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EL LIBRO, UN MEDIO DIVINO
Don Bosco estaba profundamente convencido de que los medios de comunicación
social de su tiempo le ayudarían en su misión de evangelizador y educador.
Es cierto que, comparándolo con nuestros tiempos, los instrumentos de que él
disponía no eran muchos, pero los quiso todos y supo valorizarlos para la difusión
del Evangelio, la formación de sus jóvenes, el servicio a la Iglesia y al pueblo de Dios.
Estamos seguros de que si hubiera tenido la ocasión de conocer los nuevos “media”,
los más sofisticados tecnológicamente y de última generación, los habría utilizado a
fin de hacer más rentable, más eficaz y funcional su apostolado.
Tal convicción se deduce de una carta fechada el 19 de marzo de 1885 en la que Don
Bosco nos confía sus convicciones y motivaciones sobre la importancia y el valor de
un buen libro, a fin de transmitir a sus primeros salesianos la misma fuerza de
convicción, la misma pasión (“pretendo recomendaros encarecidamente”), esa misma
pasión la habría sentido por todos los media y la habría comunicado a los salesianos
de cualquier época. Cualquier medio, y en el caso que nos ocupa, el libro, si se utiliza
para promover el bien y la dignidad del hombre, es una riqueza y una inversión en la
humanidad y en su futuro.
Circular de Don Bosco
sobre la difusión de buenos libros
“Ansioso de veros crecer cada día en entusiasmo y en méritos ante Dios, no
dejaré de sugeriros de vez en cuando los diferentes medios que crea oportunos
para hacer más fructífero vuestro apostolado.
Entre éstos, el que yo quisiera recomendaros con todas mis fuerzas, para la gloria
de Dios y la salvación de las almas, es el de la difusión de buenos libros”.
No dudo en llamar “divino” a este medio ya que Dios mismo se sirvió de él para
la salvación del hombre. Fueron libros inspirados por El que trajeron la buena
doctrina al mundo entero.
Fue El quien quiso que hubiera copias en todas las ciudades y pueblos de
Palestina y que, cada sábado, se hiciese su lectura en las asembleas sagradas. En
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un principio estos libros fueron patrimonio exclusivo del pueblo Hebreo; pero,
llevadas en cautividad las tribus a Asiria y a Caldea, las Santas Escrituras
fueron traducidas a la lengua siriocaldea y toda el Asia central se las hizo suyas
en su propia lengua. Al prevalecer el poderío griego, los Hebreos llevaron sus
colonias a todos los rincones de la tierra y con ello se multiplicaron hasta la
saciedad los Libros Sagrados; y los Setenta, con su versión propia, enriquecieron
aun más las bibliotecas de los pueblos paganos; hasta el punto que los oradores,
los poetas, los filósofos de aquel tiempo llegaron, a través de la Biblia, a captar no
pocas verdades. Dios, de una manera especial, a través de sus escritos
inspirados, preparaba al mundo para la venida del Salvador.
Nos concierne, pues, a nosotros imitar la obra del Padre Celestial. Los buenos
libros difundidos entre la gente son uno de los medios más adecuados para
mantener el reino del Salvador en las almas. Los pensamientos, los principios, la
moral de un libro católico, son la sustancia extraída de los libros y de la
Tradición Apostólica. Son tanto más necesarios en cuanto que la impiedad y la
inmoralidad hoy en día se agarra a esta arma haciendo estragos estre las ovejas
de Jesucristo, a fin de conducir y arrastrar a la perdición a los incautos y
desobedientes. De aquí que es preciso atacar un arma con otra.
Añadamos que el libro si, de una parte, no tiene la misma fuerza intrínseca de la
palabra viva, de otra ofrece ventajas aún mayores. Un buen libro entra hasta en
las casas donde un sacerdote no podría entrar; lo toleran hasta los menos buenos,
como un recuerdo o regalo. Cuando se ofrece a alguien, no da vergüenza, no se
inquieta de ser abandonado, si es leído enseña la verdad dulcemente, si se le
desprecia no se queja y deja un remordimiento que tal vez enciende el deseo de
saber la verdad; mientras que él está siempre dispuesto a enseñarla.
