ES - Don Bosco a Roma 2022 %40 4 X 2022


ES - Don Bosco a Roma 2022 %40 4 X 2022

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Guía de los lugares de don Bosco
en la Capital

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Guía de los lugares de don Bosco
en la Capital

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Roma, 9 de octubre de 2022
La canonización del Salesiano coadjutor Artémides Zatti es una gracia especial de la Pro-
videncia de Dios en este período histórico. El reconocimiento de la santidad de un hermano que
ha vivido plenamente el proyecto evangélico de las Constituciones es un estímulo y una ayuda en
el camino de santificación de todos nosotros Salesianos. «El testimonio de esta santidad, que se
realiza en la misión salesiana, revela el valor único de las bienaventuranzas, y es el don más
precioso que podemos ofrecer a los jóvenes» (Const. 25).
Después de la canonización de Don Bosco el 1 de abril de 1934 y la de san Luis Versi-
glia y san Calixto Caravario el 1 de octubre de 2000, la proclamación de la santidad de Ar-
témides Zatti, el 9 de octubre de 2022, por el papa Francisco, indica a toda la Iglesia que es el
primer santo Salesiano coadjutor de la Congregación Salesiana. Este acontecimiento, como
afirman las Constituciones en el artículo 45, nos recuerda a los Salesianos de Don Bosco la
belleza complementaria de nuestra vocación: «Cada uno de nosotros es responsable de la misión
común y participa de ella con la riqueza de sus dones y de la características laical y sacerdotal
de la única vocación salesiana. El Salesiano coadjutor lleva a todos los campos educativos y
pastorales el valor propio de su laicidad, que de modo específico lo hace testigo del Reino de
Dios en el mundo, cercano a los jóvenes y a las realidades del trabajo. El Salesiano sacerdote o
diácono aporta al trabajo común de promoción y educación en la fe lo específico de su ministe-
rio, que lo hace signo de Cristo pastor, sobre todo con la predicación del Evangelio y la acción
sacramental. La presencia significativa y complementaria de Salesianos clérigos y laicos en la
comunidad constituye un elemento esencial de su fisonomía y plenitud apostólica».
Con gran alegría, en esta ocasión, os presento el texto «Don Bosco en Roma» como un
regalo a los Salesianos que participen en la canonización, pero también como una preciosa 5
herencia para todos los que leerán este libro. El libro habla del amor de Don Bosco por la
Ciudad Eterna, nos hace captar su profundo conocimiento de Roma y su deseo de abrir una
casa en la ciudad del Papa. Si en la hacienda de I Becchi emerge el valor de la educación recibi-
da de Mamá Margarita, el sueño de 9 años que marca su vida, la sencillez de la vida campesi-
na; si en Chieri captamos el valor del sacrificio, de la amistad, del trabajo y del estudio, el
deseo de descubrir la vocación sacerdotal; si en la ciudad de Turín, en particular, en el Convitto
Ecclesiastico y en las peregrinaciones iniciales del Oratorio, se revela el esbozo de la vocación al

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servicio de los jóvenes que exige un discernimiento constante; si en Valdocco, cuna de la espiri-
tualidad salesiana, surge el Don Bosco que crea el Sistema Preventivo, construye una casa
donde los jóvenes experimentan el espíritu de familia, crea escuelas y talleres, reúne el primer
grupo de jóvenes que se convertirán en los primeros Salesianos, en Roma surge claramente el
Don Bosco fundador, amante de la Iglesia y del Papa, con el deseo de recibir la aprobación de
las Constituciones salesianas.
El libro ilustra una verdadera peregrinación histórica y espiritual a los lugares de Don
Bosco en Roma: 1. Las residencias de Don Bosco en Roma; 2. Los lugares más visitados y
queridos por el Santo; 3. Las posibles casas salesianas en Roma.
Deseo a cada Salesiano de Don Bosco y a cada miembro de la Familia Salesiana que,
recorriendo los lugares con fe y devoción, sepa revivir, en sí mismo/a, la pasión de nuestro fun-
dador y, en la fidelidad, renueve continuamente el carisma de san Juan Bosco por el testimonio
de la santidad personal. San Artémides Zatti interceda por nosotros.
Don Ángel Fernández Artime
Rector Mayor
6

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INTRODUCCIÓN
A menudo, hablando de Don Bosco, recordamos y narramos algunos
episodios particulares de su vida, que no transcurrieron en Turín ni en I
Becchi, sino durante sus numerosos viajes fuera de Turín y de Piamonte.
Entre ellos, sin duda, la mayoría tenían como objetivo Roma.
Son pocas las personas que, visitando la Ciudad Eterna o incluso vi-
viendo allí, se preguntan cuáles son los lugares que, en la capital de Italia,
han visto la presencia del Santo.
Esta pregunta nos ha impulsado a estudiar los veinte viajes que. Ha-
ciendo un cálculo del tiempo que Don Bosco trascurrió en Roma hacen un
promedio de 700 días. Esto quiere decir que el Santo, de sus 72 años de
vida, pasó casi 2 en la ciudad de los Papas. Y eso no es poca cosa, si te-
nemos en cuenta las condiciones de los medios de transporte del siglo
XIX.
En dos años y en una Roma «reducida» como la de entonces, es natu-
ral que el Santo turinés visitara todo lo que había que visitar. Entonces
una primera respuesta a la pregunta anterior podría ser: «Don Bosco vio
todo lo que era visitable». Pero con frecuencia «todo» es sinónimo de
«nada».
Al examinar detenidamente las páginas de las Memorias biográficas
que relatan sus viajes, se forma en la mente del lector un cierto «mapa
topográfico» de los lugares que, para el Santo, tuvieron mayor interés. Es
sobre ellos, que centramos nuestra atención, con el pesar de quien, que-
7
riendo verlo todo, se ve obligado a elegir.
Desafortunadamente hoy en día algunos de estos lugares ya no existen
(como la «casa de los confesores» en el monasterio de Tor de' Specchi, el
monasterio de San Cajo al Quirinale, la casa de Mons. Manacorda) porque
fueron demolidos en los posteriores reordenamientos urbanísticos de la

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ciudad. Por tanto, sería inútil incluirlos en lo que pretende ser una guía para
quienes ansían visitar la «Roma de Don Bosco».
Veinte viajes son realmente muchos. Pero ¿por qué el santo iba tan a
menudo a Roma?
Por amor al Papa.
Por amor a la Ciudad Eterna.
Para la aprobación de las Reglas de la Sociedad Salesiana.
Para los nombramientos y actividades civiles de los obispos.
Para difundir las Lecturas Católicas.
Para buscar ayudas para sus diversas obras.

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Para dar una cierta unidad lógica al trabajo, estos lugares se han divi-
dido en tres partes, cada una de las cuales incluye la explicación y, sobre
todo, la cita de las páginas de las Memorias Biográficas que se refieren a
cada lugar. Cada una las partes no constituyen otros «itinerarios», ya sea
porque los lugares de una misma parte son distantes entre sí, o porque de
esta manera cada uno de los visitantes tiene libertad para elegir aquellos
lugares que considere más interesantes, incluyéndolos en la programación
de su visita a la Ciudad Eterna, sin estar atado a un orden preestablecido.
1. Las residencias de Don Bosco en Roma
Se describen aquí los palacios que acogieron al Santo durante su per-
manencia en Roma. Por supuesto estamos más ligados a algunos como
Tor de' Specchi o Via Sistina, pero a otras residencias un poco menos.
Además, sobre algunas casas tenemos abundante material narrativo en las
Memorias biográficas, mientras que para otros no es así. Estas son las
razones que determinan la considerable diferencia en la extensión de cada
una de las explicaciones, más o menos detalladas.
Refiriéndose al domicilio donde residía Don Bosco en cada viaje, no
podía faltar una breve presentación del viaje y los motivos que impulsaron
al Santo a realizar el viaje a Roma.
2. Los lugares más visitados y queridos por el Santo
Es indudable que el lugar más visitado por Don Bosco fue el Vaticano.
Visitó la Basílica, la cúpula, la tumba de San Pedro, el palacio apostólico, y
tuvo audiencias papales. Existen otros lugares a los que Don Bosco estaba
especialmente ligado. Esta constituye la segunda parte del trabajo.
Cabe mencionar que se ha colocado la hermosa historia del encuentro
de Don Bosco con un grupo de muchachos que tuvo lugar en la Piazza
del Popolo’, porque nos parecía la única de las tres partes donde se podía
colocar sin forzar.
3. Las posibles casas salesianas en Roma
9
Muchas veces Don Bosco pensó en enviar a sus hijos a Roma por el
bien del pueblo y por la cercanía a la Santa Sede. Su pensamiento recayó
en muchos institutos que ya existían en la ciudad y que el Santo tomaba
en consideración solo después de una invitación directa para ocuparlos (a
menudo del Papa).

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Sin embargo, tuvo que esperar a que terminara la construcción de la
basílica del Sacro Cuore, con el hospicio contiguo, para tener una casa pro-
pia en Roma.
A quienes deseen visitar «salesianamente» Roma, esperamos que estas
páginas sean un material útil para conocer y «visitar, unos instantes», los
lugares donde estuvo Don Bosco. Porque esos lugares serán más queridos,
quedará más grabado en vuestra mente y en ella os parecerá encontrar algo
que os pertenece: el afecto y el amor a San Juan Bosco.
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Casa
De Maistre
Palazzo Volpi
Via del Quirinale, 21
En el Palacio Volpi del siglo XVII, frente a la iglesia de San Carlo al Quiri-
nale (obra de Borromini), vivía en 1858 la noble familia del conde Carlo
Rodolfo de Maistre, que acogió a Don Bosco durante su permanencia en
Roma en su primera estancia (21 febrero - 16 abril 1858).
Se hospedaba Don Bosco en la parte del monte Quirinal llamada
Le Quattro Fontane, por las cuatro fuentes que manan continua-
mente en las esquinas de las cuatro calles que allí empiezan. El
conde Rodolfo de Maistre, la condesa y sus buenas hijas, sus hijos
Francisco, Carlos y Eugenio, oficiales de las tropas pontificias, le
trataban con el mismo cariño y atenciones como una antigua
amistad que los unía. No tenían capilla en casa, pero Don Bosco
podía celebrar en la de unas religiosas belgas que ocupaban un
piso del mismo edificio (MB V, 819-820; MBe V, 582).
El Santo, junto con el clérigo Miguel Rua llegó hasta este lugar, agotado
por el viaje y, antes de emprender otro, había hecho su testamento (cf. MB
V, 804; MBe V, 571).
Como todavía no había una vía férrea continua entre Turín y Roma, tu-
vieron que realizar un viaje muy accidentado: en tren hasta Génova, donde
12
embarcaron en el barco «Aventino», del que desembarcaron en Civitavec-
chia. Don Bosco sufría de mareos, y este viaje fue un verdadero tormento
para él (cf. MB V, 811-814; MBe V, 575-578).
Desde Civitavecchia, recuperados un poco del mareo de la travesía,
subieron a un coche de correos con el que, tras detenerse en Palo Laziale
para comer algo; a las 22.30 horas del 21 de febrero de 1858, llegaron a

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la Ciudad Eterna.
Un escalofrío asaltó a los viajeros al pensar que entraban en la
Ciudad Santa. Uno decía: -estamos en Roma. Otro: -Estamos en
la tierra de los santos. Y, entre estas y otras semejantes expresio-
nes, llegaron al lugar donde la diligencia terminaba su recorrido.
Don Bosco llegaba a la ciudad de los Papas el veintiuno de febre-
ro. Como no tenía ningún conocimiento del lugar, buscó un guía
que, por doce monedas de a cinco céntimos, le acompañó hasta
la casa donde vivía el conde De Maistre, calle del Quirinal, n° 49,
en las Quattro Fontane. Llegaron allí Don Bosco y sus acompa-
ñantes a las once y fueron recibidos con toda bondad por el con-
de Rodolfo y la condesa; el resto de la familia estaba ya en cama.
Tomaron un refrigerio y también ellos se retiraron a las habitacio-
nes preparadas (MB V, 818; MBe V, 580-581).
El programa de su primera estancia en Roma fue:
Establecer contacto con personajes de la Ciudad Eterna y con su
ayuda comenzar enseguida sus visitas a los lugares más famosos,
a los santuarios, a las basílicas y a las iglesias que se encuentran
por doquier. Su ardiente devoción necesitaba desahogo, su inteli-
gencia le pedía admirar las obras que los Papas habían levantado
en Roma, su memoria anhelaba evocar las gestas admirables de
los mártires gloriosos entre las majestuosas ruinas del imperio.
Quería adquirir conocimientos exactos para seguir escribiendo las
Lecturas Católicas, sobre todo las que trataban de Historia Ecle-
siástica y de la vida de los Papas. Ansiando verlo todo despacio,
también las maravillas del arte antiguo y moderno, determinó de-
dicarle un mes entero sin ninguna otra dis-
tracción (MB V, 821; MBe V, 583).
Lamentablemente hoy en día no es posible visitar el
interior del edificio, debido a que alberga viviendas
particulares.
Mapa

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Palacio
Vimercati
Piazza San Pietro in Vincoli
La Basílica de San Pietro in Vincoli fue muy querida por Don Bosco;
de hecho, a menudo se retiraba allí para rezar o celebrar la Santa Misa.
Este apego se explica también por el hecho de que durante su segunda
estancia en Roma (7 de enero - 2 de marzo de 1867) Don Bosco vivió
en la casa del conde Vimercati, en el edificio contiguo a la artística igle-
sia. El viaje a Roma supuso un acontecimiento inesperado:
A muy poca distancia de Roma nos encontramos con mon-
señor Manacorda y el caballero Marietti, que con mucho rego-
cijo entraron en nuestro vagón y nos acompañaron hasta Ro-
maSucedió algo que nubló un poco nuestra alegría. Como no
encontrábamos nuestros billetes, había que pagar el viaje com-
pleto. Mas, por intervención de los señores Manacorda y Ma-
rietti, nos libramos pro tempore (por el momento) esperando
hallarlos en la estación de los pasaportes(MB VIII, 584; MBe
VIII, 498).
La llegada de Don Bosco ya había sido particularmente esperada:
Apenas llegó Don Bosco a Roma, como si se tra- 15
tara de un príncipe, se corrió la noticia por toda la
ciudad; y las distinguidas familias romanas vinieron
a visitarle. Pero la fama de taumaturgo le había
precedido y muchos desdichados le esperaban como
al ángel de salvación. ¡Cuánta fe, cuánta confianza
en nuestro Don Bosco! ¡Yo no lo había visto nunca,
Mapa
ni esperaba verlo!

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Por todas las esquinas de la Ciudad no se veían esta maña-
na más que los anuncios de la Historia de Italia por el sacer-
dote Juan Bosco. No nos faltaba más que esta sorpresa para
conmover los ánimos... (MB VIII, 584; MBe VIII, 498).
La estadía comenzó de inmediato con una curación al conde:
Apenas puso los pies en casa de su huésped, fue Don Bosco
a la habitación del conde, santa persona que sufría hacía mu-
cho tiempo desagradables dolores y vértigos. Le encontró en
cama en un estado que daba compasión, sin humana esperan-
za de curación y pocas de poderse levantar. Se animó mucho
al ver a Don Bosco, quien le bendijo y anunció que pronto se
levantaría. Al anuncio respondió el conde: - ¡Muy bien! Solo
cuando me levante de la cama, dejaré que Don Bosco vuelva a
Turín. Decía esto creyendo imposible todo alivio. Pero, después
de dos o tres días, hete aquí que se calmaron los dolores y sin
esfuerzo pudo levantarse y sentarse a la mesa con la familia.
Cuando Don Bosco le vio entrar en la sala, le dijo: - Entonces,
señor conde, ¿quiere que me vaya a Turín? Recordó el conde
16
sus palabras y protestó que estaba arrepentido de haberlas
pronunciado. El buen Padre tomó la cosa a broma; en efecto,
aquella mejoría no era tal como para poder afirmar que el
conde estuviera totalmente restablecido. Parecía que el Señor
no quisiera quitarle la cruz que le había dado para su bien,
sino solamente hacerla menos pesada. Queda, sin embargo, la
realidad de que había ganado mucho en fuerzas y no podía

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dudarse de la gracia concedida por la Virgen (MB VIII, 584-
585; MBe 498-499).
La actividad de Don Bosco, en espera de la audiencia papal, fue muy
intensa:
Fiel a su costumbre de confesarse semanalmente, Don Bosco
había elegido para confesor al padre Vasco, jesuita, director
espiritual del conde Vimercati, a quien iba a visitar cada ocho
días. Pero lo que hay que hacer notar es que él, desde el pri-
mer día que se encontró en Roma, había comenzado y conti-
nuó durante todo el tiempo que allí permaneció, un verdadero
apostolado, predicando cada día, confesando a menudo, visi-
tando enfermos, institutos, colegios, monasterios y conventos,
concediendo audiencias hasta altas horas de la noche: aconse-
jando a toda suerte de personas; dejando, con las medallas de
María Auxiliadora y con la bendición en su nombre, la esperan-
za de la salud a muchos enfermos. Muchísimos se encomenda-
ban a él como a un santo, con gran satisfacción del Sumo
Pontífice, por el gran bien que se iba realizando (MB VIII, 585;
MBe VIII, 499).
Hoy el palacio del Conde Vimercati está confiado, junto con la basíli-
ca, a la custodia de los Canónigos de Letrán, que conservan cuidadosa-
mente la antigua imagen.
De hecho, es posible admirar los pasillos y salas donde el Santo, du-
rante horas y horas, dio audiencia a los miles de personas que pedían
ayuda, curaciones, consejos, consuelo.
Un cartel colocado sobre la jamba de una puerta nos recuerda que
Don Bosco estuvo alojado en esa sala antes de 1870. Era la habitación
del Santo. En esta casa, el 26 de febrero de 1867, fueron tomadas las
dos únicas fotografías romanas del Santo por el fotógrafo Achille de
Sanglau: la de Don Bosco con el breviario en la mano y la que aparece
17
en el acto de bendecir a «don J. B. Francesia, al señor Pardini, dueño de
la casa y a su hijo, arrodillado también» (MB VIII, 706; MBe VIII, 600).
Aunque se resistía a posar para los fotógrafos, accedió a la petición del
conde (que quería un recuerdo del sacerdote turinés), para agradecerle
su amable hospitalidad. Pronto se corrió la voz de estas fotografías, es-
pecialmente de la segunda.

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El 26 de febrero, después de la visita a las familias Altieri y
Vitelleschi, volvía Don Bosco a casa del conde Vimercatti para
pasar con él las últimas horas de su estancia en Roma. Con-
descendiendo a sus ruegos, permitió que le fotografiasen en
acto de bendecir a don J. B. Francesia, al señor Pardini, maes-
tro de la casa y a su hijo, arrodillado también. Parece que al-
guno deseaba que este retrato se pusiera a la venta y corrió la
noticia; pero no se hizo más que una limitada distribución de
copias para los amigos íntimos y bienhechores. En efecto, en el
mes de julio llegaron cartas al Oratorio pidiendo este retrato,
pero, hubo que responderles que ya no había copias. Por la
tarde sostuvieron el conde y Don Bosco cordialísimas y conmo-
vedoras conversaciones. Y todavía dio audiencia en aquellas
últimas horas a personas que insistían en hablarle.
Don Bosco partió el 26 de febrero de 1867 para volver a Turín, de-
jando un recuerdo imborrable en muchos romanos, como escribió Mons.
Manacorda al caballero Oreglia:
Todavía tengo los ojos hinchados por las lágrimas que me
arrancó su partida. Ayer a las ocho de la tarde nos dejaba aquí
en Roma como huérfanos, desolados y conmovidos al verle
marchar. Ciertamente usted sabe cómo se desenvolvió la es-
tancia de este nuestro buen Padre en Roma. El vencedor de
Magenta Napoleón resultará un pigmeo al lado de Don Bosco.
La nobleza romana que se confundía con la plebe y olvidaba la
etiqueta de la corte para doblar sus rodillas ante Don Bosco y
recibir su bendición, no dejará la antesala del padre de los pi-
lluelos para sentarse al lado del gran señor. Qué grande y po-
derosa es la virtud de Don Bosco. Quisiera describirle la escena
de su partida, pero no puedo, no me lo permite el corazón.
Don J. B. Francesia se lo contará todo (MB VIII, 707; MBe VIII,
18
601).
Conociendo la atenta acogida de los romanos, los muchachos del
Oratorio de Valdocco no quisieron quedarse atrás, acogiendo al santo
con la célebre inscripción: «Roma te admira, Turín te ama» (MB VIII,
714; MBe VIII, 607), que fue motivo de muchas justas disputas de los
romanos y que el papa Juan XXIII corrigió con una bella frase: «Todo el
mundo os admira, todo el mundo os ama».

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Casa
Colonna
Piazza Santa Chiara 49
En este palacio, en lo que entonces era Vía S. Chiara 49, vivía el pro-
motor apostólico Stefano Colonna, que acogió al santo durante sus es-
tancias en 1871 (junio y septiembre) y 1873 (24 de febrero - 4 de
marzo).
Los motivos que impulsaron al Santo a ir a Roma en estos viajes fue-
ron principalmente, las negociaciones entre el Reino de Italia y la Santa
Sede para el nombramiento de más de 60 obispos de las diócesis italia-
nas vacantes y para la aprobación de las Constituciones Salesianas.
Don Bosco tuvo éxito en las negociaciones y más de 40 diócesis fue-
ron provistas de su pastor. Entre estas también la diócesis de Turín. El
santo insistió con Pío IX para que fuera promovido allí a Mons. Gastaldi,
hasta ese momento su gran amigo.
El Papa, aunque de opinión diferente, aceptó, pero expresándole al
Santo: «¡Vos lo queréis, y yo os lo doy!» (MB X,
443; MBe X, 408) ... ¡Cuántas penas causó este
nombramiento a Don Bosco! ... Siendo amigo al
19
principio, pero cuando fue obispo de Turín Mons.
Gastaldi se mostró intransigente con Don Bosco,
incluso suspendiéndolo de las confesiones en su
diócesis.
Mapa

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Lamentablemente, hoy en día este edificio, a unos pasos del Panteón,
se utiliza como vivienda particular, por lo que no es posible visitar su
interior.

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Casa
Sigismondi
Via Sistina 104
En este lugar vivía la familia Sigismondi, de la cual Don Bosco fue
huésped seis veces, en los años 1873-1874,1875,1876 (marzo y no-
viembre), 1877 (enero-febrero y julio).
En aquellos años la principal preocupación del Santo fue la consolida-
ción de su obra y, en primer lugar, el compromiso de la aprobación de
las Constituciones Salesianas por la Santa Sede.
Don Bosco residía en el último piso del edificio, donde a menudo se
veía obligado a retirarse para escribir textos, corregir borradores, formu-
lar preguntas, escribir cartas. En muchas de las misivas todavía se lee la
dirección: via Sistina 104.
Entre estas cartas, destaca la escrita el 16 de marzo de 1874 a los
Directores de las Casas Salesianas, en la que el Santo, anunciando la
próxima reunión de la Comisión cardenalicia encargada de decidir sobre
la aprobación de las Constituciones Salesianas, pedía oraciones particula-
res y prácticas de piedad:
Muy queridos hijos en Jesucristo: El día 24 de este mes será 21
memorable para nuestra Pía Sociedad. Sin duda recordaréis
que fue aprobada definitivamente con el decreto de 1. ° de
marzo de 1869; ahora se trata de la aprobación definitiva de
las Constituciones. Para este fin eligió el Padre Santo una Con-
gregación de Cardenales que tendrán que dar su parecer sobre
esta cuestión, que es de la máxima importancia para nuestro
bien presente y futuro. Las oraciones, que hasta ahora os he

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recomendado a menudo, iban encaminadas a este fin. Debemos, pues,
redoblar nuestras súplicas ante el Trono de Dios para que piadosamen-
te disponga que resulte todo para su mayor gloria y nuestro particular
provecho espiritual. Unámonos pues, con el espíritu
de viva fe y todos los Salesianos reunidos con los
alumnos, que la Providencia les confió, formen un
solo corazón y una sola alma para implorar las luces
del Espíritu Santo sobre los Eminentísimos Purpura-
dos con un triduo de oraciones y de ejercicios de
piedad cristiana.
Mapa
Para que haya conformidad en nuestras súplicas a la
Misericordia del Señor, se establece:
1.° A partir del día 21 de este mes hagan todos los socios salesia-
nos ayuno riguroso de tres días. El que, por justa causa, no pudiere
ayunar, rece el salmo Miserere y tres salves a la Bienaventurada Virgen
Auxiliadora con el versículo: María, Auxilium Christianorum, ora pro no-
bis. Añada cada uno las oraciones y mortificaciones que juzgue compa-
tibles con sus fuerzas y los deberes de su estado.
2.° Invítese a nuestros queridos alumnos a acercarse con la mayor
frecuencia posible a los sacramentos de la confesión y comunión. Por la
mañana comiéncese con el canto del Veni, Creator Spíritus etc. Emitte
Spiritum tuum etc. y el Oremus: Deus, qui corda fidelium etc. Ofrézcan-
se a este mismo fin las oraciones, el rosario, la misa, la meditación.
3.° A lo largo del día todos los socios salesianos pasen el tiempo
que les sea posible ante el Santísimo Sacramento. Hagan en la iglesia el
rezo del Breviario, la lectura espiritual y todos los rezos ordinarios.
Anímese a hacer otro tanto a los del Clero Infantil y a los socios de las
compañías de San Luis, del Santísimo Sacramento de la Inmaculada
Concepción y de San José.
22
4.° Por la tarde, a la hora más oportuna, reúnanse todos en la igle-
sia, y con la mayor devoción, después de rezar el Veni Creator, como
se hace en la mañana, se hará la acostumbrada práctica para reparar
los ultrajes que recibe Jesús en el Santísimo Sacramento; y después de
cantar el Ave maris Stella, se dará la bendición con el Santísimo Sacra-
mento. Estas nuevas humildes instancias a la bondad del Señor comen-
zarán el día 21 y continuarán hasta el 24 de este mes por la mañana.

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La gracia de Nuestro Señor Jesucristo sea siempre con no-
sotros. Amén. Roma, 16 de marzo de 1874. Afmo. en Jesu-
cristo Sac. Juan Bosco (MB X, 1107-1108; MBe X, 1016-
1017).
La «Congregación Particular» se reunió el 24 de marzo y se desarro-
lló favorablemente. Pero, debido a las prolongadas discusiones, los car-
denales decidieron reunirse de nuevo el 31 (cf. MB X, 790; MBe X,
720).
El día 31 volvió don Joaquín Berto a San Andrés de «Fratte»
a encargar que encendieran dos velas ante el altar de la Vir-
gen del Milagro. A las nueve volvía a reunirse la Congregación
Particular para la aprobación de nuestras Constituciones y es-
tuvo reunida hasta la una y media de la tarde. A la duda pro-
puesta: -Si debían aprobarse, y cómo, las recientes Constitu-
ciones de la Sociedad Salesiana, contestaba: -AFFIRMATIVE ET
AD MENTEM (Afirmativamente y según el espíritu).
Evidentemente el trabajo de la Congregación Particular fue
arduo y, gracias a Dios y a María Santísima Auxiliadora, total-
mente favorable.
¡No se podía desear más!... Primero pensaban los Eminentí-
simos Cardenales limitar la aprobación ad experimentum para
un decenio, es decir, exigir un decenio de prueba antes de la
aprobación definitiva. Pero después, atendidos los repetidos e
insistentes ruegos de Don Bosco, los buenos oficios del carde-
nal Berardi, y las claras y favorables declaraciones del Santo
Padre, llegaron a la votación para la aprobación definitiva, y
tres de ellos dieron su voto favorable y uno ad decennium. El
Secretario pidió una particular audiencia al Padre Santo, el
cual se la fijó para la tarde del viernes santo, 3 de abril. Escu-
chó atentamente la relación y, cuando oyó que faltaba un voto
24
para la aprobación absoluta, exclamó sonriendo. - ¡Pues bien,
este voto lo pongo yo! (MB X, 795-796; MBe X, 724-725)
A las seis de la tarde estaba todavía monseñor Vitelleschi
en la audiencia. Aquella misma tarde fue Don Bosco a su casa
para enterarse del resultado. Estaba monseñor en aquel mo-
mento sentado a la mesa tomando la sopa. Después de unos

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instantes, mandó que pasara Don Bosco a la sala y, apenas le
vio, exclamó:
- ¡Don Bosco, eche a vuelo las campanas! Las Constituciones
de su Congregación están definitivamente aprobadas y las Di-
misorias concedidas AD DECENNIUM.
Y nuestro santo Fundador, en el colmo de la alegría y por
toda respuesta, con sencillez infantil le entregó una almendra
garapiñada, que le había dado la señora Monti, diciendo: -
¡Tome esta almendra! La conversación se prolongó hasta cerca
de las diez (MB X, 796-797; MBe X, 725-726).
¡Las Constituciones Salesianas, después de tanto sufrimiento, por fin
habían sido aprobadas! Realmente esta obra le costó a Don Bosco tantos
sacrificios y tantos esfuerzos, que llegó a decir: «¡Si hubiese sabido de
antemano que costaba tantos dolores, trabajos, oposiciones y contradic-
ciones la fundación de una Sociedad religiosa, tal vez no habría tenido
suficiente ánimo para emprender la obra!» (MB XVII,142-143; MBe XVII,
129) (20). El 13 de abril se redactó el decreto de aprobación, que el
Santo recibió de manos de don Berto precisamente aquí, en vía Sistina.
DECRETO. La Santidad de Nuestro Señor Pío Papa IX, en
audiencia concedida al que suscribe, Mons. Secretario de la
Sagrada Congregación de Obispos y Regulares, el 3 de abril
1874, viernes santo, observadas atentamente las Cartas Co-
mendaticias de los Obispos de los lugares donde existen Casas
de la Pía Sociedad, llamada de los Sacerdotes de San Francisco
de Sales, y los abundantes frutos que la misma produjo en la
Viña del Señor, aprobó y confirmó las antedichas Constitucio-
nes, tal y como se contienen en este ejemplar, cuyo autógrafo
se conserva en el archivo de esta Sagrada Congregación, de
acuerdo con el presente Decreto las aprueba y confirma, salva
la jurisdicción de los Ordinarios, según lo prescrito por los Sa-
grados Cánones y las Constituciones Apostólicas.
25
Dado en Romael 13 de abril de 1874. Card. BIZZARRI,
Prefecto S. Arzobispo de Seleucia, Secretario (MB X, 802; MBe
X, 730).
Hoy en día el palacio acoge a particulares, por lo que es imposible
visitar su interior.

3.6 Page 26

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Monasterio de
Tor de
Specchi
Via del Teatro Marcello 40
A pocos pasos del Ara Coeli, del Capitolio y de los Foros Imperiales
encontramos uno de los lugares más queridos por la Familia Salesiana: el
Monasterio de Tor de 'Specchi. Tiene una historia antigua; fue fundado
por santa Francisca Romana a principios del siglo XV y, desde entonces,
ha sido un punto de referencia para la vida cristiana de la capital. Mu-
chos fueron los santos que, de diferentes maneras, tuvieron contacto
con esta obra: S. Felipe Neri, S. Bernardino de Siena, S. Roberto Belar-
mino, S. Gaspar del Búfalo, S. Francesco de Sales y S. Juan Bosco.
Don Bosco estaba muy unido a este monasterio y, a partir de 1870,
se interesó en que no fuera confiscado por el Estado, como tantos otros
bienes eclesiásticos. De este interés fue rogado por la misma Presidenta
de las Oblatas, madre Magdalena Galleffi y por don Domenico Berti, be-
neficiario liberiano [de la basílica Santa María la Mayor, fundada por el
papa Liberio], quien le escribió:
«Recurro a sus valiosísimos oficios para la conservación de
26
los bienes y todo lo demás de la histórica casa de santa Fran-
cisca Romana, mantenida por las nobles Hijas de esta Santa,
las Oblatas, así llamadas, de Tor d' Specchi. Haga lo posible
para arrancarlas de las rapaces garras de la junta liquidadora,
sin dejar que se dé largas al asunto con pleitos ante el Tribu-
nal»

3.7 Page 27

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No se lo hizo repetir dos veces, e inmediatamente habló de ello al
ministro Lanza, con quien estaba negociando sobre la cuestión de los
asuntos civiles de los Obispos
-Mire, Don Bosco: los católicos creen que yo soy anticatóli-
co; ¡todo lo contrario! Y Don Bosco, aprovechando la ocasión
favorable, díjole: - ¡Excelencia, yo querría pedirle un favor! -
Hable con toda libertad. -Que me salvara las casas religiosas
de Tor d' Specchi, de las Hermanas de la Caridad de la Boca
de la Verdad y de la Trinidad de los Montes. Y le expuso los
motivos particulares de la petición, a saber: las primeras reli-
giosas podrían reclamar sus derechos ante los tribunales, las
segundas prestaban servicios en los hospitales, las terceras
eran de nacionalidad francesa. El Ministro reflexionó unos ins-
tantes, tomó nota, le aseguro que aquellas casas quedarían
libres de la incautación de sus bienes, y mantuvo la promesa
(MB X, 429; MBe X, 395).
En otra ocasión,
«pasamos a ver a la madre Galeffi, la cual mandó llamar
al abogado que llevaba la causa de Tor deSpecchi... Don Bos-
co le escuchó atentamente. Quiso que le explicara el estado de
la causa y cómo se había llevado, y después empezó él mismo
a instruirle sobre la manera de conducir a buen término la
cuestión, de tal modo que el abogado quedó asombrado. Por
último, le aconsejó que, si por acaso viere que la causa toma-
ba mal cariz o se prolongaba demasiado, escribiera a un tal
Cutica, funcionario en Florencia, de quien dependen totalmente
estas cuestiones. -Este señor, decía Don Bosco, me conoce y
nos tratamos como verdaderos amigos... En el
caso de que perdiéramos la causa... nos tratará
con bondad y nos indicará el camino a seguir, o
27
nos propondrá un arreglo, y después de esto ha-
brá que pensar en asegurar la casa y los bienes
de Tor de' Specchi de modo que el Gobierno no
pueda tener ya pretexto alguno. -Esté usted se-
Mapa
guro, replicó el abogado, seguiremos fielmente
sus consejos (MB X, 501-502; MBe X, 459).

