no dudó en proclamarlo, en la relación escrita que debía dar a don Bosco, como 
«modelo de noviciado» y «un verdadero san Luis». 

Uno de sus primeros pensamientos fue aprender a meditar. Leyó, preguntó y al fin se atuvo a este método. Al principio, al ponerse en 
la presencia de Dios, se figuraba que Jesús Crucificado estaba ante él y que le observaba amorosamente desde la cruz. En el curso de la 
meditación daba de vez en cuando miradas con la mente al crucifijo, imaginándose que recibía de él alientos para considerar a fondo la 
verdad que meditaba. Al final rogaba a Jesús que dejase caer sobre él una gota de su preciosísima sangre, como prenda de perdón y de 
gracia. Concluía la meditación tomando algunos buenos propósitos. Por este continuo pensamiento en Jesucristo a lo largo de la 
meditación, se sentía movido a escudriñar atentamente su corazón y a tomar firmes resoluciones. 

Conoció plenamente el valor de la obediencia. Un compañero le manifestó sus antipatías hacia cierto superior inmediato: Vigliocco se 
dio a explicarle la doctrina de san Alfonso, de que ordinariamente es una gran fortuna tener a un superior que nos parece lleno de 
defectos, porque así podemos conocer si somos verdaderamente obedientes o no, es decir, si obedecemos al hombre porque nos agrada, o 
a Dios a 
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quien representa. En materia de obediencia no había para él cosas pequeñas; se acusaba ante el superior hasta de cosas de ninguna 
trascendencia. Conoció también la preciosidad del tiempo. No le gustaba hablar de cosas inútiles. Decía que su delicia y su recreo era el 
estudio, al que se aplicaba con tal intensidad que no se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Don Bosco, que necesitaba de un 
maestro bueno y hábil para los Hijos de María, puso sus ojos en él, y no se equivocó en la elección. ((436)) Le gustaba mucho, y se la 
hizo suya, la máxima del Beato: que hace mucho quien hace poco, pero hace lo que debe; mientras que hace poco quien hace mucho, 
pero no hace lo que debe. 

Lo que más lo atrajo a la Congregación y lo aficionó a ella, fue ver que su primer fin era ocuparse en la juventud pobre y abandonada. 
Ardía en él el deseo de enseñar la religión y conducir al bien a los más pobres. Durante dos cuaresmas consecutivas, al terminar las 
clases, corría cada día a enseñar el catecismo en el Oratorio de San Luis, junto a Puerta Nueva. Preparaba de antemano muy 
esmeradamente sus explicaciones. Los muchachos le querían tanto, que sus oratorianos eran los más asiduos en la asistencia y los más 
disciplinados y callados durante la clase. Todos los domingos del año, además, no satisfecho con trabajar en la iglesia, cuando los otros 
catequistas salían a tomar un rato de asueto, juntaba a los más aplicados y les enseñaba a ayudar a misa. Don Luis Guanella, que dirigía a 
los Hijos de María y el Oratorio de San Luis, y que, por tanto, tuvo como ayudante al clérigo Vigliocco, escribe en una relación del 
tiempo que estuvo con don Bosco, redactada después de la muerte del Beato, y dice de él que «era un joven virtuosísimo». 

Su anhelo por catequizar aumentó cuando don Bosco comenzó a hablar de las misiones y de los misioneros; ansioso de ir a las 
misiones, pensaba hacer en el oratorio festivo su aprendizaje. Pidió formalmente a don Bosco tomar parte en la primera expedición. En 
su carta del 2 de febrero de 1875, escribía: «Conozco muy bien mi poquedad y la pequeñez de mi aportación; pero, si Dios me asiste, 
algo podré hacer yo también. Aunque sea el último de sus hijos, quiero al menos ser el primero en manifestarle mi gran deseo. La 
voluntad de hacer el bien al prójimo, Reverendísimo Padre, es extraordinaria en mí y no me asustan incomodidades y trabajos, y, a una 
orden suya, estoy dispuesto a ir hasta el último rincón del mundo». 

Pero otras eran las disposicionesde la divina Providencia. Su ((437)) salud, que empeoraba a ojos vistas, despertó serias inquietudes. 
Se le liberó de la enseñanza y se le envió a veranear en las colinas de Superga; 
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después, accediendo al deseo de los suyos, fue a respirar los aires de la tierra natal. Allí reunía a los muchachos del pueblo y de los 
alrededores para enseñarles la doctrina cristiana, y no dejó de hacerlo hasta que la enfermedad le obligó a guardar cama. Don Bosco, que 
le quería tiernamente y no podía visitarlo en persona, le envió a don Miguel Rúa. Expiró en la mañana de la Natividad de María 
Santísima. Unos días antes le preguntó el Párroco si le asustaba la muerte y contestó: 

-«Yo espero no temer a la muerte cuando se me acerque, y no me asustará, porque todos los meses he hecho el ejercicio de la buena 
muerte» 1. 

Acababa de pasar el umbral de los veinte años de edad. 

De los dos sacerdotes, que la muerte arrebató a la Congregación en 1876, uno fue don José Giulitto, que había crecido en el Oratorio, 
donde ingresó en 1866 a los doce años cumplidos. Tenemos una breve biografía suya sacada probablemente de la oración fúnebre, 
publicada por don Juan Bonetti en las Lecturas Católicas y precedida de un prologuito del clérigo Carlos Cays 2, el cual hace la 
presentación del finado en estos términos: 

«Muchos de los que lo tuvieron por compañero y maestro recuerdan todavía su amable trato, su jovial carácter, su amena conversación 
y, al mismo tiempo, su edificante conducta, su pureza de costumbres, su fervor en la piedad, y su celo por la salvación de las almas». 

Había nacido en Solero, ayuntamiento del distrito de Alessandria. Lo había recomendado a don Bosco la marquesa Emilia Imperiali de 
Solero. Cursó el bachillerato de sólo cuatro años, dejándose guiar dócilmente por el Siervo de Dios. Brilló en él una pureza angelical, y 
se le hicieron doradas proposiciones para que prosiguiera los ((438)) estudios en el seminario; pero él no se resignó a separarse de don 
Bosco. 

Tuvo que separarse materialmente, un año después, del padre de su alma, porque éste lo envió como maestro al colegio de Borgo San 
Martino. A los pocos días de llegar allí, contrajo amistad con el clérigo Luis Nai, a quien rogó que fuera su monitor secreto y le 
advirtiera cualquier defecto o falta que descubriese en su conducta. Don Luis Nai, que nos refiere hoy este rasgo edificante, recuerda 
también la 

1 Carta del párroco don Pedro Botta a don Bosco, 8 de septiembre de 1876. 

2 Esta biografía salió como apéndice al fascículo trescientos tres, año 1878, titulado: Los últimos días y horas de Pío IX. El conde 
Cays, clérigo salesiano y estudiante de teología entonces, fungía de secretario en la dirección de las Lecturas Católicas. 
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bondad con que su compañero, más joven que él, recibió la primera amonestación. La asistencia a los alumnos durante el recreo exigía 
que todos, por la mañana, después de tomar a toda prisa el café, se apresurasen a salir al patio. El clérigo Giulitto, no acostumbrado 
todavía a aquella maniobra, se retrasaba un poco. Recibió la amonestación y la agradeció muchísimo: ya no se quedó allí ni un instante 
más del necesario. Otra cosa recuerda don Luis Nai perfectamente. Era José Giulitto lector asiduo del Tratado de Perfección del padre 
Rodríguez y se lo sabía al dedillo; por eso frecuentemente, ya fuera para dirimir cuestiones, ya fuera para aclarar ciertos puntos ascéticos, 
ora para corroborar una manera propia de ver, ora para enderezar ideas torcidas, acudía sin falta a su consabido Ipse dixit, que era: -El 
padre Rodríguez dice así, el padre Rodríguez dice asá. 

También don Juan Bonetti hace alusión a ello al recordar en su opúsculo dos hechos que confirman lo antes dicho. Cierto compañero 
se quejaba con él de una ocupación que, por su poca mortificación, le resultaba pesada, y Giulitto le contestó: 

-Mira, vete a leer el tratado primero de la segunda parte del padre Rodríguez y, lo que ahora encuentras pesado, se te hará ligero como 
paja. 

A otro, que se mostraba un poco reacio a obedecer, le aconsejó que leyera durante unos días el tratado quinto de la tercera parte, y 
añadió: 

-Confío que, al cabo de ocho días, serás el más obediente de la casa. 

Al llegar a su nueva residencia, lo primero que hizo fue fijarse un horario, asignando a cada parte de la jornada su ocupación, de modo 
que no tuviese que perder ni una brizna de tiempo. Bajo ((439)) ningún pretexto se dispensaba de la meditación o de la lectura espiritual. 
Su profunda piedad a Jesús Sacramentado le proporcionaba tal jovialidad de maneras y tal serenidad de semblante, que todos le querían; 
hasta el médico, que lo atendió en su última enfermedad, estaba encantado . 

En septiembre de 1875, cuando él no lo esperaba, díjole don Bosco que se preparase para recibir las órdenes menores y pasar después, 
con breves intervalos, a las mayores. El clérigo apenas tenía veintidós años; pero don Bosco estaba muy necesitado de sacerdotes y, en 
cuanto podía, rompía los intervalos. El imprevisto anuncio le desconcertó un tanto. Don Bosco, que lo conocía a fondo, le animó, pidió 
las oportunas dispensas y después lo recomendó a monseñor Ferré, Obispo de Casale, siempre tan bondadoso con el Siervo de Dios. 
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El ordenando había recibido en diciembre el subdiaconado, cuando de pronto se le declaró un gran malestar al pecho, seguido primero 
de una tos obstinada y después de hemoptisis. íFue como un rayo en pleno día! Enviáronle a pasar el invierno en Alassio; se repuso tanto 
que pudo volver a Borgo para prepararse a recibir el presbiterado. Celebró la primera misa el día de la solemnidad de la Santísima 
Trinidad. Entre sus manuscritos apareció una hojita que decía: 

«Recuerdo de mi primera misa: 1.° Señor, que yo sea un sacerdote como Vos queréis, según vuestro corazón. -2.° Que yo os ame como 
y cuanto Vos queréis. -3.° Que no tenga que perderme eternamente. -4.° Que no se pierda una alma por mi culpa, sino, al contrario, que 
yo pueda salvar muchas». 

Mas, por desgracia, sus hermosas esperanzas y las concebidas en torno a él muy pronto se desvanecieron. Apenas había pasado un mes 
después de los fervores de la ordenación sacerdotal, cuando, en la misma capilla, donde habían resonado las melodías de cien voces 
aclamando alrededor del altar al nuevo levita, se oía el lúgubre canto del Requiem y del Dies irae ante su féretro. Sufrieron una gran pena 
todos los hermanos próximos y lejanos. El recuerdo de sus santos ejemplos no se borró de la memoria de cuantos le habían conocido; los 
poquísimos ((440)) sobrevivientes hablan todavía de él con sincera y tierna admiración. 

Hacía pocas semanas que le había precedido a la tumba el sacerdote César Chiala, ya bastante conocido por los lectores de estas 
Memorias. 
En cierta ocasión dijo de él don Bosco a unos sacerdotes salesianos: «Es una perla de mucho valor por todo concepto» 1. Se hizo 
salesiano en edad madura; pero conocía a don Bosco de mucho tiempo atrás. Se hace mención de él en un autógrafo del Siervo de Dios, 
donde están registrados los nombres y la edad de los cien jóvenes, que en 1850 llevó él desde Turín al seminario menor de Giaveno para 
hacer los ejercicios espirituales; en efecto, allí se lee hacia la mitad de la hoja: 

«César Chiala, 16 (años)». Esto demuestra que sus relaciones con el Beato duraban desde hacía tiempo. 

Nació de una familia distinguida en Ivrea en el 1837. Habiéndose trasladado con los suyos a Turín, trabó amistad con don Bosco, 
cuando el oratorio festivo errante acababa de plantar sus tiendas en Valdocco. Acercarse a don Bosco y quererlo fue lo mismo; por eso lo 
eligió como confesor y guía, y ya no dio un paso en su vida sin antes oír su consejo. A los 26 años era director del Real Servicio Postal 
del Piamonte. 

1 Crónica de don Julio Barberis, 11 de marzo de 1876. 
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Como le gustaba mucho el estilo de don Bosco para entretener e instruir a los niños, Chiala se prestaba de buen grado a la catequesis ya 
de estudiante y después como empleado. Iba con el clérigo Rúa los domingos al Oratorio del Angel Custodio en Vanchiglia, donde tomó 
a su cargo la sección de los limpiachimeneas. Era bonito verle, con su alta estatura, elegantemente vestido, y con sus apuestos modales, 
sentado en medio de una treintena de muchachos desaliñados, llegados de la sierra, completamente entregado a enseñarles las cosas de 
Dios. El traslado de la capital en 1864 le obligó a separarse de su amadísimo don Bosco e ir a Florencia, desde donde pasó a Sicilia en 
1870 como Jefe de Correos de la Provincia de Caltanissetta. Los subalternos y ciudadanos de ésta quedaron tan ((441)) edificados y 
admirados de su virtuosa conducta y sincera religiosidad que, al enterarse de su muerte, encargaron un solemne funeral por él, a pesar de 
que ya hacía cuatro años que había dejado su ciudad. 

La dejó, porque renunció a su empleo. El año 1872 resolvió dejar al mundo para vivir con el Padre de su alma. Le costó mucho superar 
los obstáculos familiares; pero triunfó e ingresó en el Oratorio, donde comenzó su noviciado como clérigo. Su madre, ya viuda, y su 
hermano no podían comprender que César quisiese abrazar en serio una forma de vida tan humilde y pobre 1. 

Empleó muy bien los cuatro años que vivió en la Congregación. Emprendió con alegría el estudio de la teología y en menos de tres 
años estuvo preparado para recibir las sagradas órdenes. Su delicia era siempre el oratorio festivo del Angel Custodio. Don Julio 
Barberis, que era entonces director de aquel oratorio, escribe: «Puedo afirmar con satisfacción que nunca encontré un colaborador más 
inteligente ni más celoso». En efecto, tenía el arte de transformar radicalmente a muchachos díscolos, que parecían potros indómitos. 

En abril de 1875 fue ordenado sacerdote. Y oigamos de nuevo a don Julio Barberis: «Su eminente virtud se transformó en heroica... Lo 
admiré varias veces, cuando estaba sobrecargado de trabajo, en su despacho de prefecto, después de algunas jornadas, que se pueden 
clasificar de tempestuosas, por la noche, aún después de las diez, esforzarse, 

1 Era hermano de Luis Chiala, escritor y hombre político, que fue senador en 1892. Publicó Cartas publicadas e inéditas de Camilo 
Cavour: Murió en 1904. Enterado de que se quería publicar una biografía de César, él no quiso. La madre, que había prometido preparar 
una vida del hijo, no lo hizo. Don Julio Barberis, aprovechando una brevísima mención que él mismo hizo en La República Argentina y 
la Patagonia (n.° 291-2 de las Lecturas Católicas, año 1877), dedicó a la memoria de don César Chiala once paginitas de su Vademécum 
de los novicios Salesianos, págs. 126-137 (S. Benigno Canavese, Tip. Sal. 1901 ). 
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rendido como estaba, por terminar la meditación... Celebraba pausadamente y con gran devoción ((442)) la santa misa, precedida 
siempre de larga preparación y seguida de fervorosa acción de gracias...Acostumbraba decir que la dicha de tener en casa el Santísimo 
Sacramento era su mayor consuelo». 

Se mantenía habitualmente en la sombra. Se le confiaban gestiones humillantes o desagradables, que fácilmente se rehúyen, y él las 
aceptaba con la mayor docilidad, y las resolvía con su finísimo tacto. No repetiremos aquí cuán valiosa fue su actuación con los 
aprendices. Dirigió también las Lecturas Católicas, en las que ya había ayudado mucho a don Bosco antes de ingresar en el Oratorio, 
corrigiendo pruebas de imprenta y traduciendo del francés. Algunos opúsculos anónimos son suyos, repasados siempre cuidadosamente 
por don Bosco. 

Mientras estuvo en Turín, por la tarde, después de haber comido con su madre, iba muy a menudo a Valdocco, se retiraba a un cuartito 
a su disposición y trabajaba hasta hora muy avanzada. A veces dormía en el Oratorio; y a la mañana siguiente, después de hacer con gran 
edificación sus devociones con los muchachos, mordisqueaba en compañía de los clérigos un trozo de pan a secas (entonces los clérigos 
no tomaban café) y se iba a su oficina de Correos. Escribe Lemoyne: «A veces acompañó a don Bosco a I Becchi, para continuar bajo la 
guía de su maestro aquellas redacciones; pero también allí se conformaba por la mañana comiendo pan solo y nada más» 1. 

La enfermedad, que ya le había molestado en su oficina de Correos, se agravó de tal manera en el verano de 1876 que, a fines de junio, 
lo llevó a la tumba. Su muerte consternó a cuantos habían tenido la fortuna de conocerlo. Con sincera convicción repetían todos: 

-íHa muerto un santo! 

Sus despojos mortales descansan en Feletto en el panteón de la familia. 

En el sueño del Paraíso el Beato don Bosco verá dentro de poco a don José Giulitto y a don César Chiala con otros Salesianos en el 
séquito de Domingo Savio. 

1 Véase Memorias Biográficas, Volumen V, pág. 567. 
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((443)
)


CAPITULO XVI 

LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES DE LANZO 

EL año 1876, de acuerdo con lo deliberado en el Capítulo Superior en una sesión del 18 de junio, hubo tres turnos seguidos de ejercicios 
espirituales en Lanzo, con muy poco o ningún intervalo. Don Bosco los presidió todos y actuó y habló; pero no es relativamente mucho 
lo que hemos podido saber de ellos. 

La primera tanda comenzó el domingo 10 de septiembre por la tarde, y se cerró el lunes 18 por la mañana, de modo que duró siete días 
completos. 

Tomaron parte sólo hermanos y buen número de clérigos y coadjutores, que debían hacer la profesión trienal o perpetua. Don Juan 
Bonetti predicó las instrucciones y el teólogo Ascanio Savio las meditaciones. El Beato, ateniéndose a lo poco que sabemos, dio seis 
veces las «buenas noches» y predicó tres veces. 

Después de las oraciones de la primera noche dirigió a los ejercitantes algunas recomendaciones necesarias o útiles para la buena 
marcha de los ejercicios. Recomendó recogimiento y silencio; y además, conformidad con todo y que no se quejaran si faltaba algo en la 
cama, en la comida o en la puntualidad del servicio de la mesa. 

-Son inconvenientes, dijo, inevitables en cambios tan rápidos de local y tan próximos al término del año escolar. 

-Que no se echara nada a perder, ((444)) especialmente en el jardín; 
no se tocasen las uvas ni los frutales, que sería señal de falta de templanza y de gula, y los desperfectos darían que hablar a quien los 
observase. 

-El horario, concluyó, lo encontraréis fijado en diversos lugares. Lo que yo suelo recomendar desde el principio es que se observe 
exactamente este horario. Y, además, que cuide cada uno de sí mismo, como si estuviese él solo haciendo los ejercicios y piense que los 
hace por última vez. La hora de levantarse mañana se retrasará media hora, porque todos estáis cansados. 

El cansancio procedía sobre todo de haber viajado buena parte de los ejercitantes largo tiempo desde las primeras horas de la mañana. 
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Al día siguiente, a las nueve y media, pronunció don Bosco la conferencia de introducción. Un cuaderno de don Julio Barberis 
contiene un resumen bastante completo de la misma. 

El gerente de un gran señor convoca al principio del año a todos los que quieren ponerse a su servicio y señala a cada uno una función 
a cumplir a lo largo del año. Manda a uno trabajar la tierra, confía a otro el cuidado de las plantas, etc. Después, antes de despedirse de 
ellos, les da los avisos oportunos para que cumplan bien su cometido. Entonces cada uno se posesiona de su cargo y se pone a trabajar en 
él con ahínco. Uno cava la tierra, otro siembra, éste lleva el ganado, aquél cuida el arbolado; en una palabra, cada uno cumple con 
empeño el oficio que le asignó el gerente. 

Mientras tanto va pasando el año, hasta que llega el tiempo de reunirse los operarios con el gerente para dar cuenta de su gestión. Pero 
entonces no quiere el gerente ser el juez del trabajo de los obreros y envía a todos al amo para que sea él quien los examine y juzgue. 

Así, pues, el amo pregunta a todos, uno por uno, y les pide que expongan cómo cumplieron el cometido que les asignó su gerente y qué 
resultados obtuvieron. Pregunta a uno cómo cultivó el terreno, a otro qué cuidados ha tenido con las plantas, si las abonó a su tiempo, si 
las regó cuando se debía, si podó las ramas inútiles; en fin, si procuró que dieran fruto; a un tercero le pregunta si alimentó bien el 
ganado que se le confió, si tuvo con él los cuidados necesarios; y de la misma forma hace que le den cuenta de todo lo que han hecho y 
lo que han ganado. 

Alguno de aquellos operarios, si hubiese tenido que dar cuenta de su actuación al gerente, tal vez lo habría engañado en algo; pero, 
apenas vio que tenía que dar cuenta al amo mismo, ((445)) sabiendo muy bien que no se le podía ocultar nada, puesto que conocía todo 
perfectamente, y considerando que tendría que confesar su negligencia al propio amo quedó muy afligido por el mal hecho y propuso 
actuar mejor en adelante. 

Viniendo ahora a nosotros, digo que los obreros sois todos vosotros que, al principio del año, después de haberos reunido aquí, 
recibisteis un encargo a cumplir y marchasteis después a realizarlo. El gerente soy yo. Se ha terminado el año y he aquí que el gerente os 
pide cuentas de vuestra gestión durante el año transcurrido. 

Yo soy, pues, el gerente, pero entended que a don Bosco se le puede engañar y se le puede ocultar algo; no porque don Bosco sea, 
después de todo, tan inocentón y se deje engañar, sino porque sabéis muy bien que las cosas internas se pueden ocultar al hombre, que 
no ve mas que lo externo. Pero no es a mí a quien tenéis que dar cuenta de cómo os habéis portado con vuestro cometido, sino a Dios, 
que no puede engañarse y conoce cada una de vuestras acciones e intenciones. 

Vosotros, pues, os habéis reunido para examinar qué habéis hecho durante este año y dar cuenta de ello a Dios y prepararos para 
nacerlo mejor al próximo año, si fuisteis negligentes en el pasado. 

Otra gran cosa que he de deciros en este momento es que necesitamos mucho repasar nuestras cuentas con Dios, especialmente porque 
todos los años son éstos los últimos ejercicios que alguno de nosotros podra hacer. Cada año mueren algunos, y pobres de ellos si no los 
hicieron bien, porque no tendrán la gracia de poder arreglar las cuentas otra vez. 

También este año serán los últimos ejercicios para varios, que están aquí escuchándome. Estaban en esta misma iglesia y oían este 
mismo sermón el año pasado los 
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clérigos Vallega, Piacentino y Vigliocco, y don César Chiala y don José Giulitto. Rezaban entonces por los difuntos del año anterior; 
ahora rezamos nosotros por ellos, lo mismo que el próximo año otros rezarán por algunos de vosotros. También por este motivo, pues, es 
importante que se hagan bien. 

Ahora, cuando vamos a empezar los ejercicios espirituales, tendría que daros avisos para hacerlos bien; pero, sin daros muchos, me 
limitaré a enunciaros alguno, que, puesto en práctica, os ayudará muchísimo para hacer bien este santo retiro y, además, podré también 
deciros a la noche dos palabras y daros avisos, si hace falta, pero espero que no sucederá. 

Ahora quiero daros uno importantísimo y que, practicado, valdrá casi por todos; os digo que durante estos santos ejercicios espirituales 
ninguno escandalice a los compañeros, y no sólo se abstenga de dar escándalo, sino que, por el contrario, procure dar buen ejemplo, de 
modo que cada una de sus acciones o palabras, si las hiciese o dijese, sirvan para bien de su alma. Si se pone en práctica este aviso, como 
espero, a los predicadores ((446)) les bastará hablar, y sus palabras serán seguidas prontamente sin necesidad de más amonestaciones, y 
los santos ejercicios espirituales resultarán bien con provecho para vuestras almas. 

No me detengo en daros más avisos; sólo recuerdo el silencio en los tiempos establecidos. El silencio es el fundamento de la buena 
marcha de los santos ejercicios espirituales, porque deja más amplio campo a la mente para reflexionar sobre los sermones y meditar 
sobre los puntos de los mismos. Guárdese el silencio en los tiempos establecidos, tales como el de la noche después de las oraciones 
hasta la mañana siguiente antes del desayuno, y el de la merienda, y de esta manera habrá mayor recogimiento y se sacará más fruto de 
los ejercicios. Sin embargo, en los tiempos en que no hay que guardar silencio, será bueno que se eviten los alborotos y cualquier otra 
cosa que pueda causar gran molestia y distracción. 

Termino recomendándoos que os deis buen ejemplo unos a otros y que guardéis el silencio en las horas señaladas; de esta manera los 
ejercicios espirituales que vamos a hacer procederán bien y sacaremos de ellos mucho provecho para nuestras almas. 

Presentaremos ahora seguidas las otras cinco «buenas noches», tal como nos han llegado, encabezando cada una con un título que 
indique brevemente el tema. 

2.ª noche. Compostura en la iglesia: estar de rodillas sin apoyarse. 

-Hay una costumbre en algunos lugares, que no quisiera ver introducida entre nosotros, y es que muchos, por no haber aprendido bien 
la gramática, confunden arrodillarse con sentarse y hacen de los dos verbos uno solo. No, amigos míos; es un error craso, ya sea de 
gramática, ya sea de filología, y su diferencia la declara especialmente el diccionario de sinónimos, en el cual nunca se confunden estas 
dos palabras. Son los de Liguria quienes introdujeron entre nosotros este error y me parece conveniente que ahora se rectifiquen las 
cosas. 

Nos toca ver muchas veces que algunos están arrodillados y sentados al mismo tiempo, porque se apoyan por detrás en el asiento. 
Hablando yo en cierta ocasión con un Obispo genovés y después con otros, hice notar este desorden, y me parece que no es válida en 
absoluto la razón que se trae de que es una costumbre universal; 
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es una mala costumbre y debe quitarse. Empecemos, pues, por quitarla de entre nosotros; cuando sea el momento de estar sentados, 
sentarse con compostura; cuando sea hora de estar arrodillados, arrodillarse como es debido, con el cuerpo derecho, sin apoyarse lo más 
mínimo por detrás; y valga mi aviso para ahora, valga para los años venideros, valga también para los Directores de los colegios, a fin de 
que introduzcan esta buena costumbre de estar en la iglesia, donde por un casual no existiese. Creedme: la compostura exterior del 
cuerpo ayudará mucho para el recogimiento interior. 

((447)) 3.ª noche. No adquirir costumbres malas o indiferentes, pero dañosas. 

-Un detalle que quiero recomendaros esta noche es que os abstengáis de toda costumbre. Digo costumbre, mas no para indicar las 
buenas maneras o las prácticas religiosas que cada cual suele hacer; éstas son cosas muy buenas; y más aún, esfuércese cada uno por 
adquirir muchos buenos hábitos, porque de esta manera podrá practicar la virtud mucho más fácilmente. Quiero hablar de toda 
costumbre mala o indiferente, pero de alguna manera dañosa. 

Habrá uno, por ejemplo, que tenga la costumbre de no levantarse a la hora o que, cuando menos, diga: 

-Como tardo muy poco en vestirme, dormitaré el primer cuarto de hora, y el segundo me da tiempo para todo. 

No, esto no es una buena costumbre; si uno cede a ella, a menudo encontrará serios daños. 

Otro tiene el hábito de fumar. Es necesario abstenerse en absoluto de esto, porque es muy malo para la salud del cuerpo y, salvo que 
uno sea extremadamente grueso, los demás no podrían resistir sin ser atacados de vez en cuando por una terrible inflamación de 
intestinos. 

Otro tiene el hábito de tomar rapé; costumbre también muy perjudicial y peligrosa. Conozco a un señor que sólo en tabaco gasta más 
de tres liras cada día. Y esta costumbre se adquiere casi sin darse cuenta. Se toma un poco aquí, un poco allá, ahora de éste y después de 
aquél. Se empieza por meter el meñique en la tabacalera y luego, bromeando se acerca el índice a la nariz; después se toma un poquito de 
rapé con el índice, se aspira delicadamente con la nariz y con eso se tiene suficiente; más tarde se toma un poquito con dos dedos; luego, 
por motivos fáciles, se compran cinco céntimos y, no teniendo la tabaquera, se guarda el rapé en un pedazo de papel y se dice: 

-Cinco céntimos de tabaco me duran tres meses. Luego se añade: -Vaya, mejor que guardarlo en un papel será hacerme con una 
tabaquera; me durará más tiempo y se conservará más fresco. Y así después se contrae la mala costumbre y ya no puede uno prescindir 
del rapé. Por tanto absténgase también de tomar rapé quien no tenga verdadera necesidad de él. Si hay alguno, a quien el médico se lo 
prescriba, por creerlo útil contra el dolor de cabeza o contra la inflamación de los ojos, pase; pero no se haga tal por otros motivos. 

Dígase lo mismo del café, de ciertas bebidas, etc. 

Por desgracia, mirad, tenemos ya diversos hábitos que obligatoriamente debemos satisfacer. No tomemos más por nuestra cuenta, no 
nos creemos necesidades. Sería buena cosa, qué duda cabe, tener la costumbre de no dormir, de no comer. íCuánto mejor lo pasaríamos! 
íCuántas molestias menos! íCuánto más trabajo se podría hacer! »Pero, qué queréis? No podemos privarnos de ello. Pero sí podríamos 
prescindir de dormir demasiado, o fuera de hora, de comer o beber a cada momento... 
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4.ª noche. Los votos: su valor, diferencias y utilidad. 

Mañana es el día destinado a hacer la petición para ser admitidos en la Congregación ((448)) los que aún no lo están regularmente, y 
para emitir los votos los que están dispuestos a hacerlos. Estas peticiones se harán a don Julio Barberis, a ser posible durante el 
desayuno, y quien no pudiera hacerlo a esta hora, tendrá oportunidad después de la comida. 

Muchos me preguntan qué diferencia hay entre una obra que se hace con voto y otra que se hace sin voto. Conviene que todos sepan 
mi respuesta: una obra buena hecha con voto tiene doble mérito; el primero es el mérito de la obra buena en sí misma, el segundo es el 
mérito de la obra del voto. San Bernardo se hace también esta pregunta a sí mismo y responde que, entre el que hace obras buenas con 
voto y el que las hace sin voto, hay la misma diferencia que entre el que regalara los frutos de la viña y el que regalare la misma viña. 
Quien hace obras buenas sin voto regala a Dios los frutos de su viña, pero guarda para sí la viña que es él mismo, que es su voluntad. Por 
el contrario, quien ofrece a Dios a todo sí mismo con voto, es el que regala no sólo los frutos, sino la misma viña. 

Se pregunta también qué diferencia hay entre hacer los votos trienales o los perpetuos. He aquí mi respuesta: unos y otros son cosa 
grata a Dios. Lo positivo consiste en esto: el que desea servir al Señor y hacer bien a su alma, no debe asustarse de los unos ni de los 
otros. 

-Pero, dirá alguno; dado el caso de que cambiaran las circunstancias, que cambiaran las condiciones. el que está ligado con los votos 
perpetuos, ya no puede volver atrás: será mejor, por tanto, hacerlos trienales. 

Este es un engaño. Los trienales dejan todavía muchas solicitudes, muchas aprensiones, dan lugar a vejámenes por parte del demonio y 
de los padres; en cambio, el que los hace perpetuos, corta enseguida toda relación externa y queda más tranquilo. Con respecto a 
arrepentirse del paso dado, por cambio de circunstancias, esto no sucederá, porque, si se tratase de verdaderos motivos, el Superior tiene 
plena autoridad para dispensar lo mismo de los trienales que de los perpetuos; por consiguiente, dése de lado a este temor y el que se 
sienta dispuesto a hacerlos perpetuos, puede con toda libertad hacer la petición. 

Se pregunta todavía: 

-»Qué utilidad hay en hacer los votos? 

Hay muchas; no hablaré de las temporales, como la seguridad de que nunca nos faltará nada para comer, para vestir o para vivir, y eso 
sin preocupación por nuestra parte tampoco diré que se puede hacer mayor bien mientras que, estando solos, no se podría o no se sabría 
obrar. Unicamente diré dos ventajas espirituales que recibe el alma directamente con la emisión de los votos. Quien hace estos votos 
pone su alma de nuevo en estado de inocencia, como si recibiese el bautismo y adquiere ante el Señor el mérito de quien da la sangre por 
la fe: queda como un santo mártir del Señor. Esta es la doctrina general de los Santos Padres. Nosotros ganamos, además, indulgencia 
plenaria, aplicable a las almas del Purgatorio... 

((449)) 5.ª noche. Sufragios por los Hermanos difuntos. 

Mañana celebraremos la misa de difuntos en sufragio de las almas del Purgatorio. Está marcado en nuestras Reglas que uno de los 
últimos días de los ejercicios espirituales se hagan prácticas de piedad especiales en favor de las almas de nuestros hermanos difuntos. 
Este año pasaron a la eternidad cinco. Es verdad que todos eran modelos 
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de virtud y tenemos la firme esperanza de que el Señor los tenga ya consigo; sin embargo, rogaremos para este fin. El Señor se llevó al 
clérigo Vallega, al clérigo Piacentino, a don César Chiala, a don José Giulitto, y a Vigliocco en estos últimos días. Todas las comuniones 
que se reciban, el rosario y las demás prácticas de piedad ofrézcanse mañana al Señor con este fin. Los sacerdotes recomiéndenlos 
mañana en la santa misa al Señor y así esperamos que, si tuviesen que saldar todavía alguna cuenta con la Divina Justicia, podrán ser 
librados mañana. 

6.ª noche. Quién es el sacerdote. No defraudar a la Congregación. 

Hoy se han hecho las peticiones para la emisión de los santos votos. íQué hermoso y consolador es consagrarse a Dios con voto! Pero 
aquí hay una dificultad. Es la de aquellos que quieren consagrarse a Dios de esta manera, pero piensan todavía en su casa, piensan en los 
padres, y piensan en las ganancias. íLejos de nosotros, queridos míos, toda preocupación! El Señor, que viste los lirios de los campos y 
alimenta a las aves de los aires, no deja que le falte nada a quien espera en El. Lo que debemos hacer es entregarnos por entero al Señor, 
sin reserva alguna. Que nadie diga: 

-Si llego a ser sacerdote, profesor, iré, vendré, ganaré, etc. 

Quien tenga estas intenciones, no se haga sacerdote. Sacerdote quiere decir ministro de Dios y no negociante. El sacerdote debe 
trabajar por la salvación de muchas almas y no pensar en que marchen bien sus negocios temporales. 

Y lo que nadie debe hacer es decir: 

-Yo me quedo algún tiempo en la Congregación, por ejemplo tres años. 

-Este cometería un verdadero hurto ante el Señor y ante la Sociedad. »Vas a hacer gastar dinero y trabajo por ti y después, cuando estés 
en condiciones de recompensar de algún modo a la Congregación por los gastos que hizo por tu cuenta, tú la abandonas? Por ejemplo: 
uno que estudia y es pobre y no puede hacer gastos. La Congregación, con la firme esperanza de que después vendrá en su auxilio de 
algún modo, le hace progresar en los estudios con todos los medios, le paga profesores, matrículas y tasas para exámenes, hasta que llega 
a alcanzar la licenciatura o el doctorado. Y he aquí que, después de haber hecho nosotros tantos sacrificios, ese tal dice: 

-íYo no necesito ya a la Congregación! 

Y se sale. No comprendo cómo pueda el tal vivir con la conciencia tranquila ante Dios. Ha cometido un verdadero hurto y no le puede 
quedar perdonado el pecado, si no restituye. Por desgracia, hay alguno entre nosotros que de vez en cuando llega a este extremo de 
ingratitud. Pero yo dejo que piense él en el estado de su conciencia. Aun cuando los padres digan y repitan, y el párroco dé seguridad y 
como cuando ((450)) el Obispo mismo le llame: pero ése no puede abandonar de este modo la Congregación. 

Hagamos, pues, lo que dice el Salvador: Ninguno que pone su mano al arado y después mira hacia atrás, es apto para el reino de los 
cielos. Animo, pues, consagrémonos todos al Señor, pero completamente, sin reservas. 

Este último no es más que un descolorido resumen de la plática de la sexta noche; nos consta, en efecto, que el Beato reforzó sus 
palabras con alusiones a cosas sucedidas y a circunstancias del momento y que habló con tanta fuerza que produjo honda impresión en 
todo 

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el auditorio. Sus palabras miraban especialmente a hacer que volvieran sobre sus pasos dos clérigos, que, terminado el tiempo de los 
votos trienales, no se preocupaban por pedir la renovación. Los dos estaban dotados de gran capacidad y no parecía que tuviesen ningún 
motivo razonable para dudar de su propia vocación; el salir hubiera sido para ellos recalcitrar contra la llamada de Dios. A la mañana 
siguiente se reunió el Capítulo Superior y se trató este tema; don Bosco dijo que se había dado cuenta de que había hablado demasiado 
fuerte, pero que la necesidad le había obligado a ello, por tratarse del bien de aquellos dos clérigos, y también de algunos otros; pero que 
aquellos dos no podían pensar que habían sido ellos el objeto, al que él principalmente se había referido con su seria amonestación, 
puesto que ni uno ni otro había abierto la boca con él hasta entonces sobre quedarse o marcharse; es más, no podían suponer siquiera que 
él estuviera enterado de si habían hecho la petición o no. Pero don Bosco no había soltado palabras al aire. La consecuencia fue que, 
después de haber hablado ellos aquella noche, uno hizo la petición enseguida, al día siguiente, y el otro estaba dispuesto a hacerla y 
realmente la hizo más adelante. 

Añadiremos que este último había sido verdaderamente acosado en su pueblo. No sólo se le oponían sus padres, sino también el 
párroco, que se esforzaba, con celo digno de mejor causa, para disuadirlo de quedarse con don Bosco; es más, el Arzobispo ((451)) 
mismo fue a la aldea natal del clérigo, le buscó en su casa, intentó primero disuadirlo de su idea por las buenas y por último lo quiso por 
las malas, amenazándolo con que nunca lograría ser ordenado sacerdote. De momento quedóse cada uno con su opinión; pero el clérigo 
recibió con ello un golpe, cuya consecuencia hemos visto. 

El 17 fue el día de las profesiones religiosas. La ceremonia se desarrolló de la siguiente forma: 

A las nueve y media entraron todos los ejercitantes en la iglesia, oyeron la segunda misa, por ser domingo y, al mismo tiempo, 
cantaron el acostumbrado oficio; después se concluyó la lectura de las Reglas. 
Acto seguido, se entonó el Veni Creator, y todos los admitidos para la profesión, se reunieron en la sacristía; eran treinta y cinco, 
veintiuno para los votos perpetuos y catorce para los trienales. Estaba preparado en el presbiterio un reclinatorio, en el que se irían 
arrodillando uno tras otro para pronunciar la fórmula. Sobre la tarima del altar in cornu evangelii había un sillón destinado a don Bosco 
para recibir las profesiones. Entraron primero los que tenían que hacer los votos perpetuos. Cuando éstos se retiraron, salieron de la 
sacristía los otros, a los cuales 
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volvió don Bosco a hacer el interrogatorio. Don Julio Barberis observa en la crónica: 

«Advertí este año una firmeza especial al leer la fórmula; todos lo hacían en alta voz y pausadamente, sin vacilaciones y sin 
equivocaciones». Una vez leída la fórmula, pasaba cada uno a firmar el consabido documento, y volvía a la iglesia a colocarse en su 
sitio. Terminadas las profesiones, pronunció don Bosco desde el sillón una «bonita plática», dice Barberis, el cual nos ha transmitido 
estos apuntes: 

Un general de la armada disfruta cuando ve crecer las filas de sus soldados, porque espera vencer con ellos más fácilmente a sus 
enemigos, sin tener nada que temer. También yo he gozado en este momento al ver engrosar las filas de mis hijos, con estos soldados 
que quieren luchar contra el demonio; con estos soldados que me ayudarán a destruir, hasta donde podamos, su reino en esta tierra, y 
prepararse un hermoso trono en el cielo. 

»Sabéis qué significa hacer los santos votos? Significa haberse colocado ((452)) en las primeras filas de las milicias del Divino 
Salvador, para combatir de todos modos bajo su bandera. 

Pero lo que yo quiero decir en este momento es que no basta hacer los votos, sino que es preciso esforzarnos por hacer lo que hemos 
prometido a Dios con los santos votos. 

Con los santos votos nos hemos consagrado enteramente a El; no volvamos a tomar de nuevo lo que una vez le hemos dado. Le hemos 
consagrado estos ojos: déjense, pues, las lecturas inútiles o indiferentes, las miradas vanas o malas. Hemos consagrado completamente a 
Dios estos oídos: no sigamos, por tanto, escuchando a quien murmura o siembra el descontento, no deseemos ya más halagos, o 
encontrarnos en aquellas conversaciones, en aquellas reuniones, donde, si bien no es malo lo que se dice, sin embargo es completamente 
aseglarado y mundano. Hemos consagrado al Señor esta lengua: por consiguiente, lejos de nosotros las palabras mordaces o picantes 
contra nuestros compañeros; no más contestaciones a los Superiores, no más sembrar descontento; no, ahora que se la hemos 
consagrado, no la manchemos más, antes al contrario, dediquémosla totalmente a cantar las alabanzas del Señor, a contar buenos 
ejemplos, a alentar al bien de los demás. Hemos consagrado a Dios esta garganta: lejos, pues, de nosotros la excesiva exquisitez de los 
alimentos, mucho cuidado con el vino, sin dejarnos arrastrar por la gula para aceptar convites, bebidas o cosas por el estilo. Hemos 
consagrado al Señor de una manera particular estas manos; por consiguiente, que no estén ociosas, que no les desagrade prestarse para 
ocupaciones despreciables en apariencia, con tal que todo sea para la mayor gloria de Dios. Estos pies están enteramente consagrados al 
Señor: aquí entro en un vastísimo campo: no usemos estos pies para volver al mundo que hemos abandonado. 

Sí, es preciso que me detenga a tratar este tema en este preciso momento. El Señor nos ha concedido una gran gracia al llamarnos para 
seguirle; este mundo es sumamente malo y pervertidor. Sigamos, pues, la gracia y no volvamos a pervertirnos. Vedlo, el Espíritu Santo 
nos advierte claramente que el mundo descansa completamente en el mal, mundus in maligno positus est totus. Hagamos que estos pies 
no nos hagan volver allá de donde hemos huido. El tropiezo principal, la mayor dificultad que se encuentra es con respecto a los padres. 
Pero el Señor dijo que cuando éstos pusieran 
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trabas a nuestro mayor bien, no hemos de escucharlos, ni siquiera mirarlos; antes, al contrario, llega a decir, odiarlos. Es preciso, pues, 
que nos separemos de ellos completamente, desde el momento en que Dios nos hizo el gran favor de llamarnos para seguirle. Además, al 
hacer los votos, nos hemos separado de ellos para unirnos en un modo particular a Dios; »por qué, pues, volver de nuevo al peligro de 
separarnos de Dios yendo a oír sus miserias, sus necesidades o sus apetencias? Hasta ahora no he encontrado ni uno sólo que, habiendo 
ido a pasar las vacaciones con los suyos, pudiese decir a la vuelta: 

-íCuánto bien han reportado a mi alma estas vacaciones, esta visita a los míos! 

((453)) -Os lo aseguro, ni uno solo hasta ahora, en tantos años, fue a echar raíces de profundas virtudes en vacaciones con sus padres; 
es más, ni uno solo todavía, a quien las vacaciones hayan acarreado algún bien; yendo a casa no se adquiere nada bueno, aun cuando se 
vaya a casa con las mejores intenciones. 

Os contaré un hecho que me ocurrió a mí mismo, no ha mucho. Un buen muchacho me pidió ir a pasar en su casa algún tiempo. 

-Voy a casa, decía, despierto en mi hermano el deseo de pertenecer a la Congregación, conduzco a mi hermana a Mornese, y así toda 
mi familia acabará bajo el manto de María Auxiliadora. 

Yo, que conocía el carácter inconstante de aquel muchacho, trataba de disuadirlo; pero él quiso ir. Esperé inútilmente su regreso, hasta 
que encontré a un compañero suyo, le pregunté por él y me contestó que llevaba una vida ociosa en su pueblo y ya no pensaba volver. Le 
encargué que le saludara y le dijera varias cosas de mi parte. Al poco tiempo me llegó una carta, que aún conservo. Me decía en ella: 

-Por lo que se me hacía creer en el Oratorio, toda la gente que se encuentra en el mundo, tenía que ser perversa. Ahora he visto que las 
cosas son muy otras. Hay gente buena por todas partes, y veo que también aquí puedo vivir como buen cristiano, y al mismo tiempo 
espero que podré ayudar a mis padres. Creo que aquí estoy bien y no pienso volver al Oratorio. 

Yo lloraba por la suerte de aquel querido muchacho, porque era uno de los más ejemplares del Oratorio, y recuerdo haberlo propuesto 
más de una vez como modelo a los otros, y les decía: -Si queréis hacer las cosas verdaderamente bien, haced como hace fulano. Y me 
refería a él. La carta que me escribió encerraba ya mucha malicia, porque después de tantos beneficios como recibió durante varios años, 
no tiene ni una palabra de gratitud y agradecimiento y se despedía tan secamente del Oratorio sin saludar a ninguno. Tenía yo, pues, 
fundados temores por él. Hace poco me ha sucedido que lo encontré por casualidad en un lugar, de donde no podía evadirse, y aunque 
buscaba todas las maneras de escapar a mi vista, quise sin embargo hablarle. Acabó por decirme claramente: 

-»Qué quiere usted? He cambiado totalmente de parecer. Ha pasado el 
tiempo en que besaba la mano a los curas. 

Insistí preguntándole si, por lo menos, había cumplido con Pascua, y me contestó que no. Le pregunté si podía vivir así tranquilo, o si 
más bien estaba atormentado por los remordimientos... Me puso muy mala cara y acabó diciéndome: 

-Déjelo, no estamos de acuerdo. íBuenos días! Vaya usted a sus quehaceres que yo voy a los míos. 

Y a pesar de mis esfuerzos por entretenerlo todavía, se marchó. Aquel paisano suyo me dijo después que anduvo muy alterado unos 
días, y que le había dicho: 

-í Maldito el día que me encontré con don Bosco! 

Porque había despertado en su corazón la más terrible de las batallas, trayendo a 

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su recuerdo la antigua paz del Oratorio y su actual desesperación. Dijo que para acallar aquella impresión tuvo que blasfemar, beber y 
engolfarse en el vicio. 

((454)) Ahí tenéis a uno de los mejores muchachos, que fue a su casa con la intención de convertir a los suyos... y ya veis cómo 
acabó... Quiso ir a su casa, no obedeció a los Superiores... Temamos también por nosotros. 

Al llegar aquí don Bosco se extendió comentando aquellas palabras de Jesucristo, que nos exhortan a dar un adiós a todos, aun a los 
padres, para consagrarnos a El. Presentó el ejemplo de Abrahán, las palabras con que Moisés pone fin al Deuteronomio y, 
comparandolas con las de Jesús, hizo ver con gracia cómo la ley natural personificada en Abrahan, la ley escrita y la ley de la gracia 
parece que no miran mas que a apartarnos del apego a la patria y a los parientes 1. Después continuó: 

Me doy cuenta de que me he salido un poco del tema que me había propuesto, a saber, que, habiéndonos consagrado de una manera 
particular a Dios, le debemos toda nuestra vida, todas nuestras obras, todo nuestro ser. Tenemos que esforzarnos mucho para que en 
realidad nuestras obras correspondan a este fin. Creedme, nunca hubo quien estuviera descontento en punto de muerte por haberse 
consagrado a Dios, y haber empleado la vida en su santo servicio. Por el contrario, son innumerables los que en aquel punto lamentan no 
haberle servido y amado. Lloran entonces los infelices, pero ya no hay tiempo para ellos. Puesto que Dios, en su infinita misericordia, 
quiso advertirnos con tiempo, y llamarnos a su servicio, rindámonos y hagamos de veras obras dignas de su llamada. 

Aún dio don Bosco una tercera platica durante aquellos ejercicios, y fue el 18 por la mañana, antes de la solemne función de clausura; 
dio entonces los llamados recuerdos de los ejercicios, exhortando a todos a la practica de la paciencia, la esperanza y la obediencia. Esta 
vez es algo mas abundante la fuente en la que nos proveemos. El Beato Padre habló así: 

Ha llegado el momento de separarnos e ir cada uno al lugar que Dios le ha destinado para ejercer su sagrado ministerio. »Qué os diré 
yo en este momento, que os sirva como santo y seña ((455)) para que luego lo recuerde cada uno en cualquier tiempo y lugar como fruto 
de estos ejercicios? Son tres sencillas palabras, que en este momento creo son de mucha importancia. Conviene que atendamos a ellas 
con todo el esfuerzo posible de nuestra alma. Hélas aquí: PACIENCIA, ESPERANZA Y OBEDIENCIA. 

1 El cronista no nos refiere el desarrollo de estos conceptos, que se pueden ver expuestos en otra conferencia publicada en el volumen 
XI, págs. 486-87. 
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Ante todo os recomiendo mucho la paciencia. Es el Espíritu Santo mismo quien nos amonesta: Patientia vobis necessaria est, nos dice 
en un lugar de la Sagrada Escritura. In patientia vestra, nos dice en otro lugar, possidebitis animas vestras. Patientia opus perfectum 
habet. 

No es mi intención hablar aquí de la paciencia que se requiere para soportar grandes trabajos o persecuciones extraordinarias; tampoco 
de la paciencia necesaria para aguantar el martirio, ni de la que hay que tener en enfermedades graves. Ciertamente en estos casos se 
requiere paciencia y en grado heroico; pero son casos que se presentan raramente y, por otra parte, Dios concede en ellos gracias 
extraordinarias. La paciencia de la que ahora quiero hablaros es la que se necesita para cumplir bien nuestras obligaciones, la que se 
requiere para cumplir nuestras Reglas, desempeñar con exactitud nuestros deberes. De ésta quiero hablaros ahora. 

La necesitan superiores e inferiores y puede darse el caso de tener que ejercerla en mil circunstancias; por eso hay que almacenarla en 
abundancia. 

Habrá uno sobrecargado de ocupaciones a quien se le querría añadir alguna más y está a punto de irritarse con quien lo quiere cargar de 
esta manera, ya sea porque desconoce sus otras ocupaciones, ya sea porque le cree apto para la que le añade. Aquí se necesita la 
paciencia. 

Hay otro que desearía dar clase, y le encargan de la asistencia; otro, por el contrario, querría estudiar y le destinan a dar clase; o quien 
preferiría estar en un lugar y le colocan en otro. En todos estos casos se necesita paciencia. 

Fulano cree que el Superior le tiene atravesado, que le mira con malos ojos, que siempre le encarga los trabajos más humildes. Si no se 
tiene paciencia y se pone uno a murmurar, a manifestar su descontento, »qué ocurrirá? 

Zutano tiene una ocupación, que le resulta antipática; no puede actuar bien en aquel lugar; le dan mil veces ganas de dejarlo todo y 
marcharse quién sabe adónde. Atención a los malos pasos; aquí se necesita más paciencia que nunca. 

Llegará también el caso en que uno diga: -El Superior me odia.-Será un efecto de la imaginación más que de otra cosa; sea así; »pero, 
acaso, te será lícito quejarte, hablar mal de él, mostrarte públicamente ofendido? De ningún modo. 

He aquí por qué yo decía que es preciso tener como compañera inseparable a la paciencia. 

íPero cuánta necesidad tendrá de ella también el Superior! Porque, si él sabe hacerla ejercitar a los otros, los súbditos pueden decir: 

-Nosotros somos muchos y empleamos un poco de paciencia cada uno por su cuenta; pero el Superior está solo contra todos y tiene 
que tener paciencia con todos. ((456)) He aquí por qué a los Superiores, aunque sean jóvenes, a veces les toca caminar encorvados; 
porque, un poco por consideración con uno, y otro poco por miramiento con otro, a veces les toca tragar saliva, ya por no ser capaces, ya 
porque no se ve tan buena voluntad y espontaneidad en las cosas, ya porque en ocasiones se ve realmente la mala voluntad. »Pero será 
esto motivo suficiente para cortar toda relación con ese tal o con aquel asunto y dejar completamente las cosas como se encuentran? Ya 
sé que mil veces vendrán las ganas de amonestar severamente, de mandar a uno a paseo o algo por el estilo; pero precisamente éste es el 
momento de la paciencia o, mejor dicho, de la caridad condimentada con la dulzura y la mansedumbre de san Francisco de Sales. 

Aquel maestro, aquel asistente podrían también cortar toda cuestión, dando una bofetada acá o soltando un puntapié allá; pero esto, 
tengámoslo bien presente, si alguna vez corta un desorden, no reporta ningún bien, y no sirve para hacer amar la 
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virtud o lograr que ésta penetre en el corazón de nadie. Todo celo es poco, sí; búsquense todas las maneras para hacer el bien, sí; pero 
siempre con calma, con dulzura, con paciencia. 

Dirá uno: 

-íEso está muy bien dicho!, pero cuesta no irritarse, cuando se ve... 

-»Que cuesta? Ya lo sé yo que cuesta; pero, »sabéis de dónde procede la palabra paciencia? De patior, pateris, passus sum, pati, que 
significa padecer, aguantar, sufrir, hacernos violencia. Si no costase trabajo, ya no sería paciencia. Precisamente porque cuesta mucho 
trabajo, es por lo que yo la recomiendo tanto, y el Señor la inculca con tanta insistencia en la Sagrada Escritura. 

Yo también noto que cuesta. Y no creáis que es la mayor diversión del mundo estar toda la mañana clavado para dar audiencia o 
sentado al escritorio toda la tarde para despachar toda suerte de asuntos, contestar cartas o cosas parecidas. Os aseguro que muchas veces 
saldría muy gustoso a respirar un poco y que tal vez lo necesitaría; pero es preciso tomar por las buenas santa paciencia. Si no se hiciera 
así, no se podrían resolver muchos negocios, quedaría mucho bien por hacerse, estarían empantanados asuntos de gran importancia; por 
esto, paciencia. 

-Por más que usted diga, exclamará alguno, por más que usted diga: paciencia, paciencia, ya está bien; pero es que... 

No creáis que no me cueste a mí también, después de haber encargado a uno un asunto o después de haberle dado un encargo 
importante, delicado o urgente, y no encontrarlo hecho a su debido tiempo o encontrarlo mal hecho; no creáis que no me cueste a mí 
también mantenerme en calma; os aseguro que algunas veces me hierve la sangre en las venas y que la desazón domina todos los 
sentidos 1. Pero, »qué?... »Impacientarnos?... No se consigue que se hagan las cosas y tampoco se corrige el ((457)) súbdito con la furia. 
Avísese con calma, dense las normas oportunas, exhórtese, y también, cuando pide el caso que se levante un poco la voz, hágase; pero 
piénsese un instante: »cómo se comportaría san Francisco de Sales en este caso? Puedo aseguraros que, si lo hacemos así, se obtendrá lo 
que dice el Espíritu Santo: In patientia vestra possidebitis animas vestras. 

»Y qué más? Además se necesita también la paciencia, que es constancia y perseverancia en cumplir siempre nuestras Reglas. Llegará 
un día en que uno se encuentra rendido, aburrido, o, digámoslo también, no tiene ganas de hacer la meditación, de rezar el rosario, de 
acercarse a los sacramentos, de continuar en aquella pesada asistencia. Y ahí está realmente el caso de pedir la paciencia, con constancia 
y con perseverancia, al Señor y a la Virgen María. 

Fijaos en el hortelano: cuánto cuidado pone para cultivar una plantita; diríase que es un trabajo inútil; pero él sabe que aquella plantita 
llegará a producirle mucho con el tiempo, y por eso no repara en fatigas, y empieza a trabajar y sudar para preparar el terreno, y aquí 
ahonda, allá azadona, después abona, arranca hierbajos y luego planta o siembra. Y después, como si todo fuera poco, ícuántos cuidados 
y atenciones para que no se pisotee el lugar donde se sembró, que no vayan aves y gallinas a comerse la semilla! Cuando la ve nacer, la 
mira complacido: 

-íYa brota, ya tiene dos hojas, tres...! 

1 Esta confesión, que nos recuerda las palabras de san Francisco de Sales sobre su tempetamento colérico, y los veinte años de 
esfuerzos para dominarlo, es preciosísima para valorar la calma habitual del Siervo de Dios, aun en tiempos y ocasiones en que parece 
imposible mantener la serenidad. 
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Luego piensa en el injerto y, con qué esmero lo busca en la mejor planta de su huerto y corta la rama, la envuelve, la tapa, procura que 
ni el frío ni la humedad la dañen. Y cuando después crece la planta y se tuerce o se dobla por un lado, busca enseguida un rodrigón que 
la haga crecer derecha; y, si teme que el tallo o tronco es demasiado endeble, que el viento o la tormenta pueden echarlo al suelo, pone a 
su lado un palo grueso, y lo junta y lo ata, para que no ocurra el temido peligro. »Pero por qué, hortelano, tanto afán por una plantita? 

-Porque, de no hacerlo así, no me dará frutos; si quiero tenerlos en abundancia y buenos, debo hacerlo así, sin remedio. 

Y por desgracia, notad que, pese a todo esto, a menudo muere el injerto y se pierde la planta; pero, con la esperanza de que después se 
estabilice, se acometen tantos trabajos. 

Nosotros también, queridos míos, somos hortelanos, cultivadores en la viña del Señor. Si queremos que nuestro trabajo rinda fruto, es 
menester que prodiguemos muchos cuidados a las plantitas, que hemos de cultivar. Desgraciadamente, aun con muchos trabajos y 
cuidados, el injerto se secara y la planta se malograra; pero, si se ponen de verdad estos cuidados, en la mayor parte de los casos las 
plantitas lograran crecer y prosperar... Dado el caso de que fallaran, el amo de la viña nos pagara por igual, porque es muy bueno. 
Grabadlo en vuestra mente: no valen las furias, no valen los prontos, se necesita paciencia continua, esto es, constancia, perseverancia, 
trabajo. 

((458)) Pero el cultivador espera al menos la paga, la recompensa, »y nosotros? »Quién nos pagara? 

Paso al segundo punto, es decir, voy a hablaros de la esperanza. Sí; lo que sostiene la paciencia debe ser la esperanza del premio. 

Trabajemos, porque nos sonríe la muy consoladora esperanza del premio. Tenemos la suerte de tener que vérnoslas con un buen amo. 
Fijaos lo consoladoras que son estas palabras: Quia super pauca fuistifidelis, super multa te constituam, porque fuiste fiel en lo poco, te 
pondré al frente de muchas cosas. Nosotros, ruines como somos, sabemos hacer poco, tenemos pocas fuerzas, poca destreza; no importa, 
seamos fieles en lo poco que podemos y el Señor nos dará un gran premio. Está atento tú, maestro; cuando estés cansado y quieras 
plantar tus ocupaciones, procura ser fiel en lo poco, si quieres que el Señor te dé mucho. Está atento cuando un director te dé un aviso, te 
hable o recomiende, y tú estas a punto de perder la paciencia y dejar que vaya todo como quiera, o dar suelta a un arrebato de cólera; 
procura ser fiel en lo poco, si quieres ser recompensado con el gran premio. 

Un punto en el que siempre hemos de tener mucha paciencia de cara a la esperanza, es el de vencernos a nosotros mismos. Se trata de 
vencer nuestros hábitos, nuestras malas inclinaciones, las tentaciones que continuamente nos molestan. íCómo cuesta dejar una 
costumbre, la tibieza constante, aquella dejadez, aquel descuido en las pequeñas prácticas de obediencia o de piedad! Sin embargo, es 
ahí, es ahí precisamente donde se necesita continua paciencia, hasta sufrimiento extraordinario, mas no dejar que nos venza el demonio: 
de día y de noche, en vela y en el descanso, en el recreo y en el trabajo, hay que esforzarse siempre por vencer estas nuestras malas 
inclinaciones. Esto es lo que yo llamo paciencia y longanimidad. Y si para alcanzar la victoria, hemos de luchar mucho, volvamos los 
ojos a la gran merced, al gran premio que nos espera, y no nos dejaremos vencer. In patientia vestra possidebitis animas vestras. Y san 
Pablo añade: Si vos delectat magnitudo praemiorum, non vos terreat magnitudo laborum. 

No me detengo aquí para deciros cuan fundada sea nuestra esperanza. Sabéis que 
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es nuestro benignísimo Señor quien nos lo promete y a cambio de lo poco en que seamos fieles, nos promete lo mucho; y El mismo 
llama bienaventurados a los que observan su ley, pues sabe cuán grande será su premio. Y dice en otro lugar que un solo vaso de agua 
fresca dado en su nombre será recompensado. íAnimo, pues! Que la esperanza nos sostenga cuando pudiera faltarnos la paciencia. 

Al llegar aquí contó lo de aquel solitario que en sus tribulaciones miraba al cielo por una rendija, y esto le bastaba para estar siempre 
alegre y satisfecho. A uno que le preguntó, le dijo: 

-Por esa rendija me llega todo mi consuelo. 

((459)) Ahora haría falta una virtud, que abarcara las dos primeras y las mantuviera unidas. Esta virtud es la obediencia. Pocas cosas os 
diré, pues ya se ha leído durante estos Ejercicios el tratado de la obediencia del Padre Rodríguez y además se habló de ella en algún 
sermón. 

Yo recomiendo mucho que se tenga paciencia para obedecer, y quisiera que cuando no se desease guardar esta obediencia, cuando 
nuestra cabeza quisiera estar lejos de la obediencia, mirásemos al cielo y tomáramos por las buenas la esperanza. 

La obediencia bien mantenida es el alma de las Congregaciones religiosas; es la que las tiene unidas. Cuánto bien puede hacerse 
cuando muchos miembros dependen todos en absoluto de uno solo, el cual, por razón misma de su posición, tiene vistas muy amplias, 
tiene visión perfecta de lo que marcha bien y conviene hacer y dice a uno: -Estáte aquí; y él se está; haz esto, y él lo hace; ve allá y se 
pone rápidamente en camino. El bien se multiplica, y es un bien que no puede hacerse, si no hay obediencia absoluta. 

Reporta, además, otro gran bien la obediencia. Aumenta el mérito de todas las acciones; hablo de las acciones manuales. Puede uno 
servir para poco o para nada; pues bien, se coloca bajo la obediencia, le pone el Superior a barrer o a hacer de cocinero y entonces puede 
tener el mérito del que todo el día se ocupa y trabaja en el púlpito, en el confesonario o en una cátedra dedicado a la enseñanza. Este es 
un gran bien que produce la obediencia. Acepte cada cual con paciencia el cargo que tiene, cúmplalo lo mejor que pueda y no se 
preocupe de nada más; el Señor lo recibe bien y lo bendice. 

Tengo todavía un pensamiento, que quisiera recomendaros muy encarecidamente. Este pensamiento será el que anudará los tres 
primeros. Consiste en hacer bien el ejercicio de la buena muerte; es decir, consagrar verdaderamente un día cada mes, para que en él, 
dando de lado, por cuanto sea posible, a todas las demás ocupaciones, pensemos en arreglar bien las cosas de nuestra alma. Aprovechará 
mucho comparar un mes con otro: -»He adelantado en este mes o bien he retrocedido? 

Y descender a los detalles: -»Cómo me he portado en lo concerniente a la obediencia? »He progresado, la he cumplido 
escrupulosamente? Por ejemplo, »cómo he cumplido la asistencia que me confiaron? »Cómo me he dedicado a la clase? Con respecto a 
la pobreza, »no tengo nada que reprocharme, que no sea propio de un pobre en el vestido, en la comida y en la celda? »He sido glotón? 
»Me he quejado cuando me faltaba algo? 

Después pasar a la castidad: -»He favorecido los malos pensamientos? »Me despego cada vez más del amor a mis padres? »He 
mortificado la gula, las miradas, etc.? 
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Y así repasar las prácticas de piedad ((460)) y notar especialmente si hubo tibieza ordinaria, de modo que se hayan hecho las prácticas 
de piedad sin fervor. Hágase siempre este examen más corto o más largo. 

Como hay algunos que tienen ocupaciones de las que no pueden eximirse en ningún día del mes, éstos podrán dedicarse a ellas; pero 
procuren de veras todos y cada uno llevar a cabo en este día estas consideraciones y hacer propósitos buenos y prácticos. Un pequeño 
pensamiento más. 

El Señor dio la ley y dijo: Fac hoc et vives; haz esto y vivirás. También yo os digo: tenéis las Reglas, es el Señor quien nos las ha 
dado; observémoslas y viviremos. Estúdielas cada uno y busque al mismo tiempo la manera de llevarlas a la práctica. Cada cual, por 
cuanto le corresponde, superior o inferior, sacerdote o coadjutor, todos esmérense por cumplirlas. íQué alegría, qué consuelo nos traerá 
el pensamiento de haberlas observado cuando estemos a punto de morir! Estad seguros de que nuestra esperanza, como decíamos, no 
quedará frustrada. El Señor es fiel a sus promesas, y nos dará todo lo que nos prometió e hizo objeto de nuestras esperanzas. Más aún; El 
es todo bondad y misericordia y nos dará mucho más de cuanto podemos imaginar. 

Animémonos, pues. Si hay algo que sufrir y soportar para cumplir lo que nos manda el Señor, no demos marcha atrás. El sabrá muy 
bien recompensar cada uno de nuestros esfuerzos, nos contentará, en el tiempo y en la eternidad, con un premio que supera toda 
expectación. 

Al terminar el sermón se cantó el Veni Creator, y los profesos renovaron sus votos ante Jesús Sacramentado expuesto en el altar. Para 
ello subió don Miguel Rúa al púlpito, recitó con los presentes las letanías de la Santísima Virgen, un padrenuestro, avemaría y gloriapatri 
en honor de san Francisco de Sales, y después leyó en alta voz la fórmula que los demás repetían. El canto del Te Deum y la bendición 
con el Santísimo pusieron término a la función y a los ejercicios. 

Se alegró la comida del mediodía con algo más de lo acostumbrado y acto seguido tuvo lugar la despedida; es decir, partieron 
enseguida los hermanos de los colegios del Piamonte, mientras que los de Liguria, por razones obvias, durmieron todavía una noche en 
Lanzo. Anota don Julio Barberis que del principio al fin todo procedió con gran «calma». 

La segunda tanda duró algo menos, del 21 al 28 de septiembre. Tomaron parte en ella casi doscientos cincuenta ejercitantes, la mayoría 
novicios o aspirantes. Hubo un solo predicador: ((461)) el padre Gaspar Olmi, misionero apostólico muy conocido y apreciado 
especialmente en el norte de Italia por su virtud, su celo y su eficaz oratoria. Dice don José Lazzero en su microscópica croniquilla que 
«gustó mucho». 

Veinte días antes el Siervo de Dios había enviado una cartita impresa, concebida de modo que sirviese de aviso a los socios que tenían 
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que acudir a la segunda tanda, y de invitación a los jóvenes o amigos que deseasen tomar parte en ella. Decía así: 

Queridísimo en Cristo: 

Tengo el gusto de comunicarte que nuestros ejercicios espirituales comenzarán el 20 de este mes, según costumbre, en el colegio de 
Lanzo. 

Si tú, como manifestaste, quieres tomar parte, procura venir un poco antes a Turín para las oportunas disposiciones del viaje y otras 
cosas que nos conciernen. 

Dios te bendiga, y ruega por mí, que soy en Jesucristo tu 

Turín, 1 de septiembre de 1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


La forma de la invitación difería notablemente de la empleada en años anteriores 1; pero, como esta buena obra había dado lugar en el 
1874 a incidentes desagradables, don Bosco, para nadar y guardar la ropa, es decir, para evitar malentendidos y no dejar de hacer el bien, 
redactó la pequeña circular de esa manera. 

Al fin de los ejercicios hubo dieciocho profesiones perpetuas y dieciocho trienales 2. Por lo que a esta tanda de ejercicios se refiere no 
sabemos nada más que un episodio singular y un singularísimo sueño. 

El episodio se refiere a don Miguel Unia, el apóstol ((462)) de los leprosos en el lazareto de Agua de Dios (Colombia). Llegó de su 
pueblo, Roccaforte Mondoví, al Oratorio precisamente al principio de esta segunda tanda de ejercicios y fue enviado sin más a Lanzo. 
Don Bosco no lo conocía en absoluto. Como viera Unia en los últimos días de los ejercicios que todos iban a confesarse con don Bosco, 
fue él también. Ahora bien, resultó que quería hacer su confesión desde la última Vez que se había acercado a los Sacramentos, pero don 
Bosco le preguntó: 

-»No te parecería bien hacer confesión general? 

-No estoy preparado y en este momento no me siento capaz de hacer el examen. 

-»Qué importa eso? Yo te iré diciendo todos tus pecados y tú no tendrás más que contestar sí a todas mis preguntas. 

1 Apéndice, doc. 41. 

2 En 1876 hubo en los colegios otras cuatro profesiones trienales y otras dieciocho perpetuas. Damos en otro lugar los nombres de 
todos (Apéndice, doc. 42). Algunos viven todavía; y de los fallecidos no se ha borrado enteramente el recuerdo. 
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Y dicho esto, don Bosco empezó a contarle punto por punto toda su vida con las circunstancias y el número de las culpas. Y con tal 
precisión, que Unia, que pasaba ya de los veinticuatro años, se quedaba pasmado. En efecto, le bastó responder con aquel simple 
monosílabo y no tuvo que dar más explicaciones. 

Recibió la absolución y, penetrado de inefable gozo, preguntó a don Bosco: 

-»Cómo se las ha arreglado para conocerme tan bien? 

-Yo te he conocido siempre desde cuando eras un muchacho, »quieres una prueba? Tenías doce años y te encontrabas un domingo en 
la iglesia de tu pueblo, en el coro, durante las vísperas. Estaba a tu lado tu primo que dormía con la boca abierta. Tú, al verle en aquella 
actitud, sacaste del bolsillo una ciruela y se la metiste en la boca, de suerte que el pobrecito no quedó ahogado. 

El hecho era exacto; aseguraba don Miguel Unia que podía confirmarlo con juramento. Salesianos dignos de todo crédito oyeron la 
narración de sus mismos labios. 

Como clausura y recuerdo de los ejercicios Don Bosco contó un sueño simbólico, que es uno de los más instructivos de cuantos hasta 
entonces había tenido. Lemoyne tomó apuntes del mismo mientras el siervo de Dios hablaba; ((463)) después lo puso todo por escrito y 
se lo dio a leer al buen padre, que hizo algunas leves modificaciones. 

Para mayor claridad dividiremos la narración en cuatro partes. 

PRIMERA PARTE 

Dícese, comenzó el siervo de Dios, que no se debe hacer caso de los sueños: os aseguro que en la mayor parte de los casos también yo 
soy de este mismo parecer. Con todo ello, algunas veces, aunque no nos revelan cosas futuras, nos sirven para hacernos conocer cómo 
hemos de resolver asuntos intrincadísimos y la prudencia con que hemos de solventar algunas cuestiones. Entonces se les puede hacer 
caso, por el bien que nos proporcionan. 

Deseo contaros ahora un sueño que me ocupó, se puede decir, todo el tiempo de estos ejercicios y que me tuvo agitado particularmente 
la noche pasada. Os lo voy a contar tal y como lo tuve, resumiéndolo acá y allá un poco para no ser demasiado largo, pues me parece rico 
de muchas e importantes enseñanzas. 

Me pareció, pues, que estábamos todos reunidos y que nos dirigíamos de Lanzo a Turín. Ibamos montados en cierto vehículo, pero no 
sabría deciros si viajábamos en ferrocarril o en ómnibus; lo cierto es que no lo hacíamos a pie. Al llegar a un punto del camino, no 
recuerdo dónde, el vehículo se detuvo. Yo descendí de él para ver qué era lo que sucedía, cuando se me presentó un personaje que no 
sabría describir. Me parecía de alta y de baja estatura al mismo tiempo; grueso y delgado; blanco y rojo; caminaba por la tierra y por el 
aire. Me sentí lleno de estupefacción, pues no sabía darme razón de todo aquello, cuando animándome, le pregunté: 
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-»Quién eres?
Y él, sin más, me respondió:
-Ven.
Yo quería saber antes quién era, qué es lo que quería, pero él repitió:
-Ven pronto; hagamos girar los vehículos hacia este campo.
Lo más admirable era que hablaba bajo y alto al mismo tiempo y a varias voces, por lo que yo me sentía extraordinariamente


maravillado. 
El campo era extensísimo, aun a simple vista, y muy llano; no había en él surcos y estaba apisonado como si fuera una era. No 
sabiendo qué decir y viendo a aquel personaje tan resuelto, hicimos volver a los vehículos, los cuales entraron en aquel campo, y después 
les ordenamos a todos los que iban dentro que bajasen. Todos lo hicieron en un santiamén, y he aquí que, apenas echaron pie a tierra, 
desaparecieron los carruajes sin saber donde irían a parar. 
-Ya que hemos bajado, me dirás..., me diréis..., me dirá.. dije yo en tono vacilante, al no saber cómo tratar a aquel personaje »por qué 

nos habéis hecho parar en este lugar? 
Entonces me respondió: 
-Por una razón muy grave; para libraros de un grandísimo peligro. 
-»Qué peligro? 
((464)) -El de un toro furioso que no deja pasar a una persona viva por el lugar en que se encuentra. Taurus rugiens quaerens quem 

devoret. 
-Despacio, querido, tú atribuyes al toro lo que en la Sagrada Escritura dice el Apóstol San Pedro del león: leo rugiens! 
-No importa, allí era leo rugiens y aquí es taurus rugiens. El hecho es que tenéis que estar alerta. Llama a todos y que se congreguen a 

tu alrededor. Anúnciales con toda solemnidad y premura que estén atentos, muy atentos y que, apenas sientan e mugido del toro, que es 
extraordinario e inmenso, se arrojen inmediatamente al suelo y que permanezcan así boca abajo con la cara vuelta a la tierra hasta que el 
toro haya pasado. íAy de aquel que no escuche y no siga tu consejo, y no se postre boca abajo de la manera que te he dicho! Está 
irremisiblemente perdido, pues se lee en las Sagradas Escrituras que quien se humilla será ensalzado y el que se ensalza será humillado: 
qui se humiliat exaltabitur, et qui se exaltat humiliabitur. 

Después me añadió de nuevo:
-íPronto, pronto! El toro está para llegar; grita, grita fuerte que se tiren al suelo.
Yo gritaba y él me decía:
-íMás, más! Grita aún más fuerte, más fuerte.
Yo lo hice tan fuerte que creo haber asustado a don Juan B.ta Lemoyne que duerme en la habitación contigua a la mía; no podía gritar


más fuerte. 
Y he aquí que, de pronto, se siente el mugido del toro. 
-íAtención! íAtención! Que se pongan formando una línea recta, próximos los unos a los otros en una y otra parte, dejando un pasillo 

en medio para que el toro pueda pasar. 
Esto me gritó el personaje. Yo, a mi vez, a voz en grito di esta orden a los jóvenes, y en un abrir y cerrar de ojos todos se postraron en 
tierra y nosotros comenzamos a ver al toro que desde muy lejos llegaba lleno de furor. Si bien casi todos los muchachos estaban echados 
en el suelo, con todo había algunos empeñados en ver al toro y no se postraban en tierra por completo; afortunadamente eran pocos. 

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Entonces aquel individuo me dijo:
-Ahora verás lo que les va a suceder a éstos; ya verás la suerte que les va a caber por no querer bajarse.


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Yo quería avisarles, gritar, correr adonde estaban; pero el otro se negaba; insistí que me dejase. Pero me contestó secamente: 

-Tú también tienes que bajarte, íobedece! 

No me había tirado aún al suelo, cuando un terrible mugido, espantoso, tremendo, se dejó oír. El toro estaba ya próximo a nosotros. 

Todos temblábamos y nos preguntábamos: 

-»Qué pasa? »Qué pasa? 

-No temáis; pegaos al suelo, les gritaba yo. 

Y el desconocido continuaba diciendo en alta voz: 

-Qui se humiliat, exaltabitur, et qui se exaltat, humiliabitur... qui se humiliat... qui se humiliat... 

Una cosa extraña, que me llenó de estupor, fue la siguiente: que a pesar de que yo tenía la cabeza pegada al suelo y de estar 
completamente con los ojos pegados al polvo, veía perfectamente todo cuanto sucedía a mi alrededor. El toro tenía siete cuernos casi en 
forma de círculo; dos los tenía situados en las narices, dos en el lugar de los ojos, dos en el sitio corriente de los cuernos y uno encima. Y 
ícosa maravillosa! 
((465)) Dichos cuernos eran fortísimos, movibles, los podía volver hacia donde quería, de manera que, para echar por tierra a uno, al 
correr, no tenía que volverse de un lado o de otro, sino que bastaba que prosiguiese adelante, sin retroceder, para abatir a quien 
encontraba. Los cuernos más largos eran los que tenía sobre el hocico, con los que causaba estragos verdaderamente espantosos. 

Ya estaba el animal muy cerca. Entonces el personaje comenzó a gritar: 

-Ahora se verá el efecto de la humildad. 

Y íoh maravilla!, en un instante todos nosotros nos vimos levantados por los aires a una considerable altura, de modo que era 

imposible que el toro nos pudiese alcanzar. Los que no se habían bajado no fueron levantados. Y al llegar el toro los destrozó en un 
momento. Ni uno solo se salvó. Nosotros entretanto, elevados de aquella manera en el aire, teníamos miedo y decíamos: 

-Si caemos desde arriba sí que estamos perdidos. íPobres de nosotros entonces! »Qué será de nosotros? 

Entretanto veíamos al toro furioso que intentaba alcanzarnos; daba saltos terribles para darnos cornadas; pero no nos pudo hacer 
ningún mal. 

Entonces, más furioso que nunca, hizo ademán de ir en busca de algunos compañeros, como diciendo: 

-Nos ayudaremos los unos a los otros y formaremos una escalera... 

Y así, habens iram magnam, se fue. 

Entonces nos encontramos nuevamente tendidos en el suelo, y el personaje aquel comenzó a gritar: 

-Volvámonos hacia el mediodía. 

SEGUNDA PARTE 

Y he aquí que, sin comprender cómo sucedía aquello, la escena cambió por completo delante de nosotros. Dirigiendo nuestra mirada 
hacia el mediodía, vimos expuesto el Santísimo Sacramento; había muchas velas encendidas en una y otra parte y ya no se veía el prado, 
sino que nos parecía encontrarnos en una iglesia inmensa, muy bien adornada. 

Mientras estábamos todos postrados en adoración delante del Santísimo, he aquí 

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que vinieron muchos toros furiosos, todos dotados de cuernos horribles y espantosos. Al llegar, como todos estábamos en acto de 
adoración delante del Santísimo Sacramento, no nos pudieron hacer ningún mal. Nosotros entretanto habíamos comenzado a rezar la 
Corona en honor del Sagrado Corazón de Jesús. Poco después, no sé cómo, miramos y los toros no estaban ya. Dirigiendo nuestra vista a 
la parte del altar, comprobamos que las luces habían desaparecido, que el Sacramento no estaba ya expuesto; desapareció la iglesia; pero 
»dónde estábamos? Nos encontrábamos en el campo donde habíamos estado primeramente. 

Vosotros comprendéis perfectamente que el toro es el enemigo de las almas, el demonio, que siente una gran ira hacia nosotros y que 
busca continuamente hacernos mal. Los siete cuernos son los siete pecados capitales. Lo que nos puede librar de los cuernos de este toro, 
esto es, de los asaltos del demonio, del caer en los vicios, es principalmente la humildad, base y fundamento de las virtudes. 

TERCERA PARTE 

Nosotros entretanto, estupefactos y maravillados, nos mirábamos los unos a los otros; ninguno hablaba, no sabíamos qué decir. Se 
esperaba ((466)) que don Bosco hablase o que aquel personaje dijese alguna cosa. Cuando he aquí que, tomándome aparte aquel 
desconocido, me dijo: 

-Ven, que te voy a hacer ver el triunfo de la Congregación de San Francisco Sales. Súbete sobre esta roca y verás. 

Había una gran peña que sobresalía en medio de aquella llanura inconmensurable y me subí a ella. íQué inmensidad se extendía ante 
mis ojos! Aquel campo, que jamás había imaginado tan vasto, me pareció que ocupase toda la tierra. 

Estaban reunidos hombres de todos los colores, vestidos de las formas más diversas, de todas las nacionalidades. Vi tanta gente que no 
sabría decir si en el mundo existe una población semejante. Comencé a observar a los primeros que se ofrecían a nuestra vista. Estaban 
vestidos como nosotros los italianos. Yo conocía a los de las primeras filas y había numerosísimos salesianos que conducían como de la 
mano a multitud de escuadrones de niños y de niñas. Después les seguían otros en varios grupos; y después otros muchos a los cuales no 
conocía y a los que no podía distinguir, formando un número indescriptible. Hacia el mediodía aparecieron ante mis ojos, sicilianos, 
africanos y un pueblo integrado por un número incontable de gente desconocida para mí. Todos eran conducidos por los salesianos, de 
los cuales sólo conocía a los que iban en las primeras filas. 

-íVuélvete!, me dijo aquel desconocido. 

Y he aquí que vi ante mí a otros pueblos de gente incalculable por su número, vestida de una manera diversa que nosotros; llevaban 
pieles y una especie de capas que parecían de terciopelo, todas de distintos colores. Aquel personaje me hizo dirigir la mirada hacia los 
cuatro puntos cardinales. Entre otras cosas, hacia la parte de oriente, vi unas mujeres con los pies tan pequeños que apenas si podían 
estar de pie y que casi no podían caminar. Lo más maravilloso era que por todas partes veía salesianos que conducían falanges y falanges 
de niños y de niñas y, al mismo tiempo, un concurso inmenso de pueblo. Siempre me eran conocidos los que iban en primera fila; pero a 
los que venían detrás los desconocía por completo, lo mismo a los misioneros. Muchas cosas no las puedo contar con todos sus 
pormenores porque me haría interminable. 
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Entonces el desconocido, que me había guiado y me había aconsejado lo que tenía que hacer, tomó de nuevo la palabra y me dijo: 

-Mira, observa; ahora de momento no comprenderás todo cuanto te voy a decir, pero, presta atención: todo cuanto has visto es la mies 
preparada para los salesianos. »Has visto qué campo tan inmenso por cultivar? Pues esta extensión sin límites ante la cual te encuentras 
es el campo reservado a tus hijos. Los salesianos que has visto son los operarios de esta porción de la viña del Señor. Muchos de los que 
trabajan en ella te son conocidos. El horizonte se dilata ante su vista y has visto aparecer ante ti mucha gente para ti desconocida; esto 
quiere decir que no solamente en este siglo sino también en el próximo y en los siglos futuros, los salesianos continuarán trabajando en 
su campo. Pero »sabes con qué condiciones se podrá conseguir lo que has visto? Te lo voy a decir. Mira, es necesario que hagas 
imprimir estas palabras que serán como vuestro lema, como vuestra palabra de orden, vuestro distintivo. Nótalo bien: El trabajo y la 
templanza harán florecer a la Congregación Salesiana. Harás explicar estas palabras, las repetirás continuamente, insistirás en su 
significado. Harás imprimir un manual que las explique y haga comprender bien que el trabajo y la ((467)) templanza son la herencia que 
dejas a la Congregación y, al mismo tiempo, su gloria. 

Yo le respondí: 

-Lo haré de mil amores; todo esto está muy de acuerdo con el fin que nos hemos propuesto; es lo mismo que recomiendo a mis hijos 
día a día y siempre que se me presenta la ocasión. 

-»Estás, pues, bien persuadido de ello? »Me has comprendido bien? Esta es la herencia que les dejarás y di, con toda claridad, que 
mientras sepan corresponder tendrán seguidores al mediodía, al norte, al oriente y al occidente. Ahora termina los ejercicios y 
encamínalos a su destino. Estos serán los modelos, después vendrán los otros. 

Y he aquí que aparecieron nuevamente los ómnibus para conducirnos a todos a Turín. Yo observaba atentamente y pude ver que eran 
unos vehículos sui generis, extraños a más no poder. Los nuestros comenzaron a subir a ellos; mas aquellos ómnibus no tenían apoyo por 
ninguna parte y yo me temía que los jóvenes se cayesen de ellos y no quería dejarlos partir. 

