Sistema Preventivo de Don Bosco

EL SISTEMA PREVENTIVO

EN LA EDUCACION DE LA JUVENTUD*

(* Regolamento per le case della Società di san Francesco di Sales, Turín, Tipografía Salesiana, 1877, págs. 3-13: [OE XXIX, 99-109].



Muchas veces, se me ha pedido exponga de palabra o por escrito algunos pensamientos sobre el llamado sistema preventivo, que suele practicarse en nuestras casas. Por falta de tiempo no he podido hasta ahora satisfacer tales deseos; mas disponiéndome en la actualidad a imprimir el reglamento que hasta la fecha casi siempre se ha seguido por tradición, estimo oportuno dar aquí una idea que será como el índice de una obrita que estoy preparando, si Dios ì me da vida suficiente para poderla terminar, y sólo para ayudar en el difícil arte de educar a la juventud. Diré, pues: en qué consiste el sistema preventivo y por qué debe preferirse; su aplicación práctica y sus ventajas.


1. En qué consiste el Sistema Preventivo y por qué debe preferirse


Dos sistemas se han usado en todos los tiempos para educar a la juventud: el preventivo y el represivo. El represivo consiste en dar a conocer las leyes a los súbditos y vigilar después para conocer a los transgresores y aplicarles, cuando sea necesario, el correspondiente castigo.


En este sistema, la palabra y la mirada del superior deben ser en todo momento severas y más bien amenazadoras, y personalmente debe evitar toda familiaridad con los subordinados.


El director, para aumentar su autoridad, debe estar raramente con los que de él dependen, y, por lo general, sólo cuando se trate de imponer castigos o de amenazar. Este sistema es fácil, poco trabajoso y sirve principalmente para el ejército, y, en general, para los adultos juiciosos, en condición de saber y recordar las leyes y otras prescripciones.


Diverso, y diría que opuesto, es el sistema preventivo. Consiste en dar a conocer las prescripciones y reglamentos de un instituto, y vigilar después de manera que los alumnos tengan siempre sobre sí el ojo solícito del director o de los asistentes, los cuales, como padres amorosos, hablan, sirven de guía en toda circunstancia, dan consejos y corrigen con amabilidad; que es como decir poner a los alumnos en la imposibilidad de faltar.


Este sistema descansa por entero en la razón, en la religión y en el amor; excluye, por consiguiente, todo castigo violento y procura alejar aun los suaves. Parece preferible por las razones siguientes:


I. El alumno, avisado preventivamente, no queda avergonzado por las faltas cometidas, como acaece cuando se las refieren al superior. No se enfada por la corrección que le hacen ni por el castigo con que le amenazan o que le imponen, porque éste va siempre acompañado de un aviso amistoso y preventivo, que lo hace razonable y termina, ordinariamente, por ganarle de tal manera el corazón, que el alumno comprende la necesidad del castigo y casi lo desea.

II. La razón más esencial es la ligereza infantil, que en un momento olvida las reglas disciplinarias y los castigos con que van sancionadas. A esta ligereza se debe sea, a menudo, culpable el niño de una falta y merecedor de un castigo, sin haberse acordado de nada al cometerla, y ciertamente no la habría cometido, si una voz amiga se lo hubiese advertido.

III. El sistema represivo puede impedir un desorden, mas con dificultad hacer mejores a los que delinquen. Se ha observado que los muchachos no olvidan los castigos que se les han dado; y que, por lo general, conservan amargor junto con el deseo de sacudir el yugo de la autoridad y aun de tomar venganza. Parece, a veces, que hacen caso omiso; mas quien sigue sus pasos sabe muy bien que son terribles las reminiscencias de la juventud y que olvidan fácilmente los castigos que les dan los padres, mas con mucha dificultad los que les imponen los maestros. Hay hechos de algunos que de viejos se vengaron brutalmente de ciertos castigos sufridos cabalmente cuando se educaban. El sistema preventivo, por el contrario, gana al alumno, el cual ve en el asistente a un bienhechor que le avisa, desea hacerle bueno y librarle de sinsabores, de castigos y de la deshonra.