3.8 Page 28

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3.9 Page 29

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Don Bosco estaba seguro del éxito de la Operación y, en
1870, escribió una carta a la Madre Presidenta, en su clásico
lenguaje imaginativo, que aún hoy se conserva en los archivos
del Monasterio, donde puede leerse: «Era mediodía cuando el
cielo se oscureció y se formó una tormenta muy oscura sobre
el retiro y el monasterio de Tor de' Specchi. En medio de las
espesas nubes aparecieron monstruos gigantes, dragones de
varias formas que vomitaban fuego, arrojaban saetas y espa-
das sobre aquel santo edificio. Torre de' Specchi amenazaba
con ser reducida a cenizas, cuando una mujer vestida de Reina,
acompañada de muchos hombres armados, avanzó hacia los
feroces monstruos portando un estandarte en el que estaba
escrito: Soy el auxilio de los cristianos. Mientras se acercaba,
esos monstruos hicieron horribles contorsiones, y corriendo
unos contra otros se dispersaron, dejando el cielo despejado.
Esa reina, entonces, esparció una canasta de hermosas flores
que cayeron todas sobre la casa en Torre de' Specchi. Las reli-
giosas y las hijas educandas que estaban todas asustadas es-
taban escondidas, salieron y, jubilosas, recogieron aquellas flo-
res que llenaban todas las habitaciones de un fragantísimo
olor. Creo que entenderá todo...»
Por temor a la confiscación de bienes, las religiosas hicieron un voto
al Sagrado Corazón de Jesús: si hubieran ganado la causa contra el Giun-
ta Liquidatrice dellAsse Ecclesiastico [Junta de Liquidación del Eje Ecle-
siástico], las Oblatas habrían observado a perpetuidad, todos los años, el
ayuno estrictamente en la víspera de la fiesta del Sagrado Corazón. El
voto se formuló oficialmente el 10 de mayo de 1876 y en junio Tor de
'Specchi era declarada exenta de confiscación. Este compromiso se man-
tiene escrupulosamente hasta el día de hoy. El Santo, de 1878 a 1882
(estancias 14ª – 18ª) tuvo como lugar de llegada Tor deSpecchi, más
precisamente la «casa de los confesores» (ahora demolida), que se en-
contraba justo en frente del Monasterio, en el n. 36 de via Tor de
29
'Specchi (hoy Via del Teatro Marcello). ¿Por qué el Santo utilizó estos
locales? Tenemos que retroceder un poco a lo largo de los años.
La benemérita madre Magdalena Galeffi, impulsada por
celo de la instrucción religiosa no solo de las señoras que
componían la casa que ella presidía, sino también de muchas
otras personas, y estimulada también por el deseo de cumplir

3.10 Page 30

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una obra caritativa en favor del Oratorio, recibía muchas y
variadas publicaciones de Don Bosco, que ella se industriaba
caritativamente por vender; eran libros ascéticos, manuales de
piedad, cuentos morales y amenos, y también estampas, me-
dallas, rosarios, crucifijos y otras cosas de este género. Desde
1870 se le enviaban grandes cajas llenas de estos objetos, en
cada una de las cuales metían los libreros del Oratorio un ca-
tálogo con la correspondiente lista de precios, quedando siem-
pre entendido que era necesario enviar al remitente el total del
gasto. En poco tiempo, la venta llegó a ser muy grande, de
modo que los pedidos se multiplicaron. La buena Presidenta
enviaba el producto de la venta, de vez en cuanto, a Turín, lo
ponía en manos de don Bosco o lo entregaba a quienes él se-
ñalaba. Por fin, en 1874, pensó ella pedir al Beato una cuenta
exacta del importe total y de las sumas pagadas, y tuvo en-
tonces la desagradable sorpresa de encontrar que todavía
quedaba a su cargo una cantidad considerable, de la que no
estaba en condiciones de dar explicación alguna. Siempre había
creído que las cantidades enviadas eran todo el producto de
las ventas realizadas de acuerdo con la lista de precios, pero
resultaba que las cuentas eran muy diferentes. La causa era
que la Presidenta se servía de una persona seglar de su con-
fianza, en cuyas manos había puesto la contabilidad y el des-
pacho de las operaciones pecuniarias; pero parece que no ha-
bía demasiada exactitud en el manejo del dinero. La madre
Galeffi, que no tenía la menor sospecha, siguió la buena obra
hasta su muerte, ingeniándoselas para cubrir, poquito a poco,
el déficit. Cuando murió, en enero del 1876, la nueva Presi-
denta, marquesa Canonici, trató el asunto con Don Bosco y
pudo comprobar que existía una diferencia a favor de él de
30
veinte mil ciento treinta y tres liras con treinta y dos céntimos,
que no aparecían pagadas, aun cuando la mercancía había
sido enviada y recibida. La noble dama podía alegar que la ca-
sa de Tor de' Specchi no estaba obligada a cumplir con los
contratos personales de la difunta, pero, ya fuera en atención
al buen recuerdo de la llorada Superiora, ya fuera por delica-
dos miramientos con Don Bosco, mostró deseo de arreglar con
equidad la cuestión. Entonces el Beato, a quien interesaba te-

4 Pages 31-40

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4.1 Page 31

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ner en Roma un procurador general de la Congregación y un
lugar de llegada para él y para los suyos, pidió como compen-
sación que la casa de Tor de' Specchi le concediese el empleo
gratuito de algunas habitaciones. La madre Canonici, con el
consentimiento de las señoras Oblatas, accedió de buen grado,
poniendo a su disposición toda la segunda planta de una casa
que pertenecía al Monasterio, situada frente por frente, con el
número treinta y seis. El usufructo no podía durar, de ningún
modo, más de treinta años, y sin facultad para subarrendar en
todo o en parte sus dependencias. A cambio de ello, don Bosco
31
consideraba saldado totalmente su crédito, lo mismo en el ca-
so de que se sirviese del apartamento durante todo el plazo de
treinta años, que si se sirviera de él un tiempo menor o que no
lo emplease en absoluto. Se firmó la correspondiente escritura
en el mes de marzo siguiente 1. No imaginen los lectores que
se trataba de una gran vivienda: una portezuela daba acceso
desde la calle a una escalerita angosta y deteriorada, que con-

4.2 Page 32

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ducía a cinco cuartuchos estrechos y bajos, donde el calor del
verano ahogaba y el frío del invierno hacía tiritar (MB XIII, 464
-465; MBe XIII, 398-401).
La Capilla del Monasterio es de particular importancia para toda la
Familia Salesiana, porque, además de llegar con frecuencia para celebrar
el sacrificio Eucarístico, Don Bosco celebró su primera conferencia a los
Salesianos Cooperadores.
Otro medio de difusión muy eficaz [para adherirse a la
Asociación de Cooperadores] fueron las dos conferencias
anuales, prescritas por el Reglamento para las fiestas de san
Francisco de Sales y de María Auxiliadora. Estas reuniones ser-
vían mucho para la propaganda, ya fuera porque eran de en-
trada libre, ya porque la prensa daba después noticias muy
detalladas, y también porque ofrecían, a veces, ocasión para
dar a conocer publicaciones que corrían por muchas manos.
Hasta 1878 no se habían celebrado estas conferencias; en-
tonces dio Don Bosco el ejemplo, con las que pronunció en
Roma y en Turín. La conferencia de Roma se celebró el 29 de
enero de 1878. Don Bosco quiso hacerla de manera que pu-
diera servir de modelo para las demás, que después se hicieran
por todas partes 1; por esto hizo una adecuada preparación
para ella. Eligió, ante todo, un lugar muy agradable para la
aristocracia romana: la capilla de las nobles Oblatas de Tor de'
Spechi. A continuación, consiguió la asistencia de nobles seño-
res y damas, prelados y otros eclesiásticos en buen número.
Consiguió que presidiera el cardenal vicario Mónaco La Vallet-
ta, al que se unió el eminente Sbarretti. Con la invitación envió
el programa impreso, precedido de estas notas ilustrativas.
CONFERENCIA DE LOS COOPERADORES SALESIANOS EN
32
ROMA 27 DE ENERO DE 1878
Con autorización y asistencia de S. E. Rvma. el señor carde-
nal Mónaco La Valletta, Vicario de Su Santidad, tendrá lugar la
primera Conferencia de los Cooperadores Salesianos, como
está prescrito en el capítulo VI, artículo 4° del Reglamento.
La reunión se celebrará en la iglesia de la excelentísima
Casa de las Oblatas de Santa Francisca Romana, conocida con

4.3 Page 33

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el nombre de Torre deSpechi. La entrada será por la puerta
principal del Instituto y se irá directamente a la Capilla.
Están invitados respetuosamente todos los Cooperadores. Su
Santidad, en un rasgo de gran bondad, concede indulgencia ple-
naria a todos los Cooperadores que asistan a esta Conferencia.
De acuerdo con la prescripción de las reglas, se hará una co-
lecta a favor de los misioneros salesianos que están en América,
de otros que se preparan para partir, y también de algunas casas
que se están organizando en pueblos, en los que hay una gran
necesidad.
Roma, 25 de enero de 1878.
Sac. Juan Bosco.
No podía desearse mejor asistencia, ni por el número ni por la
calidad de las personas. A las tres de la tarde, un sacerdote sale-
siano subió al estrado, expresamente preparado de acuerdo con
las costumbres romanas, y leyó en la vida de Francisco de Sales,
escrita por Galizia, el capítulo del amor del santo a los pobres. La
lectura fue escuchada con viva atención por todos los presentes.
A continuación, una célebre cantante interpretó un precioso mo-
tete sobre las palabras Tu es Petrus, con acompañamiento de
órgano. Finalmente, Don Bosco, con roquete y bonete, pronunció
un discurso que duró tres cuartos de hora. Comenzó así:
«Eminencias Reverendísimas, nobles y respetables señores. En este
hermoso día, dedicado a san Francisco de Sales, la primera so-
lemnidad que celebra la santa Iglesia desde que fue proclamado
doctor, se celebra en Roma la primera conferencia de los Coope-
radores Salesianos, y me toca a mí el alto honor de hablar ante
vosotros. El Santo Padre nos envía su apostólica bendición y nos
concede el precioso tesoro de la indulgencia plenaria, a la par
que el Cardenal Vicario se dignó asistir y presidir esta reunión. Se 33
eligió para tal fin esta iglesia de las nobles Oblatas de Santa
Francisca, porque este Instituto fue el primero que, en esta in-
mortal Ciudad, comenzó a ayudar a los muchachos pobres de las
casas salesianas. Yo mismo, que debería encontrarme en otro
lugar, he tenido que quedarme aquí por muy poderosas razones, y
ello me da la agradable satisfacción de tomar parte en esta pri-

4.4 Page 34

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mera conferencia. Bendito sea el Señor y sean siempre adora-
das sus divinas disposiciones. Mientras tanto, y para cumplir la
finalidad de esta primera reunión, no haré ningún discurso
académico, ningún sermón, sino una relación histórica del ori-
gen y desarrollo de los Cooperadores Salesianos». Después de
contar la historia de los Cooperadores, desde sus principios
hasta el momento en que hablaba, prorrumpió en una cálida
exhortación, para que todos ayudasen a los salesianos en la
obra de la salvación de la juventud. «Ilustres señores, dijo; los
protestantes, los incrédulos, los sectarios de toda suerte no
dejan de intentar todos los medios posibles para perjudicar a la
incauta juventud y, como lobos famélicos, dan vueltas en su
derredor para hacer trizas el rebaño del Señor. Impresos, foto-
grafías, escuelas, asilos, colegios, subsidios, promesas, amena-
zas, calumnias, todo lo ponen en marcha a fin de pervertir las
almas jóvenes, arrancarlas del seno materno de la Iglesia, se-
ducirlas, ganárselas y arrojarlas en brazos de Satanás. Y lo
más doloroso es que los maestros, los educadores y hasta los
mismos padres ayudan a esta obra de desolación. Y bien; ante
un espectáculo tan desgarrador: ¿vamos a quedarnos indife-
rentes y fríos nosotros? Que no se diga eso, almas escogidas;
no, que no se cumpla nunca que los hijos de las tinieblas sean
más astutos y más valientes para hacer el mal, que los hijos
de la luz para operar el bien. Por consiguiente, cada uno de
nosotros conviértase en guía, maestro y salvador de los niños.
Contrapongamos las engañosas artes de la malicia a las amo-
rosas industrias de nuestra caridad, de imprenta en imprenta,
de escuela en escuela, de internado en internado; vigilamos a
los niños de nuestras familias, parroquias e institutos; y como
en todas partes se encuentra una inmensa multitud de niños y
niñas pobres..." (MB XIII, 615-618; MBe XIII, 526-529).
34
Aquella misma tarde escribía Don Bosco a don Miguel Rua:
«Hoy hemos tenido una conferencia, presidida por el Cardenal
VicarioHará época en la historia». Quiere decir, sin duda, en
la historia de la Congregación; mas, y ¿por qué no también en
la historia de la Iglesia? Después del «bautismo» del 9 de ma-
yo de 1876, esta conferencia, presidida en Roma por el Vica-
rio del Papa, fue casi la «confirmación» de la Pía Unión de los

4.5 Page 35

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Cooperadores. (MB XIII, 620; MBe XIII, 531).
Son muchos los episodios que podrían contarse sobre la estancia del
santo en Tor de 'Specchi, pero hay uno que merece nuestra atención, por-
que demuestra la rectitud y firmeza del Santo piamontés. Los protagonistas
del evento son Don Bosco y Monseñor Macchi, Maestro de Cámara del
Santo Padre, antaño amigo de Don Bosco (que lo puso en evidencia con Pío
IX) y ahora su adversario.
Acaeció por aquellos días un episodio muy significativo. Este
señor hacía todo lo posible por no encontrarse con Don Bosco.
Una mañana fue Don Bosco a celebrar misa en la iglesia de Tor
de' Specchi. Mientras estuvo en el altar, llegó aquel al convento.
La Presidenta, sin decir nada, invitó a Don Bosco a que subiera a
tomar café. Don Bosco aceptó la invitación. Tampoco aquel señor
había sido avisado de la presencia de Don Bosco. Al encontrárselo
frente a frente, Don Bosco quedó sorprendido; pero el otro supo
actuar con desenvoltura. Con él iban dos muchachas suizas, ele-
gantes pero descaradas. El caballero, apenas vio a Don Bosco, le
dijo, mencionando a las jóvenes: - ¡Vea, Don Bosco, ¡qué dos her-
mosos toques de gracia de Dios! Don Bosco no respondió. El in-
terlocutor, sin alterarse, prosiguió: - ¿Qué dice usted de estas dos
señoritas? -No soy entendido en la materia y no sé qué decir,
contestó Don Bosco. No me parece que sean conversaciones con-
venientes para un sacerdote. - ¡Oh, exclamó el primero irónica-
mente, si todos los sacerdotes fuesen como usted, las cosas irían
mejor! -No diga si fueran como yo, observó Don Bosco, sino si
fueran como los quiere Nuestro Señor Jesucristo. La Presidenta
interrumpió el desagradable diálogo, diciendo a aquel señor: - ¿Y
cuándo procurará una audiencia del Santo Padre a Don Bosco? -
Mire, contestó aquel, el Santo Padre tiene tantas cosas que hacer
que no tiene tiempo, al menos por ahora, para dar audiencia a
Don Bosco. Pero... ya veremos... ya veremos...¡Nosotras, dijeron
entonces altaneramente las dos jóvenes, hemos tenido en este
mes cuatro audiencias con el Santo Padre! Cuando oyó esto el
Siervo de Dios, no pudo por menos que observar a aquellas seño-
ras: - ¡Ustedes han sido admitidas cuatro veces en un mes a la
presencia del Papa y yo, que estoy en Roma desde hace varios
meses, que tengo muchos asuntos que tratar y pido audiencia

4.6 Page 36

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hace tanto tiempo, no puedo conseguir que me reciba para
volver a Turín! Aquel señor contestó que trataría de ver, que
miraría, que aquí y que allá, y siguió haciendo cumplidos a las
señoritas. Don Bosco, asqueado, se levantó y se marchó,
acompañado por la Presidenta, a quien dijo: -Señora, no espe-
raba que me preparase semejante sorpresa. -Perdone, Don
Bosco, repuso la Presidenta, lo hice para que pudiese encon-
trarse con aquel señor y hacerle a él mismo la súplica de la
audiencia. -Pues bien, replicó Don Bosco, haga el favor de pro-
curar que no me encuentre nunca en contacto con ese hombre
(MB XIII, 490-492; MBe XIII, 421-422).
En conclusión, recordamos que las Oblatas siempre han sido muy
hospitalarias y disponibles con los Salesianos, con quienes también han
mostrado una gran generosidad, ayudando económicamente a los hijos
de Don Bosco para la construcción de la Basílica del Sacro Cuore y la
Iglesia de San María Liberatrice en el Testaccio. El monasterio merece
ser visitado, informando previamente por teléfono. Es costumbre que
esté abierto al público únicamente el día de la festividad de Santa Fran-
cisca Romana.
36

4.7 Page 37

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4.8 Page 38

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El Vaticano
Piazza San Pietro
Città del Vaticano
El Vaticano es sin duda la colina de Roma que más ha visto la pre-
sencia de Don Bosco. En cada uno de sus viajes a la Ciudad Eterna, el
Santo visitó al menos una vez la tumba del Príncipe de los Apóstoles y a
su Sucesor.
La biografía de Don Bosco está llena de hechos ocurridos en el Vati-
cano, por lo que es necesario hacer una elección, teniendo más en cuen-
ta la primera estancia del Santo en la ciudad (1858), de la que don Rua
nos ha dejado una detallada relación no solo de las visitas realizadas,
sino también de los estados de ánimo de Don Bosco al visitar por prime-
ra vez estos santos lugares.
¡Quién sabe cuántas veces había deseado este momento!
No dejó de visitar nada, sirviéndose también de las palabras de Pío IX:
«Procurad ver todo lo que es visible» (MB V, 862; MBe V, 612); de he-
cho, la visita duró varios días, como escribió don Lemoyne.
38 I) LA BASÍLICA
El veintiséis de febrero, acompañado del señor Carlos De
Maistre y del clérigo Rua, Don Bosco se dirigió al Vaticano,
colina que guarda lo más memorable de la religión y lo más
notable de las artes. Mientras atravesaron el puente de
Sant'Angelo rezaron el credo para ganar los cincuenta días de
indulgencia concedidos por los Sumos Pontífices y saludaron la
estatua de San Miguel, que domina la mole Adriana, convertido

4.9 Page 39

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en ciudadela, y entraron en la plaza de la Basílica.
En este espacio estuvo el gran circo en el que Nerón con-
denaba a los cristianos al suplicio del fuego. Ahora, está cer-
cado por doscientas ochenta y cuatro columnas con ochenta y
ocho pilastras dispuestas en semicírculo a ambos lados, en
cuatro filas que dividen el porticado en tres pasillos, tan am-
plio el del medio que caben por él dos carrozas. Sobre las co-
lumnas campean noventaiséis estatuas de santos. Al fondo de
la plaza hay una espléndida escalinata que conduce al vestíbu-
lo del templo, todo cubierto de mármoles, pinturas, estatuas y
otros adornos.
Encima está el gran balcón para la bendición papal. Toda
aquella majestuosa e imponente fachada sostiene trece esta-
tuas colosales que representan al Salvador, con san Juan Bau-
tista a su derecha, y los apóstoles menos san Pedro, colocados
a los lados. En el centro de la plaza, flanqueado por dos fuen-
tes maravillosas, que lanzan continuamente chorros de agua a
gran altura, se levanta un obelisco egipcio, rematado por una
cruz, en cuyo centro está incrustado un trozo de la Santa
Cruz.
Don Bosco y sus acompañantes se descubrieron y la salu-
daron con reverencia, para lucrar con este acto otros cincuen-
ta días de indulgencia.
La Basílica tiene cinco puertas; todos los que la visitan en
cualquier día del año, pueden ganar indulgencia plenaria, si han
confesado y comulgado previamente. Cuando Don Bosco entró,
quedó un rato como extasiado, ante tanta magnificencia y
grandiosidad sin proferir palabra; y lo primero que llamó su
atención fueron las estatuas en mármol de los
39
fundadores de órdenes religiosas alrededor de las
pilastras de la nave central. Le pareció contemplar
la celestial Jerusalén. (MB V,826-828; MBe V, 587
-588).
Mapa
Ciertamente no imaginaba que un día también él,
como lo había soñado, estaría allí mismo, en la gran
iglesia, corazón del mundo. De hecho, con motivo de
su canonización (1934), sobre la estatua de bronce

4.10 Page 40

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de San Pedro y la efigie de Pío IX se colocó una gran estatua de mármol
blanco de Carrara, de algunas toneladas de peso, que representaba al
Santo con Domingo Savio y Ceferino Namuncurá.
Volvamos al relato
La nave central de la Basílica, desde la puerta de bronce
hasta la cátedra de San Pedro, mide ciento ochenta y cinco
metros con treinta y siete centímetros de larga, y cuarenta y
seis de alta hasta la bóveda. Es el templo mayor de toda la
cristiandad. Después de San Pedro, el mayor es el de San Pablo
de Londres. -Si añadiéramos a este, decía Don Bosco bro-
meando, la iglesia de nuestro Oratorio, alcanzaría la longitud
precisa de la Basílica Vaticana. Cada capilla tiene las dimen-
siones de una iglesia corriente.
Comenzó Don Bosco por visitar la nave menor de la dere-
cha según se entra y fue examinando capilla por capilla, altar
tras altar, cuadro tras cuadro. Observaba estatuas, bajorrelie-
ves, mosaicos; contemplaba las espléndidas tumbas de varios
Papas. Distinguió entre ellas la de la célebre Matilde, condesa
de Canossa, defensora de la autoridad pontificia contra Enri-
que IV emperador de Alemania y la de Cristina Alejandra, reina
de Suecia, que, siendo protestante, al reconocer la falsedad de
su secta, renunció al trono y se hizo católica, muriendo en Ro-
ma en 1655. Don Bosco tomaba nota con los datos históricos,
pero sobre todo satisfacía su devoción.
Entró en la capilla llamada de la Santa Columna, donde se
conserva una columna transportada del templo de Jerusalén,
en la que se apoyó Jesucristo cuando predicaba a las turbas.
Es curioso que la parte que tocaron las sagradas espaldas del
40
Salvador, nunca está cubierta de polvo.
Se postró en adoración en la capilla del Santísimo Sacra-
mento, cuyo altar está dedicado a San Mauricio y sus compa-
ñeros mártires que son los principales protectores del Piamon-
te. Junto a este altar hay una escalera que sube al palacio
pontificio.
En la capilla gregoriana notó que se veneraba en el altar
una antigua imagen de María Santísima de los tiempos de Pas-

5 Pages 41-50

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5.1 Page 41

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cual III, elegido en 1099. Hizo la última estación de la iglesia
ante la tribuna principal llamada de la Cátedra, colocada en el
fondo del espacio que forma como el coro del altar papal.
Cuatro estatuas gigantescas de metal, encima del altar, sos-
tienen una gran silla pontifical del mismo material. Las dos
delanteras representan a san Ambrosio y san Agustín y las dos
posteriores a san Atanasio y san Juan Crisóstomo. Encajada en
la silla de bronce se conserva como preciosa reliquia otra de
madera incrustada con varios bajorrelieves en marfil. Esta silla
perteneció al senador Pudente y sirvió al apóstol san Pedro y a
muchos otros Pontífices después de él.
Después de venerar aquel símbolo del infalible magisterio
de la Iglesia, Don Bosco volvió a postrarse delante de la Con-
fesión de San Pedro; luego fue a inclinar su cabeza ante la
estatua de bronce del Príncipe de los apóstoles colocada en un
pilar de la derecha y besar respetuosamente el pie, que sobre-
sale un poco del pedestal, desgastado en buena parte por los
labios de los fieles. Es una estatua hecha fundir por san León
Magno, sirviéndose del bronce de la de Júpiter Capitolino, en
recuerdo de la paz obtenida sobre Atila.
Sonaban las cinco de la tarde y Don Bosco estaba cansadí-
simo; desde las once de la mañana, siempre en pie, se movía
por aquella nave de la Basílica. Tuvo que volver a las Quattro
Fontane (MB V, 828-829; MBe V, 588-589).
El tres de marzo lo tenía destinado para continuar la visita
de la Basílica Vaticana.
A las seis y media de la tarde salió de casa Don Bosco con
el clérigo Rua y el conde Carlos. Llegaron a San Pedro, frente
al altar papal que, aislado en medio del crucero, se yergue
majestuoso sobre siete gradas de mármol blanco. Delante de
él hay en el pavimento un amplio vacío uniforme, circundado
41
por una preciosa balaustrada sobre la que arden continuamen-
te ciento doce lámparas sostenidas por cornucopias de metal
dorado; y desde el cual, por una doble escalera de mármol, se
baja al rellano de la Confesión, bajo el altar papal.
Es una capilla adornada de mármoles preciosos, de estucos
dorados, y de veinticuatro bajorrelieves en bronce que repre-

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sentan los hechos principales de la vida de san Pedro; en el
subterráneo de esta se oculta la tumba del Príncipe de los
Apóstoles. Don Bosco tuvo la fortuna de celebrar la santa misa
en el altar de esta capilla, adornada con dos antiquísimas imá-
genes de san Pedro y san Pablo pintadas sobre una plancha de
plata.
Después de haber orado largamente, subió de nuevo a la
Basílica y echó un atento vistazo a la nave del crucero que
tiene ciento treinta y cinco metros de larga. Sobre el altar pa-
pal, se levanta la inmensa cúpula de cuarenta y dos metros y
siete decímetros de diámetro. Por su altura y amplitud, por los
espléndidos trabajos en mosaico que en ella realizaron los más
célebres artistas, deja encantado a quien la contempla. Está
sostenida por cuatro columnas; cada una de ellas mide setenta
metros con ochenta y cinco centímetros de perímetro y tiene
una galería llamada de las reliquias. Guardan el santo lienzo de
la Verónica, una porción de la Santa Cruz, la sagrada lanza y
el cráneo de san Andrés.
Es célebre la reliquia de la santa Faz, que se cree sea el
lienzo de que se sirvió el Divino Salvador para enjugarse el
rostro bañado en sangre. En él quedó impresa su cara, que
entregó a santa Verónica mientras subía al monte Calvario.
Personas dignas de fe atestiguan que esa santa Faz sudó san-
gre varias veces, el año 1849, y que cambió de color mudan-
do las primitivas facciones. Estos hechos fueron escritos y los
canónigos de san Pedro daban testimonio de ello.
Don Bosco, penetrado de estos sentimientos, tan a propósi-
to para conmover un alma llena de fe, acercóse a la Cátedra
de San Pedro y, después de renovar su saludo, dirigió sus pasos
hacia la parte meridional de la Basílica y admiró otras tumbas
pontificias, examinó las suntuosas capillas y los altares, espe-
43
cialmente el de la Virgen de la Columna, así llamado por la
imagen de la Virgen pintada sobre una columna de la antigua
Basílica Constantiniana. Veneró también las urnas que encie-
rran los cuerpos de diversos santos: de los apóstoles Simón y
Judas, de san León Magno, de los santos León II, III y IV, de
san Bonifacio IV, de san León IX, de san Gregorio Magno y de
san Juan Crisóstomo. Por fin se detuvo en la última capilla de

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la nave menor, o sea en el baptisterio cuya concha es de pór-
fido.
Esta segunda visita a San Pedro terminó media hora des-
pués del mediodía, por lo que el señor Carlos De-Maistre dejó
para otra ocasión el subir a la cúpula (MB V,839-840; MBe
V, 596-597).
II) EN LA CÚPULA
El día ocho de marzo estuvo dedicado a subir a la cúpula
de San Pedro.
El canónigo Lantiesi había preparado para Don Bosco y sus
amigos el billete necesario para quien deseara tener esa satis-
facción.
Era un día tranquilo. Don Bosco dijo la misa en la iglesia de
Jesús, en el altar dedicado a san Francisco Javier, para cumplir
la promesa hecha en Turín al conde Javier Provana de Co-
llegno. Llegó al Vaticano a las nueve, en compañía de Carlos
De Maistre y Miguel Rua.
Presentaron el billete, abriéronles la puerta y comenzaron a
subir una escalera bastante cómoda. Casi a la altura del re-
llano de la Basílica están grabados los más célebres persona-
jes, Reyes y príncipes, que han subido hasta la base de la cú-
pula y vieron con satisfacción el nombre de varios soberanos
del Piamonte y otros miembros de la casa de Saboya.
Aquí dieron un vistazo a la terraza del gran templo que se
presenta como una gran plaza embaldosada, que tiene en el
centro una fuente de agua perenne y vieron la campana ma-
yor, cuyo diámetro mide más de tres metros. Ya por una esca-
44
lera de caracol, entraron en la primera y después en la segun-
da barandilla interior de la cúpula y dieron la vuelta. Observó
Don Bosco que los mosaicos, vistos uno a uno, que desde aba-
jo parecían tan pequeños, desde arriba adquirían un tamaño
gigantesco.
Mirando hacia abajo, los hombres que trabajaban y anda-
ban por el templo parecían enanos y el altar papal, que llevaba
por encima el baldaquino de bronce de veintinueve metros de

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alto desde el pavimento, parecía un simple sillón.
Subieron al último piso, que está sobre la mismísima cúpula.
Habían llegado a más de ciento dieciocho metros. Mirando al-
rededor, la vista se pierde en un horizonte vastísimo. Faltaba
aún el cupulino, al que se sube por una escalerilla casi perpen-
dicular, trepando unos seis metros, como en un saco.
Pero Don Bosco subió decidido con el conde y Miguel Rua.
En el cupulino, donde había alrededor unos orificios como ven-
tanillas, cabían cómodamente dieciséis personas.
Allí, a ciento treinta metros de altura, Don Bosco empezó a
hablar de varias cuestiones del Oratorio de Turín: recordó con
cariño a sus muchachos y manifestó su deseo de volver a ver-
los cuanto antes y trabajar por su salvación.
Ya un tanto descansados, descendió Don Bosco, sin parar
hasta llegar con sus amigos a la puerta de salida. Como nece-
sitaba descansar, se sentó a oír el sermón recién empezado en
la Basílica.
Le agradaron los ademanes y el bien decir del predicador
que hablaba de la observancia de las leyes civiles. Después del
sermón, como aún le quedaba un poco de tiempo, Don Bosco
lo dedicó a visitar la sacristía, que es magnífica y digna de san
Pedro en el Vaticano. Eran ya las once y media, y, como aún
estaban en ayunas, fueron a tomar un piscolabis (MB V,850-
852; MBe V, 604-605).
III) MUSEO PÍO CRISTIANO
D. Bosco con el Sr. Carlos De Maistre fueron a visitar a Mons. Bo-
rromeo, mayordomo de Su Santidad. Fueron tan bien recibidos, y después
de haber hablado mucho de las cosas del Piamonte y de Milán, su patria,
monseñor tomó el nombre de Don Bosco, del Sr. Carlos y de Rua, para 45
ponerlos en el catálogo de los que deseaban recibir la Palma de manos
del Santo Padre.
Junto al despacho de dicho prelado, en torno a la corte del
palacio Pontificio están los museos. Don Bosco entró en ellos,
vio cosas realmente grandiosas, pero se detuvo especialmente
en un vasto salón oblongo, donde está el museo CristianoAd-

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miró un sinfín de pinturas del Salvador, de la Virgen, de los
Santos y, entre otras, una del Buen Pastor que lleva una oveji-
ta al hombro. Todos aquellos objetos fueron hallados en las
catacumbas.
Desde el Vaticano, atravesando el centro de Roma, pasó
Don Bosco por la plaza Scossacavalli, donde trabajaban los
escritores de la famosa revista La Civiltà Cattolica. Entró a
visitarlos, como había prometido al padre Bresciani, y se en-
contró con la grata sorpresa de que los principales sostenedo-
res de la publicación eran piamonteses.
Don Bosco estaba deseando volver a casa; así que, pasando
todo por alto, estaban ya junto al Quirinal, cuando he aquí que
el rosariero Foccardi, lo vio con el señor De Maistre ante su
tienda y les invitó a entrar. En razón de sus muchas cortesías
46
los entretuvo un rato, pero les dijo cuando ya era fuerza partir:
-Aquí tienen mi carruaje; yo los acompaño y les llevo a su
casa.
Si bien es cierto que a Don Bosco no le gustaba montar en
coche, sin embargo, condescendió amablemente.
Foccardi, por el deseo de charlar un poco más con Don

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Bosco, lo llevó bastante lejos y le dio tantas vueltas, que cuan-
do llegaron a casa ya era de noche.
«Cuando llegué a casa, escribió Don Bosco, me entregaron una carta:
la abrí, la leí y decía: Se comunica al señor abate Bosco, que Su Santi-
dad se ha dignado recibirlo en audiencia mañana, nueve de marzo, des-
de las once y tres cuartos hasta la una”. Aquella noticia, aunque espe-
rada y deseada, me dio un vuelco al corazón, y aquella tarde, ya no pu-
de hablar más que del Papa y de la audiencia».
El cardenal Antonelli no había olvidado su promesa (MB V, 852-854;
MBe V, 605-606).
IV) PRIMERA AUDIENCIA PAPAL
Como ya hemos dicho, el principal motivo que movió a Don Bosco
para bajar a Roma fue el de poder ser recibido en audiencia por el Santo
Padre.
La primera audiencia, largamente esperada, pasaría luego a la historia,
contada con todo lujo de detalles por el mismo Don Bosco y por don
Rua, que lo acompañaba como secretario.
El cardenal Antonelli, secretario de Estado, había prometido a Don
Bosco que se interesaría para que pronto fuera recibido en audiencia por
el Sumo Pontífice.
Y por fin llegó el momento tan esperado...
El nueve de marzo fue el día de la audiencia papal. Pero,
como Don Bosco necesitaba hablar antes con el cardenal Gau-
de, fue a celebrar misa en la iglesia de Santa Maria sopra Mi-
nerva [Santa María sobre Minerva], que es uno de los más
bellos y ricos edificios sagrados de Roma. Bajo el altar mayor
está el cuerpo de santa Catalina de Siena. Después del Santo
Sacrificio, se presentó al cardenal, con quien pudo hablar en-
seguida y, recibidos sus consejos e informaciones, volvió a las
47
Quattro Fontane, para preparar a toda prisa las preguntas que
había de hacer al Santo Padre.
Faltaba poco para las once cuando Don Bosco y Miguel
Rua, ambos de manteo, llegaban al Vaticano. Presos de mil
pensamientos, subieron las escaleras más maquinalmente que
a sabiendas. Al entrar en los salones pontificios, acompañados

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por la guardia suiza y la guardia noble, los camareros les salu-
daron con una profunda inclinación, les tomaron la carta para
la audiencia que Don Bosco llevaba en la mano y, de salón en
salón, los acompañaron hasta la antecámara del Pontífice.
Como quiera que había otros esperando a ser recibidos,
tuvieron que aguardar casi una hora y media.
Don Bosco escribió más tarde «que aquel tiempo lo emplearon en
observar el lugar donde se encontraban. Los salones son grandes, ma-
jestuosos, bien tapizados, pero sin ningún lujo. Una simple alfombra ver-
de cubría el pavimento. El tapizado de las paredes era de seda roja, pe-
ro sin adornos, las sillas de madera. Un solo sillón, colocado sobre un
entarimado un poco elegante, indicaba que aquel era el salón pontificio.
Esto nos satisfizo, porque recordábamos las mordaces e injustas acusa-
ciones que algunos van haciendo contra el lujo y fausto de la corte pon-
tificia».
De pronto sonó una campanilla, y el prelado de antecáma-
ra, les hizo una señal para que avanzaran y entrasen en la
sala del Papa. Don Bosco se quedó turbado y tuvo que hacerse
violencia para no perder el equilibrio. -Animo, se dijo, vamos.
Miguel Rua siguió tras él llevando en la mano un ejemplar ar-
tísticamente encuadernado con la colección de las Lecturas
Católicas. Entraron. Estaban, por fin, en presencia de Pío IX.
Hicieron una genuflexión al entrar en la sala, otra a la mitad y
una tercera a los pies del Pontífice. Pero cesó casi del todo su
turbación, al ver presente en Pío IX, al hombre más afable,
más venerado, y al mismo tiempo más sencillo que pueda deli-
near un pintor. No besaron su pie porque estaba sentado a la
mesa; le besaron la mano y Miguel Rua, recordando la prome-
sa hecha a sus compañeros, se la besó dos veces, una por sí
48
mismo y otra por ellos. Entonces, el Santo Padre, les indicó que
se levantaran y se acercaran. Así lo hicieron, mas Don Bosco,
queriendo acomodarse a las prescripciones de la etiqueta, vol-
vió a arrodillarse. -No, replicó el Papa, levántese.
Es de advertir, que, al anunciar a Don Bosco, el prelado
introductor, leyó mal su nombre, porque en vez de escribir
Bosco, había escrito Bosser, por lo que el Papa comenzó a