Pero el guía me dijo: 

-Deja, deja que marchen; no necesitan apoyo, basta que cumplan bien aquella máxima: Sobrii estote et vigilate. Si se pone bien en 
práctica esto, no hay peligro de caer, aunque no estén apoyados en nada y la carroza siga su marcha. 

CUARTA PARTE 

Partieron, pues, y yo me quedé solo con el desconocido. 

-Ven, me dijo inmediatamente; ven, quiero que veas lo más importante. Tendrás que aprenderlo bien. »Ves allá aquel carro? 

-Sí, lo veo. 

-»Sabes qué es? 

-No lo veo bien. 

-Si quieres verlo bien, acércate. »Ves aquel cartelón? Acércate, obsérvalo bien; sobre él aparece un emblema; esto te lo explicará todo. 

Yo me acerqué y vi pintados en aquel cartelón cuatro clavos muy gruesos. Entonces me volví al guía para decirle: 

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-Si no me lo explicas, no entiendo nada.
-»No ves esos cuatro clavos? Obsérvalos bien. Son los cuatro clavos que desgarraron y atormentaron de una forma tan cruel la persona


del Divino Salvador. 

-»Y qué me quieres decir con eso? 

-Son los cuatro clavos que atormentan a las Congregaciones religiosas. Si te libras de esos cuatro clavos, esto es, si procuras que tu 

Congregación no sea atormentada por ellos, o sea, si sabéis tenerlos alejados de vosotros, entonces las cosas marcharán bien y os 
salvaréis. 

-Pero, te vuelvo a decir que no sé qué es lo que significan esos clavos, repliqué. 

-Si quieres tener una explicación más clara, observa detenidamente ((468)) este carruaje que lleva los clavos por emblema. Mira: este 
vehículo tiene cuatro departamentos, cada uno de los cuales corresponde a un clavo. 

-»Y qué significan estos departamentos? 

-Observa el primero. 

Observé y leí sobre el cartel: Quorum Deus venter est. 

-íOh! Ahora comienzo a comprender algo. 

Entonces el desconocido me respondió: 

-Este es el primer clavo que atormenta y arruina a las Congregaciones religiosas. Hará también grandes estragos entre vosotros, si no 
estás atento. Combate contra él y verás cómo todas tus cosas proceden bien. 

Ahora pasemos al segundo departamento; lee la inscripción correspondiente al segundo clavo: Quaerunt quae sua sunt, non quae Jesu 
Christi. Estos son los que buscan las propias comodidades, su bienestar, y trabajan en ventaja propia o de sus parientes, sin buscar el 
bien de la Congregación, que es el que forma parte de la porción de Jesucristo. Presta, pues, atención; aleja de ti este flagelo y verás 
prosperar a tu Congregación. 

Tercer departamento. Observé la inscripción del tercer clavo y era la siguiente: Aspidis lingua eorum. 

-Clavo fatal para las Congregaciones son los murmuradores, los chismosos; los que siempre están criticando con razón o sin ella. 

Cuarto departamento: Cubiculum otiositatis. 

-A esta porción pertenecen los ociosos, muy numerosos por cierto. Cuando en una Congregación comienza a introducirse el ocio, la 
comunidad queda completamente arruinada; en cambio, mientras abunda el trabajo, no existe peligro alguno de ruina. Ahora observa 
otra cosa que podrás ver en este carruaje y de la que muchísimas veces no se hace caso y que yo quiero que consideres con especial 
atención. »Ves aquel escondrijo que no forma parte de ningún departamento, pero que afecta a todos? Diríamos que es como un medio 
departamento o apartado. 

-Sí que lo veo; pero no hay en él más que hojarasca, unos matojos altos y alguna hierba toda enmarañada. 

-Bien, bien; esto es lo que quería que observaras. 

-»Y qué puedo deducir de todo esto? 

-Observa la inscripción que aparece medio escondida. 

Me fijé bien y leí: Latet anguis in herba. 

-»Y qué quiere decir esto? 

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-Mira, hay ciertos individuos que están escondidos, que no hablan, que jamás abren el corazón a sus superiores, que rumian sus 
secretos en sus corazones; mucha atención: latet anguis in herba. Los tales son verdaderos flagelos, verdadera peste para las 
Congregaciones. Los malos, si se les tiene al descubierto, pueden ser corregidos, 

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pero si están escondidos no, porque no nos damos cuenta del mal que hacen y de cómo se multiplica el veneno en sus corazones, y 
cuando se les descubre apenas si hay ya tiempo para remediar el mal que han ocasionado. Apréndete, pues, bien las cosas que has de 
tener alejadas de la Congregación; no olvides cuanto has oído, ordena que se expliquen estas ((469)) cosas y que sean largamente 
comentadas. Si lo haces así, puedes estar tranquilo sobre el porvenir de tu Congregación, que las cosas prosperarán de día en día. 

Entonces le pedí a aquel personaje que para no olvidar nada de cuanto me había dicho, me dejase un poco de tiempo para poder 
escribir. 

-Si quieres escribirlo, me dijo, inténtalo; pero me temo que te falte el tiempo. Presta mucha atención. 

Mientras me decía estas cosas y yo me disponía a escribir, me pareció oír un rumor confuso, una agitación a mi alrededor. El suelo 
firme de aquel campo parecía moverse. Entonces dirigí la vista a mi alrededor para comprobar si había alguna novedad y vi que los 
jóvenes que habían partido poco antes, volvían de todas partes hacia mí llenos de espanto; e inmediatamente después percibí el mugido 
del toro y vi al mismo toro que los perseguía. Al aparecer el animal, fue tal mi terror que, al verlo, me desperté. 

Os he referido este sueño antes de separarnos, porque estoy bien persuadido de que sería una excelente conclusión de ejercicios el que 
nosotros permaneciéramos fieles a nuestro lema: Trabajo y templanza; y que procurásemos evitar a todo trance los cuatro clavos que 
causan las ruinas de las Congregaciones. El vicio de la gula, el buscar las propias comodidades, entregarse a las murmuraciones y al 
ocio, a lo que habría que añadir que cada uno se muestre siempre abierto, claro, sincero con los propios superiores. De esta manera 
proporcionaremos un gran bien a nuestras almas y, al mismo tiempo, podremos salvar aquellas otras que la divina Providencia confíe a 
nuestros cuidados. 

Don Bosco había anunciado y prometido en el curso de la narración, que explicaría mejor el último punto referente a la templanza, 
contando una especie de apéndice o complemento del sueño; pero después, al pasar a la segunda parte de su relato, se olvidó de hacerlo. 
Al despertarse, como dijo, impresionado por la súbita y nueva aparición de la fiera, sintió deseos de conocer alguna cosa más y logró su 
deseo apenas se quedó otra vez dormido. 

Lo que vio entonces lo contó más tarde en Chieri. Don Joaquín Berto, que estaba presente, lo escribió y se lo mandó a Lemoyne, el 
cual lo copió para completar lo que ya tenía escrito. 

Estaba deseoso de conocer los efectos de la templanza y de la intemperancia y con este pensamiento me fui a dormir; pero he aquí que, 
apenas me quedé dormido, apareció de nuevo nuestro personaje invitándome a seguirlo y a ver los efectos de la templanza. Me condujo, 
pues, ((470)) a un amenísimo jardín, lleno de delicias y de flores de todo género y especie. En él observé una gran cantidad de rosas, las 
más 
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espléndidas, símbolo de la caridad; jazmines, claveles, lirios, violetas, siemprevivas, girasoles y un sinnúmero de flores representando, 
cada una, una virtud. 

-Ahora, presta atención, me dijo el guía. 

Y desapareció el jardín y sentí un fuerte ruido. 

-»Qué sucede? »De dónde viene ese ruido? 

-Vuélvete y observa. 

Me volví, y un espectáculo inaudito: un carro de forma cuadrada tirado por un cerdo y por un sapo de enorme tamaño. 

-Acércate y mira dentro. 

Me adelanté para examinar el contenido del carro. Estaba lleno hasta rebosar de los animales más asquerosos: cuervos, serpientes, 
escorpiones, basiliscos, babosas, murciélagos, cocodrilos y salamandras. Yo no pude soportar aquel espectáculo y mientras, horrorizado, 
volví la mirada, por el mal olor que despedían todos aquellos bichos asquerosísimos, sentí como un estremecimiento y me desperté, 
percibiendo aún durante un buen espacio de tiempo aquel mismo hedor; mi imaginación seguía tan turbada por cuanto había visto, que, 
pareciéndome que todavía tenía delante de los ojos aquellas alimañas, no pude descansar en toda la noche. 

Don Juan Bautista Lemoyne, atento únicamente al sueño, no se preocupó de escribir la segunda parte del sermón, que encontramos, 
por el contrario, resumida por don Julio Barberis de la siguiente manera: 

Pasando ahora a dar algún recuerdo especial que sirva para este curso, he aquí cuál sería: buscar todos los medios para guardar la 
virtud reina, la virtud que guarda todas las otras; pues si la tenemos, nunca estará sola, sino que tendrá como cortejo a todas las demás; y 
si la perdemos, las otras no existen o se pierden al poco tiempo. 

Amad esta virtud, amadla mucho y no olvidéis que para conservarla hay que trabajar y orar: non eicitur nisi in oratione et ieiunio. Sí; 
oración y mortificación en las miradas, en el descanso, en la comida y especialísimamente en el vino, no buscar comodidades para 
nuestro cuerpo, antes al contrario, casi diría, maltratarlo. No tenerle más miramientos que los necesarios, cuando lo reclama la salud; 
entonces, sí; hay que dar al cuerpo lo estrictamente necesario y no más, porque dice el Espíritu Santo: Corpus hoc quod corrumpitur 
aggravat animam. »Sí? »Qué hacía entonces san Pablo? Castigo corpus meum et in servitutem redigo, ut spiritui inserviat. 

Recomiendo aquí lo que recomendé en la otra tanda de ejercicios, esto es: OBEDIENCIA, PACIENCIA, ESPERANZA... 

((471)) La otra cosa es la humildad que debemos esforzarnos por poseer e inculcar en nuestros jóvenes y en todos, virtud que 
ordinariamente se califica como fundamento de la vida cristiana y de la perfección. 

Una cosa que alguna vez se dice, pero que yo no quisiera que se hiciese jamás, es ésta: hacer las cosas sólo para agradar a don Bosco. 
No, queridos míos, no os preocupéis por agradarme a mí, sino por agradar al Señor. íPobrecitos! »Qué premio podría daros yo, si sólo 
buscáis agradarme a mí? Podría daros mis miserias. Poned todo vuestro empeño en agradar a Dios, y si alguna vez se os confiara algún 
cometido que 

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os repugna, hacedlo igualmente, hacedlo de buena gana, pensando que con esto ganaréis el amor de Nuestro Señor Jesucristo y un 
premio eterno en el cielo. 

Tenga, además, cada uno un ejemplar de las Reglas; leedlas, estudiadlas y sean ellas como nuestro código, al que nos empeñemos en 
ajustar totalmente nuestra vida. 

De todas las Reglas obsérvense sobre todo las prácticas de piedad y de éstas, como recuerdo especial, deseo que se introduzca y se 
haga bien cuanto se refiere al ejercicio de la buena muerte. Puedo aseguraros que quien hace bien este ejercicio mensual, puede estar 
tranquilo en cuanto a la salvación de su alma y seguro de caminar siempre por la verdadera senda de la propia vocación. Ocurrirá a 
algunos que no pueden encontrar un día libre de ocupaciones; no importa, hagan solamente lo que es estrictamente necesario para 
cumplir su oficio; pero no quede nadie sin hallar en aquel día una media hora para pensar seriamente en estos puntos: 

1.° Si yo muriese en este momento, »tengo algún lío en la conciencia? 

2.° »Cuáles han sido mis defectos principales en este mes? 

3.° Comparando este mes con los anteriores, »cuál marchó mejor? 

4.° Si muriese ahora, »dejaría algún lío en mi gestión o en mis oficios? »No dejaría en apuros a mis Superiores en lo tocante a lo que 
poseo y en las gestiones materiales que me conciernen? 

Al hacer estas consideraciones, procurad arreglar verdaderamente cuantos inconvenientes podáis encontrar. 

Todavía un pensamiento respecto a las dudas que alguno pudiera tener sobre su vocación. »Estoy realmente llamado a esta 
Congregación? »Estoy completamente seguro de que la vida que he abrazado es verdaderamente la que Dios pide de mí? 

Ante todo os digo, y tenedlo siempre muy presente, que nunca acepté a ninguno que no me constara con toda seguridad que era 
llamado a esta forma de vida por el Señor. 

Además, pensad: opino que el hecho de haber venido todos vosotros aquí para reuniros en Lanzo, de una y de otra parte, venciendo 
obstáculos de diverso género, dejando vuestras ocupaciones, y la ocasión especial de encontraros en este momento aquí, esto sólo, creo 
yo que es una verdadera señal de que Dios os llama para abrazar este estado. En este momento, no temo, en absoluto, ((472)) deciros que 
todos los que estáis aquí, todos sois llamados por el Señor; sólo falta que correspondáis, aplicándoos con toda el alma a observar las 
Reglas. íAh, sí! Yo contestaría a cada uno lo mismo que el Salvador contestaba a aquel tal: Si vis ad vitam ingredi, serva mandata... Hoc 
fac et vives (Lucas, X, 28). 

...Hoc fac et vives. Observa las Reglas. Pero, »qué más? Haz esto y vivirás. »Sabéis cuándo empieza a ser dudosa la vocación? 
Comenzaréis a tener dudas cuando empecéis a contravenir las Reglas. Entonces, sí que vendrán las dudas, y, si se sigue faltando a las 
Reglas, se corre grave peligro de perder la vocación. 

Animo, pues; observancia exacta de nuestras Reglas; y sea éste el recuerdo que ponga el sello a todos los otros, a los que al paso os fue 
sugiriendo el buen Predicador, a los que os sugirió vuestra piedad en las meditaciones, en los exámenes de conciencia, en la santa 
comunión; y también a cuanto yo os he sugerido en esta misma conferencia; y ívivid felices! 

La segunda tanda de ejercicios se entristeció con una trágica desgracia. Mientras estaban los ejercitantes en la capilla del colegio 
pendientes 

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de los labios de don Bosco, el arcipreste de la parroquia, el teólogo Federico Albert, sacerdote docto, emprendedor, artista y santo, 
acababa de dar las últimas pinceladas a una pintura en la bóveda de una iglesita, levantada para uso de su colonia agrícola y del oratorio 
festivo, cuando resbaló de un pie y cayó desde una altura de casi ocho metros. Dio con su cuerpo, y especialmente con la cabeza, contra 
un montón de gruesas piedras, y allí quedó como muerto. Aquella misma mañana había terminado un mes de ayuno y había dicho muy 
alegre a don Juan Bautista Lemoyne que esperaba una gracia muy grande. 

El primer pensamiento de quien lo vio caer fue correr al colegio para llamar a don Bosco, íntimo y antiguo amigo del Arcipreste. Pero 
como don Bosco estaba predicando todavía, volaron a don Miguel Rúa y a don Juan Bautista Lemoyne. Desgraciadamente la herida era 
mortal. Los médicos del pueblo lo hicieron trasladar a la casa parroquial y le suministraron los primeros remedios; llegó también el 
célebre doctor Bruno 1, llamado telegráficamente a Turín, pero ((473)) la ciencia ya no podía hacer nada. Vivió todavía dos días, sin 
decir palabra, sin hacer el más pequeño movimiento, sin dar señales de conocer a los muchos que se apresuraron a visitarlo. Sin 
embargo, cuando se le acercó don Bosco, todos los circunstantes notaron dos cosas: que, mientras el Siervo de Dios le hablaba, el 
enfermo detenía el estertor, y emitía un suspiro prolongado tan pronto como don Bosco callaba, y que, habiéndole don Bosco agarrado la 
mano, pareció que hacía un esfuerzo para estrechársela, mas sin lograrlo. Los dos santos tuvieron quizá entre sí un mudo coloquio de 
paraíso en el umbral de la muerte. 

Acudieron de todas partes párrocos y distintos sacerdotes que al verlo en aquel estado se deshacían en llanto. Muchos visitaron a don 
Bosco en el colegio y, como si se hubiesen dado cita, le iban repitiendo: 

-De tejas abajo, ya no hay esperanza de curación; pero recomiéndelo usted a su Virgen. Si usted ruega, se recobrará. 

Don Bosco, que sentía más que nadie la inminente pérdida, respondía: 

-Si de tejas abajo se puede dar un caso, en que se necesite que la Virgen haga un milagro, éste es precisamente uno. Pero »qué hacer? 
Conviene estar resignados a la voluntad del Señor. 

Y no soltó una palabra de esperanza a nadie. 

Dijo en casa: 

1 Lorenzo Bruno, natural de Murazzano (Cúneo), médico cirujano, fundador de las Colonias Alpinas para niños pobres y enfermos 
(1831-1890). 
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-Si hay uno que sienta su pérdida, ése soy yo, que experimenté su caridad más que nadie. No había nada que él pudiese hacer por 
nosotros y no lo hiciese inmediatamente y de buena gana. Cuando nosotros teníamos un apuro aquí en Lanzo, siempre recurríamos a él. 
Sucedió más de una vez que nos faltó el predicador en la víspera de los ejercicios: se le invitaba a él y predicaba de buen grado y con 
gran celo. Nos ayudaba también económicamente, antes de comenzar su hospicio. También yo, por mi parte, no recuerdo que el 
Arcipreste deseara algo de nosotros y no lo obtuviera. El haber aceptado nosotros el colegio de Lanzo es en gran parte mérito suyo. 
Especialmente ahora todo su afán se volcaba hacia el oratorio festivo, lo que también nosotros deseábamos ((474)) muchísimo; es más, 
estaba ya designado quién de nuestros sacerdotes iría a dirigirlo, a predicar, a dar catecismo, y he aquí que, precisamente mientras 
acababa de pintar la bóveda de la deseada capilla, el Señor juzga llegado el momento de darle la corona. Para Lanzo y para nosotros es 
ciertamente una pérdida muy dolorosa. 

Entonces fue cuando don Bosco contó de qué modo se habían conocido muchos años antes. En 1844, en momentos gravísimos para el 
Oratorio, vio un domingo salir a su encuentro a un joven sacerdote, que, después de los acostumbrados saludos, le dijo: 

-Oigo decir que usted necesita algún sacerdote que le ayude a dar catecismo y llevar por el buen camino a estos muchachos. Si usted 
cree que yo puedo hacer algo, aquí me tiene; me ofrezco de muy buena gana. 

-»Cómo se llama? 

-Teólogo Albert. 

-»Ha predicado ya? 

-Sí, alguna vez; pero si hace falta me preparo. Y, si no hay que predicar, usted necesitará quien le ayude a enseñar el catecismo, a 
escribir, a copiar... 

-»Ha predicado usted ya ejercicios espirituales? 

-Todavía no; pero si usted me da un poco de tiempo, me pongo a ello. 

-íBien! Está usted viendo que tengo un buen grupo de jóvenes. Algunos de ellos están ya aquí conmigo y otros más podrían venir, y me 
parece que sería muy bueno darles ocasión para hacer los ejercicios espirituales. Prepárese para tal fecha y ya veremos. 

Y él fue; don Bosco reunió unos veinte muchachos, y aquéllos fueron los primeros ejercicios que se dieron en el Oratorio. Desde aquel 
día don Bosco y el Teólogo se mantuvieron siempre en relación. 

Expiró en la madrúgada del día 30. Tenía cincuenta y seis años. 
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Calculando por su robustez, habría podido llegar hasta la más avanzada edad. Llevó una vida de mortificación, de celo y de trabajo y 
procedió habitualmente en sus cosas con prudencia y vigilancia. ((475)) Perpetúan su memoria la creación de un hospicio para niños 
pobres y la iglesia parroquial, que rehizo y decoró. Sobresalía en la Archidiócesis entre los más distinguidos predicadores. Sus restos 
mortales estuvieron expuestos en el hospicio de las «Vicentinas», por él fundadas. El beato don Bosco anticipó el viaje de los clérigos y 
sacerdotes, que tenían que ir a Lanzo para la tercera tanda de ejercicios, a fin de que pudiesen tomar parte en el entierro. 

La tercera tanda de Ejercicios Espirituales se celebró aquel año del 1.° al 7 de octubre, siendo predicada por el padre Bruno, filipense 
del Oratorio turinés y gran director de almas. 

Tomaron parte en ella solamente sacerdotes y los clérigos más antiguos. Don Bosco no se movió de Lanzo ni durante los breves 
intervalos de tiempo entre una y otra tanda. Las noticias sobre esta última son más escasas que las de las tandas anteriores; lo único que 
perdura es un sueño que el siervo de Dios contó al final de la misma. 

Tenemos que juntar los datos, porque no nos ha sido transmitido en la forma acostumbrada hablada. En las memorias del tiempo lo 
encontramos designado con el título de «La filoxera» 1. 

Le pareció a don Bosco encontrarse en una amplísima sala en el barrio San Salvario, de Turín. Religiosos y religiosas en gran número 
pertenecientes a diversas Ordenes y Congregaciones, estaban en ella reunidos; al entrar don Bosco, todas las miradas se dirigieron a él, 
como si todos lo aguardasen. En medio de los congregados vio el Siervo de Dios un hombre de aspecto extraño, con la cabeza cubierta 
con una venda blanca y el cuerpo envuelto en una especie de sábana, a guisa de manteo o capa. Don Bosco quiso saber quién fuese aquel 
individuo y le fue respondido que era él, el mismo don Bosco... Tal vez era una representación de don Bosco soñador. 

Se adelantó, pues, entre aquella muchedumbre de personas religiosas, que le hacían corona alrededor, sonriéndole; pero nadie hablaba. 
El Siervo de Dios observaba aquella reunión sorprendido, pero todos ((476)) continuaban mirándole y sonriendo sin decir palabra, 
Finalmente, don Bosco rompió el silencio y dijo: 

-»Por qué os reís. de esa manera? Parece que os queréis burlar de mí, 

1 La filoxera en Italia hizo su aparición en 1879; pero en Francia empezó ntes y se hablaba mucho de ella también en Italia, aunque 
con las inexactitudes derivadas del conocimiento incompleto de la misma. 
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-»Burlarnos de ti? Te engañas; nos reímos porque hemos adivinado el motivo que te ha traído aquí. 

-»Cómo lo podéis adivinar si yo mismo no lo sé? Os aseguro que vuestras risas me sorprenden. 

-La causa que te ha traído aquí, dijeron los religiosos, es ésta. Has predicado los ejercicios a tus clérigos en Lanzo. 

-»Y qué? 

-Ahora vienes a indagar qué es lo que les tienes que decir en la plática de los recuerdos. 

-Será como decís. Sugeridme, pues, qué es lo que les debo decir; 

algún aviso que haga florecer cada vez más la Congregación de San Francisco de Sales. Os lo agradecería mucho. 

-Solamente una cosa te aconsejamos: di a tus hijos que se guarden de la filoxera. 

-»De la filoxera? Pero »qué tiene que ver la filoxera? 

-Si tienes alejada de tu Congregación la filoxera, conservará una vida larga y florecerá y hará un grandísimo bien a las almas. 

-No entiendo lo que queréis decir. 

-íCómo! »Que no entiendes? La filoxera es el flagelo que ha llevado a la ruina tantas órdenes religiosas y fue la causa por la que, aún 

hoy, muchas no consigan su altísimo fin. 

-Sería un aviso inútil, si no os explicáis mejor. Yo no comprendo nada. 

-Entonces no vale la pena haber estudiado tanta teología. 

-Sobre este punto me parece haber cumplido con mi deber; pero en los tratados de teología no he visto que se hable de la filoxera. 

-Pues a pesar de ello, se habla. Busca el sentido moral y espiritual de esta palabra. 

((477)) -En la etimología de la palabra filoxera no veo ni el más remoto significado que pueda tomarse en sentido espiritual. 

-Ya que no eres capaz de explicarte este misterio; ahí viene uno que te puede sacar de tu ignorancia. 

Entonces don Bosco notó cierto movimiento entre la turba como para dejar paso libre a alguien que vio avanzar hacia él; era un nuevo 
personaje. Se fijó bien en él, pero le pareció no haberlo visto nunca, aunque con sus maneras afables daba a entender que era un antiguo 
conocido suyo. Apenas lo tuvo cerca, don Bosco le dijo: 

-Llegáis muy a tiempo para sacarme del embrollo en que me encuentro gracias a estos señores. Pretenden hacerme creer que la filoxera 
amenaza destruir las casas religiosas y quieren que tomen a este animal como tema de los recuerdos de nuestros ejercicios espirituales. 
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-»Don Bosco, que se cree tan sabio, desconoce estas cosas? Es cierto que si combates con todas tus fuerzas la filoxera y enseñas a tus 
hijos la manera de combatirla a conciencia, tu Sociedad no dejará de florecer. »Sabes qué es la filoxera? 

-Sé que es una enfermedad que ataca a las plantas causando grandes estragos, hasta destruirlas. 

-»Y esta enfermedad de qué proviene? 

-Es originada por una multitud infinita de animaluchos que se adueñan de ella. 

-»Qué hay que hacer para salvar a las plantas próximas a la destrucción? 

-De esto no sé decirte nada. 

-Escucha, pues, lo que te voy a decir. La filoxera comienza a aparecer sobre una sola planta y no pasa mucho tiempo cuando todas las 
plantas próximas a ésta aparecen atacadas del mismo mal, aun encontrándose a bastante distancia; ahora bien, cuando en una viña, en un 
huerto o en un jardín, aparece la enfermedad, la infección se extiende rápidamente y la belleza y los frutos que se esperaban quedan 
arruinados. »Sabes cómo se extiende el mal? No por contacto, porque la ((478)) distancia lo impide; no porque los animalitos bajen al 
suelo y atraviesen el espacio que separa a las plantas; la experiencia lo confirma: es el viento el que levanta esta maldición y la 
desparrama sobre las plantas aún sanas. Es una desgracia que se propaga en un abrir y cerrar de ojos. Pues bien, has de saber que el 
viento de la murmuración lleva muy lejos la filoxera de la desobediencia. »Comprendes? 

-Comienzo a comprender. 

-Ahora bien, los daños que ocasiona esta filoxera impulsada por un viento semejante, son incalculables. En las casas más florecientes 
hace marchitar, en primer lugar, la mutua caridad; después, el celo por la salvación de las almas; después engendra el ocio; después 
agosta todas las demás virtudes religiosas y, finalmente, el escándalo las hace objeto de reprobación por parte de Dios y por parte de los 
hombres. No es necesario que uno de los depravados pase de un colegio a otro: basta que este viento sople desde lejos. íConvéncete! 
Esta fue la causa que llevó la destrucción a ciertas Ordenes religiosas. 

-Tienes razón. Reconozco la verdad de cuanto me dices. Pero »cómo poner remedio a tan gran desgracia? 

-No bastan paños calientes, hay que tomar medidas extremas. Para atajar el mal que produce la filoxera se pensó en sulfatar las plantas 
atacadas, se recurrió al agua de cal, se inventaron otros remedios; pero todo ello no sirvió de nada, porque una sola planta atacada 
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por la filoxera arruina toda una viña. Después, de una viña se extiende a las más próximas y de éstas a otras, de forma que de una región 
pasa a una provincia y de ésta a un reino y así sucesivamente. »Quieres saber, pues, la única manera que hay para cortar el mal en su 
principio? Apenas aparece la filoxera sobre una planta, hay que arrancarla con precaución y cortar todas las que la rodean y arrojarlas a 
las llamas. Si la infección fuese general en toda la viña, hay que arrancar todas las plantas y reducirlas a cenizas para salvar las viñas 
próximas. Sólo el fuego puede acabar con semejante enfermedad. Por eso, cuando en una casa se manifieste la filoxera de la oposición a 
la voluntad de los superiores, el descuido altanero de las santas ((479)) Reglas, el desprecio a las obligaciones impuestas por la vida 
común, tú no debes contemporizar; no dejes ni siquiera los cimientos de aquella casa; rechaza a sus miembros, sin dejarte vencer por una 
perniciosa tolerancia. Lo mismo harás con los individuos. A veces te parecerá que un individuo aislado pueda sanar y volver de nuevo al 
buen sendero; o tal vez sentirás castigarlo por el amor que le profesas, por alguna especial habilidad que posee o por su ciencia que te 
parece prestigiar a la Congregación. No te dejes llevar por semejantes reflexiones. Personas de esta índole, difícilmente cambiarán de 
manera de ser. No digo que su conversión sea imposible; pero me atrevo a sostener que es muy rara una rectificación, tan rara que esta 
posibilidad no debe ser suficiente para inclinar a los superiores a una sentencia benigna. Algunos, se dirá, se portarán aún peor en medio 
del mundo. Allá ellos; que carguen con el peso de su manera de proceder, pero que no sea tu Congregación la que sufra las 
consecuencias de su conducta. 

-»Y si en realidad, conservándolos en la Sociedad, se pudiese atraerlos al bien con la tolerancia? 

-Esta suposición es falsa. Es mejor despedir a uno de estos soberbios que retenerlo con la duda de que pueda continuar sembrando 
cizaña en la viña del Señor. No olvides esta máxima; ponla decididamente en práctica siempre que sea necesario; habla de esto a tus 
directores en tus conferencias y que éste sea el tema que comentes en la clausura de los ejercicios. 

-Sí, lo haré. Gracias por tus avisos. Pero ahora, dime: »quién eres tú: 

-»No me conoces ya? »No recuerdas cuántas veces nos hemos visto: 

Mientras el desconocido hablaba de esta manera, todos los presentes sonreían. 

Entretanto sonó la señal para levantarse y don Bosco se despertó. 
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El siervo de Dios añadió que este sueño le había durado tres noches consecutivas; detalle que hace desechar toda idea de que este 
relato sea una especie de parábola por él ideada para expresar de una manera fantástica su pensamiento. 

((480)) El asunto de la «cabeza extraña» le proporcionó el exordio, con que, según era su costumbre, humillarse a sí mismo desde el 
principio y quitar de la mente de los oyentes la impresión de que se tratara de carismas extraordinarios. En la mayor parte de sus sueños 
don Bosco encontraba un personaje que le hacía de guía e intérprete. 

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((481)) 

CAPITULO XVII 

FUNDACIONES OFRECIDAS Y FUNDACIONES LLEVADAS A CABO 

TAMBIEN merecen un lugar en estas páginas las fundaciones simplemente ofrecidas y que nunca, o sólo más tarde, se realizaron. Y esto 
por dos motivos. Ellas son otras tantas pruebas de la confianza que, a despecho de los tiempos adversos, inspiraba el nombre de don 
Bosco a celosos eclesiásticos y seglares, ansiosos de proveer a la educación cristiana de la juventud. Y además, en el curso de las 
gestiones rotas o suspendidas, don Bosco hacía o decía necesariamente cosas, que la historia tiene perfecto derecho y deber de recoger, 
como útil contribución al pleno conocimiento del hombre y del santo. 

El canónigo José Guerello propuso a don Bosco desde Chiávari encargarse de la dirección y ampliación de un asilo suyo para niños 
huérfanos. Su petición estaba apoyada con la recomendación del rector del Seminario, don Esteban Rumi 1. Este preguntaba en su carta 
qué exigiría don Bosco para el sustento de los suyos; en la primera página se lee esta nota autógrafa del Beato para la respuesta: «Nada 
más que poder vivir como pobre». Pero puede decirse que el plan se apoyaba en meras esperanzas; esperanza de obtener del 
Ayuntamiento, previo acuerdo con la Autoridad eclesiástica, un convento de Capuchinos, vacío a la sazón; esperanza de que los 
Capuchinos no alegaran sus derechos; ((482)) esperanza de que una Sociedad económica local se convirtiera en protectora y sostenedora 
de la obra; esperanza de ayudas económicas de personas privadas. 

A pesar de todo, don Bosco creyó oportuno dejar abiertas las negociaciones, por el deseo que tenía de hacer algún bien en aquella 
ciudad; por lo cual hizo contestar que los salesianos estaban muy conformes con ir a Chiávari; pero, si se quería que continuaran las 
gestiones, había que eliminar en absoluto dos obstáculos: los salesianos no irían nunca a instalarse en una casa perteneciente a una Orden 
religiosa y no aceptarían condiciones incompatibles con la autonomía que corresponde 

1 Cartas de ambos a don Bosco, 9 de junio de 1876. 
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a una corporación religiosa. La correspondencia epistolar duró algún tiempo; don Francisco Cerruti, director del colegio de Alassio, 
visitó el pequeño asilo del buen Canónigo, pero no se llegó a nada en concreto. Las negociaciones, suspendidas durante tres años, se 
reanudaron y duraron de 1879 a 1894; y después, desaparecidos de la escena los principales actores, todo cayó en el olvido. En 1895 
intentaría el Obispo de Chiávari obtener de don Miguel Rúa una fundación juvenil de distinto carácter; pero nunca se llegaron a 
concertar las condiciones que aconsejaran dar consentimiento. En conclusión, de toda esta larga negociación no quedó rastro, salvo el 
recuerdo de la buena voluntad por ambas partes. Chiávari sigue sin tener todavía ninguna obra salesiana. 

A primeros de junio hizo una proposición el marqués Próspero Bevilacqua, desde Bolonia. Este catolicísimo hidalgo boloñés había ido 
a Turín un mes antes para asistir a la junta anual del Consejo Superior de las Conferencias de San Vicente de Paúl y aprovechó la 
ocasión para visitar el Oratorio que ya conocía; entró un domingo a la hora de vísperas. Experimentó tan extraordinaria emoción que 
expuso a don Bosco sus ideas. 

«Es un hecho, escribía 1, que en todas partes hubo mayor preocupación por la educación de las niñas que por la de los muchachos. 
Sólo se exceptúa Turín en esto, precisamente por la existencia del benéfico Instituto dirigido ((483)) y fundado por usted -hablo de la 
clase pobre-.También en Bolonia escasean los centros de educación para la juventud masculina y creo realmente que en la práctica hay 
más dificultades para fundarlos y para dirigirlos, que los destinados a la educación de la juventud femenina. Todo esto demuestra que 
Bolonia se encuentra en la necesidad de tener uno para los muchachos que responda a la necesidad». Después concluía preguntando 
cuáles serían las condiciones que don Bosco pondría para abrir en Bolonia una casa de esta clase. 

También se interesaba por una fundación salesiana en Bolonia la marquesa Zambeccari, que también hubiera deseado otra semejante 
en Módena, comprometiéndose por su parte a dar para cada colegio treinta mil liras de renta anual y convirtiéndose en valiosa fiadora 
por parte del marqués Bevilacqua, y de otros señores boloñeses. 

Don Bosco estimó convenientes los dos ofrecimientos, por la posibilidad de hacer el bien en aquellos dos centros de tanta importancia 
y por la suficiencia de las ayudas económicas ofrecidas, ya que él 

1 Carta a don Bosco, Bolonia, 3 de junio de 1876. 
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carecía totalmente de los medios materiales indispensables para ayudar a las almas. Diremos más: él encontraba una tercera ventaja. En 
efecto, la Marquesa quería que todo se hiciera con el mayor sigilo, de modo que no se echara de ver que ella había llamado a los 
salesianos, lo cual permitía a don Bosco más libertad de acción. Fue constante en el Siervo de Dios el cuidado de establecer sus obras de 
manera que no hubiese en ellas trabas de ninguna clase; por tanto, nada de entes morales, comisiones administrativas, ni injerencia de 
particulares, aun cuando fuesen bienhechores. Trazó, pues, la contestación de esta manera: 1.° que él no tenía dificultad en aceptar; 2.° 
que su intención era la de comenzar con el oratorio festivo, tras el cual vendrían poco a poco las escuelas y el internado; 3.° que en 
cuanto a los medios de subsistencia, se buscaba únicamente lo necesario para vivir. Pero el Beato no vio con sus propios ojos ninguna de 
las obras; sus hijos no pusieron pie ni en Bolonia ni en Módena, sino después de la muerte del Padre. 

((484)) El Obispo de Saluzzo fue personalmente al Oratorio para ofrecer a don Bosco el Instituto Gianotti, existente en aquella ciudad. 
Ya había carteo entre los dos sobre este asunto; en la entrevista quedaron de acuerdo en que don Bosco redactaría un proyecto de 
convenio, que sirviera de base para ulteriores conversaciones. 

Cuando el Siervo de Dios leyó ante el Capítulo los artículos de los pactos y de las condiciones, los Superiores admiraron su prudente 
perspicacia; a primera vista se habría dicho que en ellos únicamente se tenían en cuenta los intereses de las personas que entonces 
estaban al frente de la dirección del Instituto; pero, bien considerados los términos, se descubría la agudeza de don Bosco al insertar en 
ellos ciertos incisos fáciles a pasar inadvertidos en una somera lectura, pero aptos para garantizar a los salesianos de eventuales 
sorpresas. Debido, al parecer, al Ayuntamiento, los planes del Obispo se quedaron sobre el papel. 

También en San Remo, la agradable ciudad de las costas de Liguria occidental, hubo quien se acordó de don Bosco. En el mes de julio 
había ido allí don Julio Barberis, maestro de novicios, para asistir a la profesión religiosa de una tía suya, religiosa en el convento de la 
Visitación. Las religiosas de la Visitación tenían como director espiritual al sacerdote don Lucas Calvi, antiguo compañero de don Bosco 
en la Residencia Sacerdotal de Turín. Esta circunstancia hizo que don Julio Barberis trabara con él alguna amistad. Se lamentaba don 
Lucas Calvi de que en toda Liguria, salvo en Sampierdarena, no hubiera ninguna casa donde recoger a los muchachos desamparados; 
dijo que 
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don Bosco haría una obra muy buena abriendo una en San Remo, sobre todo porque los protestantes iban ganando terreno en la ciudad, 
con gran peligro para la fe de aquella población; y una casa salesiana, con el oratorio festivo, podría ser un dique poderoso contra la 
irrupción de la herejía. 

El Siervo de Dios era sensibilísimo a esta última razón. Expuso don Julio a don Bosco lo que le había dicho don Lucas Calvi. 

-Escribe enseguida, contestó el Beato, diciendo que me propongo abrir una casa en San Remo. Que me busque el ((485)) lugar; que 
vea si hay algún edificio para alquilar o vender, a propósito para nuestro fin; que me comunique el resultado de sus pesquisas y yo iré 
inmediatamente a observar o a poner manos a la obra. 

Unos días después contestó don Luis Calvi que había encontrado una casa capaz para un centenar de jóvenes y que la dueña pedía tres 
mil liras de alquiler. Al mismo tiempo, un señor que pertenecía a las Conferencias de San Vicente de Paúl, y que no sabía nada de las 
gestiones de don Bosco, le invitaba también para que fuera a fundar en San Remo una casa para aprendices. Don Bosco sentíase atraído a 
ello con la esperanza de poder, por mediación de los ingleses, que allí afluían, ponerse fácilmente en comunicación con su isla y hacer en 
ella un gran apostolado. Pero los hechos no secundaron sus buenas intenciones. Otro comienzo de actuación, que se perfiló en 1912, se 
quedó pronto en la nada. 

Hacía tiempo que don Bosco intentaba poner los pies en Roma; con el progreso de la Congregación se convertía en una necesidad, 
pues había que tratar muchos asuntos con las Autoridades supremas de la Iglesia y del Estado. Cardenales y Patricios de la nobleza 
romana le animaban a establecer allí una residencia. En el mes de septiembre le llegó un caluroso ofrecimiento. En la orilla derecha del 
Tíber, próxima al puente Garibaldi, donde hoy presenta su majestuosa belleza el restaurado castillo de los Anguillara, la histórica 
residencia de aquella nobilísima y otrora poderosa familia, estaba reducida a la humilde condición de local para almacenes. Ahora bien, 
llegó un momento en que el amplio edificio parecía prestarse al fin deseado por don Bosco, que era doble: atender en él a unos 
centenares de muchachos aprendices y estudiantes y establecer un estudiantado para sus clérigos. El buen monseñor Fratejacci, 
aprovechando la oportuna ocasión, habló, se afanó, escribió y corrió con su ardiente fantasía adonde su gran afecto por don Bosco lo 
llevaba 1. La idea de hacer aquella proposición 

1 Véase Apéndice, doc. 43. 
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le había venido por haber oído decir que Pío IX quería dar a don Bosco ((486)) la cercana iglesia de Santa Bonosa, una de las iglesias 
más históricas y antiguas del otro lado del Tíber, demolida desgraciadamente unos años después. Pero el Siervo de Dios, acostumbrado a 
hacer las cosas sin precipitación, pidió tiempo para meditar el asunto. Cuando fue a Roma en el mes de noviembre, ya fuera por la 
brevísima duración de su estancia, ya fuera por la mayor urgencia de otros asuntos, no tuvo oportunidad de ocuparse de la cuestión; por 
lo cual el propietario del inmueble, rompiendo toda prórroga, dio curso a las peticiones de otros compradores. 

Si aún no había llegado la hora de la Providencia para Roma, juzgó don Bosco que se debían atender las peticiones, que partían de 
Roma y concernían a localidades próximas; nos referimos a Albano y a Ariccia, dos de los más vetustos castillos romanos. 

La llamada para Ariccia procedió del príncipe Mario Chigi de Campagnano, que ya había hablado del asunto con el Siervo de Dios en 
Roma en el mes de mayo. Ahora era el Ayuntamiento de Ariccia, muy ligado al Príncipe, que tenía allí su palacio y posesiones, quien 
presionaba continuamente para que se pasase de los dichos a los hechos. Se trataba de aceptar la enseñanza en las escuelas elementales y 
el servicio de una iglesia; hacían falta dos maestros y un sacerdote. El Delegado provincial de Enseñanza ya había aprobado la despedida 
de los antiguos maestros; era preciso, por tanto, presentar al Concejo municipal y al Gobierno civil de la provincia los nombres y títulos 
de dos maestros salesianos. Se establecía un estipendio inicial de mil trescientas veinte liras para ambos maestros, más una gratificación 
de doscientas liras; se les daría vivienda gratuita; y, después del primer año, se estipularía un contrato que se considerase equitativo. Don 
Bosco ordenó se contestara que se elevase el estipendio anual a dos mil liras, y que aseguraba su buena voluntad de contribuir a la 
educación cristiana de la juventud en Ariccia. Contemporáneamente mandó enviar los títulos de don Carlos Cipriano y de don Francisco 
Bodrato. La mayoría de los concejales, aunque no faltaron influencias hostiles, no se dejó llevar a remolque, sino que se mantuvo firme y 
aprobó la propuesta. No les quedó a los protestantes que ((487)) ya habían puesto los pies en aquellas escuelas, más recurso que irse con 
la música a otra parte. 

Una vez arregladas las cosas con las autoridades escolásticas y civiles, había que resolver la sistematización canónica de los hermanos 
allí destinados. Se presentaban dos dificultades de índole canónica. Las Reglas señalan que cada comunidad se componga de seis 
religiosos 
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por lo menos, y sólo se necesitaban tres para Ariccia; por añadidura, el local destinado para vivienda, pertenecía a los padres 
Doctrinarios, uno de los cuales vivía todavía allí como rector de la iglesia aneja, y si no se arreglaba este estado de cosas, se hacía 
imposible la aceptación. En consecuencia, envió don Bosco una súplica a la Autoridad suprema, para obtener las oportunas dispensas y 
providencias. El Padre Santo, a través del Auditor monseñor Latoni, le notificó que por aquella vez derogaba la regla señalada para 
enviar a Ariccia solamente tres socios y le informó que había provisto, para que los tres salesianos ocuparan ellos solos el colegio, que 
había pertenecido a los padres Doctrinarios. En la misma ocasión insinuaba el Papa que vería con buenos ojos que, sin dejar de atender 
con tanta solicitud los deseos de los de Ariccia y del Príncipe Chigi, pensase don Bosco también en Albano 1. 

Este velado, pero claro deseo del Padre Santo había tenido su origen en una comunicación que le había hecho el cardenal Di Pietro, 
Obispo de aquella diócesis suburbicaria, de la que también depende Ariccia. Su Eminencia, informado de las negociaciones con aquel 
Ayuntamiento, rogó a don Bosco que aceptara en su sede episcopal el colegio municipal, a cuyas clases acudirían también los alumnos 
del Seminario. Dada la proximidad entre Albano y Ariccia, separados únicamente por el grandioso puente que toma el nombre de 
Ariccia, pensaba el Cardenal que los maestros de ambos lugares podrían vivir en el mismo local. Don Bosco, que había tardado ya dos 
semanas en ((488)) contestar, en cuanto conoció el pensamiento del Papa, respondió afirmativamente al Cardenal, y con más liberalidad, 
pues, mientras el Cardenal, tal vez no suficientemente al corriente de la legislación escolar, se conformaba con dos profesores 
diplomados, don Bosco le prometió otros cuatro, para alcanzar el número mínimo exigido por la ley. Dio de todo ello comunicación al 
Cardenal. 

Excelencia Reverendísima: 

No podía recibir noticia mas consoladora que la que V. E. Rvma. tuvo la bondad de comunicarme en nombre de S. S. Por tanto 
presento humildemente mi agradecimiento a V. E. y le ruego tenga a bien comunicar a S. S. que reconozco como un nuevo acto de su 
soberana clemencia el conceder que sean sólo tres los salesianos en Ariccia en lugar de seis, según nuestras constituciones; que vayan a 
habitar en el colegio de los Doctrinarios y a servir la iglesia aneja. Por consiguiente, me adhiero de buen grado a los santísimos deseos 
del Padre Santo, pues servirá de verdadera gloria para todos los salesianos siempre que les sea dado poderlos actuar; acepto sin 

1 Véase Apéndice, doc. 44. 
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más las proposiciones de los de Ariccia, formuladas por el Príncipe Chigi de Campamagnano, y haré de modo que el próximo curso 
escolar estén instalados los maestros en su puesto. 

Para secundar, pues, los siempre venerados deseos del Padre Santo, hoy mismo he escrito afirmativamente al señor Cardenal Di Pietro 
respecto al bachillerato de Albano. Se requerirían sólo dos profesores titulados, teniendo en cuenta el reducido número de alumnos, pero, 
dado el carácter de aquellas escuelas de bachillerato público, es necesario añadir no menos de cuatro profesores, para evitar el peligro de 
gravámenes, que debemos procurar evitar; éste es el sentido del proyecto, que hoy mismo he enviado al Eminentísimo Cardenal Di 
Pietro. 

Estos mis salesianos, al marchar al lugar establecido, van a Roma con el ardoroso deseo de poder recibir la bendición del Padre Santo 
antes de empezar el curso escolar, y también hacer una breve visita a V. E. como legítimo testimonio de respeto y gran aprecio. 

Y ya que Vuestra Excelencia se muestra tan benévolo con nosotros, ruégole también suplique al Padre Santo tenga a bien enviar su 
apostólica bendición a todos los salesianos y especialmente a las tres casas que se abrirán en el próximo septiembre: una en la ciudad de 
Trinità en Mondoví, otra en Lanzo y la tercera en Biella.Dispense por último la confianza con que he escrito, asegurándole que 
elevaremos oraciones a Dios por su preciosa salud, mientras me cabe el alto honor de poderme profesar 

De V. E. Rvma. 

Turín, 26 de agosto de 1876. 

JUAN BOSCO, Pbro. 

((489)) Otro Obispo suburbicario, el cardenal Luis Bilio, barnabita piamontés, quiso que don Bosco le proporcionase dos profesores 
salesianos para el seminario de Magliano, en su diócesis de Sabina. Los seminaristas eran muy pocos, y esperaba el Cardenal que la 
presencia de los salesianos atraería mayor número. Don Bosco difirió la respuesta; por fin, se cargó también con este sacrificio de 
personal, sabedor de que podía contar con el celo de los hermanos, a los que nunca parecía demasiado cuando se trataba de trabajar. 

En la elección del personal para las tres nuevas residencias el hombre conocedor del mundo hizo presente a los Capitulares que, en 
ciertas partes de Italia, se miraba mucho a las cualidades exteriores de la persona, de suerte que una buena presencia era ya allí una 
valiosa recomendación. Sin embargo, no dio exagerada importancia a esta consideración secundaria, que, en efecto, no le impidió enviar 
allá también en los años sucesivos a alguno de los imberbes jovencitos por él formados y capaces de dominar masas juveniles no sólo en 
los oratorios festivos, sino también en las escuelas. Uno de ellos fue el clérigo Picollo. Cuando don Bosco lo envió a Ariccia en 1878, 
tenía 
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una estatura y un aspecto tan juvenil, que, cuando pasaba por las calles, las madres del pueblo, con el sello característico y la simpática 
libertad tan propia de las gentes del Lacio, le gritaban: 

-Don «Palmito» »dónde te has dejado la niñera? 

Sin embargo, gobernaba su clase de primera elemental con más de cincuenta chiquillos a las mil maravillas. Cierto día, entró por 
sorpresa en su clase el Inspector escolástico, mal informado y anticlerical, y, al ver la disciplina y el silencio que reinaban en el 
numeroso grupo, se quedó atónito. Le mandó continuar la lección en su presencia, interrogó él mismo a los chiquillos, comprobó que 
tenía el título, obtenido en Mondoví con buenas calificaciones, y se despidió felicitando al diestro maestrillo. Con sus muchachos, 
llamémoslos así norabuena, don Bosco obró verdaderos prodigios. Es preciosa la carta que el buen Padre escribió a Picollo a Borgo San 
Martino, dándole la obediencia para Ariccia. 

((490)) Mi querido clérigo Picollo: 

Se ha cambiado el destino. Irás a Roma con el padre Gallo, harás una visita al Padre Santo, le besarás el pie de mi parte, le pedirás su 
santa bendición, y después saldrás para ir a santificar a los que viven en Albano y en Ariccia. 

Te santificarás a ti mismo con la exacta observancia de nuestras Reglas, con el coloquio mensual y con el puntual ejercicio de la buena 
muerte. Si se te presentan dificultades, escríbeme a menudo, exponiéndome tu vida, virtudes y milagros. 

Dios te bendiga, querido Picollo, y ruega por mí, que siempre seré en Jesucristo tu 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


Los socios destinados a los seminarios suburbicarios salieron de Turín en tres grupos: el 29 de octubre unos para Albano y dos para 
Magliano, el 7 de noviembre los de Ariccia y los otros de Albano y a últimos de noviembre los dos restantes 1. La vanguardia avanzada 
iba acompañada por don Antonio Sala, ecónomo del Oratorio, hombre de formas atléticas y alma de niño, pero bastante experimentado. 
En Roma pudieron ver al Papa, el cual, al pasar delante de ellos con los dos cardenales Bilio y Mertel, exclamó: 

-íHe aquí a don Bosco! 

1 Fueron destinados a Ariccia: Carlos Montiglio, sac.; Gaspar Seita, clér.; Luis Falco, coad. -A Albano: José Monateri, sac., director 
de las dos comunidades; Juan Bautista Sammori, sac.; José Pavía, clér.; Hermenegildo Musso, clér.; Juan Rinaldi, clér.; Esteban Trione, 
clér.; Francisco Varvello, clér. Iban también dos novicios coadjutores, Florencio Bono y Félix Bussa.-A Magliano: José Dashero, sac., y 
Blas Giacomuzzi, clér. 
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Veía a don Bosco en sus hijos. 

Dirigió después a cada uno una palabra paternal, mientras el cardenal Bilio hacía las presentaciones. Por último les dijo: 

-Os bendigo a todos vosotros, a los vuestros, a la Congregación y a vuestros alumnos en la obra que vais a emprender. 

Por fin se retiró dejándolos llenos de satisfacción 1: 

Los primeros llegados a Albano se encontraron sobrecargados de trabajo con las clases y el sagrado ministerio; por lo cual imploraron 
con urgente encarecimiento la pronta llegada de los esperados refuerzos. Don Bosco, después de leer las súplicas de uno de ellos, echó 
mano de un trozo de ((491)) papel cualquiera y escribió en él, improvisando, mientras celebraba sesión capitular, los siguientes versos, 
que, si no eran una poesía selecta, eran portadores, sin embargo, de animadora serenidad: 

Carissimo Rinaldi, Queridísimo Rinaldi: 

Datti pace e sta' tranquillo, Queda tranquilo y sereno, 
Chè D. Bosco pensa a voi, piensa en vosotros don Bosco; 
Vostri affanni sono i suoi, vuestros afanes conozco 
Pronto a´ta apporterà. y ayuda os voy a enviar. 

Mander\_ due campioni: Os mandaré a dos campeones: 
E Gerini 2 con Varvello, con Gerini irá Varvello, Tanto questo, quanto quello, que desplegarán gran celo; 
Virt¨ e scienza insegnerà. ciencia y virtud llevarán. 

Matematico è il primo, Matemático el primero, 
Letterato n'è il secondo, y literato el segundo, 
Ma con volto ognor giocondo con su semblante jocundo 
Quanto onore ognun farà. mucho honor conquistarán. 

Andrà un prete per la Messa Para la misa irá un padre 
In sollievo di Montiglio, que dará alivio a Montiglio, 
Che sebben sia bravo figlio, que, aunque es sumiso y sencillo, 
Già comincia a borbottar. ya empieza a protestar. 

Ma voi siate tutti buoni, Sed siempre alegres amigos, 
Sempre allegri e veri amici: felices y buena gente: 
Ricordate che felici que obrar bien es solamente 
Rende solo in buon oprar. lo que da felicidad. 

Don Bosco había confiado a don Celestino Durando, consejero del Capítulo Superior, las gestiones con el cardenal Bilio para 
Magliano. Hacía poco más de un mes que los salesianos trabajaban allí, cuando 

1 Véase Apéndice, doc. 45. 

2 Este clérigo fue substituido por el sacerdote Juan Bta.Sammori. 

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el Cardenal escribió a don Celestino una carta que debió alegrar mucho al Beato y conviene transcribir aquí íntegramente. 

Rvmo. Señor: 

No le parecerá mal recibir noticias mías sobre el profesor don José Daghero y el maestro clérigo Blas Giazomuzzi. Por las continuas 
relaciones que mantengo con el Delegado Provincial y con el señor Rector del Seminario, sé que ellos se portaron muy bien; estoy 
contentísimo y vuelvo a agradecérselo de corazón al Rvmo. don Bosco y a V. S., que me los han proporcionado. También ellos, según 
han escrito, están satisfechos del Seminario y de la ciudad y, a su vez, también el Seminario y los ciudadanos están plenamente contentos 
con ellos. Sean dadas gracias a Dios nuestro Señor; tal vez el corto número de alumnos de este año no corresponda a su gran celo; pero 
espero que la prueba de este año hará aumentar los alumnos. Estos dos maestros no sólo favorecen al Seminario con sus lecciones, sino 
que también sirven de edificación a toda la ciudad con su buen ejemplo, y por ello deseo que Giacomuzzi sea promovido pronto a las 
órdenes ((492)) sagradas; cuando V. S. crea oportuno hablar de ello a don Bosco, yo estaré bien dispuesto a ordenarle. 

Acepte los sentimientos de mi sincera gratitud, mientras con la mayor estimación me suscribo, 

De V. S. Rvma. 

Afmo. en Jesucristo Card. LUIS BILIO 
Obispo de Sabina. 

Volvamos al Piamonte. En Trinità, cerca de Mondoví, el comendador Dupraz y su esposa removieron cielos y tierra para que los hijos 
de don Bosco fueran allí, donde ellos tenían su casa de campo veraniega. Se calculaba que habría dificultades por parte de las 
autoridades civiles y de la población, algo fría en la práctica religiosa. Una vez obtenido el cordial consentimiento del Obispo, don 
Bosco pensaba ir, pero quería proceder poco a poco; primero con un simple oratorio festivo, después añadir algo de escuela, hasta tener 
unas escuelas organizadas y, por último, dar albergue a algún niño de los más necesitados y así gradualmente ir creando un internado, sin 
que en un principio se pudiese traslucir nada de todo este plan. Los comienzos fueron bastante prometedores; pero la prosecución no fue 
tan feliz. Se abrió la casa en el mes de noviembre en un local cedido para su uso por el Comendador y bajo la dirección de don Luis 
Guanella. Fue don Bosco, acompañado por don Celestino Durando, para inaugurar el oratorio festivo. Se mostraba contento y 
descontento a la par. Llegó allí la víspera y entró en la casa. Después de unos momentos de ceremoniosos cumplidos por parte de los 
señores, sacó el bonete y dijo: 

-Ahora me calo el bonete. 
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Con estas palabras quiso significar que, para dar comienzo a su obra, tenía que hacerse dueño de la casa. 

La obra parecía nacida con buena estrella. A mediados de diciembre las escuelas Dupraz, como se convino en llamarlas, tenían tres 
clases diurnas con ciento veinte alumnos, de ocho a dieciséis años, los más pobres del pueblo; y tres clases nocturnas para adultos. Estos 
llegaban al centenar y estaban repartidos en tres grupos según la edad: de los dieciséis a los veinte años, de los veinte a los treinta y 
((493)) de los treinta a los cincuenta. El oratorio festivo reunía a no menos de doscientos muchachos 1. íLástima que una obra tan bien 
encaminada no tuviera larga vida! Don Bosco, en una de sus visitas, durante una recepción en casa del Comendador, soltó como al 
desgaire la observación de que las ofrendas, si se hacían de corazón, hacían florecer sus obras. La indirecta iba para la inteligente señora, 
excesivamente apegada a sus haberes; pero ella prestó oídos de mercader. Esta actitud fue el motivo principal de que, a los tres años, 
hubiera que cerrar la casa. Y como es muy probable que nos falte ocasión propicia en otro lugar, ofreceremos aquí a nuestros lectores la 
importante carta que el Beato escribió a don Luis Guanella en abril de 1877 para darle normas de dirección. 

Queridísimo don Luis: 

He recibido varias veces sus cartas y siempre me han causado gran alegría. 

Doy gracias al Señor, que en tan breve tiempo nos ha ayudado a hacer lo que se ha hecho y que espero aumentará en adelante. 

Ya que no puedo verle ni hablarle a menudo, le envío algunas de las normas que acostumbro dar a los Directores de nuestras casas. 

1.° Vigilar la moralidad de los salesianos y la de los alumnos a ellos confiados. Procurar llamarlos para el coloquio mensual y que cada 
uno haga el ejercicio de la buena muerte una vez al mes. 

2.° Age quod agis. Todos los demás asuntos son secundarios, si se olvidan las cosas eternas; ocuparse, además, en perfeccionar las 
cosas, nuestros asuntos, las personas, y ayudarlas hasta donde sea posible en las penas y enfermedades. 

3.° Organizar la administración material de modo que cada casa viva con sus propios recursos; es más, si es posible, enviar alguna 
ayuda a la Casa Madre, que ha de cubrir muchos gastos para el sostenimiento del conjunto de la Congregación. 

4.° Preparar los sermones, escribirlos, ayudar a los salesianos en sus estudios, suministrando o indicando los libros oportunos. 

5.° Leer, meditar, practicar y hacer que los otros practiquen las Reglas de la Congregación. 

Haga cuanto pueda para dar curso y cumplimiento a estas sugerencias amistosas. 

1 Unità Cattolica, 1876, n.° 296 (22 de diciembre). 
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Salude cariñosamente en el Señor a todos nuestros salesianos, a saber, Traversino,Deppert, Lidovani y Boassi. 

Rueguen todos por mí, que siempre seré en Jesucristo 

Turín, 10-4-1877. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


((494)) Cerraremos el capítulo narrando el desarrollo de otra empresa de mayor envergadura, pero destinada también a quedar sin 
efecto, ciertamente no por falta de buena voluntad del Beato, que le dedicó sus mayores solicitudes. 

La confianza de Pío IX descansó en don Bosco para una obra de reforma que le interesaba sumamente y que requería caridad, 
paciencia y tacto. Para tratar el negocio como su importancia aconsejaba, el Papa dio a entender claramente a don Bosco que deseaba su 
presencia en Roma. En efecto, al entregar al cardenal Bilio cinco mil liras a remitirle para los gastos de la próxima expedición misionera, 
había añadido sonriendo: 

-Si viene don Bosco, decidle que yo pagaré los gastos del viaje. 

El Siervo de Dios comprendió, y no dudó un instante, pero determinó, sin más, acompañar a los Misioneros a Roma 1. 

Y he aquí el meollo de la cuestión. Cipriano Pezzini, natural de Cremona, con el fin de honrar a la Inmaculada Concepción a breve 
distancia de la definición dogmática, ideó en 1857 un Instituto religioso laical, llamado de los Hermanos Hospitalarios de María 
Santísima Inmaculada, Terciarios Capuchinos, o más sencilla y comúnmente Conceptinos, los cuales tuviesen como fin la asistencia de 
los enfermos recogidos en hospitales. Pero quien propiamente dio forma a la institución fue más tarde el hermano Monti, al que 
encontraremos más adelante. El Pontífice de la Inmaculada se dignó honrarlos con su especial benevolencia y protección. El Instituto 
floreció en sus comienzos; pero, al correr del tiempo, agitaciones internas habían reducido notablemente el número de los miembros y 
era inminente la amenza de un éxodo casi general de los restantes. En 1876 quedaban cincuenta, repartidos en tres casas: cuarenta y dos 
en Roma en el hospital del Espíritu Santo, donde el Papa les había construido una hermosa vivienda; tres en Orte y cinco en Cívita 
Castellana. La dirección espiritual de los hermanos estaba confiada desde el comienzo del ((495)) 

1 Véase Apéndice, doc. 46. 
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Instituto a los Capuchinos; pero la experiencia había demostrado la necesidad de un cambio en esto, y también en otros puntos. Pensó el 
Padre Santo que el hombre cortado para el caso era don Bosco; y por eso ordenó al cardenal Bilio que le escribiera diciéndole, que haría 
cosa muy grata a Su Santidad, si asumía cuanto antes este encargo, yendo personalmente unos días a Roma o enviando allí a algún sujeto 
capacitado de su Congregación. El Siervo de Dios, para secundar mejor el deseo del Papa, determinó ir en persona a Roma para conocer 
de visu cómo estaban realmente las cosas. Al dar relación del asunto al Capítulo Superior el 5 de noviembre, no dejó de el gran paso que 
daba la Congregación con aquel soberano honor que le concedía el Romano Pontífice. 

-Pero es un hecho, añadió enseguida, que ahora el número de nuestros sacerdotes es muy escaso. Si se puede suspender la decisión del 
Padre Santo, lo haremos; y si él nos mandara, nosotros responderemos: -Somos sus humildes servidores; será nuestra gloria poderle 
obedecer, aun con gran sacrificio, hasta su más mínimo deseo. 

Fue, pues, a Roma con los misioneros. Cuando el Papa le tuvo ante sí, le dijo: 

-Deseo que os cuidéis de los conceptinos, que tienen una misión sublime y pueden ayudar mucho a los enfermos para bien morir. Pero 
no debéis reformar o corregir, sino crear o, mejor, identificar las Constituciones de los conceptinos con las de los salesianos 1. 

Dócil como siempre a la voz del Vicario de Jesucristo, pidió únicamente por favor que Su Santidad se dignase darle por escrito su 
pensamiento para meditarlo y llevarlo mejor a efecto. 

Entre tanto no perdió el tiempo. Conferenció varias veces con monseñor Luis Fiorani, Comendador del Espíritu Santo 2 ((486)) y 
Protector del Instituto, y se informó por él sobre el estado del Instituto, los antecedentes del mismo y sus Constituciones, aprobadas para 
un quinquenio por vía de experimento. Una vez que se formó con estas conferencias una idea suficiente de lo que podía hacerse para 
corresponder a los deseos del Papa, compiló con Monseñor este memorial para presentarlo al Padre Santo por mediación de dicho 
Prelado, pues él tenía que salir de Roma. 

1 Carta de don Bosco al cardenal Bilio, Turín 29 de noviembre de 1877. 

2 Actualmente es el título de un Prelado Romano al que está confiada la iglesia del Espíritu Santo en Sassia, aneja al hospital del 
Espíritu Santo. En otro tiempo se denominaba así al gran maestre de la Orden hospitalaria de los canónigos regulares del Espíritu Santo 
en Sassia, suprimida por Pío IX. El hospital del Espíritu Santo fue fundado por Inocencio III en 1200 y fue durante mucho tiempo el 
mayor hospital del mundo. Se levanta en las cercanías del Vaticano, en la orilla derecha del Tíber. 
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El Instituto de los Hermanos Hospitalarios de María Santísima Inmaculada, Terciarios Capuchinos, va a recibir hoy nuevo impulso en 
su espíritu y en sus obras de caridad con los paternales cuidados de Vuestra Santidad que, por su propia iniciativa, se ha dignado 
quererlo confiar a la dirección de los Sacerdotes de la Congregación Salesiana de Turín y agregarlo a ésta. El Superior General de la 
misma Congregación, el sacerdote Juan Bosco, honrado por Su Santidad con el encargo de efectuar este cambio y encaminarlo al mayor 
bien del Instituto y del fin a que está dedicado, se ha puesto de acuerdo con el abajo firmante, Comendador del Espíritu Santo, según las 
órdenes recibidas de Vuestra Santidad. Se han tenido varias reuniones, y, el más arriba citado Superior General, después de haber sido 
plenamente informado del estado actual del Instituto y de todos sus antecedentes y haber estudiado las actuales Constituciones ya 
aprobadas en plan de experimento, ha podido formarse una idea suficiente de lo que puede hacerse en el sentido de corresponder a la 
Soberana Voluntad, y, para establecer las bases, implora por ahora de Vuestra Santidad las siguientes facultades, esto es: 

1.° Modificar y reducir las actuales Constituciones de los Hermanos Conceptinos según el espíritu de las de la Congregación Salesiana, 
salvo siempre el fin y la misión a que tiende el Instituto de los mismos Conceptinos. 

2.° Establecer la vida común, como está prescrito por el artículo 1.° del capítulo V. 

3.° Fijar un noviciado normal en el que se experimenten los hermanos postulantes antes de pasar a la vida activa en los Hospitales. 

4.° Poder establecer la vida de los Hermanos de modo que, entre sus diversas ocupaciones de caridad en favor de los enfermos, puedan 
constantemente cumplir las prácticas de piedad según el capítulo III de las mismas Constituciones. 

((497)) 5.° Servirse de estas facultades siempre de acuerdo con una persona de confianza de Vuestra Santidad, que ruega ser nombrada 
al efecto. 

Todo esto implora dicho Superior General y, reconociendo que todo ello es apto para alcanzar el fin deseado por Vuestra Santidad, el 
que suscribe, Comendador del Espíritu Santo, propone a Vuestra Santidad se digne conceder las facultades que por ahora se piden y 
nombrar la persona con la que dicho Superior deba entenderse para ejecutar el encargo que se le confió. 

LUIS FIORANI 

Se presentó el escrito al Padre Santo el 14 de noviembre, y el 17 se otorgó un rescripto que, al paso que respondía al deseo expresado 
por don Bosco en la audiencia antes mencionada, concedía todas las facultades pedidas. El original, según las órdenes de Su Santidad, se 
transmitió a la Congregación de Obispos y Regulares para su conocimiento y norma; y a don Bosco se lo comunicó oficialmente 
monseñor Fiorani en los siguientes términos: 

«La Santidad de Nuestro Señor se ha dignado conceder al sacerdote Juan Bosco todas las susodichas facultades, de las que hará uso de 
acuerdo con el suscrito Comendador del Espíritu Santo como Protector del Instituto; derogando, por consiguiente, en esta parte todo lo 
que de contrario pueda contenerse en los Estatutos de los Hermanos 
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Hospitalarios, aprobados por vía de experimento, y en cualquier otra disposición precedente. LUIS FIORANI, Comendador del Espíritu 
Santo». 

En orden al último artículo de las facultades concedidas por el Padre Santo, dispuso, además, que don Bosco podía ponerse de acuerdo 
con monseñor Fiorani, pero que, si deseaba alguna otra persona eclesiástica más, la nombraría a petición suya. 

El Beato don Bosco recibió estas comunicaciones cuando estuvo de vuelta en Turín, desde donde escribió al Papa una carta el 18 de 
noviembre en la que decía entre otras cosas: «Entre tanto me apresuré a leer las Reglas de los Conceptinos, que encontré muy afines con 
las de la Congregación Salesiana y con ligeras modificaciones se pueden identificar unas ((498)) con otras. Tal vez acarrea alguna 
dificultad llevar a los Conceptinos a la práctica del voto de pobreza y a la vida común, que está descrita en sus Constituciones, pero, con 
la paciencia y los santos consejos de Vuestra Beatitud, espero que lleguemos a alcanzar el fin. Vuestra Santidad se dignaba expresar el 
deseo de que esta piadosa empresa se llevara a término cuanto antes. Con mucha razón, porque esos religiosos, si bien tienen muy buena 
voluntad, sin un noviciado que ejercite a los alumnos en torno al conocimiento de las Constituciones y a la manera de observarlas, 
ejercerán un oficio desconocido, y aprendido sólo imperfectamente. 

»Es más, todo retraso puede resultar perjudicial para su mismo Instituto. Necesitaría que Vuestra Santidad permitiese que monseñor 
Fiorani me informara acerca del número de los Conceptinos, de las casas donde prestan servicio y de otras cosas, que conciernen a su 
estado moral y material, únicamente para mi norma. Para cuyo fin estoy dispuesto a cumplir en cualquier momento las santas 
disposiciones de V. B., y constituye general satisfacción entre los salesianos el pensar que el benévolo y benemérito Pontífice, que con 
todo derecho llamamos fundador y sostenedor de nuestra humilde Congregación, sea quien abra a la misma la primera casa en la ciudad 
de Roma. Dígnese Vuestra Santidad perdonar la filial confianza con que escribo, y permitir que, para facilitar la lectura de lo que le 
escribo, me valga de mi secretario». 

Hizo llegar esta carta a través de monseñor Fiorani, a quien envió juntamente un esquema de los artículos preliminares, que sirviesen 
de base para ulteriores trabajos. El Papa leyó la carta en presencia de Monseñor y luego se la hizo leer a él; vio el plan, lo alabó y quedó 
muy satisfecho de su celo por aquella obra, que tanto preocupaba a Su Santidad. 
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El esquema de don Bosco, que lo consideraba como una añadidura que debía hacerse a las Constituciones de los Conceptinos, era éste: 

((499)) Apéndice a las Constituciones de los Hermanos Hospitalarios de María Santísima Inmaculada, llamados Conceptinos. 

No permitiendo el estado actual de las Ordenes Religiosas a los RR. PP. Capuchinos llevar la dirección de los H. Hospitalarios, como 
con tanto celo lo han hecho durante muchos años, Su Santidad se ha dignado confiar este cargo al Superior de la Congregación 
Salesiana. Y para que pueda reinar en los dos Institutos unidad de mando, de espíritu y de administración, fundamento de las 
comunidades religiosas, Su Santidad, con rescripto (17 de noviembre de 1876) concedía al sacerdote Juan Bosco: 

1.° Modificar y reducir las actuales Constituciones de los Hermanos Conceptinos, según el espíritu de las de la Congregación 
Salesiana, salvos siempre la misión y el fin a que tiende el Instituto de los mismos Conceptinos. 

2.° Establecer la vida común como está prescrito por el artículo 1.° del capítulo V. 

3.° Fijar un noviciado normal en el que se experimenten los hermanos postulantes, antes de pasar a la vida activa en los hospitales. 

4.° Poder establecer la vida de los hermanos de modo que, entre las diversas ocupaciones de caridad en favor de los enfermos, puedan 
constantemente cumplir las prácticas de piedad, según el capítulo III de las mismas Constituciones. 

5.° Servirse siempre de estas facultades de acuerdo con una persona de confianza de Su Santidad, que ruega sea nombrada a este 
efecto. 

Como quiera que semejante trabajo requiere un tiempo para su realización y más todavía por las incumbencias que deben cumplirse 
ante la Santa Sede, y, por otro lado, interesándole mucho a Su Santidad que los dos Institutos se encuentren cuanto antes en una posición 
estable y normal, se ponen ahora como base las siguientes disposiciones: 

1.° El Instituto de los Conceptinos deja de pertenecer a la Tercera Orden de San Francisco de Asís y de ser dirigido en el espíritu por 
los RR. PP. Capuchinos y en cambio queda perpetuamente afiliado a la Sociedad de San Francisco de Sales en Turín. 

2.° La dirección espiritual de los hermanos Conceptinos, tanto profesos como novicios, queda perpetuamente confiada a los sacerdotes 
de dicha Congregación Salesiana, que serán nombrados al efecto por el Rector Mayor de la misma Congregación. 

3.° El cargo de Superior General de los Conceptinos corresponderá al Rector Mayor de la Congregación Salesiana, el cual podrá 
también nombrar a un representante suyo entre los salesianos residentes en Roma. 

4.° El Superior de la Congregación Salesiana proveerá de todo lo necesario a los Conceptinos, lo mismo en estado de salud, que en 
caso de enfermedad. Pero, dado que ninguno de los dos Institutos posee nada ((500)) en común, su sustento queda completamente 
confiado a la divina Providencia de cada día, al trabajo de los religiosos y a la caridad inagotable del Padre Santo, que ha sido siempre 
insigne bienhechor espiritual y temporal de estos dos Institutos. 

5.° Todos los Conceptinos son considerados, como lo son de hecho, verdaderos Cooperadores Salesianos; por lo tanto, pueden gozar 
de todas las gracias espirituales 
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e indulgencias, que el Sumo Pontífice ha concedido a los salesianos y a los Cooperadores Salesianos con muchos Breves, y 
especialmente con el del 9 de mayo de 1876. 

6.° El Superior de la Congregación Salesiana enviará un número suficiente de sacerdotes, según la necesidad, a la casa de noviciado y 
a las Casas confiadas a los Conceptinos, pero la parte material y disciplinar estará confiada siempre a un hermano Conceptino. 

7.° En la Casa del Noviciado será elegido también un hermano Conceptino para la asistencia de los novicios: procurará que sean 
instruidos en la religión, en la observancia de sus Constituciones y en las reglas de la buena crianza; dará también su parecer para que un 
hermano pueda ser admitido a la profesión religiosa, y considerarse bastante instruido en sus deberes, y ofrecer seguridad moral de que 
en su oficio promoverá la gloria de Dios y el bien de las almas. 

8.° La designación de los cargos, la aceptación, la admisión al noviciado y a la profesión religiosa pertenece al Superior de la 
Congregación Salesiana, pero siempre con el parecer del Director y del Prefecto o Ecónomo Conceptino de la casa donde reside el 
postulante. 

Estos ocho artículos quedan definitivamente establecidos una vez que Su Santidad se digne dar a los mismos su suprema sanción. Hay 
además algunas cosas contenidas en el Rescripto del 17 de noviembre de 1876, que tienden a uniformar las Constituciones de los 
Conceptinos con las de los Salesianos. Esto se está haciendo y, tan pronto como quede concluido este trabajo, será presentado a la Santa 
Sede para que sea examinado y modificado, como pareciere más oportuno para la gloria de Dios. 

Esta conformación de los dos Institutos se hará de común acuerdo y con el consentimiento de S. E. monseñor Fiorani, Comendador del 
Espíritu Santo, para que él pueda así estar en condiciones de dar cuenta a Su Santidad, que tanto se digna interesarse por la prosperidad 
de estos dos Institutos. 

Don Bosco estudió detenidamente durante más de un mes las Reglas de los Conceptinos; pero, mientras las estudiaba, pensó que sería 
útil que estuviera en el Oratorio durante unos días el Superior de los Conceptinos u otro Conceptino idóneo para que se informara en el 
propio lugar acerca del espíritu de la Congregación Salesiana. Holgaba ((501)) decir que la presencia de tal religioso también le 
aprovechaba a él, que debía necesitar muchos informes. En cuanto monseñor Fiorani conoció el deseo de don Bosco, mandó salir de 
Roma al hermano Gregorio de Jenne, ex-superior. 

«He preferido a éste, escribió el 23 de noviembre, porque el Superior actual está con permiso fuera de Roma por motivos de salud, y 
porque dicho Fray Gregorio tiene mucho interés por el Instituto y muy buena voluntad de cooperar; y como ha sido ya Superior, está 
bien informado de todo». 

El Padre Santo aprobó la ida del ex-superior. 

Monseñor Fiorani entregó al Conceptino un carta para don bosco en la que, después de contestar a algunas observaciones que él le 
había 
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hecho con respecto al local destinado para habitación de los salesianos, le daba unas aclaraciones en torno a cosas dichas en el escrito 
presentado al Papa. 

«He leído en su carta al Padre Santo que usted teme haya alguna dificultad para llevar a los Conceptinos a la práctica del voto de 
pobreza y de la vida común tal como está descrita en sus Constituciones. 
Pero creo que no se hallará en realidad esta dificultad, porque las Constituciones no introdujeron una novedad, sino que declararon lo 
que desde hacía veinte años ya practicaban ellos de hecho; los mismos Conceptinos tampoco pusieron ningún reparo en este punto, sino 
que estuvieron muy conformes con todo, y todo habría marchado bien, sin nuevos accidentes que lo echaron todo a perder, según pienso 
habérselo ya indicado. Pero esto no quita en absoluto que Vuestra Paternidad pueda modificar como mejor le parezca para la 
identificadión con las reglas Salesianas, siempre a salvo la misión y fin del Instituto. Pero desearía que se les dejara a los Conceptinos 
con su nombre, que recuerda a María Santísima Inmaculada, bajo cuyo lábaro especialmente militan, y el comienzo del Instituto, en la 
época de la definición del dogma, como también su actual hábito, incluso para no causar demasiada extrañeza a las actuales autoridades 
del Hospital con novedades exteriores. Me entero además de que desea conocer bien el estado material de las casas y Hospitales, donde 
trabajan los religiosos, su número, y ((502)) si están cubiertos todos los cargos. En lo tocante a todo esto, mejor que por un informe 
escrito, quedará plenamente enterado de viva voz por el mencionado Fray Gregorio, de quien puede fiarse enteramente. Como verá, los 
Conceptinos, que eran bastante numerosos e iban en aumento, en el momento actual están reducidos a muy pocos, pues salieron muchos 
después de los percances dichos. Y según me han notificado ahora, en diciembre iban a salir casi todos por una nueva disposición que, 
sin mi conocimiento, iba a tomar quien actualmente los gobierna. Hoy ésta ya no rige, pero confieso que la idea del Padre Santo de 
acudir a usted y a su Congregación ha sido una verdadera inspiración de Dios, que no ha querido permitir la total dispersión de este 
Instituto y, por el contrario, según espero, lo hará aumentar y florecer en su verdadero espíritu». 

Fray Gregorio llegó a Turín el 26 de noviembre. Era todavía joven y lleno de vida, parecía persona sensata y prudente. Al día siguiente, 
estando en audiencia con don Bosco, entraron los miembros del Capítulo Superior. El Beato dijo al Conceptino: 

-El punto principal que debe ponerse a la consideración de sus hermanos es éste: que estén convencidos de que nosotros hacemos de 
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mil amores todo lo que podemos por su bien; que no queremos anular su Instituto, sino conservarlo, perfeccionarlo y ayudarlo a crecer. 
Cualquier cosa que el Padre Santo disponga con respecto a esto, estén convencidos de que no tenemos más intención, que la de secundar 
sus deseos. Nosotros no queremos introducir novedades, sino únicamente consolidar lo que ya está establecido. 

Después de lo cual el religioso se retiró. 

Abierta la sesión del Capítulo, don Bosco hizo una amplia exposición del asunto. Y, puesto que se escribieron sus palabras 1, nos 
ahorramos hacer con ellas nuestra narración y preferimos que los lectores oigan a don Bosco mismo. El habló de esta manera: 

-El gran mal de los Conceptinos está en que ((503)) nunca tuvieron un noviciado regular. Tienen sus reglas y me parecen estupendas; 
pero no las cumplieron nunca. Ingresaron e ingresan personas, que, de mucho tiempo atrás, llevaban gangrena en la conciencia, y ellos, 
con tal de que presenten un certificado de buena conducta del párroco, los aceptan. Es imposible que una Congregación hecha así pueda 
prosperar. Nosotros podíamos prescindir de un noviciado regular, porque no recibíamos nunca a ningún extraño, sino siempre a jóvenes 
bien conocidos a lo largo de algunos años, y criados, puede decirse, bajo nuestros ojos; pero ahora también empiezan a venir a nuestra 
Congregación forasteros, y de ahí la necesidad también para nosotros de poner un noviciado regular, sin el cual no podríamos ir adelante. 

-Ahora lo que temen es que vayamos nosotros allá y los hagamos salesianos, destruyendo su Instituto; por eso piden que se respete su 
autonomía absoluta, con sus superiores independientes; en resumidas cuentas, querrían que nosotros no fuéramos más que superiores de 
nombre y casi diría sus capellanes. A ello los instigan los capuchinos, diciéndoles: -Ya no nos queréis a nosotros; pues bien, he ahí que 
irá don Bosco y vosotros, que no queréis ser franciscanos, os veréis obligados a haceros salesianos. El os hará andar derechos, pondrá 
nuevas reglas, etc. Y esto nos lo dice monseñor Fiorani y los mismos Conceptinos lo apuntan en la carta, que dirigen a este Hermano 
suyo, autorizándole para tratar conmigo. Yo contesté que se les deja su autonomía, y que nosotros únicamente tenemos autoridad 
absoluta en las cuestiones de dirección, administración y moral. 

-»Pero qué nos deja?, me han preguntado. 

-El fin del Instituto, el hábito, el nombre, etc. 

-La cuestión, en sus verdaderos términos, consiste en esto. Los 

1 Crónica de don Julio Barberis, 27 de noviembre de 1876. 
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capuchinos, que tenían su dirección, no les gustaban; hubo hechos verdaderamente desagradables porque se les quería obligar a dejar de 
ser conceptinos y hacerse capuchinos. De ahí que ellos, aún últimamente, de nuevo y en corporación, interpusieron recurso al Papa, 
protestando contra la opresión y poniéndose en sus manos, ((504)) rogándole que les diese una dirección a su gusto, pero de modo que 
estuviese asegurada la estabilidad y el florecimiento de la Orden. El Padre Santo ahora lo ha puesto todo en nuestras manos, para que yo 
buscase el medio mejor que me pareciera posible para arreglar las cosas. Yo he reflexionado mucho, he rezado y después he escrito una 
memoria, que sirviera de base para todo lo que me parecía que se debía hacer, y la he enviado al Padre Santo, el cual quedó muy 
satisfecho, la aprobó y me envió a decir que siguiera adelante sobre estas bases. Es más, monseñor Fiorani me escribe que el Padre 
Santo, después de leer el plan trazado por mí, se lo pasó a él, que es el protector del Instituto, diciéndole: 

-í Leed, es una obra maestra! No podía esperar nada mejor. 

Así pues, el asunto está casi concluido para nosotros, mas sin que los conceptinos sepan todavía nada de ello. Ahora hemos de 
encontrar la manera más conveniente de proceder para llevar a cabo el plan con satisfacción por ambas partes. La memoria que yo he 
enviado al Padre Santo es, digámoslo así, un desarrollo de este principio: «Los conceptinos acepten nuestras Reglas y obsérvenlas 
íntegramente: el Superior General de los salesianos sea también su Superior». Se añadirá después para ellos un apéndice a nuestro 
Reglamento, con las normas para la buena dirección de los hospitales. 

-Sin embargo, por esta tarde, es inútil que sigamos por más tiempo con este tema, porque todavía no se puede llegar a ninguna 
conclusión. Cuando se aclaren más las cosas, entonces volveremos a reunirnos y veremos qué hay que hacer. El motivo que mantiene a 
los conceptinos tan opuestos a una dirección ajena, parece que procede de un resorte secreto de interés. Con el voto de pobreza recibe 
cada uno cuarenta y cinco liras mensuales de las que pueden disponer a discreción y temen, con mucha razón, que se les quite este 
peculio. 

En el curso de las entrevistas con el conceptino, don Bosco elaboró un segundo plan de artículos fundamentales, en parte sacados del 
plan anterior, en parte nuevos, y lo envió a monseñor Fiorani, rogándole lo presentara al Padre Santo. 

((505)) Apéndice a las Constituciones de los Hermanos Hospitalarios de María Santísima Inmaculada, llamados conceptinos. 
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Las Constituciones de los Hermanos Conceptinos, actualmente aprobadas ad quinquennium como experimento, quedan firmes en 
general y serán observadas con las siguientes modificaciones. 

1.° El Instituto de los Conceptinos deja de pertenecer a la Tercera Orden de San Francisco de Asís y de ser dirigido espiritualmente por 
los RR. PP. Capuchinos y queda en cambio perpetuamente afiliado a la Sociedad de San Francisco de Sales erigida en Turín. 

2.° La dirección espiritual de los Conceptinos, así profesos como novicios, queda confiada perpetuamente a los Sacerdotes de dicha 
Congregación Salesiana, nombrados a este efecto por el Rector Mayor de la misma Congregación. 

A más de estas disposiciones perpetuas, se observará por ahora cuanto sigue hasta nuevas disposiciones de la Santa Sede. 