IV. El sistema preventivo dispone y persuade de tal modo al alumno, que el educador podrá, en cualquier ocasión, ya sea cuando se educa, ya después, hablarle con el lenguaje del amor. Conquistado el corazón del discípulo, el educador puede ejercer sobre él gran influencia y avisarle, aconsejarle y corregirle aun después de colocado en empleos, en cargos o en ocupaciones civiles o comerciales. Por estas y otras muchas razones parece debe prevalecer el sistema preventivo sobre el represivo.


2. Aplicación del Sistema Preventivo


La práctica de este sistema se apoya totalmente en las palabras de san Pablo: Caritas benigna est, patiens est; omnia suffert, omnia sperat, omnia sustinet. “La caridad es benigna y paciente; todo lo sufre, todo lo espera y lo soporta todo”. Por consiguiente solamente el cristiano el cristiano puede practicar con éxito el sistema preventivo. Razón y religión son los medios de que ha de valerse continuamente el educador, enseñarlos y practicarlos él mismo, si desea ser obedecido y alcanzar su fin.


I. El director debe, en consecuencia, vivir totalmente consagrado a sus educandos, no aceptar ocupaciones que le alejen de su cargo; aún más, debe encontrarse siempre con sus alumnos, cuando no están cumpliendo alguna obligación, a no ser que estén debidamente asistidos por otros.

II. Los maestros, los jefes de taller y los asistentes han de ser de acrisolada moralidad. Procuren evitar, como la peste, toda clase de aficiones o amistades particulares con los alumnos, y recuerden que el desliz de uno solo puede comprometer a un instituto educativo. Los alumnos no han de estar nunca solos. Siempre que sea posible, los asistentes han de llegar antes a los sitios donde tengan que reunirse, y estar con ellos hasta que vayan otros a sustituirlos en la asistencia. No los dejen nunca desocupados.

III. Debe darse a los alumnos amplia libertad de saltar, correr y gritar a su gusto. La gimnasia, la música, la declamación, el teatro, los paseos, son medios eficacísimos para conseguir la disciplina y favorecer la moralidad y la salud. Procúrese únicamente que la materia de los entretenimientos, las personas que intervienen y las conversaciones que sostengan, no sean vituperables. Haced lo que queráis - decía el gran amigo de la juventud san Felipe Neri - ; a mí me basta que no cometáis pecados.

IV. La confesión y comunión frecuentes y la misa diaria son las columnas que deben sostener el edificio educativo del que se quieran tener alejados la amenaza y el palo. No se ha de obligar jamás a los alumnos a frecuentar los santos sacramentos; pero sí se les debe animar y darles comodidad para aprovecharse de ellos. Con ocasión de los ejercicios espirituales, triduos, novenas, pláticas y catequesis, póngase de manifiesto la belleza, sublimidad y santidad de la religión, que ofrece medios tan fáciles como son los santos sacramentos, y tan útiles a la sociedad civil, y para la tranquilidad del corazón y salvación de las almas. Así quedarán los niños espontáneamente prendados de estas prácticas de piedad y las frecuentarán de buena gana y con placer y fruto.

V. Debe vigilarse, con el mayor cuidado, porque no entren en el colegio compañeros, libros o personas que tengan malas conversaciones. La elección de un buen portero es un tesoro para una casa de educación.

VI. Terminadas las oraciones de la noche, el director; u otro en su nombre, diga algunas palabras afectuosas en público a los alumnos antes de que se vayan a dormir, para avisarlos o aconsejarlos sobre lo que han de hacer o evitar; y procure sacar la moraleja de lo ocurrido durante el día, dentro o fuera del colegio; no dure la platiquita más de dos o tres minutos. Aquí está la clave de la moralidad y de la buena marcha y éxito de la educación.

VII. Téngase como pestilencial la opinión de retardar la primera comunión hasta una edad harto crecida, cuando por lo general el demonio se ha posesionado del corazón del jovencito con incalculable daño de su inocencia. Según la disciplina de la Iglesia primitiva, solían darse a los niños las hostias consagradas que sobraban de la comunión pascual. Esto nos da a conocer lo mucho que desea la Iglesia sean admitidos pronto los niños a la primera comunión. Cuando un niño sabe distinguir entre pan y pan y revela suficiente instrucción, no se mire la edad; entre el Soberano celestial a reinar en su bendita alma.