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5.10 Page 50

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preguntarle:
- ¿Sois piamontés?
-Sí, Santidad, soy piamontés y en este momento experimen-
to el mayor consuelo de mi vida, al hallarme a los pies del Vi-
cario de Jesucristo.
- ¿Y en qué os ocupáis?
-Santidad, me dedico a la educación de la juventud y a es-
cribir las Lecturas Católicas.
-La educación de la juventud fue algo muy útil en todos los
tiempos, añadió el Papa; pero hoy es más necesaria que nunca.
Hay también otro en Turín que se dedica a la educación de los
jóvenes.
Aquí advirtió Don Bosco que se había dado equivocadamen-
te su nombre y también el Papa comprendió que él no era
Bosser, sino Bosco, el Director del Oratorio de San Francisco
de Sales. Entonces tomó un aspecto bastante más jovial y
continuó.
- ¿Qué hacéis en vuestro internado?
-Un poco de todo, Santo Padre: celebro la misa, predico,
confieso, doy clase; algunas veces me toca ir a la cocina a
enseñar al cocinero y hasta barrer la iglesia.
Sonrió el Santo Padre al oír esta respuesta y le preguntó
otras cosas referentes a los muchachos, a los clérigos y a los
Oratorios, de los que ya estaba informado. Preguntóle el nú-
mero y nombre de los sacerdotes que lo ayudaban y de los que
colaboraban en la publicación de las Lecturas Católicas.
50
Dirigiéndose luego al clérigo Rua, le preguntó si ya era sa-
cerdote, a lo que él respondió:
-Santidad, todavía no, soy solamente clérigo y curso tercero
de teología.
- ¿Qué tratado estudiáis?
-Estudio el tratado de Baptismo y de Confirmatione. Y

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mientras quería terminar la lista de los otros, el Papa observó:
-Este es el tratado más fácil. Y dirigiéndose de nuevo a Don
Bosco, le dijo con aire sonriente:
-Recuerdo el obsequio que me mandasteis a Gaeta y los
delicados sentimientos con que aquellos jóvenes lo acompaña-
ban. Don Bosco aprovechó la ocasión para asegurarle la adhe-
sión de todos sus muchachos a su sagrada persona y le rogó
aceptara una prueba con los ejemplares de las Lecturas Cató-
licas.
-Santidad, le dijo; os ofrezco una colección de todos los
folletos publicados hasta ahora, y lo hago en nombre de la
Dirección; la encuadernación es trabajo de los muchachos de
nuestra Casa.
- ¿Cuántos son esos muchachos?
-Santidad, los muchachos de la casa son casi doscientos,
los encuadernadores, quince.
-Pues bien, respondió; quiero enviar una medalla a cada
uno. Entró en la habitación contigua, y volvió al instante con
quince medallas de la Inmaculada Concepción.
-Estas son para los encuadernadores, dijo a Don Bosco
mientras se las entregaba. Y dirigiéndose luego al clérigo Rua,
le dio una más grande diciendo:
-Esta es para vuestro acompañante. Después, vuelto nue-
vamente a él, le entregó una cajita, en la que había otra un
poco mayor, diciendo:
-Y esta para vos. Como se arrodillaron para recibir los pre-
ciosos regalos, el Santo Padre les dijo que se levantaran.
Creyendo que ellos quisieran marcharse, iba Pío IX a despe- 51
dirlos, cuando Don Bosco empezó a decir:
-Santidad, tendría algo particular que comunicarle.
-Muy bien, respondió el Papa. Hiciéronle una señal al cléri-
go Rua para retirarse y él, haciendo una genuflexión en medio
de la sala, salió. El Santo Padre discurrió nuevamente con Don
Bosco sobre los Oratorios, sobre el espíritu que les infundía y

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alabó la publicación de las Lecturas Católicas indicándole, que
animase a sus colaboradores a quienes él bendecía de corazón.
Una de las cosas que repitió con complacencia fue esta:
-Cuando me acuerdo de esos muchachos, me conmuevo
con las treinta y tres liras que me enviaron a Gaeta. Pobreci-
tos, añadía, se privaron de los céntimos destinados al panecillo
y al condumio: ¡fue un gran sacrificio para ellos! Don Bosco
respondió:
-Nuestro deseo hubiera sido hacer mucho más, pero fue
para nosotros un gran consuelo saber que nuestra pequeña
oferta había agradado a Su Santidad. Sepa que allá en Turín
tiene un grupo numeroso de hijos que le quieren de veras y
siempre que hablan del Vicario de Jesucristo, lo hacen con
transportes de alegría.
El Santo Padre oyó esto con gran satisfacción y llevando la
conversación nuevamente a los Oratorios, a cierto punto, es-
pontáneamente preguntó:
-Querido Don Bosco, habéis emprendido muchas cosas;
mas, si murieseis, ¿qué sería de vuestra obra? Don Bosco, que
estaba para entrar en su principal asunto, aprovechó la oca-
sión y, respondiendo que precisamente había ido a Roma para
resolver el porvenir de los Oratorios, le entregó la carta co-
mendaticia de monseñor Fransoni. Y añadió:
-Suplico a Su Santidad tenga a bien indicarme las bases de
una Institución que esté de acuerdo con los tiempos y lugares
en que vivimos.
-El Vicario de Jesucristo, leyó la recomendación del intrépi-
do desterrado, se enteró de los proyectos e intenciones de Don
52
Bosco, se puso muy contento y dijo:
-Se ve que los tres estamos de acuerdo. Pío IX aconsejó
entonces a Don Bosco que redactara las reglas de la Pía So-
ciedad, de acuerdo con la finalidad concebida y le hizo diversas
indicaciones a tal fin. Entre otras cosas le dijo:
-Conviene que fundéis una Sociedad que no pueda ser es-
torbada por el Gobierno; pero al mismo tiempo no os conten-

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téis con ligar a los miembros a través de simples promesas,
porque de lo contrario no habría unión entre los socios, entre
superiores e inferiores; nunca estaríais seguro de vuestros súb-
ditos, ni podríais confiar en su voluntad. Procurad encauzar
vuestras reglas según estos principios y, terminado el trabajo,
se examinará. Pero la empresa no es fácil. Se trata de vivir en
el mundo sin ser conocidos por el mundo. Pero, si esta obra es
obra de Dios, él os iluminará. Id, rezad y, de aquí a unos días,
volved y os diré cuál es mi idea.
Pío IX era rápido para entender preguntas y expedito para
responder. En cinco minutos se podían ventilar con él asuntos
con los que otros hubieran empleado una hora. Don Bosco le
pidió diversos favores, que benignamente le concedió.
Finalmente, Don Bosco suplicó su bendición para todas las
personas que de algún modo tenían relación con él. Entonces
llamaron al clérigo Rua. Volvió este a entrar, y Don Bosco pidió
al Papa su santa bendición. Los dos se arrodillaron para reci-
birla.
-Os la doy con todo corazón, contestó el Santo Padre con
voz conmovida, mientras ellos por su parte estaban también
emocionados.
Pío IX, usó esta fórmula especial que nosotros reproduci-
mos, como un glorioso recuerdo.
-Benedictio Dei Omnipotentis, Patris et Filii et Spiritus
Sancti descendat super te, super socium tuum, super tuos in
sortem Domini vocatos, super adiutores et benefactores tuos
et super omnes pueros tuos, et super omnia opera tua, et ma-
neat nunc, et semper, et semper et semper.
(La bendición de Dios omnipotente, Padre e Hijo y Espíritu
Santo descienda sobre ti, sobre tu acompañante, sobre tus
llamados a la heredad del Señor, sobre tus ayudantes y bien-
hechores y sobre todos tus hijos, sobre todas tus obras y per-
manezca ahora y siempre, y siempre y siempre).
Al terminar la audiencia, preguntó el Papa a Don Bosco, si ya había
visitado la Basílica de San Pedro, y le autorizó para que pudiese visitar
todos los monumentos y cosas notables de la inmortal ciudad, ordenando

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al Monseñor de la antecámara que a don Bosco se le abrieran las puer-
tas de los más escondidos rincones. -Procurad ver todo lo que es visi-
ble, le dijo (MB V, 855-862; MBe V, 607-612).
COMENTARIO DE DON BOSCO: «La bondad del Santo Padre, - anotó
Don Bosco, - y mi vivo deseo de entretenerme con él, había prolongado
la audiencia más de media hora, tiempo notable, ya sea en cuanto a su
persona, ya sea en cuanto a la hora de la comida que por nuestra culpa
se le retrasaba. Llenos de estima y veneración, confundidos por tantos
signos de benevolencia, salimos del palacio pontificio y nos dirigimos
hacia el Quirinal. La impresión de esta audiencia será imborrable en
nuestro corazón y es para nosotros un buen argumento para decir que
basta acercarse al Pontífice, para descubrir en él un padre que no busca
más que el bien de sus hijos los fieles de todo el mundo. Quien le oye
hablar, no puede menos de decir en su corazón: -En este hombre hay
algo sobrehumano que no aparece en los demás hombres» (MB V, 862;
MBe V, 612).
V) LA TUMBA DE SAN PEDRO
Don Bosco aprovechó el permiso del Papa para visitar los subterrá-
neos de la Basílica Vaticana. El espacio entre los dos pavimentos es lo
que forma los subterráneos, también llamados grutas vaticanas. Aquí se
colocaron casi todos los monumentos que había en la iglesia antigua,
algunos de ellos obras maestras de escultura y de pintura: cuadros en
mosaico, sepulcros de los papas, sarcófagos de personajes célebres, es-
tatuas, lápidas y altares.
Don Bosco, contaba después a los muchachos: «Haría falta todo un
libro para anotar las mil cosas allí vistas; yo resalto una sola y es una
imagen de María llamada de la Bocciata’. Está en un altar subterráneo
y es muy antigua. Se la dio este nombre por el siguiente suceso: un jo-
ven, por desprecio, o sin querer, dio con una bocha en un ojo de la
54
imagen de María. Se obró un gran prodigio. Brotó sangre de la frente
y del ojo, que aún se ve rojizo sobre las mejillas de la estatua. Dos
gotas se deslizaron lateralmente sobre una piedra que se conserva
celosamente resguardada por una verja de hierro».
Pero lo que más cautivaba la atención de Don Bosco en
aquellos subterráneos era el recuerdo del Príncipe de los Após-
toles. Acompañado por monseñor Borromeo dedicó la mayor

6.5 Page 55

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parte de aquel día a visitar la Confesión. Después hizo que le
abrieran la cripta subterránea donde estaba la tumba de San
Pedro. Miró, examinó los objetos, los rincones, las paredes, las
bóvedas, el suelo. Luego preguntó si no quedaba más que ver.
-Nada más, le contestaron.
-Pero la tumba de Santo Apóstol, ¿dónde está? - ¡Aquí de-
bajo! Está muy profunda, bajo tierra, en el mismo lugar que
ocupaba cuando existía la antigua Basílica; no se ha vuelto a
abrir desde siglos, por miedo a que alguien pueda intentar lle-
varse alguna reliquia.
-Pues yo quisiera llegar hasta allí.
-Imposible.
-Me han dicho que de alguna manera puede verse.
-Todo lo que se puede enseñar, se lo he enseñado; lo de-
más está terminantemente prohibido.
-Pero el Papa me ha dicho que era orden suya que no se
me oculte nada. Cuando vuelva a visitarle, y me pregunte si he
visto todo, me disgustaría no poder decir que sí.
Monseñor mandó a buscar unas llaves y abrió una especie
de armario. Había allí un hueco que conducía bajo tierra. Don
Bosco miró, pero estaba todo oscuro.
- ¿Está satisfecho?, interrogó el monseñor.
-Todavía no; querría ver.
- ¿Y cómo hacer?
-Mande traer una caña y un cerillo. Trajeron la caña y el
cerillo, que, puesto en la punta de la caña, no llegaba al
fondo. Llevaron una segunda caña, que tenía en la punta un 55
ganchillo de hierro. Así consiguieron tocar la losa del sepul-
cro de San Pedro. Estaba a siete u ocho metros de profundi-
dad. Golpeando suavemente, el sonido que subía indicaba que
el ganchillo tocaba unas veces hierro, y otras mármol. Lo cual
confirmaba lo escrito por los antiguos historiadores. Don Bosco
observaba todo con mucha diligencia para la revisión de la
vida de San Pedro (MB V, 862-864; MBe V, 611-614).

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Entre tanto el Santo Padre había manifestado su deseo de que Don
Bosco asistiese en el Vaticano al devoto y magnífico espectáculo de las
funciones de Semana Santa. Por eso encargó a monseñor Borromeo le
invitara en su nombre y le proporcionase un lugar donde pudiera seguir a
su gusto los sagrados ritos (MB V, 899-900; MBe V, 638)
VI) SEMANA SANTA EN ROMA
Al día siguiente, domingo veintiocho de marzo, Domingo de
Palmas o de Ramos, entraba Don Bosco con Miguel Rua en la
Basílica de San Pedro mucho antes de empezar las funciones.
El conde Carlos De Maistre les acompañó hasta la tribuna de
los diplomáticos, donde tenían preparado su puesto. Don Bosco
era todo ojos, pues sabía la importancia de las ceremonias de
la Iglesia. A su lado se hallaba un milord inglés protestante,
maravillado de la solemnidad de los ritos. A cierto punto un
barítono de la capilla sixtina entonó un solo, tan perfecto, que
Don Bosco se conmovió hasta las lágrimas, y el milord quedó
extático.
Terminado el canto, volvióse el inglés a Don Bosco y díjole
en latín, pues no sabía cómo hacerse comprender en otro idio-
ma:
- Post hoc paradisus! (¡Después de esto, el paraíso!). Aquel
hombre, algún tiempo después, se convirtió al catolicismo y
llegó a ser sacerdote y obispo.
Cuando el Papa terminó de bendecir las palmas, al llegar su
turno, desfiló el cuerpo diplomático hacia el trono del Pontífice
y cada embajador y ministro recibió la palma de su mano.
También Don Bosco y Miguel Rua se arrodillaron a los pies del
56
Pontífice y recibieron la palma. Así lo quiso Pío IX. ¿No era Don
Bosco un embajador del Altísimo?
El cardenal Marini, que era uno de los dos cardenales diá-
conos asistentes al trono, para que Don Bosco pudiera asistir
más de cerca, también en la capilla Sixtina a todas las otras
ceremonias de la semana santa, le nombró su caudatario. Y
así, el siervo de Dios, revestido con sotana morada, estuvo casi

6.7 Page 57

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al lado del Papa durante todo el ceremonial y pudo saborear el
canto gregoriano y la música de Allegri y Palestrina. El jueves
asistió al pontifical del cardenal Mario Mattei, en su calidad
del más anciano de los obispos suburbicarios, en lugar del car-
denal decano del sacro colegio que estaba impedido; siguió al
Pontífice que llevaba procesionalmente el Santísimo Sacramen-
to a la capilla Paulina para reponerlo en la urna allí preparada,
le acompañó al balcón vaticano desde el que esperaba Roma
la bendición solemne; asistió al lavatorio de los pies de trece
sacerdotes, efectuado por el Papa en dos grandísimas galerías
del palacio y a su cena conmemorativa, servida por el mismo
Vicario de Cristo.
En cuanto al Viernes Santo, he aquí lo que leemos en la
página sesenta y seis de un folleto publicado en París en
1883, con el título Dom Bosco à Paris par un ancien Magis-
trat: «Un magistrado francés estuvo arrodillado junto a un
sacerdote el día de Viernes Santo en la capilla Paulina adoran-
do a Jesús Sacramentado en el Santo Sepulcro.
El magistrado estaba acompañado por un señor italiano,
que al salir le dijo:
-Tenía a su lado a Don Bosco, un santo, el Vicente de Paúl
de Turín. Y Don Bosco lo fue de Italia y, si Dios lo quiere, del
mundo entero». Don Bosco, después de la adoración, volvió a
su papel de caudatario del cardenal Marini; celebró aquel día
el cardenal Gabriel Ferretti que era penitenciario mayor. El Sá-
bado Santo pontificó el cardenal Francisco Gaude (MB V, 900
-902; MBe, V, 639-640).
VII) SEGUNDA AUDIENCIA
Ya en el Quirinal, al declinar la tarde, recibió una invitación para ir al
Vaticano. El Papa deseaba hablar con él y lo recibió con muestras de
57
singular afecto paternal. Empezó enseguida su conversación:
-He reflexionado sobre vuestro proyecto y me he convenci-
do de que podrá hacer mucho bien a la juventud. Hay que rea-
lizarlo. ¿Cómo podrían, si no, conservarse vuestros Oratorios, y
cómo atender a sus necesidades espirituales? Por eso me pa-
rece necesaria una nueva Congregación religiosa, en estos tris-

6.8 Page 58

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tes momentos. Debe apoyarse sobre estas bases: sea una so-
ciedad con votos, porque sin ellos no se mantendría la unidad
de espíritu y de acción; pero estos votos deben ser simples y
fáciles de disolver, para que la malevolencia de alguno de los
socios no altere la paz y la unión de los demás. Las reglas
sean suaves y fáciles de observar. Que la forma de vestir y las
prácticas de piedad no la señalen en medio del mundo. Quizá
por eso, sería mejor llamarla Sociedad y no Congregación. En
resumen, estudiad la manera para que cada miembro sea un
religioso ante la Iglesia y un libre ciudadano ante la sociedad.
Luego aludió a algunas congregaciones, cuyas reglas tenían
una especial semejanza con la que se pensaba fundar.
Entonces Don Bosco presentó humildemente a Pío IX el ma-
nuscrito de sus Constituciones.
-Aquí tiene, Beatísimo Padre, le dijo, el reglamento que
contiene la disciplina y el espíritu que, desde hace veinte años,
informa a los que gastan sus energías en los Oratorios. Ya ha-
ce tiempo me había esmerado en dar a los artículos una forma
regular; pero estos días pasados he hecho correcciones y aña-
diduras de acuerdo con las bases que Su Santidad tuvo la bon-
dad de trazarme la primera vez que tuve el alto honor de pos-
trarme a vuestros pies. Pero como quiera que, al hacer el bo-
rrador de cada uno de los capítulos, habré errado ciertamente
en más de un punto del plan propuesto, lo pongo todo en ma-
nos de Vuestra Santidad y de aquel a quien se digne nombrar
para leer, corregir, añadir y quitar cuanto se juzgue convenien-
te para mayor gloria de Dios y bien de las almas.
Tomó el Pontífice de las manos de Don Bosco el reglamen-
to, lo hojeó un poco, aprobó una vez más la idea que los había
58
inspirado y lo colocó sobre una mesa. Así fue como el mismo
Vicario de Jesucristo determinó que Don Bosco fundara una
nueva Sociedad religiosa.
A continuación, quiso el Papa que le expusiera minuciosa-
mente los principios de la obra de los Oratorios en Turín y lo
que le había movido a comenzarla; lo que allí se hacía y cómo
se hacía y los obstáculos que había tenido que vencer. Cuando

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oyó todo el cúmulo de amenazas, contradicciones, persecucio-
nes y halagos, exclamó, aludiendo a cuanto él mismo había
sufrido por la revolución:
-Efectivamente ¡ambulavimus per vias difficiles! (anduvimos
por caminos difíciles).
Y Don Bosco le respondió sonriendo:
-Pero, por la gracia de Dios, non lassati sumus in via iniqui-
tatis, (no fuimos abandonados en el camino de la iniquidad). Y
siguió contándole el mucho bien que el Señor se había dignado
hacer por su infinita misericordia, y cómo habían vivido y vivían
todavía en el Oratorio muchos jóvenes de extraordinaria virtud.
La conversación giró entonces en torno a la figura de Do-
mingo Savio y Don Bosco contó al Papa la visión del buen jo-
vencito sobre Inglaterra. Pío IX escuchó con bondad y dijo con
gozo:
-Esto confirma mi propósito de trabajar con energía en fa-
vor de Inglaterra a la que he dedicado mis mayores preocupa-
ciones. Esto me servirá, por lo menos, como consejo de un al-
ma buena.
Pero aquella revelación hizo nacer en la mente de Pío IX
una duda y, mirando fijamente a Don Bosco, le preguntó si, por
acaso, también él había recibido alguna arcana comunicación
para proceder en la obra que había fundado, y como le pare-
ciera que Don Bosco titubeaba, insistió para que le contara
minuciosamente todo lo que tuviera, aunque solo fuera en
apariencia, algo de sobrenatural.
Y Don Bosco, con filial confianza, le narró cuanto había
pasado por su fantasía en sueños extraordinarios, que en parte
ya se habían verificado, comenzando por el primero, cuando 59
él contaba cerca de nueve años.
El Papa le escuchó con viva atención y, muy conmovido, sin
disimular que hacía mucho caso de ello, le recomendó:
-Llegando a Turín, escribid esos sueños y cuanto me habéis
expuesto ahora, con todo detalle y naturalidad; guardadlo co-
mo patrimonio para vuestra Congregación; legadlo para estí-

6.10 Page 60

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7 Pages 61-70

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7.1 Page 61

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mulo y norma de vuestros hijos.
De todo ello tomó pie para exaltar la misión de quien tra-
baja por la juventud, empleando las más afectuosas expresio-
nes de complacencia; y al mismo tiempo hizo alusión al bien
que se realizaba en Roma por los Oratorios festivos y muchas
instituciones; alabó la educación e instrucción impartida a los
muchachos en el Hospicio apostólico de San Miguel. Don Bosco
escuchaba y callaba; mas le pareció al Santo Padre que no
estaba plenamente de acuerdo con su parecer sobre el Hospi-
cio de San Miguel, y le dijo:
-Vos sabéis algo que yo no sé.
-Ruego al Santo Padre me dispense, si considero que no
debo hacer observación alguna; mas si Su Santidad me lo
manda, hablaré.
-Os lo mando y quiero que habléis. Don Bosco habló, siem-
pre con una prudente discreción, y manifestó el parecer de
eminentes personajes sobre el Hospicio de San Miguel, los cua-
les deseaban que el Pontífice estuviera informado. Pío IX, sor-
prendido ante aquellas inesperadas revelaciones, díjole sin más
que se serviría de aquellas noticias para remediar los inconve-
nientes señalados y, como se había hablado de talleres, le pre-
guntó qué oficios, artes y estudios seguían los muchachos en
Valdocco. Luego le interrogó:
- ¿Cuál de las ciencias a que os habéis dedicado, os ha
gustado más?
-Santo Padre, respondió Don Bosco, mis conocimientos no
son muchos; pero lo que me gustaría y quiero saber es scire
Jesum Christum et hunc crucifixum, (conocer a Jesucristo y a
este crucificado). Ante semejante respuesta quedó el Papa
un tanto pensativo y, deseando quizá poner a prueba esta
61
declaración, le confesó que había quedado muy satisfecho
del éxito de los ejercicios espirituales a las reclusas y que, para
darle una prenda de su aprecio y afecto, había determinado
nombrarle su camarero secreto, con el título de Monseñor.
Don Bosco, que en su vida había ambicionado honores, con
toda modestia agradeció su generosidad al Pontífice, diciéndole

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con muy buenas maneras y bromeando:
- ¡Santidad! ¡Bonita figura haría yo de Monseñor en medio
de mis muchachos! ¡Mis hijos no sabrían cómo reconocerme ni
concederme toda su confianza si tuvieran que llamarme Mon-
señor! Ya no se atreverían a acercarse y agarrarme de una
parte y de otra como hacen ahora. Además, a cuenta de esta
dignidad, el mundo me creería rico y yo no tendría valor para
presentarme a mendigar por nuestro Oratorio y nuestras obras.
¡Beatísimo Padre! lo mejor es que yo siga siendo el pobre Don
Bosco.
El Papa se admiró de una humildad tan simpática, mientras
Don Bosco pasaba sin más a pedirle la aprobación y permiso
para difundir en los Estados Pontificios sus Lecturas Católicas y
la exención, si ello fuera posible, de la tasa de correos para
sus libritos. Pío IX prometió darle gusto; pero aconsejó se pre-
sentara al Cardenal Vicario y hablara con él, para que se fuera
enterando de su promesa. Díjole también, que había echado
una mirada a su Historia de Italia y a las Lecturas Católicas;
alabó la publicación que iba haciendo con las biografías de los
Sumos Pontífices de los tres primeros siglos y le animó a escri-
bir, porque así sería benemérito de la Iglesia, mayormente en
aquellos tiempos; y añadió felicitándolo:
-Vos hacéis revivir a mis antecesores con vuestras obras,
particularmente a aquellos, cuya vida servía para alcanzar las
noticias referentes a los Papas. Le concedió, de viva voz, varias
facultades personales, que Don Bosco le había solicitado: la de
poder confesar in omni loco Ecclesiae (en todas las partes de
la Iglesia), y para siempre, y la dispensa de la obligación de
rezar el breviario. En fin, insatisfecha todavía la bondad del
62
incomparable Pontífice, le concedía otra facultad con estas
palabras:
-Os concedo todo lo que yo puedo concederos. Dicho lo
cual le impartió su bendición (MB V, 880-885; MBe, V, 625-
628).
IMPRESIONES: Salió Don Bosco de la sala del Papa confundido y conmo-
vido por aquella memorable audiencia. La dispensa del breviario era un

7.3 Page 63

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gran alivio para su delicada conciencia, puesto que, a menudo vivía ab-
sorbido de la mañana a la noche, por la multitud de penitentes, visitas y
quehaceres. Sin embargo, mientras pudo, siguió rezándolo por entero, o
al menos en parte, cuando ya tuvo cansada y enferma la vista y débil el
estómago.
Entre tanto ¡qué admirable resulta el afecto del Sumo Pontífice a
Don Bosco! Desde aquel momento, Pío IX fue su padre y su amigo: tuvo
por él gran estima, deseaba su conversación, le pidió más de una vez
consejo, le ofreció repetidamente dignidades eclesiásticas para tenerlo a
su lado. Pero Don Bosco, siempre obediente, aún a sus simples deseos,
no creyó deber condescender a tales ofrecimientos. Mientras solicitaba
honores para los demás, siempre los rechazó para sí mismo (MB V,
885; MBe, V, 628).
VIII) EL DÍA DE PASCUA
El cuatro de abril anunciaban la aurora del día de Pascua
las salvas de artillería del Castillo de Sant'Angelo.
Hacia las diez, bajaba Pío IX a la Basílica en silla gestatoria
y cantaba la santa misa. Después del Pontifical tenía que ben-
decir, como de costumbre, urbi et orbi desde el balcón de San
Pedro. Desfiló el cortejo de obispos y cardenales y subió al bal-
cón. Don Bosco, con el cardenal Marini y un obispo, quedóse
un instante junto al pretil, cubierto de un magnífico paño, so-
bre el que se habían puesto tres tiaras de oro. Díjole el Carde-
nal a Don Bosco:
- ¡Vea qué espectáculo! Don Bosco giraba sobre la plaza
sus ojos atónitos. Una muchedumbre de doscientas mil perso-
nas estaba apiñada en ella con la cara vuelta hacia el balcón.
Tejados, ventanas y terrazas de todas las casas estaban ocu-
pados. El ejército francés cubría una parte del espacio com-
prendido entre el obelisco y la escalinata de San Pedro. Los
63
batallones de la infantería pontificia estaban formados a
derecha e izquierda. Detrás, la caballería y la artillería. Miles
de carrozas llenaban las dos alas de la plaza, junto a la co-
lumnata de Bernini y al fondo junto a las casas. En particular
en las de alquiler había de pie grupos de personas que pare-
cían dominar la plaza. Oíase un vocerío clamoroso, el piafar de
los caballos, una confusión increíble. Nadie puede hacerse una

7.4 Page 64

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idea de aquel espectáculo.
Don Bosco, que había dejado al Papa en la Basílica mien-
tras veneraba las insignes reliquias expuestas, creyó que tarda-
ría en aparecer. Contemplaba absorto aquella gente de tan
diversas naciones. De pronto, se dio cuenta de que los dos
prelados habían desaparecido y vio a derecha e izquierda las
varas de la silla gestatoria que llegaba a sus hombros sin que
él se hubiera dado cuenta. Se encontró entonces en una situa-
ción comprometida; prisionero entre la silla y la balaustrada,
apenas si podía moverse; alrededor de la silla estaban apreta-
dos cardenales, obispos, maestros de ceremonias, y portadores
de la silla gestatoria, de suerte que no veía un resquicio por
donde salir de allí. Volver los ojos hacia el Papa era una incon-
veniencia, darle las espaldas una grosería; quedarse en el cen-
tro del balcón una ridiculez. No pudiendo hacer otra cosa, se
quedó de lado, de modo que la punta de un pie del Papa se
apoyaba en sus hombros. En aquel momento se hizo en la pla-
za un silencio sepulcral: se hubiera oído el volar de una mosca.
Hasta los caballos estaban inmóviles. Don Bosco, sin turbarse,
atento al más mínimo incidente, observó que solo el relincho
de un caballo y la campana de un reloj que daba las horas se
oyeron mientras el Papa recitaba sentado algunas oraciones de
ritual. Viendo que el piso del balcón estaba cubierto de ramas
y flores, se inclinó y tomó unas flores que metió entre las hojas
del libro que tenía en mano. Por fin, Pío IX se puso en pie para
bendecir: abrió los brazos, elevó las manos al cielo, las exten-
dió hacia la multitud que inclinaba su frente y oyóse su voz
sonora, potente y solemne que cantaba la fórmula de la bendi-
ción, más allá de la plaza Rusticucci y de la buhardilla del edi-
ficio de los escritores de la Civiltà Cattolica.
64
La muchedumbre respondió a la bendición del Papa con una
inmensa y ardorosa ovación. Entonces el cardenal José Ugolini,
leyó en latín el Breve de la indulgencia plenaria y a continua-
ción el cardenal Marini leyó el mismo breve en italiano. Don
Bosco se había arrodillado y, cuando se levantó, la silla y el
Papa habían desaparecido. Todas las campanas repicaban a
gloria, retumbaba sin cesar el cañón del Castel Sant'Angelo y

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las bandas militares hacían resonar sus trompetas. Entonces
bajó el cardenal Marini, acompañado de su caudatario, y subió
a su carroza. En cuanto esta se movió, Don Bosco se sintió
víctima del movimiento y empezó a revolvérsele el estómago.
Aguantó un poco, pero no pudiendo resistir más, comunicó al
cardenal su malestar. Hizo este que subiera al pescante con el
cochero, y como el mareo continuaba, descendió de la carroza
para marchar a pie. Mas, como iba con sotana morada, hubie-
ra causado sorpresa o burla, caminando solo por la ciudad, y
entonces el secretario, sacerdote bonísimo y muy educado, bajó
también de la carroza y le acompañó hasta el palacio del car-
denal. El momentáneo malestar ocasionado por las impresiones
de aquella mañana ya había desaparecido, pero no terminó tan
pronto la alegría de muchos amigos suyos piamonteses, entre
los que estaba Juan Tamietti, natural de Cambiano, que le ha-
bía visto en el balcón del Vaticano. En cuanto le encontraron:
-Estupendo, le decían, muy bien. ¡Hacía muy bonita figura
ante toda la plaza! Don Bosco abría el libro y les enseñaba las
flores que había tomado allí arriba, y que siempre conservó
desecadas como grato recuerdo de aquel día (MB V, 902-
905; MBe, V, 640-642).
IX) TERCERA AUDIENCIA
El seis de abril tuvo Don Bosco otra audiencia particular con Pío IX. Le
acompañaron Miguel Rua y el teólogo Murialdo, admitido en el Vaticano
por cortés intervención del mismo Don Bosco. Entraron en la antecámara
a las nueve de la noche y Don Bosco fue admitido inmediatamente.
En cuanto lo tuvo delante el Papa, díjole con cara seria:
-Abate Bosco, ¿dónde fuisteis a meteros el día de Pascua
durante la bendición Papal? ¡Allí delante del mismo Papa!
Y poniendo el hombro bajo su pie como si el Pontífice nece- 65
sitara ser sostenido por Don Bosco.
-Santo Padre, - respondió Don Bosco tranquilo y humilde, -
me pilló de improviso y os pido perdón, si de algún modo os
ofendí.
- ¿Y añadís ahora el agravio de preguntarme si me ofendis-

7.6 Page 66

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teis?
Don Bosco miró al Papa y le pareció que su actitud era fin-
gida: en efecto, una sonrisa afloraba a sus labios venerandos. Y
continuó el Pontífice:
- ¿Pero qué idea vino a su cabeza para recoger flores en
aquel momento?
Fue menester toda la seriedad de Pío IX para no estallar en
risa. Y entonces sonrió el Papa, y sin más pasó a comunicarle
amablemente que había leído atentamente el manuscrito de
las Constituciones, del primero al último de sus artículos. Y
tomándolo de la mesa se lo entregó, añadiendo:
-Presentadlo al cardenal Gaude, el cual lo examinará y a su
tiempo le hablará. Lo abrió Don Bosco y vio que Pío IX había
tenido la dignación de añadir algunas notas y modificaciones
de su puño y letra. El Santo Padre quería que aquel reglamento
pasara enseguida a una Comisión encargada de informar; pero
Don Bosco le pidió que le dejara experimentarlo por algún
tiempo, para presentarlo de nuevo a Su Santidad. Pío IX estuvo
de acuerdo y le indicó los trámites que debería seguir para
alcanzar la aprobación definitiva de su Pía Sociedad con las
correspondientes Constituciones. A continuación, le recordó
Don Bosco varias súplicas que había presentado para obtener
la concesión de indulgencias nominatim para algunos bienhe-
chores suyos y para quienes promovieran el canto de cancio-
nes sagradas. Y el Papa con toda bondad le aseguró que sería
atendido oportunamente.
Pidióle también Don Bosco una indulgencia plenaria para
todos los muchachos que acudían a los Oratorios festivos, para
66
el día, por ellos elegido, en que recibieran los Santos Sacra-
mentos; la bendición apostólica para los que toman parte acti-
va de estos Oratorios; para los que de algún modo colaboran
en la difusión de las Lecturas Católicas; y para los muchachos
internos del Oratorio de San Francisco de Sales; finalmente
algunas facultades especiales para los presbíteros Morizio y
Reviglio. Y Pío IX le concedió todos los favores que le pidió.
-Y ahora, Beatísimo Padre, añadió Don Bosco, tenga la

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bondad de sugerirme una máxima para repetirla a mis muchachos,
como un recuerdo salido de los labios del Vicario de Jesucristo.
- ¡La presencia de Dios!, respondió el Papa. ¡Decid a vuestros
jóvenes de mi parte, que este pensamiento sea la norma de su
vida!...
- ¿Y ya no tenéis nada más que pedirme? Vos deseáis todavía
algo más.
-Santo Padre, repuso él, Vuestra Santidad se ha dignado con-
cederme cuanto he pedido y ya no me queda sino daros gracias
con toda mi alma.
-Si embargo, sin embargo, Vos deseáis todavía algo más. Ante
esta réplica estaba Don Bosco como en suspenso sin proferir pa-
labra, cuando el Papa agregó:
- ¿Pero cómo? ¿No deseáis que vuestros muchachos se ale-
gren cuando volváis a verlos?
- Santidad, eso sí.
- Así que esperad un instante.
Un momento antes habían entrado en la sala el teólogo Mu-
rialdo, Miguel Rua y el reverendo Cerutti de Varazze, canciller de
la Curia Arzobispal de Génova. Quedaron estupefactos de la fami-
liaridad con que el Papa trataba bondadosamente a Don Bosco y
de lo que vieron en aquel momento. El Papa abrió un cofre, sacó
con las dos manos un puñado de monedas romanas de oro y, sin
contarlas, se las entregó a Don Bosco diciendo:
-Tomad y dad una buena merienda a vuestros muchachos.
Puede el lector imaginar la impresión que causó a Don Bosco
aquel
lidad,
acto de paternal bondad de Pío IX, el cual, con gran amabi-
se dirigió a los que acababan de entrar, bendijo los rosarios,
67
crucifijos y demás objetos devotos que le presentaron, y dio a to-
dos un precioso recuerdo en medallas. Todos estaban conmovidos
y cuando el teólogo Murialdo pudo dirigir la palabra al Papa, le
pidió una bendición especial para el Oratorio de San Luis, a cuyo
frente le había puesto Don Bosco. Pío IX le respondió:

7.8 Page 68

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-Es muy bueno ocuparse de los niños: hay apóstoles que
quisieran alejar a los niños de Jesús; pero el Salvador dijo: Si-
nite parvulos venire ad me (Dejad que los niños se acerquen a
mí), y así tenemos que hacer nosotros. El Señor concede sus
bendiciones a quienes trabajan por los niños y es un gran con-
suelo el salvarse en compañía de otros salvados por nosotros,
pero es de cobardes querer salvarse solos. Entonces el teólogo
Murialdo dijo:
-Es una gran necesidad, sobre todo en nuestra tierra.
Y enseguida agregó el Santo Padre:
-En todas partes y ciertamente también en vuestra tierra,
donde suceden grandes males por la libertad de la prensa. Se
imprime en un sitio, pero los escritos penetran en todas partes,
porque no tenemos la muralla de la China para impedir su en-
trada. El año pasado, en mi viaje a Florencia y a Bolonia, tuve
que secuestrar millares de folletos procedentes de Turín y de
Milán. Ni que decir tiene cuánto aliviaron y animaron en su
empresa al teólogo Murialdo aquellas palabras, y el Papa no
olvidó al joven y celoso sacerdote turinés, ya que, en 1867,
pidió noticias de él a Don Bosco. Pero la audiencia tocaba a su
fin: se arrodillaron todos para recibir una bendición más del
Papa, el cual animó a Don Bosco que salía el último, a prose-
guir su empresa y a practicar, por vía de prueba, las reglas
que le había presentado; y le exhortó, por segunda vez, a es-
cribir detalladamente las cosas sobrenaturales que le había
contado, aún las de menor importancia, pero que guardaban
relación con la primera idea sobre los Oratorios: insistió en
que, el conocerlas sería de grandísimo estímulo, en el futuro
para quienes formaran parte de la nueva Congregación. Mien-
68
tras hablaba, entró un cardenal para someter a su firma algu-
nos papeles y Pío IX cortó sus palabras y despidió a Don Bosco
diciéndole:
-Acordaos de lo que os he dicho.
Al día siguiente, firmaba el Papa de su puño y letra los Rescriptos y
se los hacía entregar a Don Bosco; el cual, iluminado con los consejos y
animado con las palabras del Vicario de Jesucristo, durante los días que

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aún permaneció en Roma, retocaba las reglas de la Pía Sociedad de San
Francisco de Sales, y quitaba unas y ponía otras para que, en sustancia,
quedaran conforme a los sentimientos de Pío IX (MB V, 906-910; MBe, V,
644-647)
69

7.10 Page 70

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Catacumbas
de San
Callixto
Via Appia Antica 110
Don Bosco siempre tuvo una gran devoción por los Santos Mártires.
Esta devoción, unida al deseo de conocer los lugares de su martirio y
sepultura, para poder escribir su vida con mayor precisión y claridad, le
llevó a visitar con minuciosidad las catacumbas romanas. Sin embargo,
un espíritu de profunda fe y devoción se combinó con una cuidadosa
observación.
Su atención se dirigió en particular a las catacumbas de San Sebas-
tián y de San Calixto en Vía Appia Antica, durante la estancia de 1858.
Sus últimas visitas fueron a la Confesión de San Pedroy a
las Catacumbas. Después de rezar en la Basílica de San Se-
bastián y ver dos de las flechas que hirieron al Santo Tribuno y
la columna a la que fue atado, bajó a las sagradas galerías
que guardaron los huesos de miles y miles de mártires, donde
San Felipe Neri pasó muchas noches en fervorosa oración. Fue
70
luego a las catacumbas de San Calixto. Allí le esperaba proba-
blemente el caballero Juan Bautista De-Rossi, investigador de
aquellas catacumbas y al que le había presentado monseñor
de San Marzano. El que penetra en aquellos santos lugares
experimenta una emoción que dura toda la vida. Don Bosco iba
absorto en santos y dulcísimos pensamientos mientras recorría
aquellos subterráneos, donde los primeros cristianos, con la

8 Pages 71-80

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8.1 Page 71

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asistencia al Santo Sacrificio, con las oraciones en común, con
el canto de los salmos y de las profecías, con la sagrada co-
munión y escuchando la palabra de los Obispos y de los Papas,
habían encontrado la fuerza necesaria para el martirio que los
aguardaba. Es imposible contemplar con ojos serenos aquellos
nichos que encerraron los cuerpos sanguinolentos o abrasados
de tantos y tantos héroes de la fe, las tumbas de hasta cator-
ce papas que dieron su vida para confirmar lo que
enseñaban y la cripta de Santa Cecilia. Don Bosco
observaba los muchísimos frescos antiguos que
simbolizan a Nuestro Señor Jesucristo y la Eucaris-
71
tía; las queridas imágenes que representan los des-
posorios de María Santísima con San José, la Asun-
ción de María al cielo y otras de la Madre de Dios
con el Niño en brazos o sobre las rodillas. Le en-
Mapa
cantaba el sentimiento de modestia que brilla en
estas imágenes, en las que el arte cristiano primitivo

8.2 Page 72

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8.3 Page 73

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supo reproducir la incomparable belleza del alma y el altísimo
ideal de la perfección moral que se debe atribuir a la Virgen
Santísima. No faltaban otras figuras de santos y de mártires.
Salió Don Bosco de las Catacumbas, donde había entrado a las
ocho de la mañana, a las seis de la tarde. Tan solo había to-
mado una ligera refección con los religiosos que las custodian
(MB V,919-920; MBe V, 653).
A veces el destino juega bromas extrañas, y hoy el Sacro Cementerio
está cuidadosamente custodiado por los hijos de Don Bosco, y el antiguo
monasterio trapense (donde el Santo se detuvo a almorzar) es una casa
de formación para jóvenes salesianos (foto de abajo).
En ella aún es reconocible el núcleo antiguo, que se remonta a la
época de la visita de Don Bosco. Una estatua del santo, frente a la en-
trada del Instituto «San Tarcisio», nos recuerda que aquí Don Bosco, que
antes era solo un visitante, ahora está en casa.
Es muy recomendable visitar estas catacumbas, definidas por el papa
Juan XXIII como «las más augustas y famosas de Roma».
73

8.4 Page 74

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Santa María
sopra
Minerva
Piazza della Minerva 42
Esta iglesia, fundada en el siglo VII sobre los restos de un templo de
Minerva Calcídica y reconstruida en estilo gótico alrededor de 1280, fue
muy querida por el Santo piamontés. De hecho, iba allí con frecuencia
para celebrar el Divino Sacrificio y predicar. Otro motivo que explica la
asiduidad de las visitas del santo a esta iglesia es que en el edificio con-
tiguo vivía el cardenal Gaude, piamontés y amigo suyo.
Este templo fue uno de los primeros lugares que visitó el Santo en
Roma, el 23 de febrero de 1858.
Hacia las nueve fueron a la iglesia de Santa María sopra
Minerva, así llamada por estar edificada sobre las ruinas de un
templo dedicado a aquella diosa. Entraron en el convento,
donde fueron muy bien recibidos por el cardenal Gaude, que
vivía allí mismo y ya los esperaba. El purpurado, que tenía muy
buena amistad con Don Bosco, lo entretuvo en audiencia pri-
vada casi una hora y media. Gozaba el
cardenal charlando en su querido dialecto
74
piamontés, le preguntaba por los Oratorios
festivos, inquiría cómo andaba la situación
de la Iglesia en los Estados Sardos y escu-
chaba con agrado lo que Don Bosco le
sugería sobre las Constituciones, que lle-
vaba consigo. Con sus palabras y su porte
demostraba que la alta dignidad que goza-
Mapa

8.5 Page 75

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ba no le había disminuido su humildad, y mucho menos su
amor a la patria y su cariño para con sus antiguos amigos.
Tanto en esta visita, como en todo cuanto le ocurrió a Don
Bosco en su trato con el cardenal, le ayudó mucho el dominico
padre Marchi, que tuvo con él gran deferencia y se ofreció a
ayudarle en todo cuanto pudiera necesitar durante su estancia
en Roma (MB V, 822-823; MBe V, 584)
Más de una vez el Santo se reunió en oración en la iglesia de Santa
Maria sopra Minerva, en momentos particularmente importantes, como
lo hizo el 9 de marzo de 1858, antes de ir al Vaticano para ser recibido
por Pío IX.
El nueve de marzo fue el día de la audiencia papal. Pero,
como Don Bosco necesitaba hablar antes con el cardenal Gau-
de, fue a celebrar misa en la iglesia de Santa María sobre Mi-
nerva, que es uno de los más bellos y ricos edificios sagrados
de Roma. Bajo el altar mayor está el cuerpo de Santa Catalina
75
de Siena. Después del Santo Sacrificio, se presentó al Cardenal,
con quien pudo hablar enseguida y, recibidos sus consejos e
informaciones, volvió a las Cuatro Fontanas, para preparar a
toda prisa las preguntas que había de hacer al Santo Padre
(MB V, 855; MBe V, 607)

8.6 Page 76

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8.7 Page 77

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Santa María
in Cosmedin
Piazza Bocca della Verità 18
También el santo venía a menudo a la antigua iglesia de Santa Maria
in Cosmedin.
El templo fue erigido en el siglo VI sobre una gran aula porticada de
la época Flavia, del que quedan varias columnas incorporadas al edificio,
que se alzaba junto a un grandioso altar y dos templos consagrados a
Hércules Invicto y a Ceres.
La iglesia, ampliada por Adriano I en el siglo VIII, fue entregada a los
griegos que, huyendo de las persecuciones de los iconoclastas de Orien-
te, se habían asentado en los barrios cercanos al Tíber; de ellos tomó el
nombre de Schola Graeca y Santa Maria in Cosmedin (palabra griega que
significa "ornamento").
Adosado a la Iglesia se encuentra el Monasterio de las Hermanas de
la Caridad, salvado por la intervención de Don Bosco del decomiso de
bienes.
En la mañana del 6 de marzo, después de haber visitado el hospicio 77
San Michele in Ripa, y haber recibido como regalo algunas obras realiza-
das por los jóvenes, Don Bosco cruzó el Tíber por el puente Roto y tuvo
que guarecerse en el atrio de la iglesia de Santa Maria in Cosmedin
(donde se encuentra el gran rostro de la Bocca della verità), para res-
guardarse del violento aguacero que los había sorprendido. El vestíbulo
ya ocupado por algunos ganaderos, con los que Don Bosco inevitable-

8.8 Page 78

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mente "aprovechó la ocasión".
Allí esperaron a que cesara el chaparrón que inundaba las
calles y contemplaron en una plaza, llamada Bocca della verità,
muchos bueyes uncidos que descansaban en medio del fango,
expuestos al viento y a la lluvia. Los boyeros, que se habían
refugiado en el mismo atrio, se pusieron a comer con un apeti-
to envidiable. En vez de sopa o cocido tenían un pedazo de
bacalao seco, del que arrancaba cada uno una hebra cuando
le convenía. El pan era de centeno y de maíz y bebían agua.
Al ver su aire sencillo y bondadoso, se acercó Don Bosco y
les dijo:
- ¿Qué? ¿Hay buen apetito?
-Mucho, contestó uno de ellos.
- ¿Os basta esa comida para quitaros el hambre y mante-
neros?
-Nos basta; y gracias a Dios que no falte, puesto que los
pobres no podemos aspirar a más.
- ¿Por qué no lleváis los bueyes al establo?
-Porque no lo tenemos.
- ¿Los tenéis siempre expuestos al viento y a la
lluvia, día y noche?
-Siempre, sí señor.
Mapa
- ¿Y hacéis lo mismo en vuestro pueblo?
-Sí, hacemos lo mismo, porque tenemos pocas cua-
dras, así, que llueva, haga viento o nieve, día y noche están a
78
la intemperie.
- ¿Y las vacas y los ternerillos también están a la intempe-
rie?
-Lo mismo. Entre nosotros los animales de cuadra, están
siempre estabulados y los que empiezan a quedarse fuera, es-
tán siempre a la intemperie.

8.9 Page 79

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- ¿Vivís muy lejos de aquí?
-A unas cuarenta millas.
- ¿Asistís a las funciones sagradas?
-Claro, ¿quién lo duda? tenemos nuestra iglesia, tenemos
un cura que nos dice la misa, predica, enseña el catecismo y
todos, aunque estén lejos, procuran no faltar.
- ¿Vais a confesaros alguna vez?
-Naturalmente. ¿Es que hay cristianos que no cumplen con 79
estos santos deberes? Ahora hay un jubileo y todos nosotros
procuraremos hacerlo muy bien.
De toda esta conversación se deducía la buena índole de
esos campesinos, que viven contentos en su pobreza y satisfe-
chos en su estado, con tal de poder cumplir con sus deberes
de buenos cristianos y pensaba Don Bosco en el gran bien que
hubieran hecho las misiones continuas en el amplio agro ro-

8.10 Page 80

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9 Pages 81-90

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9.1 Page 81

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mano, idea que no abandonó en todo el transcurso de su vida
(MB V, 847-848; MBe V, 601-602).
NOTA: En esta historia resurge el recuerdo del pequeño vaquero de los
Becchi y su interés por las condiciones de los animales, pero emerge aún
más el sacerdote que recomienda el buen comportamiento y prácticas
religiosas de los cristianos.
En el atrio de la Iglesia se encuentra la famosa «boca de la verdad»,
una máscara romana llamada así por la leyenda, que dice que, para pro-
bar la verdad de una persona, basta con que meta la mano en ¡la «boca»
de la verdad! A los mentirosos se les cortará esta.
La fama de la bondad de Don Bosco se extendía en Roma por los testi-
monios de cuantos le habían tratado en aquellos pocos días. Es más,
atestigua don Miguel Rua que muchos romanos conocían, y a él se lo
dijeron, el hecho ocurrido en Turín en 1849 del jovencito vuelto a la
vida para que pudiera confesarse y que estaban muy enterados de lo
ocurrido en tal ocasión. De hecho, se hallaban en Roma algún prelado,
varios sacerdotes y unos cuantos padres de la Compañía de Jesús, todos
piamonteses, que conocían muy bien a Don Bosco y su vida. Sobre todo,
el conde De-Maistre no cesaba de hacer propaganda de Don Bosco en
las casas señoriales y en los palacios cardenalicios y, como era hombre
admirado por sus virtudes, todos le creían (MB V, 849-850; MBe V,
603).
81

9.2 Page 82

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Santa María
del Pueblo
Piazza del Popolo 12
Esta iglesia, como la de Trinità dei Monti, es también una de las más
famosas de la ciudad. Surgió de una pequeña capilla construida por Pas-
cual II (1099) a expensas del pueblo romano (de ahí el nombre), sobre
las tumbas de los Domizi, quizás en acción de gracias por la conquista
de Jerusalén (que tuvo lugar en julio del mismo año, al final de la prime-
ra cruzada).
Fue restaurada, ampliada y retocada varias veces por artistas como
Bramante y Bernini.
Los nobles romanos solían ir aquí (muchos de los cuales tenían fami-
liares enterrados en la misma iglesia). Por lo tanto, es normal que Don
Bosco fuera a menudo allí para celebrar la Misa, encontrarse con los
nobles romanos y recoger importantes donaciones para sus numerosas
obras.
El domingo, siete de marzo, estaba destinado para visitar la
grandiosa iglesia de Santa María del Popolo, aneja al convento
82
de los Padres Agustinos.
En el altar mayor se venera una estatua milagrosa de la
Virgen, atribuida a San Lucas. Algunas personas piadosas de la
nobleza deseaban que Don Bosco fuera allí a celebrar la santa
misa, en la que ellas querían comulgar.
A las nueve de la mañana, iba a buscarle en su propio ca-

9.3 Page 83

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rruaje el señor Felipe Canori Foccardi, rosariero de
los sagrados palacios apostólicos, comerciante de
relicarios, mosaicos, tapices y diversos objetos de
arte, hombre de fe y religioso. Don Bosco celebró la
santa misa, satisfizo su devoción y la de los fieles,
echó un vistazo a la villa Borghese y a la artística
gran plaza del Popolo, a las iglesias de Santa María
Mapa
de los Milagros y de Santa María del Monte Santo,
que decoran los dos lados de ingreso a la calle del
Corso, subió de nuevo al carruaje y fue a casa de la princesa
Potocka, de la familia de los condes y príncipes Sobieski, anti-
guos soberanos de Polonia. Allí le habían preparado el desa-
yuno (MB V, 848-849; MBe V, 601-602).
83
Un bonito y significativo episodio de su primera estancia en Roma, en
1858, en la Piazza del Popolo, merece toda nuestra atención. Es un he-
cho (acaecido quizás el día anterior a su regreso a Turín: el 14 de abril
de 1858) que demuestra la gran capacidad pedagógica del santo turinés
y su facilidad para acercarse a los muchachos y hacerse amigos de ellos.

9.4 Page 84

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Fue a despedirse de diversos cardenales, sin olvidar al emi-
nentísimo Tosti, quien le había invitado otra vez a hablar a los
muchachos del Hospicio de San Miguel. El Cardenal, complaci-
do de la cortesía de Don Bosco, y como era la hora de su pa-
seo, le invitó a acompañarlo y subieron los dos a la carroza.
Empezaron a hablar sobre el mejor sistema de educación para
la juventud. Don Bosco estaba cada vez más convencido de
que los alumnos de aquel hospicio no tenían familiaridad con
sus superiores, sino que más bien los temían: cosa poco agra-
dable, pues allí mandaban los sacerdotes. Por eso dijo:
-Mire, Eminencia, es imposible educar bien a los jóvenes si
estos no tienen confianza con sus superiores.
- ¿Pero cómo, replicó el Cardenal, puede ganarse esa con-
fianza?
-Procurando que ellos se acerquen a nosotros, quitando
todo lo que los aleje de nosotros.
- ¿Y cómo hacer para acercarlos a nosotros?
-Acercándonos nosotros a ellos, procurando adaptarnos a
sus gustos, haciéndonos semejantes a ellos. ¿Quiere que haga-
mos una prueba? Dígame: ¿en qué punto de Roma se podría
encontrar un buen grupo de muchachos?
-Pues bien, vamos a la plaza del Popolo.
El Cardenal dio orden al cochero y allá fueron. Bajó Don
Bosco de la carroza y el cardenal se quedó observando. Vio
Don Bosco un grupo de muchachos que jugaban, se acercó a
ellos, pero los chicos escaparon. Entonces él los llamó con muy
buenos modos y los muchachos, después de algún titubeo, vol-
84
vieron. Don Bosco les regaló unas chucherías, les preguntó por
sus familias, y les dijo que a qué jugaban; les invitó a reanudar
el juego, se quedó mirándolos y luego se metió a jugar con
ellos. Entonces otros chicos, que observaban desde lejos, acu-
dieron de los cuatro ángulos de la plaza en derredor del sa-
cerdote que saludaba a todos cariñosamente y tenía una bue-
na palabra y un regalito para cada uno: les preguntaba si eran

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9.6 Page 86

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buenos, si rezaban las oraciones, si iban a confesarse. Cuando
quiso marcharse, le acompañaron un buen rato y no le dejaron
hasta que subió a la carroza. El cardenal estaba maravillado.
- ¿Ha visto?, le dijo Don Bosco.
-Teníais razón; exclamó el cardenal.
Pero esta razón parece que no le apartaba de considerar
que el sistema que se empleaba en el Hospicio de San Miguel
era necesario. Su eminencia era autoritario, y tenía por axioma
que la confianza hace perder el respeto. Pío IX, en efecto, des-
pués de haber hablado con Don Bosco, se persuadió de que
era necesario remediar alguno de los más graves inconvenien-
tes. Pero el cardenal Tosti se opuso a toda reforma. Fue como
un muro de bronce y no hubo forma de cambiar nada(MB V,
917-918; MBe V, 651-652

9.7 Page 87

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9.8 Page 88

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Hospicio de
San Michele
a Ripa
Piazza di Porta Portese
Lungotevere Ripa
El Instituto Romano de San Michele (antes Hospicio), pía institución
fundada en el siglo XVI con el objetivo de reunir e instruir en las artes a
los jóvenes pobres y de acoger a los ancianos y a las muchachas huérfa-
nas, fue alojado en una construcción que tiene una frente de 334 me-
tros. La construcción del palacio estuvo ocupada, durante más de un
siglo, por Carlo Fontana, luego por Fuga y Forti.
El edificio albergaba inicialmente el Hospicio, al que se anexa una ca-
sa correccional para jóvenes, luego la cárcel de mujeres y el cuartel de
los aduaneros.
Incluye la pequeña iglesia de la Madonna del Buon Viaggio y la gran
iglesia de cruz griega de San Michele (construida por Fontana).
El Instituto ahora tiene una nueva sede en Tor Marangia, y el antiguo
edificio alberga numerosas oficinas del Ministero dei Beni Culturali y al-
berga numerosas exposiciones.
Al principio Don Bosco iba allí solo para visitar esta famosa institu-
88 ción, pero luego volvió varias veces, en nombre del Papa. Pío IX, en efec-
to, quiso conocer el pensamiento del educador piamontés sobre el siste-
ma pedagógico practicado en el Hospicio. Más tarde el mismo Pío IX in-
sistió en que Don Bosco tomara la dirección, pero la oposición de los
que estaban a la cabeza aconsejó al Santo que desistiera de la empresa.
He aquí la historia de la primera visita de Don Bosco a esta Obra, que

9.9 Page 89

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se remonta al 29 de febrero 1858.
Por la tarde se determinó a ir con el conde Rodolfo al gran
Hospicio de San Miguel in Ripa, a la otra orilla del Tíber, para
saludar al cardenal Antonio Tosti, que era presidente del mis-
mo. Su eminencia había estado en Turín como encargado de
negocios ante el Gobierno del Piamonte, de 1822 a 1829, y
se había conquistado el cariño y aprecio de la flor y nata de
nobles y doctos.
Don Bosco y el conde atravesaron el río. Pero se detuvieron
en la Isla Tiberina para visitar la iglesia de San Bartolomé que
conserva, bajo el altar mayor, los huesos del apóstol. Visitaron
también la iglesia de Santa Cecilia edificada en el mismo sitio
donde estuvo la casa de esta santa, veneraron su cuerpo, que
sigue incorrupto después de tantos siglos, y llegaron al Institu-
to de San Miguel.
La fachada principal del edificio tiene 345, por 80 de fon-
do y 23 de altura máxima. Su perímetro mide casi un kilóme-
tro. Albergaba más de ochocientas personas, en su mayoría
chiquitos. Don Bosco y su noble compañero fueron recibidos
enseguida con gran amabilidad por el cardenal, quien les contó
diversos episodios que le ocurrieron a él en tiempo de la repú-
blica y cómo se vio obligado a vivir algún tiempo lejos del Hos-
picio para no ser víctima de un asesinato.
Al despedirse, el ilustre purpurado los invitó a visitar el
Hospicio rogándoles le avisaran el día y la hora en que tendría
el gusto de verlos de nuevo (MB V, 833-835; MBe V, 592-
593).
Don Bosco aceptó con gusto la invitación del pur-
purado, y la semana siguiente visitó con más cal-
ma el hospicio.
89
El día seis de marzo por la mañana, fue en compa-
ñía de la familia De Maistre y del clérigo Rua, a
visitar el magnífico Hospicio de San Miguel in Ripa.
Mapa
El cardenal Tosti, que les esperaba, había preparado
para ellos un desayuno de cuchillo y tenedor, pero
Don Bosco y sus acompañantes no participaron. Ha-

9.10 Page 90

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bían desayunado antes de salir de casa, y no querían faltar a
la ley del ayuno.
Entonces el cardenal tuvo la cortesía de acompañarles por
todas las plantas y salones del Hospicio, seguido de uno de los
directores. Aprendían allí los muchachos las artes mecánicas y
las artes liberales. Los que se dedicaban a las primeras, tenían
sus talleres de zapatería, sastrería, cerrajería, carpintería, som-
brerería, guarnicionería y ebanistería. Muchos trabajaban en
una tipografía y en una encuadernación. Pío IX, para favorecer
a este Hospicio, les había concedido el privilegio de editar en
exclusiva los libros escolares que se usaban en todos los Esta-
dos Pontificios.
Los que se dedicaban a las artes liberales, que eran los
más, fabricaban bajo la dirección de hábiles maestros, alfom-
bras y tapices de estilo gobelino, tallaban en madera, pintaban,
esculpían, grababan en cobre camafeos y medallas.
Don Bosco, pasaba de un taller a otro. Ya estaba informado
de la marcha de aquella casa por el conde De Maistre y por
algunos señores de Roma, eclesiásticos y seglares, que se la-
mentaban de que los administradores habían eludido algo la
finalidad de la fundación. Efectivamente, el Hospicio, en vez de
albergar solamente a muchachos pobres, mantenía también a
chicos de familias pudientes con las rentas de la caridad, y allí
recibían educación los hijos y sobrinos de empleados y de per-
sonajes muy calificados. Por ello resultaban inevitables las dis-
criminaciones y las envidias.
La comida diaria de la comunidad abundaba en carne y
vino. Personas pudientes hacían notar que la mayor parte de
los alumnos, no podrían seguir honestamente aquel plan de
vida cuando salieran del Hospicio.
90
Las artes mecánicas, que deberían haber asegurado el pan
a la mayoría de los asilados, estaban un poco abandonadas
por su humilde condición. Eran preferidas las artes liberales
porque daban más lustre al establecimiento, sobre todo las
alfombras y tapices que adornaban los palacios de algunos
príncipes. Era también ocasión de quejas el sistema represivo

10 Pages 91-100

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10.1 Page 91

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10.2 Page 92

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que se usaba para mantener la disciplina entre los muchachos;
y se empleaban castigos corporales anticuados, no muy seve-
ros, pero que degradaban a los transgresores del reglamento.
Aquella misma mañana habían intentado los amigos convencer
a Don Bosco de que hiciera la prueba para ver si conseguía
que terminaran semejantes desórdenes, comunicando al Car-
denal Presidente las voces que corrían por Roma contra deter-
minados administradores de la Obra Pía. Pero Don Bosco no
creyó oportuno meterse en cosas semejantes.
Sin embargo, él observaba todo: muchachos, jefes de taller,
maestros y asistentes. Examinaba a unos y a otros, con aquella
cándida delicadeza, que le era tan natural, se daba cuenta del
espíritu que reinaba, y grababa en su mente lo que le parecía
más digno de consideración. Vio en tanto que paredes y pavi-
mentos relucían como espejos, que brillaba la salud de los
alumnos, que era constante la vigilancia de los asistentes, que
se enseñaba con amor la ciencia del catecismo, que estaban
señalados los días para confesarse y comulgar. Y que, en todas
las secciones, se daba una instrucción literaria proporcionada a
su estado.
Así pues, constató que, si existía algún defecto más o me-
nos grave, del que ninguna obra humana se ve libre, sin em-
bargo, se hacía un gran bien a los hijos del pueblo. Pero no
tanto como podía esperarse; en efecto, no se le escapó el en-
cogimiento y evidente temor que se manifestaba en muchos
alumnos, cuando aparecían los superiores ante ellos o cuando
tenían que acudir a rendir cuentas en las oficinas de la direc-
ción. Esto le sentaba mal Don Bosco, porque el carácter de los
muchachos romanos es abierto y afectuoso; por ello pensaba
cómo dar una lección práctica a los superiores, sobre su siste-
92
ma educativo; y le vino la ocasión a las manos.
Mientras se movía Don Bosco por aquellos inmensos locales
acompañado por el cardenal y algún superior subalterno, he
aquí que se oyó silbar y cantar. Era un muchacho que bajaba
por la escalera de honor, y que en una de las curvas se encon-
tró improvisamente ante el cardenal, su Director y Don Bosco.
El canto se heló en sus labios y se quedó tieso con la gorra en

10.3 Page 93

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la mano y la cabeza gacha.
- ¿Así aprovechas, díjole el Director, los avisos y enseñan-
zas que se os dan? ¡Eres un mal educado! Ve al taller y espé-
rame para recibir el merecido castigo. Y usted perdone Don
Bosco...
- ¿Por qué?, replicó Don Bosco, mientras el muchacho ha-
bía desaparecido. Yo no tengo nada que perdonar y tampoco
entiendo en qué haya faltado ese pobrecito.
- ¿No le parece una falta de respeto ir silbando grosera-
mente?
-Pero era involuntario; y sabe usted mejor que yo, querido
amigo, lo que san Felipe Neri acostumbraba a decir a los mu-
chachos que iban a sus Oratorios: - ¡Estad quietos si podéis! Y
si no podéis, gritad, saltad, con tal de que no hagáis pecados.
-Yo también exijo, en determinados momentos del día, el silen-
cio; pero no me preocupo de ciertas faltas pequeñas, hijas de
la irreflexión; por lo demás, dejo a mis chicos en plena libertad
de gritar y cantar en el patio y subiendo y bajando las escale-
ras; suelo recomendarles solamente que me respeten al menos
las paredes. Es mejor un poco de ruido que un silencio resenti-
do y sospechoso... Pero lo que ahora me da pena, es que este
pobre muchacho estará preocupado por su reprensión... y re-
sentido... ¿Le parece bien que vayamos a su taller y le conso-
lemos?
El Director, muy cortésmente, se adhirió a su deseo y, en
cuanto llegaron al taller, Don Bosco llamó al muchacho que,
molesto y acobardado, procuraba esconderse, y le dijo:
-Amigo, tengo que decirte una cosa. Acércate, que tu
buen superior te da permiso. El muchacho se acercó y Don
Bosco prosiguió:
93
-Lo he arreglado todo, ¿sabes?, pero con una condición:
que de hoy en adelante seas siempre bueno y seamos amigos.
Toma esta medalla y en pago le rezarás una Avemaría a la
Virgen por mí.
El joven conmovido besó la mano que le ofrecía la medalla

10.4 Page 94

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y dijo:
-Me la pondré al cuello y la llevaré siempre como recuerdo
suyo.
Sus compañeros, que ya sabían lo ocurrido, sonreían y salu-
daban a Don Bosco que cruzaba la amplia sala, mientras el
Director hacía el propósito de no reñir a nadie tan fuertemente
por tan poca cosa; y admiraba el arte de Don Bosco para ga-
narse los corazones.
El conde De-Maistre contaba con frecuencia este hecho.
Finalmente, después de visitar todo el colegio, el eminentísimo
purpurado, Don Bosco y la comitiva llegaron a la azotea que
cubre todo el edificio, cuyos muros roza el Tíber hacia el me-
diodía, formando un ángulo donde estaban amarrados algunos
barquitos. Puede llamarse el puerto de los barcos mercantes
que llegan de Ostia a Roma. Mientras Don Bosco observaba de
un vistazo toda la extensión del vasto edificio, experimentaba
una viva satisfacción pensando en el gran número de mucha-
chos que allí se preparaban para la virtud y para una vida
honrada; y parece que concibió el santo deseo y pidió a Dios
hacer llegar sus muchachos de Turín al mismo número de los
que allí se reunían. Pocos años después su deseo era realidad.
Cuando bajaron de la terraza eran las doce y media. Los
muchachos habían ido a comer y como su eminencia estaba
muy cansado, Don Bosco y el conde se despidieron. El cardenal
les regaló, a él y a sus compañeros, un dibujo del Hospicio y un
grabado de San Jerónimo, trabajos realizados por los mucha-
chos (MB V, 842-847; MBe V, 598-601).
A esto siguió una invitación específica del Papa (que mien-
94
tras tanto había hablado con Don Bosco) al cardenal, para que
cambiara algo en la gestión del Hospicio. Tosti, en cambio, se
oponía a cualquier reforma, era como un muro de bronce y
nada se podía remediar, aunque dirigía con amor y celo esta
admirable institución (cf. MB V, 918; MBe V, 651). El carde-
nal era autoritario, ¡para él tenía que ser un axioma que la
confianza hace perder la reverencia!
Dada la situación, el Santo, habiendo visitado nuevamente

10.5 Page 95

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el hospicio, predijo su fin en 1867.
El Venerable recibió otro encargo de confianza de Pío IX. Lo mismo
que en el 1858, le encomendó ahora, en 1867, que visitara el grandioso
Hospicio de San Michele in Ripa, que albergaba, juntamente con muchos
muchachos, casi mil doscientas personas y tenía fama en Roma de insti-
tuto para los muchachos pobres.
Pío IX tenía gran interés por dicho Hospicio, porque él mis-
mo había sido su presidente durante veinte meses, por volun-
tad del papa León XII en 1825. Lo halló en decadencia y logró
remover graves abusos, alejando empleados desleales, orde-
nando cuentas, pagando deudas contraídas por su predecesor,
elevando el nivel de sus escuelas de artes y oficios, de modo
que lo hizo resurgir de un modo maravilloso. Conociendo, por
tanto, los antiguos desórdenes, temía que se renovasen y que
las personas encargadas de la administración, unas por ser
ellas la causa y otras por connivencia o timidez, no le dieran a
conocer la verdadera marcha de las cosas. Y por esto se diri-
gió a Don Bosco. Por su parte el siervo de Dios ya estaba in-
formado por la duquesa de Sora y otras damas de la alta no-
bleza. Por lo mismo sentía cumplir este encargo, sobre todo
porque preveía las dificultades para poner remedio a ciertos
desórdenes. Pero el Santo Padre se lo había impuesto y él obe-
deció. Con la delicadeza que le caracterizaba, fue interrogando
a unos y a otros de los asilados y se encontró con que mucha-
chos pobres, en el sentido estricto de la palabra, había pocos o
ninguno. En cuanto a lo demás, poco o nada había cambiado
desde el día de su primera visita. Volvió al Papa, pero dudaba
si debía plantearle la verdad por entero; mas el Santo Padre,
que advirtió su indecisión, le dijo claramente: - ¡Quiero que me
lo digáis todo! Os he encargado la visita precisamente para
que me informéis fielmente. Entonces Don Bosco habló claro 95
y concluyó diciendo que con las magníficas rentas del Hospi-
cio se habría podido aceptar, mantener e instruir conveniente-
mente un número mucho mayor de jovencitos. El Papa quedó
satisfecho al oír toda la verdad. El Venerable añadió, además:
- ¡Santo Padre! Por desgracia, llegará un momento en que el
Hospicio caerá... Esto es, que caería en manos laicas. La previ-
sión quedó impresa en la mente de Pío IX, que se la recordaba

10.6 Page 96

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a Don Bosco, como veremos, después del 1870. Pero este in-
forme desató una verdadera tormenta de ánimos contra el
siervo de Dios. Llamó el Sumo Pontífice a los administradores
del Hospicio, les dio una buena reprimenda, y no tardaron es-
tos en pensar que la visita de Don Bosco podía ser la causa de
aquellas reprensiones. Dado que no podían hacer mella en su
persona, decidieron con otros, buscar una venganza, y deter-
minaron hallar algún pretexto en los cien libritos divulgados
por él a manos llenas entre el pueblo cristiano.
(MB VIII, 692-693; MBe VIII, 588-589).
La predicción de Don Bosco se hizo realidad, y Pío IX no
dudó en recordárselo, en una audiencia de 1871. El 28 de
junio, vigilia de la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san
Pablo, fue Don Bosco al Vaticano: se le había comunicado que
el Padre Santo le esperaba para darle audiencia privada. Era
una prueba evidente de benevolencia e interés particular, pues
era inmenso en aquellos días el trabajo del Papa, por las au-
diencias públicas a las numerosísimas peregrinaciones y por las
privadas a las más altas personalidades. Invitado a entrar, así
que puso el pie en el umbral, el Augusto Pontífice fijo en él su
bondadosa mirada y exclamó: -Y bien, Don Bosco: ¡ha caído
por fin el Hospicio de San Miguel in Ripa! Este amplio instituto
de beneficencia, situado a orillas del Tíber, en la zona llamada
Ripa grande, era particularmente querido por el Papa porque,
de joven, había estado bajo su dirección y administración, y lo
había hecho florecer, liquidando todas sus deudas y perfeccio-
nando sus escuelas de artes y oficios. Entre otras cosas, para
despertar en los jóvenes aprendices más interés por el trabajo,
inspirado por su gran corazón, había introducido en él, como
más tarde lo hizo Don Bosco en el Oratorio, un medio muy
eficaz y sencillo, a saber, que los alumnos tuvieran parte en el
96
producto de su trabajo. Así cada muchacho podía, poco a po-
co, juntar unos dinerillos que le serían muy útiles al salir del
instituto, pues se les entregaba finalizado el aprendizaje. Que-
ría el Papa recordar a Don Bosco con aquella exclamación, no
tanto su cooperación para devolver al Hospicio la finalidad de
su fundación, sino más aún, el resultado de la inspección que
él había realizado (MB VIII, 430; MBe X, 396-397).