1.° El cargo de Superior General de los Conceptinos será ostentado por el Rector Mayor de la Congregación Salesiana, el cual podrá 
también nombrar un representante suyo entre los Salesianos residentes en Roma. 

2.° En la Casa Madre del Espíritu Santo residirán dos Sacerdotes Salesianos, uno de los cuales será el confesor y Director de los 
conceptinos y el otro, con el título de Ecónomo, dirigirá al Superior Conceptino y en general todo lo que se refiere a la administración 
temporal de todo el Instituto y a la parte disciplinar. 

3.° En la casa del Noviciado se nombrarán igualmente otros dos Sacerdotes Salesianos, uno como Confesor y Director de los Novicios, 
y el otro para la dirección de la marcha de la Casa. 

4.° Los cargos de los Hermanos Conceptinos en Roma quedan limitados por ahora como sigue: en la Casa Madre habrá: 1.° el Superior 
de la Casa; 2.° su Vicario; 3.° tres Consejeros. La Casa del Noviciado está bajo la dependencia del Rector de la Casa. Seguirá también 
habiendo un superior en los hospitales de Orte y Cívita Castellana, donde residen los Conceptinos. Todas estas Autoridades de los 
Conceptinos tienen voto consultivo, cuando son llamados a dar su parecer. La duración en los cargos es de un trienio. 

5.° El Superior de la Casa Madre es elegido por el Rector Mayor, entre una terna formada con el voto de todos los Conceptinos 
profesos residentes en Roma. El Superior podrá elegir su Vicario. Todos los demás cargos de Consejero, Maestro de Novicios y Superior 
de los Conceptinos residentes en Orte y Cívita Castellana son de nombramiento absoluto del Rector Mayor. 

6.° La admisión de los Novicios y su despido antes de la profesión compete exclusivamente al Salesiano Rector de la Casa del 
Noviciado. 

7.° La facultad de expulsar a los Conceptinos profesos, si resultaren inútiles las amonestaciones y correcciones, compete 
exclusivamente al Rector Ecónomo de la Casa Madre. 

((506)) 8.° El Rector Mayor de la Congregación Salesiana tiene plena facultad para prescribir las prácticas de piedad a observar por los 
Conceptinos, modificar en alguna parte su hábito, regular y mejorar su comida y en general dar las disposiciones que crea más 
convenientes para la buena marcha del Instituto y para el fin a que tiende, así en lo espiritual como en lo material. 

9.° Los cuatro sacerdotes Salesianos dependen del Rector Mayor y a él, o a quien haga sus veces, deben dar cuenta de su cargo. Pero 
quedando siempre firme la calidad de Protector del Instituto en el Monseñor Comendador del Espíritu Santo; los Salesianos mismos, 
especialmente si se les pide, le tendrán informado de la marcha del Instituto y de su administración, para que pueda de este modo estar 
en condiciones 
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de informar a Su Santidad, que tanto se digna interesarse por la prosperidad del Instituto. 

Esta presentación se hizo el 12 de diciembre. Monseñor informó a don Bosco dos días después sobre la audiencia y don Bosco 
comunicó su informe al Capítulo Superior el 17. Sacaremos también de la crónica de don Julio Barberis esta relación. Dijo don Bosco: 

-Hace una semana que salió el Conceptino que estuvo con nosotros. Monseñor Fiorani me escribe ahora una hermosa carta, que en 
sustancia dice así: 

«Me presenté a Su Santidad y me dijo que está muy contento de los proyectos de V. S. sobre los Conceptinos; que, sin embargo, en 
algún punto tiene sus ideas propias, que me manifestó para que yo se las comunicase; pero esto no puede hacerse más que de viva voz. 
Su Santidad le invita a venir a Roma para concluirlo todo; no venga solo, traiga consigo ya a un sacerdote para tomar en seguida la 
dirección del Hospital el Espíritu Santo». 

-Lo he pensado mucho, he reflexionado, he rezado; ya no se trata más que de actuar, pues es el Padre Santo quien habla. He contestado 
que saldré a primeros de enero, que iré con un sacerdote y que nos prepararemos para oír el parecer de Su Santidad y cumplirlo. No se 
trata, pues, de ir allá para proponer, sino para cumplir lo que se nos sugiera. La única dificultad es ésta: »a quién puedo llevar a Roma 
como director? He escrito ya a Lanzo, he hablado con don Juan Bautista Lemoyne; su prefecto, el reverendo Scappini, parece muy apto 
para este cargo; es muy emprendedor, tiene finos modales, y además necesitamos ((507)) en absoluto tener en Roma un sacerdote que 
sea, casi diría, nuestro Procurador general. Así estableceremos enseguida la provincia romana. Ya estamos de acuerdo con don Juan 
Bautista Lemoyne sobre cómo arreglar las cosas allí. Yo saldría a primeros de enero y me quedaría en Roma hasta que estuviera todo 
completamente organizado, pues no quiero dejar las cosas a medias en este asunto; y luego, antes o después de la fiesta de san Francisco 
de Sales, iría a Liguria, a Niza y a Marsella. Para el Hospital del Espíritu Santo me piden solamente un sacerdote con un sirviente, 
diciendo que para el Director o Capellán no hay más que dos habitaciones. Veré también qué sentimientos animan a la Comisión 
directora de aquel Hospital. Si podemos hacérnosla benévola y ganárnosla, podrá poner a nuestra disposición dos habitaciones, y hasta 
cincuenta. Y después también veremos allí mejor cuál es la intención del Padre 
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Santo. Debemos mirar esto antes de dar ningún paso; pues no vamos a discutir o sugerir, sino a escuchar para después actuar. 

Así, pues, resumiendo, hasta ahora todo agradaba al Padre Santo, todo marchaba bien, según monseñor Fiorani, y no hacía falta más 
que una entrevista para acabar de entenderse; mientras tanto, don Bosco podía llevar consigo a un sacerdote, para asumir enseguida la 
dirección de los Conceptinos; las cosas estaban claras y llanas. Pero nada más llegar don Bosco a Roma en enero de 1877 con un 
sacerdote salesiano para la dirección de los Conceptinos, lo claro se puso turbio y lo llano chocó con obstáculos de distinta clase. Mas 
por ahora no queremos avanzar más allá del año 1876 1; veremos el epílogo en el volumen décimo tercero. 

La actividad de este año despertó algún temor en el ánimo de los más íntimos amigos de don Bosco. »No eran demasiadas las cosas 
que abarcaba simultáneamente? El padre Segundo ((508)) Franco de la Compañía de Jesús, que era muy apreciado en Turín y quería 
mucho a don Bosco, fue un día a visitarlo con la intención de manifestarle la duda de que la inauguración de tantas casas cada año podía 
causar graves inconvenientes a su Congregación. El Siervo de Dios, tan pronto como lo vio, le miró con la sonrisa que solía asomar a sus 
labios en ciertos momentos especiales, y, sin darle tiempo a abrir la boca, le explicó los graves motivos que le obligaban a emprender 
nuevas fundaciones. Su interlocutor quedó maravillado y sin palabra, convencido de que don Bosco había leído en su corazón. Narrando 
después a don Juan Bautista Francesia el hecho, concluía: 

-íExactamente lo mismo que le sucedió a san Ignacio de Loyola! 

1 Con fecha 9 de marzo de 1864, había recibido don Bosco del padre Capuchino Angel M. del Tufo, Director a la sazón de los 
Conceptinos, una carta muy útil para conocer más a fondo al Instituto; la publicamos en el Apéndice, doc. n.° 47. 
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((509)) 
CAPITULO XVIII 
SALIDA DE LA SEGUNDA EXPEDICION DE MISIONEROS 
LA salida para la segunda expedición de veintitrés 1 misioneros estaba fijada para el 7 de noviembre. El Beato don Bosco difundió 
ampliamente la noticia, repartiendo una circular que, con el estilo sosegado característico del Siervo de Dios, aun cuando aludía de 
refilón a las necesidades «para equipo y viaje», sin embargo no dejaba traslucir la menor ansiedad o preocupación de tipo material. 

ORATORIO SALESIANO 

CALLE COTOLENGO, n.° 32 

Turín, 4 de noviembre de 1876
Benemérito Señor:


Con gran satisfacción tengo el honor de participar a V. S. que la función de despedida de nuestros Misioneros para América se 
celebrará el martes por la tarde en la iglesia de María Auxiliadora. 

((510)) Empezará a las cinco de la tarde con las vísperas, a las que seguirá una platiquita de ocasión. Después de la Bendición con el 
Santísimo y de invocar el auxilio de la Augusta Madre de Dios, se impartirá la bendición a los que salen de viaje. Con la despedida 
fraterna se cerrará la piadosa función. 

A las siete irán los misioneros directamente de la iglesia a la estación, con dirección a Roma. 

La salida de Génova está fijada para el día 14 de este mes por la mañana. 

Faltan todavía algunas cosas para el equipo y el viaje, y por esto la colecta que en esta ocasión se hará en la iglesia, se destinará a este 
fin. 

1 Sacerdotes: 1. Don Francisco Bodrato. -2. Don Luis Lasagna. -3. Don Esteban Bourlot. -4. Don Tadeo Remotti. -5. Don Miguel 
Fassio. -6. Don Agustín Mazzarello. 

Clérigos: 7. Espíritu Scavini. -8. Ramón Daniele. -9. Emilio Rizzo. -10. Marcelino Scagliola. -11. Carlos Ghisalbertis. -12. Luis 
Farina. -13. Evasio Rabagliati. 

Coadjutores: 14. Juan Barberis. -15. Antonio Bruna. -16. José Bassino. -17. losé Viola. -18. Santiago Ceva. -19. Félix Caprioglio. 

20. Antonio María Tardini. -21. Antonio Roggero. -22. Francisco Frascarolo. -23. Pedro Sappa. 
Se habla a veces de veinticuatro; hacía este número aquel Adamo, de quien hemos hablado (pag. 211, n.° 2). 
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Será un placer para todos si V. S. honra con su presencia esta función. Mientras tanto, pidiendo para usted todo bien del Cielo, me 
complazco en profesarme, 

De V.S. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

En la sesión capitular del 5 de noviembre se determinó, entre las deliberaciones tomadas para la ceremonia de la despedida, invitar 
respetuosamente al señor Arzobispo para que diera la bendición; y se encargó a don Celestino Durando de cursar la invitación. En el 
caso de que Monseñor no pudiera asistir, díjole don Bosco que le pidiese permiso para que los misioneros fueran al menos a visitarlo 
antes de partir. El resultado fue el que se presagiaba; por eso los misioneros fueron al Palacio Arzobispal el día 7 a las diez y media de la 
mañana. Su Excelencia los recibió cortésmente y les dio un recuerdo. Fue invitado para la bendición monseñor Anglesio, Superior del 
Cottolengo. 

Aquella mañana hicieron los alumnos, al igual que el año anterior, el ejercicio de la buena muerte; los estudiantes tuvieron vacación 
todo el día y los aprendices por la tarde. La comida de los Misioneros, alegrada con la banda de música y la presencia de distinguidos 
invitados, se retrasó hasta las tres. A eso de las cinco estaba la iglesia de bote en bote. Asistían todos los alumnos del Oratorio. A las 
cinco empezó el desfile de los misioneros desde la sacristía. Llegaron al presbiterio y se arrodillaron en el larguísimo banco preparado 
para ellos. Los sacerdotes y los clérigos llevaban manteo y sombrero ((511)) al estilo español. Se cantaron las vísperas, pronunció don 
Bosco su discurso, interpretó la schola cantorum un motete, el Tantum ergo y se dio la bendición con el Santísimo Sacramento. A 
continuación, el Itinerarium clericorum, el abrazo y el adiós a los Hermanos, alineados junto a los peldaños del altar. Inmediatamente 
salida hacia la puerta por en medio de la iglesia, subida a los coches y ía la estación! Todo se hizo tal y como ya lo describimos en el 
undécimo volumen, y se repitieron las conmovedoras escenas del año anterior. Un diario describió así el abrazo fraterno 1: 

«Describir esta escena sublime es imposible. Sólo puede comprenderlo quien sepa qué significa vivir muchos años juntos y separarse 
con la idea de, tal vez, no volverse a ver más en esta tierra». 

Llegaron a la estación justamente un minuto antes de que saliera 

1 Unità Cattolica, 10 de noviembre de 1876. 
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el tren. Allí se juntaron a los misioneros los salesianos destinados a Ariccia y parte de los que debían ir a Albano. Dice lacónicamente la 
croniquilla de don José Lazzero: «Acompañaba a todos el querido don Bosco». El había hablado poco antes en estos términos al nutrido 
auditorio de María Auxiliadora, dirigiéndose particularmente a los muchachos y a los Hermanos: 

Hace un año, amados hijos, que por estas mismas fechas y desde esta misma iglesia de María Auxiliadora, partía el primer grupo de 
misioneros salesianos hacia la República Argentina, para catequizar y evangelizar a aquellos pueblos, y también para abrirse camino 
hasta llegar a las tribus de Pamperos y Patagones, tribus salvajes y feroces como pocas. Asistimos a aquella partida y los despedimos con 
lagrimas de conmoción, o mejor de satisfacción por la obra que se iba a comenzar. 

Desde este mismo púlpito se les dirigían afectuosas palabras de aliento y despedida, recordando que no hacían mas que obedecer las 
palabras del Divino Salvador a los Apóstoles: Euntes in mundum universum praedicate evangelium omni creaturae, y así ellos 
continuaban precisamente la obra apostólica. Al mismo tiempo se les decía: 

-Vosotros marcháis pero no estaréis solos; nosotros os acompañaremos siempre con el pensamiento y con la oración; otros y después 
otros os seguirán en vuestra noble empresa, y serán compañeros vuestros, y si fuese menester, todos nosotros estamos dispuestos a partir, 
((512)) para ir a unirnos a vosotros en el campo evangélico que la divina Providencia nos esta preparando. 

Lo que entonces se decía como un piadoso deseo, ahora se va convirtiendo en realidad. Y he aquí que en este momento veo ante mí un 
modesto grupo, una pequeña compañía de salesianos que, animados por los mismos pensamientos que alimentaban los de la primera 
expedición, están ansiosos de ir lo antes posible a reforzar las filas de sus compañeros. 

Esta tarde me propongo hacer una breve platica, dejando totalmente de lado los temas aptos para arrancar las lagrimas al que habla y a 
los que escuchan, y que en esta circunstancia me impedirían seguir el discurso. Tampoco creo oportuno, queridos hijos, sugeriros en este 
momento normas de vida y de prudencia, que pueden parecer útiles a los que van a aquellas remotas tierras. 

Quiero exponeros solamente dos pensamientos. El primero se refiere a lo que hicieron aquellos diez compañeros nuestros, después de 
la memorable tarde, en la que, en presencia de Jesús Sacramentado, ante la imagen de María, nos dieron el fraterno adiós. Os daré unas 
breves noticias de ellos para que veáis cuan extraordinariamente grande es el bien que puede hacerse y cómo los que están animados de 
verdadero celo por la salvación de las almas, son bendecidos y protegidos por el Señor y respetados y amados por los hombres. 

El segundo pensamiento es señalar la mies, que Dios nos tiene preparada en América del Sur. Es mucho lo que hay que hacer en 
aquellas regiones; es grandísimo el bien que queda por cumplir, es muy vasto el campo. Vosotros, pues, podéis continuar cada vez mas 
la obra de los apóstoles, trabajando esforzadamente en la viña del Señor. 

Amadísimos hijos, escuchad: Dios os ve, Dios os escucha, por eso sean sólo para El todo honor y gloria. Si algo se refiere a nuestras 
pobres personas, como humildes instrumentos, de los que El quiso servirse, nosotros diremos siempre: se hizo por la 
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gracia de Dios y por tanto sólo a él sean dados el honor y la gloria: soli Deo honor et gloria! 

Fueron primero a Roma para recibir la bendición del Padre Santo; el Vicario de Jesucristo los acogió cordialmente; tras recibir de El la 
misión, volvieron a Turín y partieron de nuevo el 11 de noviembre; el 14 zarpaban de Génova rumbo a la República Argentina. Tras un 
largo y feliz viaje, cuyos detalles están descritos en un libro a propósito para quien desease leerlo, arribaron a Buenos Aires. Allí 
tuvieron un recibimiento tan extraordinario como apenas podían esperarse de los más grandes amigos, especialmente del docto y piadoso 
Arzobispo, que los trata como padre amoroso a sus hijos. Se esparció la voz de su llegada y enseguida se movieron muchos, 
especialmente italianos, que salieron a su encuentro, en gran número, para obsequiarlos y suplicarles que se quedaran en dicha ciudad 
para atender a sus familias y a sus ((513)) compatriotas. Los misioneros iban decididos a trasladarse todos a San Nicolás de los Arroyos, 
para trabajar en aquella viña, que parecía había de ser roturada la primera; pero tanto insistieron los de Buenos Aires, y era tan grande la 
necesidad que allí había de predicadores evangélicos, que hubo que contentarlos y dividir en dos grupos el personal; tres se quedaron en 
Buenos Aires. 

Es útil repetir que el fin de esta misión era prestar ayuda moral a los muchachos italianos, que viven en América del Sur, y hacer un 
primer ensayo de aproximación a los salvajes de las Pampas y de la Patagonia. Algunos antiguos alumnos del Oratorio, que se habían 
instalado en aquella ciudad y en los pueblos de la provincia, acudían con verdadero entusiasmo, ansiosos de ver a sus compañeros de 
oficio, de estudios y de juegos. 

Por esto nos ofrecieron enseguida en Buenos Aires la dirección de la iglesia dedicada a la Madre de la Misericordia, llamada también 
iglesia de los italianos y don Juan Cagliero comenzó inmediatamente una serie de sermones, con motivo de la novena de Navidad. Se 
obtuvo un gran fruto, y acudía la gente a escucharlo desde más de veinte y treinta leguas. La iglesia estaba siempre abarrotada, lo mismo 
para oír los sermones en italiano que en castellano, que alternaban mañana y tarde. Muchas horas del día estaban consagradas a las 
confesiones y, como no se podía atender a todos los hombres que se presentaban por la escasez de tiempo y lugar, hubo que continuar, 
después de la fiesta de Navidad, predicando y confesando durante la octava. Y no paró ahí; parece que sigue aumentando continuamente, 
tanto que se piden más misioneros, para que no tengan que perecer con las fatigas los que actualmente están allí. 

Mientras tanto los otros siete siguieron viaje hasta San Nicolás, que dista de la capital veinticuatro horas de navegación fluvial. Creían, 
según los acuerdos, encontrar allí el colegio con su iglesia preparado para admitir un centenar de muchachos; pero la obra estaba sólo 
comenzada y no había local preparado más que para seis u ocho muchachos. Los salesianos no se desconcertaron. Ayudados por algunas 
buenas personas del lugar pusieron ellos mismos manos a la obra. Era hermoso ver cómo, al tiempo que empezaban a dar clase, cada uno 
se transformaba en maestro de todo. Ellos mismos hacían de contratistas, maestros de obras, albañiles, cerrajeros y carpinteros. Así 
avanzó la obra rápidamente. 

A medida que quedaba listo un rincón o una sala, se ocupaba al momento, y las admisiones de alumnos eran continuas. íAlgo 
increíble! Al cabo de seis meses, llegó aquella construcción al punto de poder atender a ciento treinta alumnos; y allí están y dan las 
pruebas más satisfactorias de aplicación, moralidad y disciplina. Y los muchachos pertenecen a las familias más distinguidas. 

Al mismo tiempo que se comenzaron las clases elementales y clásicas, en San 
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Nicolás ((514)) se abrió, además, una iglesia pública, con oratorio festivo; y también aquí ha sido tanta la abundancia de la mies, que los 
salesianos idos allá, se ven insuficientes para tanto trabajo y suplican que se les envíen otros ayudantes. 

San Nicolás está situado en los límites de la provincia de Buenos Aires, a poca distancia de los salvajes, y quiso el Señor que, entre los 
muchos jóvenes que pidieron ingresar en el colegio, hubiese algunos de las familias de los salvajes. Esto era el logro de uno de nuestros 
más ardientes deseos, al ir a aquellas apartadísimas regiones; a saber, abrirnos camino poco a poco, para penetrar en las tierras de los 
salvajes. Ahora parece abierto este camino, pues, una vez educados estos jovencitos salvajes en la religión cristiana, ellos mismos irán a 
enseñar la fe en Jesucristo a aquellas tribus de donde proceden, y se verá realizado el proyecto de los salvajes evangelizadores de los 
mismos salvajes. 

Mientras se trabajaba en Buenos Aires y en San Nicolás de este modo, se esparció por América la noticia de la llegada de los 
salesianos. Como las necesidades espirituales son inmensas en aquellas regiones y poquísimos los medios para remediarlas, de todas 
partes se dirigieron a don Juan Cagliero, Superior de los Salesianos, para obtener misioneros, para abrir escuelas nocturnas, oratorios 
festivos, albergues para muchachos pobres, colegios, seminarios menores. Estas peticiones salieron primero de diversas ciudades de la 
misma República, tales como Córdoba y Mendoza; después, de algunas ciudades de Chile, para donde ya están muy avanzadas las 
negociaciones en tres ciudades. En Santiago, capital de la República, se nos ofrece una iglesia pública, una casa para artes y oficios y un 
colegio y oratorios festivos; lo mismo sucede en Valparaíso y en Concepción, que es la última ciudad de Chile próxima a los salvajes, 
donde nos ofrecen la dirección del Seminario menor. Sólo falta que vayan allí los misioneros a ocupar su puesto; esperemos en la divina 
Providencia, que pronto los tengamos, y que cuanto antes haremos la tercera expedición. 

Pero, entre tanto, se ve en Montevideo la urgencia de acudir en socorro de la juventud. Esta ciudad es la capital de la República de 
Uruguay, provincia pobladísima, donde no hay Seminario, ni un colegio católico, ni un solo seminarista en toda la República, y sin 
esperanza de que lo haya en el porvenir. El Vicario Apostólico, monseñor Vera, ha dirigido sus súplicas a don Juan Cagliero, para que 
vea la manera de instalar un colegio salesiano en aquella capital. Tras largas gestiones, y superadas muchas dificultades y oposiciones, 
puestas evidentemente por el demonio, se ha podido concluir el asunto, y varias personas cristianas distinguidas y benévolas (que 
también allí las hay), han puesto los ojos en un magnífico edificio, que podía valer para el caso, en un delicioso suburbio de la ciudad, 
llamado Villa Colón; lo compraron y lo regalaron a los nuestros con la única obligación de recibir, instruir y educar a los jóvenes que 
nos envíe la Providencia. Y ahí tenéis que una parte de los misioneros que ahora parten, van destinados precisamente a abrir ese colegio, 
el único católico en dicha ((515)) República, que se ha llamado Colegio Pío, para recordar el paso por aquel lugar del gran Pontífice Pío 
IX, cuando en 1823 fue a Chile como encargado por la Santa Sede. 

Además, en el momento en que os hablo, se cumple o está para cumplirse otro gran acontecimiento. Los salvajes de Patagonia, 
hombres feroces, que hasta ahora no permitieron que ningún europeo penetrara en sus tierras, habiendo oído hablar de unos misioneros, 
cuyo único fin es educar a la juventud e instruir y socorrer a los menesterosos, se convencieron ellos también de que estos hombres 
harían bien y no mal a sus tribus y enviaron emisarios para invitar a don Juan Cagliero. íCosa admirable! Mientras se está a punto de 
abrir una casa por una parte en Dolores, que es la 
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última ciudad algo civilizada en la República Argentina, y por otra, en Patagones o Carmen, que están ya propiamente en tierra de 
indios, pero donde los blancos están todavía sobre seguro, se nos ofreció esta última parroquia. Y mientras tanto dos caciques, de los 
más poderosos jefes de salvajes, mandaron llamar a misioneros salesianos, asegurando que no recibirían de ellos daño alguno; antes al 
contrario, todos escucharían de buena gana la religión, que les anunciasen. Y desde el último rincón de Patagonia, desde Santa Cruz y 
Punta Arenas, que está en mitad del estrecho de Magallanes, se piden misioneros salesianos. 

Mientras se trataban todas estas cosas, se vio la necesidad de abrir nuevas casas en Buenos Aires. En una zona abandonada de esta 
ciudad, llamada la Boca del diablo, con muchos miles de habitantes italianos, era necesaria una iglesia, hacía falta erigir una parroquia en 
un suburbio, y más que nada se echó de ver la necesidad de abrir también una casa de artes y oficios para los muchachos pobres 
abandonados y atender también otras iglesias. 

Ante tan grandes y variadas necesidades, y viendo que los primeros diez misioneros no eran suficientes para tanto trabajo, se pensó en 
enviar más. En un principio don Juan Cagliero pedía seis, después diez, luego veinte y, por último, no menos de veinticuatro. Estoy 
seguro de que, si hubiéramos retrasado todavía un poco esta expedición, habríamos recibido otras cartas, en las que se nos habría 
demostrado la extrema necesidad de que partan para aquellas tierras muchos más. Es un grito continuo que se levanta hacia Europa y nos 
dice: 

-Venid a ayudarnos; íenviadnos operarios! 

Vosotros, pues, nuevos misioneros, vais a aquellas regiones, repartidos en varios grupos. Unos vais a Buenos Aires, a la casa de 
aprendices, que se va a abrir, y así, de ahora en adelante, los muchachos abandonados y en peligro tendrán un refugio y un asilo seguro 
contra las miserias de la vida corporal y contra el aire apestado del siglo, y podrán, sin detrimento del alma, aprender un arte u oficio, 
que les proporcionará el pan honradamente para toda la vida. Por esto van también los maestros de taller, además de los sacerdotes. Aquí 
tendrán que abrirse también oratorios y campos de deportes para los muchachos en los días festivos y administrar una pobladísima 
parroquia de italianos. 

((516)) Otros van a Montevideo para organizar allí un colegio verdaderamente católico, donde pueda aprenderse la ciencia, 
conservando la inocencia de la vida y la pureza de costumbres. Confiamos plenamente que este colegio, bendecido especialmente por el 
Padre Santo, producirá muchos frutos buenos, y quién sabe si algunos nuevos brotes no podrán trasplantarse pronto y colocarse en el 
Santuario, y así aquella vasta República no tenga que lamentarse de no tener ni un seminarista. 

Una parte va a reforzar las filas de los que ya trabajan en San Nicolás, porque aquel colegio y aquellos oratorios han crecido tanto que 
los que al presente trabajan allí, son insuficientes en absoluto. Además, hay allí tierras que cultivar, ganado que explotar, artesanos a 
quienes instruir, que piden de mil maneras la mano y la pericia de hombres valientes, desinteresados, de firmes propósitos y capaces de 
hacer sacrificios. 

Un cuarto grupo irá, siguiendo la voz del Señor, a aquellos lugares donde haya mayor necesidad, especialmente para predicaciones 
extraordinarias, buscando la manera de abrirse camino entre Pamperos y Patagones, porque, antes de que lleguéis allá, queridos hijos, 
estarán ya concluidas varias negociaciones con respecto a esto; y, por consiguiente, no se aguarda más que algún sujeto apto para 
ponerse a la cabeza de esta evangelización de salvajes. 
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Ahora falta todavía una cosa. Sí, falta una cosa antes de que vayáis a aquellas lejanísimas tierras. »Qué falta? Falta ir a Roma para 
recibir la bendición especial del Supremo Jerarca de la Iglesia, del Vicario de Jesucristo. Falta que vayamos a postrarnos a los pies de 
este nuestro incomparable Bienhechor, y escuchemos y ejecutemos sus órdenes. 

íSí! Llamo a Pío IX nuestro incomparable bienhechor, porque habéis de saber, mis queridos jóvenes, y deben saberlo todos, que Pío IX 
nos quiere de una manera extraordinaria y no deja pasar la menor ocasión para bendecirnos y socorrernos. Tendría que deciros ahora 
quién es el Papa, quién es Pío IX, pero no me aguanta la voz, se conmueve demasiado el corazón cuando pienso en la bondad del 
Pontífice de la Inmaculada, en esa viva imagen de Jesucristo. En estos mismos días, cuando se enteró de nuestra extrema necesidad para 
preparar el equipo de los misioneros y los grandes apuros en que nos encontrábamos, buscó lo que había de valor en su escritorio, 
encontró cinco mil liras y las entregó inmediatamente al cardenal Bilio para que las enviase, añadiendo: 

-Decid a don Bosco que esto es poco para lo que él necesita, pero que es todo lo que en este momento posee un buen padre y se lo da a 
sus amados hijos. El Señor no dejará de proveer lo que todavía les falta. Por esto decía, y repito a todos, que hay que bendecir y amar a 
este nuestro insigne bienhechor, el Papa, y rezar por El. Nosotros, pues, nos postraremos a ((517)) sus pies, le daremos las gracias y le 
diremos: 

-íPadre Santo! íSomos vuestros amados hijos! Bendecidnos. 

Bendecidos por El, ya podéis marchar, hijos míos. 

Y ahora tendría que dirigirme a vosotros, misioneros de la paz, y daros algunos recuerdos. »Qué recuerdos os voy a dar? Ya los 
recibieron en parte los misioneros que salieron antes que vosotros y están escritos; los habéis leído y tendréis comodidad para volver a 
leerlos. Ya he dado otros recuerdos en particular a cada uno, para lo que privadamente os concierne. »Qué otro recuerdo se necesita 
ahora? 

Estad seguros de que es el Señor quien os pide este sacrificio. Estad seguros de que los trabajos emprendidos en aquellos lugares, es el 
Señor quien los quiere. Es realmente el Señor quien os envía. »Qué más se puede pedir? Y son tantos y tan claras las señales de que es el 
Señor quien os llama, que no cabe lugar a dudas. íNo, no temáis! El Señor y la Santísima Virgen os tomarán de la mano ellos mismos y 
os conducirán adonde mayor es la necesidad y mayor bien podréis hacer. 

Todos encontraréis vuestro puesto, porque se necesitan clérigos para dar clase, asistir, catequizar; se necesitan seglares para hacer 
recados, llevar las cuentas; y se necesitan camareros, porteros, hortelanos, pastores que guarden el ganado, carpinteros, herreros, que lo 
hagan todo donde todo falta. Estad tranquilos, todos encontraréis vuestra porción. 

No tengáis miedo; por otra parte no vais allá como la primera vez a la ventura, sin conocer a nadie, o sin saber en qué casa seréis 
recibidos. Allí encontraréis ya a hermanos que os recibirán con bondad. Encontraréis una casa preparada, con cama, mesa y pan. 

Tengo firme confianza de que, más pronto o más tarde, todos podremos volver a vernos. Se tardan pocos días en ir desde aquí a 
Argentina. Pero, si por acaso sucediese que ya no nos pudiéramos ver con alguno en esta tierra, nunca por eso ocurrirá que, después de 
estos días de vida, no podamos volver a vernos. Después estaremos ípara siempre juntos en el cielo! 
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En el viaje de Turín a Roma sólo tuvieron nuestros viajeros un incidente digno de nota. Finalizaban por entonces en Pisa los 
ferrocarriles del Norte de Italia; y por tanto, para seguir viaje, había que sacar de nuevo billetes. Don Francisco Bodrato recibió la orden 
de presentar a quien correspondía el billete colectivo acabado y sacar otro hasta Roma. Asomóse, pues, a la taquilla y le dijeron que 
hacían falta quinientas noventa y tres liras. Don Bosco, que esperaba inútilmente su vuelta en la sala, y aún sabiendo ((518)) que no tenía 
dinero, fue a ver; 
pero, al oír la cantidad que se necesitaba, «se llevó suavemente la mano a la frente y con su sonrisita en los labios», dijo: 

-»Y cómo lo arreglamos? Yo no tengo más que quinientas liras. 

Busca entre tanto en el bolsillo de la derecha, rebusca en el de la izquierda, vuelve y revuelve la cartera, la pone boca abajo sobre el 
saliente de la ventanilla, ensanchando todos los pliegues; pero no cae absolutamente nada. Don Francisco Bodrato le imita con mejor 
fortuna; en efecto, ve caer de su portamonedas sesenta liras. Don Luis Lasagna, oliendo el postre, da una vuelta para recoger lo de todos 
los portamonedas de los compañeros y vuelve con treinta y dos liras. Bodrato, con aire de triunfo, añade las dos pequeñas cantidades a la 
de don Bosco; pero con las prisas ha contado mal; faltan todavía cuatro liras. 

-Si no las encuentra, le dice fríamente el expendedor de billetes, salen sus compañeros y usted se queda aquí. 

Se había esparcido por la estación la voz de su miseria, pero nadie se movía ante el triste caso. El jefe de estación iba ya a dar la señal 
de salida. »Qué hacer? Don Bosco «con su calma perenne y su sonrisa» 1 dijo unas palabras al jefe de estación, pero éste no quiso 
escuchar nada. 
Finalmente, volvió a hurgar en otro bolsillo y he ahí que apareció un portamonedas olvidado en la primera rebusca de donde salieron las 
providenciales cuatro liras, en moneditas de plata del antiguo gobierno. Menos mal que no pusieron dificultades para recibirlas. 

Pero es verdad que no hay mal que por bien no venga. Los misioneros habían permanecido en tierra hasta entonces, a la espera de lo 
que sucediera, y en el intervalo los viajeros habían invadido y atestado los coches. Fue, pues, necesario enganchar a toda prisa un vagón 
expresamente para ellos, que tuvieron la satisfacción de ocuparlo solos. Era la hora del amanecer y, dueños como eran del coche, 
pudieron rezar libremente, juntos y en alta voz, las oraciones de la mañana; después 

1 Las frases entrecomilladas aquí y más arriba están sacadas de una carta de don Francisco Bodrato a don Julio Barberis; Roma, 9 de 
noviembre de 1876. 
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los sacerdotes rezaron en coro el oficio divino, mientras los otros cantaban a media voz coplas sagradas. De esta forma ((519)) se las 
apañaron también para engañar los estímulos del estómago, agudizados más que calmados con los escasos bocados de pan comprados 
por el camino con los céntimos, que a alguno le habían quedado en el fondo de los bolsillos; de suerte que llegaron a Roma sin un 
céntimo y con un apetito formidable. Don Antonio Sala esperaba en la estación a los viajeros con dos ómnibus para llevarlos a la Trinità 
de los peregrinos. El querido Sigismondi tomó consigo a don Bosco y lo llevó a su casa, en donde le prodigó las más delicadas 
atenciones. 

Apenas habían recuperado sus fuerzas, después de un ayuno de veinticuatro horas, cuando una alegre noticia los embelesó; íel Papa, el 
Papa Pío IX los iba a recibir en audiencia enseguida, al día siguiente! 
No cabían en sí de gozo. 

A las doce del día 9 se encontraban en semicírculo en la sala contigua a la que solía emplear Su Santidad para las recepciones privadas, 
cuando apareció de pronto el Padre Santo, acompañado por los Eminentísimos Asquini, Caterini, Franchi, Di Pietro y muchos Prelados, 
Obispos y Arzobispos. 

-Aquí tenemos, dijo con acento paterno, aquí tenemos un grupo de Salesianos, que van a América. Dios os bendiga, hijos míos, y que 
la Santísima Virgen os proteja. 

En aquel momento, impulsados por el afecto e imaginando que podían hacer como en el Oratorio, se lanzaron todos a una hacia el 
Papa para besarle la mano. 

-No, no, dijo sonriendo el Pontífice, servate ordinem. Yo daré la vuelta y todos podréis satisfacer vuestra devoción. 

Empezó por el jefe de la expedición. 

-Este, Padre Santo, dijo don Bosco, es el sacerdote Bodrato, jefe de la nueva expedición. Estos, que le siguen, van con él a Buenos 
Aires. 

-Buenos Aires, observó el Padre Santo, es una buena ciudad, donde yo estuve el año 1823. Hay un Obispo muy celoso. Dios os 
acompañe siempre. 

-Estos van destinados a San Nicolás y les guía el sacerdote Remotti. Aquel colegio ha llegado a ser muy numeroso y es necesario 
aumentar el personal. 

((520)) -San Nicolás de los Arroyos, continuó hablando el Padre Santo, es una ciudad por la que he pasado. Allí hay muchos italianos. 
Tendréis mucho que hacer. Pero es la última ciudad hacia las tierras de los salvajes. Hará falta mucha paciencia y mucha prudencia. 

-Este tercer grupo, guiado por el profesor don Luis Lasagna, se 
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quedará en Montevideo, capital de Uruguay. En aquella ciudad no hay Seminario, ni Obispo ordinario, ni clero. Se abrirá en Villa Colón 
un colegio que Vuestra Santidad se dignará aceptar se llame Colegio Pío. 

-Sí, respondió con alegría, conforme. Estuve en esta ciudad: he visto aquellos lugares. Hay allí muchos italianos, cuyos hijos necesitan 
educación cristiana y sana instrucción. íMucha mies, mucha mies! 

-Estos últimos son los destinados a Albano. 

-También encontraréis mies abundante en Albano; pero la población es buena y religiosa, podréis ejercer vuestro celo y vuestra caridad 
con provecho, íque Dios os acompañe! 

Terminó la vuelta, durante la cual dijo a cada uno unas palabras en el momento de dar a besar la mano, volvió junto a los Cardenales y, 
agitando con aire juvenil su bastoncito con la izquierda, dijo a los misioneros estas palabras: 

-Me llena de gozo esta nueva expedición de salesianos. Que Dios os bendiga y la Santísima Virgen os proteja. Con la santa ayuda de 
Dios haréis mucho bien. Se cuenta de san Francisco Solano que recorrió toda América a pie de un cabo a otro. Naturamente esto no pudo 
suceder. Imagino que los ángeles del Señor le llevarían por un camino tan largo y cansado. Yo no digo que vosotros tengáis que recorrer 
América de uno a otro cabo; lo que sí puedo aseguraros es que, con la ayuda de Dios, podréis hacer mucho bien. »Y quién sabe cuán 
extensos serán los lugares y cuán abundante la mies, que Dios os está preparando? Esforzaos únicamente por corresponder a los 
bondadosos cuidados de la divina Providencia y no dudéis de que vuestros trabajos producirán muchos frutos. Pido a Dios que os 
conceda firmeza en vuestros buenos propósitos. Dios ((521)) os bendiga a todos y vuestro Angel Custodio os acompañe por tierra, por 
mar, en el trabajo y siempre. Dios os bendiga a vosotros, a vuestra misión, a los que ya están en América; bendiga al Obispo de Buenos 
Aires, al Vicario Apostólico de Montevideo; bendiga a todos vuestros parientes, amigos y bienhechores. Bendigo además vuestras 
medallas, rosarios y crucifijos y ruego a Dios que os bendiga en la vida y que haga a todos un día felices en la eterna bienaventuranza. 

Después concedió la bendición apostólica con indulgencia plenaria para todos los parientes, afines y consanguíneos de los misioneros 
hasta el tercer grado incluido. Cuando el Papa acabo de hablar, parecía visiblemente conmovido; luego, abierto el rostro a su habitual 
hilaridad, acompañado por los personajes de su séquito, pasó a otra sala. Los misioneros estaban allí estáticos y arrobados al cielo, como 
los 
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Apóstoles, cuando vieron desaparecer a Jesús entre las nubes en la Ascensión. 

Don Bosco volvió a ser recibido en audiencia privada el día diez. 
Tenemos a la vista la consabida tarjetita, donde llevaba anotado lo que iba a pedir al Papa. 

Eran cuatro cosas: « 1.° La señora Mariana Mazé pide al Padre Santo poder tomar algún líquido en pequeña cantidad antes de 
comulgar; 2.° casos de la Penitenciaría para el canónigo Molinari; 3.° facultad de confesar durante el viaje de los misioneros; 4.° cartas 
testimoniales con dispensas discutidas». 

Posteriormente escribió al lado de las tres primeras peticiones la correspondiente aprobación. La facultad para la señora Mazé 
concedida, «con tal que sea uno solo»; «facultad renovada» al canónigo Molinari para absolver de los casos papales; facultad concedida a 
los misioneros para confesar durante «todo el viaje». En la última, el Beato pedía la dispensa de exigir las cartas testimoniales a los 
aspirantes cuyos obispos recusaran expedirlas. Junto a ésta no encontramos nota marginal; pero, al pie del documento, se lee: «Todo 
vivae vocis oráculo, die 10 novembris 1876». Que este «todo» se refiere también a esto, y el valor que se le debe atribuir, se verá 
claramente dentro de poco. 

((522)) El asunto principal de la audiencia fue la cuestión de los Conceptinos; pero no podemos saber más de lo que se deduce por lo 
narrado en el capítulo anterior. El Papa le dio también un encargo. En la plaza Mastai, al otro lado del actual puente Garibaldi, cerca del 
antiguo castillo de los Anguillara, que hemos mencionado más arriba, Pío IX hacía construir una casa que sirviera de noviciado para los 
Conceptinos. Por esto el Papa habíale dicho que fuera a verla. 

El edificio se levantaba cerca de la mencionada iglesia de Santa Bonosa; de ahí la voz de que aquella iglesia iba a ser confiada a don 
Bosco. El Beato fue a verla poco antes de salir de Roma y dio al Papa la siguiente relación sobre ella 1: «Considero que es mi deber 
informarle sobre la visita hecha a la casa de la plaza Mastai, una de las muchas obras que V. B. va haciendo cada día. La encontré apta 
para la finalidad y he notado simplemente en ella algunas cosas de escasa monta, que me parecieron útiles para los que irán a vivir en 
ella. Será capaz para albergar de veinticinco a treinta personas. Dice el señor Ingeniero que dentro del año quedarán terminadas las obras 
de albañilería; y se necesitará todavía algún tiempo para secarse y ser amueblada». 

Ninguna otra cosa de importancia nos quedaría por decir de la 

1 Carta a Pío IX, Turín, 18 de noviembre de 1876. 
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brevísima estancia de don Bosco en Roma, excepto una carta que escribió a don Julio Barberis, después de la audiencia privada, y 
mientras andaba muy ocupado en conferencias con monseñor Fiorani para el asunto de los Conceptinos. 

Es preciso, ante todo, conocer por qué la escribió don Bosco. Apenas salió él del Oratorio, el Capítulo particular de la Casa introdujo 
un cambio provisional. La clase nocturna de canto se daba en ella después de la cena; en los demás colegios no se imitaba en esto al 
Oratorio, sino que se daba antes de cenar, y decíase que con mejor resultado. A la propuesta de hacerlo así también en el Oratorio, don 
Bosco en un principio no había disentido; pero, al llegar el mes de noviembre, se mostró contrario a la novedad por aquel curso escolar. 
El opinaba que aprovechaba ((523)) a la moralidad tener a los muchachos reunidos y ocupados durante aquella hora, en la que la 
asistencia resultaba difícil, por ser de noche. Sin embargo, los Superiores del Oratorio pensaron hacer la prueba durante un mes. Don 
Julio Barberis, partidario también de la innovación, cuando la cosa ya estaba hecha escribió a don Bosco, el cual le contestó con la carta 
siguiente, en que le habla de aquello y de otras cosas más, según era su costumbre: 

Queridísimo Barberis: 

1.° Comunicad, tú u otro, a la señorita Lorencita Mazé: Facta facultate eius matri aliquid bibendi ante communionem. 

2.° Al canónigo profesor Molinari, que tiene renovada la facultad de los casos papales. 

3.° Dispensa ilimitada de las cartas testimoniales. 

4.° Facultad ilimitada a los misioneros para confesar durante todo su viaje. Haec omnia vivae vocis oraculo sub 10 novembris 1876. 

5.° Con respecto a Daniele, aspirante a clérigo, remito todo a don Miguel Rúa. 

6.° No era mi intención que se deshiciese la escuela de fuego; tanto más cuanto que estábamos de acuerdo con don Celestino Durando 
y con Zemo para perfeccionarla. Verdad es que ya está en Sampierdarena, pero conviene tener al menos una sección en Turín, por 
muchas razones. 

7.° Habéis hecho bien en trasladar la escuela nocturna antes de la cena en mi ausencia, porque yo no lo habría permitido, como ya hice 
el año pasado. Manca 'l gat, i rat a balo (En ausencia del gato, bailan los ratones). 

8.° El Padre Santo ha dado una bendición general para toda la Congregación Salesiana; y una especial para los novicios, de los que 
hice grandes elogios, y otra todavía para todos los aspirantes, con estas palabras: -Dios os bendiga, tiernas plantitas; creced, pero creced 
para dar mucho fruto en la viña del Señor. 

9.° Los misioneros están todos alegres y con buena salud. Salen mañana (sábado) a las diez de la mañana. Yo saldré el domingo a la 
misma hora con don Antonio Sala. 
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10.° Nuestras cosas marchan muy bien aquí en Roma. íViva Roma! Pero hablaremos de ello en Turín. 

11.º Saluda a los reverendos Tonella, Cappelletti, Porani y Santucci, para quienes he pedido una bendición especial. 

Saluda también a don Miguel Rúa, a don José Lazzero, a don José Bertello, a Botto el cocinero y a don Joaquín Berto. Dios nos 
conserve a todos en su santa gracia. Así sea. 

Roma, 10-11-1876. 

Afmo. en Jesucristo JUAN BOSCO, Pbro. 

((524)) Esta carta necesita algún comentario más, y lo vamos a hacer siguiendo su contenido punto por punto. 

1.° Lorencita Mazé era la sobrina del Arzobispo Gastaldi, cuya interesante deposición en el proceso apostólico hemos narrado en el 
tomo undécimo. Pero la concesión de que aquí se habla, había de comunicarse a ella, aunque era para su madre, hermana del Arzobispo. 

2.° El canónigo Molinari, profesor de Teología en la Universidad de Turín, fue uno de los primeros amigos del Oratorio. Mantuvo su 
asiduidad en ir a él para dar clase de su asignatura a los clérigos salesianos, lo cual le costó sus disgustos; pero él declaraba que estaba 
dispuesto a renunciar a su canonjía y a sus clases en el seminario, antes que dejar al Oratorio sin clase de teología. 

3.° íPeliagudo asunto el de las cartas testimoniales! Los obispos, a pesar de la Bula del año 1848 sobre el estado de los regulares, no 
siempre las concedían de buena gana. Algunas Ordenes religiosas ya habían obtenido privilegio de exención más o menos amplio; 
también don Bosco gozaba de él para los jóvenes que hacían los estudios en los colegios salesianos. En esta ocasión el Papa se lo 
amplió, quitándole todo límite. Hubo de resignarse a obtenerlo vivae vocis oráculo, pues habría sido en vano esperarlo por escrito, que 
era deshacer lo que en 1848 había determinado la misma Iglesia. 

Para norma de los Superiores del Capítulo, escribió don Bosco, y guardamos su autógrafo, las siguientes «advertencias»: 

« 1.° Todos los jóvenes educados en nuestras casas están exentos de las cartas testimoniales. Concesión hecha vivae vocis oráculo por 
el Padre Santo Pío IX. 

2.° No se requieren cartas testimoniales para los seglares, sino sólo para los que quisiesen ser admitidos como clérigos o como 
sacerdotes. 
Consúltense los autores. 
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3.° En la audiencia concedida por Nuestro Padre Santo el 10 de noviembre de 1876 vivae vocis oráculo se obtuvo dispensa de las 
cartas testimoniales para todos indistintamente». 

Proseguimos el comentario. 

4.° Esta facultad aprovechó mucho en la otra expedición a los misioneros para el bien de las almas. Esta facultad, lo mismo que la 
anterior, está hoy regularizada ((525)) por el derecho común 1. 

5.° El alumno Juan Daniele nunca se había pronunciado en punto a vocación, después del cuarto curso del bachillerato; pero ahora 
había escrito una carta a don Bosco y también había hablado con don Julio Barberis, para ser aceptado en la Congregación. Don Bosco 
remitió la decisión a don Miguel Rúa, que, reflexionando sobre el calificativo de «benévolo», daba largas al asunto, dejando la cosa de 
un día para otro. 
Cuando don Bosco volvió de Roma, el joven tornó a escribirle. Entonces don Bosco pasó la papeleta a don Julio Barberis, que lo aceptó 
«en el acto» en el noviciado. El motivo que mantenía en dudas a don Bosco y a don Miguel Rúa, era que Daniele había sido suspendido 
de algunas asignaturas en los exámenes finales y, como de nuevo había vuelto a suspender el griego, en los exámenes de reparación, 
tenía que repetir el curso, que era lo que estaba haciendo. Aparece como novicio clérigo en los dos catálogos de 1877 y 1878; después 
desaparece su nombre. 

6.° De la escuela de fuego y sus vicisitudes hemos tratado bastante en otro lugar 2, traspasando incluso los límites del año 1875. 

7.° El refrán piamontés se corresponde con el castellano: «Cuando no está el gato, danzan los ratones». La significación es obvia. Don 
Julio Barberis suaviza aquí la cosa anotando: «Esto, escrito en una carta que no es del todo seria, no representa en absoluto ningún 
reproche, tanto que, al volver a Turín, no habló más del asunto». 

10. ° Lo de «nuestras cosas... en Roma» se refiere a las gestiones sobre los Conceptinos, al ofrecimiento de una casa por parte del 
Papa, a las disposiciones de los ánimos en las altas esferas. 
11.° Los que se nombran eran sacerdotes recién llegados al Oratorio y hacían allí el noviciado. 

La delicadeza de don Bosco resalta en estas pequeñas atenciones. 

Cuando salieron los misioneros de Roma, envió don Bosco unos renglones a don Miguel Rúa con algunos informes, dándole a 
entender, sin decirlo, la satisfacción de su espíritu. 

1 Cod. iuris Canonici, pág. 883. Para las testimoniales, 544, & & 2-6; 2411. 

2 Volumen XI, pág. 54-57 y 66. 
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((526)) Queridísimo Rúa: 

Partieron los misioneros camino de S. Pierdarena; yo lo haré mañana a la misma hora, las diez de la mañana. 

Todo salió bien. Hoy tengo que visitar la casa, que el Padre Santo quiere poner a nuestra disposición. El martes, Dios mediante, estaré 
en Turín; tendrás carta desde Génova. Don Antonio Sala saldrá conmigo. En Albano, Ariccia y Magliano queda todo normalizado y bien 
encaminado. Valete in Domino y valedic. Amén 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


Los misioneros fueron recibidos y tratados fraternalmente en Sampierdarena, con cantos, músicas y poesías; no se omitió nada para 
alegrarlos; por eso no acababan de dar gracias al director don Pablo Albera, digno hijo de don Bosco, que tan bien imitaba al Padre. Se 
necesitaron dos largas jornadas de trámites para el embarque y facturación de equipajes. Don Bosco los acompañaba a todas partes. 
«íPobre don Bosco!, exclama don Francisco Bodrato, en su carta a don Julio Barberis. Lleva ocho días de viaje y sin descansar apenas». 

Los expedicionarios se dividieron en dos grupos. Los destinados a Buenos Aires embarcaron en Génova el día 14 con don Francisco 
Bodrato al frente; y los destinados a Montevideo partieron, más tarde, para Burdeos guiados por don Luis Lasagna. Los primeros eran 
catorce. El Siervo de Dios subió con ellos a bordo del Savoie, vio de nuevo al capitán Guiraud, que le prodigó un sinfín de atenciones y 
le habló del felicísimo viaje del año anterior con los de la primera expedición. Visitó detalladamente los camarotes de todos, para 
asegurarse de que no faltaba nada de lo necesario; y presentó después al capitán las más tiernas recomendaciones. Un vendedor de 
biblias protestantes, que se había colado en cubierta y empezaba a buscar camorra con don Bosco, fue expulsado al momento por orden 
severa del capitán. Para animar a sus hijos, el Beato aceptó la invitación del mismo y almorzó con ellos, dirigiendo la palabra ora a uno 
ora a otro. Estuvo dos horas a bordo. Llegado el momento de la separación, ((527)) los juntó a su alrededor, volvió a recomendarles que 
trabajaran únicamente para la gloria de Dios, la salvación de las almas y el triunfo de la Iglesia y de la santa religión católica, apostólica, 
romana, y los bendijo diciendo: 

-Id, no temáis, Dios está con vosotros, María os protegerá. 

Cuando descendió, le siguieron con los ojos y con el corazón hasta que desapareció de la vista. A las dos de la tarde, zarpaba el barco 
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rumbo a Marsella. Apenas entró en casa, don Bosco escribió a don Miguel Rúa: 

Carísimo Rúa: 

Entrega el dinero en oro a Rossi, que lo llevará para el viaje a Burdeos; los otros están a bordo, donde he almorzado con ellos. Están 
resignados; unas lágrimas y después alegres; saldrán a las dos de Génova. Envían un afectuoso saludo a todos sus hermanos y amigos del 
Oratorio. Escribirán desde Marsella. Yo estaré en Turín el viernes, si Dominus dederit, e iré a comer en casa del profesor Vallauri 1. 
Avísale y, si puedes, ve tú también. Todo para mayor gloria de Dios. Amén. 

Sampierdarena, 14-11-1876. 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

Viajaban con los misioneros cinco pasajeros de primera clase, veintidós de segunda y setecientos de tercera, de los cuales cuatrocientos 
eran napolitanos; más tarde subieron otros en Marsella y en Barcelona, de suerte que para la gran travesía se contaban a bordo treinta 
pasajeros de primera clase, cuarenta y dos de segunda y mil cien de tercera. Los nuestros gozaban de plena libertad para celebrar, 
confesar, predicar, dar catequesis, y la aprovecharon ampliamente y sin poner dificultad; pues, explorado el ambiente, se repartieron los 
clientes y pusieron con celo manos a la obra del apostolado. En particular los coadjutores llamaban la atención de los profanos, muchos 
de los cuales comenzaron poco a poco a imitarlos en las prácticas religiosas. 

El grupo de Montevideo tuvo que embarcarse en Burdeos, porque los pasajes, que les había concedido Uruguay, habían sido 
contratados con la Compañía del Pacífico, cuyas oficinas centrales ((528)) se encontraban en aquel puerto 2. Don Bosco los acompañó a 
la estación en Sampierdarena el día 16 por la mañana y, mientras se esperaba la llegada del tren, esforzándose por mostrarse alegre y 
jovial, conversaba amablemente con ellos, les daba avisos oportunos y por último los bendijo cordialmente. Fue una escena 
conmovedora verlos arrodillados en la sala de espera, con los ojos arrasados de lágrimas. Besaron su mano, separáronse de su lado y, 
apenas tuvieron tiempo para ocupar su plaza, cuando el tren se ponía en marcha. Pernoctaron en Niza y siguieron viaje al día siguiente 3. 

1 Véase más arriba, pág. 354. 

2 Cfr. Volumen XI, Apéndice, doc. 24. 

3 También esta vez hubo algunos que, por razón del servicio militar, no podían sacar pasaporte. 
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En Burdeos les aguardaba una desagradable sorpresa. Creían que iban a salir el día 20 en el barco Poitou; pero éste ya había zarpado 
cuando ellos llegaron. Se instalaron lo mejor posible en el Hôtel Toulouse; pero allí mermaban en proporciones alarmantes sus recursos 
económicos, y fue prudente medida buscar alojamiento en otra parte, tanto más cuanto que no sabían el tiempo que habían de pasar allí 
en plan de gastos. Caritativas personas se interesaron por su suerte, y sobre todo el Presidente de las Conferencias de San Vicente de 
Paúl y el Obispo Auxiliar. Gracias a su intervención los cinco sacerdotes pasaron al Seminario mayor, dos coadjutores fueron a los 
Pasionistas y los otros tres a los Carmelitas. En los tres lugares fueron atendidos con gran bondad. El día 24, fiesta de san Juan de la 
Cruz, fueron invitados todos a comer en los Carmelitas y don Luis Lasagna cantó la misa, con asistencia del Obispo auxiliar 1. Tuvieron 
que estar en Burdeos hasta el 2 de diciembre. íCuántas molestias les tocó soportar para salir del atolladero! ((529)) Finalmente se 
embarcaron en el gran barco inglés Iberia. Pero no habían terminado sus peripecias; de allí a poco tuvieron que experimentar lo que es 
una violentísima borrasca en alta mar. 

Don Bosco estuvo en Sampierdarena hasta el 17. En los días que pasó allí, escribió a don Juan Cagliero dos cartas ricas en noticias. 

Queridísimo Cagliero: 

1.° Hoy, 14 de noviembre, salen de Génova en el barco Savoie catorce salesianos hacia la República Argentina. Los otros diez saldrán 
desde Burdeos el día veinte camino de Montevideo, adonde llegarán el 19 de diciembre. 

2.° El próximo abril saldrán hacia San Nicolás seis salesianos y seis hermanas de María Auxiliadora. Dos de estas monjas son las 
hermanas Borgna, que nacieron y se criaron en América, y hablan el castellano como lengua familiar. 

3.° Por la nota del personal, que te dará don Francisco Bodrato, podrás ver cómo te las arreglas para hacer el reparto. 

4.° Durante el próximo año 1877 tendrás ahí cuatro, que pueden ser admitidos a las sagradas órdenes. A su tiempo, si hace falta 
dispensa de edad, el Padre Santo dispensa a los salesianos hasta de veinte meses. Recordad que gozamos del extra tempus. 

Un telegrama del día 16, a las trece y treinta y seis horas, decía: «Bosco, Hospicio S. Cayetano Sampierdarena.-Amigos llegados, feliz 
viaje, salen mañana. Muchos saludos». La firma mal transmitida, mal transcrita o alterada antes, recuerda el nombre de Ronchail, 
Director de la casa de Niza. 

1 Carta del señor Gazzolo a don Bosco, Burdeos, 22 de noviembre de 1876. El acompañó a los misioneros a Burdeos y estuvo allí 
hasta su partida. Véase la carta de don Luis Lasagna en el Apéndice, doc. n.° 48. 
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5.° Entre las cosas a tener en cuenta, está la casa o lugar para noviciado y estudiantado. Haz cuanto puedas para tener algún indio a 
quien educar en el sentido de vocación eclesiástica. Si hace falta, te enviaré un buen maestro de novicios. 

6.° Hay un entusiasmo general de párrocos y vicepárrocos para entrar en la Congregación. Los sacerdotes, que van en esta expedición, 
ya están todos suficientemente sustituidos. 

7.° Tu carta del 9 de octubre me llegó pocas horas antes de la salida del Savoie. 

8.° El Padre Santo donó cinco mil francos para los misioneros, a los que luego añadió mil en oro, por haber ido yo a Roma a invitación 
suya. El Ministro de Asuntos Exteriores dio mil, con vivo sentimiento de no poder dar más. L'è mei ch'un pugn an t'jeui 1, como dice 
Gianduia. 

9.° Se hicieron imprimir los diplomas 2 en lengua castellana e italiana; recomienda que se promueva la Obra de los Cooperadores, 
desde luego con la necesaria prudencia; envíame a su tiempo el catálogo de los mismos. 

10.° Ya están los salesianos en Magliano, Albano y Ariccia. El Padre Santo, ((530)) por iniciativa suya, quiere que vayamos a Roma y 
hace construir una casa, que ya está casi terminada, donde podremos empezar. Los misioneros te contarán detalles. 

11.° He aceptado definitivamente el Vicariato de las Indias, etc., e iremos en 1878. Me dijo el Padre Santo que comenzase a pensar a 
quién me parece se debe elegir para Obispo de la nueva misión. 

12.° Tenemos ciento treinta y seis novicios. Si retrasas un poco tu venida, encontrarás un nuevo mundo. »Sería posible que, sin 
estorbar la política americana, pudieses venir tú a Europa en el próximo 1877? 

13.° Con esta expedición estamos hasta el cuello con las deudas, pero Dios nos ayuda y saldremos de apuros. Todavía no ha llegado la 
letra de cambio con las nueve mil. 

14.° Te presentarán un pagaré de mil setecientas cincuenta y cinco que tú pagarás: son para completar el pago de los pasajes. 

15.° Los queridos Hermanos que os van a visitar, te contarán otras cosas. 

16.° Al colocar el personal en cada una de las casas, procura que los socios de la misma se reúnan y que se lean los recuerdos del año 
pasado con algún comentario. 

17.° El personal está repartido, pero tú puedes modificarlo según lo pida la necesidad. 

18.° Procura enviarme una nota con los salesianos de cada casa, los novicios y los aspirantes. 

19.° Tal vez no pueda escribir a monseñor Ceccarelli, pero dile que he hablado de él con el Padre Santo y que el qui pro quo será 
arreglado en el próximo invierno, cuando yo vuelva a Roma. »Quién sabe si él conoce algo de inglés? 

Saluda de mi parte a mis hijos, y tanto a ellos como a nuestros conocidos, amigos y bienhechores, presenta mis afectuosos saludos, 
como si los nombrase uno por uno. 

Dios nos bendiga a todos y tú créeme en Jesucristo. 

San Pierdarena, 14 de noviembre de 1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


1 «Más vale eso que un puñetazo en los ojos», que en el refrán castellano sería lo de «A caballo regalado no le mires los dientes». (N. 
del T.) 

2 Los diplomas de los Cooperadores. 

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VOLUMEN XII Página: 450 

Queridísimo Cagliero: 

Ultimas noticias. Todavía no llegó la letra de cambio de nueve mil francos. Don Esteban Bourlot, que ya ha ejercido mucho el sagrado 
ministerio, puede hacer de párroco en Buenos Aires pro interim. 

Mientras tanto, yo preparo la partida de las hermanas con los salesianos para marzo o alrededor, a no ser que me ordenes otra cosa. 

Al cardenal Antonelli le ha sucedido el cardenal Simeoni, nuncio en Madrid, nuestro amigo íntimo y con quien yo sostenía 
correspondencia familiar. Don Luis Lasagna sale 1 en este momento hacia Burdeos y ((531)) te lleva noticias de Roma. Llegaron los 
pasajes de Montevideo y un letra de cambio de mil quinientos treinta y cinco francos en oro, no basta, pero a l'è sempre mei ch'un pugn 
an t'jeui (es siempre mejor que un puñetazo en los ojos). Fue el enredo de los equipajes por lo que no pudieron salir para Burdeos 2 y, 
por consiguiente, tuvimos que arreglarnos con el Savoie y con las monjas de la Misericordia, que saldrán en el Lavarello el primero del 
próximo diciembre. El señor comendador Gazzolo (ajassin) 3 acompaña a los salesianos hasta Burdeos, porque quiero asegurarme, por 
cuanto es posible, de que las cosas vayan bien. 

El Padre Santo mira con amor las Pampas y Patagonia y está dispuesto a ayudarnos hasta con medios materiales, si fuera preciso. Por 
lo demás, nos escribiremos. I son mes ciuc 4, pero eso no importa. Dios nos ayuda y todo marcha de modo que dirían los profanos, que 
hay en ello algo de fabuloso, y nosotros decimos que lo hay de prodigioso. Que siga Dios dispensándonos su favor, por cuanto nosotros 
nos mantengamos siempre dignos de sus gracias. 

Un saludo especial para el doctor Espinosa y para el padre Baccino. Da recuerdos al marqués de Spínola 5 y dile que hemos hecho 
oraciones especiales en la iglesia de María Auxiliadora en sufragio del alma de su padre. 

Dios nos bendiga a todos y créeme en Jesucristo 

S. Pier d'Arena, 16 de noviembre de 1876, a las cuatro de la tarde. 
Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


Durante el viaje de vuelta, no sabemos con certeza si en el trayecto de Roma a Génova o de Génova a Turín, el pobre don Bosco sufría 
un fuerte dolor de cabeza, precisamente en un momento en que necesitaba atender a cosas de importancia. Cuando don Antonio Sala, 
que viajaba a su lado, se dio cuenta de ello, rogóle con toda sencillez y sinceridad que le pasara su mal. 

1 Es decir, está de viaje. Suponía tal vez que desde Niza seguía para Burdeos la misma tarde de la llegada. 

2 Parece que hubo un aumento de gastos para los equipajes, que se tuvieron que enviar aparte. (Véase pág. 454). 

3 Ajassin es un vocablo piamontés, que significa «callo» y que se emplea para indicar una persona que se nos pega al cuerpo y nos 
fastidia como «una lapa». 

4 «Estoy medio borracho». Así suele decirse en Piamonte cuando uno pierde la cabeza; es decir está como aturdido por tener 
demasiado fatigada su mente. 

5 Embajador de Italia ante el gobierno argentino. 

Fin de Página 450 


VOLUMEN XII Página: 451 

-Pues bien, le contestó don Bosco; si así lo deseas, sea como tú pides. 

Enseguida sintió el pobre Sala que le dolía muchísimo la cabeza y en cambio don Bosco se encontró completamente libre. 

La ansiedad de noticias sobre los misioneros tenía en vilo en el Oratorio a los muchachos y a los hermanos. Don Bosco satisfizo la 
curiosidad general en las «buenas noches» del día 17. ((532)) Subió a la cátedra, pareció al principio querer andarse por las ramas; pero 
lo hacía con toda intención, para ganarse más la expectación y la atención. 

»Y por qué, gozando de un fresco tan agradable ahí fuera bajo los pórticos, os habéis encerrado aquí dentro para rezar las oraciones en 
este locutorio y tan apretados uno contra otro como para quedar ahogados? »Quién sería capaz de explicarmelo? Alguien me contesta: 

-Mientras se trate de un poco de fresco, bien esta; pero cuando este fresco cambia en frío es harina de otro costal y me molesta. 

íBueno, bueno! Tómese también con paciencia un poco de frío, aunque todavía no sea el tiempo tan riguroso y espero que no llegue a 
ser tal. Además aquí hace frío, pues nos defienden gruesas paredes. En el comedor, con los muchos que sois, con la sopa y una buena 
botella (de vino blanco, muy blanco: dijo una voz con una ligera risa de los vecinos) os calentáis bastante y enseguida. Y cuando os 
metéis en cama, »también os calentáis? íSí que os calentáis! Y lo celebro, porque deseo que tengáis todo lo necesario para que nunca 
sufráis. Y, si todavía hubiese que sentir alguna ráfaga de viento, alguna molestia propia de la época, somos bastante cristianos para hacer 
un ofrecimiento al Señor. Pero pasemos a otro tema, que sera mas interesante. 

He acompañado a los misioneros a Roma y he podido hablar varias veces con el Sumo Pontífice. Me ha pedido noticias de todo y de 
todos y yo le di los informes que me pidió; le dije el número de los que vistieron la sotana y el de los que todavía no la vistieron, pero 
que son muy buenos. Le dije que todos, quién mas quién menos, os acercáis en santidad a san Luis. Entonces me preguntó el Padre 
Santo: 

-»Pero, no hay ningún indomable entre vuestros jóvenes? 

-íNo, le contesté, eso no; indomables no los hay, pero tan buenos como san Luis, sí! 

-Explicaos mejor, que no os entiendo, dijo el Papa. 

-Sí, repliqué; entre mis jóvenes hay muchos tan santos como san Luis; pero yo, Padre Santo, cuento lo que son y lo que tienen voluntad 
de ser. 

-íAhora lo entiendo!, dijo el Padre Santo sonriendo; y luego siguió diciendo: decid a vuestros jóvenes que tengo puestas mis 
esperanzas en ellos; que les doy la bendición apostólica con todo el afecto de mi corazón. 

Y yo os traigo ahora la bendición y os la doy de su parte. 

Desde Roma acompañé a los misioneros hasta Génova. Hemos estado algunos días en Sampierdarena, donde nos han tratado con toda 
cortesía los de nuestra casa. íY la de líos que hubo que resolver! A uno le faltaba una formalidad en el pasaporte, a otro el sombrero o el 
manteo, a esotro camisas u otra cosa. Este se quejaba ((533)) de no encontrar una maleta, aquél de haber dejado unos libros en Turín; 
había, en 

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fin, un barullo tal entre estos misioneros que resulta indescriptible; se afanaban y ya no sabían lo que hacían. Pero todo se pudo arreglar. 

Durante el viaje todos estaban contentos y hablaban a ratos entre ellos, o conversaban con don Bosco. Fueron todos alegres al barco, 
adonde yo los acompañé. Desde lejos parecía un montón de madera; pero cuando se está dentro, aquello parece un pueblo, donde no falta 
nada y con todas las comodidades. Me dijo el capitán que había mil doscientas personas. Los viajeros de tercera clase, por no hablar de 
los de cuarta, que son corderos, terneros, bueyes, gallinas, etc., tienen todo lo suficiente para comer y no pueden quejarse. Mirad lo que 
les dan: café o té por la mañana; sopa, un plato y fruta en las otras comidas y cada uno se sirve a discreción; para dormir hay un gran 
dormitorio, cada uno tiene una manta para cubrirse y nada más. El que quiere dormir se envuelve en la manta como puede, se pone de un 
lado, y cuando siente que los huesos se quejan un poco, se vuelve del otro lado, y así hasta la mañana. 

Pero los de segunda y primera clase están mejor; tienen sus camas en camarotes de metro y medio de largo, pero van cuatro o cinco, un 
sobre otro, como en un armario, y por tanto el que está arriba cuando va a dormir tiene que tener cuidado, y ser discreto cuando está 
arriba (risas generales). Digo que debe tener cuidado, porque si no presta atención, puede meter el pie sobre la cabeza o la cara del que 
está debajo. Pero es de advertir que allí se guarda más modestia que en cualquier otro lugar; cada uno tiene sus mantas, colchas, cortinas, 
etc. Por la mañana hay toda comodidad para lavarse, limpiarse. Procuré que a nuestros seis sacerdotes les diesen un camarote separado 
donde nadie les molesta. En la mesa los de segunda clase (y entre ellos, seis de los nuestros, por no encontrarse sitio en primera clase) 
tienen algo más que los de tercera; café o té por la mañana en el que, si quieren, pueden mojar un bollo de pan, y además dos o tres 
clases de fruta. Para el déjeuner, sopa, vino, carne, tres platos, tres o cuatro clases de fruta; y para la cena de la noche tienen otro tanto. 
Durante el día tienen a su disposición fruta, bebidas, copitas de toda clase y todo lo que les haga falta. Los de la primera clase tienen 
hasta demasiada comida, y, si se pusieran en una canasta todas las sobras de la comida y las enviasen aquí al Oratorio, creo que habría lo 
suficiente para tener alegres y satisfechos a muchos. El comedor es muy espacioso, todo tapizado, y para cada plato cambian también de 
cubierto. Recuerdo que Adamo 1, ((534)) al ver tanto lujo, decía: 

-Y »estas alfombras no se ensucian con estos zapatones? 

Después, al verse servido en todo, exclamaba: 

-Pero yo quiero trabajar; si no hago algo, me pongo enfermo. 

Y en la comida se quejaba: 

-»Por qué me cambian el tenedor, que ya he usado? Se ve que tienen tiempo que perder y agua en abundancia. 

-Tiene usted razón, contestaba el camarero, este tenedor ya está usado. 

Además de la abundancia para todo lo material, tienen nuestros misioneros comodidad para celebrar la santa misa y los otros para oírla 
y comulgar. Veis, pues, que no les falta nada. 

Hasta aquí todos estaban alegres; pero cuando llegó el momento de decirnos: íFeliz viaje! íAdiós! íQue os vaya bien! Entonces todos 
palidecieron y rompieron a llorar. 

-íDon Bosco, bendíganos! exclamaron todos poniéndose de rodillas. 

1 Es el de los calabacines (véase pág. 432). Era un ex capuchino lego. Al llegar a América dejó a los salesianos y volvió a entrar en su 
Orden. Nunca fue novicio ni profeso; don Bosco, esperando valerse de él también en América, lo envió con los misioneros como 
agregado. 

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Yo les bendije conmovido y les dije: 

-íAnimo, ofrezcamos a Dios esta separación, y marchad! 

Pero cada uno quería decirme todavía algo y no acababan nunca. Lo que todos estuvieron de acuerdo en decirme y repetirme, fue: 

-Diga a todos, y especialmente a nuestros compañeros del Oratorio, que nosotros vamos a América sin presión alguna, por nuestra 
propia y espontánea voluntad; y con el consentimiento de nuestros Superiores. Somos nosotros quienes hemos pedido partir. No vamos 
por capricho, sino con el único fin de hacer la voluntad de Dios, y para salvar nuestra alma y la del prójimo. Anime a nuestros 
muchachos a seguirnos, si Dios los llama a este estado. Allá aguardaremos a los que quieran venir a ayudarnos. 

Después nos separamos. Unos se embarcaron en Génova, como os he dicho, los otros diez tomaron el tren, pasaron el Mont Cenis y 
esta noche siguen viaje hasta Burdeos. Allí se embarcarán pasado mañana para Montevideo. 

Aún tendría muchas más cosas que contaros, de Sampierdarena y del barco; mas para no cansaros y decíroslo todo esta noche, os 
contaré más el próximo domingo 1. 

El primer pensamiento del Siervo de Dios, apenas llegó a Turín, fue enviar al Papa una carta, que debió escribir al día siguiente. La 
hemos citado en su mayor parte en estas últimas páginas. Ahora viene al caso traer su encabezamiento: «Acabo de llegar a Turín y, antes 
que nada, debo rendir ferviente acción de gracias por mi parte y por la ((535)) de los misioneros salesianos. Llenos de la mayor 
satisfacción por haber tenido el alto honor de saludar al Vicario de Cristo y recibir la bendición apostólica, partieron jubilosos para 
América del Sur, asegurando que doquiera vayan proclamarán la bondad y la clemencia del Supremo Jerarca de la Iglesia, profesándose 
en cualquier caso hijos devotos de la Santa Madre Iglesia, siempre dispuestos a dar la vida misma por la santa religió n católica, la única 
que puede salvar al hombre». 

La brevedad del tiempo y los muchos quehaceres habían impedido a don Bosco en Roma pedir para los nuevos misioneros las 
facultades concedidas en 1875 a los de la primera expedición, implícitas en la declaración oficial de su condición de misioneros 
apostólicos. Pensó en ello unas semanas después de su regreso y se lo escribió a monseñor Ludovico Jacobini, secretario de la Sagrada 
Congregación de Propaganda. Pidió al mismo tiempo ornamentos y vasos sagrados para las iglesias abiertas o por abrir en América. 

Excelencia Rvma.: 

Hace ya unas semanas pregunté a S. E. el Cardenal Prefecto de Propaganda a quién podía yo acudir para el despacho de los asuntos 
concernientes a los misioneros Salesianos en América, y su Eminencia se dignó nombrarme a V. E. con la esperanza 

1 No hemos encontrado rastro de una segunda plática sobre este tema. 
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de que nos prestaría este importante servicio y de que hablaría con el mismo Eminentísimo Cardenal si fuese necesario. Este es el motivo 
por el que acudo a V. E. poniendo mi confianza en su conocida bondad. De momento necesito dos cosas. El año pasado fueron 
concedidas las facultades de misioneros apostólicos a diez salesianos, que salieron para la República Argentina. Ahora se necesitarían las 
mismas facultades para veinticuatro, que acababan de salir para el Uruguay, la misma República Argentina y Patagonia. Mas para no 
renovar siempre el mismo trabajo a esa benemérita Congregación de Propaganda, suplico que se conceda una facultad general, en virtud 
de la cual todos los salesianos que salgan para las misiones en el extranjero, gocen de los favores y gracias espirituales que suelen 
concederse a los misioneros apostólicos. 

El otro ruego es el siguiente. En este momento nuestros misioneros deben abrir, amueblar y poner en servicio cinco iglesias. Una en 
Montevideo, tres en Buenos Aires y otra en San Nicolás de los Arroyos, ((436)) donde se ha abierto un colegio para preparar operarios 
evangélicos para los Pamperos y Patagones. 

Suplico a V. E. tenga a bien concedernos algunos ornamentos y vasos sagrados, misales, antifonarios, graduales, libros en castellano o 
inglés, cálices, copones y otros enseres de este género, de los que pudiese disponer la Propaganda Fide y de los que ya el Eminentísimo 
Franchi me había dado alguna esperanza. Mi procurador general, en la persona del señor Alejandro Sigismondi, reside en la calle Sistina, 
104; es nuestro insigne bienhechor, que se presentará para cualquier recado, y abonará los gastos que pidiere el caso. 

He aquí un trabajo más para su Excelencia Reverendísima; yo no puedo demostrar mi agradecimiento como querría, pero aseguro que 
desde este momento todos los salesianos harán especiales oraciones para que Dios le colme de sus celestes bendiciones, le conceda 
largos días de vida feliz, y en su día le recompense con el premio de los justos en el cielo. 

Con el máximo aprecio y gratitud tengo el alto honor de poderme profesar de V. E. Rvma. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

El Siervo de Dios, que seguía con el pensamiento a sus hijos, mientras surcaban el Océano, volvió a escribir a Cagliero: 

Queridísimo Cagliero: 

1.° Para tu tranquilidad te comunico que los de Montevideo no pudieron salir el día 20; aquel barco no es de la misma sociedad, por lo 
cual tienen que aguardar en Burdeos hasta el 2 de diciembre para llegar a Montevideo el 29, otros dicen que el 26, en lugar del 29. 

2.° Religiosas de la Misericordia te darán noticias; ya que ellas llevan también una parte del equipaje, que los nuestros no pudieron 
embarcar en el Savoie. 

3.° Haces bien en estudiar el inglés, pero sin olvidar el castellano, y para ir a las Indias, »verdad? 

4.° El Padre Santo, con decreto expreso, ha puesto a los Conceptinos bajo nuestra autoridad para hacer de ellos otros tantos salesianos. 
Es una empresa nueva en la Iglesia. Veremos lo que resultará. 
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Fin de Página 454 


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5.° Escucha una bonita historia. Van seis sacerdotes a América y entran otros seis sacerdotes en la Congregación. Van con ellos siete 
clérigos, y siete clérigos que piden ingresar; son de hecho doce los coadjutores que deben ir a América, a Albano, a Trinità, y doce 
nuevos y celosos coadjutores hicieron la petición y fueron aceptados entre nosotros. »Ves cómo guía nuestras cosas? 

((537)) 6.° Trataré de la compra del terreno del cónsul Gazzolo, que desea mucho venderlo. »Pero se acabó ya el contrato para la 
iglesia de los Italianos? Advierto que la estrella del comendador Gazzolo se está oscureciendo algún tanto. Parecía muy luminosa 1. 

7.° Tenemos en el Oratorio al Rvdo. Reyne, cura párroco de Castelletto, en el Ticino. Arde en deseos de ir a unirse a ti. Dice que para 
cualquier necesidad bancaria, puedes dirigirte a un discípulo suyo, el señor Pollinini, banquero en Buenos Aires. Promete mucho. 

8.° En este momento está conmigo el Superior General de los Conceptinos, enviado aquí por el Papa para tratar de la ardua empresa de 
la fusión. Ya veremos. 

9.° Tengo preparadas seis monjas y seis salesianos para la primavera y, si hace falta, los enviaré; de lo contrario seguirán en su nido. 

10.° Ha fallecido madama Mazé; el jueves celebraremos un funeral solemne. 

Por los hermanos sabrás más cosas. Recibirás diez millones de saludos metidos en un saco, procedentes de mil partes. 

Dios nos bendiga a todos, querido Cagliero, y pide por mí, que siempre seré para ti en Jesucristo. 

Turín, 30-11-1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


P. D. Saludos especiales para el doctor Eduardo Carranza y el marqués de Spínola. 
Los de Montevideo tampoco tuvieron un viaje agradable por mar; pasaron muy mal rato, especialmente en las aguas del Golfo de 
Gascuña, donde una violenta y obstinada tempestad zarandeó el barco durante cuatro días. Se comunicó a los jóvenes la descripción del 
trágico suceso, enviada desde Lisboa, y no se asustaron sino que se llenaron de admirable entusiasmo por las misiones. La travesía duró 
dieciocho días. Ansiosamente esperados, los hijos de don Bosco fueron recibidos con los brazos abiertos por el Vicario Apostólico 
monseñor Vera 2, por las autoridades eclesiáticas y civiles y por los principales señores de la ciudad. 

Pero no era su meta la capital de la república; los esperaba Villa Colón, como hemos narrado anteriormente. Encontraron apenas 
trazada la ciudad, que después se desarrolló y ensanchó; ((538)) todas sus 

1 Don Luis Lasagna había comenzado a esclarecer las cosas en el viaje a Burdeos. 

2 Véase Apéndice, doc. n.° 49. 

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calles amplias, largas y rectas iban a dar a los alrededores del colegio. 
Este estaba constituido por varios edificios, repartidos en derredor de una iglesia de estilo gótico. Las paredes interiores de la iglesia y de 
la casa estaban solamente revocadas y enjalbegadas; lo demás, sin ornamentación ni muebles de ninguna clase. Hierbajos y zarzas de 
más de un metro impedían el paso para llegar al pie de los muros. Se necesitó mucho tiempo y mucho trabajo para limpiar, adornar, 
amueblar y adaptar, derribando por un lado y construyendo por otro, hasta lograr dar a aquel complejo de edificios el aspecto de un 
centro de educación. Cuando llegaron los salesianos, don Juan Cagliero, don Domingo Tomatis y el maestro carpintero Scavini, venidos 
de Buenos Aires unas semanas antes, trabajaban sin descansar en la obra y aún quedaba mucho por hacer. 

Tan pronto como se pudo dar comienzo, se publicó en los diarios de Montevideo y de otras ciudades. En el breve espacio de un mes 
los alumnos internos llegaron al centenar. Se abrieron escuelas elementales, los cursos inferiores de bachillerato y los de preparación al 
superior. Las lecciones de canto y de piano hicieron posible que pronto se pudieran celebrar solemnes funciones sagradas y estupendas 
veladas académicas. Don Luis Lasagna implantó en el nuevo colegio el plan del de Alassio, de donde él iba. Los alumnos estudiaban, 
obedecían, amaban la piedad; los padres, que los visitaban con frecuencia, llevaban por doquiera su propia satisfacción. El odio sectario 
intentó desahogarse con ataques calumniosos a través de los diarios; pero tuvieron que habérselas con un poderoso atleta: el padre 
Lasagna hablaba y escribía con tanta eficacia que los adversarios enmudecieron. Los alumnos con sus espléndidos resultados hicieron el 
resto. La fama del instituto se extendió por toda la república y favoreció su crecimiento, que ya nunca pudo nadie detener. 

Hoy día el Colegio Pío 1 de Villa Colón, así llamado por don ((539)) Bosco como testimonio de perenne gratitud al inmortal Pío IX, 
está ampliado, rodeado de tierras cultivadas de huerta, parque y viñedo, enriquecido con un observatorio completo, y convertido, en 
suma, en un foco de cultura de la República; también la iglesia, dedicada a María Auxiliadora, se ha transformado en santuario nacional. 

Los misioneros de Argentina hicieron escala en la capital de Brasil 

1 Desde los comienzos, este colegio dedicado a Pío IX, siempre se llamó sencillamente Colegio Pío, a diferencia del de Buenos Aires, 
inaugurado después de la muerte del gran Pontífice, y que se llama Colegio Pío IX. 
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el 6 de diciembre, después de un viaje felicísimo. Tomaron tierra y visitaron, como lo habían hecho los que les precedieron el año 
anterior, a monseñor Lacerda, obispo de Río de Janeiro y le presentaron los cordiales saludos de don Bosco. Aquel dignísimo pastor los 
abrazó tiernamente; y después, al oír que también ellos iban a Buenos Aires, dijo con acento de angustia: 

-íSiempre a Buenos Aires! Yo tengo en mi diócesis más de cuarenta grandísimas parroquias sin un cura; en ellas se nace, se vive y se 
muere, Dios sabe cómo. »Y por qué van todos ustedes a Buenos Aires?... Díganme qué debo hacer para tener aquí a alguno... Yo 
acariciaba el propósito de fundar en esta ciudad una escuela para aprendices; pero el Gobierno no quiere frailes... El Señor me inspiró 
llamar a los salesianos, que son los únicos que pueden ser recibidos aquí, por dedicarse a la educación de la juventud pobre, y porque su 
fundador tuvo el santo, sagaz y providencial pensamiento de no dar a sus hijos ningún distintivo que les diferenciase de los sacerdotes 
seculares. 

Don Francisco Bodrato le consoló, prometiéndole que pasaría por Río de Janeiro el padre Cagliero con quien podría entablar 
negociaciones. 

-Muy bien, le contestó el Obispo; pero, entretanto, yo comienzo a hablar con quien está aquí conmigo, el cual, lo mismo que el padre 
Cagliero, debe escribir al Superior General de los salesianos y así gano tiempo. 

Hubiera querido que comiesen con él; pero ellos tenían que estar a bordo. Los vio marchar con el corazón lleno de pena. 

En Montevideo, donde tomaron tierra el 11 de diciembre, fueron objeto de las exquisitas atenciones del Vicario Apostólico, pero 
apenas si tuvieron tiempo para entregar algunos equipajes para Villa Colón. ((540)) El 12 de diciembre por la mañana estaban frente a 
Buenos Aires. Enseguida advirtieron un vaporcito que se dirigía rapidísimo hacia el Savoie. Vieron de pronto sobre el puente de mando a 
dos sacerdotes; luego reconocieron en ellos a don Juan Cagliero y a don José Fagnano. Subieron los dos a bordo. íFue un momento de 
verdadera emoción! Pero durante veinticuatro largas horas ninguno de los pasajeros pudo desembarcar. 