Puede ser que se llene de polvo sobre una mesita o en una biblioteca. Nadie
piensa en él. Pero llega la hora en que uno se siente solo o triste, tal vez la hora
del sufrimiento o de la necesidad de distracción, y por qué no, la ansiedad del
porvenir, y este amigo fiel se sacude el polvo, abre sus páginas y se repiten las
admirables conversiones de San Agustín, del Beato Colombino y de San
Ignacio. Muy cortés con los tímidos por respeto humano, se entretiene con ellos
sin dar que sospechar a nadie; familiar con los buenos y siempre dispuesto a
dialogar; les acompaña siempre y por todas partes. Cuántas almas se pudieron
salvar gracias a los buenos libros, cuántas fueron preservadas del error y
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cuántas animadas a hacer el bien. Quien regala un buen libro, tan sólo por el
mérito de suscitar un buen pensamiento hacia Dios, ha adquirido ya un mérito
incomparable ante El. Con todo, es mucho más lo que se obtiene. En una
familia, un libro si no lo lee la persona a quien va destinado, lo lee el hijo o la
hija, el amigo o el vecino.
Un libro, en un pueblo, pasa tal vez por mil manos. Sólo Dios conoce el bien
que puede producir un libro en una ciudad, en una biblioteca ambulante, entre
un grupo de obreros, en un hospital, regalado como signo de amistad y ¡ojo! si
sabéis de alguien que haya rechazado un libro porque es bueno . Todo lo
contrario. Un hermano nuestro, en Marsella, cada vez que iba a los muelles del
puerto, llevaba una buena provisión de libros excelentes para regalar a los mozos
de cuerda, a los artesanos, a los marineros. ¿Y sabéis? Esos libros fueron siempre
acogidos con gran alegría y agradecimiento y a lo mejor los devoraban al
instante con viva curiosidad”.
Teniendo en cuenta estas observaciones y muchas otras que vosotros ya
conocéis, os quiero hacer ver las razones por las que debéis estar siempre
dispuestos a procurar, con todas vuestras fuerzas, la difusión de los buenos
libros ya no sólo como católicos, sino principalmente como salesianos:
1. Sabéis que ésta fue una de la principales empresas que me confió la Divina
Providencia y también sabéis cómo tuve que tomármela a pecho, con incansable
vigor, a pesar de mil otras ocupaciones mías. El odio rabioso de los enemigos del
bien y de aquellos que me perseguían, veían en estos libros a un formidable
adversario y, por otra parte, una empresa bendecida por Dios.
2. De hecho, la admirable difusión de estos libros es un argumento para
mostrar la asistencia especial de Dios. En no más de treinta años, ascienden a
casi veinte millones los fascículos o volúmenes que hemos esparcido entre la
gente. Si alguno de esos libros ha quedado en el olvido, otros habrán logrado un
centenar de lectores; de donde podemos creer que el número de lectores a los que
hemos hecho el bien con su lectura, superará, con creces, el número de
volúmenes publicados.
3. La difusión de buenos libros es uno de los fines principales de nuestra
Congregación. El artículo 7 del párrafo primero de nuestras Reglas dice de los
Salesianos: ”Se dedicarán a promover los buenos libros entre el pueblo, usando
todos los medios inspirados en la caridad cristiana. Con la palabra y por escrito
mirarán de poner un freno a la impiedad y a la herejía que de tantas maneras
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intentan insinuarse entre zafios e ignorantes. En este sentido hay que orientar
los sermones que, de cuando en cuando, dirigimos al pueblo; los triduos, las
novenas y la difusión de los buenos libros.”
4. Por esto, entre los libros que hay que divulgar, propongo que demos
preferencia a los que tienen fama de ser buenos, moral y religiosamente
hablando, especialmente los que salen de nuestras tipografías, ya sea porque la
ventaja material que reportan se invierte en acciones caritativas para el
mantenimiento de nuestros jovencitos más pobres, o porque nuestras
publicaciones tienden a presentar un sistema ordenado que abraza, a gran escala,
todas las categorías sociales de la humanidad. No me detengo sobre este punto;
pero sí que lo haré sobre un grupo solamente, el de los jóvenes, a los que he
querido siempre hacer el, bien no sólo con la palabra, sino también con la prensa.