10.7 Page 97

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Hospicio
Tata Giovanni
Via Arenula
Este Instituto tenía fines similares al de San Michele, y también esta-
ba decayendo lentamente. Don Bosco lo visitó y quedó muy contento,
pero no hasta el punto de encargarse de su dirección, como quería Pío IX
(que había sido su Director cuando era un simple sacerdote).
El glorioso Instituto, desde la antigua sede en via S. Anna de' Faleg-
nami (la vía Arenula fue inaugurada en 1880 para conectar la amplia
zona de Torre Argentina con el puente Garibaldi, destruyendo así parte
de la calle de las Zoccolette y las antiguas iglesias de "S. Maria de
'Calderari", "S. Bartolomeo dei Vaccinari", "S. Anna dei Falegnami" y
"Ss.Vincenzo e Anastasio dei Cuochi", llamadas así porque es sede de la
Compañía de la Santa Anunciata de Cocineros y Pasteleros), a principios
de siglo se trasladó a la nueva de Porta Ardeatina. Hoy en día, el edificio
antiguo ha estado demolido, mientras que el nuevo alberga un Liceo.
La primera visita del Santo a esta obra data del 27
de febrero de 1858.
Se resolvió a ir a ver algún centro de beneficencia
para muchachos, donde confiaba encontrar alguna 97
idea y estímulo para proseguir trabajando cada día
con mayor empeño por el bien material y espiritual
del Oratorio.
Mapa

10.8 Page 98

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Fue, pues, a visitar el Hospicio de Tata Giovanni, (Papá
Juan), situado en la calle de Santa Ana de los Carpinteros, y le
gustó mucho por su origen, por su finalidad y por la buena
marcha del mismo. Hacia fines del siglo XVIII hubo un pobre
albañil, llamado Juan Burgi, que al ver los muchos pobres huer-
fanitos que vagaban por las calles de Roma, andrajosos y des-
calzos, tuvo lástima de ellos y recogió a unos cuantos en una
casita arrendada.
Bendijo Dios aquella obra y fue creciendo el número de mu-
chachos; se amplió el local y los chicos, agradecidos y encari-
ñados con su bienhechor, empezaron a llamarle Tata, que en el
lenguaje del pueblo romano significa padre. De donde le vino al
Hospicio el título de Tata Giovanni, que aún conserva. Burgi
contaba con pocos medios de fortuna, pero poseía un gran
corazón, por lo que no se sonrojaba de ir limosneando por sus
hijos adoptivos. El papa Pío VI, que vio nacer aquella institución
bajo su pontificado, le compró una casa, se hizo su insigne
bienhechor y sus sucesores imitaron su ejemplo.
Tiene el centro un director, que elige un compañero coadju-
tor; muerto aquel, sucédele este. Recibe niños de los nueve a
los catorce años, y los tiene hasta los veinte. Los mayores y
mejores son los jefes en los dormitorios y los más instruidos
enseñan a los otros a leer, escribir y contar.
Algunos clérigos y seglares, les dan clase por la noche. La
mayoría de los asilados aprenden un oficio, que ellos mismos
eligen. Como no tenían talleres en casa, salían a aprender el
oficio en los de la ciudad, como se hacía al principio entre no-
sotros. A algunos se les permite seguir el aprendizaje de las
bellas artes, y los estudios, pero después de haber dado bue-
nas pruebas de piedad sincera e ingenio sagaz. No tenían más
98
fondos de subsistencia que ciento cincuenta liras mensuales
que daba Pío IX, algunas limosnas y una parte de lo que gana-
ban los mismos huerfanitos. Estos dejaban para el centro hasta
quince bayocos de sus pagas, y lo demás se guardaba en caja
a su cuenta.
La Institución, que depende directamente del Papa, está

10.9 Page 99

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bajo la protección de la Asunción de Nuestra Señora y de San
Francisco de Sales. Todo llevaba la marca de nuestro interna-
do: la hora de levantarse y de acostarse, los dormitorios y la
asistencia, el Santo protector en cada dormitorio.
Don Bosco vio con plena satisfacción que había establecido
en Turín la obra de Tata Giovanni sin ni siquiera conocerla. Y
es que las obras de caridad, unas más, otras menos, todas se
asemejan, porque su autor es Dios y su inspiradora la Iglesia,
que no cambia nunca con los cambios de tiempos y lugares.
Pío IX, siendo simple sacerdote, fue director de aquel Hospi-
cio durante siete años y siempre lo consideraba como algo
suyo. En él se conservaba todavía la habitación que él ocupara.
Aquel año había cerca de ciento cincuenta muchachos (MB V,
830-831; MBe V, 589-590).
GIOVANNI BORGIA
El Hospicio Tata Giovanni nació cuando Giovanni Borgi comenzó a
acoger (1784) en su casa de via de' Cartari a los niños que veía dur-
miendo abandonados en los bancos y en las escalinatas del Panteón que
regresaban de la procesión vespertina (en la que solía participar) orga-
nizada por el Oratorio de la Caravita; además de proporcionarles comi-
da y alojamiento (con la ayuda de su hermana Domenica), comenzó a
enviarlos a trabajar con sus amigos artesanos para que aprendieran un
oficio que luego les permitiera sostenerse en la vida. Aprovechando la
colaboración de laicos voluntarios y sacerdotes, trató también de pro-
porcionarles una educación escolástica y
religiosa.
Como trataba a estos muchachos como a
hijos, comenzaron a llamarlo cariñosamente
Tata que en dialecto romano significaba
"padre"; de ahí su apodo y la denomina-
99
ción tomada del hospicio. Al mismo tiempo,
como tenía maneras rudas y trataba de
ayudar a la mayor cantidad de niños posible,
entre algunos de ellos también se decía:
"¡huye, huye, aquí está Tata Giovanni!"
Con el tiempo, su obra creció y atrajo el

10.10 Page 100

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interés de varias personas que la apoyaron con donaciones e ingresos;
más tarde, el papa Pío VI compró el palacio Ruggia en via Giulia para
hospicio (donde mientras tanto el instituto se había mudado en alquiler,
llegando a acoger hasta 40 huérfanos).
Con el advenimiento de la República Romana (y la muerte de Tata
Giovanni en 1798) la actividad del Hospicio estuvo en peligro de cesar;
a pesar de varias tribulaciones siguió funcionando (junto a otros institu-
tos menores, incluido el del venerable FraBonifacio da Sezze) gracias
al trabajo del abogado Belisario Cristaldi que trasladó el hospicio a la
iglesia de San Nicolás de Tolentino; posteriormente, en el período napo-
leónico, el instituto se ubicó en S. Silvestro al Quirinale, Borgo S. Agata
ai Monti y el Palazzo Ravenna all'Esquilino.
En 1816, cuando Pío VII regresó a Roma, el Hospicio de Tata Gio-
vanni finalmente encontró un hogar permanente en la iglesia de Santa
Anna dei Falegnami bajo la dirección del canónigo Storace. Durante este
período la actividad del hospicio se expandió (llegando a 120 niños) y
se institucionalizó, con la adopción de normas y reglamentos.
Muchos laicos y jóvenes eclesiásticos de la época colaboraron en la
actividad del Hospicio, que había mantenido el espíritu original del fun-
dador; entre ellos todos recordamos al futuro Papa y beato Pío IX, así
como a Mons. Morichini, Mons. Vespignani y varios otros.
En 1869 el Hospicio de Tata Giovanni fue uno de los lugares más
significativos de los actos del cincuentenario de la ordenación sacerdotal
de Pío IX; el 12 de abril de 1869 el Papa volvió al Hospicio Tata Gio-
vanni (en memoria de la primera Misa celebrada aquí el 11 de abril de
1819), después de distribuir personalmente la comunión a los huérfanos
de Tata Giovanni el día anterior en San Pedro. Entre los exalumnos de
Tata Giovanni recordamos al siervo de Dios Federico Cionchi y al monje
Colombano Longoria; san Juan Bosco, con motivo de un viaje a Roma,
pudo visitar el Hospicio de Tata Giovanni y ver en él muchas similitudes
100
con el que había fundado en Turín. En 1887, el Hospicio, junto con la
iglesia de S. Anna dei Falegnami, fue demolido para la apertura de via
Arenula y trasladado a Piazza del Biscione en el palacio Righetti
(anteriormente Orsini y Pio di Savoia), donde permaneció hasta 1926;
de aquí pasó a su ubicación actual en Viale di Porta Ardeatina.

11 Pages 101-110

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11.1 Page 101

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11.2 Page 102

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Colonia
agricola
Vigna Pia
Via Filippo Tajani
102
Un tercer instituto educativo querido por Pío IX fue la colonia agrícola
Vigna Pia. Por eso, en 1867 le propone al Santo transformarla en una
casa salesiana.
El Instituto estaba ubicado (en ese momento) en campo abierto, no
lejos del cauce del Tíber. La desafortunada posición de la obra fue una
de las razones que dejó al Santo vacilante sobre la decisión a tomar
(higiénicamente la estructura era muy precaria y, sobre todo, la proximi-
dad del río aumentaba la posibilidad de infecciones y enfermedades).
Sin embargo, lo que más impidió que el Santo se instalara en Vigna
Pia fue la oposición de la Comisión Directiva de las Obras Pías de Roma,
reticente a confiar una obra romana a un extranjero piamontés.
Don Bosco incluso llegó a redactar una propuesta para la administra-
ción de Vigna Pia, pero luego tuvo que abandonar la empresa.
No dejó Don Bosco de comunicar al Santo Padre el ofreci-
miento que se le había hecho de unos locales y dinero, para
abrir una casa en Roma. Era este uno de sus deseos. Pío IX le
señaló Vigna Pía, hermosa institución fundada por él mismo, de
la que ya le había hablado en 1858: una especie de colonia
agrícola y correccional para cien muchachos abandonados,
vagabundos y ociosos.
Había al frente del establecimiento unos religiosos france-
ses, que con gusto habrían cedido a otros aquella misión. Pío
IX deseaba que los hijos del Oratorio de San Francisco de Sales

11.3 Page 103

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les sucedieran. El duque Salviati estaba muy interesado en que
se realizara ese proyecto y fue con Don Bosco a visitar Vigna
Pía. Pero el proyecto, después de unos meses de gestiones, no
se realizó.
Las Comisiones Directivas de las Obras Pías de Roma no
quisieron nunca conceder su autonomía, ni en la más mínima
parte. Tenemos un manuscrito con las bases de las gestiones,
y creemos que no se debe omitir.
PROPUESTA PARA LA ADMINISTRACION DEL ESTABLECI-
MIENTO LLAMADO VIGNA PIA.
El sacerdote Juan Bosco asume la administración del esta-
blecimiento Vigna Pía con las siguientes proposiciones:
1.° Proveerá de un número de personas suficientes para la
educación religiosa, moral, artística y científica, en proporción
a la edad, necesidad y condición de los muchachos albergados.
2.° Los alumnos se ejercitarán en la agricultura, en los ofi-
cios más necesarios para la sociedad como zapatería, carpin-
tería, sastrería, cerrajería y también en el estudio, si se viese la
conveniencia. Todos tendrán clases nocturnas en las que, entre
otras cosas, se les enseñará música.
3.° El director del establecimiento es el responsable de la
disciplina, pero no puede admitir ni despachar ningún alumno,
sin consentimiento de la Administración.
4.° El director proveerá el alimento, vestido, médico, medi-
cinas, jefes de taller, peluqueros, lavado y compostura y todo
lo que puedan necesitar los alumnos.
5.° Para el cultivo de la tierra se tratará aparte si se ha de
cultivar por cuenta de la Administración o por cuenta del Di-
rector: pero se da facultad para sembrar legumbres y verduras
para consumo del establecimiento.
6.° La Administración faculta al Director para admi-
tir alumnos por su cuenta y destinarlos al trabajo o
al estudio, según él crea, con tal que lo permita la
capacidad del local.
7.° La Administración pagará al Director una lira
por día y alumno, en el caso de que estos no lle-
guen a ciento; por los que pasen de este número
Mapa
pagará noventa céntimos por cada uno. El Director,
103

11.4 Page 104

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104
maestros, asistentes y personal de servicio son considerados
como alumnos a la hora del pago por la Administración; es
decir, cada uno tendrá una lira diaria.
8.° Con esta suma la Administración entiende estar exone-
rada de todo gasto, excepto lo necesario para la conservación
o ampliación del edificio.
9.° La Administración concederá la cantidad de tres mil
liras al Director para los gastos de instalación y anticipación
de las provisiones más necesarias.
10.° Esta cantidad empezará a amortizarse al cabo de un
año, con la retención de tres liras al mes sobre las que corres-
ponden a cada alumno.
11.° Esta entrega será garantizada con medios a convenir.
12.° El contrato durará un quinquenio, y en el caso de que
una de las partes, por motivos razonables, quisiera retirarse,
deberá prevenir a la otra con dos años de anticipación.
13.° Si llegaran tiempos en los que el precio de los comes-
tibles aumentase considerablemente, la Administración se

11.5 Page 105

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compromete a enviar dos de sus miembros con el fin de exa-
minar la necesidad y aportar su ayuda, dentro de lo posible,
según la gravedad del caso.
14.° Al entrar en posesión se hará inventario de los mue-
bles existentes en el establecimiento, y se dará cuenta de ellos
en caso de ruptura de contrato. Se exceptúan las cosas que se
consumen con el uso, de las cuales solamente se dará cuenta
de cómo se han consumido.
15.° Este contrato entrará en vigor el año... (MB VIII, 606-
607; MBe VIII, 515-517).
Vigna Pia
El Instituto Vigna Pia fue originalmente una finca agrícola y
un orfanato, hoy una escuela y sede de una comunidad religio-
sa. La finca se formó en 1850 a instancias de Pío IX, como un
"instituto agrícola de caridad" para huérfanos en edad de traba-
jar confiado a la Congregación de la Sagrada Familia de Bérga-
mo. El edificio principal del Convitto tiene forma cuadrangular
con un interior hueco y se prolonga en el pabellón de León XIII,
de 1889. En 1932 la finca se constituye en parroquia rural.
Después de la guerra se perdió su vocación agrícola, en 1978
se transfirió el título de parroquia a la nueva iglesia de la Sa-
grada Familia y el Instituto pasó a ser una escuela privada vin-
culada al cercano Sacro Cuore, continuando albergando la Pro-
cura General de la Sagrada Familia.
La colonia agraria
En 1850 y 1851 los generosos benefactores el príncipe
Torlonia, la princesa Wolkonski y la orden religiosa de los Míni-
mos establecieron una propiedad territorial unitaria de 22 hec-
táreas, denominada Instituto Agrícola de la Caridad Vigna Pia. El
nombre "Pía" tiene su origen en el Papa reinante, Pío IX, promo-
tor y protector de la iniciativa. El asentamiento está estructu-
rado según el esquema de "colonia", es decir, una finca agrícola
en vastos terrenos de cultivo dispuestos en torno a un edificio
principal, con la función de centro administrativo. La población
está formada por "huérfanos y otros muchachitos más desafor-
tunados", en edad de trabajar, es decir, entre 7 y 21 años.
Después de la alfabetización, reciben una formación teórica en
agronomía y agrimensura, seguida de un aprendizaje en horti-
cultura, cereales y viticultura y, finalmente, la colocación en el
105

11.6 Page 106

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servicio de una familia rural. El cuidado de las almas está enco-
mendado a la cercana parroquia de Casaletto, mientras que el
cuidado material está encomendado a la Sagrada Familia de
Bérgamo, congregación de vida religiosa cuya misión es el
apostolado rural.
El Convitto (internado)
El edificio principal, llamado Convitto, tiene forma cuadran-
gular, con un interior hueco, dominado por los balcones de los
dormitorios. Una forma arquitectónica similar se encuentra, al
igual que en los internados, en muchas obras arquitectónicas
destinadas a la "vida comunitaria de iguales", como las prisio-
nes. El Convitto no da a la fachada principal de la finca, sino al
valle de Magliana y al Tíber, y está coronado por el escudo de
armas papal entre dos cuernos de la abundancia llenos de trigo.
Los otros edificios
El Convitto se extiende a un pabellón más corto, regalo del
papa León XIII en 1889. Poco después de su inauguración, el
23 de abril de 1891, tanto el pabellón como el internado re-
sultaron gravemente dañados por la explosión accidental del
cercano polvorín de Forte Portuense. La finca se completó ori-
ginalmente con numerosas casas rurales y un portal monumen-
tal en la vía Portuense, con una pequeña capilla de campaña al
lado: ambos han desaparecido.
106

11.7 Page 107

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Iglesia de
S. Sudario
Via del Sudario
Cuando se desvanecieron las esperanzas de abrir una casa salesiana
en Vigna Pia, Don Bosco en 1869 fijó su atención en la iglesia del Santo
Sudario [Sábana Santa], que ya había visitado en 1867.
Este se encuentra a pocos pasos de la Piazza Navona. Construido en
1604 por Carlo Castellamonte y restaurado en 1867 por C. Rainaldi, se
levanta con la fachada de yeso incorporada a las casas anexas.
Era la Iglesia de los piamonteses, nizardos y saboyanos. Quizá por eso
mismo, desde 1867, atrajo la atención del santo piamontés.
La iglesia pertenecía al Estado Italiano (después de la finalización de
la Cofradía del Santo Sudario”), e inmediatamente Don Bosco inició ne-
gociaciones en Florencia para su custodia, utilizando también los locales
anexos.
Las negociaciones con el caballero Canton duraron mucho tiempo, y
"presentó a Don Bosco a algunos empleados, amigos suyos y buenos ca-
tólicos, que en tiempo y lugar podrían haberlo ayudado en el Gobierno".
Don Bosco presentó la idea al Santo Padre, previendo ya que las ne-
gociaciones no serían de corta duración, y por eso se prestaban a man-
107
tenerlo en comunicación directa con el Ministro. Pío IX aprobó".
El Santo había visto bien; estas negociaciones duraron mucho tiempo
(unos 8 años) y en ellas Don Bosco mostró una gran "astucia política",
como se entiende leyendo las páginas de Lemoyne.

11.8 Page 108

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108
Estaba muy interesado el Venerable en la educación de los
muchachos pobres de Roma. Perdida la esperanza de estable-
cerse en Vigna Pía, empezaba a meditar un audaz proyecto
para conseguir de otro modo su intento. Lo dejaba, sin embar-
go, subordinado a cualquiera otra proposición que le pudiera
hacer el Sumo Pontífice, en cuyo caso se proponía proceder sin
prisa y con madurez de consejo.
En 1867 había visitado la iglesia del Santo Sudario, en la
cual habían fundado, ya en 1597, algunos piadosos súbditos
de los Estados Sardos, con aprobación de la Santa Sede, una
cofradía, cuyo fin principal era la educación moral de la juven-
tud de aquel barrio.
A primeros del siglo XIX la cofradía había cesado en el se-
ñorío y administración de la iglesia y el cumplimiento de las
cargas anejas. Pero estos derechos y deberes, tras una serie de
años (1831) habíanse confiado a la Legación Sarda, que resi-
día en Roma, puesto que los reyes de Saboya habían tenido
siempre bajo su especial protección aquella cofradía. En 1868
se cerró el templo, porque había que realizar urgentes repara-
ciones.
Don Bosco había pensado poder tener una casa de vecin-
dad pegada a la iglesia, fácilmente adaptable para albergar
caritativamente a los muchachos. Su plan era este: proponer al
Gobierno que le cediera el uso y administración de la iglesia y
de la casa, ofreciéndole la propia cooperación en dinero para
llevar a término rápidamente la proyectada restauración de la
iglesia, a fin de que pudiera volverse a abrir al culto lo antes
posible.
Probablemente Don Bosco tenía otro motivo para acelerar
la apertura de una casa salesiana en Roma. Preveía la inevita-
ble entrada de las tropas italianas en la ciudad y quería estar
situado con los suyos junto a la iglesia del Santo Sudario antes
de este acontecimiento. Así, ninguno habría encontrado digna
de crítica su posición frente a la Santa Sede y, además, el
nuevo Gobierno naturalmente respetaría a los que hubiera re-

11.9 Page 109

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conocido como súbditos suyos por doble razón, con los cuales
habría ajustado contrato normal, y, por tanto, no habría dejado
de protegerlos y defenderlos contra los partidos extremistas: y
no le hubiera afectado una ley de incautación.
Esta es una suposición nuestra, pero es una realidad que
Don Bosco con su ingenio y su perspicacia estudiaba todos los
aspectos de un proyecto y preveía sus dificultades y conse-
cuencias. Porque ¿cuál era el fin que el Venerable quería al-
canzar? He aquí el programa, que él explicaba y recomendaba
se diera a conocer: «Hacer el bien a cuantos se pueda y mal a
ninguno. Déjenme hacer el bien a los muchachos pobres y
abandonados a fin de que no acaben en la cárcel. Esta es mi
única política. Yo respeto a todas las autoridades constituidas
como ciudadano; pero como católico y sacerdote dependo del
Sumo Pontífice».
Y esta política, que no era más que la prudencia de la ser-
piente unida a la candidez de la paloma, es la que le hizo tan
glorioso a los ojos de Dios y de los hombres. Así, pues, escribió
sobre dicho proyecto a un gran amigo suyo, el caballero Carlos
Cantón, Director y Jefe de Sección de segunda clase en el Mi-
nisterio de Asuntos Exteriores, en Florencia, y este le contestó
aprobando, animando y asegurando que le advertiría en el mo-
mento oportuno para empezar las gestiones.
Mientras tanto Don Bosco hizo copiar en los archivos del
Estado un amplio documento, que sirve para aclarar los trámi-
tes que duraron varios años y que él presentó en el ministerio
de la Gobernación con los demás papeles referentes al asunto.
Se trataba de una comunicación de la Real Legación de los
Estados Sardos ante la Santa Sede con fecha del
10 de abril de 1851, que contenía extensos datos
históricos acerca de la iglesia del Santo Sudario.
Esta comenzó con una cofradía homónima com-
puesta por antiguos súbditos de los duques de Sa-
boya, piamonteses, nizardos y saboyanos, a fines del
siglo XVI (MB IX, 415-417; MBe IX, 383-384).
109
Mapa
Por ahora tan solo se debía estudiar el proyecto: y

11.10 Page 110

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110
Don Bosco exponía, para su norma, algunos preliminares de
convenio que él ya había meditado y desarrollado en varios
artículos.
1.° El sacerdote Juan Bosco, con el mismo espíritu del Insti-
tuto de Turín, titulado Oratorio de San Francisco de Sales, re-
emplazaría a la desaparecida sociedad o asociación del Santo
Sudario que, de acuerdo con las cartas de fundación, además
de las prácticas religiosas, tenía también la finalidad de hospe-
dar a los peregrinos, visitar a los presos y enfermos, guiar a los
niños por el camino de la salvación y otras obras de caridad
similares.
2.° Se obliga a pagar los impuestos de toda clase, a hacer
a su costa las reparaciones ordinarias en la iglesia y en los
edificios anejos, a cuidar la limpieza del templo, proveer y re-
parar los ornamentos, bancos, sillas, candeleros, cera, vino y
todo lo necesario para el culto divino.
3.° Proporciona seis personas, por lo menos, para la admi-
nistración del instituto, de la iglesia y de los edificios; lo mismo
para lo referente a los inquilinos, que para la conservación de
los edificios; dos de ellas serán sacerdotes, uno como Rector y
el otro como Vicerrector, más un sacristán y dos clérigos para
ayudar a las funciones sagradas en los días ordinarios y sobre
todo en los festivos.
4.° Se celebrarán todos los días dos misas al menos, con
obligación de atender a las confesiones, visitar a los enfermos
y, si lo autorizaran, también a los presos.
5.° En los días festivos se explicará el evangelio a los adul-
tos, se enseñará el catecismo a los niños más abandonados, y
se impartirá la bendición con el Santísimo Sacramento.
6.° Cumplirá los legados piadosos anejos de misas rezadas
o cantadas, triduos, novenas, cuarenta horas y demás solemni-
dades que se presentan a lo largo del año.
Parece que por entonces no se habló de los derechos que
tocaban a la Casa Real. Don Bosco se quedó en Florencia una
semana, yendo de uno a otro Ministerio, sosteniendo conversa-

12 Pages 111-120

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12.1 Page 111

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ciones particulares con algún Ministro y con personajes de alta
jerarquía. Doquiera se presentaba, era bien recibido y se ganó
con su comportamiento que le calificaran de: Cortesía y afabi-
lidad personificadas (MB IX, 486-487; MBe IX, 442-444).
Desafortunadamente, estos proyectos fracasaron, porque después de
1870, La iglesia fue declarada "Iglesia de la Familia Real", es decir la
iglesia particular de la Casa de Saboya. Hoy es propiedad del Ordinariato
Militar.
La iglesia del Santísimo Sudario de los piamonteses
en el Largo de Torre Argentina
La historia de la iglesia, que antes pertenecía a la Abadía imperial de
Farfa ya antes del año 1000 y conocida como S. Maria de Cellis o "Cella
Farfoe", nos dice que fue cedida a los franceses en 1478; estos la re-
construyeron y la dedicaron a San Luis IX, rey de Francia, por lo que fue
llamada S. Maria in Cella en S. Loisio.
Luego, los franceses reconstruyeron la magnífica iglesia de S. Luigi en
Campo Marzio en 1589, dejando la de [Largo de Torre] Argentina y la
111

12.2 Page 112

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iglesia se convirtió en el edificio de culto de la nación piamontesa en
Roma. La colonia de Saboya, Niza y Piamonte, unida en una Cofradía re-
conocida oficialmente por el Papa Clemente VIII el 2 de junio de 1597,
que luego se convirtió en Archicofradía del Santísimo Sudario, encontró
aquí alojamiento temporal en la iglesia ya dedicada a San Luis. El mismo
Papa donó a los piamonteses la imagen del Santo Sudario que aún se
encuentra en el altar mayor.
En 1604, por encargo de Carlo Emanuele I de Saboya, el arquitecto
Carlo di Castellamonte diseñó el edificio, que ya fue ampliado en 1660
por Carlo Rainaldi con obras y elevaciones en varias fases relativas en
1667 y en 1682 para terminar más tarde en el edificio que vemos to-
davía hoy.
Desde el papa Pablo V, con la bula del 19 de septiembre de 1605, la
archicofradía tenía la facultad de indultar anualmente a una persona
condenada a muerte. De 1685 a 1687, la fachada y el altar mayor se
ejecutaron bajo Pier Francesco Garola. A finales del siglo XVIII, sometida
a las expoliaciones napoleónicas, la iglesia fue desconsagrada y reabierta
solo en 1801 por la intervención de Carlo Emanuele III: nuevamente
abandonada y transformada en establo hasta 1814. Reabierta al culto
después de la Restauración, reorganizada por el arquitecto Giacomo Mo-
naldi, fue declarada Iglesia Nacional de Cerdeña. Pasada bajo el patroci-
nio de la casa real, fue la sede del Capellán Mayor de los Palacios Reales
y la sede de los capellanes palatinos hasta 1946. Posteriormente fue la
sede del Palatino ordinario de la Presidencia de la República Italiana,
cuando, con el concordato se suprimió el instituto, la iglesia pasó a la
jurisdicción del ordinariato militar que ha promovido su restauración en
los últimos años.
El interior consta de una sola nave, cubierta con bóveda de cañón, en
cuyos muros, jalonados por pilastras y columnas inclinadas, se disponen
dos altares dentro de una hornacina abierta por un arco de medio punto.
En la contrafachada se encuentra el órgano del siglo XVIII, colocado
112 sobre un coro alto de madera, sobre el que se alza el escudo real. A
la derecha, el altar del siglo XVII dedicado a San Francisco de Sales,
construido con un rico conjunto de mármol y con un retablo tradicio-
nalmente atribuido a Carlo Cesi, realizado, quizás, para la canonización
del santo, que tuvo lugar el 19 de abril de 1665 precisamente en esta
iglesia. Más allá de la elegante balaustrada de mármol está el presbiterio

12.3 Page 113

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decorado con frescos de Cesare Maccari ejecutados entre 1871 y 1873
que representan el Discurso de San Anselmo de Aosta en el Concilio
Ecuménico y el otro al frente, el Encuentro entre san Francisco de Sales
y el beato Giovanni Giovenale Ancina. Del mismo autor son las alegorías
de las Virtudes y la Gloria de los beatos Ludovica, Amedeo, Umberto,
Bonifacio y Margherita de la Casa de Saboya, en la bóveda. Dos pares de
columnas componen la estructura del altar mayor donde en el centro se
encuentra el gran retablo de Antonimo Gherardi que representa a Cristo
colocado en el Santo Sudario con santos y beatos de la Casa de Saboya,
construido en 1682. Desde la izquierda podemos reconocer a San Máxi-
mo, primer obispo de Turín, la beata Margarita de Saboya, san Mauricio,
protector del Estado de Saboya y los beatos Ludovica y Amedeo. En el
tímpano se encuentra el grupo escultórico de estuco, diseñado por el
propio Gherardi, pero realizado por Pietro Mentinovese, alumno de Berni-
ni, con el Padre Eterno en el centro entre ángeles y querubines que sos-
tienen una copia del Santo Sudario realizada por la Princesa María
Francesca de Saboya, una de los muchas que retrataron la reliquia po-
seída por los Saboya desde 1452 y guardada primero en Chambéry y
luego en Turín. A la izquierda está el altar dedicado al beato Amedeo di
Savoia, quien, duque desde 1465, abdicando en favor de su esposa, se
dedicó a las obras de misericordia.
113

12.4 Page 114

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Iglesia de
San Giovanni
della Pigna
Piazza della Pigna
Fracasó también el intento de hacerse con la iglesia del Santo Suda-
rio, y Don Bosco se comprometió a tener la de San Giovanni della Pigna,
con los anexos locales.
Esta es de origen muy antiguo y, en 1577, fue cedida por Gregorio
XIII a la Compagnia della Pietà verso i Carcerati [Compañía de Piedad
hacia los Prisioneros] que la hizo reconstruir por A. Torroni.
Todavía pertenecía a la Compagnia della Pietà verso i Carcerati,
cuando, en la Audiencia del 8 de febrero de 1870, el Papa propuso a
Don Bosco tomarla como su sede romana.
114
- ¡Cierto, ha fracasado la casa que pretendíamos el año
pasado para Roma! Pero este año quiero que fundéis una y
pensaré yo mismo en que la tengáis. ¿Habéis visto la iglesia de
San Juan de la Pigna?
-No, Santidad, repuse.
-Pues bien, id a verla y venid a decirme
si os gusta... (MB IX, 812; MBe IX, 722).
El mismo día el Santo dio la buena nueva a don
Rua ("Con el dinero que aquí tengo, hago un depósi-
to de cien liras mensuales para la futura Casa de
Roma. El remanente me lo llevo a casa conmi-
go" (MB IX, 813; MBe IX, 723) y después de unos
días fue a visitar la iglesia, para luego dar la respuesta
Mapa

12.5 Page 115

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final al Papa.
Resurgían, pues, las esperanzas de abrir una casa salesiana
en Roma. El Venerable habló con el eminentísimo cardenal
Quaglia de la propuesta del Padre Santo para la Iglesia de San
Juan de la Pigna, y le dio ánimos. Es más, fue con uno de los
encargados de la administración de las propiedades del Vati-
cano a ver la iglesia propuesta y encontró un magnífico tem-
plo, pequeño sí, pero hermoso, con cinco altares de mármol y
un precioso órgano nuevo. Había junto a la iglesia una casa,
que también visitó: le pareció que podía alojar cómodamente
quince personas. Le enseñaron, además, otro edificio un poco
distante, bastante mayor, que pertenecía a la misma iglesia,
que estaba alquilado y producía seis mil liras de renta al año.
Después de la visita, volvió al Padre Santo, el 12 de febrero, y
le dijo:
-Santidad, he visto la casa y la iglesia.
-Bien, contestó el Papa; si las queréis son para vos.
-Doy las gracias a Su Santidad y las acepto (MB IX, 816;
MBe IX, 725).
Don Bosco estaba seguro de que el viejo proyecto de abrir una casa
en Roma finalmente podría realizarse. Esta certeza la encontramos en
una carta a don Rua del 14 de febrero y otra a don Bonetti del 17 de
febrero.
La apertura de una casa con una pequeña, pero hermosa iglesia,
puede ser asunto terminado para el próximo otoño. La semana que viene
espero estar en Turín; pero prefiero retrasar algún día, antes que dejar
las cosas a medias (MB IX, 824-825; MBe IX, 733).
En lo sucesivo, cuando vengas a Roma, encontrarás a tu disposición
una casa con una estupenda iglesita. El resto son palabras. Silencio y 115
alegría.
Dios te bendiga a ti y tus trabajos, y créeme tuyo. Roma, 17-2-
1870. Afmo. en Jesucristo, Sac. Juan Bosco, (MB IX, 825; MBe IX, 734).
Estos pensamientos, que confirmó el 7 de marzo en Turín, en la Con-
ferencia a los Salesianos, celebrada para contar los resultados de la es-
tancia en Roma.