La ciudad de Buenos Aires no contaba todavía con su magnífico puerto actual; los grandes buques echaban anclas en mar abierta, a 
unas diez millas de la playa. El desembarco se hacía con vaporcitos, desde los cuales después se transbordaba a unas barquillas, único 
medio para llegar hasta la orilla. Mas para toda esta maniobra hacía falta que en el gran estuario de la Plata estuviesen tranquilas las 
aguas: si 
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el mar estaba movido, las olas impedían la entrada en el puerto. Y así sucedió aquel día. 

La mañana del día 13, los amigos de don Juan Cagliero esperaban impacientes en el muelle a los recién llegados. Luego tuvieron 
muchas visitas y grandes recepciones durante toda la semana. El Arzobispo, monseñor Aneiros, manifestó su ardiente deseo de ver a don 
Bosco y el Oratorio; y no fueron sólo palabras, como veremos en el próximo volumen. Al despedirse, les dijo: 

-Con gran disgusto mío no puedo escribir a vuestro Superior en estos días, porque debo ir al Paraguay; pero lo que no puedo hacer 
ahora, lo haré después. Mientras tanto, decidle cuando le escribáis, lo mucho que yo os quiero, porque vosotros tenéis que ser la 
salvación y la dicha de esta ciudad y de esta mi vasta diócesis. Decidle que os concedo todas las facultades y privilegios, que están en mi 
poder 1. 

Se esperaban grandes cosas de los salesianos; les rodeaba un indecible aprecio de todas las clases sociales. La historia ya puede decir 
que las esperanzas no fueron defraudadas. 

Cuando don César Chiala cayó enfermo, había terminado de preparar para las Lecturas Católicas un voluminoso fascículo misionero, 
que salió después de la muerte del autor, correspondiente a los meses de octubre y noviembre. ((541)) Después de un resumen histórico 
de la Misión Salesiana, presenta una larga serie de cartas de los misioneros 2. La mayor parte de estas cartas ya habían sido publicadas 
en la Unità Cattolica, por obra del mismo Chiala, que, sin embargo, las había retocado un poco; aquí añadió otras e insertó nuevos 
detalles, conocidos después de la primera publicación. El libro concluye con un apéndice de documentos. En este trabajo hay que mirar 
sobre todo su finalidad y la de don Bosco al confiarlo al autor, que fue doble: ante todo, hacer admirar la divina Providencia, que se vale 
a menudo de humildes instrumentos para llevar a término sus adorables designios; y en segundo lugar, dar una satisfacción a todos los 
que habían contribuido a la primera expedición y mover a otros a ayudar con la oración y con medios materiales a los operarios 
evangélicos. 

1 De dos cartas de don Francisco Bodrato a don Bosco; Río de Janeiro, 6 de diciembre y Buenos Aires, 19 de diciembre de 1876. 

2 Sacerdote CESARE CHIALA. Da Torino alla Repubblica Argentina. Cartas de los misioneros salesianos. Turín, 1876. Tip. y Libr. 
Salesiana. 
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((542)) 

CAPITULO XIX 

MOLESTIAS DE LA PRENSA 

AUNQUE las molestias de los periódicos, miradas a distancia, parecen en general cosas de poca monta, sin embargo en realidad no fue 
así de ningún modo para quienes les tocó aguantarlas. También afligió a don Boso esta clase de tribulaciones, casi hasta el término de su 
vida. Es verdad que nunca quedó mellado en modo alguno su buen nombre, antes, al contrario, siempre se cumplió lo de que quien 
escupe al cielo en su daño se vuelve; pero no cabe duda que, como sacerdote y como padre de una familia tan grande y tan digna, se 
sentía herido en lo más vivo y hondo de su alma, ante la maledicencia de la prensa. 

Siguiendo el orden cronológico, escarbaremos primero en la hojarasca de un periodicucho humorístico, que se publicaba en Turín los 
martes, jueves y viernes. Se titulaba II Ficcanaso (El Buscavidas); y bien que mal, pero más mal que bien, ejercía su oficio de meter la 
nariz en los asuntos ajenos. Como es lógico, con tal ralea de intrigantes, le venían frecuentes accidentes profesionales, es decir, 
embargos, pleitos, suspensiones; pero estos casos, en fin de cuentas, producían señaladas ventajas, porque le proporcionaban nombradía 
y atraían la curiosidad en torno a él. Por desgracia era de un espíritu volteriano, del que hacía gala; pero ícuántos se echan a las espaldas 
los escrúpulos, cuando se trata de panfletos humorísticos, como si las ganas de reír a carcajadas justificaran el entregarse a tan 
detestables lecturas! ((543)) Efectivamente, este periodicucho alardeaba de una tirada muy superior a la de otras publicaciones periódicas 
de verdadero mérito, y el ser anunciado por las calles de la ciudad con su nombre, apellido y todo lo demás, era como en otro tiempo ser 
arrastrado por la ciudad en coche de lujo con cuatro caballos. 

En 1876 ese periodicucho tuvo que suspender la publicación en razón de una de sus acostumbradas aventuras, pero la reanudó muy 
pronto precisamente el día dedicado a san José. Pues bien, he aquí que en el nuevo programa figuraba el propósito de perseguir a don 
Bosco; en efecto, en el breve período de pocos meses le asestó sus tiros tres veces. A su estilo declaró sin rebozo a los lectores su 
malvada 
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intención; fingió haberle enviado después de su reaparición un «cordial saludo» y haber recibido por cortés respuesta la notificación de 
que, a fin de «corresponder dignamente a su gentileza», él se proponía hacerse en el futuro «colaborador extraordinario» y «compañero 
de armas». Anunciaba después que la colaboración empezaría narrando «una larga historia de la herencia Succi», donde sarcásticamente 
tenía esperanza de que él «con suavidad de estilo» y «con exquisita dulzura» sacerdotal hablaría de muchos personajes, abogados, 
procuradores, administradores, todos ellos mezclados en no sabríamos qué sucio negocio. En nombre del público el director daba las 
gracias «emocionado por tamaño favor» y esperaba ansiosamente «la historia de aquella herencia». 

Era una insinuación maliciosa y nada más; pero afligió amargament el caritativo corazón de don Bosco. El abogado Luis Succi, 
fallecido de repente a primeros del año anterior, había dejado al Siervo de Dios en un molesto brete. Don Bosco había salido fiador ante 
un banco para que le prestara cuarenta mil liras, y lo había hecho de muy buen grado, porque sabía que era lo suficientemente adinerado, 
aunque en aquel momento no le bastaba el efectivo que tenía en mano, y también porque le debía muchos beneficios. Era de justicia que 
los herederos, satisficieran el empeño del difunto; pero, agarrándose a argumentos capciosos, dieron marcha ((544)) atrás. Don Bosco, 
por tanto, se vio obligado a hacer honor a su firma. No nos importa saber las maniobras e intrigas de la codicia ajena en torno a aquella 
herencia; baste decir aquí que la intención de herir aviesamente la reputación de don Bosco, como si hubiese tomado parte en grandes 
latrocinios, no pasó de aquella fraudulenta, si bien inaceptable insinuación genérica, pero suficiente para desacreditarle ante tantos 
lectores, que no estaban en condiciones de conocer las artimañas ni de poner en claro la verdad. 

El periódico turinés volvió a entremeterse en los asuntos de don Bosco mes y medio después. En el ínterin una clamorosa medida fiscal 
le hubiera tapado la boca, pero reapareció con otro título. Desde el primer número de mayo se tituló La Lanterna del Ficcanaso (El Farol 
del Buscavidas). Y en cuanto a lo demás, no hubo ningún cambio. Por aquellos días se encontraba don Bosco en Roma. El número dos 
del año I, 6-7 de mayo, le atacó en dos artículos, cuyo contenido extraemos, quitando la envoltura zafia y blasfema del lenguaje. 

El primer artículo se titulaba: «Don Bosco en Roma». Había en él una de esas confusiones en las que suelen incurrir los periodistas 
profanos, cuando escriben sobre temas eclesiásticos. En el mundo 
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periodístico no se había tenido noticia de la suspensión de don Bosco, debido a la gran circunspección del Siervo de Dios. Ahora se 
propalaba la peregrina noticia de que don Bosco había sido suspendido en aquellos mismos días, y nada menos que a divinis, y por eso 
había ido escapado a Roma. Por tres motivos, al decir del periódico, le había suspendido el señor Arzobispo de celebrar la misa: 1.° 
porque tenía demasiados amigos influyentes en Roma; 2.° porque, valiéndose de estas poderosas influencias, buscaba cómo sustraerse a 
la autoridad de su Pastor; 3.° porque turbaba las conciencias de los fieles para sonsacarles herencias. Y pintaba el articulista a don Bosco 
en Roma trabajando con todo empeño para librarse de la pena canónica, que le había impuesto su Ordinario diocesano, y concluía 
irónicamente: «Esta vez el señor Arzobispo ha obrado como se debe y merece un aplauso... A ver ((545)) quién podrá más, si don Bosco 

o monseñor Gastaldi». 
íCuánto veneno! 

El segundo artículo titulado: «Fanatismo jesuítico» tiene una parte central que corresponde perfectamente a la verdad, que 
reproduciremos íntegramente, omitiendo los comentarios que desfiguran los hechos, lanzan insultos contra don Bosco e inducen a 
engaño a los lectores desconocedores de la cuestión. Dice así: 

«Hace tiempo se presentan tres señores en la tipografía de San Francisco y piden que se les publique un opúsculo. Todos saben que la 
tipografía marcha por cuenta de don Bosco. Este acepta el encargo, hace sus tratos, se queda el manuscrito. Tres días después vuelven 
aquellos señores para ver a qué punto ha llegado el librejo. 

»Señores míos, les dice don Bosco, ustedes perdonen, mátenme si quieren; he quemado el manuscrito; fue una inspiración que me vino 
del mismo Dios. 

»-»Y por qué?, le preguntaron. 

»-Porque aquel escrito no hablaba muy bien de nuestro amadísimo Arzobispo». 

Nada de «opúsculo» o «librejo»; era un manuscrito de mil páginas por lo menos. Nada de «no hablar muy bien»: se tejía en él una 
biografía tal del Arzobispo que el volumen habría constituido un ejemplar perfecto de libelo difamatorio. Como colofón, confesaba el 
redactor del artículo que no comprendía cómo los tres autores del manuscrito destruido no hubieran recurrido a los tribunales. La 
explicación era muy sencilla: don Bosco había saciado su auri sacra fames (execrable hambre de oro). 

Una tercera embestida y con dos ataques simultáneos apareció en aquellas columnas pocos días después, en el número del 9-10 de 
mayo; 
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los dos ataques estaban camuflados, pero cada uno en sentido distinto. El primer ataque no descubriría el objetivo real, si no fuera por el 
título que lo hace patente; dice el título: «Cosas de Bra, o sea, un alumno de don Bosco». El alumno sería un tal «don P. párroco en Bra»; 
el caso en cuestión, la captación de una herencia. Pero don Bosco no tenía ningún alumno suyo que fuera párroco en Bra; a no ser que se 
quisiera dar a la palabra ((546)) «alumno» la perversa significación de discípulo y seguidor en el arte de arramblar herencias. 

El segundo ataque va aparentemente contra don Bosco, pero en realidad apunta al Arzobispo. Vuelve a traer a colación con nuevas 
impiedades la gran noticia de la suspensión a divinis; se repiten los supuestos motivos; de nuevo se añade que la razón de la grave 
medida fue la secreta envidia del castigador y la despiadada rivalidad del castigado por ir a la caza de herencias. Bien mirada la cosa, 
como parece muy claro, es siempre la misma calumnia, cuya enormidad de por sí la hacía increíble para quien conocía al calumniado. 
Pero la calumnia hace necio al sabio, como dice la Escritura, y destruye su fuerte corazón 1. 

De todos modos constituía un grave motivo de aflicción para el Siervo de Dios el ver cómo se pretendía con aquellas artes diabólicas 
hacerle aborrecible a los ojos del pueblo, en medio del cual tenía que ejercer su apostolado. 

Tenía también gran difusión entre el pueblo otro periodicucho humorístico, del que ya se habló en el volumen anterior, el Fischietto (el 
Silbato), que de nuevo se echó a lanzar veneno contra don Bosco y contra el Arzobispo en su número sesenta y dos del 2 de mayo. Un 
firmante «Fray Jocundo», que nada tenía de fraile ni de jocundo, con la pluma mojada en tinta volteriana trasnochada, y blasfemando 
como un «turco», pretendía pronosticar en torno a los misteriosos orígenes de la «discordia entre estos dos grandes personajes, ya de 
todos conocida» y «muy añeja». Ahorramos a los lectores los disparates sobre la suspensión y las insinuaciones semejantes a las que 
acabamos de ver hace poco. Una novedad se ofrece aquí para pábulo de los lectores, a saber, que don Bosco pensaría en serio en 
decampar de las orillas del Dora 2 para ir a acampar en el litoral de la Liguria. A tanto llegaban los comentarios sobre la fiesta celebrada 
el 18 de mayo en Sampierdarena en honor de don Bosco a su vuelta de Roma. El Cittadino de Génova, al dar la noticia de la misma, 
aludía ((547)) a «una especie de 

1 Ecles. VII, 8: Calumnia conturbat sapientem et perdet robur cordis illius. 

2 El Dora, afluente del Po, pasa muy cerca del Oratorio (N. del T.). 
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velada académica de amor filial, celebrada con suave solemnidad en una amplia sala del nuevo y bellísimo complejo de edificios, 
surgido como por ensalmo merced a la generosa contribución de varios bienhechores». Sobre esta gacetilla de crónica local se bordaba la 
información de que don Bosco, perseguido en Turín, había pensado buscar residencia más tranquila en Liguria. Pero, si esta partida 
podía favorecer a los enemigos de la Iglesia, que al parecer trabajaban de común acuerdo para socavar su crédito y forzarlo a cambiar de 
aires, no entraba en absoluto en los planes de la divina Providencia. 

Una intriga de otra clase atormentó a don Bosco a través de los diarios. La inauguración del ferrocarril de Lanzo, en la que se habló de 
él más de lo que hubiera querido, le acarreó aquella molestia. Es necesario recordar el momento político, caracterizado por el reciente 
paso del gobierno de manos conservadoras a las democráticas. Los diarios de cada partido se aprovecharon del acontecimiento de Lanzo 
para presentarlo cada un o según el color de sus propias tendencias. Pero el papel que allí representó don Bosco fue visto generalmente 
con simpatía por los órganos de la izquierda y de la derecha, y por los llamados independientes, que, como la Unità Cattolica, declaraban 
no ser de derechas ni de izquierdas. La cuestión del sector parlamentario se ponía cada día más al rojo vivo, porque se propalaba a son de 
trompeta la noticia de próximas elecciones políticas. La concordia general en presentar con luz favorable el gesto de don Bosco era señal 
de que también en aquella coyuntura, él se había mantenido fiel a su gran principio: 

-En política no soy de ningún partido. 

Sin embargo iba a haber una disonancia precisamente en esta unánime aprobación. 

Conviene leer antes los encomios de la Unità Cattolica del 8 de agosto: «En el Colegio de los Padres Salesianos se había preparado 
bajo el pórtico, elegantemente adornado, un magnífico refresco de vinos blancos y vermut para la inmensa comitiva. La banda de música 
de los muchachos de don Bosco acompañó un hermoso himno de ocasión ejecutado también ((548)) por los alumnos de los salesianos, 
que obtuvo los más vivos aplausos. Los tres Ministros y el Gobernador visitaron el Colegio e hicieron de él los más entusiastas elogios». 

El Emporio popolare, también de principios católicos, había escrito: 
«Debo decir que el instituto de don Bosco mereció la admiración de todos y las más vivas y sinceras alabanzas de los tres Ministros y del 
Gobernador de la Provincia. Preciso es decir que las merece por todo concepto, pues es una institución magnífica y perfecta». La Nuova 
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Torino, diario industrial, nada clerical por cierto, publicaba aquel mismo día: «Se organizó un paseo hasta el Colegio de don Bosco. Allí 
estaba este sacerdote, que recibió a los visitantes caballerosamente y se entretuvo hablando mucho tiempo con los ministros Nicótera y 
Zanardelli». Hasta la Gazzetta del Popolo escribía el 7 de agosto: «En el Colegio internado había preparado el Ayuntamiento un 
abundante refresco de vinos blancos y vermut. Los alumnos del Colegio cantaron un simpático himno y obtuvieron sinceros aplausos». 
A pesar de las reticencias, no fortuitas ciertamente, aquel poco era un mucho, atendida la fobia anticlerical del diario turinés, que llevaba 
entonces ese título. 

La salida de tono, a que aludíamos, tuvo su origen en un órgano ministerial, el Bersagliere de Roma, cuyos comentarios laudatorios 
fueron más abundantes que los de sus colegas. El pasaje en discusión era el que se leía en el número del 9 de agosto: «Entramos en el 
magnífico Colegio de don Bosco, del milagroso don Bosco, que ítiene la habilidad de mantener en sus diversos institutos a nueve mil 
muchachos! Y los muchachos saludan con aplausos y aclamaciones a los ministros. Don Bosco está allí en persona y estrecha la mano a 
Zanardelli, a Nicótera, a Depretis. Bajo el amplio pórtico, que está frente a una hermosa corona de montes cenicientos, don Bosco manda 
servir el vermut helado. íExcelente! Los muchachos cantan, suena la banda también de los muchachos, y grupos de alumnos hacen 
ejercicios gimnásticos. Nada que huela a curas. íAquí se da una educación varonil y se hacen muchachos de bronce! Llega un momento 
en que don Bosco es el rey de la fiesta y ((549)) está sentado en medio de Nicótera, Zanardelli y el Presidente del Consejo. El más 
maravillado de todos es el honorable Zanardelli; se comprende que no acierta a explicarse lo que ven sus ojos. Pero es así. El milagroso 
sacerdote, que, a la vista parece un pobre rapavelas, acompaña hasta la plaza del Ayuntamiento al Presidente del Consejo. Los dos 
personajes se dan la mano; se intercambian cumplidas reverencias y palabras de cordialidad». 

Al llegar a este punto apareció la política para romper la armonía. Un corresponsal romano de la Unità Cattolica, escribía aquel mismo 
día y aparecía publicado en el número del día 11: «Nicótera se trasladó a las provincias del norte, que se llamaban la ciudadela de las 
derechas, para engañar a los tontos, haciéndose el santurrón con don Bosco y el Cottolengo y el monárquico con Víctor Manuel... Hay 
que leer el Bersagliere de esta mañana, el órgano del barón napolitano, para encontrar en él el eco de la devoción del propio amo; él nos 
lo pinta bajando del tren inaugural de Lanzo y asistiendo a su bendición, y 
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luego se coloca en piadosa procesión tras el monaguillo que lleva la cruz, él, que prohibió precisamente ayer mismo todas las 
procesiones religiosas, y después se inclinó hasta el suelo deshaciéndose en cumplidos con don Bosco, el milagroso sacerdote, y a 
continuación toda una serie de semejantes torpezas, que causarían náuseas a un estómago de bronce». 

Pasó una semana y, he ahí que, en el mismo diario, apareció el 17 de agosto un artículo, en el que el redactor, profesándose «hijo 
afectísimo de don Bosco», se tenía por «muy avergonzado con los elogios descompasados», que le prodigaba el periódico romano; razón 
por la cual, temiendo que otros recibiesen «una mala impresión con respecto a su amadísimo bienhechor», declaraba «exagerado» aquel 
escrito, por ser «poco exacto» y «muy falso». Después disculpaba a don Bosco de la posible acusación de haber derrochado el dinero «en 
adornos profanos, en refrescos de vinos para Sus Excelencias y compañía». íUn uso muy distinto debía haber hecho de las «doce mil 
liras gastadas por el Ayuntamiento para el famoso déjeuner!». ((550)) Por fin concluía: «Si don Bosco, movido por su exquisita cortesía, 
estrechó la mano a los señores Ministros, lo ignoro, porque no estaba presente; pero, si eso fue así, sería de desear al menos que Sus 
Excelencias se mostraran tan corteses como él, y, en consecuencia, le tendiesen su poderosa mano para que pudiese dar a un número 
cada vez mayor de muchachos esa sabia educación, que no puede dejar de ser varonil, porque es sinceramente católica». 

Hasta aquí el desventurado corresponsal de Roma. 

No hay quien vea cuán fuera del caso estaba esta pobre publicación; 
pero, peor que el artículo, fue el encabezamiento que le puso el redactor del periódico: «De muy buen grado publicamos la siguiente 
carta que nos escribe ''Un Salesiano'', respecto a los elogios del Bersagliere sobre la actuación de don Bosco, a quien nosotros habríamos 
deseado el día 6 de agosto una de esas momentáneas enfermedades, que en semejantes circunstancias atacan siempre tan oportunamente 
a los diplomáticos, sin excluir a los Nuncios Pontificios». El director del periódico, el teólogo Margotti, que se encontraba fuera de 
Turín, nada más volver corrió a presentar sus excusas a don Bosco, asegurándole que no sabía nada antes de que se imprimieran aquellas 
líneas. Por eso, en el número del 23 de agosto, aprovechando una ocasión, insertó la siguiente notita: «La Unità Cattolica siempre tiene 
el más acendrado afecto y la más profunda veneración para don Bosco, y sabe que sólo le mueve en sus actuaciones la gloria de Dios, el 
amor a la Iglesia y al Papa y el deseo de ganar almas para Jesucristo. Nos consideraremos 
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dichosos siempre que podamos favorecer con nuestro periódico sus trabajos verdaderamente apostólicos». 

Conviene, sin embargo, hacer notar que el desafortunado artículo, aunque lo firmaba «Un Salesiano», había sido escrito, a lo que 
parece, por don José Persi, que se hospedó en el Oratorio como predicador, pero que no era salesiano. Para decirlo todo, añadiremos que 
aquello de estrechar la mano a los Ministros, puesto repetidas veces de relieve por el órgano ministerial, dio que decir a algunos 1. 
((551)) Pero ninguna ley divina o humana prohibía a don Bosco hacer lo que hizo. En fin de cuentas se trataba de Ministros del legítimo 
Soberano; Zanardelli, además, representaba al Príncipe Amadeo de Saboya, que hubiera debido asistir, pero no lo hizo, realmente 
impedido por una enfermedad diplomática, como se colige por la prensa de la oposición. Tampoco se puede honradamente afirmar que la 
fiesta tuviera ningún tinte antirreligioso. Por otra parte, »podía don Bosco negarse a abrir su colegio, con peligro de gravísimos daños? 
Y, aceptada la invitación, »no tenía que hacer el oportuno recibimiento? El no podía recurrir a enfermedades diplomáticas, para no poner 
en un brete a sus jóvenes salesianos, expuestos a un encuentro en el que solamente su prudencia sabría responder adecuadamente a 
preguntas imprevistas, embarazosas y comprometedoras. 

Don Bosco se mostró muy contrario a aquel disparatado artículo y tenía motivo para ello. A quien ignorase que él nunca había tomado 
parte en polémicas en los diarios, podía fácilmente ocurrírsele pensar que el escritor había hecho aquello por orden o inspiración suya, 
cuando él era totalmente ajeno al asunto. Remachó su principio sobre las polémicas en los periódicos: 

-Es la manera de perpetuar los disgustos; siempre se acaba con el descontento por ambas partes; se convierten en gigantescas cosas que 
de suyo son pequeñísimas, y se propala a todo el mundo lo que debería permanecer oculto 2. 

Es más, en aquella ocasión quiso abundar en precauciones; pues, para cortar por lo sano las habladurías, ni siquiera permitió que se 
imprimiese el himno original de Lemoyne para la ocasión y puesto en música por Dogliani. Decía que había sido excesiva la publicidad 
sobre los sucesos ((552)) de Lanzo; y demasiadas las interpretaciones 

1 Así, por ejemplo, en el mismo número del 23 de agosto uno, que se firmaba «un sacerdote católico, apostólico, romano», decía con 
evidente alusión: «Apriete quienquiera la mano a los Nicótera y a los Depretis, etc.» 

2 Crónica de don Julio Barberis, 15 de agosto de 1876. El cronista ha juntado bajo esta fecha dos cosas que son de fecha posterior. 
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que se habían dado por los diarios; por lo tanto, no convenía en modo alguno que, precisamente cuando se empezaba a callar, se volviera 
a echar leña al fuego; tanto más cuanto que la publicación del himno podía confirmar la falsa opinión de que la recepción había tenido 
por su parte carácter oficial y fines políticos. 

También habló de don Bosco aquel año el impío Sécolo de Milán. Habíase esparcido la voz de que tenía pensado abrir un colegio en 
los amenos collados de Cassine, ayuntamiento del distrito de Alessandria. Pero no agradaba la idea a algún sectario anónimo, que 
desahogó su malhumor en las columnas del diario milanés. Por el contrario, la población de Cassine, profundamente indignada, devolvió 
la pelota al importuno, enviando al periódico una protesta refrendada por muchísimas firmas. Quiso además dar a don Bosco una prueba 
tangible de sus propios sentimientos; con este fin le envió un saludo, firmado por mil ciento ochenta y cuatro personas y acompañado 
con una carta del médico del lugar. Don Bosco mandó visitar el edificio que le querían vender; pero tropezaron en él con dos dificultades 
para que pudiesen ir allí los salesianos. El terreno contiguo era muy limitado y no ofrecía espacio suficiente para los patios de recreo; y, 
además, se preveían complicaciones para la compra de la casa, que debía transformarse en colegio 1. Por lo cual, después de un 
infructuoso intercambio de correspondencia, no se habló más del asunto. 

Tampoco era del agrado de todos que los salesianos se instalaran en los castillos romanos; por eso aparecieron en dos diarios liberales 
de Roma, La Libertà y La Capitale, dos comunicaciones desde Albano, que daban la voz de alarma levantando castillos en el aire sobre 
la gran novedad de Roma después del 1870, es decir, en torno a Blancos y Negros, como se llamaban las dos aristocracias, según que 
((553)) aceptasen los hechos consumados o se mantuviesen apartados. El cardenal Di Pietro quedó desconcertado; pero pronto se serenó, 
cuando vio que todo era humo de pajas: Es probable que llegase una palabra eficaz de las altas esferas: el recuerdo de Lanzo estaba 
todavía muy reciente, y no tardó mucho en cumplirse el pronóstico de una persona amiga: «Los fanáticos no dirán que V. S. es blanco, y 
los blancos no encontrarán negra la humanidad y beneficencia cristiana»2. 

1 Véase Apéndice, doc. n.° 50. 

2 Carta del canónigo Menghini a don Bosco, Roma, 24 de octubre de 1876. Quiere decir: «Los intransigentes no le tacharán de liberal 
y los liberales no le llamarán intransigente». 
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((554)) 

CAPITULO XX 

PRINCIPIO DEL CURSO ESCOLAR Y FIN DE AÑO 

LA serena palabra de don Bosco va a cubrir la mayor parte de las páginas de este último capítulo. La tomamos de los manuscritos que se 
conservan en nuestros archivos. 

Por entonces, generalmente se inauguraba el curso escolar después de la fiesta de Todos los Santos; pero don Bosco quería que sus 
muchachos se encontrasen en el Oratorio un par de semanas antes de aquella solemnidad. El día 20 de octubre, por la noche, presentes 
todos los alumnos nuevos y dos tercios de los antiguos, dio don Bosco las «buenas noches» y exhortó a todos a poner en orden su 
conciencia. 

Tengo el gusto de volver a veros después de algún tiempo de separación, de veros a todos sanos y en tan crecido número, a pesar de 
que aún no han llegado todos. Alabo a los que vinieron con exactitud en el tiempo señalado, y más todavía a los que anticiparon su 
regreso. A éstos les favoreció el buen tiempo, mientras que a los que quisieron esperar un poquito más, un día, hasta hoy, les tocó un 
tiempo malo, que parece quiere seguir siéndolo. 

Y ahora, »cuál será vuestra primera ocupación en el Oratorio? 

»Sabéis lo que hace un viajero, cuando vuelve de un viaje? Lo primero que hace es mirar si su ropa tiene alguna mancha de polvo, de 
barro o de otra cosa y echa mano del cepillo, y quita, una tras otra, estas manchas, hasta que su ropa queda limpia; y si ha caído en una 
charca, le toca hacer colada. Lo mismo debéis hacer vosotros, ahora que ((555)) volvéis del viaje de las vacaciones: mirad un poco la 
ropa de vuestra conciencia y ved si está limpia, si no tiene alguna mancha. Si por acaso encontráis en ella algún tiznajo, tomad enseguida 
el cepillo de la confesión y quitadlo; si encontráis algún lamparón más gordo, ípor amor de Dios, quitadlo también! 

Puede ser que alguno no haya ensuciado su alma, durante las vacaciones, con ninguna mancha, ni siquiera pequeña; pero, decidme en 
confianza: »hay alguno entre vosotros que pueda decir: -Yo he sido en vacaciones mejor que cuando estaba en el Oratorio, he progresado 
en la virtud? 

-No, no he oído nunca a nadie que me dijera eso. Al contrario, son muchísimos los que deploran el tiempo pasado en vacaciones. Uno 
dice: 

-Un amigo, a pesar mío, me hizo comer carne en viernes. 

Otro añade: 

-Un pariente me hizo comer demasiado, me hizo beber más de lo justo; algunos compañeros me hicieron oír conversaciones obscenas; 
un vecino me dio un libro malo para leer; me llevó a dar un paseo donde he visto cosas feas. 
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En conclusión, no es para dicho el daño que causan a algunos las vacaciones. 

Pero, ahora que habéis vuelto otra vez al Oratorio, procurad arreglar las cosas de vuestra alma con una buena confesión y una santa 
comunión; y estemos siempre preparados para ir a Dios en cualquier momento que nos quiera llamar. Buenas noches. 

Volvió a hablar dos noches después. Por aquellos días de espera las horas de clase eran pocas; por esto les hizo una calurosa 
exhortación para que ocuparan bien el tiempo. También recomendaba mucho que hablasen todos en italiano y dejaran de lado el dialecto. 

De momento no se puede seguir todavía un horario regular, porque cierto número de jóvenes, por algún justo motivo, todavía no han 
vuelto de vacaciones. Pero mañana empezarán las clases, aunque no tan rigurosamente como en otros momentos; sin embargo, habrá 
clase por la mañana y por la tarde, para que podáis emplear el tiempo repasando lo que habéis estudiado en los cursos anteriores. He 
encontrado a algunos jóvenes diligentes, uno de los cuales me dijo: 

-Yo me he repasado toda la gramática. 

Otro: 

-Yo he traducido algo de latín. 

Y un tercero: 

-Yo he estudiado todos los Preceptos 1 del cuarto curso. 

Esto ya es como una ganga, de grandísima utilidad para el curso. Aguardaremos a inaugurar el curso hasta después de la fiesta de 
Todos los Santos, cuando hayan vuelto todos. 

((556)) Entonces nos reuniremos todos en la iglesia, haremos el ejercicio de la buena muerte, cantaremos el Veni Creator, se dará la 
bendición con el Santísimo Sacramento, como se hacía los años anteriores, rogando al Señor que nos ayude a pasar un año feliz. 

Pero lo que más especialmente os recomiendo en esta ocasión, es que no perdáis el tiempo. Hay muchos que a mitad del año sienten 
haberlo malgastado. Entonces les duele haber obtenido malas calificaciones en los exámenes semestrales y no saben cómo arreglárselas 
para reparar los meses perdidos con la ociosidad. Quieren sacrificar las horas de recreo con los libros, levantarse de la cama antes del 
toque de campana para estudiar, a pesar de estar prohibido, porque todos deben descansar y hacer el recreo de acuerdo con el 
reglamento; se las apañan para estudiar de noche, y esto con perjuicio de su salud. Ciertamente no pasarían esos malos ratos de ansiedad, 
si se hubiesen dedicado a estudiar con empeño desde el principio. 

Recuerdo que, especialmente el año pasado, había que vigilar mucho, para que cada uno hiciera solamente lo que podía. En 
consecuencia había que asistir en los recreos, asistir de noche para que no se hiciesen disparates. Emplead bien ahora la jornada en la 
primera época del año, de suerte que nadie tenga que lamentarse de haber perdido ni un minuto de tiempo. Recordad que un solo minuto 
es un precioso tesoro, que tiene valor infinito. Vale cuanto Dios mismo , dice san Agustín, porque 

1 Quiere decir los Preceptos de Retórica o Preceptiva, como entonces se decía. 

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en este pequeño retazo de tiempo se puede hacer una obra buena, y así adquirir a Dios y ganar el paraíso. 

Mañana empieza la novena de Todos los Santos: procuren todos hacerla bien y propónganse para este año estas dos cosas: una, huir 
toda clase de pecado; la otra, evitar toda suerte de pensamientos y conversaciones contra la santa virtud de la modestia. Que este 
propósito sirva no sólo para este año, sino también para los que vengan después y para siempre. Y si queréis una práctica para esta 
novena, una florecilla apropiada para vosotros y que sirva también para todo el mes, y mejor aún para todo el año, os propongo hacer lo 
siguiente: libraos de decir ni una palabra en dialecto piamontés. Es una florella que no parece tenga alguna utilidad, pero os aprovechará 
mucho para aprender bien la lengua italiana. Destiérrese, pues, de entre vosotros, y no se oiga nunca a nadie pronunciar una sola palabra 
en piamontés. Hablad, jugad, trabajad, comed, bebed, dormid, todo en italiano. (Risas). Y si esta noche empieza alguno a roncar, que lo 
haga en italiano. (Más risas). Esta florecilla no pide penitencias difíciles, u otro sacrificio penoso; sólo se necesita un poco de vigilancia 
sobre sí mismo. Si a alguno le resulta muy difícil, mayor será la recompensa que le será preparada en el cielo. El Señor os bendiga, y 
buenas noches a todos. 

La novena de Todos los Santos le sugirió el tema para el día 27. Con mucha sencillez y eficacia les propuso el recuerdo de los tiempos 
de Domingo Savio y la comparación ((557)) con los de entonces. 

La novena de Todos los Santos sigue adelante; sin embargo, todavía no he notado que os hayáis hecho muy buenos. No digo que aún 
no haya habido alguna mejoría, pero tampoco veo que se hayan hecho milagros. Recuerdo que algunos muchachos, como Domingo 
Savio, Magone, Besucco y otros, hacían estas novenas con empeño y fervor extraordinarios. No se podía desear más. No quiero decir 
que ahora se hagan mal; los hay buenos, pero no existe aquel entusiasmo. Reinaba entonces un ardor universal; teníamos sesenta o 
setenta muchachos y había sesenta o setenta comuniones. Que »de dónde viene esto? diréis. »Viene, tal vez, de que el pobre don Bosco 
ya no habla a sus muchachos y no sabe hacerse comprender como entonces, o de que vosotros no le comprendéis o no le queréis 
entender como lo entendían aquellos antiguos jovencitos? Venga ello de una parte, venga de la otra o venga un poco de las dos, ahora no 
me interesa saberlo. Pero lo que debe tener más importancia es que os hagáis cada vez mejores. Todavía hay tiempo. »Habéis visto los 
haces de leña seca colocados uno sobre otro? Si se enciende uno, se encienden los demás y arden todos. Así podéis hacer vosotros. 
Durante esta novena uno tiene que servir de estímulo al otro para hacer el bien. Al encenderse una cerilla la llama puede prender un pajar 
y hacer un gran incendio. Así, bastaría que uno quisiera de veras hacerse santo para inflamar a los demás con el buen ejemplo y con los 
santos consejos. »Y si todos os comprometierais a ello? íSería una fortuna! 

Piensen todos en el paraíso, donde ya se tienen hermanos, hermanas, amigos, compañeros, superiores o inferiores y algunos el padre, la 
madre disfrutando el premio de sus virtudes. Ellos eran de carne y hueso como nosotros, y, tal vez, no se encontraron alejados de los 
peligros como nosotros, no tuvieron comodidad como nosotros para practicar la religión, ni la facilidad que nosotros tenemos para 
purificar la propia 
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conciencia. »Y si ellos se hicieron santos, por qué no podremos hacernos también nosotros? 

»Qué se necesita para ello? La gracia de Dios y nada más. Y yo os aseguro que el Señor nos da su gracia. »Qué nos falta? Un poco de 
buena voluntad. Y, si no tenéis esta buena voluntad, si no podéis ponerla vosotros solos, pedidla al Señor, pedidla con insistencia y El os 
la dará. Y, si no bastaran vuestras oraciones, acudid a los Santos, que en este tiempo del año están dispuestos a favoreceros en todo, y 
especialmente a María Santísima. Decidles que pidan para vosotros un ardiente amor divino, un amor constante y, si el Señor no os lo 
concede por vuestras oraciones, no podrá negároslo por las oraciones de tantos Santos. 

Y buenas noches. 

((558)) Los sucesos de la Congregación se iban desarrollando uno tras otro a la vista de todos, de suerte que también los muchachos 
los veían y se interesaban por todo, como acontece entre los miembros de una misma familia. Así la partida de salesianos para varios 
destinos fue el tema de las «buenas noches» del día 29. Don Bosco supo aprovechar la circunstancia para insinuar el pensamiento de la 
vocación. Dejó caer en público una palabra sobre una conferencia general que pensaba dar a los Socios; y lo hizo no sólo para avisar a 
éstos, sino también para despertar en algunos de los mayorcitos el deseo de asistir a ella. 

Hace pocas horas que han partido algunos salesianos hacia Roma. No son los que deben ir a América, sino los que van a organizar un 
pequeño colegio en una ciudad próxima a Roma, llamada Albano, exactamente al pie del monte en cuyas laderas se encontraba 
antiguamente el Alba Longa, anterior y contemporánea de Roma. 

El próximo domingo tendrá lugar la partida de otra pequeña expedición para establecer otro colegio en Ariccia, desde donde irán a dar 
clase en el seminario de la ciudad de Magliano. Partirán en tercer lugar tres o cuatro más para fundar una casa en Trinità, a fines de esta 
semana o primeros de la otra. Mientras tanto nosotros recemos, como acostumbramos hacer en estas circunstancias, por los que 
emprendieron viaje esta tarde y no llegarán a Roma hasta mañana a las dos de la tarde. 

Entre tanto os diré que, ya que estamos en la novena de Todos los Santos, no debemos dejar pasar un solo día sin rezar por los que 
tienen que ir a América. Los sacerdotes, recomiéndenlos también en la santa misa. Nuestros misioneros serán esta vez veinticuatro y no 
sé si todos partirán de una vez. Pero la diferencia será de una o dos semanas cuando más. 

Ahora que salen los mayores, tendrían que crecer y ocupar su puesto los más pequeños, convertidos en otros tantos apóstoles. Sería 
menester que los panecillos que se cuecen aquí, bajo la protección de María Auxiliadora 1, hicieran crecer un metro a cada joven, cada 
vez que come uno, y así todos os convertiríais en unos buenos mozos de golpe. (Risas generales). 

1 Hay que recordar que había horno en el Oratorio, situado bajo el templo de María Auxiliadora, y que en él se hacía el pan para la 
casa (N. del T.). 
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Pero confiamos en la divina Providencia, y espero que con su ayuda se llegará también a esto, a saber: que llegaréis a ser tan buenos 
misioneros que convertiréis toda la tierra. De paso advierto que mañana por la tarde, tal vez a eso de las cinco y media, según me han 
dicho, habrá una conferencia para los de la Congregación y lo digo aquí en público para que lo sepan todos. 

((559)) Mantengámonos siempre unidos al Señor, que es quien guía todas nuestras acciones, y portémonos de modo que no tenga nada 
que reprocharnos el día en que venga a juzgar a todos los hombres. 

No deje ninguno pasar un día en esta novena de Todos los Santos, sin pedir a Dios alguna gracia. Procuremos especialmente ganar las 
indulgencias plenarias, que se pueden lucrar en estos días; y no se olviden las almas del purgatorio; las almas de los que vivieron con 
nosotros en estos mismos lugares, de los que jugaron con nosotros en estos mismos patios y tuvieron el mismo maestro. Quien ya no 
tuviere en este mundo a sus padres, a un hermano o a otros parientes, no sea tan distraído como para olvidarlos. La ganancia que se saca 
de las oraciones que se hacen por las almas del purgatorio es doble: se alivian ante todo las penas de estas pobrecitas almas, y además es 
grandísimo el mérito que conseguimos y que el Señor se dispone a concedernos cuando vayamos a su encuentro. Buenas noches. 

La conferencia anunciada para el 30 de octubre tenía por fin preparar convenientemente los ánimos de los profesos, novicios y 
aspirantes para comenzar bien el nuevo curso escolar. Se reunieron para escuchar al buen Padre doscientas veintiocho personas. Su 
plática duró de las cinco y media hasta las siete: el tema fue la vocación. Después de asegurar a todos los presentes que Dios los quería 
en aquel estado, habló sobre los peligros de perder la vocación cuando uno va a su pueblo. Hacía tiempo, como hemos visto en páginas 
anteriores, que tenía mucho interés en suprimir enteramente estas idas; pero quería alcanzar la meta con la persuasión. Ya hemos dicho 
bastante en otros lugares la cautela que le convenía emplear para dar consistencia a la regularidad de la vida religiosa entre los suyos. 
Siempre con miras a desarrollar el tema de la vocación, recomendó el vivir retirados, tocó los votos religiosos y animó a tener confianza 
en el propio confesor. 

En los ejercicios espirituales de Lanzo, se habló de muchas cosas: de la Congregación, de la vocación, de los votos de castidad, 
pobreza y obediencia. Estos ejercicios se hicieron con gran satisfacción mía; de los predicadores, que cooperaron a su buen resultado, y 
de los que fueron a hacerlos. Yo quedé muy contento por el número de los que asistieron, por la manera como se hicieron, por los que 
emitieron los votos, y por los que se preparan para emitirlos el próximo año. 

((560)) Ahora vamos a inaugurar el año, no el año escolar, que comenzará el lunes de la próxima semana, si no se puede comenzar en 
ésta; sino el año salesiano, año memorable por la dilatación de la Congregación en Italia, en la República Argentina y en Francia con la 
fundación de Niza. En este año se abrieron veintiuna casas. Ayer 
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mismo salieron para Ariccia y Magliano, junto a Roma, algunos de nuestros hermanos que en estos mismos instantes estarán a los pies 
del Padre Santo invocando la bendición apostólica para nosotros. Otros saldrán dentro de poco para Albano, también junto a Roma, y 
esperamos que este año no sea menos fecundo en frutos que el año pasado. 

Mas, para hacer grandes obras, es preciso que sigamos fielmente nuestra vocación. 

Se trata de dar un adiós al mundo y muchos ya lo han hecho al vestir la sotana, que de suyo representa la renuncia al mundo y a sus 
halagos. Muchos desean entrar en la Congregación como seglares, pero todos con el fin principal de salvar su propia alma. Esta recta 
intención nos asegura que estamos en el camino. Fuera dudas. Por lo que toca a todos vosotros aquí reunidos, si me preguntarais si estáis 
todos llamados a la Congregación de San Francisco de Sales, creo poder deciros que sí. 

Sí, todos vosotros estáis llamados a la Congregación Salesiana, al estado eclesiástico y al estado religioso. 

Y puedo aseguraros en nombre de Dios que todos los que ya hicieron la profesión están absolutamente llamados, porque, antes de 
aceptarlos, quise conocerlos bien, y si los acepté es señal segura de que los creí aptos para la gran empresa. Por otra parte el Superior 
está obligado, bajo pena de culpa grave, a no aceptar a los que no cree llamados. 

»Y los que solamente son novicios o aspirantes? Creo que puedo decir lo mismo también de ellos. 

-»Que cómo puedo decir esto? 

-Ea, decidme: yo leo en la Sagrada Escritura que todo el mundo está situado en la malicia; que no hay en él más que concupiscencia de 
carne, concupiscencia de ojos y soberbia de vida. Ahora bien, el Señor quiere que nos salvemos, quiere que pensemos en la eternidad, 
que le amemos solamente a El. »No es el mundo un gran obstáculo para este amor? 

-Ciertamente. 

-»Hará, pues, bien o mal quien rompe de golpe con el mundo y se retira a pensar en Dios? 

-»Y quién duda que hace bien? 

-»Habéis roto vosotros? 

-íSí! 

-»Qué hace, pues, el que entra en la Congregación? íObra según el deseo de Jesucristo, hace la voluntad de Dios! Y el habernos Dios 
traído aquí, el haber venido aquí, »no indica, acaso, habernos El mismo ((561)) abierto este camino de salvación? »No es una señal de 
vocación el tener nosotros inclinación a esta vida de salesianos? »Quién nos la ha infundido? Omne datum optimum et omne donum 
perfectum desursum est, descendens a Patre luminum. todo lo que os fue dado de óptimo y todo don perfecto viene de lo alto, 
descendiendo del Padre de las Luces. Así, pues, vuestra vocación viene de Dios. 

»Pero y si viniese una ocasión que nos haga decidir diversamente? En este caso el Superior mismo, si viese que en alguno desfallece la 
vocación, está obligado a advertírselo. Yo sería el primero en decirle: ítú no estás llamado al estado religioso y, si permaneces en él, 
peligra tu eterna salvación! Entonces nos pondríamos de acuerdo los dos para buscar una ocupación más propicia para la salvación de su 
alma, y, si hiciese falta, me industriaría para buscarle un puesto fuera de la Congregación. Pero, mientras no aparezca esta señal, dice 
santo tomás, uno debe perseverar en el estado que ha abrazado. Manete in vocatione, qua vocati estis, dice también san Pablo. 

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Pero muchos dicen: -íEstando en la Congregación ni siquiera se puede ir a casa a ver a los parientes y amigos! -»Qué parientes y qué 
amigos? Estos son aquéllos de los que debemos guardarnos más, cuando se trata de la vocación. Decía san Alfonso: Parentes hostes 
animae sunt. Y aún los que tienen buena intención, muchas veces, con sus consejos, ponen delante las mayores dificultades a quien 
quiere entregarse del todo a Dios. -Nosotros hemos hecho mucho por ti, es justo que ahora tú nos ayudes; y además está escrito: honra al 
padre y a la madre. -Santo Tomás contesta que en el asunto de la vocación los padres no nos comprenden y son nuestros enemigos. In 
negotio vocationis parentes amici non sunt, sed inimici. Y dijo esto al explicar aquel texto del Evangelio: Inimici hominis domestici 
eius. Los de casa buscan las más de las veces quae sua sunt, non quae Jesu Christi (lo suyo, no lo de Jesucristo). Hablan de los intereses 
terrenos, piensan y aspiran a las comodidades de la tierra. 

Irá un pariente a ver a un religioso y le dirá: 

-»Por qué estarte aquí? Podrías ir a casa con tu padre, con tu madre, que tanto te quieren; en tu pueblo podrías encontrar un empleo 
más lucrativo; »y no se podría también hacer un gran bien en la diócesis? 

Y se oyen palabras similares hasta a personas de consideración y de buena fe, pero que no entienden nada de vocación. »Pero qué 
casa? »Qué casa? También yo he ido a casa, he estado un día o dos, hice lo que tenía que hacer, y después volví al Oratorio. Y los 
parientes me dicen: 

-Podrías quedarte un poco más; ítambién aquí hay muchachos que necesitan ser educados! 

Pero yo contesto: -Mi deber me llama al Oratorio. Si aquí hay muchachos que necesitan ser educados, supliré de alguna otra manera, 
también por medio de otros; pero, íyo tengo que estar donde Dios me ha colocado! 

En esto debemos hacer como el divino Salvador, cuando, a la edad de doce años, lo perdieron su madre ((562)) María y su padre 
putativo José. »Es que ellos no le querían con toda su alma? íCuánto lo buscaron, cuánto lo lloraron! Y cuando, al cabo de los tres días, 
le encontraron en el templo, le dijeron: 

-»Y por qué te has hecho buscar tanto tiempo: »No sabes lo afligidos que te buscábamos? 

A lo que Jesús les respondió: 

-»Por qué me buscabais? »No sabíais cuál era la voluntad de mi Padre? Quid me quaerebatis? Nesciebatis quia quae Patris mei sunt, in 
iis oportet me esse? 

Así tenemos que responder nosotros a quien nos quisiere apartar del estado, del lugar en el que el Señor nos quiere. 

-»No sabéis que yo debo hacer la voluntad de mi Padre Celestial? »No sabéis que yo debo pensar en las cosas que atañen a la mayor 
gloria de Dios y no a mi padre o a mi madre? 

María Santísima se calló al oír esta respuesta, dice el Evangelio, y grabó hondamente estas palabras en su corazón para poderlas 
meditar. 

Un día predicaba Jesús a una gran masa de pueblo y fueron a verle su Madre y sus hermanos, o primos, para hablarle y El no les hacía 
caso. María Santísima no pudo acercarse a El, y le mandó recado. Entonces alguien le tiró del manto y le dijo: 

-Mater tua et fratres tui quaerunt te. 

-»Y quién es mi madre, quiénes mis parientes? 

Y tendió las manos hacia la muchedumbre que lo rodeaba, exclamando: 

-En verdad os digo que todos los que oyen la palabra de Dios, y la practican, son mi madre y mis hermanos. 

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Manera elocuentísima ésta para indicar cómo quien se pone en seguimiento de Jesucristo, tiene que desapegarse de los padres. 

Y además, yo diría a algunos: »por qué pensar a veces en el estado del que Dios nos ha sacado por su misericordia? Decidme, os lo 
ruego, queridos hijos míos: »no nos encontramos aquí más lejos de ciertas ocasiones de pecar, que tanto abundan en el mundo? 

-íAh, sí! 

-Entonces, si queremos un lugar más apartado del pecado, busquemos el Oratorio. 

-»Cometo aquí todavía ciertos desórdenes, que cometía cuando estaba en el mundo? 

-íAh, no! 

-Busquemos, pues, este sitio apartado, lejos de las malas compañías. 

-»No tengo aquí más oportunidad para practicar el bien, para hacer visitas a la iglesia, para hacer media hora de meditación, para 
acercarme a los santos sacramentos? 

-íOh, sí! 

-Entonces si queremos salvar nuestra alma, alejarla de los peligros, vayamos a nuestra Congregación, que es un sitio retirado y 
defendido del mundo y el ambiente más oportuno para asegurarnos la vida eterna. 

Pero cuando se está en la Congregación, tenemos que guardarnos de perder la vocación, de salir del camino empezado. 

((563)) -»Y se puede perder la vocación?, preguntará alguien. 

-Claro que se puede perder, respondo. La vocación es una perla preciosa. Es la perla del Evangelio; un hombre la busca, la encuentra; y 
vende todo lo que tiene para comprarla. Si uno tiene una perla, o un diamante, lo guarda bien para no perderlo. Si el que tiene esta 
hermosa joya, se fuera a la orilla del mar y la lanzara a las olas o la pusiera bajo los pies y la pisoteara llenándola de barro y, por ser tan 
pequeña, la metiese entre la arena o la tierra, o la arrojase dentro de una profunda charca, donde se perdiese entre el lodo, esta brillante 
piedra desaparecería y ya no se cuidaría nadie de ella por haber perdido culpablemente su propia riqueza. Así debemos procurar apreciar 
nuestra vocación, que los Santos Padres llaman perla escondida en la religión y que se encuentra en el religioso, que guarda bien sus 
Reglas. Seríamos objeto de indignación para Dios, si la desperdiciáramos, pues sería como despreciar el tesoro más precioso. 

Debemos también amar mucho la vida retirada. No sólo no desperdiciar nuestra perla, sino guardarnos de exponerla de cara al mundo, 
y tenerla custodiada para no perderla. Si uno tuviere una moneda de plata o de oro de gran valor y fuera a una plaza y empezase a gritar: 

-íMirad qué cosa más hermosa tengo! Inmediatamente intentaría hacerse con ella algún ladrón o ratero. En cambio, si no dice nada a 
ninguno y la esconde celosamente, nadie se entera y puede estar tranquilo. No corre ningún peligro de perder su pequeño tesoro. 
Depraedari desiderat, qui thesaurum publice portat in via. Así debemos hacer nosotros: tener bien guardada nuestra vocación religiosa, 
para que el demonio, que no busca más que nuestra perdición, no tenga ocasión de hacérnosla perder. No pedir consejo acá y allá, no 
manifestarla a quien podría disuadirnos. Sería preciso a veces ocultarla a nuestros mismos padres, si fuese posible, especialmente cuando 
se trata de tomar nuestra deliberación, porque inimici hominis domestici eius. Pero, sobre todo, no ser mundanos y amigos de las 
aficiones sensibles y de casa. 

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Quiero deciros también algo sobre el voto de pobreza. 

-íBueno!... dirá alguien; yo estaría de buena gana en la Congregación, si tuviese una habitación mejor arreglada, si tuviese una 
ocupación más a mi gusto, etc., etc. 

-Pero, decidme: »qué voto habéis hecho en los ejercicios espirituales? El voto de pobreza. »Y a quién no le gustaría ser pobre de esta 
manera, es decir, sin que le falte nada? Esto sería burlarse de Dios. Algunos se jactan de ser pobres: -íYo he hecho voto de pobreza! 

-Pero no quieren saber nada de los efectos de esta pobreza. A veces el vino no será muy bueno, estará algo aguado; y no se tiene 
paciencia, no se quiere soportar esta mortificación. 

-Si no estuviera aguado, sería mejor, dicen. 

-Lo concedo; pero si queremos ((564)) ser pobres, también hemos de resignarnos a hacer alguna penitencia. Un pobre, a quien nunca le 
faltase vino para beber, aun cuando fuera medianamente bueno, se daría por dichoso. íAh, no seamos de los que aman la pobreza de 
labios afuera, pero no quieren los compañeros de la pobreza! 

En cuanto al voto de obediencia: 

-Pero, está ese Superior, que no me puede ver; cuando sabe que me gusta una cosa, no me la da; y cuando sabe que otra me desagrada, 
me la manda adrede. 

-»Es que no habéis hecho voto de obediencia? Al hacer este voto, habéis sacrificado al Señor vuestra voluntad y, por tanto, debéis 
hacer todo lo que os manda el Superior. »Os gusta? Bien está. »Os desagrada? »No va con vuestro genio y os disgusta? Mejor todavía; 
alcanzamos más méritos ante Dios. Pero no debemos obedecer de hocicos como hacen algunos; hemos de hacerlo todo de buena gana, 
con cara alegre, sabiendo que lo que nos mandan los Superiores, es lo mismo que si nos lo mandase el Señor. 

-Mirad, vale más un buen desayuno tomado por obediencia que una mortificación hecha por capricho. A veces un Superior manda algo 
a alguien y éste lo hace sólo a medias; va el Superior a verlo y no lo encuentra hecho ni por hacer, y se disgusta, y piensa durante la 
noche cómo tendrá que poner remedio, y ese pobre Director, con tantos asuntos como lleva entre manos, tiene que concentrar allí toda su 
atención, por culpa de un señoritingo que quiso hacer lo que le dio la gana. 

El tercer voto, que habéis hecho es el de castidad. íQué hermosa es esta virtud! Quisiera emplear días enteros para hablaros de ella, 
pero veo que me falta el tiempo. Ojalá pudieran todos los salesianos guardarla limpia de la más pequeña mancha: es la virtud más bella, 
la más esplendorosa y, al mismo tiempo, la más delicada entre todas. íEs tan fácil perderla, si no se emplean todos los medios necesarios 
para guardarla! íEs tan fácil mancillarla, si no se ponen en práctica las precauciones, que los Superiores y las Reglas sugieren! Debemos 
poner toda nuestra diligencia para mantenernos puros y santos en la presencia de Dios. Prestad atención al primer vientecillo pasional, 
mortificaos en ciertos tratos algo sensuales, sed reservados en ciertas palabras algo inconvenientes, aborreced ciertas amistades algo 
simpáticas, ciertos libros fantásticos. Y después no deis libertad a los sentidos, y si el demonio, aprovechando un momento en que 
estamos ociosos o descuidamos alguna precaución o hemos cometido alguna imprudencia por quebrantar las Reglas, se lanza de 
improviso al asalto contra nosotros, no nos dejemos disuadir, no renunciemos a nuestra gloria diciendo: 

-íPor una vez! íSólo será esta vez! íHace tanto tiempo que resisto! Después lo remediaré. 

-íAy! íAy! Abyssus abyssum invocat! (íUn abismo llama a otro abismo!) »Y si uno se hubiese dejado vencer por el demonio? 
Atención, no hay que dar el 

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primer paso en falso después de una desgracia. Es un gran paso en falso y fatal el de aquellos que, si les sucede una desgracia, ((565)) 
cambian de confesor. No encuentro nada que haga más daño, porque aquí no se trata únicamente de recibir la absolución, sino que se 
trata de dirección. Cualquier confesor podrá daros la absolución, pero »cómo queréis que os dirija aquél, a quien decís sólo las cosas 
ordinarias y, si hay algo más grave, no se lo decís? »Qué juicio podrá formarse de ciertas faltas, que, por no saber más, podrá tener por 
ligeras y, sin embargo, son la causa de lo que ocultáis? »Qué remedios espirituales podrá daros, qué consejos sugeriros, si creyéndoos 
como vosotros decís, tomará por escrúpulo lo que es consentimiento, por descuido lo que es consecuencia de lo que él desconoce? »Qué 
diríais de un enfermo, que descubre al médico ordinario sólo una parte de la enfermedad, pero no dice nada de donde está el cáncer, la 
verdadera llaga? »Habla de un poco de cansancio que le oprime, de un ligero dolor de cabeza, pero calla la mucha fiebre que tuvo ayer? 
El médico le recetará alguna medicina para calmar, pero mañana volverá la fiebre y el enfermo se va al otro mundo. Escuchad: la mejor 
medicina para curar en estos casos, el gran freno para no incurrir en otras caídas es confesarse con el confesor ordinario. 

Por lo demás yo quisiera que todos vosotros, jóvenes, clérigos y sacerdotes, no dejarais pasar un solo día sin pedir al Señor, de una 
manera especial, la gracia de poder conservar esta bella virtud y singularmente después de comulgar o celebrar la santa misa. Pedirla 
siempre como la gracia más grande. Pidiéndola con mucha insistencia, mientras tenemos en nosotros a Jesús Sacramentado, casi me 
parece poder decir que el Cuerpo de Jesús, la Sangre de Jesús se incorpora a nosotros, se mezcla con nuestra sangre y no podrá 
sucedernos nada desordenado. 

Dignas de particular relieve son las «buenas noches» del Día de los difuntos. Anunciada por fin la reanudación de las clases, presentó y 
explicó a sus muchachos los tres artículos fundamentales de su programa educativo: la fuga del pecado, la frecuente confesión y la 
frecuente comunión. Resulta bonito ver la sosegada sencillez y los términos perentorios con que enuncia cuál ha sido siempre su 
pensamiento sobre la frecuencia en la recepción de sacramentos, tema entonces muy delicado. 

Debo daros algunas noticias. Mañana empezará el horario normal. Algunos ya se quejaban de que había demasiado recreo, demasiados 
paseos y poco estudio. Mañana, pues, todos contentos. Pero aún os queda abundante tiempo de recreo y diviértase en él cada uno cuanto 
pueda. 

((566)) Pero no basta que comience el horario normal. Recordad que habéis venido aquí para estudiar. Y, por tanto, hace falta estudiar. 
Por lo que a mí me toca, yo estudiaré mi papel, estudiad vosotros el vuestro. Así, pues, a partir de mañana poned todo el cuidado posible 
para huir del ocio y para huir del pecado, dos cosas que necesariamente hay que aprender. íSi supierais qué precioso es el tiempo! Dicen 
los sabios que el tiempo es un tesoro; por consiguiente, quien pierde un minuto de tiempo, pierde parte de este tesoro. Es preciso, pues, 
aplicarnos a ello desde el principio con buena voluntad, para que a fines del año no tengamos que lamentarnos del tiempo perdido. 
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Pero, tened entendido que la verdadera sabiduría viene sólo del Señor; y huir del ocio y emplear bien el tiempo no os serviría de nada, 
si tuvieseis el pecado encima. Initium sapientiae timor Domini. Por eso, ante todo, debemos arreglar bien nuestra conciencia. Sapientia 
non intrabit in animam malevolam et non habitabit in corpore subdito peccatis. Esta máxima estaba escrita en un cartel colgado en el 
salón de estudio; no sé si todavía está, pero si no estuviere, mande don Celestino Durando colgar otro. 

Y repetiré siempre el mismo aviso que acostumbro dar al principio del curso:confesión frecuente y comunión frecuente. 

En cuanto a la confesión frecuente, no voy yo a fijaros el día exacto; los Santos Padres dicen que cada semana, unos que cada quince 
días y otros que cada mes. San Ambrosio y san Agustín están de acuerdo en decir que cada ocho días. Yo, por mi parte, no os doy 
ningún consejo especial; sólo os diré que vayáis al confesor siempre que os remuerda la conciencia por algún pecado. Unos pueden estar 
ocho, diez días sin cometer ninguna culpa, otros quince y otros veinte. Pero puede que alguno pueda estar sólo tres o cuatro días y 
después cae en pecado; éste acérquese aún más a menudo a la santa confesión a no ser que que se trate de naderías. El catecismo habla 
de confesarse una vez al mes o cada quince días. San Felipe Neri decía y recomendaba confesarse cada semana. Así lo hacía san Luis. 
Pues bien, el que quiera pensar un poco en su alma, vaya una vez al mes; quien quiera salvarla, pero no se sienta tan ardiente, vaya cada 
quince días; quien quisiese llegar a la perfección, vaya cada semana. Más, no; salvo que tuviese algo que pese en la conciencia. 

En cuanto a la comunión frecuente, no quiero prescribiros el tiempo; quiero contaros una sencilla anécdota. Pero antes miremos el 
reloj, no sea que nos pasemos de la hora... Son las nueve y ocho minutos. Lo que quiero contaros es un hecho, que se cuenta en cinco 
minutos. Había un hombre que solía confesarse con san Vicente Paúl, pero no le gustaba este confesor, porque le ordenaba la comunión 
frecuente y le insistía para que fuera a comulgar varias veces a la semana. Cansado ((567)) de aquella exigencia, pensó cambiar de 
confesor e ir a otro. Lo encontró y le dijo: 

-Sepa que yo solía confesarme con el padre Vicente, pero me ordenó que comulgara casi todos los días. A mí eso no me va y vengo a 
usted, para que me aconseje. 

Aquel confesor, sin poner mientes tal vez en el mal que hacía, le contestó: 

-Tienes razón, hijo mío. »A qué tanta frecuencia? Empieza por poco. Basta comulgar una vez a la semana. 

Pasado algún tiempo, aconsejó a su penitente que recibiera la comunión una sola vez cada quince días, porque así podría prepararse 
mejor. Por fin, yendo cada vez más adelante en su falso sistema de dirección, no sé por qué motivo, tal vez porque le veía caer siempre 
en los mismos defectos, o tal vez porque creía que no adelantaba bastante en la virtud, acabó por decirle que comulgara una sola vez al 
mes. 

El pobre hombre seguía sus consejos. »Y qué sucedió? Que al poco tiempo dejó completamente la comunión y sólo se confesaba. 
Después comenzó a frecuentar los teatros, luego los festines, los bailes y otros entretenimientos atractivos. Terminó por dar un adiós a la 
confesión y entregarse a una vida licenciosa. 

Pero, después de pasar algún tiempo en esa vida, no sintiéndose satisfecho como antes, y agitado además por los remordimientos de 
sus culpas, volvió a san Vicente y le dijo: 

-íEsto va mal, padre Vicente, esto va muy mal! 

-»Y por qué, le preguntó san Vicente, por qué habéis venido a verme? 

-Porque me cansé de tanta comunión y quise cambiar de confesor para no comulgar tan a menudo. Pero veo que, dejando la comunión, 
dejo también la piedad, 

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me hago peor y he terminado por dejar la confesión. Por eso, de hoy en adelante quiero seguir su consejo y acercarme a menudo a la 
santa comunión. 

Y se confesó con san Vicente, hizo bien sus cosas, empezó una buena vida y poco a poco tornó a frecuentar cada vez más los 
sacramentos y volvió a ser la piadosa persona que era antes. 

Yo os recomiendo lo mismo. Todos necesitan la comunión; los buenos para mantenerse buenos y los malos para hacerse buenos; y así 
adquiriréis la verdadera sabiduría, que viene del Señor. Así, pues, os repito: huid del ocio, huid del pecado, confesión frecuente, 
comunión frecuente. Y buenas noches. 

Al principio de cada curso escolar los educadores avisados se ven obligados a comprobar con gran dolor que las vacaciones hacen 
siempre sus víctimas. Hay jóvenes, a quienes los malos compañeros u otras peligrosas ocasiones transforman desgraciadamente en otros 
distintos de los de antes. Por eso, si se quiere prevenir el escándalo e infundir un saludable temor en los no bien intencionados, ((568)) es 
preciso hacer violencia al propio corazón y dar algún solemne escarmiento. Esta profilaxis entraba de lleno en el método de don Bosco; 
en efecto, en el mes de noviembre, fueron despedidos del Oratorio tres de los mayores del quinto curso de bachillerato, donde se 
manifestaban síntomas poco alentadores. 

íCon cuántas súplicas intentaron los incautos hacer revocar la sentencia! Uno, de Palazzolo sull'Olio, después de haber hablado con 
don Bosco, fue a echarse a los pies del buen vicedirector don José Lazzero, en cuyas manos había quedado la decisión. Rogó, suplicó 
que lo dejara seguir como estudiante, como aprendiz, como fámulo o criado en la casa, protestando que estaba dispuesto a todo lo que 
quisiesen los Superiores, con tal de seguir en el Oratorio. íCuántas lágrimas derramó, cuántas razones adujo para conmover al Superior! 
Acudió después al despacho del Prefecto de los externos, el padre Bologna, y renovó ante él la escena. En vista de que parecía 
sinceramente arrepentido, se acabó por enviarlo a Lanzo. 

El segundo, natural de Trinità, salió; pero volvió a los pocos días con los padres, y allí fueron los llantos y los ayes. El padre, persona 
culta y sensata, estaba como fuera de sí al ver expulsado a su hijo en aquella edad y corrió peligro de caer enfermo porque se negaba a 
comer. Prevaleció la compasión, y el muchacho fue enviado a Borgo San Martino, previo aviso a aquel Director de los antecedentes. 

El tercero, natural de Busca, estuvo algún tiempo en su casa, escribió inútilmente algunas cartas y reapareció medio desesperado en 
compañía de los suyos. Se le concedió ir a Alassio, pero con la condición de que no hubiese reducción en la pensión. 
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Sólo las circunstancias especiales, en que se encontraban aquellos pobrecitos, aconsejaron aquella mitigación de una regla, que se solía 
aplicar con rigor. 

Don Bosco no se dejaba absorber nunca por los cuidados del Oratorio, ni por las muchas ocupaciones, de tal modo que no pensara 
también en las otras casas. En efecto, el 21 de noviembre fue a visitar el colegio de Borgo San Martino, donde asistió a la fiesta del 
titular, san Carlos, trasladada al día 23. El día 4 de diciembre visitó el colegio de Lanzo, y volvió al Oratorio la víspera de la Inmaculada. 
((569)) Allí tuvo un sueño «distinto de los de costumbre», al decir de don José Lazzero en las breves notas de su crónica, después de 
haberlo oído contar. El 12 del mismo mes fue el Beato a Trinità para visitar aquella casita, que se acababa de abrir. 

Una carta de últimos de noviembre nos lo presenta lleno de apuros por la casa del Torrione de Vallecrosia. 

Mi querido Cibrario: 

He recibido tu carta y la del profesor Boido y me proporcionáis una gran satisfacción al darme las noticias tal y como son. Esto servirá 
de norma. 

Don Miguel Rúa pensará en ello y tendréis cuanto antes un maestro que os ayude. Yo saldré para Liguria después de Navidades y haré 
una parada sin demasiada prisa en el Torrione. La señorita Leticia será recibida en Mornese en cualquier momento con su hermanita 1. 
Con respecto a los intereses, queda todo a mi cuidado y al del papá Lavagnino. Beberemos una de sus estupendas botellas y después todo 
quedará arreglado. Di a monseñor Viale que encienda el fuego para fabricar la iglesia del Torrione; yo llevaré un poco de Bosco 2. 

Sentimos mucho la enfermedad del señor Obispo. Esta casa reza por él, y esperamos que, a pesar de su respetable edad, Dios nos lo 
quiera conservar todavía. Saluda de mi parte a nuestras hermanas, a los señores Lavagnino y comunica a todos una bendición especial de 
parte del Padre Santo. Amén. 

Créeme en Jesucristo 

Turín, 19-11-1876. 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

1 La señorita Leticia Lavagnino fue a Mornese para hacer los ejercicios. Ella y su hermana menor, Elvira, fueron más tarde a Nizza, la 
primera como postulanta y la otra como educanda. La casa de Vallecrosia recibió la más valiosa ayuda de la familia Lavagnino. 

2 Juega con el doble sentido; bosco, en piamontés italianizado, significa «madera». 
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Los frecuentes viajes hicieron que don Bosco, siempre solícito por buscar subsidios por todas partes para cubrir las necesidades del 
Oratorio, sintiera la necesidad de volver a obtener las pasadas facilidades ferroviarias, lo mismo para él que para los muchachos. Por este 
doble motivo escribió una carta al Ministro de Obras Públicas y otra al Director General de Ferrocarriles. Decíale a Su Excelencia 
Zanardelli: 

((570)) Excelencia: 

Acudo a V. E. por un asunto que concierne exclusivamente a la necesidad de la clase más menesterosa del pueblo. 

Para buscar socorros con que mantener a estos asilados, que son algunos millares, para ir a recogerlos o para conducirlos a sus 
respectivos pueblos por ferrocarril, me encuentro en la necesidad de gastar un dinero que debería ser para el pan cotidiano de los 
mismos. 

En tiempos pasados, cuando los ferrocarriles eran administrados por el Estado, el Gobierno me concedía billete gratuito para mí y para 
una persona que me acompañaba, billetes semigratuitos para los muchachos y totalmente gratuitos para los que eran enviados por las 
autoridades del Gobierno. 

Mas, por haber sido suprimidos completamente estos favores, suplico que, al menos, sea concedido un billete de favor para mí y para 
un compañero en los ferrocarriles de Italia, para remediar de este modo una necesidad que se hace cada vez más apremiante, dado el 
creciente número de muchachos en peligro y abandonados. 

Puedo asegurar a V. E. que el beneficio implorado redunda en favor de los jovencitos, que, de no ser ayudados eficazmente, van 
camino del peligro y están a punto de ofrecer quejas a las autoridades públicas y acaso de ser conducidos a los correccionales o a las 
cárceles de menores. 

Convencido de que V. E. se dignará prestar benévola atención a lo que acabo de exponer, pido a Dios que le haga feliz, al tiempo que 
tengo el alto honor de profesarme, 

De V.E. 

Turín, 4 de diciembre de 1876. 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

De la carta al Director General de Ferrocarriles sólo nos ha quedado este borrador, que el secretario debía pasar a limpio, 
completándolo con las fórmulas acostumbradas. 

Ilustrísimo señor Comendador: 

La benemérita Dirección de Ferrocarriles del Norte de Italia, teniendo en cuenta lo que hacemos en favor de los niños necesitados o 
abandonados, pertenecientes a agentes o empleados ferroviarios, suele conceder un abono gratuito para las líneas que no son propiedad 
del Estado, pagando sólo el impuesto gubernativo. 

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Espero que V. S. Ilma. querrá seguir concediéndome el mismo caritativo favor; es más, en atención a los especiales agobios de este 
Instituto y a la gran masa de muchachos en él recogidos, le rogaría extendiera ((571)) este favor a toda la Red Ferroviaria del Norte de 
Italia. Si esto no fuese posible, acepto con gratitud el favor de los años anteriores, asegurándole, como en el pasado, que siempre serán 
bien recibidos los jovencitos que cualquier miembro de esa Dirección me recomendare... 

Su seguro servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

Tomamos de nuevo el hilo de las cosas del Oratorio. El Beato quiso anunciar por sí mismo a toda la comunidad el comienzo de la 
novena de preparación a la fiesta de la Inmaculada. Por segunda vez mencionó a Domingo Savio; pero en esta ocasión dio a su palabra 
una notable viveza de expresión y completó un rasgo biográfico, muy brevemente tocado por él en la Biografía. Dice don Bosco en ella 
en el capítulo XVII: «Bien puede decirse que toda la vida de Domingo fue un ejercicio de devoción a la Virgen, pues no dejaba pasar 
ocasión alguna sin tributarle sus homenajes. El año 1854 el sumo pontífice Pío IX definía como dogma de fe la Concepción Inmaculada 
de María. Domingo deseaba ardientemente hacer vivo y duradero entre nosotros el recuerdo de este augusto título que la Iglesia ha dado 
a la Reina de los Cielos. 

-Desearía, solía decir, hacer algo en honor de la Virgen; pero enseguida, ya que temo que me falte tiempo». 

De ahí pasa el biógrafo a hablar de la compañía de la Inmaculada Concepción, ideada y formada por Domingo. De la misma 
solemnidad había escrito don Bosco en el capítulo VIII: «Domingo era uno de los que más ardían en deseos de celebrar el 
acontecimiento santamente. 

»Escribió, pues, nueve florecillas o bien nueve actos de virtud, con el propósito de practicar uno cada día sacado a suerte. Hizo con 
grandísimo consuelo de su alma confesión general y comulgó con el mayor recogimiento». 

He aquí, pues, cómo habló el día 28 de noviembre por la noche. 

Mañana empieza la novena de la Inmaculada Concepción y desearía que la hicieseis con la mayor devoción posible. Por la mañana y 
por la tarde, oís cantar: «Bendita sea la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios». Es ((572)) ésta una 
plegaria de los fieles en honor de María Santísima; pero la Iglesia, para ensalzar su Inmaculada Concepción, instituyó una solemnidad, 
cuya novena comenzaremos mañana y que, así lo espero del Señor, terminaremos después de haber recibido alguna gracia extraordinaria. 

Recuerdo todavía, como si fuese hoy, el rostro alegre, angelical de Domingo Savio, 
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tan dócil y tan bueno. Vino a verme la víspera de la novena de la Inmaculada Concepción y tuvo conmigo un diálogo, que está impreso 
en su Vida, aunque bastante más breve, y que muchos ya habrán leído y los demás pueden leer. El diálogo fue muy largo. Me dijo: 

-Yo sé que la Virgen concede un gran número de gracias a quien hace bien sus novenas. 

-»Y tú qué quieres hacer en esta novena en honor de la Virgen?, le pregunté. 

-Quisiera hacer muchas cosas. 

-»Por ejemplo...? 

-Ante todo quiero hacer una confesión general de mi vida, para tener bien preparada mi alma. Luego procuraré cumplir exactamente las 
florecillas, que para cada día de la novena se darán el día anterior. Quisiera además portarme de manera que pueda cada mañana recibir 
la santa comunión. 

Y se calló, pero como uno que no ha acabado todavía lo que quiere decir. 

-Y »no tienes nada más?, seguí preguntándole. 

-Sí, tengo una cosa. 

-»Cual es? 

-Quiero declarar guerra a muerte al pecado mortal. 

-»Y qué más? 

-Quiero pedirle mucho, mucho a la Santísima Virgen y al Señor, que me manden la muerte antes que dejarme caer en un pecado venial 
contra la modestia. 

Diome a continuación un papelito en el que había escrito: «Quiero ante todo hacer una confesión general, después de pedir a María 
Inmaculada que me conserve sin mancha, de suerte que pueda recibir todos los días la santa Comunión y que me haga morir antes que 
pueda caer en pecado mortal». Y mantuvo sus promesas, porque la Santísima Virgen le ayudaba. Y él, mis queridos hijos, tenía vuestra 
misma edad, era de carne y hueso como nosotros, tenía las mismas malas inclinaciones que tenemos nosotros, vivía en estos mismos 
lugares, se había educado en el mismo Oratorio que vosotros, estudiaba en la misma sala y en las mismas aulas, dormía en vuestros 
dormitorios, comía el mismo pan que coméis vosotros; únicamente era algo mejor que nosotros y nos dejó un buen ejemplo. 

No quiero ahora decir con esto que tengáis que hacer todos la confesión general. No; no quiero decir eso. Pero, si alguno lo ((573)) 
necesitase, si recordara un pecado que no ha confesado todavía en su vida pasada, le exhorto a que vaya a confesarse; y si ésta fuese una 
culpa grave, entonces tiene que comenzar desde su última confesión bien hecha y, uno tras otro, confesar todos los pecados, confesados 
y no confesados, hasta el presente. Alguno se queja de que siempre tiene que decir las mismas desobediencias, los mismos enfados mal 
reprimidos, las mismas pérdidas de tiempo, los mismos malos pensamientos no apartados enseguida, los mismos chistes y aún 
conversaciones y obras. En conclusión, confesiones y pecados, pecados y confesiones. Examine éste un poco su vida desde la última 
confesión. »Ha alcanzado algún provecho? El árbol se conoce por los frutos que da. Si advierte que ha hecho algún progreso, siga 
adelante en el bien; pero si no ha hecho ningún progreso, reconozca que las confesiones no dan fruto, no son buenas; que la culpa 
procede de él mismo y trate de enmendarse, repasando bien su conciencia, haciendo una confesión general y después entréguese con 
todas sus fuerzas a mejorar su conducta en adelante. 

Sin embargo, estaría muy bien que, si no todos, muchos por lo menos hiciesen esta confesión general. Tendría yo mucho que decir en 
torno a las disposiciones y a la manera de hacerla, pero acostumbro resumirlo todo con estas palabras: -Supónte 

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que te hallas en el último momento de tu vida, y dime por favor: »qué hacer entonces? Examínate de todas las culpas que cometiste, 
como si te encontraras en la agonía, próximo a dar cuenta al Señor de todas tus acciones, y después ya puedes hacer tu confesión. 

Estoy convencido de que la mayor parte de vosotros cumple bien; pero quisiera insistir a algunos para que también ellos se determinen 
a hacer con todo el empeño posible confesiones verdaderamente buenas. 

En conclusión, os sugiero únicamente dos cosas para esta novena: una buena confesión y recibir cada día la santa comunión, si no 
sacramental, por lo menos espiritual, que consiste en un vivo deseo de recibir a Jesucristo en nuestro corazón. Buenas noches. 

Durante la novena, el día 3 de diciembre fue a decir una palabra especial a los aprendices. Recordó por tercera vez a Domingo Savio. 
Sus palabras para animarlos a hacer bien la novena, debieron obtener buen resultado, porque don José Lazzero escribe en su breve 
croniquita con fecha 8 de diciembre: «Don Bosco se mostró muy satisfecho de los aprendices. Contribuyó a ello la visita que les hizo 
durante la novena». 

((574)) Ya no podréis seguir quejándoos de que don Bosco no os viene a ver. Vosotros creéis que yo hablo todas las noches a los 
estudiantes, pero no es así: desde agosto hasta hoy sólo he ido dos veces. Además, otra disculpa, y es que toca la campanilla para el rezo 
de oraciones, cuando nosotros no hemos terminado todavía de cenar, y así no hay tiempo para venir aquí. Tenéis, además, a don Miguel 
Rúa y a don Juan Branda, que saben decíroslas de todos los colores. 

Pero, si no vengo yo a veros, ívenid vosotros a verme a mí! Los estudiantes saben venir a buscarme a la sacristía y me alegro de que 
también lo hagan algunos aprendices; pero, en esto, los estudiantes os ganan con mucho. Pues bien, vengaos vosotros así: 

-»No quiere don Bosco venir a vernos? íBueno, pues iremos nosotros a buscarle! 

Una cosa que quería deciros es que estamos en la novena de la Inmaculada Concepción, y os digo lo que ya he dicho a los estudiantes 
el primer día de la novena: que, después de esta fiesta, tengan todos arregladas las cosas de su alma. Si alguno tuviese un desarreglo 
espiritual, un enredo que deshacer, no deje pasar esta ocasión de la fiesta de la Inmaculada, si no quiere poner su alma en peligro de 
condenarse. Con esto no quiero decir que todos tengáis que hacer confesión general; no es eso; al contrario, quien ya la hubiese hecho, 
no conviene que vuelva a hacerla; pero hagan todos una confesión según la necesidad de la propia conciencia. Necesitaría una confesión 
general aquel que va a confesarse y siempre se confiesa de las mismas culpas. 
El que confiesa hoy una mentira y siempre se acusa de mentiras; el que se confiesa y siempre tiene que acusarse de enredar en la iglesia, 
de desobedecer, de no respetar a los asistentes, de malas conversaciones, de bromas y chistes escandalosos, de malas costumbres. »Serán 
siempre buenas estas confesiones? Respondo con las palabras del Evangelio. Por los frutos se conoce una planta. Si las confesiones no 
reportan provecho, hay que temer que, si no son sacrílegas, al menos sean nulas. Será, pues, necesario escudriñar el propio corazón y 
buscar la razón de ello; si hay falta de examen, de 
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dolor o de alguna otra cosa; y después de una buena confesión, romper toda atadura que nos pueda tener ligados al demonio. 

Hay otro caso en el que habría que hacer confesión general, y es cuando, por desgracia, se hubiese callado deliberadamente un pecado 
mortal en la confesión, y lo hubiese vuelto a callar la vez siguiente que fue a confesar, y en este mismo estado hubiese dejado pasar la 
Pascua, la Navidad, el Corpus Christi, y años enteros con una serie continua de confesiones mal hechas. Supongo que a ninguno de 
vosotros le sucede esto; pero, si lo hubiese, que no deje pasar esta fiesta sin poner en orden su conciencia, si no quiere correr peligro de 
condenarse eternamente. Vaya a confesar la culpa que calló, vuelva a hacer las confesiones posteriores y empiece una vida nueva. 

((575)) Domingo Savio vino a verme la víspera de la novena de la Inmaculada Concepción, y me dijo: 

-Yo querría hacer bien esta novena. 

-Y yo me alegro de que la hagas bien, le contesté. 

-»Y qué tendría que hacer? 

-Mira: cumple bien las prácticas de piedad. 

-Conforme; pero yo quisiera hacer algo más, replicó Domingo. 

-Recibe más a menudo la santa comunión. 

-También yo lo espero hacer, y con la ayuda del Señor quiero comulgar todos los días; pero aún querría hacer más. 

-»Y qué quisieras hacer por la Virgen? 

-Quiero hacer confesión general y después renovar a la Virgen la promesa, ya tantas veces repetida, de no dar nunca una mirada, ni 
tener el más mínimo pensamiento contra la virtud de la pureza. 

Si Domingo Savio era observante en todo, en este punto lo era en sumo grado. Hizo su confesión general con gran edificación de todos 
los que le vieron. 

Cuidaos también vosotros de hacer bien, por cuanto os sea posible, esta novena imitando el ejemplo de Domingo Savio. »Será, pues, 
necesario que hagáis todos confesión general? No; como ya he dicho al empezar, no quiero esto; mas, si alguno lo necesitase, no deje 
pasar la ocasión de esta hermosa fiesta. Y si no pudiese todavía arreglar los asuntos de su conciencia el día de la Inmaculada, venga en 
los días siguientes hasta el domingo, que yo estaré siempre en la sacristía dispuesto a recibirlo. 
íMas, por el amor de Dios, no haya ninguno que aparte a los demás de la confesión! 

Otra cosa que quería deciros, es que os queráis unos a otros, que os améis para haceros el bien mutuamente, para daros buen ejemplo, 
para daros buenos consejos. Pero que no existan nunca jamás entre vosotros esas amistades que, por desgracia, se entablan para 
escandalizarse, para sostener malas conversaciones, para asesinarse el alma mutuamente. Tales son precisamente los que se juntan para 
hacer el mal, para hacer hurtos, como precisamente he oído, con gran disgusto, que ha sucedido hace algún tiempo. Se hurta en la huerta, 
en el comedor, en la cocina; e incluso el enfermero tiene que vigilar atentamente para que no le quiten lo que tiene guardado para los 
enfermos. Hasta se vendieron toallas, camisas, sin duda robadas. »Estamos en una casa de ladrones? Ya fueron expulsados algunos del 
Oratorio por este motivo. No es que yo dude de ninguno de vosotros; es únicamente para advertir y prevenir a quien lo necesitare. 

Una cosa más y os dejo. Vosotros decís siempre que queréis a don Bosco, pero hay que demostrar este amor con los hechos. Si os 
preguntan: 

-»Quieres a don Bosco? 

-íNo lo dude!, respondéis enseguida. 