Con las Lecturas Católicas, deseando instruir a todos, tenía como punto de mira
el entrar en las casas, hacer conocer los valores del espíritu en nuestros colegios
y atraer a la virtud a los jóvenes, de modo especial con las biografías de Savio, de
Besucco y de otros. Con el “Giovane Provveduto” (El Joven Cristiano), me
propuse llevarlos a la iglesia, infundirles el espíritu de piedad y enamorarlos con
la frecuencia de los sacramentos.
Con la colección de los clásicos italianos y latinos corregidos y con la Historia de
Italia y otros libros históricos o literarios, quise sentarme a su lado en la clase y
guardarlos de tantos errores y pasiones que les habrían sido nefastos aquí y para
la eternidad.
Anhelaba ser su compañero en el recreo; y he tenido la idea de preparar una
serie de libros amenos que espero no tarde en ver la luz.
Finalmente, con el Boletín Salesiano, entre tantísimos proyectos, tuve también
éste: mantener vivo en los jóvenes, vueltos a sus casas, el amor al espíritu de San
Francisco de Sales y a sus normas y hacer de ellos mismos los salvadores de otros
jóvenes.
No digo que haya logrado mi ideal de perfección; pero sí os digo que a vosotros os
toca arreglarlo, de manera que sea completo en todas sus partes.
Os pido insistentemente, pues, de no dejar de lado esta faceta tan importante de
nuestra misión.
Empezadla ya, no sólo entre los mismos jóvenes que la Providencia os ha
confiado, con vuestra palabra y con vuestro ejemplo, sino aún más haciéndoles
apóstoles de la difusión de los buenos libros.
Al principio del año, los alumnos, especialmente los nuevos, se llenan de
entusiasmo ante las propuestas de nuestras asiciaciones, tanto más cuando ven
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que se trata de corresponder con una pequeña cantidad.
Pero tened cuidado de que su adhesión sea espontánea y no impuesta a cualquier
precio; y razonándolo debidamente, inducid a los jóvenes a asociarse, mirando
no sólo el bien que estos libros les producirán a ellos mismos, sino también
mirando al bien que puedan hacer a otros, mandándolos a sus casa, a medida que
se publiquen, a sus padres, a los hermanos, a sus bienhechores.
Y aún hay más, los padres no muy practicantes quedan asombrados ante este
recuerdo de sus hijos, de un hermano lejano, y con facilidad se proponen leer el
libro, aunque no sea que por mera curiosidad.
Pero tengan en cuenta que estas publicaciones no tomen jamás el tono de un
sermón o de una lección para los padres, sino que tengan siempre y solamente el
aspecto como de regalo estimado o de cariñoso recuerdo.
De vuelta a casa vean de aumentar el mérito de sus buenas obras, regalándolos a
los amigos, prestándolos a los familiares, ofreciéndolos a cambio de algún
servicio, dándoselos al párroco para que los distribuya, procurando nuevos
suscritores.
Estad convencidos, queridos hijos míos, que todas estas astucias atraerán sobre
vosotros y sobre nuestros muchachitos las más selectas bendiciones del Señor.
Termino: la conclusión de esta carta no es otra que procurar que nuestros
jóvenes obtengan los principios morales y cristianos a través de nuestras
producciones, evitando el desprecio de los libros de los demás.
Con todo he de deciros que sentí una inmensa pena en el corazón cuando supe
que en algunas de nuestras Casas, las obras impresas por nosotros,
expresamente para la juventud, a lo mejor eran desconocidas o no se las tenía en
consideración.
No aceptéis ni hagáis que los otros acepten aquella ciencia, que al decir del
Apóstol, hincha, y acordaos que San Agustín, ya obispo, aunque eximio maestro
de las buenas letras y orador elocuente, prefería la impropiedad de la lengua y la
falta de elegancia en el estilo,, al riesgo de no ser entendida por el pueblo.
Que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo esté siempre con vocotros. Rogad por
mí. Afectuosamente vuestro en Jesucristo,
Sacerdote Juan Bosco
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