12.6 Page 116

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12.7 Page 117

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“…Así que este año, por agosto u octubre, si no hay nada en
contra, irán algunos a Roma, a más del otro colegio que he-
mos de abrir a orillas del mar, en Alassio, entre Oneglia y Al-
benga. Así he quedado con el Sumo Pontífice. Y como el año
pasado había hecho una pequeña colecta para el Colegio de
Roma, la he dejado allí, y ahora, con alguna otra cosa, he
constituido un depósito en la caja pontificia, de cien francos
mensuales, para atender a los que vayan a Roma este año
(MB IX, 834; MBe IX, 741).
Desgraciadamente, estas certezas estaban destinadas a desvanecerse
ante otras dificultades que surgieron más adelante.
Sin embargo, la Iglesia y la casa de S. Giovanni della Pigna acogieron
a los Salesianos, ya que en 1905 estas habitaciones fueron puestas a
disposición de la Congregación Salesiana por Pío X. Hasta 1974, de he-
cho, fueron utilizadas como residencia por el Procurador General de la
Sociedad Salesiana.
SAN GIOVANNI DELLA PIGNA
Historia
La iglesia de San Giovanni in Pigna, originalmente dedicada a los san-
tos mártires Eleuterio y Genesio, está documentada en una bula papal
del papa Agapito II de 955 y en una de Juan XII de 962.
Habiendo caído en mal estado en 1584, el papa Gregorio XIII la con-
cedió a la Arciconfraternità della Pietà verso i carcerati [Archicofradía de
la Piedad para los prisioneros], que la reconstruyeron a partir de sus ci-
mientos. Al arquitecto Torroni se le encargó la construcción de la nueva
iglesia; terminado en 1624, asumió el título de Sancti Ioannis a Pinea.
Fue restaurada nuevamente en el siglo siguiente y en 1837 bajo la di-
rección de Virginio Vespignani.
117
En 1870, Pío IX la ofreció a la sociedad salesiana de san Juan Bosco
y, desde 1985, a instancias de Juan Pablo II, es sede de la diaconía de
San Giovanni della Pigna. En el 2007 la iglesia fue sometida a la restau-
ración para recuperar los colores originales de los exteriores.
Exterior
La iglesia está dedicada a San Juan Bautista; el nombre de la Piña se
refiere a la gran piña de bronce descubierta en el área, ahora conservada

12.8 Page 118

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en el Cortile della Pigna dentro de la Ciudad del Vaticano.
La fachada es a dos aguas, de estilo barroco sencillo. La cornisa, con
una inscripción en latín que recuerda la presencia en el interior de la
iglesia de la Archicofradía de la Piedad hacia los prisioneros, está soste-
nida idealmente por cuatro pilastras con capiteles jónicos que dividen la
fachada en tres sectores verticales: cada uno de los dos laterales alber-
ga, en la parte superior, una ventana rectangular sin marco y antepecho;
en el sector central, en cambio, está la portada, que tiene un arquitrabe
con un bajorrelieve que representa un ángulo y un frontón circular. La
fachada está rematada por un sencillo tímpano rematado por una cruz
de hierro.
Interior
El interior de la iglesia es de una sola nave y es fruto de las reformas
del siglo XVIII. A lo largo de la nave, que se cubre con bóveda de cañón
con lunetos, se encuentran, dentro de grandes hornacinas intercaladas
con pilastras de mármol policromado, cuatro altares laterales, dos a cada
lado. El primer altar a la derecha está dedicado a san Eleuterio papa, el
segundo a la derecha a san Genesio de Arlés; el primero a la izquierda,
en cambio, está dedicado a la Virgen y alberga el lienzo del siglo XVIII
Virgen con el Niño y los Ángeles, una copia de una imagen del siglo XIV
de la Virgen de San Lucas, el segundo a la derecha a Santa Teresa de
Ávila. Al final de la nave, se encuentra el presbiterio, bordeado por una
balaustrada y compuesto por un vano cuadrado con bóveda de cúpula
pintada y un ábside semicircular con decoración de artesonado en la bó-
veda. En el ábside se encuentra el altar mayor de mármol policromado
que presenta el tema central, entre dos pares de columnas corintias, el
retablo de San Juan Bautista, de principios del siglo XVII, de Baldassarre
Croce, y más arriba, la Piedad de Luigi Garzi, añadido más tarde.
118

12.9 Page 119

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12.10 Page 120

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Basilica e
Ospizio del
Sacro Cuore
Via Marsala, 38-42
DE LAS MEMORIAS BIOGRÁFICAS (MB XIV, 570-592; MBe XIV, 496-
504).
No hay fundador o fundadora de Orden, Congregación o Instituto
religioso, que no haya anhelado poner una morada en Roma. Un impulso
divino los empuja por distintos caminos hacia el centro de la unidad, de
la autoridad y del magisterio.
Hacía muchos años, aun antes que las Reglas fueran aprobadas por
la Iglesia, que también Don Bosco acariciaba la idea de una fundación
en la ciudad de los Papas; pero todos los intentos resultaron inútiles
hasta 1880, cuando finalmente y del modo más inesperado, el sueño,
por tanto tiempo acariciado, vino a convertirse en realidad, que costó al
Beato siete años de casi ininterrumpidos sufrimientos morales y físicos
pero que, al final, le merecieron las bendiciones de Dios y la admiración
120
de los hombres. Narraremos en este capítulo las circunstancias que
precedieron y acompañaron los principios del templo y del hospicio,
que tomaron el nombre de Sagrado Corazón de Jesús en el Castro Pre-
torio.

13 Pages 121-130

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13.1 Page 121

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LAS INTENCIONES PASTORALES SOBRE EL CASTRO PRETORIO
El proyecto de urbanización planeado por monseñor De Mérode,
ministro de Pío IX, correspondía al desarrollo de la ciudad en los barrios
altos, especialmente en el de Castro Pretorio. Demostró que esta orien-
tación había sido prevista con acierto y preparada cuidadosamente, el
hecho de que, después del 20 de septiembre de 1870, no solo no se
detuvo la expansión de la ciudad por aquel lado, sino que pareció surgir
allí una ciudad nueva. Pero, mientras se ensanchaba sin parar la cons-
trucción, en todo se pensaba menos en la asistencia espiritual de una
población advenediza, que se condensaba más y más en la amplia zona.
Pensó en ello el atribulado Pío IX, el cual, si bien exhausto de medios
después de la pérdida de sus Estados, no se cansaba de remediar las
necesidades religiosas de su ciudad de Roma.
El 8 de diciembre de 1870, él había glorificado a San José procla-
mándolo Patrono de la Iglesia universal, y, al poco tiempo, adquirió a sus
expensas un trozo de terreno en el Esquilino con la intención de levantar
en él una iglesia dedicada al gran Patriarca. Pero, al poco tiempo, cam-
bió de parecer. En 1871 los Obispos de Italia anduvieron a porfía para
consagrar solemnemente sus diócesis al Corazón adorable de Jesús, y de
ahí surgió la idea de que en la ciudad del Vicario de Cristo debía levan-
tarse un gran santuario dedicado al divino Corazón de Jesús, desde don-
de, como de horno perenne, irradiara nuevo ardor de piedad de la urbe
al orbe entero. Propagandista de la idea fue el padre Maresca, barnabi-
ta, que dirigía el Mensajero del Corazón de Jesús.
Este fue el motivo por el cual el angélico Pío IX dispuso que en di-
chos terrenos se levantase el templo proyectado,
pero ya no a san José, sino al Sagrado Corazón de
Jesús, alegrándose mucho de que, desde el punto
121
más alto de la Ciudad Eterna, el Corazón adorable
del Redentor bendijese al mundo entero como desde
un gran trono. Pero desgraciadamente las cosas
iban despacio y, mientras el nuevo barrio se ensan-
chaba en todas direcciones, las parroquias colin-
Mapa
dantes de Santa María de los Ángeles, de San Ber-
nardo, de Santa María la Mayor y de San Lorenzo

13.2 Page 122

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Extramuros no bastaban para atender tantas almas. Remediaba como
podía la necesidad aquel santo varón que fue el padre franciscano Lu-
dovico de Casoria, ayudado por jóvenes seglares de Acción Católica, en-
tre los que se distinguía el abogado Pericoli; una humilde capilla, abierta
en un edificio algo más allá del lugar donde se iba a construir la iglesia,
atendía a las exigencias del culto. Mientras tanto la muerte arrebató al
gran Pío IX, sin que se hubiese hecho todavía nada para realizar su pro-
yecto.
EL COMPROMISO DE LEÓN XIII SOBRE EL SACRO CUORE
122
La elección de León XIII al trono pontificio señaló el verdadero co-
mienzo de la empresa. El, que desde el obispado de Perusa había sido
uno de los primeros en consagrar su diócesis al Sagrado Corazón, cono-
cidas las intenciones de Pío IX, activó su ejecución cuanto pudo. El día
primero de agosto de 1878 invitó, por medio de su Vicario el cardenal
Mónaco La Valletta, con una carta latina dirigida a todos los Obispos
del orbe católico, excepto a los de Francia, ya comprometidos en la
construcción de la Basílica de Montmartre, a contribuir mediante colec-
tas locales a la grandiosa empresa. Se confió la recolección de las pia-
dosas limosnas a la federación en pleno de Sociedades Católicas de Ro-
ma; una Comisión, nombrada por el Cardenal entre los miembros del
Patriciado Romano y presidida por el marqués Julio Merighi debía vigilar
la marcha de las obras. Estas empezaron enseguida con presteza. Se
comenzó por el movimiento de tierras para hacer desaparecer un mon-
tículo que estorbaba el emplazamiento de la obra, porque se elevaba
unos metros sobre el nivel de la calle; después se comenzaron las exca-
vaciones del terreno para la cimentación. Y aquí se tropezaron los obre-
ros con un gran obstáculo, frecuente en el subsuelo romano: aparecie-
ron en seguida altas galerías subterráneas, excavadas en tiempos remo-
tos para la extracción de la puzolana, que se emplea en Roma, como
en otras partes la arena, para la argamasa. Este contratiempo obligó a
bajar a catorce metros de profundidad para encontrar el firme que per-
mitiese empotrarlos cimientos. Se pudo colocar la primera piedra, con la
bendición del Cardenal, el día 17 de agosto de 1879, dedicado a San
Joaquín y día onomástico del Papa.

13.3 Page 123

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EL DISEÑO DE LA IGLESIA
El plano de la iglesia, de estilo bramantesco, había sido trazado por
el conde Francisco Vespignani, arquitecto de los sacros palacios, cuando
ocurrió un curioso incidente desde Bélgica [Sacamos los detalles de la
copia de una correspondencia entre el cardenal de Malinas y el cardenal
vicario. Esta copia fue comunicada a Don Bosco en 1880 por el padre
Maresca]. La circular enviada por el Cardenal Vicario al Episcopado en
1878 había llamado la atención de la baronesa De Monier, que estaba
dispuesta a ofrecer cien mil francos para la construcción de la basílica,
pero a condición de que se adoptasen los planos del arquitecto barón
De Béthune, su paisano. Es más, la donante no daría nada por un edifi-
cio sagrado de estilo renacentista, pues ella quería en Roma una iglesia
gótica o bien románica. El cardenal Dechamps, arzobispo de Malinas,
accedió a informa al Cardenal Vicario.
Ciertamente la condición impuesta creaba serias dificultades, máxime
123

13.4 Page 124

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por el hecho de que ya se estaban echando los cimientos, según los pla-
nos de Vespignani; sin embargo, el Cardenal Vicario rogó al Cardenal
belga que le enviara el proyecto propuesto, pero observándole que en
Roma no gustaban aquellos dos estilos. A lo que replicó el Arzobispo de
Malinas, al enviar los planos: «Roma, centro del catolicismo, debe tener
monumentos de todas las grandes épocas de su historia, y es cierta-
mente desagradable que, junto a las basílicas constantinianas y a las
basílicas clásicas del renacimiento, no se vea nada semejante a las ca-
tedrales de Colonia, Amiens, York, Reims, Westminster y tantas otras
admirables iglesias del mundo católico, sin olvidar la catedral de Milán.
Ya sé que este exclusivismo fue consecuencia de la historia, pero esta es
una ocasión para hacerla desaparecer». De todos modos, el proyecto de
Béthune fue atentamente examinado. El Cardenal Vicario contestó:
«Desde luego, si se tuviera que levantar una iglesia de estilo absoluta-
mente gótico, sería muy oportuno el proyecto presentado; sin embargo,
aquí en Roma, para edificios de esta clase, encuentra mayor aceptación
el estilo clásico. Además, efectuándose aquí las obras colas medidas y
formas prescritas, la ofrenda de cien mil francos, aunque muy conside-
rable, no sería suficiente, según los cálculos hechos para lograr el fin». A
su vez Vespignani, insigne representante del clasicismo romano, escribía
en una relación al Cardenal Vicario: «En Roma, sede de las bellas artes,
nunca encontró aceptación el estilo absolutamente gótico, por su origen
bárbaro, y solo ahora ha sido adoptado para la construcción de los ac-
tuales templos evangélicos».
El padre Maresca opinaba diversamente, por lo cual aconsejó a la
Baronesa que persuadiera al cardenal Dechamps para que lo tratara
con el Papa. Pero Su Eminencia se desentendió, creyendo que no debía
añadir nada a lo que ya había escrito a Roma. Y así, por una cuestión
bizantina, se perdió la cuantiosa oferta.
124 AGOTAMIENTO DE LOS FONDOS - INTERRUPCIÓN DE LOS TRABAJOS
Nosotros estamos convencidos de que la habilidad de Don Bosco ha-
bría encontrado la manera, para decirlo con una frase popular, de nadar
y guardar la ropa; pero su nombre no había entrado en palestra todavía
en este asunto. Lo cierto es que muy pocos en el mundo poseyeron co-

13.5 Page 125

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mo Don Bosco el arte, o mejor, el don de saber encontrar los medios
necesarios para llevar a cabo tantas y tan grandes obras de bien. Así,
por ejemplo, por lo que se refiere a la iniciativa romana, aunque lanzada
desde un puesto tan alto y recomendada por nombres de la más rancia
y venerable nobleza, después de los primeros entusiasmos, se paralizó
completamente. La falta de dinero obligó a suspender los trabajos,
cuando la construcción apenas si estaba a flor de tierra. El Papa, que ya
tenía que sostener los gastos de la monumental construcción del ábside
de San Juan de Letrán y del grandioso lazareto de Santa Marta, en el
Vaticano, quedó afligidísimo por ello, y no podía resignarse a aquella
especie de fracaso; pero la Providencia le envió a tiempo una buena ins-
piración. Debemos esta noticia a la relación hecha unos años después
por el cardenal Alimonda.
LA IDEA DE CONFIAR EL ENCARGO A DON BOSCO
Un día León XIII, reunido con los Cardenales, les manifestó la gran
amargura de su alma por aquella forzada suspensión. -Está de por me-
dio, decía, la gloria de Dios, el honor de la Santa Sede y el bien espiri-
tual de una población tan numerosa.
-Santo Padre, se adelantó a decir el cardenal Alimonda, yo propon-
dría un modo seguro para conseguir el intento.
- ¿Cuál?, preguntó el Papa sorprendido.
-Confiarlo a Don Bosco.
-Pero, ¿Don Bosco aceptará?
-Santidad, yo conozco a Don Bosco y su plena e ilimitada devoción al
Papa, si Vuestra Santidad se lo propone, estoy segurísimo de que acep-
tará.
Este coloquio tuvo lugar en marzo de 1880, es decir cuando Don
Bosco estaba en Roma; por ello, León XIII encargó a su Vicario que le
hablara del asunto. Su Eminencia le habló de ello el día 24 por la tarde,
mas sin manifestarle que se trataba de un deseo del Papa, le habló de
ello con más insistencia el día 28, pero siempre como cosa suya. Don
Bosco no asintió ni se negó, eran muchas y muy grandes las dificultades
125

13.6 Page 126

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que acudían a su mente, como se desprende de varios testimonios de
los procesos.
Ante todo, las dificultades de orden económico. Muy poco podía es-
perarse de los romanos, sabiendo por experiencia, como ya le había es-
crito sobre el particular el Cardenal Vicario, lo nada generosos que se
mostraban entonces.
[Lo confirmaron los hechos. En la comida que se dio el día de la con-
sagración (14 de mayo de 1887), el párroco y procurador don Francis-
co Dalmazzo, cuando se levantó para brindar, al expresar la gratitud a
los bienhechores, puso en primer lugar a los Romanos. Don Bosco, tomó
el cuchillo, dio unos golpecitos al vaso, detuvo el arrebato del orador y,
en medio del silencio general, le dirigió con toda calma estas palabras: -
Eso no es verdad. Ya puedes seguir. En aquel momento debió pensar Don
Bosco en las inauditas penalidades de sus viajes, mendigando el dinero
necesario para la empresa. Uno de los comensales, que quedó atónito
ante la franqueza del Beato y repitió a menudo la narración del episodio,
fue monseñor Jara, más tarde obispo de Ancud en Chile (MB XIII, 557)].
Tampoco se esperaba mucho de los franceses, interesados en aquel
tiempo en su gran iglesia nacional del Sagrado Corazón y en sostener
las escuelas privadas libres; por otra parte, tenía razón para pensar que
estos, siempre generosos con él mientras se trataba de ayudarlo a man-
tener a sus muchachos, no pondrían mucho interés en la nueva iglesia
de Roma.
Tampoco le parecía que podía contar mucho con Italia, ante las
desastrosas condiciones económicas del país, ante los excesivos gravá-
menes públicos y ante la necesidad de socorrer tantas buenas institu-
ciones locales como pedían las nuevas construcciones políticas del Esta-
do.
No ignoraba, además, lo caras que eran las construcciones en Roma,
pues ocasionaban mayores gastos que en cualquier otra ciudad de
126 Italia. ¿Y no llevaba ya sobre sus hombros un buen número de obras
en construcción? Construía la iglesia de San Juan Evangelista en Turín
y de María Auxiliadora en Vallecrosia; edificaba en Marsella, en Niza, en
La Spezia. ¿Era prudente añadir más leña al fuego?
Otro motivo para no arriesgarse era la frialdad que le parecía descu-

13.7 Page 127

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13.8 Page 128

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128
brir en el recibimiento hecho al proyecto de una iglesia en el Castro
Pretorio. Habíase pregonado a los cuatro vientos que el proyectado san-
tuario sería también un monumento a la memoria de Pío IX; todos los
Obispos de la cristiandad habían sido invitados a recoger limosnas; pero,
después de juntar con dificultad un centenar de miles de liras todo se
acabó sin esperanzas de más recursos. Añadíase una tercera dificultad.
Si Don Bosco tomaba sobre sí aquella carga, tenía que ratificar los con-
tratos estipulados por la anterior administración, a la que, por añadidu-
ra, se concedía todavía cierta injerencia en la obra; por otra parte,
aquellos contratos eran muy onerosos, como desgraciadamente solían
ser cuando se trataba de obras emprendidas en nombre del Papa.
Este es el lugar oportuno para repetir lo que en otra parte ya hemos
escrito sobre la desconfianza con que los romanos miraban a los llama-
dos buzzurri, o piamonteses. Ver a los piamonteses preferidos en una
obra de tanto relieve no podía dejar de suscitar envidias; y, dado el es-
tado de los ánimos, la cosa no debe causar extrañeza. En efecto, divul-
gada la noticia, una comisión de eclesiásticos acudió a un Prelado para
que la presentara al Cardenal Vicario, como protesta contra la humilla-
ción, a la que se quería someter al clero de Roma. su Eminencia después
de escucharlos con amabilidad, no intentó contradecirlos, sino que se
limitó a preguntar sencillamente si ellos se sentían con fuerzas para
cargar con aquel peso, añadiendo que todavía se estaba a tiempo. Se
declararon dispuestos. El Cardenal prometió cumplir sus deseos. -Con
Don Bosco la cosa queda arreglada pronto, añadió. Me pondré al habla
con el Padre Santo. Don Bosco no tiene dificultad en ceder empresa.
Entonces ellos muy presuntuosos, le dijeron que formarían una comisión,
preguntaron cuánto recibía Don Bosco de la Santa Sede por aquella
construcción.
-Nada, contestó Su Eminencia, y les expuso después, en breve, la
relación de los mayores gastos necesarios y manifestó su convicción de
que en Roma muy poco podrían recoger. Fue una ducha de agua fría,
que apagó en un abrir y cerrar de ojos los ánimos enardecidos.
DON BOSCO ACEPTA EL ENCARGO
Por encima de todas estas consideraciones humanas, se levantaban

13.9 Page 129

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otras de orden más elevado en la mente de Don Bosco; el honor de la
Iglesia y el honor de la Santa Sede. Era una vergüenza que la Roma ca-
tólica hiciese tan mala figura frente a los protestantes; ellos ya habían
levantado en la ciudad santa algunos templos con cuantiosos fondos y
los católicos no lograban levantar uno. Era una vergüenza que pudieran
decir que la voz del Papa había tenido tan débil resonancia en el mundo.
He aquí porqué Don Bosco, ponderando el pro y el contra, dudó tanto
en un principio para eximirse de aquel peso tan grave.
Pero vino por fin a sacarlo de todas sus dudas la palabra del Papa.
En la suspiradísima audiencia del 5 de abril, le manifestó León XIII su
propio deseo, asegurándole que, al dar su asentimiento, haría algo santo
y gratísimo al Papa, porque era demasiada su pena ante aquella impo-
tencia para continuar la obra comenzada.
-Un deseo del Papa, contestó Don Bosco, es para mí un mandato,
acepto el encargo, que Vuestra Santidad tiene la bondad de encomen-
darme.
-Pero yo no podré daros dinero, añadió el Papa.
-Yo no pido dinero a Vuestra Santidad, solo pido su bendición con
todos los favores espirituales, que creyere oportuno conceder a mí y a
cuantos cooperen conmigo a hacer que el Corazón de Jesús tenga un
templo en la capital del mundo católico. Es más; si Vuestra Santidad me
lo permite, levantaré también junto a la iglesia un oratorio festivo con
un gran internado, donde, al mismo tiempo, puedan ser admitidos y en-
caminados a los estudios y a las artes y oficios tantos pobres mucha-
chos, como especialmente en aquel barrio abundan. -De mil amores
respondió el Papa, os bendigo, y con vos a cuantos cooperen a una obra
tan santa, sobre la cual invoco desde ahora las bendiciones de Dios.
Para las modalidades de la ejecución os pondréis de acuerdo con el
Cardenal Vicario.
Divulgada en Roma la noticia de que Don Bosco había recibido del
Padre Santo el encargo de fundar un colegio en el Castro Pretorio y le-
vantar allí la iglesia del Sagrado Corazón, algunos miembros de izquier-
da de la junta municipal fueron al ministro de Gobernación Villa para
saber qué conducta había que guardar con el nuevo instituto, que pro-
bablemente tomaría grandes proporciones. Todavía no habían pasado
diez años después del asalto de Porta Pía; y al primer movimiento de
nueva vida vaticana la secta daba la voz de alarma. Pero el Ministro,
129

13.10 Page 130

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que a pesar de lo que era, conocía bastante bien a Don Bosco y, como
diputado representaba al colegio electoral de Castelnuovo Asti, después
de oírlos en silencio, dijo francamente a aquellos señores:
-Don Bosco prodiga obras de bien en favor de los muchachos apar-
tándolos de la mala vida y dándoles instrucción. Él no se mete en políti-
ca. Dejadle hacer.
El marqués Scati, a quien, a fines del año 1880, contó Don Bosco el
suceso, no pudo ocultarle sus temores de la guerra que los masones del
ayuntamiento y del gobierno podrían hacerle siempre.
El Beato le contestó:
-Por eso nos conviene ir siempre con cautela, con la sencillez de la
paloma, y la prudencia de la serpiente. Don Bosco se mantiene siempre
escrupulosamente en la legalidad: dar al César lo que es del César, y
nada más, pero tampoco nada menos. ¡Ay de Don Bosco, si cometiera
una imprudencia! ¡Cuántos muchachos se encontrarían otra vez en la
calle!».

14 Pages 131-140

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14.1 Page 131

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LA CONVENCIÓN ENTRE VICARIATO Y DON BOSCO
Al volver de la audiencia pontificia, Don Bosco preparó una especie
de memorial, que entregó personalmente al Cardenal Vicario el 18 de
abril por la tarde, dos días antes de su partida de Roma. (Diario de Don
Berto: "18 de abril, domingo. Por la tarde Don Bosco fue al Card. Vicario
para llevar una promemoria para presentarse al S. Padre en torno a la
erección de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús en Roma"). El con-
densó en el breve escrito los elementos que después sirvieron de base
para la redacción del convenio definitivo.
A Su Eminencia Reverendísima el señor cardenal Rafael Mónaco La
Valletta, Vicario de Su Santidad en Roma.
I. La Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, monumento a S. S. Pío IX,
de feliz memoria.
Con el único fin de promover la mayor gloria de Dios y el decoro de
Nuestra Santa Religión, de buen grado me asocio con todos mis religio-
sos a V. E. Rvma. para cooperar en la continuación de las obras en cur-
so para levantar la iglesia dedicada al Sagrado Corazón de Jesús como
homenaje al glorioso Sumo Pontífice Pío IX, de siempre grata memoria.
En cuanto a las condiciones a establecer, desearía vivamente que V. E.
actuase por ambas partes; por la de la Autoridad Eclesiástica y por la
de la Congregación Salesiana, que V. E. ha mirado siempre con ojos pa-
ternales. Pero, puesto que V. E. desea que yo exponga mi pensamiento
sobre este asunto lo hago de buen grado, dando desde ahora a V. E.
toda facultad para modificar cualquier cosa como en su iluminada pru-
dencia juzgare más oportuno.
131
II. La Congregación de San Francisco de Sales.
1.° La Pía Sociedad de San Francisco de Sales, por medio de su Rec-
tor, asume el compromiso de cooperar, con todos los medios posible

14.2 Page 132

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para atender las obras, buscar los medios económicos y los materiales
de construcción para llevar a término la pía empresa, que espera pueda
acabarse en dos año y medio o, a más tardar, en tres.
2.° Terminado el sagrado edificio, la misma Congregación se encarga
de los gastos necesarios para la provisión de muebles, ornamentos, va-
sos sagrados; pagará los impuestos de contribución, los gastos de con-
servación, de reparación del edificio y otros del mismo tipo.
3.° Proporcionará el personal necesario para el ejercicio del culto
religioso, es decir, suficiente número de sacerdotes para la celebración
de misas, a comodidad de los fieles, para oír confesiones, predicar y dar
la catequesis a los niños.
4.° Simultáneamente con las obras de la iglesia o tan pronto como
estas estén terminadas, se pondrá manos a la construcción de un cole-
gio para los niños pobres. Además de los locales para los muchachos
internos, se abrirá un oratorio festivo para los jovencitos del vecindario y
se les darán catequesis, escuelas nocturnas y, si fuese menester, tam-
bién diurnas, como se hace en las casas de la Congregación abiertas
con idéntico fin.
5.° Consagrada la iglesia al culto divino, los Salesianos dependerán
de la Autoridad del Ordinario, como dependen las iglesias que pertene-
cen a Congregaciones Eclesiásticas. Y, si la mencionada Autoridad Ecle-
siástica determinara erigir en Parroquia la iglesia del Sagrado Corazón,
el párroco se elegirá entre los religiosos salesianos que el Rector de la
Congregación propondrá al Emmo. Cardenal Vicario de Roma, y será el
que Su Eminencia juzgue más idóneo para tal cargo y para promover la
gloria de Dios y el bien de las almas
III. La Autoridad Eclesiástica.
132
1.° Su Eminencia Reverendísima el señor Cardenal Vicario continuará
apoyando material y espiritualmente la Obra que con tanta solicitud
comenzó y promovió; pondrá a disposición del reverendo Juan Bosco el
terreno y los muros del edificio en el estado en que se encuentran. El
dinero recolectado por iniciativa de S. E. o de otros para este fin será
empleado todo y únicamente en la construcción de la monumental igle-

14.3 Page 133

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sia.
2.° Dará facultad para continuar la colecta en aquellos lugares y
entre aquellas personas a quienes la prudencia juzgue conveniente recu-
rrir.
3.° El Emmo. Card. Vicario no tendrá responsabilidad material alguna
con respecto a las obras y a las nuevas compras de terreno, que fueren
necesarios para dicha construcción.
4.° Se ruega humildemente a S. E. el señor Card. Vicario que presen-
te este proyecto al Santo Padre, para que lo modifique a su gusto, y
este no tendrá valor alguno, mientras no fuere aprobado y bendecido
por Su Santidad.
Roma, 10 de abril de 1880 Juan Bosco, Sac.
LA APROBACIÓN DEL CONSEJO SUPERIOR
Según nuestras Constituciones, Don Bosco no podía comprometerse
en serio en un asunto de tanta importancia, sin consultar antes al pro-
pio Capítulo. Por lo tanto, cuando llegó a Turín, reunió a sus consejeros
y les expuso la proposición del Padre Santo.
Hubo una larga discusión. Todos estaban de acuerdo en lo honorífico
de la proposición pontificia, pero también en lo oneroso de la misma;
había deudas que pasaban de las trescientas mil liras y no parecía, por
tanto, prudente y aconsejable en conciencia meterse en una empresa
que iba tragarse millones. Se pasó de la discusión a la votación y resul-
taron seis votos en contra y uno solo a favor, ciertamente el de Don
Bosco.
Al ver rechazada de aquel modo la proposición del Padre Santo, son-
rióse Don Bosco y dijo:
133
-Todos me habéis dado un no rotundo, y está bien, porque habéis
actuado según la prudencia necesaria a seguir en casos serios y de su-
ma importancia como este. Pero, si en lugar de un no me dais un sí, os
puedo asegurar que el Corazón de Jesús enviará los medios para levan-
tar la iglesia, pagará nuestras deudas y, además, nos dará una buena
propina.

14.4 Page 134

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Sus palabras, inspiradas en su gran confianza en la Providencia de
Dios cambiaron de repente los pareceres, de modo que, repetida la vo-
tación, los seis noes se convirtieron en síes. Es más, se examinó el pro-
yecto y se vio que era demasiado pequeño por lo que, en aquella misma
sesión capitular, se acordó proponer al Padre Santo otro más amplio y
que resultase digno del Sagrado Corazón y de Roma. Y así se hizo. La
propina no era otra cosa que el colegio, el cual no entraba en las inten-
ciones del Papa, pero sería algo añadido, dado casi a título de premio
por el Sagrado Corazón. Las deudas de la Congregación, como el Siervo
de Dios había prometido y como atestiguó el cardenal Cagliero en los
procesos, se pagaron sin que surgieran inconvenientes. Inmediatamente
se iniciaron las negociaciones.
LA PRIMERA MORADA DE LOS SALESIANOS EN ROMA
Entre tanto, mientras en Turín se elaboraba un esquema de convenio,
para enviar a Roma, Don Bosco se apresuró a comprar un trozo de te-
rreno colindante con el primero, en el que existía una casita en el extre-
mo opuesto, donde hoy hace esquina el colegio con la calle Marsala y la
calle Marghera. Pagó por todo cuarenta y nueve mil quinientas liras.
Aquella casita de dos pisos fue la primera residencia de los Salesia-
nos durante el tiempo de la construcción. La finalidad de Don Bosco, al
ampliar de este modo el terreno edificable, era la de tener espacio para
la prolongación de la iglesia y la construcción del colegio. Ignoraba que
con ello hacía fracasar las intrigas de los protestantes que pretendían
levantar allí un templo; pero lo sabía muy bien el Cardenal Vicario, que
se alegró muchísimo con la compra.
134
Su Eminencia se mostró tan flexible para la ampliación de la iglesia;
sentíase tal vez ligado todavía a la suerte de la empresa y temía un se-
gundo fracaso. Necesitóse Dios y ayuda para convencerlo; por fin, la
resuelta intervención del arquitecto logró vencer su oposición. Dejando
intacta la anchura de la iglesia, se añadieron a los treinta y cinco me-
tros de la longitud anterior, once metros para dos nuevos arcos y dieci-
ocho mas para el ábside. De hecho, recomendaba a don Dalmazzo: Solo
le rogaría que el cardenal nos ayudase para lograr que la iglesia sea
muy espaciosa. Tal como aparece en el proyecto actual, solo tendría

14.5 Page 135

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cuatrocientos para el público, y nosotros necesitaríamos que tuviera, al
menos, el doble. Porque la nueva parroquia, antes de estar terminada,
ya tendrá más de seis mil almas. Y esto pediría novecientos metros para
contener un tercio de la población.
CÓMO RECAUDAR LOS FONDOS NECESARIOS
Para excitar la caridad de las personas ricas, piadosas y rosas, Don
Bosco las ligaba cada vez más estrechamente a la Iglesia y al Papa con
los vínculos de las condecoraciones y de los favores espirituales que,
según los casos, se industriaba por obtenerles de la Santa Sede. Estas
personas, después, sintiéndose así más próximas al Vicario de Jesucristo
y particularmente queridas por El, gozaban en ser dignas de ello, ha-
ciendo todo lo posible por cooperar en obras, en las que creían encon-
trar el soberano beneplácito del Padre Santo.
Ejemplar es la carta enviada a don Dalmazzo que habla también del
compromiso para la compra del nuevo terreno y toca del traspaso legal
de la propiedad sobre el terreno viejo y la construcción iniciada. El señor
Sigismondi había anticipado a Don Bosco la suma de veinte mil liras. En
medio de tan áridos asuntos una nota de buen humor revela e infunde
serenidad.
Queridísimo Dalmazzo:
Te envío dos súplicas, que puedes presentar al cardenal Giannelli o
quizá mejor al cardenal Mertel. Se trata de dos insignes bienhechoras
nuestras, fervorosas católicas. La señora Prat ya ha ofrecido sesenta y
cinco mil liras (65.000) para el óbolo de San Pedro y enviará pronto
otra cantidad.
Si hay gastos, los pagaremos; pero deseo hacerlos yo, para poder
decir que es un regalo. Lo cual dará mucho más fruto.
El señor Caranti ha recibido respuesta, a través del comendador Fon-
tana, de que comprábamos también la casita a un precio acomodado
contestó afirmativamente. Estará bien que le hables. El acuerdo da
tiempo para proveer y eso va bien. Yo me ocupo de todo ello, especial-
135

14.6 Page 136

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mente del préstamo y espero un buen resultado.
Tan pronto como esté hecha la escritura notarial del traspaso a
nuestro favor de la iglesia del Sacro Cuore, notifícamelo enseguida. Todo
lo leído en el Capítulo fue aprobado. Para tu norma, si se llega a la sus-
pensión de pagos, iremos a refugiarnos en Patagonia con don José Fag-
nano. Así, pues, adelante con tranquilidad... Turín, 9 de julio de 1880
Afmo. amigo - Sac. Juan Bosco
PROPIEDAD Y USUFRUTO
La «cláusula», sobre la cual dice Don Bosco en su tercera carta ha-
ber reflexionado mucho, se refería al artículo tercero del esquema de
contrato, que después fue modificado en el sentido por él propuesto.
Mi querido Dalmazzo: He reflexionado mucho en la cláusula sobre el
caso de que viniese a faltar nuestra Congregación. Ante la ley no somos
ningún ente moral ni legal. Por otra parte, aun en el caso de un cata-
clismo, siempre será más respetada una iglesia parroquial, que perte-
nezca a la Autoridad eclesiástica, que no una propiedad nuestra, que no
podemos poseer sino como propiedad individual. Creo, pues, si todavía
estamos a tiempo, que se pueda establecer: que la iglesia y la casa pa-
rroquial pertenecen en propiedad al Ordinario de Roma in perpetuum;
pero el usufructo pertenecerá también perpetuamente a la pía Sociedad
de San Francisco de Sales. Lo demás póngase en manos de la divina
Providencia. Si el contrato no está cerrado todavía, puedes hablar en
este sentido al Cardenal Vicario. De lo contrario, dejemos lo que está
escrito... Turín, 14 de julio de 1880 Afmo. amigo – Sac. Juan Bosco.
136
El óptimo Cardenal Vicario se dejó escapar estas palabras al discutir
con don Francisco Dalmazzo sobre el reglamento de la propiedad:
«Dicen todos que la Congregación Salesiana es Don Bosco. Mientras él
viva, bueno va, pero, una vez muerto, todo se disipará como la niebla
ante el sol». Sin embargo, se dignó escuchar los razonamientos de su
interlocutor, demostrando la estabilidad de la Congregación. Este con-