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Pero »es esto lo que quiere don Bosco? íNo, no! Escuchad quiénes son los amigos de don Bosco, éstos ((576)) y nadie más: los que se 
esfuerzan con él para salvar su propia alma. Estos y nadie más son los verdaderos amigos de don Bosco. Si don Bosco trabaja tanto para 
salvar vuestras almas, que después de todo no son suyas, será preciso que también vosotros os dediquéis con todo empeño a cooperar en 
la salvación de vuestra alma, de la que don Bosco es responsable ante el Señor. Yo; entre tanto, pediré siempre al Señor y a la 
bienaventurada Virgen María que os lleve a todos al paraíso. Buenas noches. 

Después de la fiesta de la Inmaculada hubo una pequeña novedad, que ofreció a don Bosco la ocasión de hacer oír su apreciada 
palabra. El crecido número de novicios obligó a proporcionarles una nueva sala de estudio, mucho más amplia que la anterior. Se colocó 
en ella una hermosa estatua de la Santísima Virgen. Los novicios prepararon una veladita para la inauguración del aula y la bendición de 
la sagrada imagen, e invitaron a ella a don Bosco. Este aceptó de buen grado la invitación, y quiso que se reunieran allí para la 
conferencia general todos los salesianos del Oratorio. Así, pues, el domingo 10 de diciembre, por la tarde, se reunieron unas doscientas 
personas en el salón de estudio del noviciado ante la imagen de María Santísima, colocada bajo un hermoso dosel y rodeada de luces y 
flores. Era la primera fiestecita que hacían los novicios por su propia iniciativa; por lo cual brillaba la más viva alegría en sus rostros. 
Entró don Bosco, se invocó al Espíritu Santo, y los cantores ejecutaron un himno de ocasión; a continuación se revistió el Siervo de Dios 
de sobrepelliz y estola, y bendijo la estatua con las oraciones rituales. Después se sentó junto al altarcito levantado ante la imagen de la 
Santísima Virgen y habló así: 

Ya no somos unos chiquillos: estamos ante un grupo de estudiantes de filosofía y sabemos que yo no he bendecido a la Virgen, sino a 
una estatua que la representa. Sabemos también que al honrar esta imagen, entendemos hacerlo a la Santísima Virgen, representada por 
esta estatua. El mundo nos juzga mal y especialmente los protestantes son contrarios a estas prácticas, que tachan de idolatría, y para 
rebatirnos nos presentan el texto de la sagrada Biblia: Tú no harás imágenes ni estatuas. Pero nosotros no somos tan necios como para 
confundir el agua con el café; pues tenemos suficientes entendederas para juzgar las cosas. 

((577)) Nosotros ponemos como base el principio: Adorarás a un solo Dios, y con él quedan excluidos todos los demás. Sentado esto, 
»qué pueden objetar todavía los protestantes? 

»Cómo debemos, pues, interpretar ese paso de la Sagrada Escritura? Se interpreta así: No harás estatuas, ni imágenes de animales o de 
otra cosa para adorarlas. Esto es: para adorarlas, que no es venerar ni respetar. 

La adoración, que con un vocablo griego se llama latría, significa culto supremo, servicio supremo, que prestamos sólo a Dios. 
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Por el contrario, el respeto que tenemos a los santos, que en griego se dice dulía, servicio, como dulos (esclavo), es un servicio, un 
obsequio que no tiene nada de adoración, porque sabemos que los santos fueron hombres como nosotros y nosotros también podemos 
hacernos santos. 

Tocante al culto que prestamos a María Santísima, que es la Madre de Dios, la Reina del cielo, la más poderosa de las criaturas, se 
llama en griego hiperdulía, que significa servicio superior. 

Así que el culto de latría o adoración solamente se tributa a Dios y a nadie más; y, si a veces se dice adorar a un ángel, no hay que 
tomar esta frase en un sentido literal, sino más bien como indicando obsequio, veneración; pero nunca jamás adoración. 

Y después, para contestar a los protestantes con su Biblia, »no se encuentran en las Sagradas Escrituras ejemplos de estatuas? Sí que se 
encuentran. Preguntemos a los protestantes: -»Qué había en el templo de Salomón, precisamente en el Santuario del Señor, a derecha e 
izquierda? -Ah, es verdad, responderán; había dos querubines. -»Y quién los había colocado? »Tal vez los idólatras? »No fue el mismo 
Salomón por orden del Señor? Por consiguiente, si esto fue mandado por Dios mismo, no es en modo alguno contrario a la ley del Señor. 
Ante estas razones los protestantes quedan perplejos, y no saben responder más que: -Nunca había puesto mientes en ello. 

Y, como dice san Pablo, el hombre necesita de imágenes para avivar su fe, porque siempre tiende a lo material. No podría el hombre 
permanecer constante en una religión obscura, sin figuras e imágenes. El cristiano siempre dice: -He aquí a la Santísima Virgen, he aquí 
a tal Santo. -Pero no entiende con esto afirmar en modo alguno que el madero, la materia sea verdaderamente la Santísima Virgen o el tal 
Santo, capaces de escucharle o ayudarle, sino más bien un objeto que los representa y recuerda. 

Ahora, por lo que nos concierne, vengamos a lo que acabamos de hacer. Estoy muy satisfecho por esta fiestecita y desearía que se 
hiciesen muchas parecidas en otros sitios. 

»Y qué conclusión hemos de sacar de la bendición de la estatua, de las oraciones hechas y de esta conferencia? 

Yo tendría muchas cosas que deciros sobre la protección especial de la Virgen sobre nuestras casas. Estamos seguros de que Ella nos 
mira, ((578)) y nos invita a imitarla. Ella quiere que correspondamos, que la sigamos por el sendero espléndido, ornado de azucenas. »Y 
qué ventaja sacamos de mantenernos bajo su amparo? Si todo se reduce a palabras, no nos contará entre sus hijos; pero, si se trata de 
obras, si realmente somos devotos suyos de corazón, es cosa cierta que iremos a verla en el paraíso, y ser eternamente felices con Ella. 

El Señor ha querido demostrar en estos depravados tiempos que en el Santísimo Sacramento está su Cuerpo, y la Santísima Virgen es 
la Reina del cielo, su Madre Inmaculada, y que Ella es omnipotente por medio de su Divino Hijo. Por Ella existe y prospera nuestra 
Congregación. Os suplico, pues, que recomendéis a todos, primero, la adoración a Jesús Sacramentado y después la devoción a María 
Santísima. Promoved esta devoción, que hará un gran bien. La Virgen María ayuda mucho en la vocación; uno por sí solo puede hacer 
muy poco, pero con el auxilio de María hace mucho. No me detendré ahora a presentaros ejemplos, pero conocí vocaciones dudosas o 
completamente equivocadas, lo que es gran desdicha, las cuales triunfaron por intercesión de María. 
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No ha mucho que uno, entre otros, ligado hacía cuatro años con las sagradas órdenes, llevaba una vida pésima y estaba verdaderamente 
en la antecámara del infierno. Acudió a don Bosco y le confió lo que le pasaba. Don Bosco le dijo: 

-Dejemos de lado la teología, la moral, la mística, la ascética; contéstame sinceramente: »tienes devoción a María? 

-Si he de decir la verdad, me contestó, nunca he pensado en ello seriamente. 

-Entonces reza mañana y tarde tres avemarías y repite a menudo, especialmente en los peligros, esta jaculatoria: María Auxilium 
Christianorum, ora pro me. 

Prometió hacerlo y se fue. Unos años más tarde nos encontramos por casualidad, manifestó su gran alegría al verme y me dijo que 
desde el día en que me había confiado el estado de su conciencia, había vivido siempre con el corazón tranquilo. 

-Usted tiene un buen medio, me dijo, para curar. Recomiende siempre la devoción a la Virgen. Especialmente a los que empiezan a 
entregarse al servicio de Dios incúlqueles que se recomienden a la Virgen para que los libre de los peligros. 

En efecto, con la ayuda de María se puede todo, con Ella se obtiene cualquier favor. Es la omnipotente por gracia, y nosotros hemos de 
invocarla a cada instante; Ella nos dará la fuerza necesaria para vencer todos los enemigos de nuestras almas. 

Espero que seáis devotos de esta estatua y que evitéis toda burla, conversación y lectura, que pueda desagradar a nuestra Madre María 
y a su Divino Hijo. Así ella os otorgará las gracias y bendiciones que yo os deseo de todo corazón. 

Mientras tanto, os encomiendo que tengáis a bien decir a María Santísima que se digne ayudar a don Bosco, que tiene mucho que hacer 
y es ((579)) responsable de vuestras almas y de la suya ante el Señor. Con la devoción a María Santísima viviremos, así lo espero, y 
moriremos todos santamente e iremos a gozar eternamente con Ella en el cielo. 

Concluida la conferencia, don Bosco se quitó los ornamentos, se sentó con los Superiores frente al altar improvisado y asistió a la 
veladita. Estaba también presente el hermano Conceptino, que debía salir para Roma al día siguiente. Después de repetir el himno, se 
leyeron discursos y poesías en latín, en italiano, en francés y en alemán. Un grupo de clérigos cantó el Ave María en chino, que les había 
enseñado un antiguo alumno de las escuelas apostólicas de Turín. Antes de retirarse, don Bosco visitó detalladamente la sala; su ojo 
sagaz, al que nada escapaba, encontró que las luces de gas no estaban bien distribuidas e indicó cómo había que colocarlas, para que 
llegase luz suficiente a todas partes. 

Solíanse dar cada semana calificaciones de conducta también a los clérigos; y don Bosco pedía a principios del año escolar que se las 
llevaran a su cuarto para examinarlas. Estas calificaciones se volvieron a dar ocho días después de la ceremonia descrita. No todas eran 
satisfactorias. Don Bosco mismo avisó a los que no hubieron obtenido óptime, y lo hizo con una sola palabrita después de la confesión: 

-Mira, tienes mala calificación de conducta por este y por aquel motivo; procura enmendarte. 
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VOLUMEN XII Página: 489 

La impresión fue extraordinaria. Los pobrecitos, que recibían semejante amonestación, corrían llorando al Maestro, don Julio Barberis, 
para pedirle más amplia explicación. 

En el curso 1875-76 había dejado algo que desear la clase de filosofía 1. Cuando se trató de elegir un nuevo profesor, el Beato pensó 
en el joven teólogo Agustín Richelmy, futuro Cardenal Arzobispo de Turín, a quien apreciaba desde niño. Al no ver satisfecho su deseo, 
le pidió su colaboración para la instrucción dominical de los muchachos del Oratorio de ((580)) San Luis, que había quedado sin la 
actuación de don Luis Guanella. En la carta que le escribió, alude a las dimensiones de la iglesia, con la intención de eliminar la eventual 
dificultad procedente de los órganos vocales del predicador, que siempre fueron débiles. 

Queridísimo Richelmy: 

Puesto que no puedo tenerte conmigo para la escuela de filosofía, mira a ver si puedes ayudarme para la predicación en el Oratorio de 
San Luis. La iglesia no es muy espaciosa. Una breve instrucción, incluso un solo ejemplo, acompañado de alguna reflexión moral, puede 
bastar. 

Don Celestino Durando dará aclaraciones; pide a Dios por este pobre, que será siempre para ti en Jesucristo 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


En la mente de don Bosco estaba clavado el sueño de Lanzo; había dicho que quería contarlo, pero no enseguida, porque le causaba 
demasiada pena. Pero se vieron los efectos. Don Bosco había llegado a enterarse de los desórdenes del Oratorio y de los autores de los 
mismos. Mandó que pasaran por su cuarto los dos cabecillas, aprendiz el uno y estudiante el otro, a quienes calificó de verdaderos 
demonios. 

Pasó primero el aprendiz. Don Bosco le dijo: 

-Escucha, quiero que me dejes hablar sin interrumpirme. Después me dirás sí o no. Hace seis meses que no te confiesas. Desde tu 
última confesión ha sucedido esto y esto otro, en tal tiempo, en tal lugar, con fulano de tal. 

Y por este estilo siguió hablando diez minutos sin parar un instante. Después concluyó: 

-Ahora discúlpate. »Es verdad o no? 

1 Véase el undécimo volumen, pág. 250. 
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VOLUMEN XII Página: 490 

El joven aterrorizado contestó: 

-No me puedo disculpar, todo lo que me ha dicho es verdad. 

Quedó silencioso un instante y siguió: 

-No tengo nada que decir, sino que soy gravísimamente culpable. Si me quiere perdonar y tenerme todavía en casa, tenga la seguridad 
de que verá en mí un cambio absoluto; si me quiere echar, no puedo quejarme. 

Y como don Bosco le dejaba hablar ((581)) y callaba, también se calló el joven, quedándose en silencio durante unos instantes; 
después, de repente rompió a llorar, se arrodilló a los pies de don Bosco y añadió: 

-íSí, perdóneme! Yo necesitaba este golpe; desgraciadamente no estaba en regla con Dios. Aun cuando quiera despedirme de casa, 
permita que antes arregle las cosas de mi conciencia y no me eche de esa manera... íNo, por favor; haga la prueba de detenerme todavía y 
ya verá cómo repararé el daño que he causado en el Oratorio con mi escándalo! 

Don Bosco le contestó: 

-Cuando empezaste a hablar, al ver que sólo reconocías el mal y prometías enmendarte, declarando que estabas dispuesto a quedarte 
aquí o a marcharte, temí que fuese esto un engaño del demonio y que no perseverarías. Pero ahora que veo tu buena voluntad de arreglar 
las cosas de tu alma y de reparar el escándalo con el buen ejemplo, esto me mueve a escuchar sin dificultad tu ruego. Por ahora puedes 
quedarte con nosotros. 

Tocóle después el turno al estudiante, al que dijo don Bosco: 

-Tú, a partir de tal fecha, has hecho mucho daño en la casa. La única salida que te queda para que te perdone, es que me cuentes de pe 
a pa todo lo que has hecho, sin ocultarme nada. 

Aquel desgraciado manifestó sus desórdenes, pero sólo a medias, y sin declarar las cosas más graves. Don Bosco le hizo algunas 
observaciones; pero como él trataba de disculparse con la mentira, don Bosco cortó la conversación, lo despidió y envió un papelito a 
don José Lazzero diciéndole que a la mañana siguiente lo despidiese del Oratorio. 

Secretamente fueron llamados muchos otros por don Bosco a su cuarto. 

Aquellas revelaciones hacían mucho bien. A veces, la inesperada lección transformaba súbitamente al individuo. Además, el 
conocimiento de que el ojo del Superior penetraba hasta los más recónditos secretos, tenía en jaque a toda la comunidad. 
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Después de estos antecedentes, la mayoría esperaba que don Bosco ((582)) contara pronto algo extraordinario. Por eso cuando, el día 
20 de diciembre, se presentó para dar las «buenas noches», creyeron todos que había llegado el momento. Pero no fue así, no dijo nada 
todavía. Habló y fue largo. Hizo la presentación solemne, aunque en términos un tanto jocosos, de don José Lazzero como vicedirector 
del Oratorio, cargo que antes tenía don Miguel Rúa, pero que últimamente ya lo ejercía don José Lazzero. Comunicó después la novedad 
de un Director general para las Escuelas Salesianas en la persona de don Celestino Durando, el cual cedía a don Pedro Guidazio la 
dirección de las escuelas del Oratorio. 

Concluyó exhortando encarecidamente a los jóvenes que fueran siempre buenos y huyeran del pecado: 

Esta noche tengo muchas cosas importantes que deciros. Tendría que contaros antes un sueño; mas, para no pasarme demasiado de la 
hora, os lo contaré mañana por la noche y haremos que estén también presentes los aprendices. Ahora quiero deciros cosas que no son 
sueños, sino realidades. Hay algún cambio en la dirección de la casa. Don Bosco ha ido a la quiebra. Hasta ahora la primera persona, 
después del Director General, el que despachaba los más importantes negocios de la casa era don Miguel Rúa. Ahora don Miguel Rúa, 
que ya no es tan bueno, ha cedido el puesto a don José Lazzero, porque él se encuentra a menudo fuera de casa, hoy por aquí mañana por 
allá, y no puede atender a todas las cosas aquí en casa. Muchas veces viene gente para hablar con él y no está; se necesita resolver un 
asunto urgentemente y no aparece; alguno de vosotros desea hablarle y no lo consigue. Ahora estará don José Lazzero, el cual, como no 
se escapa tan a menudo de casa, podrá cumplir exactamente su cargo. Así don Miguel Rúa, que es muy bueno, atenderá a otros asuntos y 
don José Lazzero, que es mejor, ocupará su cargo de Director, como ya lo venía haciendo; pero esto no era todavía del dominio público y 
no todos lo sabían. Así los que necesiten algo acudirán a don José Lazzero y le encontrarán, y podréis tratar con él más libremente. 

Se ha introducido otro cambio con respecto al inspector de las escuelas. El profesor don Pedro Guidazio, que ahora ha recobrado algo 
su salud, pero no podría aguantar el peso de una clase regular, tiene fuerza suficiente para dirigir no una clase, sino todas, porque 
dirigirlas cuesta menos trabajo que darlas. Por eso, como desea dedicarse a vuestro provecho, tendrá el cargo de Inspector, o sea Director 
de todas las clases del Oratorio. Hasta ahora ocupaba este cargo don Celestino Durando, que tiene en verdad mucha virtud; pero no tanta 
como para estar aquí en Turín cuando está en Lanzo, y ((583)) encontrarse en Sampierdarena o en Alassio cuando está aquí. Por lo cual 
él será Director de todas las escuelas de la Congregación, ya sea porque es más conocido por los externos, ya sea porque hay quien actúa 
muy bien en su puesto aquí en el Oratorio. Sin embargo, quien necesitase algún certificado, puede acudir a él. Así, pues, Guidazio será el 
Director y también Superior en lo concerniente a la disciplina de todas las escuelas y también de todos los clérigos, excepto los que están 
bajo la dirección de don Julio Barberis. No quiero que vayan a robarle los mirlos en su jaula. 
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Pero deseo que éstos sean Superiores no sólo de nombre, sino también de hecho; por consiguiente, obedézcanles y respétenlos todos 
realmente como Superiores. Ellos por su parte, cuidarán de ejercer diligentemente su cargo. Por lo tanto, si hubiese alguna falta de 
disciplina en las escuelas u otro inconveniente, yo no pediré cuenta ni a don Miguel Rúa, ni a don Celestino Durando, sino a don José 
Lazzero y a don Pedro Guidazio, y cuando suceda algún desorden en el Oratorio o yo viere que las cosas no marchan bien, me meteré 
con don José Lazzero y le perruccheró 1, hasta que baste. Toca a ellos dar razón de lo que pueda suceder, lo mismo en cuanto a los 
jóvenes, que en cuanto a los clérigos; y no sólo ellos, sino también los otros superiores e inferiores tienen el deber de dar cuenta de todo 
inconveniente, que pudiese suceder, para poner remedio. 

Y ahora vengamos a vosotros, queridos hijos míos, más particularmente. Por mucho cuidado que se ponga para que todo marche bien, 
siempre habrá inconvenientes. Sé que muchos de vosotros se portan como unos verdaderos san Luis, pero también sé que muchos no se 
conducen demasiado bien. Ayer mismo tuvimos que expulsar a algunos, como ya sabéis. Es cosa que desagradó a todos, y más aún a los 
padres, al ver llegar a casa al hijo, que ya no puede ser aceptado aquí ni en otra parte; porque, sabida la causa por la que fue expulsado 
del Oratorio, seguramente ningún colegio lo querrá admitir. Recordad cómo castigó Dios al desgraciado que fue el primero en pecar 
contra el sexto mandamiento. Puede leerse en la Sagrada Biblia. Por eso guárdese cada uno especialmente de la inmodestia en actos y 
palabras. Este es el vicio que más daño acarrea a la juventud... 

También los perversos estiman la bondad, aunque ellos no la practiquen. Mirad; hay padres que reconocerán ser ellos malos por los 
cuatro costados, pero quieren que sus hijos se mantengan buenos o se hagan tales, si no lo fuesen, y están conformes en que se eduquen 
religiosamente. Hay padres dados a la bebida, verdaderos borrachos, pero íay si saben que su hijo pone el pie en la taberna! Puede ser un 
jugador, que se juega toda su hacienda y hasta lo que no es suyo, pero íay si sorprende a su hijo jugando! El será descomedido ((584)) en 
la conversación, pero íay si supiese que en presencia de su hijo se ha dicho una palabra escandalosa! »Y eso, por qué? Porque ellos saben 
los graves daños que acarrean estos vicios. Recuerdo, por traeros un ejemplo, a un hombre, ya avanzado en años, con el cabello blanco, 
muy respetable, pero sin religión, que vino a hacerme estas recomendaciones, no hace muchos días: 

-Cuide de que mi hijo practique las devociones del colegio, que oiga misa, que se confiese y comulgue, que se prepare para la 
confirmación, que tenga buena conducta. 

-Pero »usted, le dije, conoce la importancia de estas cosas? 

-íVaya si las conozco! 

-»Y las practica? 

-Es verdad, añadió, que yo soy malo, que soy un desgraciado, mas precisamente por eso no quiero que mi hijo llegue a ser así. 

Entonces le dije: 

-Si usted tiene tanto interés en que su hijo sea educado religiosamente, »por qué no quiere ser usted mismo como él? 

-Es imposible, me respondió, al menos por ahora... a mi edad..., además allá en 

1 Palabra piamontesa que literalmente equivale a «pondré una peluca», es decir «reñiré, echaré un rapapolvo». 
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el pueblo no hay oportunidad... Hace ya muchos años que llevo la misma vida y no puedo resolverme... y... además... además... »quién 

sabe?... Tal vez, cuando me ponga enfermo, podré arreglar los asuntos de mi alma. 
-Pero, le añadí yo, hay muchos que mueren por el camino y, aun comiendo, aun bromeando, les da un ataque repentino y se van al otro 

mundo. »Si le ocurriese también a usted un caso semejante? 

-íEh, entonces paciencia! 

-íPaciencia, paciencia! »Cómo podrá tener paciencia por toda la eternidad en el infierno, cuando ahora no tiene paciencia para hacer un 

pequeño esfuerzo y arreglar las cosas de su alma? 

Calló él y yo dejé de hablar. Un instante después (eran dos mis interlocutores), dijo él a su compañero: 

-Salga un momento a la antesala porque necesito hablar con don Bosco a solas. 

Y ya estando a solas conmigo, dijo: 

-»Sabe usted que estaba ya a punto de romper a llorar? Me ha traído el recuerdo de mi niñez, cuando iba a confesarme y hacía mis 

devociones. Si me enseña cómo arreglar las cosas de mi conciencia, le prometo que lo haré. Quiero volver a Dios. 

-Si no es más que eso lo que desea, la manera está en sus manos; haga una buena confesión y una santa comunión. 

-Lo he intentado muchas veces, pero soy algo remolón; de Navidades a Pascua, de Pascua a Pentecostés y añada año tras año, he 

llegado así hasta ahora. 

-Mire, puede venir aquí mismo, si le agrada; si no puede venir aquí al Oratorio, quédese en Turín unos días y vaya a la Consolación, 
donde hay buenos confesores, a la iglesia de San Felipe o al Monte ((585)) de los Capuchinos; le ayudarán y usted podrá arreglar sus 
cuentas con Dios y tendrá oportunidad para hacer bien todo lo demás. 

-Sí, deseo arreglar las cosas de mi conciencia; y lo quiero hacer; quiero que la octava de la Inmaculada sea un día memorable en mi 
familia. Le escribiré desde mi casa, y usted dirá a mi hijo que está en el colegio, que su padre ha vuelto a ser cristiano como él. Pero no 

se lo diga ahora mismo, porque todavía no lo soy. 

Y con la gracia de Dios este hombre mantuvo la palabra y pudo cumplirla. 

Os he contado este hecho para que veáis lo difícil que es desarraigar un vicio, contraído en la juventud, y cómo los padres desean que 
sus hijos sean educados en el bien aunque ellos sean malos a veces, y tendrían un gran disgusto si su hijo fuese expulsado del colegio. 
Pero el disgusto mayor no es el que reciben los padres, ni tampoco el que pasan los Superiores, sino el que se da a Dios. A veces se 
podrá ocultar la falta a los Superiores. 

-Don Bosco está allá con los otros Superiores, puede que digan, y nosotros vamos a ese rincón, donde nadie nos ve ni nos castigará. 

-»Tampoco Dios? íOh, no! 

Nosotros aquí en casa toleramos cualquier antojo, cualquier chiquillada, cualquier disgusto; pero nunca la ofensa de Dios. Uno dará un 
empujón a un compañero, dirá una palabra de rebeldía, podrá descuidar sus deberes; si se ve que está arrepentido, ya no se tiene en 
cuenta la falta. Pero cuando está de por medio la ofensa de Dios, la seducción, entonces se trata de una llaga y para curarla, se necesita 
cortar sin compasión hasta quitar todo lo contaminado. Guardaos, pues, de causar este disgusto a vuestros Superiores y especialmente a 
Dios. 

Queridos hijos míos, rezad y pensad todos en haceros santos durante esta hermosa novena de Navidad. Como flor para mañana diréis 
de corazón al Niño Jesús: «Os 

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prometo que en el porvenir os amaré y serviré de corazón, con la modestia de los ojos y de las palabras». Buenas noches. 

Finalmente la noche del 22 de diciembre fue memorable en los anales del Oratorio. Se anticiparon un poco las oraciones de la noche. 
En la sala de visitas de los estudiantes se congregaron también los aprendices y todo el personal de la casa. Don Bosco lo había 
prometido para el día anterior, pero ocupaciones perentorias le impidieron cumplir su promesa. Es, pues, de imaginar la expectación 
general. Subió a su cátedra, siendo recibido con entusiastas aplausos, como sucedía siempre que daba las «buenas noches» a toda la 
comunidad. Apenas indicó que iba a comenzar a hablar, se hizo un silencio profundo. 

((586)) «La noche que pasé en Lanzo, al llegar la hora del descanso, mi imaginación se sintió completamente absorbida por el siguiente 
sueño. Se trata de un sueño que no tiene relación alguna con los demás. Os he contado ya uno bastante parecido a éste durante los 
ejercicios espirituales, pero, o porque no estabais presentes todos vosotros, o porque difiere bastante de aquél, he decidido contaros éste. 
Hay en él cosas muy extrañas. Pero vosotros sabéis que a mis hijos yo siempre les hablo con el corazón abierto; para vosotros yo no 
tengo secretos. Haced de él el caso que queráis, pero, como dice el apóstol San Pablo: quod bonum est tenete; si encontráis en este sueño 
algo que pueda servir de provecho para vuestras almas, no lo desperdiciéis. El que no quiera creer en él, que no crea, esto nada importa; 
pero que ninguno ponga en ridículo las cosas que os voy a decir. Os ruego una vez más que no contéis lo que os voy a narrar a nadie que 
no sea de la casa y que mucho menos lo comuniquéis por escrito fuera de aquí. A los sueños se les puede dar la importancia que los 
sueños se merecen y los que no conocen nuestras cosas íntimas, podrían formular un juicio erróneo y dar a las cosas unos apelativos que 
no les corresponden. No saben que sois mis hijos y que yo os digo todo cuanto sé y a veces incluso lo que no sé. (Risas generales). Pero 
lo que un padre manifiesta a sus hijos para su bien, debe quedar entre padre e hijos y nada más. Y, además, por otra razón. Por lo común, 
si el sueño se cuenta a los de fuera, o se tergiversan los hechos o se expone lo que menos interesa y de esto se origina siempre algún daño 
y el mundo despreciaría lo que no debe ser despreciado. 

Es necesario sepáis que ordinariamente los sueños se tienen durmiendo. Ahora bien, la noche del 6 de diciembre, mientras estaba en mi 
habitación sin saber positivamente si estaba leyendo o paseando por la misma, o si estaba en el lecho, comencé a soñar. 

De pronto me pareció encontrarme sobre una pequeña prominencia de terreno, al borde de una inmensa llanura, cuyos confines no se 
llegaban a alcanzar con la vista. Aquella planicie se perdía en la inmensidad; era azulada como el mar en plena calma, aunque lo que yo 
contemplaba no era agua precisamente. 

Parecía como un terso cristal luciente. Bajo mis pies, detrás de mí y a los lados, veía una región a la manera de una playa a orillas del 
océano. 

Anchos y enormes paseos dividían la llanura en vastísimos jardines de inenarrable 
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belleza, todos repartidos en bosquecillos, prados y parterres de flores, de formas y colores variados. Ninguna de nuestras plantas puede 
darnos una idea de aquellas otras, aunque guardaban con ellas alguna semejanza. Las hierbas, las flores, los árboles, las frutas eran 
vistosísimas y de bellísimo aspecto. Las hojas eran de oro, los troncos y ramas de diamante y lo restante hacía juego con esta riqueza. 
Imposible contar las diferentes especies, y cada especie y cada flor resplandecía con luz propia. En medio de aquellos jardines y en toda 
la extensión de la llanura contemplaba yo innumerables edificios de un orden, belleza y armonía, de tal magnificencia y de tan 
extraordinarias ((587)) proporciones que para la construcción de uno solo de ellos parecía que no habrían bastado todos los tesoros de la 
tierra. Al contemplar aquello me decía yo a mí mismo: 

-Si mis muchachos tuvieran un sola de estas casas, ícómo gozarían!, íqué felices serían!, ícon cuánto gusto vivirían en ellas! 

Y así pensaba sólo al ver aquellos palacios por fuera. íCuál no debería ser su magnificencia interior! 

Mientras contemplaba extasiado tan estupendas maravillas y el ornato de aquellos jardines, llegó a mis oídos una música dulcísima y 
de tan grata armonía que no os podría dar una idea de ella. En su comparación, nada tienen que ver las de Cagliero y Dogliani. Eran cien 
mil instrumentos que producían cada uno un sonido distinto del otro, mientras todos los sonidos posibles difundían por el aire su 
sonoridad. A éstos uníanse los coros de los cantores. 

Vi entonces una multitud de gentes dispersas por aquellos jardines que se divertía en medio de la mayor alegría. Quién tocaba, quién 
cantaba. Cada voz, cada nota hacía el efecto de mil instrumentos reunidos, todos diversos entre sí. Al mismo tiempo oíanse los diversos 
grados de la escala armónica, desde el más alto al más bajo que se puede imaginar, pero todos en perfecto acorde. Para describir esta 
armonía no bastan las comparaciones humanas. 

En el rostro de aquellos felices moradores del jardín se veía que los cantores no sólo experimentaban extraordinario placer en cantar, 
sino que al mismo tiempo sentían un inmenso gozo al oír cantar a los demás. Y cuanto más cantaba uno, más se le encendía el deseo de 
cantar, y cuanto más escuchaba, más deseaba escuchar. 

Su canto era éste: 

Salus, honor, gloria Deo Patri Omnipotenti!... Auctor saeculi, qui erat, qui est, qui venturus est judicare vivos et mortuos, in saecula 
saeculorum. 

Mientras escuchaba atónito estas celestes armonías vi aparecer una multitud de jóvenes, muchos de los cuales habían estado en el 
Oratorio y en algunos otros colegios; a muchos, por consiguiente, los conocía, aunque la mayor parte me era desconocida. Aquella 
muchedumbre incontable se dirigía hacia mí. A su cabeza venía Domingo Savio, y detrás de él don Víctor Alasonatti, don César Chiala, 
don José Giulitto y muchos, muchos otros sacerdotes y clérigos, cada uno de ellos al frente de una sección de niños. 

Entonces preguntéme a mí mismo: 

-»Duermo o estoy despierto? 

Y daba palmadas y me tocaba el pecho para cerciorarme de que era realidad cuanto veía. 

Al llegar toda aquella turba delante de mí, se detuvo a una distancia de unos ocho o diez pasos. Entonces brilló un relámpago de luz 
más viva, cesó la música y siguióse un profundo silencio. Aquellos muchachos estaban inundados de una grandísima alegría que se 
reflejaba en sus ojos, y sus rostros eran como un trasunto de la paz 

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interior que reinaba en sus espíritus. Me miraban con una dulce sonrisa en sus labios y parecía como si quisieran hablar, pero 
permanecieron en silencio. 

((588)) Domingo Savio se adelantó solo, dando unos pasos hacía mí, y se detuvo tan cerca de donde yo estaba que si hubiese extendido 
la mano, ciertamente le habría tocado. Callaba y me miraba también él sonriente. íQué hermoso estaba! Su vestido era realmente 
singular. Caíale hasta los pies una túnica blanquísima cuajada de diamantes y toda ella tejida de oro. Ceñía su cintura con una amplia 
faja roja recamada de tal modo de piedras preciosas que las unas casi tocaban a las otras, entrelazándose en un dibujo tan maravilloso 
que ofrecían una belleza tal de colorido que yo, al contemplarla, me sentía lleno de admiración. Pendíale del cuello un collar de 
peregrinas flores, no naturales, las hojas parecían de diamantes unidas entre sí sobre tallos de oro y así todo lo demás. Estas flores 
refulgían con una luz sobrehumana más viva que la del sol, que en aquel instante brillaba en todo su esplendor primaveral, proyectando 
sus rayos sobre aquel rostro cándido y rubicundo de una manera indescriptible e iluminándolo de tal forma que no era posible distinguir 
cada uno de sus rasgos. Llevaba sobre la cabeza una corona de rosas; caíale sobre los hombros en ondulantes bucles la hermosa 
cabellera, dándole un aire tan bello, tan amable, tan encantador, que parecía... parecía íun ángel! 

Parecía que don Bosco al pronunciar estas últimas palabras hacía esfuerzos por encontrar expresiones adecuadas; y las concluyó con 
un gesto indescriptible y un tono de voz que estremeció a todos, cual uno que esté rendido por el esfuerzo hecho para encontrar los 
términos adecuados para expresar plenamente su idea. Después de breve pausa siguió: 

No menos resplandecientes de luz estaban los que le acompañaban. Vestían todos de diversa manera, pero siempre bellísima; más o 
menos rica; quién de una forma, quién de otra, y cada una de aquellas vestiduras tenía un significado que nadie sabría comprender. Pero 
todos llevaban la cintura ceñida por una faja roja igual a la que llevaba Domingo. 

Yo seguía contemplando absorto todo aquello y pensaba: 

-»Qué significa esto?... »Cómo he venido a parar a este sitio? 

Y no sabía explicarme dónde me encontraba. 

Fuera de mí, tembloroso por la reverencia que aquello me inspiraba, no me atrevía a decir palabra. También los demás continuaban 
silenciosos. 

Finalmente, Domingo despegó los labios para decir: 

-»Por qué estás aquí mudo y como anodadado? »No eres el hombre que en otro tiempo de nada se amedrentaba, que arrostraba 
intrépido las calumnias, las persecuciones, las maquinaciones de los enemigos, y las angustias y los peligros de toda suerte? »Dónde está 
tu valor? »Por qué no hablas? 

Y contesté a duras penas, balbuceando las palabras: 

-Yo no sé qué decir... Pero, »no eres tú Domingo Savio? 

((589)) -Sí, lo soy, »ya no me reconoces? 

-»Y cómo te encuentras aquí?, añadí confuso. 

Domingo entonces, afectuosamente me dijo: 

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-He venido para hablar contigo. íCuántas veces hemos conversado juntos en la tierra! »No recuerdas cuánto me amabas, cuántas 
pruebas de estima y de afecto me diste? »Y yo no correspondí acaso a tus desvelos? íQué gran confianza puse en ti! »Por qué, pues, 
temes? íEa! Pregúntame algo. 

Entonces, cobrando un poco de ánimo, le dije:
-Es que... no sé dónde me encuentro, por eso estoy temblando.
-Estás en una mansión de felicidad, respondióme Domingo, en donde se gozan todas las dichas, todas las delicias.
-»Es éste, pues, el premio de los justos?
-No, por cierto. Aquí no se gozan los bienes eternos, sino sólo, aunque en grado sumo, los temporales.
-Entonces, »todas éstas son cosas naturales?
-Sí; aunque embellecidas por el poder de Dios.
-íY a mí que me parecía que esto era el Paraíso!, exclamé.
-íNo, no, no!, repuso Savio. No hay ojo mortal que pueda ver las bellezas eternas.
-»Y estas músicas, seguí preguntando, son las armonías de que gozáis en el Paraíso?
-íNo, no, ya te he dicho que no!
-»Son armonías naturales?
-Sí, son sonidos naturales perfeccionados por la omnipotencia de Dios.
-Y esta luz que sobrepuja a la luz del sol »es luz sobrenatural? »Es luz del Paraíso?
-Es luz natural aunque reavivada y perfeccionada por la omnipotencia divina.
-»Y no se podría ver un poco de luz sobrenatural?
-Nadie puede gozar de ella hasta que no llegue a ver a Dios sicut est. El más ínfimo rayo de esa luz quitaría al instante la vida a un


hombre, porque no hay fuerzas humanas que la puedan resistir. 
-»No puede haber una luz natural más hermosa que ésta? 
-íSi supieras! Si vieras solamente un rayo de sol, llevado a un grado superior a éste, quedarías fuera de ti. 
-»Y no se puede ver al menos una partícula de esa luz que dices? 
-Sí que se puede ver y tendrás la prueba de lo que digo. Abre los ojos. 
-Ya los tengo abiertos, contesté. 
-Pues fíjate bien y mira allá al fondo de ese mar de cristal. 
Tendí la vista y al mismo tiempo apareció de improviso, en el cielo ((590)) y a una distancia inmensa, una fugaz centella de luz, 

sutilísima como un hilo, pero tan brillante, tan penetrante que di un grito que despertó a don Juan Bta. Lemoyne, aquí presente, que 
dormía en una habitación próxima a la mía. Aquel destello de luz era cien millones de veces más clara que la del sol y su fulgor bastaría 
para iluminar el universo entero. 

Un instante después abrí los ojos y pregunté a Domingo: 

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-»Qué es esto? »Tal vez un rayo divino?
Savio contestó:
-No es luz sobrenatural, si bien, comparada con la terrestre, le supera mucho en fulgor. No es más que la luz natural elevada a un


mayor esplendor por la omnipotencia divina. Y aunque imaginaras una inmensa zona de luz semejante a la centellita que acabas de ver al 
fondo de esta llanura, rodeando todo el universo, no por eso llegarías a formarte una idea de los esplendores del Paraíso. 
-Y vosotros, »qué gozáis en el Paraíso? 
-íAh! Es imposible querértelo explicar; lo que se goza en el Paraíso no hay mortal 

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alguno que pueda saberlo mientras no abandone esta vida y se reúna con su Creador. Lo único que se puede decir es que se goza de Dios; 
y esto es todo. 

Entretanto, recobrado ya plenamente de mi primer aturdimiento, contemplaba absorto la hermosura de Domingo Savio cuando le 
pregunté en el tono de la mayor confianza: 

-»Por qué llevas ese vestido tan blanco y reluciente? 

Calló Domingo, sin dar muestras de querer contestar a mi pregunta y el coro comenzó a cantar armoniosamente acompañado de todos 
los instrumentos: 

-Ipsi habuerunt lumbos praecinctos et dealbaverunt stolas suas in sanguine Agni. 

Cuando cesó el canto volví a preguntar: 

-»Y por qué llevas a la cintura esa faja de color rojo? 

Tampoco esta vez quiso Savio responder a mi pregunta y, mientras hacía un gesto como de rehusar la contestación, don Víctor 
Alasonatti cantó solo: 

-Virgenes enim sunt, et sequuntur Agnum, quocumque fierit. 

Comprendí entonces que la faja de color de sangre, era símbolo de los grandes sacrificios hechos, de los violentos esfuerzos y casi del 
martirio sufrido por conservar la virtud de la pureza; y que, para mantenerse casto en la presencia del Señor, hubiera estado pronto a dar 
la vida, si las circuntancias así lo hubiesen exigido; y que al mismo tiempo simbolizaba las penitencias que libran al alma de la mancha 
de la culpa. La blancura y esplendor de la túnica representaban la conservación de la inocencia bautismal. 

Yo, entretanto, atraído por aquellos cantos y al contemplar todas aquellas falanges de jóvenes celestiales que seguían a Domingo 
Savio, pregunté a éste: 

-»Y quiénes son ésos que te siguen? 

Y dirigiéndome a ellos les dije: 

-»Cómo es que tenéis ese aspecto tan refulgente? 

((591)) Savio continuó callado mientras todos aquellos jóvenes comenzaron a cantar: 

-Hi sunt sicut Angeli Dei in coelo. 

Por mi parte me di cuenta de que Domingo gozaba de cierta preeminencia entre los demás, que se mantenían a respetuosa distancia 
detrás de él, como a unos diez pasos; por eso le dije: 

-Dime, Domingo, siendo tú el más joven de los que veo aquí y de los que han muerto en nuestras casas, »por qué vas delante de ellos y 
les precedes? »Por qué eres tú quien hablas, mientras ellos callan? 

-Yo soy el más viejo de todos, me contestó. 

-No, le repliqué; muchos te aventajan en edad. 

-Yo soy el más antiguo del Oratorio, replicó Domingo, porque he sido el primero en dejar el mundo para ir a la otra vida. Además: 
Legatione Dei fungor (cumplo una misión de Dios). 

Esta respuesta me indicaba el motivo de la visión. Domingo Savio hacía las veces de embajador de Dios. 

-Entonces, le dije, hablemos de lo que en este instante más me importa. 

-Sí y pregúntame pronto lo que deseas saber. Las horas pasan y se podría acabar el tiempo que se me ha concedido para hablarte y 

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después no me verías más. 

-Según parece »tienes algún asunto de importancia que comunicarme? 

-»Qué puedo decirte yo, mísera criatura?, dijo humildemente Domingo. He recibido de lo alto la misión de hablarte y por eso he 

venido. 

-Entonces, exclamé, háblame del pasado, del presente y del porvenir de nuestro Oratorio. Háblame de nuestros queridos hijos, háblame 
de mi Congregación. 

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-Respecto a ésta tendría muchas que comunicarte.
-Cuéntame, pues, lo que sabes: el pasado..
.
-El pasado recae todo sobre ti.
-»He cometido alguna falta?
-En cuanto al pasado te he de decir que tu Congregación ha hecho ya mucho bien. »Ves allá abajo aquel número incontable de


jóvenes? 
-Sí que los veo. íCuántos son! íQué felicidad se refleja en sus rostros! 
-Observa lo que está escrito a la entrada del jardín. 
-Ya lo veo. Dice: Jardín Salesiano. 
-Pues bien, prosiguió Domingo; todos esos han sido Salesianos o fueron educados por ti o han sido salvados por ti, o por tus sacerdotes 

o clérigos o por otros que encaminaste por la vía de la vocación. Cuéntalos, si puedes. Su número, empero, sería cien millones de veces 
mayor si mayor hubiera sido tu fe y confianza en el Señor. 
Lancé un suspiro, sin saber qué responder al escuchar semejante reproche; sin embargo, me dije para mis adentros: En lo sucesivo 
procuraré tener más fe y más confianza en la Providencia. Después añadí: 
-»Y el presente, qué me dices del presente? 
((592)) Domingo me presentó un magnífico ramillete que tenía en la mano. Había en él rosas, violetas, girasoles, gencianas, lirios, 
siemprevivas, y entre las flores, espigas de trigo. Me lo ofreció diciéndome: 
-íMira! 
-Ya veo, pero no entiendo lo que quieres decir. 
-Entrega este ramillete a tus hijos, para que puedan ofrecérselo al Señor cuando llegue el momento; procura que todos lo tengan, que a 
ninguno le falte ni se lo deje arrebatar. Ten la seguridad de que si lo conservan, esto será suficiente para que se sientan felices. 
-Pero »qué significa este ramillete de flores? 
-Consulta la Teología; ella te lo dirá y te dará la explicación. 
-La Teología la he estudiado, pero no sabría encontrar en ella el significado del ramo que me ofreces. 
-Pues estás obligado a saber todo esto. 
-Vamos; calma mi ansiedad; explícamelo. 
-»Ves estas flores? Representan las virtudes que más agradan al Señor. 
-»Y cuáles son? 
-La rosa es símbolo de la caridad; la violeta, de la humildad; el girasol, de la obediencia; la genciana, de la penitencia y de la 
mortificación; las espigas, de la Comunión frecuente; el lirio simboliza la bella virtud de la cual está escrito: Erunt sicut Angeli Dei in 
coelo: la castidad. La siempreviva quiere indicar que estas virtudes han de ser perennes, simbolizando la perseverancia. 

-Bien, Domingo, tú que durante tu vida practicaste todas estas virtudes, dime: »qué fue lo que más te consoló a la hora de la muerte? 
-»Qué crees tú que pudo ser?, contestó Domingo. 

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-»Fue tal vez el haber conservado la bella virtud de la pureza?
-No, eso solo, no.
-»Quizás la tranquilidad de conciencia?
-Cosa buena es esa, pero no la mejor.
-»Acaso fue la esperanza del Paraíso?
-Tampoco.
-Pues »qué entonces? »El haber hecho muchas buenas obras?


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-íNo, no! 

-»Cual fue, pues, tu mayor consuelo en aquella última hora?, le insistí, confuso y suplicante, al ver que no lograba adivinarlo. 

-Lo que mas me confortó en el trance de la muerte fue la asistencia de la potente y bondadosa Madre de Dios. Dilo a tus hijos; que no 

se olviden de invocarla en todos los momentos de la vida. Pero... habla pronto, si quieres que te responda. 

-En cuanto al porvenir, »qué me dices? 

-Que el año venidero de 1877 tendrás que sufrir un gran dolor; seis ((593)) hijos de los que te son más queridos serán llamados por 

Dios a la eternidad. Pero consuélate, pues han de ser transplantados del erial de este mundo a los jardines del Paraíso. No temas: serán 
coronados. El Señor te ayudará y te mandara otros hijos igualmente buenos. 

-íPaciencia!, exclamé. »Y por lo que se refiere a la Congregación? 

-Por lo que respecta a la Congregación has de saber que Dios le prepara grandes acontecimientos. El año venidero surgira para ella una 
aurora de gloria tan espléndida que iluminara cual relampago los cuatro angulos del orbe, de oriente al ocaso y del mediodía al 
septentrión: una gran gloria le esta reservada. Tú debes procurar que el carro en el que va el Señor no sea apartado por los tuyos de sus 
directrices ni de su sendero. Si tus sacerdotes lo conducen bien y saben hacerse dignos de la alta misión que se les ha confiado, el 
porvenir sera espléndido e infinitas las personas que se salvaran, a condición empero de que tus hijos sean devotos de la Santísima 
Virgen y conserven la virtud de la castidad, que tan grata es a los ojos de Dios, cuantos viven en tu casa. 

-Ahora desearía que me dijeses algo sobre la Iglesia en general. 

-Los destinos de la Iglesia están en manos del Creador. Lo que ha determinado en sus infinitos decretos, no lo puedo revelar. Tales 

arcanos se los reserva El exclusivamente para sí y de ellos no participa ninguno de los espíritus creados. 

-»Y Pío IX? 

-Lo único que puedo decirte es que el Pastor de la Iglesia tendrá que sostener aún duras batallas sobre esta tierra. Pocas son las que le 

quedan por vencer. Dentro de poco sera arrebatado de su trono y el Señor le dará la merecida merced. Lo demás ya es sabido de todos: la 
Iglesia no puede perecer... »Tienes aún algo mas que preguntar? 

-Y de mí, »qué me dices de mí? 

-íOh, si supieras por cuantas vicisitudes tendrás todavía que pasar! date prisa, pues apenas me queda tiempo para hablar contigo. 
Entonces extendí anhelante las manos para tocar a aquel mi querido hijo, pero sus manos parecían inmateriales y nada pude asir. 

-»Qué haces, loquillo?, me dijo Domingo sonriendo. 

-Es que temo que te vayas, exclamé. »No estas aquí con el cuerpo? 

-Con el cuerpo no; lo recobraré un día. 

-»Y qué es, pues, este tu parecido? Yo veo en ti la fisonomía de Domingo Savio. 

-Mira: cuando por permisión divina se os aparece una alma separada del cuerpo, presenta a vuestra vista la forma exterior del cuerpo al 
que en vida estuvo unida con todos sus rasgos exteriores, si bien grandemente embellecidos, y así los conserva mientras con él no vuelva 
a reunirse en el día del juicio universal. Entonces se lo llevará consigo al Paraíso. Por eso te parece que tengo manos, pies y cabeza; en 
cambio ((594)) no puedes tocarme porque soy espíritu puro. Esta es sólo una forma externa por la que me puedes conocer 1. 

1 En otros términos quiere decir: «Cuando os aparece por voluntad de Dios una alma 

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-Comprendo, contesté; pero escucha. Una palabra más. »Mis jóvenes están todos en el recto camino de la salvación? Dime alguna cosa 
para que pueda dirigirlos con acierto. 

-Los hijos que la Divina Providencia te ha confiado pueden dividirse en tres clases. »Ves estas tres listas? 

Y me entregó una. 

-íExamínala! 

Observé la primera; estaba encabezada por la palabra: Invulnerati y contenía los nombres de aquellos a quienes el demonio no había 
podido herir: los que no habían mancillado su inocencia con culpa alguna. Eran muchos y los vi a todos. A muchos de ellos los conocía, 
a otros no los había visto nunca y seguramente vendrán al Oratorio en años sucesivos. Marchaban rectamente por un estrecho sendero, a 
pesar de que eran el blanco de las flechas, sablazos y lanzadas que por todas partes les llovían. Dichas armas formaban como un seto a 
ambos lados del camino y los hostigaban y molestaban sin herirlos. 

Entonces Domingo me dio la segunda lista, cuyo título era: Vulnerati, esto es, los que habían estado en desgracia de Dios; pero, una 
vez puestos en pie, ya se habían curado de sus heridas arrepintiéndose y confesándose. Eran más numerosos que los primeros y habían 
sido heridos en el sendero de su vida por los enemigos que les asediaban durante el viaje. Leí la lista y los vi a todos. Muchos marchaban 
encorvados y desalentados. 

Domingo tenía aún en la mano la tercera lista. Era su epígrafe: Lassati in via iniquitatis y contenía los nombres de los que estaban en 
desgracia de Dios. Estaba yo impaciente por conocer aquel secreto; por lo que extendí la mano, pero Savio me interrumpió con presteza: 

-No; aguarda un momento y escucha. Si abres esta hoja saldrá de ella un hedor tal, que ni tú ni yo lo podríamos resistir. Los ángeles 
tienen que retirarse asqueados y horrorizados, y el mismo Espíritu Santo siente náuseas ante la horrible hediondez del pecado. 

-»Y cómo puede ser eso, le interrumpí, siendo Dios y los ángeles impasibles? »Cómo pueden sentir el hedor de la materia? 

-Sí; porque cuanto mejores y más puras son las criaturas, tanto más se asemejan a los espíritus celestiales; y por el contrario, cuanto 
peor y más deshonesto y soez es uno, tanto más se aleja de Dios y de sus ángeles, quienes a su vez se apartan del pecador convertido en 
objeto de náusea y de repulsión. 

Entonces me dio la tercera lista. 

-Tómala, me dijo, ábrela y aprovéchate de ella en bien de tus hijos; ((595)) pero no te olvides del ramillete que te he dado: que todos lo 
tengan y conserven. 

Dicho esto y después de entregarme la lista, retiróse en medio de sus compañeros como en actitud de marcha. 

Abrí entonces la lista; no vi nombre alguno, pero al instante se me presentaron de golpe todos los individuos en ella escritos, como si 
en realidad estuviera contemplando sus personas. íCon cuánta amargura los observé! A la mayor parte de ellos los conocía; pertenecían 
al Oratorio y a otros colegios. íCuántos de ellos parecen buenos, e incluso los mejores de entre los compañeros, y, sin embargo, no lo 
son! 

Mas apenas abrí la lista, esparcióse en derredor de mí un hedor tan insoportable, 

separada del cuerpo, ésta ofrece a vuestros ojos la forma exterior del cuerpo, que fue ya anteriormente informado por ella misma y por 
esto te parece que yo tengo manos y pies y cabeza, etc.»» 

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que al punto me vi aquejado de acerbísimos dolores de cabeza y de unas ansias tales de vomitar que creía morirme. 

Entretanto oscurecióse el aire; desapareció la visión y nada más vi de tan hermoso espectáculo; al mismo tiempo un rayo iluminó la 
estancia y un trueno retumbó en el espacio, tan fuerte y terrible que me desperté sobresaltado. 

Aquel hedor penetró en las paredes, infiltrándose en mis vestidos, de tal forma que muchos días después aún parecía percibir aquella 
pestilencia. Ahora mismo, con sólo recordarlo, me vienen náuseas, me siento como ahogado y se me revuelve el estómago. 

En Lanzo, donde me encontraba, comencé a preguntar a unos y a otros; hablé con varios y pude cerciorarme de que el sueño no me 
había engañado. 

Es, pues, una gracia del Señor, que me ha dado a conocer el estado del alma de cada uno de vosotros; pero de esto me guardaré de 
decir nada en público. Ahora no me queda nada más que auguraros buenas noches. 

El ver en el sueño que eran considerados como malos ciertos jóvenes que pasaban por la casa por los mejores, hizo sospechar a don 
Bosco que se trataba de una ilusión. He aquí el motivo por el cual había llamado precedentemente a algunos ad audiendum verbum: 
quería asegurarse bien sobre la naturaleza del sueño. Por el mismo motivo retrasó quince días su relato. Cuando tuvo la seguridad de que 
la cosa procedía de lo alto, habló. El tiempo vendría a confirmar la realidad de otras muchas cosas que vio en el mismo y que llegaron a 
cumplirse. 

La primera predicción, la más importante, se refería al número de sus queridos hijos que morirían en el 77, divididos en dos grupos: 
seis más dos. En la actualidad los registros del Oratorio ofrecen la cruz, ((596)) señal tradicional de defunción junto a los nombres de 
seis jóvenes y de dos clérigos 1. 

La segunda predicción anunciaba una aurora esplendorosa para la Sociedad Salesiana en el 77, que iluminaría los cuatro ángulos del 
mundo; en efecto, aquel año apareció en el horizonte de la Iglesia la Asociación de los Cooperadores Salesianos y comenzó a publicarse 
el Boletin Salesiano, dos instituciones que debían llevar de un extremo a otro de la tierra el conocimiento y la práctica del espíritu de don 
Bosco. 

La tercera predicción se refería al fin próximo del Papa Pío IX, que, en efecto, murió catorce meses después del sueño. 

1 1. Juan Briatore, 1.° de bachillerato, n.° 93. 2. Víctor Strolengo, encuadernador, n.° 152. 3. Esteban Mazzoglio, 4.° de bachillerato, 
n.° 187. 4. Nadal Gatola, 4.° de bachillerato, n.° 388. 5. Antonio Bognati, 5.° de bachillerato, n.° 206. 6. Luis Boggiatto, barrendero, n.° 
805. 7. Miguel Giovannetti, clérigo salesiano, n.° 553. 8. Carlos Becchio, clérigo, n.° 248 (muerto en su casa, en Morialdo, el 31 de 
diciembre de 1877, pero presente en el Oratorio durante el año escolar 1876-77). 
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La última predicción fue muy amarga para el siervo de Dios: «íOh, si supieses cuántas dificultades tienes aún que vencer!» 

Y en efecto: en el resto de su vida, que duró todavía once años y dos meses, luchas y fatigas y sacrificios se sucedieron sin tregua hasta 
el fin de su existencia. 

Estaba al frente de la comisaría de seguridad pública en el distrito Dora un señor, que tenía algunos conocidos en el Oratorio. Este tal 
oyó el sueño y le impresionó el vaticinio de las ocho muertes. Estuvo atento todo el 77, para comprobar la realidad del mismo. Al 
enterarse del último caso de muerte, que tuvo lugar precisamente el último día del año, dijo adiós al mundo, se hizo salesiano y trabajó 
mucho no sólo en Italia, sino también en América. Fue don Angel Piccono, de imperecedera memoria. 

En la víspera de Navidad, siempre con la intención de dar al noviciado vida y fisonomía propias, distintas del resto de la Casa, se 
cumplió la idea de asignarle un comedor aparte. 

((597)) Los novicios ocuparon el lugar destinado para ellos, encargándose también ellos mismos por turno del servicio de las mesas. El 
separarse de los profesos y especialmente el tener que estar lejos de don Bosco les sentó mal; pero don Bosco era insuperable en el arte 
de hacer cumplir con entusiasmo las cosas desagradables. El anuncio de la separación, dado en forma amena, la novedad misma de la 
cuestión, las mesas lindamente colocadas con cubiertos nuevos, los clérigos de servicio con sus blancos delantales sobre la sotana negra, 
la dispensa de la lectura pública, todo contribuyó a difundir una nota alegre entre los novicios. 

El Siervo de Dios, según costumbre, cantó la misa de medianoche. Un decreto de la Autoridad superior, con fecha del 21 de diciembre, 
concediendo el permiso para aquella ceremonia, imponía la obligación de celebrarla undequaque ianuis clausis. El undequaque, es decir, 
por todas partes, puso en un serio apuro al buen vicedirector. »Mandaba aquel adverbio cerrar las puertas de la iglesia que daban acceso 
al interior del establecimiento? »Y entonces, cómo podían entrar los invitados? Escribió un papelito a don Bosco, en el que le decía: 
«Haga el favor de leer los últimos renglones del decreto, para ver si el undequaque januis clausis nos obliga también a nosotros, que 
dejamos entrar a los forasteros por el patio interior, y si mañana, cuando yo vaya allá, puedo preguntar al secretario del Arzobispo». De 
un plumazo le libró don Bosco de escrúpulos. Devolvióle el papelito con esta nota al margen: «Entraremos todos por el campanario». 

Por la tarde recibió el Siervo de Dios la profesión perpetua de 
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cuatro sacerdotes y de un clérigo, y la trienal de dos clérigos 1, en presencia de todos los novicios y profesos de la casa; después tomó la 
palabra y habló de este modo: 

Después de esta función acostumbro decir algunas palabras a propósito. Ahora, mientras se pronunciaban los votos, acudían a mi 
mente varios pensamientos. Hay aquí cuatro sacerdotes, procedentes de pueblos lejanos ((598)) que han ingresado en la Congregación. 
Este hecho me sugería el primer pensamiento, es decir, lo que se leyó en el comedor concerniente a Noé, cuando Dios le manifestó que 
iba a exterminar al género humano y que él se preparase una arca donde refugiarse. Ahora Noé nos ofrece la imagen de aquel que, viendo 
en el mundo tantos peligros, piensa en buscarse un buen lugar de salvación para librarse de ellos y romper toda relación con los que 
locamente van al encuentro de estos peligros. 

De los que quieren huir del mundo también es figura Lot, que deja las ciudades perversas y escapa a los montes. Lo mismo debe 
decirse de Elías, que, acosado por los enemigos, huye a los desiertos para vivir con muchas dificultades, prefiriendo esto antes que 
quedarse con gente pésima como Jezabel y sus partidarios. Todos estos hechos indican los peligros que hay en el mundo, y que para 
salvarnos de ellos Dios nos ha deparado la vida religiosa. 

Después de este exordio, dividió su conferencia en dos partes 2. En la primera parte recordó su costumbre de prometer pan, trabajo y 
paraíso, siempre que invitaba a alguien a ingresar en la Congregación, máxime si era adulto. Siguió explicando gráficamente la cosa, 
tomando casi de la mano a los nuevos profesos e introduciéndoles en la casa salesiana, esto es, en la Congregación. Dijo que les llevaría 
a ver la Casa Madre, porque después encontrarían las demás casas hechas y organizadas como ésta. 

En primer lugar los hizo entrar por la portería y ser recibidos con buenas maneras por el portero salesiano, al que definió como un gran 
tesoro para una casa de educación; los presentó al prefecto de los externos y los llevó al despacho del director, describiéndoles al vivo la 
amabilidad y paternidad propia de quienes desempeñaban tales cargos. 
Desde allí arriba les hizo observar los patios poblados de muchachos, que, en compañía de sus asistentes, se divertían a su gusto de 
diversas maneras. Después los acompañó a las aulas y al salón de estudio, explicando el método que se empleaba para encarrilar a los 
alumnos 

1 Véase Apéndice, doc. n.° 42. 

2 La primera parte nos ha sido conservada en resumen por don José Vespignani (Un año en la escuuela del Beato don Bosco, pág. 
36-39); era él uno de los sacerdotes que acababan de hacer la profesión. El exordio y la segunda parte está en un cuaderno del reverendo 
Gresino, que, por encargo de don Julio Barberis, tomó los apuntes mientras hablaba el Beato. No se sabe por qué omitió la primera parte. 
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((599)) al cumplimiento de sus deberes. Del mismo modo les enseñó los talleres, especificando las incumbencias de los jefes de taller y 

de los asistentes. 

-He aquí, decía, cómo trabajan estos sacerdotes, clérigos y coadjutores, con un mismo espíritu y con el único fin de salvar las almas. 

Señaló después allá en lo alto, en el centro del Oratorio, su cuartito, adonde los invitó a visitarlo a menudo para manifestarle sus 
impresiones, exponerle sus dudas y oír una palabra amistosa. 

Después dirigió sus pasos al oratorio festivo. Allí un gran movimiento de muchachos y jóvenes que acudían en los días festivos a 
cumplir sus deberes religiosos; allí toda una inteligente organización de clases para la catequesis, juegos, prácticas religiosas; allí parecía 
que don Bosco se encontraba precisamente en su centro. 

De allá bajó a los comedores, donde con paternal sencillez los invitó a comer el pan de don Bosco, que él llamó pan de la divina 
Providencia, suministrado por la caridad de tantos buenos Cooperadores y compartido por los Salesianos con sus pobres muchachos, 
estudiantes y aprendices. 

Así expuestas las dos primeras partes del programa que había enunciado, pan y trabajo, como si quisiera estrechar los lazos de una 
mayor intimidad con los suyos en el coloquio entablado, dijo con acento de viva complacencia: 

-Después de todo lo que hemos visto, nos queda todavía lo mejor, no sólo para ver, sino para saborear: el paraíso. 

El auditorio extasiado y lleno de curiosidad aguardaba oír cuál era el paraíso a que se refería entonces don Bosco. íEra el santuario de 
María Auxiliadora! Y lo pintó de tal modo que despertó en ellos admiración y verdadero gozo. Delicadamente los introdujo en él por la 
puerta del fondo, paso a paso, hasta llegar ante el altar de Jesús Sacramentado y del cuadro de la Santísima Virgen. Habló de las 
solemnes funciones, de la devoción de tantos jóvenes y fieles, de las piezas de música y de los cantos, de la frecuencia de sacramentos, 
de las visitas al Sagrario y al trono de María Auxiliadora. Al llegar a este punto, preguntó: 

-»Y no os parece esto verdaderamente un hermoso preludio del paraíso? 

Concluyó la primera parte con estas palabras: 

-Estas mismas cosas ((600)) las encontraréis en todas nuestras casas e iglesias. En todas partes tendréis pan, trabajo y paraíso. Os 
sucederá tal vez también, como a los hebreos en el desierto, que encontraréis aguas amargas, esto es, disgustos, enfermedades, pruebas 
difíciles, 
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tentaciones; pues bien, acudid al remedio indicado por Moisés; meted en las aguas amargas el madero que tiene la propiedad de 
endulzarlas, quiero decir, el madero de la Cruz, o sea, el recuerdo de la pasión de Jesús y de su divino sacrificio, que se renueva cada día 
en nuestros altares. 

Concluida la vuelta imaginaria por toda la casa, volvió al pensamiento del trabajo, que desarrolló más a fondo. Bien asentado que 
nuestra vida es activa y laboriosa, siguió diciendo: 

A este propósito san Ambrosio, que saca de la historia sagrada y profana los hechos que admiten aplicación a la vida religiosa, 
establece una bella semejanza, tomándola de las abejas, y creo que este Santo habría estudiado a fondo a Virgilio, o por lo menos lo 
habría leído varias veces. Empieza diciendo: 

La abeja sabe elegir su tiempo. Sabe cuándo tiene que salir y cuándo retirarse. Si llueve o truena, si estalla la tormenta, en conclusión, 
si hace mal tiempo, las abejas no salen de sus colmenas, sino que se quedan dentro bien abrigadas; y si, por casualidad, la lluvia o la 
ventisca las sorprende en el campo, huyen a la colmena y, si no tienen tiempo para llegar a ella por la distancia o la inminencia del 
peligro, se ponen al abrigo lo más pronto que pueden en lugar seguro, bajo una peña, en el hueco de un tronco o bajo las ramas de un 
árbol tupido. 

Lo que hacen las abejas por instinto, hacedlo vosotros por obediencia, y sea esta la norma a seguir en las otras cosas. íCon esta 
obediencia qué inmenso bien podremos hacer para nosotros y para los demás! 

Un religioso que quiere salir, si oye los ruidos del mundo, entonces no debe salir, Si tú has dejado el siglo, al volver a él te encuentras 
en peligro. Así, si nos encontrásemos por el mundo y nuestra alma corriese algún peligro, si podemos, retirémonos en seguida a la 
colmena, a nuestra casa; o al menos mudemos de habitación, de conversación o manera de proceder para dejar, tan pronto como 
tengamos tiempo, cualquier cosa, para volar con la mayor presteza a lugar seguro. 

San Ambrosio prosigue: vosotros, que queréis haceros religiosos, observad a las abejas cuando han tomado posesión de las colmenas, 
que el colmenero les ha preparado. Son unas tablas desnudas, pero ellas hacen allí una habitación organizada. Saben que hay una planta 
con una corteza muy delgada, que echa un jugo, y allí vuelan ellas y extraen una sustancia muy amarga y viscosa. Después vuelven, y 
con esta sustancia ((601)) embadurnan toda la superficie de la colmena, sin dejar ningún agujero. Verdad es que a la entrada hay muchos 
agujeros; pero los reducen después a uno solo y todas tienen que pasar por él al entrar y al salir. Así lo hacen, ya sea para que los que 
están fuera no puedan observar lo que se hace allá dentro, ya sea para que los animalitos roedores que intenten entrar en aquella 
habitación sean rechazados por el amargor de aquella sustancia, así como también los insectos que querrían comerse la miel; y si el 
carpintero hubiese colocado algún cristal para poder ver el interior, ellas lo untan con aquel jugo, que ya no deja ver. 

Vosotros los religiosos, tapad las ventanas, de suerte que ya no podáis ver el mundo. Imitad a la abeja, que saca del árbol aquel jugo 
amargo. El árbol para nosotros es la cruz, de la que podemos sacar fortaleza con la oración y la meditación. Diríjanse a Jesús todos 
nuestros deseos. Esta vida retirada, verdad es, no es una diversión, tiene sus amarguras, cuesta sacrificios. Pero este jugo de la cruz es 
como el de la abeja, que 
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impide a los insectos dañinos y hostiles entrar en la colmena. Si estos insectos pudiesen entrar, carcomiendo la madera, intentarían por 
todos los medios matar las abejas y comerles la miel; pero, en tocando aquel jugo amargo, mueren o ya no pueden moverse. También 
nosotros venceremos a nuestros enemigos agarrándonos a la cruz: pero no basta tomarla en la mano y besarla; hay que llevarla. Todos 
tenemos la cruz, lo mismo el que manda que el que obedece; lo que significa llevar el peso inherente a nuestro cargo y oficio; saber 
soportar privaciones y mortificaciones. En todas partes, además, hay amarguras que sufrir, que se llaman mortificaciones de los sentidos, 
y saldremos vencedores de ellas, poniendo nuestros ojos en Jesús crucificado. 

Notad lo que dice san Ambrosio. Por muchas que sean las abejas de una colmena, sólo tienen un paso, aun a costa de tener a veces que 
esperar. 

Así nosotros en nuestras casas debemos tener un solo paso, aun material, una sola puerta para salir. Sépase quién ha salido, para que 
ninguno caiga en cosas ilícitas. íQué saludable es esta sujeción! Hasta desde el punto de vista material se obtiene una gran ventaja de que 
haya una sola salida. Si hay varias puertas, no se sabe si uno está dentro o fuera. Se va a llamar a un lado y se nos contesta: 

-Id a ver a aquel otro. 

Se va allá y se nos contesta lo mismo. Si, por el contrario, hay una sola puerta, el portero toma nota de todos los que salen y, llegada la 
ocasión, sabe dar cuenta; por consiguiente, si el Superior tuviese necesidad de dar una disposición, no tendrá que angustiarse buscando 
inúltimente. 

Pero lo más importante es que el demonio intenta insinuarse para hacer volver a un religioso a su primitivo estado. Vosotros sabéis que 
cuanto más hace uno por separarse del mundo y quiere dejarlo del todo, tanto más se esfuerza el demonio para que apegue el corazón a 
las cosas terrenas y así sacarlo fuera de la religión. 

((602)) Entra el demonio en cualquier Congregación, echa el ojo a uno y piensa: -Este se encuentra en medio de sus compañeros, que 
con su buen ejemplo lo edifican; está vigilado por los superiores que velan por él, lo fortalecen las muchas prácticas de piedad. íSi 
pudiera echarle el lazo! íSi saliera de ahí un tantico! 

»Y no pensaría el demonio en matar enseguida su alma? No, no lo mata enseguida, porque quiere empujarlo poco a poco sin 
espantarlo. El diablo, que sabe mucho de lógica, no piensa en modo alguno sugerirnos al primer ataque que nos juntemos con compañías 
peligrosas y que entablemos conversaciones malas, no; sólo piensa en hacernos salir de este lugar de seguridad. Ya habrá fuera personas 
que hablarán mal de la Congregación o de la misma Religión, ya habrá charlatanes que representan comedias indecentes, equilibristas 
por cierto no modestamente vestidas; gentes de la hampa, que se jactan de tener su felicidad en comer y beber, y tantas otras cosas 
perjudiciales para nuestra castidad. 

Un religioso amante de novedades sale de su casa sin necesidad. Y aquí uno que suelta disparates contra la moralidad; allí un grabado, 
una fotografía, que aparecen ante sus ojos; y el grabado le queda impreso en la imaginación, lo lleva siempre consigo, le acompaña día y 
noche. Resistirá, pero el espíritu se enfría, le vienen ganas de distraerse, de salir y después de ir a pasar algún tiempo en su casa. Y acaba 
por caer miserablemente. Los ejemplos de todos los tiempos nos hacen experimentar que, cuando el demonio logra inducir a uno para 
salir indebidamente, lo vence. Y Satanás no deja de sugerir pretextos; íes tan hábil en el arte de insinuarse! 

-Vamos unos días a casa, hay un pariente que me espera, dice uno. Allí haré mi meditación, mi lectura espiritual, rezaré mis oraciones 
y seré fiel a las demás prácticas de piedad, como si estuviera en la Congregación. 
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»Si? Vete en hora buena al siglo con este pensamiento, y ya verás. Querría saber cuántos de los que van a su casa observan fielmente 
este propósito. Cosa parecida ya ha sucedido a muchos otros; no daban fe a mis palabras, quisieron probar y aprendieron a sus expensas 
lo que es el mundo. Se va, se empieza a ver, a hablar; luego viene la botella, el juego, después diversiones de otro género, a continuación 
el comer y la gula. íPoneos en la ocasión! »Lograréis esquivar sus lazos? Uno encontrará la muerte, y si no la muerte, por lo menos una 
herida. Si sale ileso, considérelo con toda razón como una gracia excepcional que le ha concedido el Señor. Refúgiese enseguida en su 
claustro, en la casa donde ha hecho los votos, y el demonio ya no tendrá tanta oportunidad para tentarlo; aquí hay buenos compañeros, 
aquí hay ocupaciones para toda clase de personas y para toda habilidad, y todas las fuentes de inmenso mérito ante Dios. 

Y siguiendo en mis consideraciones en torno a las abejas, os repetiré lo que dice san Ambrosio, porque, si yo tuviese un poco de 
tiempo, haría un libro expresamente para comparar la vida de las abejas con la vida del religioso. Cuando una de ellas está en el campo y 
tiene hambre, ((603)) »toma lo que ha recogido para alimentarse? íJamás! Ella observa la regla; cuando termina de recoger todo lo que 
ha podido, vuelve a la colmena y entra por el único orificio por el que pasan las demás. »Y toma entonces alimento? No; espera la señal 
de la reina, sin cuya orden nunca hacen nada, para que venga otra abeja que tiene el oficio de descargarla del peso, y aguarda con 
paciencia hasta que la otra tome con su paleta lo que ella recogió y lo coloque en su sitio. Y muchas veces se ven allí abejas, tan cargadas 
que no pueden más, y que a duras penas se tienen en pie, hambrientas a más no poder, y con todo aguardan. Y una vez descargada de su 
fardo, se alimenta sólo con las migajas, que la compañera dejó por el suelo al llevarse toda aquella mercancía, que también ella misma 
había recogido. Después va a descansar, y otra ocupa su lugar, y así trabajan todas, y cada una cumple con su cometido para acrecentar el 
patrimonio común. Van y vienen, y ninguna pide cuenta a la otra de su actuación. Todas tienen su ocupación. 

íQué diversamente hacen algunos respecto a la regla y a la economía en los alimentos! íCuántas veces se nos presenta la ocasión de 
meter una ganzúa en la cerradura de la cocina o de la despensa, y, como dentro hay uno que peca de demasiado bueno, contamos con 
hacer lo que queremos, o vamos a robar en la huerta una lechuga o fruta! íAh no! Eso no va. Hay que evitar estos graves inconvenientes 
a toda costa. Si hoy se permite esto a los clérigos, mañana se permitirá también a los muchachos, que, al ver portarse así a los asistentes, 
los imitarán sin más. 

Las abejas tienen también una hora para levantarse. Muchas veces se oye por la mañana dentro de la colmena un zumbido, que os dice 
que ya están despiertas; pero todavía no salen. Otras veces las veis en larga hilera pegadas una a otra haciendo cadena, pero se guardan 
mucho de salir antes que la reina dé la señal. Cuando se les da la licencia, salen todas en masa para ir al trabajo. Si una sale antes de la 
señal, lo anotan; y por la tarde cuando vuelve, los jueces la detienen a la entrada, la toman, hacen su acto de justicia, la muerden en las 
alas y la matan. »Veis? íPor una sola desobediencia! Van a dormir todas a un tiempo. Sólo por la tarde no se tiene en cuenta si alguna 
llega más tarde, porque esto no depende de ella sino de las distancias y de no haber encontrado enseguida lo que debía llevar a casa. 

»Y nosotros practicamos esta obediencia y seguimos el toque de campana? 

Ninguna abeja se mueve, sin recibir orden de la reina. Cuando llegan a ser tantas en número, que ya no pueden estar todas en la 
colmena, la reina, para que no sucedan desórdenes, separa a muchas de sus compañeras, les crea otra reina y parece que dice: 
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-Aquí habéis aprendido a vivir, a haceros una casa, las celdillas, la miel, la cera; ahora aprovechad lo que habéis aprendido. Seremos 
siempre amigas, siempre estaremos ((604)) de acuerdo, pero procuremos no estorbarnos las unas a las otras. No vengáis a molestarnos y 
nosotras no iremos a molestaros a vosotras. Y dice a la nueva reina: -Ve, conduce a las tuyas a buscar fortuna. Y se marchan aquéllas 
todas juntas y van al hueco de un árbol o a otras colmenas preparadas para ellas, y fundan su reino. Y la nueva reina, que ha buscado su 
sede, reina y da las órdenes. 

Tal como sucede con nuestras expediciones de misioneros. 

Pero lo que todavía se observa en las abejas es que no trabajan en invierno y no van a recoger, porque no hay flores, sino que 
descansan y están todas recogidas, se preparan para trabajar con alegría y prontitud en la primavera. 

También nosotros debemos estar aquí recogidos, y en la primavera de la vida, saldremos y obtendremos abundante fruto. Retiro y 
preparación. Preparémonos para combatir las tentaciones, las discordias, las riñas y las otras pasiones, que sólo se vencen con la vida 
retirada. Por eso entre nosotros, antes de emitir los votos, se hacen unos días de ejercicios espirituales para disponernos a las solemnes 
promesas que se van a hacer a Dios y para cumplirlas después exactamente. 

Militia est vita hominis super terram. Militar es combatir para vencer a los enemigos espirituales: combate el soldado hiriendo y 
matando, y el religioso huyendo para salvarse. Nosotros, una vez que dejamos el siglo, hemos de combatir huyendo de lugares y 
personas, y de cualquier cosa que ofrezca peligros para el alma. Pero los religiosos hacen como los militares, aunque diferentes, sus 
ejercicios de preparación. 

Estando retirados en tiempo útil, se adquieren la ciencia y la virtud. El que se prepara hace frente a los peligros y los vence. Fortalecido 
con el estudio, con la meditación, con los sacramentos, con las visitas a la iglesia para vencer los sentidos, saldrá de la colmena, irá al 
lugar que se le destinó y atrapará gavillas en el campo del Señor. Mas no salga, si no tiene la esperanza de vencer. Pero el que ha hecho 
todo lo que está de su parte para prepararse y ha recibido orden del Superior, posee esta esperanza y puede ir tranquilo a arrostrar 
cualquier peligro; ya no caerá. Para promover la gloria de Dios pasará sobre áspides y escorpiones y no caerá, porque le sostendrá la 
mano del Señor. 

Todos nosotros debemos imitar a las abejas en el trabajo. Trabajan de día todas sin descanso y van de un seto a otro, vuelan de flor en 
flor y corren de acá para allá, incluso muchas millas, hasta volver a casa con su provisión. Así que han llegado a la colmena, separan la 
miel de la cera, colocan la miel en un sitio, la cera en otro y vuelven al trabajo. 

Y cuando las hay perezosas, que quieren comer a costa de lo sudores de las demás, y no quieren trabajar, los jueces pronuncian la 
sentencia, y después tienen lugar los combates, que tantas veces se ven entre las abejas. Todo el ejército se reúne a su alrededor; una la 
aguijonea por detrás; se vuelve ella para vengarse y otra, que la espera, ((605)) la muerde en una ala, otra en la otra ala y, como ésta ya 
no puede volver, las compañeras la echan fuera de la colmena. Y da muchas veces lástima ver abejas sin sentido por el suelo, que ya no 
pueden levantarse a los aires y son aplastadas por los transeúntes. En la colmena sólo se deja a las que pueden trabajar y trabajan de 
buena gana. 

Aquí hay diferentes empleos: uno friega, otro cocina, otro en cambio ha estudiado y predica y confiesa o da clase. Este barre, aquél 
asiste. El que no puede trabajar reza y aconseja a lo demás. Cada uno tiene su papel y, si cumple bien su cometido, todo 
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marchará prósperamente. Dice san Pablo: Oboedite praepositis vestris et subiacete eis, no en lo que os agrada a vosotros, sino en lo que 
agrada al Superior. 

Recuerdo a un antiguo amigo mío, dedicado a lavar la vajilla, como antes lo había hecho yo, y que decía de mí: 

-El se dedicó a los estudios, ahora es sacerdote, es distinguido, es respetado y yo en cambio siempre aquí en el mismo sitio, siempre en 
un fregadero. No le envidio, pero... 

-Pero tú haz lo que te corresponda, cualquiera que sea tu trabajo. »Crees tú que don Bosco tendrá mayor premio? 

-íAh! El confiesa, dice misa, gana muchos méritos... 

-Pero dime: »adquiere más méritos un confesor confesando toda la mañana u otro fregando cazuelas? No hay diferencia. La 
Congregación está formada por el uno y por el otro. Si tú no estuvieras, lo que tú haces, lo tendría que hacer aquel sacerdote. Todos 
somos iguales y todo es de todos. Uno hará una cosa, otro hará otra; pero, como formamos un solo cuerpo para la gloria de Dios y todos 
trabajamos para un mismo fin, cada cosa es juzgada por Dios con el mismo peso y con la misma medida. El mérito es, por tanto, igual, 
puesto que cui plus datum est, plus requiretur ab eo. Y al que ejerce un oficio humilde, Dios le pedirá cuenta como a uno, mientras que 
al otro le pedirá como a diez. Si pudiese haber diferencia, sería en eso, en que el mérito mayor corresponderá a la mayor humildad de 
condición. 

»Queréis que estemos seguros de hacer también nosotros algo que ciertamente redunde a la gloria de Dios? Cumplamos los cargos que 
a lo largo del día nos son asignados. 

Uno lava los platos: muy bien. Está en la cocina: mejor aún. Otro ha hecho estudios y tiene mucho talento: bien, irá a predicar. Este no 
tiene tan buena voz: estará confesando. Uno dará clase, otro será asistente. Aquél no está capacitado para nada en absoluto: barrerá la 
casa que también esto se necesita. Este tal está siempre enfermucho y no podrá trabajar: pues bien, dará buen ejemplo a los otros con su 
paciencia, dará buenos consejos a los que van a visitarle y hará su papel de esta manera. íEn una casa como la nuestra, hay necesidad de 
muchas y muy variadas ocupaciones! Y cada uno hará aquello que es capaz de hacer. 

Y que no diga nadie: 

-Este trabajo podría hacerlo otro; yo ((606)) ya tengo muchas ocupaciones. 

-No, si uno puede hacerlo, hágalo. No perdamos el mérito; y no nos asusten ciertas dificultades, que parecen montañas y no son más 
que nieblas. 

-Pero es que aquel Superior, dirá alguno, aquel asistente, no me puede ver; siempre censura mi conducta. 

Queridos míos, es un medio más para ganar méritos; no podemos hacernos santos sin la paciencia. 

Así, pues, para estar alejados y defendidos de todo peligro, no busquemos pretextos para volver al mundo, sino vivamos apartados de 
él. 

-Pero lo que se me confió, supera mis fuerzas. 

-Si supera tus fuerzas, expónlo modestamente a los Superiores y haz lo que te digan; pero si sólo supera las fuerzas de tu voluntad, si 
sólo es por un ligero polvillo que te da en los ojos, entonces hay que forzar la voluntad, hay que hacer aquel trabajo y hacerlo como es 
debido. 

-Pero fulano, dirá alguno, tiene una habitación para él; yo, en cambio, estoy en el dormitorio común...; en conclusión, yo desearía una 
distinción. 

-»Estás aquí para hacer vida privada o vida común? 

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-Vida común, me contestará. 

-Entonces, confórmate con la vida común. Hay un solo Superior responsable de lo que se hace o debe hacerse. Cumplamos, pues, cada 
uno, nuestro deber. 

Otra cosa que he de recomendar es que os ayudéis mutuamente en el trabajo. No digáis nunca: 

-Eso le toca a aquél y no a mí. 

Se ve a veces algún desorden, que se podría y debería evitar, y falta el asistente. 

No se mire la cosa con indiferencia, so pretexto de que no estamos encargados de la asistencia, sino decid: 

-Ahora el asistente soy yo. 

Siempre que se pueda impedir un mal, aunque sea material, hágase. Evítese cualquier derroche de comida, de ropa o de cualquier cosa 
de nuestro uso. Cuando se vive en comunidad hay que tener cuidado de todo lo que pertenece a la Congregación. 

Pero sobre todo preocupémonos de impedir el mal moral, los desórdenes de cualquier clase, entre los muchachos o entre nosotros 
mismos. Sólo con la concordia en este punto, se puede progresar y lograr que no causen daño los miembros peligrosos. Se sabe, por 
ejemplo, que fulano tiene un libro malo. Tú, que quieres ser religioso, no sólo no debes cooperar a que lo tenga, lo esconda, sino 
indústriate por hacerte con él, tómalo y quémalo. íCuántas riñas, reuniones de pandillas y de escándalos pueden evitarse! A veces los 
recién llegados, especialmente si son mayores, se encuentran solos, necesitan un amigo y, si uno los aconseja oportunamente, les puede 
hacer mucho bien. Promuévanse las prácticas de piedad, nuestras Compañías; y no se las critique nunca. La crítica puede causar mucho 
daño al que la oye, aun en cosas de clase y en las disposiciones de los Superiores. Si hubiese que hacer alguna observación justa, acúdase 
al responsable, pero nunca se hable de ello con los compañeros. 

((607)) En conclusión, aprendamos de las abejas a trabajar con buena voluntad. 

Os he dicho muchas cosas, encaminadas todas ellas a animarnos en nuestras ordinarias ocupaciones, en este día en el que quiso Dios se 
consagraran a El siete siervos suyos, dispuestos a todo para su servicio. 

Animémonos, pues, todos a una para cumplir su santa voluntad, que es la del Superior, ayudémonos mutuamente a corregirnos de 
nuestros defectos y a soportar los de los otros, haciendo lo posible por seguir todos el buen camino. Si alguno de vosotros se encontrare 
en peligro, hay que avisar; cada uno debe ofrecerle su apoyo para porporcionarle alguna ayuda. 

Y nosotros, haciéndonos cada vez mejores en esta escuela de amor, formaremos un solo corazón unido al de Jesucristo, hasta los 
últimos instantes de nuestra vida, cuando lleguemos a El para ya no dejarle nunca jamás. 

La memorable conferencia duró hora y media; pero aquel tiempo, asegura don José Vespignani, pasó como un relámpago. 