VIII. Los catecismos recomiendan la comunión frecuente; san Felipe Neri la aconsejaba semanal y aun más a menudo. El concilio tridentino dice bien claro que desea ardientemente que todo fiel cristiano, cuando oye la santa misa, haga también la comunión. Pero esta comunión no sea tan sólo espiritual, sino sacramental, a fin de sacar mayor fruto del augusto y divino sacrificio. (Con. Trid., ses. XXII, cap. VI.)


3. Utilidad del Sistema Preventivo


Alguien dice que este sistema es difícil en la práctica. Advierto que para los alumnos es bastante más fácil, agradable y ventajoso. Para los educadores encierra, eso sí, algunas dificultades, que disminuirán ciertamente si se entregan por entero a su misión. El educador es una persona consagrada al bien de sus alumnos; por lo que debe estar pronto a cualquier molestia o fatiga, con tal de conseguir el fin que se propone, a saber: la educación ciudadana, moral y científica de sus alumnos.


A las ventajas expuestas anteriormente, se añade aquí estas otras:


I. El alumno tendrá siempre respeto a su educador, recordará complacido la dirección de él recibida, y considerará, en todo tiempo, a sus maestros y superiores como a padres y hermanos. Dondequiera que van alumnos así educados, son por lo general consuelo de su familia, útiles ciudadanos y buenos cristianos.

II. Cualquiera que sea el carácter, la índole y el estado moral de un alumno cuando es admitido, los padres pueden vivir seguros de que su hijo no empeorará; se puede tener la certeza de que siempre mejorará algo. Más aún, algunos niños que fueron por largo tiempo tormento de sus padres y hasta rechazados por correccionales, tratados según estos principios, cambiaron de manera de ser: se dieron a una vida cristiana, ocupan ahora en la sociedad honrosos puestos y son apoyo de su familia y ornamento del lugar donde viven.

III. Los alumnos maleados que por casualidad entraren en un colegio, no pueden dañar a sus compañeros, ni los niños buenos ser por ellos perjudicados; porque no habrá ni tiempo, ni lugar, ni oportunidad, pues el asistente, a quien suponemos siempre con los niños, pondría enseguida remedio.



¿Qué regla hay que seguir para castigar? A ser posible, no se castigue nunca; cuando la necesidad lo exigiere, recuérdese lo siguiente:


I. Procure el educador hacerse amar de los alumnos si quiere hacerse temer. Así, el no darles una muestra de benevolencia es castigo que emula, anima y jamás deprime.

II. Para los niños es castigo lo que se hace pasar por tal. Se ha observado que una mirada no cariñosa en algunos produce mayor efecto que un bofetón. La alabanza cuando se obra bien y la reprensión en los descuidos, constituyen ya de por sí premio o castigo.

III. Exceptuados rarísimos casos, no se corrija ni se castigue jamás en público, sino en privado, lejos de los compañeros, y usando la mayor prudencia y paciencia para hacer que el alumno comprenda su culpa con la ayuda de la razón y de la religión.

IV. El pegar, de cualquier modo que sea, poner de rodillas en posición dolorosa, tirar de las orejas y otros castigos semejantes, se deben evitar absolutamente, porque están prohibidos por las leyes civiles, irritan mucho a los alumnos y rebajan al educador.

V. Dé a conocer bien el director las reglas, los premios y castigos establecidos por las leyes disciplinarias, a fin de que el alumno no pueda disculparse con decir: - No sabía que estuviera esto mandado o prohibido.


Si se practica en nuestras casas el sistema preventivo, estoy seguro de que se obtendrán maravillosos resultados, sin necesidad de acudir al palo ni a otros castigos violentos. Hace cerca de cuarenta anos que trato con la juventud, y no recuerdo haber impuesto castigos de ninguna clase, y con la ayuda de Dios he conseguido no sólo el que los alumnos cumplieran con su deber, sino que hicieran sencillamente lo que yo deseaba, y esto de aquellos mismos niños que no daban ninguna esperanza de feliz éxito.