14.7 Page 137

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cluyó su apología observando que, si Don Bosco y la Congregación tu-
viesen la fortuna de tener siempre por cardenal Vicario un Purpurado
como Su Eminencia, que era un verdadero Padre para los Salesianos,
Don Bosco no insistiría tanto en la propiedad, dejándolo todo en sus
manos; pero, puesto que las cosas podían cambiarla prudencia aconse-
jaba no transigir. La observación le agradó y dijo que hablaría con el
Padre Santo en el sentido deseado. El día 14 de julio escribía don Fran-
cisco Dalmazzo al Beato: «El Cardenal Vicario habló largo y tendido con
el Padre Santo sobre este asunto, el cual dijo al Vicario: - «Hablad con
don Francisco Dalmazzo y decidle que escriba a Don Bosco y le ruegue,
en mi nombre, que no ponga ninguna dificultad a esta construcción,
porque en ella va la salvación de las almas». A vuelta de correo renovó
Don Bosco sus instrucciones en estos términos: «La propiedad de la
iglesia in perpetuum, para la autoridad eclesiástica; y el uso in perpe-
tuum, para nuestra Congregación»
137

14.8 Page 138

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EL PRIMER PÁRROCO SALESIANO
Todavía se sucedían propuestas y contrapropuestas entre el Vicariato
de Roma y el Capítulo Superior para fijar el texto del convenio, cuando
el Siervo de Dios presentó oficialmente al candidato para regir la parro-
quia, cuyo reconocimiento civil habíase obtenido a fines de marzo; la
erección canónica llevaba fecha del 2 de febrero del año anterior.
Eminencia Reverendísima:
Por noticias procedentes de diversas fuentes, sé que es intención de
V. E. a. confiar el cuidado de la nueva Parroquia del Sagrado Corazón de
Jesús a un sacerdote Salesiano. Si es esta la respetable voluntad de V.
E., le propongo recaiga la elección en la persona de nuestro Procurador
General, don Francisco Dalmazzo, Doctor en Letras e hijo del finado
Santiago. Tan pronto como esté efectuado este nombramiento, yo me
apresuraré a enviar para ayuda del mismo un número suficiente de sa-
cerdotes, procurando que estén dotados de las cualidades necesarias a
quien se consagra al sagrado ministerio de las almas. Turín 31 de julio
de 1880. De la V. E. Rvma. Obligadísimo servidor. Sac. Juan Bosco.
El decreto de nombramiento y de investidura fue publicado el 12 de
julio de 1881 y comunicado al nuevo párroco, don Francisco Dalmazzo,
el 3 de agosto del mismo año. No obstante, la buena voluntad de los
contrayentes, surgían siempre puntos de desacuerdo, de modo que llegó
el otoño, sin haber conseguido un entendimiento perfecto.
138
Don Bosco tendía a eliminar cualquier motivo de protesta en el futu-
ro. En la primera mitad de octubre, se discutía todavía sobre la con-
grua parroquial. Los Superiores de Turín dudaban si pedirla o no y si de-
bían pedirla al ayuntamiento, al gobierno o a la Santa Sede. Finalmente,
el 18 de aquel mes, Don Bosco escribió al Procurador: «Con respecto a
la congrua nos remitimos a lo que determine el Padre Santo y aconseje
el Emmo. Card. Vicario». La cuestión terminó arreglándose a tenor del

14.9 Page 139

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artículo décimo del convenio.
REANUDACIÓN DE LAS OBRAS
Mientras tanto, los obreros reanudaron el trabajo poco a poco; es
más, don Antonio Sala iba ya en busca de las columnas de granito que
pedía el arquitecto. En la carta antes citada Don Bosco seguía diciendo:
«Don Antonio Sala está dando vueltas para averiguar precios de las co-
lumnas para la iglesia del Sagrado Corazón. Te informaré de ello, y, si tú
sabes algo, dímelo enseguida (...). Fe, oración y adelante». (MBe XIV,
502)
Con el mes de noviembre expiraba el plazo convenido para el pago
de una importante cantidad del préstamo obtenido en el Banco Tiberino
para la compra del terreno, la casa y materiales de construcción y no se
sabía cómo arreglárselas. No convenía todavía acudir a la prensa para
solicitar ofertas, mientras no se realizaran las últimas formalidades. El
apuro de Don Bosco se trasluce bastante de esta carta.
Queridísimo Dalmazzo: Hay que solventar la deuda Caranti ya que,
según la carta, se deben pagar ahora treinta y nueve mil quinientas li-
ras. Yo no había reparado en esta cláusula. Ante la crisis económica,
todos gritan y cierran la cartera. ¿Podemos contar con alguien en Ro-
ma? Piensa en alguno de cerca y de lejos, y dime algo. Urge sumamente
poder buscar dinero para el Sagrado Corazón, pero, hasta que no estén
definitivamente acordadas las cosas, parece que no conviene hacer pro-
paganda. ¡Y, sin embargo, no tenemos dinero! Por consiguiente, saca tú
la conclusión.
139
FIRMA DEL CONVENIO
Pero la conclusión tardaba todavía en llegar, porque Don Bosco vaci-
laba un tanto sobre dos artículos. El artículo octavo imponía un plazo
perentorio para el término de las obras y el decimotercero consideraba

14.10 Page 140

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la eventualidad de que la Autoridad Eclesiástica, por falta de persona
salesiana apta, tuviese que destinar a la parroquia un vicario y un ecó-
nomo de por vida. «El artículo de los seis años obligatorios, escribió Don
Bosco el 9 de diciembre, y el otro del Vicario parroquial de por vida,
tienen que ser modificados». Con este fin, acompañaba una nota, redac-
tada por don Miguel Rua, en nombre del Capítulo Superior, y firmada
por Don Bosco. El sentido de iluminada prudencia y de santa sencillez
que la penetra, refleja muy bien el espíritu de nuestro amado Fundador.
Eminencia Reverendísima:
El Capítulo Superior de la pía Sociedad de San Francisco de Sales,
por medio del que escribe, su Rector Mayor, ruega a V. E. Rvma. permita
dos pequeñas modificaciones en los artículos propuestos para la iglesia
del Sagrado Corazón. Si perpetuamente se hubiese de tratar con Vues-
tra siempre Benemérita Eminencia, se aceptarían estas y cualesquiera
otras condiciones. Pero se trata de evitar desavenencias, que por des-
gracia fácilmente podrían surgir entre los que administraran en el por-
venir nuestras cosas después de nosotros. Por tanto, se añadió al ar-
tículo octavo: «con tal que esto no sea por impedirlo fuerza mayor, que-
da fijado el término de las obras obligatorias de la casa parroquial para
el año noveno».
13.° En este artículo se quitó también, después de las palabras
«Vicario o Ecónomo», de por vida, para dejar a la Autoridad Eclesiástica
su pleno ejercicio y dar a la Congregación Salesiana la posibilidad de
sustituir en el normal ejercicio de la parroquia y evitar los inconvenien-
tes, que serían inevitables en el caso de que los alumnos del Colegio, del
oratorio festivo y de las escuelas debiesen utilizar la iglesia parroquial,
cuando esta dependiese de una administración ajena a la pía Sociedad.
profesarme,
140
De V. E. Rvma. Turín, 11 de diciembre de 1880 Su atto. y s. s. Sac.
Juan Bosco,
El Vicario miró con buenos ojos las dos modificaciones deseadas por
Don Bosco, con la añadidura a la primera de una reserva sobre la even-
tualidad dependiente de fuerza mayor, y a la segunda substituyendo

15 Pages 141-150

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15.1 Page 141

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«temporal» por «de por vida». Con esto acabaron las discusiones. sobre
el texto del convenio que el 11 de diciembre fue firmado por Don Bosco
y el 18, previa la aprobación del Papa, por el Cardenal Vicario. Entre
una y otra fecha se presentó don Francisco Dalmazzo al Papa para
ofrecerle las felicitaciones y el homenaje de Don Bosco y de los Salesia-
nos; y el Padre Santo le preguntó a qué punto se había llegado para las
firmas. Cuando oyó que era inminente la firma del Cardenal Vicario, dijo:
- ¡Daos prisa y haced mucho bien!
CUENTAS POR PAGAR Y PAGOS
Mientras tanto, había que pagar al Banco Tiberino, que envió el ex-
tracto de cuentas, que ascendía a cuarenta y dos mil liras, y no admitía
más dilación que hasta fin de diciembre. «Aquí no hay esperanza de en-
contrar dinero, había escrito don Francisco Dalmazzo al Beato el prime-
ro de diciembre. Si estuviera aquí Don Bosco, entonces algo vendría
ciertamente». Y seguía acosando para tener con qué pagar. Lo que Don
Bosco pensaba está en este paso de su carta del día 9 a su desespera-
do Procurador: «Para concretar lo que hay que hacer con el Banco Tibe-
rino, es necesario observar que, no habiendo podido vender los inmue-
bles destinados para ello, no tenemos preparado el dinero. Por lo tanto,
sí se puede esperar, pagaremos los intereses, como para la otra canti-
dad. De lo contrario, hágase una excepción en cuanto al modo de pago,
es decir, pagar a plazos. Nos industriaremos para pagar toda la deuda
en breve. Tú, por tu parte, in omnibus labora para recoger dinero y, si
no puedes arreglarte de otra manera, haz o realiza un robo importante,
o mejor, ejecuta una resta matemática en la caja de algún banquero.
Otros escribirán otras cosas».
Pero el Banco, tan pronto como se convenció del crédito de Don
Bosco, concedió que los pagos se hicieran a largos plazos; es más, en-
tregó a don Francisco Dalmazzo, que tenía poderes generales suyos,
cantidades importantes durante siete años con un simple recibo y sin
hipoteca. Llegó en una ocasión a darle ochenta mil liras, diciéndole el
director:
-Se trata de Don Bosco, que tiene la Providencia a su disposición y
no nos hace perder.
141

15.2 Page 142

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CONFIANZA EN LA PROVIDENCIA
Verdaderamente solo la ilimitada confianza en la Providencia pudo
inducir a Don Bosco a cargar sobre sus hombros tan grave peso; quien
miraba las cosas humanamente, ante tamaño atrevimiento, sacudía la
cabeza. Preguntado entonces por un eminente personaje dónde pensaba
encontrar los medios, en tiempos tan críticos y anormales, contestó:
-En la Providencia.
A lo que aquel replicó, preguntando si era un privilegio suyo tener la
Providencia a su disposición. Y Don Bosco respondió:
-Gracias a Dios, nunca nos ha faltado.
En efecto, como veremos, gastó dos millones para la iglesia y uno y
medio para el colegio, cantidades muy considerables para aquellos tiem-
pos.
Pero es un deber añadir que no tentó a la Providencia, sino que tam-
bién buscó cuanto pudo. Son increíbles las molestias, trabajos y sufri-

15.3 Page 143

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mientos, a que se sometió para cumplir el deseo del Pontífice; trabajos y
sufrimientos que, en frase de don Francisco Cerruti, testimonio de los
mismos, le acortaron la vida. Por todos estos motivos, llevada a buen
término la gran obra, León XIII, algún tiempo después de la muerte del
Siervo de Dios, dijo a su sucesor: - ¡Fue verdaderamente una idea feliz
la de confiar a Don Bosco la erección de la iglesia del Corazón de Jesús
en el Castro Pretorio!
Pero Don Bosco miraba lejos. Nuestro monseñor Juan Marenco recor-
daba una misteriosa palabra suya, que el tiempo no debe enterrar en el
olvido. El mismo día en que aceptó el costosísimo ofrecimiento, el Beato
le preguntó:
- ¿Sabes por qué hemos aceptado la casa de Roma?
-Yo no, respondió aquel.
-Pues bien, escucha. La hemos aceptado porque cuando el Papa sea
lo que ahora no es y cómo debe ser, pondremos en nuestra casa la es-
tación central para evangelizar la comarca romana. Será una obra tan
importante como la de evangelizar la Patagonia. Entonces los Salesianos
serán conocidos y resplandecerá su gloria.
¿Encerraban un vaticinio estas palabras? Por de pronto el Papa no es
hoy día lo que entonces era, sino como debe ser. En cuanto a lo demás,
el tiempo dará la respuesta. Pero, sea ello un vaticinio o no, resplandece
aquí de todos modos un rayo del celo que ardía perennemente en el
corazón de nuestro Padre, que ponía manos a unas empresas, mientras
acariciaba otras (MB XIV, 591-592; MBe XIV, 503-505).
LA ESTANCIA EN ROMA EN 1884
A partir del 24 de marzo de 1880, cuando el Cardenal La Valletta le
pidió a Don Bosco que se hiciera cargo de la construcción del templo,
Don Bosco dedicó mucho de su tiempo y energía para que la obra avan-
zara con rapidez, a pesar de los muchos imprevistos y los grandes gastos
a afrontar. Por eso, Don Bosco regresó a Roma en 1884, donde buscaba
donantes y donde lanzó una lotería cuyos beneficios habrían servido para
reducir un poco la masa de deudas ya acumuladas.
143

15.4 Page 144

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Llegó a la ciudad el 14 de abril, ¡y esta vez por fin pudo vivir en su
propia casa! Los jóvenes del oratorio lo recibieron con alegría y, al verlos,
corrió con el pensamiento hacia sus compañeros de Valdocco, a quienes
hizo escribir una carta a don Lemoyne.
Esperaba poder descansar un poco en Roma (acababa de regresar de
un fatigoso viaje a Francia), pero en cambio los preparativos para la lo-
tería y las dificultades para conseguir para la Congregación Salesiana los
privilegios solicitados desde hace tiempo, combinados con cientos de
audiencias que se vio obligado a conceder a las personas que querían ser
recibidos por él, hizo que, en lugar de descansar, el Santo se cansara
más, a pesar de haber limitado al máximo las visitas a personalidades
ilustres, como lo había hecho en viajes anteriores.
El 8 de mayo Don Bosco celebró la Conferencia a los Cooperadores
(desde Tor de' Specchi). El tiempo era malo, pero un buen número de
personas desafiaron la intemperie para escuchar al Santo.
RECIBIDO POR EL PAPA LEÓN XIII
El 9 de mayo era el día fijado para la audiencia que le concedía el
Papa. León XIII, después de haberse interesado por su estado de salud,
pidió información sobre la marcha de las obras en Castro Pretorio y Don
Bosco aprovechó para proponerle el Santo Padre una idea suya.
Después el Papa empezó a hablar de la iglesia del Sagrado Corazón
y preguntó:
- ¿Qué obras se están haciendo ahora?
144
Don Bosco explicó a qué punto había llegado el edificio en construc-
ción y cuáles eran las obras en curso; habló de las dificultades que se
habían encontrado, del bien que ya se hacía en el presbiterio termina-
do, que servía por el momento de parroquia, del mes de mayo, al que
asistía un millar de personas cada tarde; del oratorio festivo; de las es-
cuelas con doscientos alumnos; de la catequesis dominical, a la que
acudían trescientas muchachas; del hospicio que se iba a construir y de
los locales ya hechos o comprados, que podrían dar cabida a unos cin-

15.5 Page 145

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cuenta internos.
El Papa escuchaba con vivo interés la exposición, cuando de pronto
Don Bosco se lanzó a decir:
-Querría pedir a Su Santidad me permitiera expresar una idea mía.
-Diga, diga, contestó el Padre Santo.
-Esta iglesia, prosiguió Don Bosco, es católica, porque todo el mundo
toma parte en su construcción y este hospicio es para los jovencitos de
todas las naciones de la tierra. Yo quisiera que Su Santidad figurara en
esta obra. -No debo negarme, dijo el Papa ¿Y qué propondría?
-Que Su Santidad asumiera el gasto de la fachada de la iglesia del
Sagrado Corazón. Sería muy bonito que en el frontispicio se leyese gra-
bada esta inscripción: Catholicorum pietas construxit; frontem autem
hujus ecclesiae Leo XIII Pont. Max. proprio aere aedificavit!
- ¿Ya ha preparado la inscripción?
– Esta u otra mejor; con tal que exprese este pensamiento. El Papa
se echó a reír.
- ¿Y por qué no? Acepto la fachada; la haré.
-Pero, Santidad, explicó Don Bosco, no quiero, sin embargo, que os
quedéis solo en la empresa de edificar esta fachada; quiero ayudaros
con lo que pueda. ¿No le trajo el otro día la condesa Fontenay diez mil
liras?
-Sí, es verdad.
-Pues bien, fue Don Bosco quien le aconsejó que hiciera este donati-
vo. Dentro de poco, recibirá su Santidad otras diez mil liras, y sé que
otra persona de Marsella se dispone a hacer otra generosa ofrenda a Su
Santidad para que se continúen las obras de la iglesia.
-Sí, sí; queda, pues, concluido el negocio de este modo.
-Padre Santo, le agradezco tanta bondad; pero permítame añadir
algo más. Querría que el mundo conociera su generosidad, y, si me lo
permite, la publicaría en el Boletín Salesiano.
-Dé en hora buena a este hecho la publicidad que le agrade y según
su prudencia. Veía Don Bosco en su proposición un medio para fomentar
el óbolo de San Pedro, a la sazón muy mermado.
145

15.6 Page 146

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(MB XVII, 101-102; MBe XVII, 94-95).
LA CARTA DE ROMA DE 1884
La 19ª estancia de Don Bosco en la Ciudad Eterna se hizo importan-
te por una carta, la famosa "carta de Roma". Esta, escrita el 10 de mayo
y con la firma del santo, es la historia de uno de sus sueños sobre el
desarrollo del oratorio de Valdocco.
Él, anciano y cansado, encargó a su secretario (don Lemoyne) que
escribiera el texto, tras darle unas breves indicaciones del sueño.
"Don Bosco en aquellas noches en que se sentía mal había tenido uno
de esos sueños que hacen época. En varias ocasiones se lo contó a don
Lemoyne y luego lo hizo pasarlo al papel y lo leyó corrigiéndolo. Así que
tuvo que ser rehecho y copiado. Dado que se refería especialmente a los
miembros de la Congregación salesiana, era necesario un nuevo trabajo
para que pudiera ser leído en público en presencia de todos los jóvenes
del Oratorio.
Por tanto, habiendo conservado toda la segunda parte, se tuvo que
dejar de lado lo que prolijamente se decía en la primera, esto es, repre-
sentar solo la escena de las dos recreaciones. Esta carta fue enviada el
10 de mayo. Leída en público por don. Rua tuvo un gran efecto; desde
hacía varios años los jóvenes no estaban acostumbrados a escuchar las
cartas que les dirigía Don Bosco. Esto fue en el Oratorio como la señal
de una reforma de la que hablaremos en el desarrollo de nuestra histo-
ria. El primer efecto de este sueño fue que Don Bosco conocía el estado
de conciencia de muchos incluso de algunos que parecían muy buenos
para que algunos fueran sacados de la casa» (Braido).
146
Hoy la carta de Roma es considerada un pilar entre los escritos peda-
gógicos de Don Bosco. Es un texto corto pero denso, en el que encon-
tramos al Don Bosco auténtico, vivo, el padre que ama a sus hijos. No
es un tratado, sino una carta que brotó del corazón, del amor y de la
experiencia educativa del sacerdote turinés.
Es la carta de un padre lejano que extraña a sus hijos.
Cuando le faltaban pocos días para salir de la Ciudad Eterna Don

15.7 Page 147

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Bosco hizo escribir al Oratorio en forma de carta la narración de un sue-
ño de suma importancia. Lo había tenido en una de esas noches, cuando
se sentía peor. Lo contó varias veces a don Lemoyne ordenándole que lo
pusiera por escrito; tras haberlo hecho, se lo hizo leer, dictando correc-
ciones. El 6 de mayo había mandado escribir a don Rua: "Don Bosco está
preparando una carta que pretende enviar a los jóvenes, en la que signi-
fica muchas cosas hermosas para sus amados hijos". La carta fue enviada
el 10 de mayo; pero don Rua, no creyendo conveniente leerla entera en
público, le pidió que le enviara un ejemplar que pudiera servir para los
alumnos. Don Lemoyne les extrajo las partes que no incumbían a los su-
periores. La lectura que hizo don Rua por la tarde después de las oracio-
nes fue escuchada por los jóvenes con temblores, sobre todo porque el
Santo decía conocer el estado de muchas conciencias. Tras el regreso
hubo una procesión de muchachos hasta su habitación para averiguar
cómo los había visto. Se produjeron dos efectos principales: un principio
de reforma en la vida del Oratorio y la expulsión de algunos, que pare-
cían buenísimos.
EL ESCUDO SALESIANO
En ese mismo año salió a la luz el "escudo" salesiano, precisamente
para ser colocado en la Iglesia del Sacro Cuore.
La Congregación no había elegido todavía un escudo oficial, según
costumbre de todas las familias religiosas; como sello de la misma se
imprimía la figura de san Francisco de Sales envuelta en una inscripción
latina que designaba la Pía Sociedad Salesiana. Solo el día 12 de sep-
tiembre de 1884, don Antonio Sala presentó al Capítulo Superior el bo-
ceto del emblema salesiano, urgido a ello por la oportunidad de fijarlo
en la iglesia del Sagrado Corazón entre los de Pío IX y León XIII. Lo ha-
bía dibujado el profesor Boidi. Era un escudo, con una gran ancla en el
medio; a la derecha de esta, el busto de san Francisco de Sales; a la
izquierda, un corazón inflamado; arriba, una estrella resplandeciente de
seis puntas; debajo, un bosque; y detrás de él, unas altas montañas;
desde abajo, dos ramas, una de palmera y la otra de laurel, entrelaza-
das en el tallo, abrazaban el escudo hasta la mitad. De la parte inferior,
147

15.8 Page 148

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salía una cinta flotante que llevaba la leyenda: Sinite parvulos venire ad
me (dejad que los niños vengan a mí). Se observó que esta leyenda ya
había sido adoptada por otros. Don Julio Barberis propuso sustituirla por
Templanza y Trabajo, que le sugería el sueño de Don Bosco, en el que
este binomio es propuesto cabalmente como lema o distintivo de la
Congregación. Don Celestino Durando prefería María Auxilium Chris-
tianorum, ora pro nobis. Don Bosco solucionó la cuestión diciendo:
-Desde los comienzos del Oratorio, ya se adoptó un lema en tiempos
del Convictorio (Residencia sacerdotal), cuando yo iba a las cárceles: Da
mihi animas caetera tolle.
El Capítulo aplaudió a Don Bosco y aceptó el histórico lema.
No le gustó al Santo la estrella que dominaba el escudo, porque le
parecía que tenía algún sabor masónico y mandó sustituirla por una
cruz irradiando luz. Después, se introdujo la estrella a la izquierda sobre
el corazón. De este modo, quedaron unificados los símbolos de lastres
virtudes teologales.
El lema elegido, como depusieron en los procesos los más antiguos
alumnos del Oratorio, el canónigo Ballesio y el cardenal Cagliero entre
ellos, ya se veía desde el principio, cuando ellos eran muy pequeños, es-
crito con grandes caracteres sobre la puerta del cuartito de Don Bosco.
No se podía expresar mejor lo que había constituido el supremo obje-
tivo del Santo al actuar y al sufrir, al escribir y al hablar; objetivo que
debería formar el programa esencial de la Sociedad por él fundada. Bas-
ta leer su biografía para ver claramente que su mayor preocupación fue
siempre el bien de las almas.
(MB XVII, 365-366; MBe XVII, 315-316)
LA ÚLTIMA VEZ EN ROMA
148
1887 fue el año en que Roma vio a Don Bosco por última vez.
La partida de Turín fue el día veinte de abril por la mañana. «Salió de
casa, escribía don José Lazzero, en tal estado que parecía no iba a po-

15.9 Page 149

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der resistir el viaje, ni siquiera hasta Moncalieri» (MB XVIII, 303; MBe
XVIII, 267).
Ya estaba viejo y cansado, pero aún quería enfrentar este viaje a la
Ciudad Eterna, que sabía que era el último de su vida.
El motivo por el que viajaba lo explicó el mismo Don Bosco a algunos
sacerdotes de Arezzo.
Uno de ellos, cuando tomó alguna confianza, preguntóle por qué,
estando tan delicado como parecía, se había atrevido a hacer un viaje
tan largo. Y respondió:
- ¿Qué quiere? Es una orden del Papa y al Papa no se le puede decir
que no. Dentro de pocos días, tendremos la consagración de la iglesia
del Sagrado Corazón en el Castro Pretorio.
Cuando el Papa lo supo, dijo a nuestro Superior local:
- ¿Viene Don Bosco a la consagración?».
Y al responderle que las condiciones de mi salud no me lo permiti-
rían, añadió el Papa:
-Eso no; quiero que venga. Escribidle que, si no viene, no le firmo el
pasaporte para el Paraíso». Ya ve usted que es algo que me interesa
recibir un documento tan precioso, que ciertamente necesitaré y a no
tardar. El Arcipreste de Capannole, que nos describe esta visita, afirma
que las palabras de Don Bosco que él refiere son las «textuales». Así
que, cosa que no hubiéramos sabido por otra fuente, el penoso viaje fue
en sustancia un acto de obediencia de Don Bosco al Papa.
Salió para Roma el día treinta por la mañana y llegó a la estación de
Termini poco después de las tres de la tarde. Mientras iba caminando
sostenido con mucho trabajo, hacia la salida, dirigía atentas y a veces
ocurrentes palabras a los que habían acudido a recibirlo. Se le presenta-
ron también dos religiosas a las que Don Bosco reconoció y le dijeron
que, si lo permitía, irían a hacerle una visita. Don Bosco les respondió
sonriendo:
149
-Para hacer una visita a Don Bosco en Roma, se requieren de diez a
doce mil liras. Pero en seguida añadió:
-Sin embargo, a ustedes les daré audiencia gratuitamente.
Entró en la casa por vía Magenta. La puerta estaba adornada con

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guirnaldas y las columnas del atrio cubiertas de flores; y, en la parte
exterior del ábside, colgaba un letrero que decía: Roma se alegra y se
entusiasma al acoger entre sus muros al nuevo Felipe, don Juan Bosco.
Bajo los portales, le esperaban los alumnos y los superiores. ÉL, sen-
tado en un humilde sillón, permitió que todos le besaran la mano; des-
pués, escuchó amablemente cánticos y declamaciones. Al final del en-
tretenimiento, mientras subía los primeros escalones para irla planta
superior, dijo en tono festivo a los que le acompañaban: -Me habéis leí-
do composiciones, hablándome de muchas cosas, pero de la comida,
todavía no me habéis dicho nada. Riéronse todos y se le respondió que
el almuerzo estaba preparado. Sentáronse a la mesa con él algunos se-
ñores, entre los cuales destacaba la esbelta figura del príncipe Augusto
Czartoryski.
(MB XVIII, 312-314; MBe XVIII, 274-275)
AUDIENCIA PONTIFICIA
El 13 de mayo, vigilia de la solemne Consagración de la basílica, el
Santo fue recibido en audiencia por el Santo Padre.
El Papa lo recibió con alegría y no permitió que se arrodillara para el
beso del pie, sino que indicó a monseñor Della Volpe que le acercara un
silloncito. Y, habiéndolo colocado a cierta distancia, el Papa lo acercó
más hacia sí, hizo que Don Bosco se sentara, tomó su mano derecha y
estrechándola cariñosamente entre las suyas, repetía:
-Querido Don Bosco, ¿cómo está? ¿cómo se encuentra?...
Después se levantó y añadió:
151
-Don Bosco, quizás siente un poco de frío, ¿no es verdad? Y, así di-
ciendo, fue a tomar una gran capa de piel y, volviendo a él, le dijo con
mucha confianza:
- ¿Ve usted esta preciosa capa de piel de armiño que me han rega-
lado hoy por mi jubileo sacerdotal? Quiero que sea usted quien la estre-
ne. Y se la colocó sobre las rodillas. Volvió a sentarse, tomóle de nuevo
la mano y le preguntó con interés sus noticias.

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Don Bosco, que había permanecido mudo hasta entonces y estaba
muy conmovido, ante aquellos detalles de paternal dignación por parte
del Vicario de Jesucristo, le respondió: -Ya soy viejo, Santidad, tengo se-
tenta y dos años; este es mi último viaje y la conclusión de todas mis
cosas. Quería ver todavía una vez a Vuestra Santidad antes de morir y
recibir vuestra bendición. He sido escuchado. Ya solo me resta entonar
el Nunc dimittis servum tuum Domine, secundum verbum tuum, in pace,
quia viderunt oculi mei salutare tuum: LUMEN ad revelationem gentium
et GLORIAM plebis tuae Israel (Ahora, Señor, según tu promesa, puedes
dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador,
luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel). Dio espe-
cial intensidad a las palabras lumen y gloriam, aplicándolas a León XIII a
quien se acostumbraba a saludar con el lumen in coelo la seudoprofecía
de San Malaquías.
El Santo Padre le hizo observar que su edad de setenta y dos años
era menor que la suya de setenta y ocho; y albergaba esperanzas de
volver a ver a su querido Don Bosco. -Hágase cuenta de vivir todavía.
Hasta que no oiga que León XIII ha muerto, esté tranquilo.
-Padre Santo, replicó Don Bosco; vuestra palabra es infalible en cier-
tos casos y yo quisiera aceptar su augurio; pero créalo, me encuentro al
final de mis días. El Santo Padre le pidió noticias de sus hijos, de sus
muchachos, de sus casas, interesándose mucho por las misiones; pre-
guntóle también necesitaba algo. Don Bosco le habló de todo, especial-
mente de la iglesia del Sagrado Corazón, que se debía consagrar a la
mañana siguiente. Finalmente, le recomendó a los muchachos cantores
llegados de Turín, que tenían muchos deseos de verlo y de que los ben-
dijera.
152
El Papa manifestó su satisfacción por cuanto había oído; dijo que sí,
que deseaba ver a los muchachos de Don Bosco y hablar con ellos, e
insistió vivamente en que se procurase conservar su espíritu en toda la
Congregación. -Recomiende especialmente a los Salesianos la obe-
diencia y dígales que conserven sus máximas y las tradiciones que les
dejará. Sé que he obtenido maravillosos resultados con la frecuente
confesión y comunión entre sus muchachos. Continúe y haga que los
Salesianos, a su vez sigan y recomienden a los jóvenes, que se les con-
fíen, esta saludable práctica. A usted y a su Vicario me urge recomen-
darles que atiendan con esmero, tanto al número de Salesianos, como a

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la santidad de los que ya tienen. No es el número lo que aumenta la
gloria de Dios, sino la virtud, la santidad de los socios. Por tanto, sean
cautos y rigurosos en la aceptación de nuevos socios en la Congrega-
ción; miren, sobre todo, que sean de una moralidad a toda prueba.
Después, tomando a Don Bosco nuevamente de la mano, díjole que
en confianza le manifestara qué pensaba acerca de los futuros aconte-
cimientos de la Iglesia. Don Bosco se excusaba diciendo que el Santo
Padre conocía mejor que él la marcha de todos los sucesos. Pero el Pa-
pa insistió:
-No le pregunto por el presente, que también yo lo sé; le pregunto
por el porvenir.
-Pero yo no soy profeta, repuso Don Bosco sonriendo.
Con todo, como él dijo después a don Juan Bautista Lemoyne refi-
riéndole el coloquio, tuvo que ceder y manifestarle sus opiniones cuanto
conocía. Pero no dijo a nadie qué entendía con aquello de cuanto cono-
cía. El Padre Santo hubiera querido entretenerlo más tiempo, de no ha-
ber advertido su estado de sufrimiento. Al notar Don Bosco que se dis-
ponía a despedirse, le dijo que llevaba consigo a su Vicario y a su secre-
tario y que, si Su Santidad se dignaba concedérselo, deseaban recibir su
bendición. El Papa accedió, sonó la campanilla e introdujeron a los dos.
Don Bosco presentó a don Miguel Rua.
-Ah, usted es don Miguel Rua, dijo el Papa, es el Vicario de la Con-
gregación. Muy bien, he oído que desde niño ha estado con Don Bosco.
Continúe, continúe la obra comenzada y mantenga el espíritu de su fun-
dador.
- ¡Ah, sí! Santo Padre, respondió don Miguel Rua; con vuestra bendi-
ción esperamos poder emplear hasta el último aliento por la Obra a la
que nos hemos consagrado desde niños. Don Bosco presentó también a
don Carlos Viglietti, como secretario suyo.
- ¿Qué ha hecho usted, preguntó el Papa, del secretario que le
acompañó la última vez? - Santo Padre, respondió Don Bosco, se ha
quedado en Turín para despachar los asuntos que le he encargado. Hay
mucho que hacer, pero necesito sugerir a mis hijos que trabajen. Más
bien les debo recomendar la moderación. Hay muchos que desgastan su
salud por tanto trabajo. No contentos con trabajar sin descanso durante
el día, siguen su tarea durante la noche.
153

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- ¡Ah, sí!, respondió el Papa, en todo se requiere moderación: el cuer-
po exige su debido reposo para poderlo emplear en obras que son de la
mayor gloria de Dios.
-Santo Padre, dijo entonces don Miguel Rua; nosotros estamos dis-
puestos a obedecerle; pero es Don Bosco quien nos da mal ejemplo en
esto...
Diole, por fin, una amplia bendición y se despidió de Don Bosco con
mucho cariño haciendo que le acompañasen hasta la escalinata. A su
paso, los guardias suizos se cuadraron en su honor. Don Bosco, sonrien-
do, les dijo:
- ¡No soy ningún rey! Soy un pobre cura jorobado y no valgo nada.
Estad tranquilos. Y aquellos guardias se acercaron a él y besaron reve-
rentemente su mano.
(MB XVIII, 329-333; MBe XVIII, 289-292).
RELIQUIAS PARA EL ALTAR DEL SAGRADO CORAZON
Mientras Don Bosco estaba en el Vaticano, habían llegado desde el
Vicariato a la iglesia del Sagrado Corazón las reliquias que se debían
colocar en el ara del altar mayor. El relicario, herméticamente cerrado y
sellado, contenía un trocito de la cuna del Niño Jesús y reliquias de los
santos apóstoles Pedro y Pablo, del apóstol Santiago, del mártir san Lo-
renzo y del patrono san Francisco de Sales. Se colocaron en una urna
dorada y se expusieron a la veneración en la capilla antigua; a las nueve
de la noche, se cantó el himno de los Mártir y prosiguieron después los
oficios del rito en el silencio de la noche.
154
Don Bosco había indicado que se pidieran a la Sagrada Congregación
de Ritos algunos favores espirituales, como el de poder celebrar la misa
del Sagrado Corazón en los tres primeros días después de la consagra-
ción y la indulgencia plenaria desde el día catorce al diecinueve, la for-
ma acostumbrada, a más de la indulgencia de siete años y siete cuaren-
tenas cada vez que, al menos con el corazón contrito, se hiciese sola-
mente una visita a la iglesia (MB XVIII, 333-334; MBe XVIII, 292).