Entre las felicitaciones de Navidad don Bosco envió una especialísima al cardenal Juan Simeoni, elegido por el Padre Santo para 
Secretario de Estado pocos días después de la muerte del Eminentísimo Antonelli. El Beato lo conocía ya muy bien 1. Por la prontitud y 
el contenido 

1 Véase volumen XI, pág. 115. 

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de la respuesta es lícito argüir cuán grata le fue a Su Eminencia la atenta felicitación 1. 
Henos ya al final del año. El día 31 de diciembre escribía esta cartita a don Juan Cagliero: 

Carísimo Cagliero:
Todavía no he podido hablar con el cónsul Gazzolo sobre su terreno. Yo creo que desea venderlo cuanto antes. Tendrás respuesta sobre


ello para el 15 del próximo enero 2. 

Lo demás lo sabrás por otros. 

El lunes vuelvo a Roma llamado por el Padre Santo. Se esperan muchas cosas y la Congregación marcha de forma fabulosa o, mejor, 

llevada de la mano por el Señor. 

Te envían afectuosos saludos de casa Corsi, Fassati, Appiani y mil otros. 

Saluda a los nuestros y créeme en Jesucristo 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

((608)) El último día del año el Siervo de Dios dio las «buenas noches» a toda la comunidad reunida después de las oraciones. Subió a 
la cátedra, y saludó a sus hijos diciendo: 

-íBuen fin y principio de año! 

A lo que contestaron todos a una: íGracias! Cuando se restableció el silencio, dio el aguinaldo para el año nuevo: Portarnos siempre de 
tal manera que a cualquier hora que venga la muerte, nos encuentre preparados. Antepuso y añadió a este santo consejo una doble serie 
de consideraciones, sacadas de recuerdos domésticos, de las cosas del día, de las enseñanzas de la experiencia y de la palabra de Dios: 

íBuen fin y principio de año! Son las palabras que en estos días corren de boca en boca. Son las palabras corrientes; pero, si pensamos 
en ellas atentamente, nos dan materia para meditar. Esta noche pasa al olvido de los siglos eternos el año 1876; ya no quedará nada de él; 
ya no volverá. Vendrán otros 76; vendrá el 1976, el 2076; pero el 1876 no volverá jamás. 

»Y cómo ha pasado este año? Si se ha vivido bien, este bien nos quedará para siempre, si se ha vivido mal, también el mal quedará. 

»Y no se puede remediar? Ya no se puede remediar. Se podrá obrar bien en el porvenir, y Dios, en atención al bien posterior, podrá no 
tener en cuenta el mal hecho antes; pero el tiempo perdido, como lo sería aquél en que se hubiese hecho mal al alma, ya no se puede 
recobrar jamás. íBuen fin y principio de año! Tenemos alguna certeza de comenzarlo: pero no estamos seguros de acabar el año 
venidero. Alguien 

1 Véase Apéndice, doc. n.° 51.
2 Véase más adelante, pág. 553.


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podría añadir, como augurio, el buen fin también del año nuevo; pero no hay ninguno de corazón tan pródigo como para prometerlo. 
»Quién puede asegurar que no morirá en ese año? Este año estamos aquí todos; pero el próximo año muchos ya no estarán. La última 
noche del año pasado, según la costumbre de todos los años, os daba algunos avisos y os predije que algunos, que entonces me 
escuchaban, pasarían a la eternidad este mismo año. No soy profeta y no era profecía; sin embargo murieron los reverendos Piacentino, 
Chiala y otros más (Massa y Vigliocco, repitieron en voz baja los muchachos), también algunos estudiantes que en este momento no 
recuerdo. Y nosotros rezaremos por ellos, como también por los que murieron antes. 

»Y este año no morirá alguno? Es una profecía que todos pueden hacer. Esta noche estamos todos juntos y es posible que alguno de 
nosotros mañana no se encuentre ya aquí. Indudablemente este año morirá alguno. Yo no soy profeta, lo he dicho antes; pero, siguiendo 
el cálculo de los hombres, no se puede por menos de creerlo. Aquí somos unos ochocientos y, calculando el tres por ciento, tendrían que 
((609))morir: ocho por tres, veinticuatro. Pero quizá la muerte respete vuestra edad juvenil, porque no tenéis ganas de morir. »Pero 
quiere decir esto que no morirá ninguno? No. La muerte es como la guadaña. Fenum est vita hominis. »Sabéis cómo hace el guadañero? 
Cuando ve que en general el heno ha llegado a madurez, echa la guadaña. Hay hierba casi seca y la hay verde que ha llegado a la altura 
que le corresponde; la hay más baja, y la hay que apenas ha brotado. »Tendrá la guadaña consideración a ésta última? No; ella da sus 
golpes y tira adelante. Corta todo sin consideración alguna. Así hace la muerte. Se tratará de un anciano con el cabello y la barba blanca 
y lo corta y lo lanza a la eternidad; otro tendrá la barba y el cabello negro y también lo corta; habrá otro que aún no tiene barba y un niño 
que aún no sabe hablar; y a todos, a todos, los corta para la eternidad. La muerte no mira la cara de nadie: este año podría tocarme a mí 
como a cualquiera de vosotros. Esperamos que no seamos veinticuatro; pero quince, diez u ocho ciertamente tendrán que partir. Estemos 
preparados para ello. El año que pasa es un año más hacia la eternidad, para siempre feliz o para siempre desgraciada. He aquí, pues, el 
augurio o, mejor diré, el consejo que os doy: portarnos siempre de tal manera que a cualquier hora que venga la muerte nos encuentre 
siempre preparados. 

Divido este consejo en dos partes: la primera concierne a la manera de huir de la muerte. »Sabéis lo que impele al caballo a galopar? 
Es la espuela del jinete. El caballo siente el aguijón en los ijares y se lanza a todo correr. Así pasa con la muerte. »Sabéis lo que con más 
velocidad azuza a la muerte? Es el pecado, que es, para la muerte, lo mismo que la espuela para el caballo. Stimuulus mortis peccatum 
est, dice san Pablo. 
Así, pues, para que la muerte no venga a visitarnos tan pronto, esforcémonos por evitar el pecado cuanto más podamos, y, si tuviésemos 
la desgracia de cometerlo, vayamos enseguida a confesarnos. 

El que está en gracia de Dios, el que no tiene culpa alguna, quien tiene la conciencia tranquila, se acuesta al llegar la noche, reza y se 
duerme sin preocuparse por su suerte futura. Si el Señor se lo lleva consigo, ífeliz viaje! Marcha a la eternidad sin temor. Pero figuraos a 
uno, que tenga el pecado en la conciencia, que sienta cómo le desgarran los remordimientos. Va a la cama inquieto y piensa: -Hoy estás 
aquí, mañana tal vez ya no estés. Se duerme, pero su sueño es agitado. Avanza la noche; se despierta de improviso y la fantasía turbada 
le hace decir: -Si, mientras todos duermen, vieras allá en el fondo del dormitorio un espectro feo, horrible, un esqueleto con los huesos 
descarnados, la cabeza roída por los gusanos, las cuencas de los ojos vacías... El, torturado por los remordimientos, tiembla de espanto. 
Y, si mientras está en la cama, 

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viese avanzar hacia él aquella horrible figura y pararse a los pies de su cama y decirle: -íVen conmigo! (brrr... risas generales). El 
contestaría: -Pero yo ahora no tengo ((610)) ganas de morir todavía... dejar a los parientes, a los amigos, a los superiores... y después 
mañana... en este dormitorio, íqué espanto!... Ahora no estoy dispuesto. 

Y si aquélla se acercase más y esgrimiendo la corva guadaña le dijese: -No importa. Ahora hay que dejarlo todo, parientes, amigos; 
para ti ya no hay dormitorio, ya no hay mañana. Llevarás contigo lo que te hayas preparado. Hac nocte animam tuam repetent a te. Ibis in 
domum aeternitatis tuae. 

Y lo que digo de uno puede suceder a muchos. Ayer mismo, por traernos un ejemplo, el doctor Savio se sintió algo indispuesto 
después de cenar. Se acostó; a eso de la media noche fue alguno a ver si necesitaba algo y se lo encontró muerto en la cama. Había 
muerto sin recibir los sacramentos, sin tener tiempo para pensar en las cosas de su alma. Ya estaba en la eternidad. Afortunadamente 
aquella noche había rezado las oraciones con los demás de su casa, y, fuera de lo acostumbrado, él mismo había hecho rezar a la familia 
las letanías de la Bienaventurada Virgen María. Por eso esperamos que la Virgen lo habrá ayudado en el gran paso. Los años pasan y 
llega la muerte y muchos de nosotros, que ahora estamos aquí sanos y robustos, otro año ya no estarán. 

Así, pues, volviendo a nuestro tema, para alejar la muerte lo más posible, alejemos de nosotros el pecado, especialmente el pecado 
contra la virtud de la modestia que es el que, más que ningún otro, aguijonea la muerte, y del que entendía hablar el Espíritu Santo 
cuando dijo: Stímulus mortis peccatum est. 

La segunda parte de mi consejo se refiere a la forma de estar preparados. Propongámonos pasar el año, que vamos a empezar, como 
querríamos haber pasado el que vamos a terminar. Cumplamos con diligencia cada uno de nuestros deberes. Con diligencia, esto es con 
amor, pues la palabra diligencia viene del verbo diligere, amar. Sea uno, por ejemplo, zapatero, encuadenador, maestro, asistente, 
estudiante; cumpla su deber con alegría, con amor, y de este modo estará preparado para morir. El Señor premia al obediente. Pero éstas 
son cosas materiales y, como lo indica la misma palabra materiales, conciernen sólo a la materia, al cuerpo, que muy pronto tendrá que 
llegar a su fin. En lo que se ha de emplear más diligencia es en las prácticas de piedad. Vayamos a confesarnos con frecuencia, 
acerquémonos a menudo también a la sagrada comunión, que es la que debe ayudarnos durante toda la vida; hagamos todas las obras 
buenas que podamos, cumpliendo bien nuestros deberes y visitando al Santísimo Sacramento en la iglesia. Sobre todo seamos devotos de 
María Santísima, roguémosla a menudo y de corazón y Ella nos protegerá. Cúmplanse estas prácticas con amor y alegría. Hilarem 
datorem diligit Deus. El Señor quiere que lo que se hace por El, se haga con alegría. Haciéndolo así, formaremos entre todos un solo 
corazón para amar al Señor. 

Me preguntaréis: 

-»Haciéndolo así, no nos tocará la muerte? 

((611)) Moriremos igualmente; pero nuestra muerte será la del justo, que teme la muerte por ser la entrada a un paso fatal, del que 
depende toda la eternidad, momentum a quo pendet aeternitas; teme porque va a lugares desconocidos, porque debe presentarse a un 
Dios tan grande; teme por la justicia de Dios, que encuentra manchas en los ángeles; pero espera en su misericordia, espera que, si ha 
cometido alguna culpa, le será perdonada. 

Así, huyendo del pecado, cumpliendo con diligencia, es decir, con amor cada uno de nuestros deberes, temporales y espirituales, 
cuando llegue el momento en que 
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tendremos que dejar este mundo, nos encontraremos bien preparados, ricos en méritos; cuando llegue la muerte no nos meterá miedo, 
sino que nos inspirará confianza y el Señor nos recibirá en su misericordia. Hoy estamos aquí; el próximo mes yo mismo o alguno de 
vosotros ya no estará. 

Buen fin de año, feliz año nuevo y buenas noches a todos. 

Al calcular el número de los que podían morir en el año 1877, parece que don Bosco no recuerda la predicción de «seis más dos». 
Como en las previsiones relacionadas con su obra, él tiraba adelante como quien nada sabía, empleando todos los medios humanos para 
alcanzar las metas deseadas y dejando a la Providencia la guía de los acontecimientos, así, en sus muchas predicciones, ya no volvía 
sobre ellas, a menos que no lo provocase otro. Sin embargo, después de decir «quince, diez», añadió: 
«o bien ocho ciertamente». No se expresó afirmando, es verdad, pero así y todo la expresión nos parece digna de nota. 

Baste, también para el presente volumen, la actuación de un solo año. Pero, antes de descansar momentáneamente la pluma en nuestro 
trabajo, quisiéramos advertir claramente a cada lector contra el peligro de detenerse ante una visión unilateral de la obra de don Bosco. 
Su actividad exterior, por encima de múltiples contrariedades y obstáculos, no es más que un costado de su figura, el que más llama la 
atención; pero otro costado importantísimo queda oculto a la mirada de los observadores superficiales, y es el que le da el sello de la 
santidad.Nos lo dice un hombre, que en su tiempo gozó de autoridad y crédito. El padre Mauro Ricci, General de las Escuelas Pías, 
conoció personalmente a don Bosco ((612)) en Florencia, cuando se lo presentó la marquesa Enriqueta Nerli, generosa bienhechora del 
Siervo de Dios. Su porte «tan sencillo, sin palabras campanudas, sin exageraciones, como si fuese un hombre de los más corrientes» lo 
edificó en sumo grado. Después gustaba poner de relieve el contraste entre la humildad de su condición y la nobleza de la mente, con la 
que se elevó «a esperanzas y a planes tan grandes como para parecer difíciles a un emperador». Pero después, cuando se dio a buscar 
cómo preparaba y llevaba a término tanto bien, escribió: «Meditando ante el Crucifijo, de allí sacó la chispa poderosa, capaz de reparar 
tantos daños religiosos y morales, repararlos con instituciones perennes, que llevaban en sí mismas la fuerza para extenderse por todo el 
mundo... Hoy día se explican muchas cosas echando la culpa al ambiente; pero don Bosco buscó el ambiente por su propia iniciativa, y 
fueron las inspiraciones de Dios» 1. 

1 Carta escrita en mayo de 1898 y publicada en Cháritas, número único para el primer decenio de la muerte del Siervo de Dios. (Turín, 
Tip. Sal.). 
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((615)
)


Texto de Convenio en Buenos Aires 

CONVENIO 

Entre la Autoridad Eclesiástica de Buenos Aires y la Hermandad Italiana de María Mater Misericordiae con los Padres Salesianos de 
Turín: 

Artículo 1.° 

La Autoridad Eclesiástica de Buenos Aires, representada por S. E. Rvma. monseñor Federico Aneyros, Arzobispo, y la Hermandad 
Italiana de María Mater Misericordiae, representada por su Consejo y Presidente señor Rómulo Finocchio, para mayor gloria de Dios y 
bien de las almas, y especialmente de la Hermandad, conceden para uso perpetuo la dirección y administración de la iglesia de Nuestra 
Señora de la Misericordia a los Reverendos Padres Salesianos, representados por el Dr. don Juan Cagliero, Teólogo y Delegado 
Procurador del Superior General, el señor don Juan Bosco, residente en Turín, a fin de que con sus socios, celo, obra y consejo quede 
asegurado y conseguido el bien para el cual fue construida la iglesia y erigida la Hermandad. 

Artículo 2.° 

La iglesia, aunque no sea de absoluta propiedad de los Padres Salesianos, y aunque dedicada al culto de Dios y de la Virgen, en favor 
de los fieles y de la Hermandad, podrá ser mejorada por ellos, pero no deteriorada, ni cambiada, enajenada o destinada a otro fin; por lo 
cual la Autoridad Eclesiástica y la Hermandad tendrán derecho a reclamar contra la infracción del presente artículo. 

Artículo 3.° 

La Hermandad de los Italianos, erigida y establecida en la iglesia de Nuestra Señora de la Misericordia, conservará la propiedad 
absoluta de todos ((616)) los objetos que le pertenecen; conservará la dirección de sus estatutos y tendrá la libre administración de las 
cuotas mensuales, anuales y otros donativos en favor de la misma Hermandad, hechos por sus socios y otras piadosas personas. 

Artículo 4.° 

Los fondos y cualquier otra renta o entrada de la Hermandad se emplearán en favor de la iglesia y de la misma Hermandad, es decir: 
proveer de cera para las sagradas funciones, comprar ornamentos o vasos sagrados, mejorar la iglesia, celebrar sufragios por las almas de 
los socios, y solemnizar con la mayor pompa posible la fiesta patronal de Nuestra Señora de la Misericordia. 

Artículo 5.° 

Los reverendos Padres Salesianos se encargarán del sostenimiento de la iglesia y de la sacristía con todas las cargas anejas, y 
procurarán promover el culto y devoción 

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a la Santísima Virgen y proporcionar a la iglesia el número de misas correspondientes a la necesidad de la población, y hacer en ella las 
sagradas funciones con el decoro, celo y solicitud que exigen la Casa de Dios y el bien de las almas. 

Artículo 6.° 

Uno de ellos será nombrado Capellán de la Hermandad, el cual presidirá todas las reuniones ordinarias y extraordinarias de los socios 
y será su director, consejero, y padre. Tendrá especial cuidado de ellos cuando estuvieren enfermos y les prodigará todos los consuelos 
que la caridad y la religión sugieren. 

Los Padres cumplirán solidariamente este caritativo oficio. 

Artículo 7.° 

Todos los domingos y fiestas de precepto, por la mañana después del rezo del Oficio de la Bienaventurada Virgen María, se celebrará 
una misa, para comodidad de los socios. Por la tarde, después de vísperas, uno de los Padres predicará una instrucción u otro sermón en 
italiano, después del cual se impartirá la bendición con el Santísimo Sacramento. 

Artículo 8.° 

Los italianos residentes en Buenos Aires serán especial objeto de los cuidados de los Padres Salesianos, los cuales por lo tanto 
prodigarán a sus compatriotas los primeros cuidados de su ministerio sacerdotal. 

Artículo 9.° 

Dado que su finalidad principal es la educación civil, moral y religiosa de los niños, cuidarán particularmente de los ((617)) niños 
italianos, catequizándolos, instruyéndolos y dirigiéndolos en sus deberes del buen cristiano y del buen ciudadano. 

Artículo 10.° 

Si, por graves y justos motivos, los reverendos Padres tuviesen que abandonar la dirección y administración de la iglesia, deberán dejar 
intactas todas las mejoras realizadas en la misma. 

2 

Primer programa de Colegio en América 

COLEGIO SAN NICOLAS DE LOS ARROYOS 

Está abierto en esta Ciudad, sobre la barranca del río, a siete cuadras de la plaza principal, un Colegio de niños, fundado por una 
Comisión Popular, con los medios que los Exmos. Gobiernos de la Nación y de la Provincia y el pueblo, principalmente Arroyero, le han 
proporcionado, dirigido por la Sociedad Educadora de San Francisco de Sales, con el objeto de dar una sólida educación moral, 
religiosa, científica, literaria y comercial, a los que deseen prepararse al estudio de las facultades universitarias. 

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Las mejoras introducidas en el local y el número crecido de los profesores, ponen al Colegio en estado de recibir hasta cien pupilos. 

REGLAMENTO DE ESTUDIOS PARA EL AÑO 1877 

1.° Cinco de las clases que se abrirán este año: dos clases elementales y tres de estudios preparatorios. 

2.° En la clase Elemental Inferior se enseñará: Lectura, Dictado, Caligrafía, Aritmética, Catecismo, Historia Sagrada y Ejercicios de 
composición. 

3.° En la Clase Elemental Superior: Gramática castellana, Aritmética, Catecismo, Historia sagrada, Geografía, Historia argentina, 
Caligrafía y Ejercicios de composición. 

4.° En la Escuela de primer año de estudios preparatorios se enseñará: Gramática castellana, Caligrafía, Aritmética aplicada, Geografía, 
Latín, Francés y Catecismo, Historia Antigua y Sagrada. 

5.° En la Escuela del segundo año de estudios preparatorios se enseñará: Gramática castellana, latina, francesa, Aritmética razonada, 
Geometría práctica, Teneduría de libros, Historia y Geografía de América, Catecismo razonado y Ejercicios de composición. 

6.° En la clase de tercer año preparatorio se enseñará: Algebra y trigonometría rectilínea, Geometría razonada, Teneduría de libros, 
Literatura castellana, Gramática francesa, latina, Ejercicios de composición, ((618)) Historia griega y romana, Geografía particular de 
Europa, Asia, Africa, Oceanía, y Catecismo razonado. 

7.° Habrá lecciones de música vocal e instrumental cada día para los pupilos y medios pupilos y para éstos y los externos tres lecciones 
de gimnástica en la semana. 

8.° Los pupilos, medios pupilos y externos que desearan aprender a tocar algún instrumento musical, tendrán en el colegio profesores 
que podrán llenar ese deseo. 

CONDICIONES PARA LOS PUPILOS 
1.° El que desee ingresar en el «Colegio San Nicolás» como pupilo, debe presentar la partida de bautismo, el certificado médico de que 

ha sido vacunado, el certificado de buenas costumbres y del estudio que ha cursado. 

2.° No se admiten pupilos que no tengan 7 años de edad o que hayan pasado de los 14. 

3.° Debe el interesado satisfacer una mensualidad de cuatrocientos pesos, moneda corriente, por trimestres anticipados por cada 

alumno. 
4.° Los pupilos tienen derecho al desayuno, comida, merienda y cena, siendo el desayuno de té, leche y pan; la comida de una sopa, 

dos platos y postres, con vino y pan; merienda de pan, y la cena de una sopa, un plato y postres, con vino y pan. 

5.° El que pase algunos días de un mes en el Colegio debe pagar toda la mensualidad. 

6.° Los pupilos no pueden gastar por sí solos el dinero que reciban de sus padres, parientes o amigos; el Sr. Director del Colegio 

recibirá el dinero y lo gastará debidamente para el pupilo. 

7.° Se pagarán cien pesos anuales por el gasto de tinta, tinteros, luz en la sala de estudio, dormitorio, etc. 

8.° Los gastos de médico, botica, peluquero, libros y objetos de Escuela están a cargo del pupilo. 

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9.° Los parientes de los alumnos que no tengan domicilio en San Nicolás deben hacerse representar por un apoderado. 

10.° El traje del pupilo para paseo es uniforme según el modelo que tiene el Sr. Director del Colegio. 

11.° Para el Colegio cada alumno tendrá dos trajes del modelo y forma que sus señores Padres deseen. 

12.° El pupilo se proveerá de una cama de hierro, larga metro 1,70, y ancha metro 0,70, mesa de noche, seis sábanas, seis fundas, doce 
camisas, doce calzoncillos, doce pañuelos, seis servilletas, seis corbatas, un colchón, dos escobillas, tres pares de botines, seis toallas y 
dos cubiertas blancas para cama y todo llevará el número que el Sr. 
Director designará a cada alumno. 

((619)) 

CONDICIONES PARA LOS MEDIOS PUPILOS Y EXTERNOS 

1.° El medio pupilo se uniformará a las condiciones 1.ª y 2.ª del pupilo.
2.° El medio pupilo tendrá el mismo desayuno y comida que el pupilo.
3.° La mensualidad del medio pupilo es de doscientos cincuenta pesos m. c.
4.° En los meses de febrero, marzo, abril, mayo, septiembre, octubre, noviembre y diciembre, el medio pupilo entrará en el Colegio de


las 7 a las 7 1/2 de la mañana y regresará a su casa a las 6 1/2 de la tarde. En los meses de junio, julio y agosto su entrada será de las 7 
1/2 a las 8 de la mañana y saldrá a las 5 de la tarde. 
5.° El coche del colegio con un Padre o encargado traerá al medio pupilo de la casa al colegio y del colegio a su casa, y por este 
servicio se cobrará treinta y cinco pesos mensuales. 
6.° El medio pupilo necesita una servilleta con el número de orden que designará el Sr. Director a cada medio pupilo. 
7.° El externo se uniformará a las condiciones de los pupilos señaladas en los números 1, 2 y 5 y si quiere el coche pagará cincuenta 
pesos mensuales. 
8.° La mensualidad para el externo que cursa las clases elementales es de cincuenta pesos moneda corriente, y de ochenta pesos si 
cursa las clases de estudios preparatorios. 
9.° El medio pupilo y el externo deben asistir a las funciones religiosas del colegio que se celebrarán los días domingos y fiestas de 
guardar. 
10.° El medio pupilo y el externo deben observar el Reglamento del colegio en las horas que queden en el Establecimiento. 

ADVERTENCIAS 
1.° No se permite salida alguna a los pupilos, exceptuado el día del santo de sus padres o tutores, o por causa de enfermedad de éstos o 

de aquéllos, y el primer jueves del mes, cuando en el mes anterior se haya portado bien. 
2.° Solamente el jueves y domingo de cada semana se permiten las visitas a los alumnos, desde la 1 a las 3 de la tarde. 
3.° Todos los meses, los padres, tutores o interesados tendrán un estado del pupilo, medio pupilo o externo, que les informará 

minuciosamente de la conducta de éstos. 
4.° En los meses de vacaciones se permitirá la salida de los pupilos por aquel tiempo que sus padres, tutores o interesados desearen. 
5.° Para los alumnos que se queden en el Colegio en las vacaciones, habrá, además de los ejercicios de gimnástica, música vocal e 

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instrumental, paseos, y otros ejercicios 

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agradables para desarrollar las facultades ((620)) físicas, morales e intelectuales de los niños, una clase diaria para adelantarlos en sus 
estudios. 

6.° Las peticiones para ser admitidos en el Colegio se dirigirán al señor Director del «Colegio San Nicolás» Dr. don José Fagnano, al 
señor Dr. don Juan Cagliero o al señor Dr. don Pedro B. Ceccarelli, Cura y Vicario de San Nicolás. 

San Nicolás, enero de 1877 

JOSE FAGNANO Director 

3 

Carta del señor Gazzolo a don Bosco 

Rvmo. P. General D. J. B. Bosco y amigo queridísimo: 

Si siempre escribo un poco a la buena, hoy lo hago peor, porque en este bendito País siempre hay algo que hacer, siempre se va aprisa, 
hasta cuando parece que no se hace nada, por lo cual me perdonará todos los errores que en ella encuentre. 

Como respuesta a su muy apreciada (sin fecha), le diré que, en cuanto a la condecoración de los SS. M. y Lázaro, la noticia que usted 
me da es cosa antigua, es más, ya la habría conseguido hace tiempo, si me hubiese conformado con el simple nombramiento de 
caballero; pero, como yo deseaba la encomienda de esta orden y sabía que se puede ser elevado a tal grado aun cuando no se tenga el 
nombramiento de caballero, y como también sabía que el grado de caballero impide la recepción de la encomienda, porque se exigen 
nuevos méritos y muchos años, pues así está prescrito en el escalafón, por eso trabajé para que no me hiciera caballero de esta orden, 
fundándome también en la promesa del Comendador y Abogado Diputado Boselli por... y apoyada esta promesa por un empleado del 
Ministerio, amigo de nuestros Doctores Pechenino y Bacchialoni, que se interesaron en el favor. 

Por lo dicho hasta aquí, ya ve usted que es asunto antiguo e independiente de lo que con buena voluntad ha hecho don Bosco en mi 
favor. Puesto que V. R. me dice que le diga en confianza lo que hay en ello de pro y de contra, aquí me tiene para obedecerle. El doctor 
Ceccarelli ha quedado algo sorprendido; tal vez se esperaba algún título Pontificio: yo he sufrido mucho en los primeros días después de 
nuestra llegada, porque me temía no se qué, pero Dios me dio fuerza, tanto dije y tanto hice, como para convencerle de que don Bosco 
no era un ingrato y que, por tanto, obtendría lo que deseaba. 

Hasta aquí hemos hablado de las cosas; vamos ahora a ocuparnos del árbol y de los frutos. 

Como usted sabrá, fuimos recibidos magníficamente por Benítez, Ceccarelli, el Arzobispo, el Secretario, el Vicario General, el Clero, 
((621)) y el pueblo. Los periódicos de todos colores saludaron con respeto nuestra llegada; ocho días después salimos para San Nicolás, 
quedándose en ésta los reverendos Cagliero, Baccino y Belmonte para administrar la iglesia de N. S. de la Misericordia, fundada y 
levantada por mí, y en verdad que ya están convencidos de que ciertas historias que yo les contaba en 
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Varazze 1 y en Turín, son verdadera historia... y no exageraciones como entonces les parecían, según confiesan ahora. 

El trabajo es mucho, los operarios pocos y holgazanes, de manera que los dos nuestros que quedaron aquí se matan con el excesivo 
trabajo sin descanso. 

El reverendo Baccino hizo en los primeros días una pesca extraordinaria; el primer pez que pescó pesaba treinta y seis libras, y lo ha 
vendido por cuatrocientos dieciséis francos en oro -quiero decir un hombre que no se confesaba hacía treinta y seis años y que, por la 
gracia recibida, regaló a la Virgen la suma antes dicha-; el segundo fue un pez semejante a éste, pero »qué estoy diciendo: »Es que me 
propongo decirle todo? Imposible, no bastarían una resma de papel y un mes de tiempo. 

Dios bendice esta misión. Sacerdotes y monjas luchan, y consiguen triunfos continuamente, hacen aquí el papel de san Pablo, hacen 
también el de los ángeles enviados por el cielo, que vinieron a libertar a un pueblo de las cadenas del infierno. 

Pero »adónde voy yo? íAh, si los Hermanos y los amigos de Italia viesen el bien que hacen aquí los Salesianos y las monjas de la 
Misericordia...! íOh! Si viesen cuántos y cuán espléndidos triunfos, llorarían conmigo de consuelo. íViva el Señor! Don Bosco tiene 
motivo para consolarse y para gloriarse de veras. 

No acabaría nunca... Termino porque han llegado personas que me esperan en la antesala. Mañana vamos con don Juan Cagliero y la 
Superiora de las Misericordiosas a San Nicolás de los Arroyos, para cuyo viaje he obtenido para todos pasajes de primera clase en el 
barco y también en el tren; el Gobierno me los ha concedido gratuitamente y me ha prometido que en adelante dará a los Salesianos los 
pasajes aludidos de primera clase gratis, de modo que pueden pasear por urbis et orbis cuando quieran. Espero obtener otras cosas, etc. 

Desde que estoy aquí, no me encuentro con muy buena salud, no me ha sentado bien el clima, el calor me agotó; pero hoy estoy mejor, 
y ya ando, hablo siempre y por doquiera de don Bosco y de sus dignísimos hijos y quedan enamorados de ellos los que me escuchan. 

Espero que nos veremos pronto; tal vez salga de aquí, si Dios quiere, el próximo 20 de marzo. 

Celebro la apertura de la casa de Niza. 

Mis saludos para los reverendos padres Francesia, Rúa, Durando, Pechenino, Bacchialoni, Albera, Lemoyne, Sala, Savio, ((622)) y 
todos sus demás Hijos e Hijas de Mornese; me encomiendo a las oraciones de todos y me profeso su afectísimo seguro servidor. 

Buenos Aires, 15 de enero de 1876 

JUAN B. GAZZOLO 

1 Los misioneros habían estado por algún tiempo en Varazze con el señor zolo, que les enseñaba español. 
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Carta del señor Gazzolo a don Bosco 

Rvmo. P. General Sr. D. J. B. Bosco: 

Hace cinco días le escribí contestando a su carta. 

Le escribo hoy de nuevo para comunicarle varias cosas que creo oportuno sepa usted. 

Para el viaje desde Buenos Aires a esta Casa, entre ida y vuelta, se necesitan doscientas liras italianas, pero nosotros lo hemos hecho de 
balde, porque yo di los pasos necesarios para obtener del Gobierno, como lo obtuve, el pasaje de ida y vuelta para mí, don Juan Cagliero 
y dos monjas 1. Después de un viaje, el más bonito y pintoresco que pueda hacerse, por distintos ríos con vistas preciosas, maravilla de 
las maravillas de la naturaleza, después de veinte horas de viaje, llegamos a ésta el 17 de los corrientes, a las seis de la mañana y fuimos 
recibidos en el muelle por un grupo de los más distinguidos ciudadanos. 

Por la tarde de ese mismo día, nos dieron un magnífico banquete, en el que tomaron parte todos los Salesianos aquí presentes, toda la 
comisión, el párroco Ceccarelli con su clero, el que suscribe, etc. 

Hubo varios brindis agradeciendo a Gazzolo lo que había hecho, y otros para los Salesianos; Ceccarelli y yo hicimos otro en honor de 
la digna Congregación y de don Bosco. Callo el resto para no ser demasiado largo, y confiando que sus Hijos ya darán a V. S. Rvma. 
detalle de todo. Creo un deber de conciencia decirle que el doctor Ceccarelli salió a recibirnos exprofeso en un vaporcito a la distancia de 
quince millas y que se las arregló con la aduana para todo lo que trajeron sus Hijos; que puso a su disposición los coches de dos caballos 
necesarios para todos y durante todo el día; que durante ocho días los acompañó en coche a todas partes donde fue necesario; que 
además los llevó consigo y los tuvo en su casa, tratándoles como a príncipes, etc... El padre Cagliero es el único que duerme en casa de 
Benítez, pero desayuno, comida, cena y todo cuanto necesita lo tiene en casa de Ceccarelli, ((623)) el cual nos trata como a príncipes. No 
puedo describir con palabras todo lo que hizo y hace con los Salesianos el Dr. Ceccarelli. 

Este Doctor, que tiene treinta y cuatro años, aparenta más de cuarenta y cuatro, parece ya un viejo, debido a su celo y constante 
laboriosidad. 

He leído en los periódicos la muerte del Obispo de Piacenza: me parece sería del caso que don Bosco propusiese al Padre Santo para 
dicho obispado, al Dr. Ceccarelli, digno y dignísimo protector de los Salesianos, hombre de virtud y letras, amadísimo aquí por todos y 
fundador de muchas hermosas obras, como la de las Religiosas de la Misericordia, de las Damas de la Caridad, de diarios católicos y de 
otras obras piadosas y santas. Este paso haría que sus Hijos se convirtieran en dueños de la parroquia y del pueblo y tendrían en Italia, en 
su persona, un protector incansable y un Hijo afectísimo. 

Piénselo, don Bosco, y recuerde que todos los sacrificios mencionados y no mencionados, todos fueron a costa de Ceccarelli. Piense en 
ello, porque yo creo ha llegado 

1 Son monjas italianas de la Misericordia, para las cuales había fundado el Dr. Ceccarelli una casa en su parroquia. 
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la hora de premiar tanta virtud y de dar a la Congregación un nuevo y decidido Protector. 

Un saludo para todos los Hermanos y amigos, y créame, 

San Nicolás, 20 de enero de 1876 

Su afmo. y s. s.
JUAN BTA. GAZZOLO


Memorial para el Ministro de Asuntos Exteriores Melegari 

Roma, 16 de marzo de 1876 

Si por acaso V. E. considerase oportuno estudiar la conveniencia de una colonia italiana en la Patagonia, me atrevo a comunicar de una 
forma general lo que verbalmente he tenido el honor de exponer. Se debería: 

1.° No pensar en los Pamperos, porque limitando al este y al oeste con Gobiernos establecidos, se pueden encontrar enseguida 
protestas y oposiciones. 

2.° Tampoco a poniente de la Patagonia, porque la república de Chile presenta pretensiones en la Rada del Océano del Sur hasta Punta 
Arenas en el estrecho de Magallanes, donde hay una pequeña colonia de europeos con un gobernador. 

3.° Habría un campo totalmente seguro desde Río Negro hasta el estrecho de Magallanes, esto es, la costa de Patagonia hacia el 
Atlántico, desde el paralelo cuarenta hasta el paralelo cincuenta. Aquí no hay población, ni puerto, ni gobierno que tenga ningún 
derecho. 

4.° Parece preferible la Rada que se encuentra cerca del paralelo cuarenta y cinco, pues corresponde algún tanto al clima de Italia 1. 

5.° Si el Gobierno no choca con las susceptibilidades de la República Argentina ((624)) nada tiene que temer por parte de los salvajes, 
que están en el interior del Continente y que además no se aventuran contra fusiles y cañones. 

6.° Probablemente no costaría mucho al Gobierno y esto quedaría pronto compensado con el ganado, la madera, los frutos de los 
árboles y la fertilidad del suelo. No debería ser una colonia de deportación, sino que, por el contrario, recogiera la innumerable cantidad 
de italianos que actualmente llevan una vida de escasez y sufrimiento en Chile, República Argentina, Uruguay, Paraguay, etc. Estoy 
convencido de que al enterarse de la existencia de una colonia donde tuvieran lengua, costumbres y gobierno italiano, se reunirían en ella 
muy a su gusto; lo mismo para cultivar el campo que para dedicarse al pastoreo. 

7.° Los Salesianos continuarían sus estudios sobre los Patagones, asegurarían las escuelas, abrirían internados, ejercerían el culto 
religioso para todos los habitantes de la colonia, y con la máxima cautela y prudencia se acercarían a las tribus de los salvajes. 

1 La Rada que se halla a la altura del paralelo 45, corresponde al golfo de San Jorge, hoy Comodoro Rivadavia, según Raúl Entraigas 
en Los Salesianos en la Argentina, Vol. II, pág. 47. (N. del T.) 

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Quizá estos pensamientos míos no son más que poesía. Pero Vuestra Excelencia sabrá perdonarme y apreciar mi buena voluntad por 
beneficiar a la pobre humanidad. 

Su atto. y s. s.
JUAN BOSCO, Pbro.


Carta del Cardenal Antonelli a don Bosco 

Ilmo. Senor: 

No cesa el Padre Santo de pensar en el abandono en que se deja a muchos hijos del pueblo y se aflige su ánimo al ver los muchos 
males que de ellos se derivan para la moral pública y la religión. Por eso se alegra mucho ante cualquier obra o empresa encaminada a 
poner un dique al mal existente e impedir que arraigue allí donde, gracias a Dios, no existe. 

Sabedor del proyecto de esa Conferencia de San Vicente de Paúl de ampliar el local ya existente para este fin y procurar de este modo 
que otros jóvenes desamparados disfruten de este beneficio, ha atendido benignamente la instancia presentada por la misma Conferencia 
ante su Trono Pontificio, y le ha concedido la cantidad de dos mil francos. 

Hago efectivo, como es mi deber, este acto de caridad, enviando adjuntos dos billetes del Banco de Francia, por valor de mil francos 
cada uno, y con los sentimientos de mi distinguida estimación me confirmo, 

De V. S. Ilma. su s. s. 

Card. ANTONELLI 

((625)) 

7 

Conferencia de don Bosco a los Salesianos 

Messis multa, operarii pauci 

Un día el divino Salvador, paseando por los campos próximos a la ciudad de Samaria, volvió la mirada alrededor, y al ver las llanuras 
y los valles cubiertos de mies abundante, invitó a los apóstoles a que recrearan ellos también su vista ante el risueño panorama del 
campo. Pero enseguida advirtieron que, a pesar de la abundancia de la mies, no había nadie para segar los trigales. Entonces El, 
aludiendo a algo muy superior, volvióse a los apóstoles y les dijo: Messis quidem multa, operarii auttem pauci; Verdad es que la mies es 
abundante, pero ved qué pocos son los operarios. 

Este es el grito desgarrador que en todo tiempo hicieron oír la Iglesia y los pueblos: la mies es mucha pero los operarios son pocos. 

El divino Salvador, si lo comprendéis fácilmente, al hablar del campo o de la viña que le rodeaban, entendía hablar de la Iglesia y de 
todos los hombres del mundo; la 

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mies por recoger consiste en la salvación de las almas, todas las almas deben ser recogidas en el granero del Señor. íQué abundante es 
esta mies! íCuántos millones de hombres están sobre la tierra! íCuánto trabajo todavía sin hacer para lograr que todos se salven! Pero 
operarii autem pauci; los operarios son pocos; por operarios que trabajan en la viña del Señor se entiende todos los que de algún modo 
colaboran en la salvación de las almas. Y advertid que por operarios, no solamente se entienden los sacerdotes, predicadores y 
confesores. Ciertamente éstos están colocados a propósito para trabajar y se dedican más directamente a cosechar la mies, pero no son 
los únicos ni bastarían. Operarios son todos los que de alguna manera contribuyen a la salvación de las almas; así como son obreros del 
campo no sólo los que siegan el grano, sino también todos los demás. 

Contemplad la variedad de obreros de un campo. Uno ara, otro rotura la tierra, ése la arregla con la azada, éste con el rastrillo o rompe 
con el mazo los terrones y los allana, unos arrojan la semilla, otros la cubren; quién arranca los hierbajos, la cizaña, el comino, la alberja; 
quién escarda, quién poda, quién arranca; unos que riegan en tiempo oportuno y recalzan; otros por el contrario siegan y hacen manadas, 
gavillas y montones, y quién las carga en el carro y quién las acarrea; quién extiende, quién trilla, quién bielda, quién acriba, quién 
ensaca y lleva al molino y quién lo convierte en harina; después quién la cierne, quién la amasa, quién la mete al horno; ya veis hijos 
míos que variedad de obreros se requieren hasta que la mies alcanza su meta y se convierte en el pan elegido del paraíso. 

((626)) Lo mismo que en el campo sucede en la Iglesia, donde se necesita toda suerte de obreros de toda clase. No hay uno que pueda 
decir: 

-Aunque yo sea de conducta intachable, no serviré para trabajar por la mayor gloria de Dios. 

No, que nadie hable así; todos pueden hacer algo de alguna manera. 

Los operarios son pocos íah, si se pudiera enviar sacerdotes a todas las regiones de la tierra, a todas las ciudades, pueblos, aldeas y 
campos y convertir a todo el mundo! Pero es imposible tener tantos sacerdotes; por consiguiente, es preciso que haya otros también. 
Además, »cómo podrían estar libres los sacerdotes para su ministerio, si no tuvieran quien les preparara el pan y la comida, si tuvieran 
que hacerse ellos mismos los zapatos y la ropa? 

El sacerdote necesita ser ayudado, y creo no equivocarme si aseguro que todos los que estáis aquí, sacerdotes y estudiantes, aprendices 
y coadjutores, todos, absolutamente todos, podéis ser verdaderos operarios evangélicos y trabajar en la viña del Señor. 

»Cómo? De mil maneras. 

Todos, por ejemplo, podéis rezar. En efecto, no hay quien no pueda hacerlo. Ya veis, pues, que todos podéis hacer la parte principal de 
la que habla el Salvador en este lugar, porque, después de haber dicho que son pocos los operarios, añade: rogad al dueño de la mies que 
mande operarios; rogate ergo Dominum messis, ut mittat operarios in messem suam. 

La oración hace violencia sobre el corazón de Dios; Dios queda en cierto modo obligado a enviarlos. Roguémosle por nuestros 
pueblos; roguémosle por los países lejanos; roguémosle por las necesidades de nuestras familias y de nuestras ciudades, y roguémosle 
por los que todavía están envueltos en las tinieblas de la idolatría, de la superstición, de la herejía. 

Roguemos todos de todo corazón al dueño de la mies. 

Otra cosa que todos pueden hacer, y es de gran utilidad a más de un verdadero 
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trabajo en la viña del Señor, es dar buen ejemplo. íCuánto bien puede hacerse de este modo! Buen ejemplo con las palabras, animando a 
los otros al bien, dando avisos y buenos consejos. Aquí hay uno que duda de su vocación; allá hay otro que está a punto de tomar una 
determinación que le ocasionará después mucho daño; pues bien, si estos tales son aconsejados y alentados para el bien, ícuánto podrán 
aprovecharse de ellos! Muchas veces basta una sola palabra para lograr que uno se mantenga o se ponga en el buen camino. 

Decía san Pablo a los fieles que procurasen ser lucerna lucens et ardens. íAh, si en todos nosotros se viera realmente esta luz! íSi todos 
quedasen edificados con nuestras obras y palabras! Si hubiera esa caridad encendida que hace que no demos importancia a nada, con tal 
de que podamos beneficiar a nuestros hermanos, y poseyéramos realmente esa castidad perfecta que nos hace vencer todos los vicios, si 
tuviéramos verdaderamente ((627)) esa mansedumbre que nos atrae el corazón de todos; creo yo que todo el mundo quedaría atrapado en 
nuestras redes. 

Otra cosa que todos pueden hacer es la asiduidad en las cuestiones de religión, en las prácticas de piedad, o tomar parte en todo aquello 
que puede promover la mayor gloria de Dios o la salvación de las almas; hablar bien de la Iglesia, de los ministros de la religión, 
especialmente del Papa, y de las disposiciones eclesiásticas. Estas cosas las pueden hacer todos, desde el más pequeño hasta el mayor de 
vosotros; y entre nosotros, aquí en casa, hablar bien de los Superiores, de la Congregación, de la Casa, de lo que se sirve a la mesa. 

Pero no basta. Algo que todos pueden hacer es ayudar a arrancar hierbajos, cardos, cizaña, grama, alberja y toda hierba que no hace 
más que daño. Quiero decir que cuando hay un escándalo no se tolere: sino que, quien está en condiciones de poderlo quitar, lo quite y 
acuda a todos los medios para hacer que desaparezca; el que no puede, no se cruce de brazos, sino hable de ello a quien corresponda y, si 
no basta una vez, hágalo dos, tres y más veces hasta que el escándalo cese. Todos podéis, cuando oís a alguien quejarse de la comida, 
corregirle; habrá quién desee salir sin permiso, o quién se queje por no poder salir; todos podéis animarle, alentarle, aconsejarle que 
tenga paciencia. 

Una cosa muy importante es arrancar la cizaña, es decir, el escándalo que se comete al hablar. Sucede a veces que hay un desorden en 
casa y los Superiores no lo saben y, por tanto, no pueden remediarlo; es absolutamente necesario que vosotros habléis de ello, que les 
hagáis sabedores del mal: vosotros os encontráis en contacto con ellos, mientras que los Superiores están lejos. 

Otra manera de estirpar la cizaña es la corrección fraterna. Sucede, tanto cuando estamos aquí, como cuando estamos en casa de 
nuestros padres en el pueblo, que nuestros amigos, sin advertirlo, mantienen conversaciones que desdicen de un joven cristiano, escriben 
cartas con frases poco cristianas o expresiones que pueden despertar nuestra ira o malos pensamientos. 

Pues bien, respóndase a este tal con buenos modos: 

-Mira, tú dices eso; pero fíjate que esas palabras no están bien en labios de un cristiano. Ya sé que eres mi amigo y que escribiste eso 
sin advertirlo, pero precisamente porque eres mi amigo, creo que no te molestarás si te corrijo en esto o en aquello. 

O también: 

-Perdóname, pero no puedo aceptar lo que me propones, porque no está de acuerdo con la vida que debe llevar un joven cristiano. 

Muchas veces una corrección amistosa hecha de este modo produce en el corazón de los compañeros y hermanos más afecto que 
muchos sermones y sucede que se 
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ponen a servir a Dios o, por lo menos, a amar más la religión, precisamente porque encuentran esta cortesía de maneras en quien saben 
que practica la religión. 

((628)) Y desgraciadamente sucede que, a veces, hay que usar esta caridad de instruir, corregir y reprender a los mismos padres. Sed 
fuertes también en esto, hacedlo con valor, pero usando toda la caridad, la amabilidad, la mansedumbre que hubiera usado san Francisco 
de Sales, si se hubiera encontrado en nuestro caso. 

Todas éstas y otras son las maneras que todos, sacerdotes, clérigos o seglares, de cualquier edad o condición, pueden usar para trabajar 
en la viña del Señor. Ved, pues, cómo todos pueden trabajar en la mies evangélica de muchas y diversas maneras, con tal de que cada 
uno sea celoso de la gloria de Dios y de la salvación de las almas. 

Ahora habrá alguien que pregunte: 

-Pero, don Bosco, »a qué quiere usted referirse con esto? »Qué quiere usted decirnos? »Por qué motivo nos manifiesta usted esto esta 
tarde? 

Amigos míos, aquel grito: Operarii autem pauci no era para que se oyera sólo en tiempos antiguos, en siglos pasados, sino para 
nosotros, en estos nuestros tiempos, más necesitados que nunca. A la Congregación Salesiana se le ofrece una mies que crece de un día 
para otro desmesuradamente, que, casi se diría, no sabe ya por dónde comenzar o cómo organizar el trabajo. Por esto querría yo veros a 
todos, y pronto, convertidos en buenos operarios en la viña del Señor. 

Llegan peticiones de colegios, de casas, de misiones en número extraordinario, lo mismo de nuestros pueblos de Italia, que de Francia 
y otras tierras lejanas. De Argelia, de Egipto, de Nigeria en Africa, de Arabia, de la India, de China y del Japón en Asia, de Australia, de 
la República Argentina, del Paraguay, de Gibraltar y se puede decir de toda América, nos llegan peticiones para abrir nuevas casas, 
porque en todas partes hay tal escasez de operarios evangélicos que espanta a quien considera el gran bien que se podría hacer y que hay 
que abandonar por falta de misioneros. Tenemos noticias desgarradoras enviadas por don Juan Cagliero desde Argentina. Allí, las más de 
las veces, cuando van a confesarse, no se pregunta: 

-»Cuánto tiempo hace que no os habéis confesado? 

Sino que se dice: 

-»Os habéis confesado ya alguna vez? 

Frecuentemente ocurre encontrarse con hombres y mujeres de treinta o cuarenta años que no se han confesado nunca. Y esto sucede, 
no por aversión a las cosas de la Iglesia o a la confesión, sino porque nunca tuvieron posibilidad de hacerlo. Y figuraos cuántos se 
encontrarán en punto de muerte y desearían, por lo menos en aquel momento, tener un sacerdote a quien confesar las propias culpas y 
recibir la absolución; pero ni siquiera esto les es posible, porque rara vez encuentran un sacerdote que pueda atenderlos. 

Pero no es mi intención invitaros a ir a lugares tan lejanos. 

Eso pueden hacerlo algunos, no todos, ya sea porque también aquí hay urgente necesidad, ya sea porque por diversas razones no todos 
los que se sienten llamados a la Congregación Salesiana estarían dispuestos ((629)) a ir a tan lejanas tierras. Pero, frente a tanta 
necesidad, frente a tanta falta de operarios evangélicos, teniendo en cuenta que todos vosotros, quién de una manera, quién de otra, 
podéis trabajar en la viña del Señor, »podría yo estarme tranquilo y no manifestaros el secreto deseo de mi corazón? 

íCuánto desearía veros a todos lanzándoos al campo del trabajo como otros tantos apóstoles! A eso tienden mis pensamientos, mis 
cuidados, mis trabajos. Por eso se 

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aceleran los estudios, se da toda suerte de comodidades para poder vestir pronto la sotana, se emprenden clases particulares. 

»Y cómo podría callar ante tantas y tan apremiantes necesidades? »Podría yo volverme atrás, mientras nos llaman de todas partes 
cuando parece que sea la misma voz de Dios, la que se manifiesta a través de la boca de tantos? »Y después de las señales de la divina 
Providencia, que quiere hacer tan grandes cosas por medio de los Salesianos, enmudecer y no industriarme para aumentar el número de 
operarios evangélicos? 

Tengo aún otra cosa que deciros, y es la más importante. Cuando yo os animo a todos vosotros a ser constantes o a inscribiros en la 
Congregación Salesiana, no quiero que pretenda ingresar en ella quien no tiene vocación. Veo el gran bien que podemos hacer, os 
expongo cuán grande es la mies, que está ante nuestros ojos, cuántos operarios necesita la viña del Señor, para que, si vosotros oís una 
voz interior que diga: -Tú puedes encontrar más fácilmente la salvación de tu alma y la del prójimo en la Congregación, sepáis cómo 
están las cosas y tengáis la oportunidad de ingresar; mientras es mi intención que todos los otros sigan su propia vocación. 

Lo que quiero y en lo que tanto insisto es que, dondequiera que uno esté, se cumpla lo que se lee en el Evangelio: Lucerna lucens et 
ardens. Yo no me opongo a que un joven quiera ir al seminario y se haga sacerdote secular; lo que quiero, y en lo que insisto, e insistiré 
mientras tenga aliento y voz, es que el que se hace clérigo sea un clérigo santo y el que se hace sacerdote sea un sacerdote santo. Que el 
que quiere tener parte en la herencia del Señor, abrazando el estado eclesiástico, no se enrede en asuntos mundanos, sino que atienda 
solamente a salvar almas. Esto pido yo: que todos, y especialmente el eclesiástico, sean luz que ilumine a todos los que lo rodean y no 
tinieblas que engañen a quien las sigue. 

Pero esta luz no se manifieste sólo con palabras, sino que se convierta en obras. Procure cada uno enriquecer su corazón con la caridad 
que mueve a dar la vida por salvar las almas; caridad por la que no se mira ningún interés material cuando se trata de hacer el bien, y 
hace exclamar con san Pablo, cuando se trata de ganar almas para Jesucristo, que las cosas de esta tierra son como estiércol: omnia 
arbitror ut stercora, ut Christum lucrifaciam. 

Es necesario que nadie se deje dominar por la gula, por la intemperancia, ((630)) que es la que conduce miserablemente al naufragio a 
tanta juventud, y digámoslo también, a tantos eclesiásticos. El que desea trabajar con fruto en la viña del Señor, en cualquier estado en 
que se halle, ha de saber moderarse y mortificarse especialmente en la bebida. 

Es un verdadero operario evangélico, doquiera se encuentre, el que toma parte con gusto en las prácticas religiosas, las promueve, las 
celebra. Si hay una novena, se alegra, hace algo especial e invita a otros a hacerla. 

Para ser verdadero operario evangélico, no hay que perder tiempo sino trabajar: por un lado y por otro, en los estudios, en la asistencia 
y en la cátedra; entre las cosas materiales, en el púlpito y en el confesonario; en las oficinas y despachos administrativos; pero sin perder 
de vista que el tiempo es precioso y que el que lo pierde o no se esfuerza por emplearlo bien, nunca será buen operario evangélico. 

Esto es, queridos hijos míos, lo que os he expuesto para llegar a ser buenos operarios evangélicos. íAh, si se practicara exactamente 
todo esto entre nosotros! Volvamos un instante la mirada a nuestro alrededor: »se practica en la Congregación? Si yo pudiese decir que 
todo esto está en nuestra Congregación y que se practica en ella exactamente, qué feliz sería, podría en verdad enorgullecerme de ello. Si 
los salesianos 
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practicaran realmente la religión de la manera que la entendía san Francisco de Sales, con su mismo celo, con su caridad, con su 
mansedumbre, entonces sí que podría enorgullecerme y habría motivo para esperar de ello un bien inmenso en el mundo. Es más, me 
atrevería a afirmar que el mundo vendría detrás de nosotros y nos adueñaríamos de él. 

Hay todavía otra cosa que yo creo de extraordinaria importancia, y que es necesario nos esforcemos para que exista entre nosotros 
ahora y siempre. Es el amor fraterno. Creedlo, el vínculo que mantiene unidas las Sociedades, las Congregaciones, es el amor fraterno. 
Yo lo llamaría el gozne sobre el cual giran las Congregaciones eclesiásticas. »Y hasta qué grado debería subir? Nos lo dijo el mismo 
Dios: Diligite alterutrum sicut et ego dilexi vos; amaos unos a otros de la manera y con la medida que yo os he amado. Y se repite a 
menudo en las Sagradas Escrituras que nos amemos mucho. 

Mas para que este amor sea como se requiere, debe ser tal que el bien de uno sea bien de todos y el mal de uno sea mal de todos. Es 
menester que nos ayudemos mutuamente y que nunca censure uno lo que otro hace; que no se tenga envidia ni por asomo. 

-Para fulano aquel cargo; para mí nada. Zutano el bienquisto; a mí nadie me hace caso. Si hay algo bueno y bonito, tiene que ser para 
mengano; de mí no se acuerda nadie. 

-íEa, no; fuera envidias! El bien de uno debe ser el bien de todos; el mal de uno, a su vez, mal de todos. Si hay uno que es perseguido, 
debemos imaginar que somos perseguidos todos y tenerle lástima ((631)) y ayudarle. Si hay uno enfermo, dolernos como si lo 
estuviésemos nosotros. Promover todas las obras buenas de común acuerdo, venga la iniciativa de donde viniera, pues es sabido que no 
todos tienen la misma capacidad, ni los mismos estudios, ni los mismos medios. 

Así que, tengamos gran amor fraterno. »Sabéis qué ocurrirá, si obramos así? Ocurrirá lo que ya sucedió en la Iglesia. Doce eran los 
apóstoles, pero, además de ellos, estaban los setenta y dos discípulos, los diáconos y los cooperadores evangélicos; y todos actuaban de 
acuerdo, todos unidos con gran amor fraterno, y por esto lograron lo que lograron, cambiar la faz del mundo. Así también nosotros, 
doquiera nos coloquen, como quiera que se nos emplee, con tal de poder salvar almas, y por encima de todo la nuestra, con esto tenemos 
bastante. 

Pero nada de esto se obtiene, si no es a precio de grandes sacrificios y con algún sufrimiento. Sin grandes trabajos no se pueden lograr 
grandes resultados; por eso debemos estar dispuestos a todo. Sí, ingresen todos en la Congregación Salesiana, pero digan: 

-Quiero entrar en este camino sólo para salvar almas; en el bien entendido de que, queriendo salvar las de los otros, quiero ante todo 
salvar la mía. »No es posible alcanzar esto sin grandes sacrificios? Pues bien, yo estoy dispuesto a hacer cualquier sacrificio. Quiero 
poner mis pies sobre las huellas de Jesús Crucificado; si El muere en la Cruz, sufriendo horribles dolores, yo, que quiero ser su seguidor, 
debo demostrar que estoy dispuesto a cualquier sufrimiento, aunque, para ello, tenga que morir en la Cruz con El. 

Por otra parte, mirad que en el Evangelio está escrito: Bienaventurados los que sufren, y no: Bienaventurados los que se lo pasan bien. 
»Toca por tanto sufrir algo? Dichoso de mí, que así podré seguir más de cerca las huellas del divino Redentor. Los sibaritas de este 
mundo gozan un momento, pero después les queda muy poco de sus placeres; al contrario, nada; menos que nada, y eso para toda la 
eternidad. Los atribulados, en cambio, sufren, sí, algo; pero eso durará poco, y cada uno de sus 
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sufrimientos se trocará en perla preciosa allá arriba en el cielo y los consolará para todos los siglos. 

Termino con las palabras de san Pablo: Vos delectat magnitudo praemiorum? non vos deterreat magnitudo laborum »Os alegra el 
pensamiento de la gran recompensa del Paraíso? No os amedrente si tenéis que sufrir algo en esta tierra. 

Conferencia leída por don Bosco
en la Academia Romana de los Arcades


El que tiene el alto honor de hablar en vuestra presencia, respetables señores, no es más que un humilde sacerdote llegado a Roma, que 
para su gran ventura y sin mérito alguno de su parte, fue puesto en el número de los árcades, y está encargado de leer ahora una prosa, 
que pueda servir de introducción a la arcádica reunión de este Viernes Santo. 

((632)) La elegancia de la palabra y la pureza del estilo, que suelen brillar en esta aula de la ciencia, me ponen en grave aprieto, pues 
yo estoy acostumbrado a hablar, leer y escribir para el pueblo, y especialmente para la juventud ayuna en letras. Sin embargo, me he 
animado a aceptar la invitación, considerando que la pulida pluma de mis colegas, permítaseme este calificativo, suplirá con creces mi 
insuficiencia. 

Pero es menester reducir a unos puntos concretos el tema de la Pasión del Redentor, que he de tratar, ya que es muy amplio por sí 
mismo. Por lo tanto, no tocaré la parte ascética, ni la oratoria, que corresponden al púlpito sagrado; no hablaré de la Arqueología, que 
dejo a las prolijas lucubraciones de los doctos; ni tampoco de los personajes que se nombran en el relato evangélico de la Pasión del 
Señor, que es materia reservada a los comentaristas bíblicos y a los escritores de Historia Eclesiástica. 
Omito también todo lo que sucedió en torno al Salvador antes de su subida al Calvario y elegiré únicamente lo que hace diecinueve 
siglos, poco más o menos a la misma hora que nos tiene reunidos aquí, tuvo lugar en aquel monte de Redención. Es decir, las siete 
palabras proferidas por Jesús en la Cruz. También aquí, señores, dejo de buen grado la sublimidad de conceptos y los arranques poéticos 
a la erudición de mis Colegas; y yo me ceñiré a una simple exposición histórico literaria cual me parece conviene a los oyentes, que en 
este venturoso momento me honran. Si la pequeñez de mi trabajo no os proporciona motivo para aplaudir, os prestará, no lo dudo, 
ocasión para ejercitar vuestra bondad y otorgarme vuestro perdón. 

Después de mil malos tratos y tormentos, sometido a una despiadada flagelación, coronado de espinas, condenado a la ignominiosa 
muerte de la cruz, el amabilísimo Salvador, con gran esfuerzo, llevó a cuestas el instrumento de su suplicio hasta el Gólgota. 

Gólgota o Calvario significa monte de la Calavera; y dicen algunos que es llamado así, porque allí eran conducidos los condenados a 
muerte para pagar la pena de los crímenes cometidos. Pero Tertuliano, Orígenes, san Epifanio, san Juan Crisóstomo y Agustín opinan 
que aquel monte se llama Gólgota porque allí fue sepultado Adán, y por un rasgo de la divina Providencia, se cavó el hoyo para la Cruz 
donde estaba su calavera, y así el autor del primer pecado fue también el primero en ser salvado con la sangre de quien moría por la 
salvación del género humano. 

San Jerónimo lo expresa así en la carta a Marcela: In hoc loco et habitasse dicitur, 
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et mortuus esse Adam. Unde et locus in quo crucifixus est Dominus Noster, Calvaria appellatur, scilicet quod ibi sit primi hominis 
Calvaria condita, ut secundus Adam et sanguis de cruce stillans primi Adam et iacentis protoplasti peccata dilueret. 

En los libros santos estaba anunciado que el Mesías había de ser elevado en la Cruz, como Moisés levantó la serpiente en el desierto 
para liberación de las mordeduras venenosas, con que eran heridos los Hebreos (S. Juan C. III). Sicut ((633)) Moises, dice Cristo, 
exultavit serpentem in deserto, ita oportet exaltari Filium hominis. 

Enarbolada, pues, la cruz, elevada sobre ella la sacratísima persona de Jesús, clavado en ella con agudísimos clavos, los soldados, los 
príncipes, los ancianos de los Hebreos, en lugar de reconocer al Salvador común en Aquél, a quien habían crucificado, se dieron a hacer 
burla de El y a despreciarlo de todas las maneras. 

-Ha salvado a otros, iban diciendo, y no puede salvarse a sí mismo. Si es el Cristo anunciado por Dios, descienda ahora de la cruz; si 
Dios lo ama, que lo libre en este momento. Si tú eres su Hijo, baja de la cruz; si eres Rey de los judíos, sálvate a ti mismo, puesto que 
has dicho que destruyes el templo de Dios y en tres días lo vuelves a levantar; pretendes salvar a los otros y no te salvas a ti mismo. 

Estos y otros insultos parecidos lanzaba el populacho contra Jesús pendiente de la cruz. Todos los elementos de la naturaleza querían 
sin duda vengar los ultrajes del Creador. El Salvador habría podido hacer caer muertos a todos los que lo ultrajaban, como cayeron 
desmayados al principio de su pasión; hacer que se abriera la tierra para tragar a los vivos, como sucedió a Datán y Abirón; hacer que se 
hundieran en las aguas, como en el Diluvio; reducirlos a cenizas, como a los habitantes de Sodoma y Gomorra. Pero el tiempo en que 
Jesús estuvo pendiente de la cruz, era tiempo de misericordia; por eso no respondió a tantos insultos más que con la clemencia y el 
perdón y, en efecto, la primera palabra que profirió desde la Cruz fue dirigida a su Padre Celestial, implorando misericordia para los que 
lo ultrajaban: 

-Padre mío, dijo El, perdona a éstos mis crucificadores porque no saben lo que hacen. Jesús autem dicebat: Pater dimitte illis, non enim 
sciunt quid faciunt (Lucas, C. XXIII). 

El angélico santo Tomás hace aquí dos preguntas: (3.ª Parte, quest. XLVII): Utrum Christi persecutores eum agnoverint, et utrum 
peccatum Christum crucifigentium fuerit gravissimum. 

A la primera, si los crucificadores lo conocieron, contesta que la plana mayor, esto es los Magnates, los Escribas, los Doctores de la ley 
tenían ciertamente claro conocimiento del Salvador, pero no quisieron prestarle fe y dieron a todo la peor interpretación. 

Por eso dice el Evangelio (S. Juan C. XV): Si non venissem et locutus eis non fuissem, peccatum non haberent; nunc autem 
excusationem non habent de peccato suo. Además, los altos dignatarios, versados como estaban en el conocimiento de los Libros 
Sagrados, debían conocer las profecías, que se iban cumpliendo, los milagros que Jesús había obrado, las virtudes heroicas que le 
distinguían; por consiguiente no podía disculparlos la ignorancia, que era afectada; más aún, los hacía más culpables. 

Respecto de la plana menor, esto es el vulgo, que no conocía ni entendía las Escrituras, era mucho menos culpable por su ignorancia. 
En este sentido san Pedro compadecía a los Hebreos diciendo: 

-Yo sé que todo lo que hicisteis contra el Salvador, lo hicisteis por ignorancia, como lo hicieron vuestros antepasados (Hechos Ap. C. 
III). 

((634)) De esto se sigue la respuesta a la segunda pregunta, a saber, que el pecado de los crucificadores fue gravísimo para los doctores 
de la Ley, gravísimo en los judíos 

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de menor calidad, pero muy atenuado por su ignorancia. Por eso, el ruego de Jesús al Padre Eterno no fue para los dignatarios, que se 
mostraban obstinados, sino para los humildes, para los gentiles, que lo crucificaron, a los que la ignorancia hacía de alguna manera 
dignos de disculpa. 

El Venerable Beda se anticipa a santo Tomás en el mismo sentido diciendo: Pro illis rogat, qui nescierunt quid facerent, zelum Dei 
habentes, sed non iuxta scientiam. Multo magis fuit excusabile peccatum gentilium, per quorum manus crucifixus st. 

Segunda palabra. Los hebreos, para cubrir de infamía al Salvador y, según la predicción del Profeta, hartarlo de afrentas, quisieron que 
dos famosos delincuentes estuviesen crucificados a su lado, para que, apareciendo igual a ellos en la pena, pensara la gente que también 
había sido igual la culpa y la infamia. 

Parece que, al principio, los dos ladrones insultaban al Salvador; pero uno de ellos, tocado por la gracia de Dios, reprochó al 
compañero diciendo: 

-»Ni siquiera temes a Dios, llevando como llevas la misma condena? Nosotros, después de todo, pagamos la pena por nuestros delitos, 
y la merecemos; pero éste no ha hecho mal alguno. 

Y, volviéndose a Jesús, decía: 

-íSeñor, acuérdate de mí, cuando estés en tu reino. 

Jesús respondió: 

-Hoy estarás conmigo en el Paraíso. 

Et dicebat ad Jesum: Domine, memento mei, cum veneris in regnum tuum. Et dixit illi Jesus: Hodie mecum eris in Paradiso 1. 

Los sagrados intérpretes preguntan si, por la palabra Paraíso, debe entenderse Paraíso terrenal, Paraíso celeste, o Limbo. La opinión 
común está por Paraíso celeste. Pero, si en aquel día el Salvador no subió al Cielo, sino que bajó al Limbo, »cómo se cumplió la 
promesa: Hoy estarás conmigo en el Paraiso? 

El docto Hesiquio de Jerusalén interpreta el texto evangélico, añadiendo una coma después de hodie, de modo que el sentido sería éste: 

-Hoy te digo: Tú estarás conmigo en el Paraíso. Pero más sencilla es la explicación de san Agustín, que dice haber hablado el Salvador 
no como hombre, sino como Dios. De modo que hoy, en la boca de Dios, no tiene límite de tiempo. Más claro aún lo explica Santo 
Tomás diciendo: Illud Verbum Domini hodie est intelligendum non de Paradiso terrestri corporeo, sed de Paradiso spirituali, in quo esse 
dicuntur quicumque divina gloria perfruuntur. Unde latro quidem cum Christo ad infernum descendit, ut cum Christo esset, quia dictum 
est ei: Mecum eris in Paradiso; sed proemio in Paradiso fuit, quia ibi divinitate Christi fruebatur sicut et alii Sancti (Parte 3.ª, Quest. 52). 

((635)) Tercera palabra. El Salvador había ya concedido el perdón y asegurado el Paraíso al buen ladrón, cuando volvió la mirada a los 
presentes, y sus ojos se encontraron con los de su amadísima Madre. Habían huido todos sus parientes y amigos, habíanse dispersado los 
Apóstoles. Ella sola, como mujer fuerte, acompañada de Juan, casi insensible al dolor del afecto materno, asistía intrépida al Hijo 
clavado en la cruz con su corazón verdaderamente traspasado por una punzante espada, como está escrito en el Evangelio: Et tuam ipsius 
animam pertransibit gladius. 

1 Quien desee noticias particulares en torno al nombre y patria del buen Ladrón, si tiene que ser tenido por mártir o confesor, puede 
leer: BENEDICTO XIV, De Canoniz. Sanct. L. IV, Parte 2.ª, C. 12, N. 10. 

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Habiendo, pues, visto Jesús a su Madre y junto a Ella al discípulo predilecto, díjole a su Madre: 

-Mujer, ahí tienes a tu Hijo. 

Después dijo al Discípulo: 

-Ahí tienes a tu Madre. 

Y desde aquel momento Juan la recibió como Madre. 

Suele preguntarse por qué la Santísima Virgen es llamada aquí Mujer y no Madre. 

El Crisóstomo nos enseña que María fue llamada Mujer para que no se amargara demasiado su corazón, llamándole con el tierno 
nombre de Madre. San Bernardo añade que la llama Mujer para recordarle que Ella era la Mujer fuerte, que en aquel momento con su pie 
inmaculado aplastaba la cabeza de la serpiente engañadora. 

San Juan cumplió fielmente el deseo de Jesús y prodigó a María los cuidados de un verdadero hijo. La tuvo en su casa mientras vivió 
en Palestina, se la llevó consigo a Efeso y, como hijo afectuoso, la asistió hasta los últimos momentos de su vida. 

En san Juan la Iglesia considera a todo el género humano, de modo que la Santísima Virgen, al recibir a san Juan como hijo, vino a ser 
Madre de todos los Cristianos, como nos lo enseña san Bernardino: Qui est discipulus Christi, est etiam Virginis Filius. 

Cuarta palabra. La cuarta vez que habló Cristo en la Cruz está expresada de esta manera en san Mateo (Cap. XXVII): Et circa horam 
nonam clamavit Jesus voce magna dicens: Eli, Eli, Lamma sabachtani? Estas palabras, las interpreta así el mismo Evangelio: Deus meus, 
Deus meus, ut quid dereliquisti me? Dios mío, Dios mío, »por qué me has abandonado? 

Estas voces son siríacas, lengua mezcla de caldeo y hebreo, que era muy hablada por los hebreos después de su regreso de la esclavitud 
de Babilonia. Pero parece que no fueron comprendidas, pues los circunstantes creyeron que llamaba a Elías pidiéndole socorro. No se 
sabe con certeza quiénes eran estos circunstantes. Algunos piensan que eran romanos, los cuales ignoraban la lengua hebrea, creían que 
había llamado a Elías en su auxilio. Pero es de observar que, si los romanos ignoraban el hebreo, tampoco tenían conocimiento de Elías. 
Otros son del parecer de que fueran helenistas, esto es, hebreos que vivían en Egipto, donde estaba muy difundida la lengua griega. 
Estos ignoraban el hebreo ((636)) pero conocían a Elías. Parece, sin embargo, preferible la opinión de que eran hebreos, que entendían 
perfectamente el hebreo, pero fingían no entenderlo para burlarse así de Jesucristo. 

En torno a esta palabra es muy oportuno notar la impía interpretación, que dan de ella Calvino y los incrédulos modernos. 

En aquel momento, dicen ellos, Cristo experimentó todas las penas de los condenados y aquellas palabras expresan un acto de 
desesperación. íHorrenda blasfemia! Benedicto XIV dice: «Si Cristo se desesperó en la cruz, »cómo pudo aplacar la ira divina, que era el 
fin de su celeste misión? »Cómo pudo entonces añadir las otras afectuosas palabras al Padre Celeste, Pater, in manus tuas commendo 
spiritum meum, las cuales demuestran su plena conformidad y confianza con la voluntad del Cielo?». 

De donde se concluye que las palabras del Salvador no fueron efecto de la impaciencia, ni de la desconfianza, ni quisieron significar la 
humanidad abandonada por la divinidad, porque, dice el Nacianceno: quod semel assumpsit, nunquam dimisit; tampoco indican que le 
faltó la benevolencia del Eterno Padre. Aquellas palabras, por tanto, fueron dichas para indicar la atrocidad de los dolores que padecía, 
en expiación de las culpas de la humanidad de las que habíase hecho reo. íGran Dios, exclama san León, qué terribles son los efectos de 
tu justicia! Si se castigan con tanto 

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rigor las iniquidades en los inocentes »que será del hombre que las ha cometido y torna a cometerlas muchas veces? (Serm. De Passione 
D.) 

Quinta palabra. Como la primera culpa fue pecado de gula, el Divino Salvador quiso borrarlo con el sensibilísimo sufrimiento de la 
sed. Y he aquí la quinta palabra de Jesucristo en la cruz. 

El Redentor, sumido en dolores, colgaba todavía de la cruz, y la sangre derramada, las fatigas de todo género sostenidas, habían 
postrado su adorabilísimo cuerpo hasta experimentar una ardorosísima sed. -Postea, dice san Juan (Cap. XIX), sciens Jesus quia omnia 
consummata sunt, ut consummaretur Scriptura, dixit: Sitio. Vas ergo erat positum aceto plenum. Illi autem spongiam plenam aceto, 
hyssopo circumponentes, obtulerunt ori eius. Nicolás de Lira, hablando de esta sed, dice: Tantum laboraverat et sanguinem emiserat, 
quod corpus eius erat dessiccatum et adustum, et propter hoc sitiebat supra modum. 

San Agustín reconoce un misterio en la sed de Cristo. Jesús tiene sed, dice él, pero sed de nuestra felicidad, de nuestra salvación, de 
nuestra bienaventuranza: Sitit gaudium vestrum. El Nacianceno dice que Jesús tiene sed de invitarnos a nosotros a tener sed de El y a 
decidirnos a amarlo: Sitit sitiri Deus. Tiene sed de nuestras almas, y querría padecer más a fin de facilitarnos el camino de la salvación. 
Sitio; sitit maiora tormenta 1. 

((637)) Sexta palabra. San Juan describe así la sexta vez que Jesús habló desde la Cruz: (Cap. XIX) Cum ergo accepisset Jesus acetum, 
dixit: Consummatum est. Habiendo Jesús probado el vinagre que se le ofrecía, dijo: Se ha consumado. Se ha consumado la sangre que 
debía derramar para la salvación de los hombres. Se han consumado, se han cumplido las profecías, que anunciaron mis sufrimientos. 
Completae sunt Scripturae, escribe san León, non est amplius quod insaniam populi furentis expectem; nihil minus pertuli quam me 
passurum esse praedixi (Serm. de Passione). 

Se han cumplido las figuras, los símbolos y lo que David vaticinó respecto a mi sed y a la amarga bebida, que se me ofrecería: 
Dederunt in escam meam fel et in siti mea potaverunt me aceto. 

Consummatum est. Se ha consumado la barbarie de mis perseguidores; el misterio de la Redención del mundo se ha cumplido. 
Consummatum est. 

Séptima palabra. Jesús Salvador, después de haber perdonado a sus enemigos, después de su acto de misericordia con el buen ladrón, 
después de constituir a su augustísima Madre como madre nuestra, después de experimentar ardorosísima sed, consumado el Misterio de 
la Redención, al fin, lanzando un fuerte grito, encomendó su espíritu al Padre celeste y exclamó: Padre mío, en tus manos entrego mi 
espíritu. Et clamans voce magna Jesus ait: Pater, in manus tuas commendo Spiritum meum.Et haec dicens, expiravit (Lucas, XXVII). 

Los sagrados comentaristas observan que un hombre tan exhausto de sangre, tan agotado de fuerzas, y a punto de exhalar el último 
respiro, no podía, por sus facultades naturales, emitir un grito tan fuerte; por lo cual Cornelio Alápide piensa que gritó gracias a una 
fuerza sobrenatural, que le proporcionaba la Divinidad. Otros, con santo 

1 Monseñor Rocca en su tratado De solemni communione Summi Pontíficis (Tom. 1) dice que los Romanos Pontífices, cuando 
celebran solemnemente con su Diácono y Subdiácono, absorben la Sangre de Jesucristo con la cánula, para representar la caña en cuyo 
extremo fue colocada la esponja de vinagre ofrecido a Jesucristo mientras pendía de la Cruz. 
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Tomás, afirman que Jesucristo, para demostrar que la Pasión no le quitaba violentamente el alma, conservó la naturaleza humana en su 
fuerza, que por esto moría voluntariamente, como dijo el Profeta: Oblatus est, quia ipse voluit. Pero todos convienen en que es un 
verdadero milagro que un hombre agonizante haya podido gritar con voz tan fuerte. 

San Buenaventura enseña que este grito es aquel del que habla san Pablo a los Hebreos: Cum clamore magno et lacrimis offerens. Con 
las lágrimas demostró su humanidad, con la fuerza de la voz demostró su divinidad. Lo mismo afirma el cardenal Ugone: Veritas 
humanitatis et virtus divinitatis, ostenditur. 

Por último, san Atanasio enseña que Jesús, con aquel fuerte grito, nos encomendó a todos al Eterno Padre y nos llamó a todos para 
seguirle en los padecimientos, a fin de que todos podamos algún día ir a unirnos a El en su gloria. In eo clamore omnes apud Patrem 
deponit. A este propósito el angélico santo Tomás se pregunta: Si los padecimientos ((638)) que Jesús sostuvo en su Pasión y Muerte 
fueron mayores que todos los padecimientos: Utrum dolor Passionis Christi fuerit maior omnibus doloribus. Y contesta que los dolores, 
a los que fue sometida la humanidad de Cristo, fueron gravísimos por todos los conceptos. Padeció mucho por culpa de las mujeres, 
porque las criadas acusaron a Pedro, que después lo negó; por parte de los hombres, los príncipes, los sacerdotes, los ancianos, el pueblo; 
por parte de sus mismos familiares y amigos, pues fue traicionado por Judas, negado por Pedro, abandonado por todos sus apóstoles; 
padeció en la fama por las horrendas blasfemias lanzadas contra El, en el honor y en la gloria por las burlas y ultrajes; padeció en el 
cuerpo por las heridas y azotes, en la cabeza por las espinas, en las manos y en los pies taladrados por punzantes clavos, en la cara por 
las bofetadas y salivazos, hasta el punto de que no había parte de su sacratísimo cuerpo, que no sufriese un dolor especial, como fue 
profetizado acerca de El: A planta pedis usque ad verticem capitis non est in eo sanitas. 

También fueron grandísimos los dolores de su alma. Sufrió una tristeza mortal que lo llevó a sudar sangre, sufrió además por los 
pecados de todo el género humano: por los de los hebreos y de los otros que, siendo el cuerpo del Salvador de forma perfectísima, 
también el tacto era en El igualmente sensibilísimo y, por consiguiente, atrocísimo el dolor. 

Finalmente, habiéndose sometido Jesucristo voluntariamente a aquella dolorosa Pasión para liberar a los hombres del pecado, asumió 
toda su gravedad; por lo cual la pena debía ser proporcionada al fruto, que de ella tenía que venir; por consiguiente, sus dolores no 
podían ser más graves: Non est dolor sicut dolor meus. 

Cuando Jesús exhaló el último suspiro, todos los elementos se estremecieron y quedaron atónitos, como si ellos, en cierto modo, 
tomaran también parte en los padecimientos de su Creador. Desapareció la clara luz del día y las tinieblas cubrieron la faz de la tierra 
desde el mediodía hasta las tres de la tarde. Oscurecido el sol de esta manera, aparecieron las estrellas como en plena noche. Et facta 
hora sexta, escribe san Marcos (Cap. XV), tenebrae factae sunt per totam terram. Et obscuratus est sol (Cap. XXIII), añade san Lucas. A 
sexta autem hora, dice san Mateo (Cap. XXVII) tenebrae factae sunt super universam terram usque ad horam nonam. 

Este oscurecimiento del sol ocurrió en tiempo de plenilunio; por consiguiente no podía suceder sin un gran milagro. Pero se pregunta si 
aquellas tinieblas cubrieron sólo las tierras de Judea o si rodearon y oscurecieron también todo el globo. Es opinión común que las 
tinieblas cubrieran todo el globo. Tal es el sentido literal del Evangelio: Et tenebrae factae sunt in universam terram (san Lucas). 

Confirma esto san Dionisio Areopagita en su carta a san Policarpo, en la que habla 
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difusamente de este oscurecimiento y dice haber ocurrido ((639)) de una manera sobrenatural, cuando él vivía en Heliópolis, ciudad de 
Egipto. Es más, el mismo san Dionisio, viendo un eclipse en un momento, en que no podía tener lugar según las leyes naturales, hubo de 
exclamar: Aut Deus naturae patitur aut mundi machina dissolvitur (Brev. 9 oct.) 

Más claras aún resultan las palabras de Flegontes, liberto del emperador Adriano, que habla así en su historia: Quarto anno Olympiadis 
centesimae secundae, que corresponde al año de la muerte del Redentor, magna et excelsa inter omnes, quae ante eam acciderunt, 
detectio solis facta. Dies hora sexta ita in tenebrosam noctem versus, ut stellae in coelo visae sint terraeque motus in Bithinia Niceae 
urbis multas aedes subvertit. 

Léese también en la Historia de China que en aquel tiempo un eclipse extraordinario obscureció el sol en aquellas lejanas tierras, de tal 
modo que el emperador Quamvuzio quedó gravemente turbado (Historia de China por Adrián Gresfonio). 

Estas autoridades de la Historia profana constribuyen a confirmar la afirmación de los libros santos, que el eclipse ocurrido a la muerte 
del Salvador se extendió efectivamente por toda la superficie de la tierra. Tenebrae factae sunt super universam terram (S. Mat. XXVII). 

Otro prodigio público sucedió al morir Jesús con la ruptura del velo del Templo que, sin haber sido tocado por mano de hombre 
alguno, se rasgó instantáneamente en dos partes de arriba abajo. Et ecce velum templi scissum est in duas partes a summo usque 
deorsum (Mat. XXVII-51). 

Dos eran los velos, esto es, las grandes cortinas del templo: uno separaba el Santuario del Santo de los Santos, que era el lugar 
reservado sólo para el Sumo Sacerdote que entraba en él una sola vez al año. El otro velo separaba el Santuario, donde estaban los 
sacerdotes, del atrio donde se reunía el pueblo. 

El evangelio no dice si se rasgaron los dos velos o uno solo y, si fue uno sólo, cuál de ellos. Cornelio a Lápide (Cap. 27 de san Mateo), 
Alejandro Natale y Calmet califican de opinión común la de que se rasgara uno sólo y que éste fue el velo del Santo de los Santos, que 
solía llamarse el velo por excelencia. 

Jesucristo, dice Calmet en el comentario a la carta a los Hebreos, nos abrió en su calidad de Sumo y gran Sacerdote el camino del 
Santuario a través del velo, es decir con su Pasión, mostrando que el camino del Cielo quedó abierto por la muerte de Cristo, que las 
sombras de la ley desaparecieron y que el verdadero y gran sacerdote según el orden de Melquisedec había entrado en el interior del 
Templo para librar a todos los hombres de la esclavitud del pecado (A los Hebreos, C. 10). 

Al oscurecimiento del sol y al rasgarse del velo siguióse un tercer prodigio, por el que temblaron los montes, se quebraron las ppeñas, 
se abrieron las tumbas y diversos muertos, vueltos a la vida, aparecieron a muchos en la ciudad misma de Jesusalén. Et terra mota est et 
petrae scissae sunt et monumenta aperta sunt; et multa corpora sanctorum qui dormierunt, ((640)) surrexerunt. Et exeuntes de 
monumentis post resurrectionem eius venerunt in sanctam civitatem et apparuerunt multis (Mateo XXVII). 

Se pregunta si el milagro de la resurrección de muchos se realizó sólo en Judea o también en otras partes del mundo. 

Orígenes opina que sólo en Jerusalén o cuando más en la región de Judea sucedió este milagro; pero Baronio, Calmet y otros muchos 
admiten que este prodigio ocurrió también fuera de Judea. En efecto, puesto que el Evangelio no pone límite alguno de lugar, débese 
entender que tal prodigio fue general, manifestándose más ampliamente la omnipotencia de Dios. Convalida esta afirmación el hecho de 
Flegontes, que vivía 
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en Bitinia, y fue testigo del eclipse y del terremoto, que destruyó algunos edificios en la ciudad de Nicea. 

El grande y erudito Benedicto XIV hace alusión a un cuarto prodigio, no registrado en el Evangelio, pero sí en la Historia profana. 

Creo que no os desagradará oírlo tal como lo escribe Plutarco en el libro de la Cesación de los Milagros. Un tal Tamos, dice él, viajaba 
de Egipto a Italia en una nave cargada de mercancías y viajeros. Llegado a corta distancia de las islas Curzolares, al anochecer, se 
levantó un viento impetuoso, que lanzaba la nave de acá para allá y ponía a todos en gran peligro. De pronto se calmaron los vientos, 
amainó el temporal y, en medio de un profundo silencio, se oyó una voz desconocida, que llamó dos veces a Tamos. Este no se atrevía a 
dejarse ver, pero a la tercera llamada salió de entre el grupo; y entonces siguió diciendo la voz: 

-Tamos, cuando llegues al puerto de Pélade, anuncia a voz en grito que ha muerto el Gran Pan. 

Al llegar a Pélade, los vientos se calmaron de nuevo y Tamos pudo anunciar a grandes voces la muerte del Gran Pan, es decir del Padre 
de todos los hombres, el autor de toda la naturaleza. Apenas había acabado de hablar, cuando se oyeron gritos y suspiros de muchos que 
lloraban aquella muerte. 

Cuando llegó la noticia a Roma, el emperador Tiberio quiso oírla contar al mismo Tamos. 

El susodicho Benedicto XIV cree que aquellos llantos eran gemidos de los espíritus malignos, que veían aniquilado su poder con la 
muerte del Salvador. 

Tillemont (nota trigésimo séptima sobre la vida de Jesucristo), el cardenal Baronio (año trigésimo cuarto de las Crónicas), Alejandro 
Natale (I siglo, Cap. 1); Eusebio de Cesarea y el cardenal Goti admiten este milagro y añaden que hechos parecidos, recogidos por la 
Historia profana, tienen mucha autoridad para confirmar las verdades y los hechos de los Libros Santos. 

Así expuestos los hechos sucedidos mientras Jesús pendía de la Cruz en el Calvario, es menester llegar a una conclusión oportuna para 
nosotros como cristianos y como católicos. 

Como cristianos, respetables señores, no debemos olvidar nunca que Cristo Salvador alcanzó el sublime trono de gloria a la diestra del 
Padre Celeste y un Nombre que está por encima de todo nombre: ((641)) pero esto lo alcanzó con su larga, dolorosa pasión y muerte. Si 
deseamos ir al Cielo a la posesión de la eterna gloria, que nos compró a tan gran precio y que tiene preparado para todos los redimidos, 
debemos imitarlo en los sufrimientos de esta tierra. Qui vult gaudere cum Christo, oportet pati cum Christo. 

Y como católicos, tengamos grabado en la mente que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo, un solo Jesucristo muerto por 
todos. Todos nosotros debemos, pues, poner en El nuestra confianza, creer en El, esperar en El, pues sólo El con su pasión y muerte nos 
ha hecho hijos de Dios, hermanos suyos, miembros de su mismo cuerpo, herederos de los tesoros mismos del cielo. 

Concedednos, Señor, pide la Santa Iglesia, que participando de los méritos del cuerpo y sangre sacrificado en la Cruz, merezcamos ser 
contados en el número de vuestros miembros: Ut inter eius membra numeremur, cuius corpori communicamus et sanguini (Sab. 3.ª sem. 
de Cuar.). 

Convertidos en miembros del Sagrado Corazón de Jesús, debemos mantenernos estrechamente unidos a El, no en abstracto, sino en 
concreto, en el creer y en el obrar. Sigue pidiendo la Iglesia que sea una sola la fe de todos los creyentes, y esta fe reine 
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en nuestra mente, y sea único el espíritu de piedad, que guíe nuestros actos. Ut una sit fides mentium et pietas actionum (Feria 5.ª post. 
P.). 

La unidad de fe, que es el fundamento del catolicismo, la unidad en obrar el bien tan recomedada en los Libros Sagrados, predicada 
por Jesucristo y por los Apóstoles, inculcada en todos los tiempos por aquellos que el Espíritu Santo puso para regir la Iglesia de Dios, 
es la que en este momento me recomiendo a mí mismo y os recomiendo a vosotros, venerados señores. Siguiendo el ejemplo de los fieles 
de la Iglesia primitiva, formemos también nosotros un solo corazón, una sola alma para apartar los graves peligros, que nos rodean. Pero, 
así como en tiempo de la vida mortal del Salvador, los Apóstoles se reunían a su alrededor como centro seguro y maestro infalible; así 
como después de él los verdaderos creyentes para no errar se mantuvieron estrechamente unidos a Pedro y a sus sucesores en el gobierno 
de la Iglesia; así todos nosotros cerremos filas alrededor del digno sucesor de Pedro, alrededor del grande y esforzado Vicario de 
Jesucristo, el fuerte e incomparable Pío IX. En toda duda, en todo peligro acudamos a El, como al áncora de salvación, como al oráculo 
infalible, y nunca olvide nadie que en este portentoso Pontífice está el fundamento, el centro de toda verdad, la salvación del mundo. 
Quien recoge con El edifica para el Cielo; quien no edifica con El, desparrama y destruye hasta dar consigo en el abismo. Qui mecum 
non colligit, disperdit. 

Si por ventura en este momento pudiese llegar mi voz hasta ese Angel Consolador, querría decirle: Beatísimo Padre, escuchad y 
acoged con agrado las palabras de un hijo pobre, pero afectísimo a Vos. Nosotros ((642)) queremos asegurarnos el camino que nos 
conduzca a la posesión de la verdadera felicidad; por eso todos nos reunimos en torno a Vos, cual Padre amoroso y Maestro infalible. 

Vuestras palabras serán la guía de nuestros pasos, la norma de nuestras acciones. Vuestros pensamientos, vuestros escritos serán 
recogidos con la máxima veneración y con viva solicitud difundidos en nuestras familias, entre nuestros parientes, entre nuestros amigos 
y, si fuera posible, por todo el mundo. 

Vuestras alegrías serán también las de vuestros hijos y vuestras penas y vuestras espinas serán igualmente compartidas por nosotros. Y, 
así como redunda en gloria del soldado morir en el campo de batalla por su Soberano, así será nuestro más glorioso día aquel en que 
podamos dar por Vos, Beatísimo Padre, haberes y vida, porque muriendo por Vos, tenemos una prenda segura de morir por aquel Dios, 
que corona los momentáneos sufrimientos de la tierra con los eternos goces del Cielo. 

9 

Carta del Arzobispo de Turín al Papa 

Beatísimo Padre: 

Con esta carta expongo a V. S. la intención y el deseo de retirarme de este puesto de Arzobispo de Turín, donde las dificultades son 
diez veces más graves y numerosas de lo que yo esperaba, y me faltan las fuerzas mentales, físicas y económicas para vencerlas. Cuanto 
más avanzo por este camino más me escasean los recursos para cumplir mis deberes como sería de desear, sintiendo que se me merma. y 
escapa de las manos la autoridad. Me he puesto con toda la voluntad a hacer el bien y desterrar el mal que, como diocesano de Turín, 
deploraba en ella, pero mis atenciones y mis 
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esfuerzos tuvieron y tienen malos intérpretes que me presentan a V. S. como un administrador de esta vasta Archidiócesis indigno de 
confianza y más bien digno de reproche. No temo un examen, aun escrupuloso, de cada una de mis actuaciones como Arzobispo, pero no 
puedo aguantar los repetidos y pertinaces asaltos de las malas lenguas y de las plumas peores todavía. 

Hay a mi lado un Eclesiástico que, si ha hecho y hace gran bien a mi Diócesis de una manera, ha causado y causa a mi administración 
gran mal hablando mal de mí dentro de esta Diócesis y a los Obispos colindantes. Estando este Eclesiástico a punto de adquirir nuevos 
privilegios, deseo no tener con él nuevos conflictos. Combatido como me veo por una parte continuamente por los descreídos y los 
incrédulos, los falsos liberales y los malos eclesiásticos, me doy claramente cuenta por otra de que en el centro de la Autoridad 
eclesiástica no se tiene en mí la confianza que me es indispensable para el cumplimiento de mis ((643)) deberes en estos tristísimos 
tiempos, en los que el espíritu de vértigo y de rebelión ha invadido también una parte del clero. 

Desearía, por consiguiente, retirarme a pasar los últimos años de mi vida para prepararme sosegadamente al juicio de Dios. 

Turín, 3 de abril de 1876. 

10 

Memorial de don Bosco para el cardenal Franchi 

Memorial de un proyecto para la promulgación del Evangelio en Patagonia, humildemente presentado a S. E. Rvma. cardenal Franchi, 
Prefecto de la Sagrada Congregación de Prop. Fide. 

Eminencia Reverendísima: 

Como hijo afecto y obediente a la Santa Sede, expongo a V. E. Rvma. un proyecto que en estos tiempos me parece se puede efectuar 
en favor de una vasta región, tal vez la única, en la que hasta ahora el Evangelio no ha podido hacer sentir los efectos misericordiosos de 
la fe en Jesucristo. 

Esta región es conocida bajo el nombre de Pampas y Patagonia o Tierras Magallánicas de América del Sur. Está comprendida entre el 
mar de las Indias y el Pacífico y se extiende del grado cuarenta y dos al sesenta y, si a ésta se unen las islas vecinas, viene a formar un 
continente mayor que Europa. Treinta años después de Cristóbal Colón los célebres exploradores Sebastián Caboto y Magallanes dieron 
a conocer su existencia, pero no pudieron penetrar en él. Después de ellos hubo varios animosos operarios evangélicos que intentaron 
esta empresa en diversas épocas y algunos trabajan todavía al presente, pero sus esfuerzos y sus progresos fueron momentáneos. El 
nombre de Jesús sonó hasta el grado cuarenta y cinco, pero aquellos misioneros tuvieron que retroceder otra vez y limitarse a los actuales 
confines de la República Argentina y de Chile. En la Patagonia, pues, ya sea por su gran superficie y escasez de habitantes, ya sea por la 
índole feroz y la gigantesca estatura de los mismos, ya sea también por el rigor del clima (la temperatura oscila entre los seis y ocho 
grados centígrados) se obtuvieron escasos resultados, y la geografía cuenta aquella vastísima región entre las que hasta ahora no pudieron 
penetrar ni el cristianismo, ni la civilización, 
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ni hubo autoridad civil o eclesiástica alguna que pudiera hacer llegar a ella su influencia o su imperio. 

En estos últimos tiempos aparecieron algunos albores de esperanza y misericordia divina, desde que algunas ciudades y pueblos de la 
República Argentina, fundados en las proximidades de los salvajes, iniciaron con ellos casi insensiblemente algunas relaciones, hasta el 
punto de que a veces pueden acercarse, hablar y aún ejercer con ellos algún recíproco ((644)) comercio. Quien estuvo observando estos 
acontecimientos sociales, juzgó que podía intentarse una prueba con probabilidad de fruto espiritual. 

Hace algunos años se estudiaron con el cardenal Bernabó, de gloriosa memoria, algunos proyectos, que también se presentaron al 
Padre Santo. Entre otros pareció preferible uno que Su Santidad bendijo y animó a su ensayo. 

El proyecto, que pareció se debía preferir, consistía en establecer refugios, colegios, pensionados y casas de educación en los límites de 
las tierras de los salvajes. Entabladas relaciones con los hijos, sería fácil comunicarse con los padres y después, poco a poco, abrirse 
camino para llegar a sus tribus salvajes. Obtenida, pues, la bendición del Padre Santo, me puse en relación con el piadoso comendador 
Juan Bautista Gazzolo, cónsul argentino en Savona, y por su medio se trató con el Arzobispo de Buenos Aires, con el Presidente de la 
República Argentina y con el Ayuntamiento de San Nicolás de los Arroyos; después de dos años de negociaciones se llegó a la 
conclusión de que fuesen allá diez salesianos para consagrarse a este nuevo método de misiones, abriendo un internado en Buenos Aires 
como centro, y un colegio en San Nicolás. Como esta ciudad no dista más de sesenta leguas de los salvajes, daría a los salesianos 
oportunidad para estudiar la lengua, costumbres e historia de aquellos pueblos y tal vez preparar entre los mismos alumnos algún 
misionero indígena, que pudiese servir como de guía entre los salvajes. 

INTERNADO EN BUENOS AIRES 

Una vez preparada la expedición de los salesianos, éstos se entregaron con presteza al estudio de la lengua, la historia y costumbres de 
aquellos países. Preparado después el equipo necesario para el culto religioso, para el personal y para la dotación de vivienda y escuela, 
fueron a Roma en busca de la bendición, la misión y los oportunos consejos del Vicario de Jesucristo. Recibidas, después, de V. E. 
Rvma. las facultades de misioneros apostólicos, el día 14 de noviembre de 1875 partieron para América y el 14 del siguiente mes de 
diciembre llegaron a la capital de la República Argentina. Llevaban consigo un breve del Padre Santo y una carta comendaticia del 
Cardenal Prefecto de la Sagrada Congregación de Asuntos Eclesiásticos, por lo que fueron recibidos con gran benevolencia por las 
autoridades civiles y eclesiásticas. Tres de los salesianos se quedaron en el mencionado centro e iglesia Mater Misericordiae, para 
atender directamente a los numerosos italianos allá domiciliados. En esta ciudad se dedican a confesar y predicar y ya han podido abrir 
tres oratorios festivos en tres puntos importantes de la ciudad. 

COLEGIO DE SAN NICOLAS 

Los otros siete religiosos fueron a San Nicolás, donde el Ayuntamiento les ofreció un local pequeño, pero suficiente para dar comienzo 
a un colegio. 
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((645)) Con la ayuda de algunos caritativos ciudadanos se terminaron las obras, se amplió el local, se amuebló y ya tiene cincuenta 
internos y cincuenta mediopensionistas, a quienes la estrechez del local obliga a pasar la noche con las respectivas familias o en casas 
particulares. El colegio se llama Colegio de San Nicolás para no herir ciertas susceptibilidades nacionales, pero es un verdadero 
seminario, o colegio para las misiones entre los salvajes. Este colegio ya ha dado consoladores resultados. Las escuelas funcionan 
regularmente. Se observa una disciplina totalmente religiosa. Hay siete alumnos indígenas de los mayorcitos que piden abrazar el estado 
eclesiástico ara ir, como ellos dicen, a convertir a sus parientes aún salvajes. Algunos alumnos son hijos de padres, que poco ha vivían en 
las Pampas, otros vienen desde allá para ver a sus hijos y hablan un poco de San Nicolás. Ahora se trata de abrir otras casas de educación 
en lugares más próximos a las tribus salvajes, pero a fin de que estas obras puedan sostenerse, progresar y alcanzar los ansiados frutos, se 
necesitan hombres, se necesitan medios materiales y, puesto que la evangelización de los salvajes pertenece a la Sagrada Congregación 
de Propaganda Fide, acudo humildemente a V. E. Rvma., que es su dignísimo Prefecto, suplicándole acuda en mi ayuda con la obra y el 
consejo. 

COSAS MAS NECESARIAS 

La mies es abundante en todas partes, abundan los alumnos; pero son indispensables edificios y personas. Para evitar, por otra parte, 
que los actuales misioneros queden agobiados por el trabajo, es menester enviar lo antes posible al menos diez religiosos, para sostener 
las obras comenzadas e intentar algún nuevo paso hacia la Patagonia. Los gastos hechos hasta ahora (unos cien mil francos) fueron 
pagados con esfuerzo por la Congregación Salesiana, ayudada localmente por algún piadoso argentino; pero una persona privada de 
todo, no puede sostener semejante empresa; por lo cual suplico a V. E.: 

1.° Se digne tomar en benévola consideración esta misión y dar todas las normas y consejos, que V. E. en su iluminada sabiduría 
considere que pueden ayudar para provecho moral de aquellos salvajes. 

2.° Se digne prestar ayuda material a las escuelas, organizadas en Turín, para los misioneros destinados a la Patagonia y para aquellos a 
los que V. E. pensase confiar una misión en las Indias, como tuvo la bondad de manifestar, para sufragar los gastos del viaje y los que se 
necesitan para el colegio abierto de San Nicolás, para las casas y hospicios a inaugurar según el proyecto arriba expuesto. 

3.° Establecer una Prefectura Apostólica que pueda, cuando sea necesario, ejercer la Autoridad Eclesiástica sobre los Pamperos y 
Patagones, que no pertenecen por ahora a ningún Ordinario Diocesano ((646)) ni tienen régimen alguno de gobierno civil. Así expuesto 
el humilde proyecto, lo someto a la alta prudencia de V. E. dispuesto a aceptar preventivamente y seguir cualquier norma, modificación y 
variación que V. E. estime oportuno. 

Deseo únicamente dedicar los últimos días de mi vida a esta misión, que me parece de la mayor gloria de Dios y provecho de las 
almas; ayúdeme V. E., con lo que pueda, especialmente con la caridad de sus santas oraciones, mientras tengo el alto honor de poderme 
inclinar y profesar 

De V. E. Rvma. 

Roma, 10 de mayo de 1876. 

JUAN BOSCO, Pbro. 

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Privilegios del «extra tempora
»
(Texto original en latín)


El sacerdote Juan Bosco, postrado a los pies de Tu Santidad, y en nombre de la Congregación Salesiana, humildemente expone. Tu 
Santidad, Beatísimo Padre, se dignaba declarar el día 1.° de octubre de 1875 que todas las casas de la Congregación quedaban exentas de 
la jurisdicción y visita de los Ordinarios en cuanto a la disciplina y régimen material. Para que se haga esto lícitamente y sin ansiedad, se 
piden humildemente otras cosas que se cree servirán mucho para la mayor gloria de Dios, y de las que ya generalmente gozan la 
Congregación de la Misión, los Pasionistas, los Redentoristas, los Oblatos de la Bienaventurada Virgen María y los demás religiosos y 
socios de las Congregaciones Eclesiásticas. Las principales y más necesarias son: 

I. Que los Superiores de las casas de la Congregación puedan ejercer todas las funciones parroquiales en favor de los que son 
moradores de su casa. Por consiguiente, todos los presbíteros salesianos, aprobados en alguna diócesis para confesar, puedan oír las 
confesiones de los socios y de los demás habitantes de la casa, sólo con la autorización del Superior. Que estos confesores puedan 
también absolver fuera de la diócesis, donde radica su casa, a los socios que viajen con ellos, principalmente en camino de las misiones 
extranjeras. 
(San Pío V, en la Bula Ad immarcescibilem, Benedicto XIV, en el Breve de mayo de 1721 Pro Piis Operariis, Clemente XIV en el 
Breve Supremi Apostolatus en favor de los Pasionistas.) 

II. Que, en razón de los tiempos y de la gran penuria de sacerdotes, y principalmente de aquellos que han de ser enviados a las 
misiones extranjeras, los clérigos salesianos, mientras estén dotados de los requisitos necesarios, puedan recibir las órdenes menores y 
las mayores fuera de los tiempos establecidos por los sagrados cánones, guardando lo dispuesto en cuanto a los intersticios, cuya 
dispensa siempre correspondió al Obispo ordenante. 
((647)) (Gregorio XIII, en el Breve Plura inter; finalmente Pío IX (a quien Dios guarde sano y salvo largo tiempo) en el Breve del 13 
de mayo de 1859 Religiosas familias en favor de la Congregación de la Misión.) 

En la audiencia del Santísimo, del día 21 de abril de 1876, Su Santidad atendió benignamente estas preces, derogando los rescriptos y 
resoluciones en contrario, y sólo lo mandó para un tiempo, de acuerdo con las facultades pedidas más arriba, para ejercerlas en Italia por 
un trienio, y en cuanto a los demás paises fuera de Italia por un quinquenio. 

Eneas Sbarreti, Secretario de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares. 

12 

Dispensa de las testimoniales 

En la audiencia obtenida de Su Santidad, el Sumo Pontífice Pío IX, a petición del que suscribe, el 3 de mayo de 1876, vivae vocis 
oraculo, ha concedido que s los jóvenes, que cursan los estudios, o que por otras razones viven o son educados en las casas, internados, 
colegios de la Congregación Salesiana, cuando en tiempo oportuno 

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deseasen inscribirse y llegar a ser miembros de la misma Congregación Salesiana, sean dispensados de las cartas testimoniales prescritas 
por el Decreto de la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares del 25 de febrero de 1848. 

Esto para norma de nuestra Sociedad Salesiana. 

JUAN BOSCO, Pbro. 

Además, en la audiencia del 10 de noviembre de 1876, igualmente vivae vocis oraculo, extendió dicha dispensa el Ssmo. N. S. Pío PP. 
IX indistintamente a todos los que deseasen entrar en la Congregación Salesiana. 

Roma, 3 de mayo de 1876. 

JUAN BOSCO, Pbro. 

De esta benévola concesión, o sea, de este insigne acto de clemencia de Su Santidad se dio comunicación a la acreditada Sagrada 
Congregación de Obispos y Regulares con fecha 16 de diciembre de 1876 en carta dirigida a Su Eminencia Reverendísima el Cardenal 
Prefecto de esta Sagrada Congregación y en otra carta de enero del año en curso 1877 entregada en manos de Su Excelencia el señor 
Secretario de la misma respetable Sagrada Congregación, que la depositó en el legajo de la Pía Sociedad Salesiana. 

JUAN BOSCO, Pbro. 

((648)) 

13 

Entrega de las Condecoraciones 

San Nicolás, 18 agosto de 1876 

BONITA FIESTA 

El martes por la tarde hubo una numerosa concurrencia en el Colegio de San Nicolás para presenciar los ejercicios literarios, 
gimnásticos y musicales, que por primera vez ofrecían al público los alumnos. La fiesta tuvo lugar para dar mayor realce a la entrega del 
Breve y Diploma expedidos por Su Santidad Pío IX, con los cuales se confería el grado de Comendador de la Orden de San Gregorio 
Magno al señor don Francisco Benítez y de Camarero de Su Santidad a nuestro párroco el doctor Ceccarelli, premiando de este modo las 
obras y la solicitud, que estos señores prestaron para la instalación del Colegio de San Nicolás, que todos ya conocemos. 

Los honores concedidos a estos señores no pueden venir más a propósito, porque el desinterés del uno y la perseverancia del otro han 
obtenido el resultado de que veamos ya el Colegio funcionando, y se puede afirmar que sin ellos hubiesen quedado quizás baldíos los 
sacrificios hechos para este fin por nuestros conciudadanos. 

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La función tuvo comienzo a las tres de la tarde; se cantaron vísperas y después hubo un elocuente sermón sobre la Asunción de la 
Bienaventurada Virgen María.De la capilla se pasó al patio, donde empezaron enseguida los ejercicios literarios con un diálogo 
interpretado por los alumnos Labrande e Ibarra, demostrando lo mucho que el señor Benítez y el doctor Ceccarelli merecían los títulos 
honoríficos concedidos por Su Santidad el Papa. 

Luego se adelantaron seis pajecillos que en dos bandejas ofrecieron los mencionados títulos. Otros cuatro o cinco jovencitos recitaron 
después composiciones poéticas afectuosas con encantadora declamación. 

El jovencito Alfonso interpretó una graciosa pieza musical al piano, y luego otra acompañada por el profesor Molinari. 

Se presentaron ocho alumnos más que sostuvieron un diálogo animado hablando en castellano, italiano, latín y francés, cuyo tema era: 
qué ciencia humana debe tener preferencia en sus estudios. 

Luego los ciento veinte alumnos se distribuyeron en cuatro secciones y se dio comienzo a la exhibición gimnástica, dirigida por el 
profesor Tomatis, y si la asamblea quedó satisfecha de los ejercicios literarios, no quedó menos admirada al ver las difíciles evoluciones 
militares que efectuaron, y los vuelos que dieron en el pasavolante. 

((649)) A las cinco y media de la tarde terminaba la bellísima función. Los que tomaron parte en ella darán a conocer mejor que 
nosotros a los que no asistieron los rápidos progresos, que en todos los ramos van haciendo los alumnos del colegio de San Nicolás y la 
sabia dirección que en él se observa. 

(Del diario El Progreso) 

14 

Monseñor Masnini a Monseñor Gastaldi 

CURIA EPISCOPAL 
DE CASALE MONFERRATO 

Excelencia Ilma. y Rvma.: 

No habiendo tenido el gusto de ser recibido por V. E. Rvma. en mi último paso por ésa a fines del pasado mayo, era mi intención 
escribirle tan pronto como estuviera de vuelta en Casale, para poner en claro la conducta que seguí al presidir las funciones de María 
Auxiliadora, que provocaron algunas cartas un tanto punzantes, escritas en su nombre y en el del mismo Secretario. Ya que las múltiples 
ocupaciones de los días pasados no me han permitido efectuar dicho pensamiento, permítame, Excelencia Rvma., hacerle observar 
humildemente, en honor de la verdad y como respuesta a dichas cartas, que tengo en mis manos, lo que sigue: 

Fui a Turín en el último tren (10,45) del día 23, tras la especial y repetida invitación recibida dos días antes, y aunque yo era 
conocidísimo en la iglesia donde he celebrado y por muchos de los Párrocos y Clero de esa Ciudad, tenía sin embargo conmigo todos los 
documentos que corresponden a un sacerdote en perfecta regla, 

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aunque extradiocesano. El día siguiente a mi llegada, habiéndoseme preguntado qué se debía hacer y emplear en las funciones, en razón 
de mi persona, contesté abiertamente que no quería la más mínima distinción y que saldría a la iglesia y al altar como un sacerdote 
cualquiera; en efecto, me revestí en la sacristía junto con los demás y se hicieron todas las funciones, según las S. Rúbricas. Es más, fiel 
a la orden dada como antes dije, mandé que se retirara el jovencito revestido de clérigo que llevaba la palmatoria; por tanto, es falso que 
yo llevase el solideo en dichas funciones y es falso también que a mi lado o detrás de mí tuviese un Capellán con sotana, y estoy pronto a 
demostrarlo con mil testigos. 

((650)) Por donde comprenderá S. E. Rvma., la necesidad de contar con referendarios que tengan buena vista y, todavía más, que sean 
fieles en referir. En cuanto a los ropajes que yo llevaba (comprendido el bonete) son los que habitualmente puedo llevar en Roma y 
fuera, son los prescritos cuando uno debe presentarse al Padre Santo, y los que aconseja la conveniencia cuando se va a visitar a una 
dignidad como es el Arzobispo, etc.; son los que V. E. me vio en diversas ocasiones y que usé con la mayor reserva cuando fui 
últimamente a Turín. 

En cuanto a la observación de su señor Secretario relacionada con las prerrogativas antes mencionadas, que corresponden a varios 
eclesiásticos de esa Archidiócesis, hago la siguiente breve reflexión: o dichas prerrogativas son inherentes a la dignidad ocupada por el 
Eclesiástico en los Capítulos, etc., y entonces las prerrogativas de que se trata se reducen a un simple título sin distinción alguna: o las 
mismas fueron concedidas por el Padre Santo, por especial dignación o benevolencia, y entonces, el no llevar distintivo, así en las 
funciones como fuera de las mismas, es porque los interesados no se cuidan de ellas o no quieren hacer gastos a este respecto; por lo 
demás, estos últimos eclesiásticos pueden libremente usar sus distintivos, como lo he visto en muchas ciudades y últimamente en 
Piacenza en las fiestas centenarias del B. Gregorio y entrada en aquella Sede de mi buen amigo y compañero de Seminario, monseñor 
Scalabrini, sin que los nueve Obispos que allí intervinieron hicieran la más mínima observación; antes al contrario, monseñor Scalabrini 
era el primero en tener conmigo estos miramientos en su parroquia cuando yo iba a Como, con plenísima aprobación de monseñor 
Carsana, Obispo de dicha ciudad. En fin, no puedo prestar fe a lo que afirma dicho Secretario, a saber, que mi aparición con los 
distintivos dio abundante materia de habladurías a eclesiásticos y seglares turineses, porque todos los sacerdotes y seglares, que he visto 
y tratado en la iglesia de María Auxiliadora, supieron apreciar en su justo valor mi simple condición de familiar pontificio como mi 
intervención en dichas fiestas; otro motivo por el que no admito dicha gratuita observación, es que creería yo estar haciendo un desaire a 
eclesiásticos y seglares de Turín (ex-capital e insigne ciudad), si los postergara a Casale y a otras pequeñas ciudades y villas en cosas que 
no son completamente nuevas, y me alegro de que también a mis superiores y colegas de curia no causaron impresión alguna las cartas a 
que antes aludía, habiendo ellos conjeturado a primera vista la verdadera y única razón que las promovieron. 

Espero que V. E. Rvma. dará buena acogida a mi justificación y depuración de los hechos adjudicados a mi pobre persona; por lo 
demás procuraré en adelante no ser causa de disgustos de ninguna clase, tanto más cuanto que he profesado siempre la máxima 
veneración al carácter y autoridad episcopal y guardado especial estimación y afecto a V. E. Rvma. 

((651)) Con la dulce esperanza de ser escuchado, ruégole me conserve su benevolencia, mientras con los sentimientos de la más alta 
consideración y filial afecto paso a confirmarme 
548 

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De V. E. Rvma. e Ilma. 

Casale Monferrato, a 8 de junio de 1876. 

Su atento y s. s.
Can. JOSE MASNINI SANTO, D. V.


P. D.-Supongo que V. E. Rvma., habrá sido informado de que me presenté hasta tres veces en Su Palacio. 
15 

Facultad para recibir una abjuración
(Texto original en latín)


Por las presentes letras concedemos al Rvdo. sacerdote don Juan Bosco, Superior de la Congregación de San Francisco de Sales en 
Turín, y al sacerdote que él delegare, mientras sea miembro profeso de su Congregación, la facultad de recibir en la Iglesia Católica a 
Willelmum Hadson, nacido en Londres el día 18 de junio de 1855, de padres protestantes y educado en la secta protestante, previa 
confesión de sus pecados y abjuración de sus errores, con el bautismo otorgado sin ceremonias y sub conditione, después de haberle 
dado la absolución sacramental. 

Mándese a Nuestra Curia testimonio escrito por el sacerdote que reciba a este joven en la Iglesia, debidamente firmado por don Bosco 

o su delegado. 
Dado en Turín a 4 de junno de 1876. 

» LORENZO, Arzobispo A. ALASIA, secretario 

16 

Carta del ingeniero Antonelli a don Bosco 

Ilmo. y Rvmo. señor don Juan Bosco: 

Israel Leví actual presidente de la comunidad israelita de Turín, dado el estado en que se encuentra el enmarañado litigio de su templo, 
no estima oportuno poder invitarle a pedir precio por la cesión del edificio, pero se prestaría a presentar el ofrecimiento que V. S. hiciese 
por mi medio. 

Después de la larga conversación que ayer tuvimos, con intervención de mi hijo ingeniero, hemos podido convencernos de que para ser 
aceptado el ofrecimiento ((652)) frente a otras opciones, tendría que ser de doscientas cincuenta mil liras. Yo creo que el asunto siempre 
sería conveniente, atendido el generoso concurso del Ayuntamiento acabándolo exteriormente según mi dibujo. 

Si V. S. Rvma. se digna examinar conmigo lo ya construido en el mismo lugar, para sacar los criterios sobre la verdadera conveniencia 
para el uso al que sería destinado, sírvase escribirme, pues consideraré un grato deber para mí acompañarle, dispuesto 

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siempre a prestarme muy satisfecho de ver mi obra aprovechada por quien tanto se presta a la educación de la juventud. 

Tenga a bien aceptar los sentimientos de la alta estima con que me honro en profesarme 

De V. S. Rvma. 

Turín, 12 de septiembre de 1876. 

Su s.s.
ALEJANDRO ANTONELLI, Prof


17 

El templo judío de Turín 

El año 1862, la comunidad israelita de Turín aprobó la construcción de un templo grandioso que, sin acabar todavía, cuesta 
novecientas mil liras, y eso a pesar de la protesta y serias objeciones de una fuerte minoría. Este concepto es contrario al espíritu de la 
religión hebrea; puesto que ésta, apoyada en el pesar de la nacionalidad destruida y en la espera del Mesías que debe reconstruirla, está 
troquelada sobre la doble marca del luto y de lo precario, y en el estado de construcción en que se encuentra, no admite culto exterior. Es 
contrario a la razón. Para satisfacer el capricho de una minoría, sin fe, se hace del más suntuoso y espléndido edificio de Turín una 
sinagoga, ofendiendo el sentimiento religioso y la dignidad de la inmensa mayoría católica. Va en contra, por fin, de los intereses de los 
mismos israelitas. En efecto, por una parte los gastos hechos para el templo aludido, superan, hasta ahora, con mucho las previsiones y 
por otra parte los medios para sostenerlos disminuyeron después de la emigración de muchos hebreos ricos. 

En tales circunstancias dicha comunidad decidió, si falla un último intento hecho con los contribuyentes, para obtener de ellos 
doscientas cincuenta mil liras con que acabar aquel monumento, pero modificando los planos de modo que resulte menos gigantesco, 
decidió, digo, venderlo a un particular, a un precio irrisorio. Semejante contrato sería una locura y una profanación. El mejor partido que 
convendría adoptar, sería cederlo, mediante una adecuada compensación, al culto ((653)) católico, para hacer con él una bonita iglesia. 
El plano de Antonelli, semejante al de Santa María del fiore en Florencia, y que éste imitó, quedaría perfectamente apropiado para tal 
destino. La religión hebrea es madre de la religión católica y nada más natural que una madre haga una cesión a su propia hija. Cada 
quince años, a medida que aumenta la población, se construye una nueva iglesia. En estos últimos tiempos se edificaron tres, una de las 
cuales sin gasto alguno, dado que la marquesa Barolo entregó para este fin centenares de miles de liras. Es, pues, probable que dentro de 
diez años se piense construir otra, para la que habrá que gastarse la misma cantidad que para la compra del templo israelita. 

(Unità Cattolica, 29 de septiembre 1876) 

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Carta del Chubut 

Reverendo señor don Juan Cagliero, Buenos Aires. 

El 20 de enero llegué a esta Colonia Galesa del Chubut y he aquí lo que puedo decirle con respecto a mi promesa, como preliminar, en 
torno a esta Colonia y al río que la baña. 

El Chubut es un río de tercera o cuarta categoría, cuyo nivel de aguas ha bajado este año ochenta centímetros respecto a años anteriores 
en la misma estación; esto puede depender de la escasez de nieves caídas en las cordilleras, al pie de las cuales nace el río, o de que 
alguno de sus afluentes haya desviado el curso o se pierda en los arenales o en las lagunas y lagos. Estas son suposiciones mías y, como 
es lógico, pueden estar equivocadas; pero, en cuanto me lo permitan las circunstancias de la Colonia y tenga los medios de transporte, 
emprenderé un viaje de exploración del río hasta sus fuentes, y, si me fuere permitido, lo publicaré en la prensa. 

A lo largo del curso de este río, o en la desembocadura de alguno de sus afluentes, debe haber tierras aptas para fundar en ellas 
Colonias y es una de mis principales aspiraciones encontrarlas. 

El Chubut desemboca, aproximadamente, a los 43°, 20' de latitud Sur y 65° de longitud al Oeste del meridiano de Greenwich; y 
arrastra actualmente veintisiete metros cúbicos de agua por segundo. Su desembocadura tiene una anchura de cien metros y se forma de 
la siguiente manera: imagine en la costa una abertura de trescientos metros y que una línea de tosca o escollos cretáceos, de formación 
marina, la cierre, y que esta línea de escollos vaya gradualmente hundiéndose, por sus extremos, hasta formar en un determinado punto 
una concavidad al nivel del fondo del mar; por aquel ((654)) punto pasa la masa principal de las aguas del Chubut, es decir, aquélla es su 
desembocadura. En la marea baja no hay allí más que de treinta a cuarenta centímetros de agua, y en la marea alta ordinaria hasta 
doscientos; en el plenilunio y novilunio (alta marea) hay doscientos cincuenta; y cuando soplan lo vientos fuertes del Este, hay hasta 
cuatrocientos, pero en esta circunstancia no se puede entrar en el río, porque en cualquier punto de su desembocadura se rompen las olas. 
De aquí se sigue que el río es de dificilísima entrada y sólo embarcaciones de cien a ciento cincuenta toneladas, pueden penetrar; pero 
siempre con gran peligro, pues ninguna tierra hace de abrigo en la desembocadura de este río. 

La profundidad de las aguas en el río es pequeña, y, durante la marea baja, hay ciertos puntos que pueden ser vadeados incluso por los 
niños; así que el río no es navegable. Las mareas se hacen sentir en un trecho de unas diez millas. 

Considerada a fondo toda circunstancia, resulta que el río Chubut nunca podrá ser el puerto de la Colonia allí establecida, ni de las que 
se pudieran establecer, y, en consecuencia, sólo Bahía Nueva es su puerto natural. Bahía Nueva queda a treinta y dos millas geográficas 
al norte de la Colonia, y entre ellas hay desierto, arenas, guijarros, arbustos, malezas, y falta el agua potable. Bahía Nueva es un puerto 
estupendo o, mejor dicho, un golfo. 

La población llamada Freranson, punto principal de la Colonia, dista siete millas de la desembocadura del río, y desde aquel punto 
hasta treinta y cuatro millas adelante, a lo largo del río, hay tierra cultivable, en una anchura media de cinco millas; y esta planicie está 
limitada por colinas de ochenta a cien metros de altura, formadas por 
551 

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sedimentos diluviales; en este llano está la Colonia gala del Chubut. Más allá, a poniente, está la Cordillera, y en un trecho de más de 
cuarenta millas hay piedras y bloques diluviales o erráticos y, por consiguiente, según me dicen, tierras fértiles y aguas potables. 
excavando pozos en ellas; mientras que en el llano, donde está la Colonia, no se saca de los pozos más que agua salobre. 

En las fuentes del río, es decir, a los pies de las estribaciones de la Cordillera, hay tierras fertilísimas, pobladas por indígenas de la 
tribu de los Pamperos. A mediados de febrero, estuvieron aquí cuarenta y un hombres de esa tribu junto con su jefe o cacique, que se 
llama Foiel, para vender pieles de guanaco y de zorro. Son gentes semicivilizadas y me parece que rehúyen los crímenes sangrientos. 
Manifesté al cacique cuáles eran las benévolas intenciones del Gobierno Argentino con respecto a ellos, y le pregunté si recibirían de 
buen grado a los misioneros católicos en sus tierras, y él me contestó afirmativamente. Esta tribu es numerosa e inclinada a abandonar la 
vida nómada. Desde sus tierras hasta la Colonia del Chubut tardaron trece días, que, a razón de veinte millas diarias, son doscientas 
sesenta millas, es decir, que están situados exactamente al pie de la Cordillera, como declararon. Muchos de ellos hablan la lengua 
española y se alimentan relativamente bien. 

((655)) Tenemos aquí, a cincuenta o sesenta millas de la Colonia, una tribu nómada de patagones-pamperos. Su jefe, un tal 
Chiquechán, es óptima persona. Ganándose el ánimo de este cacique, se podrían hacer muchas cosas. Es caritativo y ya socorrió con 
víveres a la Colonia Galesa. Vengan dos de sus padres, y haremos maravillas; el Chubut será conquistado para la fe y la civilización por 
los descendientes, o estirpe del descubridor del Nuevo Mundo. Animo y fe para poder vencer. 

El Gobierno está en buena disposición; la señora esposa del Presidente, que es muy católica, puede ayudarnos mucho, y también el 
distinguidísimo señor Juan Dillón, Comisario General de Inmigración, etc. Asimismo, la ley de inmigración, en su artículo ciento tres, se 
explica de esta manera: «El Poder Ejecutivo procurará por todos los medios posibles el establecimiento en las Secciones, de las tribus 
indígenas, creando misiones para traerlas gradualmente a la vida civilizada, auxiliándolas en la forma que crea más conveniente y 
estableciéndolas por familias en lotes de cien hectáreas, a medida que vayan manifestando aptitudes para el trabajo». 

En conclusión, como usted ve, todo nos favorece, y a ustedes también les es favorable el tiempo para manifestarse como una Sociedad 
nueva o Nueva Congregación, y demostrar con los hechos que la Sociedad de San Francisco de Sales, bajo los auspicios del caritativo 
don Bosco, supo, en pocos años, redimir para la civilización la tribu establecida entre el Deseado, el Chubut y el Río Negro. 

Los habitantes de la Colonia Galesa son protestantes de cuatro sectas distintas. Hay cuatro ministros para ochocientas personas, y 
tienen un espíritu metafísico e inclinado a las controversias teológicas; son más bien perezosos, pero pacientes hasta el estoicismo a 
pesar de que en ellos hay un orgullo de raza, que tendría que sacudirlos de su letargo, pero no salen de él porque su inteligencia no es 
capaz, pues pertenecen a una de las razas inferiores que pueblan Europa; su historia es una apodíctica demostración de ello: eran 
antropófagos (lea C. de César). 

Envío abierta esta carta al arriba nombrado don Juan Dillón, para que se entere de ella y tenga usted ocasión de ponerse en relación con 
este distinguido personaje, que es un óptimo católico. 

Si usted tuviese que escribirme remita mis cartas a dicho señor Dillón y él me las hará llegar. 
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VOLUMEN XII Página: 553 

Haga el favor de presentar mis saludos a sus señores hermanos; y deseando poder estrechar pronto la mano de algunos de ellos, con 
todo respeto me profeso, 

De V. S. Rvma. 

Chubut, 1.° de marzo de 1876. 

Su seguro servidor ANTONIO ONETO. 

PD. En verdad tendría un gran gusto si viniese alguno de ustedes. Por mi parte haré todo lo posible para facilitarles el camino y la 
misión. 
Eiusdem. 

((656)) 

19 

Carta de don Juan Cagliero al señor Gazzolo 

Queridísimo señor y amigo: 

He recibido su carta del 13 del pasado febrero, cuyo objeto era la compraventa de sus terrenos colindantes con Nuestra Señora de la 
Misericordia. Usted conoce mi carácter más o menos jovial para todo; pero, tratándose de un asunto serio, como el que llevamos entre 
manos, no acostumbro gastar bromas, aun cuando estemos en tiempo de carnaval 1. 

No he hecho yo la base del contrato para esta compra, por ser incompetente y ajeno a esta materia. Acudí a diversas personas más o 
menos prácticas, y para pisar terreno firme y presentar una propuesta razonable y justa, rogué a Francisco Basso, su inquilino, que me 
indicara el precio de los dos terrenos, y me contestó como hombre de bien que es: -Yo quisiera ser imparcial. Por lo cual fue en persona 
a consultar a un conocido suyo, ingeniero y tasador público del Ayuntamiento, el cual, después de informarse de los terrenos y de su 
emplazamiento, dijo que podían valer, poco más o menos, unos noventa mil pesos en moneda corriente 2. 

Entonces yo, sin ni siquiera conocer a esta persona, tomé la base y la envié a Turín, ya que es mi propósito pagar los terrenos en su 
valor; y, si la tasación hubiese sido de ciento cincuenta o doscientos mil pesos, a fe de caballero, que habría enviado a Turín esta base 
sobre la cual tratar. Evidentemente no pretendo que V. S. se atenga a la tasación que yo mandé hacer, que sería ridículo por mi parte; lo 
que digo es que anduve sobre el terreno firme de la base común en los contratos de compraventa. 

V. S. misma no procedería de otro modo, dado el caso de que quisiese comprar una casa o un terreno: se informaría por los peritos en 
el arte, para hacer cualquier propuesta. Esto simplemente, para decir que no andaba yo de carnaval, cuando envié la propuesta a Turín. 
1 Dice esto refiriéndose a una frase del señor Gazzolo, que había calificado el ofrecimiento de don Juan Cagliero de carnavalesco, en 
cuyo tiempo se encontraban entonces. 

2 El peso moneda corriente valía 0,45 liras italianas, antes de la guerra europea del 1914-19. 

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Necesariamente hay que partir de la base de una tasación de peritos para saber lo que valen al presente los terrenos y mejoras, si usted 
desea que hagamos un contrato. 

Pida V. S. el juicio a un perito de su confianza, y entonces con razón podrá establecer el precio de venta. V. S. parte de una base 
desproporcionada, esto es, de lo que valían y le ofrecieron en 1872; y yo estoy de acuerdo, como lo están todos, en que los terrenos y 
casas que entonces valían ciento, hoy tan sólo valen cincuenta. 

((657)) V. S. pone como precio de cálculo las contribuciones directas, sin tener en cuenta que los pesos gravitan sobre los frutos y no 
sobre el capital; y quiere decir que las contribuciones directas se pagaron con el fruto del alquiler. Y si V. S. fue defraudado por sus 
inquilinos y no ha podido cobrar los atrasos, que podían ser estimados en ocho mil francos, el comprador no tiene nada que ver con eso, 
cualquiera que ello sea. V. S. sabe, como puedo saberlo yo, que este crédito vale más o menos según mayor o menor probabilidad de 
poderlo cobrar; es decir, que vale cinco, si son cinco los grados de probabilidad de exigirlos, y que no vale nada, si no hay probabilidad 
alguna de poderlo exigir. Someto al criterio de cualquiera estas mis observaciones y respondo de todo ello. 

Un caso: -La señora doña Victoria Zopiola tiene tres casas, que lindan con su terreno de la calle Solís; están una a continuación de la 
otra, son casas señoriales, una de las cuales la hemos alquilado nosotros, y vivimos en ella, y son de veinticuatro metros de fachada por 
cincuenta de fondo, y nos propuso las tres por el mismo precio que V. S. nos propone para sus terrenos. 

Otro: -En la calle de San Juan, una casa para la Escuela de artes y oficios, de veinticuatro metros de fachada por sesenta de fondo, 
hermosa y con abundantes salas y habitaciones, nos la venderían por cuatrocientos mil pesos, aunque costó seiscientos mil. Y esto para 
decir que no puede constituir base de contrato lo que costó o valió en otro tiempo; sino lo que vale... y don Bosco le dará siempre este 
precio; todo lo que valen los terrenos. 

Los terrenos son útiles para nosotros, pero no necesarios. Don Francisco Basso, por alquilarme su casa presentó razones para dos años 
que todavía duran, según contrato vigente con V. S.; quería aprovechar más o menos esta su utilidad, que según él era necesidad, y lo 
hemos dejado a su buena fe. Las mejoras que Basso introdujo en su terreno no suben por cierto a la cantidad que V. S. imagina; basta 
verlas a simple vista; lo que son las mejoras, por otra parte, no las veo, sólo sé que hay... y, por consiguiente, ni cuartos, ni paredes, ni 
cerca; no hay nada, que yo sepa, que pueda llamarse mejoras. Si está obligado el inquilino a hacerlas, puede ser; pero lo cierto es que al 
presente no hay nada; el terreno está completamente vacío. 

Concluyendo pues y ya que todavía estamos a tiempo, y que le conviene vender terrenos en este tiempo que se encuentran baratos, 
mande hacer una tasación por su cuenta y llámenos, y nosotros, con la base tomada para ofrecerle el precio consabido, nos 
determinaremos para llegar a un acuerdo justo, y nos encontrará siempre razonables. 

Envío copia de esta carta a Turín, para que pueda, dado el caso, hablar con don Bosco, o con otra persona autorizada, en torno a mis 
observaciones, dispuesto a retirarlas si no se encontraren razonables. 

Salúdeme afectuosamente a su familia y créame su 

Buenos Aires, 20-3-1877. 

Afmo.
JUAN CAGLIERO


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VOLUMEN XII Página: 555 

((658)
)


Bases de convenio en Buenos Aires 
La Sociedad de San Vicente Paúl y la Sociedad de San Francisco de Sales convienen abrir en Buenos Aires una casa para niños pobres 
con el fin de educarlos, instruirlos y encaminarlos a un oficio, dándoles alojamiento, manutención y ropa. 
ARTICULO 1.° 
La Sociedad de San Vicente Paúl, con el capital de cien mil francos que tiene disponible, concurre para proporcionar casa, mobiliario y 
enseres para los talleres y para la instalación del nuevo establecimiento, amén de los pasajes para los Salesianos desde Europa a 
América. Y la Sociedad Salesiana proporcionará directores, maestros, asistentes y todo el personal de servicio. 
ARTICULO 2.° 
Los socios de San Vicente Paúl tendrán derecho a presentar treinta muchachos, elegidos entre las familias socorridas por ellos, y se 
comprometen a buscar en lo porvenir socorros para ellos entre las personas caritativas. Y ejercerán sobre éstos una especie de patronato. 
ARTICULO 3.° 
Los Salesianos, totalmente confiados en la Divina Providencia, podrán admitir en el nuevo Instituto cuantos alumnos quisieren y 
pudieren, con facultad de ampliar el local, cedido, para mayor garantía y estabilidad de la Obra, a la Congregación, representada por 
algunos de sus miembros con el título de propietarios. 
ARTICULO 4.° 
La Dirección y la Administración del Instituto, lo mismo que la disciplina moral, escolástica y profesional de los alumnos, están 
confiadas al señor director, el cual dirige la marcha de la Obra según el método y Constituciones Salesianas. 
ARTICULO 5.° 
El Presidente de la Sociedad de San Vicente, al proponer a sus protegidos para la aceptación en el Instituto, procurará que cumplan los 
requisitos pedidos por el Reglamento que suele estar en vigor en las Casas Salesianas. 

Fin de Página 555 


VOLUMEN XII Página: 556 

((659)) 

ARTICULO 6.° 

El señor director, como responsable del buen orden de la Casa, podrá despedir del Instituto a cualquier alumno que se haya hecho 
culpable de grave insubordinación o de mala conducta moral. 

Facultad para abrir un noviciado
en la República Argentina (Texto original en latín)


En audiencia de Su Santidad -El día 6 de julio de 1876 

Nuestro Santísimo Señor por la divina Providencia Papa Pío IX, benignamente concedió al infrascrito referente, Cardenal Prefecto de 
la S. C. de Propaganda Fide, accediendo a las preces del Rvdo. don Bosco, Superior del Instituto del Oratorio de San Francisco de Sales 
de Turín, en favor de las misiones en el extranjero, la facultad de establecer otro noviciado para dicho Instituto en la República 
Argentina, con el consentimiento del Ordinario diocesano del lugar, siempre y cuando haya en él observancia regular, y exista una 
familia religiosa suficiente para obtener en ella la observancia de los novicios o prueba necesaria para conocer su vocación, y con la 
condición de que el lugar asignado para dicho Noviciado esté separado y sea distinto de la parte del convento en la que habitan los 
profesos y se guarde todo lo demás que señala el código. 

Dado en Roma, en la sede de la R. S. C. en el día y año que arriba se indica. 

Gratuitamente 

A. Card. FRANCHI, Prefecto 
22 

Dos cartas de don Rafael Yeregui a don Juan Cagliero 

R. P. de mi especial consideración, 
Desde el momento que pasó vuestra Reverencia con sus compañeros por esta ciudad y supimos, por la conversación que tuvo con mi 
hermano el señor Cura de la Matriz, que sería factible el establecimiento de los PP. Salesianos en esta República del Uruguay, nos 
hemos apresurado a practicar diligencias para que esa posibilidad se convierta en realidad. 

Para ello nos han movido los hermosísimos antecedentes que tenemos de la Congregación a que V. R. pertenece, unidos al deseo de 
llenar una necesidad urgentísima y grave que existe en esta República. Me refiero a la educación de la juventud. 

((660)) Grande es en verdad la necesidad del establecimiento de Colegios que, a la vez que proporcionen a la juventud una sólida y 
completa educación, según las 

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VOLUMEN XII Página: 557 

diversas carreras a que se encamine, la formen en la virtud por la enseñanza y la práctica de los deberes católicos. 

Existe en el Departamento de Montevideo, a un cuarto de hora de distancia en ferrocarril, en el centro de una población nueva y de 
verdadero porvenir, un edificio construido expresamente para Colegio, con una iglesia pública unida al mismo Colegio. Los propietarios 
de ese Colegio, queriendo establecer en él una educación sólida y católica, desearían que la Congregación de los PP. Salesianos aceptase 
la donación, que, bajo muy buenas condiciones, hacen del establecimiento y terrenos sitos en la misma población. 

Excuso encarecer a V. R. el mucho bien que reportaría la juventud de este país del establecimiento de los PP. Salesianos, que estoy 
persuadido serían pronto llamados a establecerse en otros puntos. 

El señor Obispo y Vicario Apostólico de esta República, cuyo secretario soy, se interesa vivamente en que se realice este pensamiento 
y me encarga diga a V. R. que no sólo vería con mucho gusto el establecimiento y propagación de los PP. Salesianos en esta República, 
sino que por su parte les dispensaría toda la protección que le fuera posible. 

Considero a V. R. muy recargado de atenciones; sin embargo, en nombre del bien de la juventud católica de esta República y con el 
deseo de que con la demora no se malogre tan buen pensamiento, me atrevo a pedir a V. R. que, haciendo un pequeño paréntesis a sus 
ocupaciones, venga lo más pronto que le sea posible a Montevideo a fin de enterarse de todo, ver el local y edificio y resolver lo que 
juzgue conveniente. 

Según entiendo V. R. ha de pasar por acá dentro de algunos meses, pero creo que sería conveniente antes su presencia en ésta, pues 
que en la actualidad podrían obtenerse ventajas que acaso no se consigan después, y, por otra parte, la demora creo que malograría el 
éxito de una fundación tan útil para el país y de tanta importancia para el bien de la Religión. 

Quiera V. R. aceptar las expresiones de mi especial consideración y ordene a este s. s. s. 

Montevideo, enero 7 de 1876. 

RAFAEL YEREGUI 

R. P. Juan Cagliero, Superior de los PP. Salesianos en S. Nicolás de los Arroyos. 
Reverendo Padre, recibí su estimada, fecha 22 de enero p. p. do en la que me da la grata noticia de que acepta la invitación para el 
establecimiento de los PP. Salesianos en este Vicariato. 

((661)) El establecimiento que se ofrece en donación es un colegio con iglesia pública, construido en la Villa Colón, a distancia de un 
cuarto de hora en ferrocarril desde Montevideo. La posición es excelente. 

Se hace necesario que V. R. se tome la molestia de venir a Montevideo lo más pronto posible, para conferenciar con las personas 
interesadas en esta donación; pues están muy bien dispuestos los señores que intervienen en este asunto. 

No me ha sido posible escribirle antes por cuanto había necesidad de allanar algunas dificultades que había de por medio. 

Sin más me repito de V.R. a.s.s. 

Montevideo, febrero 24 de 1876. 

RAFAEL YEREGUI 

Fin de Página 557 


VOLUMEN XII Página: 558 

Carta de don Bosco al Obispo de Concepción
(Texto original en latín)


Excelentísimo Señor: 

Soy un desconocido que se dirige a ti; obispo de eminente saber, a quien debo pedir y suplicar que aceptes con clemencia mis palabras 
y las leas con paciencia. Es sabido que unos religiosos, llamados Salesianos, han ido, porque así lo ha querido la divina Providencia, a la 
República Argentina, para predicar el Evangelio de Cristo. En breve espacio de tiempo, gracias a Dios, se han abierto cinco internados 
para la cristiana educación de los adolescentes. En ellos se recibe a los muchachos más pobres, se les alimenta y se les instruye en las 
letras humanas y en las diversas artes. 

Está en el ánimo de estos misioneros principalmente predicar el Evangelio a los patagones y a los salvajes o pamperos. 

Montevideo, Buenos Aires, San Nicolás de los Arroyos y Dolores ya tienen casa salesiana. La evangelización, a través de internados 
en favor de los muchachos abandonados, parece un camino seguro y provechoso; y querría, si a ti place, experimentarlo en las regiones 
occidentales de los Patagones. Ya he hablado de este proyecto con Nuestro clementísimo y bondadísimo Pontífice Pío IX, el cual lo 
alaba y recomienda de todo corazón, pero ante todo nos es muy necesario tu consejo y opinión. Pues, estando colocada tu diócesis en las 
tierras más al sur de la República chilena, tú puedes juzgar mejor que nadie sobre su conveniencia. 

Por tanto, humildemente, te ruego en el Señor, que me digas: 

1.° Si te parece probable y oportuno el buen resultado de la cuestión. Si opinas afirmativamente, indica en qué lugar se deben abrir 
estos internados. 

((662)) 2.° Si el Gobierno o la autoridad de la República chilena autorizará esta obra y si se prestará su ayuda, si hiciere falta. En cuyo 
caso, también te ruego des a conocer el asunto a la autoridad y pidas su concurso. 

3.° Cuál es la lengua corriente en la República y qué conversaciones previas deseas se tengan contigo. Para que conozcas ya algo el 
asunto, te diré; soy, aunque indigno, Superior General de la Congregación Salesiana, que está aprobada por la Iglesia como 
Congregación de votos simples. Dios nos ha proporcionado muchas casas, iglesias e internados en Italia y otras partes. 

Si fueres generoso conmigo y entendieras que hay que realizar nuestro deseo, te ruego me lo digas y yo se lo comunicaré al Romano 
Pontífice: después ya te anunciaré lo que fuere necesario. Todos nosotros pedimos a Dios Todopoderoso por ti y por tu diócesis que El 
entregó a tu custodia. Dígnate, guiado por el amor de Nuestro Señor Jesucristo, impartir tu santa bendición para mí y para los míos. 
Adiós. 

Turín (Italia) 29 de julio de 1876. 

Tu humilde servidor JUAN BOSCO, Pbro. 

PD. Para toda respuesta, diríjase la correspondencia al Rvdo. Juan Bosco. -Turín (Italia). 

Fin de Página 558 


VOLUMEN XII Página: 559 

Carta del señor Benítez a don Bosco
(Texto original en latín)


Rvmo. Padre, recibe esta mi carta que te envío desde lejanas tierras. 

Saludo en el nombre de Jesucristo al señor Juan Bautista Bosco. De nuevo deseo te encuentres bien por el amor de tus hijos, que te 
recuerdan desde las orillas del río argentino, sobre las cuales hemos visto descender el rocío de la gracia celestial. 

Con gran alegría supe que recibiste mi carta del pasado diciembre; aunque, según me parece a mí, estuviera falta de mérito y que 
solamente podía aceptarse su sinceridad. 

Me ha gustado mucho tu deseo de que podamos vernos y hablarnos en esta peregrinación. Con la protección de Dios, es posible: mas, 
si nuestra esperanza hubiera que dejarla para después de la muerte, preferiría tener tu calzado como el manto de Elías. 

((663)) Tendrás el retrato de tu servidor nacido el año 1797, el día 29 de enero. La promesa del fotógrafo cumplirá lo dicho. 

Buenos Aires, 5 de abril de 1876. 

JOSE FRANCISCO BENITEZ 

25 

Aprobación Diocesana
de las Constituciones de las Hijas de M.ª Auxiliadora
(Texto original en latín)


José María Sciandra, por la gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, Obispo de Acqui, etc... 

En estos misérrimos tiempos, en los que con tantos e impíos modos se oponen a la profesión de los consejos evangélicos, y 
criminalmente se abandona o se corrompe la misma educación cristiana de las niñas y las jóvenes, no podía ofrecérsenos nada más 
apetecible y agradable que la fundación en nuestra diócesis de una casa, que abriese las puertas a las muchachas entregadas al Señor, 
cuyo trabajo se dedicara oportunamente a la educación cristiana de las hijas del pueblo. Por lo cual, apenas supimos el propósito 
concebido por el muy reverendo sacerdote de Turín don Juan Bosco, Superior de la Pía Sociedad Salesiana, de instituir en esta diócesis, 
en la localidad de Mornese, la Congregación de las Hijas de María Auxiliadora con el fin de que acudieran a ella todas las muchachas 
que desearen promover la perfección espiritual propia y la salvación del prójimo, principalmente con la educación cristiana de las hijas 
del pueblo, con gusto aprobamos a prueba las Constituciones por las que se rige el naciente Instituto y le ayudamos con gracias y 
favores. 

Habiéndose desarrollado con el favor de Dios y bajo el régimen de dichas Constituciones tan felizmente este Instituto de las Hijas de 
María Auxiliadora, que ya se ha 

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enriquecido con ciento cincuenta muchachas, en él inscritas o próximas a inscribirse, y además la casa de las Hijas de María Auxiliadora 
es centro de educación para las hijas del pueblo y de instrucción en la doctrina de Cristo, y a la par las mismas escuelas femeninas de la 
población de Mornese aumentan y florecen cada día bajo la disciplina de las Hijas de María Auxiliadora; de aquí que, para este nuevo y 
utilísimo Instituto, según nuestro juicio, se desarrolle mejor, aprobamos y confirmamos firme y establemente con las presentes letras sus 
Constituciones, que hace tiempo se nos presentaron y que de nuevo nos traen, como idóneas para procurar y aumentar la gloria de Dios y 
la salvación de las almas, apoyándonos en la potestad que la práctica vigente da guiada con este fin, de que las congregaciones ((664)) 
empiecen a tomar alguna experiencia sobre ellas antes de que sean sometidas al juicio definitivo de la Santa Sede y sean definidas por su 
plena potestad con sus reglas. 

Mientras hacemos esto, queremos explícitamente reservar nuestra potestad y la de nuestros sucesores para variar las mismas 
Constituciones, que al presente aprobamos y confirmamos, siempre y cuando nos parezca necesario. 

Sólo queda que encomendemos la Congregación de las Hijas de María Auxiliadora y cada uno de sus miembros a la paternal 
benevolencia y caridad de todos los Obispos, en cuyas diócesis ya trabajan o hayan de trabajar en adelante. 

El presente Decreto, juntamente con las Constituciones confirmadas por las presentes letras, se guarda en nuestra Curia Episcopal. 

Dado en Acqui, el día 23 de enero de 1876. 

» JOSE MARIA, Obispo FRANCISCO BERTA, Secretario 

26 

Decreto para la apertura de una casa de
las Hijas de María Auxiliadora en Valdocco
(Texto original en latín)


Visto el memorial que nos presenta el reverendo sacerdote Juan Bosco, de nuestra diócesis, Fundador y Rector de la Congregación 
Salesiana, el día 22 de este mes de marzo, que mandamos conservar en el archivo de nuestra Curia, y en el que se nos pide nuestro 
beneplácito para que en esta Ciudad, en la zona del suburbio del Dora, que se llama Valdocco, cerca de los edificios en los que reside 
dicha Congregación Salesiana, se abran unas escuelas para las niñas de aquellos lugares y éstas se entreguen al cuidado de las mujeres 
religiosas con el título de Hijas de María Auxiliadora, cuya casa principal está en el pueblo de Mornese, diócesis de Acqui; Nos, aunque 
no poseemos ninguna noticia cierta sobre estas mujeres religiosas, cuya institución data del año 1872, sin embargo, confiados en la 
singular prudencia que distingue al Exmo. y Rvmo. Dr. don José Sciandra, Obispo de Acqui, que dio su consentimiento para la 
institución de la Congregación de estas mujeres religiosas en su diócesis, y les concedió signos en nada dudosos de su protección, damos 
también consentimiento para esto, para que se encarguen estas religiosas de dicha escuela en dicho lugar: impartimos a las mismas 
Nuestra Bendición para que instauren y perfeccionen realmente con mucho fruto su obra para gloria de Dios y salvación de las almas. 

((665)) Declaramos por las presentes letras que todavía no aprobamos dicha Congregación 
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en nuestra diócesis y que no será aprobada hasta cuando, por suficiente experimento, se haya establecido qué hacer en el Señor, que Nos 
mismo manifestaremos. 

Concedemos, sin embargo, al reverendo señor Rector de la Congregación Salesiana, que le sea lícito destinar a los sacerdotes profesos 
de su Congregación, que juzgase más idóneos en el Señor, para confesores de estas mujeres religiosas. 

En Turín, marzo de 1876. 

» LORENZO, Arzobispo Can. CAVIASSI, pro-canciller 

27 

Carta a don Bosco sobre asuntos de Mornese 

Rvmo. don Bosco: 

íAbríos cielos! Gritará V. S. al ver llegar esta mi carta. Tiene toda la razón y me doy perfecta cuenta de faltar tantas veces al respeto 
que se merece; pero in primis et ante omnia tiene V. S. que saber que, si no le escribo, es porque temo molestarle; en segundo lugar, 
porque V. S. está tan atareado que, después de todo, escribiéndole le molestaría ciertamente. Pero no crea V. S. que yo haya puesto a don 
Bosco en el olvido, pues lo recuerdo día y noche y hasta cuando duermo. Bien lo sabe aquí don Santiago Costamagna, que me tiene 
siempre presente como la escoba. 

Terminado el exordio, entro en materia. 

Ha de saber, pues, que aquí se propala a los cuatro vientos que V. S. cede al Obispo de Acqui el local, donde están las monjas, y yo 
grito: íBien hecho! Esta gente no merece las gracias de don Bosco, porque se hace indigna de ellas con su comportamiento. Se dice que 
hace unos días le enviaron un memorial, para que no les haga este agravio, pero tenga presente, don Bosco, que, salvo pocas 
excepciones, aquel escrito está firmado por personas capaces de traicionarle en la primera ocasión. 

Se publica también que V. S. tendría la intención de llevar la familia a Gavi; y yo grito: íBien hecho! Ante todo, la población de Gavi, 
ya sea por educación, ya sea por sinceridad como por corazón, toma la delantera a Mornese; es más, en esto nos dan ciento y raya. Nada 
más oír esta su determinación, se despertó allá un vivo entusiasmo y muchísimas personas están dispuestas a ayudarle en la construcción 
de la casa. 

Como consejero que soy del Ayuntamiento de Gavi puedo prometerle (sic) las escuelas municipales de Gavi y, para un tiempo no muy 
lejano, la dirección del asilo infantil. 

((666)) Debo decirle también que se proyecta (sic) hacer un tramo de ferrocarril de Gavi a Arquata, y ya fue nombrado el ingeniero 
para hacer el estudio del plan. 

Añado por último que he encontrado ya el lugar edificable como a un tiro de piedra de la ciudad. Para detalles diríjase a don Santiago 
Costamagna. Como me falta tiempo, debo concluir. Ruegue por mí y créame 

Mornese, 3 de julio de 1876. 

Su atto. y s. s.
Not. TRAVERSO


Rece una Avemaría a la Virgen para que me cure, pues no estoy bien, no. 

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Otras dos cartas de don Rafael Yeregui a don Juan Cagliero 

Rvdo. P. Juan Cagliero, Buenos Aires, 

Mi amigo: 

Esperando poder darle buenas noticias respecto a los pasajes no le he escrito antes; pero hoy que tengo su estimada debo contestarle. 

Recién a principios de la última semana supe por el Sr. Fynn que no era posible arreglar el asunto de los pasajes ni con la Compañía 
Francesa, ni con la de Lavarello. En vista de esto he practicado nuevas instancias con el señor Gobernador quien me ha prometido 
arreglar el asunto o contribuir con una cantidad para los pasajes. Acaso hoy obtenga la contestación definitiva. 

Como V. R. comprende no es de despreciar la cooperación del Gobierno en este asunto, principalmente en las actuales críticas 
circunstancias. 

Aunque algo he hecho respecto a preparar los elementos necesarios para la instalación del Colegio, sin embargo creo conveniente 
arreglar ante todo el asunto de los pasajes. 

Estas contradicciones lejos de desanimarme me animan, pues comprendo, como he dicho antes, que ésta es Obra de Dios y por 
consiguiente, bueno es que vaya sellada con el sello de las contrariedades. 

Creo que el viaje del señor Buxarco será en todo este mes, pero me ha dicho que ignora el día, pues que, terminados algunos asuntos 
que le detienen, aprovechará la partida del primer vapor para irse. Puede mandarme las cartas de que me habla, pues es bueno que las 
tenga. Si hoy sé algo definitivo sobre los pasajes, se lo comunicaré inmediatamente. Me encomiendo a sus oraciones 

Montevideo, octubre 2, 1876. 

RAFAEL YEREGUI 

((667)) Rvdo. P. Juan Cagliero, Buenos Aires 

Mi amigo: 

Oportunamente recibí su estimada, fecha 6 del corriente. 

En contestación le diré que con esta fecha escribo al P. Bosco enviándole la orden del agente de los vapores del Pacífico en 
Montevideo al agente de Burdeos, para que dé diez pasajes de primera en uno de los vapores que parten de allí para ésta. 

Basta, pues, que el P. Bosco se ponga en comunicación con dicho agente a fin de saber el día que han de partir los PP. de Burdeos. Los 
pasajes están dados a la orden del P. Bosco. 

Juntamente le mando una letra de 1.530 francos para los gastos de viaje de Turín a Burdeos. No mando más porque no puedo. Para 
enviar esa cantidad he rascado el fondo. 

Ahora nos ocupamos con don Felix Buxarco, don Juan Jackson y el señor Ingonville de arreglar lo necesario para la instalación. No le 

prometo grandes cosas, pero hemos de hacer lo posible porque la máquina marche, que es nuestra misión. 

Yo le avisaré el momento de enviarnos el hermano carpintero y el otro auxiliar. 

Nuestro Gobernador el señor Latorre es el que con la mejor buena voluntad me arregló el asunto pasajes. 

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No olvide de ir arreglando definitivamente el programa que ha de imprimirse: Procure hacer todo lo posible por visitarnos pronto para 
ver lo que ha de hacerse en Colón. 

No descuide de mandar las cartas que debe llevar el señor Buxarco. 

Terminaré haciéndole una pregunta suelta: »Con qué cantidad mensual y por cuánto tiempo debería contarse para sostener y dar vida a 
una Escuela de Artes y Oficios? 

Nada tengo hecho a ese respecto, pero deseo tener algunos datos. 

Contra mi costumbre he sido demasiado extenso en esta carta. Encomiéndeme en sus oraciones y mande a s. s. y a. 

Montevideo, octubre 10, 1876. 

RAFAEL YEREGUI 

29
Carta del Arzobispo de Buenos Aires a don Bosco


Señor don Juan Bosco, Superior General de los Padres Salesianos, Rvdmo. Padre General, 

Tuve el gusto de recibir la carta de V. Re.ma de fecha 27 de abril y quedo muy grato por el interés que V. Re.ma muestra por mi 
persona y por el bien de esta Arquidiócesis. 

((668)) Me he alegrado mucho al saber la distinción con que el Santo Padre ha honrado al señor don Juan F. Benítez que tanto ha 
hecho y hace por el Colegio de San Nicolás y también por el título de Camarero Secreto conferido al señor Ceccarelli. 

No puedo menos de encarecer el celo que V. Re.ma muestra por la conversión de los infieles de la Patagonia. La escasez de los 
recursos con que contamos, tanto más ahora que el Gobierno no nos pasa los fondos que antes acostumbraba, unido a la gran distancia 
que hay de aquellas regiones a esta Capital hace que no podamos ocuparnos de esas Misiones. Sin embargo en el verano pienso hacer la 
vista del Curato de Patagones, situado al Norte de la Patagonia y pienso llevar, para que me ayuden en la Misión, al P. Superior don Juan 
Cagliero y a algún otro de los Padres. Una vez allí veremos lo que se puede hacer. 

Cada vez estoy más satisfecho de sus Padres. Puede decirse que la iglesia que tienen en esta ciudad es una Misión diaria que nunca 
acaba; tantas son las personas que concurren y la frecuencia de sacramentos en grandes y chicos, muchos de los cuales son de Primera 
Comunión. 

Doy las gracias a Vtra. Re.ma por las noticias que me da del Santo Padre de cuya importante salud nos felicitamos. 

Quiera V. Re.ma recomendar en sus santos Sacrificios y oraciones a mí y a esta Arquidiócesis y ordene. 

Buenos Aires, julio 1.° de 1876. 

» FEDERICO, Arzobispo de Buenos Aires. 

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Carta del señor Benítez a don Bosco 

íViva Jesús!
Señor don Juan Bautista Bosco, Presbítero, Fundador y Presidente de la Congregación del Oratorio de S. Francisco de Sales.
Muy respetable y amado amigo mío en Nuestro Señor Jesucristo,
El anuncio que V. S. me hacía desde Roma en 22 de abril, fue confirmado por su estimada de 1.° de julio datada en Turín; acompañada


del Breve apostólico de N. Santísimo Padre el Papa Pío IX tan honorífico, tan benévolo y obligante. Estas preciosas letras fueron 
recibidas y leídas el día de la Asunción en el Colegio Salesiano de esta ciudad. 

He sentido confusión al verme ensalzado más allá de lo que merezco: ((669)) pero no puedo menos de agradecer con toda mi alma a 
Nuestro Gran Pontífice esta singular muestra de su paternal bondad; que reanima mis esfuerzos, hasta concebir esperanzas que la 
situación de este País no autoriza. Digo esto por los proyectos de establecer casas para educación de niños. 

Contamos con la adorable providencia de Dios que hace llover para los justos y los pecadores, y que con débiles instrumentos ejecuta 
grandes cosas. 

Así vemos adelantar admirablemente las obras del colegio, aunque los medios son limitados. 

Nuestro Señor conserve a V. S. para la prosperidad del instituto y bien de la Iglesia, mientras tengo el placer de saludarle con cariñoso 
aprecio. S. s. s. 

Colegio Salesiano en San Nicolás de los Arroyos, septiembre 3 de 1876. 

JOSE FRANCISCO BENITEZ 

31
Aniversario perpetuo en favor de Manuel Callori


Por el difunto Manuel, hijo segundo del Conde Federico Callori Provana Balliani de Vignale. 

La condesa Carlota Callori Sambuy, con el consentimiento y concurso de su piadoso consorte, Ilmo. señor conde Callori Provana 
Balliani, con el vivo deseo de conservar un alto y religioso recuerdo de su llorado hijo Manuel, arrebatado por una muerte precoz al 
afecto de sus padres a la edad de apenas veinticuatro años, ha deliberado fundar una memoria religiosa de aniversario a celebrar cada año 
en la iglesia dedicada a María Auxiliadora de esta ciudad, en el día de su fallecimiento y en sufragio del alma del hijo amado, si por 
acaso tuviese todavía necesidad de ello antes de ser recibido en los eternos goces del Cielo. 

Para este fin concierta con el sacerdote Juan Bosco, Director de esta iglesia, que: 

1.° Este funeral o servicio religioso debe celebrarse cada año el día 11 de junio, día en que, después de recibir los últimos consuelos de 
nuestra santa y católica religión, 

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expiraba plácidamente en el beso del Señor. Si el rito de la Iglesia no lo permitiese, se celebraría en el primer día siguiente no impedido. 

2.° Habrá una misa cantada solemne con diácono, subdiácono y clérigos; los alumnos del Oratorio de San Francisco de Sales 
comulgarán, rezarán el Rosario y otras oraciones que suelen hacer en semejantes funciones sagradas. 

((670)) 3.° Aquel día se celebrarán también doce misas rezadas en sufragio del alma del difunto. 

4.° Para los gastos necesarios para el funeral, misa solemne y celebración de las misas, comuniones, oraciones, la Condesa nombrada 
ofrece una renta anual de ciento cincuenta liras, que deben servir perpetuamente a este fin. 

El sacerdote Juan Bosco, en su calidad de Superior de la Congregación de San Francisco de Sales y director de la iglesia, acepta esta 
propuesta y se obliga por sí y por sus herederos sucesores en la Congregación, a cumplir este servicio religioso en el día y de la manera 
dicha, y mandará fijar en la sacristía de la iglesia una tabla expresa que recuerde la perpetua obligación contraída en favor del difunto 
Manuel Callori. 

Dado en Turín, 16 de junio de 1876. 

32 

Diligencias del teólogo Belasio 

a) Carta del Teólogo Belasio a Monseñor Gastaldi 

W. J. y M. SS. Inmaculada 
Excelencia: 

Su exaltación (al arzobispado) establece una gran distancia entre V. E. Rvma. y el antiguo amigo del alma. Pero la imaginación devora 
el tiempo y el corazón salva la distancia, cuando le impulsa el afecto hacia una persona a la que tanto ama. 

Me encontré en contacto con dos Personajes, que quizá son los que más aprecio en el mundo y V. E., aun cuando me quisiese reñir, 
tiene que hacerme la caridad de tolerar mis confidencias. Perdone, pues, al leer lo que he hecho y lo que deseo se haga. 

Después de la conversación que tuve el honor de mantener con V. E. Rvma., a propósito de las relaciones con don Bosco, me di prisa 
para ir a San Martino, donde pude con libertad conferenciar con él mismo. El se mostró ansioso de saber o al menos, como decía, de 
tener alguna idea sobre las razones de V. E. para quejarse de su proceder. Pues bien; con mi sinceridad tuve que hacerle comprender que 

V. E. creía no ver suficientemente respetada su Autoridad, y que no debía comparecer como ejecutor de la voluntad de don Bosco; que a 
la postre no tenía por qué ser su Vicario quien estaba puesto por el Señor para regir su Iglesia. 
Al oír mi exposición don Bosco se mostró muy afligido: «»Es posible -son sus mismas palabras-que surjan tales dudas entre ((671)) 
personas, que sólo quieren la gloria de Dios? No, no, yo nunca haré por la Diócesis de Turín y por mi Arzobispo nada que pueda causar 
molestia o tropiezo y mucho menos disgusto a mi Arzobispo. Sólo os ruego que observéis que, siendo yo el Superior de una 
Congregación definitivamente aprobada y que toma cada día mayor desarrollo, debo también trabajar por 

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consolidarla y mantener la autonomía indispensable para existir como todas las Congregaciones religiosas. íAh, mi querido Belasio -me 
decía con acento de viva emoción-si se pudiese, y si vos podéis de alguna manera alcanzarme el estar de perfecto acuerdo, como lo estoy 
con los otros Obispos, con mi Arzobispo, que sabe cuánto le quiero..., bendeciría al Señor por siempre!». 

Le dije también que V. E. veía con buenos ojos el plan de rodearse de un selecto grupo de cooperadores formando esa especie de orden 
tercera; y él me contestó: «Pues bien, así como el Santo Pontífice está a la cabeza de ella, si también el Arzobispo quisiera ser el primero 
con el Papa, se formaría un acuerdo perfecto y así tendrían finalmente que entenderse en todo, sin otras personas por medio». 

En efecto, yo creo imposible que dos personas de tan excelsos méritos, no se encuentren plenamente de acuerdo en cualquier 
divergencia, si se hablan de corazón a corazón. 

Perdone, perdone mi libertad. Ríñame, repréndame por mi osadía, pero dígnese escuchar a quien quiere ser para V. E. y pide por favor 
poderse profesar con la máxima veneración, besando su Veneradísima Mano. 

De V. E. Rvma. 

Satirana Lomellina, a 5 de julio de 1876. 

Su atto. y s. s.
ANTONIO BELASIO, Teólogo


b) Carta del mismo a don Bosco 

Veneradísimo don Bosco: 

Le envío la carta del Arzobispo. Dudé si debía enviársela; es más; se la envío a disgusto. Esperaba una carta más benigna... Suplico 
con lágrimas en los ojos haga lo que pueda ante el Señor para amansarlo. La carta que le envío es mía, y por consiguiente exijo 
absolutamente que la queme; no quisiera haberla leído yo mismo. 

Puesto que me nombra a san Carlos, quiero recordarle que el gran Santo dio prueba de heroica virtud al tolerar con paciencia las 
acusaciones de un sacerdote de mucha consideración. 

Beso su mano y ruégole considere como un gran mérito en mí hacia V. S. el haberle enviado esta carta. 

((672)) Obténgame de María Auxiliadora la colocación de un empleo para un sobrino mío, ya es inminente y es una de las gracias que 
le he recomendado me obtenga. 

De V. S. Carísima 

Sartirana, a 10 de julio. 

Suyo afmo.
BELASIO MARIA, Teol.


c) Carta de monseñor Gastaldi al teólogo Belasio 

Queridísimo señor Teólogo: 

Agradezco a V. S. su última carta en la que pone de relieve su buen corazón, el vivo deseo de concordia que lo alienta y el espíritu de 
celoso misionero apostólico que vive en V. S. 

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Medio eficacísimo para lograr el intento de su carta es que rece y haga rezar mucho, para que el Espíritu Santo difunda sus dones, 
ponga luz en el entendimiento y santos afectos en el corazón de todos los ministros de la Iglesia; y éstos, purificados y enardecidos por 
este santo espíritu, no busquen de veras más que la gloria de Dios y la salvación de las almas; pues entonces y sólo entonces, dando de 
lado a todo espíritu de amor propio y de interés material, se buscará sólo el bien y se buscará de la manera que se debe y está ordenado; 
mientras que, por desgracia, hay muchos hoy día, es verdad, celosos del bien, pero quieren obrarlo de modo distinto al que mandó 
nuestro divino Redentor y obrando así, producen, es cierto, y promueven mucho bien por una parte, con lo cual aparecen como nuevos 
Franciscos, Ignacios, Vicentes; mas, por otra parte, excitando disensiones y promoviendo partidos con malentendidas aulonomías, hacen 
también mucho mal. 

Pasando a don Bosco, estoy íntimamente persuadido de que si éste, en tiempos de san Carlos en la diócesis de Milán, hubiese tenido 
con aquel Santo Arzobispo la misma conducta que tuvo en Turín, lejos de tener toda la aprobación, que ése pretendería del Arzobispo de 
Turín, más de una vez hubiera recibido graves protestas y una seria y firme oposición. 

Si él es un hombre de humildad como debe ser, y siente hacia el Arzobispo de Turín la reverencia que le debe, empiece por dar prueba 
de ello pidiendo perdón de palabra o por escrito por la carta desconsiderada que ese mismo don Bosco escribió a dicho Arzobispo en 
marzo (si no me equivoco el 27) de 1875. Esta carta fue enviada a la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares; y éstos encontraron 
en ella palabras que no se debían escribir, pero que se escribieron a dicho Arzobispo, manifestando su pesar por tal carta y la esperanza 
de que no se repetirían más semejantes cosas. Por consiguiente la falta de don Bosco es cierta 1. 

((673)) Reconozca, pues, don Bosco in primis su falta, ponga remedio a ella y dé la única prueba sólida de santidad, que es la de la 
humildad. Pero, repito, hay que rezar, se necesitan gracias abundantes para descubrir las artes de Satanás, que transformat se in angelum 
lucis. 

Me encomiendo, pues, a las oraciones de V. S. mientras de todo corazón le saludo y con el máximo aprecio soy 

De V. S. Ilma. y muy reverenda 

Turín, 8 de julio de 1876. 

Afmo. en Jesucristo
» LORENZO, Arz. de Turín


1 No conocemos la carta a que se refiere. El «pesar» y la «esperanza» de Roma muy bien podían referirse, no al contenido de la carta, 
sino al motivo que había obligado a escribirla, motivo que era de esperar no se debía repetir. En efecto, recuérdese que el Siervo de Dios 
se enteró en Roma de cartas enviadas allá como documentos de acusación, que habían obtenido el efecto contrario. 
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33
a) Recuerdos para las vacaciones


1.ª PAGINA 
RECUERDOS PARA UN JOVENCITO QUE DESEA PASAR BIEN LAS VACACIONES. 

2.ª PAGINA 
EN TODA OCASION: Huye de los libros malos, de los malos compañeros, de las malas conversaciones. 
El ocio es el mayor enemigo que debes combatir. 
Sin el temor de Dios la ciencia viene a ser necedad. 
CON LA MAYOR FRECUENCIA: Acércate a los Santísimos Sacramentos de la confesión y comunión. San Felipe Neri aconsejaba 

recibirlos cada ocho días. 
CADA DOMINGO: Escucha la palabra de Dios y asiste a las funciones sagradas. 
CADA DIA: Oye y, si puedes, ayuda la santa misa y haz un rato de lectura espiritual. 
MAÑANA Y TARDE: Reza devotamente tus oraciones. 
CADA MAÑANA: Haz una breve meditación sobre alguna verdad de fe. 

3.ª PAGINA 
Multi illorum qui fuerant curiosa sectati, attulerunt libros et combusserunt coram omnibus (Hch. XIX-19). (Bastantes de los que habían 

practicado la magia, traían sus libros y los quemaban en público). 
((674)) Cum bonis bonus eris, cum perverso perverteris (Sal. XVII-27) (Limpio con el limpio, y sagaz con el perverso astuto). 
Corrumpunt bonos mores colloquia prava (1 Co. XV-33) (Las conversaciones malas estregan las buenas costumbres). 
Fili, conserva tempus, et tempus conservabit te (Ecli. IV-23) (Espera tu tiempo y guárdate del mal). 
Omnem malitiam docuit otiositas (Ecli XXXIII-29) (La ociosidad enseña muchas maldades). 
Initium sapientiae timor Domini (Sal. CX-10) (El principio de la sabiduría es temer a Dios). 
Initium omnis peccati superbia scribitur (Ecli. X-15) (El pecado es el principio de la soberbia) 
Vani sunt omnes homines, quibus non subest scientia Dei (Sb. XIII-1) (Vanos son todos los hombres, que carecen del conocimiento de 

Dios). 
Qui manducat meam carnem et bibit meum sanguinem, habet vitam aeternam (Jn. VI-54) (El que come mi carne y bebe mi sangre tiene 

la vida eterna). 
Beati, qui audiunt verbum Dei et custodiunt illud (Lc. XI-28) (Dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan). 
Absque Missae sacrificio tamquam Sodoma et Ghomorra fuissemus a Deo exterminati (Rodríguez) (Sin el sacrificio de la misa, 

hubiésemos sido exterminados por Dios como Sodoma y Gomorra). 