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LA CONSAGRACIÓN DE LA IGLESIA
Un Oficio Sacro del Cardenal Vicario, con fecha del día dos de mayo,
comunicaba a los fieles la próxima consagración y el horario de las fun-
ciones sagradas en los días sucesivos. En él se decía que era un
«Santuario universal», a cuya construcción había concurrido «el orbe
católico con sus donativos». De donde se deducía: «Debe ser, por tanto,
motivo de santa alegría para todos los católicos, y en particular para los
romanos, el ver que, después de diez años de trabajo, de penas y gran-
des dificultades, se haya logrado finalmente acabar este gran edificio
deseo de muchas almas piadosas y muy devotas de este Corazón ado-
rable.
Es cierto que aún quedan por terminar algunos altares y varias pin-
turas, pero la población siempre en aumento de las nuevas barriadas en
esta zona exigía que, sin más retraso, se suspendiera cualquier otro tra-
bajo que pueda dar al sagrado templo ornato y esplendor, pero que no
sea absolutamente necesario, para dar comodidad a los fieles de cum-
plir sus deberes religiosos en una iglesia más amplia.
Y, aunque continuarán algunos trabajos, los buenos romanos y cuan-
tos sienten celo por la gloria de Dios, encontrarán en su fervor un nuevo
incentivo para concurrir, con sus limosnas, a que el sagrado templo esté
pronto dotado de todo lo necesario para el culto, y sea menos indigno
del Dios que está para venir y habitar en él con su amorosa presencia”.
Al hablar de penas y trabajos, el documento del Vicariato decía una
gran verdad. Fueron efectivamente siete años de penas y trabajos inau-
ditos, heroicos, si se entiende, como es debido, referirlos a Don Bosco;
ya que los trabajos eventualmente realizados por otros antes de él se
hiciera cargo de la empresa, no fueron en comparación más que un
«quítame allí esas pajas». Lo saben los lectores. Y ni la suspirada aurora
del día catorce de mayo puso fin a sus afanes, ya que las preocupacio-
nes por el templo pusieron a prueba su paciencia, hasta en el lede
muerte, y las legó en herencia a su sucesor.
Todo estaba previsto para la ceremonia de la consagración y para
las solemnes funciones de los días siguientes. A eso de las siete llegó el
consagrante, cardenal Lúcido María Parocchi, Vicario de Su Santidad y
protector de la Congregación Salesiana, acompañado de todo su séqui-
155

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to, como en las más grandiosas ocasiones, y fue recibido por los Supe-
riores, numeroso clero, muchos Salesianos de otras casas, los mucha-
chos de Valdocco y sus compañeros del hospicio. El rito, siguiendo el
ceremonial, se hizo a puertas cerradas.
Cuando se abrieron las puertas al público, habían pasado cinco ho-
ras. Don Bosco asistió en santo recogimiento; asistieron también con él
varios ilustres personajes. Al final, monseñor Domingo Jacobini, arzobispo
de Tiro y secretario de Propaganda, acercóse al Siervo de Dios, lo tomó
del brazo y lo acompañó poquito a poco, hasta su habitación, satisfecho
después de haberle prestado aquel servicio.
Al mediodía celebró el primero don Francisco Dalmazzo, mientras el
nuevo órgano llenaba el templo con sus armonías. Había centenares de-
votos y curiosos.
El Cardenal Vicario, después de descansar un poco de la fatigosa
ceremonia, subió a ver a Don Bosco, le abrazó con todo afecto y se
quedó con él para almorzar, entre los numerosos e ilustres visitantes. Al
final de la comida se levantó Don Bosco para agradecer públicamente al
Cardenal todo lo que había hecho como Protector de los Salesianos,
hablando de su persona con veneración y reconocimiento. Por lo pronto,
«hemos comenzado bien, Excelencia», prosiguió diciendo y narró con la
máxima sencillez la curación instantánea del día anterior. Dijo después
que, en cualquier circunstancia que se le presentaran personas deseosas
de alguna gracia, él emplearía el mismo método de siempre, esto es,
inducir a los peticionarios a hacer una limosna en honor de Jesús, de la
Virgen o de cualquier Santo, como medio para obtener favores de Dios y
afirmó que, en la iglesia de María Auxiliadora y en la de San Juan Evan-
gelista, no había un solo ladrillo que no estuviese señalado con una gra-
cia.
156
También el Cardenal se levantó a hablar. Se congratuló con Don
Bosco de que, aunque no estuviesen acabados los trabajos, hubiese
abierto la iglesia, demostrando así que antes quería entregarla al Sa-
grado Corazón que a los adornos y filigranas de los artistas. Habló
muy bien de la Congregación Salesiana, que no le había proporcionado
hasta entonces ninguna clase de disgustos, penas y trabajos y sí toda
suerte de satisfacciones; que estaba, por tanto, dispuesto a aceptar
protectorados semejantes uno cada día. Don Bosco sonriendo le respon-

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16.8 Page 158

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dió:
-Espere, espere, Eminencia; también le llegará el tiempo de los dis-
gustos, por culpa nuestra.
-Bien, siguió diciendo el Cardenal, aquí en vuestra iglesia del Sagrado
Corazón de Jesús habéis reservado una capilla para dedicarla a San
Francisco de Sales, ¿no es cierto?
-Precisamente es así, Eminencia.
-Pues bien; yo quiero pagar los gastos de ese altar y espero del Pro-
tector de la Congregación que tenéis en el cielo, la ayuda necesaria pa-
ra el momento de las penas y disgustos reservados al protector terreno
de esta pía Sociedad.
La simpática y generosa ocurrencia fue ovacionada con aplausos y
aclamaciones. Los muchachos del Oratorio dieron aquella tarde las pri-
meras pruebas de su competencia, interpretando las vísperas, expresa-
mente compuestas para la ocasión por el maestro Galli. Pontificó mon-
señor Julio Lenti, arzobispo de Side y vicegerente de Roma. En los inter-
valos, Don Bosco recibía muchas visitas ilustres de Obispos y Cardena-
les. Las fiestas propiamente dichas duraron cinco días, con un incre-
mento continuo de público y de verdadera piedad por parte de los fieles.
Todas las mañanas había una misa rezada celebrada por un Cardenal y
misa solemne pontifical; todas las tardes, conferencia salesiana, en dis-
tinta lengua, y vísperas con música y plática.
158
El primer día, que era domingo, fue solemnísimo. A las siete celebró
el cardenal alemán Melchers; a las diez pontificó monseñor Jacobini con
asistencia de un obispo norteamericano. Los muchachos de Turín ejecu-
taron impecablemente la partitura de la misa llamada de la Coronación,
original de Cherubini. Entre tanto, Don Bosco concedía continuas au-
diencias, y le visitaron además tres obispos y el cardenal de Canossa.
Durante la comida tuvo a su derecha a monseñor Kirby y a su izquierda
al príncipe Czartoryski, que pasaba la mayor parte del tiempo en casa;
muchos otros personajes tomaron parte en el ágape familiar. En el mo-
mento oportuno, rogóle don Miguel Rua que dijera unas palabras. Le-
vantóse trabajosamente y, apoyando las manos sobre la mesa, dijo con
voz apagada:
-Brindo a la memoria de nuestro gran amigo el teólogo Margotti que

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acaba de morir; el defensor de los sagrados derechos de la Iglesia, el
que tanto nos quiso siempre y que, antes de partir nosotros para Roma,
vino a visitarnos con tanto cariño que puso a nuestra disposición su
acreditado periódico para narrar las fiestas que estamos celebrando
nosotros. Brindo con la firme esperanza de que mis celosos Cooperado-
res y Cooperadoras se dignarán ayudarnos a acabar este hospicio del
Sagrado Corazón, para que podamos albergar, instruir y educar a qui-
nientos muchachos del pueblo, en el santo temor de Dios a fin de que
después den frutos de buenas obras para sí mismos y para la sociedad.
Brindo en honor de monseñor Kirby, con quien me une imperecedera
amistad. Monseñor Kirby respondió, en nombre de todos los Cooperado-
res y Cooperadoras, diciendo que él y sus amigos tendrían en cuenta sus
palabras, como si fueran un testamento, y le aseguraba que harían
cuanto estuviera a su alcance para realizar fielmente su inspirada vo-
luntad que el hospicio se llevara a cabo como era su deseo. A las tres y
media, dio su conferencia en francés monseñor Carlos Murrey de Lyon,
auditor de la Rota en Francia. Manifestó la oportunidad de la obra de
Don Bosco, en favor de la juventud pobre y abandonada y los consola-
dores frutos ya obtenidos. A las cinco, predicó sobre el Sagrado Corazón
de Jesús el elocuente orador sagrado monseñor Omo dei Zorini, misione-
ro apostólico. Después, los cantores de Valdocco interpretaron las vís-
peras de Aldega. Y, al anochecer, se iluminaron profusamente la facha-
da, el campanario, la iglesia y el hospicio, según el plano diseñado con
buen gusto por un clérigo salesiano: ello atrajo durante varias horas la
atención de mucha gente que acudía hasta de barriadas apartadas de la
ciudad. El cardenal Plácido Schiaffino, de los olivetanos, celebró el se-
gundo día la Misa con comunión general (MB XVIII, 334-340; MBe
XVIII, 292-298).
LA ÚLTIMA MISA EN EL ALTAR DE MARÍA AUXILIADORA
Aquella mañana quiso Don Bosco bajar a la iglesia para celebrar la
misa en el altar de María Auxiliadora. Durante el divino sacrificio se paró
por lo menos quince veces, víctima de una gran emoción y llorando. Don
Carlos Viglietti, que le acompañaba, tuvo que ayudarlo de vez en cuando
para que pudiera continuar. Cuando se alejaba del altar para dirigirse a
la sacristía, la gente conmovida se agolpó a su alrededor, besándole los
159

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ornamentos y la mano que llevaba libre del cáliz, y siguiéndole hasta la
sacristía. Allí le pidieron todos a una voz que les diera la bendición.
-Sí, sí, respondió. Y subió los tres escalones de la puerta que comuni-
ca la primera con la segunda sacristía, se volvió hacia atrás, levantó la
mano derecha, pero rompió a llorar de repente y, cubriéndose el rostro
con ambas manos, repetía con voz ahogada sin poder terminar la frase:
-Bendigo... bendigo...
Hubo que tomarlo suavemente por el brazo y llevarlo adelante.
Los fieles impresionados se disponían a seguir tras él; pero se cerró
la puerta. ¿Quién no habría deseado saber cuál había sido la causa de
tanta emoción? Cuando don Carlos Viglietti vio que había recobrado su
calma habitual, se lo preguntó y él respondió: -Tenía viva ante mis ojos
la escena de cuando soñé a los diez años con la Congregación. Veía y
oía realmente a la mamá y a los hermanos opinar sobre el sueño... En-
tonces le había dicho la Virgen: -A su tiempo lo comprenderás todo.
Pasaron ya desde aquel día sesenta y dos años de trabajos, sacrificios y
luchas, cuando una especie de relámpago repentino le había revelen la
erección de la iglesia del Sagrado Corazón en Roma, la conclusión de la
misión que misteriosamente se le había trazado en los albores de su
vida. ¡Qué largo y arduo había sido el camino desde I Becchi de Cas-
telnuovo, hasta la Sede del Vicario de Jesucristo! Sintió en aquel mo-
mento que su obra personal tocaba a su fin, bendijo con lágrimas en los
ojos a la divina Providencia y remontó su mirada confiada a la mansión
de la paz eterna en el seno de Dios (MB XVIII, 340-341; MBe XVIII,
297-298).
160

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CARTA DE ROMA
10 de mayo de 1884
Muy queridos hijos en Jesucristo:
Cerca o lejos, yo pienso siempre en vosotros. Uno solo es mi deseo: que seáis felices
en el tiempo y en la eternidad. Este pensamiento y deseo me ha impulsado a escribiros
esta carta. Siento, queridos míos, el peso de estar lejos de vosotros, y el no veros ni oíros
me causa una pena que no podéis imaginar. Por eso, habría deseado escribiros estas
líneas hace ya una semana, pero las continuas ocupaciones me lo impidieron.
Con todo, aunque falten pocos días para mi regreso, quiero anticipar mi llegada al
menos por carta, ya que no puedo hacerlo en persona. Son palabras de quien os ama
tiernamente en Jesucristo y tiene el deber de hablaros con la libertad de un padre. Me lo
permitís, ¿no? Y vais a prestarme atención y a poner en práctica lo que os voy a decir.
He dicho que sois el único y continuo pensamiento de mi mente. Pues bien, una de
las noches pasadas, me había retirado a mi habitación y, mientras me disponía a entre-
garme al descanso, comencé a rezar las oraciones que me enseñó mi buena madre. En
aquel momento, no sé bien si víctima del sueño o fuera de mí por alguna distracción, me
pareció que se presentaban delante de mí dos antiguos alumnos del oratorio.
Uno de ellos se acercó y, saludándome afectuosamente, me dijo:
Don Bosco, ¿me conoce?
¡Pues claro que te conozco! le respondí.
¿Y se acuerda aún de mí? añadió.
161
De ti y de los demás. Tú eres Valfré, y estuviste en el oratorio antes de 1870.
Oiga continuó Valfré, ¿quiere ver a los jóvenes que estaban en el oratorio
en mis tiempos?
Sí, házmelos ver le contesté; me dará mucha alegría.

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Entonces Valfré me mostró a todos los jovencitos con el mismo semblante, edad
y estatura de aquel tiempo. Me parecía estar en el antiguo oratorio en la hora de
recreo. Era una escena llena de vida, movimiento y alegría. Quien corría, quien
saltaba, quien hacía saltar a los demás; quien jugaba a la rana, quien a bandera,
quien a la pelota.
En un sitio había reunido un corrillo de muchachos pendientes de los labios de
un sacerdote que les contaba una historia; en otro lado había un clérigo con otro
grupo jugando al burro vuela o a los oficios. Se cantaba, se reía por todas partes; y
por doquier, sacerdotes y clérigos; y alrededor de ellos, jovencitos que alborotaban
alegremente. Se notaba que entre jóvenes y superiores reinaban la mayor cordialidad
y la confianza. Yo estaba encantado con aquel espectáculo. Valfré me dijo:
Vea, la familiaridad engendra afecto, y el afecto, confianza. Esto es lo que
abre los corazones, y los jóvenes lo manifiestan todo sin temor a los maestros, los
asistentes y los superiores. Son sinceros en la confesión y fuera de ella, y se prestan
con facilidad a todo lo que les quiera mandar aquel que saben que los ama.
Entonces se acercó a mí otro antiguo alumno que tenía la barba completamente
blanca y me dijo:
Don Bosco, ¿quiere ver ahora a los jóvenes que están actualmente en el ora-
torio? (Era José Buzzetti).
respondí, pues hace un mes que no los veo.
Y me los señaló. Vi el oratorio y a todos vosotros que estabais en recreo. Pero
ya no oía gritos de alegría y canciones, ya no veía aquel movimiento, aquella vida
de la primera escena. En los ademanes y en el rostro de algunos jóvenes se notaban
aburrimiento, desgana, disgusto y desconfianza, que causaron pena a mi corazón.
162
Vi, es cierto, a muchos que corrían y jugaban con dichosa despreocupación; pero
otros, no pocos, estaban solos, apoyados en las columnas, presos de pensamientos
desalentadores; otros andaban por las escaleras y los corredores o estaban en los
balcones que dan al jardín para no tomar parte en el recreo común; otros paseaban
lentamente por grupos hablando en voz baja entre ellos, lanzando a una y otra
parte miradas sospechosas y malintencionadas; algunos sonreían, pero con una son-
risa acompañada de gestos que hacían no solamente sospechar, sino creer que san
Luis habría sentido sonrojo de encontrarse en compañía de los tales; incluso entre
los que jugaban había algunos tan desganados que daban a entender a las claras
que no encontraban gusto alguno en el recreo.

17.3 Page 163

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¿Has visto a tus jóvenes? me dijo el antiguo alumno.
Sí los veo contesté suspirando.
¡Qué diferente de lo que éramos nosotros antaño! exclamó aquel viejo
alumno.
¡Por desgracia! ¡Qué desgana en este recreo! De aquí proviene la frialdad de
muchos para acercarse a los santos sacramentos, el descuido de las prácticas de piedad
en la iglesia y en otros lugares; el estar de mala gana en un lugar donde la Divina Pro-
videncia los colma de todo bien corporal, espiritual e intelectual. De aquí la no corres-
pondencia de muchos a su vocación; de aquí la ingratitud para con los superiores; de
aquí los secretitos y murmuraciones, con todas las demás consecuencias deplorables.
Comprendo respondí. Pero ¿cómo reanimar a estos queridos jóvenes para
que vuelvan a la antigua vivacidad, alegría y expansión?
Con el amor.
¿Amor? Pero ¿es que mis jóvenes no son bastante amados? Tú sabes cómo los
amo. Tú sabes cuánto he sufrido por ellos y cuánto he tolerado en el transcurso de cua-
renta años, y cuánto tolero y sufro en la actualidad. Cuántos trabajos, cuántas humi-
llaciones, cuántos obstáculos, cuántas persecuciones para proporcionarles pan, albergue,
maestros y, especialmente, para buscar la salvación de sus almas. He hecho cuanto he
podido y sabido por ellos, que son el afecto de toda mi vida.
No hablo de ti.
¿Pues de quién, entonces? ¿De quienes hacen mis veces: los directores, prefectos,
maestros o asistentes? ¿No ves que son mártires del estudio y del trabajo y que consu-
men los años de su juventud en favor de quienes les ha encomendado la Divina Provi-
dencia?
Lo veo, lo sé; pero no basta; falta lo mejor. ¿Qué falta, pues?
Que los jóvenes no sean solamente amados, sino que se den cuenta de que se les
ama.
163
Pero ¿no tienen ojos en la cara? ¿No tienen luz en la inteligencia? ¿No ven que
cuanto se hace en su favor se hace por su amor?
No repito; no basta.
¿Qué se requiere, pues?

17.4 Page 164

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Que al ser amados en las cosas que les agradan, participando en sus inclina-
ciones infantiles, aprendan a ver el amor en aquellas cosas que naturalmente les
agradan poco, como son la disciplina, el estudio, la mortificación de sí mismos, y
que aprendan a hacer estas cosas con amor.
Explícate mejor.
Observe a los jóvenes en el recreo.
Observé. Después dije:
¿Qué hay que ver de especial?
¿Tantos años educando a la juventud y no comprende? Observe mejor.
¿Dónde están nuestros salesianos?
Me fijé y vi que eran muy pocos los sacerdotes y clérigos que estaban mezclados
entre los jóvenes, y muchos menos los que tomaban parte en sus juegos. Los superio-
res no eran ya el alma de los recreos.
La mayor parte de ellos paseaban, hablando entre sí, sin preocuparse de lo que
hacían los alumnos; otros jugaban, pero sin pensar para nada en los jóvenes; otros
vigilaban de lejos, sin advertir las faltas que se cometían; alguno que otro corregía a
los infractores, pero con ceño amenazador y raramente.
Había algún salesiano que deseaba introducirse en algún grupo de jóvenes, pero
vi que los muchachos buscaban la manera de alejarse de sus maestros y superiores.
Entonces mi amigo continuó:
En los primeros tiempos del oratorio, ¿usted no estaba siempre con los jóve-
nes, especialmente durante el recreo? ¿Recuerda aquellos hermosos años? Era una
alegría de paraíso, una época que recordamos siempre con cariño porque el amor lo
regulaba todo, y nosotros no teníamos secretos para usted.
164
¡Cierto! Entonces todo era para mí motivo de alegría, y en los jóvenes, entu-
siasmo por acercárseme y quererme hablar; existía verdadera ansiedad por escuchar
mis consejos y ponerlos en práctica. Ahora, en cambio, las continuas audiencias,
mis múltiples ocupaciones y la falta de salud me lo impiden.
De acuerdo; pero si usted no puede, ¿por qué no le imitan sus salesianos?
¿Por qué no insiste y exige que traten a los jóvenes como los trataba usted?

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Yo les hablo e insisto hasta cansarme, pero desgraciadamente muchos no se
sienten con fuerzas para arrostrar las fatigas de antaño.
Y así, descuidando lo menos, pierden lo más; y este más son sus fatigas. Que
amen lo que agrada a los jóvenes, y los jóvenes amarán lo que les gusta a los superiores.
De esta manera, el trabajo les será llevadero. La causa del cambio presente del oratorio
es que un grupo de jóvenes no tiene confianza con los superiores. Antiguamente todos
los corazones estaban abiertos a los superiores, a quienes los jóvenes amaban y obede-
cían prontamente.
Pero ahora, los superiores son considerados solo como tales y no como padres, her-
manos y amigos; por tanto, son temidos y poco amados. Por eso, si se quiere formar un
solo corazón y una sola alma por amor a Jesús, hay que romper esa barrera fatal de la
desconfianza y sustituirla por la confianza cordial. Así pues, que la obediencia guíe al
alumno como la madre a su hijo. Entonces reinarán en el oratorio la paz y la antigua
alegría.
¿Cómo hacer, pues, para romper esta barrera?
Familiaridad con los jóvenes, especialmente en el recreo. Sin familiaridad no se
demuestra el afecto, y sin esta demostración no puede haber confianza. El que quiere
ser amado debe demostrar que ama. Jesucristo se hizo pequeño con los pequeños y cargó
con nuestras enfermedades. ¡He aquí el maestro de la familiaridad! El maestro al cual
solo se ve en la cátedra es maestro y nada más; pero, si participa del recreo de los jóve-
nes, se convierte en un hermano. Si a uno se le ve en el púlpito predicando, se dirá que
no hace más que cumplir con su deber, pero, si dice en el recreo una buena palabra, es
palabra de quien ama. ¡Cuántas conversiones no se debieron a alguna de sus palabras
dichas de improviso al oído de un jovencito mientras se divertía!
El que sabe que es amado, ama, y el que es amado, lo consigue todo, especialmente
de los jóvenes. Esta confianza establece como una corriente eléctrica entre jóvenes y su-
periores. Los corazones se abren y dan a conocer sus necesidades y manifiestan sus de-
fectos. Este amor hace que los superiores puedan soportar las fatigas, los disgustos, las
ingratitudes, las molestias, las faltas y las negligencias de los jóvenes. Jesucristo
bró la caña ya rota ni apagó la mecha humeante. He aquí vuestro modelo.
no que-
165
Entonces no habrá quien trabaje por vanagloria; ni quien castigue por vengar su
amor propio ofendido; ni quien se retire del campo de la asistencia por celo a una temi-
da preponderancia de otros; ni quien murmure de los otros para ser amado y estimado
por los jóvenes, con exclusión de todos los demás superiores, mientras, en cambio, no
cosecha más que desprecio e hipócritas zalamerías; ni quien se deje robar el corazón por

17.6 Page 166

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una criatura y, para adular a esta, descuide a todos los demás jovencitos; ni quienes
por amor a la propia comodidad, dejen a un lado el gravísimo deber de la vigilan-
cia; ni quien por falso respeto humano, se abstenga de amonestar a quien necesite
ser amonestado. Si existe este amor efectivo, no se buscarán más que la gloria de
Dios y el bien de las almas.
Cuando languidece este amor es que las cosas no marchan bien. ¿Por qué se
quiere sustituir el amor por la frialdad de un reglamento? ¿Por qué los superiores
dejan de cumplir las reglas que Don Bosco les dictó? ¿Por qué el sistema de preve-
nir desórdenes con vigilancia y amor se va reemplazando poco a poco por el sistema,
menos pesado y más fácil para el que manda, de dar leyes que se sostienen con cas-
tigos, encienden odios y acarrean disgustos, y si se descuida el hacerlas observar,
producen desprecio para los superiores y son causa de desórdenes gravísimos?
Esto sucede necesariamente si falta familiaridad. Si, por tanto, se desea que en
el oratorio reine la antigua felicidad, hay que poner en vigor el antiguo sistema: El
superior sea todo para todos, siempre dispuesto a escuchar toda duda o lamentación
de los jóvenes, todo ojos para vigilar paternalmente su conducta, todo corazón para
buscar el bien espiritual y temporal de aquellos a quienes la Providencia ha confia-
do a sus cuidados. Entonces los corazones no permanecerán cerrados ni reinarán ya
ciertos secretitos que matan. Solo en caso de inmoralidad sean los superiores inflexi-
bles. Es mejor correr el peligro de alejar de casa a un inocente que quedarse con un
escandaloso. Los asistentes consideren como un gravísimo deber de conciencia el
referir a los superiores todo lo que sepan que de algún modo ofende a Dios.
Entonces, yo pregunté:
¿Cuál es el medio principal para que triunfen semejante familiaridad y amor
y confianza?
La observancia exacta del reglamento de la casa.
¿Y nada más?
166
El mejor plato en una comida es la buena cara.
Mientras mi antiguo alumno terminaba de hablar así y yo seguía contemplando
con verdadero disgusto el recreo, poco a poco me sentí oprimido por un gran cansan-
cio que iba en aumento. Esta opresión llegó a tal punto que no pudiendo resistir
por más tiempo, me estremecí y me desperté. Me encontré de pie junto a mi lecho.
Mis piernas estaban tan hinchadas y me dolían tanto que no podía estar de pie.

17.7 Page 167

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Era ya muy tarde; por ello, me fui a la cama decidido a escribir estos renglones a mis
queridos hijos. Yo no deseo tener estos sueños, porque me cansan demasiado.
Al día siguiente me sentía agotado; no veía la hora de irme a la cama por la noche.
Pero he aquí que, apenas me acosté, comenzó de nuevo el sueño.
Tenía ante mí el patio, los jóvenes que están actualmente en el oratorio y el mismo
antiguo alumno. Comencé a preguntarle:
Lo que me dijiste se lo haré saber a mis salesianos; pero ¿qué debo decir a los
jóvenes del oratorio?
Me respondió:
Que reconozcan lo mucho que trabajan y estudian los superiores, maestros y
asistentes por amor a ellos, pues si no fuese por su bien, no se impondrían tantos sacri-
ficios; que recuerden que la humildad es la fuente de toda tranquilidad; que sepan so-
portar los defectos de los demás, pues la perfección no se encuentra en el mundo, sino
solamente en el paraíso; que dejen de murmurar, pues la murmuración enfría los cora-
zones; y, sobre todo, que procuren vivir en la santa gracia de Dios. Quien no vive en
paz con Dios, no puede tener paz consigo mismo ni con los demás.
¿Entonces me dices que hay entre mis jóvenes quienes no están en paz con Dios?
Esta es la primera causa del malestar, entre las otras que tú sabes y debes reme-
diar sin que te lo tenga que decir yo ahora. En efecto, solo desconfía el que tiene secretos
que ocultar, quien teme que estos secretos sean descubiertos, pues sabe que le acarrearía
vergüenza y descrédito. Al mismo tiempo, si el corazón no está en paz con Dios, vive
angustiado, inquieto, rebelde a toda obediencia, se irrita por nada, se cree que todo
marcha mal, y como él no ama, juzga que los superiores tampoco le aman a él.
Pues, con todo, ¿no ves, amigo mío, la frecuencia de confesiones y comuniones que hay
en el oratorio?
Es cierto que la frecuencia de confesiones es grande, pero lo que falta en muchísi-
mos jóvenes que se confiesan es la firmeza en los propósitos. Se confiesan, pero siempre
de las mismas faltas, de las mismas ocasiones próximas, de las mismas malas costum- 167
bres, de las mismas desobediencias, de las mismas negligencias en el cumplimiento de
los deberes. Así siguen meses y meses e incluso años, y algunos llegan hasta el final de
los estudios. Tales confesiones valen poco o nada; por tanto, no proporcionan la paz, y
si un jovencito fuese llamado en tal estado al tribunal de Dios, se vería en un aprieto.
¿Hay muchos de esos en el oratorio?

17.8 Page 168

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Pocos, en comparación con el gran número de jóvenes que hay en casa. Fíjate.
Y me los iba indicando. Miré, y vi uno por uno a aquellos jóvenes. Pero, en
estos pocos, vi cosas que amargaron grandemente mi corazón. No quiero ponerlas
por escrito, pero cuando vuelva quiero comunicarlas a cada uno de los interesados.
Ahora os diré solamente que es tiempo de rezar y de tomar firmes resoluciones; de
hacer propósitos no de boca, sino con los hechos, y de demostrar que los Comollo,
los Domingo Savio, los Besucco y los Saccardi viven todavía entre nosotros. Por
último, pregunté a aquel amigo mío:
¿Tienes algo más que decirme?
Predica a todos, mayores y pequeños, que recuerden siempre que son hijos de
María Santísima Auxiliadora. Que ella los ha reunido aquí para librarlos de los
peligros del mundo, para que se amen como hermanos y den gloria a Dios y a ella
con su buena conducta; que es la Virgen quien les provee de pan y de cuanto necesi-
tan para estudiar con innumerables gracias y portentos. Que recuerden que están en
vísperas de la fiesta de su Santísima Madre y que, con su auxilio, debe caer la
barrera de la desconfianza que el demonio ha sabido levantar entre jóvenes y supe-
riores, y de la cual sabe aprovecharse para ruina de algunas almas.
¿Y conseguiremos derribar esta barrera?
Sí, ciertamente, con tal de que mayores y pequeños estén dispuestos a sufrir
alguna pequeña mortificación por amor a María y pongan en práctica cuanto he
dicho.
Entretanto yo continuaba observando a mis jovencitos, y ante el espectáculo de
los que veía encaminarse a su perdición eterna, sentí tal angustia en el corazón que
me desperté. Querría 6 contaros otras muchas cosas importantísimas que vi, pero el
tiempo y las circunstancias no me lo permiten.
168
Concluyo: ¿Sabéis qué es lo que desea de vosotros este pobre anciano que ha
consumido toda su vida por sus queridos jóvenes? Pues solamente que, guardadas
las debidas proporciones, vuelvan a florecer los días felices del antiguo oratorio. Los
días del amor y la confianza entre jóvenes y superiores; los días del espíritu de con-
descendencia y de mutua tolerancia por amor a Jesucristo; los días de los corazones
abiertos con tal sencillez y candor, los días de la caridad y de la verdadera alegría
para todos. Necesito que me consoléis dándome la esperanza y la palabra de que
vais a hacer todo lo que deseo para el bien de vuestras almas.

17.9 Page 169

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Vosotros no sabéis apreciar la suerte de estar acogidos en el oratorio. Os aseguro,
delante de Dios, que basta que un joven entre en una casa salesiana para que la Santí-
sima Virgen lo tome en seguida bajo su especial protección. Pongámonos, pues, todos de
acuerdo. La caridad de los que mandan y la caridad de los que deben obedecer hagan
reinar entre nosotros el espíritu de san Francisco de Sales. Queridos hijos míos, se acer-
ca el tiempo en que tendré que separarme de vosotros y partir para mi eternidad. (Nota
del secretario: Al llegar aquí, Don Bosco dejó de dictar; sus ojos se inundaron de lágri-
mas, no a causa del disgusto, sino por la inefable ternura que se reflejaba en su rostro y
en sus palabras; unos instantes después continuó): Por tanto, mi mayor deseo, queridos
sacerdotes, clérigos y jóvenes, es dejaros encaminados por la senda del Señor, que Él
mismo desea para vosotros.
Con este fin, el Santo Padre, al cual he visto el viernes 9 de mayo, os envía de todo
corazón su bendición. El día de María Auxiliadora me encontraré en vuestra compa-
ñía ante la imagen de nuestra amorosísima Madre. Quiero que esta gran fiesta se cele-
bre con toda solemnidad: que don José y don Segundo se encarguen de que la alegría
reine también en el comedor. La festividad de María Auxiliadora debe ser el preludio
de la fiesta eterna que hemos de celebrar todos juntos un día en el paraíso. Vuestro
afectísimo amigo en Jesucristo, Sac. Juan Bosco.
169

17.10 Page 170

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FUENTES
Sobre el tema de las veinte estancias de Don Bosco en Roma es posi-
ble hacer uso de estas investigaciones:
1. “DON BOSCO A ROMAdi don Fabio Bianchini - pro manuscripto -
1988
El texto fue compuesto con motivo del centenario de la muerte de
Don Bosco. De él se extraen la estructura del texto actual y las prin-
cipales indicaciones topográficas.
2. “I SOGGIORNI DEL BEATO DON BOSCO IN ROMAdel Sac. Salva-
tore Romolo - Ed. SEI - Torino—1929 - Scuola tipografica salesiana.
El volumen, en 407 páginas, recorre cronológicamente cada uno de
los 20 viajes que realizó Don Bosco a la capital, con la adición de un
apéndice.
Es un homenaje a Don Bosco en el año de su beatificación. Sigue
siendo el estudio más completo y documentado.
3. NUMERO ESPECIAL DEL BOLLETTINO SALESIANO Suplemento de
170 octubre 1999, titulado DON BOSCO RACCONTA- Il viaggio a Ro-
ma nel 1858
Don Manieri Giancarlo y don Motto Francesco se concentran en su
primera estancia, sin duda la más rica en información sobre la
curiosidadde Don Bosco por querer descubrir cada rincón de la

18 Pages 171-180

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18.1 Page 171

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ciudad. Un folleto de 47 páginas, enriquecido con muchas imágenes
de la Roma sparita”, el folleto estaba destinada a acompañar a los
peregrinos que habían venido a Roma para el Jubileo del 2000, a los
lugares recorridos por el mismo Don Bosco.
4. DON BOSCO A ROMA di Antonio Sperduti - Venti viaggi nella città
eterna - Edizione interna a cura della Casa per feriedellOspizio S.
Cuore. El subsidio, de 67 páginas, ilustrado con fotografías de la épo-
ca, enumera brevemente cada uno de los 20 viajes de Don Bosco a
Roma, destacando su aspecto predominante. Finaliza con un repaso
por las fechas más significativas de su vida.
5. UN PIEMONTESE A ROMA a cura di Michele Novelli sulla falsariga
della ricerca di Fabio Bianchini Don Bosco a Romae sulla documen-
tazione delle Memorie Biografiche.
La obra, solicitada por la Ópera Romana Pellegrinaggi, forma parte de
las iniciativas por el Bicentenario del nacimiento de Don Bosco.
171

18.2 Page 172

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INDICE
INTRODUCCIÓN
7
1. LAS RESIDENCIAS DE DON BOSCO EN ROMA
1.1. Casa De Maistre
12
1.2. Palacio Vimercati
15
1.3. Casa Colonna
19
1.4. Casa Sigismondi
21
1.5. Monasterio de Tor deSpecchi
26
2. LOS LUGARES MÁS VISITADOS Y QUERIDOS POR EL
SANTO
2.1. El Vaticano
38
2.2. Catacumbas de San Calixto
70
2.3. Santa Maria sopra Minerva
74
2.4. Santa Maria in Cosmedin
77
2.5. Santa Maria del Pueblo
82
3. LAS POSIBLES CASAS SALESIANAS EN ROMA
3.1. Hospicio de San Michele a Ripa
88
3.2. Hospicio Tata Giovanni
97

18.3 Page 173

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3.3. Colonia Agrícola Vigna Pia
102
3.4. Iglesia del Santo Sudario
107
3.5. Iglesia de San Giovanni della Pigna
114
3.6. Basílica y Hospicio del Sacro Cuore
120

18.4 Page 174

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18.5 Page 175

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18.6 Page 176

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Tanto antes de la unificación de Italia como
después, incluso cuando Roma fue proclamada
«Capital» del Reino, Don Bosco, un piamontés a
medio camino entre la lealtad a las instituciones
del Reino y el amor incondicional al Papa, vino a
Roma 20 veces haciendo un total de 2 años de
estancia, entre la desconfianza de las
autoridades eclesiásticas, una calurosa acogida
tanto de Pío IX como de León XIII y la devota
admiración del pueblo romano.