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VOLUMEN XII Página: 568 

Ita libenter devotos et simplices libros legere debemus, sicut altos et profundos 

Fin de Página 568 


VOLUMEN XII Página: 569 

(Kemp. de Imit. Christi) (Debemos leer con gusto los libros sencillos y devotos, como si fueran altos y profundos). 

Deus, Deus meus, ad te de luce vigilo (Sal. LXII-2), (Dios, tú eres mi Dios, a ti te busco solícito). 

Vespertina oratio ascendat ad te, Domine, et descendat super nos misericordia tua (Eccl. in suis precibus) (Suba a Ti, Señor, la oración 

de la tarde y descienda sobre nosotros tu misericordia). 

Desolatione desolata est omnis terra, quia nullus est qui recogitet corde (Jr. c. XII-11) (Toda la tierra es desolación, por no haber quien 
recapacite en su corazón). 

In meditatione mea exardescet ignis (Sal. XXXVIII-4) (Se encendía el fuego en mi meditación). 

4.ª PAGINA 

N. B. Todos los alumnos, al volver de vacaciones deberán presentar al Director de estudios el certificado de buena conducta extendido 
por su propio Párroco. 
b) Carta para el párroco 

Ilmo. y Rvmo. Señor: 

Recomendamos respetuosamente este nuestro alumno a la benevolencia de V. S: Rvma., rogándole humildemente le asista durante 

estas vacaciones, y a su regreso a nuestra Casa, le entregue un certificado donde se declare: 

1.° Si durante el tiempo que pasó en su pueblo, se acercó a los santísimos sacramentos de la confesión y comunión; 

2.° Si asistió a las funciones parroquiales y si se prestó para ayudar la santa misa; 

3.° Si no ha alternado con malos compañeros y no ha dado motivos de queja por su conducta moral. 

Esperando recibir buenas noticias del alumno, le doy las gracias de todo corazón, profesándome con particular aprecio y 

agradecimiento. 
De V. S. Rvma. 

Sus. s.
JUAN BOSCO, Pbro.


((675)) 

34 

Para repartir los racimos de la parra de don Bosco 

Don Miguel Rúa lleve nota de los Cooperadores: 

Fin de Página 569 


VOLUMEN XII Página: 569 

Barón Carlos Bianco de Barbania, que come a la 1 de la tarde.
Cab. Com. Javier Collegno y familia, hacia las 6 de la tarde.
Condesa Daría Collegno.
Mad. Giusiana.
Mad. Martinengo-Rda. Durando.
Mad. Gilardi y familia.


Fin de Página 569 


VOLUMEN XII Página: 570 

Párroco y vicario de Santa Bárbara, comen a las 12 del mediodía. 

Miguel Scanagatti. 

Can. Luis Nasi. 

Rvdo. Corsi. 

Rvdo. Ghiotti. 

Rvdo. Casalegno. 

Can. Bosio Aleramo. 

Condesa Bosco Cantono. Comen a las 5 1/2 

Cab. José Arnaldi y esposa, 12 del mediodía. 

Sr. Guglielminetti. 

Cab. Marcos Gonella. 

Su esposa Gonella (tal vez Rosa) Maineri, a las 5 1/2. 

Barón Com. Gaudencio Claretta y familia, a las 6, etc., etc. 

Condesa viuda Delfina Viancino, pero no la que está aquí cerca. 

35 

Ampliación de facultades
(en latín, el original)


PIO PP. IX 

Querido hijo, te saludo y concedo la bendición apostólica. -Te cuidaste de exponernos principalmente para bien espiritual y comodidad 
de los enfermos, que, el privilegio que otorgamos a la casa principal de la Congregación Salesiana en Turín, de tener oratorio privado 
con la facultad de celebrar misa en él, y de administrar la sagrada eucaristía, quisiéramos extenderlo por indulgencia apostólica a todas 
las casas de la misma Congregación. 

Nos, con el ánimo de condescender a todos y cada uno de tus deseos, que estas Nuestras Letras favorezcan, queriendo proseguir con 
peculiar benevolencia, y absolveros por gracia de toda excomunión y entredicho, y demás sentencias eclesiásticas, censuras y otras 
penas, por ((676)) cualquier causa dadas, si tal vez incurrieran en ellas, y dejándoos libres, por Nuestra Autoridad Apostólica, al tenor de 
las presentes, concedemos para siempre, que en todas y cada una de las Casas de la Congregación Salesiana, existentes por doquiera, se 
erija un Oratorio privado en lugar decente, libre de todo empleo doméstico, ornamentado de acuerdo con la dignidad, y aparejado con los 
sagrados ornamentos del caso, se celebre en él lícita y libremente la Santa Misa por los presbíteros socios de la misma Congregación, o 
por otros sacerdotes legalmente aprobados que convivan con los socios Salesianos, para cumplimiento del precepto eclesiástico, lo 
mismo de los religiosos Salesianos que de otros por cualquier razón agregados a las mismas piadosas casas, y también a los enfermos 
que allí hubiere, cada día, o en las fiestas más solemnes del año, mientras no haya ningún detrimento para el pueblo cristiano por esta 
concesión, en cuanto al cumplimiento del precepto de oír misa en los días de fiesta, que está mandado por los sagrados ritos, y dentro del 
mismo sacrificio se administre la Santísima Eucaristía a los más arriba dichos, cumplidas todas las normas, con permiso del Superior de 
cada una de dichas Casas. Decretamos que estas Nuestras Letras son válidas, firmes y eficaces, y que producen todos sus efectos plena e 
íntegramente y que deben ser apoyadas en todo y por todo 

Fin de Página 570 


VOLUMEN XII Página: 571 

y también debe juzgarse y definirse así en los anuncios de cualesquiera Jueces Ordinarios y Delegados y Auditores de Causas del Palacio 
Apostólico, y que resultaría írrito y vano, si de otro modo sucediere sobre esto por cualquier otra Autoridad, ya obrare con conocimiento 

o con ignorancia. Sin que obste nada en contrario. 
Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el Anillo del Pescador, el día 12 de septiembre de 1876, año trigésimo primero de Nuestro 
Pontificado. 

Card. F. ASQUINIO 

Facultad para iglesias y oratorios
(en latín, en el original)


PIO PP. IX 

Querido hijo, te saludo y conceo la Bendición Apostólica. -Te cuidaste de exponernos tu deseo de que, en cada una de las iglesias 
pertenecientes a la Congregación Salesiana, pueda celebrarse la misa por los presbíteros socios de la misma Congregación, y administrar 
la Santísima Eucaristía y también predicar y enseñar la catequesis cristiana a los muchachos, por lo que nos pides la venia apostólica. 
Nosotros, pues, accedemos a tus deseos y queriendo seguir con peculiar benevolencia a dicha Congregación, a ti y a todos aquellos a 
quienes favorezcan estas Nuestras Letras ((677)) absolvemos por gracia de ellas de cualquier excomunión y entredicho, y demás 
sentencias eclesiásticas, censuras y otras penas por cualquier causa dadas, si tal vez incurrieran en ellas, y dejándoos libre por Nuestra 
Autoridad Apostólica, a tenor de las presentes, concedemos para siempre, que en cada una de las iglesias y oratorios públicos 
pertenecientes legítimamente a la Congregación Salesiana, doquiera existan, los socios de dicha Congregación, legítimamente 
aprobados, y cumplidas las normas de la disciplina eclesiástica, celebren el sacrosanto sacrificio de la misa y administren la santa 
eucaristía a los fieles, prediquen la palabra de Dios, y enseñen la doctrina cristiana a los adolescentes, siempre y cuando gocen del 
permiso lícito y válido de sus Superiores. Además, por Nuestra Apostólica Autoridad, y en fuerza de estas Letras, concedemos 
perpetuamente que, en cada una de las iglesias y oratorios de la Congregación Salesiana, mientras estén adornados dignamente y dotados 
de los ornamentos necesarios, cumplidas las ordenanzas, y sin ningún detrimento de los derechos parroquiales, conservar el Augusto 
Sacramento de la Eucaristía y presentarlo solemnemente a la adoración de los fieles, y poder libre y lícitamente bendecir con él a los 
fieles, guardando lo prescrito por los ritos. 

Ordenamos, pues, que ante el sagrario, donde se guarda de ordinario el 
Augusto Sacramento, luzca constantemente una lámpara día y noche, y que la llave del tabernáculo permanezca siempre fiel y 
diligentemente guardada en poder del guardián de la iglesia. Decretamos que estas Nuestras Letras sean firmes, válidas y eficaces y que 
produzcan y obtengan todos su efectos plena e íntegramente, y que deben ser apoyadas plenamente en todo y por todo, y también deben 
juzgarse y definirse así en los anuncios de cualesquiera Jueces Ordinarios y Delegados y Auditores de causas del Palacio Apostólico, y 
que resultaría írrito y vano, si de otro modo sucediere sobre esto, por cualquier otra autoridad, ya obrase con conocimiento o con 
ignorancia. 
571 

Fin de Página 571 


VOLUMEN XII Página: 572 

Sin que obste nada en contrario. 

Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el Anillo del Pescador el día 12 de septiembre de 1876, año trigésimo primero de Nuestro 
Pontificado. 

Card. F. ASQUINIO 

37 

Delegados para la revisión de libros 

a) Para las «LECTURAS CATOLICAS» 

LORENZO GASTALDI
ARZOBISPO DE TURIN


Delegamos al muy Rvdo. señor canónigo Giustetti para revisar las obras a publicar en las Lecturas Católicas, que se imprimen en la 
Tipografía del Oratorio de San Francisco de Sales en Turín ((678)) a condición de que el Visto sólo se pondrá por Nos o por Nuestro 
Vicario General. 

Queremos que esta facultad extraordinaria dure hasta el 1.° de enero de 1877. 

Turín, 27 de junio de 1876. 

» LORENZO, Arzobispo T. CHIUSO 

b) Para la «BIBLIOTECA DE LA JUVENTUD ITALIANA» 

LORENZO GASTALDI
ARZOBISPO DE TURIN


Por la presente se delega al señor canónigo Pedro Peiretti, Doctor Colegiado, para revisar las obras que deberán formar parte de la 
Biblioteca de los Clásicos Italianos, que serán presentados por la Tipografía del Oratorio de San Francisco de Sales, con que, empero, el 
Visto sea puesto en las obras por Nos o por Nuestro Vicario, tras el voto de dicho Revisor. 

Turín, 28 de junio de 1876. 

» LORENZO, Arzobispo. 

T. CHIUSO 
38 

Facultad para la lectura de libros prohibidos 

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Beatísimo Padre: 

El sacerdote Juan Bosco humildemente postrado a los Pies de V. S., para el bien de la Congregación Salesiana y de los socios de la 
misma suplica que: 

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VOLUMEN XII Página: 573 

El Superior General, atendida la triste condición de los tiempos, cuando a cada paso se ven las casas y las escuelas abarrotadas de 
diarios y libros perversos, y por consiguiente los alumnos en gran peligro de perversión, pueda conceder a sus Religiosos que revisen, 
examinen y lean libros y diarios prohibidos en los límites, que en cada caso se considere oportuno, para apartar los peligros del mal y 
promover la mayor gloria de Dios. 

Esta facultad fue concedida por León XII, die 11 julii 1826, pro Soc. Jesu y por comunicación a todas las Ordenes Religiosas y 
Congregaciones Eclesiásticas. Fue concedida personalmente también al Superior de los Salesianos ad vitam y también el poderla 
comunicar ad tempus. 

((679)) Viernes, 28 de abril de 1876. 

Con la autoridad que el N. Santísimo Señor Pío PP. IX nos concedió, si es verdad lo expuesto, déjense las preces al arbitrio y 
conciencia del mismo Orador con las facultades necesarias y oportunas de acuerdo con lo que arriba se pide. 

En fe de lo cual 

F. P. JERONIMO PIO SACCHERI Ord. Praed. 
S. Ind. Congr. a Secretis 
39 

Carta de monseñor Ceccarelli a don Bosco 

Reverendísimo Padre: 

Recibí agradecido la suya del 23 de abril, que me escribió desde Roma, portadora de la benevolencia de V. S. Rvma., y de la clemencia 
soberana del mejor de los Padres a mi favor. Estoy emocionado por los gestos paternales y en absoluto inmerecidos del Sumo Pontífice, 
que ha querido nombrarme Camarero Secreto y manifestarme a través de V. S. Rvma. su satisfacción por el poco bien que he hecho, 
además de asegurarme que no me olvidará. Reconozco que los honores que me vienen del Sumo y siempre amado Pontífice Pío IX se 
deben únicamente a la benevolencia de V. S. Rvma. hacia mi pobre y humilde persona. Acepto con eterna gratitud esta distinción y, aun 
cuando estoy decidido a no usar semejantes condecoraciones, sin embargo, eso no disminuye la gratitud que le profeso. 

Gratísimo me resulta el amable pensamiento, que ha tenido Su Santidad al concederme todos los privilegios de los RR. PP. Salesianos, 
puesto que necesito muchas gracias espirituales e indulgencias para salvar mi alma. Este hecho me pone bajo la obediencia de V. S. 
Rvma., que puede disponer de mí como mejor le parezca en el Señor. 

Por lo tanto, si V. S. Rvma. comprende que puedo ser más útil a nuestra Congregación en Italia, en Africa o en Asia que en América, 
como Prelado o como Sacristán, como Delegado Apostólico o como mandadero ecce ego, mitte me. Es voluntad de Dios que yo trabaje 
para la propagación de su Reino en este mundo y »cómo mejor podría hacerlo que ingeniándome con todo mi corazón por difundir la 
Congregación Salesiana, la hermosa obra de V. S. Rvma., tantas veces aprobada, bendecida, recomendada y aplaudida por el Sumo 
Pontífice? 

Fin de Página 573 


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Para lograr esto es indispensable que obedezca perfectamente al jefe. No puedo obedecer perfectamente al jefe, si no me pongo en sus 
manos como un mimbre en manos de un pastorcillo, indiferente a los lugares, condiciones, personas, climas, naciones y puestos. 

((680)) Le agradezco la buena opinión, que de mí tiene, lo cual ciertamente no me ensoberbece, puesto que, conociendo mi pequeñez y 
fragilidad me aconseja y estimula a ser mejor y a trabajar con más empeño en la viña del Señor. 

El Colegio de San Nicolás marcha perfectamente; los Padres Salesianos se portan muy bien, y son muy estimados en la ciudad y su 
nombre suena ya por toda América del Sur. 

Me tomé la libertad de escribir y actuar en la República Argentina y fuera de ella. -En la República de Chile, hay tres magníficos 
establecimientos, todos ellos bien montados y que yo quiero para los Padres Salesianos: 

1. ° El gran centro para aprendices en la Capital;
2.° La iglesia y colegio para hijos de padres acomodados en Valparaíso;
3.° El seminario menor en la diócesis de Concepción. En la República Argentina son suficientes para algunos años los cuatro centros
que tienen, añadiendo algún otro en Tucumán o en el Paraná; por lo cual es necesario pensar en Chile, la Italia de América del Sur. 
Con la ayuda de Dios, merced a sus oraciones, espero obtener los tres centros mencionados para 1877. 
Aquí todo marcha bien. Los Padres hablan bien el castellano y se han acostumbrado al aire, clima, costumbres, etc. 
Fagnano es infatigable, Tomatis intrépido, Cassinis constante, Allavena robusto, Molinari incansable, Gioia invencible, Scavini 

imperturbable en el trabajo científico, manual y religioso. 
Cuando me llegue el nombramiento de Camarero Secreto de Su Santidad escribiré al Padre Santo y le diré todo; pero como buen 

Salesiano, le enviaré la carta para que usted la lea y la envíe a Roma. 
Los diarios de aquí y de Buenos Aires han aceptado con plácemes los nombramiento hechos por S. S. en mi favor y el de Benítez. 
Encomiéndeme al Señor y mande a 
San Nicolás, 10 de junio de 1876. 

Su afmo. hijo en Jesucristo PEDRO B. CECCARELLI 

40
Una cuestión de derecho canónico


a) Carta del Teólogo Chiuso a don Francisco Dalmazzo 

Muy Rvdo. Señor: 

S. E. Rvma. el señor Arzobispo me encarga comunique a V. S. que le ha desagradado mucho que V. S., haya cometido una infracción 
en las leyes eclesiásticas, llamando, para celebrar funciones y especialmente predicar en el Colegio de Valsálice, sin haber obtenido el 
permiso del mismo Arzobispo, a un Obispo de otra Diócesis. 
Fin de Página 574 


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((681)) Aún sin considerar que no es ésta la manera de conciliarse la benevolencia del señor Arzobispo, le observo que esta falta es tal 
como para no dejarla pasar sin animadversión, sobre todo después de que este punto fue recomendado repetidas veces al Superior del 
Oratorio. Convendrá, pues, que V. S. mismo exponga a S. E. 
cómo sucedió la cosa y pida disculpa. 

Con todo aprecio me declaro, De V. S. muy Rvma. 

Turín, 15 de julio de 1876. 

Sus. s. 

T. Can. CHIUSO, Secr. 
b) Carta de Monseñor Manacorda al mismo 

Carísimo e Ilmo. señor Director: 

No se preocupe por los disgustos que me puedan causar como consecuencia de la fiesta de san Luis, de la que aún disfruto mucho al 
presente. Si N. N., que a manera de Vulcano vomita sin parar, me escribiere, contestaré enviándole a la escuela de derecho canónico. Le 
recordaré el Tridentino, a Bonifacio VIII, a Paulo V, a Clemente XI, a Inocencio XIII, a Benedicto XIV, el tratado De Sacrificio Missae, 
De Synodo Dioecesana y Bullario. Más el comentario del cardenal Di Pietra Super Constit. Urbani V, etc. 

Y baste con eso para no alargarme en citas irrebatibles, suficientes para probar que el Obispo puede levantar altares y celebrar en 
cualquier diócesis, sin que petere eius rei veniam ab Episcopo locali teneatur; así contestó la Congregación del Concilio, y así lo 
estableció Clemente XI. His enim casibus licita erit iis (Episcopis) erectio altaris ad effectum praedictae celebrationis non secus ac in 
domo propriae ordinariae habitationis. Y así lo habría hecho yo, de no haber encontrado ya levantado el altar en Valsálice. 

Por lo que a mí me toca en particular, habría podido también pontificare, sin miedo a violar derechos ajenos, pues en un congreso de 
Obispos nos hemos autorizado recíprocamente a pontificar, actuar, etc., libremente en cada una de las diócesis pertenecientes a los allí 
presentes. 

íCómo puede haberse rebajado tanto el criterio episcopal! íQué puerilidad de sentimientos! Sólo el liberalismo es capaz de llegar a 
ello. íPaciencia! 

Quede tranquilo y cobre valor, amigo mío; si me llegare alguna carta, le escribiré una lección de derecho canónico. Además para usted 
no hay peligro de suspensión en la iglesia de la Congregación, pues esto no le es consentido al Obispo, si antes no hace preceder ciertas 
formalidades prescritas, etc. 

((682)) Le saludo atentamente y de todo corazón. Junto con todos sus compañeros y jóvenes ruegue por mí y créame suyo en Jesucristo 

Fossano, a 17 de julio de 1876. 

» EMILIANO, Obispo 

P. D. Le quedaría agradecido si me enviase la carta paternal, de que me habla 1. 
1 La frase italiana fare una paternale, equivale al echar un rapapolvo en castellano (N. del T.). 

Fin de Página 575 


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Ejercicios espirituales para señores, profesores y maestros 

No pocos respetables profesores y maestros de escuela han manifestado repetidas veces el deseo de hacer unos días de ejercicios 
espirituales, mas no pudieron lograrlo por impedírselo su laborioso y continuo trabajo, que los tiene ocupados durante todo el año 
escolar. Se consideró, pues, oportuno elegir el tiempo de vacaciones para remediar esta apremiante necesidad con una tanda de ejercicios 
espirituales, expresamente destinada a ellos, en el Colegio internado de Lanzo. El espacioso edificio y su saludable clima dan motivo 
para esperar que a todos les resultará ameno este lugar. Empezarán el día 7 y terminarán el día 12 del próximo septiembre. El que 
deseare asistir y aprovechar el ferrocarril Turín-Cirié tendría alguna rebaja, y el viaje sería en el tren de las ocho y media de la mañana de 
aquel día. 

Los que deseen aceptar esta invitación tengan la bondad de comunicar nombre, apellido y domicilio por carta al abajo firmante, para 
poder tomar con tiempo las oportunas medidas. 

Turín, 1874. 

JUAN BOSCO, Pbro. 

42 

Profesiones religiosas durante el año 1876 
1
(De una nota de archivo)


a) Votos trienales 

24 de enero (Varazze). -1. Cl. Santiago Perucca. -2. Coad. Juan Riboldi. 

17 de septiembre (Lanzo). -3. Cl. Domingo Zemo. -4. Cl. Augusto Biancardi. -5. Cl. Félix Toselli. -6. Cl. Francisco Varvello. -7. Cl. 
José Ghigliotti. -8. Cl. Alberto Depaoli. -9. Eusebio Calvi. -10. Cl. Domingo Ronza. -11. Cl. Julián Osella. -12. Cl. Alberto Piotón. -13. 
Cl. Fernando Passera. -((683)) 14. Cl. Pablo Perrona. -15. Cl. Luis Orlandi. -16. Cl. César Peloso. 

27 de septiembre (Lanzo). -18. Cl. Gabriel Fiocchi. -19. Cl. Francisco Arena. -20. Cl. Juan Bautista Gerini. -21. Cl. Miguel Foglino. 
-22. Cl. Juan Bautista Paseri. -23. Cl. Andrés Torchio. -24. Cl. Serafín Fumagalli. -25. Cl. Miguel Giovannetti. -26. Cl. Luis Dellavalle. 
-27. Cl. Próspero Penna. -28. Coad. Francisco Pasquale. -29. Coad. Amílcar Rossi. -30. Coad. Antonio Corradi. -31. Coad. Arnaldo 
Pavoni. -32. Coad. Rafael Noceti. -33. Coad. José Tibaldi. -34. Coad. León Lidovani. -35. Coad. Juan Barberis. 

25 de diciembre (Turín). -36. Cl. Antonio Galletti. -37. Cl. José Beoletto. 

1 Los nombres en letra cursiva son de miembros todavía vivientes al escribir este libro (1930). 

Fin de Página 576 


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b) Votos perpetuos 

7 de enero (Varazze). -1. Cl. Jutan Bensi. 

28 de enero (Turín). -2. Cl. Miguel Vota. -3. Cl. Ernesto Oberti. 

30 de enero (Turín). -4. Cl. Moisés Veronesi. 

8 de febrero (Mornese). -5. Cl. Miguel Fassio. 

2 de septiembre (Borgo S. Martino). -6. Cl. José Pavía. 

17 de septiembre (Lanzo). -7. Cl. Juan Turco. -8. Cl. César Cagliero. -9. Cl. F. S. -10. Cl. Tomás Calliano. -11. Cl. Carlos Pane. -12. 
Cl. Luis Farina. -13. Cl. Evasio Rabagliati. -14. Cl. Lorenzo Giordano. -15. Cl. Agustín Giordano. -16. Cl. Juan Rinaldi. -17. Cl. 
Anacleto Ghione. -18. Cl. Blas Giacomuzzi. -19. Cl. Esteban Fantini. -20. Cl. Francisco Ghigliotto. -21. Cl. César Cerruti. -22. Cl. Luis 
Deppert. -23. Coad. José Dogliani. -24. Coad. Antonio Roggero. -25. Coad. Santiago Giacardi. -26. Coad. José Rossi 2.°. 

26 de septiembre (Lanzo). -27. Cl. Juan Cinzano. -28. Cl. Segundo Amerio. 

27 de septiembre (Lanzo). -29. Cl. Emilio Rizzo. -30.-Cl. Carlos Becchio. -31. Cl. Luis Torti. -32. Cl. Juan Baul. Grosso. -33. Cl. 
Francisco Roffredo. -34. Cl. Ramón Daniele. -35. Cl. Espíritu Scavini. -36. Cl. Juan Bautista Arata. -37. Cl. José Stra. -38. Coad. 
Bartolomé Mondone. -39. Coad. Luis co. -40. Coad. Luis Bologna. -41. Coad. Francisco Frascarolo. -42. Coad. José Bassino. -43. Coad. 
José Viola. -44. Coad. Domingo Palestrino. -45. Coad. -Juan Bautista Martino. -46. Coad. Félix Caprioglio (más tarde sacerdote). 

6 de octubre (Lanzo). -47. Sac. Domingo Vota. -48. Sac. Esteban María Burlot. -49. Cl. Juan Bianchi. -50. Cl. Vicente Grigio. -51. Cl. 
Esteban Trione.-52. Cl. Angel Lago. 

25 de diciembre (Turín). -53. Sac. José, Vespignani. -((684)) 54. Sac. César Cappelletti. -55. Sac. Juan Baut. Tonella. -56. Sac. 
Alejandro Porani. -57. Cl. Camilo Quirino. 

31 de diciembre (Lanzo). -58. Coad. Juan Juli. 

43 

Carta de Monseñor Fratejacci a don Bosco 

Muy querido y venerado don Bosco: 

Escribo enseguida y a toda prisa, porque me parece muy importante para usted el motivo por el que escribo, y muy urgente la 
necesidad de comunicárselo, para obtener la manifestación de su voluntad, y así tratar enseguida el asunto que voy a exponerle, o 
dejarlo. 

He aquí de qué se trata. Me encontré por casualidad con el señor Sigismondi, y me comunicó con gran satisfacción de mi parte, que el 
Padre Santo había puesto a su disposición la iglesia de Santa Bonosa en el Transtíber, muy cerca de mis huerfanitas de la casa de San 
José en la plaza Santa Rufina, y que ahora necesita adquirir un local anejo o próximo a aquella iglesia. Si no quiere otra cosa, le contesté 
francamente, hágase usted cuenta de que el local ya está al alcance, me basta la voluntad de encontrarlo enseguida y a gusto de todos. Me 
puse al punto en movimiento, y dirigiéndome al Príncipe Forti, principal propietario de las casas del Transtíber y uno de los 

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delegados de la casa de San José, presidida por mí, le manifesté con ahínco todo este asunto y le interesé para que me apoyara en mi 
intento. Sonrióse el señor Pippo al oír mis palabras, y después de una breve pausa, me dijo: 

-Usted ha sido inspirado por Dios para hablarme hoy de este asunto, porque ha de saber usted que, hace dos horas, iba a efectuarse el 
alquiler de los locales que poseo junto a Santa Bonosa, y no quise contratar con el señor Cagiati, porque yo quería alquilarlos todos, y él 
quería sólo una parte. Sepa usted que el Ayuntamiento de Roma, no habiendo podido lograrlo directamente de mí que no quiero meterme 
en contratos, arde en deseos por hacerse con todos estos amplios locales, que poseo aquí alrededor, y ahora ha prometido veinte mil liras 
de comisión a un tal señor Peretti, si consigue obtenerlos por vía indirecta. Sepa, en fin, que el Gobierno tenía pensado abrir en esta 
localidad un vasto hospital destinado especialmente a sifilíticos y ofrecía un rico arrendamiento, para librarse de los muchos millones 
que le cuesta el Hospital para sifilíticos de Terni, adonde se envían los enfermos de Roma; pero yo nunca quise saber de esos intereses, 
ni los busco. La propuesta que usted me hace de ceder dichos locales en favor de don Bosco para abrir una casa de educación para los 
hijos del pueblo, que tanto necesita esta pobladísima barriada del Transtíber, es una propuesta, repito, ((685)) inspirada por Dios, y 
conforme en todo con mis deseos, y los de mi familia. Tratándose de don Bosco yo no busco intereses, le presentaré el libro de 
administración; él verá a cuánto ascienden los alquileres, aunque pequeños, que he percibido hasta el día de hoy por estos locales, y que 
ahora podría subir a cantidad mucho mayor, y él pagará únicamente aquél, ni un céntimo más. Y si don Bosco quisiera tambiém comprar 
todos los locales, en atención a él, estoy dispuesto a todo, en vista del gran bien que de esto puede venir a esta parte de Roma tan 
relevante y, sin embargo, tan poco atendida, y por eso tan necesitada de cultura cristiana y cívica. 

Animado por esta tan buena acogida a mi propuesta, pedí al señor Pippo el favor de visitar junto con él los locales de que se trataba. 
Fijamos, pues, un momento para ello y a la mañana siguiente fuimos juntos a Santa Bonosa. Esta iglesita está pegada por un lado a una 
casa de Forti, comprendida entre los locales que se le cederían en alquiler; pero por lo demás no hay más que una calle entre la iglesita 
de Santa Bonosa y el grupo de locales de que se trata. Con un pequeño arco quedaría unida la iglesia al resto. 

Estos locales, llamados hoy así por estar destinados a almacenes comerciales, son edificios históricos, porque fueron residencia de la 
nobilísima, y en otro tiempo poderosa familia Anguillara. Constituyen una especie de castillo independiente, que tiene a la derecha a 
poca distancia la orilla del Tíber, a la izquierda la calle de la Lungaretta, al este el palacio Feroci, también propiedad del señor Forti y al 
oeste la iglesia de Santa Agueda y la casa de los padres Doctrinarios. Sobresale en el medio, y es parte de los locales la airosa torre de 
los Anguillara, fiel custodio del nombre de sus nobles señores, a la que subieron emperadores, reyes, reinas y muchos príncipes, cuando 
el buen caballero José Forti, de grata memoria, instalaba en ella el espectáculo, verdaderamente magnífico y digno de Roma, del Pesebre 

o Nacimiento, como motivo de las fiestas de Navidad. Desde la cima de esta torre se divisaban las montañas lejanas, los castillos 
romanos, una parte de Roma y el cauce tortuoso del rubio Tíber, acompañado de la escena principal hábilmente trazada del misterio del 
nacimiento de Jesús, con los pastores que lo veneran, los ángeles que bajan del cielo, la gruta de Belén, las ovejitas que lo rodean era 
algo más divino que terreno, que elevaba al Paraíso el ánimo de los visitantes. 
Observé dichos locales y vi lo que nunca habría esperado de aquel lugar de Roma, 
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que externamente no parece en modo alguno tener tanta capacidad. Piense que uno de los salones, llamados ahora almacenes, que 
encontré en la primera o segunda planta de la Torre Anguillara, tiene capacidad para contener setecientos robos 1 de trigo. 

íY además, qué altura de bóvedas, qué solidez de vigas y de construcción! Los muros son anchos como los de una fortaleza. Si no me 
equivoco hay siete de estos salones que se llaman almacenes, y aunque no todos tienen la magnitud ((686)) del que acabo de describir, 
son, sin embargo, bastante amplios y al parecer hechos expresamente para un centro educativo, puesto que ofrecen las divisiones exactas 
y cabales para las varias clases de alumnos, y para las diversas escuelas de enseñanza. 

Las diversas casas alrededor de la iglesita de Santa Bonosa, hoy tal vez demasiado pequeña para un numeroso grupo de alumnos, 
serían muy a propósito para ampliar esta misma iglesia en su día. Las tiendas ahora alquiladas en la calle principal de la Lungaretta, 
unidas con una simple abertura interior, parecen un taller hecho expresamente para dar cabida a los aprendices de las diversas artes con 
la correspondiente separación entre uno y otro oficio. En conclusión, creo, si no me equivoco, que un local tan apto para el fin que usted 
se propone, tan amplio y con las favorables condiciones con las que podría obtenerse ahora éste (dada la concesión de la iglesia de Santa 
Bonosa hecha por el Padre Santo), creo que señala el lugar preciso querido por la Providencia para fundar en Roma su santo Instituto en 
beneficio del inmenso barrio del Transtíber; no sería posible encontrarlo ni imaginarlo siquiera, máxime en las circunstancias actuales y 
con lo que cuestan ahora los alquileres. Aquí podría verse instalado un colegio con cien clérigos por lo menos, todos bien acomodados, 
sin dependencia alguna de los cientos de aprendices y estudiantes, que también quedarían perfectamente colocados en otros locales 
completamente independientes del Colegio Eclesiástico. »Y no podría establecerse aquí con tanta abundancia de local, un brillante 
depósito de su librería destinada a la venta de libros? íY una tipografía en alguno de los muchos locales disponibles! En fin, aquí tendría 
usted un castillo, ya ilustre por sus fundadores los históricos Anguillara, que, por obra de usted, vendría a ser pronto, con la ayuda de 
Dios, una de las fortalezas de la Iglesia, uno de los baluartes del próximo Vaticano y nosotros veríamos a don Bosco, que, desde lo alto 
de la re, como general de la armada, como alcaide de la fortaleza, está al frente de toda la guarnición y lucha y vence, y después del 
combate hace ondear sobre la misma torre las banderas arrancadas a los enemigos vencidos. Para completar esta relación, no omito 
advertir que, entre las construcciones que rodean la torre y forman el conjunto de esta especie de castillo a la orilla del Tíber, no hay más 
que un jardín, propiedad de un pequeño hacendado y que, con suma facilidad, podría adquirirse en su día; y disponer así de un local 
completamente aislado de la calle principal, que es la avenida del Transtíber, la Lungaretta, hasta la orilla derecha del Tíber. 

Estaba ya a punto de subir al tren y correr a toda prisa a Turín para hablarle expresamente de este asunto, porque lo creo muy 
importante para su fin y útil por todo concepto. Pero mi salud tan desmejorada, y muchas otras delicadas reflexiones, que usted mismo 
no desaprobaría, si las conociese, me disuadieron. Mas, al determinarme a escribirle la presente, quise para que usted tuviera mayor 
conocimiento de causa, que el señor Pippo Forti me copiase en una hoja tomándolo de su libro mayor el número de locales unidos de que 
se trata, el nombre, la ubicación y la actual tasa de interés para el alquiler, ((687)) a la cual se cederían en favor de usted. El alquiler 

1 Robo. Medida de capacidad para áridos equivalente a veintiocho litros y trece centilitros (N. del T.) 
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enfitéuticos del directo dominio de Santa Eufemia, pío lugar dependiente de la Santa Sede, sería facilísimo redimirlos, o sea, obtenerlos 
como regalo del Papa y sería fácil llegar a una composición con la casa Forti, enfiteuta hoy día. Incluyo en la presente esta hoja 
redactada por el señor Pippo, y cuando le plazca tener a la vista el diseño o plano de dichos locales, a una indicación suya sería hecho 
expresamente y enviado a su dirección, o tal vez el mismo señor Pippo o su hermano Camilo iría a Turín a presentarselo. 

Pero interesa sumamente que usted se digne decirme de un modo general un sí o un no, acerca de la proposición; y esto enseguida, 
dejando para después el tratar con comodidad los detalles. Puesto que el señor Forti ha suspendido los tratos para el alquiler, 
especialmente de los almacenes y graneros, que se renuevan este mes, en atención únicamente a usted, y ni usted ni yo quisiéramos que 
quedaran después vacíos sus locales, y él tuviese cesante el lucro para todo el año. Me basta el monosílabo sí o no, hasta por telégrafo. 

No he sabido ni podido hacer mas en favor del Instituto de los buenos Salesianos, que quisiera ver pronto en Roma. No he sabido 
cumplir mejor por mi parte su deseo, que mas de una vez me manifestó, y que por consiguiente también es el mío. 

Acepte mi intención, mi sincero aprecio, agradecimiento y afecto. No me niegue su rápida respuesta, y con mis saludos, los del señor 
Forti, de Inesita, extensivos al profesor Durando y a todos, creame todo suyo, 

Roma, 14 de septiembre de 1876. 

Afmo. y s. s.
JUAN BAUTISTA FRATEJACCI, Can.


44 

Para Ariccia y Albano 

a) Cartas del príncipe Chigi a don Bosco 

Apreciadísimo y Rvmo. Señor: 

Estoy continuamente apremiado por el Ayuntamiento de Ariccia, que tiene vivo deseo de llevar adelante las negociaciones para los 
maestros, de los que tuve el honor de hablarle aquí en Roma: yo no puedo dispensarme del deber que me incumbe de dirigirme a V. S. 
para tratar de combinar definitivamente lo que considero un gran bien para los muchachos de dicha población. Obtenida la aprobación 
del Delegado de Enseñanza para el cese de los actuales ((688)) maestros, el Ayuntamiento necesitaría saber los nombres y títulos, 
ademas de los diplomas oficiales, de todos los maestros que V. S. podría destinar para encargarse de la enseñanza en las escuelas 
municipales de Ariccia. El alcalde considera necesario presentar al Consejo y después al Gobierno Civil de la Provincia los nombres de 
los maestros que serían destinados, y también los títulos que poseen; y por eso insiste en conocerlos. 

Tengo que añadir, ademas, que el Ayuntamiento de momento, digo de momento, puesto que más adelante podría mejorarse la 
condición, no puede garantizar un estipendio mayor a las mil trescientas veinte liras al año para ambos maestros. A estas 

Fin de Página 580 


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mil trescientas veinte liras podrá tal vez añadirse una gratificación extraordinaria de doscientas liras; pero esta gratificación no es segura.
Total mil quinientas veinte liras.
Se daría además la vivienda y la libre actuación en la iglesia aneja.


Si usted creyese que puede disponer de dos sacerdotes, que de momento vivieran con los honorarios arriba mencionados y con la 
celebración de misas, haría una obra de gran caridad. El próximo año 1877 se estipularía con el Ayuntamiento un contrato más equitativo 
y más de acuerdo con las necesidades de los maestros, o éstos, comprobada la dificultad de permanecer en Ariccia, en las actuales 
condiciones, podrían dejar la enseñanza en ese pueblo. 

Me atrevo a rogarle tenga a bien darme su respuesta en torno a este tema, muy importante para mí y para el Ayuntamiento. 

El marqués Patrizi me aseguró el otro día que había hablado al Cardenal su tío, sobre San Juan de la Pigna, pero añadió que, aún 
cuando S. E. estuviese muy inclinado a efectuar el proyecto. todavía no se había concretado nada que mereciera ser referido a V. S., pero 
tenía buenas esperanzas, y le escribiría al propósito. 

Además el Príncipe Lancellotti me dio esperanzas de que la pequeña iglesia de Ponte Rotto en el Transtíber, edificada por Sixto IV, 
cuyo título ignoro, sería fácilmente disponible. Si le parece bien que haga más averiguaciones para ésta, lo haré de buen grado. Con los 
mayores sentimientos de profunda atención, respetuoso aprecio y alta consideración, recomendándome a sus valiosas oraciones, tengo el 
honor de declararme 

Roma, 31 de mayo de 1876. 

Su atto. y s. s.
MARIO CHIGI


Ilmo. y respetabilísimo Señor: 

Le agradezco su cortés respuesta a la mía con su apreciadísima del 4 de junio y las buenas intenciones que amablemente muestra, de 
querer cooperar a la educación cristiana en Ariccia. 

Comuniqué sus justas reflexiones y observaciones y recibí como contestación la carta que adjunto para que V. S. tome nota exacta y 
tenga después la bondad de decirme si puede acceder ((689)) a los deseos, que manifestaron, de dar a conocer los nombres de los 
maestros que podría tener disponibles. Todavía no conseguí recabar una respuesta definitiva y categórica de Lancellotti acerca de la 
conocida iglesita. 

Sólo he podido saber que no hay ninguna habitación aneja a ella. Sin embargo, existe al lado opuesto de la calle y precisamente frente 
a la puerta de la misma iglesia, una casa medio derruida, que, teniendo medios, podría tal vez comprarse, y adaptarse después al fin 
deseado. 

Siento no poder decir nada más preciso y categórico acerca del tema de las escuelas y en torno a la iglesia; pero »qué hacer? No 
depende de mí quitar las incertidumbres, dudas y dificultades existentes. 

Recomendándome a sus oraciones y rogándole acepte gustoso la expresión de los sentimientos de mi alta y respetuosa estima, respeto 
y consideración, tengo el honor de declararme 

De V.S. 

Roma, 10 de junio de 1876. 

Atto. y s. s.
MARIO CHIGI


Fin de Página 581 


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Apreciadísimo y Rvmo. Señor: 

Le agradezco infinitamente su amabilidad y los títulos de maestros contenidos en su carta. 

Han llegado oportunamente, ya que dentro de muy pocos días tendremos reunión de concejo en el Ayuntamiento, para concluir lo que 
conviene hacer respecto de los nuevos maestros. Espero que la mayoría, que tiene buenas intenciones, se mantendrá firme y no se dejará 
arrastrar por perniciosas influencias. Tan pronto como estén concluidas las negociaciones, si, como lo espero, pueden llegar a su término, 
me daré prisa para remitirle los títulos que amablemente me envió. 

Ahora me atrevo a hacerle otro ruego; tenga a bien decirme si en Piamonte y en Liguria permiten las autoridades escolásticas estatales 
a los ayuntamientos hacer contratos por tres o seis años con V. S. para tener un número fijo de maestros, con la facultad de sustituirlos 
por otros a discreción durante el tiempo del contrato. O si la ley requiere que el Ayuntamiento reconozca específicamente al maestro A. 

o X.
individuos particulares, especiales, los cuales tienen que ser reconocidos legalmente por contrato y quedar inamovibles durante el
tiempo.
Si se pudiese, el Ayuntamiento de aquí preferiría reconocer a V. S. como empresario (perdóneme el término) de maestros por seis 
años. 

Sobre la iglesita de Roma en el Ponterotto no puede concluirse nada. La casa derruida, que le mencioné, pertenece al Ayuntamiento, y 
no se puede pensar en ella. Pero en el Transtíber estaría la iglesia de Santa Bonosa, situada en el centro del barrio, que es el más 
trabajado por la secta, y habitado casi exclusivamente por gente de ínfima clase. Unida a la iglesia habría también habitación. 

((690)) Todo ello dependía de una Cofradía que ahora está disuelta; por consiguiente, la iglesia y casa aneja están bajo la inmediata 
autoridad y dependencia del Cardenal Vicario. Temo que nos encontremos en el caso de San Juan de la Pigna. Como quiera que ello sea, 
intentaré que hable con Su Eminencia su sobrino y amigo mío Patrizi, de la una y de la otra. Desearía mucho ver establecidos en Roma a 
los Sacerdotes de San Francisco de Sales. Mas... por desgracia, ciertos asuntos no marchan entre nosotros tan fácil ni tan expeditamente. 

Ruégole se acuerde de mí y de mi familia en sus oraciones y acepte la expresión de los sentimientos de profundo respeto, alta estima y 
consideración con lo que me profeso. 

De V.S. 

Ariccia, jutnto a Albano del Lazio, 24 de junio de 1876. 

Su atto. y s. s.
MARIO CHIGI


b) Carta de monseñor Latoni a don Bosco 

Muy Rvdo. Señor: 

Ya se comunicó a V. S. muy Rvda. que el Ayuntamiento de Ariccia, diócesis de Albano, eligió a unos sacerdotes de su benemérito 
Instituto para maestros de aquel ayuntamiento. A esta comunicación y aceptando en general la propuesta, observó V. S.: 

1.° Que, según la regla del Instituto, no podría enviar menos de seis socios, cuando para Ariccia bastan tres únicamente. 

Fin de Página 582 


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2.° Que el local destinado para vivienda pertenece a los PP. Doctrinarios y que, habitando allí uno de ellos en calidad de Rector de la 
iglesia aneja, le era imposible aceptar hasta que fuera resuelta esta dificultad. 

Era, pues, el caso de apelar con respeto a Su Beatitud, para que, con su suprema autoridad, se dignara, si lo juzgaba oportuno, resolver 
dichas dificultades. 

El Padre Santo, que tanto se interesa por la sana educación de la juventud, se ha dignado derogar por esta vez la mencionada regla de 
su Instituto y, por tanto, autoriza a V. S. muy Rvda. a enviar sólo tres miembros o maestros a la población de Ariccia; ha tomado, 
además, las oportunas medidas para que estos tres Salesianos estén solos habitando el Colegio de los PP. Doctrinarios; y me ha ordenado 
que dé parte de ello en su augusto nombre a V. S., para que con toda solicitud tenga a bien complacer los deseos de Ariccia y con ello los 
del señor Príncipe de Campagnano don Mario Chigi. El Padre Santo conoce el proyecto del Eminentísimo Cardenal Di Pietro, de tener a 
sus sacerdotes en Albano para acudir también a las necesidades ((691)) de la cercanísima Ariccia; pero Su Beatitud, independientemente 
de lo que pueda decidirse más adelante, ansía, es más, quiere que entre tanto se acceda a las peticiones de los de Ariccia de la manera 
indicada. 

Cumplido el encargo, con que Su Santidad se ha dignado honrarme, no me queda más que ofrecerle mis seguros servicios a la espera 
de su cortés respuesta, 

De V. S. M. Rvda. 

Roma, calle de Sediari, n.° 93, a 22 de agosto de 1876. 

Su s.s.
FRANCISCO LATONI, Obispo Auditor de Su Santidad


c) Carta del cardenal Di Pietro a don Bosco 

Ilustre y reverendo Señor: 

La señora Princesa de Campagnano me dijo que había pedido a V. S. Rvma. dos sacerdotes titulados para las escuelas elementales de 
Ariccia. Esta noticia me mueve también a mí a dirigirme hoy a V. S. para atender a una parte de la instrucción de la juventud de Albano 
del Lazio, sede de mi Episcopado. Tienen que establecerse aquí los cursos de bachillerato, a los que tendrían que asistir los alumnos de 
mi Seminario y otros; para lo cual harían falta por lo menos dos maestros titulados. Por lo cual pediría a su amabilidad enviara aquí a 
Roma una persona de su confianza para entablar con los alcaldes locales y conmigo las negociaciones preliminares para este fin. Es de 
observar que Albano y Ariccia están muy próximos entre sí, pues sólo los separa un puente, de suerte que resultaría muy práctico que los 
señores maestros de ambos lugares viviesen en un mismo local. 

Espero me conceda una respuesta sobre el particular, mientras me precio en profesarme con toda estima 

De V.S.I.R. 

Roma, 12 de agosto de 1876. 

Su atto. y s. s. 

C. DI PIETRO, Card.
Obispo de Albano.
Fin de Página 583 


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Carta de don José Daghero a don Bosco 

M. Rvdo. señor don Bosco:
Cumplo el deseo de V. S. M. Rvda. escribiéndole cuando acabo de llegar de la audiencia con el Padre Santo.
No encontramos en la estación a ningún conocido, por lo que acudimos al señor Sigismondi, el cual, después de los primeros agasajos,
nos acompañó ((692)) a la fonda para comer, pues llegamos de improviso a su casa. Don Antonio Sala se hospedó en su casa, los de 
Ariccia en casa de aquel señor anónimo que frecuenta la familia Sigismondi y nosotros dos con el Secretario del Cardenal Bilio, al que 
nos presentamos aquella misma tarde a eso del toque del Avemaría, también de improviso, pero ya esperados. 

Quedó muy contento; habló mucho de la Congregación, de las necesidades de su diócesis y de las esperanzas que ponía en nosotros. 
íQué bueno es! 

Hoy estaba muy atareado y nos llevó en su coche al Vaticano, donde nos presentó a su Decano para que nos hiciera ver algo mientras 
él acudía a una reunión. Allí habló con el cardenal Chigi sobre Ariccia. A eso de las once y media el Decano nos llevó a la antesala del 
Papa, y al mediodía Su Eminencia el cardenal Bilio salía a anunciarnos, y entregaba a Su Santidad la carta de V. S. M. Rvda. 

El Padre Santo acompañado por el cardenal Bilio y Mertel con otros Prelados pasó ante nosotros a eso de las doce y treinta y cinco 
minutos. Al entrar dijo: «íOh, he aquí a don Bosco!»; y uno a uno nos dirigió una palabra de amable aliento mientras le besábamos el 
pie. No se le pudo hablar en particular; lo hacía por nosotros nuestro protector el cardenal Bilio. Al fin dijo: 

-Os bendigo a todos, a los vuestros, a la Congregación y a vuestros alumnos en la Obra que emprendéis, con los crucifijos y medallas 
que lleváis con vosotros. 
Y pasó a otra sala bendiciendo. 
El buen Cardenal nos llevó por las salas pontificias y, en su coche, a su casa, donde nos esperaba la comida. 
A las dos parten los de Ariccia y nosotros iremos el jueves a Magliano, donde ya se anunció nuestra llegada. Después de comer el 
Cardenal mismo nos llevará a San Pabló. 
Desde Ariccia escribirá don Antonio Sala, y yo, con más calma, cuanto antes. 
Con todo aprecio y afecto 

Roma, 31 de octubre de 1876. 

Su afmo. hijo JOSE DAGHERO, Pbro. 

46
Carta del cardenal Bilio a don Bosco


Querido y Rvmo. don Bosco: 

Aprovecho la ocasión que me ofrece el regreso del novel sacerdote Faá de Bruno y contesto, aunque algo tarde, a su última muy 
apreciada y tengo el gusto de anunciarle 
584 

Fin de Página 584 


VOLUMEN XII Página: 585 

que el Padre Santo contentísimo de la nueva expedición de misioneros salesianos a Buenos Aires, ha atendido muy gustoso y sin 
dificultad su petición, entregándome, para remitírselas a usted, cinco mil liras (5.000 liras), ((693)) que ya me dirá cómo tengo que 
hacérselas llegar. La cantidad, aunque muy inferior a lo que se necesita para la expedición de veintitrés misioneros, es con todo muy 
notable, teniendo en cuenta los inmensos gastos, que al presente gravitan sobre el Padre Santo más que nunca. 

Pero a esta oferta ha querido el Padre Santo añadir una condición; la cual, al paso que demuestra el gran aprecio en que le tiene y la 
confianza que pone en usted, le resultará, según espero, aún más grata que la misma ofrenda. 

He aquí de qué se trata. Tenemos en Roma el Instituto de los Conceptinos, fundado no hace muchos años, para asistir a los enfermos 
en el gran hospital del Espíritu Santo, lo mismo que las hermanas de la Caridad asisten a las enfermas. Este Instituto, que ya posee una 
hermosa casa levantada expresamente por el Padre Santo desde sus comienzos, fue dirigido por los Capuchinos. Ahora bien, no 
pareciendo éstos muy adaptados para esta dirección y necesitando el Instituto una mejor organización, el Padre Santo ha pensado que el 
hombre cortado precisamente para esto es don Bosco. Por lo cual me ha ordenado le comunicara que le sería muy grato que usted 
asumiera cuanto antes este encargo, ya sea viniendo usted mismo unos días a Roma, ya sea enviando a algún miembro capacitado de su 
Congregación; y sonriendo añadió: «Si viene don Bosco, decidle que le pagaré los gastos del viaje». Palabras que manifiestan claramente 
el deseo de su venida en persona. Por lo que a mí toca sólo añadiré que ésta me parece una ocasión estupenda para establecer una casa de 
Salesianos en Roma. Le ruego, en fin, me dé, si puede, rápida respuesta para informar a Su Santidad. 

»Y los dos maestros para Magliano? Ya escribí el día 20 del mes que está expirando al profesor don Celestino Durando. Y no he 
sabido más, »se habrá extraviado mi carta o habrá surgido alguna dificultad para la salida de los maestros? 

Encomiéndeme a la divina Misericordia y créame en los SS. CC. de Jesús y María, 

Roma, 29 de octubre de 1876. 

Su afmo. en Jesucristo Card. LUIS BILIO, 
Obispo de Sabina 

Rvdo. don Juan Bosco 
Superior Gen. de los Salesianos 
Turín 

47 

Antigua carta de un Capuchino a don Bosco
en torno a los Conceptinos


Muy Rvdo. Padre y respetabilísimo Señor: 

Con gran placer he oído que vuestra señoría muy Rvda. ha fundado un establecimiento benéfico para educaren él a los jóvenes 
especialmente ((694)) pobres y huérfanos y preparar de este modo a la sociedad, y a nuestra santa religión individuos por todo 

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concepto útiles y cristianos. Le felicito de corazón, y le ruego al mismo tiempo tenga a bien cultivar y proporcionarme también a mí 
algunas de estas buenas plantas, para ponerlas en un jardín muy útil y necesario para toda la humanidad, del que estoy dispuesto a 
informarle, y así lo enriquezcan con óptimos frutos de santas virtudes y especial mente de caridad. 

Hace ya siete años que en este venerable archihospital surgió bajo los augustísimos auspicios del felizmente reinante sumo Pontífice 
Pío IX una nueva Congregación de hermanos Hospitalarios, llamados Conceptinos, esto es, Hijos de María Santísima Inmaculada y 
Terciarios de San Francisco de Asís. Estos ya han recibido el Breve de aprobación concedido por Su Santidad. Su hábito y capucha son 
completamente semejantes a los de los Capuchinos con la única diferencia de un alzacuello, porque no llevan barba, y del color, que es 
azul turquí; llevan además en los pies unas simples sandalias, pero cerradas por detrás. Les está totalmente vedado aspirar al sacerdocio, 
mientras que para su Padre Director pensará siempre el Rvmo. Padre General de los Capuchinos, a cuya protección están confiados, y del 
que dependen inmediatamente sus Superiores, especialmente en cuanto al espíritu y a la disciplina regular. Hacen dos años de noviciado 
y después los votos simples de pobreza, obediencia, castidad y hospitalidad hasta los doce años; y después los solemnes, si fuere del 
agrado del Sumo Pontífice. Su vida es perfectamente común; y el fin principal es servir y asistir a los pobres enfermos en cualquier 
enfermedad aun contagiosa; y prodigar a los mismos todos los servicios de caridad, aun los más humildes, repugnantes y onerosos. Los 
hermanos que, por falta de enfermos en los hospitales o por necesidad de respirar mejores aires, no prestasen su obra a los enfermos, 
están siempre obligados al trabajo, sin excluir el cultivo del campo, cuando lo tuvieren; y ejercitarse en otras artes y oficios, según la 
inclinación y habilidad de cada uno, para procurarse el necesario alimento y vestido y causar el menor gravamen posible a los hospitales 
por ellos servidos. Pero, si pudiesen vivir con su propia industria y trabajos, y además con limosnas de piadosos bienhechores, no sólo 
estarían obligados a servir sin ninguna retribución temporal, sino que además tendrían que destinar lo que les sobrara de su necesario 
sustento, para ayudar a los mismos hospitales o a otras obras de caridad. Para ser admitidos en dicho Instituto, lo mismo que en todas las 
demás órdenes regulares, se requieren los certificados de bautismo, confirmación, soltería y de buenas costumbres, sin tasa alguna 
económica; pero el joven tiene libertad para aportar la suma, que pueda y le agrade, la cual, si persevera, quedará incorporada a la 
Comunidad; y en caso contrario, le será devuelta, etc. 

Por lo que le he dicho hasta ahora, sin alargarme más y elogiar este Instituto, ve perfectamente V. S. M. Rvda. cuán agradable tiene 
que ((695)) ser a Dios y a María Santísima y cuán útil y necesario para la triste humanidad que sufre. Las mujeres han provisto 
abundantemente en sus enfermedades a las mujeres mismas. En cambio los pobres hombres sin un Instituto de este género estarían en los 
Hospitales siempre abandonados a merced de ruines mercenarios, que de ordinario no tienen más estímulo que el propio interés, 
arriesgando por este motivo muchas veces la misma vida de los pobres enfermos con daño y ruina de no pocas familias... 

Usted ha comprendido el fin de esta mi carta; por eso le repito que, si en ese establecimiento benéfico hubiese jóvenes de buena 
voluntad para dicha obra de caridad y que fuesen de complexión sana y fuerte (lo cual es necesario), o que los hubiese en el 
establecimiento del Cottolengo, de santa memoria, o en otra parte, me haría un gran regalo si me los presentara. La edad necesaria para 
dicho Instituto es de los dieciocho a los veintiocho. 
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Fin de Página 586 


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Así, pues, estoy seguro de que su gran caridad hacia Dios y los hombres, hará cuanto pueda para presentarme óptimos jóvenes. En 
espera, pues, de ver cumplidos mis deseos le ofrezco mis respetos de corazón y con el mayor aprecio tengo el honor de profesarme 

Roma, Hospital del Espíritu Santo de Sassia, a 9 de marzo de 1864. 

Su atto. v s.s.
Padre F. ANGEL M. DEL TUFO, Capuchino Director de los Hermanos
Hospitalarios Conceptinos.


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Carta de don Luis Lasagna a don Bosco 

Veneradísimo Padre: 

No me atreví a escribirle antes por no comunicarle inútilmente nuestras ansiedades y apuros, pero ahora que ya están las cosas 
arregladas, siento la necesidad de confiar a su corazón de padre lo que nos ocurrió de Génova a Burdeos, para recibir los consejos y 
consuelos, que estamos acostumbrados desde hace tantos años a recibir de sus labios. Cuando nosotros diez recibimos su bendición en la 
sala de espera de la estación de Sampierdarena, nos pareció que crecía y se reforzaba nuestro valor; pero, cuando el tren nos separó de su 
lado, amadísimo Padre, y nos llevaba lejos, muy lejos de usted, tal vez para siempre, entonces nos quedamos tristes y en silencio durante 
varias horas, alguno llorando como desahogo del dolor, no por la partida deseada y deliberada de mucho tiempo atrás, sino por tenernos 
que separar de quien durante tantos años había sido nuestro padre amoroso, y al que quizá no volveríamos a ver más en esta tierra. 

Hicimos una breve parada en el Colegio de Alassio, donde algunos de nosotros ((696)) teníamos amigos, alumnos y superiores. Pero, 
cuando mis alumnos, con todos los demás del Colegio, reunidos en una sala empezaron a cantar himnos y a recitar diversos trozos 
literarios, entonces »quién podría describir la conmoción que se apoderó de los corazones allí presentes? 

En Niza nos encontramos con los hermanos que nos habían adelantado con el cónsul comendador Gazzolo. Entonces advertí un error, 
cuyas consecuencias intenté inútilmente impedir; pues aquí me di cuenta, por los documentos que me entregaron, de que el barco no 
salía el día 20, como nos habían asegurado, sino el 18 de noviembre. Enviamos inmediatamente dos telegramas; uno a la agencia del 
barco y otro al Cónsul argentino de Burdeos para que, si fuera posible, nos obtuvieran el retraso de unas horas para la salida del barco. 
Pero cuando pusimos pie en la ciudad, todavía estaba caliente el cañón, que había dado la señal de salida a los viajeros del Poitou, el 
gran barco que debía habernos llevado a la lejana América. 

El caso era muy serio, mas, sin amedrentarnos, y haciendo de la necesidad virtud, llevé inmediatamente su carta de recomendación al 
cardenal Donnet, Arzobispo de aquella diócesis, pero éste estaba ausente. Como teníamos que parar unos quince días 
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Fin de Página 587 


VOLUMEN XII Página: 588 

en una fonda de una ciudad desconocida, me vino la idea de tomar enseguida el tren, y seguir derechos hasta Lisboa por tierra para 
adelantarnos a la llegada del barco y embarcarnos allí. Pero, calculamos el coste del viaje y vi que era muy superior al dinero que tenía, 
por lo que nos resignamos a quedarnos en Burdeos hasta el 2 de diciembre. Al estar ausente el eminentísimo cardenal Donnet, yo no 
sabía qué hacer, ni a quién dirigirme para hallar una honesta residencia compatible con nuestros recursos. íPero alabada sea nuestra santa 
religión católica, cuya caridad resplandece en sus secuaces por todo el mundo! Dios nos envió a un ángel para guiarnos como lo había 
enviado al vacilante Tobías. 

Se trata de un esbelto y noble joven de Bolonia, que se nos presentó como ángel consolador. Entró en el Hôtel de Toulouse, y como si 
fuésemos íntimos amigos y con mil cordiales atenciones, se declaró dispuesto a resolver nuestras dificultades, a cualquier indicación 
nuestra. Bendiga Dios a este generoso y valiente católico. Con su ayuda pudimos encontrar albergue para todos; los sacerdotes y clérigos 
en el Seminario, los coadjutores en los Carmelitas y Pasionistas y todos somos tratados con una cortesía y caridad que honra 
grandemente al clero y a los ciudadanos de Burdeos. 

Omito muchas cosas y sólo menciono las más importantes. Dirigen el gran Seminario nueve padres de San Sulpicio, Congregación 
fundada en Francia por el padre Olier, que sólo se dedica a la educación del clero. Nos quedamos maravillados del excelente método que 
tienen estos buenos superiores para educar y dirigir a los clérigos. También ellos tienen el sistema preventivo como nosotros; viven 
siempre en ((697)) medio de sus alumnos. La amabilidad, la solicitud, la asistencia continua son sus bases. Los clérigos tienen un porte 
exterior grave, afable, unido a unos modales muy corteses. 

Son ciento cuatro. Durante el recreo nos rodean como lo harían nuestros muchachos del Oratorio y están pendientes de nuestros labios 
todo el tiempo, haciéndonos contar y repetir cien veces la historia de nuestra Congregación y lo que se esfuerzan por hacer los 
Salesianos, la manera de encaminar a los muchachos a la piedad, a la ciencia y más de uno manifestó el deseo de ser salesiano. Muestran 
avidez por todo lo que concierne al Padre Santo y, como no podían oír todos a uno solo, rodean a nuestros sacerdotes y clérigos y los 
fuerzan a hablarles en latín, para poderlos entender mejor. Resulta bonito ver acá y allá grupos apretados de clérigos, donde en uno se 
habla en francés, en otro en latín, en otro en italiano o castellano. 

El Superior de los Carmelitas no sólo tiene caridad sino hasta veneración por los pobres Salesianos; vino aquí al gran Seminario para 
invitarnos a todos a comer con él el viernes pasado, fiesta de su Patrono y fundador, san Juan de la Cruz, y quiso a toda costa que 
celebráramos en presencia del Obispo y de muchos personajes. 

He obtenido finalmente del agente Davis poder celebrar la santa misa en el barco. 

Aquí en el Seminario vivimos como en el Oratorio formando verdadera comunidad con oraciones, misa y meditación todos juntos. 
Como la noticia de separarnos de los otros hermanos nuestros llegó tarde, no tuvimos tiempo para traer con nosotros el equipo ya 
cargado a bordo del Savoie en Génova, y por esto estábamos faltos de todo. Pero, tan pronto como se enteraron en Burdeos de nuestras 
privaciones, hubo muchas personas caritativas que se encargaron de nosotros, y, en un santiamén, señoras y señores, clérigos y 
sacerdotes nos proporcionaron casullas, albas, crucifijos, toallas, ara, misal, etcétera; todo, todo, hasta las hostias y una caja de botellas 
de vino excelentísimo para la celebración del Santo Sacrificio y para nuestra especial necesidad. No bastan las palabras para expresar 
nuestra inmensa gratitud a tan excelentes bienhechores. 
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Fin de Página 588 


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íOjalá hubiera podido usted ver con sus propios ojos el entusiasmo que se despertó por nosotros pobres misioneros! Los seminaristas 
están como electrizados y, si pudiesen, dejarían el Seminario para huir a Turín o a América al amparo de san Francisco de Sales, el Santo 
más venerado en Francia. 

Mañana, 2 de diciembre, nos embarcaremos con rumbo a América; estamos todos entusiasmados. Sólo yo estoy algo preocupado, 
porque en este momento recibo noticias de que en las costas de Inglaterra ha habido algún naufragio, y el Atlántico se muestra algo 
amenazador por las costas de España y Portugal. 

Nos ponemos todos en las manos de la divina Providencia. Ruegue ((698)) por nosotros; y si acaso no volviéramos a vernos más en 
esta tierra, haga Dios que nos podamos encontrar unidos todos en el reino bienaventurado donde se disfrutan todos los bienes. Así sea. 

Burdeos, diciembre de 1876. 

Afmo. hijo 

LUIS LASAGNA, Pbro. 

49 

Carta de Mons. Vera a don Bosco 

Rdo. P. Superior de los PP. Salesianos, 

Al arribo de los PP. Salesianos a esta Capital de Montevideo me han entregado la carta de V. R. de que fueron portadores. Doy a V. R. 
las más expresivas gracias por los conceptos que contiene esa carta y tenga la seguridad de haber prestado un servicio importante a este 
país ordenando la partida de dichos religiosos, hijos de V. R. para que se establezcan en él. La casa que poseen es de un porvenir 
consolador: será un germen de preciosos frutos, máxime estando distinguida, en gran manera honrada con el nombre de Ntro. Smo. 
Padre Pío IX. Este nombre, que lleva anexas las bendiciones del Cielo hará más seguros los ventajosos resultados para la religión y la 
sociedad que todos esperamos de esta naciente Obra. Ruego V. R. me tenga presente ante Dios. 

Enero, 13 del 1877. 

JACINTO, Obispo de Megara Vic. Ap. 

50 

Llamadas de la población de Cassine 

a) Llamada al «Secolo» de Milán 

Los que suscriben afincados en el Ayuntamiento de Cassine, profundamente indignados por las perversas insinuaciones contenidas en 
una correspondencia anónima publicada poco ha en el periódico Il Secolo de Milán, con la cual se pretendería falsear 

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la opinión pública, que se pronunció libremente en favor de un Colegio masculino bajo la dirección del eminente filántropo, el muy 
Rvdo. sacerdote don Bosco, consideran oportuno protestar, como de hecho con la presente suscripción protestan, contra el falso grito de 
alarma lanzado por el anónimo corresponsal, y afirmar al mismo tiempo públicamente y en la forma más amplia el universal vivísimo 
deseo de ver finalmente ((699)) coronada con el éxito la secular aspiración de la población de Cassine, la cual consciente de las inmensas 
ventajas morales y económicas, que lleva consigo la implantación de un Colegio en el pueblo, ha acariciado constantemente y 
propugnado esta idea. 

Para dar un solemne mentís a las erróneas apreciaciones hechas por el anónimo articulista, y para demostrar al M. Rvdo. don Bosco 
cuáles son los verdaderos sentimientos que abriga esta población, será transmitida al mismo en documento manuscrito la presente 
suscripción, juntamente con una llamada en la que se harán vivas instancias para que sean escuchados los votos de esta población. 

Casinenses, sea también esta la respuesta a ese demasiado celoso apóstol del porvenir, el cual, por haberse cubierto con el velo del 
anonimato, bien merece que se le cubra a su vez con el universal desprecio. 

Cassine, 11 de julio de 1876. 

b) Llamada a don Bosco 

Ilmo. y Rvmo. señor don Bosco, Turín 

La población de Cassine, vivamente emocionada con la noticia de que se está madurando el proyecto de levantar en estas amenas 
laderas un Instituto de educación para la juventud bajo la dirección y patronazgo de V. S. Rvma., deseando expresar al generoso e Ilustre 
Bienhechor su propia gratitud por el fausto acontecimiento, ofrece a V. S. Rvma. en prenda de imperecedera gratitud y para testimonio 
de los sentimientos, que la animan, esta llamada refrendada por un considerable número de firmas, con la lisonjera esperanza de que esto 
pueda contribuir eficazmente a animar a V. S. Rvma. a llevar a efecto el concebido proyecto. 

Se atreven, pues, los que suscriben a esperar que no será defraudada su expectación, sabiendo muy bien que hoy día, la ciencia y la 
educación son los principales factores del progreso y civilización de los pueblos. 

Cassine, 15 de agosto de 1876. 

c) Carta de refrendo 

Ilmo. y Rvmo. señor don Bosco: 

Por encargo de mi padre tengo el honor de transmitir a V. S. Rvma. la adjunta llamada acompañada por un buen número de firmas 
recogidas a toda prisa, para demostrar a V. S. cuán vivamente es deseada la fundación del Colegio que V. S. tiene intención de establecer 
en nuestro pueblo. Aprovecho la oportunidad de que el señor Arrigo, Profesor de música y organista de la parroquia de San Carlos, sale 
((700)) de viaje para ir a ver a su propia familia para hacer llegar a sus manos con más seguridad esta llamada, al paso que aprovecho la 
ocasión favorable para volver a manifestarle 
590 

Fin de Página 590 


VOLUMEN XII Página: 591 

el homenaje de mi más alta estimación y particular devoción, con la que me honro en manifestarme. 

De V. S. Rvma. 

Atto. y s. s.
Doctor LORENZO PEVEROTI Médico cirujano.


d) Carta con la firma de don Bosco 

Ilmo. señor Doctor: 

Muy difícilmente puedo expresar la profunda emoción que su carta y la suscripción de los generosos habitantes de Cassine causaron en 
mi ánimo. Yo, que he dedicado toda mi vida al bien de la juventud, convencido de que la felicidad de la nación depende de su sana 
educación; que me siento en cierto modo arrastrado allí donde pueda ayudar un poco a esta porción selecta de la sociedad civil, no 
necesitaba por cierto de tan noble exhortación. 

Ahora contesto a V. S. Ilma., y por su medio a los beneméritos firmantes y a todos los benévolos habitantes de Cassine, que nada 
ahorraré para que se cumplan los comunes deseos; y tengo viva confianza en que el proyecto sea llevado a efecto. 

En el local, ya visitado, propiedad de los señores Buzzi, se presentan dos dificultades; la escasez de espacio para patios y el precio algo 
elevado, que fijó uno de los peritos. Lo primero se espera resolverlo con los buenos oficios de una piadosa persona que escribió a una 
caritativa señora propietaria de un terreno colindante. También hay motivos para esperar que la segunda dificultad pueda ser resuelta, 
ateniéndose al informe pericial del Doctor Ingeniero Abogado Spezia. Mientras todo esto se trata, le ruego tenga la bondad de manifestar 
mis más vivos sentimientos de gratitud a todos los vecinos por el precioso, más aún, incomparable regalo que me han hecho, con la 
manifestación de su generoso pensamiento, del que guardaré gratitud imborrable en mi corazón. 

Mientras pido a Dios que les conceda a todos vida feliz, tengo por gran honor poderme profesar con todo aprecio. 

De V. S. Ilma. 

Turín, 6 de septiembre de 1876. 

Su s.s. 

JUAN BOSCO, Pbro. 

((701)) 

51 

Carta del cardenal Simeoni a don Bosco 

Ilmo. Señor: 

Correspondo a las felicitaciones que me envía por mi promoción a Secretario de Estado de Su Santidad y a los augurios que me dirige 
por las inminentes fiestas de Navidad y doy a V. S. Ilma. las gracias mas sinceras. 

Fin de Página 591 


VOLUMEN XII Página: 592 

Para cumplir con la mayor utilidad posible de la Iglesia y de la Santa Sede el difícil cargo que se me confió siento necesidad de la 
especial asistencia de las gracias divinas y confío que también V. S. querrá impetrármelas del Señor con sus oraciones. 

Mientras tanto le expreso mi agradecimiento por su delicada atención para conmigo y con mis mejores deseos de felicidad, le confirmo 
los sentimientos de mi distinguida estimación 

De V. S. Ilma. 

Roma, 29 de diciembre de 1876. 

Afmo. y s. s.
JUAN SIMEONI, Cardenal


52 

MISCELANEA
a) Dos cartas a don José Pavía 
1


Carísimo Pavía: 

He recibido la carta que me has escrito y te agradezco el buen recuerdo que tienes de nosotros. Cobra alientos; hazte rico; pero no 

olvides que la primera riqueza y la única verdadera riqueza es el santo temor de Dios. 

Aplícate con atención a tus deberes, ten confianza en tus amos, quiérelos y respétalos. 

Trabajemos para el paraíso. 

El Señor nos mantenga siempre en el camino de la virtud, ruega por mí y créeme todo tuyo 

Turín, 29 de enero de 1860. 

JUAN BOSCO, Pbro. 

((702)) Carísimo Pavía: 

Muy bien todo lo que has hecho: cualquier trabajo y cualquier sufrimiento antes que prestar cooperación a quien ofende al Señor. 
Sigue asociándote a los buenos y huye de los disipados que tienen malas conversaciones. 

Dirás a tus compañeros que los quiero mucho en el Señor; cada mañana os encomiendo a ti y a ellos al Señor para que os conceda 
salud y su Santa Gracia. 

Si tú o alguno de ellos vinieseis a Turín, venid con libertad a nuestra casa a comer y dormir y aprovecharemos para hablar también de 
las cosas del alma. 

Haz por entregar en propias manos, si puedes, la carta adjunta. Es para un joven de buena voluntad, háblale, hazte amigo suyo y 
quedarás satisfecho. No olvidaré el 

1 El original está en poder del Rvdo. don Elías, Director del Refugio. 

Fin de Página 592 


VOLUMEN XII Página: 593 

asunto que me recomiendas. Que Dios os bendiga a ti y a tus compañeros y creedme siempre cordialmente 
Turín, 13 de julio de 1863. 

Vuestro afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

b) A don Santiago Costamagna 1 

Mi querido Costamagna: 

Agradaron tus felicitaciones, tu carta y las expresiones de la misma. 

Di a los clérigos Campi, Scavini, Vigna, Cravero n. n. Maestro, que no tengo ninguno que haga milagros y que por tanto necesito que 

ellos mismos comiencen a hacer alguno. Cae de su peso que la obra debe empezar por ti. 

No dudéis que no os olvido en la santa misa; vosotros sois verdaderamente gaudium meum et corona mea. Os tengo el mayor afecto y 
haré siempre lo que pueda por vuestro bien. Comenzamos con un sinnúmero de dificultades; pero estad seguros de que con la ayuda de 

Dios todo lo superaremos. 

Entregarás la carta adjunta a las Hermanas y la otra al señor Traverso. 

La gracia de N. S. J. C. sea siempre con nosotros. Sirvamos al Señor con alegría y ayudémonos con la paciencia y con la oración. 

Amén 

Afmo. amigo 

JUAN BOSCO, Pbro. 

PD. Las gracias a don Santiago Costamagna y a las Hermanas por la uva, que me han enviado. Era excelente e hice con ella muchos 
pequeños regalos. 

((703)) 

c) A la marquesa Fassati 

Muy apreciada señora Marquesa: 

Sentiría demasiado que V. S. viniese a Turín en mi ausencia, del 18 al 30 de agosto. A partir de ese día hasta el 19 de septiembre, Dios 
mediante, estaré aquí en familia. Si acaso tuviese que escoger otro tiempo, dígamelo y haré de modo que podamos hallar tiempo para 
hablarnos. 

Espero que mi carta la encuentre con buena salud y ruego a Dios de todo corazón que la conserve muchos años de vida feliz, al tiempo 

que me encomiendo a la caridad de sus santas oraciones, profesándome con gratitud y gran estima. 

De V.S. 

Turín, 14 de agosto de 1875. 

Su s.s.
JUAN BOSCO, Pbro.


Fin de Página 593 


VOLUMEN XII Página: 593 

1 Era director de la casa de las Hijas de María Auxiliadora en Mornese, donde los Salesiamos tenían también las escuelas elementales. 
Las personas aquí mencionadas, se encontraban en Mornese en 1875, según el catálogo. 

Fin de Página 593 


VOLUMEN XII Página: 594 

PD. Si tiene ocasión, le agradecería presentase mis respetuosos saludos al caballero Biondi. 

d) A un cobrador de impuestos 
Ilmo. señor Cobrador de Impuestos de Villanuova de Asti: 
Hace ya algunos años que mis parientes, sin yo saber nada de ello, pagan un impuesto a mi cuenta, por un edificio en Morialdo, aldea 

de Castelnuovo de Asti, como consta en el módulo que le adjunto. 
Como yo no he poseído nunca, ni poseo al presente ningún edificio en ese pueblo y la casita rústica, que en años pasados habité 

algunos días, fue construida por mi hermano difunto y es, por consiguiente, propiedad de sus hijos, ruégole: 

1.° Cancelar en el padrón este impuesto que gravita sobre un ente no existente y no imponible. 

2.° Por lo tanto reembolsar los pagos hechos en los años transcurridos según el padrón de esa oficina del distrito. 

Acompaño un sello para la respuesta y tengo el honor de profesarme. 

De V. S. Ilma. 

Turín, 13 de enero de 1876. 

Su .s. s.
JUAN BOSCO, Pbro.


((704)) 

c) Dos cartas al doctor Juan Mazzotti Chiari 

Carísimo señor Doctor: 

Doy gracias al Señor por haber inspirado a V. S. la idea de una biblioteca circulante. No puede haber nada mejor para los tiempos en 

que se inicia y promueve el mal con la prensa. 

La mayor dificultad es la que V. S. propone. »Cómo formarla? »Con qué personas? »Con qué libros? 

Expondré mi humilde parecer: 

La Comisión debe estar integrada por personas católicas o que, por lo menos, pasen por tales; y que no hayan estado comprometidas 

ante las autoridades civiles o eclesiásticas. 

Los libros y diarios no deben ser inmorales ni irreligiosos o bien que no estén en el índice de libros prohibidos por la Iglesia, ni por 
regla general ni por condenación particular. 

Con mucho gusto le enviaré libros de nuestra librería. Puede enterarse de ellos por el catálogo que le acompaño. En cuanto al precio no 
dude que se le concederán especiales descuentos. 

Bendigo la ocasión que me pone en comunicación con una persona tan respetable como V. S. Ilma.; me ofrezco de todo corazón para 
cuanto yo pueda servirle y, 

Fin de Página 594 


VOLUMEN XII Página: 595 

rogando a Dios que le conserve en buena salud y en su gracia con toda su familia; me recomiendo a la caridad de sus oraciones y me 
profeso 

De V. S. Ilma. 

1.° de febrero de 1876. 

Su atto. y s. s.
JUAN BOSCO, Pbro.


Carísimo Doctor: 

He meditado atentamente su carta y le digo coram Domino que, de hallarme en el caso mencionado, me saldría de dicha comisión. Los 
ríos aumentan su caudal a medida que avanzan en su curso; »y los artículos que podrían admitir interpretación digna de un buen 
cristiano, podría usted esperarla en el caso presente? 

Intentaría promover no una comisión, sino una simple asociación para la difusión de buenos libros; hará usted menos, pero se hace 

como debe hacerse y en conciencia. Es más; de esta manera quedaría separada la cizaña del buen trigo. 

Tendré siempre mucho gusto en poder ayudarle en estas sus santas empresas; el auxilio del cielo no faltará. 

Me encomiendo a mí y a mi familia de ocho mil jovencitos, a la caridad de sus oraciones y me profeso con fraternal afecto en 

Jesucristo 
Turín, 8-2-1876. 

Su atto. y s. s.
JUAN BOSCO, Pbro.


((705)) 

f) A don Pedro Pozzan (Treviso) 

Muy querido en el Señor: 

Repito lo que ya dije personalmente. Seguid adelante en el estado eclesiástico, al que Dios os llama. Pero no olvidéis que 

multiplicando los consejeros, multiplicáis vuestros apuros. Si tenéis ocasión, saludad y presentad mis honores a vuestro señor Obispo. 

Dios os bendiga y rogad por mí que soy en J. C. vuestro 

Varazze, 8-3-1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


PD. No olvidéis la difusión de las Lecturas Católicas. 

g) Dos cartas al Ing. E. Campanella (Génova) 

Fin de Página 595 


VOLUMEN XII Página: 595 

Queridísimo señor Ingeniero: 

He preguntado sobre el asunto conocido al abogado Alessio que, siendo como es persona de mucha piedad y honradez, ciertamente no 
exagera nada. El me escribe la 

Fin de Página 595 


VOLUMEN XII Página: 596 

carta que me parece bien enviarle para su norma. Siempre celebraré poderle servir en algo. Ruego a Dios le premie la caridad que nos 
dispensa de tantas maneras. 

Rece también por mí, que siempre seré en J. C. su 

Turín, 2-8-1876. 

Su s.s.
JUAN BOSCO, Pbro.


PD. Bajo los pórticos del Hospicio de Sampierdarena se modificó la colocación de las puertas, porque en algunas arcadas se ponen 
ventanas, que facilitan la entrada de la luz y tal vez disminuyen los gastos. 

Queridísimo señor Ingeniero: 

Hasta hoy no recibí respuesta definitiva del caballero Comaschi. Se la comunico para mi descargo. 

Tengo puestos los ojos en otra cosa, que dentro de unos días podré manifestarle. 

Le agradezco el mucho bien que me hace. Que Dios se lo premie y créame en J. C. 

Turín, 5-6-1876. 

JUAN BOSCO, Pbro. 

((706)) 

h) Al Rvdo. Marcos Petitti (Turín) 

Muy apreciado en el Señor: 

Siento que mis muchas ocupaciones no me den tiempo para contestar a las interesantes preguntas que me hace; perdóneme. Sólo le 
advierto que con la gente vulgar e ignorante hay que perdonar mucho y contentarse con poco. Sus preguntas se resuelven por sí mismas, 

o por las respuestas que añade. Así me parece. 
Dios le bendiga y ruegue por ese pobrecito, que será siempre en J. C. su 
Lanzo, 26-7-1876. 
Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


i) Dos cartas a don Miguel Rúa 

Carísimo Rúa: 

Si algo hay de especial, envíalo a Nizza para que llegue el lunes; yo iré mañana. El lunes por la mañana voy a Acqui, de donde volveré 
por la tarde. El martes por la tarde, Dios mediante, volveré ad Lares. Pero, si encuentro alguna cosa que recoger, lo dejaré hasta el 

Fin de Página 596 


VOLUMEN XII Página: 596 

miércoles 1. 

1 Iba en busca de recursos para la segunda expedición de Misioneros. Volvió al Oratorio el miércoles 19. Se deduce también de la 
carta siguiente, fechada en Nizza Monferrato. 

Fin de Página 596 


VOLUMEN XII Página: 597 

Algo he recogido ya, pero no lo que tú querrías. Amame en el Señor y créeme en Jesucristo 

Vignale, 6-10-1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


Carísimo Rúa: 

Dios mediante, mañana a las siete cincuenta de la tarde estaré en Turín. Si vas a la estación, podremos decirnos alguna cosa. 

Dios nos bendiga a todos y créeme en Jesucristo 

Nizza, 18-10 de 1876. 

Afmo. amigo
JUAN BOSCO. Pbro.


((707)) 

1) A N. N. (Texto original en latín) 

Hijo mío: 

Ninguno que pone la mano al arado y mira hacia atrás es apto para el reino de Dios. »Pero tú quieres mirar hacia atrás? De ningún 
modo. Sigue lo que empezaste; permanece en la vocación a la que eres llamado. Guarda nuestras Constituciones, llévalas con diligencia 
a la práctica y la gracia del Señor te ayudará durante todos los días de tu vida. Amén. 

Ruega por mí. Adiós en el Señor 

Amigo
JUAN BOSCO, Pbro.


m) Dos cartas a Monseñor Gastaldi 

Excelencia Rvma.: 

La antigua capilla dedicada a san Luis Gonzaga, cerca de la Avenida del Rey, en 1847, amenazaba ruina por lo que se ha buscado un 
local más conveniente en el terreno y edificio próximo, donde parece que se pueden celebrar las sagradas funciones, al menos hasta que 
se pueda efectuar el proyecto de la iglesia de San Juan Evangelista. 

Para que todo se realice según las prescripciones de la Santa Iglesia el abajo firmante suplica a V. E. tenga a bien delegar en la persona 
que le parezca bien, para visitar el edificio, ver el estado de las cosas y bendecir la nueva Capilla, que el próximo domingo sustituirá la 
del actual Oratorio festivo en favor de los niños pobres de aquel barrio de la ciudad de Turín. 

Gracia que..., etc. 

Turín, 15-3-1876. 

Fin de Página 597 


VOLUMEN XII Página: 597 

Humilde exponente JUAN BOSCO, Pbro. 

Fin de Página 597 


VOLUMEN XII Página: 598 

Concedimus quae in hac charta petuntur et delegamus Oratorem ad visitationem perficiendam
Taurini, 15 martii 1876


» LAURENTIUS, Archiepiscopus 

Excelencia Rvma.
:
Recibo de Roma la carta que le incluyo en un sobre sin otro escrito y me apresuro a transmitirlo a V. E. Rvma.
Ignoro en absoluto el fin de la misma, ni sé de qué sagrada Congregación ((708)) procede; pero, si hubiese en ella algo que me


concerniese, le suplico me lo haga indicar. 
Con la máxima veneración tengo el honor de profesarme 
De V. E. Rvma. 
Turín, 9 de diciembre de 1876. 

Sus. s.
JUAN BOSCO, Pbro.


n) A N. N. del Oratorio 

Envíame enseguida un programa de la Obra de María Auxiliadora con el Decreto, o mejor, con el Breve Pontificio. Saluda a Marchisio 
y dile que esté alegre y que se vaya haciendo cada día mejor. He recibido las historias y las repartiré. 

Saluda a todos y ciau 1. En N. S. J. C. siempre vuestro 

Afmo. amigo JUAN BOSCO, Pbro. 

1 Es el saludo piamontés que se pronuncia cháu, o cháo. 
598 

Fin de Página 598